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Anne, la de Álamos Ventosos
Anne, la de Álamos Ventosos
Anne, la de Álamos Ventosos
Libro electrónico411 páginas5 horas

Anne, la de Álamos Ventosos

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Información de este libro electrónico

Anne Shirley comienza una nueva etapa en su vida como directora del colegio de Summerside mientras Gilbert estudia Medicina en Redmond. Desde el primer día, tendrá que enfrentarse con una poderosa e influyente familia, los Pringle, que le hacen la vida imposible y dejan bien en claro que no la quieren allí. Anne, con su buen corazón, su eterno optimismo y su enorme habilidad para solucionar problemas, se involucrará en las vidas de los habitantes de Summerside y se ganará el cariño de todos.
En esta cuarta novela de la serie de Anne, Lucy M. Montgomery intercala el formato epistolar y el narrativo para desplegar situaciones graciosas, románticas y dramáticas. Con su prosa ágil y sus típicas pinceladas de humor, la autora nos transporta a una época lejana en la que los personajes viven situaciones con las que podemos identificarnos hoy en día. Y, una vez más, nos invita a soñar.
IdiomaEspañol
EditorialEditorial Catapulta
Fecha de lanzamiento10 jul 2023
ISBN9789878151601
Anne, la de Álamos Ventosos

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    Anne, la de Álamos Ventosos - Lucy M. Montgomery

    Imagen de portada

    Anne, la de álamos ventosos

    Anne, la de álamos ventosos

    Lucy M. Montgomery

    Índice de contenido

    Portadilla

    Legales

    PRIMER AÑO

    Capítulo uno

    Capítulo dos

    Capítulo tres

    Capítulo cuatro

    Capítulo cinco

    Capítulo seis

    Capítulo siete

    Capítulo ocho

    Capítulo nueve

    Capítulo diez

    Capítulo once

    Capítulo doce

    Capítulo trece

    Capítulo catorce

    Capítulo quince

    Capítulo dieciséis

    Capítulo diecisiete

    SEGUNDO AÑO

    Capítulo uno

    Capítulo dos

    Capítulo tres

    Capítulo cuatro

    Capítulo cinco

    Capítulo seis

    Capítulo siete

    Capítulo ocho

    Capítulo nueve

    Capítulo diez

    Capítulo once

    Capítulo doce

    Capítulo trece

    TERCER AÑO

    Capítulo uno

    Capítulo dos

    Capítulo tres

    Capítulo cuatro

    Capítulo cinco

    Capítulo seis

    Capítulo siete

    Capítulo ocho

    Capítulo nueve

    Capítulo diez

    Capítulo once

    Capítulo doce

    Capítulo trece

    Capítulo catorce

    Anne, la de Álamos Ventosos

    Lucy M. Montgomery

    Título original: Anne of Windy Poplars

    Con ilustraciones de Pablo De Bella

    Primera edición.

    Ilustración

    Colombia 260 - B1603CPH

    Villa Martelli, Bs. As., Argentina

    info@catapulta.net

    www.catapulta.net

    Coordinación editorial: Florencia Carrizo

    Traducción: Cristina M. Paoloni

    Edición: Alejandro Palermo

    Corrección: Gustavo Wolovelsky

    Diseño de cubierta e interior: Verónica Álvarez Pesce

    ISBN 978-987-815-160-1

    © 2022, Catapulta Children Entertainment S. A.

    Hecho el depósito que determina la ley N.o 11.723.

    Libro de edición argentina.

    No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión, o la transformación de este libro en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

    Digitalización: Proyecto451

    PRIMER AÑO

    Capítulo uno

    (Carta de Anne Shirley, licenciada en Letras, directora de la Escuela Secundaria de Summerside, a Gilbert Blythe, estudiante de Medicina de la Universidad de Redmond, Kingsport).

    Álamos Ventosos

    Calle del Fantasma

    Summerside

    Lunes 12 de septiembre

    Mi amor:

    ¿Qué te parece mi dirección? ¿No tiene un nombre adorable? Álamos Ventosos es el nombre de mi nuevo hogar, y me encanta. También me gusta la Calle del Fantasma, aunque no es su nombre verdadero. En realidad, se llama calle Trent, pero nadie usa ese nombre, excepto el Weekly Courier, las raras ocasiones en que la menciona, y, cuando eso ocurre, las personas se miran entre sí y preguntan: ¿Dónde está ese lugar?. Se la conoce como la Calle del Fantasma… aunque no podría decirte por qué motivo. Ya se lo he preguntado a Rebecca Dew, pero lo único que sabe es que siempre se ha llamado la Calle del Fantasma, y que hace años se contaba una historia acerca de que estaba embrujada. Pero ella jamás ha visto allí nada más extraño que a sí misma.

    Pero no debo adelantarme con la historia. Aún no conoces a Rebecca Dew. Pero la conocerás, claro que sí. Presiento que Rebecca Dew aparecerá con frecuencia en mi correspondencia futura.

    Es la hora del crepúsculo, querido mío. (A propósito, ¿no te parece que crepúsculo es una palabra deliciosa? Me gusta más que anochecer. Suena tan aterciopelada, llena de sombras y… y… crepuscular). De día pertenezco al mundo… de noche, al sueño y la eternidad. Pero a la hora del crepúsculo, estoy libre de ambos y solo pertenezco a mí misma… y a ti. Así que reservaré esta hora sagrada para escribirte. Aunque esta no va a ser una carta de amor. La pluma que tengo es áspera y no puedo escribir cartas de amor con una pluma así… ni con una pluma de punta afilada… ni de punta roma. De modo que solo recibirás ese tipo de cartas de mi parte cuando tenga la pluma adecuada. Mientras tanto, te contaré sobre mi nueva casa y sus habitantes. ¡Gilbert, son tan encantadoras!

    Vine ayer en busca de una pensión. La señora Lynde me acompañó, en teoría, para hacer compras, pero en realidad sé que fue para elegirme un lugar donde vivir. A pesar de mi título de licenciada, la señora Lynde aún piensa que soy una jovencita inexperta que necesita ser guiada, dirigida y supervisada.

    Vinimos en tren y, oh, Gilbert, tuve una aventura muy graciosa. Ya sabes que soy de la clase de personas a las que las aventuras se les presentan sin que las busquen. Parecería que las atraigo.

    Ocurrió justo cuando el tren se detenía en la estación. Me puse de pie y al recoger la maleta de la señora Lynde (ella iba a pasar el domingo en lo de una amiga en Summerside), apoyé los nudillos con fuerza sobre lo que pensé que era el brillante brazo de un asiento. Al instante, recibí un violento golpe que casi me hizo lanzar un alarido. Gilbert, lo que pensé que era el brazo del asiento era la cabeza calva de un hombre. Me miraba con furia y era evidente que acababa de despertarse. Me disculpé humildemente y me bajé del tren tan rápido como pude. Lo último que vi fue su mirada enfurecida. ¡La señora Lynde estaba horrorizada y a mí todavía me duelen los nudillos!

    No esperaba tener mucho problema en encontrar pensión, ya que la esposa de un tal Tom Pringle ha alojado a los directores de la escuela durante los últimos quince años. Pero, por alguna razón desconocida, se había cansado de sufrir esas molestias y no quiso alojarme. Muchos otros lugares aceptables dieron amables excusas. Otros no eran aceptables. Caminamos por el pueblo toda la tarde hasta acabar acaloradas y cansadas y tristes y con dolor de cabeza… por lo menos yo me sentía así. Desesperada, estaba lista para rendirme… ¡y entonces, apareció la Calle del Fantasma!

    Habíamos ido a ver a la señora Braddock, una vieja amiga de la señora Lynde. Y ella dijo que pensaba que las viudas podrían alojarme.

    —Oí que buscaban una pensionista para poder pagarle el salario a Rebecca Dew. Ya no pueden darse el lujo de retenerla a menos que obtengan una renta extra. Si Rebecca se va, ¿quién va a ordeñar la vieja vaca colorada?

    La señora Braddock me echó una mirada severa, como si hubiera pensado que yo tenía la obligación de ordeñar la vaca colorada, pero no me habría creído, ni siquiera bajo juramento, si yo le hubiera asegurado que sabía hacerlo.

    —¿Qué viudas? —preguntó la señora Lynde.

    —Pues la tía Kate y la tía Chatty, claro —respondió la señora Braddock, como si todo el mundo, incluso una ignorante licenciada, debiera saberlo—. La tía Kate era la esposa del capitán Amasa MacComber y ahora es su viuda, y la tía Chatty era la esposa de Lincoln MacLean y ahora es una simple viuda. Pero todos las llaman tías. Viven al final de la Calle del Fantasma.

    ¡La Calle del Fantasma! Eso lo decidió. En ese momento supe que sencillamente tenía que alojarme con las viudas.

    —Vayamos a verlas de inmediato —le rogué a la señora Lynde. Me parecía que, si perdíamos el tiempo, la Calle del Fantasma se esfumaría y volvería al País de las Hadas.

    —Puedes ir a verlas, pero es Rebecca quien en realidad decide si te aceptan o no. Rebecca Dew es quien lleva la voz cantante en Álamos Ventosos, te lo aseguro.

    ¡Álamos Ventosos! No podía ser cierto… no, no podía ser cierto. Debía estar soñando. Y entonces la señora Rachel Lynde empezó a decir que era un nombre muy extraño para una casa.

    —Oh, el capitán MacComber le puso ese nombre. Era su casa, ¿saben? Él plantó todos los álamos que la rodean y estaba muy orgulloso, aunque rara vez iba allí y nunca se quedaba durante mucho tiempo. La tía Kate decía que ese era un inconveniente, pero jamás entendimos si se refería a que se quedaba durante poco tiempo o a que volvía. Bueno, señorita Shirley, espero que puedas alojarte allí. Rebecca Dew es una buena cocinera y su ensalada de papas es excelente. Si le caes bien, serás tratada como una reina. Pero si le caes mal… bueno, no. Es así. Me enteré de que hay un banquero en el pueblo que está buscando una pensión y es posible que lo prefiera a él. Es curioso que la esposa de Tom Pringle no te alojara. Summerside está lleno de Pringles y medio Pringles. Los llaman la Familia Real y tendrás que llevarte bien con ellos, señorita Shirley, o jamás lograrás tener éxito en la escuela secundaria de Summerside. Siempre tuvieron la voz cantante por estos pagos… hay una calle que lleva el nombre del viejo capitán Abraham Pringle. Son varios los que forman el clan, pero las dos señoras de Maplehurst son las que lo dirigen. Oí decir que tú no les agradabas.

    —¿Pero por qué? —exclamé—. Ni siquiera las conozco.

    —Bueno, una prima tercera de ellas se postuló para el puesto de directora y toda la familia está convencida de que tendría que haberlo obtenido. Cuando te nombraron a ti, el clan entero echó la cabeza hacia atrás y lanzó tremendos alaridos. Bueno, la gente es así. Hay que aceptarlos tal como son. Serán suaves como la seda contigo, pero siempre tratarán de causarte problemas. No es mi intención desalentarte, pero es mejor prevenir que curar. Espero que te vaya bien, aunque sea solo para fastidiarlos. Si las viudas te alojan, no tendrás inconveniente en comer con Rebecca Dew, ¿no? Ella no es una criada propiamente dicha. Es una prima lejana del capitán. No se sienta a la mesa cuando hay invitados… sabe cuál es su lugar en esos momentos… pero si tú te alojas allí, no te considerará una invitada, claro.

    Le aseguré a la preocupada señora Braddock que me iba a encantar comer con Rebecca Dew y arrastré a la señora Lynde fuera de allí. Tenía que llegar antes que el banquero.

    La señora Braddock nos acompañó a la puerta.

    —Y no hieras los sentimientos de la tía Chatty, ¿quieres? Es muy fácil herir sus sentimientos. Es tan sensible, pobrecita. Verás, ella no tiene tanto dinero como la tía Kate… aunque la tía Kate tampoco tiene demasiado. Y además la tía Kate quería a su marido de verdad… a su propio marido, me refiero… pero la tía Chatty no quería… mucho al suyo. ¡Y no es de extrañar! Lincoln MacLean era un viejo cascarrabias… pero ella cree que la gente se lo echa en cara. Es una suerte que sea sábado. Si fuera viernes, la tía Chatty ni siquiera consideraría la posibilidad de alojarte. Uno creería que la supersticiosa es la tía Kate, ¿no? Los marineros son un poco así. Pero la supersticiosa es la tía Chatty… aunque su esposo era carpintero. Era muy bonita cuando era joven, pobrecita.

    Le aseguré a la señora Braddock que los sentimientos de la tía Chatty serían sagrados para mí, pero ella nos siguió por el camino.

    —Kate y Chatty no hurgarán en tus pertenencias cuando estés fuera. Son muy consideradas. Rebecca Dew tal vez lo haga, pero no irá con cuentos sobre ti. Y si estuviera en tu lugar, yo no iría por la puerta principal. Solo la usan en ocasiones realmente importantes. No creo que la hayan abierto desde el funeral de Amasa. Ve por la puerta lateral. Guardan la llave bajo un macetero que está en el alféizar de la ventana; así que, si no hay nadie en casa, abre la puerta, entra y espera. Y por lo que más quieras, no se te ocurra alabar al gato, porque Rebecca Dew lo detesta.

    Le prometí que no alabaría al gato y por fin nos fuimos. Enseguida llegamos a la Calle del Fantasma. Es una calle lateral muy corta que da a un campo abierto; a lo lejos, una colina azul hace de hermoso telón de fondo. A un lado, no hay ninguna casa y la tierra desciende hacia el puerto. Al otro lado, hay solo tres. La primera es solo una casa… nada más que decir. La siguiente es una enorme mansión, imponente y lúgubre, de ladrillo rojo y con una buhardilla llena de claraboyas, una barandilla de hierro en la parte superior plana, y tantos abetos rojos y blancos alrededor que apenas si se distingue la casa. Debe ser espantosamente oscura adentro. Y la tercera y última es Álamos Ventosos, justo en la esquina; una calle cubierta de hierba en el frente y un verdadero y hermoso camino campestre, sombreado de árboles, del otro lado.

    Me enamoré de ella al instante. Ya sabes que hay casas que te impresionan a primera vista por alguna extraña razón difícil de comprender. Álamos Ventosos es así. Podría describirla como una casa de madera blanca… muy blanca… con persianas verdes… muy verdes… con una torre en una esquina y una claraboya a ambos lados, una pared baja de piedra que la separa de la calle, con álamos que crecen a intervalos a lo largo y un gran jardín en la parte trasera con flores y vegetales entremezclados deliciosamente. Sin embargo, no lograría transmitirte todo el encanto que tiene. En síntesis, es una casa con una personalidad encantadora y con algo que me recuerda a Tejados Verdes.

    —Este es el lugar indicado para mí… estaba predestinado —comenté, encantada.

    La señora Lynde me miraba como si no confiara demasiado en la predestinación.

    —Será una larga caminata hasta la escuela —dijo, algo dubitativa.

    —No me importa. Será un buen ejercicio. Oh, mire ese adorable bosquecito de abedules y arces del otro lado del camino.

    La señora Lynde lo miró, pero lo único que dijo fue:

    —Espero que no te devoren los mosquitos.

    Yo también lo esperaba. Detesto los mosquitos. Un mosquito puede mantenerme más despierta que los remordimientos de conciencia.

    Me alegré de que no tuviéramos que entrar por la puerta principal. Se veía tan imponente… una enorme puerta de madera veteada de doble hoja, con paneles laterales de vidrio rojo con un diseño de flores. No parecía tener nada que ver con la casa. La pequeña puerta lateral verde, a la cual llegamos después de atravesar un encantador sendero de piedritas planas y delgadas, por tramos cubierto de césped, era mucho más amigable y atractiva. El sendero estaba bordeado de prolijas franjas de hierba, corazones sangrantes, lirios atigrados, claveles, abrótanos, margaritas blancas y púrpuras y las flores que la señora Lynde llama pionías. Por supuesto que no estaban todas en flor en esta época, pero se veía que habían florecido a su debido tiempo y lo habían hecho bien. Había una parcela con rosas en un rincón alejado entre Álamos Ventosos y la lúgubre casa, cerca de una pared de ladrillos cubierta por una enredadera y, en el centro, una puerta de un desteñido color verde con un enrejado en forma de arco por encima. La puerta estaba atravesada con ramas de hiedra, de modo que era evidente que no la habían abierto en mucho tiempo. En realidad, era una media puerta, ya que la mitad superior era un simple óvalo abierto a través del cual se alcanzaba a ver un selvático jardín del otro lado.

    Justo cuando atravesamos el portón del jardín de Álamos Ventosos, percibí una pequeña mata de tréboles junto al sendero. Un impulso me llevó a agacharme para observarlos. ¿Puedes creerlo, Gilbert? Allí, delante de mis ojos, ¡había tres tréboles de cuatro hojas! ¡Hablando de presagios! Ni siquiera los Pringle pueden luchar contra eso. Y estaba segura de que el banquero no tenía ni la más mínima oportunidad.

    La puerta lateral estaba abierta, así que era evidente que había alguien en casa y no fue necesario buscar la llave debajo de la maceta. Golpeamos a la puerta y Rebecca Dew la abrió. Supimos que era ella porque no podría haber sido ninguna otra persona en todo el mundo. Y no podría haberse llamado de ninguna otra manera.

    Rebecca Dew tiene unos cuarenta años; y, si a un tomate le creciera pelo negro desde la frente, tuviera pequeños y brillantes ojos negros, una nariz diminuta con una punta prominente y una boca en forma de ranura, tendría el mismo aspecto que ella. Todo en ella es demasiado corto: brazos, piernas, cuello y nariz… todo menos la sonrisa. Es tan larga que va de oreja a oreja.

    Pero no la vimos sonreír en ese momento. Tenía una expresión muy seria cuando le pregunté si podía ver a la señora MacComber.

    —¿Se refiere a la señora del capitán MacComber? —preguntó en tono de reproche, como si hubiera por lo menos una docena de señoras MacComber en la casa.

    —Sí —dije sumisamente. Y de inmediato nos condujo a la recepción y nos dejó allí. Era una sala bastante agradable, algo abarrotada de tapetes en los respaldos de los sillones, pero con una atmósfera serena y amistosa que me gustó. Cada mueble tenía su propio lugar particular que había ocupado durante años. ¡Cómo brillaban esos muebles! No hay abrillantador en el mercado que produzca ese brillo de espejo. Yo sabía que se debía al trabajo duro de Rebecca Dew. Sobre la repisa de la chimenea, había un navío con todas sus velas dentro de una botella que despertó el interés de la señora Lynde. No podía entender cómo había podido ir a parar allí… pero pensaba que le daba al salón un toque náutico.

    Entraron las viudas. Me agradaron de inmediato. La tía Kate era alta, delgada y gris, y tenía un aspecto algo severo, exactamente como el de Marilla; y la tía Chatty era baja, delgada, gris y un poco melancólica. Es posible que haya sido muy bonita alguna vez, pero ya no queda nada de su belleza, excepto los ojos. Son adorables: dulces, grandes y castaños.

    Les expliqué mi situación y las viudas se miraron entre sí.

    —Tenemos que consultarle a Rebecca Dew —dijo la tía Chatty.

    —Sin duda —agregó la tía Kate.

    En consecuencia, llamaron a Rebecca Dew, quien vino desde la cocina. El gato también vino con ella, un enorme y peludo gato maltés, con el pecho y el collar blancos. Me hubiera gustado acariciarlo, pero recordé la advertencia de la señora Braddock y lo ignoré.

    Rebecca me miró sin un atisbo de sonrisa.

    —Rebecca —dijo la tía Kate que, según descubrí, no malgasta sus palabras—, la señorita Shirley quiere alojarse aquí. No creo que podamos admitirla.

    —¿Por qué no? —preguntó Rebecca Dew.

    —Tendrías demasiado trabajo —dijo la tía Chatty.

    —Estoy muy acostumbrada al trabajo —replicó Rebecca Dew. No se pueden separar esos nombres, Gilbert, es imposible… aunque las viudas lo hacen. La llaman Rebecca cuando se dirigen a ella. No sé cómo lo logran.

    —Estamos bastante mayores para soportar jóvenes que entran y salen —insistió la tía Chatty.

    —No generalice —señaló Rebecca Dew—, yo solo tengo cuarenta y cinco años y aún conservo todas mis facultades intactas. Y creo que sería agradable tener a una joven en la casa. Una mujer es mejor que un varón, sin duda. El varón se la pasaría fumando día y noche… nos incendiaría la casa. Si tienen que tomar a un pensionista, yo les aconsejo que la tomen a ella. Pero por supuesto que es su casa.

    Ilustración

    Después de hablar, se esfumó… como tanto le gustaba decir a Homero. Sabía que el asunto estaba decidido, pero la tía Chatty dijo que yo debía subir a ver si la habitación me parecía adecuada.

    —La alojaremos en el cuarto de la torre, querida. No es tan amplio como el de huéspedes, pero tiene un hueco para el conducto de una estufa, para el invierno, y una vista mucho más bonita. Se puede ver el cementerio desde allí.

    Supe enseguida que me encantaría la habitación… tan solo el nombre, el cuarto de la torre, hacía que sintiera estremecimientos. Me sentía como si fuera parte de aquella canción que cantábamos en la escuela de Avonlea sobre una señorita que vivía en una torre alta junto al mar gris. Resultó ser un lugar encantador. Subimos por una escalerita curva que llevaba a un descanso. La habitación era bastante pequeña, pero no tan pequeña como aquel horrible cuarto del pasillo que tuve durante mi primer año en Redmond. Tenía dos ventanas, una que miraba al oeste y otra más grande que miraba al norte; y en la esquina formada por la torre, había otra ventana de tres hojas que se abría hacia afuera y estantes debajo, para mis libros. El piso estaba cubierto con alfombritas redondas y bordadas. La gran cama tenía un dosel y una colcha de plumas, y se la veía tan lisa y estirada que daba lástima estropearla durmiendo en ella. Y, Gilbert, es tan alta que para subirme a ella tengo que trepar por una graciosa escalerita movible que durante el día se esconde debajo de la cama. Al parecer, el capitán MacComber compró el artefacto en algún lugar del extranjero y lo trajo a casa.

    En uno de los rincones había un bonito armario con estantes adornados con papel blanco festoneado y ramilletes de flores pintados en la puerta. Había un almohadón azul sobre el asiento bajo la ventana… un almohadón con un botón en el centro, de modo que parecía una dona gorda y azul. Y había un lavabo con dos estantes, en el superior apenas cabían una jarra y una jofaina azules; y en el inferior, una jabonera y una jarra para agua caliente. Tenía un cajoncito con un tirador de bronce lleno de toallas y, sobre el estante que estaba encima, descansaba una dama de porcelana blanca, con zapatitos rosados, moño dorado y una rosa roja de porcelana en sus cabellos rubios.

    La habitación entera estaba bañada por la luz que llegaba a través de las cortinas color maíz, y las paredes blancas estaban cubiertas con un estupendo tapiz donde caían las sombras de los álamos que estaban fuera: un tapiz viviente, vibrante y en permanente cambio. Me pareció una habitación muy alegre. Me sentí la muchacha más rica del mundo.

    —Estarás segura allí, eso es —dijo la señora Lynde cuando nos íbamos.

    —Supongo que algunas cosas me parecerán algo opresivas después de la libertad que tenía en la Casa de Patty —dije en tono de broma.

    —¡Libertad! —resopló la señora Lynde—. ¡Libertad! No hables como una yanqui, Anne.

    Me he mudado hoy, con mis bolsos y todo mi equipaje. Por supuesto que fue triste abandonar Tejados Verdes. No importa con qué frecuencia y por cuánto tiempo me aleje de allí, en cuanto llegan las vacaciones, vuelvo a ser parte de Tejados Verdes como si jamás me hubiese ido y mi corazón se desgarra cuando tengo que partir. Pero sé que me gustará estar aquí. Y le agrado a esta casa. Siempre sé si le agrado a una casa o no.

    La vista desde mis ventanas es hermosa, hasta la del antiguo cementerio, que está rodeado por una hilera de oscuros abetos y al que se llega por un camino sinuoso con acequias a los costados. Desde la ventana del oeste, puedo ver el puerto a la distancia, sus costas brumosas, los encantadores veleros que tanto me gustan y los barcos que parten hacia puertos desconocidos… ¡qué frase tan fascinante! ¡Hay tanto espacio para la imaginación en ella! Desde la ventana que da al norte veo el bosquecito de abedules y arces que está del otro lado de la calle. Sabes que siempre adoré los árboles. Cuando estudiábamos a Tennyson en las clases de Literatura en Redmond, siempre me sentía identificada con el pobre Enone, que penaba por sus pinos destrozados.

    Más allá del bosque y del cementerio, hay un adorable valle, atravesado por una calle que parece una cinta roja brillante y salpicado de casitas blancas. Algunos valles son adorables… no podría decirte por qué. El solo hecho de mirarlos causa placer. Y más allá está mi colina azul. La llamaré el Rey de las Tormentas… por la pasión dominante, etcétera.

    Puedo estar completamente sola aquí arriba cuando lo desee. Sabes que es agradable estar sola de vez en cuando. El viento será mi amigo. Gemirá, suspirará y cantará alrededor de mi torre… el viento blanco del invierno… el viento verde de la primavera… el viento azul del verano… el viento púrpura del otoño… y los vientos desenfrenados de todas las estaciones… viento de tormenta que cumple su promesa. Siempre me encantó esa frase bíblica, como si cada viento tuviera un mensaje para mí. Y siempre envidié a ese muchacho del cuento de George MacDonald que voló con el viento norte. Alguna noche, Gilbert, abriré la ventana de la torre y me dejaré abrazar por el viento… y Rebecca Dew nunca sabrá por qué mi cama quedó intacta esa noche.

    Mi amor, espero que cuando encontremos nuestra casa de ensueño haya vientos alrededor de ella. Me pregunto dónde estará esa casa desconocida. ¿Me gustará más a la luz de la luna o al amanecer? Ese hogar futuro donde habrá amor y amistad y trabajo… y algunas aventuras divertidas para hacernos reír en la vejez. ¡La vejez! ¿Seremos viejos alguna vez, Gilbert? Me parece imposible.

    Desde la ventana izquierda de la torre veo los techos de la ciudad… este lugar donde viviré por lo menos un año. Las personas que viven en esas casas serán mis amigos, aunque aún no los conozca. Y tal vez, también mis enemigos. Pues las personas del tipo de las Pye se encuentran en todas partes, con diferentes apellidos; y, según parece, tendré que lidiar con los Pringle. Mañana comienza la escuela. ¡Tendré que enseñar Geometría! Seguramente no será peor que aprenderla. Le ruego al cielo que no haya genios de las matemáticas entre los Pringle.

    Solo hace medio día que estoy aquí, pero siento como si hubiese conocido a las viudas y a Rebecca Dew toda mi vida. Ya me pidieron que las llamara tías y yo les pedí que me llamaran Anne. Una vez llamé a Rebecca Dew señorita Dew.

    —¿Señorita qué? —exclamó.

    —Dew —dije sumisamente—, ¿no es ese su nombre?

    —Bueno, sí, pero no me han llamado así en tanto tiempo que me causó impresión. Mejor no lo haga más, señorita Shirley, no estoy acostumbrada.

    —Lo tendré en cuenta, Rebecca… Dew —dije, haciendo el mayor esfuerzo por suprimir el Dew, pero sin lograrlo.

    La señora Braddock tuvo razón al decir que la tía Chatty era sensible. Lo descubrí a la hora de la cena. La tía Kate dijo algo acerca del cumpleaños número sesenta y seis de Chatty. Por casualidad, miré a Chatty y vi que… bueno, no había

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