¿Cataclismo o transición?
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Este libro es casi como el diario de un viaje frenético… El viaje de la humanidad que ahora, y cada vez más, se acerca a un incierto destino, en la medida en que, a pesar de las evidencias, pareciera empeñada en considerar aún como válida la peor de las opciones: aquella en la que el inmediatismo, el hedonismo y el economicismo son los parámetros para medir el éxito y el progreso de los individuos y de las sociedades. Este libro también es un relato de inteligencias (en cabeza de políticos, demógrafos, naturalistas, líderes religiosos, ecologistas y ecólogos) que, para bien o para mal, aviesas o virtuosas, cada una a su tiempo y en su época, han pretendido describir y explicar el planeta y su devenir. Inteligencias que en estas páginas convergen en una: la de François Gerlotto, que de manera racional, objetiva, argumentada y nada artificial en sus constructos —a contravía de estos algoritmos de moda reciente que parecieran, solo parecieran, tener, por encima de un cerebro humano, la capacidad infalible de observar, deducir, inferir y crear— nos explica y nos convence de la imperiosa necesidad de cambiar de modelo, so pena de un cataclismo planetario y en aras de una transición conciliable con el desarrollo de nuestra civilización.
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¿Cataclismo o transición? - François Gerlotto
François Gerlotto
Limoges, Haute-Vienne (Francia), 1948
Francés, director de investigaciones, ecólogo marino. Trabajó en cooperación con laboratorios del Caribe (Venezuela, Martinica, Cuba, México: 1980-1995) y de América del Sur (Chile, Perú: 2000-2008). Experto de la Unión Europea en la Organización Regional de Ordenamiento Pesquero Pacífico Sur (2008-2018). Miembro de las delegaciones peruanas a las COP 20 (Lima) y COP 21 (París). Presidente del Comité Científico del Instituto Humboldt de Investigación Marina y Acuícola (IHMA).
PhD (Universidad de Brest, Francia), HDR (Habilitación a Dirigir investigaciones, Universidad de Montpellier, Francia). Doctor Honoris Causa de la Universidad Pedro Ruiz Gallo (Lambayeque, Perú).
portadillaGERLOTTO, François
¿Cataclismo o transición? La ecología entre la espada y la pared / François Gerlotto. -- Huancayo: Universidad Continental, Fondo Editorial, 2023.
ISBN 978-612-4443-54-1
e-ISBN 978-612-4443-55-8
1. Contaminación ambiental 2. Cambio climático 3. Ecología 4. Política ambiental
363.73 (SCDD)
Datos de catalogación Universidad Continental
Es una publicación de Universidad Continental
¿Cataclismo o transición? La ecología entre la espada y la pared
Título original: Cataclysme ou transition ? L’écologie au pied du mur
François Gerlotto
Primera edición digital en español
Huancayo, junio de 2023
© Autor
© Universidad Continental S. A. C.
Av. San Carlos 1980, Huancayo, Perú
Teléfono: (51 64) 481-430 anexo 7863
Correo electrónico: fondoeditorial@continental.edu.pe
www.ucontinental.edu.pe
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.° 2023-05200
ISBN 978-612-4443-54-1
ISBN electrónico 978-612-4443-55-8
Foto de cubierta: https://www.freepik.es/foto-gratis/cambio-climatico-contaminacion-industrial_21248836.htm
Traducción: Juan José Cárdenas
Corrección de estilo: Elio Vélez Marquina
Diseño de cubierta y diagramación: Yesenia Mandujano Gonzales
Cuidado de edición: Jullisa del Pilar Falla Aguirre
La obra ha sido sometida al proceso de arbitraje o revisión de pares antes de su divulgación. El contenido de esta obra es responsabilidad exclusiva de su autor. No refleja necesariamente la opinión de la Universidad Continental. Queda prohibida la reproducción por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso del autor y de la Universdiad Continental.
Contenido
Presentación
Prólogo
Introducción
Primera parte
El hombre
¿Está la Tierra sobrepoblada?
El error de Malthus
Primera etapa: 1960-2000 y el Club de Roma
Segunda etapa: el periodo actual (desde 2000)
¿Seremos capaces de sobrevivir?
La encrucijada
La confiscación
El compartir
Segunda parte
El ecosistema
¿Qué es un ecosistema?
Los efectos de la polución y del cambio climático
Calentamiento global
Contaminación
¿Y los ecologistas?
El confort
La empatía
El business
El miedo a las consecuencias de la explosión demográfica
La negación del riesgo asociado al consumo de energía
Propuestas para una ecología política
Tercera parte
¿Cómo actuar?
Hacia el establecimiento de una política ecológica
La alimentación
Paul Watson y Sea Shepherd: Debemos dejar de explotar los océanos.
¿A favor o en contra de los OGM?
La energía
Primera pregunta: ¿Debemos proseguir con la política de energía abundante y barata?
Segunda pregunta: mientras haya necesidad de energía barata, ¿cuál fuente elegir, sabiendo que ciertas categorías de combustible (petróleo, uranio...) están en vías de agotamiento?
Entonces, ¿qué hacer?
La biodiversidad
¿Qué es la biodiversidad?
¿Qué tan importante es la biodiversidad?
Cuarta parte
Los movimientos de población
La tendencia hacia el gregarismo: ¿una respuesta a la presión demográfica?
Los grandes movimientos de poblaciones
La inmigración en Francia: ¿fortuna o catástrofe?
Balance general de estos movimientos de población
Conclusiones
Sí, dice el biólogo.
No, dice el político.
El crecimiento y el PIB
La perversión de las ideas
Las mentiras políticas
El voluntarismo antiecológico
Y ahora, entonces, ¿qué debe hacer el ecologista?
En resumen
Adenda a la edición original en francés
Las lecciones del coronavirus. El punto de vista del ecosistema
Bibliografía
Presentación
11¿Cataclismo o transición? Entre la espada y la pared del Dr. François Gerlotto es un libro necesario para quienes asumen la responsabilidad de dirigir las naciones. Pero, sobre todo, es un libro fundamental para que el Homo economicus asuma el rol que le corresponde en el siglo XXI, el de un Homo ecologicus. Si bien Gerlotto, con un estilo llamativo que combina su doctitud académica con estimulante ironía, reflexiona desde la coyuntura francesa, ha escrito un libro clave para trazar la hoja de ruta de la humanidad entendida más allá de las ciudades. Este es un libro que sitúa al lector en su calidad de habitante de la biósfera.
La ecología se nos revela en este libro como una ciencia transversal con mayor o menor predominio en los saberes del siglo XXI: ¿cómo pensar en desarrollo territorial, ambiental o sostenible si no se ha precisado, por ejemplo, un concepto engañoso como el de energía renovable. Gerlotto nos explica que deberíamos pensar en fuentes inagotables de energía o en una fuente infinita de la misma. Pero la energía no se renueva. Muchos, sin embargo, defienden esa paradoja.
Desde la Escuela de Posgrado de la Universidad Continental, se ofrecen doctorados, maestrías, diplomados y una serie de actividades que se enfocan en ámbitos prioritarios para el Perú: la salud pública, el servicio a la ciudadanía e, inclusive, la minería responsable. Todo ello supone una existencia armoniosa entre el hombre y su entorno. Pero ese equilibrio entre la expansión cultural de la humanidad sobre la biósfera es descrito por el autor, de modo inquietante, como un camino arduo. El primer paso es la publicación. Con su lectura empieza el recorrido.
Jaime Sobrados
Director de la Escuela de Posgrado
Universidad Continental
Prólogo
11François Gerlotto es un biólogo marino francés que, en su recorrido por el mundo, se ha distinguido como un investigador científico acucioso. Asimismo, posee dotes de lúcido y ameno comunicador, como lo demuestra en esta obra que tenemos el gusto y honor de prologar.
Luego de graduarse en Francia como biólogo marino, François hizo sus primeras investigaciones científicas y trabajos de extensión en Abijan, Costa de Marfil, y Dakar, Senegal, durante la década de 1970. Con el paso del tiempo, desempeñó cargos cada vez más importantes como investigador, profesor y director de investigaciones en la Isla de Margarita, Venezuela; en Fort-de-France, Martinica; en Cuba y en varias locaciones de Europa, particularmente en Brest y Montpellier, Francia. A partir del año 2000, se trasladó a Chile y Perú; y en 2006, a Bruselas como experto UE. Pero su inquietud e interés en las investigaciones del mar y sus recursos pesqueros lo han llevado a visitar muchos otros lugares en los cinco continentes. Ha participado en cruceros científicos, paneles de expertos, grupos de trabajo, conferencias y otras formas de colaboración científica, en algunas de las cuales tuvimos la ocasión de coincidir y trabajar conjuntamente en varias actividades de investigación pesquera.
Somos, pues, testigos de su seriedad inquisitoria al tratar de entender cómo funcionan los recursos pesqueros y los ecosistemas de los ambientes marinos que los albergan. Más recientemente, mientras muchos de sus coetáneos pensamos ya en la jubilación, François mantiene vivo su interés y esfuerzos para tratar de entender qué está pasando con la humanidad y la ecología del planeta Tierra que nos hospeda. A ello hay que sumarle otra virtud notable, que es su sencillez en el trato y su elocuencia tanto en la solaz tertulia como en la comunicación de sus ideas y presentación de los hallazgos resultantes de sus estudios e investigaciones. Esto lo hace sin temor de romper mitos y esquemas, ni de decir la verdad o, al menos, lo que considera cierto, duélale a quien le duela, y aunque incomode a quien incomode, incluyendo a quienes quizás están demasiado cómodos, rodeados de cierta dosis de ignorancia sobre lo que está ocurriendo a su alrededor y lo que les espera.
En esta obra, escrita en un lenguaje ameno, pero a su vez serio, crudo y bien documentado, François vino a echarle a perder la fiesta a muchos. A nosotros mismos entre ellos. Y sí, porque mientras nos encontrábamos confortablemente repantigados gozándonos el mundo en que vivimos, nuestro colega y amigo nos viene a hablar de sus observaciones (y nos tentó a leer), hallazgos y conclusiones más recientes, que, como descarnadamente lo indica en el título de su obra, nos muestran que la ecología se encuentra en crisis, que está entre la espada y la pared. Pero no se trata de la ecología en abstracto. Se trata de la ecología del planeta en el que vivimos, de la cual somos parte integral. En este libro, un poco en tono de denuncia, un poco en tono de sentencia y otro poco en tono de casi paternal admonición, nos conmina a adentrarnos en el verdadero significado de Ecología, además considerada a la escala de un planeta que, por años, hemos venido modificando, mejorando de a pocos y perturbando y contaminando en mucho.
Entre otras observaciones e interrogantes, François comienza preguntándose, y preguntándonos, «¿por qué la opinión pública, tan preocupada siempre por nuestra calidad de vida, ha sido incompetente para forzar a los gobiernos a actuar con determinación para desarrollar un verdadero programa ecológico?». Y sí, nos debemos preguntar: ¿por qué somos tan incompetentes para actuar contra las causas y consecuencias de «el calentamiento global, la contaminación local, la elevación del nivel del mar, la acidificación de los océanos, el continente de plástico, el colapso de la biodiversidad, la reincidencia de los eventos caniculares, la explosión demográfica, los éxodos masivos, los riesgos nucleares, la crisis alimentaria, el derretimiento de los glaciares, el empobrecimiento de los suelos, el agotamiento del petróleo y otros recursos no renovables, la sobreexplotación de los mares» y muchos otros evidentes impactos ecológicos que nos afectan?
François pasa luego a describirnos la confusión y posiciones «profundamente contradictorias» de los expertos que deberían darnos indicaciones sobre qué hacer y cómo actuar ante estos impactos, cuyos consejos están dominados por dos fuertes grupos y corrientes de pensamiento contrapuestos: los catastrofistas y los negacionistas. Los primeros tienden a concluir que «...hemos deteriorado el tejido ecológico del planeta hasta el punto de prontamente convertirlo en invivible para el hombre» y que, por lo tanto, ya «...la humanidad se fregó». Mientras que del otro lado, los negacionistas, sin siquiera pretender llegar a conclusiones (…que deberían ser fruto del estudio y examen razonado de una serie de datos), más bien han venido proclamando con gran efecto mediático usando los «potentes altavoces» de ciertas posiciones de poder —como la que tuvo quien fuera el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América— que «el cambio climático no es más que un mal chiste» y «que el hombre no tenía [ni tiene] ninguna responsabilidad en un eventual —¡y cuán discutible!— cambio climático» si es que en efecto se estuviera produciendo.
Al examinar estas dos extremas posiciones, las catastrofistas y las negacionistas, François nos hace notar que «aunque son completamente opuestas, derivan paradójicamente en el mismo resultado: no hacer nada. En efecto, para qué intentar hacer algo si ya todo está condenado, o, al contrario, si todo va bien» y no hay nada que podamos o debamos cambiar. Sin embargo, acto seguido, nos prende también una luz de esperanza al final de ese túnel catastróficamente oscuro al afirmar que «Existe, sin embargo, una vía intermedia de la cual podemos mostrar dos representaciones». Y es en torno a esta afirmación y velada propuesta de remisión que no se priva de sugerencias, de necesarios actos de constricción, que discurre el resto de esta obra, que sugerimos leer con atención.
A través de su lectura, François nos ilustrará sobre la evolución demográfica y los problemas de la sobrepoblación mundial, sus múltiples impactos sobre la ecología del planeta y sobre aspectos quizás más tangibles y aparentemente más apremiantes, como «la necesidad de proporcionar una cantidad de alimentos suficiente a las personas que pueblan y poblarán la Tierra (incluido el acceso al agua)»; la necesidad de decidir si «debemos continuar con la política de energía abundante y barata [y, en este caso] qué fuentes elegir, sabiendo que algunas están en proceso de agotamiento»; la necesidad de preservar la biodiversidad; evitar la extinción de especies valiosas para los ecosistemas acuáticos y terrestres y controlar la domesticación e introducción de especies con fines puramente productivos, a fin de no terminar rodeados de moscas y con «caca de vaca» hasta los tobillos. Esto último no es una metáfora, pues, efectivamente, François nos relata que esta circunstancia ocurrió en Australia luego de que los colonizadores británicos «introdujeron ganado vacuno y ovino e iniciaron una actividad agrícola extensiva a gran escala [¡muy exitosa por cierto!], pero que a mediados del siglo XX comenzó a mostrar sus efectos, cuando el estiércol de los vacunos no desaparecía espontáneamente como ocurre en otros lugares, [y más bien] se acumulaba en la superficie del suelo, hasta el punto de destruir por completo pastos y poner en peligro no solo la actividad ganadera, sino también todo el ecosistema de la sabana, por no hablar de otro tipo de molestias asociadas a las invasiones de moscas que terminaron haciendo la vida imposible, además de transmitir múltiples enfermedades».
Ello nos recuerda que la introducción de especies fuera de sus ambientes naturales también puede ser un problema. Y precisamente, mientras nos disponíamos a escribir este prólogo, uno de nosotros oía el graznido de decenas de guacamayas —o papagayos, como denominan a estas vistosas aves en otras partes del mundo hispano— cerca de la misma ventana desde la cual hace algunos años solía embelesarse viéndolas rasgar ocasionalmente con sus colores primarios el cielo caraqueño. Y el otro de nosotros recordaba sus paseos por parques y alamedas limeñas escuchando a los menos vistosos, pero igualmente estruendosos loros y pericos, que hasta hace pocos años no estaban ahí. Pero que en el último par de decenios y un poco sin control, han sido traídos a Lima como mascotas, y por descuido o hastío de sus dueños han escapado o han sido liberados, pasando a poblar por introducción del hombre muchas de las áreas verdes de la capital peruana que, hasta hace poco, les era ajena. Ahora miramos y escuchamos estas guacamayas, loros y pericos con escrúpulo y recelo. Esta hiperabundancia urbana de estas aves originalmente selváticas, se parece mucho, aunque las causas puedan ser también otras, a la de los «pájaros, jabalíes, zorros, venados y un gran etcétera, circulando por ciudades desiertas…» con las que François nos introduce en este mundo de desequilibrios. Los desastres ecológicos se hacen ahora más patentes, tocando pulmones, sangre y ojalá conciencias, debido al nuevo coronavirus que se ha hecho sentir de igual manera en las ciudades de Europa —en una de las cuales estuvo confinado por más de dos años nuestro autor —, de América del Norte y Latina —en dos de las cuales estuvimos también confinados los autores de este prólogo— y, por supuesto, allá lejos en Asia, geografía de origen de esta última pandemia.
El SARS-COV-2 y sus consecuencias en nuestras vidas, como individuos y como sociedad, es apenas una de las decenas de manifestaciones que encontraremos en esta breve pero inapelable y lúcida reflexión pergeñada originalmente en Francia, pero que es, creemos, de interés y alcances mucho más amplios, pues la crisis es de escala global. Y esta pandemia, de la cual aún tratamos de salir después de más de tres años, nos enrostra con más fuerza y hasta con cierta violencia, el carácter disfuncional del modelo que hemos venido intentando y aún intentamos imponerle al mundo entero, y nos echa en cara la forma absurda con la que nos estamos relacionando con el ambiente. O, mejor dicho, con la forma en que pretendemos hacer caso omiso de su determinismo universal e ineludible.
Ciertamente esta actitud compromete nuestro porvenir ¿como especie?, ¿como sociedad? Y la covid-19 es uno más de los muchos problemas globales graves, entre decenas de miles de escala local, cuyos orígenes se pierden en los tiempos aquellos en los que comenzábamos a quitar y poner elementos del ecosistema, sin considerar sus efectos sobre los servicios que este provee. Tiempos en los que empezamos a cuantificar la viabilidad y el éxito de sociedades y países con indicadores economicistas, que no se corresponden con la inexorabilidad, con las escalas temporales y con la dimensión de los procesos que ordenan el funcionamiento del planeta.
Pero no pretendemos ni sería apropiado mermar el interés, la cierta dosis de suspenso y las expectativas de eventual goce con las que el lector podría estar abordando la lectura de esta amena y provocativa obra si le diéramos más detalles o le anticipáramos cómo termina. Por ello, para culminar estas líneas, solo nos limitaremos a señalar que, así como inicialmente nos echa a perder la fiesta, François también nos describe un camino de salida, aunque no exento de los sacrificios que supondría un cambio de modelo y más: una nueva «política de civilización» que no será, podemos imaginar, fácil de implementar.
La Ciencia lo ha demostrado con creces. El tema es ahora cómo exhortar, cómo exigir, cómo imbuir a los líderes de la política y la economía mundial de una evidencia que hace ya rato es axiomática: el poder económico y las ideologías, como vacuna, no sirven absolutamente para nada si no se actúa tempestivamente y a nivel global para proteger y preservar este gran ecosistema del cual somos solo parte y no dueños.
Jorge Csirke
Lima, Perú & Cary, N.C., USA
Juan José Cárdenas
Caracas, Venezuela
Marzo 2023
«La evolución del hombre no ha sido en la dirección de una adaptación pasiva a ecosistemas más maduros, sino que está siendo sostenida activamente por una regresión del resto de la biosfera. En este sentido, la tecnología y la vida moderna son muy despilfarradoras. El hombre no solo es un problema para sí, sino también para la biosfera en que le ha tocado vivir».
Ramon Margalef
Introducción
11La ecología, o, más precisamente, la inquietud por la ecología, se ha convertido en un tema omnipresente, y no hay día en que los medios de comunicación no nos adviertan profusamente sobre el calentamiento global, la contaminación local, la elevación del nivel del mar, la acidificación de los océanos, el continente de plástico, el colapso de la biodiversidad, la reincidencia de los eventos caniculares, la explosión demográfica, los éxodos masivos, los riesgos nucleares, la crisis alimentaria, el derretimiento de los glaciares, el empobrecimiento de los suelos, el agotamiento del petróleo y otros recursos no renovables, la sobreexplotación de los mares, el envenenamiento por neocotinoides, la colonización de los espacios naturales por organismos genéticamente modificados, la muerte masiva de las abejas, la proliferación de especies invasoras, las nuevas pandemias, la desaparición de las aves, el incremento de la esterilidad masculina, la extenuación de los recursos hídricos, las guerras asociadas, y quién sabe cuántas cosas más. Lo único que falta en la lista es el raton-laveur del poema «Inventario» de Prévert¹. Claro… ¡cómo podría estarlo si este animalito también debe estar en vías de extinción!
¿Por qué, entonces, visto lo anterior, las políticas ecológicas, o mejor, la ecología política prácticamente no existe? ¿Por qué nuestro ministro de Estado², una de las figuras políticas más relevantes para los franceses, un personaje curtido en el lobbying y en sus comparecencias en los medios, ya tiró la toalla clamando su incompetencia para generar los cambios necesarios en las políticas públicas? ¿Por qué, si en sus discursos de política internacional Francia manifiesta su voluntad de crear una organización ecológica de sociedades humanas, el propio país no posee una verdadera política ecológica interna? ¿Por qué, pues, iniciativas venturosas como la «Grenelle del Ambiente³», los acuerdos de la COP 21, la transición ecológica, y la economía circular se hunden en el olvido una tras otra? Los propios miembros de movimientos ecologistas, que sabemos genuinamente interesados por la calidad ambiental, ¿por qué han sido incapaces de imponer las medidas adecuadas para resolver estos problemas? ¿Por qué pareciera que se desmarcan del juego político? Finalmente, ¿por qué la opinión pública, tan preocupada siempre por nuestra calidad de vida, ha sido incompetente para forzar a los gobiernos a actuar con determinación para desarrollar un verdadero programa ecológico?
¡Qué paradoja! Justo en el momento en el que necesitamos de reflexiones serias sobre la ecología, de observaciones objetivas y de propuestas sólidas —es decir, ahora, cuando requerimos urgentemente que se defina una ecología política que pueda implementar, de manera resuelta y perdurable, una política ecológica eficaz—, nada parece concretarse y, más bien, todo parece disolverse ante nuestros ojos. ¿Por qué ocurre esto? Nadie duda de que las razones son múltiples y complejas. Será necesario entonces desenmarañar esta complejidad y analizar su origen, si es que queremos lograr conclusiones sensatas. Y esto es algo tremendamente urgente, sobre todo si consideramos el enorme desperdicio de tiempo en dilaciones y discusiones infinitas no acompañadas, en lo más mínimo, de acciones efectivas. Ese tiempo que hubiera debido ser invertido en hacer evolucionar nuestras sociedades hacia actividades y maneras de funcionar no perjudiciales para el ambiente.
Y no es que no hayamos sido advertidos oportunamente: los primeros avisos datan de la década de 1960, emanados por el Club de Roma⁴, quien, en primer lugar y en virtud del incremento demográfico galopante, comenzó a darse cuenta de los cambios ambientales que este fenómeno podría generar. De esto ya hace casi sesenta años; los trastornos entonces predichos están efectivamente teniendo lugar en el presente, pero hoy es tarde: ya no es el momento de intentar controlar la evolución de los ecosistemas; mucho menos tenemos el tiempo de prepararnos para ello. A estas alturas, lo que nos queda es adaptarnos… por las buenas o por las malas.
Busquemos, entonces, las razones de esta paradoja. En primer lugar, hay una evidente que no no podrá sorprendernos: nosotros, en tanto ciudadanos, carecemos completamente de orientación. No contamos con un «manual de ecología política» serio y creíble. No sabemos cuáles serían las buenas decisiones por tomar a este respecto, puesto que ignoramos cuáles son las prioridades. Además, en el ámbito de los expertos —aquellos que deberían darnos indicaciones— todo es confusión y las posiciones de unos y otros son profundamente contradictorias. Entre ellos, los que hacen más ruido pueden dividirse resumidamente en dos grupos: los catastrofistas y los negacionistas. Veamos, a continuación, dos actores decididamente representativos.
Los catastrofistas
⁵
Un libro que ciertamente encarna la síntesis más acabada de esta corriente fue publicado recientemente por Paul Jorion (2016). Citemos:
Mi objetivo, aquí, no es convencer de que el género humano está amenazado de extinción: eso lo doy por sentado.
¡Caramba! Este personaje sí que tiene el mérito de la franqueza, y nos describe sin ambigüedad la posición catastrofista: debido a nuestra incapacidad innata para tomar decisiones diseñadas en función del largo plazo, hemos deteriorado el tejido ecológico del planeta hasta el punto de prontamente convertirlo en invivible para el hombre. Aunque hayamos analizado perfectamente las consecuencias de nuestras acciones, no queremos ni podemos corregir nuestra ruta y nos dirigimos alegremente hacia el abismo, procurando, mientras todavía es practicable, obtener a corto plazo el mayor beneficio individual posible. A esta afirmación, sigue un análisis en varias etapas:
Somos incapaces, tal como lo afirma Hegel, de aprender de la historia para orientar los actos que acometemos, por la simple razón de que el cortoplacismo está inscrito en nuestras reglas de contabilidad: mantener el planeta (…) debería ser considerado como una exigencia esencial. Sin embargo, la modalidad que hemos adoptado, haciéndolo invivible en fecha próxima, es obtener el máximo provecho en el menor tiempo posible.
Desde donde se mire, cualquiera que sea el ángulo de observación del autor, la conclusión es la misma: estamos confrontados a dinámicas exponenciales de crecimiento demográfico, de degradación del ambiente, de desaparición de recursos y, por tanto, nos dirigimos hacia el abismo. Destino por demás ineluctable y previsible desde el comienzo de la era moderna, dado que somos, siempre según este autor, «una especie colonizadora y oportunista que crece hasta invadir completamente su ambiente», y cuya «aptitud de razonamiento no será determinante en relación con su capacidad para modificar su comportamiento de cara a su destino biológico». Imposible, pues, alterar el rumbo; nuestra desaparición como especie es un hecho y nuestro destino está sellado.
Para Paul Jorion, esto viene de una herencia ligada a nuestra condición biológica:
Como consecuencia de nuestros impulsos, estamos condicionados por naturaleza a reproducirnos sin restricciones; nuestro crecimiento es exponencial mientras los límites físicos del medio no bloqueen bruscamente esta demografía cataclísmica.
También por naturaleza, somos incapaces de regular nuestro medio, tal cual los lemmings, e invadimos la tierra sin ninguna preocupación de hacer que el mundo que nos rodea sea renovable y durable. Dada su multiplicación irrefrenable, nuestra especie devora espacio y recursos sin consideración alguna, hasta su propia aniquilación.
Finalmente, somos incapaces de corregir la nefasta transformación que le imponemos al ambiente, a pesar de nuestras facultades cognitivas y nuestra perfecta comprensión de los riesgos que supone la presión que ejercemos sobre el planeta.
Habiendo hecho estas observaciones, Paul Jorion enuncia, entonces, tres posibles posiciones del hombre de cara a la catástrofe que se anuncia, asumiendo de entrada que la hipótesis de la extinción no es un espejismo:
(1) Esta hipótesis es verdadera, pero no nos importa; (2) Es verdadera y sí hay algo que se puede hacer al respecto; (3) Es verdadera, pero no hay nada que se pueda hacer al respecto.
Jorion deja entre las opciones una puerta entreabierta a una acción posible (hipótesis 2), en la que él mismo, sin embargo, no cree en lo absoluto. La conclusión catastrófica es pues despiadada: la humanidad se fregó.
Los negacionistas
Hemos buscado un trabajo reciente, equivalente al de Paul Jorion, que haya sido producido por el movimiento negacionista. Búsqueda infructuosa: pareciera que ya no tuviera herederos —al menos, no a nivel intelectual—, quizás debido a las evidencias del cambio climático en curso. Remontando un poco en el pasado se puede encontrar el libro de Claude Allègre⁶, un investigador y político francés que intentó demostrar en 2010 que el hombre no tenía ninguna responsabilidad en un eventual —¡y cuán discutible!— cambio climático. Desafortunadamente, su demostración resulta completamente incomprensible, de una escritura negligente, con referencias inaceptables⁷, afirmaciones no probadas, sin hablar de su esquema desordenado y de estilo ilegible. Pero, sobre todo, su trabajo presenta un cúmulo de errores o de mentiras asombrosas considerando que provienen de un investigador⁸, todo lo cual hace que los pronunciamientos de Allègre sean inaceptables. Hagámosle la caridad de no profundizar en el análisis de este bodrio. Además, hay que tener en cuenta que los negacionistas han encontrado un mejor representante a partir de 2017, en la figura de un heraldo que se llegó a encontrar en el más alto nivel de responsabilidad del planeta: Donald Trump, presidente de los Estados Unidos de América. Citémoslo:
El concepto de calentamiento global fue creado por China, para hacer que la industria estadounidense sea menos competitiva.
¡Otra vez, caramba! Esa era la posición de Donald Trump, climatoescéptico recalcitrante, que ya en 2012 había señalado en unos de sus «trinos» (tweets en inglés) al culpable de este «insólito disparate» que llamamos calentamiento global: China. Y pensar que, en el marco del PICC⁹, miles de investigadores, desde hace más de treinta años, han desmenuzado, para atrás y para adelante, gigantescas bases de datos climatológicos, y desarrollan y aplican innumerables modelos cada vez más sofisticados con el propósito de lograr conclusiones objetivas, todo esto sin darse cuenta de que tanto esfuerzo puede resumirse en apenas cinco palabras: ¡falacia inventada por los chinos! Donald Trump estaba convencido, o mejor dicho, él proclamaba (dado que se trata de un personaje sin convicciones, apartando aquellas que responden a sus tropismos del momento) que todas esas teorías sobre el clima son infundadas, y que los resultados del PICC son invenciones con fines políticos destinadas a constreñir a su país a reducir sus actividades rentables: apertura de minas de carbón; campos de exploración y explotación petrolera en Alaska y en el Ártico; relanzamiento de la construcción del oleoducto Keystone que conduciría el petróleo pesado canadiense a las refinerías tejanas; supresión de las áreas protegidas creadas por administraciones precedentes; exclusión de EE.UU. de los acuerdos de París (COP 21); reducción de más del 20 % del personal de la Agencia de Protección del Ambiente (que, dicho sea de paso, fue asignada a un climatoescéptico declarado); etc... y, pensarán Trump y sus adeptos: ... como no hay nada que nos impida hacerlo, lo haremos: no hay ninguna manifestación seria en esa corriente del cambio climático. Somos climatoescépticos porque el cambio climático no es más que un mal chiste (por estos días, en buen español lo llamaríamos fake news) inventado por lo chinos solo para fastidiarnos.
Queda claro, pues, que ante este tipo de manifestaciones es imposible analizar esta corriente política. Incluso en el caso de trabajos de investigadores como Claude Allègre, las argumentaciones son, o, mejor dicho, eran —puesto que los climatoescépticos son cada vez más tímidos y discretos— tan irrisorias y artificiosas que no pueden ser consideradas con seriedad.
Si en el caso de Paul Jorion podemos respetar sus reflexiones, que se fundamentan en hechos y análisis juiciosos (sin que por eso consintamos en su pesimismo), la posición de Donald Trump, negacionista absoluto del rol del hombre en la evolución del clima y en la polución del mundo, no merecería otra cosa que encogerse de hombros, dado el carácter absurdo de su enfoque. Pero tal posición tiene una buena carga de consecuencias. En efecto, Paul Jorion y sus discípulos son intelectuales cuyas reflexiones pueden discutirse y, eventualmente, inspirar una acción política que ellos no tratan de imponer; mientras que Trump, con su incapacidad absoluta para la reflexión, estuvo al timón e hizo lo que le vino en gana. Y lo que él quería está absolutamente divorciado de la realidad ecológica de nuestro planeta. No es el mundo lo que Donald Trump quiere preservar; es su ego.
Dicho esto, las dos posiciones, catastrofistas y negacionistas, aunque son completamente opuestas, derivan paradójicamente en el mismo resultado: no hacer nada. En efecto, para qué intentar hacer algo si ya todo está condenado, o, al contrario, si todo va bien.
Existe, sin embargo, una vía intermedia de la cual podemos mostrar dos representaciones.
La primera está descrita en la encíclica Laudato si’ del papa Francisco (2015). En ella, se presenta una visión de la ecología muy diferente a las dos anteriores señaladas más arriba. Es una visión a la vez inquietante y plena de esperanza¹⁰. Si bien el contexto es correcto, las causas están claramente identificadas y las soluciones metodológicas y técnicas allí preconizadas para reducir la presión sobre el ambiente son sensatas; su mensaje, demasiado cristiano y dirigido a un mundo occidental descristianizado, no tiene el mismo impacto que el de las otras dos posiciones. Sin