El misterio de Belén
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Esta historia apasionó tanto a sus nietos que le rogaron a su abuela que querían saber más, pero su abuela estaba fatigada y no pudo contarla de una sola vez, por lo cual dividió la historia en tres partes, las cuales fue contando de un año para otro hasta completarla. Al final del relato sus nietos se quedaron profundamente emocionados y recompensaron a su abuela con su amor.
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El misterio de Belén - Ana Leonor Mora Castro
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© Ana Leonor Mora Castro
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Imagen de portada:
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1181-774-5
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A mis hermanas con amor
NOTA DEL AUTOR
Si estás leyendo esta nota es que tienes en tus manos una historia que quizá conozcas o no; cuando la leas, te darás cuenta de que no es igual a la que normalmente se nos ha contado acerca del nacimiento del Mesías de Dios.
Esta historia está basada en hechos reales y en hechos revelados a ciertos santos que tuvieron la gracia de Dios para conocer estos hechos ocultos que nos facilitan la comprensión de los «Dogmas de Fe» relacionados con la Virgen María.
Fue por este motivo que decidí escribir este relato y para que todo aquel que lo lea, participe de toda la ternura que me hizo sentir cuando lo estaba escribiendo.
Deseo que este humilde relato contribuya a acercarte más al conocimiento de un hombre extraordinario que vino del cielo para compartir la vida, que él mismo había creado y también la muerte; para ser en todo igual a nosotros, menos en el pecado del cual vino a liberarnos y que nos perdona si realmente estamos arrepentidos.
El otro motivo principal que me movió a escribir este relato, es el hecho de que como sociedad hemos banalizado «la Navidad». La mayor parte de las personas percibe la Navidad como una época de regalos, de comidas copiosas, de encuentros familiares, que muchas veces acaban en tragedias, que nada tienen que ver con el verdadero significado de la Navidad que es el nacimiento del Mesías de Dios.
Por último, deseo que la lectura de este libro te sirva para la mejor comprensión de un acontecimiento que vino a cambiar nuestras vidas.
Espero que lo disfrutes.
EL MISTERIO DE BELÉN
(Primera Parte)
«Yo soy la esclava del Señor, hágase en
mí según su palabra» (Lucas 1, 26-38).
I
Después de la cena de Nochebuena, la víspera del día de Navidad, se sentaron los nietos mayores alrededor de su abuela y le dijeron:
—Abuela, cuéntanos un cuento como cuando éramos pequeños. Todavía recordamos aquellos cuentos que nos hacían soñar, siempre eran muy emocionantes.
—Vamos a ver —dijo la abuela—, voy a contarles una historia real; como ya sois un poco mayores, podéis comprenderla en su totalidad.
Sucedió el día de Nochebuena, la víspera de Navidad en la ciudad de Belén, hace ahora más de dos mil años.
Aquella tarde en el campo, había muchos pastores guiando a sus rebaños hacia los prados que estaban a las afueras de la ciudad.
Eran ya las seis de la tarde y en la ciudad muchas personas se afanaban en buscar un hostal para pasar la noche. Una pareja buscaba con insistencia sin poder encontrar, en ninguna posada, un lugar donde poder descansar. Habían agotado todas las posibilidades, incluyendo a algunos amigos y conocidos del esposo de la mujer que al verla a ella a punto de dar a luz se excusaban y les denegaban el hospedaje.
El día había sido muy ajetreado, habían venido personas de todas las ciudades de Israel para empadronarse por orden del emperador Augusto.
José, que así se llamaba el esposo, era un hombre ya maduro, había venido desde Nazaret a empadronarse junto a su esposa María, joven adolescente de alrededor de los quince años. Estaban muy cansados después de recorrer todos los hostales y las casas de los amigos y conocidos de José sin poder encontrar dónde alojarse.
La noche se acercaba y José desconsolado no sabía qué hacer; como había nacido y crecido en Belén, conocía todos los rincones de su tierra. Entonces recordó que conocía una cueva donde se refugiaban las ovejas o reses y algún que otro pastor que le hubiera cogido la noche antes de llegar a su destino.
En la cueva había un pesebre donde comían los animales, mucho heno esparcido por el suelo y un abrevadero natural que manaba de una roca.
José tomó a su esposa que estaba a punto de dar a luz y la ayudó a subir a la mula que los había llevado a Belén y se encaminaron hacia la cueva.
Era ya de noche, casi las once cuando llegaron a la cueva. El cielo estaba claro, había luna llena y se veían muchas estrellas, sin embargo, José sacó de su equipaje una lámpara de aceite, la encendió y tomó las riendas de la mula para dirigirla a la boca de la cueva, la ató como pudo en una piedra, mientras, lámpara en mano buscó un lugar dentro de la cueva para colocarla y que alumbrara el camino hacia la entrada donde había dejado la mula, quedándole las manos libres para poder ayudar a María a bajarse de la mula.
Ya una vez dentro de la cueva, los esposos empezaron a disponer cómo iban a acomodarse para descansar.
José recogió la paja esparcida por el suelo para formar tres montones, el más pequeño lo puso en el pesebre; los otros dos montones los puso uno a cada lado del pesebre con la intención de poder estar siempre vigilantes del niño que iba a nacer.
—Abuela —dijeron los nietos—, cuéntanos un poco sobre la vida de José.
—Está bien —contestó la abuelita un poco pensativa—… José era un hombre bueno que se había quedado viudo. Tenía varios hijos: cuatro varones y dos niñas. Sus nombres eran: Justo, el mayor, Judas, el segundo, Asia, la tercera, Lidia la cuarta, Simón el quinto y por último Santiago, que tenía nueve años, cuando murió su madre. José se entristeció mucho y no sabía qué hacer con el pequeño Santiago, ya que los otros eran mayores de edad, pero una de sus hijas que aún se encontraba soltera, le dijo a José que no se preocupara, que ella se haría cargo de él.
Cuando enviudó José, tenía una carpintería en la cual trabajaba con sus hijos mayores. Tenía la intención de dejarles el taller a sus hijos para poderse marchar a Nazaret donde le había salido un trabajo, y como tenía unos ahorros, quería montar en Nazaret otra carpintería, pero todo esto solo era una idea.
A los dos años de la muerte de su esposa, se casó con la joven María de Nazaret; doncella que había permanecido en el templo de Jerusalén desde los tres años hasta los trece, edad en que le vino la pubertad. Cuando ese momento estaba por llegar, los sacerdotes del templo convocaron a todos los varones solteros, viudos o en edad casadera de todas las ciudades de Israel para entregarles, a cada uno, una vara de lirio sin florecer; las cuales habían sido expuestas previamente ante el Sancta Sanctórum.
Al varón que le floreciera la vara, sería el esposo que había elegido Dios para María. Los sacerdotes habían tomado todas estas disposiciones para seguir las instrucciones que Dios les había comunicado por medio del urim y el tumim que eran unos dispositivos que llevaban los sumos sacerdotes en el pectoral.
Un día José estaba trabajando en su taller, cuando le llegó la notificación de que tenía que presentarse al templo para recibir una vara de lirio sin florecer. «¡Qué raro!», pensó José. «¿Para qué servirá un lirio sin florecer?». En ese mismo momento cerró el taller y se marchó a Jerusalén para dirigirse al templo; cuando por fin llegó, se encontró con muchos otros hombres que igual que él, habían sido comunicados por los sacerdotes.
Cuando todos los hombres estuvieron presentes, los sacerdotes les fueron repartiendo uno a uno la vara de lirio sin florecer que recogían del altar;