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Tierra Zombi Parte 6: Tierra Zombi
Tierra Zombi Parte 6: Tierra Zombi
Tierra Zombi Parte 6: Tierra Zombi
Libro electrónico156 páginas2 horas

Tierra Zombi Parte 6: Tierra Zombi

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Información de este libro electrónico

Cuatro años después del inicio de la catástrofe, Clarisse Stevens aún recorre las Rocallosas de Colorado y los alrededores de Boulder en busca del líder de los forajidos, Nick Elliot. Ella descubrirá su paradero y se dirigirá hacia su base. Se encontrará con sobrevivientes durante su viaje. No todos serán aliados. Clarisse deberá luchar por su supervivencia antes de llegar a su destino. El enfrentamiento final con Elliot y sus hombres se dará en la base de los forajidos. Clarisse se enfrentará a un ejército de enemigos que no podrá derrotar sola. Sin embargo, tendrá aliados con los que los bandidos no han contado. Los letales mordedores, los muertos vivientes que gobiernan en esta tierra zombi, seguirán a la joven y aguerrida mujer en su última expedición hacia la batalla decisiva...

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento29 dic 2023
ISBN9781667467917
Tierra Zombi Parte 6: Tierra Zombi

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    Tierra Zombi Parte 6 - Martin Piotrowski

    TIERRA ZOMBI

    Parte 6

    ––––––––

    Novela de supervivencia postapocalíptica

    en 6 partes

    Copyright © 2018 de la novela:

    Martin Piotrowski

    Esta obra está protegida por derechos de autor. No se permite la reproducción o el uso de objetos tales como imágenes, diagramas, sonidos o textos en otras publicaciones electrónicas o impresas sin el consentimiento del autor. Esto se aplica en particular a las traducciones, el almacenamiento y el procesamiento en sistemas electrónicos, y a la difusión al público de esta obra en diversos medios como Internet.

    Pie de imprenta: véase última página

    La novela contiene 280 páginas

    Cubierta: fotolia.com – likozor

    TIERRA ZOMBI

    Parte 6

    1

    Sobreviví. A pesar de todo, sigo viva. Una hazaña totalmente difícil en esta tierra zombi.

    Desde el inicio de la catástrofe apocalíptica que asoló a la humanidad hace cuatro años, he visto morir innumerables veces a buenas personas y a otras no tan buenas. Me llamo Clarisse Stevens y cumplí 18 años esta semana. ¡Feliz cumpleaños, Clarisse!

    Alisto mi mochila con pesar. Una muda de ropa, una botella de agua, provisiones, binoculares, un botiquín de primeros auxilios y municiones de repuesto para los viejos amigos que me han acompañado en estos últimos años. Puse la Glock 17 en la funda a mi derecha. Mi cuchillo de combate se encuentra detrás de ella. A mi izquierda se encuentra mi pequeña espada japonesa.

    Examino mi Honey-Badger, una metralleta con silenciador incorporado. Opté por los cargadores de caja, que son más estrechos que los de tambor. El de tambor doble puede contener más cartuchos, pero pesa más y es más voluminoso. Introduzco el cargador ligeramente inclinado en la ranura con las 30 balas y dejo que encaje en su lugar. Luego la cargo y la aseguro.

    Utilicé un viejo cordón para amarrar mis rizos rojos y mi cabello en forma de cola de caballo cae sobre mi chaqueta de combate. Llevo un chaleco antibalas debajo. Nadie puede verlo debido a la camiseta verde sobre él. Desde que viajo sola, presto más atención a la seguridad. Introduzco la basta de mi largo pantalón militar dentro de un par de cómodas botas de combate de cuero negro suave. Me pongo una gorra con visera en la cabeza para protegerme los ojos del sol ascendente. Si alguien me viera, pensaría que estoy en el ejército. Sin embargo, ya no existe el ejército convencional. Las escasas tropas sobrevivientes trabajan para el CDC, la agencia sanitaria estadounidense, pero Estados Unidos ha dejado de existir como nación.

    Los sobrevivientes se desplazan por todo el país individualmente o en grupos, siempre en busca de comida y armas. Comida para sobrevivir, armas para luchar contra los innumerables muertos vivientes que deambulan en hordas, para defenderse de grupos hostiles de supervivientes... o para atacarlos... La mayoría de los zombis deambulan en las grandes ciudades y antiguas metrópolis. Sin embargo, ahora incluso aquí, en el montañoso Colorado, todos los pueblos se han visto afectados por la plaga zombi.

    Hoy en día es difícil encontrarse con «buenas personas». Los pocos buenos sobrevivientes están aterrados y traumatizados. La mayoría se esconde e intenta sobrellevar esta asquerosa calamidad. Aquellos que viajan en grupo pueden ser una amenaza para aquellos que viajan solos o en grupos pequeños.

    La humanidad ha retrocedido. Ahora prevalece la ley del más fuerte. Aquel que dispara primero sobrevive. Así de simple. ¡Bienvenidos a la Edad de Piedra!

    Existe gente buena. He vivido con ellos. En Granby, una pequeña ciudad al borde de las Rocallosas, a 130 kilómetros de Boulder. Mi amiga y «hermana» Tabea sabe integrar a los buenos sobrevivientes en la creciente comunidad.

    Llevo casi dos años de viaje sola por las montañas de las Rocallosas. De vez en cuando vuelvo a Granby para comprobar si las amables personas que les dejé se encuentran bien.

    Coloco mi metralleta alrededor de la cabeza para que cuelgue delante de mi vientre. Con la mochila en mi espalda, salgo esta mañana del «Della Terra Mountain Chateau», situado en las colinas sobre Fall River Road. Me he hospedado en el antiguo hotel y restaurante durante los últimos días. Sin embargo, una inquietud en mi interior ha vuelto a apoderarse de mí y me obliga a partir. Hacia adelante, siempre hacia adelante. Hacia un objetivo concreto.

    Camino tranquilamente por la sinuosa carretera hasta la ruta 34. El sol ya está en lo más alto del cielo azul. Algunas nubes blancas flotan sobre los picos de las montañas. Los grillos cantan lentamente en la hierba. El viento suave hace que las copas de los árboles se balanceen de un lado a otro.

    No se oye nada. Nada excepto mi respiración y el leve susurro del bosque. ¡Qué miedo!

    Saco un mapa y analizo mi ubicación. Fall River Road o la ruta 34 lleva al este, hacia Estes Park. Estes Park era un pequeño pueblo a orillas del río Big Thompson. Se encuentra rodeado por Prospect Mountain al sur; Castle Mountain, al norte; Mount Olympus, al este y Deer Mountain, al oeste del pueblo. Estes Park tenía 6000 habitantes y está situado a más de 2300 metros de altitud.

    En invierno existen enormes zonas de esquí, popular entre los excursionistas que visitan los numerosos parques nacionales de las Rocallosas en sus vacaciones. Suspiro. Ahora el lugar está rodeado de innumerables zombis, al igual que en el resto de las ciudades.

    Desde Estes Park seguimos hacia el sureste en dirección a Boulder. Ese es mi destino. Me he enterado de que el CDC ha vuelto a poner en funcionamiento el búnker de allí. Espero encontrar allí respuestas para realizar por fin lo que llevo posponiendo desde hace mucho tiempo.

    De repente se oyen disparos. Me agacho de inmediato, pero estoy segura de que no van dirigidos a mí. Proceden de la carretera y resuenan en la montaña. Me escabullo con cuidado desde el camino de entrada a Mountain Chateau hacia el interior del terreno y aprovecho cualquier oportunidad para esconderme.

    En cuclillas detrás de un espeso arbusto y con mi Honey-Badger delante de mí, escucho los ruidos y observo la ruta 34.

    Entonces oigo el zapateo en la carretera principal. Varias personas suben a toda prisa desde Estes Park. Miro por la mira telescópica del arma y veo a tres personas que corren a toda prisa por la calle. Detrás de ellos les sigue una multitud de muertos vivientes. Chillan y vociferan mientras intentan alcanzar su almuerzo en forma de tres viajeros imprudentes.

    Supongo que los zombis almorzarán pronto. Reconozco a un anciano. El hombre está visiblemente agotado y camina con dificultad. Parece cojear. Sus pocas canas sobresalen enmarañadas de su cabeza. La ropa de calle parece desgastada. No le veo ningún arma. Preso del pánico, mira por encima del hombro a los muertos vivientes que se acercan a toda velocidad.

    Un joven de aproximadamente veinte años, con el pelo largo, negro y despeinado, le apoya y le anima a seguir. No está vestido  precisamente para una maratón.

    «¡Vamos, Tidus! ¡Tú puedes!», grita el joven y anima a su compañero herido.

    «No puedo más, no puedo más», vocifera el anciano llamado Tidus.

    Inquieta, una mujer joven y delgada de pelo castaño avanza delante de ambos hombres. Lleva unos pantalones vaqueros azules y unas botas de color marrón oscuro. Arriba, una camisa de manga larga de color claro y una chaqueta similar. Un morral negro lleno golpea contra sus piernas a cada paso.

    Sostiene una pistola en la mano con la que dispara al zombi más rápido que se encuentra detrás.

    Los muertos vivientes rugen y tropiezan con los cuerpos caídos de sus compañeros abatidos. Al menos la mujer parece saber manejar la pistola y dónde apuntar a los mordedores. El siguiente disparo es bueno. El zombi más adelantado se golpea la cabeza contra el cuello mientras una lluvia de sangre y sesos ensucia a las bestias que se abalanzan tras él. Se desploma sobre el asfalto y queda tendido sobre la línea central amarilla de la ruta 34.

    «Me quedo sin munición», grita nerviosa la mujer a sus dos compañeros y los alcanza al dar algunos pasos.

    «¡Allí!». El joven señala con la barbilla un pequeño edificio situado frente a mí. En los carteles que lo rodean leo: «National Park Gateway Stables. Gateway Groceries. Ice Cream, Beer, Cold Drinks, Snacks».

    La casa de madera de enfrente tiene un tejado verde. Frente al edificio están marcados 10 lugares de estacionamiento en el asfalto. A la izquierda, en dirección a las personas que se acercan, observo otras dos casas más grandes del mismo estilo arquitectónico. Frente a ellas, un enorme cartel indica el tipo de lugar: GATEWAY. Fall River Visitor Center. Trailbead Restaurant. Gift Shop, Souvenirs, Clothing, Restrooms. Se admiten autobuses.

    Solo pocos automóviles se estacionan allí. No hay autobuses de excursión. Supongo que los vehículos ya no están en condiciones de circular. El largo tiempo parados ha dañado la mayoría de las baterías. Los fugitivos se dirigen hacia la pequeña tienda al borde de Fall River Road. La horda de muertos vivientes les pisa los talones. La mujer golpea la puerta. Suspiro. La puerta está cerrada con llave. Ella mira impotente a los dos hombres que respiran con dificultad y que avanzan hacia ella. Los muertos vivientes aún están a 20 metros y han rodeado a los tres caminantes en semicírculo.

    Haré un esfuerzo. No puedo dejar a esa gente a su suerte. Parecen inofensivos. Me pongo de pie y salgo de mi escondite. Los sobrevivientes no han notado mi presencia. La mujer levanta su pistola hacia su cabeza. El joven gimotea mientras el anciano permanece apoyado en las tablas de madera oscura de la casa junto a la puerta cerrada y respira con dificultad. Se enfrentan horrorizados a su inevitable destino.

    «¡Espera!», grito y quito el seguro del rifle. Pongo mi Honey Badger en modo de disparo único. Luego apoyo la culata en mi hombro y observo por la mira telescópica. Mis balas salen del cañón del arma con un estruendoso ruido. Uno a uno, los muertos vivientes que iban delante del pequeño grupo caen en el estacionamiento que se encuentra frente al edificio con las cabezas destrozadas.

    La mujer baja el arma. Los tres juntos me miran a mí y a los zombis que caen frente a ellos. En pocos segundos he eliminado al grupo de muertos vivientes.

    Cambio el cargador y vuelvo a cargar. Nunca se sabe. Luego me dirijo con cautela hacia el grupo. Me mira asombrados.

    Mi dedo índice derecho está en el

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