La poesía medieval europea
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La poesía medieval europea - Isabel de Riquer Permanyer
INTRODUCCIÓN
En el principio fue la canción. Los testimonios de Juan Crisóstomo en los primeros siglos del cristianismo y de Ramon Vidal de Besalú en la edad media nos revelan la importancia de la canción en cualquier momento de la vida de las gentes, desde las más sencillas e incultas hasta los reyes y estudiosos. Tanto la canción tradicional o popular como la lírica culta de los trovadores funde música y letra, y las fija primero en la memoria y más tarde se conservan a través de la escritura.
Los trovadores, como cualquier artista medieval, adoptaron una técnica propia por la que el poeta sobre una especie de entramado establecido iba diseñando, según su arte, lo que quería expresar. Con esta base más o menos igual, el trovador se comunicaba con el público al que siempre quiso interesar y sorprender, rompiendo el tópico, jugando con las palabras y las ideas o proponiendo enigmas. Los poemas, pues, no exponen sentimientos personales auténticos, sino que canalizan la personalidad literaria de cada trovador, que escogerá su propio estilo en un juego de inteligencia creadora. Este ánimo renovador provocó una explosión de géneros, de motivos y de esquemas métricos muy variados. No solamente los trovadores fueron creadores, sino que teorizaron e hicieron escuela de su arte y lograron polarizar un centro de interés en torno a la poesía que solo es concebible en un medio social muy evolucionado política, económica y culturalmente y que se extendió por las cortes feudales europeas.
De este modo esta poesía lírica tan particular iniciada por los trovadores provenzales se extendió por toda la Romania y su léxico, conceptos y versificación fueron adoptados por los trouvères franceses, los trovadores gallego-portugueses –especialmente durante el reinado de Alfonso X– y por algunos rimatori del Duecento italiano adscritos a la corte de Federico II Hohenstaufen, rey de Sicilia y emperador del Sacro Imperio.
La adopción de la poética trovadoresca por parte de grandes escritores europeos de la edad media y del Renacimiento, y de sus seguidores, hizo de esta un valioso patrimonio de la poesía occidental moderna en la que encontramos ideas, formas de expresión y lugares comunes con más de ochocientos años de recorrido.
Los textos poéticos que aparecen en este libro ilustran el estudio sobre los aspectos generales, y también los particulares, de la lírica medieval. Una pequeña antología de canciones medievales que para hacerlos más accesibles al lector se han traducido[¹], ofreciendo, también, el texto en su lengua original: una lengua medieval románica (occitano, francés, italiano y gallego-porugués), cuyas afinidades con las actuales y, en algunos casos con el latín, nos pueden orientar para acentuar correctamente las palabras del poema y poder percibir el juego de rimas, de ritmos y sonoridades, cuya belleza y corrección tanto preocupó a sus autores en el momento de crear sus composiciones.
En este libro no aparece el estudio de las manifestaciones líricas castellana y catalana porque, dado su ámbito de divulgación, requieren un volumen aparte.
Capítulo I
LÍRICA PRETROVADORESCA
La lírica románica más antigua que conocemos, sea culta o popular, era esencialmente musical e iba unida al baile y a la ejecución coral. Sus orígenes, es decir, los orígenes de la canción, son imposibles de precisar porque, de hecho, las canciones han existido siempre. Siempre han cantado los hombres y las mujeres en todos los lugares de la tierra, y dicho cantar fue evolucionando paralelamente al desarrollo del lenguaje.
Un testimonio valiosísimo confirma la existencia de toda una rica tradición de canciones populares asociadas a múltiples aspectos de la vida cotidiana del pueblo. Escribía Juan Crisóstomo (Antioquia, 344-408) en el año 397:
«Nuestra más honda naturaleza se deleita tanto en cánticos y canciones, que incluso los niños prendidos al seno de sus madres, cuando lloran y están inquietos, se duermen con ellos. Las niñeras que los mecen en brazos arriba y abajo, cantándoles canciones de cuna, logran hacerles cerrar los ojos. Hasta los que al mediodía conducen sus yuntas lo hacen cantando, templando las fatigas del camino con aquellas canciones. Y no solo los caminantes, sino también los campesinos pisando la uva en el lagar, vendimiando o cultivando sus vides, haciendo cualquier faena, cantan a menudo. Y otro tal hacen los marineros mientras les dan a los remos; y las mujeres que tejen o desenmarañan los hilos de su rueca cantan frecuentemente, a veces por separado y a veces todas a una formando una sola melodía.»
Evidentemente, de estas palabras no podemos deducir la lengua ni el texto de las canciones ni su forma estrófica –número de versos, rimas, encadenamientos, etc.–, pero sí algo del contexto social de los que cantaban y en qué circunstancias. Por lo que parece, se trataba de una gente dedicada a trabajos sencillos por lo que debía pertenecer a una clase baja, no culta, sus canciones serían poco elaboradas retóricamente, fáciles de entender y de temas cotidianos expresados por medio de un lenguaje simple.
En el siglo
XV
, el Marqués de Santillana consideraba que ciertas canciones eran obra de «aquellos que sin ningún orden, regla nin cuento fazen estos romançes e cantares de que las gentes de baxa e servil condiçión se alegran».
Hay otros testimonios indirectos que prueban la existencia de una lírica preliteraria en lengua vulgar: decretos expedidos por concilios eclesiásticos, sermones, cartas, disposiciones de los Padres de la Iglesia y de los gobernantes, condenando ciertos bailes y canciones que divertían a la gente. Tampoco aparecen en estos escritos los textos de estas canciones que tanto se critican, pero se indica en ellos repetidas veces que las cantaban mujeres y que también las bailaban; y que gustaban a la gente iletrada, al pueblo. Por ello también suponemos que la lengua de estos cantos prohibidos era un dialecto románico.
Estos son algunos de los motivos por los que no se copiaron en manuscritos los textos de estas canciones en lengua vulgar mientras se divulgaban, como se hizo con las de los poetas cultos. Los compiladores de textos para los cancioneros, que pertenecían, por lo general, a órdenes monásticas, no quisieron escribir estas canciones prohibidas y criticadas. Y, por otra parte, las que no se condenaban, como eran tan conocidas, tan populares, tan simples, creyeron que tampoco era necesario copiarlas puesto que estaban en boca de todos. Pero, por no estar recogida en los cancioneros, no quiere decir que no existiese una lírica popular o tradicional anterior a la lírica culta de los trovadores que empezó en el siglo
XII
. A principios del siglo
XIII
el trovador y gramático catalán Ramon Vidal de Besalú escribía en las Razós de trobar:
«Todas las gentes, cristianas, judías y moras, emperadores, príncipes, reyes, duques, condes, vizcondes, barones, valvasores, clérigos, burgueses, villanos, pequeños y grandes, aplican todos los días su entendimiento en trovar y cantar. Difícilmente se encontrará a nadie en un lugar tan escondido y solitario, entre pocas o muchas personas, que no oiga enseguida cantar a uno o a otro o a todos juntos, pues hasta los pastores de la montaña no tienen solaz mayor que el de cantar.»
1. A la búsqueda de las canciones más antiguas
Desde principios del siglo
XX
, los medievalistas se dedicaron a la comprobación científica de lo que había sido una intuición en el Romanticismo: la existencia de un lírica pretrovadoresca en lengua vulgar, popular y de remotos orígenes. En algunos cancioneros franceses de los