Historias para un diario mágico
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Historias para un diario mágico - Carlos Santos Montero
Historias para un diario mágico
Carlos Santos Montero
Isla de la Juventud, 2022
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Primera edición: Casa Editorial Abril, 2008.
Edición: Eduardo Sánchez Montejo
Diagramación y diseño de cubierta: Reynaldo Duret Sotomayor
Ilustraciones: Gilberto G. Cabrera Gutiérrez
Corrección: Yojamna A. Sánchez Ponce de León
© Carlos Santos Montero
© Sobre la presente edición,
Ediciones El Abra, 2022
ISBN 9789592761728
Ediciones El Abra
Calle 37 s/n, e/ 36 y 38, Nueva Gerona
Isla de la Juventud, Cuba
CP 25100
QR_RUTHACERCA DEL AUTOR
autorCarlos Santos Montero (Quemado de Güines, Villa Clara, 1966). Novelista y escritor de literatura infanto-juvenil. Miembro de la Uneac. Egresado del Centro Onelio Jorge Cardoso
. De su pluma han salido libros tales como Un duende para patricia, Cuentos escapados de la lluvia, La jaula de la noche, Los dueños de la sombra, entre otros. Su obra ha sido reconocida en concursos nacionales e internacionales en varios géneros. Sus textos han sido publicados en Cuba, España, Uruguay, Finlandia, México, Argentina y Estados Unidos.
Índice de contenido
Acerca del autor
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
A mi familia por preservar la ciudad de los gnomos
A mi hija por cuidar del diario mágico
Capítulo I
La mañana que comencé a escribir en el diario mágico desperté con el olor a café inundando el cuarto. En el cielo no había una nube tiznada y la lluvia, que parecía haberse cansado de mojar sin dormir su siesta tras las lomas, se había marchado hacia las playas. El sol se colaba por la ventana iluminando la mitad de la cama con su luz. Me estiré aunque dicen que es mala costumbre, y bostecé. ¡Qué bueno poder dormir hasta el mediodía! Una pareja de sinsontes cantaba cerca de la ventana y pensé en el tirapiedras.
La puerta del cuarto se abrió y la sonrisa de mi abuela chocó conmigo. Abuela tiene el pelo blanco, largo, y siempre lo recoge en un moño, solo deja sueltos los que están sobre la frente, para que le tapen esos ojos que a veces son azules, grises, o del color de la miel que es cuando está muy molesta. A mí me gustan más si los veo azules porque en su ojo derecho brilla un lunar de alegría que no puede esconder y la hace muy linda.
—¡Y abuelo!
—Imagínate, ese se levanta a ordeñar con el cantío de los gallos. Ya debe estar por aparecer. Te hice unas cremitas de leche que están como para raspar el caldero.
La abracé como si fuera a desaparecer y yo tuviera que evitarlo. Olía a ajíes, ajo, manteca de puerco, a sudor de la cocina, desodorante y detergente.
—Me voy a levantar, abuela. Quiero comerme esas cremitas y dar unas vueltas por los alrededores a ver si cazo unos tomeguines.
Encontré unos caracoles y los eché a pelear hasta que el amarillo perdió la cabeza y se hizo fácil destrozarlo. Luego busqué algún nido en los guayabos, en la mata de aguacates, en la de caimitos, pero no había rastro alguno y me sentí decepcionado, parecía que los pájaros no quisieran anidar allí.
A la hora del almuerzo tenía el short y los tenis sucios y llenos de guisazos. Me prometí hacer algunos cambios para que el patio recobrara la limpieza y después de almorzar busqué los fósforos y la navaja oxidada que encontré en el baúl de los abuelos.
—Abuela, voy a jugar, ¿me oíste? —la vi decir que sí antes de seguir dormida en el sillón de la sala.
Primero partí los gajos secos de guayaba, amontoné un bulto de bejucos, hierbas, pedazos de periódicos, papeles viejos… de la cocina cogí una lata con un poco de petróleo y lo regué como me enseñaron en el campamento de exploradores a dar contracandela; luego encendí la fogata. Hubo mucho humo. Me puse a abanicar con un trozo de cartón, temiendo que abuela se despertara. Varias esquinas de la fogata enseñaron sus largas lenguas rojiamarillas y las llamas crecieron lamiendo el aire que las impulsaba.
Un vecino que pasó a caballo se detuvo y dejó que el animal comiese un poco de la hierba cercana