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Huerto sin labrar: Cultiva la tierra y tu bienestar
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Huerto sin labrar: Cultiva la tierra y tu bienestar
Libro electrónico385 páginas2 horas

Huerto sin labrar: Cultiva la tierra y tu bienestar

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La primera guía que nos ilustra paso a paso cómo cultivar alimentos nutritivos a partir de la labranza cero, una forma de sembrar sin arar que no perturba la vida en el suelo.

No solo aprenderás a cultivar hortalizas, también encontrarás información sobre cómo hacer la transición a una vida rural y las realidades que conlleva.

En Huerto sin labrar la autora se basa en la agricultura regenerativa y despliega su enorme potencial a la hora de restaurar la vida en el suelo y con ello la calidad de los nutrientes de los alimentos que cultivamos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 may 2023
ISBN9788412366990
Huerto sin labrar: Cultiva la tierra y tu bienestar

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    Huerto sin labrar - Estela Delga

    PARTE I

    DE URBANITA A RURAL

    MI HISTORIA COMO HORTELANA

    La huerta me dio paz y tranquilidad cuando más lo necesitaba. A los veinte años empecé a trabajar como diseñadora gráfica textil. Para mí era un sueño porque encontrar trabajo como ilustradora no era nada fácil.

    Poco después de mudarme con mi pareja a la nueva ciudad, alquilamos una pequeña parcela de cien metros cuadrados en las huertas municipales de Girona.

    A pesar de que el huerto no estaba en el mismo espacio, yo sentía que esa parcela era como una extensión del piso. Como si fuera mi pequeño jardín. De hecho, íbamos muchas veces allí a comer y a pasar los fines de semana.

    Pero mi historia como hortelana no empieza ahí, sino unos años antes, cuando todavía era estudiante.

    Una de esas casualidades de la vida me llevó a leer un artículo donde explicaban que las zanahorias que comemos hoy, las de color naranja, son una creación humana, y que las zanahorias tienen múltiples variedades de colores: desde el color rojo a un morado oscuro.

    Me fascinó saber que existen muchas más hortalizas, pero al mismo tiempo me entristeció ver que las variedades antiguas, las auténticas, se estaban perdiendo por nuestro mero capricho.

    Entonces se me ocurrió la fascinante idea de cultivar mi propia comida para descubrir más hortalizas y empezar a entender qué comemos realmente. No encontré mejor manera que haciendo una huerta, porque es el punto donde se encuentran la sabiduría de la gastronomía y la ecología.

    Y ya me ves, en la terraza de un piso de estudiantes cultivando mis propias lechugas, cebollas, fresas y otras hortalizas. Yo, que nunca había pisado una huerta en mi vida ni sabía distinguir una tomatera de una planta de pimientos. A pesar de ese gran desconocimiento y de que alguna planta se me muriese, la huerta me enganchó tanto que revolucionó mi vida.

    DESCUBRIENDO LA PERMACULTURA

    A pesar de estar alegre por trabajar en algo creativo, no tardé mucho tiempo en sufrir las consecuencias. A veces en la empresa había fuertes discusiones y eso me producía mucho malestar. Veía cómo mis superiores faltaban al respeto a mis compañeros y jugaban con el miedo para que, según ellos, se concentraran mejor en el trabajo y fueran más productivos. La ansiedad que me producían esos momentos de estrés la terminaba arrastrando a casa y algunos días me era muy difícil dejar de pensar en los problemas del trabajo. Incluso algunas veces antes de irme a dormir iba recordando la discusión que había tenido y analizando si podría haber actuado de otra manera para evitar el conflicto.

    Cuando tenía un mal día, iba a la huerta, porque allí podía dejar la mente en blanco y pensar en otras cosas. Disfrutar del aire libre, asombrarme de cómo crecían las plantas y pasar un rato de calidad con mi pareja.

    Hay personas que creen que estamos predestinados a llevar la vida que tenemos. Yo soy de las que creen que uno tiene la vida que se construye, pero es cierto que a veces hay casualidades tan asombrosas que uno no puede ni creer que sea producto del azar.

    No suelo ver documentales emitidos por televisión, pero un buen día me dio por ver la tele y salió uno del programa Escarabajo Verde donde hablaban de permacultura.

    Por aquel entonces yo nunca había escuchado esa palabra, pero todos los conceptos me resonaban porque hacía poco que había empezado a reducir los residuos de casa y seguía el movimiento Zero Waste. Por lo tanto, me atraía conocer todo lo referente a un estilo de vida más sostenible y respetuoso con el planeta.

    En el documental aparecía el Instituto de Permacultura de Montsant. Hablaban de casas bioclimáticas, váteres secos, huertas orgánicas… Todo lo que me interesaba estaba allí, en ese documental de permacultura.

    Desde ese día empecé a investigar si había más gente que practicara permacultura en España, a buscar libros, vídeos en YouTube… Quería aprender más y aplicarlo en casa.

    Estuve varios meses leyendo sobre permacultura y experimentando en la huerta. Hasta hice un taller de iniciación para impregnarme de esas nociones.

    Un buen día las cosas en casa cambiaron por completo. Por diferentes motivos, tanto yo como mi pareja dejamos nuestros trabajos. Sabíamos que eso era un pequeño bache y que fácilmente lo superaríamos, éramos jóvenes y teníamos un buen currículum. No sufríamos por el hecho de quedarnos en el paro, más bien nos preocupaba encontrar un trabajo afín a nuestros valores, que en ese momento eran muy diferentes a los que tuvimos años atrás.

    Ahí lo vimos claro, esa era una oportunidad de las que pocas veces se presentan. Nos liamos la manta a la cabeza e iniciamos un nuevo rumbo.

    Nos fuimos a estudiar el curso de Diseño en Permacultura en el Instituto de Permacultura del Montsant. Quién me iba a decir a mí que terminaría yendo a ese espacio que casualmente había visto por la televisión. Y que, además, esa aventura la viviría junto a mi pareja. Todavía me sigue pareciendo algo fascinante.

    EL SALTO A LA MONTAÑA

    Nunca imaginé que viviría en la montaña, y menos aún que me pudiera gustar. Desde bien jovencita mi aspiración siempre fue vivir en la ciudad, no en una muy grande, pero sí en un sitio que lo tuviera todo a un paso. Me gustaba la idea de estar en un entorno lleno de tiendas, restaurantes, cafeterías y todo el ocio que quisiera. Vaya, lo que viene a ser una vida urbanita.

    Y lo conseguí: estuve varios años viviendo en un piso en el centro de Girona, una ciudad donde hay de todo, pero lo suficientemente pequeña como para conocerla en un fin de semana. Era lo que siempre había soñado: un piso en la ciudad y un trabajo relacionado con lo que había estudiado.

    A pesar del ruido de los coches, el bullicio de la gente y el calor infernal del verano, me gustaba vivir allí. En ese momento ese entorno me daba lo que yo buscaba y necesitaba.

    No te voy a mentir, no me fui de la ciudad porque no me gustara, me fui porque mis necesidades y deseos evolucionaron. Sentía que ya no encajaba y debía marcharme porque ya no me podía ofrecer lo que deseaba.

    La primera vez que tuve una experiencia de vivir en el ámbito rural fue gracias al Instituto de Permacultura Montsant. Se encuentra en medio de la naturaleza, y cada mes pasábamos un fin de semana completo en esa zona.

    Allí pude ver y vivir una experiencia más rural. Pero no solo eso, aprendí a convivir en armonía con la naturaleza y respetar los recursos que nos regala, como por ejemplo el agua.

    Estar rodeado de naturaleza no significa que vivas de «manera» rural. Para eso es necesaria una coherencia entre los hábitos y el entorno.

    Como el que no quiere la cosa, empecé a buscar opciones para vivir en un espacio más rural. Nos planteamos todas las opciones: las ecoaldeas, vivir en comunidad, alquilar una finca, la masovería…

    Hasta que un buen día encontré en Internet un anuncio de trabajo que buscaba masovero para una masía situada en la montaña. Fuimos a ver el enclave y, a pesar de que estaba aislado, nos encantó y nos lanzamos de lleno a la aventura.

    En cuestión de unas semanas dejamos el bullicio de Girona por el resonar de los cencerros de las vacas y los conciertos de los pajaritos.

    Aún recuerdo la extraña euforia cuando decidimos que nos íbamos a vivir a la montaña. La ilusión de iniciar algo nuevo, mezclada con una gran incertidumbre sobre si estaríamos a la altura.

    Nos fuimos como masoveros a una masía rodeada de hayas centenarias y unos prados kilométricos con caballos semisalvajes. Todo un paraíso en medio de la naturaleza, y yo me sentía como Heidi en versión catalana.

    A pesar de ese cambio radical, nos acomodamos al nuevo espacio muy rápido. Aprendí que vivir en un entorno natural significa convivir con sus luces y sombras. Porque la naturaleza tiene eso: momentos mágicos situaciones complicadas que deberás afrontar, sobre todo si tienes animales.

    Descubrí las plantas de alta montaña, como el ajo silvestre, la carlina, el falso azafrán, el lirio de nieve…, el sonido de los corzos, los buitres, y el olor del bosque después de una lluvia. Disfruté como nunca el inicio de la primavera, observando cómo estallan las yemas de los árboles y volvía a la vida el bosque después de estar dormido durante los meses del invierno.

    Me encontraba, ni más ni menos, a 1276 metros de altitud. La masía estaba completamente aislada y el sitio más cercano para abastecernos estaba a cuarenta minutos en coche por un camino lleno de curvas. Y por si fuera poca la aventura, en invierno era normal quedarse incomunicados un par de semanas a causa de las nevadas.

    Estuvimos dos inviernos viviendo en la montaña, pero al final decidimos marchar para encontrar un equilibrio entre lo que deseábamos y lo que necesitábamos. A pesar de estar en medio de un paraíso y pasar ratos agradables, nuestra rutina se vio más afectada de lo que imaginamos.

    No me arrepiento para nada de haber tomado aquella decisión, para mí fue necesaria, y esa experiencia me enseñó muchas cosas que si no hubiera estado allí no habría vivido.

    Encontré el equilibrio en un pequeño pueblo de la Alta Garrotxa, rodeado de naturaleza y con aquellas cosas que para mí son importantes para nuestro día a día.

    Es importante escuchar tus deseos, pero también decirte a ti mismo la verdad. Ser realista sobre si eso que te gustaría hacer será de verdad sostenible y beneficioso para ti. Si ese cambio se debe a un simple deseo o a que tus valores han cambiado y sientes la necesidad de vivir de otra forma. Cuando ese sentimiento es real, la transición es fluida y positiva porque todo se alinea.

    CONSEJOS PARA DAR EL SALTO AL CAMPO

    Si tienes la ilusión de ir a vivir en la montaña o en algún lugar más tranquilo, el momento de ponerse a trabajar en ello es ahora.

    Lo primero de todo, para absorber parte del conocimiento que necesitarás. Vivir en el campo o en un espacio más rural es un tanto diferente a cuando estás en la ciudad. Por ejemplo, cuando vives en un piso tienes la responsabilidad de que la escalera esté limpia; en cambio, en la montaña debes vigilar que el pastor eléctrico funcione para que no entre un jabalí en tu huerta. Cuando vives en la naturaleza o cerca de ella, pasas a ser responsable de la seguridad y buena convivencia de ese entorno.

    Por eso empezar a investigar las costumbres y quehaceres hará que tu transición sea mucho más fluida. Porque imagínate llegar a la casa y no saber encender la estufa de leña para calentarte. Al final aprenderás, pero es mejor ahorrarse un mal trago.

    CONCEPTOS BÁSICOS PARA VIVIR EN EL CAMPO

    Encender un fuego. Te será de gran utilidad, sobre todo si el único medio para calentarse es una estufa.

    Cortar leña. En algunas fincas rústicas tienes la posibilidad de producir tu propia leña. Saber utilizar una motosierra para cortar troncos y un hacha para astillar es algo básico.

    Recolectar. Las plantas silvestres y las setas han sido siempre un aliado en la cocina rural. Conocer las fechas cuando salen los espárragos, el momento ideal de recolectar las hierbas culinarias… es un conocimiento muy útil cuando vives en el campo y además puede convertirse en un pasatiempo divertido.

    Cocinar. La base de la supervivencia es una buena alimentación, para ello es importante cocinar alimentos nutritivos; depende de dónde estés, no habrá comida a domicilio.

    Conservar el alimento. Saber hacer conservas, fermentados, deshidratar la comida son nociones útiles, sobre todo si vives en una casa aislada.

    Horticultura. Cuando vives lejos de los supermercados, es complicado ir a comprar cada semana. Una huerta te proveerá de hortalizas frescas.

    Reducir los residuos. Esto nos lo tendríamos que aplicar todos, pero en algunas zonas los contenedores están muy lejos de casa y es un engorro ir acumulando basura.

    Ser un manitas. En algunas localidades puede ser bastante caro que te atienda un fontanero. Unas nociones básicas para posibles imprevistos nunca están de más.

    Reconocer la flora silvestre. Vivir en la naturaleza cobra otra magnitud cuando la observas y reconoces en ella plantas que te pueden ser de utilidad.

    Seguramente habrá más nociones que te puedan ir bien; dependiendo de tu situación y de lo aislado que estés puedes necesitar más conocimientos de supervivencia para ser lo más autosuficiente posible.

    Todo ello requiere un tiempo de aprendizaje, poco a poco puedes ir empezando a aprender aquellas cosas que te serán necesarias y experimentar en talleres o campamentos. No hay tiempo que perder.

    Antes de decidir adónde ir, es importante que hagas una lista de aquellas cosas de las que no quieres prescindir y de aquellas otras que necesitas para tu día a día. Desde ir a buscar el pan a tener un hospital cerca. Porque no es lo mismo una pareja joven sin hijos que una pareja con dos niños que van al colegio. Sus necesidades y rutinas serán bastante diferentes.

    Cuando haces un cambio así, siempre dejas cosas atrás y ganas otras. Encontrar el equilibrio es clave para que sea sostenible a largo plazo.

    Para vivir en el campo no es necesario estar aislado, en España hay muchos pueblos rurales en plena naturaleza. Y desgraciadamente hay algunas zonas donde las escuelas y otros centros deben cerrar por falta de población. Algunos llegan al punto de perder toda su población y convertirse en pueblos fantasma.

    Entre 2011 y 2020 la población española en los municipios urbanos ha crecido un 2,1 por ciento; en cambio, en los rurales ha descendido un 7,1 por ciento según los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Las ciudades están cada vez más pobladas y en el mundo rural hay menos gente.

    El hecho de que cada vez haya menos personas viviendo en el ámbito rural también afecta a otros aspectos, como por ejemplo los trabajos ligados a este territorio. En los últimos cuarenta años, se han abandonado más de cuatro millones de hectáreas de tierras de cultivo y se han perdido más de dos millones de explotaciones ganaderas. Tal como recoge un estudio de Greenpeace, más

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