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El Principe que se Enamoro del Dragon
El Principe que se Enamoro del Dragon
El Principe que se Enamoro del Dragon
Libro electrónico392 páginas5 horas

El Principe que se Enamoro del Dragon

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Información de este libro electrónico

Una maldición inquebrantable.Una competencia a muerte.U
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 dic 2022
ISBN9798986408040
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    El Principe que se Enamoro del Dragon - Jerry RM

    El Principe Que Se Enamoro Del Dragon

    Libro 1

    Jerry RM

    Copyright © 2022 Jerry RM

    All rights reserved

    The characters and events portrayed in this book are fictitious. Any similarity to real persons, living or dead, is coincidental and not intended by the author.

    No part of this book may be reproduced, or stored in a retrieval system, or transmitted in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without express written permission of the publisher.

    ISBN-13: 9781234567890

    ISBN-10: 1477123456

    Cover design by: Art Painter

    Library of Congress Control Number: 2018675309

    Printed in the United States of America

    A mis padres. Por creer en mí antes de que yo lo hiciera.

    Contents

    Title Page

    Copyright

    Dedication

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Agradecimiento

    Los Doce Territorios

    Prólogo

    Normalmente las historias comenzaban con un Había una vez un caballero alto, guapo y fuerte que se enfrentó con valentía al dragón. A veces, los caballeros eran primogénitos, herederos del trono, poéticos y a menudo, cantaban para la doncella. Entonces, cuando se ponían su armadura para enfrentar a la bestia, era el dragón quien salía huyendo.

    Esas aventuras parecían suceder en todas las historias, menos la mía.

    En mi caso, no sabía de batalla. Yo era el cuarto hijo y ni siquiera sabía lo que era la valentía.

    Por eso, quien salió corriendo, fui yo.

    Acto I

    Capítulo 1

    Para bien o para mal, haber sido perseguido por un dragón ha sido lo más extraordinario de toda mi vida. Cuando su mirada penetró en la mía, vi imágenes de mi vida destellando ante mis ojos, preguntándome como diablos llegué a ese momento. Quería saber dónde estaba el error. Quizás fue el momento que decidí entrar a las ruinas…

    No.

    Fue después, cuando sin darme cuenta provoqué al dragón y lo tuve ahí, tan cerca que respiraba en mi cara. Fue mi culpa, pensé, repasando en mi mente una y otra vez los recuerdos mientras sus garras se clavaban en el suelo agrietado y una luz comenzaba a brotar de su garganta. Nunca había sentido miedo como el que me paralizó en ese momento, cuando escuché ese fuerte rugido que me sacudió el cabello salvajemente debido a su aliento.

    Esto... era más que miedo, era algo que nunca antes había experimentado en mi vida. Los nudillos se me pusieron blancos por la fuerte presión, contuve la respiración lo suficiente como para sofocarme, perdiendo mi sentido del equilibrio como si mis pies se convirtieran en gelatina. Pensé que era mi perdición. Pero luego me miró fijamente a mi alma con esos enormes ojos amarillos y pensé que mi mayor error fue entrar en esas ruinas, cuando sabía que estaba prohibido hacerlo.

    Resulta que estaba equivocado. Ese no fue mi mayor error.

    ***

    —¡Omhet! —me gritaron.

    Me levanté lanzando una maldición al sobresaltarme.

    —Estoy despierto —mentí, restregándome los ojos mientras me sentaba en mi cama.

    —Tarde —me regañó mi hermano Cayetano, halándome por mi camisa para sacarme de la cama—. ¿Por qué siempre tengo que despertarte como una dichosa niñera?

    —Me puedes dejar durmiendo —contradije, para luego bostezar ruidosamente, bostezo que fue interrumpido por un golpe sobre mi frente. Siseé del fastidio y añadí—: ya dije que estoy despierto.

    —Por si acaso —respondió con su sonrisa burlona, para luego salir por la puerta y dejarla abierta a su paso.

    No importa que ya tuviese dieciocho años, ser el hermano menor me dejaría siempre con el agraciado privilegio de ser fastidiado por el resto de mis hermanos. Era una maldición, estoy seguro. Una que no se rompía con ningún beso de sapo, al parecer.

    Me preparé casi corriendo en medio del pasillo, poniéndome la parka encima del resto de la ropa. Vivir en el reino más frío de la unión traía sus desventajas, como tener frío básicamente todos los días de tu vida.

    A punto de entrar al comedor Annally me agarró por el codo.

    —Siempre apurado y hecho un desastre —me regañó, arreglándome mis vestiduras. Annally era más que una servidora, ella fue quien me crio tanto como mi madre —. Si te levantaras cuando te lo ordeno, no estarías hecho un asco.

    Viré los ojos en blanco. No es como que mi familia le importe tantísimo cómo yo me veía ¡ni se dan cuenta que falto en la mesa! Por eso, me escapé de mi servidora, pasándole por debajo del brazo haciéndola gritar mi nombre cuando me metí al comedor y la dejé afuera. La vieja Annally estaba perdiendo mi ritmo. Antes era imposible poder escaparme de ella, pero ahora ni siquiera podía mantenerme el paso. Al fin.

    Me detuve apoyándome en la puerta cerrada tomando un momento para suspirar hondo, antes de cruzar el pasillo y llegar al comedor. Los escuché antes de verlos. Mi familia, tan ruidosa y bulliciosa como siempre con múltiples conversaciones, ruidos de sillas siendo arrastradas y risas estruendosas que resonaban en el salón. Para ser una familia real no era una forma convencional de estar en el comedor. Un poco complicada, a veces, pero era mi familia y aunque se volvía un poco agobiante, así era como funcionaba nuestra pequeña unidad.

    Honestamente, era un caos.

    Pero, era mi caos favorito.

    Crucé la mesa y me senté en mi lugar, entre medio de mi hermana menor y Cayetano. Como imaginé, ni siquiera reaccionaron al verme llegar, pues estaban tan sumidos en su conversación y su infinito banquete que más hubiese molestado una mosca que mi ser.

    La gran mesa estaba rodeada, ante todo, por el mismísimo Rey de Glacier, Guillermo Espino. Se notaba que era el rey por su ropa extravagante, su cabello corto y su barba arreglada. Se comportaba de una manera que dejaba claro que no era un hombre ordinario. Algunos lo llamarían un padre amoroso, yo diría que es infernalmente estricto.

    El primogénito, también llamado Guillermo, me recordaba a nuestro padre en casi todos los aspectos, casi. Era estricto, leal y odioso. Personalmente, sospecho que una hechicera le quitó el corazón o tal vez nuestra madre lo alimentó con vinagre en lugar de leche para amargarlo hasta la médula. Me reí de la imagen y, por supuesto, me escuchó. Levantó una ceja y me miró fijamente, lo que me hizo pensar que de alguna manera había leído mis pensamientos. Sin embargo, tal vez no tenía que ir allí. Me burlaba de él a menudo, por lo que era natural sospechar que lo hacía todo el tiempo.

    Quiero decir, el odioso tenía veinticinco años y ni siquiera había encontrado una buena dama que lo aguantara. Ni siquiera tenías que preguntarte por qué, sabías que era difícil de manejar después de conocerlo a él y su exquisita personalidad. No quiero sonar pesimista, pero me alegra que esté soltero. Nadie podría soportar a un hombre como él. Lo sé por experiencia.

    Demasiada experiencia.

    Quizás lo que diré no sea posible para el futuro rey de Glacier, pero ojalá nunca se casara con nadie.

    —No empieces, Omhet —dijo Cayetano, dándome un codazo demasiado fuerte para ser considerado amistoso.

    Fruncí el ceño, frotando mi costado. Ah, entonces dije eso en voz alta. Eso explica el empujón.

    —Primero te casas tú, lo sabes —respondí. Me encantaba bromear con Cayetano porque era fácil de irritar, pero con su protectora personalidad y su aspecto encantador, realmente podía atraer a cualquier doncella que quisiera.

    A diferencia de mi tercer hermano, Rodrigo, cuya vil actitud hacía pensar a cualquiera que estaba planificando el fin de la humanidad mientras todos dormían. Me incliné y le susurré esto a Cayetano.

    —Eres cruel —respondió, pero luego se rio con disimulo.

    —Llámame cruel cuando toda la familia real esté ensangrentada en medio de la noche y Rodrigo se corone rey. Nada más hay que mirarle para saber sus intenciones.

    Cayetano casi escupió la bebida cuando lo dije con tanta seguridad ¡no era broma!, pero él simplemente trató de controlar la risa.

    Mi hermana a mi derecha hizo un comentario aún peor al añadir:

    —Yo creo que nos mataría a todos con un cuchillo.

    —No —dijo Cayetano con cuidado que nadie escuchara —. Creo que lo haría con veneno.

    —¿Con veneno? —repetí insólito —. ¿No es esa una técnica utilizada solo por mujeres?

    —Precisamente —irrumpió Rodrigo.

    Hicimos una pausa, tensos. ¿Nos había escuchado? Rodrigo continuaba mirando a nuestro padre, quien aún mantenía la conversación que había tenido con nosotros.

    —Pensarán que fue alguien más —continuó Rodrigo, girando su mirada hacia nosotros —. Así cuando me encuentren como el único sobreviviente pensarán en mí como la víctima que sobrevivió, no el asesino que logró su cometido.

    Mi hermana se encogió en el asiento, pero Cayetano lanzó una carcajada ahora sí interrumpiendo la conversación entera.

    —Fue un chiste, ¿de acuerdo? —protesté.

    Así comenzaba nuestra habitual mañana. Con bromas fluyendo de un lado para el otro, mientras el rey trataba de continuar su conversación en medio de la algarabía, donde nuestra madre era la única que prestaba total atención. Cuando nuestros platos estaban vacíos generalmente era hora de partir, con el rey saliendo primero, seguido de nuestra preciosa reina. Pero hoy, el Rey no estaba de pie y la Reina apenas había tocado su comida. Fruncí el ceño. Algo era diferente y solo ahora me había dado cuenta.

    Justo cuando estaba a punto de preguntar al respecto, la voz de mi padre se elevó.

    —Hemos recibido una invitación del reino capital.

    Automáticamente, todos dejamos de comer. ¿Una invitación? ¿A nosotros? imposible, quería comentar, pero hasta en momentos como éste sabía que no era sabio siquiera respirar.

    —Como saben, en ocho meses se cumplirá cien años de la leyenda del dragón. —Lo pensó por un momento antes de añadir con menos fuerza —. Cien años de un reino sin rey.

    Ah, sí, la leyenda que nunca moriría. La historia se compartió en todas partes, hasta de niños nos gustaba fingir que éramos los héroes salvando a la damisela en apuros de la espantosa bestia que la había atrapado. Pensé que era una historia… un mero cuento infantil, pero, el reino de Andebeck lo clamaba como verdad. Una hechicera había convocado a un dragón, interrumpiendo la ocasión más importante; la boda de la princesa. Nada soportó las llamas, los muros se derrumbaron y nunca más se supo de la princesa secuestrada por la maliciosa hechicera. El único milagroso sobreviviente había sido su padre, el rey, cuyas últimas palabras habían sido un decreto: ni una sola alma se convertiría en rey a menos que rescataran a Laila Blume. Cientos de hombres valiente lo intentaron, pero nunca regresaron con vida.

    Las ruinas aún permanecían, en lo alto de la región montañosa de Andebeck. Lo que una vez había sido un hermoso espectáculo para ver, ahora era un recordatorio desolado y macabro que nadie se atrevía a visitar. No si querían evitar a la bestia.

    Era una clara estupidez, de verdad.

    Pensar que la princesa todavía estaba viva o incluso sugerir que el dragón la vigilaba, afirmando que podían escuchar sus rugidos de vez en cuando ¡Absurdo! ¿Recordaban el hecho de que habían pasado cien años desde entonces? Era demasiado. Simplemente me encogí de hombros.

    —Que se rindan y busquen a un sobrino, le pongan corona y resuelto el problema —comenté.

    Cayetano me dio otro codazo en el costado. Gruñí queriendo fulminarlo con la mirada, pero mi padre continuó:

    —La última promesa del rey Arién Lois Blume sigue vigente: nadie será rey, hasta que Laila sea quien vuelva a Andebeck y el dragón sea ejecutado.

    —¿Rescatada? Han pasado cien años, ¿Y si está muerta?

    Tanto mi madre como mi padre me miraron fijamente, probablemente preguntándose cómo me atreví a hacer esa estúpida pregunta en primer lugar.

    Mi padre me ignoró por completo.

    —Es por eso, por lo que el reino de Andebeck ha tomado la decisión de celebrar el primer siglo de la leyenda, para crear la competencia de fuego.

    «La competencia de fuego»,repetí en mi mente, sintiéndolo un poco trillado, pero no quise interrumpir esta vez. No cuando mi curiosidad ha sido despertada.

    —Los cuatro reinos y las siete cortes ofrecerán voluntariamente a un miembro de su familia para participar en esta competencia. —Una sonrisa orgullosa apareció en sus rasgos, una que no compartimos. Todos los reunidos alrededor de la mesa nos callamos de repente, no nos gustaba hacia dónde se dirigía esto —. Será entrenado y enviado a luchar contra el dragón. Quien lo consiga será coronado rey de Andebeck.

    Nadie estaba tan entusiasmado con la idea como él.

    ¿De quién fue la idea de convertir una masacre en una masacre? ¿Tan desesperados estaban? ¿Y quién sería lo suficientemente valiente para no solo asistir a esta farsa de competencia, sino también para ganarla y luchar contra un dragón? ¡Si es que estaba ahí para empezar!

    Mi padre estaba exaltado con todo este calvario y era fácil saber el por qué. Si uno de nosotros ganara traería la gloria a este olvidado reino nuestro. Honor, riquezas, reconocimiento, aliados: resolvería todos los problemas de Glacier. Dicho así, sonaba razonable.

    Pero no para mí.

    —Si uno de nosotros tiene que ir, yo apuesto por Guillermo —dije rápidamente, haciendo que mi hermano mayor me fulminara con la mirada, pero me importó un comino, continué —: no es que quiera que te mueras, pero es que eres el más fuerte —dije con sarcasmo.

    —Guillermo no irá —dijo el rey como si fuese obvio —. Es el sucesor a la corona, no puedo darme esos riesgos.

    Nos miramos el uno al otro con insistencia. ¿Quién sería el afortunado de ir a esta loca misión suicida? Guillermo estaba a salvo. Mi hermana también según mi padre, porque todavía era menor de edad, ¿pero para el resto de nosotros? Para ser honesto, sabía que yo estaba potencialmente fuera de la ecuación. Padre me veía como el más débil, o como le gustaba llamarlo, físicamente inadecuado. Me desplomé contra el respaldo de mi asiento, un poco molesto por el repentino recordatorio. No es que quisiera ir a luchar contra un dragón, de todos modos.

    Me limité a ver a mi familia discutir como si esto se tratara de una situación de vida o muerte. ¿O lo era?

    —Padre, lo siento, pero yo no sé pelear ni con mis hermanos —dijo Cayetano rápidamente —. No hay chance para mí, es ridículo. No pienso morir en vano. Seguro habrá docenas de voluntarios ahora mismo —dijo Cayetano, señalando a Rodrigo, haciendo todo lo posible por desviar la atención hacia nuestro tercer hermano. Era obvio que estaba asustado. ¿Quién no lo estaría?

    —Cayetano tiene razón. —Interrumpió nuestra madre —. Exponer a nuestros hijos por algo que tal vez sea una vil manipulación, me parece innecesario. Andebeck sólo quieren crear un ejército para matar a la bestia. Nada más.

    Un fuerte golpe en la mesa silenció a todos.

    —Un Espinho tendrá que ir —interrumpió mi padre —. No pienso quedar como el único reino que no mandará ni un solo voluntario, porque mis hijos son unos cobardes. De lo contrario, yo escogeré.

    —Entonces envía a Rodrigo —gritó Cayetano.

    —¿Por qué yo? —Se defendió Rodrigo.

    —Si a Guillermo le pasa algo, yo soy el próximo sucesor a la corona, ¡tú deberías ir!

    —Y si a ti te pasa algo, yo seré el próximo sucesor a la corona.

    Todo se salió de control. Padre se puso de pie, gritó, trató de detener la cacofonía que ahora tenía lugar en el comedor. Puñetazos en la mesa, fuertes acusaciones, incluso mi hermana Estefanía salió del salón con Annally. Era un caos. Sólo Guillermo y yo permanecimos relativamente callados. Él estaba disfrutando del espectáculo mientras terminaba su desayuno, sabiendo que su nombre no sería llamado para la competencia.

    Se suponía que yo debía sentir el mismo alivio. Era una oportunidad de oro para reírme de todo lo absurdo, pero algo me detuvo y créanme, fue algo estúpido. Algo loco. Algo para lo que estaba tratando de reunir fuerzas. En este campo de batalla improvisado, el rey buscaba a alguien que representara a este pequeño reino olvidado.

    Pequeño y olvidado… como yo. Pequeño. Olvidado. Ni siquiera existo como una opción para la mayoría de las cosas. A diferencia de mis hermanos, de quienes esperaban grandes cosas, pero nunca de mí.

    —Iré yo —dije en voz alta, a la vez que me ponía de pie.

    Lo único que se escuchó después de eso fue el último bocado de mi hermano siendo tragado.

    Ese momento, justo ahí. Ese fue mi mayor error.

    Capítulo 2

    No había visto ni al rey, ni a la reina salir de su habitación por el resto del día. Ni siquiera pude concentrarme en mis tareas diarias, solo pensando que tal vez había cometido un error. Había estado mirando la nieve que caía por Krea sabe cuánto tiempo, admirando la belleza de mi reino. El esplendor de la nieve era suave, como la seda que hacía las sábanas de mi cama, pero al tacto era frío, como los chillidos de mi madre provenientes del interior de la cámara real.

    —¡Él no sobrevivirá!

    Un suspiro escapó de mis labios, como otros mil que ya se me habían escapado. Sentado en el arco de la ventana, esperando mi veredicto, no pude evitar perderme en la pelea que había estado ocurriendo durante la última hora.

    —Él ya no es un niño y necesita esta experiencia más de lo que tú crees ¡Tienes que aprender a dejarlo ir!

    —¡No pretendas entenderlo, porque no lo conoces!

    Miré fijamente la nieve, cada copo que pude encontrar, siguiéndolo hasta el suelo, cuando un áspero sollozo me impidió contemplar el encantador pueblo, no lejos de los muros del castillo. Mirar la nieve caer por la ventana sobre los pinos, las praderas y las cordilleras no estaban calmándome en lo absoluto.

    —Él no será capaz de soportar la presión de un reino tan horrible.

    Soy el cobarde.

    —Es la perfecta oportunidad para que deje de verse como un niño y se convierta en hombre —respondió el rey, en tono enfadado.

    Débil.

    Mis manos de repente agarraron mi cabello, tirando con fuerza y creciente ansiedad. Ya no podía escucharlos, tenía que hacer algo, tenía…

    —Si esta es una de tus estúpidas bromas, mejor que lo digas ahora mismo —gruñó Guillermo en forma de advertencia —. Estás llevando esto demasiado lejos.

    Mis hermanos habían estado allí conmigo dentro de ese pasillo, preguntándose qué pasaría ahora. Al parecer, también lo estaba todo el personal y ni siquiera los había notado para empezar. Rápidamente volví a mirar a Guillermo, ignorando lo mejor que pude la preocupación que molestaba al tranquilo personal del castillo. El silencio que reinaba por la delicada situación era peor. Nunca hubo un momento en que mis hermanos y yo no estuviéramos bromeando, peleando o buscando cualquier excusa para fastidiarnos. Y quería discutir. Sacarle un gruñido a Rodrigo, bromear con Cayetano, escuchar reír a mi hermana, cualquier cosa. Este silencio absoluto no era normal.

    Entonces, cuando Guillermo habló, lo desafié a continuar, a que discuta, pero Cayetano me lanzó una mirada de advertencia cuando se dio cuenta. Retrocedí, mirando por la maldita ventana de nuevo. Que para ser justos había sido mejor idea de todos modos. Guillermo, él… bueno, él era el primogénito, el que heredaría la corona. Era un hombre muy rígido. Un gran político y estratega, sí, pero lo que tenía en perfeccionismo le faltaba en amabilidad. Las emociones eran una carga para él, al parecer. Había sido criado para ser rey prácticamente desde que nació y yo, junto con el resto de mi familia, lo veíamos como si ya lo fuera. Demandaron de él todo lo que se puede esperar de un gran político desde antes de siquiera aprender a caminar. Como si fuera un acto de castigo, yo fui todo lo contrario. Me habían mimado y envuelto en mantas protegiéndome de las demandas del mundo. Para ser justos, comparado a él, yo lo había tenido fácil. Siempre podía ver el odio en sus ojos cuando me miraba, por eso y por razones que no sabía si alguna vez descubriría.

    Realmente no quería nada de esto. Solo quería demostrar que también era un Espinho, tan digno como todos ellos y que tengo la capacidad de ir a esta competencia e intentarlo por el bien de nuestro reino. Puede que no sea la mejor opción, pero ¿tenía que ser la migaja sobrante de mi familia?

    Suspiré suavemente. ¿Cómo llegué a esto?

    Antes de que pudiera oír nada más, la puerta se abrió de golpe y todos en el pasillo se quedaron helados. Me enderecé y vi salir a la reina. Los ojos enrojecidos e hinchados y el cuello empapado de lágrimas. Por dios Krea, esta mujer me ha llorado mi tumba desde hoy. Ella me miró, casi se derrumbó de nuevo en un doloroso sollozo, pero luego se dio cuenta de la audiencia que se había reunido y logró controlarse. Llamó a Annally y se fueron, seguro a orar al templo.

    Miré a mi hermana y le hice un gesto con la cabeza que entendió bien, porque salió disparada detrás de nuestra madre, la agarró de la mano y se fue con la pobre. Si alguien podía ayudar tanto en la oración, era Estefanía.

    Unas manos sobre mis hombros me devolvieron al momento presente, saltando alarmados por el toque repentino. Era el rey, quien me sostuvo mientras miraba directamente a mi alma como si lo estuviera haciendo por primera vez en nuestras vidas. Me quedé quieto, mirando tan de cerca el rostro de mi padre que se sintió extraño.

    —Prepárate, porque mañana harás historia.

    Y eso fue todo. Tan repentinamente como había aparecido se fue, seguido de cerca por su guardia. Desconcertado miré su espalda alejándose, sintiendo a mis hermanos acercarse a mi alrededor, sorpresivamente tan confundidos como yo.

    —Sabes —dijo Guillermo, desordenando mi cabello aún más. Empujé su mano totalmente irritado. No soportaba que me tocara —. Creo que nos engañaste allí por un segundo. Creo que sí puedes sobrevivir.

    —¿En serio? —estaba extrañado.

    —¡Claro! te esconderás hasta que todos se mueran, como un vil cobarde.

    —¡Guillermo! —espetó Cayetano —. Está lo suficientemente asustado, ¿quieres parar?

    —No estoy asustado —mentí entre dientes, sabiendo muy bien que estaba aterrorizada.

    Todos comenzaron a dispersarse lentamente, ahora que las cosas se habían calmado un poco. Fui el último en irme, tratando de entender qué diablos había sucedido desde que comenzó mi día, cuando vi que Annally trató de encontrarme a mitad de camino para ofrecerme algo. Té probablemente para calmar mis nervios. Así que me escabullí apresuradamente a mi habitación. No estaba de humor para enfrentar a nadie en ese momento. Necesitaba estar solo.

    Una vez en mi habitación, me dejé caer espalda contra la puerta, suspirando profundo. Estaba más que exhausto, pero la idea de dormir me era imposible, así que me dirigí al balcón. Iba tras el frío, el gélido abrazo calmando mis pensamientos, hasta que todo pudo ser más claro. Más calmado.

    La noche dio la bienvenida a las cuatro lunas en el cielo, donde solo la mayor se veía más que las demás. Me sostuve de las barandas y exhalé todo el aire contenido, casi en un gemido.

    ¿Qué he hecho?

    ¿Por qué dije que sí a esto?

    La peor parte era que, sabía la respuesta sin tener que pensarlo tanto. Después de todo, era dolorosamente obvio.

    Quería ser visto.

    Que me notaran por una vez.

    Me escucharan.

    Dolía ser nada para esta familia. Quería ser… más.

    —¿Es verdad entonces? —un suave susurro salió de mi habitación. Me sobresalté, aunque sabía a quién pertenecía —. ¿Matarás al dragón mañana?

    Estefanía se veía aún más nerviosa que yo, así que traté, por su bien, de lucir como solía hacerlo. Sonreí, algo que florecía cada vez que mi hermana estaba cerca.

    —Por supuesto que no —dije, abrazándola fuerte. La piel de su parka color vino me hizo cosquillas en la nariz —. Tomará bastantes meses de entrenamiento antes de que eso suceda. Por favor, no tengas miedo.

    No ahora mismo.

    Ella casi sonrió. Casi. Sus ojos se perdieron mientras miraba al horizonte, al pueblo lejano. Llámale melancolía, pero me le quedé mirando, notando lo mucho que me recordaba a nuestra madre. Su belleza era paralela a la de ella, piel tan blanca como la nieve, cabello largo y suave tan negro como la noche. Quería protegerla a ella y su inocencia y calidez que sabía que esta competencia eventualmente le quitaría. Entonces caí en cuenta… ella no estaría conmigo después de esta noche. Me iba mañana. Se me cortó la respiración.

    —Rezaré Krea por ti todos los días cuando vayamos al templo —prometió.

    A través de la tristeza, sonreí.

    —Confía en mí, no tengas miedo. Prefiero que todos los demás duden de mí menos tú.

    —Nunca dudaré de ti, nunca lo he hecho. Solo... prométeme que volverás a casa.

    Tragué saliva.

    —Omhet —ella insistió, arrastrando mis ojos a los de ella en un instante cuando todo su cuerpo comenzó a tiritar. No era el frío lo que la hacía temblar.

    —Volveré, lo prometo.

    Estefanía asintió, y respirando más tranquila, comenzó a irse. Yo no estaba listo para ir adentro, por eso me senté en la baranda del balcón y miré mi reino una vez más. Despidiéndome de un lugar el cual no quería dejar.

    —Omh —llamó antes de irse, sus pies se detuvieron junto a las puertas del balcón —. Cuidado con el dragón, no quiero que sufra antes de morir.

    Eso... fue un pensamiento extraño. Simplemente asentí, sin saber qué decir a eso. Aunque tengo que admitir que me hizo pensar por el resto de la noche. Si no hubiera sido por mi hermana, no se me hubiese ocurrido pensar que la criatura era... bueno, una criatura viva que respira. Una peligrosa bestia salvaje, sí. Pero un ser vivo, al fin y al cabo. Si todavía estaba vivo después de todos estos años, me hizo preguntarme si estaba cansado y deseando libertad. Si tal vez quería simplemente vivir y no ser parte de un complot de hechiceras para destruir y conquistar.

    Negué con la cabeza, preguntándome qué me pasaba. Preocuparme por una criatura legendaria era lo contrario a lo que debería mover mis pensamientos. Aunque todo esto me hizo pensar, si tal vez el dragón ansiaba su libertad tanto como la ansiaba yo.

    Capítulo 3

    El golpe en la puerta al abrirse me despertó, pero no tanto como cuando abrieron las cortinas. Gruñí cuando los rayos del sol resaltaron sobre la nieve, haciendo que entrecerrara mis ojos. Me estaba sentando en la cama, cuando escuché la voz de Annally. ¿Me estaba hablando a mí? Cuando comencé a responderle me di cuenta de que no, ella no estaba hablando conmigo.

    Fruncí el ceño ante la confusión. Normalmente ella llegaba sola, preparando mi baño, organizando mis ropas de la mañana. Todo aquello, mientras explicaba mi estricto calendario del día, sabiendo que probablemente haría apenas la mitad. Pero esto era nuevo. Definitivamente no era usual que se dirigiera a otros miembros del palacio, dándole órdenes de una manera a la que no estaba acostumbrado.

    Mis ojos cansados captaron la conmoción en mi habitación, donde había tres guardianes que estaban detrás de Annally, enredando mis pensamientos. ¿Llevaban el uniforme de guardia real de Glacier? Llamé a mi servidora, queriendo saber por qué le estaba explicando en detalle mi rutina, así como mi dieta, mi guardarropa y mis medidas, por todos los dioses. ¿Quiénes eran? ¿Por qué estaban aquí? ¿Y por qué estaban al tanto de información que solo Annally sabía de memoria? Eran los soldados del rey. No necesitaban saber lo que vestía para dormir, ¿no?

    Un toque de nudillos sobre la puerta, seguido del rostro sonriente de mi padre me dejó congelado.

    —Buenos días.

    Ahora sí estaba estupefacto. Mi rey estaba en mi habitación, cosa que era inusual. ¿Qué rayos estaba sucediendo? ¿Había él estado en mi habitación antes? No recuerdo si alguna vez lo estuvo. No pude evitarlo, me le quedé mirando como un idiota.

    Él pareció curioso al mirar alrededor.

    —Tu habitación es pequeña —comentó de la nada, mientras se aceraba a mi cama.

    Seguí su mirada, dándole un vistazo hacia la chimenea en mi sala privada, que estaba junto a mi dormitorio. Tenía un comedor para dos personas, un baño privado y un estudio. Comparado con la habitación de mi hermano Guillermo, ésta era pequeña, pero era a lo que ya estaba acostumbrado.

    Luego me fijé lo casual que se veía, casi haciéndome jadear. Su vanidosa y excéntrica forma de ser era impecable. Por eso, verlo en una gruesa camisa y faltándole su

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