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Amor con amor se paga
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Amor con amor se paga
Libro electrónico100 páginas1 hora

Amor con amor se paga

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Información de este libro electrónico

"Un abismo cabe en todos lados.  Dentro de una cama, detrás de una puerta, en los ojos de una hija,  la memoria, en el lugar donde antes crecía el amor. Amor con amor se paga reúne 14 cuentos. En todos, hay un abismo.
 
Sin echar mano a la épica conquistadora ni a grandes universales, este libro de Natalia Brandi cose, con aguja implacable y una escritura directa y sensible, un puñado de historias de mujeres abismadas en aquellos espacios cotidianos -la casa, la amistad, la pareja- que pueden ser, al mismo tiempo o alternadamente, refugio y asfixia; la pesadilla de cuidar -¿Proteger? ¿Podemos cuidar a alguien amado de un amor ajeno?- a una hija de un amor que se intuye de riesgo;  la amistad y la compañía ante la irreversible pérdida que hiere de por vida a una amiga-madre; un primer flechazo de la adolescencia y el deseo que florece en la oscuridad; una pareja -que, con insistencia, atraviesa todo el libro, como un hilo conductor, un pasamanos del que sostenerse-, desde el comienzo hasta un fin que parece estirarse en el tiempo como castigo, como imposibilidad; la eclosión en la naturaleza como un símbolo del estallido que se silencia. 
 
Natalia Brandi mira a los ojos al abismo y, con habilidad, con elegancia, lleva a sus lectores a pararse justo sobre ese borde que separa la contemplación de la caída" (Luciana De Luca).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 jul 2024
ISBN9789874863584
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    Vista previa del libro

    Amor con amor se paga - Natalia Brandi

    Portada del libro 'Amor con amor se paga', de Natalia Brandi. Editora Odelia. El texto aparece sobre fondo pleno y rodeado de corazones.

    Página de legales

    Fecha de catalogación:27/05/2024

    ODELIA EDITORA

    facebook.com/odeliaeditora

    odeliaeditora@gmail.com

    www.odeliaeditora.com

    Copyright © 2024 Odelia editora

    © 2024, Natalia Brandi

    Dirección editorial: Yanina Giglio y Jazmín Teijeiro.

    Diseño de tapa e interiores: Instragram @che.ca.dg

    Versión 1.0

    Digitalización: Proyecto451

    No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopia, digitalización u otros medios, sin el permiso previo y escrito del editor.

    Su infracción está penada por la Ley 11.723 y 25.446.

    Contenidos

    Portada

    Una pieza de arcilla

    Con el viento

    El beso

    Eclosión

    Bordes perfectos 

    Risa de compromiso

    Una conversación cotidiana

    El cuerpo de Cristo

    Jazmines de invierno 

    Confites Sugus

    La hoja de ginkgo 

    Abierta de un solo golpe

    La enredadera

    Sábanas apenas manchadas

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    Tabla de contenidos

    Dedicatoria

    Comienzo de lectura

    Amor con amor se paga

    Natalia Brandi
    Colección Avalancha

    A Justina y a Grin.

    A Silvia y Alicia.

    Y a Virginia.

    Una pieza de arcilla

    Era la primera vez que mi hija incluía a alguien más en su foto de Whatsapp: un chico escondía su cara detrás de una filmadora analógica y desde su hombro asomaba la risa de Emilia. 

    Baltazar, se llama. Es sincero, ma —me dijo la primera vez que me habló de él. Ahora me pregunto cómo no me pareció extraño que me diera esa referencia. 

    A los dos o tres meses de estar saliendo, Emilia vino con Balto a dormir a casa. Cayeron después de la facultad, era la madrugada. Escuché los pasos en la escalera y nada más. Al día siguiente volví tarde a casa, tuve mi clase de cerámica después de la oficina y ya se habían ido. Esa noche me avisó que el tío de Balto, que trabajaba en el Colón, les había conseguido entradas, que no venía a dormir.

    El domingo a la mañana Emi abrió la puerta de mi cuarto. Yo con el mate, todavía en la cama. Nunca se levantaba temprano excepto que se sintiera enferma.

    —Hola, ma. —Se sacaba las lagañas y se revolvía el pelo.

    —Estoy con Balto, se queda a comer.

    ¿Para qué me daba la noticia si en casa era frecuente que alguien extra familiar se quedara a almorzar?

    —Digo… ¿Papi podría hacer asado, hoy?

    No recordaba que alguna vez alguno de mis hijos hubiera pedido menú de almuerzo, a menos que fuera una fecha significativa.

    —¿A dónde vas? —me preguntó mi marido, con la tijera de podar a punto de cortar el ligustro.

    —Emi está con antojo de asado —le dije abriendo la puerta del auto.

    —¿Emi? ¿¡Asado!?

    Encendí el fuego y salé la carne mientras mi marido terminaba de cortar el pasto.

    —Asadito. ¿Qué se festeja? —Mi hijo me abrazó por detrás. Me dio un beso en el cuello, sentí su aliento a boliche.

    —Andá a lavarte los dientes, Facu, haceme el favor. —Lo miraba caminar y me daba risa verlo acomodándose el pijama que le llegaba apenas debajo de las rodillas. Se lo había regalado mi suegra para una navidad a los quince o dieciséis años.

    Dejé la carne en la mesada de la parrilla y entré a la cocina a limpiar las verduras. El vaho desconocido me llegó desde la escalera. Buen día, dijo una voz que arrastraba un perfume alimonado, chirriante. Me quedé mirando cómo temblaban las hojas de lechuga bajo el agua.

    Giré y lo vi. Un chico tan alto como mi hijo, con el pelo rapado y una barba prolija. Había algo en su boca. El labio inferior ligeramente por delante del superior. Recordé la expresión de Marlon Brando en El Padrino. Su cara tensa, la mandíbula apretada y las comisuras que se deformaban en una media sonrisa. Pobre, debe ser tímido, pensé. Saqué las manos de los guantes de goma, lo tiré en la bacha y me acerqué para darle un beso en la mejilla. La piel lisa y el cuello de la chomba perfumado, demasiado perfumado, demasiado cítrico. Por detrás apareció Emi, todavía llevaba la remera enorme que usa para dormir y un pantalón de fútbol viejo del hermano. Abrazaba un libro que no reconocí. Preparó dos cafés y un par de tostadas.

    El chico salió al parque. Emi llevó el desayuno a la mesa del comedor y acomodó el libro sobre un individual encima del mantel. La miré y me reí de la excentricidad, pero ella no se percató de mi cara. 

    —Listo, amor. Me voy a bañar —dijo Emi asomándose al parque.

    Balto entró y se sentó a tomar el café y a leer su libro. Desde la cocina escuché que Emi y Facu se saludaban en la escalera. Ella se rio de alguna pavada que le habría dicho él. Me asomé al comedor, el chico leía concentrado como en una biblioteca, creo que no había probado la tostada ni el café. Se tiraba los pelitos de la barba y después se frotaba la mejilla. Eran movimientos mecánicos que acompañaban la lectura, pero me pareció que escondían otra cosa. El pecho se me ahuecó como cuando era chica y veía con terror asomarse al titiritero detrás del teatro de cartón. 

    El almuerzo transcurrió con la tranquilidad incómoda que se siente cuando entra un desconocido en la intimidad de una familia. Con Facu hablaron de música y con mi marido de lo rico que estaba el asado. Nos contaron su experiencia en el Colón. Me enteré que los padres eran psicoanalistas. A esa altura ya íbamos por el café, Facu se juntaba a ensayar con su banda así que se había ido y mi marido estaba limpiando la parrilla. Los tres nos quedamos de sobremesa hasta tarde. Le conté de mi afición por la cerámica norteña después del viaje a Tilcara. Balto dijo que a él no le gustaba mucho viajar. Hablaba mucho de su mamá, de su trabajo como psicoanalista, de que él hacía terapia desde los quince sin interrupción porque su mamá así lo había decidido; que habían vivido un tiempo en París mientras su mamá traducía al castellano un trabajo de una psicoanalista francesa; que su padre era psicólogo de la farándula, de que ambos se conocieron en el Borda haciendo guardias, que tenía un hermano que tocaba el piano. El discurso verborrágico no me dejaba meter palabras, me limitaba solo a asentir, además la veía tan entusiasmada a Emi que me tragaba los bostezos y las ganas de sacar mi cuerpo de la silla. Hasta que a ella se le ocurrió hacer pochoclos para ver una

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