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Jake Becker: El chico de siempre
Jake Becker: El chico de siempre
Jake Becker: El chico de siempre
Libro electrónico583 páginas8 horas

Jake Becker: El chico de siempre

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Hay cosas que nadie sabe de Jake Becker, por ejemplo, que fingió una relación con Bethany Harris al empezar la universidad o que no se presentó a las pruebas para un buen equipo de la NCAA. Lo que sí sabe todo el mundo es que atrae los problemas como un imán. Durante su segundo año en la VSU, Jake tendrá que lidiar con un montón de reproches familiares, deportivos y académicos, mientras se esfuerza por ser titular en el equipo de fútbol y por mantener separadas sus dos vidas: la de dentro y fuera de la universidad. Parece una tarea bastante sencilla, pero la llegada de Emma, los encontronazos con Arabia y la música de Beth harán que todo cambie. Sobre todo, esto último. Y, al acabar el curso, todo eso que nadie sabía de Jake Becker ya no será ningún secreto. Ni siquiera lo que él desconocía de sí mismo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 may 2024
ISBN9788412137354
Jake Becker: El chico de siempre

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    Jake Becker - Rolly Haacht

    1 | NO TE METAS EN LÍOS

    lunes 13 de agosto

    Jake

    Tener una beca de fútbol en la VSU por segundo año consecutivo con los Ice Falcons no era un logro superdestacable a nivel universitario, teniendo en cuenta que era un equipo NCAA de División II y él había soñado toda su vida con jugar en un equipo de la I, pero bastaba. Porque el suceso que hizo que su familia se mudase de una gran ciudad de Pensilvania, como era Filadelfia, a una menos impresionante en Utah, como Vallon, cambió de golpe todos sus planes.

    Habían pasado tres años desde entonces.

    La primera jornada de vuelta a los entrenamientos del que iba a ser su segundo año como estudiante y jugador acababa de finalizar y estaba exhausto. Sus compañeros y él llegaron a los vestuarios respirando con la boca abierta, jadeando. Jake se sentó donde siempre, dejó el casco a un lado y se sacó la camiseta con las hombreras. Apoyó la espalda contra la taquilla, cerró los ojos y dejó que el sudor campara a sus anchas mientras recuperaba el aliento. Se había imaginado que sería duro, pero no tanto. Por lo visto, las instrucciones de Tayler, el entrenador jefe, habían sido claras: sin piedad, para que los veteranos no creyesen que su puesto estaba asegurado.

    —Estás en forma, Becker.

    Jake miró al frente, ubicó a Chris Ford y con un leve gesto de cabeza le agradeció el comentario. El running back estrella estaba acabando de desvestirse para irse a la ducha, mostrando un cuerpo atlético de piel medio oscura, pura fibra rebosante de sudor. Ambos habían sido de los pocos en aguantar hasta el final y era un gran halago viniendo de él, teniendo en cuenta que era uno de los capitanes y que el curso anterior apenas le había dirigido la palabra.

    Poco después, Shawn Williams, el quarterback titular, entró en los vestuarios maldiciendo a su paso.

    —¡Becker! —lo llamó de repente Hock, el coordinador defensivo—. Ve a la ducha de una vez. Tayler quiere hablar contigo.

    —¿El entrenador?

    —¿Qué clase de pregunta es esa? Venga, espabila.

    Sintió un hormigueo subiéndole por las pantorrillas antes de ponerse en marcha. No le gustaba hablar con él, nunca le había gustado. Jake prefería recibir instrucciones directas de Hock, a pesar de lo desagradable que, en ocasiones, podía llegar a ser.

    Se duchó y se vistió tan rápido que cuando acudió al despacho no sabía si el temblor de sus piernas se debía al duro entrenamiento, a los nervios o a ambas cosas. Tayler lo invitó a pasar a través del amplio cristal que mostraba su zona de trabajo, así que accedió y se quedó de pie frente a su mesa, separándose los pantalones cortos grises de deporte de la piel que aún estaba húmeda.

    —Siéntate, Becker.

    Se cruzó de brazos después de obedecer y echó un vistazo a su alrededor, se despegó también la camiseta —básica, azul oscuro— y se rascó la coronilla.

    —Hock me ha dicho que has hecho un buen entrenamiento —comenzó Tayler, sin apartar la mirada del montón de papeles que tenía delante.

    Esperó a que dijese algo más, pero pasaron los minutos y el ruido de las hojas que revisaba empezó a resultar incómodo. Cuando el entrenador paró y levantó la vista hacia él, en riguroso silencio, sintió una presión subiéndole a la garganta.

    —¿Y bien? —le preguntó—. ¿Qué te ha parecido?

    Puso cara de cordero degollado, entreabriendo los labios para decir algo, sin llegar a hacerlo.

    —El entrenamiento, Becker —aclaró Tayler.

    «Ah, eso».

    Jake se atragantó con su propia saliva, tosió y respondió:

    —Intenso.

    El hombre asintió con parsimonia y siguió observándolo.

    —¿Has estado entrenando por tu cuenta durante las vacaciones?

    —Sí, señor.

    Tayler volvió a asentir, luego suspiró y apoyó las palmas de las manos sobre los papeles de la mesa. Por último, se reclinó hacia atrás e hizo girar su silla de un lado a otro. Entretanto, Jake se rascó el pelo por encima de la oreja izquierda, por hacer algo.

    —Estaría bien que mantuvieses el nivel durante toda la pretemporada —añadió el entrenador, al fin.

    —Por supuesto, señor.

    —Si lo haces y Hock está contento con tu evolución, me plantearé que vuelvas al equipo titular. —Jake volvió a abrir la boca, esta vez con intención de darle las gracias, pero Tayler se lo impidió—. No te hagas ilusiones, no es ninguna promesa. Trabaja duro y ya veremos qué pasa. —Le hizo un gesto con la mano para que se marchara—. Y recuerda lo más importante: no te metas en líos.

    Jake salió bastante más abochornado de lo que había entrado. Sabía de sobra a qué se había referido Tyler con esa última apreciación, así que regresó a la taquilla, molesto por la mención, guardó sus cosas y llevó la ropa sucia al enorme cubo destinado para tal fin. Ya en el pasillo de salida, cruzó la vista con Hock. El susodicho se limitó a gruñir. Era, con toda probabilidad, el ser humano más extraño y hostil que había conocido nunca.

    Hock era Hock, y punto.

    —Mirad a quién tenemos aquí —dijo Shawn cuando ya cruzaba la zona de aparcamiento. Se acercó a él y lo agarró por los hombros—. Parece que el novato que ya no es tan novato está en el punto de mira, ¿eh?

    Jake enarcó una ceja.

    —Bueno, ¿qué? —siguió el siempre rico y engreído Shawn Williams—. ¿Este año vas a instalarte por fin en el campus o seguirás viviendo en casa de tus padres?

    Observó que había unas cuantas latas dentro del maletero de su gigantesco Toyota LandCruiser Sahara, algunas ya vacías. Troy Foster y Samuel Bloom, apoyados a ambos lados del vehículo, esperaron su respuesta con el mismo interés que Shawn, ocultando sus cervezas tras de sí. Jake no lograba entender qué demonios le había sucedido al quarterback del equipo durante el verano para haberse presentado en tan baja forma y estar saltándose una de las reglas básicas de la pretemporada junto a dos suplentes.

    —Eso no es asunto tuyo —respondió de mala gana.

    —¿Aún no estás listo para separarte de mamá? —se burló Shawn.

    No era la primera vez que escuchaba el comentario y, aunque le molestaba sobremanera que la única razón que se le ocurriese —respecto a si se quedaba o no en el campus— fuese su madre, no lo contradijo. Su vida personal no le importaba a nadie; mucho menos a aquellos tres que estaban emborrachándose en el peor lugar y momento posible.

    —Tengo prisa, Williams —le dijo—. Nos vemos mañana.

    —¿No quieres unirte? Estaba dispuesto a invitarte.

    —No, gracias —repuso separándose y dirigiéndose hacia la parada de autobús—. Deberías pensar en lo que estás, estáis, haciendo.

    Escuchó las risas.

    —Preocúpate por ti, Becker —le gritó Shawn ya por la espalda—. ¡Te hace más falta!

    Más risas.

    Jake se paró en seco, dispuesto a responder a la provocación de su compañero, pero entonces recordó las últimas palabras del entrenador Tayler y siguió andando, haciendo un tremendo esfuerzo por contenerse.

    Ya en el autobús, Jake estuvo dándole vueltas a lo de instalarse o no en el campus. Sabía de sobra cuáles eran las ventajas, sus compañeros siempre hablaban de las reuniones nocturnas, las fiestas privadas y la diversión. Él había escogido prescindir de esa parte de su beca a cambio de manutención completa en alimentación y acceso gratuito al transporte público. No conocía a ningún otro estudiante que hubiese tomado una decisión como la suya. «Una decisión sin precedentes», había oído mencionar al decano en su día. Pero durante aquel verano de 1984 había estado lidiando con la duda de si repetir un segundo año más en casa o irse a vivir a la universidad. La parte que lo instaba a marcharse eran las constantes broncas con su padre; la que lo contrarrestaba, el amor incondicional que le profesaba su prima Rachel, a la que sus padres habían adoptado tras morir los de ella en un trágico accidente de tráfico cuando apenas contaba con unos días de vida.

    Jake estaba convencido de que era muy ruin pensar únicamente en su bienestar, aunque cualquiera a quien le hubiese preguntado —de haber pedido opinión a alguien— le habría dicho que irse a vivir su experiencia universitaria al cien por cien no era despreciable ni egoísta. Era, a fin de cuentas, su vida, y cualquier decisión que tomase respecto a ella siempre sería válida y respetable. Además, eran sus padres los que se habían visto obligados a hacerse cargo de Rachel, no él. Su compromiso no era mayor que el de ellos y, sin embargo, lo parecía. A veces se preguntaba qué habría pasado si no hubiese fingido una lesión el día en que los ojeadores de los Utah Utes estuvieron en su instituto, porque si les hubiese interesado y se hubiesen decantado por él, habría tenido que mudarse a Salt Lake City sin remedio.

    Resignado, tomó una gran bocanada de aire y la expulsó con pesar, decidiendo en ese mismo momento que, pese a las dudas y las ganas, seguiría como hasta entonces: cogiendo el autobús cada día para ir a clase y a entrenar.

    Al llegar a su parada y levantarse para bajar, sintió que le fallaban las piernas; también el cosquilleo previo que auguraba una tarde de dolor. En cuanto se adentró en la empinada calle de adosados del barrio de Prinss donde vivía, supo que ni siquiera el haber estado haciendo ejercicio por su cuenta lo iba a salvar de las incómodas agujetas de los primeros días.

    Encontró a su hermano mayor, Derek, leyendo en el salón. Todavía le quedaban un par de semanas para irse a Florida, donde lo habían becado para estudiar Derecho con uno de los mejores programas de la NSU. Derek ni siquiera había dudado a la hora de solicitar plaza en universidades fuera del estado. Es más, Utah siempre fue su última opción.

    —¿Cómo ha ido? —le preguntó.

    —Esta pretemporada va a ser peor que la del año pasado.

    Su hermano negó divertido.

    —¿Qué pasa? ¿Qué he dicho?

    —Jake Becker. —Derek extendió los brazos como si desplegase un cartel—: El optimista.

    El timbre los sobresaltó. Jake abrió y se encontró a la extraña amiga de su hermana.

    —¡Zane! —exclamó sin apenas prestarle atención; mucho menos saludar—. Es para ti.

    —Si es Ari —escuchó desde arriba—, dile que suba.

    Se echó a un lado para dejarla pasar y ella subió por las escaleras después de dedicarle una sonrisa a Derek.

    —Es cosa mía… —dijo Jake—, ¿o esa chica siempre está aquí?

    —¿Qué hay de malo? Es bastante agradable.

    —Si tú lo dices…

    Jake fue a la cocina y abrió el congelador. El día anterior había preparado un par de bolsas de hielo, vaticinando el dolor tras el primer entrenamiento. Encontró solo una, la sacó y apartó el resto de cosas en busca de la otra.

    —¡Joder! ¿Dónde coño están los hielos que dejé aquí anoche?

    —Baja los humos.

    Resopló, molesto a más no poder. Luego cogió la única bolsa que tenía y la dividió para obtener dos más pequeñas. Se sentó en uno de los taburetes de la cocina, se arremangó los pantalones y se las colocó, una en cada cuádriceps. Estaba tan dolorido que tardó un rato en notar la molestia por el frío. Cuando eso pasó, dejó caer el pecho y la cabeza sobre la barra americana y se concentró en aguantar, moviendo las piernas sin parar sobre el soporte del taburete.

    —¿Sabes? —Derek interrumpió su concentración—. En Estados Unidos, las leyes no fueron efectivas hasta 1789 —añadió haciendo alusión al libro que tenía entre las manos—. O sea, hasta que George Washington tomó el mando como primer presidente y se adoptaron las diez enmiendas para…

    —¿Estás estudiando antes de empezar el curso? —le preguntó a su hermano sin cambiar de postura. Su voz hizo eco contra el mármol de la superficie.

    —Esta es la última de las lecturas recomendadas sobre el sistema judicial de nuestro país. —Jake puso los ojos en blanco—. No te hagas el desinteresado —continuó—. Sé que tú también has estado leyendo cosas para la universidad.

    No le respondió para no tener que darle la razón, pero sí levantó la cabeza al escuchar la puerta de casa. Su madre entró con Rachel y varias bolsas de la compra. Cuando Derek se levantó para ayudarla, él se frotó la cara con fastidio. Su hermano se pasaría todo el año fuera, una vez más, pero seguiría siendo el hijo perfecto y servicial porque, cuando estaba en Vallon, se comportaba como si todos le importasen, y eso siempre acababa eclipsando lo demás.

    Rachel divisó a Jake tras la barra y fue en su dirección con una chocolatina de Hershey en la mano. Se la mostró como el bien preciado que era.

    —¿Eso es para mí?

    La niña la escondió tras de sí y negó con simpatía. Jake escuchó entonces el retumbar típico de los pasos acelerados de su hermana mientras bajaba por las escaleras, consciente de que aparecería en cualquier momento.

    —¿Qué tal ha ido el entrenamiento? —le preguntó su madre mientras tanto.

    Pero antes de poder darle una respuesta, Zane se presentó con su amiga e interrumpió la conversación:

    —Mamá, ¿recuerdas que Ari se queda a cenar?

    —Claro.

    —¿Después podríamos llevarla de vuelta a casa?

    —¿No se queda a dormir?

    —Hoy no, señora Becker —repuso la aludida—. Pasaré la noche con mi madre.

    Sara asintió, sin añadir nada, y a Jake le resultó bastante raro.

    Esa chica ya se había quedado otras veces, muchas para su gusto, a dormir. Y no es que le importase que su hermana tuviese una mejor amiga y quisiese estar con ella constantemente, es que en casa de los Becker ya había bastante ajetreo de por sí. Además, no le gustaba que hubiese gente ajena a su familia cuando discutía con su padre, y eso pasaba casi todos los días; en especial durante aquel verano, pues Paul le había recriminado en más de una ocasión que apenas hubiese ayudado en la fábrica con la excusa de prepararse para la temporada. Y cada vez que había salido el tema, Jake respaldaba su postura con el hecho de que a Derek no le insinuase, tanto como a él, si quería ir para ganar un dinero extra que ayudase a su familia. «Tu hermano se pasa la mayor parte del año en Florida», era la respuesta favorita de sus padres, como si eso lo eximiese de la responsabilidad que todos tenían para llegar a fin de mes, o como si estar en otro estado fuese una carga pesada a compensar durante las vacaciones de verano. «Se pasa todo el tiempo estudiando», añadían. Y lo único que Derek hacía durante esas conversaciones era reafirmar lo duro que era todo en la NSU y decir que, de ser realmente necesario, trabajaría.

    —Derek, ¿la llevas tú?

    —Encantado.

    Jake miró a su madre con el ceño fruncido, pero ella siguió con las bolsas de la compra, ajena a su escrutinio. Todos sabían que Jake se moría de ganas por usar la camioneta de su padre; que Sara le hubiese ofrecido la tarea a Derek no hizo más que confirmar su teoría de que, cuando él estaba en casa, se olvidaban premeditadamente de sus ganas de conducir.

    De él, en general.

    Se quitó las bolsas de hielo, las llevó al fregadero y salió de la cocina dispuesto a encerrarse en su cuarto.

    —Hijo, has dejado todo el suelo llego de gotas.

    —No importa, traeré el mocho —se ofreció Derek.

    —Que lo disfrutes —le espetó él de muy mal humor antes de empezar a subir por las escaleras.

    —¡Jake!

    Ignoró el reproche de su madre y entró en su cuarto.

    Qué ganas tenía de que empezase el curso, de que Derek se marchara y de que todo volviese a la normalidad. Su ausencia no impediría que sus padres lo reprendieran, pero disminuiría las constantes comparaciones, al menos, hasta Acción de Gracias.

    2 | YA NO ES UN NOVATO

    martes 14 de agosto

    Jake

    Cuando sonó el despertador a la mañana siguiente, Jake no podía mover ni los dedos de los pies. De ahí que, cuando levantó el brazo para apagar la alarma de las cinco y media y evitar que Rachel se desvelara, la acción resultase tan tortuosa.

    Se puso de pie como pudo y maldijo para sus adentros a los entrenadores, pues no recordaba haber estado tan afectado de agujetas en toda su vida. Apoyó las manos en la pequeña mesa de escritorio e hizo movimientos con los hombros desnudos para destensarlos. Luego, con mucho esfuerzo, flexionó las piernas lentamente hasta ponerse en cuclillas. Continuó haciendo estiramientos hasta que el reloj marcó las seis menos cuarto, momento en el cual cogió una camiseta, se la echó sobre el hombro derecho y bajó a desayunar vestido únicamente con el pantalón corto con el que había dormido y que usaría para ir a entrenar. Es decir, el mismo del día anterior.

    Encontró a Paul y a Sara en la cocina, como era habitual cuando su madre estaba sin empleo. Ella decía que era la única forma que tenía de pasar un poco más de tiempo de calidad con su marido, quien siempre salía de casa en torno a las seis y regresaba pasadas las siete de la tarde. Jake era consciente de lo mucho que trabajaba su padre y de lo pesadas que podían llegar a ser sus tareas en la fábrica de soldadura Wathson, pero jamás decía nada al respecto, porque, en ese sentido, Jake no era muy distinto al resto de chicos de su edad.

    Se sentó en la mesa y se comió con ganas las dos tiras de beicon sobre una tostada que su madre le ofreció, junto con un tazón de leche al que él no tardó en añadir un buen puñado de cereales.

    Paul se marchó poco después de su llegada y Sara siguió cocinando sin dirigirle la palabra. Su silencio se debía a la discusión que habían tenido la noche anterior sobre el uso de la camioneta. Al parecer, su madre no le había propuesto a él cogerla por su evidente cansancio y ahora Jake se sentía culpable por haberse encarado con ella, aunque no lo dijo. En su lugar, recogió los restos de su desayuno, se puso la camiseta y salió a toda prisa hacia la parada de autobús.

    Dio gracias a que nunca había mucha gente por la calle a esas horas, porque su caminar fue digno de comedia. Afortunadamente, su estado no fue algo exclusivo. Cuando llegó al West Mountain Stadium —más conocido como el WM—, haciendo un esfuerzo sobrehumano por ser puntual, se dio cuenta de que todos sus compañeros estaban doloridos, más en mayor que en menor medida.

    A las siete y cuarto recibieron instrucciones de uno de los dos asistentes de Tayler.

    —Id a por pantalones, camiseta básica y botas. No necesitáis nada más.

    En el vestuario observó que el único que no parecía perjudicado por el duro entrenamiento del día anterior era Ford; eso, o fingía demasiado bien.

    Jake se puso la ropa que le habían dejado sobre la bancada bajo su taquilla y luego sacó sus botas, unas Adidas negras con el logo en blanco, como las de casi todos los demás. Supuso que iba a ser un día de mucha carrera continua.

    Pero se quedó corto.

    Porque, cuando llegaron al campo, Tayler los estaba esperando. Se reunieron con él a la altura de las cincuenta yardas y lo escucharon con atención.

    —Ha llegado a mis oídos que habéis ido diciendo por ahí que jugar en D-II tiene sus ventajas, que los rivales no son tan imponentes como en la D-I¹ y que el rendimiento individual no es igual de relevante. También he oído que para algunos esto es un mero trámite, un pasatiempo agradable del que disfrutar gracias a que Dios os ha dado un cuerpo atlético del que beneficiaros.

    —Quién habrá sido el estúpido —oyó a sus espaldas.

    —Es por eso, caballeros, que nos hemos puesto al nivel de la D-I —siguió el entrenador—. He hablado con mi buen amigo Lavell Edwards, entrenador de los Cougars², para copiar su pretemporada, ya que por lo visto la nuestra no era lo bastante buena para vosotros. Espero que disfrutéis y que logréis sentiros atletas de verdad, con el nivel de exigencia que creíais que nunca ibais a tener.

    Media hora después de aquel discurso, casi la mitad de los jugadores estaban tirados sobre el campo, sin fuerzas para continuar. Jake paró de correr cuando sonó el silbato de Tayler, se agachó apoyando los codos sobre las rodillas y jadeó cabizbajo, esperando que el entrenador les indicase que volviesen a ponerse en marcha. Pero entonces escuchó el doble pitido que indicaba que podían ir a beber agua y se dejó caer sobre césped agotado.

    Ya no tenía agujetas, las había ido perdiendo a medida que corría levantando las rodillas, pero eso no fue ningún alivio. Era plenamente consciente de que la semana no había hecho más que empezar.

    De camino a las cantimploras, escuchó las instrucciones para el siguiente ejercicio: una larga tanda de flexiones. Vio a alguno de sus compañeros cojeando de camino a la enfermería y llegó a pensar si sería preferible una sobrecarga a seguir con el entrenamiento, pero sacudió la cabeza para ahuyentar el pensamiento y se mentalizó de que tenía que seguir. El puesto en el equipo titular tenía que volver a ser suyo, fuese como fuese.

    Al final, solo seis, de sesenta que habían iniciado la pretemporada, sobrevivieron al segundo día.

    —Ford, McKain, Peterson, Connelly, Evans y, sorprendentemente, Becker.

    Harper Tayler los nombró uno a uno. Estaban situados delante de él, de pie porque tenían que estarlo, pero tan agotados que, de haber soplado un poco de brisa en aquella calurosa mañana de agosto, los habría tumbado sin esfuerzo. Evans y Peterson, cornerbacks ambos, se quitaron la camiseta y la escurrieron.

    Jake miró con atención al entrenador, consciente de a qué se había referido al destacar con sorpresa su apellido. Él había sido el único superviviente de los jugadores pesados, los linieros.

    —Es posible que seas el tackle defensivo más en forma de todos los tiempos.

    Chris Ford le dio un codazo amistoso. Jake fue incapaz de decir una sola palabra; se había pasado los últimos quince minutos con flato en el costado izquierdo y, ahora que había parado, notaba que se le había extendido por todo el abdomen.

    —Vosotros cuatro tendréis mañana el día libre, como todos. —Tayler señaló a los jugadores excepto al capitán y a él—. Y vosotros dos —añadió refiriéndose a ellos—, os espero mañana en el campo a las cuatro y media de la tarde. Tenemos que practicar un par de cosas. Ahora id con los demás y no os vayáis a casa sin pasar, al menos, media hora en La Nevera.

    El espectáculo de jugadores maltrechos de camino hacia el vestuario era lamentable. Jake no se apiadó de ellos más que de sí mismo. Quiso quedarse sentado un buen rato, pero sabía que, cuanto antes llegase a la sala de hielo —La Nevera— y se pusiese bolsas de frío por el cuerpo, menos consecuencias habría después. Así que hizo un último esfuerzo y consiguió llegar el primero.

    Fue allí donde Chris Ford entabló conversación con él, poco antes de que la sala empezase a llenarse de un montón de tíos, la mayoría por encima del metro ochenta y cinco, mazados, pero con los músculos tan hechos polvo que, en ese momento, no habrían podido ni aplastar a una hormiga.

    —Le estás causando buena impresión al entrenador, Becker.

    Se encogió de hombros con modestia, consciente de que destacar durante un par de días no significaba gran cosa. En unas semanas, cuando muchos otros volvieran a estar en plena forma, pasaría a ser uno más. Ese pensamiento le hizo acordarse de Tony Lewis, uno de los tackles ofensivos más importantes del equipo y que no había acudido todavía a ninguno de los entrenamientos.

    —Oye, ¿qué ha sido de Lewis? —le preguntó al capitán.

    —¿No lo sabes? Se murió su madre la semana pasada. El entrenador le ha dicho que se tome el tiempo que necesite. Viniendo de Tayler, es un gran gesto. Pero espero que Lewis no tarde demasiado en incorporarse o se quedará rezagado. Creo que por eso Tayler quiere verte mañana.

    —¿A qué te refieres?

    —Seguro que quiere probarte en ataque, por si acaso.

    Jake se quitó las dos bolsas de agua fría que se había puesto sobre los hombros y miró a Ford con atención.

    —Yo —comentó con incredulidad e ironía—. En ataque.

    —Eres un tackle, ¿no? ¿Qué importa que sea en un sentido o en otro?

    —Es que no es exactamente lo mismo golpear de frente que parar golpes. No es la misma posición ni por asomo. Además, Lewis es el tackle del lado ciego de Shawn, una pieza fundamental en ataque.

    —No te agobies, Becker. Es solo una suposición. Mañana veremos de qué se trata. ¿Quieres que pase a recogerte?

    —No es necesario.

    —Que sí, hombre. Dime dónde vives y estaré allí a las cuatro.

    Hubiese preferido negarse, pero sabía que era un suicidio social decirle que no al capitán, así que lo que hizo fue darle una ubicación aproximada.

    —Nos vemos en la entrada sur del parque Felton, si te va bien.

    —Claro, tío.

    En cuanto Shawn Williams hizo acto de presencia, Jake supo que sería el centro de la diana de su veneno, así que se arrodilló sobre una colchoneta para aplicarse hielo en los gemelos y luego se tumbó bocabajo, en un intento por no llamar demasiado la atención. Pero su estrategia no surtió ningún efecto, porque la sombra de Shawn no tardó mucho en cernirse sobre él.

    —Oye, Becker —comenzó a decir sentándose muy cerca de él—. ¿Qué pasó al final entre aquella animadora y tú? Esa que te quedaba como de llavero, ¿cómo se llamaba?

    No le respondió. Conocía a Shawn más de lo que le gustaría, así que optó por la indiferencia. Si no entraba en su juego, tarde o temprano se aburriría de él.

    —Ah, sí, ya me acuerdo. La dulce e inocente Bethany Harris.

    —¿Bethany Harris? —comentó alguien al fondo. Jake ni siquiera se molestó en levantar la cabeza para ver de quién se trataba—. ¿Esa no es la novia de Curtis Greyson, el capitán del equipo de baloncesto?

    —¿Lo es? —Shawn fingió sorpresa—. Vaya… Me da que no es tan inocente como pensábamos. ¿Tú qué opinas de eso, Becker?

    Jake tuvo que darse la vuelta por pura necesidad. Se sentó en la colchoneta y se colocó las bolsas en los cuádriceps, pero no respondió.

    —Pasar de ser la novia de un suplente de fútbol a la novia del capitán de baloncesto es un cambio de estatus de mucho nivel, ¿no crees?

    A pesar de que no dijo ni una sola palabra, cometió el error de mirarlo a la cara. Shawn se cruzó de brazos y sonrió con malicia.

    —Bueno, es bastante probable que lo de suplente cambie dentro de poco. —Chris Ford salió en su defensa y se hizo el silencio—. Y Williams, créeme, si yo fuese tú, me preocuparía más por mi propia titularidad que por la suplencia de otros. —Los susurros de sorpresa por el revés de Chris a Shawn no tardaron en llegar—. Becker ya no es un novato. Es hora de que lo dejes en paz. Además, ¿tú lo has visto? Está tan en forma que podría mover tu bonito cuatro por cuatro con un solo brazo.

    Fue después de esa aportación de Chris cuando Jake fue plenamente consciente de la sutil rivalidad entre dos de los jugadores más importantes del equipo: running back y quarterback. Una rivalidad que, dadas las apariencias y por el bien del conjunto, se encargaban muy bien de ocultar. Sin duda, la de ellos era una amistad llena de asperezas.

    —Seguirá siendo el Novato durante toda la temporada, porque no ha habido fichajes de primer año y no vas a ser tú quien cambie las reglas. Y su aspecto, por cierto, me trae sin cuidado.

    —No debería.

    —¿Por qué no? Sigo siendo el maldito quarterback titular de este equipo.

    —Eso ya lo veremos —soltó Jake harto de escuchar a Shawn.

    —¿Cómo dices?

    El aludido se levantó para encararse con él, pero Chris se puso por delante.

    —Vale, Williams. Retrocede.

    Jake recogió sus bolsas y dejó que la conversación de aquellos dos se perdiera tras él mientras regresaba al vestuario. Una vez allí, se paró frente a los lavabos, se echó agua por la cara y se contempló frente al espejo. Primero el rostro, imberbe pero varonil, y luego el cuerpo. Su aumento de volumen respecto al año anterior era notable, así que esperaba que fuese suficiente para arrollar a cuantos linieros ofensivos se le pusieran delante durante la próxima temporada, porque quería poder jugar muchos partidos.

    No había nada que le gustase más que jugar al fútbol.

    3 | TOTALMENTE PROHIBIDO

    miércoles 15 de agosto

    Jake

    Jake se pasó toda la mañana reflexionando sobre la posibilidad que Chris le había metido en la cabeza de que el entrenador lo fuese a probar en la línea de ataque. Sabía que la ofensiva de su equipo casi siempre estaba enfocada en que el balón le llegase de una forma u otra al running back, es decir, a la estrella de los Ice Falcons: Chris Ford. Y no era de extrañar, teniendo en cuenta que, desde la llegada de Chris, el equipo había dicho adiós a su mala racha.

    Estuvo pensando en la dificultad de tener que aprenderse las muchísimas combinaciones de ataque incluso en el parque, donde había ido con Rachel, hasta que pasó algo que hizo que se olvidara del asunto: Morgan, una de las amigas de su prima, se perdió.

    Cuando la madre se dio cuenta de que la niña había desaparecido, empezó a llamarla a voces, desesperada, alertando al resto de los adultos. Jake localizó a Rachel, la cogió fuerte de la mano y le preguntó por Morgan. Ella tampoco sabía a dónde había ido, pero dijo algo que resultó clave en la búsqueda:

    —Me ha dicho que quería hacer pipí.

    Sin soltarla de la mano y sin dejar de mirar hacia todas partes, Jake se acercó a la mujer para comunicarle lo que había dicho su prima. Tuvo que repetirlo hasta tres veces, porque el agobio de la susodicha no hacía más que aumentar a medida que avanzaban los minutos, y también porque nadie parecía muy interesado en lo que él tuviera que decir. No lo tomaron en serio hasta el tercer intento.

    —Katie, ¿dónde sueles llevarla si le entran ganas de hacer pis cuando estáis en la calle? —le preguntó un hombre a la madre de la niña perdida.

    Cuando la mujer fue capaz de dar una respuesta, un par de madres se dirigieron al 7-Eleven más cercano y, cinco minutos después, trajeron a Morgan de vuelta. A Jake le pareció asombroso lo rápido que podía perderse un niño. Morgan, de tres años, había sido capaz de salir de la zona de juegos, cruzar la avenida y entrar en un establecimiento sin que nadie se percatase de que iba sola. Se le pasaron por la cabeza una cantidad espantosa de cosas que podrían haber ocurrido.

    —¿Hoy no tienes que ir a jugar a fútbol? —le preguntó Rachel de regreso a casa.

    —Sí, por la tarde.

    —¿Y volverás para cenar?

    —Creo que sí.

    —¿Me subes a hombros?

    Jake hizo una mueca solo de pensarlo.

    —¿A la espalda te vale?

    —¡Sí!

    Llegaron hasta Prinss según lo pactado, pero la subió a hombros de todas formas en los últimos cincuenta metros hasta la puerta de casa.

    Zane estaba en la cocina, con Arabia. Rachel las saludó para que viesen lo alto que estaba.

    —¿Y mamá? —le preguntó Jake a su hermana.

    —La han llamado para una sustitución o algo así.

    —¿De dónde? ¿De Burlington?

    —Me parece que de Walmart.

    Esos habían sido los dos últimos trabajos temporales de su madre: dependienta en tienda de ropa y cajera de supermercado. Esperaba que en algún momento le ofreciesen un contrato fijo.

    —¿Qué estás cocinando?

    —Estamos —puntualizó Zane señalando a su amiga—, y es la salsa boloñesa de los espaguetis que comeremos hoy.

    Se le hizo la boca agua solo de pensarlo.

    —¿Cuánta hambre tienes? —Zane se dirigió de nuevo a él—. ¿Crees que vas a repetir?

    —No creo ni que tengas que preguntarlo. —La respuesta de Arabia lo dejó atónito, tanto que clavó la vista en ella hasta que aclaró su respuesta, como si él ni siquiera estuviese allí plantado—. Jake siempre repite, ¿no?

    Su hermana se echó a reír.

    —Tienes razón. Pondré a hervir los dos paquetes.

    Y, como era de esperar, cuando llegó la hora de comer, se comió dos platos.

    ***

    A las cuatro menos cuarto salió de casa y acudió al parque Felton, cargado con una mochila que contenía las prendas de deporte que había estado usando todo el verano. De no ser porque lo iban a recoger, Jake se habría subido en el autobús con esa ropa ya puesta. Pero Chris Ford siempre acudía al estadio con ropa elegante, así que él se vistió con sus viejos vaqueros de siempre y una camiseta de manga corta gris, de las menos desgastadas que tenía, tratando de no desentonar demasiado.

    Se cruzó de brazos y se puso en el lugar más visible que encontró, asfixiado por el calor y maldiciendo el hecho de no tener un solo par de pantalones cortos aceptables. Al cabo de un rato, deseó con todas sus fuerzas que el capitán no se hubiese olvidado de él ni que le hubiese gastado una broma al decir que lo recogería. Por suerte, poco después, un maravilloso Jeep Cherokee verde oscuro se acercó reduciendo la velocidad hasta quedar a su lado. Chris le abrió la puerta para invitarlo a subir y sonrió desde el asiento del conductor. Había más personas en el interior del vehículo, concretamente, tres chicas sentadas en los asientos traseros.

    —No muerden —dijo señalándolas con la cabeza—, te lo prometo.

    Subió y saludó con timidez. Una de ellas, la que llevaba un chupachup en la boca y sonreía abiertamente, tenía un tono de piel muy parecido al de Chris.

    —Te presento a Candy, mi hermana pequeña, y sus amigas: Lorreine y Cara. De todos los días que podían haber escogido, han decidido acompañarme hoy que solo vamos a entrenar tú y yo. ¿Te lo puedes creer?

    Las chicas se rieron.

    —No te quejes. Sabes que solo vamos cuando hay algo interesante —dijo Candy.

    —O alguien.

    Jake sintió de pronto un calor mucho más sofocante que el que había sufrido en la calle. Chris lo notó y subió el volumen de la radio para que las chicas se calmaran. En cuanto oyeron la música característica de Radio Ga Ga, Candy chilló y empezó a cantar:

    You had your time, you had the power. You’ve yet to have your finest hour.

    Y, acto seguido, las otras dos se le unieron con el estribillo.

    All we hear is Radio Ga Ga

    Radio go go

    Radio Ga Ga

    Hasta Chris se animó. Jake solo sonrió. Queen no le gustaba especialmente, pero aquella era una buena canción, sobre todo una buena para ir en coche y cantar a viva voz. Las chicas siguieron cantando o coreando todo lo que sonaba en la radio hasta llegar al aparcamiento del estadio. Ya allí se despidieron.

    Chris y Jake caminaron hacia el campo, donde Tayler los estaba esperando.

    —Os quiero aquí en diez minutos con la equipación completa, y cuando digo completa, es completa. Empiezo a cronometrar desde… ¡ya!

    Ninguno de los dos entendió por qué debían llevar toda la ropa y protecciones hasta que regresaron, poco después del tiempo concedido.

    —¿Tenéis calor? —les preguntó Tayler.

    —No, señor —mintieron al unísono; debían hacerlo.

    —¿Y por qué lleváis el casco en la mano?

    Se lo pusieron de inmediato y siguieron al entrenador, que empezó a caminar hacia el centro del campo.

    —Bien, veamos. Cuánto pesas, ¿Becker?

    —Unos… ciento quince.

    —¿Y tú, Ford?

    —Ochenta y nueve, señor.

    La diferencia de peso era considerable, teniendo en cuenta, entre otras cosas, los diez centímetros de más que Jake le sacaba a su compañero.

    —¿Quién es más rápido de los dos?

    —Yo, señor —respondió Chris.

    —¿Y quién más fuerte?

    Chris tuvo que darle un golpe en el brazo para que respondiera.

    —Yo, señor.

    —Pues este año vais a tener que trabajar mucho juntos, porque quiero que esa notable diferencia se reduzca. Quiero un running back mucho más fuerte, y un tackle mucho más rápido. Y por eso estamos aquí hoy, y estaremos cada miércoles por la tarde hasta que empiece la temporada. Trabajaréis codo con codo. Yo mismo supervisaré los avances.

    Lo primero que hicieron fue colocarse en uno de los postes de anotación para que Tayler cronometrase cuánto tardaban en alcanzar la línea de treinta yardas. Chris le sacó una ventaja insultante, ya no solo porque fuese más rápido, que lo era, sino porque ni siquiera habían calentado. Después de eso, Tayler los colocó uno frente a otro, como si se tratase de un inicio de jugada, obligando a Jake a placar a Chris. Eso fue tan fácil para él como correr lo había sido para el otro.

    Se picaron mutuamente y estuvieron repitiendo ambos ejercicios durante treinta agónicos minutos más. Para entonces, Jake ni siquiera podía esmerarse en correr con velocidad y Chris estaba bastante dolorido, aunque no se quejaba. Que Tayler los hubiese forzado a realizar los ejercicios a pleno sol y con toda la ropa no había facilitado las cosas.

    —Suficiente. El próximo miércoles a la misma hora.

    Ellos no protestaron. Se acompañaron en silencio al vestuario para sentarse a descansar antes de desvestirse. Y justo cuando Jake estaba a punto de quitarse los pantalones, las tres chicas aparecieron.

    —¡Hola!

    Chris, que todavía no se había quitado ni las hombreras, las recibió con amabilidad.

    —¿Os ha gustado el espectáculo?

    —Bueno —dijo Candy—, ha sido un poco lamentable.

    —Sinceridad ante todo.

    Jake se quedó sentado, esperando que las otras dos dejasen de ir de un lado a otro, mirándolo cada dos por tres, cuchicheando. Lorreine era pelirroja y Cara, la que a él más le había llamado la atención, morena. Jake no se atrevió a mirar a esta última demasiado. Tenía la impresión de que aún iba al instituto.

    —Os ducháis y nos vamos, ¿no? Cara ha propuesto que vayamos a Baskin Robbins a tomar helado.

    —Venga, va, salid de una vez —las apremió Chris—. Luego debatimos a dónde vamos.

    —Tú te vienes, ¿verdad? —le preguntó Candy a Jake.

    Antes de que pudiera contestar, Chris aseguró que sí.

    No era la primera vez que un grupo de personas irrumpía en los vestuarios; era algo que podía llegar a ser bastante habitual después de los partidos, sobre todo tras una victoria. Sin embargo, la normalidad con la que eso se trataba no hacía que a Jake le gustase

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