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Chicago eres tú
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Libro electrónico482 páginas9 horas

Chicago eres tú

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Descubre este friends to lovers ardiente y adictivo en el que del amor a la amistad solo hay un touchdown.  
El sueño de él era llegar a la NFL. El mayor deseo de ella era dejar de sentirse atraída por él.
Blair y Ryan son amigos desde niños y siempre han estado juntos.
Con catorce años se hicieron tres promesas: siempre se dirían la verdad, se ayudarían siempre que el otro lo necesitase y nunca se enamorarían de nadie.
Los años pasan y ellos han ido cumpliendo esas promesas, hasta que Blair empieza a sentir algo por Ryan. Intenta frenarlo de todas las maneras que se le ocurren, pero le resulta muy difícil cuando Ryan, el popular quarterback, la mira de esa manera…
A veces lo que más deseas es lo que no paras de prohibirte.
¿Y si te enamoraras de tu mejor amigo?
¿Y si supieras que ese amor acabaría rompiendo tu amistad?
¿Y si no pudieras controlar lo que sientes?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 oct 2024
ISBN9788408295921
Chicago eres tú
Autor

Loles López

Loles López nació un día primaveral de 1981 en Valencia. Pasó su infancia y juventud en un pequeño pueblo cercano a la capital del Turia. Con catorce años se apuntó a clases de teatro para desprenderse de su timidez, y descubrió un mundo que le encantó y que la ayudó a crecer como persona. Su actividad laboral ha estado relacionada con el sector de la óptica, en el que encontró al amor de su vida. Actualmente reside en un pueblo costero al sur de Alicante, con su marido y sus dos hijos. Desde muy pequeña, sus pasiones han sido la lectura y la escritura, pero hasta el año 2013 no se publicó su primera novela romántica. Desde entonces no ha parado de crear nuevas historias y espera seguir muchos años más escribiendo novelas con todo lo necesario para enamorar al lector. Encontrarás más información sobre la autora y sus obras en: Blog: https://loleslopez.wordpress.com/ Facebook: Loles López Instagram: @loles_lopez

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    Chicago eres tú - Loles López

    1

    Blair

    CHICAGO, EL AÑO EN EL QUE CUMPLIMOS CATORCE

    —¿Tú también estás aburrida?

    Al girar la cabeza veo a Ryan acercándose a mí, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón corto negro.

    —Me gusta contemplar las estrellas, aunque aquí no se vean tan bien —contesto y veo que se sienta a mi lado, justo en el borde de la piscina, y mete los pies en el agua, como los tengo yo desde hace un buen rato.

    —No sé quiénes son peores: los niños o los adultos —resopla señalando hacia el interior de la enorme mansión Fisher, donde vivo con mi hermana, su marido y sus hijos, en una de las zonas más exclusivas de Chicago.

    Acaba de empezar el verano, el curso terminó hace un par de días y esta noche han venido a cenar los tres amigos de mi cuñado Clive con sus parejas y sus respectivos hijos y están todos enfrascados en un juego de mesa infantil en el salón.

    —Pues sí… ¿No te has preguntado alguna vez por qué ya no nos divierten esas cosas?

    —Según mi padre es porque nos hacemos mayores y vamos cambiando… —Se encoge de hombros y frunzo el ceño.

    —Pues yo debo de cambiar más lento que los demás. Estoy harta de ser tan tímida.

    —Entonces deja de serlo.

    —No es tan fácil… —bufo, y Ryan hace una mueca mostrándome que no le parece tan complicado.

    Pero lo es.

    Y mucho.

    —Puedo ayudarte si quieres.

    —¿Cómo?

    —No sé. Pero podríamos pensar en algo para que lo seas menos —responde y se encoge de hombros de nuevo—. Además, después del verano coincidiremos en el instituto y podremos pasar más tiempo juntos.

    —Te voy a contar un secreto, Ryan… —susurro con un hilo de voz, como si hubiese alguien cerca y no quisiera que nos oyera—. No soy para nada popular, pero tú sí. Creo que solo sería un estorbo para ti.

    —No digas tonterías. Eres mi amiga —dice con rotundidad y ahora soy yo la que se encoge de hombros, porque, aunque él no sea consciente de ello, tengo claro que, cuando estemos en el mismo instituto, él abrirá los ojos a la realidad y se dará cuenta de que soy una pringada.

    Una pringada que solo tiene un amigo: él.

    El chico más alucinante, más divertido y más extrovertido que existe.

    —Lo pensaré. —Y me quedo mirando las pequeñas olas que formamos con nuestros pies, intentando imaginarme qué ocurrirá cuando empecemos el instituto juntos…

    ¿Seré capaz de cambiar o seguiré escondiéndome de los demás siempre?

    —Cuéntame algo —me pide, y sonrío porque muchas veces me pide que le explique cualquier curiosidad que haya leído recientemente y a mí me encanta poder compartirla con él.

    —El otro día leí que algunos científicos consideraban que en nuestra galaxia podría haber multitud de planetas parecidos a la Tierra. ¿Te lo puedes creer? —Levanto la vista al cielo—. ¿Billones o trillones de personas a millones de años luz de distancia viviendo sus vidas sin saber que existimos? —planteo mirándolo a los ojos—. Fuaaa, es flipante.

    —¿Por qué te gusta tanto el universo, Blair? —me pregunta sin disimular una sonrisita y me encojo de hombros.

    —Porque es infinito y misterioso. Hay tantas cosas por descubrir que me parece increíble.

    Ryan me mira con seriedad y después de pasar unos segundos así, mirándonos, levanto la vista al cielo de nuevo.

    Jo, qué rabia que no se puedan ver bien las constelaciones.

    —Mi madre se vuelve a divorciar —suelta de golpe y lo miro sin ocultar mi sorpresa—. Ya sé que debería estar acostumbrado porque, desde que se separó de mi padre, ha tenido tres maridos distintos, pero, no sé, pensé que este sería el último.

    —Y… ¿estás bien?

    —Me la pela —afirma indiferente, pero entonces alza los ojos al cielo estrellado y resopla—. Me caaansa tener que volver a conocer a otro de sus novios, porque sé que lo tendrá, como también sé que se volverá a casar y me tocará fingir que me cae superbién su nuevo marido. Creo que mi madre no sabe estar sola.

    —Uf… entonces es como mi hermana Harper —comento negando con la cabeza—. Da igual las veces que le rompan el corazón, ella sigue buscando el amor como si fuera algo increíble y maravilloso. No la entiendo, Ryan… Se tira un montón de días supermal por uno de esos chicos y, aun así, siempre conoce a otro y se vuelve a enamorar. ¿Es que no aprende?

    —El amor es un asco.

    —El amor es lo peor y debería dejar de existir —sentencio y saco la lengua con disgusto.

    —Pero todos ellos —dice señalando el interior de la mansión— parecen felices estando enamorados.

    —Ellos han tenido suerte, pero la suerte no es para todos, como tampoco lo es el amor —murmuro desganada y oigo que Ryan suspira.

    Con su silencio sé que me da la razón.

    A veces tengo la sensación de que nací con todo en mi contra y, a consecuencia de eso, tengo una timidez tan enorme que me impide ser quien quiero ser.

    ¡Y es un rollo!

    Nos callamos un rato y vuelvo a mover el agua con los pies.

    —¿Blair?

    —¿Hummm?

    —¿Tú has besado a algún chico?

    Me giro para mirarlo y veo sus ojos, de un marrón muy oscuro, fijos en mí.

    —¿P-Por qué me preguntas eso? —inquiero sintiendo que las mejillas me empiezan a arder y Ryan se encoge de hombros para después mover los pies al mismo compás que yo, creando pequeñas olas que nos salpican las piernas.

    —Bueeeno… es que… —Se calla y suspira mientras contempla el agua de la piscina, y después vuelve a mirarme—. Somos amigos, ¿verdad?

    —Desde que nos conocimos con seis años, gracias a que tu padre y mi cuñado son muy amigos —confirmo y él asiente con emoción.

    —He estado pensando que, ya que somos tan buenos amigos y siempre lo seremos, pase lo que pase —añade rápidamente y asiento porque yo también estoy convencida de ello—, tenemos que prometer que nos ayudaremos siempre, sea en lo que sea, y que, además, nos contaremos siempre la verdad.

    —La verdad…

    —Sí —pronuncia con una amplia sonrisa—. Odio las mentiras, Blair. Las odio por encima de todo y no quiero que entre tú y yo haya ninguna. Siempre nos diremos la verdad y siempre nos ayudaremos, sin importar lo loco que sea.

    —Me parece bien. Yo también odio las mentiras y estaría bien que nos ayudásemos en cualquier cosa que necesitemos.

    —Entonces, ¿lo prometes? —me pregunta alzando un meñique y no puedo evitar sonreír.

    —Claro, lo prometo. —Y rodeo su meñique con el mío, provocando que Ryan sonría todavía más.

    —¡Genial! —exclama aliviado y me mira fijamente—. Me tienes que ayudar, Blair.

    —¿A qué?

    —No he besado nunca a nadie y me da miedo cagarla cuando llegue el momento… y he pensado que tú… que nosotros… ¡Ya sabes! Que tú y yo…

    —¡No! —suelto abriendo mucho los ojos y negando con la cabeza, porque no quiero ni oír la disparatada idea que se le ha pasado por la mente—. Somos amigos, Ryan, no voy a besarte, sería asqueroso y estaría mal, ¡muy mal! Además, acabamos de decir que el amor es un asco y…

    —Pero esto no tiene nada que ver con el amor —replica con garra interrumpiéndome—. Además, me acabas de prometer que entre nosotros no habrá mentiras y que siempre nos ayudaremos.

    Lo miro fijamente y veo como abre tanto los ojos que no me cabe ni una mísera duda de que está hablando en serio.

    —¿Te gusta alguien?

    —No, pero en unos meses empezamos el instituto y quiero estar preparado por si surge la ocasión. Mira, si tú me enseñas a besar, nunca, jamás, hablaremos de ello. Será como si no hubiese existido.

    —¿Y cómo sabes que yo sé besar?

    —Porque te conozco y sé que tú ya lo has hecho —suelta y no puedo evitar abrir la boca sin ocultar mi asombro—. Incluso te podría decir exactamente el día que fue. Pero te perdono que no me lo hayas contado antes porque aún no habíamos prometido que seríamos supersinceros con el otro.

    —Pero ¿có-cómo lo sabes? —pregunto abriendo los ojos como platos y Ryan hace una mueca, tan tranquilo, como si fuera transparente para él.

    —Cuando pasó estabas roja como un tomate —responde con tranquilidad—. Además, después de eso, cuando alguien hablaba de besos, volvías a sonrojarte.

    —Vaalee, lo reconozco, hace unas semanas un chico me besó. Pero no me gustó o no me gustó lo que pasó después, ¡no lo sé!, y he decidido que no voy a besar a ningún chico más y no voy a tener nunca, ¡jamás!, novio —indico con seguridad.

    —¿Qué pasó con ese chico?

    —Le contó a todo el colegio que me había besado, Ryan. Como si besarme fuera una apuesta o algo así. Es un imbécil —añado todavía cabreada de que todo el mundo se enterara de que Nick me había besado.

    —Sí que lo es. Dime cómo se llama ese idiota y le explicaré lo que tiene que hacer la próxima vez que bese a una chica —masculla enojado.

    —Ni siquiera te molestes. Paso de ese chaval, como paso de todos esos rollos. No son para mí.

    —Pero ¿me ayudarás? Nosotros somos amigos.

    —Ryan, no creo que sea buena idea y…

    —Blair, me lo has prometido —me interrumpe muy serio—. Además, eres a la única a quien se lo puedo pedir. Eres la única que me puede ayudar en este tema.

    Me acerco a él y poso mis labios sobre los suyos en un pequeño beso.

    —Ya está, ¿contento? —digo porque sé que no parará hasta conseguirlo y así me ahorro seguir discutiendo con él.

    —Nooo, porque no he podido concentrarme para saber qué tengo que hacer.

    —Solo te tienes que acercar y dar un beso, Ryan. ¡Nada más! —explico nerviosa, sintiendo que las mejillas me arden cada vez más.

    —¿Y la nariz? ¿Dónde pongo la nariz? —plantea alterado y alzo los ojos al cielo.

    —Pues en el lado contrario que ella.

    —¿Y la lengua? Tú no has hecho nada con la lengua.

    —¡¡Yo no sé dar besos con lengua, Ryan!! —exclamo sintiendo cómo mis mejillas ya están al rojo vivo.

    —¿Blair?

    —¿Qué?

    —Tus labios saben a caramelo de fresa, me gusta —suelta, y siento un extraño cosquilleo en el estómago que hace que me remueva inquieta.

    —¡Y ahora olvídalo!

    —No sé si podré olvidarlo —susurra lamiéndose los labios y mostrándome esa sonrisilla de gamberro que me hace resoplar. Porque lo conozco y eso significa que hay algo que se le ha pasado por la cabeza y que sabe que a mí no me va a gustar—. ¿Me das otro beso para practicar?

    —¡Aaargh! —Saco los pies del agua para levantarme, pero Ryan me coge del brazo para detenerme.

    —Blair… —murmura, y lo miro hastiada, mostrándole lo cansada que estoy de esta charla tan tonta—. Yo tampoco quiero tener novia nunca.

    —Entonces, ¿por qué quieres aprender a besar? —le pregunto volviendo a introducir los pies en el agua, porque tengo curiosidad.

    Creía que sería la única que querría estar sin novio para siempre.

    —Porque los adultos no paran de hacerlo y quería saber si es divertido…

    —Es un rollo. Como el amor o tener novio, Ryan. Lo veo continuamente con Harper. Por eso no quiero enamorarme de nadie jamás.

    —¿Y si hacemos una promesa?

    —¿Otra máááás, Ryan? —me quejo agotada de este tema que me hace sonrojarme sin parar. Menos mal que es de noche y no puede ver cómo están mis mejillas de encendidas—. No me hace falta prometer nada, no voy a tener novio. ¡Paso del tema para siempre!

    —Cobardica.

    —No es eso… —Ryan alza una ceja como si no se lo creyese—. Puf. Vaaale, pesadoo. —Y levanto el meñique para hacer la promesa.

    Ryan sonríe disfrutando de su victoria mientras une su meñique con el mío.

    —Nunca nos enamoraremos de nadie —sentencia lentamente mientras movemos las manos arriba y abajo y asiento a sus palabras.

    —Nunca.

    Y se acerca y me da un pequeño y rápido beso en los labios.

    —¡¡RYAAANN!! —protesto, y él directamente se levanta corriendo sin dejar de reírse para alejarse de mí.

    —Me lo has jurado, Blair: nunca nos enamoraremos de nadie, siempre nos diremos la verdad y nos ayudaremos en todo, sin importar de qué se trate.

    2

    Blair

    GALENA (ILLINOIS), EL AÑO EN EL QUE CUMPLIMOS DIECISÉIS

    Me chifla pasar Acción de Gracias en Galena, el pueblo de Savannah, la bisabuela de Ryan.

    Y no me molesta que en la calle las temperaturas sean tan bajas que llegue a no sentir los dedos de las manos, sin importar lo abrigada que vaya, y eso que estoy acostumbrada al clima de Chicago. La tranquilidad que hay aquí y el buen rollo que tienen todos son increíbles, y eso hace que a una se le olvide el frío. Además, la bisabuela de Ryan es lo más y me encanta verla cocinar o trajinar entre fogones, me parece relajante, además de la gracia que tiene a la hora de hablar, ya sea con los adultos o con nosotros, por no hablar de lo moderna que es al vestir. A veces creo que ve más allá que los demás y que resulta imposible engañarla, aunque te lo propongas.

    Es cierto que no venimos todos los años a este pueblecito situado a unas tres horas de Chicago, pero, cuando Jack nos invita, no me cabe ninguna duda de que será una celebración especial. En esta ocasión no está toda nuestra variopinta familia no consanguínea, de la que los amigos de mi cuñado, con sus respectivas mujeres e hijos, son una parte importante, tanto para él como para nosotros. El caso es que, aunque sé que todos lo intentan, no siempre pueden coincidir en el mismo sitio, y eso es lo que ha ocurrido esta vez. De todos modos, no me cabe duda de que, como no podremos celebrar juntos Acción de Gracias, organizarán una cena en Navidad o en Año Nuevo. Lo esencial es reunirse, da igual la fecha elegida.

    Bajo este techo, además de nuestra anfitriona, estamos Jack, Tina, su hijo en común Devon y Ryan, por un lado, y luego nosotros: Harper, Daphne y Clive, con sus hijos Mady y Tyler, y yo.

    Debo aclararos que, desde fuera, mis hermanas y yo damos la imagen de ser una familia feliz que no ha tenido ni un solo problema en la vida. Pero la realidad es que hemos pasado por mucho y a una edad demasiado temprana. Estos últimos años, gracias a nuestra hermana mayor y también después a su marido, han sido como un bálsamo cicatrizante que nos ha ido curando lentamente de todo nuestro bagaje emocional…

    Todavía recuerdo con un extraño nudo en la garganta el día en el que cumplí siete años. Estaba delante de una vela rosa clavada en medio de una enorme tarta de chocolate que compró mi hermana Daphne para celebrarlo, Ryan estaba a mi lado con su sonrisa mellada y yo deseé por primera vez en mi vida ser invisible para todos.

    Hacía unos meses que mi padre había muerto y nos había dejado a mi hermana Harper (con catorce años) y a mí (con seis) al cuidado de nuestra hermana mayor, Daphne, que tenía veintinueve por aquel entonces. Lo peor de ese triste e inesperado momento no fue sentir el miedo traspasando mi piel, o la incertidumbre de lo que nos sucedería a partir de ese instante, ni observar temerosa por el rabillo del ojo cómo Harper cogía con desesperación a Daphne, como si temiese que ella desapareciera también. Porque lo peor vino días después, cuando, al volver a clase, comenzaron a llamarme huérfana —incluida esa persona que pensaba que era mi mejor amiga y que había defendido meses atrás de un niño que se metía con ella—, como si quedarme sin padres hubiese sido culpa mía; como si ese hecho hubiese originado que no fuera la misma para los demás; como si perder a mi madre, cuando aún no había cumplido los dos años, y luego a mi padre hubiese producido que desarrollara una extraña enfermedad muy contagiosa que provocaba que todos se alejaran de mí como si fuera una apestada.

    Odié a cada uno de esos niños que me miraban mal o cuchicheaban a mis espaldas y me encerré aún más en mí misma. Desde muy pequeña he sido tímida e introvertida, pero después de eso fui casi hermética.

    Ese hermetismo no me benefició en absoluto, ahora lo sé, porque pasé de ser una cría tímida a un bicho raro demasiado rápido.

    Aprovechando que iba a coincidir con Ryan en el instituto, me propuse cambiar de una vez por todas. Quería ser más abierta, más divertida, más accesible o más como las demás chicas, pero no sabía qué debía hacer para lograr ese cambio que tanto deseaba. Intuía que iba a ser difícil y, aunque mi amigo estaba dispuesto a ayudarme, sabía que era yo la que debía hacer el trabajo sucio.

    Ryan me propuso algunas ideas para dejar de ser tan tímida, y por eso empecé a ir a verlo en los partidos de fútbol del instituto, aunque a mí ese deporte no es que me entusiasme demasiado. Además, él y su grupo de amigos —todos jugadores de fútbol y, por consiguiente, los más populares del lugar— me adoptaron como si fuera un cachorrito indefenso y, aunque no abría la boca cuando estaba con ellos porque me daba una vergüenza terrible, el hecho de no sentirme sola y apartada de todo me hizo sentir bien.

    Mucho más que bien.

    Aunque también me hizo darme cuenta de que todo tiene su parte buena y su parte mala. Y es que muchas chicas se acercaron y se acercan a mí con el pretexto de ser mis amigas solo porque yo soy amiga de Ryan; porque yo estaba rodeada de los populares; porque yo tenía la suerte de que me hubiesen acogido esos chicos que me trataban como a una igual y no como a una rarita.

    Por si eso fuera poco, está el hecho de pertenecer a una de las familias más influyentes y ricas de Chicago —por no decir de todo Estados Unidos—. Apellidarme Fisher es duro; como bien dice Harper, poseer nuestro apellido es una maldición para ciertas cosas. Además, nuestra fortuna sigue creciendo cada año gracias a que mi hermana Daphne, tras la muerte de nuestro padre, cogió las riendas del negocio familiar.

    En todo caso, ser una Fisher y mi amistad con el chico más popular, guapo y carismático del instituto han provocado que las habladurías, los cuchicheos sin sentido y la gente falsa se peguen a mí sin remedio. Y el resultado ha sido que ya no sé si es bueno o no ser tímida, si es mejor quedarme en casa o salir a divertirme, porque, haga lo que haga, hablan de mí. Nadie se para un segundo a pensar que, tal vez, necesiten saber más de esa persona que han puesto en su punto de mira antes de criticarla por lo que hace o deja de hacer. Así que, claro, siguen criticando y a mí me toca ir con pies de plomo. Si de normal ya me ha costado siempre fiarme de los demás, ahora que sé que se acercan a mí por quién soy socialmente y por con quién estoy, me cuesta todavía más.

    —Tenemos que hablar —me dice Ryan muy bajito, logrando que salga de mis pensamientos, mientras hace un movimiento hacia la calle para que lo siga—. Vamos a pasear a Pichurri. Volvemos enseguida —comenta en voz alta añadiéndome al plan y sonrío cuando Daphne se gira para mirarnos.

    —Abrigaos, que fuera hace mucho frío —dice Savannah, sin ni siquiera levantar la mirada del relleno que está preparando para el pavo.

    Con nuestros abrigos, gorros y guantes puestos salimos a la calle con Pichurri. El perrito que adoptó Tina hace años comienza a llevarnos hacia el río, donde le encanta pasear y olfatear cada árbol o planta que encuentra. Es tan monooo… Es un perro mestizo, no de raza, de tamaño pequeño y de color canela. Ahora mismo lleva un arnés rojo y mueve la colita con emoción al estar en plena naturaleza.

    —¿De qué querías hablar? —le pregunto cuando ya nos estamos adentrando en el bosque que nos llevará al río Galena.

    —Necesito que me ayudes —suelta con seriedad y lo miro de reojo esperando a que prosiga—. Esta noche he quedado con una chica del pueblo y necesito que me cubras con mi familia.

    —Es Acción de Gracias.

    —Lo sé, pero sabes que, si no fuera importante, no te lo pediría. Ella es… preciosa, Blair, y creo que le gusto.

    —¿Y qué tengo que hacer?

    —Quedarte en mi habitación hasta que regrese de mi cita. Recuerda que mi bisabuela suele pasar por mi cuarto para ver si me destapo por la noche, sin importar que ya no sea un niño, y si encuentra la cama vacía…

    —Ya. —Hago una mueca porque, si no lo ve en la cama, llamará a su padre y se armará una gorda—. De acuerdo, lo haré.

    —¡Joder, eres la mejor! —exclama aliviado mientras sonríe—. Pichurri —llama al animal, que enseguida se gira para mirarlo, levantando sus orejitas y sacando la lengua jadeante. ¡Es una ricura! Ryan se agacha para desenganchar la correa del arnés y dejarlo libre—, ¡corre a por la pelota! —Y se la lanza haciendo que salga disparado tras ella.

    No puedo evitar sonreír al ver cómo la atrapa y viene hacia nosotros para traerla, orgulloso de haberla cazado. Porque está mi amigo aquí, sino lo cogería y lo estrujaría entre mis brazos.

    ¡Adoro a este perrito desde siempre!

    * * *

    Llevo bajo el cálido edredón de Ryan tres horas.

    Tres horas sintiéndome llena por la copiosa cena, nerviosa por si Savannah vuelve a la habitación de Ryan y le da por levantar el edredón para darle un beso o para comprobar que respira, ¡no lo sé!, pero ¡me estoy poniendo histérica al imaginarme mil situaciones en las que me pilla!, aunque, en parte, siento un ligero orgullo al darme cuenta de que la bisabuela no ha sospechado que bajo el edredón no está su bisnieto, sino yo. Sin embargo, no me arriesgo a sacar la cabeza por si la mujer regresa o, peor aún, por si aparece el padre de Ryan para ver cómo está su hijo, quien, tras cenar, se supone que se ha acostado, obligándome a mí a hacerlo para cubrirlo… cuando en realidad no tenía ni pizca de sueño y lo único que tenía era el estómago a punto de explotar.

    De repente un ruido provoca que contenga la respiración y los latidos acelerados de mi corazón lo llenan todo… hasta que descubro que procede de la ventana.

    ¡Es Ryan!

    Me levanto rápidamente sin hacer el menor ruido para abrirla para que así pueda entrar en su dormitorio. Cuando lo hace —y sin saber muy bien cómo ha conseguido bajar hasta la calle antes, desde el primer piso donde está su cuarto, y ahora subir—, cierro la ventana y me giro para mirarlo.

    —¿Estás bien? —le pregunto con un hilo de voz porque, en teoría, en este instante debería estar mostrándome su sonrisa más canalla por haberse salido con la suya y no con esa expresión seria.

    —Joder, estoy mejor que bien —resopla frotándose la cara para después dibujar la sonrisa que estaba esperando ver—. Acabo de tener la mejor noche de mi vida.

    —¿De verdad?

    —Sí, y eso que ha empezado mal… —Se frota la barbilla nervioso—. Pensé que la noche iba a acabar diferente porque… ella creía que tenía experiencia en… el sexo y era mi primera vez.

    —¿Has tenido sexo esta noche? —pregunto sin ocultar mi sorpresa y mi amigo desliza una sonrisa granuja que me confirma que así ha sido.

    —Además, con una chica preciosa y mayor que yo. Pero ha faltado poco para que me volviera a casa tal como me he ido, porque no le ha sentado muy bien que no tuviera ni idea del tema. Entonces, creyendo que había perdido mi oportunidad, le he empezado a soltar que los chicos teníamos mucha presión social por tener que ser expertos en todo sin importar la edad y que nadie nacía sabiendo. Resultado: parece que le ha gustado mi charla y… hemos acabado haciéndolo.

    —Y… ¿qué tal?

    —¡Flipante! Tienes que probarlo, Blair. Es como si todas las sensaciones del mundo se concentraran para después explotar en una sola muy potente. Es mucho mejor que masturbarse. Infinitamente mejor.

    —Yo nunca me he masturbado —susurro encogiéndome de hombros.

    —¿Nunca? —Abre los ojos sin ocultar su asombro.

    —No… Nunca me ha llamado la atención.

    —Pues tienes que hacerlo, Blair, para saber qué es lo que te gusta y lo que no.

    —¿Y para qué quiero saberlo? Creo que no me voy a acostar con ningún chico en mi vida. Paso de rollos y me da que el sexo puede desencadenar en algo que no quiero en mi vida.

    —¡Te equivocas! Mira, sabes muy bien que no quiero tener novia, a ella se lo he confesado también y ambos hemos decidido que solo será sexo. Nada más. Sin sentimientos de por medio —dice convencido y me encojo de hombros porque sigue sin convencerme ese tema. Ryan resopla mientras niega con la cabeza con resignación y me coge la mano para sentarnos en su cama—. Blair, el sexo no es malo ni tiene que desencadenar en amor. Además, tienes dieciséis años, deberías saber lo que es un orgasmo y qué mejor que ser tú misma la encargada de aprender qué es lo que te excita para luego decírselo al chico. ¿No hay ningún chico que te guste?

    —No.

    —¿Nunca te has imaginado que algún chico te… toca? —me pregunta y por primera vez lo veo nervioso.

    —¡Por supuesto que no!

    —¿No tienes fantasías sexuales?

    —No, Ryan… —Me encojo de hombros por tercera vez—. ¿Soy un bicho raro?

    —No, para nada. Supongo que será diferente para vosotras que para nosotros —dice, y se queda callado mientras me mira fijamente—. Una noche, cuando estés en tu cama, acaríciate por debajo de la ropa. Es importante que te sientas segura con tu cuerpo, Blair.

    —¿Y si no siento nada?

    —Imagínate que, quien te toca, es un chico que te gusta.

    —Ya te he dicho que no me gusta nadie.

    —Entonces, piensa que soy yo —murmura muy bajito y desliza lentamente sus dedos por mi cara provocando que ambos nos quedemos mirando a los ojos.

    Mi piel se eriza y mi corazón comienza a bombear más sangre.

    Siento las mejillas calientes y mi cuerpo tan sensible que noto la caricia de Ryan de una manera sorprendente.

    Como más fuerte.

    Como más real.

    Abro los labios dispuesta a decirle algo cuando observo que sus ojos se fijan en ellos. Los vuelvo a cerrar rápidamente y trago saliva sintiendo que un calor muy extraño me invade por completo.

    Un calor que no sé de dónde procede pero que me inquieta.

    —Ryan…

    —Dime, Blair —susurra, y siento cómo sus dedos se cuelan en mi nuca, provocando que vuelva a abrir los labios para liberar un sonido extraño que nace desde lo más profundo de mi garganta.

    Sin embargo, no me da tiempo a continuar porque, de repente, oímos unos pasos en el pasillo que provocan que Ryan aparte su mano de mi piel y que nos quedemos congelados, mirándonos a milímetros del otro. Trago saliva, Ryan me señala el suelo y no dudo en tirarme sobre la tarima de madera justo en el momento en el que la puerta se abre y él se mete veloz bajo el edredón, todo a la vez.

    —¿Estás despierto? —le pregunta su bisabuela pasando al interior.

    —Tenía sed.

    —Creo que me he pasado con la sal en el relleno —comenta mientras oigo cómo se sienta en el colchón junto a Ryan y me tapo la boca mientras me deslizo más debajo de la cama.

    —El pavo estaba de muerte, abu —dice Ryan, y no puedo evitar sonreír, porque siempre me ha hecho gracia la manera en la que la llama.

    —Eso es porque te gusta todo lo que cocino, bandido.

    —Es que cocinas de lujo.

    —¿Por qué te has ido tan temprano a la cama? Espero que tú y Blair no estéis enfadados, porque ella también se ha marchado muy pronto a su habitación.

    —No estamos enfadados.

    —Así me gusta. En tu vida vas a encontrar a muchas chicas que te gusten y alguna de la que te enamorarás, pero no vas a encontrar lo que tienes con ella, Ryan. La amistad verdadera es muy complicada de hallar y mucho más entre un chico y una chica. Lo que tenéis es muy especial y no debéis subestimarlo o arriesgaros a que muera por el ego de alguno de los dos o por cualquier circunstancia que llegue. Porque llegará, cariño. Estáis empezando una nueva etapa en vuestra vida, en la que las hormonas están al volante de vuestras decisiones, y es normal que haya cosas y situaciones que no entendáis o no sepáis gestionar. Y sería una pena que vuestra amistad se viese afectada por cualquier tontería.

    —Blair siempre será mi amiga, abu, y cuando seamos mayores viviremos uno al lado del otro.

    —Eso está bien y, además, siempre la cuidarás, pase lo que pase.

    —Claro.

    —Así me gusta, este es mi chico. Te dejo que duermas —dice levantándose de la cama—. Descansa, tesoro.

    —Buenas noches, abu.

    —Buenas noches. Blair, ya puedes volver a tu cuarto —añade muy bajito y no puedo evitar abrir mucho los ojos y taparme la boca con ambas manos, para después oír cómo Savannah sale de la estancia y vuelve a cerrar la puerta, dejándonos solos.

    Oigo que Ryan se mueve sobre el colchón y veo aparecer su cabeza por el hueco entre la cama y el suelo.

    —No sé cómo lo hace, pero siempre me pilla —comenta con una amplia sonrisa.

    —Y, aun así, lo intentas.

    —Siempre tengo la esperanza de ser más listo que ella, pero me temo que eso es imposible.

    Y sin más, mirándonos así, él todavía en la cama y yo en el suelo, comenzamos a reírnos porque no hemos logrado engañar a la bisabuela de Ryan.

    3

    Blair

    CHICAGO, EL AÑO EN EL QUE CUMPLIMOS DIECIOCHO

    —Blair Fisher.

    Trago saliva mientras me levanto de la silla para acercarme al escenario donde me está esperando el rector para hacerme entrega de mi certificado de graduación. Estoy nerviosa porque odio ser el centro de atención y ahora mismo todas las miradas están centradas en mí. Subo los escalones de aluminio levantándome la toga azul marino y sonrío cuando cojo el diploma.

    —Ponte en el centro para que te hagan la foto —me indica el rector señalándome la zona del escenario y asiento dirigiéndome hacia allí.

    De repente oigo unos silbidos que me hacen buscar entre el público la fuente de ese alboroto y veo a Harper silbando y aplaudiendo de pie al lado de nuestra hermana mayor, Daphne. Sonrío sintiendo que las mejillas me queman al ver que no solo ellas están de pie, sino que también están Clive y todos los amigos de mi cuñado, aplaudiendo y silbando con entusiasmo. Mi sonrisa se intensifica y les guiño un ojo, pues están armando tal jaleo que no sé cómo no les llaman la atención. En ese momento, Harper me saca la lengua mientras alza el pulgar en mi dirección y yo… bueno, es imposible frenar la risa nerviosa que me nace del pecho antes de abandonar el escenario para dirigirme al lugar que ocupaba antes.

    —La que han liado. —Ryan se gira en su asiento cuando vuelvo a sentarme en mi silla. Está sentado delante de mí, pero no para de girarse para comentarme cosas. Mi amigo no puede permanecer quieto en un sitio mucho tiempo. Es puro nervio—. Les ha faltado traer un megáfono —añade socarrón mientras me guiña un ojo y vuelve la atención al frente.

    Siento las miradas curiosas de las chicas que se sientan en mi hilera y sé lo que están pensando. Mi amistad con Ryan sigue en boca de todo el mundo y da igual que él haya salido con un montón de chicas en estos años, porque siguen pensando que, entre nosotros, hay algo más que una sincera amistad. La verdad es que ya me he acostumbrado a estar en el punto de mira, a que hablen de mí sin razón y a oír barbaridades que, según otros, he hecho, aunque sea falso. Supongo que es el precio que hay que pagar por ser quien soy y por tener al amigo que tengo.

    —Ryan Thompson —se oye al poco desde los altavoces.

    Mi amigo se levanta rápidamente y casi corre hasta el escenario con ese desparpajo innato en él. El chaval no tiene vergüenza ninguna, coge el diploma que le entrega el rector, se acerca al centro del entarimado mientras lo vitorea todo el alumnado y, cómo no, nuestra particular familia elegida silba con fuerza, algo a lo que Ryan responde mostrando orgulloso el gesto de la victoria. Directamente, el Walter Payton College Preparatory High School retumba ante los gritos, silbidos y aplausos y yo… Bueno, es mi amigo, y no puedo evitar sentirme orgullosa de él, aunque en el fondo sienta un poco de envidia. Porque me encantaría ser como él, desprenderme de todas mis inseguridades, de mis miedos, de esta timidez que, poco a poco, voy controlando pero que aún vive en mí, y ser libre.

    Cuando Ryan regresa a su sitio se gira y me muestra esa amplia sonrisa que me hace imitarlo sin pensar.

    —Oye, Blair, esta noche hay una fiesta.

    —Ah… pues bien —contesto y me encojo de hombros, porque tampoco entiendo por qué me lo comenta.

    —Y vendrás.

    Nop —niego sin titubear y mucho menos sopesar la opción.

    Mi amigo abre la boca para replicar, pero en ese momento se oye el nombre de otro alumno y se gira hacia el escenario y empieza a silbar y jalear, porque River, uno de sus compañeros de equipo, acaba de subir al escenario. No puedo evitar negar con la cabeza; mi amigo es como un niño pequeño, se acaba de poner de pie y jalea como un loco a su colega junto a los demás integrantes del equipo de fútbol americano del instituto.

    * * *

    —Alegra esa cara, Blair. Vamos a la fiesta de nuestra graduación y no a un matadero —comenta Ryan mientras conduce el coche de su padre.

    —Te recuerdo que no quería venir y me has obligado a vestirme —le rebato señalando el vestido azul que me ha elegido y luego ha lanzado sobre mi cama, para que me arreglara en tiempo récord.

    —Pero ¿por qué no querías apuntarte? Es la última fiesta con nuestros compañeros de

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