Homenaje a Rubén Cabrera Castro: 50 años de trayectoria
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Homenaje a Rubén Cabrera Castro - Rosa Brambila Paz
Presentación
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Verónica Ortega Cabrera
A lo largo de la historia de la arqueología mexicana, cientos de investigadores han concentrado sus esfuerzos en la solución a las incógnitas que plantea una de las ciudades más emblemáticas de la Mesoamérica prehispánica: Teotihuacan. Distintos han sido los enfoques para descifrar fuentes, artefactos y monumentos que refieren a esta cultura o que fueron elaborados por los teotihuacanos.
Existen nombres representativos en la arqueología de la antigua urbe, sobresalen los de aquellos que han enfrentado el reto de sacar a la luz la información que subyace en edificios y contextos del subsuelo; figuras de la talla de Manuel Gamio, Alfonso Caso, Jorge Acosta y Ponciano Salazar, por citar a los más prominentes mexicanos, que hoy son fuente obligada para comprender los avances en el conocimiento del sitio. Y entre esos nombres, uno de los más reconocidos en las últimas cuatro décadas, es el de Rubén Cabrera Castro, infatigable arqueólogo de campo, comprometido investigador de gabinete y divulgador científico, que puso al alcance de todos los públicos el conocimiento generado.
Ningún otro arqueólogo ha dirigido tantos proyectos asumiendo el estudio de Teotihuacan como Rubén Cabrera, quien desde el año de 1980 trabajó de manera permanente y sumamente activa en el sitio.
A finales del año 2014, un grupo de amigos, discípulos, compañeros de trabajo, colegas y familiares nos reunimos en el Centro de Estudios Teotihuacanos para rendirle un cálido homenaje por cinco décadas de trabajo ininterrumpido en el inah y treinta y cuatro años en Teotihuacan, además de sus ochenta años de vida. En esta reunión nos propusimos hacer una remembranza de la fructífera carrera científica de Rubén, desde sus inicios, en una época de grandes transformaciones en el país, hasta sus más recientes trabajos en La Ventilla, recordando sus andanzas en la entonces naciente área de salvamento arqueológico del inah en la década de los sesenta, cuando participó en algunos de los proyectos más grandes de infraestructura en los estados de Guerrero, Michoacán y parte del occidente de México, particularmente los estudios previos a la construcción de las presas El Infiernillo, La Villita y Cocula.
A decir de Eduardo Matos, nuestro homenajeado tuvo siempre una gran vocación por el trabajo de campo, con un compromiso especial por la arqueología de su estado natal, Guerrero, con la que estuvo ligado a través del seminario permanente que reúne a especialistas de diversos campos interesados por esa región cultural.
Su participación en los trabajos de salvamento arqueológico, en las décadas de los sesenta y setenta, pusieron a prueba la disposición de Rubén hacia la arqueología, alejándolo por largos periodos de tiempo de su familia y sometiéndolo a las presiones propias de los grandes proyectos de infraestructura. Pero estas condiciones sólo reforzaron su espíritu académico, estimulándolo a desarrollar una investigación más amplia para redactar su tesis de licenciatura, misma que hoy por hoy es punto de referencia para quien busque una visión integral de la región en la que se encuentra la presa La Villita. En este sentido, Rosa María Reyna Robles nos presenta los aportes más importantes del trabajo de Rubén en el estado de Guerrero, resaltando la visión integral con la que él decidió sistematizar la información de los patrones de asentamiento, los artefactos y la tecnología, para desarrollar una propuesta coherente sobre la organización social y sus cambios desde el preclásico hasta el posclásico.
En el mismo tono, Rosa Brambila Paz hace un recuento de las excavaciones que entre 1977 y 1978 llevó a cabo Cabrera en la Yácata 3 de Tzintzuntzan. Desde ahí, Cabrera se proponía como objetivo de vida seguir las investigaciones en Michoacán y Guerrero, sin embargo, las necesidades de la arqueología de la época lo colocarían en una trinchera distinta, a la que terminó dedicando el resto de su vida: la ciudad prehispánica de Teotihuacan. Haciendo alusión a los materiales que Rubén recuperó en sus excavaciones de Tzintzuntzan, Brambila hace una revisión de las formas y estilos de la cerámica arqueológica, contrastándola con la que se encuentra registrada en la Relación de Michoacán.
En esa época, Rubén conocería a un topógrafo de origen japonés con quien años más tarde haría equipo para investigar las entrañas de los principales monumentos de la capital teotihuacana, nos referimos a Saburo Sugiyama, quien en este homenaje presenta argumentos en torno a la forma en que los teotihuacanos materializaron su ideología política y religiosa. La gran experiencia de Saburo en el campo de la topografía y los registros arquitectónicos con alto nivel de detalle le permiten realizar una serie de cálculos a través de los cuales infiere que los tres grandes basamentos piramidales de la ciudad tienen vínculos cronológicos y simbólicos, a manera de un texto monumental en el que los teotihuacanos plasmaron sus conocimientos astronómicos y calendáricos.
Los hallazgos realizados por los proyectos codirigidos por Cabrera, tanto en el Templo de la Serpiente Emplumada como en el de la Pirámide de la Luna así como en su proyecto de La Ventilla, le permitieron proponer que el gobierno teotihuacano tuvo una estructura jerárquica y centralizada, en la que el grupo gobernante era auxiliado por administradores intermedios, ubicados en los barrios que componían la ciudad. Esta propuesta es revisada por David Andrade Olvera, que nos habla acerca de que la estructura política debió combinar elementos religiosos y económicos, para lograr el control de una población y un territorio que no tuvieron parangón en el Altiplano Central. La revisión de los modelos sociopolíticos que se han desarrollado en torno a Teotihuacan a lo largo del tiempo nos indica que existe un cambio importante de las propuestas mono causales hacia aquellas en las que se consideran múltiples factores para la cohesión poblacional y el control político.
Las exploraciones en los edificios monumentales dirigidas por Cabrera han requerido de la excavación de largos y profundos túneles, estrategia utilizada en el sitio desde las indagaciones de Don Carlos de Sigüenza y Góngora en el siglo xvii y hasta el día de hoy. Con un énfasis en las exploraciones de la Pirámide del Sol, Alejandro Sarabia González presenta un inventario de los túneles arqueológicos que pusieron a la luz diversos monumentos a lo largo de la historia de las intervenciones en el sitio, pero también de aquellos excavados en tiempos prehispánicos, ya fuese para obtener materias primas empleadas en la construcción de la ciudad, como para definir espacios en los que se llevarían a cabo rituales subterráneos, algunos de los cuales incluso fueron reutilizados por las poblaciones que habitaron el área en tiempos posteotihuacanos y recientes.
Nuevas excavaciones en los túneles de la Pirámide del Sol aportan información referente a rituales de fundación y a la sacralización del edificio por parte del grupo gobernante, así como a los diferentes programas escultóricos que ornamentaron la fachada del edificio; sin embargo, muchos de esos túneles presentan serios problemas de conservación, por lo que el propio Rubén Cabrera participó en labores de consolidación y reforzamiento de dichos elementos, desde su responsabilidad como curador de la zona arqueológica.
Además de velar por la conservación e investigación del área bajo resguardo del inah, nuestro homenajeado fue protagonista en la definición de diversas políticas de protección de los restos arqueológicos, como fue el trazo del polígono que conforma la Zona de Monumentos Arqueológicos de Teotihuacan, parte de la declaratoria publicada el 30 de agosto de 1988. En este tenor su profundo conocimiento del enorme potencial arqueológico que existe en la periferia del área monumental, lo llevaron a elaborar propuestas de delimitación del área B de la declaratoria, específicamente para la sección norponiente del asentamiento prehispánico, en la zona en que se habían identificado rasgos foráneos (particularmente oaxaqueños) desde la década de los años sesenta, relato del cual nos hace parte quien redacta este resumen. Su experiencia fue un elemento fundamental para la conformación del expediente técnico que México presentó ante el Centro de Patrimonio Mundial de la unesco, para que en diciembre de 1987 la ciudad prehispánica fuese incluida en la lista de los bienes culturales Patrimonio Mundial.
En la década de los noventa, Rubén dirigió dos proyectos en la periferia inmediata del área monumental: las excavaciones de La Ventilla y nuevas exploraciones en el conjunto arquitectónico de Atetelco, espacios en los que profundizó sus estudios sobre la traza urbana, el diseño de calles y avenidas, así como la conformación de los posibles barrios teotihuacanos. A los trabajos de la Ventilla le dedicó los últimos veinticinco años, de forma paralela a sus responsabilidades como curador de la zona arqueológica, responsable del Centro de Estudios Teotihuacanos, miembro del Comité Científico de las Mesas Redondas de Teotihuacan, director de tesis de grado, conferencista y asesor técnico en las necesidades de conservación de los monumentos del sitio. Son muchas las tesis de grado derivadas del estudio arquitectónico, así como de los materiales arqueológicos de La Ventilla, además de los reportes, informes y artículos que sus colaboradores han desarrollado.
Tal es el caso del trabajo que presenta Erika Carrillo Ruíz referente a las áreas de desecho localizadas en las unidades habitacionales de este sector de la ciudad. En su texto, Carrillo utiliza el concepto de barrio
que a lo largo de los años el propio Cabrera fue contrastando y afinando, bajo el enfoque de que se trata de un espacio socioeconómico a través del cual el Estado teotihuacano delegaba responsabilidades y controlaba a los sectores productivos, por lo que es posible identificarlos a través de las evidencias que han dejado las relaciones sociales de producción y las actividades cotidianas, algunas de las cuales podemos identificar en las áreas de desecho, comúnmente conocidas como basureros.
Desde el mapeo de la ciudad llevado a cabo por René Millon, en la década de los sesenta del siglo pasado, se ha considerado a Teotihuacan como una urbe en la que se centralizaba la producción y circulación de una gran cantidad de bienes de consumo. Sin embargo, a la fecha es muy reducido el número de áreas productivas identificadas arqueológicamente, así como de los procesos de trabajo y las tecnologías empleadas en la manufactura de artefactos, tal es el caso del proceso textil. Oralia Cabrera expone la dificultad para reconocer la producción a gran escala de textiles y prendas en la ciudad, dada la escasez de evidencias en torno al hilado de fibras así como a la confección institucionalizada de atavíos y prendas de vestir, pues los restos arqueológicos registrados, tales como agujas y punzones para brocado en diversos espacios habitacionales excavados, podrían indicar que a la ciudad llegaban los textiles en forma de lienzos y que la confección de prendas eran actividades propias de los habitantes en un nivel doméstico, independientemente del nivel jerárquico de éstos.
Otro trabajo enfocado en averiguar la presencia de sectores de producción especializada en la ciudad, particularmente de artefactos de obsidiana, es el que presentan David Carballo, Kenneth Hirth y Daniela Hernández, con evidencias de sus recientes excavaciones en el área de Tlajinga. A partir de las investigaciones en área periféricas es posible comparar las dinámicas económicas que marcaron a quienes administraban y habitaban el área central de la gran urbe, proporcionando una perspectiva de constante tensión entre la economía central —aquella administrada y regida por el gobierno— con la economía doméstica, la de autoconsumo, en donde el conocimiento pasaba de generación en generación a través del ensayo-error. La comparación a nivel local de dos conjuntos habitacionales (17 y 18:S3E1) muestra las diferentes interacciones de sus ocupantes respecto de los circuitos de producción e intercambio, ya sea de bienes de consumo como de materias primas, a larga distancia y en lo inmediato. De la misma manera, permite observar las dinámicas de integración poblacional y los canales de comunicación entre el gobierno y la gente común, para hacer llegar el discurso organizativo y la planeación de las unidades urbanas.
Los materiales arqueológicos recolectados por el Teotihuacan Mapping Project continúan siendo analizados para comprender el fenómeno urbano y el aprovechamiento de recursos por parte una población que rebasó el centenar de miles de personas. Por haber formado parte del utillaje cotidiano de los antiguos habitantes, las colecciones de cerámica permiten reconocer ciertos patrones de consumo que a su vez podrían indicar actividades especializadas, tal es el caso que Ian G. Robertson nos comparte respecto de la distribución de las ánforas de los grupos Granular y Anaranjado San Martín. El autor revisa estos grupos en el mapa de la ciudad y ubica las concentraciones más sobresalientes en áreas periféricas: en Tlajinga y al oeste del Cerro Colorado. De manera complementaria y utilizando un protocolo novedoso para la identificación de residuos de alimentos en cerámica, especialmente los derivados del maguey, se analizaron tiestos provenientes de excavaciones en La Ventilla, San José 520 y 15:N1E6, de los cuales sólo en el caso de la muestra de La Ventilla se identificaron restos de pulque y, de manera novedosa, de una resina de conífera utilizada probablemente para disminuir la permeabilidad de los utensilios. En términos generales, se establece que el maguey debió ser un elemento de suma importancia para la subsistencia de los habitantes de la urbe y que el pulque fue consumido de manera cotidiana por diversos sectores sociales.
Otra de las facetas de la vida académica de Rubén Cabrera, en la década de los ochenta y principios de los noventa, fue la coordinación de los trabajos de salvamento arqueológico en la periferia de la zona central de la ciudad. Supervisó grandes proyectos de salvamento como el de la red de agua potable en San Juan Evangelista, a la vez que asesoró los trabajos de investigación realizados en torno a la construcción de la autopista México-Tulancingo, que atravesó el sector noreste de la urbe prehispánica; y siempre se mantuvo al tanto de los hallazgos en diversas excavaciones en las poblaciones que circundan la zona arqueológica. Una de ellas fue la que exponen Gonzalo Morales Hernández, Iván Hernández Ibar y Mónica Martha Rodríguez Martínez, realizada a un kilómetro y medio al oeste de la Pirámide del Sol, con motivo de la construcción de un boulevard que comunica a la zona arqueológica con el poblado de San Juan Teotihuacan. En esta ocasión se descubrió un túnel prehispánico en el que se registraron diversas áreas de actividad, incluyendo un pequeño basamento y una posible zona de almacenamiento. La experiencia de Cabrera en contextos similares explorados por sus colaboradores en los años ochenta y noventa (Oscar Basante y Natalia Moragas respectivamente), orientaron en gran medida las labores de registro e interpretación de este nuevo hallazgo que, en gran medida, nos permite visualizar las actividades rituales y domésticas que tanto teotihuacanos como poblaciones posteriores, realizaron en el subsuelo de la ciudad.
La visión amplia de Cabrera sobre la magnitud de la ciudad propició la investigación en áreas alejadas de los grandes monumentos, como podemos ver en los estudios que tanto Patricia Quintanilla como Martha Monzón Flores, colaboradoras del Proyecto Teotihuacan 1980-1982, realizaron en unidades habitacionales al noroeste de la mancha urbana. Específicamente esta última presenta los resultados de sus excavaciones en el poblado de San Antonio Las Palmas, en donde localizó dos casas habitación, la primera de la época teotihuacana y la segunda del periodo Posclásico tardío. La descripción de la arquitectura y los materiales arqueológicos, conforman una buena fuente de información para realizar análisis comparativos con contextos similares hallados en otras partes de la periferia de la ciudad, ya sea a través de salvamentos arqueológicos como de proyectos de mayor envergadura.
Finalmente, cabe resaltar que este no fue el primer homenaje que se le rindió a Rubén Cabrera Castro. Ya en el año 2004, la Tercera Mesa Redonda de Teotihuacan había sido un espacio dedicado al reconocimiento que sus colegas y el mundo académico le otorgaban, pero en esta ocasión nos sumamos a la conmemoración de sus cincuenta años brindados a la labor de investigación arqueológica y a su designación como Investigador Emérito del inah. Agradecemos la disposición de las autoridades nacionales de nuestra institución, particularmente al Secretario Técnico en ese momento, Dr. César Moheno, al Coordinador Nacional de Arqueología, Dr. Pedro Francisco Sánchez Nava (epd), así como a los amigos, colaboradores y familiares de Rubén Cabrera que nos acompañaron en este cariñoso encuentro, además de los autores de los artículos que componen este trabajo: Carlos Navarrete, Raúl Arana, Martha Monzón, Raúl García Chávez, Elsa Hernández Pons, María Teresa García García, Ignacio Rodríguez, Jorge Angulo, Daniel Flores, Carmen Mondragón, Angelina Macías, María Rosa Avilés, Paul Schmidt, Sergio Gómez, Julie Gazzola, Jesús Sánchez, Elba Estrada, Edith Vergara, Enrique Del Castillo, Shigeru Kabata, Luis Barba, trabajadores atm, restauradores y arquitectos de la Zona Arqueológica de Teotihuacan, además de su inseparable esposa Mercedes Cortés, sus hijos Oralia y Rubén Cabrera Cortés, así como su yerno y su nuera, nietos, compañeros y vecinos.
Un agradecimiento especial al personal del Centro de Estudios Teotihuacanos, fundamentalmente a Mary Carmen Espinosa Franco, a Leslye Linares y a los colaboradores de la Subdirección Técnica, por su tenacidad y compromiso incansable.
Semblanza de un arqueólogo: Rubén Cabrera Castro
———•———
Eduardo Matos Moctezuma
Investigador Emérito del inah
Cuando se me pidió que presentara una semblanza para abrir el homenaje a Rubén Cabrera me pregunté si en realidad era necesario hacerlo, pues para todos es conocida la obra y la trayectoria de una persona que, como él, es reconocida por ser un hombre de bien, un profesionista excepcional y un ejemplo a seguir. Después reflexioné y me dije que, en efecto, era necesario hacer la semblanza para que las nuevas generaciones de arqueólogos conozcan lo que representa Rubén para nuestra arqueología y lo mucho que ha dado para el conocimiento del pasado mesoamericano. Por lo tanto, mis palabras solo serán una idea muy general pues a lo largo de este homenaje varios colegas van a referirse a las andanzas arqueológicas que marcan la presencia de Rubén Cabrera Castro en el ámbito de la antropología mexicana.
Nació Rubén Cabrera en Coatepec Costales, estado de Guerrero, en 1934. Se inscribió en la Escuela Nacional de Antropología de la que se graduó en el año de 1975, alcanzando el título de arqueólogo por parte de la Secretaría de Educación Pública y más tarde llevó estudios de postgrado en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Podríamos definir al homenajeado como un investigador de campo. Su interés dentro de esta perspectiva se ha centrado en determinadas regiones como son varios sitios de los estados de México, Michoacán y su natal Guerrero. Fue en este último en donde realizó trabajos en los rescates de las presas del río Balsas, en los límites de los estados de Guerrero y Michoacán, entre 1967 y 1978. Por cierto que siempre tuvo interés en llevar a cabo investigaciones acerca del tema de la frontera entre el imperio mexica y los tarascos de Michoacán. Otro trabajo en el estado de Guerrero fue el emprendido en el Valle de Cocula entre 1978 y 1979. Sin embargo, también colaboró en otros trabajos de salvamento arqueológico como el que se realizó hacia 1966 en el área de Malpaso, Chiapas, coordinado por Carlos Navarrete. Fue un trabajo conjunto entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia y la New World Archaeological Foundation que, como se sabe, venía investigando en diversos lugares de Chiapas y más aún, había establecido algunas de las secuencias cerámicas de los mismos. El equipo se conformó con varios arqueólogos tanto del inah como de la nwaf. Por parte de la primera institución estuvimos presentes Eduardo Pareyón, Miguel Medina, Raúl Arana, Rubén Cabrera y el que escribe, mientras que la segunda aportó el conocimiento y experiencia de su director, el doctor Gareth Lowe y los arqueólogos Pierre Agrinier y Thomas Lee, además de la presencia de Eduardo Martínez, responsable de los levantamientos topográficos de los sitios detectados. Un total de 110 sitios fueron localizados y se realizaron excavaciones por lo menos en 25 de ellos.
Otras investigaciones en las que se contó con la presencia de Rubén, fueron los trabajos de rescate arqueológico desarrollados en la línea del Metro de la Ciudad de México que atravesó el Zócalo y pasó por la parte posterior de la Catedral Metropolitana, lo que ocurrió entre 1967 y 1968. Cabe recordar que estas obras movilizaron a buen número de especialistas que atendieron estas labores, las cuales permitieron adentrarse más en lo que fue la antigua ciudad de Tenochtitlan.
Sin embargo, llegó un momento en que Rubén definió su interés en el pasado mesoamericano centrando sus esfuerzos en la vieja ciudad de Teotihuacan. Quizá este interés —y pasión, diría yo— por Teotihuacan partió de los años sesenta, cuando participó en el Proyecto Teotihuacan
que estaba bajo la dirección del Doctor Ignacio Bernal. Por aquel entonces estuvo a las órdenes de Ponciano Salazar Ortegón, quien se concentraba de manera especial en las excavaciones de la Pirámide de la Luna y otros edificios de la Plaza del mismo nombre. Rubén fungió como dibujante arquitectónico. Este proyecto se llevó a cabo entre 1962-1964, realizándose al mismo tiempo que otras dos investigaciones: la del Teotihuacan Mapping Project, bajo la dirección del Doctor René Millon y el Teotihuacan Valley Project, bajo la coordinación del Doctor William Sanders.
Pasaron algunos años para que volviera a Teotihuacan, ahora para residir en el pueblo de San Juan y dedicarse completamente al estudio de la gran urbe. Una cosa es de llamar la atención: Rubén Cabrera participó en los grandes hallazgos que han ampliado de manera considerable el conocimiento sobre la cultura teotihuacana. Hagamos un repaso de ellos. De 1980-1982 colaboró en el Proyecto Arqueológico de Teotihuacan, que en un principio estuvo coordinado por Eduardo Contreras, pero pronto quedó bajo la responsabilidad de Rubén. Intervino en el Proyecto Templo de Quetzalcóatl, en 1988, junto con los doctores George Cowgill y Saburo Sugiyama; a este equipo se debe el hallazgo de los enterramientos, en el tepetate, de grupos de individuos de cuatro, nueve y 18 cadáveres colocados debajo del Templo de la Serpiente Emplumada, con las manos atadas a las espaldas, como claro indicio del sacrificio de los mismos. Cabe resaltar que estos hallazgos abrieron nuevas perspectivas a la investigación acerca de la idea del carácter guerrero de esta sociedad.
En 1992, con el inicio de los Proyectos Especiales en Arqueología, se llevaron a cabo diferentes acciones tanto de índole administrativa como de investigación. De esta última deseo resaltar el trabajo de rescate que en un principio se realizó en el predio de La Ventilla, al suroeste del gran recinto ceremonial. Designé a Rubén para que se hiciera cargo de estas labores por medio de las cuáles encontró varios conjuntos habitacionales que, por sus características y disposición, darían una imagen diferente de la que hasta entonces se tenía de ellos. A escasa distancia de un conjunto de patios y habitaciones decorados con magníficos murales (entre ellos los glifos pintados en el piso que han permitido hablar de una escuela y reforzar la idea de una escritura teotihuacana), se excavó un conjunto que a todas luces correspondía a un área de habitación popular. Se recuperaron alrededor de 300 entierros —muchos de infantes— que ampliaron de manera considerable el conocimiento sobre este tema. Los datos parecieran indicar que muy cerca del espacio sagrado de la gran ciudad también se encontraban grupos de artesanos como parecen indicarlo las ofrendas que acompañaban a los entierros. Vista la importancia de lo allí encontrado, se decidió que los vestigios deberían conservarse y, de ahí en adelante, lo que era un trabajo de rescate se transformó en un proyecto de investigación formal que Cabrera dirigió durante muchos años con aportes significativos y hoy en día aún dan frutos.
Al mismo tiempo que dirigía las excavaciones antes mencionadas se ampliaron los sondeos a los lados sur y oriente del Templo de la Serpiente Emplumada. Con esto se logró rescatar datos importantes: encontrar nuevos conjuntos de entierros como los hallados en 1988. Desde luego, Rubén Cabrera fue quien dirigió los trabajos. Quizá alguien se pregunte porqué puse en manos de nuestro arqueólogo trabajos de esta envergadura; por