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La máquina de hacer pájaros
La máquina de hacer pájaros
La máquina de hacer pájaros
Libro electrónico96 páginas1 hora

La máquina de hacer pájaros

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Cuerpos con plumas y brillantina que bailan para olvidarse que todo alrededor es sed y polvo, un padre que rejuvenece sin piedad, un abuelo que se transforma en alien, niñas con la misión de traer al mundo al Hombre Nuevo, seres que brillan como el plancton enterrados a tres metros bajo tierra, mujeres que tratan de escribir y no recuerdan nada, mujeres rotas, mujeres enamoradas del fantasma de escritores rotos, mujeres con un corazón de zarapito en el pecho, mujeres muertas con los sobacos tiernísimos que todavía sueñan con volver a enamorarse: personajes extraviados que chocan como palomas ciegas, una y otra vez, contra todas las puertas y ventanas. Y una mujer, Natalia García Freire, que escribe y vuela estas historias.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 nov 2024
ISBN9788483937129
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    La máquina de hacer pájaros - Natalia García-Freire

    9788483933589_04_m.jpg

    Natalia García Freire

    La máquina de hacer pájaros

    Natalia García Freire, La máquina de hacer pájaros

    Primera edición digital: noviembre de 2024

    ISBN epub: 978-84-8393-712-9

    Colección Voces / Literatura 366

    Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

    © Natalia García Freire, 2024

    Casanovas & Lynch Literary Agency, S.l.

    © De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2024

    Editorial Páginas de Espuma

    Madera 3, 1.º izquierda

    28004 Madrid

    Teléfono: 91 522 72 51

    Correo electrónico: info@paginasdeespuma.com

    Solamente muero los domingos,

    y los lunes ya me siento bien.

    Sui Generis, Confesiones de invierno

    Así que me quedo en la cama. Me quedo en la cama hasta que el doctor Rex llame personalmente para informarme de que tiene recetas nuevas para mí. Dicho con más énfasis, me quedo en la cama hasta.

    Mary Robison, Por qué haría yo

    Todas y cada una de mis palabras están invertidas,

    del revés, o soy yo quien lo está.

    También te abrazaba de ese modo.

    William H. Gass, En el corazón del corazón del país

    El último día que lo vi como humano, estaba triste por el mundo.

    Aimee Bender, La que recuerda

    Las Lumbres

    Cuando todo enmudece, cuando la gravedad de los

    hechos rebasa con mucho nuestro entendimiento e incluso

    nuestra imaginación, entonces está ahí, dispuesto,

    abierto, tartamudo, herido, balbuceante, el lenguaje del dolor.

    Cristina

    Rivera Garza

    , Dolerse: Textos desde un país herido

    Cada palabra que ella escribe es mentira, incluso y y la.

    David

    Markson

    , La soledad del lector

    Lo que recuerda la escritora

    Nada.

    La escritora no recuerda nada. Es el lenguaje el que habla. Recuerda que se lo contará su abuela. O serán los pájaros. De pequeña tendrá un juego: le hablará por la noche a la pavita de la muerte, que espanta a todos porque es bruja y es ave. Es más pequeña que un búho y más rechoncha, pero se sabe el doble de historias. No temas, le dirá la pavita de la muerte, solo tienes que recordar. ¿Recordar qué?, pregunta la escritora. La historia de las Lumbres, tontuela. Y la pavita de la muerte, viéndola tan perdida, reirá y reirá. Y cuando ría, la escritora le verá los ojos de lechuza, pero de un amarillo ámbar que confundirá ya para siempre con el atardecer porque son de luz, como de estrellas y polvo cósmico. La escritora no recuerda más. ¿Cómo podría recordar? En quichua podría invocar el recuerdo, k’aspillu, tendría que decir: varita de la memoria. Pero la escritora no habla quichua, no tiene la varita. No aprendió la lengua que convierte las palabras en materia. Lengua que es también un último acto de magia. Y tampoco aprendió a recordar. Olvida todo y cállate, era lo que le decían de pequeña. Pero sabía escuchar desde lejos el canto de la pavita, una historia que suena en su cabeza como un solo tartamudeo. Unos visos de locura. Las voces de los muertos. El canto de los pájaros en la rama más alta.

    La escritora quiere caerse de la rama más alta.

    Lo que se rumorea en el camino

    Hartos, éramos hartos los que nos juntamos para ir a buscarlas. Camino de la laguna, con los pájaros mirándonos desde las ramas altas de los pinos.

    Las llamaban las Lumbres y dice el niño que las enterraron cerca del pueblo. No en el pueblo porque se las llevaron. Se las llevaron de ahí que era cerca de donde vivíamos. Se las llevaron porque brillaban. Como el plancton. Eran luz, pero a ratitos se apagaban. Les llamaban las Lumbres, pero no eran hembra ni varón. Por las noches, a lo lejos nomás veíamos la luz que eran ellas, todas juntas, como una calesita ardiendo. Pero nunca nos acercamos porque estaba prohibido, porque habría sido como verle los ojos a Dios o al Diablo. Hay misterios que no se persiguen y milagros que no se tocan. No se sabe si fueron paridas. Solo fueron nada más. Como es la laguna de allá mismo, y como es el río. Luego llegaron los de las mineras con los militares. Ellos se mandaban cuatro, cinco horas de camino en el monte para ir a buscarlas y se las querían llevar porque estaban encandilados. Les dijimos: dejen a las Lumbres donde están.

    No hicieron caso.

    El corazón del bosque

    La escritora recuerda que escuchará esta historia una y otra vez, pues es una historia que viene sucediendo toda la eternidad. Recuerda que estará en el bosque. Perdida. No hay otra forma de estar en el bosque. No habrá hecho caso a lo que le dijo la abuela: no dejes que el bosque te atrape. No hará caso a su abuela jamás. Así que tomará el camino que la llevará demasiado lejos y es entonces cuando habrá subido al árbol y, siguiendo la voz de la pavita de la muerte, tomará una fruta dulce como el higo y tan suave, como la piel de ella misma entre las piernas. Ahí cree la escritora que empezará a escuchar la muerte, justo ahí en la pulpa y escuchará lo que se rumorea en el camino, lo que dirán las gentes, las voces de los cuerpos y el lenguaje de la luz. No seas tontuela, le dirá la pavita de la muerte, los que escriben no escuchan. Solo recuerdan. ¿Qué cosa?, pregunta la escritora. Recuerdan lo que los volverá desquiciados.

    Lo que dice el niño

    Yo era más niño que ahora, aunque siempre he de ser niño porque cuando salimos del pueblo dejé de crecer y me deliré. Eso dice mi madre, que en paz descanse, que murió de vieja y de exiliada porque nos quedamos sin tierra. Cuando llegaron ellos yo era aún más niño. A uno le vi la pistola y temí. Pidieron permiso para bañarse en nuestra casa. Olían raro. Olían a leche agria. Uno se acercó a mí y me pasó la pistola por la espalda. ¿Es cierto que existen?, me preguntó. Hacía tiempo que andaban buscándolas. Ajá, dije. Te vas a venir con nosotros a guiarnos. Como era niño, me querían llevar, como era niño medio mudo, pero que sabía dónde se escondían. Le dije a mamá que me iba para que no le hicieran nada, para que ya nos dejaran en paz. Salieron todos bañaditos, rayita al medio, pelos engominados, pistolas a la vista. Y nos fuimos caminando. Yo fui el que les mostró el camino. Me dicen todos que no tengo perdón de Dios, como si Dios se fuera a acordar de nosotros.

    Dios no recuerda

    La escritora siente un estrujón en el abdomen. Quiere rezar, pero no sabe a qué. Escucha las voces de los que están buscando. Ese dolor. Ese dolor. Ese dolor. Cuervos y gorrionas le saltan por la cabeza. Desde la rama más alta podría ver. Pero siempre ha tenido miedo a las alturas. Recuerda que morirá bien cerquita de la tierra y no sabe por qué teme. Los cuervos traen las voces de la procesión. Las voces se le hacen callo en el cuerpo. Las mataron. No. Se las llevaron primero.

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