31 min de escucha
Patrick Mackay: El Discípulo del Diablo. Parte I
Patrick Mackay: El Discípulo del Diablo. Parte I
valoraciones:
Longitud:
54 minutos
Publicado:
29 ene 2025
Formato:
Episodio de podcast
Descripción
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Es 15 de febrero de 1975, y Margaret Diver, de 79 años, acaba de cruzar la puerta de su casa cuando, de repente, escucha pasos detrás de ella. Se gira, desconcertada, y una voz fría y directa le dice: “Quiero hablar contigo sobre tu marido.” Desconcertada, Margaret responde que no tiene marido, preguntándose a quién busca aquel joven de pelo castaño rojizo, veintitantos años, con una “cara pequeña y redonda” que se encuentra ante ella.
Cuando el joven responde que busca a alguien llamado Jackson, Margaret, desconcertada, asegura que no hay nadie con ese nombre en su casa. Aparentemente, la conversación parece llegar a su fin, como un malentendido que se disuelve en el aire. Pero nada más lejos de la realidad. Lo que parece ser un simple error se convierte en algo mucho más inquietante.
Cuando Margaret intenta entrar en su casa, el joven la sigue, entra en la propiedad sin previo aviso, cierra la puerta tras él y, con una frialdad aterradora, la obliga a tirarse al suelo. “Si haces ruido será peor para ti”, susurra.
Con una violencia que parece desentonar con sus aparentes formas, el joven arrastra a Margaret por el pasillo, sujetándola del cuello de su abrigo, hasta llegar a la cocina. Una vez allí, la obliga a ponerse de pie y le ordena que prepare una taza de té, insistiendo en que también haga uno para ella. La escena, a pesar de la amenaza que pesa en el aire, mantiene una extraña calma.
Mientras Margaret cumple su orden, el joven se sienta con una tranquilidad desconcertante, lleva la taza a sus labios y bebe su té, dando vueltas a la cucharilla como si nada estuviera fuera de lugar.
La conversación, aunque cargada de tensión, es sorprendentemente civilizada. Él, de manera repetitiva, menciona que es un paciente del hospital Tooting Bec, como si ese detalle fuera a hacer que todo tuviera sentido.
La mujer, aterrada, con la cara magullada e hinchada, no sale de su asombro cuando el joven, con una inquietante calma y una voz que inspiraría paz en cualquier otro contexto, le dice: “Lamento hacerte daño, querida.”
Es 15 de febrero de 1975, y Margaret Diver, de 79 años, acaba de cruzar la puerta de su casa cuando, de repente, escucha pasos detrás de ella. Se gira, desconcertada, y una voz fría y directa le dice: “Quiero hablar contigo sobre tu marido.” Desconcertada, Margaret responde que no tiene marido, preguntándose a quién busca aquel joven de pelo castaño rojizo, veintitantos años, con una “cara pequeña y redonda” que se encuentra ante ella.
Cuando el joven responde que busca a alguien llamado Jackson, Margaret, desconcertada, asegura que no hay nadie con ese nombre en su casa. Aparentemente, la conversación parece llegar a su fin, como un malentendido que se disuelve en el aire. Pero nada más lejos de la realidad. Lo que parece ser un simple error se convierte en algo mucho más inquietante.
Cuando Margaret intenta entrar en su casa, el joven la sigue, entra en la propiedad sin previo aviso, cierra la puerta tras él y, con una frialdad aterradora, la obliga a tirarse al suelo. “Si haces ruido será peor para ti”, susurra.
Con una violencia que parece desentonar con sus aparentes formas, el joven arrastra a Margaret por el pasillo, sujetándola del cuello de su abrigo, hasta llegar a la cocina. Una vez allí, la obliga a ponerse de pie y le ordena que prepare una taza de té, insistiendo en que también haga uno para ella. La escena, a pesar de la amenaza que pesa en el aire, mantiene una extraña calma.
Mientras Margaret cumple su orden, el joven se sienta con una tranquilidad desconcertante, lleva la taza a sus labios y bebe su té, dando vueltas a la cucharilla como si nada estuviera fuera de lugar.
La conversación, aunque cargada de tensión, es sorprendentemente civilizada. Él, de manera repetitiva, menciona que es un paciente del hospital Tooting Bec, como si ese detalle fuera a hacer que todo tuviera sentido.
La mujer, aterrada, con la cara magullada e hinchada, no sale de su asombro cuando el joven, con una inquietante calma y una voz que inspiraría paz en cualquier otro contexto, le dice: “Lamento hacerte daño, querida.”
Publicado:
29 ene 2025
Formato:
Episodio de podcast
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