Queiroz, Eça de - El Difunto

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EA DE QUEIROZ En 1474, ao tan prdigo en mercedes divinas para la Cristiandad, siendo rey de Castilla Enrique IV, lleg a la ciudad

de Segovia, a morar en la seorial mansin que junto con extensas tierras y cuantiosas rentas haba heredado, un joven caballero de limpio linaje y gentil apostura llamado don Ruy de Crdenas. Legado de un to arcediano y maestro en cnones, su casa alzbase al lado y a la sombra de la iglesia de Nuestra Seora del Pilar y frente a ella, del otro lado del atrio en el que murmuraban su vieja cancin los tres chorros de una fuente, se ergua el sombro y enrejado castillo de don Alonso de Lara, hidalgo tan acaudalado como hurao que ya en edad madura haba desposado a una joven famosa en Castilla por su blancura de nieve, por sus cabellos color de aurora y por su grcil cuello de garza real. Puesto, al nacer, bajo la advocacin de Nuestra Seora del Pilar, don Ruy se haba mostrado siempre fervoroso servidor de la Virgen aun cuando se sintiera inclinado, por su temperamento y por su juventud, a las armas y a la caza, a las fiestas galantes y a las noches escandalosas de tabernas y juego, con dados y vino. Por el amor que el profesaba a su celestial madrina, y por las facilidades que le representaba la proximidad de la iglesia, haba adquirido, desde su llegada a Segovia, la piadosa costumbre de visitarla todas las maanas para rezarle tres Avemaras e impetrar su gracia. Al caer la noche, de regreso de alguna accidentada excursin campestre con halcn y lebreles, entraba an al templo para murmurar dulcemente una plegaria. Y no dejaba pasar un domingo sin comprar en el atrio a una florista mora un ramo de claveles, junquillos o rosas silvestres, que desparramaba respetuoso y galante en el albo altar de la Virgen. Tambin todos los domingos, vigilada por una aya de ojos alertas y duros como los de una lechuza, y escoltada como por dos torres por dos fornidos lacayos, tena por costumbre concurrir a la venerada iglesia la famosa y hermosa mujer de don Alonso de Lara. Slo por orden expresa de su confesor, y por miedo a malquistarse con su augusta vecina, consenta el provecto caballero en que la esposa, cuyos pasos espiaba apostado tras las celosas, efectuara aquella semanal visita de creyente. Pasbase doa Leonor toda la semana encerrada en la crcel de su oscuro palacio de granito, sin otro lugar donde salir a respirar, aun en la clidas tardes estivales, que un pedazo de jardn verdinegro, cercado de murallas tan altas que apenas dejaban vislumbrar de trecho en trecho la fnebre copa de algn ciprs. Pero bast una de aquellas casi furtivas salidas de la esposa del seor de Lara para que el joven caballero don Ruy se prendase de ella la maana de mayo que la vi arrodillada ante el altar, nimbada por los reflejos de oro con que un rayo de sol destellaba en sus cabellos, bajas las largas pestaas, entre los finos dedos el rosario, toda ella grcil y blanca, de una blancura de lirio abierto al roco, de una blancura acentuada por el contraste de los negros encajes y las sedas negras que envolvan sus formas gentiles y se quebraban caprichosamente sobre las losas del suelo, lpida de viejas e ignoradas sepulturas. Cuando don Ruy, saliendo de su delicioso xtasis dobl las rodillas, lo hizo menos ante su celestial madrina la Virgen del Pilar que ante aquella deslumbradora aparicin mortal de la que desconoca nombre y vida, pero por la que ambas cosas dara gustoso si por precio tan incierto se le rindiese. Balbuce maquinalmente sus tres acostumbradas Avemaras, requiri el sombrero, y abandonando despacio la nave sonora del templo, se qued esperando en el atrio, mezclado con los pordioseros leprosos que aguardaban tambin calentndose al sol. Despus de 2

EL DIFUNTO un rato, durante el cual el corazn del caballero lati con un ritmo inusitado de ansiedad y de temor, sali doa Leonor, tras detenerse un instante a mojar los dedos en la pila de agua bendita. Pero los ojos de la beldad no se alzaron ante don Ruy ni tmidos ni con desdn. Con el aya de los ojos alertas de lechuza pegada a sus vestidos, entre los dos lacayos fornidos que la escoltaban como dos torres, atraves lentamente el atrio, con la tranquila fruicin del recluso que goza por una vez la plenitud del aire y del sol. Algo cruz como una sombra el alma del enamorado caballero cuando la vi traspasar la arcada sombra de gruesos pilares y desaparecer por una pequea puerta de servicio cubierta de herrajes. Era entonces doa Leonor, la hermosa y famosa seora de don Alonso de Lara...! Siete largos das penosos empezaron para don Ruy. Siete das que l se pas en el alfizar de su ventana, mirando la puertecilla cubierta de herrajes cual si fuera la puerta del Cielo y esperase ver salir por ella al ngel anunciador de su bienaventuranza. Hasta que el ansiado domingo lleg por fin. Y mientras l surcaba el atrio muy de maana con la habitual ofrenda de claveles amarillos para la Virgen, en tanto que las campanas repicaban llamando a los fieles, sala doa Leonor de entre los vetustos pilares de la arcada, blanca y suave, dulce y tranquila, cual sale la luna de entre las nubes. Casi se le caen a don Ruy los claveles en medio de aquel alborozo en que el pecho se le empez a agitar como un mar violento, y el alma toda se le escap tumultuosa tras la mirada. Tambin los ojos de ella se alzaron hacia el caballero; pero no haba en aquellos ojos turbacin ni duda; no reflejaban ellos ni la conciencia de estar cruzndose con otros humedecidos por la pasin y encendidos por el deseo. Se abstuvo l de entrar al templo, retenido por el piadoso temor de no prestar a su celestial madrina la atencin que le robara, seguramente, aquella mujer que era humana pero duea ya de sus pensamientos y divinizada por su amor. Aguard con ansia, confundido entre los mendigos del atrio, marchitando los claveles con el ardor de las manos trmulas y desesperado por la lentitud del rosario que doa Leonor rezaba. Y no haba empezado ella a recorrer la nave, cuando ya el leve roce de la seda de sus vestidos sobre las losas resonaba como una msica en el alma de don Ruy. Pas al fin la blanca seora, y con los mismos ojos distrados y serenos con que mir al pasar a los mendigos lo contempl a l tambin. O no comprenda la desazn del caballero que empalideca de sbito ante ella, o su mirada no diferenciaba, a travs del velo, los matices de las cosas. Don Ruy se fue, conteniendo un suspiro, y ya en su cuarto, esparci devoto ante la imagen de la Virgen las flores que no le haba ofrendado en el altar del templo. Su vida, desde entonces, se torn sombra y triste ante la inhumana frialdad de la mujer, nica entre todas las mujeres, que hiriera y cautivara su joven corazn. Movido por una esperanza en la que se adivinaba de antemano el desengao di en rondar los alrededores del amurallado jardn o en contemplar durante largas horas desde gruesas y tupidas celosas, oscuras y tortuosas como las de una prisin. En vano. El palacio permaneca silencioso y hermtico, cual un sepulcro. Las puertas no se abran. De los enrejados no sala el ms leve rastro de luz. Buscando un desahogo, el enamorado se entreg con afn, a lo largo de interminables veladas, a la tarea de componer quejumbrosas trovas que no le brindaban consuelo. Frente a la imagen de Nuestra Seora del Pilar, sobre las mismas losas en que vea arrodillarse a doa Leonor hincaba las rodillas y permaneca en silencio, sin rezar, aferrado a la agridulce 3

EA DE QUEIROZ esperanza de encontrar serenidad para su corazn ponindolo a los pies de Aquella que todo lo serena y todo lo consuela; mas cuando se levantaba de all, despus de sus mudas plegarias, era an ms desdichado, no tena otra sensacin que la que le produca la frialdad de las rodillas, rgidas y yertas como las piedras sobre las que lo sostuvieran. El mundo se le antojaba tambin as. Rgido y fro. Durante algunas otras luminosas maanas de domingo volvi a ver a su adorada, mas siempre los ojos de ella resbalaban indiferentes sobre las cosas y los seres, o, cuando se detenan en los suyos, mostrbanse virgen de toda emocin, tan limpios y serenos que don Ruy los hubiera preferido airados, fulgurantes de ira o hirientes de soberbio desdn. Doa Leonor, lo conoca, es cierto, pero del mismo modo en que poda conocer a la ramilletera mora, sentada ante su cesto junto a la fuente, o a los harapientos mendigos que se espulgaban en el prtico bajo los rayos del sol. No poda l siquiera pensar que fuese fra e inhumana. Saba que era, simplemente, remota como una estrella que refulge en las alturas sin saber que abajo, en un mundo que ignora, unos ojos la contemplan apasionados y un alma la erige en reina de su albedro. Don Ruy, llegando a aquella conclusin, pens entonces: Pues que ella no quiere y yo no puedo, es esto un sueo que debe concluir. Qu Nuestra Seora del Pilar nos tenga bajo su amparo! Caballeresco y leal como era, desde que comprob la indiferencia de ella, dej de buscarla. Ni torn a alzar la vista hasta las altas celosas del palacio ni entraba ya nunca en el templo cuando la vea casualmente desde el atrio arrodillada ante la Virgen, inclinada sobre el libro de Horas su hermosa cabeza nimbada de oro... *** No tard la vieja aya de los ojos alertas de lechuza en contar a su seor la forma en que el arrogante caballero que moraba en la casa del arcediano se cruzaba continuamente en el atrio de la iglesia con su esposa, y la insistencia con que se apostaba en el prtico del templo para entregarle a sta el corazn en la mirada. Demasiado lo saba ya el anciano don Alonso, que desde la ventana de su alcoba segua con la vista a la seora en camino hacia la iglesia, y haba advertido, mientras mesbase las barbas con furor, las esperas, las miradas incendiarias y los gestos de su juvenil vecino. Desde aquel momento, ciertamente, la preocupacin ms intensa de Lara era saciar su odio contra el imprudente sobrino del cannigo, que se atreva a levantar sus bajas pasiones hasta la alta y magnfica seora. Haba hecho que un sirviente le siguiera los pasos y conoca al dedillo sus actividades todas, desde los amigos con quienes sala de caza o de fiestas hasta las personas que le cortaban los jubones o le pulan la espada. Pero con ser rigurosa esta vigilancia, mayor todava era la que el seor de Lara haba montado en torno a los movimientos de su esposa. Sus paseos, sus plticas con las dueas, el gesto soador con que miraba ms all de los rboles, sus silencios, la expresin y el color con que regresaba de la iglesia, todo era estrechamente fiscalizado por el celoso y terrible don Alonso. Mas tan inalterablemente tranquila mostrbase doa Leonor, limpia de toda culpa, que ni el celoso de imaginacin ms vehemente podra haber encontrado manchas en aquella inmaculada nieve. Subi a consecuencia de ello el rencor del seor de Lara contra el hombre que haba osado desafiar tal pureza apeteciendo aquellos cabellos color de sol, aquel 4

EL DIFUNTO cuello de garza real, que eran slo suyos, que constituan el esplndido regalo de su existencia. Y mientras caminaba por la parda galera del palacio, abovedada y resonante, enfundado en su rica zamarra de pieles, hacia adelante la punta de su barba griscea, erizado el pelo y los puos crispados, remova siempre obstinado, la misma hiel. Se permiti atentar contra la virtud de ella y contra la honra ma... Es culpable de dos delitos y merece dos muertes! Pero su ira se transform en pnico al saber que el joven caballero no esperaba ya en el prtico del templo a doa Leonor, ni espiaba bajo las tapias de la mansin, ni entraba en la iglesia cuando ella estaba, ni se preocupaba en absoluto de verla o de seguirla, hasta el extremo de que una maana, encontrndose frente a la arcada u oyendo el ruido que haca al abrirse la puerta por la que doa Leonor iba a aparecer, permaneci de espaldas, riendo y charlando con un obeso seor que lea algo mientras rea. Indiferencia tan bien simulada pens don Alonso, slo puede servir para ocultar alguna intencin aviesa! Qu andar maquinando ahora? Exacerbronse todas las pasiones que a su provecta edad alentaba el desabrido hidalgo: celos, curiosidad, rencor. Crey ver fingimiento y falsa en la serenidad de la seora y le prohibi de inmediato sus piadosas visitas a la iglesia. Iba l, en las maanas de domingo, a rezar el rosario y a disculparse por la ausencia de ella: No puede venir musitaba prosternado por lo que ya sabis, Virgen pursima! Con verdadera obsesin, revis e hizo reforzar cerrojos y pestillos en las puertas de su palacio. Y de noche daba libertad a dos mastines, que vagaban en las sombras del amurallado jardn. Un gran acero desnudo reposaba siempre a la cabecera de su austero lecho, junto a la mesa que albergaba la lmpara, el relicario y el vaso de vino caliente con canela y clavo con que templaba sus fuerzas y recobraba energas. Mas, preocupado por la adopcin de todas aquellas medidas de seguridad, dorma muy poco, levantndose sobresaltado a cada momento de las muelles almohadas para asir brutal y ansiosamente a doa Leonor del brazo o del cuello y rugir con rabia concentrada presa de horribles delirios: A m, slo a m!... Di que solamente a mi me quieres! Luego, tan pronto amaneca, se iba a espiar cual un halcn las ventanas de don Ruy. Jams poda verlo ahora: ni en el atrio de la iglesia, a la hora de misa, ni al regreso del campo, a caballo, al toque del Avemara. Y notando aquel cambio en las costumbres de su odiado enemigo, con ms fuerza sospechaba a ste dueo del amor de su seora. Una noche, por fin, tras recorrer mil veces las losas de su galera en sorda lucha con sus odios y sus dudas, mand llamar al intendente y le orden que preparase cabalgaduras y equipaje. Al rayar el alba saldra con la seora doa Leonor hacia su finca de Cabril, a dos leguas de la ciudad! No fu, sin embargo, al amanecer, la partida. No se rode de sigilo como la fuga del avariento que va a ocultar sus arcones. Por el contrario, efectuse con gran aparatosidad y pausa, haciendo permanecer durante varias horas a la litera, con las cortinas abiertas, frente a la puerta principal, mientras un sirviente paseaba por el patio; enjaezaba a la morisca, la mula blanca del amo, y cerca del jardn, la recua de mulos, cargados de bales y bultos, aturda a toda Segovia con el ruido de sus cascabeles, que hacan

EA DE QUEIROZ sonar incesantemente, molestados por las moscas bajo los rayos del sol. As se enter don Ruy, y la ciudad toda, de la partida del seor don Alonso de Lara. A doa Leonor le produjo gran alegra la noticia del viaje; agradbale Cabril, con sus sotos y pinares, con sus risueos jardines a los que se abran de par en par, sin rejas ni celosas, las ventanas de soleadas habitaciones. En Cabril, al menos, tena aire y luz, plantas que regar, un vivero de pjaros y tantas alamedas de tejo y laurel que eran casi la libertad. Confiaba, adems, que en el campo se desvaneceran aquellas preocupaciones que durante los ltimos tiempos avinagraban el gesto y el alma de su marido y seor. No se realiz, sin embargo, esta esperanza suya, porque a la sombra de aquella jornada no se haba aclarado an el semblante de don Alonso y fcilmente se adivinaba que no haba frescura de frondas, murmurios de arroyuelos ni perfumes de rosales en flor capaces de serenar el agitado y sombro espritu del celoso. Cual por sus galeras de Segovia, paseaba sin descanso por las arboladas alamedas de Cabril, envuelto en su zamarra de pieles, hacia delante el pico de su barba gris y erizada hacia atrs la melena, con un terrible rictus en los labios, como discurriendo maldades y gozando de antemano el placer de realizarlas. Todo su inters se concentraba en un criado que recorra a caballo continuamente el camino entre Cabril y Segovia y al que aguardaba en las afueras del pueblo, ansioso de interrogarlo, tan pronto desmontaba sudoroso, para imponerse de las noticias del da. Una noche, mientras doa Leonor rezaba el trisagio en su alcoba, acompaada por las ayas y a la luz de un hachn de cera, irrumpi pausadamente el seor de Lara con una hoja de pergamino en una mano y la pluma y el tintero de hueso en la otra. Desabridamente despidi a las sirvientas, que se alejaron temerosas, y aproximando un escabel se volvi hacia doa Leonor con gesto tranquilo, como si fuese a tratar con ella de algo natural y sin importancia. Deseo, seora dijo, que me escribis una carta. Una carta que me interesa especialmente escribir... Era tanta la sumisin con que ella acoga siempre las rdenes del esposo, que, sin dar muestras de curiosidad, colgando de una barra del lecho el rosario con el que rezaba, sentse sobre el escabel y empez a escribir con letra clara y bella lo que don Alonso le dictaba. Mi caballero... deca la primera lnea. Mas cuando el seor de Lara dictle la siguiente, la infeliz dej sbitamente la pluma, como si le quemara las manos, y exclamo con dolorido acento: En virtud de qu, seor, me habis de obligar a escribir semejantes falsedades? El hombre entonces, demudado el rostro por la ira, llevase la mano al cinto y sacando un pual con el que amenaz a su esposa, mascull con voz ronca: Os obligo a escribir eso porque me conviene, y lo escribiris o por Dios que os apualo! Con el semblante ms blanco que la cera de la vela que los alumbraba, temblando de espanto ante el brillante y amenazador acero, presa de un supremo terror que le hizo olvidar todo, doa Leonor acept: No me maltratis, por la Virgen Mara! Volved en vos y serenaos, que yo slo vivo para serviros. Dictadme lo que queris, y escribir. Con las manos crispadas en el borde de la mesa donde dejara el pual, fulminando a la dbil y temblorosa mujer con una mirada cargada de odio, dict una misiva que poco despus qued escrita con letra vacilante y confusa. 6

EL DIFUNTO Mi caballero deca: O me habis interpretado muy mal o muy mal pagis el amor que os profeso y que no tuve nunca ocasin, en Segovia, de manifestaros claramente... Estoy ahora aqu en Cabril, soando con veros, y si vos tambin lo anhelis podis con toda facilidad realizar vuestro anhelo, pues mi marido el seor de Lara, se ha ausentado de esta casa. Llegad esta noche. Franquead la puerta del jardn y seguid por la parte del camino hasta la terraza, despus de bordear el estanque. Veris desde all una escala apoyada en una ventana. Esa ventana es la de mi alcoba, donde os espero con ansias, y en ella os agasajar tiernamente. Bien. Firmad ahora con vuestro nombre, que es lo principal. Lentamente, con el rostro enrojecido cual si la estuviesen desnudando ante una muchedumbre, la desdichada traz su nombre. Slo falta ahora dirigirla orden el marido. Escribid: Don Ruy de Crdenas. En medio de la sorpresa que le causara aquel nombre desconocido, se atrevi a levantar la vista. En seguida! Escribid lo que os he dicho! volvi a ordenar el anciano con expresin cada vez ms siniestra. Cuando doa Leonor hubo dirigido a don Ruy de Crdenas la indecorosa misiva, el seor de Lara guardse en el cinto el pergamino, junto al pual ya envainado, y abandon silencioso la estancia, perdindose a poco el ruido de sus pasos sobre las losas del corredor. La pobre qued sobre el escabel, cadas en el regazo las manos cansadas, en medio de un anonadamiento general, con la mirada perdida en las sombras de la noche. Ni la muerte pareca ahora tan oscura como aquella intriga en la que la acababan de complicar! Quin era aquel don Ruy de Crdenas, del que jams oyera hablar, con el que jams se tropezara en su existencia tan clara, tan poco poblada de hombres, tan ligera de recuerdos? Tal vez l la conocera, la habra seguido, al menos con la mirada. S, el desconocido seor de Crdenas deba haberla deseado y amado sin que ella lo supiera, pues que no se explicaba, en caso contrario, que aceptara como natural una carta de ella portadora de tan apasionadas promesas. He ah, pues, que en su destino irrumpa bruscamente, trado de la mano por su esposo, un hombre joven, acaso bien nacido y quizs gentil. Y he ah que lo haca en forma tal que le eran abiertas ya las puertas del jardn y ponase bajo sus pies una escala que le dara acceso a la alcoba de ella. Y de todo aquello era autor su marido, que era quien abra secretamente la puerta y secretamente apoyaba la escala sobre el muro de su balcn. Pero... Para qu? Qu fin persegua el seor de Lara? Sbitamente en posesin de la verdad, de la vergonzosa e infamante verdad, doa Leonor lanz un gemido de angustia. Se trataba de una celada! Don Alonso atraa a su heredad de Cabril a aquel don Ruy de Crdenas, valindose de su promesa para tenerlo a su merced y asesinarlo impunemente! Y era ella, su amor, su cuerpo, lo que se ofreca como cebo a los ojos seducidos del desdichado galn! Su propio lecho iba a ser la red en que caera aquella presa enloquecida! Caba mayor ofensa a su pudor y a su decoro? Y cun imprudentemente obraba, por otra parte, el seor de Lara! No poda acaso muy bien, aquel don Ruy de Crdenas, concibiendo alguna sospecha, rehusar el convite y mostrar luego por toda Segovia, orgulloso de su triunfo, la infamante carta en la que le ofreca su amor y su lecho la mujer de don Alonso? Mas no. El infortunado volara a Cabril, hacia la muerte. Y morira vilmente asesinado, en el tenebroso silencio de la noche, sin sacerdotes 7

EA DE QUEIROZ ni sacramentos, con el alma enterrada en el lodazal del pecado. Morira, si, irremisiblemente, porque jams el seor de Lara consentira en dejar con vida al portador de aquella terrible misiva. Morira, pues, aquel joven, de amor por ella. De un amor que lo llevaba al sepulcro sin haberle valido nunca la sombra de un placer. Ciertamente, sera el amor de ella lo que lo matara, pues el odio de don Alonso odio que tan desleal como villanamente se cebaba slo poda ser hijo de los celos que le ensombrecan el alma y le hacan olvidar sus ms elementales deberes de cristiano y de hombre. A buen seguro que el anciano habra sorprendido gestos, miradas y ademanes de don Ruy, tan imprudente como enamorado. Mas cundo?, cmo? Record confusamente a aquel joven que un domingo cruzrase con ella en el atrio de la iglesia, aguardndola luego con un ramo de flores en la mano... Sera l? Tena noble y gentil continente, era plido, de grandes ojos negros y ardientes... Ella haba pasado indiferente... Las flores que el caballero portaba eran claveles... Claveles rojos y amarillos... A quin los destinaba?... Oh, si le pudiese poner sobre aviso, en seguida, antes del nuevo da...! Pero, cmo, si no contaba en Cabril con una sirvienta o un criado de quien fiarse? Sin embargo tampoco poda permitir que un pual aleve partiese aquel corazn joven, que llegara palpitando por ella, lleno de sus promesas y de su amor. Ah, la dramtica carrera de don Ruy desde Segovia a Cabril, impaciente ante la promesa del jardn abierto, de la escalera en el balcn y de la dama de sus sueos esperndole ansiosa en el silencio de la noche! Dispondra, realmente, el seor de Lara, la colocacin de la escalera? Si, la dispondra, seguramente. As podra matar con mayor facilidad al pobre, dulce e ingenuo mozo que ascendera confiado, con las manos aferradas a la madera y el acero envainado. As que a la otra noche, a la noche siguiente, la ventana permanecera abierta frente a su lecho, y una escalera arrimada a la pared esperara a un hombre! Y su marido, agazapado en las tinieblas de la alcoba, asesinara a mansalva al hombre que subiera!... Y si don Alonso lo aguardaba afuera, del otro lado de los muros de la finca, para matarlo alevosamente en algn sendero y, o por menos diestro o por menos fuerte caa atravesado por la espada del otro, ignorante de quien era su inesperado agresor? Y ella, mientras tanto, en su alcoba, sin saber nada, con las puertas abiertas y la escala sobre el muro, y el desconocido asomado a la ventana, al amparo de la noche tibia, mientras su marido, el hombre que deba defenderla, yaca ensangrentado en el fondo del algn barranco!... Qu hacer, Dios del Cielo? Qu hacer? Rechazara altivamente al osado! Mas y la espantada sorpresa de l, y su rencor excitado por el engao? Me llamasteis, seora! argira mostrando la carta con su firma. Cmo, Virgen Santa, contarle la terrible verdad, la emboscada y la traicin? Sera tan difcil y largo explicar todo en aquella silenciosa soledad nocturna, mientras los ojos ardientes y negros del caballero le suplicasen apasionados! Infeliz de ella si don Alonso sucumba y la dejaba sola, librada a sus medios, en aquel casern abierto! Y que desgraciada tambin sera si aquel hombre, que la amaba y que por ello vena corriendo, deslumbrado por su cita, encontraba la muerte en el lugar donde soaba realizar su amoroso anhelo, y rodaba por el abismo de su eterna perdicin, muerto en pleno pecado y en el escenario de su pecado! Unos veinticinco aos tendra, si era aquel joven arrogante y plido, de jubn de terciopelo negro, que esperaba con un ramo de claveles rojos en el atrio de la iglesia de Nuestra Seora, en Segovia... 8

EL DIFUNTO Las lgrimas surgieron de los enrojecidos ojos de doa Leonor. Y arrodillndose ante la imagen de la Virgen del Pilar, el alma dirigida al cielo, donde empezaba ya a lucir la luna, la desventurada implor con amargo y fervoroso acento: Virgen del Pilar, Seora ma: tmanos a los dos, a todos, bajo tu divina proteccin!... *** Penetraba el joven seor de Crdenas en el sombreado patio de su residencia, cuando un muchacho campesino, levantndose del banco de piedra que haba en la esquina, sac de su zurrn una carta y se la alarg con estas palabras: Apuraos en leerla, caballero, que tengo que volver a Cabril con la respuesta... Abri don Ruy el pergamino, y tal deslumbramiento le produjo su lectura que lo apret contra el pecho cual deseoso de enterrarlo en su corazn. El mozo, visiblemente inquieto, insisti: Daos prisa, por favor. No. No he de llevar contestacin, sino la seguridad de que os habis impuesto del mensaje. Dadme, pues, algo en seal de que os entregu la carta. El seor de Crdenas entregle uno de sus guantes bordado con un hilo de seda, que el criado guard presuroso en su zurrn. Y se alejaba ya corriendo sobre la punta de sus abarcas cuando don Ruy lo detuvo con una voz. Qu ruta sigues para ir a Cabril? La ms segura y apropiada para la gente que no tiene miedo: la del cerro de los Ahorcados... Est bien. Puedes irte. Subi el sobrino del cannigo a grandes saltos las escaleras de piedra y ya en su aposento, sin sacarse siquiera el sombrero, volvi a leer, junto a la celosa, la divina misiva en que doa Leonor lo llamaba para esa noche a su cuarto, le brindaba su amor No le extraaba, por cierto, aquella ofrenda, despus de una indiferencia tan completa y constante Juzg ms bien el de ella uno de sus amores astutos a fuer de intensos, que simulan ante las dificultades y los peligros y preparan en silencio la hora de saciarse, hora ms dulce y maravillosa por lo ms esperada Ella, por lo visto, lo haba amado siempre, desde aquella celestial maana en que sus ojos se encontraban, en el prtico de Nuestra Seora Mientras l ambulaba bajo los muros de aquel jardn, quejndose amargamente de una frialdad que consideraba entonces mayor que la de las losas sobre las que pisaba, ella le haba entregado ya su alma, y con amorosa constancia y singular sagacidad, reprimiendo todo indicio para desvanecer sospechas, preparaba la noche maravillosamente feliz en que le entregara tambin su cuerpo Y aquella perseverancia, aquel fino ingenio en las lides del amor, hacan a doa Leonor an ms hermosa y apetecida a los ojos del caballero. Con cunta impaciencia contemplaba entonces al sol, remiso aquella tarde en ocultarse tras de los montes! Sin darse tregua, encerrndose en el cuarto para la gloriosa jornada: las finas prendas con encajes, el ms flamante jubn de terciopelo negro, la esencias. Baj a la caballeriza dos veces en pocos minutos para ver si su caballo estaba presto. Dobl y torn a doblar sobre el suelo la hoja de la espada que llevara en la aventura Mas su mayor preocupacin era el camino de Cabril, que conoca perfectamente, y el pueblo agrupado en torno del monasterio franciscano, y el antiguo puente romano, con su calvario, y la profun9

EA DE QUEIROZ da torrentera que lleva a la finca del seor de Lara. Durante el ltimo invierno, precisamente, haba estado por all, yendo de montera con dos amigos de Astorga, y ahora recordaba que haba pensado, contemplando las torres de la heredad de su amada: He ah la casa de la ingrata! Y bien: Cmo se engaaba! Luca la luna en aquellas noches. Sigilosamente, abandonara Segovia por la puerta de San Mauro, y un breve galope lo pondra bien pronto en el cerro de los Ahorcados. Conoca igualmente aquel lugar de fnebre y pavorosa sugestin, con sus cuatro patbulos de piedra en los que se ahorcaba a los criminales, cuyos cuerpos quedaban luego balancendose en el aire, hasta que las sogas se pudran y los esqueletos caan a tierra, limpios de carne por la accin de la intemperie y por los picos de los cuervos. La ltima vez que haba ido al cerro, tras el cual se extenda la laguna de Las Dueas, fue el da del Apstol San Matas, cuando el corregidor y las hermandades de la Paz y de La Caridad dirigironse all, en solemne procesin para dar sagrada sepultura a los huesos recogidos del suelo. El camino, ms all, discurra llano y recto hasta Cabril. Meditaba as el seor de Crdenas en torno a la jornada venturosa que le esperaba, y, en tanto, caa lentamente la tarde. Al oscurecer, cuando los murcilagos empezaron a girar alrededor de las torres de la iglesia y los nichos de las nimas se encendieron en las esquinas del atrio, sinti el audaz caballero que un extrao temor, el temor de aquella dicha que se le acercaba y que a veces se le antojaba sobrenatural, empezaba a ensombrecerle el alma. Sera, pues, un hecho que aquella mujer de divina belleza, famosa por su hermosura en toda Castilla y ms remota hasta entonces que una estrella, se le iba a entregar en el silencio tranquilo de su alcoba dentro de pocos momentos, cuando an brillasen aquellas piadosas lucecitas delante de los retablos de las Animas? Cmo haba merecido l semejante felicidad? Haba pisado las losas de un atrio buscando con los ojos otros ojos indiferentes y fros, que no se alzaron nunca amorosos hacia los suyos. Resignadamente, sin grandes esfuerzos, haba abandonado toda esperanza Y he aqu que de improvisto, aquellos ojos distrados lo buscan; aquellos inaccesibles brazos se tienden hacia l, francos y abiertos, y, con el corazn y con el alma, le grita aquella mujer: Ah, inconstante, que no supiste interpretarme! Ven a m, que quien creste impasible te ama y te pertenece! Se di jams, en ninguna parte, ventura tal? Tan grande, tan extraa era que tras ella deba rondar, si no erraba la humana ley, anloga desventura. Y claro que rondaba! Acaso no lo era ya el saber que despus de aquellos instantes de dicha cuando l abandonara los mrbidos brazos y tornara a Segovia, su doa Leonor, la ilusin de su vida, el bien tan inesperadamente adquirido por un momento, quedara otra vez bajo el albedro de otro hombre? Mas que importaba. Vinieran luego celos y dolores, que aquella noche era suya, exclusiva y esplndidamente suya. Todo el mundo, aparte de la alcoba mal iluminada donde ella lo recibira con los cabellos sueltos, era una vana apariencia. Descendi a saltos la escalera y mont a caballo. Despus, por prudencia, atraves despacio el patio, con el sombrero sobre la cara, y en la reposada actitud del que se dispone a dar un paseo ms all de las murallas, atrado por la brisa suave de la noche. Lleg sin novedad hasta la puerta de San Mauro. A la sombra de un viejo arco, de cuclillas en el suelo, un mendigo que tocaba montonamente su zampoa pidi a la virgen y a todos sus santos, en confusa cantinela, que tuviesen bajo su santa guardia al joven y airoso caballero. Disponase don Ruy a detenerse para darle una limosna, cuando record que esa tarde no haba ido, a la hora de Vsperas, a impetrar la bendicin de su augusta madrina. 10

EL DIFUNTO Viendo en ese momento cerca del antiguo pilar del arco un retablo dbilmente iluminado por una lmpara, desmont de un salto, dej el sombrero sobre las losas, arrodillse, y juntando las manos en actitud piadosa, rez una Salve ante la imagen, que era la de la Virgen atravesada por siete puales. El amarillo resplandor de la lmpara envolva el rostro de la Virgen, que, como si no sintiera el dolor de los siete aceros, o si ellos le proporcionaran por el contrario, inefables goces, sonrea dulcemente, con los labios entreabiertos. Como en el convento de Santo Domingo empezaran a tocar la agona mientras don Ruy rezaba, el mendigo dijo, cesando la montona sonata de su zampoa: Un fraile se est muriendo! El seor Crdenas rez un Avemara por el alma del fraile que se mora. Luego, viendo cmo la Virgen de las siete espadas segua sonriendo, maternal y serena, pens que no era el toque de agona un mal presagio aquella noche. Hizo, pues, la seal de la cruz, dio al mendigo una limosna, volvi a montar a caballo y parti con el nimo confortado y el humor alegre. Pasada la puerta de San Mauro, ms all de los hornos de los alfareros, el camino se alargaba, triste y negro entre las altas chumberas. Detrs de la colina, al fondo de la oscura planicie, se proyect la primera claridad amarilla y tenue de la luna que apareca. Don Ruy marchaba despacio, temeroso de llegar demasiado pronto a Cabril, antes de que ayas y criados acabaran de rezar el rosario y se acostaran. Extrabase de que doa Leonor no le hubiera fijado la hora de la entrevista en aquella carta suya, tan concreta y meditada. Y su imaginacin, entonces, galopaba delante de l, franqueaba el jardn de la casa de su amada, escalaba el balcn de la blanca seora, y lo haca a l picar espuelas a su caballo y avanzar velozmente sacando chispas en las piedras del camino. A los pocos instantes sofrenaba el sudoroso animal. Era an muy temprano! Y Volva otra vez a paso lento, sintiendo que el corazn, dentro del pecho, era como un pjaro golpeando en los barrotes de su jaula. Encontrse as en el lugar en que el camino se separa en dos senderos que avanzan a poca distancia uno del otro, atravesando ambos el vasto pinar. Ante la imagen de Cristo Crucificado, con el sombrero en la mano, tuvo un momento de angustiosa duda, pues no recordaba cul de aquellos senderos era el que conduca al Cerro de los Ahorcados. Y ya se dispona a internarse por el ms sombro, cuando de entre los altos pinos silenciosos surgi una luz, bailando entre las tinieblas. La portaba una vieja harapienta, que caminaba con las melenas sueltas, apoyndose en un bastn. Adnde lleva este camino? interrog el seor de Crdenas. La anciana puso el candil en alto para poder mirar al caballero. Lleva a Jarama dijo. Y luz y vieja, como si hubiesen surgido providencial y exclusivamente para sacar al jinete de su error, desaparecieron al instante, cual tragadas por las sombras espesas del pinar. Volvise don Ruy rpidamente y galop, rodeando el calvario, hasta llegar, por el otro camino, al cerro donde sobre la claridad cada vez menos tenue del cielo, se recortaban los negros patbulos de los ahorcados. Detvose entonces, parndose sobre los estribos. En un alto ribazo desprovisto de toda vegetacin, alzbanse siniestros, ligados entre s por un bajo y carcomido muro, los cuatro pilares de granito, semejantes, si la amarillez de la luna no les hubiera dado en plena noche una sugestin ms ttrica, a los cuatro ngulos de una casa deshecha.

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EA DE QUEIROZ Cuatro gruesos travesaos posbanse sobre los pilares. Y de los cuatro travesaos pendan como cuatro pesadillas, cuatro cadveres, rgidos y negros. No haba el ms leve soplo de viento, y todo entorno a los ahorcados permaneca aparentemente tan muerto como ellos. Encaramadas sobre los maderos, grandes aves de rapia perfilaban, dormidas, sus macabras siluetas, y ms all brillaba lvidamente el agua muerta de la laguna de Las Dueas. Por el cielo iba ahora la luna grande y llena. Rez don Ruy el Padrenuestro que todo cristiano debe a aquellas almas culpables, y haba acicateado ya a su caballo, y pasaba ya, cuando en el ttrico silencio de la ttrica soledad reson, llamndole, una voz de ultratumba, una voz lenta y suplicante, que dijo: Deteneos, caballero! Deteneos y venid! Asi don Ruy bruscamente las riendas, y erguido sobre los estribos, avizor espantando el siniestro yermo. Contempl el cerro spero, el agua lvida, los fatdicos maderos, los ahorcados inmviles. Crey en alguna ilusin acstica o en la broma de algn demonio errante. Y serenado a medias, pic el caballo y sigui avanzando, sin prisa y sin temor, como en una calle cualquiera de Segovia. Tras l, volvi a surgir, no obstante, la voz ronca y suplicante que le llamaba: No sigis, caballero! Venid aqu! Nuevamente detvose el caballero, y volvindose sobre la silla contempl de frente a los cuatro cuerpos sin vida que pendan de los maderos. De all surga aquella voz que, siendo humana, slo poda proceder de un ser igual! Era, pues, alguno de aquellos ajusticiados el que lo instaba a detenerse! Alentara alguno de ellos an, por maravilloso designio de Dios, un resto de vida? O acaso uno de esos casi podridos y yertos esqueletos lo llamaba, por an ms asombroso milagro, para transmitirle algn mensaje de ultratumba? De todos modos, surgiese la voz de un cuerpo vivo o de un cuerpo muerto, era cobarde huir dominado por el terror sin atender la ansiosa demanda. Encamin el caballo, que temblaba, hacia el centro del cerro, y detenindose, erguido y sereno, con la mano en el costado, ante los cuatro cuerpos pendientes, interrog: Quin de vosotros, hombres ahorcados, os detener en su camino a don Ruy de Crdenas? Y el ajusticiado que volva la espalda a la luna llena, respondi entonces desde lo alto, natural y reposadamente, cual si hablara desde la ventana a calle: Yo fui, caballero. Don Ruy avanz con su caballo hasta colocarle frente a l. No poda verle el rostro, enterrado en el pecho y cubierto por largas y oscuras greas. Not, si, que tena libres las manos y los pies, stos resecos y completamente negros. Qu deseas de mi? Hacedme, caballero murmur en un susurro el ahorcado, la merced de cortar la soga de la que pendo. El jinete sac la espada y cort de un solo golpe la cuerda. Con un macabro ruido de huesos que se entrechocan, el cuerpo del ajusticiado cay a tierra, donde qued un instante, tendido cuan largo era. A poco, sin embargo, enderezse sobre los pies inseguros y como sin vida, y alz a don Ruy su faz muerta, la faz de una calavera, ms amarilla que la luna que la iluminaba siniestramente. Los ojos carecan de brillo y 12

EL DIFUNTO de movimiento; los plidos labios, descarnados, parecan fruncrsele en una sonrisa obstinada, y por entre los dientes blancos asomaba la punta de una lengua ms negra que el carbn. Sin exteriorizar terror ni asco, don Ruy pregunt envainando la espada: Perteneces al mundo de los vivos o al mundo de los muertos? El ahorcado, lentamente, encogise de hombros. No s, seor Sabe alguien lo que es la vida y lo que es la muerte? Bien; mas qu me quieres? Ampliando con sus largos y descarnados dedos el nudo de la soga que todava le apretaba el cuello, declar el hombre, con serenidad y firmeza: Tengo, caballero, que acompaaros a Cabril, hacia donde os dirigais. El seor de Crdenas estremecise tan visiblemente ante aquella declaracin, que presion las bridas, con lo que el caballo empinse a su vez, cual presa del mismo asombro. A Cabril, conmigo? Dobl el hombre el espinazo, en el que los huesos se distinguan perfectamente agudos como los dientes de una sierra, a travs de un gran desgarrn de la camisa de estamea. Os suplico, caballero, que no rehusis! Recibir, si os hago este gran servicio, una recompensa no menor! A don Ruy le asalt de pronto el presentimiento de que bien poda encontrarse ante alguna traza de demonio, y clavando entonces los ojos en aquel rostro cadavrico, que le miraba ansioso aguardando su respuesta, hizo, lenta y solemne, la seal de la Cruz. El ahorcado hincse de rodillas con piadoso temor. Por qu, caballero, me probis con la seal de la Cruz? Solamente por ella conseguiremos remisin y por mi parte slo misericordia espero de ella. Discurri entonces el seor de Crdenas, que si no era el demonio quien enviaba a aquel hombre, muy bien pudiera ser que lo enviara Dios. Devotamente, con un gesto de sumisin ante los designios divinos, acept la pavorosa compaa del ahorcado. Acompame, pues, a Cabril, ya que es Dios quien te lo ordena! Mas no me preguntes nada, que yo a mi vez nada te preguntar tampoco. Dirigi el caballo al camino, iluminado ahora completamente por la luna. Segualo el ahorcado con tan ligeros pasos que, hasta cuando don Ruy iba a galope permaneca junto al estribo, cual impelido por algn viento misterioso. De vez en cuando, para respirar mejor, aflojaba otro poco el nudo de la soga que se le enroscaba en el pescuezo. Y al pasar por lugares por los que erraba el perfume de las flores silvestres, murmuraba inexpresable regocijo: Oh, qu maravilloso es correr! A don Ruy no se le haban disipado todava la preocupacin y el asombro. Se daba cuenta, por supuesto, de que era un cadver vuelto a la vida por Dios para algn extrao designio. Mas, por qu le daba Dios tan macabro compaero? Para protegerlo? Para evitar que doa Leonor, amada del cielo, por su devocin, cayera en pecado mortal? No tena acaso el Seor, para el cumplimiento de aquella misin, ngeles de los que echar mano antes de recurrir a un ajusticiado? Con gusto volvera el caballero hacia Segovia si no mediara el imperativo de su galantera, el orgullo de quien no retrocede ante nada, y la sumisin a los mandatos de Dios!

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EA DE QUEIROZ Desde un alto camino divisaron de pronto Cabril, las torres del convento franciscano blanqueando a la luz de la luna y los caseros dormidos entre las huertas. En silencio, sin que un perro ladrara desde las cancelas o sobre los muros, bajaron por el viejo puente romano. En el calvario, el ahorcado prosternse sobre las losas, e irguiendo los lvidos huesos de las manos se qued musitando plegarias durante un rato, mientras suspiraba frecuente y profundamente. Luego, entrando ya en el sendero, bebi ansiosa y largamente en un manantial que murmuraba bajo las frescas frondas de un sauce. Como el camino era angosto, se puso a marchar delante del seor de Crdenas, encorvado, los brazos obstinadamente cruzados sobre el pecho, en absoluto silencio. La luna estaba clavada en lo ms alto del cielo, y don Ruy contemplaba con pena aquel disco lleno y brillante que derramaba tanta y tan indiscreta claridad sobre el misterio que le conduca a Cabril. Ah, cmo se frustraban las virtudes de aquella noche, que tendra que haber sido cmplice de su sigilo! He ah que una luna grande, una luna enorme, asombase sobre los montes para alumbrarlo todo y un ahorcado descenda de su patbulo para acompaarlo a Cabril, penetrando en lo ms ntimo de su secreto. Dios lo dispona as, pero qu triste era llegar a la ansiada puerta prometida bajo la claridad de una luna tan sin embozos y acompaado de tal intruso! El ahorcado, de pronto, se detuvo y levant el brazo, enseando los sucios harapos. Haban llegado al final del sendero. Un camino ms ancho empezaba all y conduca hasta el largo muro de la finca de don Alonso de Lara, que tena un mirador con barandilla, todo cubierto de hiedra. A pocos pasos de ese mirador dijo el hombre sujetando respetuosamente el estribo de don Ruy hllase la puerta por donde habis de entrar al jardn. Os convendra dejar aqu el caballo, atndolo a un rbol si es que lo tenis por fiel y seguro. Para la empresa que hemos de emprender ahora es ya bastante el rumor de nuestras pisadas Apese en silencio el seor de Crdenas y at el caballo, que tena, desde luego, por fiel y seguro, al tronco de un lamo seco que all haba. Tal sumisin senta ante las indicaciones del compaero que le enviaba Dios, que lo sigui sin reparo por la orilla del muro iluminado por la luna. Despacio y cautelosamente, el ahorcado avanzaba en puntas de pies, avizorando lo alto de la pared y la negrura de la frondas, detenindose de trecho en trecho a escuchar e identificar rumores slo perceptibles para l, ya que jams haba conocido don Ruy noche ms silenciosa que aquella. Y el temor que trasuntaba aquel a quien no deban preocupar los peligros humanos, fu apoderndose tambin del arrojado caballero, que desenvain el pual y con la capa enrollada en el brazo empez a marchar a la defensiva, la mirada escrutadora y alerta, cual por una senda de emboscada y de muerte. Llegaron as a una pequea puerta, que se abri sin un solo quejido de sus goznes a una leve presin del ajusticiado. Enfrentaron una alameda de espesos bojes y avanzando por ella hallronse ante un estanque lleno de agua en la que flotaban hojas de nenfares, y rodeado por toscos bancos de piedra, casi totalmente cubiertos por florecidas enredaderas. Por ah! musit el ahorcado sealando con el descarnado brazo. Mostraba una avenida de gruesos y viejos rboles, abovedada y oscura. En ella se internaron como sombras en la sombra, el ahorcado abriendo marcha, don Ruy siguindole cauteloso, sin rozar una rama ni hacer saltar un guijarro. Un fino hilo de agua susurraba 14

EL DIFUNTO entre el csped, y por los troncos ascendan rosales trepadores que despedan fuertes aromas. Una amorosa ternura empez a hacer palpitar de nuevo el corazn del caballero. Quieto! murmur el ajusticiado. Y don Ruy casi tropieza con su macabro acompaante, parado bruscamente y con los brazos abiertos como las trancas de una cancela. Frente a ellos veanse los cuatro peldaos de la escalera de piedra que conduca a la terraza, abierta por completo a la claridad lunar. Salvaron, agachados, los escalones y al final de un jardn sin rboles, compuesto por bien recortados macizos de flores orlados de boj, alcanzaron a divisar una parte de la casa sobre la que se proyectaba de lleno la brillante luna. En el centro de la pared, entre las ventanas de alfizar, hermticamente cerradas, apareca un balcn abierto de par en par. La estancia, adentro, era como un agujero de tiniebla en la blanca fachada que baaba la plata del astro nocturno. Arrimada contra el balcn, vease una escala de cuerda El ajusticiado empujo a don Ruy hacia las sombras propicias de la avenida, y con un ademn preciso e imperativo le dijo: Conviene ahora, caballero, que me dis el sombrero y la capa y que aguardis aqu, en la oscuridad de esta alameda! Yo trepar la escala para observar lo que pasa en el interior de la alcoba Si resulta lo que vos anhelis regresar aqu, y que Dios bendiga vuestra felicidad El seor de Crdenas estremecise ante la perspectiva de que semejante horroroso ser subiese al balcn que se le abra a l. No, por Dios! murmur con voz sorda. Pero ya la mano del ahorcado, lvida entre las tinieblas, le haba despojado de la capa y el sombrero. Y ya el extrao ser cubrase y se embozaba suplicando ansiosamente: No os opongis, caballero, que por haceros este servicio recibir gran merced! Y trepando de nuevo por los cuatro escalones, no tard luego en ganar la abierta y por ello bien iluminada terraza. No repuesto an de su sorpresa, el caballero espi. Oh, portento! Era l, don Ruy de Crdenas, de los pies a la cabeza, el hombre que avanzaba, airoso y ligero, por entre los macizos de boj, la mano en el cinto, erguida la cabeza y risuea la expresin, moviendo con aire triunfal, a cada paso, la airosa pluma escarlata de su sombrero! Ganaba terreno el ahorcado, bajo la claridad lunar, en direccin a la alcoba del amor, que aguardaba arriba, abierta y oscura. Encontrbase el hombre ya junto a la escala. Desembozse y afirm el pie sobre el primer peldao. Oh, y sube, no ms, el maldito! rugi don Ruy. Suba, en efecto, el ajusticiado. Ya su alta figura, que era la de l, la de don Ruy, proyectbase a mitad de la escalera recortndose toda negra sobre la blanca pared. Detenase! No! Suba, llegaba al balcn, apoyaba cautelosamente la rodilla sobre la baranda contemplbalo don Ruy con una mirada desesperada por la que se le iba el alma, todo su ser Y he aqu que, de sbito, un negro bulto surge del negro cuarto, y una voz furiosa grita reconcentrada: Villano, villano! Y una hoja de acero destella y corta el aire, y vuelve a brillar y otra vez golpea, y an torna a refulgir y a hundirse en el cuerpo vacilante del que sube. Desde lo alto de la escalera, como un fardo se desploma sobre la tierra blanda la figura negra del ahorcado. Hay un fragor de persianas y vidrios que se cierran. Y nada ms. Nada ms sino el silencio, las sombras, y la faz alta y redonda de la luna en el cielo alto. 15

EA DE QUEIROZ Don Ruy, que ha comprendido la traicin, desenvaina la espada y gana el oscuro refugio de la alameda. Y es en ese instante cuando, Oh, maravilla!, aparece el ahorcado corriendo por la terraza, le toma de un brazo y le grita: A caballo, seor, volando, que no era de amor la lid, sino de muerte! Recorren veloces la avenida, rodean el estanque, intrnanse por la estrecha calle formada por los bojes, abren la puerta y se encuentran, por fin, jadeantes, en el camino, donde la luna, ms refulgente an que entre las frondas, ms llena en su paulatino avance, simula luminosas claridades diurnas. Entonces, slo entonces, descubri el seor de Crdenas que su extrao compaero llevaba todava clavada en el pecho, hasta los pomos, la daga asesina, cuya punta, lcida y brillante, le sala por la espalda! Mas ya el siniestro personaje lo empujaba de nuevo: A escape, seor, hacia el caballo, que an tenemos la traicin encima! Estremecido de horror, ansioso de terminar la pavorosa y sobrenatural aventura, don Ruy tom las riendas y empez a cabalgar sufrida y resignadamente. Instantes despus, el ahorcado salt presuroso a las grupas del fiel caballo, haciendo que el caballero se estremeciera nuevamente al sentir en las espaldas el roce de aquel cuerpo sin vida, evadido de un patbulo y atravesado por un pual. Grande fu entonces la desesperacin de su galope por la carretera interminable! Pese a la violencia de la macha, el ahorcado permaneca sin moverse, rgido sobre la grupa como el bronce de un pedestal... Y el seor de Crdenas senta a cada instante, ante aquel fro que le helaba los hombros, la sensacin de llevar sobre ellos una carga de hielo y de muerte. Valedme, Seor! impetr al pasar frente al crucero. Y un poco ms adelante le asalt de sbito el temor de que tan macabro compaero siguiera siempre en pos de l y su destino se tornase un continuo galopar a mundo traviesa, en una noche definitivamente eterna, con la fra carga de un muerto en la grupa de su caballo Sin poderse contener, volviendo el rostro, di al viento que los enfrentaba en su carrera el grito revelador de sus terrores: Dnde deseis que os deje? Conviene, seor, que me dejis en el cerro! replic el ahorcado, acercando tanto el cuerpo al caballero que lo toc con el pomo de la daga. Inesperado alivio fu para don Ruy la respuesta, pues el cerro estaba prximo, recortando sobre la desmayada claridad lunar sus patbulos siniestros. Unos momentos ms, y el caballo se detena jadeante, todo cubierto de espuma. Sin un rumor el ahorcado baj de la silla, asegurando, como buen espolique, el estribo del caballero. E irguiendo la amarilla calavera, con la negra lengua colgando entre los dientes blancos, suplic con respetuoso acento: Ahora, seor, hacedme el gran favor de colgarme otra vez Eh? Qu os ahorque yo? murmur espantado don Ruy de Crdenas. El hombre abri los brazos en desolado ademn. Dijo suspirando: Es, caballero, por voluntad de Dios y por voluntad de Aquella que a Dios es ms grata. Otra vez resignado, obediente al mandato del Altsimo, don Ruy desmont y se puso a caminar tras el ajusticiado, que se diriga hacia el cerro en actitud pensativa, doblando el dorso en el avance y dejando ver la reluciente punta de la daga que le sala por l. Ambos se detuvieron ante la horca sin ahorcado. En torno a ella, de las cuerdas de las otras tres, 16

EL DIFUNTO pendan los tres esqueletos. El silencio era ms triste y ms profundo que cualquier otro silencio en la tierra. El agua lvida de la laguna habase tornado negra. La luna descenda rpida y desfalleciente. Don Ruy mir hacia arriba, hacia el madero del que penda el otro pedazo de la cuerda que cortara con la espada. Cmo me las arreglo para colgaros? pregunt. Con la mano no alcanzo la soga, y yo solo no podr izaros Ah cerca, seor, debe haber un rollo de cuerda respondi el hombre. Ataris una punta a este nudo que tengo en el pescuezo; echaris la otra por encima del madero y tiraris despus. Fuerte como sois, conseguiris izarme y quedar cumplido nuestro objeto. Agachndose, ambos empezaron a buscar el rollo de cuerdas. Encontrlo el ajusticiado y lo desanud l mismo, dndoselo a don Ruy. Sacse ste entonces los guantes, y siguiendo las instrucciones de quien tan perfectamente aprendiera del verdugo la maniobra, at una punta de la soga al lazo que el hombre conservaba en el cuello y arroj fuertemente la otra, que ondul en el aire, pas sobre el palo y qued colgando del otro lado. El joven caballero, afirmndose bien en el suelo, dise despus a la tarea de tirar de la cuerda hasta dejar aquel cuerpo, que le acompaara en su pavorosa aventura de Cabril, suspendido del madero, en el aire denso y negro, como un ahorcado ms entre aquellos otros ahorcados. Estis bien de ese modo? Estoy bien, seor, como debo. La voz del muerto lleg sumisa y grave. Don Ruy at entonces la cuerda al pilar de piedra del patbulo, y con el sombrero en una mano, ocupada la otra en enjugarse el sudor que corra a raudales por su frente, contempl un instante a su macabro y milagroso compaero. Haba recobrado ya su anterior rigidez, permaneca con el rostro oculto de nuevo por las sueltas greas oscuras, y los negros pies derechos, carcomido todo l como un viejo tronco. En el pecho ahora sumido, vease el pomo de la daga. Arriba, en el madero, dorman dos cuervos inmviles. Deseis algo ms ahora? interrog el caballero ponindose lo guantes. Ahora, seor respondi desde lo alto el ahorcado, os suplico con toda el alma que tan pronto lleguis a Segovia relatis a vuestra madrina, la Virgen del Pilar, lo sucedido, pues ella ha de concederme la salvacin eterna por el servicio que, por mandato suyo, os prest mi cuerpo. En la mente de don Ruy de Crdenas hzose entonces la luz. E hincando devotamente las rodillas en aquella tierra de dolor y de muerte, rez por el buen ahorcado, una larga y fervorosa oracin. Luego, galop para Segovia. Y la maana clareaba ya cuando pasaba la puerta de San Mauro. El eco de las campanas vibraba en el aire limpio. Entr en la iglesia de Nuestra Seora del Pilar, y an en el desalio de su singular jornada, relat a su celestial madrina la mala tentacin que lo condujera a Cabril y el milagroso auxilio que el Cielo le haba prestado. Llorando lgrimas de arrepentimiento y de gratitud, prometi solemnemente no volver a poner jams deseo donde hubiera pecado ni dar albergue en su corazn a pensamiento que viniese del Mundo del Mal. ***

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EA DE QUEIROZ En Cabril, a esa hora, el anciano don Alonso de Lara inspeccionaba con los ojos dilatados por el terror y el asombro los macizos y caminos de su jardn. Cuando, al amanecer, abriendo la puerta de la habitacin en que dejara encerrada a doa Leonor, baj sigilosamente y no encontr, al pie del balcn, como deliciosamente se prometa, el cadver de don Ruy de Crdenas, crey que el odiado rival habra conservado un dbil hilillo de vida que le permitiera arrastrarse unos metros en el desesperado intento de llegar hasta su caballo y huir de Cabril. Pensaba, empero, que con aquellas tres pualadas que le asestara en pleno pecho, y con la daga clavada en l por aadidura, no podra haberse arrastrado muy lejos, y que por lo tanto haba de yacer en algn lugar de aqullos, desangrado y sin vida. Prosigui con tal pensamiento la bsqueda, registrando cada sombra y cada grupo de rboles, mas no encontr extrao caso! ni vestigios de pisadas, ni tierra removida, ni siquiera un pequeo rastro de sangre sobre el csped o la terraza. Sin embargo, con mano certera, habale clavado tres veces la daga en el pecho, y en el pecho clavada se la haba dejado Y era, sin duda, don Ruy de Crdenas el muerto, pues perfectamente lo haba reconocido desde las sombras del cuarto mientras atravesaba la terraza a la luz de la luna, confiado y arrogante, la mano puesta en la cintura, el rostro altanero y risueo y la pluma de su sombrero balancendose airosa al caminar! Lo que don Alonso de Lara no comprenda era cmo un cuerpo mortal puede sobrevivir al acero que le atraviesa el corazn tres veces y se le queda en el corazn hundido. Y lo ms extrao, lo incomprensible, era que ni la ms leve huella de aquel cuerpo desplomado como un pelele desde el balcn haba quedado en el suelo, bajo la escala. Ni una flor apareca tronchada o marchita en el lugar donde haba cado el cuerpo maltrecho. Mostrbanse todas erguidas y frescas, con roco todava en sus corolas diminutas. Perplejo de espanto, inmovilizado por el terror, detvose don Alonso a considerar la altura del balcn y se qued contemplando, con mirada empavorecida, los frescos aleles no hollados, sin un tallo roto ni una hoja aplastada. Emprendi despus una enloquecida bsqueda por la terraza, por la alameda, por la calle de bojes, con la esperanza de hallar una huella, una pisada, una flor rota, una gota de sangre sobre la arena finsima del jardn Vano afn! Todo estaba intacto. Dijrase que por all no haba soplado nunca el viento que deshojaba ni alumbrado nunca el sol que marchita. Devorado por la incertidumbre, intrigado por el misterio, aprest esa misma tarde un caballo y parti para Segovia, sin escudero ni caballerizo. Ocultndose como un delincuente, se dirigi a su palacio, en el que entr por la puerta del pinar, y su primera accin fu correr hasta la abovedada galera, apostarse tras la persiana y espiar vidamente la casa de don Ruy. Abiertos estaban, en su totalidad, a la fresca brisa nocturna, los miradores de la casa del arcediano. Un mozo de caballeriza pareca abstrado en su delicada tarea de afinar una bandurria, sentado en un banco de piedra, a la puerta de la residencia. Lvido ante la conjetura de que nada grave poda ocurrir en una casa donde las ventanas estn abiertas para recibir el aire y la luz, y a cuya puerta afinan instrumentos de msica y se divierten los sirvientes, el seor de Lara se fu a su alcoba, bati palmas impaciente, pidiendo la cena, y no bien hbose sentado al extremo de la mesa, en su alto sitial de cuero labra18

EL DIFUNTO do, di orden de que se presentara el intendente, al que ofreci con inusitada afabilidad una copa de vino. Quera, con aquel gesto prodigo, tirarle de la lengua, y en tanto que el hombre beba, de pie, respetuosamente, don Alonso acaricindose afectadamente la barba y contrayendo su hurao rostro para sacarle algo as como una sonrisa, le inquira las nuevas acontecidas en la ciudad. Nada extraordinario y digno de mencin haba ocurrido en Segovia durante los das de su permanencia en Cabril? Limpindose los labios, el intendente inform a su seor que nada del otro mundo se comentaba en Segovia, excepcin hecha, desde luego, de que la hija de don Gutirrez, joven y rica heredera, tomaba el hbito de las Carmelitas Descalzas Insista el anciano, observando atentamente a su subordinado. No haba tenido lugar ninguna pelea? No haba sido encontrado malherido, en la carretera de Cabril, un joven y conocido caballero de la ciudad? El buen hombre responda negativamente. Nada sabase en Segovia de cruentas peleas ni de jvenes caballeros hallados heridos en parte alguna. Ante su falta de informacin, don Alonso despidi desabridamente a su interlocutor y tan pronto termin de cenar volvi a la galera, a seguir espiando las ventanas de don Ruy, cerradas todas ahora, pero en la ltima de las cuales se perciba una leve claridad. Pas toda la noche en vela, debatindose presa del mismo espanto. Cmo puede escapar con vida se preguntaba un hombre a quien se ha atravesado el corazn con una daga? Cmo se explicaba aquello? De madrugada, al amanecer, proveyse de una capa y un amplio sombrero, y bajando al patio permaneci en l, embozado y cubierto, contemplando las puertas de la casa de su enemigo. Tocaban a maitines las campanas de Nuestra Seora, y los mercaderes, adormilados an, salan a levantar las persianas y colgar los muestrarios. Arreando a su borricos cargados de costales, los hortelanos empezaban a poblar el aire de la maana con la algaraba de sus pregones, y con la alforja al hombro, pidiendo el bolo de los viandantes y bendiciendo a las mozas, los frailes descalzos circulaban entre la multitud. Embozadas en sus mantos hasta los ojos y portando gruesos rosarios, enfilaban hacia la iglesia las beatas, y segundos ms tarde, parado en un extremo del atrio del templo, el pregonero de la ciudad se pona a leer con tremenda voz un edicto, luego de haber tocado durante un rato una bocina para llamar la atencin. Como hechizado por el fresco y cristalino ruido de los chorros, don Alonso de Lara se haba detenido junto a la fuente. De pronto se le ocurri que el edicto que estaba leyendo el pregonero se deba referir a don Ruy, probablemente a su muerte o a su extravo y sali corriendo hacia el atrio. Mas ya el hombre se alejaba batiendo sobre las losas para abrirse paso con su gigantesco cayado. Torn entonces a espiar la casa, y he ah que sus ojos atnitos descubren al seor de Crdenas, al hombre a quien sepultara tres veces en el pecho una daga!, que se diriga hacia la iglesia de Nuestra Seora, gil y gallardo, risuea la faz y el continente erguido, luciendo jubn claro y pluma del mismo tono, con una mano en la cintura y a la otra moviendo distradamente un bastn con borlas de torzal de oro

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EA DE QUEIROZ Con pasos inseguros, envejecido en un instante, volvi don Alonso a su palacio. En lo alto de la escalera de piedra topse con su viejo capelln que llegaba para presentarle sus saludos y el cual, penetrando con l en la antecmara, se puso a hablarle despus de inquirir reverentemente noticias de su esposa Leonor, de un extrao suceso que estaba suscitando el espanto y las murmuraciones en toda la ciudad. La tarde anterior, informle, habiendo ido el corregidor al cerro de los Ahorcados a inspeccionar el lugar, pues se aproximaban las fiestas de los Santos Apstoles, haba comprobado, con el consiguiente asombro, que uno de los cuatro ajusticiados tena una daga clavada en el pecho hasta la empuadura Era obra de algn bromista tenebroso? Tratbase de una venganza que iba ms all de la muerte? Para mayor espanto de los circunstantes se descubri que el cadver haba sido descolgado del madero, arrastrado por el suelo de alguna huerta o jardn pues aparecan hojas an no marchitas en sus harapos, y colgado otra vez en la horca con una soga nueva Tal era la turbulencia de los tiempos, comentbase, que ni los muertos se substraan a aquellos siniestros ultrajes!... El seor de Lara escuchaba temblando, el cabello erizado por el terror. En seguida, acometido por una sbita agitacin, rugiendo, tropezando con los muebles, sali en busca de su intendente y le orden que aprontase dos cabalgaduras, pues quera partir al instante con su capelln para convencerse por s mismo de la terrible profanacin. Materialmente arrastrado por el anciano hubo de acompaarlo el buen sacerdote, y all salieron ambos hacia el cerro de los Ahorcados montando dos mulas enjaezadas en un santiamn. Gran cantidad de vecinos de Segovia habanse congregado en el ttrico lugar y el horror y el pasmo corran parejos ante aquel muerto que haba sido asesinado Muchos grupos arremolinronse ante el seor de Lara, que desmelenado y lvido contemplaba al ahorcado y a la daga que le atravesaba de parte a parte. Aquella daga era la suya! Era, pues, l quien haba matado al muerto! Presa de un pnico inenarrable galop rumbo a Cabril. Ya all, encerrse con su horrible secreto y empez a languidecer y a adelgazar lejos siempre de la infeliz doa Leonor, oculto en las calles sombras de su fnebre jardn, hablando solo cosas incoherentes, hasta que una madrugada, la madrugada de San Juan, una criada que volva de la fuente con su cntaro bajo el brazo lo hall muerto al pie del balcn de piedra, con las manos crispadas sobre el macizo de alheles, donde haba estado araando hasta descarnarse los dedos en busca de sabe Dios qu *** Heredera del vasto patrimonio de la casa de Lara, doa Leonor busc refugio, fugitiva de tan tristes recuerdos, en su oscuro palacio de Segovia. Mientras le dur el luto, se abstuvo de visitar la iglesia de Nuestra Seora, pero ahora saba ya que el joven caballero que en forma tan milagrosa escapara de la celada de Cabril era su arrogante vecino, y da a da, espiando entre las rejas de su galera, segualo con hmedos y nunca satisfechos ojos cuando el devoto ahijado de la Virgen del Pilar cruzaba el atrio en demanda de bendicin de su madrina.

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EL DIFUNTO Pasado el tiempo, una maana de domingo, una maana en que pudo trocar por sedas rojas sus crespones negros, baj las escaleras de su palacio, plida por influjo de una nueva y divina sensacin, pis las losas del atrio y franque transfigurada las altas puertas del templo. Ante el altar, sobre el que haba depositado su votivo ramo de claveles amarillos y blancos, estaba arrodillado don Ruy de Crdenas. Al leve rumor de las finas sedas rojas, alz el caballero los ojos con una luz radiante, con una luz de cielo fulgurado en ello. Arrodillse a su vez doa Leonor, el pecho agitado por la ternura, plida como la cera de las hachas, mas tan feliz como las golondrinas que batan sus alas en las ojivas de la capilla. Y ante aquel altar, prosternados sobre aquellas losas, los cas y bendijo el obispo don Martn, de Segovia, y ambos se juraron amor eterno. Corra a la sazn el ao de gracia de 1475, y eran ya reyes de Castilla Fernando e Isabel, muy poderosos y muy catlicos, por los que Dios realiz muchos y muy milagrosos hechos sobre la tierra y sobre el mar.

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