El Proceso Penal en Guatemala
El Proceso Penal en Guatemala
El Proceso Penal en Guatemala
1. INTRODUCCIÓN
Este cambio cultural se basa en una preocupación seria por la implementación de las
garantías constitucionales en la legislación procesal, de manera de tal que se haga realidad la
afirmación de que el proceso penal es derecho constitucional aplicado. Y sobre todo, implica una
preocupación por que la administración de justicia asuma el papel que le compete en la prevención y
deducción de responsabilidad de las graves violaciones a los derechos humanos.
Este cambio debe ser entendido como un proceso, en el cual es necesario tener siempre
*
Investigadores del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales de Guatemala.
presente la capacidad de rehacer el sistema inquisitivo por medio de la cultura organizacional de los
diferentes operadores del sistema. Sin embargo, lo anterior no implica que debamos preocuparnos
únicamente por el retorno del sistema inquisitivo; también hemos de incorporar la crítica constante al
sistema de justicia para dotarlo de capacidad evolutiva.
Para comprender en toda su dimensión el estado por el que atraviesa actualmente el respeto
a los derechos humanos en Guatemala, se hace imprescindible describir la dinámica de los factores
que influyen en el escenario nacional durante el gobierno de Jorge Serrano.
En respuesta a esta presión, el gobierno de Serrano ofreció basar su mandato en dos ejes
fundamentales: el inicio de las conversaciones directas entre la Comandancia General de la Unidad
Revolucionaria Nacional Guatemalteca y el Gobierno, y el respeto de los derechos humanos.
Pese a ello debe enfatizarse en que se empieza a notar un cambio de método en la represión.
En primer lugar, en el área rural el método de la masacre es substituido por el asesinato selectivo. Y,
en general, la intimidación empieza a hacerse presente como mecanismo represivo, como se
analizará líneas adelante.
Otro de los esfuerzos del gobierno de Serrano para enfrentar la presión internacional consistió
en el acatamiento de las recomendaciones del experto independiente en materia de derechos
humanos para Guatemala, el alemán Christian Tomuschat, en el sentido de adecuar la legislación
penal y la administración de justicia a los pactos y tratados internacionales de esa materia. Así, por
medio del decreto 51-92, fue sancionado el primer instrumento que da vida a esta reforma, la cual
fuera iniciada por el ex Presidente de la Corte Suprema de Justicia, el doctor Edmundo Vásquez
Martínez. El nuevo Código Procesal Penal entró en vigencia el 1 de julio de 1994, con graves
problemas en su implementación debido a la falta de recursos y a la carencia de voluntad por parte de
los operadores del sistema.
En cuanto a la situación de este período de transición, Gabriel Aguilera Peralta (1993), ofrece
algunos de los rasgos que lo caracterizan:
Dentro del nuevo marco internacional, no había lugar a la represión indiscriminada de los años
ochenta. El costo de una ejecución extrajudicial, sobre todo en el área urbana y su correspondiente
denuncia ante los tribunales de justicia y en el nivel internacional, era muy alto para el gobierno.
En cambio, la intimidación cumplía con el propósito de neutralizar a los líderes. Este tipo de
tortura psicológica los inhibía de continuar participando en sus actividades y los obligaba, en algunas
ocasiones, a modificar su actitud o exiliarse para proteger sus vidas.
El deterioro del gobierno de Serrano Elías se precipitó rápidamente, al extremo de que, a tan
solo dos años y tres meses, empezó una grave convulsión social, en la cual participaron sectores
populares y sindicales que protestaban contra la anunciada alza de la energía eléctrica y contra el
elevado costo de la vida. Esta circunstancia trajo como consecuencia una crisis de gobernabilidad,
que se agravó con el asesinato del estudiante de educación media Abner Abdiel Hernández Orellana y
con el atentado contra la vida del diputado Obdulio Chinchilla Vega.
En este punto, vale la pena delinear en forma general algunos de los factores que
antecedieron la caída del gobierno del ingeniero Serrano Elías, factores que, asimismo, precipitaron
su decisión de romper el orden constitucional.
En el orden político, con las elecciones del 9 de mayo de 1993, en las cuales se disputaron
276 alcaldías, se abría el calendario político para las elecciones generales de 1995.
Desde el principio, el gobierno de Serrano careció de un poder real que lo sostuviera. Esto lo
empujó a formar una alianza mayoritaria en el Congreso de la República con los partidos políticos
Democracia Cristiana Guatemalteca y Unión del Centro Nacional.
Estando muy próximas las elecciones municipales de segunda categoría, dichos partidos
decidieron romper su alianza con el gobernante partido Movimiento de Acción Solidaria. En el fondo,
esa ruptura produjo que el gobierno quedara en soledad, por lo tanto, en desventaja en el Congreso y
con dificultad de mantener su influencia en la Corte Suprema de Justicia y el Organismo Judicial.
El Gobierno, por su parte, esgrimía una serie de argumentos. Unos versaban sobre la
imposibilidad de que esa comisión tuviera efectos sobre los sindicados. Otros se centraban en el
carácter no público del informe emanado de esa comisión, o, en su defecto, de su publicación 25 años
después. Desde un enfoque más sincero, hubo quienes argumentaron que dicho informe sólo
afectaría al Ejército, pues un ejército irregular, como el de la guerrilla, carecía de registros que
ayudaran a dar con los responsables de violaciones de los derechos humanos.
La dinámica del diálogo por la paz ha evidenciado que, al mismo tiempo que se habla de paz,
las violaciones de los derechos humanos se incrementan. El período que se analiza no escapó a esta
lógica, pues en abril se registraron una serie de atentados en la ciudad y sus alrededores: explosiones
de dinamita en agencias de la Empresa Eléctrica Sociedad Anónima y en supermercados; voladura de
torres de tendido eléctrico en la capital, Mixco y Chimaltenango; ametrallamiento de tres agentes de la
Policía Militar Ambulante en la zona seis de la capital; emboscada a reservistas desarmados en el
municipio de Villa Canales. En el caso de la explosión de una carga de dinamita en una agencia de la
Empresa Eléctrica, la guerrilla negó su responsabilidad en el hecho.
Los resultados de las elecciones municipales dieron como ganador al gobernante partido
Movimiento de Acción Solidaria. Pese a que el abstencionismo llegó a un 82%, esto fue suficiente
para que el presidente Serrano, conocido por su tendencia mesiánica, se creyera fortalecido y
decidiera concentrar el poder en sí mismo.
En este contexto, el 25 de mayo de 1993, el Presidente Jorge Serrano Elías disolvió, a través
de las "Normas temporales de gobierno", el Congreso de la República, la Corte Suprema de Justicia y
la Corte de Constitucionalidad, a la vez que destituyó al Procurador General de la Nación y al
Procurador de los Derechos humanos.
El golpe de estado evidenció el alto grado de debilidad del Gobierno de Serrano. En primer
lugar, porque no entendió la lógica del apoyo a los estados democráticos, aunque estos sean débiles,
implementada por el Gobierno de los Estados Unidos. Y en segundo lugar, porque desestimó la fuerza
que podían cobrar los grupos de presión internos.
Otro error cometido por el exmandatario consistió en sobreestimar el apoyo que el Ejército
podía brindarle. En aquel momento, el Ejército corría el peligro de que el terreno ganado con la victoria
del conflicto armado interno, que ellos proclaman desde 1983, se perdiera en el terreno político, al ser
seriamente cuestionada por la instalación de mecanismos de verificación inmediata en materia de
derechos humanos y una comisión de la verdad. A las fuerzas armadas les convenía más apoyar
tibiamente a su comandante en jefe, mostrando con esto una cara de institucionalidad al tiempo que
dejaban que un gobierno desprestigiado se cayera por sí mismo; todo ello con la finalidad de actuar
luego según el ritmo de los acontecimientos.
El sector económico, por su parte, también pareció esperar el desenlace de los hechos. En un
primer momento, se distinguió un grupo que quiso aprovechar la coyuntura para copar instancias
importantes como el Ministerio de Educación o la Secretaría de Planificación Económica (SEGE-
PLAN). Sin embargo, otro grupo, con una mejor visión, evidenció un trabajo de oposición al golpe, con
el objeto de frustrarlo. Esta última decisión se precipitó claramente por el anuncio de Estados Unidos,
la Comunidad Europea y Japón de suspender la ayuda bilateral a Guatemala.
Por otro lado, el sector popular halló como pieza fundamental de su lucha a la figura de
Rigoberta Menchú, quien logró aglutinar a su alrededor las distintas fuerzas de este sector. Una serie
de manifestaciones en repudio al golpe, realizadas en condiciones adversas —pues derechos
humanos como las libertades de expresión y asociación habían sido suspendidos—, fueron suficientes
para manifestar las contradicciones por las que atravesaba el Gobierno.
Aunque importante entre los factores que provocaron la dimisión de Serrano, el movimiento
popular no fue capaz, a posteriori de mantener posiciones sólidas y propositivas al entrar en
negociaciones con los sectores empresariales y políticos, dentro de la Instancia Nacional de
Consenso.
Los medios de comunicación, que habían sufrido constantemente críticas y hostigamiento
durante el Gobierno de Jorge Serrano, jugaron asimismo un importante papel en el derrocamiento de
éste. No obstante que las "Normas temporales de gobierno" habían suspendido la libertad de
expresión, medios informativos como la revista Crónica, el diario La Hora, el diario Siglo XXI y el
telenoticiero Tele Prensa, cumplieron, en franca desobediencia de aquell normativa, con su deber de
informar de los acontecimientos a la ciudadanía y de proferir duras críticas en contra el gobierno
autoritario que pretendía instalarse.
Probablemente uno de los sectores internos más importantes fue el jurídico. Su papel se
ilustra en la reseña que de su participación editó el Colegio de Abogados y Notarios de Guatemala:
"La misma tarde del 25 de mayo, la Corte de Constitucionalidad, integrada por los
Magistrados Epaminondas González Dubón, Adolfo González Rodas, Jorge Mario
García Laguardia, Gabriel Larios Ochaita, Carlos Enrique Reynoso Gil, quien sustituyó a
la magistrada Josefina Chacón de Machado, quien abandonó el pleno, Rodolfo
Rohrmoser Valdeavellano y José Antonio Monzón Juárez, emitió la histórica sentencia en
la que se declaró inconstitucional el decreto que contenía las ‘Normas Temporales de
Gobierno’ la que quedaba sin vigencia y dejaban de surtir efecto."
Jorge Serrano, ante la presión que se ejercía sobre él, pensó entonces en dar a la situación
una salida con apariencia de legalidad, y consultó al Tribunal Supremo Electoral sobre el plazo más
corto para llamar a una consulta popular. Una vez más cometió un error de cálculo, pues dicho
tribunal, en lugar de fijar algún plazo, rechazó su solicitud en virtud de que una consulta popular, al
igual que la elecciones, debían realizarse en un ambiente de libertad plena y vigencia de los derechos
constitucionales.
El Congreso eligió como Presidente al hasta entonces Procurador de los Derechos humanos,
Ramiro de León Carpio. Con su elección, se puede decir que se consumó un movimiento de rescate
de la Constitución y, con ella, del proyecto político iniciado en 1986. Vale decir, entonces, que con ella
se rescató también el modelo de gobierno condicionado que los militares entregaron a los civiles; este
convalida un decreto de amnistía, a la vez que contempla que la seguridad interior es también
responsabilidad del Ejército y la existencia de un fuero militar.
Al poco tiempo de asumir el poder, Ramiro de León Carpio, mostró, en el lenguaje utilizado,
los primeros cambios entre su posición de Procurador de los Derechos Humanos y la de Presidente
Constitucional de la República: abandonó su discurso de derechos humanos por uno más mesurado
de seguridad ciudadana.
Por otra parte, retomó dos asuntos que fueron fundamentales en la agenda de Serrano Elías:
el diálogo y la depuración de los organismos del Estado.
El asunto de la depuración de los organismos del Estado significó un serio desgaste para el
Gobierno, pues no logró de este los resultados políticos que esperaba. Además, este tema no terminó
hasta que, en noviembre, la Conferencia Episcopal de Guatemala hizo un llamado al diálogo y a la
reflexión para cesar las hostilidades, que estaban generando un clima de inestabilidad.
En ese momento se inició un diálogo que trajo como resultado una serie de reformas a la
Constitución. Entre ellas las más importantes son: el reforzamiento de la capacidad de fiscalización del
Poder Legislativo sobre el Ejecutivo; el acortamiento del período del congreso actual por medio de una
convocatoria a elecciones para integrar uno nuevo que finalice este; el acortamiento del período del
gobierno en general, de 5 a 4 años, a partir del próximo; la inclusión de reformas económicas dentro
de las constitucionales; y mediante el artículo 19, la reforma del inciso "c" del artículo 191, con lo cual
se elimina la corresponsabilidad del Vicepresidente con el Presidente en la dirección y política del
Gobierno.
Uno de los hechos de violencia más importantes registrados en 1993, fue el asesinato del
político y empresario Jorge Carpio Nicolle, cometido el 3 de julio, durante un momento político muy
especial. Poco antes del día de su asesinato, se había removido al primer Ministro de la Defensa que
estuvo en funciones en este gobierno; el presidente no había completado su gabinete. Por otro lado su
asesinato fue cometido mes y medio después del golpe de Estado que intentara efectuar Serrano
Elías, durante el cual Jorge Carpio tuvo una participación muy activa; por ejemplo en su calidad de
dirigente político, se opuso a que el Congreso pasara una ley de amnistía, para exculpar a los
promotores del golpe. También hay que apuntar que el actual Presidente, Ramiro de León Carpio, era
su primo hermano.
Apenas un mes después de asumida la presidencia por de León Carpio, se empezó a notar
que las violaciones de los derechos humanos se incrementaban. Al igual que en el período de
Serrano, se continuaron cometiendo aquellas violaciones que atentaban contra el derecho a la
seguridad personal. La intimidación en todas sus manifestaciones siguió presentándose. Sin embargo,
en áreas urbanas se detectaron secuestros temporales que vinieron a agravar las violaciones
meramente intimidatorias, pues a los valores vulnerados se sumaban el de la libertad y el de la
integridad física.
En tal sentido, fue evidente que en el área urbana se emplearon esta clase de secuestros, en
su mayoría con características similares. En relación con esto, el informe anual de la Oficina de
Derechos Humanos del Arzobispado correspondiente a 1994, agrupó las características similares, de
la manera siguiente:
Como se anotó líneas atrás, Guatemala ha estado bajo la lente de la ONU durante varios
años a través de su Comisión de Derechos Humanos: a causa de las constantes violaciones de esos
derechos en Guatemala, la ONU ha nombrado en reiteradas oportunidades (en distintos años y
dependiendo de la situación) ya sea relatores específicos o expertos independientes.
El 29 de marzo de 1994, casi tres años después de haberse iniciado, el diálogo arroja su
primer resultado palpable: el Gobierno y la URNG, suscriben el Acuerdo Global de Derechos
humanos. Por este, las partes reafirman su "decisión expresada en el Acuerdo Marco del 10 de enero
de 1994, para que todos sus acuerdos deban ir acompañados de mecanismos de verificación
apropiados, nacionales e internacionales y que estos últimos estén a cargo de la Organización de las
Naciones Unidas". En respuesta a este llamado, en noviembre de 1994, se instala formalmente la
Misión Verificadora de Derechos Humanos de Naciones Unidas (MINUGUA), la cual tiene su origen en
el diálogo y aporta un nuevo actor al escenario político guatemalteco.
De la simple lectura de las conclusiones a que llega la Misión en su primer informe, publicado
en marzo de 1995, se confirma la aseveración hecha en el sentido de que el discurso de la sociedad
civil clama por poner un alto a las violaciones de los derechos humanos cometidas por agentes del
Estado y por poner coto a la impunidad. Así, este discurso se oficializa en el nivel de la Misión de las
Naciones Unidas.
El Estado de Guatemala, como casi todos los estados modernos, ha optado por organizarse
con el fin de proteger a la persona humana y a su familia, planteando como fin supremo el bien común
(CN, art. 1). Para lograr esta finalidad, se propone garantizar a los habitantes: la vida, la libertad, la
justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral de la persona (CN, art. 2).
1
Los cálculos que organizaciones de defensa y protección de los derechos humanos en el nivel nacional e
internacional, manejan al respecto revelan las cifras siguientes: 100 000 ejecuciones extrajudiciales; 45 000
desapariciones forzadas; 20 000 viudas; 150 000 huérfanos y un millón de desplazados. Aunque no son cifras
oficiales, sí han sido manejadas por instancias supranacionales como la Comisión Interamericana de Derechos
humanos y las distintas agencias del sistema de Naciones Unidas, como parámetros para sus labores
humanitarias.
práctica, este poder se constituye en el medio más poderoso de control social. Su utilización puede
servir tanto para preservar la paz social, como para ejercer control y persecución política, sobre
sectores disconformes con la manera de ejercer el poder.
Para reducir los riesgos que implica depositar el poder punitivo en manos del Estado y su uso
arbitrario, es necesario construir un programa racional, que lo constituye el estado de derecho; este se
conforma fundamentalmente por el conjunto de declaraciones de derechos y garantías que intentan
proteger a los individuos contra el uso arbitrario de dicho poder.
Tal conjunto de garantías constituyen el marco político, que cumple al menos dos funciones
específicas2: 1) asegurar el empleo de técnicas de definición y de comprobación de los presupuestos
de la pena encaminadas a reducir en lo posible el poder judicial arbitrario y satisfacer el modelo de
manera siquiera parcial y tendencial y 2) como criterio de valoración del grado de validez o legitimidad
—y, a la inversa, de invalidez o ilegitimidad— constitucional de nuestras instituciones penales y
procesales y de su funcionamiento concreto. De esta manera, la configuración y aplicación de la ley
procesal y penal constituye derecho constitucional aplicado.
La construcción de estos principios políticos no sólo debe tener como eje rector la
Constitución sino también lo relativo a los compromisos internacionales en materia de derechos
humanos, que en Guatemala y de conformidad con lo establecido por el artículo 46, tienen
preeminencia sobre el derecho interno.
1. Juicio previo
2. Inocencia
3. Defensa
4. Prohibición de persecución múltiple
5. Publicidad
6. Límites para la averiguación de la verdad
7. Independencia e imparcialidad de los jueces.
La imposición de una pena, como manifestación sobresaliente del poder del Estado, requiere
necesariamente el previo desarrollo de un juicio. Esto es así no sólo por el sufrimiento que implica a la
persona afectada en forma directa por la decisión del tribunal, sino también por el derecho de todo
habitante a la certeza de que la reacción penal por parte del Estado no será arbitraria.
Para el efecto, la Constitución declara que nadie podrá ser condenado ni privado de sus
derechos, sin haber sido citado, oído y vencido en proceso legal ante juez o tribunal competente (CN
art. 12) y que la responsabilidad judicial debe ser declarada en sentencia (CN art. 14). A su vez, el
Pacto establece que toda persona tendrá derecho a ser oída públicamente por un tribunal competente,
en la sustentación de cualquier acusación de carácter penal formulada contra ella (PDP art. 14.1). Y,
por su parte, la Convención declara que toda persona tiene derecho a ser oída dentro de un plazo
2
Ferrajoli Luigi. Derecho y razón. España: Editorial Trotta, pág. 40
razonable, por un juez o tribunal competente, en la sustentación de cualquier acusación penal
formulada contra ella.
El ordenamiento constitucional hace, así, varias implicaciones sobre el tipo de juicio que debe
organizar la ley ordinaria:
a. Relación inescindible entre juicio y sentencia, esta última como conclusión del juicio y único
fundamento para la imposición de una pena en la cual se declara la culpabilidad del imputado. Esta
sentencia debe estar fundada o motivada, lo que significa declarar las circunstancias de hecho
verificadas, las reglas jurídicas aplicables y las razones de hecho y de derecho que justifican la
decisión. La implicación subsiguiente de este principio es la de que se debe considerar al sindicado
como inocente durante el proceso.
c. El juicio también debe interpretarse como una operación lógica de conclusión entre una
tesis (acusación), antítesis (posición defensiva) que contradiga la afirmación del requiriente, para
luego dar paso a la síntesis (sentencia) manifestada por el órgano jurisdiccional de conformidad con
las pruebas presentadas.
d. Debido a que la reacción penal no es inmediata al hecho, sino que entre el hecho y la
imposición de la pena debe existir un "plazo razonable" que permita construir la tesis que fundamente
la petición para imponer una pena (proceso legal CN art.12), el ordenamiento constitucional ordena un
procedimiento reglado por ley para definir los actos que lo componen y el orden como se los debe
llevar a cabo. Por tratarse de una ley, debe ser creada por el órgano responsable, es decir, el
Congreso de la República, por lo que queda prohibido a la Corte Suprema de Justicia o al Ejecutivo el
desarrollo de normas para reglar el procedimiento.
El Congreso de la República puede crear una ley, pero no cualquiera, sino una que esté de
conformidad con el ordenamiento constitucional, que se basa en los siguientes principios: juez natural;
inviolabilidad de la defensa; inocencia; incoercibilidad del imputado; inviolabilidad del domicilio, de las
comunicaciones y del material epistolar; y publicidad; entre otros. De esta manera, la ley procesal que
emane del Congreso será una ley reglamentaria del ordenamiento constitucional.
3.2. INOCENCIA
a. La consecuencia directa de este principio es el in dubio pro reo, según el cual la declaración
de culpabilidad en una sentencia solo puede estar fundada en la certeza del tribunal que falla acerca
de la existencia del hecho punible y del grado de participación del imputado; la duda o la probabilidad
excluyen la aplicación de una pena.
De la normativa constitucioal se deduce, pues, que para aplicar las penas la señalada es una
institución organizada por el Estado, como reacción a un acto contrario al ordenamiento jurídico penal,
mientras la coerción procesal se organiza con el fin de asegurar la realización del proceso de
conocimiento, para actuar la ley sustantiva o para asegurar la ejecución efectiva de la sentencia.
En todo caso los límites al ejercicio del poder penal los constituyen los derechos individuales
prescritos en el ordenamiento constitucional, principalmente los límites a la coerción sobre el imputado
referida a la libertad física y la locomoción.
La Constitución proporciona las garantías bajo las cuales puede limitarse la libertad de una
persona durante el proceso:
a. Se prohíbe dictar auto de prisión sin que preceda información de haberse cometido un
delito y sin que concurran motivos racionales suficientes para creer que la persona detenida lo ha
cometido o participado en él (CN art.13).
b. Las autoridades policiales no podrán presentar de oficio, ante los medios de comunicación
social, a ninguna persona que no haya sido indagada previamente por tribunal competente (CN art.
13).
c. Por faltas o por infracciones a los reglamentos no deben permanecer detenidas las
personas cuya identidad pueda establecerse mediante documentación, por el testimonio de persona
de arraigo o por la propia autoridad (CN art. 11).
d. Los centros de detención, arresto o prisión provisional, serán distintos de aquellos en que
han de cumplirse las condenas (CN art. 10).
3.3. DEFENSA
La Constitución establece que la defensa de la persona y sus derechos son inviolables; que
nadie podrá ser condenado ni privado de sus derechos, sin haber sido citado, oído y vencido en
proceso legal (CN art. 12). El Pacto dispone que la persona tiene derecho a hallarse presente en el
proceso y a defenderse personalmente o ser asistida por un defensor de su elección; a ser informada,
si no tuviera defensor, del derecho que le asiste a tenerlo, y siempre que el interés de la justicia lo
exija, a que se le nombre defensor de oficio, gratuitamente, si careciera de medios suficientes para
pagarlo (PDC art. 14.3.d). Además, la Convención manifiesta que el inculpado tiene derecho a
defenderse en forma personal o a ser asistido por un defensor de su elección, así como a
comunicarse libre y privadamente con su defensor (CA art. 8.2.d).
El derecho de defensa no se restringe solo al ámbito penal, sino que abarca todas las ramas
del derecho, pues el texto constitucional se orienta en sentido amplio: "la defensa de la persona y sus
derechos"; asimismo, dentro del proceso penal, debe ampliarse no solo al imputado, sino a toda
persona que durante este pueda verse afectada en sus derechos. Es, entonces, por disposición
constitucional, un derecho amplio y extensivo.
Ejercer el derecho de defensa implica necesariamente que la persona sepa de qué se está
defendiendo, pues de lo contrario su accionar sería probablemente infructuoso. El ordenamiento
constitucional contempla la obligación de poner en conocimiento de la imputación al procesado para
que pueda ejercer este derecho (CN 14, PDC art. 14.3.a y CA art. 8.2.b); de tal manera, se debe
considerar como violación constitucional la restricción a este tipo de información.
Si bien es cierto que el sindicado puede, si lo desea, ejercer su derecho de defensa material,
la situación de desigualdad en la que se enfrenta en un caso concreto frente al poder punitivo
(considerando el poder de persecución del Ministerio Público y la Policía), es desproporcionada (salvo
excepciones como la criminalidad organizada y el terrorismo de Estado). Por tal motivo, el proceso
penal trata de equipararse a un proceso de partes, donde prevalece el principio de igualdad de armas.
Es importante tener en cuenta que el sistema penal, por diferentes circunstancias, desarrolla
mecanismos de selección (de personas más que de casos), de lo cual se encarga principalmente la
Policía; por esto, su clientela la constituye principalmente gente pobre.
Esta realidad genera la necesidad de organizar la defensa como un servicio público, de tal
manera que no se convierta el sistema en ilegítimo, por las arbitrariedades que puedan cometer los
operadores del mismo, con las cuales dejan en pura retórica intrascendente el derecho de defensa
(planteado por el ordenamiento constitucional) de la gente de escasos recursos económicos. La
expresión que reza: "A que se le nombre defensor de oficio, gratuitamente, si careciere de medios
para pagarlo" (PDC art. 14.2.d), debe interpretarse en el sentido de que es gratuito para el imputado y
no en el sentido de que el Estado no tenga la obligación de invertir, como servicio público, en el
resguardo de los derechos individuales de las personas a quienes pretende imponer una pena. La
creación de un servicio público de defensa eficiente y fuerte es signo también de un estado legítimo.
Para fortalecer la igualdad de posiciones en la decisión que pueda tomar el juez, es necesario
proporcionarle a la defensa idénticas posibilidades de influir en la decisión, lo cual comprende: el
control de la prueba que valorará el tribunal en la sentencia, la producción de prueba de descargo y la
valoración jurídica del comportamiento que el debate reconstruye. En cuanto al desarrollo del juicio, si
bien es cierto que al imputado se le ha garantizado el conocimiento de la imputación, es necesario
resguardar que el juez no podrá variar drásticamente la valoración jurídica al momento de dictar la
sentencia (principio de congruencia), y también que en el momento de recurrir a otro tribunal superior
(CA art. 8.2.h), el tribunal no podrá agravar la decisión del tribunal que dictó el fallo (inadmisibilidad de
la "reformatio in peius").
Para hacer aplicable el principio es necesario tomar en cuenta los requisitos doctrinarios: que
se trate de la misma persona, del mismo hecho y del mismo motivo de persecución.
En este sentido, es necesario plantear tipos de resolución que definan cuándo una causa
constituye cosa juzgada y que incluyan estos dos elementos: tradicionalmente, la sentencia y el
sobreseimiento.
En última instancia, el principio político se refiere a que el Estado puede reaccionar mediante
una sanción o su amenaza solamente una vez por el mismo hecho.
3.5. PUBLICIDAD
Esta garantía emana propiamente del sistema de gobierno elegido por el Estado: republicano,
democrático y representativo (CN art. 140).
Por esta razón, la Constitución dice que todos los actos de gobierno son públicos, (CN art.
30); por su parte, el Pacto declara que toda persona tendrá derecho a ser oída públicamente y con las
debidas garantías por un tribunal competente (PDC, art. 14.1); y la Convención dice que el proceso
penal deber ser público, salvo en lo que sea necesario preservar los intereses de la justicia.
Secreto o publicidad del juicio son mecanismos que necesariamente implican diferentes
formas de organizar el proceso y cada uno refleja un sentido político distinto.
La organización del proceso con base en lo secreto se traduce en falta de participación del
imputado en los actos de procedimiento, en imposibilidad de asistencia plena en las audiencias y, por
tanto, de ser oído, y en optar por la escritura como modo de transmisión del conocimiento válido para
fundar la sentencia. Su sentido político es contrario a lo estipulado por la Constitución en su artículo
40. Esta forma de organizar un procedimiento es propia de los estados autoritarios y de poder
centralizado; por tanto, se aparta de los principios políticos liberales que consagra la Constitución.
Por su parte, la publicidad del juicio permite mayor intervención del imputado, instaura la
oralidad como forma natural para garantizar el ser oído y como forma directa como los órganos de
prueba transmiten a los jueces del tribunal de fallo su información.
Si bien es cierto que la opción entre un mecanismo u otro no constituye el núcleo político de
un proceso, sí manifiesta la forma externa del proceso, que es la transparencia en la administración de
justicia.
Además de que la publicidad del juicio orienta el proceso en una forma externa determinada,
también cumple una función política importante, propia de un estado republicano: la posibilidad de
control popular sobre la actividad de los jueces, sobre los actos que fundan la decisión final y sobre la
sentencia.
La publicidad del juicio no sólo irradia su influencia hacia la forma externa de función política,
sino que también tiene repercusiones directas en la forma interna de organizar el juicio que define el
ordenamiento constitucional: oral, público, contradictorio, concentrado y continuo, para poder dictar la
sentencia. De esta manera, la relación juicio-sentencia adquiere un significado político único,
controlable y racional.
Las dos fases principales del proceso penal, la etapa preparatoria y el juicio, tienen como
objetivo principal la constatación de la verdad del objeto o hecho procesal, es decir, la circunstancia
conflictiva que mueve a la jurisdicción.
No obstante, la verdad como fin del proceso se enfrenta, en su búsqueda, a los límites que le
presenta el sistema jurídico, incluso en esta época del llamado Estado de Derecho, con todas las
garantías que representa.
3
Maier, Julio. Derecho procesal penal argentino. Buenos Aires: Editorial Amurabi, pág. 430
En esta parte del estudio se considerarán aquellas disposiciones referidas al tema que gozan
de rango constitucional. Estas se sujetan a la clasificación siguiente:
∼ Las protectoras del imputado cuando este es considerado como órgano de prueba.
∼ Las que resguardan el ámbito de intimidad de los ciudadanos.
Es lógico pensar que, dado que el imputado de un hecho es quien más cerca está de poder
proporcionar información sobre este, debe prestársele a él la mayor protección posible para que sus
derechos no sean violentados, según el momento y la forma como es requerido de tal información.
También el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, cuerpo legal que es derecho
vigente dentro del ordenamiento jurídico nacional, sostiene este principio en el artículo 14, literal "g".
El derecho a no declarar contra sí mismo, como se señaló, está directamente vinculado con el
derecho a la defensa. Por tal motivo, si se lo interpreta extensivamente, el imputado tiene derecho a
no realizar actos en general que, de alguna manera puedan afectar su condición en el proceso.
Incluso, cuando lo considere, puede negarse a declarar, sin que ello pueda usarse en forma alguna en
su contra. Si bien la norma constitucional permite el no declarar contra sí mismo, faculta a declarar en
favor siempre que se considere necesario.
Por estas disposiciones, el uso de la tortura queda excluido completamente del procedimiento
penal nacional. Se excluye formalmente la posibilidad de aplicar cualquier tipo de tortura, como medio
para obtener información o como forma de obligar a declarar contra sí mismo. Queda, por supuesto,
nulificada la posibilidad de emplear, aun indirectamente, la información obtenida por ella y la
posibilidad de darle algún tipo de valoración probatoria.
El respeto a la intimidad de los ciudadanos es otro de los límites que la Constitución impone al
procedimiento penal en su actividad.
Dentro de esa idea, el artículo 23 dispone en un primer plano que “La vivienda es inviolable" lo
cual significa que la protección de la intimidad del lugar de habitación es del interés del orden jurídico.
Sin embargo, el principio no tiene carácter categórico, ya que en el mismo artículo la ley
dispone que “Nadie podrá penetrar en morada ajena sin permiso de quien la habita, salvo por orden
escrita de juez competente en la que especifique el motivo de la diligencia y nunca antes de las seis ni
después de las dieciocho horas. Tal diligencia se realizará siempre en presencia del interesado, o de
su mandatario".
Esta excepción responde, al final, a los intrínsecos requerimientos del proceso en su meta de
averiguación de la verdad. Pero, por principio, este ámbito de la dignidad y la intimidad de las
personas por mandato constitucional, debe ser considerado especialmente cuando exista la necesidad
de intervenirlo.
La misma lógica rige para los derechos contenidos en los artículos 24 y 25 de la Constitución,
que norman los límites del Estado en la intromisión de la correspondencia, documentos y libros, el
primero, y los casos de registro de personas y vehículos, el segundo.
Así, el artículo 24 prescribe que "La correspondencia de toda persona, sus documentos y
libros son inviolables". Luego se regula que solo podrán revisarse o incautarse por juez competente y
llenándose las formalidades necesarias. Señala ese artículo, en su parte final, la inadmisibilidad la
prueba obtenida con la vulneración de alguna de estas formalidades.
El artículo 25, que trata del registro de personas y vehículos, establece lo siguiente: “El
registro de las personas y de los vehículos, sólo podrá efectuarse por elementos de las fuerzas de
seguridad cuando se establezca causa justificada para ello. Para ese efecto los elementos de las
fuerzas de seguridad deberán presentarse debidamente uniformados y pertenecer al mismo sexo de
los requisados, debiendo guardarse el respeto a la dignidad, intimidad y decoro de las personas".
Esta disposición regula la actividad de las fuerzas de seguridad en sus funciones investigativa
y preventiva.
Esto se apuntala con el literal c del artículo 205 constitucional, que prohíbe la remoción de
magistrados y jueces de primera instancia, salvo en los casos en que la ley lo permite.
Lamentablemente, esta norma no ha tenido un adecuado desarrollo en la ley ordinaria, cuestión que
se analizará posteriormente, pero puede decirse que existe ya en la Carta Magna la base para
proteger la permanencia de los jueces.
3.7.2. La imparcialidad
Ninguna persona puede ser juzgada por Tribunales Especiales o secretos, ni por
procedimientos que no estén preestablecidos legalmente."
La Constitución manda un proceso legal o jurídico lo que en la esfera del poder punitivo del
Estado guatemalteco se convierte, en la ley ordinaria (CPP), en una garantía procesal básica: la
garantía de "juicio previo". De esta forma, el Código Procesal Penal en el artículo 4 dice: "Nadie podrá
ser condenado, penado o sometido a medida de seguridad y corrección, sino en sentencia firme,
obtenida por un procedimiento llevado a cabo conforme a las disposiciones de este Código y a las
normas de la Constitución, con observancia estricta de las garantías previstas para las personas y de
las facultades y derechos del imputado o acusado.
Nótese la importancia que la ley otorga a esta garantía, pues considera el juicio como
requisito indispensable para el sometimiento de la persona a cualquier tipo de medida o pena. Este
debe desarrollarse conforme a las disposiciones que la misma ley establece, hasta desembocar en la
sentencia, que implica en sí el juicio lógico y un juicio como institución político cultural.
También con fundamento constitucional, el orden jurídico guatemalteco exige que los juicios
sean realizado por jueces. Así la Constitución, en el artículo 203, dispone: "Independencia del
Organismo Judicial y potestad de juzgar. La justicia se imparte de conformidad con la Constitución y la
leyes de la República. Corresponde a los tribunales de justicia la potestad de juzgar y promover la
ejecución de lo juzgado..."
4.1.1. La prueba
Dentro del proceso penal guatemalteco, la prueba está sujeta a diversos controles que
pueden ser ejercidos por los distintos sujetos procesales.
El Código señala claramente, en el artículo 183, como prueba inadmisible la obtenida por
medios prohibidos, como la tortura, la intromisión en la intimidad del domicilio o las comunicaciones
personales.
Es, sin embargo, en el juicio donde se ejerce el mayor control sobre la prueba, pues este es
oral y público (art. 356 y 362). Al debate los sujetos procesales comparecen sabidos del contenido de
la acusación y la prueba en que se fundamenta (artículos 347 y 350), con la salvedad de que es
posible recibir como prueba anticipada, dentro del juicio, elementos de convicción que hayan sido
producidos con las indispensables formalidades de control.
4.1.2. La sentencia
La sentencia es el resultado directo del debate, pues esta debe dictarse inmediatamente
después de la conclusión (art. 383). Previo a esto, los intervinientes en el juicio han tenido oportunidad
de exponer ante los juzgadores sus apreciaciones y valoraciones de lo discutido en el debate (art.
382).
Los jueces hacen uso de la sana crítica para valorar la prueba en que se funda la sentencia.
La sentencia deberá ser acorde a los hechos de la acusación.
El Código Procesal Penal perfecciona este principio al ordenar que los imputados deben ser
tratados como inocentes, para que el fin de la garantía no dé lugar a dudas. Este trato de inocencia
debe dársele al imputado hasta que en sentencia firme sea declarado responsable y se le imponga
una pena o una medida de seguridad.
Esta garantía reviste todo el proceso penal guatemalteco, pues la norma que en la ley
ordinaria contiene el principio de inocencia (art.14 CPP) no se limita a hacer dicha declaración, sino
que da lineamientos concretos de interpretación. Así la ley manda que las disposiciones que
restringen la libertad del imputado o que limiten el ejercicio de sus facultades deben ser interpretadas
en forma restrictiva; al mismo tiempo prohíbe directamente la interpretación analógica y la extensiva,
para permitirlas solo en los casos de favorecer la libertad del imputado o el ejercicio de sus facultades
dentro del proceso.
Este principio también debe ser respetado y promovido por el Ministerio Público, y esto por
disposición legal del artículo 7 de la Ley Orgánica que en relación con el tratamiento como inocente,
establece: "El Ministerio Público únicamente podrá informar sobre el resultado de las investigaciones,
siempre que no vulnere el principio de inocencia, el derecho a la intimidad y la dignidad de las
personas..."
El principio "in dubio pro reo" es otra de las consecuencias de la garantía de inocencia, y
como tal esta perfeccionado en la ley ordinaria, en distintos momentos del desarrollo del procedimien-
to.
Como consecuencia del principio de inocencia del imputado y del tratamiento como tal, la
investigación debe evitar en lo posible las consecuencias que el hecho de la persecución penal
acarrea al perseguido.
En primer término el CPP dice: Artículo 314. Carácter de las actuaciones. Todos los actos de
la investigación serán reservados para los extraños (...) Las actuaciones sólo podrán ser examinadas
por el imputado, las demás personas a quienes se les haya acordado intervención en el
procedimiento, los defensores y los mandatarios (...) quienes tengan conocimiento de las actuaciones
cumplidas durante la investigación, estarán obligados a guardar reserva...”
En este mismo sentido, el último párrafo de la Ley Orgánica del Ministerio Público señala: "El
Ministerio Público y las autoridades bajo su dirección, no podrán presentar a los medios de
comunicación a detenido sin autorización del juez competente”.
Con el objeto de operativizar el derecho de defensa dentro del procedimiento penal, el CPP
otorga al imputado la facultad de hacer valer sus derechos por sí mismo o por medio de defensor,
desde el primer acto del procedimiento dirigido en su contra. A tal grado se contempla esta garantía,
que para el imputado es un derecho inviolable, y para el Estado, una obligación (por ejemplo, el
Estado debe proporcionarle defensor a la persona que no pueda proveerse de uno privado).
Es tal la importancia de la defensa dentro del desarrollo del proceso, que su ausencia significa
la nulidad de este. Y bajo tal concepto es concebida la garantía dentro del proceso penal
guatemalteco actual, pues puede ejercerse el derecho en todos los actos del procedimiento.
Como parte del derecho de defensa, el CPP contempla la libertad de declaración del
sindicado; incluso el artículo 15 la recoge como una garantía procesal básica: "Declaración libre. El
imputado no puede ser obligado a declarar contra sí mismo ni a declararse culpable...".
Del capítulo II, sección segunda, del CPP, puede deducirse que el acto de la declaración del
sindicado se constituye no solo en una forma de adquirir información para la preparación del juicio,
sino principalmente en una forma de proteger el derecho de defensa del imputado. Tal disposición se
contrapone a la legislación anterior, en que la declaración del sindicado constituía el medio de
investigación más importante, pues la sola confesión bastaba para declarar la culpabilidad del
perseguido.
Lo anterior daba como resultado que la actividad del juez instructor tratara, dentro de la
investigación, de conseguir las confesiones de los sindicados, en las que realmente se basaban las
sentencias, menoscabando así el uso y el resultado de los otros medios de la investigación.
Por supuesto, esta deformación significo, en gran número de casos, fallos arbitrarios, o bien,
fallos que alimentaban la impunidad.
La primera se permite solo en el caso de que el imputado lo desee y no se perjudique con ello
los resultados que pueda conseguir una defensa técnica.
La defensa técnica debe ser ejercida por abogado. El imputado puede elegir al defensor de su
predilección, o bien el juez debe nombrarle uno de oficio, con el objeto de garantizar la defensa,
cuando por cualquier circunstancia no pueda proveerse de uno, e incluso puede nombrarlo en contra
de la voluntad del imputado (artículos 92 y 93 del CPP).
Pero, aun gozando de abogado defensor, el imputado está facultado para formular solicitudes
y observaciones.
El derecho de defensa lleva implícito el derecho del imputado a conocer la información del
hecho que se le atribuye y a expresarse libremente sobre este.
Sobre el derecho a conocer la información, puede decirse, parafraseando a Julio Maier, que
para poder defenderse es necesario conocer la existencia de algo de qué defenderse.
El primero lo constituye la declaración del sindicado. Con respecto a ella, la ley ordena, en el
artículo 81, lo siguiente: "Advertencias preliminares. Antes de comenzar las preguntas se comunicará
detalladamente al sindicado el hecho que se le atribuye, con todas las circunstancias de tiempo, lugar
y modo, en la medida conocida; su calificación jurídica provisional, un resumen de los elementos de
prueba existentes, y las disposiciones penales que se juzguen aplicables".
Durante el juicio, en la fase del debate, se debe señalar nuevamente al acusado el hecho por
el que se hace el juicio y que se le atribuye (artículo 370).
Para que el derecho de defensa sea real, el ser escuchado debe acompañarse del poder
actuar, del poder intervenir.
El artículo 353 del CPP permite la división del debate, según la gravedad del delito que se
juzgará, por pedido del Ministerio Público o del defensor. En la primera parte —dispone el artículo
mencionado— se discutirá lo relativo a la culpabilidad del acusado, y en la otra parte lo referente a la
pena o medidas de seguridad y corrección. En estas discusiones el defensor, con el fin de
fundamentar, puede ejercer el control de las pruebas, aportar sus pruebas de descargo y hacer las
valoraciones jurídicas necesarias.
Ya en la fase del debate, el procesado puede manifestar lo que quiera en relación con el
hecho del que se le acusa. Puede asimismo, durante el transcurso del debate, hacer las
intervenciones que considere necesarias, con asesoría de su defensor.
En el caso de que el Ministerio Público amplíe la acusación, el acusado tiene la facultad de
pedir la suspensión del debate, con el fin preparar su defensa en relación con los nuevos hechos
objeto de juicio.
Nuevamente la defensa puede ejercer sus funciones de valoración jurídica y control de las
pruebas, al finalizar el debate. Al terminar este, se procede a la discusión final, en la que las partes
tienen la facultad de manifestarse con respecto al desarrollo del debate y de emitir sus conclusiones
(artículo 382).
4.3.5. Derecho a impugnar resoluciones judiciales
El Código Procesal Penal contempla varios recursos, los cuales permiten que las partes
impugnen aquellas resoluciones judiciales que estimen necesario. Sin embargo, la misma ley fija los
supuestos en los que estos pueden plantearse, que son los siguientes:
De acuerdo con el Código Procesal Penal, las partes pueden emplear distintos recursos.
Uno de ellos es la reposición, que puede plantearse contra resoluciones que no sean
apelables, y es el único que puede interponerse durante el juicio.
Si un recurso de apelación es denegado por el juez ante quien se interpuso, la ley permite la
interposición del recurso de queja, que resuelve un tribunal de apelación.
El recurso de apelación especial, contenido en el artículo 415 del CPP, procede contra las
sentencias o resoluciones que pongan fin a la acción penal, a una pena o a una medida de seguridad
o las afecte alguna manera. Este recurso procede por dos tipos de vicios: de fondo y de forma; según
dispone la ley, vicio de fondo es la "inobservancia, interpretación indebida o errónea aplicación de la
ley”, en tanto que el vicio de forma es la “inobservancia o errónea aplicación de la ley que constituya
un defecto del procedimiento".
El recurso de casación se interpone, ante la Corte Suprema, contra los fallos producto de un
recurso de apelación especial. Genéricamente, posee los mismos presupuestos que el recurso de
apelación especial (vicios de fondo y forma, por solo citar un ejemplo), lo que hace que se constituya
en una especie de revisión del fallo de la apelación especial. Procede en los casos señalados por la
ley (artículos 440 y 441), y la justificación de su necesidad es discutible.
Con el fin de poder ejercer el derecho de defensa aun y cuando ya una sentencia ha sido
ejecutoriada, el Código Procesal Penal prescribe el recurso de revisión, que puede plantearse en favor
del condenado a una pena o a una medida de seguridad. Procede cuando nueva evidencia dé base a
la modificación de la responsabilidad de la sentencia condenatoria en la que se haya constituido la
pena o medida; según el caso, puede llegarse a la absolución o a la modificación de la pena o medida.
El fallo favorable en un recurso de revisión abre la posibilidad de demandar al Estado una
indemnización por el daño causado.
Parece sano mencionar aquí que, tras la diversidad idiomática, existe una diversidad cultural,
que se traduce en la forma de resolver conflictos y de percibir lo jurídico en general, situación que
exige profundas transformaciones de todo el sistema jurídico nacional. Este problema excede, sin
embargo, los alcances de este trabajo. Pero es justo dejar sentado, que la posibilidad del
multilinguismo en el proceso penal, que se propone en el Ante Proyecto es un buen inicio.
El artículo 142 del CPP, en el último párrafo, dice: "Los actos procesales deberán también
realizarse en idioma indígena y traducidos al español simultáneamente. En este caso, las actas y
resoluciones se redactarán en ambos idiomas. Esta norma genera la obligación de desarrollar los
procedimientos en los idiomas en que sea necesario, cuando los casos lo ameriten. Los imputados
pueden informarse así del proceso de investigación, y en el juicio ejercer con mejores expectativas
sus derechos”.
El nuevo Código ha eliminado esta posibilidad, al disponer que en todos los casos el defensor
debe ser abogado. Y se ha creado, para tal fin, el Servicio Público de Defensa Penal (artículos 527 y
ss. del CPP).
Todo abogado colegiado pertenece al Servicio Público de Defensa Penal y sus servicios son
remunerados. El Servicio depende de la Corte Suprema de Justicia; al respecto, se considera que esa
disposición vulnera la autonomía de las funciones de los defensores, pues la dependencia económica,
en especial, puede coartar sus funciones o generar reticencia hacia ellas.
El Código Procesal Penal contiene, en el artículo 12, el principio de publicidad del proceso:
"Obligatoriedad, gratuidad y publicidad. La función de los tribunales en los procesos es obligatoria,
gratuita y pública...”.
La publicidad es, pues, la garantía de control de la actividad de los órganos que intervienen en
el proceso. Se deriva de la publicidad que debe investir todos los actos del poder estatal y resulta
esencial a la naturaleza de la forma de gobierno republicano, que contiene la Constitución.
La oralidad es la vía que posibilita una publicidad real dentro del proceso penal, para el control
de este y la protección de las garantías individuales del procesado.
No significa esto que el uso de la escritura dentro del nuevo procedimiento haya sido
desechada por completo, pero de la misma ley puede deducirse que debe utilizarse cuando sea
estrictamente necesario, como es el caso de la documentación de la prueba anticipada o las
declaraciones de funcionarios o diplomáticos. Quienes no pueden expresarse en forma oral tienen
también dentro del proceso, la posibilidad de hacerlo por escrito (artículo 362).
La publicidad es un principio con fundamento constitucional que ordena que de ella deben
gozar todos los actos de gobierno, especialmente los relacionados con las leyes y órganos de
aplicación de justicia.
Debido a las especialmente dañinas consecuencias que pueden causar las arbitrariedades en
el proceso penal, el principio adquiere aquí especial importancia. Pese a esto, frente a la publicidad
general que reviste todo el procedimiento, existen momentos en que se hace necesaria la
secretividad, al menos relativa, unas veces para asegurar el resultado del proceso y otras para
proteger al imputado.
Dentro del período preparatorio los actos preparatorios son reservados para los extraños,
dispone el CPP en el artículo 314. Desarrolla luego que, del contenido de las actuaciones solo pueden
tener conocimiento el sindicado y los sujetos a quienes se les haya dado intervención en el proceso.
Ordena también la obligación de reserva de todos los que tengan conocimiento del contenido del
proceso, incluidos los abogados.
Cuando el caso lo amerita, el Ministerio Público tiene la facultad de aislar o limitar el ingreso a
lugares donde se este investigando, por razones únicamente de protección de velar por que no se
destruyan pruebas o indicios.
La publicidad, uno de los principios más importantes que rigen el proceso guatemalteco,
adquiere especial significado en la fase del juicio.
Así, la ley ordena, en el artículo 362, la oralidad del debate: deberán vertirse en forma verbal
las declaraciones del acusado, de los órganos de prueba y las intervenciones de las personas que
participen en el debate.
Junto a la publicidad, otros principios rigen el desarrollo del debate o juicio, al cual desarrollan
y controlan en gran medida a través del uso de la comunicación oral como instrumento del proceso.
Así, la inmediación procesal es otro de los principios contenidos en el CPP que la oralidad
permite. En el capítulo del debate, la ley dispone que este "...se realizará con la presencia
ininterrumpida de los jueces llamados a dictar la sentencia, del Ministerio Público, del acusado, de su
defensor y de las demás partes o sus mandatarios". Dicho de otra manera, la oralidad es inmanente a
estos principios.
El carácter público del juicio, sin embargo, puede tener sus limitaciones dentro del
procedimiento vigente, en general cuando, junto a la necesidad de control del juicio, están presentes
bienes jurídicos que pueden verse afectados por el hecho mismo de la publicidad. Dentro de estas
limitaciones pueden clasificarse las dispuestas por la ley en el artículo 356, el cual señala que la
publicidad puede limitarse parcial o totalmente, cuando:
∼ con ella se afecte el pudor, la vida o la integridad física de alguna persona citada para
participar en debate;
∼ afecte gravemente el orden público o la seguridad del Estado;
∼ peligre un secreto oficial, particular, comercial o industrial, cuya revelación indebida sea
punible;
∼ esté previsto específicamente;
∼ se examine a un menor, si el tribunal considera que la publicidad es inconveniente, porque
lo expone a un peligro.
En buena medida, toda la sistemática penal, procesal penal y penitenciaria, busca ordenar el
uso del poder penal del Estado y, principalmente, fijarle límites. El Código Procesal Penal constituye
en conjunto, una de esas barreras. Su contenido, comprende algunas instituciones específicas de
control y límite del ejercicio del ius puniendi; en este trabajo se consideran como tales: el ne bis in
idem, los límites al ejercicio de la acción penal y la extinción de la misma y el control de la prueba.
La ley vigente ha acogido en su seno los tres elementos tradicionales que comprende el
principio (la identidad de persona, la identidad del hecho y la identidad del motivo de persecución), eso
sí con algunas excepciones en cuanto al último elemento.
Así, puede promoverse, conforme al CPP, nueva persecución penal cuando se presente
alguna de las circunstancias siguientes:
El principio de oficialidad tiene, sin embargo, limitaciones dentro de la ley, con la aplicación del
criterio de oportunidad, principio que será tratado en este trabajo.
Dispone el Código en el artículo 32, los motivos y las causas por las que se extingue la acción
penal, circunstancias que imposibilitan definitivamente su ejercicio.
La ley constitucional comprende normas que limitan la coerción del imputado en el proceso
penal. En principio, la "protección a la persona" es un deber y fin del Estado, como lo son también la
protección de la integridad, la seguridad, la libertad.
El artículo 14 del CPP, que contiene el principio de inocencia, dispone que las únicas medidas
que se pueden aplicar son las que el Código señala estas son excepcionales y proporcionales a la
pena o medida que se espera como resultado del proceso. A su vez, el artículo 16 ordena que los
tribunales y los intervinientes en los procesos deben cumplir con los deberes que imponen la
Constitución y los tratados internacionales sobre derechos humanos.
La normativa interna y externa da, así, vía directa para que quede proscrito el uso de la tortura
en cualquiera de sus formas dentro del proceso penal.
Otra de las formas que el CPP desarrolla para evitar la tortura consiste en su proscripción
para obtener elementos probatorios. El artículo 183 del Código prescribe que son inadmisibles, en
especial, los elementos de prueba obtenidos por un medio prohibido, tales como la tortura. Según este
principio, no es posible, entonces, valorar de ninguna forma elementos probatorios que sean producto
directo o indirecto de un acto de tortura.
Otro punto medular referente a la coerción del imputado dentro del proceso es el de la prisión
preventiva, acompañada por supuesto de todos los problemas que a ella se asocian, como las
vulneraciones a los principios de juicio previo e inocencia o la situación de los presos sin condena, por
citar solo algunos.
Teniendo en cuenta esta problemática dentro del CPP se ha incluido el capítulo referente a las
medidas de coerción. La ley admite las siguientes:
∼ Prisión preventiva.
∼ Arresto domiciliario.
∼ Obligación de someterse al cuidado o vigilancia de otro.
∼ Obligación de presentarse ante autoridad.
∼ Prohibición de salir del país o de un ámbito territorial determinado.
∼ Prohibición de concurrir a determinados lugares.
∼ Prohibición de comunicarse con personas determinadas.
∼ Caución económica.
La medida de coerción más violenta que contiene el Código vigente es, sin duda, la prisión
preventiva; por esto, su aplicación debe ser la más excepcional de todas. Pese a ello, en Guatemala la
costumbre de los jueces de dictarla con liberalidad aún es frecuente, pues la heredan de las
deformaciones del procedimiento derogado. Por tal motivo, en la ley vigente, al regular las medidas de
coerción, se han incluido requisitos que tratan que la aplicación de estas sea menos frecuente y que,
cuando sean dictadas, lo sean justificadamente.
De tal forma, para que pueda ordenarse la prisión preventiva, se debe oír al sindicado, debe
existir información sobre el hecho ilegal que se persigue y el juez ha de dar motivos racionales
suficientes sobre la posible responsabilidad del sindicado en el hecho, es decir, la resolución debe ser
exhaustivamente fundamentada.
En los delitos de menor gravedad solo se justifica la medida cuando existe peligro de fuga o
de obstaculización de la justicia. La misma ley contiene las circunstancias que deben tomarse en
cuenta para determinar si existe peligro de fuga o peligro de obstaculización de la verdad.
Nunca podrá dictarse prisión preventiva en procesos por delitos que no tengan pena de
prisión. La ley advierte, además, que el fin de esta medida es, únicamente, el de asegurar la presencia
del imputado en el proceso.
La ley faculta a los jueces para que reemplacen las medidas de coerción. Así, cuando el
peligro de fuga o de obstaculización para averiguar la verdad pueda ser evitado o no exista, la prisión
preventiva puede sustituirse por cualquiera de las medidas antes enunciadas.
∼ Cuando aparezcan nuevos elementos que rebatan los que fundamentaron la orden de
prisión preventiva, o bien, permitan que esta sea sustituida por otra.
∼ Cuando la duración de la condena supere o iguale la pena que se espera, incluyendo en su
cálculo la posibilidad de aplicación de reglas relativas a la suspensión o remisión de la
pena o a la libertad anticipada.
∼ Cuando la duración de la prisión preventiva sobrepase el año.
Con el objeto de moderar su uso, el Código ordena que la resolución en la que se impone la
medida de coerción es revocable o reformable, aun de oficio. El imputado y su defensor tienen
también el derecho a solicitar la revisión de las medidas impuestas en cualquier momento del proceso;
este examen debe realizarse en forma oral.
4.7. DERECHO A SER JUZGADO DENTRO DE UN TIEMPO RAZONABLE
El derecho a ser juzgado dentro de un tiempo razonable es una condición necesaria para la
protección de la libertad, la vida y la seguridad jurídica.
Con ese objeto la Convención Americana de los Derechos del Hombre dice, en el artículo 7,
numeral 5: "Toda persona detenida o retenida debe ser llevada sin demora ante un juez u otro
funcionario autorizado por la ley para ejercer funciones judiciales y tendrá derecho a ser juzgada
dentro de un plazo razonable o a ser puesta en libertad, sin perjuicio de que continúe el proceso".
Los daños que el proceso conlleva para el imputado y las limitaciones que puede causarle en
el ejercicio de sus actividades, hace que el tiempo del proceso sea siempre un factor por considerar
por los legisladores. Tal ha sido la inspiración del Código; dentro de las garantías procesales,
prescribe en el artículo 19, que no puede suspenderse, interrumpirse ni hacerse cesar un proceso, en
su trámite, sino por disposición de la ley.
El tiempo del proceso penal se relaciona con dos cuestiones importantes: una es la duración
necesaria de este para su eficacia; otra, la sujeción del imputado a procedimiento y todos los daños
que esto conlleva.
Dentro del Código Procesal vigente se han tomado decisiones importantes con respecto al
tiempo del proceso, sobre todo dentro de la etapa preparatoria. Con respecto a la ley anterior, el
Código actual presenta diferencias radicales en este punto.
Se ha optado, en la nueva ley, por darle gran flexibilidad a la etapa preparatoria, pues no corre
un plazo fatal para ella si no se ha dictado auto de procesamiento al imputado. Esto representa un
avance para el caso de investigaciones complicadas. En el caso de que se dicte auto de
procesamiento, debe acusarse en cuanto el fiscal lo considere procedente o en un plazo de seis
meses, que incluso puede ser reclamado por los otros sujetos procesales.
Dentro de la fase del juicio, al decidirse por la oralidad, se ha decidido por un forma más
rápida de aplicación de justicia, pues la oralidad trae consigo la celeridad y la concentración de los
actos procesales. El CPP vigente, en contraposición con el derogado, ha dejado de ser un obstáculo
formal para la agilidad del proceso. Hoy el problema de la rapidez del proceso corresponde en mayor
medida a la actividad de una correcta administración de tribunales.
∼ Que la pena por imponer no sea mayor de dos años de prisión o consista en una pena no
privativa de libertad.
∼ Que se cuente con el acuerdo del imputado y su defensor y su aceptación de
responsabilidad en el hecho objeto de proceso.
∼ Que la pena, cuando se dé el fallo condenatorio, no exceda nunca de lo solicitado por el
Ministerio Público.
No obstante, los jueces pueden oponerse al uso de esta vía cuando lo consideren
conveniente.
En el juicio por faltas, cuando el imputado no reconozca su culpabilidad, el juez debe ordenar
una audiencia en la que recibirá las pruebas pertinentes, oirá brevemente a los comparecientes y
dictará su fallo. Puede prorrogarse la audiencia por tres días, para la preparación de pruebas, pero en
este caso el juez debe disponer la libertad del encausado. El fallo no admite recurso.
El Código Procesal Penal, por su parte, dice lo siguiente: “El juzgamiento y decisión de las
causas penales se llevará a cabo por jueces imparciales e independientes, solo sometidos a la
Constitución y a la ley (...) Por ningún motivo las restantes autoridades del Estado podrán arrogarse el
juzgamiento de causas pendientes...”
La independencia e imparcialidad con que deben actuar los jueces son, pues, presupuestos
claros dentro de la ley.
Con el propósito de reforzar la autoridad de jueces y magistrados, el Código los faculta para
requerir la intervención de la fuerza pública y disponer todas las medidas necesarias para el
cumplimiento de los actos que ordene.
Otra forma de control de la independencia e imparcialidad de los jueces, regulada por el CPP,
es la de los impedimentos, excusas y recusaciones (art. 62), cuyos motivos se encuentran regulados
en la Ley del Organismo Judicial, Decreto del Congreso de la República número 2-89. Según esta, los
jueces pueden excusarse de conocer un asunto, o bien un sujeto procesal puede recusar a un juez o
magistrado.
Las motivos de excusa o impedimentos están clasificados expresamente por la Ley. Así el
motivo de la excusa puede darse por relaciones de parentesco, económicas o amistosas entre el juez
y alguno de los sujetos procesales (artículos 122 y 123 de la Ley del Organismo Judicial).
Sin embargo, la decisión más importante con miras a la protección de la imparcialidad radica
en el hecho de que la fase de investigación de los delitos y el ejercicio de la acusación por estos sea
competencia y función del Ministerio Público, con lo que se han sentado la bases formales para
terminar con la herencia de los jueces inquisidores y parcializados por su propia actividad.
Con respecto a la Ley del Organismo Judicial, es necesario mencionar aquí que, si bien
contiene algunas normas que velan por la independencia e imparcialidad, está integrada además por
otras que pueden conducir a vulnerar la independencia y la imparcialidad. Este problema parece tener
raíz constitucional: mientras el artículo 209 de la Constitución faculta a la Corte Suprema de Justicia
para nombrar a los jueces, el capítulo II del título II de la Ley del Organismo Judicial, referente a las
funciones administrativas de la Corte Suprema y del Presidente de la misma, permite situaciones que
pueden ser atentatorias a la independencia y a la imparcialidad.
Por esta vía se permite, entre otras cosas, proponer al Parlamento la nómina de candidatos a
jueces, para su elección. La Corte puede "nombrar, trasladar, suspender y remover a los jueces", sin
que exista un reglamento que regule con detalle los motivos y supuestos para tales decisiones, es
decir, que la Corte Suprema puede actuar con total discrecionalidad.
La ley manda a la Corte Suprema, que vele por que la justicia sea pronta y cumplidamente
administrada, y que dicte las providencias pertinentes para remover los obstáculos que se opongan.
Una interpretación desafortunada puede convertir esta disposición en una entrada para la
arbitrariedad.
Por último, la ley estipula que la Corte Suprema debe cuidar que la conducta de los jueces y
magistrados sea la que corresponde a las elevadas funciones que desempeñan, y dictar medidas o
resoluciones disciplinarias. Al respecto, tampoco existen límites y garantías para la aplicación de esta
norma.
Puede deducirse fácilmente el peligro que, en conjunto, representan estas situaciones para
los principios analizados en esta parte del trabajo.
Dentro del ordenamiento jurídico nacional, la persecución penal es facultad casi exclusiva del
Ministerio Público, salvo los casos en los que por virtud de la ley puede ser ejercida por particulares
(delitos de acción privada) y aquellos en que personas morales o naturales pueden acogerse a la
acción del Ministerio Público, o bien iniciarla en algunos delitos de acción pública. La oficialidad de la
acción penal es, entonces, un principio vigente en el procedimiento actual, ya que la ley regula la
forma de su ejercicio y la entidad que debe ejercerla.
Junto a esta exclusividad de la persecución penal por parte del Estado, corre la regla general
que manda la persecución de todos los delitos de que tengan noticia los órganos competentes. Así, el
artículo 24 del Código Procesal Penal dice: "La acción penal corresponde al Ministerio Público (...)
deberán ser perseguidos de oficio todos los delitos". El Estado se halla obligado, entonces, a la
persecución de la totalidad de estos.
Como se señaló al inicio, estos principios no tienen, por supuesto, carácter de completa
generalidad.
Caso especial lo constituyen, por ejemplo, las acciones que se basan en violaciones de
derechos humanos, en las que la promoción de la acción penal puede ejercerla un ciudadano o
asociación de ciudadanos. Aquí es necesario señala que esta decisión significa una herramienta
importante para contrarrestar la continua violación de los derechos fundamentales, que en Guatemala
es práctica común.
La ley regula casos en los cuales el ejercicio de acción penal puede ser ejercido por
particulares (los llamados delitos perseguibles a instancia de parte) y aquellos en los que el Ministerio
Público puede ejercer su función persecutoria, una vez que el legitimado ha promovido acción, o bien
ha dado autorización para que esta se promueva (artículo 24 del CPP).
El Estado únicamente puede ejercer acción penal por medio del Ministerio Público.
5.2. OPORTUNIDAD
Basta un somero análisis para comprender que la actividad delictiva siempre rebasa la
capacidad del sistema penal en general para por lo menos dar entrada a todos los hechos
susceptibles de persecución, promover una investigación adecuada en cada uno de ellos y mucho
menos dar resolución legal a todos los casos. A lo anterior debe agregarse otro factor, que estriba en
la idea de que el exceso de persecución (represión) es, a su vez, generador de violencia y
delincuencia.
La legalidad debe atenerse, pues, al sentido común. Tal es la posición de la nueva legislación
nacional.
El contenido del artículo 25 del Código Procesal Penal significa, dentro de la legislación
nacional, una innovación que permitirá el uso racional de los recursos y el descongestionamiento del
sistema de administración de justicia penal. En este artículo se le dan salidas alternativas a distintos
tipos de conflictos que el sistema acoge para su resolución, salidas que, sin descuidar la protección de
las garantías del imputado y la eficacia del proceso, permiten una mejor distribución de recursos
materiales y humanos.
Así, el Ministerio Público, con consentimiento del agraviado y autorización de juez, puede
abstenerse de ejercer acción penal, o bien pedir el sobreseimiento de un proceso, en presencia de los
siguientes supuestos:
Con el encargo, de la investigación al ministerio fiscal, hoy los jueces tienen la posibilidad de
constituirse en verdaderos defensores de los derechos fundamentales del ciudadano que sea objeto
de persecución penal.
Es importante señalar, sin embargo, que la misma ley atempera la vigencia del principio
acusatorio, pues por disposición normativa, el ministerio fiscal no sólo debe perseguir penalmente,
sino que además debe ser "objetivo en su función" (art. 108 del CPP). Esta objetividad implica dos
cosas: el que deba velar por la correcta aplicación de ley; y el que, cuando corresponda, solicite o
requiera en favor del imputado. De esto resulta que, si bien el acusatorio es el modelo base, no es del
todo comparable con sistemas como el británico o el norteamericano.
5.4. EL JUEZ COMO CONTRALOR DE GARANTÍAS
En el ordenamiento procesal penal derogado, existía la figura del juez instructor delineada con
todos los matices del sistema inquisitivo, es decir, que investigaba los delitos y protegía los derechos
del imputado, fines que, como ya se señaló, no cumplía con eficiencia. Además, esta modalidad era
inconstitucional, ya que la Constitución claramente prescribe que los jueces son los encargados de
"juzgar y promover la ejecución de lo juzgado". Por demás, el investigar era una función que salía de
su esfera.
El juez también es garante de la libertad y la dignidad personal, al decidir sobre la coerción del
imputado; y es garante del principio de legalidad procesal, al ser en definitiva quien decide sobre la
aplicación del principio de oportunidad, de suspensión de acciones, de sobreseimientos y, en general,
de todos los hechos que deban ser resueltos con el poder de la jurisdicción.
Hasta antes de la entrada en vigencia del nuevo Código Procesal Penal, el control de las
sentencias dictadas por los órganos jurisdiccionales correspondía a un ente administrativo, cuya
burocratización lo convirtió en una oficina que se encargaba casi con exclusividad de controlar los
inicios y las finalizaciones de las condenas de los reclusos. Se incumplía, por demás, el mandato
constitucional que ordena que "El sistema penitenciario debe tender a la readaptación social y a la
reeducación de los reclusos".
La Constitución otorga los siguientes derechos a la persona que cumple una pena de prisión:
a ser tratada como ser humano; a que no se le descrimine; a que no se le someta a tratos crueles o a
acciones que denigren su dignidad; a que no sea objeto de exacciones ilegales; a que no se le someta
a experimentos científicos; a cumplir las penas en lugares destinados para el efecto; y a comunicarse
con la familia, el abogado defensor y el asistente religioso o médico.
Estos constituyen una amplia gama de derechos de que gozan los condenados, pero que
quedan en el rango de meras declaraciones, si no existe el mecanismo adecuado para hacerlos valer.
Con el objeto de hacerlos positivos, se ha incluido, dentro del nuevo Código Procesal Penal, una serie
de normas que regulan lo referido a la ejecución de las sentencias de carácter penal. Así, el artículo
492 contiene una cláusula general de aplicación, que faculta a los condenados para que ejerzan,
durante el cumplimiento de sus condenas, los derechos que les otorgan las leyes penales,
penitenciarias y los reglamentos.
Una de las principales figuras dentro del nuevo cuadro que la ejecución presenta, la constituye
el juez de ejecución, que no es un funcionario administrativo, sino un juez con plena competencia en
materia penal (artículo 43 del CPP), con pleno control sustancial y formal de la ejecución de las
condenas.
Posee control formal en el sentido de que es el juez de ejecución quien revisa y controla los
cómputos de las sentencias de prisión, las situaciones de libertad anticipada, libertad condicional y, en
general, realiza el control sobre las penas privativas de libertad. También le corresponde encargarse
del control formal, el encargado del control de las penas de multa y de las conmutas, de las
inhabilitaciones y rehabilitaciones; y ejercer jurisdicción en los casos en que la ley penal otorgue
efecto extintivo de la pena al perdón del ofendido.
El control sustancial está contemplado dentro de la ley mediante la intervención del juez para
velar por que las penas cumplan la finalidad que la ley prevé para ellas, como en el caso de la pena
de prisión. Además, en su momento, incluye el garantizar a los condenados el respeto o la reparación
de los derechos que les sean conculcados.
Sin embargo, en la legislación derogada se aplicaron, como regla, las medidas de coerción y,
en especial, la prisión preventiva. Puede decirse que el quedar sujeto a alguna medida era lo usual,
especialmente el quedar sujeto a prisión preventiva.
Dentro de la nueva ley, las medidas de coerción se desarrollan en un medio distinto. Hoy la
investigación es función de un órgano distinto e independiente de la judicatura; con ello el juez está
alejado, al menos formalmente, de prejuicios contra los imputados. El proceso tiende hacia el modelo
acusatorio, lo que contribuirá a que los imputados no sean siempre sujetos a medidas de coerción, en
forma contraria a los procedimientos de corte inquisitivo en los que la sujeción a medidas es, en sí, un
requisito para su funcionamiento y efectividad.
5.7. ORALIDAD
Como ya se señaló en este trabajo, la oralidad es el instrumento adoptado por la ley procesal
guatemalteca para que el juicio acceda a las exigencias propias de un sistema republicano de
gobierno. Si tras la idea republicana se halla la idea de publicidad, participación y control de los actos
de poder, la oralidad se torna en el medio más racional para promover y proteger dichos principios.
En la nueva ley procesal, la oralidad se constituye en la vía que garantiza más efectivamente
la publicidad de la actividad jurisdiccional, publicidad indispensable para que esta cumpla con su
función, al menos en dos planos: el primero, que los fallos sean percibidos como una resolución
pacífica de los conflictos dentro del seno de la sociedad y, cuando sea el caso, produzcan efectos
preventivos generales; y el segundo, que la publicidad respalde las decisiones y efectos de los fallos
en que se vean involucrados miembros de cualquiera de los organismos estatales, de manera tal que
los jueces, en forma individual y como organismo del Estado, cumplan con su objetivo de control y
contra-peso del poder estatal, poder en el que su presencia, hasta hoy, ha sido casi inexistente.
La oralidad tiene, además, una relación necesaria con los principios de inmediación,
concentración y con la personalísima actividad de juzgar.
La inmediación se establece como circunstancia necesaria para que la información obtenida
en el juicio sea conocida por todos los involucrados directamente en este y, en especial, por los
juzgadores, quienes al final decidirán en ultimo término el conflicto motivo de debate.
Atendiendo a lo anterior, el Código Procesal Penal vigente incluye normas como las
contenidas en el artículo 354 —que ordena realizar el debate con la presencia ininterrumpida de los
jueces, del querellante, del acusado, del defensor y de las demás partes o representantes— o la
contenida en el artículo 360 —que manda la suspensión del debate en los casos de incomparecencia
de testigos, peritos o intérpretes irremplazables; o por la enfermedad grave de un juez, el acusado, el
defensor, o el fiscal—.
En la ley ordinaria —el nuevo Código Procesal Penal— se la ha considerado a tal grado que,
junto a las normas procesales de efectivización del derecho de defensa, que han sido analizadas en
"Legislación procesal y derechos humanos", se ha incluido en el capítulo II del apartado "Disposicio-
nes complementarias del Código", lo relativo a los lineamientos generales del Servicio Público de
Defensa. Esta normativa crea un organismo encargado de asegurar a los imputados el uso de su
derecho de defensa y define las pautas de funcionamiento de aquel.
Reiterando, la función del defensor cumple dos objetivos básicos en el procedimiento: generar
el contradictorio y el control en el desarrollo de este, además de proteger los derechos fundamentales
del imputado. Es fácil deducir, entonces, que la ausencia de defensor hace imposible el desarrollo de
un procedimiento penal ajustado a las reglas y aspiraciones del estado de derecho.
Por ello, la vigencia de los derechos humanos, dentro de cualquier proceso penal moderno,
está directamente ligada a la posibilidad del real ejercicio del derecho de defensa.
El nuevo Código Procesal Penal, dada su tendencia hacia el sistema acusatorio y la inclusión
de mecanismos que desarrollan las garantías constitucionales, ha creado una nueva estructura
funcional y organizativa de la defensa como sujeto indispensable del proceso: el ya mencionado
Servicio Público de Defensa.
2. Los obstáculos que el modelo enfrenta para su vigencia. Tales obstáculos —observados
directamente en la oficina del Servicio de Defensa Pública— parecen ser, en principio, de
implementación.
Por disposición del Código Procesal Penal contenida en el artículo 529, la Corte Suprema de
Justicia debe garantizar la eficiencia del Servicio Público de Defensa Penal, que por mandato de la ley
ordinaria se conforma con la Dirección General del Servicio Público de Defensa Penal y las secciones
necesarias, para lo que se contará con una oficina central (de la Defensa Pública) en cada
departamento (art. 529 CPP).
El objetivo principal del Servicio Público de Defensa es el de contribuir, dentro del proceso
penal, a hacer efectivo el principio constitucional de "defensa en juicio", proporcionando, en los casos
en que sea necesario, el servicio de un defensor a los imputados que no cuenten con asistencia
técnica para proteger sus derechos.
En este sentido, la funciones del Servicio Público de Defensa se mueven en dos campos: la
organización del servicio y su control.
Así, el artículo 530 del Código Procesal Penal prescribe, como las atribuciones de la Dirección
General, las siguientes:
∼ Informar, a los tribunales a los que les corresponda, de los abogados disponibles para
prestar el servicio de defensa.
∼ Atender asuntos urgentes hasta que se nombren defensores, y colaborar con estos.
∼ Denunciar faltas y elaborar memorias de labores.
∼ Recibir notificaciones.
En cuanto a su organización, el artículo 529 del Código Procesal Penal prescribe: "La Corte
Suprema de Justicia garantizará la eficiencia del Servicio Público de Defensa Penal...", en tanto que el
artículo 551 dispone: "La Corte Suprema de Justicia organizará el Servicio Público de Defensa Penal
con la anticipación debida para que comience a funcionar eficientemente en el momento de entrar en
vigencia esta ley".
El artículo 52 señala, con respecto a la distribución, que “La Corte Suprema de Justicia
distribuirá la competencia territorial y reglamentará el funcionamiento, organización, administración y
distribución de (...) y del servicio público de defensa, en forma conveniente."
El Código de Procedimientos crea los apoyos indispensables para la efectiva prestación del
servicio de defensa. De la Ley, se infieren varios mecanismos para proveer, al Servicio Público de
Defensa, del personal técnico necesario (abogados) para el desarrollo de su función:
1. Reza el artículo 527 del CPP: "Todo abogado colegiado pertenecerá al Servicio Público de
Defensa (...) El Colegio de Abogados remitirá el listado correspondiente a la Corte
Suprema de Justicia, quien lo remitirá a la Dirección General del Servicio Público de
Defensa para su distribución entre las diferentes secciones".
En principio, todo abogado colegiado tiene obligación de prestar servicio como defensor. Sus
servicios serán remunerados (art. 528 del Código Procesal Penal).
2. El artículo 533 dispone: “Lista de voluntarios. Los casos se distribuirán, en principio, entre
los integrantes de una lista de voluntarios que, a tal fin, confeccionará el Colegio de
Abogados...", y el artículo 534 dice: “En defecto de la lista o cuando, en razón de la
eficiencia del servicio, no se pueda encomendar el caso a un integrante de la lista de
voluntarios, se designará a un integrante del padrón de abogados activos inscritos en el
Colegio, residentes en la sede del tribunal. En su defecto, la Dirección General del Servicio
Público de Defensa Penal proveerá el nombramiento de un defensor específico".
3. El último párrafo del artículo 529 del Código Procesal Penal prescribe: "La Corte Suprema
de Justicia (...) Podrá contratar abogados por una remuneración fija, escogidos de la lista
que el Colegio de Abogados proporcionará anualmente para este efecto”.
Estos abogados actuarán, entonces, excepcionalmente, pues la ley prescribe los supuestos
en que un abogado nombrado como defensor puede salvar la obligación (art. 535 CPP), o
bien ser sustituido. El artículo 534, ya inserto, clarifica, la subsidiariedad de la sustitución.
4. El artículo 537 del Código Procesal Penal faculta a la Presidencia del Organismo Judicial
para que celebre convenios con el Colegio de Abogados, con asociaciones de abogados o
abogados particulares, para la prestación eficiente del servicio.
5. La ley permite también que las facultades de derecho del país organicen bufetes populares
para la prestación del servicio.
Por medio del acuerdo 12-94 de la Corte Suprema de Justicia, se regula la actividad y la
estructura del Servicio Público de Defensa.
∼ Dirección General
∼ Gabinete Jurídico
∼ Secciones departamentales.
4. Las funciones administrativas de la Dirección General, de las cuales las más importantes
son:
6. La ubicación de las secciones departamentales en número de una como mínimo por cada
cabecera departamental.
8. La necesidad de que las secciones cuenten con abogados contratados o voluntarios para
la prestación del servicio.
6.1.4. Implementación
6.1.4.1. Recursos humanos: Como ya se indicó, la ley procesal crea los mecanismos para proveer del
personal técnico necesario para el eficaz funcionamiento del Servicio Público de Defensa.
Sin embargo, al implementar la nueva ley vigente, no se han utilizado con propiedad los
citados mecanismos.
Así, aunque en un principio existió un grupo de abogados voluntarios para prestar el servicio
de defensores, hoy ha desaparecido.
Esto significa que la segunda fuente de recursos para la defensa pública la constituyen todos
los abogados colegiados del país, como se infiere claramente del artículo 527, arriba transcrito. Pero
tampoco este mecanismo ha sido efectivo, pues hasta hoy (octubre de 1995), el Colegio de Abogados
no ha enviado, a la Corte Suprema de Justicia, el listado de abogados elegibles para defensores
públicos.
El Servicio Público de Defensa cuenta actualmente con 27 abogados para todo el país.
Por otra parte, no cuentan con la presencia de defensor los departamentos de: Jalapa, El
Quiché, El Petén, Chiquimula y Huehuetenango.
Esto se traduce en una carga irracional de trabajo para los defensores contratados. En la
capital, por ejemplo, el promedio de casos asignados oscila entre los 220 y 600 casos en trámite. Tal
situación hace humanamente imposible prestar el servicio en forma adecuada.
A lo anterior es importante agregar que la oficina del Servicio Público de Defensa ubicada en
la capital cuenta con 15 personas auxiliares de los abogados, de las cuales la mayoría no poseen
especialización o no han tenido capacitación para el desarrollo de este tipo de trabajo; incluso hay
algunas que no son estudiantes de derecho.
Tampoco se dispone de personal técnico de apoyo, ni del servicio de intérpretes (no se cuenta
siquiera con la posibilidad de contratarlos para casos específicos).
6.1.4.2. Recursos materiales: Los recursos materiales con que cuenta el Servicio de Defensa Pública
son exiguos. La oficina de la capital es la que dispone de más equipo; allí, los abogados y el personal
auxiliar tienen: dos computadoras, una línea telefónica, máquinas de escribir mecánicas, escritorios,
sillas y los útiles de oficina mínimos.
No se cuenta con un sistema ni con los recursos necesarios para la asignación de casos, ni
para el seguimiento y control de estos. Se recurre así al antiguo sistema de registro por libros, y la
asignación de trabajo es totalmente aleatoria.
En los departamentos no existe estructura de ningún tipo para los defensores. En algunos
juzgados, se les ha prestado un escritorio o una silla.
El Servicio de Defensa Pública celebró un convenio con la Universidad Rafael Landívar, por el
que los estudiantes de esta Universidad hacen horas de servicio y apoyo, pero hasta el momento no
ha tenido una coordinación adecuada.
Pueden catalogarse en primer lugar los tradicionalmente contenidos en todos los códigos
procesales, que contemplan la posibbilidad de:
∼ Denunciar (art. 297).
∼ Plantear querella (art. 302).
∼ Constituirse como querellante adhesivo (art. 116).
∼ Actuar como querellante exclusivo.
∼ Participar como actor civil (art. 124).
∼ Plantear cuestiones de competencia (art. 56).
∼ Plantear recusaciones (art. 64).
∼ Interponer excepciones (art. 133).
∼ Renunciar a plazos instituidos en su favor (art. 153).
∼ Proponer consultores técnicos (arts. 141 y 230).
∼ Proponer temas para pericia (art. 231).
∼ Además, se incluye la necesidad de contar con el consentimiento de la víctima para
peritaciones corporales (art. 241).
Este mecanismo consiste en permitir la espera, durante un plazo que fija la ley o el tribunal,
dentro de una escala que permite la ley o el juez, plazo en el cual se suspende el procedimiento bajo
la advertencia de cumplir lo indicado por el tribunal.
6.2.2. Transformación de la acción penal pública en privada
Señala la doctrina: "La llamada ‘privatización’ del conflicto puede llegar por otro camino, por la
vía de la ponderación en el caso concreto (...) como modo de selección de los casos que son incluidos
en el sistema penal (...) cuando el Estado renuncia a perseguir hechos punibles cuya persecución en
principio, le es debida, por falta de interés público, y se expresa el interés privado en perseguir
penalmente, es viable la transformación de la persecución penal pública, permitiendo a la privada, a
expresarse por intermedio del procedimiento regulado para este tipo de acción".4
En el artículo 26, el Código Procesal Penal contiene la llamada "conversión de la acción", que
prescribe la posibilidad de transformar las acciones penales públicas en acciones privadas ejercitadas
únicamente por el agraviado, siempre que no se produzca impacto social y se presenten las
circunstancias siguientes:
En el proceso derogado cuando una persona era detenida, el juez con total discrecionalidad,
podía sujetarla a prisión preventiva, momento a partir del cual comenzaban a correr los 15 días de
plazo para la investigación, que hacia un juez de instrucción, para posteriormente realizar el juicio.
En la práctica el sistema antiguo tenía uno de sus principales ejes en la prisión preventiva,
pues al configurarse realmente el sistema, lo que se obtenía era la prisión sin condena en juicio
previo, de la mayoría de los sindicados. Una constante de presos sin condena: esta era la verdadera
respuesta del sistema penal a la actividad delictiva. Violaba, por supuesto, la mínima legalidad.
Seguramente esa costumbre e ideología represiva constituyen la razón principal para que
todavía hoy el uso arbitrario de la prisión preventiva sea fuente de constantes violaciones de los
derechos humanos dentro del procedimiento penal.
En el nuevo Código Procesal Penal, se han introducido los mecanismos formales necesarios,
que pueden llegar a permitir el uso restringido de la prisión provisional.
1. Los requisitos para dictar prisión preventiva: "Se puede ordenar prisión preventiva,
después de oír al sindicado, cuando medie información sobre la existencia de un hecho
punible y motivos racionales suficientes para creer que el sindicado lo ha cometido o
participado en él. La libertad no debe restringirse sino en los límites absolutamente
indispensables para asegurar la presencia del imputado en el proceso" (artículo 259).
4
Cf. Vivas Usher, Gustavo. “La confesión transaccional”. En: Estudios de Derecho Procesal Penal. Córdoba:
Editorial Lerner, 1992, pág. 233.
Con estos requisitos, la simple sindicación no puede constituir el fundamento de la prisión
preventiva. La información suficiente sobre la existencia del hecho punible y los motivos
racionales suficientes, deben ser producto de la investigación que realiza el Ministerio
Público.
3. Su carácter necesario en los delitos de menor gravedad, salvo que exista peligro de fuga o
obstaculización a la averiguación de la verdad. No se puede aplicar en procesos por delitos
que no tengan pena de prisión o cuando no se espera dicha pena (art. 261).
Los anteriores son los presupuestos más generales que rigen la aplicación de la prisión
preventiva. Junto a estas normas ordinarias para la aplicación y uso de la prisión preventiva, la Corte
Suprema de Justicia ha dictado distintas disposiciones reglamentarias y administrativas para la
implementación del Código y su control.
Sin embargo, las disposiciones relativas a la prisión preventiva contenidas en la circular 11-95
del 21 de febrero de 1995, se han convertido en otro factor aberrante de la ley. Además de interferir en
la independencia de los jueces, afectan directamente el principio de inocencia al restringir las
facultades de los jueces de paz para decidir sobre la situación jurídica de los imputados, con lo cual el
aprisionamiento de las personas constituye detenciones ilegales.
"f) (…) luego de recibida la declaración del imputado remitirán inmediatamente los
expedientes respectivos (…)
"g) En consecuencia, no pueden decretar auto de prisión preventiva, acordar medidas
substitutivas o declarar falta de mérito en aplicación del artículo 272 del Código Procesal
Penal; tampoco pueden sobreseer, clausurar provisionalmente ni conocer del archivo del
proceso dispuesto por el Ministerio Público, ni ejercer cualquiera otra función que no les
esté asignada expresamente por la ley (...)"
Esta disposición impide que en la actualidad los jueces de paz, luego de recibir la declaración
de un sindicado, decidan sobre su situación jurídica dentro del proceso, pues quien debe decidirlo,
según la circular, es el juez de primera instancia. Los jueces de paz se limitan entonces a tomar
declaraciones y, al no resolver sobre la situación jurídica de libertad o prisión en los casos que según
la Corte no les competen, los sindicados quedan ilegalmente detenidos; esto se debe a que, antes de
resolver sobre la situación del sindicado, los jueces de paz deben enviar a jueces "competentes"
(jueces de instancia) por medio de la Corte Suprema de Justicia, la cual designa al juez que conocerá
de los expedientes de trámite.
Las diferentes disposiciones administrativas relacionadas con el tema hacen este traslado
más o menos corto. Especialmente arbitraria es la situación de las personas detenidas a comienzos
de fines de semana, días en que los jueces de instancia no laboran; también esta condición resulta
problemática en los municipios cerca de los cuales no hay un juez de instancia, pues el expediente
debe ser trasladado a veces a grandes distancias y con dificultades de transporte.
En esta parte del trabajo, con el fin de mostrar sucintamente la forma como estos mecanismos
legales se están aplicando, se realizó un estudio de los casos conocidos en un día de por un juzgado
de paz.
De estos 30 casos, 18 fueron calificados como falta: uno como "falta contra los intereses
generales de las poblaciones", dos como "faltas contra las personas" y el resto como "faltas contra las
buenas costumbres".
Todos los sindicados de estas faltas estuvieron detenidos. Seis fueron liberados el mismo día
de su detención; 11 recuperaron su libertad el 22 del mismo mes y año; uno, el 23. De las personas
detenidas, seis eran mujeres.
A todos se los puso en libertad previo pago de una multa asignada por el juez. A nadie se le
realizó juicio por faltas.
De estos datos se puede inferir que continúan sin tener vigencia en estos casos los principios
de inocencia y juicio previo, pues no se le da audiencia de ningún tipo al encausado, y el juez —sin
que medie más que su apreciación personal— impone una sanción.
Los restantes 12 casos fueron calificados como delito: dos por "posesión para el consumo de
drogas" (tráfico ilegal de fármacos, drogas y estupefacientes), uno por "hurto", uno por "robo", uno por
"violación", uno por "daños", dos por "portación ilegal de arma de fuego", uno por "negación de
asistencia económica", uno por "allanamiento" y dos por "lesiones".
A todas las otras personas detenidas se les dictó prisión provisional, luego de ser oídas.
Puede deducirse de todos los casos, que la prisión se dicta automáticamente, sin que en la mayoría
de ellos exista una base objetiva de información que fundamente la medida aplicada, puesto que la
información en la etapa inicial de los procesos resulta insuficiente en la mayoría de los casos como
para dar base a una medida de coerción.
De todos los detenidos por delito, solo una persona fue liberada el mismo día, al aplicársele
una medida substitutiva a la prisión: prometió someterse al procedimiento que por negación de
asistencia económica se le seguía.
De los restantes once casos, pudo constatarse los siguiente: Uno de los detenidos procesado
por posesión para el consumo de drogas fue liberado el 10 de octubre de 1995 tras haber pagado una
fianza. Al procesado por el delito de "hurto", se le concedió una medida sustitutiva el 25 de agosto de
l995, por la que dejó la prisión. El procesado por allanamiento fue liberado el 25 de agosto de 1995,
cuatro días después de que se le dictara prisión; el proceso fue archivado. La persona procesada y
apresada por robo fue liberada el 31 de agosto de 1995, sin que fuera posible determinar la razón por
la que se le puso en libertad. El 28 y 29 de agosto fueron liberados los encausados por lesiones. Las
cinco personas restantes se encuentran todavía presas y, por la reserva que opera en las diligencias,
no es posible conocer el estado de la investigación.
6.3.3. Conclusiones
3. No se respeta el principio de inocencia, ya que en el proceso los jueces actúan con una
lógica contraria a la del principio citado, razonamiento que puede entenderse como una
“lógica de culpabilidad”. Son varias las razones para sostener esto:
a. De todas las personas de la muestra, sola una fue puesta en libertad el día de su detención.
A todas las demás que habían sido imputadas de delitos, les fue motivada prisión desde el
inicio del proceso, sin considerar lo que ordena la ley respecto de la existencia de motivos
suficientes y racionales para tomar tal decisión; ello por que su situación de imputados no
resulta de un proceso anterior de investigación.
A una parte de los imputados se los liberó relativamente rápido, entre cuatro y cinco días
después de ser detenidos, a excepción de uno que fue liberado aproximadamente dos
meses después.
Uno de los mayores avances de la humanidad en materia política ha sido la idea del control y
el equilibrio del poder.
Es necesario subrayar este punto, porque la organización del Poder Judicial difiere de la
estructura de los otros poderes del Estado. El Ejecutivo es unipersonal, organizado verticalmente
según el principio de jerarquía. El Legislativo es un cuerpo colegiado, cuya esencia proviene de la
pluralidad política que permite el debate y asegura la representatividad. El Poder Judicial, por su
parte, es una organización horizontal, en la que cada juez es soberano para decidir el caso,
únicamente sujeto a la ley.
El Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo tienen como regla los casos generales, mientras que
la función del organismo judicial se encuentra dirigida a casos concretos. Frente a la justicia no existen
más que los reclamos de individuos concretos y determinados y esto marca una diferencia esencial:
en la relación del juez con esos casos individuales debe garantizarse la independencia. Se trata de
una independencia frente a los otros poderes y frente a los otros órganos del mismo Poder Judicial,
independencia de actuar frente a todos.
La independencia judicial significa que, en cada caso concreto, el juez, para dictar su fallo,
únicamente se encuentra sujeto a la Constitución y a la ley, y se prohíbe que reciba órdenes de
cualquier tipo o proveniencia. De esta forma se garantiza a cada uno de los ciudadanos que, al juzgar
su caso, sólo se tome en cuenta lo que establece la ley y no la condición personal de las partes en
conflicto.
De acuerdo con la doctrina, el fuero militar es el privilegio del que gozan los miembros del
Ejército a ser juzgados por la jurisdicción castrense en las infracciones características de su estado, y
jurisdicción militar es la competencia especial que ejercen determinados tribunales para conocer en
los delitos o faltas típicamente militares.
Según la Constitución y el Código Militar de 1878, gozan del fuero de guerra los integrantes
del Ejército de Guatemala. En este sentido es necesario definir, a quiénes se considera como tales,
con base en la Ley Constitutiva del Ejército, son integrantes de este:
Es necesario destacar dos situaciones. Una es que, de conformidad con este mismo cuerpo
legal, se considera integrantes del ejército a los oficiales retirados, únicamente para los efectos del
fuero militar; norma que ejemplifica cómo, en Guatemala, el fuero militar es un privilegio, incluso para
personas que formalmente ya no se encuentran en el Ejército.
La otra situación la constituye el caso de los comisionados militares, quienes forman parte,
junto con sus ayudantes, de la fuerza disponible, por lo que también gozan del fuero militar. Los
miembros de las Patrullas de Autodefensa Civil, de acuerdo con la ley que las constituyó, específica-
mente no gozan de fuero militar.
Este precepto constitucional (en relación con el fuero militar) no distingue cuál es la función
jurisdiccional de los tribunales militares. Delimita la competencia en función de calidad de las
personas, y no de la naturaleza del delito.
Hasta julio de 1994, estos tribunales conocían de todos los delitos comunes o militares
cometidos por miembros del Ejército y de los delitos militares cometidos por civiles.
Es evidente que un miembro de una institución jerárquica, como es el Ejército, en la cual sus
miembros son "obedientes y no deliberantes", no puede ejercer la función jurisdiccional, que por el
contrario, requiere un organización horizontal, con independencia.
En primer lugar, porque ese miembro se encuentra sujeto a órdenes; entonces su decisión
está supeditada a la opinión de su superior jerárquico. En el caso del jefe de la zona militar, él está
supeditado al Estado Mayor de la Defensa.
Por otra parte, los juzgados militares actúan en algunas situaciones con extrema dureza. La
idea de que el Código Militar es más severo que el Código Penal, ha sido la justificación del fuero
militar. En este punto se desarrolla un problema de selección directamente relacionado con el rango
de la persona a quien se juzga: cuanto más bajo es el rango del procesado, es mayor el rigor; y
cuanto más alto es el grado del oficial, mayor es la impunidad. Otro caso ilustra dicho extremo: Julián
Chuta, un muchacho que padece retraso mental, fue reclutado para prestar el servicio militar; como su
condición mental no le permitía comprender la idea del servicio, desertó, llevándose consigo las botas
que le habían proporcionado para prestar el servicio; a las pocas horas fue capturado y consignado
por hurto; se necesitaron cinco meses de prisión provisional y tres informes médicos para que la
fiscalía militar desistiera de imponerle una sanción.
Sin duda, la reforma realizada por el nuevo Código significó un avance. No obstante, el tema
aún no se encuentra resuelto, por varias razones importantes.
La primera razón estriba en el hecho de que el Código Militar de 1871 continúa vigente para
los delitos y faltas militares. Este cuerpo normativo adolece de claras inconstitucionalidades, que
pueden resumirse en que no garantiza el derecho de defensa, infringe el principio de inocencia, limita
la participación de la víctima y desvirtúa la independencia judicial.
El segundo motivo radica en que los jueces militares de investigación y del procedimiento
intermedio así como los vocales militares de los tribunales de sentencia, son nombrados por la Corte,
pero de una terna propuesta por el Ministerio de la Defensa, el cual de esta forma, puede ejercer
influencia sobre ellos.
Como tercera causa puede citarse el que los gastos de la justicia militar son cubiertos por el
Ministerio de la Defensa, lo cual desvirtúa toda la independencia presupuestaria del organismo
judicial. En la práctica, esto ha generado que los jueces militares de investigación se encuentren en
instalaciones militares, situación que de nuevo se presta para que, tanto ellos mismos como el resto
de las personas relacionadas con los procesos, sean intimidados o influenciados.
6.4.3. Consecuencias
La existencia del fuero militar atenta contra el principio de igualdad ante la ley. A través de
este se constituye un grupo especial de la comunidad que debe responder ante leyes especiales y ser
juzgado por tribunales también especiales. El fuero militar es un privilegio estamental absolutamente
incompatible con los principios democráticos de ejercicio del poder, pues mediante él, se establece un
grupo de ciudadanos superiores al resto de la comunidad y que merece un trato especial.
Por otra parte, el ejercicio de la jurisdicción por miembros del Ejército o personas que se
encuentran sujetas a su influencia, permite que un grupo social distribuya las sanciones penales de
acuerdo con su conveniencia. Como se observó, las sanciones impuestas por la justicia militar
dependen de a quién se juzga, y no de la gravedad de la conducta objeto del juicio.
El fuero militar tergiversa completamente los fines útiles del sistema penal. Por ejemplo, la
prevención general positiva, una de las principales funciones de la pena, delimita cuáles son los
valores vigentes en la sociedad, a través del castigo a quien los infringe. Pero el mensaje que los
tribunales militares dan a la sociedad, de acuerdo con los casos citados, es que, un teniente tiene
derecho a matar, mientras que el simple robo de unas botas que el sindicado cree propias es
duramente castigado.
Se hace indispensable derogar el Código Militar, vigente desde el siglo XIX. También, reducir
la competencia de los tribunales militares a los delitos y faltas estrictamente militares, los cuales
deberán ser juzgados por el procedimiento común ya que este es respetuoso de las normas del
debido proceso. Y para el caso de los delitos comunes y los delitos militares conexos, es
indispensable que se encuentren a cargo de jueces civiles libres de cualquier interferencia del poder
militar.
La vigencia de la ley procesal inició con una serie de carencias y oposiciones que, justificadas
o no, han incidido en los problemas que se enuncian en el desarrollo del informe. Por ello, se hace
necesaria una evaluación empírica que, además de la interpretación de datos, recoja los problemas
que deja entrever la forma como es aplicada dicha legislación.
Así, la valoración hecha en este informe comprende otros aspectos relevantes para la
adecuada vigencia del Código; tal es el caso de situaciones fácticas que han incidido en la correcta
aplicación de la ley procesal.
6.5.1. Incidencia de la organización de los tribunales del ramo penal en la vigencia del Código
Procesal Penal
Los proyectos se formularon tomando como base lo siguientes factores. Por un lado, la
economía de recursos humanos, físicos y materiales. Por el otro, la facilidad de acceso de la
población a los órganos jurisdiccionales, y del juez hacia los diferentes lugares del territorio sobre el
cual ejerce jurisdicción. También se consideró la equidad en la cantidad de casos a cargo de cada
juez. Estos principios tenían por objeto establecer una estructura que fuera dinámica y que garantizara
la positividad de los principios que informan la legislación procesal.
El artículo 56 de la Ley del Organismo Judicial establece que "Supervisar los Tribunales de la
República es función de la presidencia del Organismo Judicial y también la ejercerá cada Tribunal con
respecto a los del grado inferior que le estén directamente subordinados...". El efecto de esta norma
es la sujeción de los órganos encargados de administrar justicia al criterio de los órganos de superior
grado.
Como se puede ver, la facultad de remover a los jueces es sumamente vaga y da lugar a la
arbitrariedad e inestabilidad de los órganos encargados de administrar justicia.
Por otra parte, es de hacer notar que existe una carencia de normas claras que regulen la
sustitución de los jueces en caso de impedimentos, excusas, recusaciones o ausencias de cualquier
tipo. Estas quedan a discreción de lo dispuesto por la Corte Suprema de Justicia, lo cual atenta contra
la garantía de juez natural, propia de los sistemas republicano y democrático.
a) Juzgados de paz. Los juzgados de paz son los órganos jurisdiccionales que presentan
mayores dificultades en cuanto a la determinación de su competencia funcional dentro del
procedimiento penal, en especial, en lo que se refiere a las facultades que dichos órganos tienen para
realizar actuaciones en sustitución de los jueces de primera instancia.
En la capital, existen 23 estructuras que funcionan como juzgados de paz. Tal situación
representa para el Organismo Judicial un desperdicio de recursos humanos ya que, de conformidad
con el artículo 44, estos órganos tienen competencia para conocer de las faltas y, excepcionalmente,
para actuar en lugar del juez de primera instancia (tomar primera declaración, aplicar el criterio de
oportunidad y coadyuvar en la investigación que realiza el Ministerio Público).
En los departamentos se prorrogó la competencia territorial del anterior sistema y, por lo tanto,
5
Oficio Circular 11-95OBC/AN, del 11 de febrero de 1995.
la mecánica de trabajo no ha variado en cuanto al ámbito territorial que tiene a su cargo cada juzgado.
Sin embargo, se sugiere revisar esta distribución de competencia y, en su caso, promover la
redistribución de competencias, pero, por sobre todo, es importante diseñar un cuerpo único que
regule estas, ya que en la actualidad existen una serie de acuerdos que regulan la competencia de
dichos órganos jurisdiccionales.
Se carece de información sobre la cantidad de casos que llevan estos juzgados; esto se debe
a que se encuentran, de hecho, fuera de la Corte Suprema de Justicia (ni en la Secretaría de la Corte
se puede saber con certeza el lugar donde se ubican estos órganos jurisdiccionales).
6.5.2.2. Datos estadísticos: A la fecha es imposible efectuar la medición real del funcionamiento del
sistema de administración de justicia penal, porque se carece de una forma sistemática y confiable de
recuperación de información.
Esta carencia dificulta una evaluación real del sistema y produce que siempre se esté
trabajando sobre datos que tienen un amplio margen de error, por lo que la planificación e
implementación de programas debe realizarse en forma gradual.
6.5.4.1. Inmediación: La mayoría de los jueces no están dirigiendo la primera declaración del
imputado: La práctica de esta diligencia, así como la adopción de resoluciones judiciales, se continúa
mediatizando a través de los oficiales.
6.5.4.2. Celeridad: Los juzgados siguen con la antigua práctica tribunalicia de dictar las resoluciones
con fecha retroactiva, es decir, que no resuelven las peticiones dentro de los plazos establecidos por
el Código Procesal Penal y la Ley Orgánica del Organismo Judicial.
6.5.4.3. Medidas substitutivas: Se ha generado un movimiento que aduce que la inoperancia del
sistema de administración de justicia se debe a la aplicación de medidas substitutivas a la prisión
preventiva, y que propugna, por lo tanto, por un endurecimiento del sistema penal en el que la pena
privativa de libertad provisional sea la regla general. Con ello se estaría aplicando una sanción penal
anticipada, que afecta en primer lugar el principio de inocencia y legalidad, que permiten aplicar una
sanción penal solamente cuando se ha emitido una sentencia que así lo indique.
Más aún, debe tenerse presente que la reforma del sistema de justicia penal no se
circunscribió simplemente a introducir mecanismos para operativizar las garantías de inmediación,
oralidad, publicidad y contradictorio, sino que otorgó al Ministerio Público la facultad de ejercer la
acción y persecución penal pública, con lo que queda enmarcado en los sistemas garantistas que
surgen con inusual firmeza en Latinoamérica y se constituye en uno de los ejes centrales del estado
de derecho.
Por ello, los ejes rectores del Ministerio Público apuntan a una mayor eficiencia en la
aplicación de justicia, en su nuevo papel de llevar adelante la investigación.
Por ello, la creación del Ministerio Público está vinculada a la abolición del proceso inquisitivo
histórico que reunía en una sola mano (el juez) la actividad persecutoria y su decisión. Su introducción
permitió —por lo menos, y en sus comienzos, representó un buen intento— la separación de ambas
funciones, con las consecuencias prácticas inherentes a la separación de funciones, que posibilita un
contralor que asegure la objetividad e imparcialidad del tribunal.
También posibilitó algo que es tan importante como lo señalado en el párrafo anterior: que el
Ministerio Público se configure como el organismo encargado de controlar a la policía, para que sus
procedimientos se ajusten a las reglas del estado de derecho.
De esta forma, es menester apuntalar la situación institucional del Ministerio Público como
sujeto imparcial en la relación procesal. Su función es absolutamente objetiva, estrictamente jurídica,
se halla dotado de una política criminal transparente y sometido desde el inicio de sus actividades a
los principios básicos de un sistema democrático. Obviamente, que este nuevo diseño del Ministerio
Público es un ingrediente necesario para un mejor ejercicio de la administración de justicia.
También es interesante señalar la incorporación, a las facultades del Ministerio Público, del
principio de oportunidad, que asume el carácter jurídico de una excepción a las reglas de la legalidad
y que permite, en algunos casos especialmente contemplados, prescindir de la persecución penal
pública, previa autorización judicial.
Esto permite reconocer el procedimiento penal como un proceso de selección real, que debe
conducirse políticamente según criterios transparentes de racionalidad e igualdad, compatibles con los
principios democráticos de un estado de derecho anteriormente mencionados, y con un servicio de
justicia estatal eficiente.
Esta selección está asentada en el hecho de que es prácticamente imposible perseguir todos
los hechos punibles, por lo cual, necesariamente, la persecución penal se concentra en ciertas áreas
principales.
En otro orden de cosas, la potestad estatal de producir daño debe ser limitada a través de un
control más riguroso proveniente del protagonismo de cada una de las instancias que componen el
sistema de justicia, sumado a los esfuerzos realizados en ese campo por los ciudadanos en el
ejercicio de sus derechos.
Pertenece a la historia, pero es útil recordarlo, que en la base de la génesis del estado, el
conflicto social es extraído de la voluntad y potestad de sus protagonistas reales, para convertirlo en
un "interés-poder" estatal que configura el más claro ejercicio de control social formal, al quedar en
manos del estado la persecución penal.
Así, y como expresa un teórico del derecho, Ronald Dworkin, "…el grueso del derecho no
puede ser neutral. Debe enunciar, en su mayor parte, la opinión que tiene la mayoría de lo que es el
bien común. La institución de los derechos es, por consiguiente, crucial, porque representa la promesa
que la mayoría hace a las minorías de que la dignidad y la igualdad de éstas serán respetadas".
Sin dejar de considerar que existen una serie de aspectos relevantes para fortalecer el
funcionamiento del Ministerio Público, no es menos importante lo relativo a su organización.
Así, la organización del Ministerio Público está constituida por dos vertientes, que se
complementan mutuamente: la organización técnica y la organización administrativa.
La organización administrativa, de acuerdo con la Ley del Ministerio Público, estará a cargo de
un jefe administrativo, quien realizará la tarea de administración y organización del Ministerio Público.
De acuerdo con el nuevo organigrama elaborado, esta consta de una dirección administrativa
y su respectiva subdirección, que a su vez estará constituida por cuatro departamentos (financiero, de
mantenimiento y servicios generales, de informática, de recursos humanos) y una oficina de
información y archivo general.
Es necesario enfatizar en que la actividad de esta organización debe estar a cargo de las
tareas internas del organismo, así como servir de apoyo a la actividad técnica de la institución.
Por otra parte, la organización técnica del Ministerio Público dispone un tipo organizativo que
toma como base el principio de jerarquía y las funciones que la institución debe cumplir en el marco
jurídico guatemalteco.
Es por ello que, a partir del fiscal general, se estructuran varios niveles de fiscales (fiscales de
distrito, fiscales de sección, agentes fiscales y auxiliares fiscales) con funciones determinadas, que
permiten mayor dinamismo en las tareas que la ley le asigna al Ministerio Público.
Este diseño contempla, en el nivel jerárquico inferior al fiscal general, una organización
territorial (fiscales de distrito) y otra funcional (fiscales de sección). La primera se encuentra referida a
la división territorial del país por regiones, que permita la descentralización de las funciones en
aquellos casos de orden común, lo que conlleva mayor celeridad en la persecución penal pública, así
como el desarrollo de una política criminal homogénea. La segunda se refiere a la estructuración de
un sistema organizativo que permita la centralización de la información y aquellos mecanismos de
persecución que, por su importancia y trascendencia, ameritan un mayor conocimiento de los casos
que se les presentan.
En cuanto a los agentes fiscales, serán los encargados de asistir a los fiscales de distrito y
fiscales de sección, y tendrán a su cargo toda la actuación en el proceso penal.
Los auxiliares fiscales, por su parte, se encargarán de las tareas de investigación y estarán
asignados a un agente fiscal; únicamente podrán intervenir en la fase preparatoria.
Este modelo orgánico permite fortalecer la figura del fiscal general en el área más importante
de la institución: la definición de la política criminal y el ejercicio de la acción y persecución penal;
estas últimas sobre todo en aquellos casos en que se requiera mostrar el poder que se le ha otorgado
al fiscal general.
De allí deviene la separación de actividades y la creación de la figura del jefe administrativo,
quien es el encargado de administrar la institución y aliviar, al fiscal general, de las tareas que implica
dicha área, las que si bien son de gran importancia para el funcionamiento adecuado del Ministerio
Público, debe evitarse que absorban el mayor tiempo del fiscal general.
En el nivel jerárquico medio de la organización funcional del Ministerio Público, entre el fiscal
general y los fiscales de distrito y sección, se establece la Coordinatura de Fiscalías Distritales, la
Coordinatura de Fiscalías de Sección (pendiente de funcionar) y la Coordinatura de la Fiscalía Distrital
Metropolitana.
La ubicación de las fiscalías distritales en los lugares donde existe juzgado de primera
instancia penal, resulta inadecuada. En primer lugar, debido a que los criterios para definir los meca-
nismos de persecución penal son distintos de los que se establecen para la organización judicial y, por
tanto, la ubicación de las fiscalías distritales no necesariamente debe corresponder con dicho modelo
organizativo.
Por otra parte, se debe tener en cuenta que, a pesar de la necesidad que tiene el Ministerio
Público de hacer presencia en todo el territorio nacional, las fiscalías distritales están integradas, en su
mayoría, por oficiales de fiscalía, en lugar de agentes y auxiliares fiscales. Esto crea una presencia
ficticia del Ministerio Público, puesto que la mayoría de personal carece de autorización normativa
para actuar en representación de la institución (ejercer la acción y persecución penal).
El efecto inmediato que tal situación produce es la delegación de funciones, es decir, que los
oficiales realicen tareas que les corresponde desempeñar a los agentes y auxiliares fiscales (la in-
vestigación y formulación de la acusación). En este sentido se tiene, ante todo, una investigación
mediada por personal que carece de legitimidad normativa para ejercer la persecución penal y, en
algunos casos, la acción penal (acusación).
Otro aspecto que se debe contemplar se refiere a la organización de las fiscalías distritales del
interior del país, las que, a la fecha, no cuentan con los subsistemas que fija la ley para ejercer sus
funciones en forma eficiente (Oficina de Atención Permanente6 y Oficina de Atención a la Víctima7).
Estos se encuentran funcionando únicamente en la fiscalía metropolitana, con las limitaciones a que
se hará referencia más adelante.
En el interior del país, la Oficina de Atención Permanente no cuenta con una estructura sólida.
6
La Oficina de Atención Permanente tiene por objeto centralizar la información que ingresa y egresa de las
fiscalías distritales.
7
La Oficina de Atención a la Víctima tiene por objetivo brindar la atención urgente y necesaria a los agraviados.
Se encuentra a cargo de los secretarios de fiscalía o del conserje mensajero, personal que
desempeña las actividades de recepción, distribución y registro de documentos y expedientes que
ingresan y egresan de la institución.
Respecto de las fiscalías de sección, la ley fija la creación de las fiscalías de:
∼ Delitos administrativos
∼ Delitos económicos
∼ Delitos de narcoactividad
∼ Delitos contra el medio ambiente
∼ Asuntos constitucionales, amparos y exhibición personal
∼ Menores o de la niñez
∼ Ejecución
∼ De la Mujer.
En este plano se puede decir que el Ministerio Público no ha fijado los criterio político-
criminales en el nivel nacional ni en el nivel regional.
Por ello es importante tener en claro que el sistema penal cuenta con dos ejes básicos de
fuerte interacción. Por un lado, el área de prevención (básicamente eliminación de facilidades para la
emergencia delictiva y seguridad) y por el otro, el área de administración de justicia (solución de
conflictos y, en su caso, respuesta penal).
De tal modo, la discusión, aprobación y sanción del Código Procesal Penal se realizó bajo tres
elementos contextuales, que aún permanecen.
Como se puede ver, la propuesta de reformas implica una serie de estudios y análisis que
puedan propiciar, además de la información general del sistema, datos específicos vinculados a ellos.
Por tal motivo, es insostenible cualquier propuesta que se funde en apreciaciones personales, sin un
estudio previo que las sustente.
Desde esa perspectiva, la mayoría de las reformas planteadas son irrelevantes, unas; en tanto
que otras son violatorias de los principios constitucionales. Por ende, únicamente acarrearían un
desgaste innecesario de las instituciones estatales. Es preciso recordar que el Congreso de la
República asumió el paso más importante del movimiento reformista guatemalteco al aprobar el
Código Procesal Penal, instrumento jurídico que sirve de modelo e inspiración para Latinoamérica.
La adición al artículo 264 y la introducción del artículo 264 "A" restringen la aplicación de
medidas substitutivas a ciertos delitos. Esta modificación viola el principio de inocencia e igualdad ante
la ley contenido en los artículos 4, 6, 7, 14, 21 y 203 de la Constitución Política de la República; así
como el 8 numeral 2 de la Convención Americana de los Derechos Humanos.
En este apartado se encuentra la adición al artículo 26, con la cual se limita la aplicación de la
conversión para los delitos de hurto y robo simple o agravado.
La adición que se propone para el artículo 464, la cual se refiere al consentimiento que debe
prestar el agraviado para la aplicación del procedimiento preparatorio, introduce un elemento de
congestionamiento del sistema para aquellos casos de poca trascendencia social y agrega un
problema más al Ministerio Público al buscar el consentimiento de la víctima o querellante.
El artículo 200, que elimina la facultad del Ministerio Público para actuar en casos urgentes,
significa limitar la efectividad de la investigación. Con este planteamiento se estaría restringiendo la
eficiencia del Ministerio Público en la investigación de los delitos graves que ameritan una acción
pronta. Esta norma permite un equilibrio importante entre la efectividad y el respeto de las garantías,
valioso para lograr respuestas adecuadas a la población en materia de administración de justicia.
La reforma al artículo 323 reduce la duración del procedimiento preparatorio a dos meses.
Esta reducción podría significar ineficiencia en la investigación del Ministerio Público, especialmente
en procesos por hechos que requieran investigaciones complejas. En este sentido es importante
aclarar que el plazo que fija la ley para la conclusión de la investigación se refiere a aquellos casos en
que existe una persona sujeta a medida de coerción y lo que se trata es de protegerla del daño que
pudiera causarle el encontrarse sujeta a este tipo de medida. Por otra parte, el plazo que se fija es el
máximo y, por lo tanto, puede suceder que la acusación se formule, inclusive, al día siguiente de
realizado el hecho.
Cabe hacer notar que en muchos casos es necesario realizar pericias que requieren un
tiempo largo para obtener los resultados. Forzar la realización de la investigación en un lapso tan corto
impediría que se efectuara una investigación seria y responsable.
7.3. REFORMAS INNECESARIAS
En este apartado se consideran los planteamientos que carecen de significado de fondo. Tal
es el caso de la adición al artículo 24, porque la competencia del juez de instancia para recibir la
querella ya se encuentra regulada en los artículos 87, 302, 303 y 308 del Código Procesal Penal.
Las reformas al artículo 110, que contiene la síntesis de las facultades del Ministerio público,
ya han sido desarrolladas en el Código Procesal Penal, por lo que su existencia o modificación no
altera el contenido de dicho cuerpo normativo.
Las modificaciones a los artículos 125, 129, 130, 131, 132, 135, 138, 278 y 378 introducen
una discusión de términos (reparación o daños por acción civil) irrelevante para los problemas de
fondo. Al final, la acción civil o reparadora pretenden el mismo objetivo: el resarcimiento a la víctima
del daño producido.
El artículo 144 limita la facultad del tribunal de sentencia para constituirse en cualquier lugar
de su competencia. Esto conlleva graves problemas económicos dada la carencias de recursos en el
Organismo Judicial para la creación de lugares adecuados a efectos de realizar el juicio oral. Esta
modificación a su vez limita el principio de publicidad, propio del sistema de administración de justicia
en un estado democrático y republicano.
El artículo 202 adiciona dos párrafos en los que fija un plazo para la devolución de vehículos.
Esta modificación es innecesaria puesto que el Código permite mayor agilidad en este sentido. El
problema planteado se resolvería si los operadores jurídicos funcionaran adecuadamente. De
conformidad con dicha norma, la devolución de los bienes puede hacerse inmediatamente sin
necesidad de fijación de plazo. Es necesario destacar que si los vehículos no constituyen objeto de
investigación, el Ministerio Público es el que debe devolverlos inmediatamente, ya que tiene a su
cargo la etapa preparatoria; de no proceder de dicha manera, el funcionario que los detente incurriría
en el delito de apropiación y retención indebida.
Las modificaciones a los artículos 527 y 529 crean el Consejo de la Defensa Pública. Este
Consejo vendría a congestionar la toma de decisiones y la inoperancia del Servicio Público de
Defensa. Se recomienda que, para su mejor funcionamiento, esta institución quede adscrita al Colegio
de Abogados. La reforma es interesante, no por los argumentos esgrimidos en la exposición de
motivos de las reformas, sino porque con ello se estaría fortaleciendo una institución que al momento
no ha sido apoyada adecuadamente.
8. CONCLUSIONES
2. Especialmente inoperantes en el control de la violencia política, han sido los agentes de la justicia. A
esto se suma que la mayoría de sus intervenciones en conflictos entre ciudadanos significa un
agravamiento de estos, pues su proceder esta cargado de diversas distorsiones y contradicciones,
así como por procedimientos que, además de ser poco garantistas, resultan violentos, burocráticos,
corruptos, miopes ante la diversidad cultural, improvisados, lentos, etc.
3. La Constitución Política de 1985 y los instrumentos internacionales han sentado las bases para la
reconstrucción del orden jurídico nacional, desde un modelo y una concepción que tiene como
principal referencia el respeto de la persona humana, principios de los mecanismos democráticos
para encarar conflictos sociales y la tendencia al desarrollo del estado de derecho. Muchas de las
reformas legislativas aprobadas, entre otras el Código Procesal Penal, la Ley del Ministerio Público y
algunos proyectos de ley, como el de Código Penal, responden a esta estrategia democratizadora.
A esto deben agregarse los acuerdos de paz firmados entre el gobierno y la URNG que en gran
medida apuntalan el proceso de transformación del Estado, pues significan un compromiso, en
especial de parte de las autoridades, de dar vía y apoyo a estas transformaciones.
4. La instauración del Estado va ligada al replanteamiento del actuar de los jueces, como agentes de
control del poder político y como protectores de los derechos de los particulares. La transformación
de la jurisdicción, exigida desde el marco constitucional, implica la reforma total y sustancial de las
leyes procesales, sustantivas y de los reglamentos. En esa coherencia, el nuevo proceso penal
responde a requerimientos de garantismo y eficacia. El modelo procesal que se ha planteado guarda
la lógica de la persecución y sanción de los hechos delictivos, sin recurrir para ello a la violación de
los derechos y garantías individuales.
5. El nuevo procedimiento penal significa un cambio total en la forma de perseguir delitos y aplicar
sanciones por estos en el país. Ha planteado una cambio formal, de un procedimiento inquisitivo a
uno con tendencia a formas acusatorias. Las reglas acusatorias traen consigo, además, un nuevo
papel para los sujetos procesales, pues los obliga a redimensionar su actuación o a potenciarla. El
juez hoy tiene como función principal la de ser custodio de las garantías de los ciudadanos. Se ha
optado, asimismo, por encargar al Ministerio Público el ejercicio de la acción penal, con los objetivos
fundamentales de introducir dentro del proceso un órgano especializado en la actividad investigativa
y de colocar a los jueces en una posición de imparcialidad frente a los asuntos que conocen,
garantía esta —la de imparcialidad— que en el antiguo procedimiento era insubstancial. La
presencia del defensor de los imputados en el proceso constituye un presupuesto básico de validez,
al grado de que su actuación dentro de este es la contraparte necesaria para su desarrollo.
6. Por las razones señaladas, la implementación de la nueva legislación procesal ha sido hasta el
momento traumática, ya que no sólo implica incorporar la oralidad sino también darle materialidad a
las garantías políticas del proceso (juicio previo, estado de inocencia, derecho de defensa, ne bis in
idem, publicidad etc.). Además, estas garantías tienen plena vigencia dentro del desarrollo de la
invesigación, lo que para el órgano encargado (Ministerio Público) ha tenido carácter de cambio total
en la forma de pensarse como institución y en sus maneras de actuación (baste recordar el exiguo
papel que los fiscales cumplían en procedimiento derogado). Hasta el momento, el Servicio Público
de Defensa no ha podido responder en forma mínima a las exigencias de la nueva forma de
aplicación de la justicia, debido en gran medida las distintas carencias que este Servicio tiene. Esta
situación ha generado impaciencia en algunos sectores, que pretenden modificar el Código, sin
antes realizar los esfuerzos necesarios para realizar su implementación adecuada.
7. La deficiente preparación de los operadores del sistema jurídico nacional y la cultura jurídica
imperante (reñida tradicionalmente con las formas democráticas de aplicación del derecho),
constituyen otro de los problemas que enfrenta la implementación del Código Procesal Penal y la
reforma de la justicia en general. Los diversos esfuerzos de capacitación hacia los operadores han
aliviado en mínima medida esta situación. Por su parte, la respuesta de los centros superiores de
enseñanza (universidades) ha sido exigua en este campo.
Esto último representa un grave peligro, pues la transformación de la justicia sin cambios en la
ideología jurídica de parte, al menos, de los operadores del sistema de justicia y su capacitación
técnica, limitará sobremanera los alcances sustanciales de la reforma
8. La Ley del Organismo Judicial es, tal vez, el principal obstáculo formal que la judicatura enfrenta para
el adecuado desempeño de sus funciones. La presidencia del Organismo Judicial, por esta ley, se
halla facultada para ejercer un conjunto de disposiciones y sanciones para los jueces, cuyo principal
resultado ha sido restarles independencia. Se suma a esto, la indebida práctica de la Corte Suprema
de Justicia, de hacer interpretaciones de la ley mediante disposiciones administrativas (acuerdos,
circulares) obligatorias para los jueces. Ejemplo de ello es el caso del acuerdo girado a los jueces
para indicar quién esta asignado para aplicar la prisión preventiva.
9. El mal uso de la prisión preventiva causa distorsiones en el sistema penal, las cuales se traducen en
problemas para la mayoría de los operadores de este. Por solo resaltar uno, los defensores y fiscales
desempeñan sus actividades bajo la presión, de que, dentro de los procesos que siguen
regularmente, hay personas detenidas, por lo cual restan importancia al resto de investigaciones y
defensas a su cargo, y, por supuesto, nulifican la garantía de presunción de inocencia. La prisión
preventiva continúa siendo la regla y no la excepción.
10. Para el sistema penitenciario, el gran número de presos sin condena significa un elemento
deformante, pues resta presupuesto y espacio dentro de los centros de detención. Esta saturación
impide llenar mínimamente las necesidades de los reclusos y hace imposible la resocialización que,
por imperativo constitucional, persigue la pena privativa de libertad en Guatemala. El 70% de la
población presidiaria se encuentra detenida preventivamente.
12. Hasta hoy el fuero militar ha servido para que quienes están sujetos a él burlen la aplicación de la
justicia. La renovación del sistema jurídico del país y la democratización de la sociedad exigen la
eliminación de todos los fueros que vayan en contra del proceso. El fuero militar debe juzgar delitos
estrictamente militares. Los miembros del Ejército deben ser tratados en forma igualitaria al resto de
la población al cometer delitos comunes.
13. Los logros legales alcanzados enfrentan la amenaza de reformas legales improvisadas y cargadas
ideológicamente por campañas de ley y orden, que de ser aprobadas, trastocaran los diseños que la
reforma trata de implementar y resultarán al final en más violaciones de derechos.