Blanco Andres Eloy - El Cristo de Las Violetas
Blanco Andres Eloy - El Cristo de Las Violetas
Blanco Andres Eloy - El Cristo de Las Violetas
Dos briseras para cirios le hacen guardia. Por el arcodel fondo se ve un patio con
matas de granados. A la izquierda se prolonga elcorredor; un grabe tinajón pegado a
una columna; los personajes aparecen en la tertulia, en una rueda de sillas y
mecedoras.
DOÑA MARÍA ANTONIA. - ¡Por Dios, qué silencio! ¡Por qué hemos quedado así?
VALENTINA.- Culpa de Gabriel. Hijo mío, tus cuentos son más tristes que una urna.
Hombre, no tiene gracia eso de venir a contarnos cosas malas a estas horas.
GABRIEL CAMACHO.- No, no es el cuento... Es el aire que está triste. Es que todo
está preparado para el quebranto. Ese cuento lo refiero yo en cualquier otro díay pasa
sin hacer daño; pero hoy está lloviendo pena.
MARÍA ANTONIA.- ¿Pena? Pena me da a mi don Fernando que viene aquí a pasar
un buen rato y se ha quedado el pobre con una cara de enfermo...
DON FERNANDO.- Tiene razón Gabriel. Hay momentos en que la melancolía viene
sin llamarla. Somos como los árboles. Sombra y fruto tenemos, pero no siempre
cantanlos pájaros. Es el cielo quien nos manda el ave que viene alegre y la que viene
triste. No es culpa nuestra...
MARÍA ANTONIA.- Pero hoy es un día en que han llegado los pájaros cantando. Las
noticias que usted nos ha traído son para estar de fiesta, don Fernando. Y quiera
Nuestro Señor que no cambien.
DON FERNANDO.- Dios querrá que no cambien. Mis noticias son buenas. El está
mejor. Mejor, no más; no podemos pedir más por ahora...
MARÍA ANTONIA.- Ese, es una copia. El Cristo está en Guacara. Lo trajo de Italia
el señor Wallis. Es muy hermoso. Cuando fuimos a las minas le conocimos y nos
gustó tanto que mandé hacer una copia. Y Luisa lo ha confirmado el Cristo de las
Violetas. Verá usted: El Cristo tiene las manos, los pies y los labios como las violetas.
La pobre ciega que no podía admirarlo hacía que Valentina y Margarita se lo
explicaran. Y entonces nos dijo: "Pues para mí se llama Cristo de las Violetas..." Y así
se quedó.
DON FERNANDO.- ¡Pobre Luisita! Parece mentira que unos ojos tan hermosos
notengan luz. Y dígame, doña María Antonia, ¿no se ha sabido nada de Avendaño?
MARÍA ANTONIA.- Nada, cuando mi hermano salió para oriente, aquello era un
desastre. Como todo el pueblo huía, todo era confusión. ¡Ay!, ¡ese año 14 fue un mal
sueño! El Capitán Avendaño - ¿te acuerdas, Gabriel?- qué guapo hombre, gallardo y
un jinete estupendo; el capitán Avendaño marchó de los primeros. Yo les había
tomado ya cariño a esas dos niñas, y cuando él me las confió las recibí con alegría... Y
no me he arrepentido hasta hoy. Y ve usted, son como mis hijas. Su padre, quien sabe
dónde habrá caído de su caballo para no levantarse más. ¡Pobre patriota, que probó la
peor parte de la patria en el peor de los años!...
DON FERNANDO.- Sí recuerdo todo eso. Hicimos mil averiguaciones. El Libertador
estaba desolado por la desaparición de su llanero.
VALENTINA.- Y luego la desgracia de Luisa, tan rápida, tan inesperada nos ha hecho
quererla más...
VALENTINA.- No... estaba muy bien, muy alegre... una noche se acostó como
siempre y al día siguiente nos llamó llorando; estaba ciega, ciega sin saber por qué. Lo
único que dice fue que tuvo un sueño raro, así como de llamaradas, de relámpagos, no
sé; en fin, quedó ciega la pobrecita... Y es tan dulce, tan piadosa, que ni se lamenta
ya... vive sonreida... más llora Margarita de verla a ella ciega.
DON FERNANDO.- Es lamentable, pero hermoso verlas a las dos. Cuando Margarita
le vas sirviendo de lazarillo, más bien parece que fuera Luisa la que conduce a
Margarita; porque la ciega vas sonriente y la otra lleva los ojos marcados de congoja...
DON FERNANDO.- ¡Hola, hola! ¿Como que hay algo más? ¿Amorcitos?
VALENTINA.- No, mamá. Amorcitos, no; amor, acaso, pero honrado y paciente
amor. Margarita nunca hará lo que tú no apruebes.
GABRIEL.- Eso es más complicado... A ver, Valentina; explica eso; creo que don
Fernando es de la casa.
MARÍA ANTONIA.- Pues a ti te dura, porque lo que has dicho es una tontería.
GABRIEL.- No lo niego. Pero ¿quién es el galán?, porque no creo que la niña
Margarita se haya enamorado del cielo ni de las nubes...
VALENTINA.- No hay nada todavía. Ella sabe muy bien que a mamá no le gusta.
MARÍA ANTONIA.- Juan Antonio Velasco, el españolito... ¡Pobre hermano mío, tan
grande y tan amargo!
DON FERNANDO.- Por amor, doña María Antonia, grande por amor, amargo por
amor.. no lo olvide usted... Cuando vea usted llorar a Margarita, procure usted hacerla
ni tan grande ni tan amarga...
MARGARITA.- Valentina, Valentina, mira lo que nos traen. Fíjate, ¡qué naranjas!
DON FERNANDO.- Aquí está Don Fernando, Luisita, mirándote esa cara de sol...
LUISA.- No sea malo, Don Fernando, que si yo pudiera verlo sabría que se está
riendo de mí...
LUISA.- ¡Pomarrosa! !Pomarrosa!, !pasa, ven! Entra Pomarrosa fresca y jovial, con
un cesto lleno de frutas y flores.
POMARROSA.- Un poco, niña Luisita, un poco no más... Fue porque me dio pena.
Usté sabe que uno con los patriotas se tié que portá bien; ¿guá, y el patriotismo?
además... que yo le debí algo.. Como él me había dao unas violetas hacen días, y a mí
no me gusta quedarme con nada, fui y se las devolví ahora. No vaya a crecé el
patriota...
GABRIEL.- ¡Claro! No vaya a creer el patriota que tú te quedas con lo suyo, ¿verdad?
POMARROSA.- Asina es. Y yo soy asina. Cada vez que él me da algo no se pasa una
semana sin que yo le dé aunque sea unas flores... No vaya a creé...
GABRIEL.- Eso es... No vaya a creer que a ti te hacen falta sus regalos, ¿verdad?
POMARROSA.- Asina es. Usté ve, estos claveles que tengo en la cabeza me los dio
ahoritica. Yo soy asina; yo mañana o pasado le doy unas flores e un vasito écarato que
yo hago muy bueno..., no vaya a creé...
MARÍA ANTONIA.- ¡Cierto! Eres muy honrada, Pomarrosa. No quieres deberle nada
al patriota, ¿verdad?
POMARROSA.- Tanto como nada no, doña María Antonia..., que él no da pa que yo
le pague; él me da de su espontáneo; y él es muy patriota pa cobrá; y hay cosas que no
se pagan nunca; pero yo sé como son los patriotas, doña María Antonia, que en la
guerra se acostumbran a ersiguí y son muy ersigidores; por eso es que yo soy asina,
pago ligero pa que no cobren demás. Asina es...
VALENTINA.- !Mercedes, aquí está mercedes! Pero ¿qué te pasa?, vienes como si te
hubieran regañado en la calle.
GABRIEL.- ¡Otra que viene triste! ¡Hombre!, !no parece sino que todo el mundo
hubiera escuhado hoy en el cuento que yo conté!
MERCEDES.- Ni sé. Me dio mucho miedo. Cuando yo tengo miedo no oigo nada...
LUISA.- Nada, nada, don Fernando, parece que algo pincha en estas violetas.
DON FERNANDO.- A ver... No, no hay nada que pinche, Luisita (bajo). No hay nada
que pinche en las violetas, hija mía..., pero hay algo en la voz que duele un poco...
DON FERNANDO.- (sin apartar la vistas de Luisita).- Decía usted, doña María
Antonia, que ha recibido unas lindas tinajas de Guayaquil. ¿Ha sabido usted algo del
general Sucre?
MARÍA ANTONIA.- Sí, ya debe haber llegado a Quito. Las noticias son malas; esas
gentes de Pasto y esas gentes de Bogotá no pueden ver al mariscal. Y es claro. El
mariscal es Bolívar. Los Azuero y los Santander y los Obando no pueden vivir la
misma vida de los Bolívar, de los Sucre y de los Urdaneta... Tengo un miedo a veces,
don Fernando. Fuera de usted, Sucre y Urdaneta, no nos quedan diez amigos... Pero
venga usted a ver las tinajas...
DON FERNANDO.- Nada, niña mía, nada. Pero estos ojos que han visto tan lejos y
en tanta miseria oscura, cómo no han de ver algo en tu vida tan clara y tan hermosa.
Yo sé muy bien, Luisita, que hay momentos que hasta las violetas tienen espinas...
LUISA.- Mira, Margarita, ¿tú has visto nada más triste que una mujer llorando? ¿No
verdad? Pues figúrate lo triste que será una ciega llorando. Por eso, por no entristecer
a nadie, estoy siempre sonreida. Pero cómo será de doloroso ver unos ojos que parece
que no tienen luz y de pronto empieza a brotar de ellos unos hilos luminosos de una
luz que no ha servido para alumbrar, para ver, pero sirve para rogar, para pedir y para
decir a doña María Antonia: Margarita está enamorada y yo quiero que se case con su
novio. Y entonces ella tendrá miedo de que se vacíen mis ojos, como dos vasos que
sólo sirven para llenarse de agua...,y entonces, sin vista y sin lágrimas, para qué van a
servir... Ella hará lo que yo le pida, porque no querrá quitar a mis ojos el llanto que les
queda, que es lo único que les queda...
MARGARITA.- No, no... Que tú vayas a estar llorando media vida para que yo...No...
Yo le diré a Juan Antonio que no venga, que se vaya lejos...
LUISA.- Tú no le dirás nada de eso a Juan Antonio. Porque yo le diré entonces que
todo eso es mentira tuya y que doña María Antonia no quiere que él se vaya... Oye,
Margarita, nadie ve mejor ciertas cosas que los ciegos... Ustedes ven hacia fuera.
Nosotros vemos hacia adentro...
DON FERNANDO (entrando. Ellas se callan al verlo).- ¿Por qué se callan? ¿por qué
te callas Luisita? No vengan a decirle a un viejo romántico que está de más aquí.
Mira, Margarita, eso que te está diciendo Luisa es lo cierto. No vayas a cometer la
tontería de decirle a Juan Antonio que se vaya. Hoy no lo quieren aquí. Mejor. Así te
querrá más mañana; la guerra que hoy le hacen aumenta su afán, mientras más le
cueste lograrte, más te querrá. Así fuimos los patriotas; mucha pena y mucha sangre
ha tenido que costarnos esta tierra para quererla como la queremos. Así es mejor...,
que te niegue un poco doña María Antonia, te querrá más tu españolito... Queremos
más a las mujeres por lo poco que nos niegan que por lo mucho que nos dan...
DON FERNANDO.- ¡Quién sabe, hijita mía, quién sabe! Acaso haya sido yo buzo
alguna vez y haya llegado hasta el fondo de las tinajas que vinieron de Guayaquil...
LUISA.- ¿Tú te acuerdas, Margarita, del año 20, en el Ingenio?... ¡Cuántos oficiales,
cuánto lujo, cuántas armas! El Libertador iba muy contento. Aquella noche de la fiesta
fue. Un oficial rubio de patillas rosadas me tomó del brazo. Mientras bailábamos él
hablaba. Yo no he escuchado jamás una voz más dulce y al mismo tiempo más fuerte.
Era una voz metálica y apasionada. No creo que haya nadie más noble que él en la
tierra... Aquello fue como un sueño bueno. Nos dijimos mil cosas. Él prometió; él
prometió que volvería. Yo lo esperé mucho tiempo; me impacientaba su tardanza.
Supe que había prosperado. Yo lo sabía; yo sabía que él sería muy grande, el más
grande después de El Libertador. Yo sabía que él era el hijo, el más grande después
del padre... Cuando vino aquello de mis ojos, me acosté pensando en él, me dormí
pensando en él. Pero tuve una pesadilla horrible. Le veía sobre un volcán, rodeado de
fuego. Oía el ruido de los cañones; la muerte pasaba sobre él y él la saludaba sonriente
y agitando una bandera. Le vi coronada de llamas volar hasta una llanura
ensangrentada... Y de pronto todo fue oscuro; era una selva, una selva espantosa; él
iba solo... De pronto una llamarada salió de los árboles y él cayó desplomado... y todo
quedó otra vez oscuro... Desperté y todo seguía oscuro... oscuro... y todo está oscuro
todavía... (Pausa).
Luego supe que era glorioso, que había salvado a Colombia en Ayacucho, que era el
gran mariscal; el volcán acaso era el Pichincha; y supe que era presidente de Bolivia...
y supe que se había casado con una marquesa...(Pausa) Pero eso no me dolía, porque
ya yo no lo esperaba... Es más... no quería que volviera... ¿Para qué, para no verle?...
Y así está mejor... Él es mío de todos modos... y hasta creo que va a venir algún día a
cumplir lo que me ofreció. ¡A mi no me importa esa marquesa!... Es mío (Ríe) Me lo
ha ofrecido el Cristo de las Violetas... Si viene más viejo o más feo, no me importa,
porque yo... yo no lo veré (Solloza)Todos han quedado silenciosos. Entra María
Antonia.
DON FERNANDO.- Nada..., otro cuento triste, otra hora sin pájaros en el árbol.
MARÍA ANTONIA.- No quiero que llores, Luisa... Ya sé, ya sé que hay mucha sed
en el mundo. Que se llenen de agua todas las tinajas del mundo para la sed de todos
los sedientos, pero que no se llenen de tus lágrimas mis tinajas de Guayaquil...Entra
Gabriel, precedido por un negrito que trae refrescos.
GABRIEL.- Vaya, aquí hay agua para los sedientos. Se acabó la tristeza.
LUISA.- ¿Es Valerio?. Ven acá. Ya sé que le robas los mangos a Pomarrosa, me lo
dijo antier. Si le sigues robando los mangos a Pomarrosa, le voy a pedir a Dios que te
deje negrito para toda la vida.Entre las risas ofrece Margarita los refrescos y en medio
de la conversación llega Pedro, el criado, algo agitado.
PEDRO.- Señora...
PEDRO.- Señora, la plaza del mercado está llena de gente... Parece que hay revuelta...
Están gritando los patriotas...
PEDRO.- Las gentes llaman a don Fernando a la puerta de la Intendencia. Parece que
hay noticias malas. Y están matando a uno...
PEDRO.- Por español, señora; dicen que han cometido un gran crimen y que los
godos son los culpables. Dicen que los granadinos y los godos se han juntado para
matar a los patriotas y que hay que matarlos a ellos... Anda todo revuelto y por esas
calles están trancando las puertas...
MARÍA ANTONIA.- Algo habrá cuando el pueblo se agita. Algo nuevo y muy malo
habrá caído sobre esta tierra que no se cansa de sufrir.
VALENTINA.- !Dios mío! ¿Qué será? Don Fernando, ¿usted no sabe nada?
JUAN ANTONIO.- Lo que usted desee, doña María Antonia. Una noticia espantosa
ha llegado a Caracas. El pueblo anda loco, quieren matar a los españoles y a los
granadinos. Yo he venido a salvarme en esta casa del mal grande de los colombianos.
Usted dirá.
MARÍA ANTONIA.- ¿Yo diré?, yo diré que usted, si es español culpable, debía huir
de esta casa que es la casa de los patriotas.
JUAN ANTONIO.- No soy culpable, soy español. Y vengo al lado de una mujer que
me quiere.
JUAN ANTONIO.- Al llegar le dije a usted, señora, que yo deseaba lo que usted
deseara. Buenos días.
MARGARITA.- ¡No..!
DON FERNANDO.- Espere usted un momento, Juan Antonio. ¿Qué noticia esa esa
que todos saben y que yo no sé?
JUAN ANTONIO.- Dicen que han asesinado al Mariscal de Ayacucho. Luisa queda
de pie como alucinada por el golpe. LUISA.- Que... han asesinado... al ... mariscal...
de Ayacucho... Que... han asesinado... al... mariscal... de Ayacucho...Valentina la
sostiene en sus brazos.
JUAN ANTONIO.- Es cierto, señora... Hay una comunicación para don Fernado, pero
al mismo tiempo la noticia ha llegado por otros órganos. Es cierto. El 4 de junio fue
asesinado el mariscal de Ayacucho en la montaña de Berruecos.
JUAN ANTONIO.- Cálmate. De aquí me iré; de aquí me llevarán. Pero no creas que
he venido a esconderme, a salvarme. No, he venido a saber lo que sé; he venido a
verte; he venido a preguntar si tú eras posible par mí, a preguntarle a doña María
Antonia si mi esperanza era justa. Si ella me hubiera dicho: allí está mi hija, te la doy,
entonces me hubiera escondido para salvarme. Pero ahora, ahora ya sé. Ahora ya no
me importa que me asesinen delante de tu misma casa... La guerra es así... Ganar la
vida es una batalla inútil si con ella no se gana el amor. Yo gané mi mejor batalla
contigo, la perdí con doña María Antonia. Con los Bolívar no podemos luchar los
españoles...
LUISA.- No, a ti no te matarán, Juan Antonio. Tú verás. Ese que está ahí se llama el
Cristo de las Violetas y es patriota y español. A ti no te matarán.
LUISA.- No, Juan Antonio, si ya no es dolor; ya estoy bien; ¿no me ves sonreida?...
Margarita, ¿te acuerdas de lo que contaba hace un momento? ¿Te acuerdas? Te dije
que él era mío, mío de todos modos; te dije que él vendría a cumplir lo que me
ofreció; y ya tú ves, él ha venido. Ahora le han matado y ahora no quedará de él sino
el recuerdo; y el recuerdo es mío, Margarita, mío solo; ni su pueblo, ni su espada, ni
su marquesa me lo van a quitar ahora... ¡Que venga la marquesa a quitármelo! ES
mío, mío, mío...
LUISA.- Sí, !bienaventurados los ciegos, porque ellos verán a Dios!; bienaventurados
los ciegos, porque ellos no perderán nunca el recuerdo; bienaventurados los ciegos,
porque su amor no puede morir jamás en su universo de sombra; bienaventurados los
que no podrán ver los ojos del amado porque así siempre los llevarán consigo...
MARÍA ANTONIA.- Margarita... Toma, ponle esta vela al Cristo, por el alma del
gran Mariscal de Ayacucho...
LUISA.- Doña María Antonia, doña María Antonia..., no..., no le ponga usted
lavela..., no..., velas no, que yo no veo..., que yo no veo la luz... Tome...,póngale usted
violetas al Cristo de las Violetas. Violetas... Doña María Antonia, que yo pueda
olerlas... póngale usted violetas por su alma..., que huela un poco para él que no tiene
ojos...Pausa. Margarita lleva las violetas al Cristo.
Luisa queda en el centro, mirando hacia delante, alta la cabeza dolorosa, como
buscando el cielo. Juan Antonio, respetuoso y sereno. María Antonia atraviesa
lentamente la escena, viendo fijamente a Juan Antonio.
TELÓN