Las Casas Más Importantes de Bolívar
Las Casas Más Importantes de Bolívar
Las Casas Más Importantes de Bolívar
Simón Bolívar
Por Roque D. Favale
Frente de la Casa Natal- Grabado 1883 Casa Natal del Libertador en la actualidad
Lima es la capital del Perú, cuenta en la actualidad con casi ocho millones de
habitantes, lo que la coloca entre las más pobladas de América del sur. Fue fundada por
el conquistador Francisco Pizarro, con el nombre de Ciudad de los Reyes, el 18 de enero
de 1535, cuando ya llegaba a su fin la conquista del imperio de los incas, iniciada tres
años antes. La corona española reconoció la fundación al año siguiente y posteriormente
el emperador Carlos V confirió un escudo de armas a la ciudad, pero lo que cambió
definitivamente el presente y el futuro de la urbe, fue su designación en el año 1543
como capital del Virreinato del Perú y sede de una Real Audiencia, transformando
completamente al anodino poblado a orillas del rio Rímac en la más importante y
deslumbrante urbe de la América española.
A esta ciudad, constituida en un
verdadero símbolo de la dominación
colonial, arribó Simón Bolívar el 1º de
septiembre del año 1823, en calidad de
Libertador. Se acercaron al puerto del
Callao a recibirlo con honores al son de
las salvas disparadas desde la fortaleza
del Real Felipe, el presidente Torre
Tagle, el alcalde y varios funcionarios
que pusieron a sus órdenes la opulenta
carroza de seis ruedas que perteneciera
al Virrey, con sus lacayos enfundados
en sus calzones cortos de seda, medias
blancas y empolvadas pelucas. Una gran
multitud de excitados y apretujados
pobladores lo vitorearon y acompañaron
a lo largo de unos diez kilómetros, desde
la desértica costa del Pacífico hasta la
ciudad de Lima, a través de un camino
bordeado de esbeltos álamos que unía
ambos puntos, bajo cuya sombra y fresca
brisa presentaban sus armas al héroe los La Lima que conoció Bolívar
soldados del heterogéneo ejército colombiano.
Siendo tan sólo un niño, en aquella casa natal de la ciudad de Caracas, el
pequeño Simón había comenzado a escuchar encendidos comentarios sobre las
maravillas de tan portentosa ciudad, seno de las más distinguidas muestras de lujo y
sofisticación, que se notaban en su arquitectura, en el refinamiento de las mujeres, en la
opulencia de la vestimenta de los caballeros y en su agitada vida cultural y social.
Bolívar pudo ver finalmente con sus propios ojos que la fama de Lima estaba muy bien
ganada. Quizá, al comenzar a transitar en su carro por las calles adoquinadas, se haya
sentido inmerso en algo así como una mezcla de Sevilla y París enclavada en medio del
desierto sudamericano, al ver la impresionante calidad de algunas edificaciones, los
deslumbrantes balcones de madera labrada que desafiaban la imaginación del más febril
artista, de las blancas cúpulas de sus innumerables iglesias barrocas. Pero aún así, todo
ese lujo y sofisticación que apreciaba, era percibido por él como un tanto apagado,
opaco, y comprendió que en aquel momento la orgullosa urbe intentaba expresar su
lamento por el mal que la aquejaba. En efecto, a su llegada el desorden en la pomposa
ciudad era notable. Todo había comenzado a generarse cuando el general San Martín,
luego de declarar la independencia del Perú, se impuso a sí mismo un voluntario
destierro que sumió al territorio en medio de una convulsión. Los realistas se
aprovecharon oportunamente de la situación de desconcierto y habían invadido y
saqueado cruelmente la ciudad durante varios días, no mucho tiempo antes del arribo de
Bolívar. Pero el Libertador había llegado, ya se encontraba en Lima y él sintió que su
misión estaba por comenzar: la consolidación definitiva de la independencia del Perú.
A pesar de esta primera sensación de júbilo, casi de inmediato, el Libertador se
sintió incómodo al percibir la situación política existente en el Perú, por haber quedado
atrapado en medio de una guerra civil en la cual él no quería intervenir. Llegó a
manifestar su arrepentimiento por su decisión de viajar a Lima, luego de la tremenda
felicidad que le había proporcionado el apoteósico recibimiento. Pero su estado de
ánimo comenzó a cambiar nuevamente cuando dejó el palacio virreinal limeño para
dirigirse a la nueva residencia que le había sido cedida por las autoridades: el Palacio de
la Magdalena.
La localidad de la Magdalena Vieja era un pequeño y tranquilo poblado rural,
cercano al mar, a unos doce quilómetros al noroeste de la ciudad de Lima, cuyo origen
se remontaba al año 1557, cuando sobre terrenos donados por el Cacique Gonzalo
Taulichusco, se erigió un templo perteneciente a la Doctrina de Santa María
Magdalena, bajo el auspicio de la Orden Franciscana, alrededor del cual comenzó su
desarrollo.
En el año 1821, el general Don José de San Martín, protector del Perú, lo
rebautizó como Pueblo Libre en reconocimiento al espíritu patriótico de sus habitantes,
reemplazando su antigua denominación que databa del año 1672, y con ese nombre,
salvo alguna interrupción, se ha mantenido hasta el día de hoy.
Pero los momentos compartidos por Simón Bolívar con Manuela Sáenz dentro de
los muros de esta residencia, no fueron sólo momentos de edulcorado romanticismo,
sino también de tórridas pasiones de alcoba. Ambos amantes tenían fuertes
personalidades, y a menudo estas colisionaban. Quizá el episodio más conocido en este
sentido es aquel que sucedió cuando cierta noche en que el Libertador había pasado una
de sus habituales veladas de fiestas en Lima, regresó a la villa de la Magdalena con una
dama con quien pasó la noche. A la tarde siguiente, Manuela, que en ese momento
estaba residiendo con su marido Thorne, encontró un pendiente sobre la cama, y presa
de un arrebato de celos, luego de llantos y recriminaciones, se abalanzó sobre Bolívar
clavándole las uñas sobre el rostro y mordiéndole la oreja hasta sangrar. El Libertador,
héroe de innumerables batallas, no pudo sacarse a su enfurecida amante de encima,
hasta que fue socorrido por dos edecanes, que la tomaron firmemente y la sacaron de la
habitación por la fuerza. Las marcas de la batalla doméstica en el rostro de Simón
permanecieron como mudo testimonio de lo sucedido, por más de una semana, tiempo
durante el cual redujo al mínimo sus apariciones públicas para ocultar los rastros de la
tremenda gresca.
Todo fue maravilloso para Simón Bolívar hasta que un día de 1826, el
enrarecimiento del ambiente en Lima hacia su figura, la complicada situación en Bogotá
y su incómoda sensación de que estaba siendo traicionado por Francisco de Paula
Santander, lo llevó a tomar la involuntaria decisión de partir con urgencia, hacia El
Callao para embarcarse en el bergantín Congreso y dirigirse hacia el norte, tres años y
dos días después de su arribo al Perú. Terminaba su etapa de Lima, su vida en el Palacio
de la Magdalena, y podría decirse que también terminaba la vida que más le gustaba, su
vida de soldado, de militar (“…de hallarme entre lo que más me agrada, entre los
soldados y la guerra”), y se dirigía con pesar a dar inicio a la vida que menos deseaba:
la vida de Político.
En la actualidad, la residencia es una auténtica maravilla histórica y, si bien es un
museo independiente denominado Palacio o Quinta de los Libertadores, en cuyos
salones se exponen al público objetos como un poncho cusqueño, el reloj de campaña,
el catre, el baúl y una espada que pertenecieron a Bolívar; la réplica del sable del
general San Martín y una mesa donde éste firmó importantes documentos; una mesa de
noche, un espejo y un tocador femenino que pertenecieron a Manuela Sáenz, y la capilla
con su retablo colonial, además de importantes obras pictóricas de renombrados artistas,
se encuentra integrado al extenso complejo museográfico creado en el año 1993,
denominado Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú.
relajado de desbordante naturaleza, enmarcado por los robles, cipreses y cedros que se
deslizaban por la ladera del cerro cual verde cascada hasta su jardín, debe haber sido
considerado por el Libertador como uno de los sitios más disfrutados en sus momentos
de descanso, y también uno de los más queridos. En realidad no cabe duda de esto, ya
que incluso lo dejó manifestado por escrito en cartas de puño y letra, como en una en
la cual manifestó a Francisco de Paula Santander:
Entre 1821 y 1826, período que duró su ausencia de Bogotá, un pariente suyo,
llamado Anacleto Clemente, residió en la quinta y al abandonarla la dejó en un estado
de conservación tan lamentable que casi no era posible habitarla. Al encontrarse
próximo el regreso de Bolívar, ya que se sabía que volvería a la ciudad luego de
abandonar Perú, se resolvió que la quinta debía ser restaurada para su llegada, y
entonces el 6 de agosto de 1826, Santander le envió una carta contándole lo siguiente:
Y Manuela Sáenz, como nadie más, cumple con los deseos del Libertador:
Manuelita arribó a la Quinta una noche de enero 1828, luego de cabalgar a lo largo de
mil quinientos kilómetros, más de un mes después de haber dejado Lima, para
entregarse a los brazos de su amado. A partir de este momento la vida en la Quinta
sufrió una profunda transformación, convirtiéndose en algunos aspectos en un calco de
lo que había sido la Villa de la Magdalena de Lima durante su residencia allí, pero en
igual medida, también se transformaron la vida de Bolívar y la vida de Bogotá.
La celebración de la Convención de Ocaña, en la cual se irían a poner en disputa
las ideas centralistas de Bolívar contra las federalistas de Santander, para el futuro del
gobierno de Colombia, estaba muy próxima cuando Manuelita arribó a Bogotá y por
eso, aquella noche de comienzos de 1828, cuando llegó a la quinta se encontró con una
agitada reunión en la cual estaban participando la gran mayoría de los hombres más
cercanos y fieles al Libertador, para debatir los acontecimientos del momento y los
pasos a seguir. Casi todos los asistentes eran amigos de Manuela y la respetaban y
consideraban como si fuera la esposa del Libertador, algunos de ellos incluso la
adoraban, como O´Leary. El recibimiento fue agitado y festivo, situación que, en
cierta forma, marcó el inicio de la nueva vida que comenzaba a gestarse en la quinta.
Estando el fin tan cerca, debe haber reflexionado a lo largo de su viaje sobre si
habría valido la pena tanta lucha, tanto sufrimiento para que al final todo se
desmoronara y él terminara humillado, desterrado y prácticamente huyendo como una
sombra de un mundo que él sentía que había creado para todos aquellos que ahora se
habían encargado de destruirlo.
Era vox populi en las Américas que la salud de Simón Bolívar se encontraba en
franca decadencia, pero nadie imaginaba que tan poco tiempo después de su máxima
gloria, de detentar el poder más absoluto y de los triunfos en los campos de batalla, el
Libertador se estaba muriendo. Ya con la idea de partir quizá a Jamaica, y luego a
Europa, llegó por el rio Magdalena en el bergantín Manuel a Santa Marta, localidad
colombiana sobre el mar Caribe, que lo recibió con su bello paisaje de cocoteros sobre
las blancas arenas de sus playas. En el horizonte se alzaban los verdes cerros de Santa
Marta que se sucedían hasta llegar a la Sierra Nevada. En este pueblo permaneció
Bolívar hospedado en la Casa de la Aduana (antigua casa del Consulado Español)
aproximadamente una semana, sufriendo terribles padecimientos, hasta que un
acaudalado y ex realista español Joaquín de Mier, lo invitó a su establecimiento rural
de San Pedro Alejandrino, con el objeto de descansar y reponerse en un ambiente
relajado y campestre, lejos del bullicio del pueblo. Así, el español envió a Bolívar un
carruaje para que se trasladara con José Palacios hasta la quinta, y así lo hizo el día 6
de diciembre de 1830.
Colombianos:
Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la
tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad.
Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiáis de mi desprendimiento. Mis
enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi
reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han
conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.
Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la
manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación
de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos
obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del
santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en
defender las garantías sociales.
¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte
contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al
sepulcro.
Conclusión:
Todas estas casas en las que el Libertador Simón Bolívar vivió muchos de los
momentos más importantes de su vida, de los más felices, de los más tristes, de los
más románticos, de los más inolvidables, de los más trascendentes, se han convertido
inexorablemente en importantes museos que albergan acervos formados solamente
por elementos tan comunes como muebles y pertenencias privadas, pero aún así,
constituyen museos de importancia suprema para la ciudad y la nación entera donde se
encuentran, y de trascendencia internacional, y las personas del lugar y viajeros de
todo el mundo se agolpan para visitarlos. ¿Por qué? Porque estas sencillas casas,
similares a cualquier otra casa vecina, albergaron al Libertador, y sus muros vieron en
silencio las alternancias de su vida íntima y personal así como de hechos históricos
que el protagonizó, y los muebles, ropas, espadas, tinteros, cubiertos y demás, fueron
utilizados por él mismo, lo que demuestra un culto a su figura y su obra, que no
representa otra cosa que, la manifestación de aprecio e interés por conocer más de la
vida del Libertador, en virtud del cariño, respeto y reconocimiento a su persona y su
labor emancipadora que le fueron tan esquivos en tantos momentos, y principalmente
en el ocaso de su vida.
Roque D. Favale
favalerd@yahoo.com
Bibliografía: