El Almohadón de Plumas - Horacio Quiroga - Ciudad Seva

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1/8/2014

El almohadn de plumas - Horacio Quiroga - Ciudad Seva

El almohadn de plumas
[Cuento. Texto completo.]

Horacio Quiroga
Su luna de miel fue un largo escalofro. Rubia, angelical y tmida, el carcter duro de su marido
hel sus soadas nieras de novia. Ella lo quera mucho, sin embargo, a veces con un ligero
estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la
alta estatura de Jordn, mudo desde haca una hora. l, por su parte, la amaba
profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se haban casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rgido cielo de amor, ms expansiva e
incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contena siempre.
La casa en que vivan influa un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso
-frisos, columnas y estatuas de mrmol- produca una otoal impresin de palacio encantado.
Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el ms leve rasguo en las altas paredes, afirmaba
aquella sensacin de desapacible fro. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en
toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extrao nido de amor, Alicia pas todo el otoo. No obstante, haba concluido por
echar un velo sobre sus antiguos sueos, y an viva dormida en la casa hostil, sin querer
pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastr insidiosamente
das y das; Alicia no se repona nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardn apoyada en el
brazo de l. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordn, con honda ternura, le
pas la mano por la cabeza, y Alicia rompi en seguida en sollozos, echndole los brazos al
cuello. Llor largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de
caricia. Luego los sollozos fueron retardndose, y an qued largo rato escondida en su
cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el ltimo da que Alicia estuvo levantada. Al da siguiente amaneci desvanecida. El
mdico de Jordn la examin con suma atencin, ordenndole calma y descanso absolutos.
-No s -le dijo a Jordn en la puerta de calle, con la voz todava baja-. Tiene una gran
debilidad que no me explico, y sin vmitos, nada... Si maana se despierta como hoy,
llmeme enseguida.
Al otro da Alicia segua peor. Hubo consulta. Constatse una anemia de marcha agudsima,
completamente inexplicable. Alicia no tuvo ms desmayos, pero se iba visiblemente a la
muerte. Todo el da el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio.
Pasbanse horas sin or el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordn viva casi en la sala, tambin
con toda la luz encendida. Pasebase sin cesar de un extremo a otro, con incansable
obstinacin. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y prosegua su
mudo vaivn a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su
direccin.
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Pronto Alicia comenz a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que


descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no
haca sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se qued
de repente mirando fijamente. Al rato abri la boca para gritar, y sus narices y labios se
perlaron de sudor.
-Jordn! Jordn! -clam, rgida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordn corri al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo mir con extravi, mir la alfombra, volvi a mirarlo, y despus de largo rato de
estupefacta confrontacin, se seren. Sonri y tom entre las suyas la mano de su marido,
acaricindola temblando.
Entre sus alucinaciones ms porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los
dedos, que tena fijos en ella los ojos.
Los mdicos volvieron intilmente. Haba all delante de ellos una vida que se acababa,
desangrndose da a da, hora a hora, sin saber absolutamente cmo. En la ltima consulta
Alicia yaca en estupor mientras ellos la pulsaban, pasndose de uno a otro la mueca inerte.
La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogi de hombros desalentado su mdico-. Es un caso serio... poco hay que
hacer...
-Slo eso me faltaba! -resopl Jordn. Y tamborile bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguindose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remita siempre
en las primeras horas. Durante el da no avanzaba su enfermedad, pero cada maana
amaneca lvida, en sncope casi. Pareca que nicamente de noche se le fuera la vida en
nuevas alas de sangre. Tena siempre al despertar la sensacin de estar desplomada en la
cama con un milln de kilos encima. Desde el tercer da este hundimiento no la abandon
ms. Apenas poda mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni an que le
arreglaran el almohadn. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se
arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdi luego el conocimiento. Los dos das finales delir sin cesar a media voz. Las luces
continuaban fnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agnico de la
casa, no se oa ms que el delirio montono que sala de la cama, y el rumor ahogado de los
eternos pasos de Jordn.
Alicia muri, por fin. La sirvienta, que entr despus a deshacer la cama, sola ya, mir un rato
extraada el almohadn.
-Seor! -llam a Jordn en voz baja-. En el almohadn hay manchas que parecen de sangre.
Jordn se acerc rpidamente Y se dobl a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos
lados del hueco que haba dejado la cabeza de Alicia, se vean manchitas oscuras.
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-Parecen picaduras -murmur la sirvienta despus de un rato de inmvil observacin.


-Levntelo a la luz -le dijo Jordn.
La sirvienta lo levant, pero enseguida lo dej caer, y se qued mirando a aqul, lvida y
temblando. Sin saber por qu, Jordn sinti que los cabellos se le erizaban.
-Qu hay? -murmur con la voz ronca.
-Pesa mucho -articul la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordn lo levant; pesaba extraordinariamente. Salieron con l, y sobre la mesa del comedor
Jordn cort funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un
grito de horror con toda la boca abierta, llevndose las manos crispadas a los bands. Sobre
el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, haba un animal
monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la
boca.
Noche a noche, desde que Alicia haba cado en cama, haba aplicado sigilosamente su boca su trompa, mejor dicho- a las sienes de aqulla, chupndole la sangre. La picadura era casi
imperceptible. La remocin diaria del almohadn haba impedido sin duda su desarrollo, pero
desde que la joven no pudo moverse, la succin fue vertiginosa. En cinco das, en cinco
noches, haba vaciado a Alicia.
Estos parsitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas
condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente
favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917

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