Alsino - Pedro Prado
Alsino - Pedro Prado
Alsino - Pedro Prado
te consagro ALSINO;
antes no tuve
nada digno de ti. Lo dedico, tambih,
-~
a nuestro hijo Pedro y a sus siete hermanos menores; y perdona si aun lo ofrezco a
esta vieja casa de adobes, a 10s &-boles silenciosos
que la circundan y a la torre que se eleva sobre
las bodegas abandonadas.
DRIANA:
RIMERA PARTE
I
EN LA NOCHE
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P e d r o
P y a d o
sesperacibn, hicieron creer a 10s aterrados moradores en la visita del Seiior de 10s Infiernos.
Esta noche, en cada choza tambien se oye un
ruido. Es el chisporroteo fino y constante que hacen
10s granos de arena a1 chocar contra las hojas secas
y coriAceas.
Ni por un segundo el tremolo cesa; ya es casi
imperceptible como debil llovizna que se cierne y
cae; ya sube de tono m8s y mAs hasta semejar el
ruido de la grasa hirviendo; ya se atenda y cesa,
casi no se le oye, per0 es preciso perder la esperanza
de que alguna vez concluya, porque siempre hay
un grano de arena que resbala.
Hacia el oriente, en la Gltima choza, duermen
una anciana y dos niiios.
Uno de 10s niiios despierta y abre, abre desmesuradamente 10s ojos en la oscuridad. El paso de
su propia sangre le finge rojas alucinaciones, apagados fulgores que 61 Cree se desprenden de las
tinieblas circundantes. El miedo le turba, cierra
10s pArpados con fuerza y esconde su cabeza entre
las mantas.
El otro niiio, tal vez embriagado con el perfume
violento de las ramas de boldo que forman la choza,
tiene un ensueiio a la vez sencillo y maravilloso.
Suefia que volar es una hazaiia que no requiere
esfuerzo alguno; sueiia que volar es un hecho fAcil
para todo aquel que deje su peso en tierra. Se
asombra de no haber tenido antes tal ocurrencia,
y una y otra vez, s610 con la fuerza de su propia
voluntad, se desprende suavemente del suelo; poco
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I1
ALSINO Y POL1
dia que comienza aun tiene el frio de
la sombra de la noche. Dos muchachos
campesinos hablan, en esa madrugada,
sas incomprensibles. Las palabras que dicen sa1 envueltas en un blanco vapor.
EstAn detrSs
unos matorrales que huelen muy suaves con la
:scura del alba.
-Anoche, otra vez, Poli, vol6.
-Volaste sofiando.
-Per0 volC. VolC sobre la casa y el lago. Y era
n fhcil, que yo me decia:maiiana, cuando despier, no me olvidar6 de todo lo que debo hacer para
llar.
--CY lo recuerdas?
-Si. Per0 parece que las cosas deben haber camado.
L
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-No te entiendo.
-Mira, anoche queria volar y volaba. No hacia
'nada, no movia 10s brazos, no saltaba. Sblo queria
d
volar y volaba; y ahora, t6 ves, digo: iquiero volar!
y no me muevo.
-jAlsino! jPoli!
Se oye la voz de la abuela.
Alsino hace un gesto de inteligencia a su hermano para que no responda. Se ocultan mAs aun tras
10s matorrales.
La abuela aparece trayendo del cabestro a un
caballejo mulato, de crines descuidadas, flaco y
peludo.
La vieja cubre su pequefia cabeza con un gran
sombrero de paja adornado de destefiidas flores
de trapo y abalorios que brillan con 10s primeros
rayos del sol. Dos trenzas escuAlidas y cenicientas
caen sobre sus espaldas.
-jAlsino! jPoli!
A pasos lentos, seguida del caballo, que se resiste
caprichoso, va de un lado a +otro, busdndolos.
Los muchachos cuchichean y no responden; parece que entre ellos hay cierto compromiso.
Alsino dice a su hermano:
-Ayer le traje chilcas para que saque cerote y
venda a 10s zapateros, y chamico para que fume
todo el afio. Ahora no voy.
Poli, en cuclillas, sonrie burlesco y se restrega
las manos entumecidas.
La abuela se aleja refunfufiando. En voz alta
profiere amenazas, que ella comprende deben ser
c'
<,
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escuc:hadas. En su mal humor sacude, con una varilla, repetidos golpes en la cabeza de su viejo caballo, que se echa atr5s y amusga las orejas con
rabia.
Los muchachos prestan atenci6n a1 ruido que
levantan 10s cascos que se alejan. Y cuando perciben, en el claro silencio de la maiiana, sonar de
remos en el agua, salen de su escondrijo y veri a la
abuela en el bote plano, atravesando el desaguadero. Atado con el cordel a1 bote, el caballo, del
que s610 se divisa la cabeza, revuelve, a1 nadar,
las aguas tersas y perezosas.
-Te digo que si-continha
Alsino-como yo
acompafio a la abuela, lo he visto tantas veces. Los
p5jaros grandes, cuando comienzan el vuelo desde
tierra, corren y mueven mucho las alas, pero, cuando lo emprenden desde un Qrbol alto, apenas si dan
dos o tres golpes.
Un buitre, a gran altura, describiendo un enorme circulo, avanza con rapidez, abiertas las grandes alas inm6viles. Su yuelo sereno, f&cil-y-amplio,
llena de curiosidad a 10s nifios como si fuera la
Gnica vez que lo hubiesen contemplado.
-Algbn animal muerto-insinha
Poli.
Alsino no habla, no podria hablar. Le sigue con
10s ojos, anhelante, fascinado. Cuando la sombra
que arroja el buitre, no lejos de ellos, corre por
sobre la ondulada y suave superficie de las dunas,
salta gritando :
-iYa ~ 6 iya
! ~ 6 !
Y se pone como a danzar, y parece que va a llorar
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in 10s ojos el buitre; per0 6ste ha desapaPoli, libre del vertigo, ha quedado como
1, tri:mulo y vacilante.
indo su hermapo lo anima, indichndole
c&no debe abrir 10s brazos y tomar las alas de la
chaqueta, dice:
-Por qui: no volamos hacia el otro lado; abajo
hay arena.
-No ; all5 no!-replica
A1sino.-No
hay bastante altura; no tomariamos aire. qui:? 2Tienes
miedo ?
-No, pero.. .
-Te dig0 que yo si: como se vuela. Me acuerdo,
ahora, claramente de todo lo que hice anoche.
-2Pero no decias. . . ?
-Yo no he dicho nada, nada zentiendes? Espera. Ya veri% cbmo se vuela.
Tomando con las manos 10s faldones de su chaqueta, y abriendo 10s brazos, forma algo asi como
dos alas improvisadas. Y phlido, sonriente y confiado, sin quitar la vista del lejano horizonte, de
un salto, y moviendo 10s brazos, se lanzb a1 vacio.
Per0 si una de sus manos se agitb intrkpida y<
libre, ansiosa de vuelo, la otra, tr6mula y crispada,)
en el Gltinio instante, se aferr6, con fuerzas, de una)
rama vecina.
Pendiendo del brazo a medio descoyuntar, tal
un triste guiiiapo, convulso como un ahorcado,
Alsino l a n d espantosos gritos roncos e incomrensibles. A duras penas consigui6 enlazar con
*'
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LA CAIDA
maizales y vifiedos que rodean
la Huerta del Mataquito, por ambas feraces riberas del rio, hasta Licanth; desde la miserable Caleta de Iloca, a todo lo largo de
esa costa escarpada, batida por un mar siempre
solitario, hasta las salinas y lagunas de Boyeruca
y Bucalemu; por las risuefias aldeas de Alchntara
y Paredones, y otras mhs, de tierra adentro; en 10s
caserios que se extienden a orillas del estero de
Las Garzas y de tantas otras aguas puras y tranquilas; desde el Alto de1 Perdiguero a la Puntilla
de Hidalgos, y mhs all&de la sombria quebrada de
10s Galaces ; desbordhndose por todos 10s caminos
que cruzan la cuesta de La Lajuela, y las peligrosas
Sierras de Colhue, corre la fama de la vieja medica
de Los Conchas.
ESDE 10s
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y de cambiar. 2No andas, tii, Alsino, queser como 10s pQjaros? Pobre nifio; bebiste
iala leche de tu madre las visiones de sus
[eras!
'
e vuelve la abuela del pueblo vecino, a dona vender pacientes encajes y remedios mi<.Vuelve fatigada por su vejez y por la ve,u caballo. Todo es mal humor en su bestia,
chos repentinos, y tropezones peligrosos; y
ella despierta una furia ciega, y un maldein menudear varillazos por la cabeza y por
curtido cuerpo del caballejo. Entra ya la
z del verano. Alsino y Poli pQsanlo erranmsca de moras y de nidos de pQjaros. Hacia
del mar.se levanta una niebla espesa; el
re rojo y sin brillo. Antes de tiempo ya la
y el frio avanzan, rodando, por las dunas
nables y por las desoladas colinas. MQs claarece venir de la laguna que del cielo. El
lgor de las aguas guia la marcha de la
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Nacla temAis ahora, hierbas medicinales, que vivis en el silencio de las carnpizas. No ir&en vuestra
busca la vieja bruja, porque cada dla enceguece
m8s y m8s y comete, entre vosotras, grotescas confusiones. No ir&, tampoco, el muchachuelo de Alsin0 clue os perseguia sin descanso. El muy loco
ino h a persistido en volar?
El c h e q u h , desde hoy, guardara para si su savia,
Y no para 10s ojos enfermos; el jug0 blanco de la
picho: no ir& a quitar verrugas de las manos femenin as; madurarh en paz 10s frutos del hinojo,
sin te:mer que las madres entristecidas busquen en
ellos i-emedio para sus pechos exhaustos; y el inocente quilmai no andarA mezclado en uniones clandestin as, ayudando a las mozas a perder el fruto
de a niores veleidosos.
IV
JOROBADO
acQ, Poli. Tu hermano duerme. DCjalo! Te dig0 que vengas! Di, confiesa,
it6 lo acompaiiaste? Todo el dia has paifuera, huyendo. Nada temas; acCrcate.';De
crbeme, no te hare nada!
1 mamita, yo no lo acornpafie. Es decir, si;
0 esta vez.
IuC dices ?
otro dia, si, lo acompaiib; y trepamos a1
roble para volar.
'ara volar ?
tenia miedo, y Alsino, no; per0 61, a1 dar el
le una mano qued6 tomado del Qrbol; por
pudo caer. Ahora no lo acornpafie; no quise
EN
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)illas de mulas de las salinas. Las yeguas maias hacian sonar 10s cencerros.
-No, no es ruido de cencerros. A veces el mur110 parece que viene de fuera; pero, despues,
le como de dentro.
-Alg6n pololo habrB sido, hijo. DCjame ver,
que esos animalitos hacen gran dafio en el oido.
-No, mamita; no es en un solo oido, es en 10s
dos; peiietra y suena muy adentro de mi cabeza,
y a veces, dijera, que cone por mi cuerpo. Son como
lanillas, muy pequefias y distantes, que se lle1 sonando y bailaran. Si cierro 10s ojos, comlo que e s t h muy lejos; pero siempre, siempre
'0 de mi.
%y!hijo.
abuela, inclin8ndose teniblorosa, piensa en
mdiera ser el campanilleo de la muerte. !%be
:uando la muerte se acerca, se escucha un tindCbil y persistente.
Zuisiera levantarme y salir-esclama inquiekino. Me vienen deseos terribles de correr y
r. Correria cada vez m8s lejos, por toda la
Ah! si.
rranquilizate, nifio; es la fiebre. Y a pasar8.
trae la olla.
i oloroso cocimiento de hojas de huingBn pus0
uela en la espalda y el pecho del nifio enfermo.
ITe alivia?
3,pero siempre me duele.
;No te gust6 ser loco? Te has torcido el espiy vas a quedar curcuncho para toda la vida.
3
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V
LA FUGA
en el rancho, a la caida de la tarde, salta del lecho como presa del delirio,
y gesticula y habla atropelladamente.
-&toy
solo, per0 volver8n pronto. Han ido
por agua. Poli golpeaba su tarro vacio como un
tambor, m8s todo el ruido posible no apaga este
otro que crece en mi y me recorre como un calofrio.
Llega a mi cabeza y pienso y deseo cosas que nunca
imaginara; llega a mi lengua y no puedo impedir que
hable, hable y hable. Todas las palabras que antes
escuchara, o leyera en la escuela, acuden y piden
que las pronuncie. Todas piden lo mismo. Y si el
calofrio Ilega a mis piernas, mis piernas se agitan
impac:ientes.
2 CL&ndo me vesti? No lo sk. iDbs mio! Per0
LSINO
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EGUNDA PARTE
VI
LOS TORDOS
una sementera de trigo, que cubria
ondulados lornajes, una maiiana de Enero Clara y ardiente, Alsino cruzaba en
demarda del agua de un arroyo que se veia resplandecer entre las sombrias arboledas de un pequefio
y cercano valle.
Aires tibios, densos y arremolinados peinaban
y despeinaban la sementera. Tan pronto se la veia
de color pardo mate, a1 mostrar las espigas maduras; luego, brillante, a1 refulgir el sol en las pajas
amarillas y barnizadas. En el cambio de color y
en el murmullo que hacian al chocar las espigas
sumisas, se podia seguir las corrientes del aire
vagabundo. Ya encendian, en el apagado color
de una ladera, un chispazo creciente y veloz de
OR
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fin&le, las jaulas en arnbjas manos, el viejo antececli6 a Alsino, que iba IIeno de curiosidad. En un
sitiio donde el caminito se ensanchaba, piaban,
daindo impotentes aletazos, un sinnGmero de tordo:s, presos de las patas por la liga que 10s retenia
fut-:rtemente.
-Ven! AyGdame!-dijo el viejo a A1sino.- No
10s asustes. Se pueden pegar de Ias alas, y, enices, no hay mAs remedio que arrancarles las pldLS sucias. Espera! D6jame a mi solo. Estos chiiilos no saben nada!
HablBiidoles con palabras entrecortadas, mitad
sliDos, mitad sucias interjecciones, dichas con voz
ir6nica y meliflua, el viejo fuC tomando con cuidado
10s tordos que picoteaban con furia sus manos
tiesas y encallecidas.
-Pica, pica tordito 1indo;ya verBs c6mo o5edecesI
Con un trapo suci3, empapado en uli liquid0
de olor penetrante, que vaci6 de una botella, fu6
limpiando Ias patas .de 10s pAjaros. Luego parecia
acariciarlos entre sus manos duras. Algo se oia
crujir. Ya en las jaulas, 10s tordos, apretujados,
abrian sus alas tremulas.
-2Quieres llevarlos? iNo vas a1 pueblo?
-<Que pueblo ?
-iC6mo? Ah! si. No conoces estas comarcas,
dijiste. Bien; entonces, dime <quit buscas?
-Nadadijo con tranquilidad Alsino.
El viejo se detuvo y contemp16 a1 muchacho.
-Ah! Ah! Te dolieron 10s palos que te di6 t u
padre. Bonita te pusieron la espalda!
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LAS ALAS
busque berros en las represas de
:ua Clara, que corte pencas y tallos d e
trdo-exclama, solitario, A1sino.-De las
malezas iniitiles vivimos. De lo que crece en 10s
caminos, erL 10s pedregales de 10s rios, en 10s cerros
desiertos.
Y all5 va 61. AI lecho del estero se dirige.
Este viejo Nazario me busca, y yo le busco.
Desde finesi del verano lo acornpaiio, y ya llegan
las primera:j Iluvias. Y ni 61 es mi amigo, ni yo
me siento izfecto a 61. Se burla de mi, de todos y
de 61 mismc), y yo casi no le oigo, en espera de
poder valer'me solo.
Aqui, en el claro de este bosquecillo pudido,
donde nadie* acude, quiero desentumecer mi espalda.
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Calo sin desearlo. Mis alas baten el pere: en calma, lo truecan en brisa suave y
luego en rafagas impetuosas. Desde 10s
ientos hasta 10s huracanes de tempestad,
cuerdan este ardor que fluye de las alas
1 aire pasa. Acaso cuando ellos sop!an,
Dios, cerca de nosotros, invisible, vuela!
VI11
CONFESIONES DE UN HOMBRE LIBRE
en la falda, cubierta de quiscos y matojos, de una montafia enhiesta sentados
cerca de la boca de una mina abandonad2, reposan Alsino y el viejo Nazario. Invisibles 10s valles y las tierras de labranza; en torno
s610 se ven serranias agrias, calladas e interminables. Abierto el paisaje dnicamente hacia lo alto,
asoma, circuido de escarpadas pendientes, plantas
bravas y pefiascales amenazadores, el. alto cielo
apaxible y a d , por donde bogan, como blancos
peces, nubes alargadas que avanzan lejanas y
serenas.
-;No quieres ir?-dice Nazario.
El viejo espera la respuesta, y como Alsino nada
dice, exclama: Cada dia est& mas sordo, nifio.
Que est& cada dia mas sordo!-grita.
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IX
REVELACION
la 6ltima moneda compr6 un trozo
de pan, y sali6 del villorrio. Ya en 10s
, afueras, no pudo reconocer, en el hilo
sucio, cenagoso y callado, a1 alegre arro$1 que mAs arriba bebiese.
o entre riridos lomajes, que las lindes de
dades cruzaban, dormia el pueblo hosco
rrimo.' Veianse arboledas achaparradas ;
negruzcos y ruinosos ; construcciones maue no llegaron mris all&de paredes de adobe
altura, carcomidas de lluvias y de vientos,
s de in6tiles esfuerzos, desplomrindose.
ihanchos y gallinas, vagaban escasos por
juelas torcidas y desiertas.
io en soledad, Alsino no sabia amarla conION
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X
UPJ REFUGIO EN LA NOCHE
lomajes y serranias abruptas, domiando, a veces, borizontes abiertos sobre
alles brumosos; bajando a las aldeas y
caserios de: puertas cerradas y ojos inquisidores;
donde se oyen voces de mujeres ocultas que ame----ll-..
lldddll, iioros de nifios y cantos de gallos que anuncian el paso del tiempo; por caminos llenos de barro,
entre paredones ruinosos e interminables, con Qlamnq
----- trnnrhados Y tristes que renuevan en el extremo he 10s rnuiiones sus debiles varillajes; pox- anchos cauces profundos y estQiles de rios muertos;
atravesando torrentes impetuosos y turbios que
pulen pied:ras o cristalinos esteros que se deslizan
silenciosos por blandos lechos de arena, entre Arboles quietos y sombrios; por todas partes, durante
largos dias , ha vagado Alsino.
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Vl....*l
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XI
VAGANDO
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a 10s animales, todos 10s perros, a1 oirlo, enmudecieron a la vez; y, sin responder, detenidos,
temerosos, con 10s pelajes erizados, moscrando en
sonrisas forzadas 10s aibos y puntiagudos dientes,
10s espinazos en arco, las colas entre las piernas,
volvieron grupas y tomaron trotecillos de traves,
que fueron avivhndose mhs y mAs hasta transformarse en carreras ciegas y sin freno, huyendo a
la desbandada por atajos y veredas, por albaiiales
y escondrijos.
EL VUELO
incierta la hora, porque el cielo estaba
cubierto de obscuras nubes azules. Cuando ya se creia en la llegada de la noche,
un;a claridad imprevista apareci6 por el poniente,
Y lm segundo despues, 10s rayos vivisimos del sol
tocbaron el altozano sobre el cual se elevaba el caserio. La pequeiia ciudad, construida de adobes y
lad rillos de roja tierra, despert6 a1 encenderse
corno un vasto incendio que ardiese entre montes
sornbrios, y contra el cielo tempestuoso y obscuro
del oriente.
1,as torres de la iglesia, 10s altos y pequefios edificios, 10s Arboles y 10s hombres y animales, sorPreadidos por el fulgor resplandeciente, acusaron,
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E:n miles de estridentes y finos chillidos confesab,an las ansias que tenian de ir hacia las cAlidas
tier ras del norte.
Chand0 las filtimas rezagadas vinieron a incorpor,arse, el negro enjambre he remont6 despacio
en Iel aire hasta llegar a gran altura, gir6 despuCs
cinc:o veces sobre si mismo, con el v6rtigo de una
hon da silbadora y desapareci6, en seguida, llevado
Por rapidisimo vuelo, rumbo a las remotas comarcas tropicales.
T1h a agitaci6n angustiosa sinti6 Alsino. Su sangre ardia, sus ojos contemplaban el sitio impreciso
del aire por el cual desaparecieron, invisibles, las
inn1umerables golondrinas.
S#in darse cuenta de sus actos, se encontr6 con,
sus grandes alas desnudas, abiertas y temblorosas. '
Las plumas agitadas hacian un rumor semejante '
a1 d e 10s pajonales. Di6 un grito ahogado y terrible;,
lo estrangul6 a medias la angustia que le oprimia
la erarganta, y sus alas enardecidas con un furor:
de Cxtasis o muerte, engancharon en e1 aire. Elevan do el cuerpo, rnientras 10s ojos se entrecerraban,i
y 1: L cabeza, en desmayo, echada at&, recibia el
rocc:de blandos vientos, ellas prosiguieron ritmicas,
1
seremas y poderosas.
E:n su semi-inconsciencia, Alsino sentia el vertigo
del abismo del cielo hacia el cual, elevhdose, caia.
Lleingbanse de IAgrimas sus delicados ojos con la
alta. y fria atmbsfera, que rasgaban en un choque
fort isimo y continuo. El aire inm6vil se trocaba
par,a Cl en un viento de tempestad.
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ERCERA -PARTE
EL CANTO
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buen
, tiempo se anuncia. Las noches
+@ son m$s templadas. A las lluvias el sol !as
a vence y las convierte en pasajeros y buchubascos, y aun sorprende e ilumina a las
tables gotas cuando todavia vienen volando
1 aire. Vientos tibios y olorosos, de un perfuue no es el de ninguna flor, per0 que las rea a todas, pasan por 10s bosques cuajados de
s, y van y dispersan a grandes nubes que hu7 arrojan sombras cambiantes sobre las dilapraderas.
un dia tibio y hdmedo, de aire luminoso, Alvuela, a gran altura, sobre una enorme ciuRefulgen 10s cristales de las claraboyas, brim& suaves, lagunas quietas, escondidas entre
50s
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XIY
AVENTURAS
ODELADO por el roce del viento, Alsino''
adelgaza,. S u rostro palido y curtido muestra Unos ojos fijos, abiertos y penetrantes;
s mejillas e s t h enjutas; sus labios, frios y descoridos. Cuando baja a beber en 10s claros y est$:os remansos, contempla su imagen reflejada. El
bello negro, abundante y crecido, ondula rizado
)r el oleaje que el viento imprimiera en 61. Sus ro- '
is despedazadas cubren a medias 10s m6sculos ce- '.
dos y recios, que se afinan en una engafiosa y desada apariencia. Cuando marcha buscando frutos .<'
,..vestres, el peso de sus grandes alas lo inclina lilmente a tierra, y toman sus pasos el vaivbn de2
cargadores.
a vida para 61 va siendo cada vez mas dificil.
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--
tan negros fueron mis criminales anhelos, que la fortuna codiciada vino a mis manos, despub de haberse extinguido la vida de su poseedor, envenenada
por mis ocultos y feroces deseos. ;Tend& yo perd6n a l g h dia? Veinte aiios llevo de penitencia, meditando y orando, en este cerro antes poblado de
&-boles y hierbas, hoy estkril y triste por la ponzoiia de mi aliento. Y cuando creia que ni cien vidas de remordimiento fuesen capaces de lavarme,
tii ioh Dios misericordioso! me envias, en sefial de
tregua, a uno de tus Angeles.
Alsino sintib a1 oir tales confesiones una tristeza
enorme y desconocida. Lamentando no saber aliviar
con palabras engaiiosas la tortura del anacoreta,
avergonzado del papel que a pesar de sus alas alli
hacia, en el mayor silencio se escabull6 detras de las
rocas. Y mientras el anciano, hundida la faz en
tierra, daba, en alta voz, nuevos detalles sobre otros,
tal vez, ilusorios pecados, volando riipidamente,
Alsino se alej6 de ese sitio como turbado para siempre.
XV
EL ALBA
la primera claridad del alba, a1 igual
de 10s p&jaros,Alsino despertaba y para
cada amanecer, tenia una nueva alegria
y un nuevo canto.
Es en un bosque de peumos y quillayes. La algarabfa estridente de una bandada de choroyes crece
con el palor del alba.
La locuacidad de esas aves les ha hecho fAcil,
desde la tarde anterior, intimar con Alsino.
-Buenos dias! buenos dias!-repiten, saludando.
Fresca la noche perdad? ZHa tenido usted miedo?
iQu6 viento el que vino a molestarnos! Era imposible conciliar el sueiio. Gracias a que tenemos buenas garras! otros hubiesen caido. iY usted? ltom6
sus precauciones? JA! j&! jA! asi no es posible caer.
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mi sangre, la luz inextinguible de tu hoguera, la expectaci6n ser6 para mi cuerpo dolor desconocido
y sobrehumano.
U cuando arrebatado por ti me impregne d e t u
luz y en ella brille, surgirh 10s cantos que saludan
el esplendor de t u eterna aurora. Aurora eterna, si;
porque siempre est& surgiendo, para alguna comarca de la tierra, sobre el horizonte de su oriente.
Mi voz sei% la tuya, buscar& mi aliento, y confundido en 41 la multitud que encierras, ha& que
en vasto y amplio cor0 se torne la sola y debil voz
de un hombre.
Destinado en secret0 a grandes hechos, recibir6
temblando tus dones y tu amor.
Del solitario valle, hmdo asilo a silenciosa vida,
volando subo hacia tu encuentro.
Y en medio del asombro de menudas avecillas,
desatinado, ebrio de Iocura, sabihdome elegido,
no pod& mirarte cara a cara. Per0 el destino arrastrimdome a1 delirio, me har& creerme para el instante digno, y arrebatado por fin en mi deliquio,
ajeno a mi existencia que conquistas, sere entre
tus brazos, en olvido, no mAs que tu placer, en el
que acrecenthdome me abismo.. .
Os escucho venir. Todo est& dispuesto. El coraz6n en el misterio acecha. Mis brazos se tienden
y juntan impacientes, y rasgan 10s aires como arietes. Mis alas reman anhelantes, mis voces surgen
como abejas que anteceden mi vuelo. Mis miradas
agudas, como sondas, escrutan el abismo celeste.
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XV
UNA MARANA DE PRIMAVERA
suaves y aterciopelados lomajes, cubiertos de hierbas y flores efimeras
que las lluvias del invierno hicieron naUII duke sol en maiiana h6meda de prima; sol nuevo, claro y tibio, de luz que vibra
) el lejano
sonido de trompetas resplandees. Brisas de altura, aires livianos, puros y
>s, que en si guardan y a1 besar dejan el
D sabor y 10s libres suefios del ocean0 que
an de cruzar. Distante, apagado y profundo
xcha el estruendo de las olas. Cefiido en debiles
as, el mar loas se le adivina por sus voces que
ve; borroso se diluye y mezcla, en armoniosa
1ci6n, con el cielo que se eleva inconmensurable.
:I oriente, las cordilleras remotas, cubiertas con
XTENSOS,
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XVI I
EL MAR
va por la orilla del mar donde las
olas lanzan sus zarpazos y aprisionan el
aire y brota la espuma. Sube por altas rocas grit;es, con pozas de agua cristalina donde cuajan 10s grumos deslumbrantes de la sal. MAS all&
de las 6ltimas grietas del granito inclemente, defendida del viento y s610 cruzada por sombras de
gaviotas que vuelan, duerme, reclinada, una playa
de muc:rtos caracoles marinos, blanco cementerio
de esos silenciosos pobladores del mar, sitio preferido de iinvisibles corrientes submarinas.
LSINO
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XVIII
EN EL VERANO SILENCIOSO
en la soledad de unas cumbres
calvas y roquefias, Alsino tiene que salir
de ese seguro retiro y volar en pleno dia.
El viuelo, en un comienzo, algfin fresco le proporciona1, per0 el esfuerzo desplegado luego le trae mayor t)ochorno. Abre infitilmente la boca buscando
alivic en beber el aire; per0 mAs se resecan asi sus
fauces enjutas, y una saliva ligosa hace insoportable con su viscosidad, la sed que le atenaza.
Arde 61 aire. En oleadas sube de la tierra reseca,
comcI halitos de horno. Los cerros desnudos, a trav6s d e las ondas calientes, 10s ve agitarse temblorosos
comc1 monstruos echados que acesaran.
En 10s repliegues de las lomas se van destacando
las nnanchas redondeadas y oscuras de 10s matoEDIENTO,
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persigue, sin dejar de correr, mira hacia atras, tropieza con un Arbol, y se da tan recio golpe en la cabeza que, tambaleante, se detiene, gira sobre si misma
y cae sobre el talud cubierto de hojas secas.
Alsino, asustado, se detiene. Per0 a1 oir que lastimera gime, el coraz6n salthdole en el pecho, se va
acercando lentarnente. Por all$ el arroyo cae en el
remanso. Se inclina y toma entre sus manos, como
en una copa, el agua fresca y vuelve donde la joven
para vertirla en su boca. El agua no pasa mas all&
de sus apretados dientes, derramhdose por sus mejillas que empalidecen. Vuelve nuevamente al arroyo; cuando regresa, a1 contemplar el cuerpo desnudo de la joven, se queda inm6vi1, observandolo
en muda alegria. AI inclinarse para darle nuevamente el agua, observa que toda ella se le ha escurrido entre 10s dedos.
El sol, que atraviesa el follaje, cae en discos de
or0 atigrando el cuerpo desnudo de Ia joven; y una
claridad mayor baiia su vientre terso, donde, como
diamantes, brillan las gotas de agua que destellan.
Algunas hojas que en la caida volaron, han quedado pegadas a1 cuerpo htimedo. AIsino se inclina.
TrCmulo toma una de las hojas que est&entre 10s
pechos ntibiles, y, cuidadoso, la desprende. Mas y
mAs confiado en su habilidad, va limpiando ese
cuerpo desnudo de toda impureza. Camo algunas
ramillas son muy pequefias, sus dedos, para sacarlas, tienen que acariciar la piel.
Un escarabajo, confiadamente, trepa por uno de
10s muslos. Alsino lo ve y persigue sin piedad ;cuando
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NOCTURNO
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LA TEMPESTAD
el amanecer oscuro, el aire viciado por
inmovilidad, caliente y turbio, denso hasta
la angustia, soportaba, rendido, el peso
aSru,mador de una inmensa y monstruosa nube negra (iue Ilenaba, sin resquicio, el dilatado drculo
del cielo.
Hebdiondo, de una fetidez vaga y desconocida, ni
resid uos de 10s valles, campos lejanos apenas visibles; ni lagunas de aguas pfitridas; ni fermentos ignoraclos de frutos ponzoiiosos que alli, en la montaka, pudiese haber, serian capaces de producir ese
olor Iextraiio que despertaba en Alsino, en las aves
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En esa mansedumbre se percibe, frio, el perfu.,--de 10s bosques y de la noche que viene.
Nubes olvidadas por altas, comienzan suaves, lentas, puras, en silenciosa esplendidez, una sinfonia
crepuscular que se eleva resplandeciente.
Alsino la oye. Habla su coraz6n, mientras el, el
Animo embargado, lo escucha :
-Ved
en nubes tenidas por vanas, unos tras
otros 10s vivos matices de todas las flores y de todas
las cosas que en tierra encarnan belleza; ved c6mo
adquieren las mil y una forma de todos 10s cuerpos
que saben de actitudes divinas. Es mundo formado de s610 las cosas mejores que nunca descansan
en tedio de rasgos, por siempre, seguros y quietos.
Jam& satisfecho, ondula buscando, por todo un
abierto e infinito camino, las formas futuras de ensuefio.
Sin advertirlo la emoci6n interior, a1 ir creciendo,
se hace en Alsino, ritmo y voz y vuelo.
Asciende recto y extasiado hacia las nubes.
Un inmenso cor0 desvanecido sube de las hierbas que dan su olor, de las aguas que lanzan su
brillo, de 10s p5jaros que elevan sus voces, de la paz
que vuelve a regir, mAs solemne y completa, sobre
10s campos vencidos.
Cuando ya en la altura inmensa, a Alsino lo 1
vuelve el resplandor luminoso de 10s castillos
niebla, y mira un instante hacia la tierra, at6ni
sin percatarse de que es el rojo crepfisculo el que
refleja en las vastas llanuras inundadas, de que
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SOLEDAD
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E ntonces meti6 la mano por entre las tablas fIojas (3e la puerta e hizo resbalar la tranca.
E ntreabriendo, temeroso, la puerta, inspeccion6
10s I-intones.
E n uno estaba la vieja silla de montar con sus
man diles rotos impregnados a sudor de caballo, olor
fuer te y agrio. De las vigas enhollinadas colgaban
la Ftisma jaula vacia y 10s mismos envoltorios polvoriientos que 61 viera por tantos aiios.
ElI brasero apagado y la negra tetera; estaban
bajo la mesa. Ropas colgando en el rinc6n mAs
oscuro y sobre varias cajas, encima de sacos medio vacios, dormian unas gallinas. Nada inspiraba
rece lo.
AIhino con sus pies descalzos, que se posaban sin
ruid 0, se fu6 acercando a1 lecho de su abuela. Se
detu vo a1 ver que &ta, 10s ojos vagos y extrafios, lo
mira.ba y miraba.
CIzsb la vieja un instante en el acesar de su fatigosa respiraci6n, y sus ojillos hundidos e inseguros,
se qiuedaron observando con m&sClara atenci6n a
Alsirio desnudo y a sus enormes alas grises. Nada
dijo cuando su nieto le tom6 la mano colgante y la
retwvo entre las suyas. Despu6s sus miradas contern$Aaron largamente la gran sombra que arrojaba.
-Alsino ! Alsino!-Fu6 ella quien primero habl6,
con voz apagada como un murmullo.
Alsino!
-Si, soy y o . . . ;Est& sola?
AI oir la voz de su nieto la vieja di6 un d6bil grito,
y cri spada por el espanto, como cperiendo huir, se
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XXII
EL P ~ N I C O
ni de dia ni de noche, deja de haber
arrieros que vayan viajando por todos
10s caminos. Asi sea por atajos o despepeligrosos, por sendas desconocidas o
amplios caminos reales, ellos, noche y dia, van y
vienen t:ras de las mulas y las yeguas madrinas,
adormiktdos por el tintineo de las esquilas.
De vez en cuando, a1 detenerse las tropillas para
ramonea.r en 10s polvorientos matorrales, 10s arrieros lanz;an gritos que turban la soledad. Las mulas
prosiguen su marcha, y ellos, encajados en sus
altas y estrechas monturas, vueltos a1 vaivCn
cansh 1que les imprime el paso de sus caballejos,
oyendo el eterno sonar de 10s cencerros, recobran
su mutic;mo y por leguas y leguas, camino adelante,
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XXIII
PRISIONERO
ret6n de policia ocupaba 10s restos
que quedaban habitables de una vieja
casa de fundo. Separada del camino por
canal de aguas ocres, rapidas y murmuradoras, y
- una reja destartalada, cubierta de enredaderas
.ias, todo el ruinoso edificio, 10s arbolillos ennques y 10s restos miserables de un jardin mijculo, estaban cubiertos de verdin y hierbas
as. El invierno habia sido copioso en lluvias.
De noche su aspect0 era desagradable por la
raordinaria quietud que parecia vivir en ace3 entre 10s muros in6tiles y 10s tijerales descardos, en las piezas sin puertas ni ventanas, abieri a1 alto cielo.
Esa noche, cas0 extrafio en la estaci6n fria,
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-;Robando gallinas, ah? ;Por qu6 andas dt3Snudo? ;Y qu6 es eso de las alas? <Aver?
Los guardianes se apresuraron a hacer girar a1
prisionero para que mostrase la espalda.
El seiior del poncho examinaba, con asombro Y
curiosidad, las alas cortadas llenas de pegotes de
barro amasado con sangre.
-2Qu6 significa esto?-dijo alumbrando miUY
de cerca la cara de A1sino.-Estas alas ;de d6nde 12s
sacaste? ;Por que tienen sangre? jVuelas?
-Si, volaba.. . Me las han cortado-mascu' 116
Alsino.
-Yo se las despunt6, patr6n-interrumpi6 Evaristo.-Primer0 se las quise sacar, creyendo que
eran s610 humorada del roto.
-Per0 ;de d6nde te vienen? ;de d6nde pueden
haberte venido?
Con temor y reticencias, despuh m&s tranquilo,
a1 asegurarle que nada se le haria, Alsino fu6 contando, contando, con voz entrecortada, algo de su
extrafia existencia.
El curso del breve y maravilloso relato serena ba
10s incddulos semblantes. Los policias perdiain,
con su tendencia irbnica, 10s Gltimos restos de la
embriaguez. Se escuchaban toses sofocadas en el
cuarto vecino, y d6biles crujidos de un lecho, en
el que, pesadamente, alguien se revolvfa.
Un murmullo imperceptible, en torno de la cat
fu6 creciendo m&s y m&s.
-Espera, dijo el emponchado. A s h a t e Evaristo. ;Est& lloviendo?
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XXIV
VEGA D E REINOSO
el camino hacia el portillo de
Maltusado, en la provincia de X. desde
10s primeros contrafuertes de la Cordillera Cic 10s Andes, por verdes ensenadas, abras angostas, cerros suaves y redondos, cubiertos de retazos de bosque indfgena, y otros altivos y desnudos, s610 erizados de rocas amenazantes y de
espinudos quiscos, se extiende la hacienda de Vega
de Reinoso.
Escasa en tierras de riego, fertiles potreros
vecinos a las barrancas del rio; rica en rulos trigueros; con viejos viiiedos de fama lugareiia;
abundante en montaiias virgenes; y con leguas y
leguas de serranias, aptas para pastoreo de temn n * i A q , es un feudo valioso y pintoresco.
IGUIENDO
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Viniendo del pueblo, a1 pasar el portezuelo, ya desde la cruz de madera alli plantada para remenlorar
un alevoso asesinato, cruz a la que siempre a lumbran velas humildes que comienzan a brillar m 5s
y mhs a medida que el crepfisculo se entenebrece,
divisanse, aun distantes, en la oscura hondoinada
de este lado del rio, que a esa hora refleja el mortecino resplandor de 10s arreboles, m a s 1luces
que pestafiean amigas tras confusos arbokidos.
Son las de las casas de la hacienda.
El raro viajero que cruza por esa solitark1 regi6n, comenzada ya la noche, a1 sentir en sus
carnes el primer escozor del vientecillo helado que
se levanta, mientras sigue camino adelante, contempla largamente, con ojos de envidia, el cLuke
reclamo de esas luces.
Un callej6n breve y oscuro, metido entre 1tupidos zarzales y Blamos viejos cubiertos de quin tral,
siempre inundado por el desborde de las aceq uias,
va recto hacia una plazuela, sombreada por acacios y
olmos aiiosos, extendida en semicirculo en frente de
extensas y aparragadas construcciones de ad obes
y tejas : antiguas bodegas, galpones ruinosos, Pesebreras improvisadas, graneros y amplios corrales.
Hacia un extremo asoman las enormes casas de
habitacibn de dos pisos, rodeadas por correclores
interminables. Dueiio de esas casas,y de tod!o lo
que encerraban leguas y leguas circundalntes,
fu6 don Javier Saldias. Don Javier era un hornbre
fuerte, grueso y simpAtico, de ojos azules, tez
tostada y lozana, y con una cabellera rev1ielta
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EN EL HUERTO
sefiora Dolores y la sefiorita Matilde
entraron juntas en espera del desayuno.
A esa hora, y por lo oscuro del dfa cenicien to, en el comedor reinaba una claridad escasa.
En el aire viciado flotaban el olor rancio y desvanlecido de cigarros fumados en la noche anterior , el agrio aroma de restos de licores que quedaban en las copas, y el perfume mortecino y sombrio
de flores mustias que se deshojaban silenciosas
sob1-e la mesa.
En aparadores y trinches, muebles enormes y
OSCliros, adosados a la pared del fondo, clareaban
ape]nas 10s espejos.
La gran mesa, flanqueada de numerosas sillas
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XXVI
PESAR
Banegas, ganado por la mansedumbre del prisionero, lo dejaba en libertad dentro del recinto de
la arboleda.' Pero, hortelano afanoso y querend6n
de su oficio y de esa parcela de tierra que 61 mulliera
por tantos aiios, trat6 de sacar algtin partido de
su huksped. FuC asi como Alsino qued6 encargado
del riego, mientras 41, sin tregua, dedidbase a
perseguir las malezas de la primavera, que amena- h n ahogar almiicigos y plantios.
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LA AYUDA PARROQUIAL
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-Banegas, lleg6 el cura,-exclama nerviosa Ab'1gail . -Mis tias dicen que lleve a Alsino a las casa.s.
A1 extremo del parr6n, trepado en una r6stic:a
escalera, Alsino, el tronco desnudo, est& colocandlo
unos tarritos debajo de 10s grues6s sarmientc)S
reci6n podados, para cuando despuks destilen gra11des gotas de &via. Es un remedio inmejorab le
para las nubes de 10s ojos.
-Las seiioritas dicen que vaya-le
comunic:a
Banegas.
Alsino mira a todos inquieto, y espera de Abiga.il
una respuesta a su muda interrogacih Per0 1la
joven calla. Confundida, baja la cabeza y caminLa
adelan te.
-Amigo-le
dice burl& Don mico, d h d ole
un codazo--jen esa facha va doiide el cura?
Alsino se averguenza. CBlase, a1 pasar por la
casa de Banegas, su grueso poncho, y sigue entire
10s hombres que lo custodian.
Abigail se apresura y camina cada vez m;
rfipida hasta llegar corriendo a1 sal6n.
-Ahi viene-dice con una agitaciitn que no 1es
s6l0 la de su carrera.
El cura contaba su enfermedad, lo mal que lo
tratara el invierno. Dia a dia mBs delgado, y uria
debilidad creciente, y un apetito continuo.
-En las noches-dice-me
sube un cosquillc:0
espantoso a la garganta, que me ahoga y me ha1:e
toser como un desesperado.
El anuncio de Abigail interrumpe de golpe 1,
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vez de viaje, me toc6 asistir en San Pedro de Alc h t a r a a una infeliz que se decia enferma poir la
malas artes de esa mujer. 2C6mo;no has oido n;zda
sobre tal bruja? iEs extrafio!
Alsino, que calla entristecido, exclama :
-No era bruja. No habia m8s mkdica, por a 118,
que mi pobre abuela.
-&uC dices?. . . iD6nde iba a figurarme!. . . VIean
ustedes! Ahora me explico. iPobre muchacho!
Pas6 un calofrio por 10s circunstantes.
AI cura yolvi6 a sacudirlo otro acceso de I:os;
pero tan sostenido y violento que, asfixi8ndcxe,
qued6 largo rat0 con el rostro congestionado, rojo y azul.
Como el acceso volviera persistente y prolonga.do,
sali6 a escape don Rice en busca de un vas0 de
agua. Cuando volvi6, el viejo pArroco, que aurL se
debatia bajo el ahogo, a pesar de 61, porfiadamerite,
buscando hablar lo hacia ccmo a tropezones, la
voz velada y silbante.
-No debi salir. . . soplaba un vientecillo erI el
portezuelo. . . aqui entre ventanas abiertas . . .
estamos en una corriente de aire. . .
Las sefioras, confundidas, no atinaban a dfsc3u1parse.
-Bien, bien;-dijo dirigihdose a Alsino-ya 1JOlverC por ti. . . Con la ayuda de D ~ G s . . te litr a remos de todo maleficio.
Se pus0 de pie. Nuevas toses lo sacudieron.
AUstedes me van a perdonar.. . He quedisdo
rendido.. . Crei ahogarme. Aun veo estrel las.
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XXVI I I
UN A N 0 TRISTE
a1 parroco varios dias; y
quien lleg6 fuC don Javier, y d e un humor de 10s demonios. Resignadas, las
seiioras aguardaban una ocasi6n propicia, cuando,
una maiiana el cochero, a1 volver del pueblo, a donde
fuera por la correspondencia, trajo Pa noticia de
la enfermedad del cura. Relegado a su lecho, continuhbanle, cada vez m8s seguidos, 10s cosquilleos,
las toses y !os ahogos.
El aiio amenazaba seguir pr6digo en calamidades. Desde el otofio pasado, que se despidiera con
unos dias thrridos, las cosas iban de mal en peor.
Antes de llegar el invierno, vino una lluvia breve,
y la atmhsfera, que quedara limpia como una lente,
pareci6 concentrar mejor 10s rayos del sol. En la
SPERARON
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tarde de una jornada sudorosa, mientras 10s a$:uazales, apozados aqui y all& como trozos de espejos
caidos, fermentaban a1 igual de 10s vinos, a una
misma hora, por combusti6n interna, se ha1San
incendiado las enormes parvas de paja que, ci3mo
pequefias y rubias colinas, se veian dispersas Por
10s potreros del valle.
Despues de una noche Clara, amaneci6 un dia
negro. Tal si hubiese estado largo tiempo I-ontenido, ya maduro, resuelto e impetuoso se desbord6 el invierno. Trope1 de vendavales despoj:iron
a 10s drboles de sus Gltimas hojas. Y de un dia
a1 siguiente, el valle cambi6 de aspecto. Y vinic2ron
las Iluvias, unas tras Ias otras, cada vez m&s contagiosas. Asi transcurrieron 10s meses de Juniio ' y
Julio. Per0 ya en Agosto comenzaron a Iucir 1mos
soles muy hermosos; y para el dia del T r hsito,
cuando todos tenian por agotado el mal tiennpo,
una semana entera, despues de un temporal desatado, cay6 un aguacero lento, continuo, de ru mor
imperceptible, monbtono y hondo como el d e la
melancolia, sonando de tal manera intermin; tble,
que una sensaci6n desolada, como de abandlono,
como de olvido, como de trastorno de todas las
Ieyes naturales, fu6 alimentando una angListia
creciente. Los campesinos en sus ranchos, tardle de
la noche, insomnes, maldiciendo sus labores perdidas, se revolvian en sus lechos, oyendo afuer'a el
desplome del agua.
En la oscuridad de las humildes habitacioInes,
comenzaban entre maridos y mujeres, dial13gos
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Cuando lleg6, una tregua de escasos dias, cc)menzaron a caer, como cuervos sobre un cam13 0 d_ e_
batalla, las noticias abrumadoras : 10s filtimos puentes, que aun resistian, estaban rotos; 10s caminos,
cortados por grietas y derrumbes; y cuadras Y
cuadras, de las mAs feraces tierras riberefias, carcomidas y tragadas por el turbi6n del rio. La mitad del poblado de Las Juntas, alli donde el Reinoso recibe el torrente de las Loicas, habia desaparecido. Faltaban dos nifios y algunos animales.
Desolaci6n cayendo sobre miserias. Bajaron las
aguas, y las islas que formaban 10s brazos del rio,
antes f6rtiles y sonrientes, cubiertas de chilca!es,
veianse arrasadas y convertidas en pedreros esteriles y blancos como osamentas.
Rotas las bocatomas de 10s canales de regadio,
entrada ya la primavera, una sequia irremediable
en el primer tiempo, se dej6 sentir. Per0 ella bast6,
junto con el regreso de un ardiente sol, para que
comenzasen las epidemias en el ganado.
Y fu6 tan contagiosa la epizotia en ese afio, que
no hubo en toda Vega de Reinoso una yunta de
bueyes para emprender las labores de la estacibn.
Bast6 despu6s una tarde templada para que el
tr6bol nuevo y tibio, que comian 10s animale:; convalecientes, fermentase en ellos. Hinchados, como
odres repletos, 10s novillos arremetian f u riosos
contra 10s vaqueros que venian a aliviarlos.
No pasaba dia sin que Calixto, el campafiista,
a1 regresar a las casas, no llevara la noticia de: nuevos animales muertos. En tal abundancia (:aian,
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XXIX
EL CANTO DEL AMOR
m1
QS
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A , l
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XL
ENTREVISTAS
el aiio con dias revueltos. Los
trigales, a media madurez veianse, en 10s
lomajes, de un verde tornasolado de pardo
iarillo.
Y an
Pa sada Pascua de Navidad, principiaron a prepara r 10s graneros, quemando en ellos la apestante
y flcirida manzanilla. El aire, antes puro, p ~ s o s e
hedicmdo con el humo espeso que ahuyenta y mata
a 10s gorgojos.
Er1 un dia fresco, muy de madrugada, dos sefiores clesconocidos, lograron, nadie sup0 c6mo, colarse hasta el huerto.
B2tjo su poncho, Alsino, que habl'a dormido mal,
veia con agrado aquel amanecer de estio, prometedor
de u na jornada Ilevadera.
ERMINABA
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dos,e, jesticulaba con gran vivacidad, no pudo meno: , de sonreir entre curioso y burlesco.
--Ah! ah!-grit6
el periodista, observandolo con
que ya, desde lejos, lo suatenci6n-confesar4
pus;e. iVamos! no podia ser otra cosa.
, ii Alsino produciale un verdadero cosquilleo la
nerviosa actitud de ese hombrecito gordo, que le
abr ia ojos llenos de malicia.
--iDiablo de don Javier! jQu4 hombre tan fantas.tico! Soy su mAs irreconciliable enemigo politicc1 ; pero debo confesar que, en combinaciones absur1das, me deja muy at&. Amigo, amigo, confiese!
i q u16 majaderias ha hurdido 61 con usted? iAlas?
2 vuielos? CuAl es el objeto oculto de todo esto? 2 Negocio ? i. Fines electorales ?
Phino, sin poderse contener, reia abiertamente.
--Diga! confikselo sin temor-susurrb el vejeteserf:mos generosos con usted-y puso, con gravedad,
uncis billetes en las manos del prisionero.
-Su reir lo vende, amigo mio,-dijo el gordito,
Y tlomhdolo carifiosamente de un brazo, exclam64
- i! 2u6 supercheria tan grosera!-Luego, corrigihdose quiso agregar:-Pero de ridicula llega a ser
gram
ciosa, graciosisima. En todas partes no se habla
sin() de ella.
T.tepentinamente callb. Con el codo, a1 agitarse,
a t;r a d s del poncho, habia tocado las alas ocultas
d e .Alsino. Corno se agachara queriendo ver quC cosas fuesen, el prisionero di6 un salto atras rogando:
-No! no! dkjenme!
-2Por q u e ? Ah! Bien lo decia yo! Per0 no encuen-
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tra ser una idiotez andar el santo dia, con estos calores, cargando unas plumas sucias. Y un jorob ado
iqu6 diablos! no anda derecho. iVamos! Hay que
falsificar mejor las cosas. Un jorobado camina de
este modo. Vea! Sus piernas son flojas, su cuello
es dilbil, la cabeza la hunde entre 10s hombrorj Y,
luego, tiene en la espalda un bulto proporcion;ido.
Cr6ame que si el hombre tuviese alas, no le ha1rian
un promontorio tan desinedido.
Y seguia, en un ir y venir, irnitando a maral
el andar de un verdadero jorobado.
-Es una tramoya mal ideada, amigo. {Pero
objeto tiene?
Alsino, con Animo de alegre desdiln, se acerccft a1
gordito, e inclinAndose, le deslizb a1 oido un largo
secreto.
El pequefio y panzudo periodista, que empin&base regocijado y no queria perder palabra, lam6
una sonora carcajada.
Temiendo ser oido, rapida llev6 una de las manos
a su boca, y tomando con la otra, de un brazo, a
Alsino, por entre unos macizos de rosas lo arrastrb
consigo.
El vejete, intrigado y de mal humor, 10s segufa
a distancia.
-VCalas! 2 Verdad que no estAn mal ?-decia .le Alsino, y levantando el poncho, mostraba las p untas
de sus alas.
-Hombre, hombre! Aguarde . . . Veamos . . . Per0
no seria mejor escoger plumas de un ave men'os conocida?
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ilsino, confuso, lo firm6 sonriente. Fueron tes1s de 61 el yanqui m8s joven, que no figuraba
io cornprador, y don Javier, que se guard6 el
que.
XXXI
LA FIESTA DESCONOCIDA
dial un dfa de Enero, amanecib nublado
y fresco, con un airecillo retoz6n y alegre.
Desde las primeras horas comenzaron a
cruzar oarretas que bajaban a1 llano. Con toldos
curvos, en un arrastre lento y continuo, y con su
yunta de bueyes delantera, parecian, a la distancia, perezoso desfile de caracoles. Fueron apareciendo ligeros cochecillos arqastrados a1 trote vivo de
caballos que participaban de la alegrfa general, y
pesados breaks y antiguos coches de trompa de 10s
fundos vecinos, que iban rApidos llevados por tiros
briosos.
Los peatones, a1 acercarse un alud de jinetes,
flameantes las mantas multicolores, buscaban refugio entre 10s boldos resecos y polvorientos que
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ras a1 interior de las habitaciones, acarreo de licores y comestibles, sillas traidas para que trep asen
a las carretas las seiioras mayores, ensayo de c;ibalgaduras en rapidos galopes y revueltas, iras ne1iviosas, compras olvidadas en 10s almacenes, 41 un
cerrar con estr6pito de cien puertas y vent2mas.
dejando el pueblo vacio y silencioso.
Cuando atravesaron el portezuelo vieron que,
como hormigas por 10s caminos distantes o y a en
grupos en el llano, 10s vivientes de 10s campos se Jes
habfan anticipado.
Don Javier, la seiiora Matilde y la seiiorita DOlores, Abigail y su hermano, salieron recien aljmorzados en el breack de las casas. Don mico gu iaba
con consumada destreza la piara de yeguas bzwas,
todas iguales en pelo, tamaiio, bondad y hirfos.
Calixto, montado en un potr6n aun de rieridas,
que estaba adiestrando, iba a la siga para abrir las
puertas de tranca.
En vez de dar la larga e inoficiosa revuelt: 1 del
portezuelo, todos 10s inquilinos de Vega de Reinoso
subian por empinados caminos de herradura y senderos de travesia trasmontando 10s cerros.
Banegas, a instancias de Florencio, el bodegiiero,
accedi6 a acompaiiarlo, siempre que llevaran con
ellos a Alsino. No se atrevia a dejarlo solo.
Mientras el bodeguero, de contrabando, iba sobre
un caballito talajero, sin mhs bridas que un bozi31 de
cordel, a su lado Banegas y Alsino"*caminabana. pie,
todos por el interior del fundo. Para abreviar distancia, salvaban las cercas, cruzando boquetes tra-
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dable imp resi6n de carnes que las aguas reblandecen y descoloran, su rostro moreno, surcado por
infinitas a.rrugas, donde brillan claros sus ojos cenicientos, trae el recuerdo de 10s trabajados campos de labIranza, llegada la 6poca de 10s barbechos,
cuando br.illan, con las primeras Iluvias, entre la
Oscura tia-ra arada, las claras y pequeiias pozas de
agua.
Nunca falta Calixto, el domador y campaiiista.
Tieso y d uro, con manos tan encallecidas por el
lazo y el r(3ce de las riendas, que sus dedos s610 puede doblarl[os a medias. Cuando alguien lo saluda,
siente que estrecha no la mano de un hombre, sin0
algo rudo , seco y c6rneo como una garra. Es un
hombre fe 0,con bigotes de bagre, bruto e inocent6n. Gusta del amor a su manera. Aun a sus
aiios es el tenorio de la hacienda; un tenorio que
no habla, que no corteja, que s610 procede. Nadie
puede adivinar su edad; porque la cAscara de su
cuerpo, como la de sus manos, es tan dura, que 10s
afios no SIon capaces de romperla y salirle afuera.
Aunque no tiene derecho a la comida, Florencio,
el bodegut:ro, desde que la vendimia principi6, figura en la re:uni6n en calidad de asimilado. S u rancho
de inquilirIO queda lejos. Tiene que vigilar la llegada
de la uva , la molienda en 10s antiguos lagares de
cuero; y es 61 el que desdobla la cola, ahora hueca,
We antes perteneci6 a un pacific0 buey, y hace que
Por ella, c:om0 por un caiio, salga la lagrimilla que
resultd de la danza de 10s muchachos medio desnudes sobre el lagar colmado de negros racimos. Es
b
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long,a sin objeto su estadia. Por fin sale, y muy molesta.. A su cuerpo obeso lo engrosan aun m& las
Polk:ras de gran ruedo. Con el gran paiiol6n de
rebozo, que en la noche, temiendo el sereno, lo hace
colgiir como un manto desde su cabeza, desaparece
por 1la puerta que da a1 patio oscuro. En el silencio
se 0:ye el leve chasquido que van haciendo sus zapatolnes de paiio.
C
Cx c a de Alsino est& Banegas. Banegas, adem&
de h ortelano, es el matancero del fundo. Es el que
degiiella 10s corderos para el consumo de la casa y
Prepiara el charqui, cuando, en primavera, algiin
vacLino muere empastado.
E!;un si es no es fil6sofo. A Alsino le aconsejaba
que sus heridas no se las dejase lamer por 10s perros.
--No hay nada mejor-afirm6-que
orinarse en
ellas
Ha descubierto un remedio para obstruir las cuevas de las ratas, impidiendo que a1 no encontrar
libre! paso por ellas, desistan de abrir otras. Es usado
especialmente en 10s graneros de Vega de Reinoso.
El I)rocedimiento se reduce a colocar, firmemente
aseguradas, laminas de vidrio que tapen las salidas
de 1as cuevas. Los ratones, aunque son listos, a1
choc:ar en ellas, se resisten a creer que eso transparente e incoloro les impida el paso, y se llevan toda
una noche hociquehdolas. Cuando el remedio ya
no (la resultado, es fAcil comprobar que el crista1
est& sucio.
Banegas habla poco. En ocasiones, podria afirmar se que durante meses no ha dicho una palabra.
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Y lTolvieron a beber.
Hay en el campo una hierba
de la borraja Ilamada,
......................
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XXXIII
OTORO
@M MI DO
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un
-i Ah!-exclam6 regocijado A1sino.-Acerque
vas0 con agua. Aqui hay. Espere! Beba sin miedo!
Que ponga agua nueva porque habia flores en el
vaso. Son crisantemos, mejor que mejor. Beba! Asi!
Per0 qui: gesto hace; es el dejo a1 alcanfor.
Afisera se sinti6 un r8pido batir de alas, y un claro
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y pasajero fulgor baa6 la pieza. Era el Teflejo despedido por palomas en vuelo, a1 cruzar por el sire
baiiado de sol.
AI otro lado del lecho, cerca de la puerta, acomod h d o s e en una silla baja, la seiiora Benita, desenred6 su lana y su crochet, y plisose a tejer.
-Yo no lo IlamC, Alsino, para que estuviese caIlado-exclam6 burlesca y con afecto Abigail.
-iQuk puedo referirle? ZAun una nueva historia?
2 No le contk, liltimamente, mi aventura con 10s ladrones, y la que tuve con unos buitres cuando reciCn
volaba? 2 no le he relatado la del tristabaco, y la historia con las llacas y comadrejas que tenian como,
casapropia la capilla del Totoral? 2Y tantas, y tantas
otras? (Que quiere que aun le cuente? <El juramento de 10s picaflores ? ;Lo ha olvidado? 2 No conoce tambikn mi caida a1 mar? ;No? Es extraiio. S610
ahora recuerdo que no la he referido. Ah! cu5n insaciable es. Debiera haber sufrido yo otros mil percances, y usted todavia no quedaria satisfecha.
iAun otra historia! ZSe mofa? 2Acaso no es asi?
Abigail reia ruidosamente.
Alsino, en silencio, la contemplaba. Contagiado,
termin6 por reir a su vez.
-Una tarde--comenz64rase en el tiempo en que
yo reciCn iniciaba mis vuelos, aun presa del loco entusiasmo de mi nuevo poder, sin reparar en obstkulos y espoleado por deseos inagotables, mil
veces superiores a mis fuerzas, volando sobre
serranias, divisk tras ellas el resplandor del mar. Era
POCO m6s de medio dia, hora en que las olas ruedan
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A
; sus hocicos las
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TOSiamente
XXXIV
ERRANTE
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a d . 0
dos, 10s sombreros pendiendo de las manos que colgaban pesadamente, estaban don Rhgulo, Calixto y
don i%co.
Como un sonAmbulo, el ceiio inquieto, la mirada
en espanto, Alsino se Ileg6 a ellos interrogativo.
Nadie dijo nada. S610 don mico levant6 la vista.
En sus ojos se irisaban la luz de 10s cirios, y en sus
mejillas habia rastros brillantes.
-iAve Maria Purisima. , . ! -entonaba, temblorosa, la voz de la seiiora Dolores.
-iSanta Maria. . . ! -coreaban las otras mujeres
arrodilladas. Distinto y enhrgico, entre se distinguia
el acento rotundo de la seiiora Candelaria.
Desnudo y sangriento por 10s araiiazos que le hicieran las zarzas, la actitud resuelta, 10s ojos extraiios, Alsino ante 10s cirios y las flores que rodeaban
el lecho de Abigail, qued6 desconcertado. Como 10s
pBjaros cuando husmean en un sitio desconocido,
estiraba el cuello, atentos 10s oidos sutiles
Di6 un paso adelante. Todos, a1 levantar la eabeza, quedaron inm6viles ante su trBgica aparicidn.
Don mico, obedeciendo un gesto de la sefiorita Matilde, se acerc6 a1 prisionero, lo tom6 de un brazo y
quiso hacerle salir de la pieza. Alsino, sin comprender, contemplhdolo todo con terribles ojos de ausente, presa de inesperada violencia, frenCtico y
resuelto, arrojd lejos a1 cochero. De un salto, con
furia extrafia, derribando uno de 10s candelabras,
se acerc6 a1 lecho de Abigail; las mujeres d i e m
gritos, incorporAndose, temerosas, a1 arrimo de las
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UINTA PARTE
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LA HIJA DEL LEONERO
L L ~donde
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de aquel hombre extraordinario, cuya fama alcanzara a sus oidos, le vi6 alcanzar una tarde hasta su
P"opio hogar.
Cotoipa, su hijo, a1 verlo, tremulo lleg6 corriendo
ha sta su silla de enfermo. Mudos ambos por el estuPOr ye1 miedo, per0 poco a poco ganados por la
vo z bondadosa de aquel hombre desnudo, diCronle
ho spitalidad.
Y cuando las nifias llegaron de las compras que
venian de hacer en el pueblo para surtir el pequefio
allnacCn que servia a cateadores de minas y contr: ibandistas, ruborosas, intranquilas, esquivando
la$; miradas de Alsino, entraban y salian de las
os1curas habitaciones.
Eran dos muchachas con belleza de juventud, y
no sin pr6ctica real en lides amorosas; pero, montaifieses ingenuas, sin saberlo, serviales mi%, para el
gusto de 10s hombres de esa tierra, cierta fadidad
a1 rubor y a la timidez.
El padre, viejo, enfermo y fatalista, no se habia
solbresaltado cuando, el afio anterior, Rosa, la menor de ellas, di6 a luz un hijo. Y no tuvo, despuks,
Para el reciCn nacido, ni desvio ni ternura. Llevando
en las sienes parches de torrejas de papas, entekaba
10si dias sentado en su silla de totora, con la cabeza
in(:linada ante 10s montes, mascullando, muy de
talrde en tarde, unas escasas palabras.
Etelvina, lamayor, atendia de preferencia el pequefio negocio. Rosa cuidaba de su guagua, y ambas
Y( Iotoipa, del cultivo de la tierra y de 10s quehaceres
de la casa.
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Icguas en contorno, habfa visto decrecer su clientela desde la llegada de Alsino a Reinoso. Amargada
por el desaire, y empobrecida por el abandono, vi6
una mafiana, muy de madrugada, llegar en su busca
a la menor de las hijas del leonero. Andando, andando, fueron internfindose bajo 10s sauces que amarilleaban con e1 otoiio.
Pasado largo tiempo, volvieron aparecer ; conversaban a h .
-Si, hija, si. Te querra toda la vida. No ha habido cas0 imposible. No lo compres donde el boticario-decia la anciana-no te Io venderia; per0 mi comadre debe tener. 2No la conoces? Vive en el crucero que hace el callej6n largo, con el camino que
va a Reinoso. No hay otra casa. C6mprale a ella.
Basta una poca cosa: un frasquito pequeiio. Y de
C1 s610 ocuparas la mitad; porque, antes, debes vaciar algo sobre una piedra que haya sido guarida
de lagartos, per0 que ya no 10s cobije, y el resto,
en el frasco, lo dejarfis sobre esa misma piedra, de
modo que reciba la luna de toda una noche. Hoy
puedes hacerlo. que si no se levanta viento y corre
el nublado, bril1arA la luna. Cuando Cl duerma, vacia rfipidamente en sus ojos el frasco. En 10s dos
a un mismo tiempo. Porque si asi no lo haces, y uno
de ellos queda libre, por 61 te burlara. Con cuanto
carifio, desde entonces, ellos te miraran! En 10s dos,
no olvides. iVer&s!En adelante, te seguira a todas
partes como un perro. Continuamente buscar& alcanzar tu compafifa. No se ha visto cas0 en que asf
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XXXVI
CIEGQ
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XXXVI I
LOS PEREGRINOS
angosto camino labrado en la falda del
cerro daba una revuelta, y metiendose
entre grandes pefiascos y &-boles enanos,
por 1;irgo trecho seguia a la sombrai
Respiraron complacidas las pobres mujeres a1
dej ar el sal ardiente que las llevaba rendidas y sudorosas. El niiio enfermo, mustio y phlido, que trasportatban en brazos, a1 no sentir el azote de la luz
cegaciora, abrib 10s phrpados amoratados; y con
sus grandes ojos negros y tristes, paseb una mirada
indife?rente por el rostro de las mujeres, por 10s arbustc)s vecinos y por el valle profundo que se extendia verde y silencioso.
La bufanda de lana azul y Ias largas y flacas piernas del niiio, de vez en cuando, arrastraban por tierra.
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sucedihdose estkriles como caminos. si ; por generaciones de generaciones la vida en ellos s,jlo en
trhnsito pasa. Miles de seres, sin saberlo, gastan su
existencia atentos a1 hijo que aguardan, hombre
verdadero por quien tantos y tantos se han sacrificado; y cuando por fin llega el hijo inconscientemente ansiado, nadie 10 reconoce y nadie lo comprende, y todos lo tienen por un ser ajeno y extrafio.
2Para qu6, entonces, pobres mujeres, ese afhn en conservar el vuestro, cuando no vhis, por su intermedio,
sino en busca de ese otro que OS ser5 distante e incomprensible ?
Cail6 Alsino. Las reciCn llegadas, confusas, sin
comprender, poseidas de vergiienza, experimentaron
algo asi como un temor desconocido.
El ciego, como si continuase una conversacidn
interrumpida, prosigui6 :
-Todos tratan jai! de defender sus vidas miserables, y yo entre ellos jDios mio! Y muchos de 10s
que aqui vienen por enfermos llorarhn a 10s que.
ahora, sanos les acompafian. Y serhn 10s jbvenes,
10s que reciCn dejan la adolescencia, 10s que morirhn primero. Nadie escucha, y tan claros y distintos que suenan 10s pasos de la tragedia que viene'
iPor que enturbiar vuestra tranquila sodera'
Hermanos, fatalmente, a1 despertarse, ya el hombre
tiene su dia lleno de realidades, que va recogiendo
como monedas caidas. Ellas le aguardan, ni una
mhs ni una menos; per0 mientras se acerca a'
sitio en que reposan, fanthstico ssleiia con su nfimer0 y su calidad.
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aIce dlel suelo, que a 61 lo a l z a r h , sin que 61 lo advierta.. Si, viene sobre nosotros la guerra, y para
)s el largo sueiio.
much&
iY c6mo eludirla? Y a todos ios que en ella interven gan lesserh fatal. Que 10s victoriosos quedarAn,
a1 igu: tl de 10s vencidos, dominados por lejanos pueblos; :7 s610 sangre infitil y ruina habrh por todas
partes
Y v,endrhn tiempos de confusibn, y ios mismos
pueblc1s dominado&s fermentarhn como las cubas
donde hierve el mosto. E n ellos lo que est5 arriba
estar5 abajo; y lo de abajo, arriba; y lo que debiera.
estar Ijobre todo, vivir5 eclipsado, invisible por el
vel0 q ue la sangre vertida pone ante 10s ojos de 10s
hombr'es.
Pro1i t o todo danzarh en torno de la pr,opia hoguera
del muindo, y como 10s lefios a1 consumirse fingen graciosas actitudes, habrh pasajeras acciones, bellas
Y gra*ides, pero todas efimeras, tal el resplandor
de las brasas que se hunden.
A a que1 crepfisculo sangriento seguirh la era de
una lairga noche, en Ia que 10s hombres ser5n presas
de ter ribles alucinaciones. Y cuando llegue el dia
ansiad'0,nadie lo reconocer5, y seguirB la confusidn
y el clesencanto. Como 10s padres que vienen procreanclo para dar a luz el hijo definitivo, 10s hombres, 2inte la propia obra de sus manos, quedarhn
irresol utos y atemorizados.
sufrido en tan eter-i I'ara esto!-dir5n-hemos
na ba ta!la!
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Y cuando est0 se haya conseguido, siglos mediante, no tardara mil aHos el mar en volver a recuperar
estos valles. i C u h lejano estara ese tiempo, si pensamos que, entonces, nadie, como ahora, buscar&
librarse de la muerte! Como aquel que terminada
la diaria labor, vuelve con la hltima luz del dia, pensando en proseguirla al alba siguiente, cada cual
buscar5 descansar durante la pasajera noche que
se ofrece entre ambas claridades.
Un balar de cabras vino aproximhdose. Curiosas metian sus cabezas barbudas entre 10s enfermos.
Tras ellas apareci6 el cabrero; un muchacho cobrizo, de cabello hirsuto y ensortijado.
-;No entendeis lo que estos animales dicen?exclam6 Alsino. Y llegara el dia en que todos lo entiendan, y a1 asombro seguira la tristeza de tantos
siglos de sordera. El hombre quedara vergonzoso
de sus viejas crueldades, y rodeado de 10s animales
despreciados, aprendera de ellos todo un nuevo y
extraiio saber. Se abrirhn antes sus ojos horizontes
profundos, y tendra una nueva conciencia de la verdad, del bien, y del mal. Entonces habra menester
de mas misericordia para si que para 10s demas; y
como jinete que no puede dominar una bestia arkca, le atenazarh 10s remordimientos de sus obras,
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XXXVI I I
ABANDONADO
Alsino y Cotoipa en busca de la
vaca salieron a1 camino, les sorprendi6
el extraordinario calor que aun hacia. El
sol acababa de ocultarse.
Dos solitarios maitenes, que siempre meciera el
viento de la altura, se veian quietos.
Ni un soplo de aire movia las grises cicutas y 10s
hinojos polvorientos. Un penetrante aroma de anis
se exparcia lento por el aire, si la varilla de Cotoipa
alcanzaba las cicutas, tronchhdolas.
De las laderas de 10s cerros, del polvo suelto y de
las grandes rocas desprendidas de la cumbre y dispersas por todas partes, fluia, intenso, un calor
seco.
Atravesaron el torrente y se les hizo m&s dura
UANDO
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la marcha cuesta arriba con el recuercIuban de las aguas frescas y bulliciosas que aun seguian escuchando.
-2 Est&cerca?-pregunt6 Alsino.
El niiio permanecia en silencio. Miraba cui&doso en contorno. Escrutando 10s matorrales y las
pequeiias quebradas, ]lev6 sus pesquisas hasta 10s
farellones de la altura.
-No est&--dijo.-Aunque. . . Espera!. . . No, no
es. Nuevamente ha pasado la cerca el maldito animal.
Alsino a1 estrechar una mano del lazarillo la
sentia caliente y sudorosa.
Se detuvo y, sachndose con cuidado su manta
deshilachada, sacudi6 las alas. AI ir, oprimiendo
sus espaldas, dhbanle excesivo calor.
A tientas busc6 una piedra conocida donde sentarse.
Qued6 sobre ella inm6vi1, con las alas entreabiertas. Sus ojos blancos, deshechos y lacrimosos, se
revolvian sin descanso entre 10s parpados enrojecidos. Una mueca de constante expectacih Ilema
nhbale de arrugas la frente, y dibujaba una son?-"
perdida en su boca silenciosa y en sus mejillas enjutas.
A1 igual del zorzal cuando en 10s huertos hbmecAOS
oye a 10s gusanos que caminan bajo la tierra, Alsino,
con la cabeza un tanto inclinada sobre el homlbro
)teizquierdo, parecia escuchar algo oculto y SUI
rr&neo que se deslizase.
El nifio se distrajo observando 10s hormigo nes
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-iCotoipa!
-Va lejos, no volverB.
-Fiarse de un nifio. . .
-Estira tu brazo, estoy cerca de ti. Lava tus heridas.
Eran 10s pAjaros, 10s Brboles y una vertiente 10s
que asi hablaban.
-2D6nde estoy? pregunt6 Alsino.
-Est& aqui, en la montaiia.
-;A1 otro lado del portezuelo?
-iQuC portezuelo?
-<El del camino que va a Vega de Reinoso?
-Queda muy distante.
-2C6mo puede ser, si volC tancorto tiempo?
-Per0 vuelas tan rBpido! Y , ciego jc6m0 quieres saber! Vega de Reinoso, el porteeuelo, est&n lejos; lejos toda vivienda.
-;Que pasa?-preguntaban las aves que venian
llegando. Posadas en las altas ramas, se inclinaban
terne<rosas mirando hacia la sombria quebrada.
Eran loicas y turcas, luego unos zorzales.
-<Que pasa?
La novedad era incitante. Como si las atrajera
el anuncio de una culebra, todas las aves de la regi6n, que venian a pernoctar en esos bosques, acudian unas tras las otras.
Hasta 10s boldos secos, a 10s que 10s torrentes del
invierno habianles descarnado las rakes, vieron poblarse su triste ramaz6n de pBjaros inquietos, pe19
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XXXIX
LA HUMILDE AYUDA
pasada la alegria del amanecer,
iban lejos las aves en busca del aliment0
diariw, cerca de Alsino quedaba de guardia
una vieja tenca casi desplumada, que tenia, para
Iargas distancias, el vuelo dificil y penoso.
Imitando a maravilla el canto de casi todos 10s
phjaros ausentes, iba y venia en torno de Alsino,
quien, creyendose siempre acompaiiado de sus pequefios amigos, recobraba por instantes, per0 no
sin esfuerzo, el poder de sonreir.
A la izquierda del ciego, cantando con todo el
acento variable de un tordo presumido y sentencioso; luego a la derecha, la voz golpeada y cristalina,
monedas cayendo en agua limpida, a imitaci6n de
10s vigorosos gorjeos de la diuca; ya a la espalda del
UANDO,
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herido, ensayando con mediano 6xito el dificil repiquete de 10s jilgueros; terminaba, casi en 10s pies
de Alsino, no sin gracia burlesca, por preguntarle
una y otra vez por el tio Agustin, ese damoso e ilusorio tio Agustin de 10s chincoles.
Desde el chillido agrio y disonante de 10s chercanes, desde el silbo acusador de soledad y alejamiento de las turcas, llegaba en su pretensi611,
poniendo en medio espesura de ramaje, para que el
engafio no fuese notado, hasta imitar el dificil canto
del lirico zorzal.
Y aunque su voz no tuviese la dulzura, la variedad, ni la potencia requerida para tal hazafia, y
aunque lo que iba diciendo no podia menos de quedar teiiido por su carActer ligero y burlbn, hacia su
efecto en Alsino. BastAbale a1 ciego, en su estado,
rnuy poca cosa para que fuesen heridas y quedasen libres su profunda melancolia y la tensi6n constante de sus febriles ensueiios.
A la caida del sol comenzaban a llegar las aves.
Si las mindsculas tijeritas, que visitan 10s jardines,
s610 traian alguna flor, menos que eso, p6talos
olorosos ; si las t6rtolas cordilleranas no hacian sin0
en lamentaciones llorar su olvido; en cambio el
quete-quete o martin pescador nunca dejaba de
traer plateados pejerreyes ;y el tiuque, groserote y
ladr6n, dejaba en las propias manm de Alsino tiras
de charqui robadas, sin eschpulas, de las que 10s
campesinos ponen a secar en 10s techos de totora
de sus ranchos.
MQs tarde, casi siempre el dltimo, aparecia un
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XL
NUEVAS VOCES
la maiiana que sigui6 a la noche
en la que vino el puma, y cerca de Alsino
estuvo echado e inm6vi1, contemplhndolo
como un perro que piensa, dolorido de no comprender; cuando 10s c6ndores innumerables volaban
intranquilos desde la cima del cielo en gigantescas
espirales, sin atreverse a bajar a1 sitio donde el ciego
se encontraba; debilmente, con el melancdlico gorjear de un ave herida, Alsino decia:
-Entre todos 10s dias de mi vida ye te seiiaIar6
a ti, dia de dolor. Celebrar6 t u aniversario con mayor
regocijo que el de mi nacimiento. Buscarii siempre
referirme a ti. Todo irA mezclado y unido a tu
recuerdo. SerAs como el centro que coordina y d a
unidad a !as cosas aparentemente dispersas y fragURANTE
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P r a d o
mentarias. Como un corazbn latiendo oculto se extendera tu poder por mi sangre y mi vida.
Te creia cruel e indiferente, y has sido hecho tan
a la medida de mis fuerzas, que pude sobrellevarte.
T e juzgui. implacable; mas, cuando creciste demasiado, t6 mismo regalabas la fatiga necesaria para
que viniese en mi ayuda una dulce inconsciencia.
Dos grandes heridas cruzan mi costado y mi
pierna.
Inmbvil en el suelo, como si por mis heridas pasasen clavos monstruosos que me aferraran a1 mismo sitio, quieto y sumiso, yacia agarrotado.
Si movia un brazo, el dolor, espiando como un
buitre, me clavaba su zarpa. Debia renunciar a
todo movimiento y fingirme muerto.
Se incrustaban en mis carnes 10s guijarros incontables, y mi cuerpo joven y CigiI, hecho para la lucha y e! vuelo, permanecia mas inmbvil que una
piedra.
Mas, bendito sea Aqui.1 que ha derramado, hasta
en el mal, el bien; y que hace que 10s goces supremos no dependan de una orgullosa plenitud.
Con mayor despacio que el que gasta una oruga
para arrastrarse, Ientamente, sobre mi mismo fui
girando. Burlaba temeroso a mi dolor vinilante,
hasta que pude ofrecer a mi cuerpo un 1igerisimo
cambio.
Y ioh sabiduria inalcanzable! oculta en todos 10s
pliegues de nuestra existencia: s610 por el logro de
I
299
300
301
donde su resplandor pasa, por alli nosotras cruzaremos hacia el dia inmortal! Venid!
Volando altos sobre las negras olas, por entre las
espesas sombras, iban veloces las aves enloquecidas.
Sordas a mis voces. ninguna de ellas quiso atender mis sfiplicas delirantes.
A1 ruido del choque de 10s psjaros contra 10s cristales de la linterna, salid el guardiQn del faro pretendiendo, infitilmente, espantarlos.
Caian y caian, en torno, aves incontables con
las alas rotas.
S610 cuando la sangre vertida contra 10s cristales de la linterna fuC espesQndose, y la luz del faro
parecid extinguirse, el resto de las aves siguid su
curso.
Sefior, esta eterna e insondable noche, tambien
para mi se rompe y deja filtrar algunos de tus
vivisimos y eternos rayos! MQs feliz que las ciegas aves que emigran, permite ioh, Dios mio! que
ellos me guien, y por el mismo sitio donde las tinieblas se rasgan, pase yo a tu reino!
XLI
EL FUEGO
de que el zorro vino solicito a lamer
durante varias noches las heridas; aun
cuando las min6sculas araiiitas rojas tejan
ahora, incansables, sobre ellas, las finas telas que
saben hacer, buscando secar el liquid0 seroso que
las Ilagas vierten; pese al avellano que lo cobija y
que ha trasformado la rama tronchada por la caida
en un abanico que oscila a1 paso de 10s vientos SOlicitos, Alsino, quemado por la fiebre, se empeora
y consume.
Los abejones sihestres, antes que las arafias pusieranse en labor, vertieron en las heridas gotas de
miel; 10s pi5jaros no lo desamparan; las,Mas y puras
aguas de la vertiente, abriendo nuevo lecho, un
tiempo bafiaron el flanco enfermo de Alsino.
PESAR
304
P e d r o
Per0 el ciego, ahora, quemado por la fiebre!, delira y vaga cojeando por la Bspera quebrada
Por momentos, lticido, cae en profunda tris'teza;
per0 luego es poseido, nuevamente, del delirio. Un
frenesi arrebatador le lleva a cantar, en siniestros
aullidos, cosas incomprensibles que atemorizan a las
aves y a 10s animales, que hace aquietarse a 10s Brboles y enmudecer a las aguas y a 10s suaves vientos.
-2Dormir7 iSigue aun de noche? Oigo a 10s p8jaros que cantan las canciones de la tarde. iC6mo
huelen la tierra y 10s BrboIes despub de la terrible
lluvia de 'ayer! Desnudo como voy, ella ha reblandecido 10s costrones de mis heridas, que ahora se
desprenden fBciles. ;Per0 qub dicen 10s pfijaros?
iRuegan por mi? ;Con quibn hablan? iDios? ;Conversan con C1?
Amigos inocentes! que sabais? Dios s610 es visible
cuando llegamos a1 fondo de la m8xima tristeza.
Ved a que abismo es necesario descender! 0 cuando
logramos realizar la m8s alta espepanza, y aun nues-'tros ojos miran hacia arriba! Ni las vuestras, n'I 1111>
alas, son capaces de escalar una cumbre semejante.
Todo para mi ha sido soledad ; ha caido comc una
maldici6n este vuelo limitado. Alas que no puieden
llevar mBs lejos que ellas mismas. . .
Por donde paso todo es sobresalto y ruina , cotoipa ipobre nifio! loco para siempre, dice el (:aminante. Y yo que s610 creia darle un placer inmenso!
Una noche en que volaba sobre unos desfila!deros
en la cordillera, no reparb en una tropa de mu1as de
las que bajan metal. Mi vuelo les produjo un Piinico
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306
P e d 4 0
P r a d o
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d
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P e d r o
PRIMERA PARTE
I.
I1.
I11
IV
V.
.
.
En la noche. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Alsino y Poli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
La caida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Jorobado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
La fuga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
..
..
..
..
..
PAgs
11
17
25
31
35
SEGUNDA PARTE
VI . Los tordos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
VI1. Las alas...........................
VI11 Confesiones de un hombre libre ......
I X Revelaci6n .......................
X Un refugio en la noche . . . . . . . . . . . . .
XI . Vaaando
. ..........................
XI1 Elvuelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
..
..
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..
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49
55
63
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73
77
XI11 El canto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
XIV Aventuras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
xv Cuando el alba llega . . . . . . . . . . . . . . . . . .
XVI Una maiiana de primavera . . . . . . . . . . . .
XVI I. El mar ...............................
XVIII En el verano silencioso. . . . . . . . . . . . . . . .
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89
93
99
105
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.
.
.
.
TERCERA PARTE
.
.
.
.
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P r a d o
.
.
P5g.s.
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121
131
CUARTA PARTE
. El phnico. . . . . . . . . . .
XXII
XXI I I .
XXIV .
XXV.
XXVI .
XXVII .
XXVIII .
XXIX .
XXX .
XXXI .
XXXII
XXXIII
XXXIV .
.
.
Prisionero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
.........
Vega de Reinoso . . . . . . .
En el huerto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mientras el agua corre. . . . . . . . . . . . . . . . .
La ayuda parroquial . . . . . . . . . . . . . . . . .
Un afio triste . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El canto del amor.............
Entrevistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
La fiesta desconocida. . . . . . . . . . . . . . . .
Una tertulia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
OtOfiQ. . . . .
......
.........
Errante. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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QUINTA PARTE
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293
297
303
ES PROPIEDAD
E D I T 0 RI A L M I N E RVA
M. Guzm6n Maturana
AHUMADA 39-41
- SANTIAGO
IMPRENTA UNlVERSlTARlA
ESTADO 63
SANTIAGO