Matan A Un Niño (Serge Leclaire)

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'! De Serge Leclaire en esta biblioteca

Matan a un nio

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Ensayo sobre el narcisismo primario


y la pulsin de muerte

1Escritos para el psicoanlisis


' Vol. 1: Moradas de otra parte
, Vol. 2: Diabluras

Serge Leclaire

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Biblioteca de psicologa y psicoanlisis


Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky
On tue un enfant. Un essai sur le narcissisme primaire et la pulsion de
mort, Serge Leclaire
ditions du Seuil, 1975
Traduccin : Vctor Fischman

ndice general

Primera edicin e n castellano, 1977; primera reimpresin, 1990; segunda rei mprcsin, 1999. Segunda edicin, 2009
Todos los derechos de la edicin en ca stellano reservados por
Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7 piso - C1057AAS Buenos Aires
Amorrortu editores Espaa S.L., C/Lpez d e Hoyos 15, 3 izq. - 28006
Madrid
www.amorrortueditores.com
La reproduccin total o parcial de este libro en forma idntica o modificada por cualquier medio mecnico, electrnico o inform tico, incluyendo fotocopia, grabacin, digitalizacin o cualquier sistema de almacenamiento y recuperacin de informacin, no autorizada por los editores,
viola derechos reservados.

l. Pierre-Marie, o sobre el nifio

31

2. Beatriz, o sobre el amor

53

3. Teresa, o sobre la pulsin de muerte

75

4. Justin, o sobre el sujeto

95

5. Sygne, o sobre el amor de transferencia

117

Viena, o sobre el lugar de los nacimientos,


Nata Minar

Queda hecho el depsito que previene la ley n 11. 723


Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 978-950-518-144-5

Leclaire, Sergc
Matan a un nio. Ensayo sobre el narcisismo primario
y la pulsin de muerte. - 2 ed. - Buenos Aires : Amorrortu, 2009.
144 p. ; 20xl2 cm.- (Biblioteca de psicologa y psicoanlisis/
dirigida por Jorge Colapinto y David Maldavsky)
Traduccin de: Vctor Fischman
ISBN 978-950-518-144-5
l. Psicoanlisis. - I. Fischman, Vctor, trad. II. Ttulo.

CDD 150.195

Impreso en los Talleres Grficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en noviembre de 2009.
Ti.rada de esta edicin: 1.500 ejemplares .

l. Pierre-Marie, o sobre el nio

1
!

\I
Por qu haba sido apoyado sobre la chimenea monumental? Cay sobre _la piedra, ante el atrio. Felizmente es slo el nio de la Virgen, una admirable estatua romnica. Representaba al nio erguido, erecto
frente a ella; se ha quebrado, la cabeza toca ahora el
hombro izquierdo, los pies cortados, el tronco deshecho, las piernas y muslos intactos hasta por encima
del sexo. Ser posible reconstituirlo? No es nada: el
tronco no est roto, est casi entero, totalmente entero, estoy segura. Pero no se mueve. Mam! Es sin duda mi hijo, ya fro delante del fuego que se ha vuelto a
~ { encender. Es imposible. Y sin embargo quiero gritar,
Q ~V\PV""'Wl-me levanto gritando; no oigo nada y me precipito, set7f" ~ gura de que ~ay de la cmoda donde lo haba apoyado
.~ 1 mientras buscaba sus ropas nocturnas; cmo pude
n\ ~w adorme.c erme en este silln? O acaso es l quien dorV
mido se cay? Quiero que alguien acuda para alejarme
de este recuerd"O. Fui yo quien grit, o l? Quiero dormir, olvidarlo todo; no, quiero despertarme, despertarme al fin. Slo del fuego que veo estoy segura: estar
muerta? S, soy yo quien ha muerto ... Ojal nunca
hubiese nacido!

f;~

r1

Todo el espacio se ha desvanecido, entre la gloria d el


nio-rey y el dolor de la Piedad; no hay ya diferencia
9

alguna entre la Historia Sagrada y lo que sigo sin poder vivir.


- Padre, no ves que me abraso?, suea el hombre
que por un breve instante renunci a velar a su hijo
muerto, Padre, no ves al rey de los elfos?, dice el lcido nio a su padre, quien lo transporta en loca cabalgata; no oyes las dulces promesas del rey de los
elfos?. No es nada. Clmate, hijo mo, es una brun-ia
que flota, el murmullo del viento en las hojas muertas.1
~ No ves, no oyes? No, es imposible. Insoportable es
muerte de un nio: ella realiza el nls profundo y se~
1-1 r\J~
creto de nuestros anhelos. Es posible concebir la muer-....v/ ,:Qfa.
11
te del prjimo sin excesiva pena; sin demasiados inte- ~''
rrogantes se acepta matarlo, comerlo incluso. El hoO/.;J;r_ror del parricida parece ya ms fa1nilia.r: Edipo, antes tJ ";{/
tragedia sacra, es ahora c01nplejo. Se ha reconocido el
/
derecho, aunque sea en la imaginacin, de destrozar a
la madre y de matar al padre (es porque usted no ha
matado an a su padre!, dice el buen doctor). Pero matar al nio, no: reaparece el dolor sagrado; es impos1
ble. El propio Dios detiene la mano deAbrahain: el sa
""'7
crificio tendr lugar, pero un cordero reeinplazar a
Isaac. Para que en la madurez se cumpla el misterio
de la inuerte y de la redencin ser necesario que al nifio-rey, al hijo de Dios, lo signe la gracia de haber escapado a la inasacre de los prin-iognitos. Estban-ios
ya en la Historia, no he1nos salido de ella.

Tf

10

Goethe, El rey de los elfos.

!Ar'~~&
;;:;rr:t:::;!t. ;;

En el silln, la prueba de la verdad; no es posible


evitarla. El ~analista debe perpetrar i_ndefinid"'&
mente el asesinato del nio, reconocer que no puede
efectuarlo2 contar con la omnipotencia del infans. La
p rctica psicoanaltica se funda en la revelacin del
trabajo constante de una fuerza de muerte: la que consiste en matar al nio maravilloso (o terrorfico) que de
generacin en generacin atestigua los sueos y deseos
de los padres; no hay vida sin pagar el precio del asesinato de la imagen priniera, extraiia, en la que se inscribe el nacimiento de todos. Asesinato irrealizable, aunque necesario, ya que ninguna vida es posible, ninguna vida de deseo, de creacin, si se suspende el asesinato del nio inaravilloso, siempre renaciente.
El nifio n-iaravilloso es ante todo la nostalgia de la
mirada materna que lo ha convertido en un esplendor
extre1no, n-iajestuoso como el nifio Jess, luz y joya que
brilla con poder absoluto; pero ya es tambin el abandonado. perdido en un desainparo total,
solo frente
al
-&error y a la muerte. En la extraordinaria presencia
del nifio de carne se impone, ms fuerte que sus gritos
o su risa, la imagen resplandeciente del nio-rey confluyendo on el dolor de la Piedad. A travs de su rostro brilla, soberana y decisiva, la figura real de nuesos anhelos, de nuestras e speranzas y sueos; frgil y
hiertica, representa en este teatro secreto, en el que
se juega el destino, la primera (o tercera) persona a
partir de la cual eso [<;a] habla. El nio maravilloso es
u na representacin inconsciente primordial en la qu~
se anudan, con mayor densidad que en cualquier otra,
los anhelos, nostalgias y esperanzas de cada ~al. En

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/1.

11

la transparente realidad del nio, muestra, ca~i sin


velos, lo real ~e todos nuestros des~os .. Nos fascina y
no podemos ni apartarnos de ella ni asirla.
Renunciar a ella es morir, no tener ya razn alguf?.a
para vivir; ~~r? fingir estar contenido en ella es cond~narse a no vivir en absoluto. ~ara cada uno hay siempre un nio al que se debe matar, el duelo que se debe

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9-e plenitud, de goce inmvil, una luz que se debe ene<;_- <\)
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guecer para que pueda brillar y extinguirse sobre un ~ ~ r ~~
f~ndo de noche. Aquel que no hace y rehace el duelo del
~ ~~
nio maravilloso que habra sido, permanece en los \ \
limbos y la claridad lechosa de una espera sin sombra ~
ni ilusion~s; pero aquel que cree haber saldado de una ~ ~
ve~ ?ara siempre su cuenta con la figura del tirano, se ._ '~
exiha de las fuentes de su genio y se cree un espritu ~
versado frente al reino del goce.
Destino comn el de este ltimo, que lleva a nuestro
,
hombre a dormirse en el hedomsmo de_ la moda impe"
rante o a fingir despertarse para imaginar un mundo 1 , ~
al que la omnipotencia, subrepticiamente introducida ~
por la ventana (que l crea cerrada) de su angustia,
soar con ordenar para bien de todos. Es necesario, ~
p:ies, para defenderse de la fascinacin del nio maravilloso, aceptar comoAbraham el sacrificio del hijo, or- 1.
denar como el Faran o Herodes matar a todos los pri- " '
mognitos, ofrecer el hijo a Dios, al tirano o a la patria,
c~nsagrarse a una ((cau~a)) que nos sobreviva o, ~s
simplemente, a una muJer, a un hombre o a los hiJos?
Todo orden familiar y, con mayor razn an, social
-J
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asume como objetivo hacerse cargo de esta figura, im-

12

)C

de, gloria Y ~e impotencia, pero ei: re~hdad no hace' ~. 1J


mas que aleJarnos de ella. Ya que r:ingun orden pue- rt 1
de eximirnos de nuestra propia muerte no aquella 0 .
'q ue l organiz~ ~ admi~~istra m~diante sus pompa~: '')
guerreras o rehg10sas, sino la primera muerte, la que "
debemos atravesar desde el momento en que nace- j

blamos, ya que debemos vivirla cotidianamente,~ ~ ~


n:iuerte del ni~o maravilloso o terrorfico que hemos
sido en los suenos de los que nos han hecho nace o vis- ~
to nacer. No basta en absoluto con matar a los padres; ~ ~
l~jos de ello, se debe matar tambin la representacin~ ~
tirnica del nio-r~y: yo UeJ empieza en ese installte, ~~
marcado ya por la inexorable _segunda muerte, la otra, ~
de la que nada hay que decir.

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Se suele confundir la primera muerte)), la que constan temen te debemos
para
la segunda muerte. Est,a confus10n tenaz esta sohdamente arraigada: ademas de dispensarnos de reconocer la 1
ms imp~rativa de las coerciones que nos rigen,_la de 'n
renacer siem re a la palabra y al deseo haciendo permanentemente el duelo del in ans fascinante, ella nos
da la ilusin de efectuar un trabajo contra la muerte,
aunque su fracaso sea inevitable. Las consecuencias
de esta confusin son conmensurables con su arraigo: (fglorificacin del fracaso o s~cralizacin de la vida, cul- ~ ~
t~ de la dese,s~eracin . ~p?loga. de la fe. ~n ~reve ~
eJemplo: la logica del suicidio deriva de un silogismo ~
perfecto: pa;a vivir debo matarme; pero no me siento. S~
vivir realmente (no es vida esta!), entonces me suici ',

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realiz.~r

vivi~ c~n

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do. Hara falta, /pero a costa de qu trabajo!, superar


la confusin en la que se apoya la verdad de la primera
representacin-para vivir debo n1atar la representacin tirnica del infans en in-, a fin de que otra lgi..:.
ca aparezca, regida por la imposibilidad de efectuar
ese asesinato de una vez por todas y la necesidad de
perpetrarlo e n toda oportunidad en la que se habla
verdaderamente, en todo instante en el que se cmnien- l
za a amar.
El precio que se paga es alto, en ciertos casos.
Tomar con10 testigos a algunos allegados mos que
comparten la pasin del psicoanlisis, cuyo drama se
engendr en un trabajo dejado en suspenso. Instalarse en el silln a la escucha de los analizan.dos es poner
en juego y a prueba su propia r elacin con esta representacin narcisista primaria que he evocado hasta el
momento bajo la figura del nio maravilloso; es poner
en juego, para no emplearla nunca, la prdida de la representacin extraamente familiar que nos constituye, el infans en nosotros, es poner en juego y a prueba
la propia relacin que nos mantiene abiertos al discurso del deseo. Por no haber, sin duda, articulado neta1nente la diferencia de las dos muertes en la experiencia de cada uno, y por no haber formulado con claridad
que el fundamento de nuestro trabajo en psicoanlisis
es, sien1pre, reconocer a la fuerza de inuerte su verdaU.e:ro o\J)e.to e.n \a Ye.--p-x:e.se.ntac.:1.6n na-x:c.:1.s1.sta --pm.a-r1.a,
yo dejaba que el trabajo (nconsciente de mis analizandos-analistas, resueltos (en medida mayor aun de
lo que ellos mismos lo saban) a ir hasta el final, se rea-

14

lizase en un fatal ataque contra sus propios m)os: nacidos muertos, prematuros, deformes, nios brusca e
inexplicablemente afectados a temprana edad por enfern1edades graves y excepcionales, accidentes cuasisuicidas en definitiva. Cuando en la realidad aparece
as la muerte de un nio, o un ataque contra l, se impone e ntonces dramticamente la fuerza de muerte
que est en juego en el anlisis; el asesinato de la representacin narcisista primari~ que implica el trabajo psicoanaltico se pretende inserto en la realidad,
al no haberse superado la confusin habitual entre el
verdadero trabajo de la inuerte al que estamos compelidos y la inuerte orgnica, que para el ser hablante y
deseante slo puede concebirse con referencia a la \)Ti1nera: aniquilacin o resurreccin.
Aadir, en lo que a m respecta, que, en otros casos, la atencin prestada implcitainente por el trabajo
analtico a ~a inuerte necesaria de la representaci:q
narcisista prin1aria tuvo un efecto opuesto: sea porque
la pasin psicoanaltica del analizando-analista fuese
menos intensa, sea porque forn1ulaba as su contrasea para que y o, mediocre entendedor, lo comprendiera: creyndose estriles, l o ella tuvieron hijos.

Evoqu estos casos extremos slo porque obligan a


considerar la fuerza absolutamente coactiva de la ms
original de las fantasas: 1natan a un nio.A todas
Trices, esta aflora regulannente en el trabajo psicoanaltico, por lo general disfrazada; pero es notable que
hasta el da de hoy se hayan tomado en mayor medida
en consideracin sus satlites organizados en la cons-

15

1i~

'"l

'J
1

j
)

la '

telacin edpica, fantasas de asesinato del padre, de


gesto evoca una escena en la que el padre persigue
hacer suya o despedazar a la madre; dejando de fa~
un robusto granuja que haba atacado a Renaud de i~i1
'
o y que se aprestaba a golpearlo; ignoramos si ~l i
l~ tentativa de asesinato de Edipo-nio, cuyo fracaso
~segur y determi~ el destino trgico del hrg_e.
a gresor fue efectivamente capturado en una persed.icin espectacular, pero la imagen de alguien (el s~-
La fantasa pegan a un nio, de aparie ncia beante nio?, un hombre?) intentando impedir su h-.i- :
nigna, aunque slo se confiese con r e ticencias, aflora
d a con brazos y piernas abiertos qued marcada. La :
corrientemente en la conciencia; por el contrario , -~
disputa que dio lugar a esta persecucin vengativa i
t a n a un n io, si dejamos de lado a Gilles de Rais y
lleva a Renaud a otro relato, que sustituye al recuerdo,
sus mulos, slo aparece como fantasa_,_ es decir, como
_,.
-r- l<
estructura del deseo, en el transcurso d e un trabajo
de una disputa violenta con un hermano mayor; incerJ?Sicoanal tico.
tidumbre en lo referente a la naturaleza del enfrenta-
As, un sueo de infancia de un analizando al que miento: el ms pequeo, Renaud, no habra triunfado

11 ~maremos_E:,e~aud, retomado a menudo en ensueos /)~ .1 acaso gracias a un vi_goroso martillazo asestado sobre
diurnos, se resiste al trabajo analtico: parece de ma- ~la cabeza de su querido hermano? A n1enos que sea a
siado simple. Se trata de una escena inuy breve: en un
la inversa. Dos constantes en estas dudas acerca del
pequeo saln, su padre es atacado por un intruso
rol de los actores: un slido odio fratricida, y el sentique, sin mediar palabra, le descarga su r evlver en el
miento profundamente arraigado d e disponer d e a l vientre; el padre es baleado pese a que intenta evitar
gn recurso oculto que le permite ser el ms fuerte en
el fuego saltando con las piernas abiertas, y cae luego
toda ocasin.
de cara al piso. Es evidente: asesinato del padre por un
Sera fastidioso enumerar los detalles asociativos
sustituto delegado del soante, el intruso. La insufiligados al en el vientre; pero conducen, es fcil ima ciencia de esta interpretacin no se origina en su simginarlo, a una serie de perplejidades infantiles ya teplicidad psicoanalticamente evanglica, sino en el hematizadas por el anlisis -fecundacin umbilical
cho de que el ensueo diurno se repite y que, por otra
oral, anal- y a una profunda hostilidad frente a la
parte, persste el sntoma que haba dado lugar a la
madre, cristalizada alrededor de una muy comn perevocacin del sueo; me refiero a una sensibilidad dosecucin anal. En el vientre, tambin, es el lugar
lorosa de la fosa ilaca izquierda, un dolor descripto codonde fue operada su madre en dos ocasiones: el remo una contusin interna y que se aviva ante el menor
cuerdo de la segunda intervencin es muy preciso (se
pretexto. Se debe proseguir entonces el anlisis del
trataba de una oclusin intestinal), mientras que la
sueo en todos sus detalles. Y, en primer lugar, la eviprimera sigue siendo enigmtica, probablemente gitacin mediante el salto con las piernas abiertas: ese
necolgica, sin duda esterilizante, sin que jams haya

16

17

sido posible disipar ni confirmar la s01nbra de un aborto. En ambos casos, ciertamente, la madre corri serios riesgos de muerte; las conmovedoras efusiones de
la convalecencia testimonian en cada caso la ambivalencia de los sentimientos de Renaud.
Ms all del asesinato del padre, disponamos
aqu de todo el material necesario para reconocer los
sentnientos de Renaud hacia la madre: gran ainor y
{antasa de despedazamiento_. Pero una vez esclarecido esto, el ensueo inicial se repeta, siempre enigmtico, y el sntoma persista. Fue necesario llegar hasta
el nio agredido, que apareca claramente en el primer recuerdo, confirmado al menos por otros dos; en
uno d e ellos Renaud es atacado sin escapatoria por alguien ins fuerte que l; en el segundo, es l quien doblega a uno de sus fieles amigos, que lo molestaba ins
que de costumbre. Podra continuar desenrollando el
hilo de las asociaciones: la de la madre muerta de un
ainigo muy cercano, la de una vecina querida marcada
por un trauma del nacimiento.
Lentamente se impone la lgica arcaica del inconsciente: del mismo modo en que la madre en posicin de potencia aparece provista de un pene, el padre
en posicin de protector puede aparecer co1no portador
, de un nio. Se trata de una fantasa secreta inuy conosida por los psicoanalistas. As, lo que es golpeado, matado en el vientre de la figura paterna del sueo es un
nio, sin duda el propio Renaud, que reconoce sentirse
antes que nada hijo de su padre. A partir de entonces,
la imagen que se muestra en un primer plano en la escena de su inconsciente es su propia imagen de nio
18

maravilloso y prodigio -como tan t os otros n ios- .'


Algo cambia en l. .. que se debe s eguir y retomar.
Este ejemplo nos permite apreciar que los elem entos de la fantasa originaria matan a u n ni o n o se
dejan or en un prner decir; con excesiva frecuencia,
la satisfaccin primera de esclarecer un fragmen to del
deseo inconsciente suspende nuestro trabajo, dejando
de lado lo esencial que queda por hacer.
Sin duda, podemos plantear en este punto, sih anticipar ni extrapolar, que la repeticin del recuerdo (de
la fantasa o del sueo), la resistencia del sntoma, imponen la prosecucin del trabajo psicoanaltico ms
all de lo que s e ha tenido la satisfaccin de reconocer;
que la representacin incluso velada, disfrazada o de splazada de un nio agredido debe ser recibida como un
indicio al que no hay que descuidar: ni siquiera un gatito ahogado, un perrito aplastado, deben ser dejados
d e lado en la crnica de los acontecimientos: se debe
comprender la violencia de las emociones que suscita
su evocacin -o su repeticin actual-, incluso bajo la
/) _ . . j n1scara del humor o de la irona, para permitir el desflO!'Vtfj.faV\- pliegue de la fuerza absolutamente coactiva de la m~er
{
t:_necesaria en cada uno.
Es as que en la historia de un cierto Pierre-Marie la
insistencia repetitiva del recuerdo de u n pequeo perro ahogado por su padre nos oblig, en funcin de la
carga emotiva que lo acompaaba, a reconsiderar la
muerte en su primer ao de un hermano mayor llamado Pierre. Desde las entrevistas preliminares no se
haba vuelto a mencionar este acontecimiento deter-

19

minante de su prehistoria. Pierre-Marie aparece como


el reemplazante de Pierre y todo su problema consISte
en matar la representacin de Pierre-Marie, sustituto
viviente de Pierre muerto. Por el momento nos limitar emos a sealar que la violencia de su ira en relacin
con su padre que mataba al perrito, y su inmensa piedad para con el animal, constituyeron para nosotros la
va de acceso al impase, determinante en l, de la
muerte de Pierre nio. A partir de ese momento de su
anlisis vagabunde en sueos alrededor de cementerios, fantase la muerte de su padre, anhel la de su
, madre y, siguiendo en esa huella, la de su mujer; comenz a disputar cada vez con ms intensidad con su
hija mayor, hasta que la envi a ... analizarse.Aunque
ya haba aparecido en su anlisis, el nio muerto era
an letra muerta y estbamos muy lejos de poder tomar en consideracin el hecho de que el nio por mat~r era el propio Pierre-Marie: Sin embargo, ya era posible reconocer las rupturas de sentido que ofrece la
estructura gramatical de la fantasa: en el lugar del
nio que se mata aparecan entonces el perro, el padre, la madre, la mujer, su propio hijo. La formulacin
indeterminada de la fantasa matan a un nio es
perfectamente adecuada: slo se especifica el verbo
que indica la accin de matar, pero no se sabe quin
mata, ni qu nio es matado . Ns limitaremos a
mencionar las variaciones posibles sobre la identidad
del que mata: el padre en lo que concierne al perro,
pero quin, qu responsable para la muerte de Pierre? El mdico (tras el cual se p erfila el psicoanalista), la madre demasiado negligente o demasiado apa-

20

sionada, la fatalidad, la edad, o acaso l mismo? Las~


rie de figuras susceptibles de ocupar el lugar del agente indeterminado es ilimitada. Poco importa. Si se re~
tiene, por un lado, la determinacin de la accin pro~
puesta por la fantasa, matar, y por el otro la especificacin relativa del objeto a que se apunta, el nio, se '
comprueba que la parte esencial de la fantasa est
constituida por su estructura gramatical.
1
Retomar entonces el interrogante fundamental
planteado por la fantasa: qu niiio? En el caso de Pik- , ,
rre-Marie se comprobar que el nio por matar es el 1
1
propio Pierre-Marie, y se ver qu es lo que constituye
l a particular dificultad de esta ej ecucin. No seguiremos ciegamente a nuestro paciente en sus fantasas
suicidas, cuando se complace en imaginar que se trata
de la n1uerte del hombre sabio y tranquilo que l parece. El Pierre-Marie por matar es la representacin del
deseo de su madre, r epresentacin llamada con tanto
a cierto Pierre-Marie, a partir, por un lado, del nombrf
del hermano muerto y, por el otro, de la Virgen-madre.
Lo que se debe matar -para que Pierre-Marie pueda
vivir- es la representacin t an estrechamente ligada
a su nombre que aparece , en primer luga r, b a jo la for1na de un nio consolador, sustituto viviente d e un
muerto y pre destinado a la inmortalidad , figura inarJ-x._ t iculada del anhelo materno. Lo que se debe matar es
_CV:J
1:1:na repr~~entacin que pr~side, cual un ,st.ro, el des~~a,, h-t- tino del n1no de carne. No Slempre es tan fac1l como en
la historia de Pierre-Marie discernir ese signo astral, el significante rector que determina el deseo de
la madre: representacin inconsciente propiamente

21

dicha, tanto ms difcil (si no imposible) de discernir y


de nombrar cuanto que est inscripta en el inconsciente de otro, simple, doble o mltiple, es decir, en el deseo
de los que han hecho nacer o han visto nacer al nio.
Se deben destacar aqu tres puntos: en primer lugar, que el estatuto y la siempre problemtica identificacin de la representacin inconsciente del deseo
de los padres -en este caso, la representacin PierreMarie nio que consuela y sustituto viviente de un
nio>>-- son profundamente diferentes de lo que podr
ser la identificacin o la constitucin del sujeto PierreMarie. Luego, que el sujeto inconsciente de Pierre-Marie, o sea, sus propios representantes inconscientes, se
constituirn ineluctablemente, y en su mayor parte,
con referencia a la representacin inconsciente de su
madre. Finalmente, que el representante inconsciente
de la fantasa de la madre, cualquiera que sea su especificacin figurada o significante -nio que devora (y
no que consuela), corazn de piedra [pierre] (ms precisamente que Pierre)-, ser C;ltectizado por el sujeto
en su inconsciente como un representante privilegiado, el ms ntimo, el mas extrano e inquietante de to,dOs. Ser catectizado como un representante que nunca ha sido ni ser suyo y que, sin embargo, y por su absoluta extraeza, constituir lo ms secreto (se pued~
entender, sin sentido peyorativo alguno, abyecto) de lo
que l es. Este representante inconsciente privilegiado es lo que designo comcfepresentante narcisista prf_
(mar] El nio que se debe matar, glorificar, el nio
omnipotente, el nio terrorfico, es ,Za representacin
del representante narcjsi.stq primario. Parte maldita y

22

universalmente c01n;parbda de la herencia de cada


uno: el objeto del asesinato necesario e imposible.
? L a representacin narcisista primaria merece sin
lugar ~ominacin de infans. No habla ni
hablar nunca. En la exacta medida en que se comienza a inatarla se comienza a hablar; en la medida en
que se sigue matndola, se sigue hablando verdadera1nente, deseando.
Pierre -Marie vive con dificultad, laboriosamente,
acosado por la presencia paralizante de la muerte;
slo de labios para afuera disfruta de las alegras de
su farnilia, limitando a una intensjdad de somhra,iD..:.
cierta sus pasiones y su deseo, consagrando a esta sofocacin la mayor parte de su energa, que slo da fru tos -que no saborea en absoluto- en su actividad
profesional. Lo que demanda es ser liberado del temor
de la n1uerte, y el haber designado provisionalmente a
esta muerte como la de Pierre constituye una slida
cabeza de puente en el can1po atrincherado de sus defensas. En esos sueos suyos en los que franquea muros, cava trincheras, descubre tumbas en cementerios
abandonados, b usca a su hern1ano. Ah, el desgraciadito, quiere arreglar finahnente cuentas con l. Pero
cn10 inatar a un inuerto? Como respuesta, PierreMarie se ve enfrentado consigo m ismo, nifio prometio/t 11"'1 do por su rnadre a la inmortalidad desde antes de su
(jffaJ- nacimiento, en lugar y a cambio de su hermano; arde
VJo f~ f co1no una lmpara votiva destinada a no apagarse
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nunca. Y, sin embargo, s1 quiere vivir debe, al mismo
.~~o tiempo que su imagen de luz, matar nuevamente a su
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hermano, y destruir a la vez el suefio de su madre: relr'''! 1

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23

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1destruye !'.';piedra basal de ese sueo en el que ella vipresentante que l mismo ha catectizado como el nve, sino que mata por segunda vez a Pierre, obligndocleo -aun tratndose de un cuerpo extrao- de su
la a hacer un duelo que ella nunca ha hecho ~Dura ~
ser, para convertirlo en su representante narcisista
rea para un buen hii~>: al mei1os as persiste en imaprimario, Pierre-Marie, forma de nio perfecto. Es
ginarlo. El trabajo de anlisis deber esclarecer y deun buen hijo, preocupado por los problemas ms nis~ar todas las elaboraciones secundarias que, en
mios de sus viejos padres, a los que rodea de afecto, y
su vida , han recubierto la necesidad del asesinato del
tambin es buen padre. El haber hecho un prner hijo,
nio (de la representacin n a rcisista primaria) y, en
contra su voluntad, piensa, lo precipit a un rn.atrimoparticular, todas las catectizaciones cuyo soporte consnio sobre el cual se interroga constantemente, sin
tituyen sus hijos a ttulo de negacin o de realizacin
comprender an que concibiendo hijos se engaa e
d e su propia muerte narcisista.
intenta salir del limbo. Cmo morir? Cmo matar al
nio fotforo qne es para su madre? LoTograr antes
,,.,.
ele haber enterrado a sus padres? Aydeme, me dice,
El caso de Pierre-Marie pone especialmente de macomo si quisiese que gue a su sexo por los cannos del
nifiesto la dificultad para nombrar al representante
deseo. Lo que pide, en realidad, _es que levante el cunarcisista primario en cuanto nio-n~onumento vichillo dcl sacrificio y que, como al annal familiar, lo
viente, pero ta1nbin ilustra el problenia impuesto a
inmole, para renacer luego de las cenizas (o de la sancada uno por la fantasa matan a un nio. Aunque
gre) del tirano bicfalo, Pierre muerto que hay que
en la historia familiar no haya ningn hermanito
matar/Pierre-Marie monumento conmemoratorio
inuerto, si~~pre hay, en el deseo de los padres, algn
que hay que destruir, para que una primera rn.uerte
duelo no hecbp, mm.que ~!B..sea el de sus propios suelo conduzca finalmente a1l.<interva)ntre dos inue!] ~
~os infantiles-y su progenitura ser siempre y sobre
~~donde podr vivir.
todo el soporte excelente y privilegiado de aquello a lo
La dificultad particular que experimenta Pierre_ que habrn debido renunciar-. El nar cisismo priMarie para vivir se origina en el hecho de que, al cues\ mario del nil1.o [... ] es ms difcil de aprehender a trationar su ~n narcis~st~ primar~a, toca a su
vs de la _observacin dir~cta q~e de ~onfirmar con un
madre en el meollo de su razon inconsciente; en el
razonamiento retrospectivo. 81 consideramos la actianhelo de su progenitora debe ser el hijo inmortal que
tud de los padres para con sus hijos, estamos obligar<eemplace a P~e y anule su desaparici:;:_debe perdos a reconocer en ella la revivencia y la reproduccin
petuar~ como tal_ pero al renunciar a identificarse
de su propio narcisismo. [... ] Existe as una compulcon la imagen del fotforo, construida alrededor del
~., sin a atribuir al nio todas las perfecciones [. . .]. La
sueo de su madre le asesta un golpe mortal: no slo
\ vida del nio ser mejor que la de sus padres, no esta-

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25

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tente, la destruccin de la representacin narcisista


r sometido a las necesidades que, segn se lo ha expeprima ria. La representacin narcisista primaria (el
rimentado, doniinan la vida. Enfermedad, muerte, renio e n nosotros) es, como todo representante inconsnuncia al goce, restricciones de su voluntad no existirn en el caso del nio; las leyes naturales y de la sociente , irnborrable; adems, al tildarla de inconsciente, en forma totalmente justificada, se indica que no
ciedad se detendrn ante l, ser nuevamente el cenofrece ni ha ofrecido nunca acceso alguno a una apretro y el ncleo de la creacin. His Majesty the Baby, cohensin consciente. Cmo concebir entonces la rerno uno lnaginaba serlo en el p a sado. Realizar los
nuncia a algo a lo que no se tiene ni s e ha t enido nunca
sueos de deseo que los padre s no han podido cu1nplir;
~ceso1 Tal es el problen1a general de las relaciones
el varn s er un gran hombre, un hroe en lugar del
que n1antenemos con los representantes inconscientes
padre; la nia se casar con un prncipe, tarda compensacin para la madre. El punto ms espinoso del
propia1nente dichos, los que han sido objeto de la resistema narcisista, la inrn.ortalidad del yo, que la
presin primaria y de los que slo conocemos, aunque
re a lidad acosa , reencontr un lugar seguro al refucon lujo extren10, sus efectos, o sea, sus retoos.
gia rse en el nio. El amor de los padres, tan coninoveAs, recordemos el ejemplo analizado por Freud del
1 dor y, en el fondo, tan infantil, no es n a da n1s que su
r:ecuerdo pantalla de una tarde en la que la recoleccin
2
de unas flores amarillas, los botones de oro, se vio inte~arcisismo redivivo ... .
En1prender el asesinato d el nio, sostener la nerrumpida por la hora de la merienda: los verdaderos
cesaria destruccin de l a representacin narcisista
representante s inconscientes -amarillo (Gelb), miga
prin1aria (el narcisismo prnario, en el texto de Freud),
(Laib) de pan, el gusto o el olor (Gcschmach) irreemes la tarea comn, tan imperativa como irrealizable.
plazables de ese pan, el cuerpo (Leib) de su prima o de
Cmo suprimir al nio, cn10 deshacerse de algo cuyo fp-v1
la sirvienta- no son susceptibles de una aprehensin
estatuto es el de representante inconsciente y, por lo
verdadera, en particular por medio de una investigafJ,A.4 ~tanto, indeleble? Pero, inversamente, c1no escapar a v~r cin psicoanaltica a posteriori. ~-n
__c_lu
_ s_o_e_n_ u_ n_tr_a_b_ a;:_jo_
esta n _e cesidad o ~ludir : sta coacc,in s~n pennanecer ~ rfJt?:z.. psicoanaltico, los represen tan tes inconscientes no se
l"""la vi - en el hmbo de la infancia y el mas alla del deseo? Ya
~ r~velan a una aprehensin directa, sino tan slo en los
' "'-9- que ese es, efectivamente, el destino loco que le espe- ~ : ~fectos producidos sobre la organizacin del sntoma o
ra a l que no emprende el asesinato del nio omnipo- '''Jlj:~. ~ la fantasa; par~ ju~~ar, a tra~s del efecto produ~
I c1do sobre la organ1zac10n recubridora del recuerdo, s1
~~
2
l. f.~ en esos trrni nos haba verdaderamente fragmentos
E'reud, Pour introduire le narcissis me, e n La v1:c sexuelle,
1"\!'." h "7 d

h a b n, a s1do necesae/C-:.f.oJu''
e representantes inconscientes
Pre sses Universitaires de France (en adelante, PUF), pg . 96;
Gesammelte Werhe (en adela nte , GW), vol. 10, pg. 157.
~ -~ ro que, e n u n proceso analtico, los r epresentantes

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engend~a

de encuentros
convergentes,
signa~o
Laib/Leib en su ambigedad, Gelb y Geschmack engar, de um. d d0rd
d ms extrema;
pero aade
a ello '
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su referencia sensorial, le hubiesen sido devueltos o, por la vulnera, 1 1 d: un lugar en el que se
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incluso, descompuestos, por algn otro en posicin de la especificacwtn lo desconocido, armona rara o
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psicoanalista. Con eJJo no queremos decir en absoluto misterwsamen e
na A partir del recuerdo
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que un discernimiento tal de representantes incons- .byecta, mierda. o ato
del padre,
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marav1
. . el progreso del psico- .
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cientes borre su marca determinante: un discerni- pant lla
. delRasesind revela a travs de 1as imag
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' enes y
miento acertado se distingue, en r ealidad, por una or- a na'1 is is de enau
del sueo, fragmentos
e repres.entan.
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ganizacin diferente de sus efectos.
de las palab.rast
e se puede designar provisonaAs, Y Para volver a E:enaud, dos trminos del sueo tes inconscien es qu
/-"----'- parecen conducir a representantes inconscientes:
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saltando con las piernas abiertas y en el vientre. mente como composicin/descomposicin, desarticulacin, engendramiento; o describir en term1nos mas
Piernas abiertas, como apoyo para enfrentar al adverfloridos como descomposicin de un rostro a travs del
sario, con una mezcla de exaltacin y de pnico aunacual se muestra langura fr gil y poderosa de una esdos en una sensacin viva a nivel del sexo expuesto en
p eranza tranquila y violenta: el propio Renaud.
esa actitud; complejo de impresiones cenestsicas, que
el movimiento del salto confirma, poniendo en acto esa
Aproximarse a un representante inconsciente es ~
rexaltacin y bosquejando la carencia de apoyo del ponocer la gama de las ~epresentaciones q~e ~a e .
nico, que concluye, en el sueo, en la cada boca abajo.
gendrado en forma coactiva en el valor sustitutivo e
I mgenes de despedazamiento, de piernas cortadas
estas ltimas y, as, revelar algo de su poder tirnico.
\
en un accidente de tranva, fantasa de tronco sepaA clarar en su sombra algunos rasgos del rostro desrado de la pelvis, imagen de descuartizamiento, de
compuesto de Renaud, comenzar a percibir en la figupuente imposible o ca tastrfico en una acrobti~ d; ;
ra de Pierre-Marie el poder marmreo del monumento
pernada pero, sobre todo, sensacin de des-composi del nio inmortal su pone ya, al reconocer los en su concin ante una amenaza, un peligro, una agresin exdicin de representantes inconscientes, doblegar el
PE'nmentada como impugnacin de un sentimiento
enceguecimiento de su poder, comenzar a atacar la
frgil v; al mismo tiempo, muv intcn-.:::: ct- -ms fascinante de las figuras del destino: el nio, en
nosotros.

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2. Beatriz, o sobre el amor

Cuando en un instante de gracia digo a una rn.ujer:


Te amo, algo en rn estalla, y yo renazco. Su belleza
desencadena ese prodigio, constituido por un resplandor que ine fascina, por una luz en la que estoy inmerso, que otorga a cada parte de su cuerpo, a su 0101~ a su
voz, a su piel, a sus palabras, una atraccin que nada
des1niente: ine pierdo en su oreja, su boca, sus cabellos, su cintura, provisto repentinainente de una razn
que inido con el patrn de n1i torn1ento y de ini paz:
ella n1e aina y ten10 sin creerlo que ese instante de gra cia se desvanezca. Pero no, n1e espera y la deseo: cuando nos abrazan1os, es la certeza absoluta de haber encontrado juntos la fuente tierra, agua y fuego. Momento de verdad muy anterior a la n1uerte.

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Es sin duda prudente, si no sensato, decir que la


verdad no puede rnenos que quedar oculta. Qu nio
no es verdaderamente n1.aravilloso, qu fuente en su
surgniento no lo es? Si la verdad habla, es la voz del
inconsciente y no hay boca ms segura para decirla,
en el corazn de lo que la hace hablar, que el goce de
los ai11antes. Retirado en su silln el analista tiende su
odo hacia ella. S i n en1bargo, en ningn otro lugar, salvo el del ainor, se encuentra la cifra del nmero de oro
que ordena la verdad del inconsciente marcando con
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su sello cada una de las representaciones que lo constituyen. Su nombre es falo. Ni el poder del nio, ni la
belleza de la mujer, ni el desafo presuntuoso del pene
erecto del hombre bastan para representarlo: si cada
uno de ellos brilla de verdad es porque su florecimiento se enraza directamente en el orden del inconsciente, porque encierra, en su gloria expuesta, la marca
inmediata de la cifra que ninguna escritura puede trazar sin alterarla. Ms inconcebible an que un representante inconsciente, por su estructura formal, intrnsecamente heterognea, el falo no es ms que falta
y fuente. Incluso el concepto de pene no puede definirse simplemente como una parte del cuerpo: exige
que se lo piense no slo en funcin de las organizaciones diferentes en las que participa --cuerpo fisiolgico
y cuerpo de goce cuyo funcionamiento o lgica son distintos-, sino tan1bin en funcin del hecho de que el
pene es a la vez diferencia y signo de la diferencia,
sexo y signo visible de la diferencia de los sexos; finalmente, y sobre todo, la relacin de la que l es uno de
los agentes no puede formalizarse en modo alguno si
no se la reduce a una copulacin reproductiva, en la
medida en la que el goce encontrado no se incorpora a
ningn orden salvo al inconsciente. Con mayr razn
an, el falo, referente del orden inconsciente, no puede
asirse en un concepto; como un nmero primo que propondra la imposible divisin de su cifra, escapa por el
corte de su unidad a toda inscripcin. Es decir que no
existe ni imagen ni texto del falo: se lo encuentra slo a
travs del goce de los cuerpos en el riesgo del amor. Su
nico concepto es inconsciente: la castracin.
32

Inconsciente, ya que en este orden es donde funciona la organizacin determinante de una cosita que
puede ser separada del cuerpo; concepto, puesto que
el trmino escapa a Freud cuando escribe al respecto. 1
En el sentido primero del trmino, y a travs de las representaciones inconscientes de prdida del pene, la
castracin designa una operacin doble mediante la
cual, por un lado, el falo se distingue del representante
inconsciente, imprimindole al mismo tiempo su sello
de heterogeneidad intrnseca y, por otro lado, se marca
la relacin entre la representacin consciente y la inconsciente como irreversibilidad de una operacin de
engendramiento.
Tomemos como ejemplo un sntoma comn de fobia
a los lugares cerrados: no es suficiente referir la representacin del espacio cerrado a una forma de representacin inconsciente que sera el espacio inquietante del cuerpo materno; el snton1a persistir, cualquiera que sea la pertinencia de la construccin interpretativa que pone en relacin al lugar cerrado, generador de angustia, con la representacin fantaseada inconsciente de un interior del cuerpo materno, porque
la va est cerrada: en efecto, el retorno de la representacin consciente a la representacin inconsciente es
imposible. El trabajo psicoanaltico que se impone
atae a la organizacin de las representaciones inconscientes que han producido el sntoma: el interior
inconscientemente fantaseado del cuerpo materno ,
1

Freud, L'Homme aux Loups, en Cinq psychanalyses, PUF,


pg. 389; GW, vol. 12, pg. 116.

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est dispuesto en forma de laberinto, tnel, cascadas


y cavernas, con10 en los viajes fabulosos al centro de
la tierra o, por el contrario, en forma de una vasta cpula vaca? Se cae en l por una grieta que se abre bajo nuestros pasos o se es aspirado por una boca amenazante? Se est protegido en la dulzura de un clin1a paradisaco o expuesto a los apetitos de monstruos terrorficos? Slo un trabajo necesariamente psicoanaltico
sobre la representacin inconsciente misma permite
esperar que, al aproximarse a su fantstica singularidad, ser posible quitar la angustia ligada a la representacin consciente de los espacios cerrados. El concepto de castracin designa, antes que nada, este corte
infranqueable que detennina la nposibilidad del retorno en el camino de sentido nico propio de la relacin entre la representacin inconsciente y sus retofios que son los representantes conscientes.
Pero limitarlo a esta acepcin supondra reducir
singulannente su extensin. El concepto de castracin
designa sobre todo la operacin n1erced a la cual la representacin inconsciente interior del cuerpo de la
madre se constituye como sexual al asun1ir la inarca flica, modelo primario del corte del sexo, al mis1110
tie1npo que se distingue de la heterogeneidad del referente flico. El representante inconsciente es portador
de la marca flica al ser significante de goce; c01no tal,
sin embargo, slo constituye uno de los medios del goce
y deja de lado el otro trmino, el objeto sin signo y sin
imagen y, sin embargo, priinordial. En ese sentido, el
representante inconsciente se distingue del falo, a la
vez significante y objeto de goce; la castracin designa
34

en esencia la separacin entre la unidad funcional del


sistern.a inconsciente (el representante inconsciente o
significante en el sentido lacaniano) y el falo, que slo
se puede evocar contradictoriamente como significante fuera del texto y objeto sin imagen, referente hetera- .
gneo y fallante [dfaillante] respecto de todo lugar
asignable del orden del goce.
El goce es la experiencia de la relacin con el falo, el
encuentro del referente del orden inconsciente que
cada cual, hon1bre o inujer, slo alcanza a travs del
otro. All donde se abre el espacio del ainor. El orgasmo
testimonia lo extraordinario de este encuentro, aun si
la verdad que impone es vulgarmente ignorada: se caracteriza por la movilizacin y la liberacin de un flujo
de energa, el goce propiamente dicho, inconmensurable con las experiencias parciales que slo ponen en
juego una cantidad lirnitada de energa produciendo
placer focalizado en una parte del cuerpo. Porque en el
ainor verdadero el encuentro del falo revela lo extraordinario del campo de fuerza del orden inconsciente;
cainpo organizado por el ncleo flico ya fisurado y cuyo forn1idable p oder no puede reconocerse en la comn
inedida o razn, a la que estamos habituados, del orden consciente y de su razonable economa.
El falo slo se encuentra en el amor, pero la relacin
con la castracin es una elaboracin constante en la
vida psquica: tal relacin determina la verdadera
posicin sexual del sujeto, puesto que la castracin no
puede reducirse a los datos exclusivos de la anatoma .
Y, sin embargo, la anatoma se revela co1no determinante, puesto que interviene en el proceso que organi-

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za en forma diferente para el hombre y la mujer la relacin con la castracin, definida como el conjunto de
operaciones que hacen que el representante inconsciente (significante) sea la unidad funcional del sistema inconsciente.
Retomemos aqu la ins ejemplar de las representaciones inconscientes: me refiero a la representacin
narcisista primaria. Indudablemente, ahora podemos
formular con mayor nitidez en qu consiste el duelo
que ha de hacerse con esta representacin: se trata de
tomar en cuenta la operacin de la castracin. Operacin doble, recordmoslo: por un lado, asegura la prdida del nio maravilloso -es decir que, por el clivaje
que instaura, le otorga su estatuto de representante
inconsciente radicalmente reprimido de lo que se organiza como sistema consciente-; por otro lado, para
constituirla como una unidad funcional del sistema
inconsciente, la distingue de lo heterogneo que torna
fallante al referente flico, al mismo tiempo que le nprime su sello. La representacin narcisista primaria
del nio maravilloso basa su poder fascinante en su
eminente valor de representante del falo, que se observa en las formulaciones ms conscientes: carne [uiande] de la madre y sangre del padre, carne de su carne [chair de leur chair] y otras, significante y producto
de sus deseos.
Una vez planteado esto, repitmoslo, la experiencia
de prdida de la representacin narcisista primaria,
como de toda representacin inconsciente, se inscribe
en forma muy diferente segn los datos de la anato ma. Cualquiera que sea el momento supuesto en el
36

que la nia advierte la existencia de su sexo, el proble1na se plantea en trminos de falta del pene: ha sido
perdido, va a crecer como el que ella atribuye asumadre, en contraposicin a lo que le indica la percepcin?
Tarde o te1nprano se ver obligada a aceptar la evidencia de que carece de pene. Si, como corresponde
hacerlo, se considera a la prdida de la representacin narcisista primaria, siempre por realizar, como
constitutiva de l a castracin propiamente dicha, pode1nos decir que la comprobacin de la falta del pene,
que caracteriza a su sexo, se inscribir en el caso de la
nia como confirmacin de la prdida necesaria para
tomar lugar en el espacio conflictivo de la palabra en
que se despliega el deseo, espacio determinado por la
oposicin irreductible del sisten1a consciente al sistema inconsciente. Si se tienen en cuenta, adems, las
experiencias que el psicoanlisis nos ense a conocer
como prdida del objeto oral en el momento del des tete, y luego del objeto anal, vivido como abandono de
una parte del cuerpo, se con1prende que la fase flica
de la nia se inscribe, en el momento de su declinacin, en una serie homognea de experiencias de prdidas, de separaciones, o de falta, que encuentra lugar
naturalniente, por as decirlo, en la estructura del inconsciente regido por la castracin.
Un ordenamiento tal de la experiencia, condicionado por los datos de la anatoma, predispone a la mujer
a una relacin inmediata con la operacin de la castracin. De ese modo, ella se encuentra a igual nivel que
la operacin de la represin primaria, y catectiza slo
en escasa medida la operacin de la represin secun-

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daria (represin propiamente dicha); para ella, las


representaciones conscientemente rechazadas que
constituyen lo reprimido del inconsciente, secundario cuentan menos que los representantes del inconsciente primario (el de la represin originaria). Ms
precisamente, toda su experiencia la confirma -si no
se defiende inten1pestivainente de ello-- en una forrna
de reconocirn.iento de la prdida, es decir, de la primaca determinante de la representacin inconsciente, ante la cual se atena el prestigio de la representacin consciente y el aparato conceptual que ella produce. Para la inujer, no slo las palabras [niots] conservan, ms all de sus funciones significativas, su valor
de representantes inconscientes, de significante de goce, lo que constituir su habla [parole] de mujer, sino
que adems, en esa relacin in1nediata con la castracin, ella encuentra apoyo para un proceso de identificacin propiamente sexual, que la caracteriza funda1nentaln1ente, e inconscientemente, como inujer, con
anterioridad a toda identificacin secundaria con algn rasgo o figura de mujer.
En el caso del horn.bre, por el contrario, la experiencia de la fase flica y su declinacin rorn.pen la ho1nogeneidad de la serie de las prdidas: es fcil para l,
fuerte a causa de su posesin del pene, engafiarse y
persuadirse de que no todo el mundo ha perdido el falo, de que l, como todos los hombres, lo posee. El efecto de esta confusin inevitable es sirn.ple: ella confirmar y redoblar la represin secundaria inediante la
cual la verdad de la castracin, de la que dan testimonio los representantes inconscientes, ser negada rns
38

slidarn.ente -lo cual, por afiadidura, conjura accesoriarn.ente el te1nor infantil de perder su pene-. El discurso del hombre, que se constituye as con1.o discurso
de la represin secundaria (represin en el sentido corriente del trinino), se organiza entonces claramente
con1.o rechazo de la castracin, desconocimiento del inconsciente y, por ende, modo de exilio del goce.
Con1.o quiera que sea, robustecido por la ilusin tenaz de no estar castrado y de poseer de algn modo el
falo, al estar provisto de un pene, el hombre se limitar a la prnaca de las representaciones conscientes,
al valor significativo de las palabras, elaborando siste1nas conceptuales con la inquebrantable pretensin de
producir un discurso universal cuya nica funcin es,
en realidad, la de ocultar la verdad del discurso inconsciente y la radicalidad ineludible de la castracin.
Slo al chocar, al desarrollarse su experiencia, con los
escollos de la roca de la castracin, se ver llevado a
interrogar retrospectivamente la realidad que se construy para intentar reencontrar el suelo real del que
se exili. Ms precisamente que su madre o su origen,
lo que redescubre es su lengua rnaterna, articulada al
non1.bre del padre, y holla a la postre su tierra natal,
donde yace, vivo, el falo sin atadura. Contra la funcin
de represin del discurso del h01nbre, la protesta de la
mujer no carece de fundamentos cuando denuncia su
tendencia hegemnica; pero se trata del discurso de la
represin, discurso del poder sin duda alguna: lo contrario, absolutainente, de un discurso llamado falocntrico, que slo podra consistir en un reconocimiento de la castracin.
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anatmica, el sexo se caracteriza as como un modo de
entrada en el discurso, como una posicin subjetiva radical que se elabora a partir de la heterogeneidad estructural del falo. Provisto en su cuerpo de un pene,
sostn objetivo de la unidad significante del falo, el
hombre situar yo Ue] en el corte que separa la representacin consciente del representante inconsciente; posicin que deja de lado la otra parte, obj et a l, del
falo, fallante a todo lugar asignable. La posicin masculina, que contina elaborndose de ese modo, slo
conserva del concepto inconsciente de castracin el
corte entre representacin consciente y representante
inconsciente, dejando de lado el clivaje entre falo y representante inconsciente, que borra mediante la hiptesis simplificadora de una identidad de estructura
de los dos trminos concebidos como significa ntes; el
efecto de esta posicin masculina es sostener la realidad de la castracin merced a la sobrecatectizacin de
la representacin consciente , separa da, sin duda alguna, de la representacin inconsciente que la ha engendrado, y privilegiar as la realidad consciente en la que
se apoya. El destino masculino quedar marcado por
la h ipoteca absolutamente constrictiva de su hiptesis
simplificadora, y no cesar de perseguir, por n1e dio de
todas las astucias de su razn y contra estas, la otra
mitad de la verdad del falo, su falla intrnseca, de realizar la castracin.
Nada predispone a la mujer a reducir al falo a un
puro significante. La catectizacin privilegiada que
ella sostiene d el representa nte inconsciente implica

40

un reconocimiento del clivaje distintivo entre la unidad funcional del inconsciente y el falo, objeto y causa
del goce. El yo Ue] del habla [parole] de una mujer se
ubica entre el falo y la unidad funcional del representante inconsciente. Sin embargo, a travs de esta posicin subjetiva, la mujer tiende a atenuar la diferencia
de los sistemas, a hacer predominar en el orden consciente el valor significante de las palabras y representaciones en detrimento de su valor significativo; correlativarnente, esta confusin entre los rdenes atena
de algn modo el valor de goce del significante, obligndolo a privilegiar la funcin objetal del falo como
nico garante del goce. Tal es el destino femenino,
imaginar un falo, ya que conoce de1nasiado bien la
extraeza y la evanescencia del falo.
En este enfoque del sexo que impone el trabajo psicoanaltico, lo que importa es que la determinacin sexual es un hecho de discurso, una posicin subjetiva
radical que revela que no hay discurso universal legtin10, porque no existe un discurso asexuado. As, el espacio propio del discurso se revela como separado en
dos sistemas, masculino y femenino, que se distinguen a partir de la castracin por cuanto ella ordena
con una verdad a medias la relacin con el falo. Discursos marcados, en su origen, por el clivaje del sexo;
sera insuficiente pensar que pueden mantenerse en
estado puro, pero, por su necesaria e inevitable imbricacin, y cualquiera que sea su predominio respectivo, constituyen lo que se ha discernido desde hace ya
tiempo como bisexualidad; se puede afiadir a ello
que esta imbricacin pue de llegar incluso a invertir

41

para cada uno el predominio natural del discurso de


su sexo.

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El goce, escribamos, es la experiencia de la relacin


con el falo, el encuentro del referente del orden inconsciente que cada cual, hmnbre o mujer, slo alcanza a
travs del otro. All donde se abre el espacio del amor.
En la mujer amada, todo es fuente para m de e1nocin incontenible. Me siento otro; toda ella y cada una
de sus partes ine otorgan una extraa certeza de salir
de mis lmites; nada reemplaza su presencia, y el saber que siempre anhelo decirle te amo rn.e reconforta
en la certeza de que en ella, por ella, con ella, arder
una fiesta de verdad. Su belleza ine presenta ya las
luces de la fiesta a la que estamos invitados, ya que
ella conoce sus secretos de una inanera muy distinta
que yo. Debo regresar a mi silln de analista, exactamente el mismo en el que escribo, para volver como
todos mis analizandos a esta experiencia de verdad y,
en particular, para renunciar a la facilidad de desconocerla porque amar sera difcil para un psicoanalista, o indigno de su condicin. Es necesario que pueda
escribir qu quiere decir amar, qu constituye su inaravilla, sus impases y sus fracasos.
Para el ho1nbre, amar es reconocer, en una inujer,
que ella le da acceso a la castracin primaria, la que al
distinguir referente flico y representante inconsciente permite que aparezca lo que no puede ser n1irado: el
falo invlido. Gozar en ella, de ella, con ella, da testimonio de un encuentro con el falo que slo puede producirse en el espacio del amor. Aunque disponga de
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mltiples medios para engaar se, nada puede permitirle al hombre en frent arse a solas con la castracin
primaria. Recordemos qu e su invalidez consiste en la
inevitabilidad de su desconocimiento de la falta del
falo que lo constituye como hablante y deseante; acerca de la verdad de la castracin, lo nico que sabe es la
diferencia entre lo visible y lo invisible; pero la otra cara permanece oculta: la que permite articular la lgica
de lo no representable, la diferencia entre los elementos invisibles y el ojo horadante /penetrado que los organiza cual centro de perspectiva, entre los representantes inconscientes y el falo . Slo animado por una
pasin de clarividencia el hombre puede intentar reconstruir la hiptesis, entrever la verdad del ojo en la
tu1nba, del fulgurante enceguecimiento final de Edipo, articular laboriosainente las pruebas de la existencia del falo. Buscando sin saberlo la castracin, se har investigador, se revelar a veces como inventor.
Para ello, sin embargo, se requiere que conserve algn
vigor, a fin de ir ms all de los caminos surcados por
seductores carriles, trazados sobre el n1apa de las norn1as de vida del ho1nbre honesto: filosofa, investigacin cientfica, creacin artstica, explor acin, etnologa, psicoanlisis; o que sepa conservar alguna irona
frep.te a actividades tan perfectamente viriles como
las de todos los constructores de familias, de fortunas,
de rutas, de r epresas(!), de ciudades, de sociedades, de
imperios. Necesita una gran virtud para no limitarse
a las legtimas satisfacciones que le procuran estas nobles actividade s y conservar viva la sed de conocer la
otra cara de la verdad, la que no puede alcanzarse a

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solas ni en la ilusin compartida de una colectividad


homosexual o de una sociedad sin sexo. Ello supone,
en primer lugar, una renuncia clarividente a la fe en
una omnipotencia fantaseada, canalizada subrepticiamente por el ejercicio del pensamiento, por el despliegue de actividades creadoras; y, sobre todo, un
corazn abierto al riesgo de amar sin garanta posible
de que no ha de perder sus ms tornasoladas plumas,
sus ms firmes convicciones, su etiqueta de hombre
honesto, incluso. Nada puede reemplazar el conocimiento del falo, que nicamente se logra por la experiencia del goce; el sexo es su camino absolutamente
imperioso, camino en el cual la mujer amada le abre al
hombre el espacio de esa otra mirada sobre lo invisible
en la que se separan y se organizan, en su nacimiento,
brote, despliegue y fulguracin, la tierra, el agua, el aire y el fuego.
La mujer est comprometida de otro modo en este
camino del amor; lo que encuentra en el hombre amado es su imagen y su nombre de mujer. Beatriz. A travs del cual se abren los caminos. Valindose de su
identidad sexual, espera del hombre su lugar en el orden de los cuerpos y su funcin en la gramtica del
idioma que se habla. Pero, sobre todo, lo que espera
siempre es que, al darle su nombre y dotarla de su
imagen, el hombre le testimonie ante todo que reconoce su identidad de mujer, su familiaridad primera y
ltima con la verdad de la castracin. Nada de lo que
puede esperar del hombre (y lo espera todo) puede ser
recibido sino como suplemento de este reconocimiento
de que ella es mujer y que habla del sexo desde un lu-

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gar de certeza. Para ella, gozar es encontrar en el


hombre los nombres e imgenes del falo: todo lo que la
a~tividad industriosa del sexo masculino despliega como otros tantos retoos de la instancia flica reprimda le ofrece la mediacin visible, concreta, designable,
mediante la cual se realizar para ella el encuentro
del doble que se adapta realmente a su cuerpo, su inquietante y familiar Nebenmensch, el falo. No obstante, para que este encuentro pueda producirse realmente, para que la mujer pueda gozar con el hon1bre,
se requiere, empero, que ella se desprenda de la posibilidad siempre presente de una fuga solitaria: la de la
catectizacin de su cuerpo como objeto flico, la instalacin en un slido narcisismo (en el sentido ordinario
de narcisismo secundario) que convierte a su cuerpo
en el objeto privilegiado de su amor. Anticipndose al
incierto deseo de un hombre, ella le roba su mirada y se
ilusiona con capturar totalmente sola su Nebenmensch
en la gracia de su cuerpo. Me amo, me cuido, me acicalo;
me ornamento engaosamente con el brillo de mi ngel guardin, infantil, seductora, distendida en una
sonrisa de satisfaccin ante mi imagen de mujer; eso,
al menos, aparece como seguro. Y la suerte est echada; ella se engaa a s misma antes de engaar al
hombre lelo que se precipita sobre la hermosa criatura demasiado contento al recibir en envoltura de re'
galo el estuche inviolable con el sello de la imagen de
la joya que encierra.
Si me amas, es por lo que me he hecho. Permanecer evidentemente insatisfecha, ya que no reconoces,
en la bella persona tras la que me he atrincherado, mi

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identidad primaria de mujer, y nada puedo recibir de


nio perdido sin coraje y sin deseo; te necesito. Al fin y
ti; ni siquiera, y esto es lo peor, que me hagas gozar;
al cabo, es muy simple: puesto que te amo as no puepero si se te ocurre no adorarme tal cual, es porque no
des inenos que amarme. Es cierto que ella encuentra
ine amas: pues siento que quieres destruir lo ins caro
en el ho1nbre el tornasolado despliegue de los nombres
en m, la imagen que yo inisma he pintado de m nse imgenes del falo, y que esto le sirve como mediacin
ma y que debe encerrar, sie1npre oculta, la maravilla
para calibrar al Nebenmensch q u e la acosa, como llave
que me guardo. Y el hombre valeroso, sin chistar, desen las puertas del goce. Pero qu bella einpresa la de
garrado, confundido por tanta lgica, pone su corazn
ofrecerle ese plumaje que constituye a todo hombre, lo
en bandolera hasta que, en un sobresalto de rabia y
quiera o no! Slo la ingenuidad excusa a la injuria. Codespecho, encuentra otra verdadera mujer, cons mo un nio inmortal, convencido de ser en carne, huetruida sin duda a partir del mismo modelo. Tal es la
so y palabras la prueba de la existencia del falo, el
mujer llarn.ada narcisista, que la ideologa, vol ando en
amante algo insuficiente da as, como si se tratase de
ayuda de las disposiciones victoriosas de la estructuuna maravilla, su trivialidad, pero est dispuesto a
ra, propone al consumo de las inasas; mujer castradoproclainar su arnor imposible si la mujer que intenta
ra tambin, no tanto por los brillantes dientes que la
seducir no responde con int ensa efusividad a su genesonrisa del afiche revela, sino, y sobre todo, porque
rosa oferta. Hace falta, sin embargo, que l a mujer sea
despoja al hombre de la va regia de acceso ... a la casinujer de poca vida para que se deje captu rar por lapotracin.
breza de esta lgica. E l amor se alim.enta de seuelos
Y, sin embargo, por cautiva que est de sus propias
ms ricos. Mujer amada, te ofrezco un guijarro que hetrampas, una mujer, como se suele decir, sigue siendo
1nos visto juntos en el camino: no es mo y con l te doy
mujer para quien sepa tomarla. Convencido de amar a
el sol, la luna, las estrellas y el cielo que brillan en ti,
una mujer, empero, el ho1nbre no es nada lcido, por
que se reflejan en l, el gris, el azul, el verde y el pla no decir algo idiota. Con una lgica absolutamente triteado, prenda de goce, objeto mudo que te dir en todo
momento: te aino.
vial protestar afirmando su amor con la exhibicin
de todos sus atributos flicos, plidos retoos del sol
negro cuidadosamente enterrado. Te amo, repetir.
Hara falta, quizs, escribir algo ms acerca de lo
Y aadir, en tono mayor: te doy todo lo que tengo,
que quiere decir amar y, en particular, acerca de la sinmira y prueba su sabor, su belleza; pienso, trabajo,
gularidad de los rasgos y la especificidad de su organiproduzco, poseo y, es obvio, la prueba de ini deseo es
zacin que detenninan para cada cual la eleccin del
que se me para; puedes contar conmigo. Y en. tono me. objeto amado: color de los ojos, curva de la cintura, lunor, tan sincero como astuto, dice: sin ti nada soy, un , nar, ritm? del cuello. Sin embargo, por un lado la in-

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vestigacin psicoanaltica no aade a lo que aporta la


experiencia comn sino una luz ms precisa sobre el
origen y la fijacin de los rasgos determinantes de esa
eleccin, y, por el otro, parecera que estas operaciones
no son fundamentalmente diferentes para el hombre
y la mujer. En otras palabras, la lgica de la propia
estru cturacin fantaseada a travs de la cual se labra
el deseo no difiere, en uno y otro caso, ms de lo que lo
hacen un automvil supuestamente de mujer de un
automvil supuestamente de hombre: para reencontrar el corte del sexo se debe considerar el conductor,
la posicin subjetiva que lo maneja. La frigidez de la
mujer narcisista no puede ser resuelta a travs del
simple desmontaje de las implicaciones fantaseadas
que presiden la eleccin del objeto sexual; lo que necesita, en verdad, es un anlisis de la represin de su
narcisismo primario, gracias al cual se sostiene su posicin de atrincheramiento en el amor de su imagen;
del mismo modo, las fallas sexuales del hombre no
pueden superarse sin un anlisis radical de su posicin masculina, construida por entero sobre un desconocimiento de la castracin. En mltiples ocasiones,
basta con que una mujer tome al hombre la palabra en
su ostentacin, lo ame y se lo manifieste en un vivo deseo de la gloria resplandeciente de su sexo en ereccin,
para que su vigor palidezca y se retrotraiga. Es que te
amo, le dice la mujer, y el hombre escucha, no sin razn, que es amado no slo por su plumaje sino por lo
que ella supone que el deseo del hombre implica como
amor hacia ella, o sea, por su posicin sexual, por su
proximidad del falo; lo que ella le ofrece amndolo.
48

Pero es ms de lo que el hombre de paja de la ideologa


sexologista puede soportar, y es la desbandada ante el
goce, ante el posible encuentro del modelo flico, ante
lo que amar implica como reconocimiento de la castracin. He ah donde se origina, donde se legitima incluso, en un desconocimiento perpetuado de la castracin, la distincin entre el deseo y el amor. Preocupado
ante todo por preservar el desconocimiento mediante
el cual se ilusiona con ser un hombre, un verdadero
( . . . pero slo una verdadera fantasa), producir el siguiente sntoma, tan comn: Vea, dir, a la mujer
que amo la respeto, y fornico con las que me son indiferentes. Sin duda, el deseo y el amor no son lo mismo:
pero hacer de la exclusin del uno la condicin del otro
ejemplifica la impotencia mayor, la que consiste en no
poder mirar de frente la verdad de la castracin.
En ms de un sentido, los impases y los fracasos del
amor son nuestro pan cotidiano; se requiere mucha vigilancia para desarmar las mltiples trampas que
oculta la aparente complementariedad de los sexos y
la combinacin compleja de dialcticas h eterogneas:
las de las representaciones conscientes entre s, las de
las representaciones inconscientes entre s, y sus relaciones conflictivas, las de los representantes inconscientes con el referente flico, por ltimo. Aunque slo
sea en la aseveracin tu es lafenime quej'aime (eres
la mujer que a1no), que se articula, naturalmente, a
nivel de las representaciones conscientes, subsiste la
ambigedad en cuanto a los predicados posibles de la
femme que el tu designa y que el que relaciona;
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(que yo tengo), queue (cola, y tambin la palabra vulgar para designar al pene), affame (hambrea), del
mis1no modo que en las representaciones inconscientes se encuentra tan a rn.enudo la imagen de una genou (rodilla), donde se ana todo el enigma de la articulacin de la pareja: je-nous (yo-nosotros). Finalinente, si consideramos la huella flica, la heterogeneidad intrnseca que cada representante inconsciente vehiculiza,je, tu, que o femme asumen la consistencia de un clivaje an ms radical que el de su ambigedad significante. En esta imbricacin de laberintos
ms de un alma bella puede extraviarse y los amantes
ms apasionados encontrarn una inina de pretextos
para sus disputas .
En una medida por lo menos igual a las trainpas
que tiende la complejidad de la estructura, los impases del amor se cierran por el peso de las ideas reinantes, de los inodelos de hombres, de mujeres, que toda
sociedad propone e impone: por afectuosas que ellas
sean, por valientes que sean ellos, estas n1ujeres y estos hombres modelos, inevitablemente, no son ms
que sustitutos pervertidos de lo que cada uno debe inventar para vivir.
No tenemos opcin. Ninguna ideologa, aunque sea
de buena naturaleza, ninguna filosofa o religin, por
insistente que sea su presin, pueden dispensarnos de
cumplir nuestro destino. Ciegamente, arremetiendo o
retrocediendo, pese a toda nuestra buena voluntad o
contra ella, sobre la trama de todas las divisiones se
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tejen de continuo las infinitas variaciones de la misma


historia, siempre ya iniciada, incompleta hasta el fin
de los tiempos. Cada una de las que dejamos escribirse
llevar un nombre: su sello de verdad ser el de ser doble, de un h01nbre y de una inujer.

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3. Teresa, o sobre la pulsin de muerte

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In memoriam [Pour acquit]. Primera palabra


de todo epitafio antes de que se inscriba el aqu yace.
Vivimos en una situacin de deuda insaldable que
nuestra conciencia nos incita a saldar [acquitter], al
mismo tie1npo que el inconsciente testimonia que no
podemos desligarnos de ella, al no haber acreedor
identificable alguno. As como la historia no concluye,
la cuenta tampoco se cierra. Nada podr permitir saldar cuentas con un acreedor que no comparece. Aunque declaremos muerto a Dios, aunque hayamos matado a padre y madre, suprimido al tirano, nos queda
en el corazn una cuenta por saldar. Pero a quin?
Teresa, sin embargo, se siente liberada. Estaba an
en la cuna cuando su madre muri y su padre desapareci en la guerra. Y, a la inversa de muchas de sus
hermanas hurfanas que no logran matar a sus padres inuertos, Teresa, al parecer, los ha enterrado como corresponde y ha concluido, como en los libros, su
trabajo de duelo; ni las entidades que se ocuparon de
ella ni su tutor fueron nunca objeto de pasiones conflictivas en las que habra podido consumarse un duelo no hecho. Ella es lcida, perspicaz, eficiente en sus
tareas, que lleva a buen trmino sin otros problemas
que los habituales. Por qu viene entonces a analizarse? Precisamente, por su aparente tranquilidad y el

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sentimiento muy intenso de no tener ni deuda ni cuentas atrasadas, de haber hecho un corte en su historia
-que conoce bien y narra sin dificultad-, un corte
neto y que salda toda cuenta. Incluso su vida amorosa
es tranquila, de vnculos que no la compro1neten por
completo y relativamente prolongados, inas sin llegar
nunca a lo definitivo. No hay cuentas atrasadas, y es
c01no si le faltase lastre, obstculos, apoyos que nada o
casi nada revela, salvo una inestabilidad, ms cclica
que reactiva, de su estado tmico. Tard rnucho, vacil
largo tiempo antes de comenzar su anlisis, intent
convencerme de que le dijese que, hablando a conciencia, no haba que emprender la aventura .
En relacin con dos secuencias, tres quiz, cada una
repetida en inltiples ocasiones, tuvimos oportunidad
de franquear la barra de ese trazo destinado a cerrar
toda cuenta. La primera es onrica: una suntuosa matanza de policas, soldados, SS ms o menos disfrazados bajo otros uniformes: el suefio, siempre igual, en el
sentido de que las peripecias que llevan a la rn.asacre
son simples y breves, contrariamente a la representacin, detallada minuciosainente y digna de las ni.s
clebres batallas de la iconografa; en ella destruye
con su1naria justicia todo lo que inatar se puede, despedaza, y finalmente destripa con una satisfaccin neta, de ser posible vivos an, a todos los que estn a su
alcance. No me oculta que su placer sera por lo menos
igual si hiciese lo mismo conmigo. Es sincera, sin soni.bra de culpabilidad.
La segunda secuencia se repite en su actividad profesional, donde se ve llevada a encontrar personas que,
54

sin queja, amenaza o conjuracin alguna, han decidido matarse. Nunca hizo odos sordos al secreto de
esas personas; ni.uy por el contrario, las entenda con
sorprendente agudeza. Pero tampoco logr nunca que
quienes las rodeaban to1nasen en cuenta la inminencia del pasaje al acto, como si, entre lo que ella estaba
segura de haber percibido, algo no pudiese transmitirse del todo por su boca. Y cada vez, en cada ocasin un
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peso la acosaba hasta el tormento: no sera culpable
de alguna falla?
La tercera secuencia, ms imprecisa y quizs ni.s
incierta, la encuentra en el crculo fainiliar de sus her1nanos y primos: Carlota con los nifios. 1 Serena, feliz y
tranquila como nunca: milagro en el caso de estos nifios, que nunca han estado ms pacficos, imaginativos y juguetones; para ella es la culminacin, casi la
reco1npensa de la semana. Pero, sostenida por sus
fieles vnculos a medias, nunca tendr, sin duda, relaciones totalmente propias; es posible, incluso, que, sin
que nada se perciba de un drama secreto, no las desee
realmente: a lo sumo una sombra.
Cni.o no comprender que estos idlicos juegos y
ni.eriendas de nifios son hoy, sin la menor distancia del
recuerdo (y qu recuerdos podra tener?), las horas de
luz y de paz que encuentra y reencuentra cada semana, co1no aquello que no entra en sus cuentas saldaGoethe, Las desventuras del joven Werther: Ella tena un
pan negro del cual cortaba un pedazo para cada uno de los pequeos, ora p ara este, ora para aquel, en proporcin a su edad y
a su apetito. Serva a todos con el mayor donaire, y todos le agradecan a gritos, cndidamente ... (16 de junio).
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das? Cmo no decirle que lo que ella no puede hacer


or acerca de la muerte in1ninente de las personas a
las que escucha es el efecto de su negacin de toda deuda, es la rplica en el otro de lo que est convencida de
haber inatado, liquidado, enterrado de ella? Y lo que
deja aparecer en esas circunstancias dramticas es un
suspenso en el que la muerte no es segura, el tiempo
e n el que habra podido decir al que iba a rn.atarse: pero a quin quiere matar? Pregunta que no puede formular, ya que no puede interrogar siquiera el pour
acquit que pretende liquidar, en su historia, la deuda
inconsciente, y encerrar en el olvido de un panten al
acreedor annno. Cmo no reconocer, finalmente ,
que no cesa de saldar con prodigalidad su cuenta con
el tirano y, por ende, de reconocer un pasivo inagotable, en las masacres suntuosas que se ofrece en sueos
repetidos? Donde reencuentra al fin la pasin que la
anima, hasta en la paradjica pero tranquila organizacin de su vida.
Esa cuenta a pagar es saldada siempre en forma falaz, el asesinato por perpetrar slo se realiza equivocndose de vctna. Igualmente, la exigencia de la
deuda, el xito en la concrecin de una muerte, se repiten constantemente. Son nuestra fuente de vida, tan
tenaz, determinante y presente en cada minuto como
un odio visceral. Esa fuerza d e repeticin que nos incita a vivir cada instante de nuestra historia es ms poderosa que el amor al prjimo. Freud la llam pulsin de muerte. Lo que s e debe mata r son las construcciones y fantasas que pretenden dar cuenta de modo
56

unvoco de nuestra filiacin o, para ser ms precisos,


que focalizan en un punto de origen la fuente de las
fuerzas que nos animan. Al inis1no tie1npo, somos verdaderamente los hijos de Dios -y mejor sera, fieles
al Antiguo Testamento, no nombrarlo-- y deicidas. De
lo que debemos separarnos absolutamente para existir
es del falo; pero tampoco podemos borrar en nosotros
la cifra de ese mismo falo: circuncisiones, bautismos,
iniciaciones no son ins que su sello repetido, sea que
se lo considere redentor, propicio o conjuratorio. Se
aferra ciegamente a nosotros y debemos deshacernos
de l para reconocerlo: la rabia de vivir nos anima como un esfuerzo siempre impotente/victorioso para liberarnos, pese a todo, de lo que est engarzado en cada una de nuestras palabras, adherido a cada una de
nuestras fibras: ese falo diablico del que debemos separarnos, des-sexuarnos [dissexer], a fin de tener alguna razn para vivir y alguna esperanza de goce. Tales son el objeto impensable, el trabajo a realizar permanentemente, la meta siempre buscada de la pulsin de muerte.
Como las de Dios (o las del dia blo), las figuras del falo son mltiples, tanto ms cuanto que no tiene ninguna, y cada historia nos presenta nuevas figuras en las
que se halla engarzado. Lo que se debe reducir a mscaras son estas figuras siempre renacientes. Pero
existe acaso algo ms terrorfico que un rostro que arde
o se descompone, aun si son los rasgos de la bella los que
deben delinearse a travs de los rasgos de la bestia?
En el caso de Pierre-Marie, es la figura del nio-nomuerto-para-el-consuelo-de-su-madre la que tiene po57

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der sobre toda una vida y le dicta lo que debe hacer, sin
que sea posible la desobediencia. Desde cierto punto
de vista, y por un tiempo al menos, eso lo tranquiliza.
Piedra basal de su inconsciente, la representacin
narcisista priinaria Pierre-Marie-nifio-que-consuela
reina como por un derecho divino sobre la vida de su
sujeto. Entronizada por haber sido escogida a partir
de la fantasa de la 1nadre, e investida de la dignidad
flica, gobierna, con todas las representaciones originariamente reprimidas, la lgica feroz de un sistema
que permanece invisible, inaccesible, intocable: el inconsciente. Su poder se refuerza por todo el desconocimiento del sujeto; si l le dice: puesto que eres inn1ortal, slo vivirs, amars y hablars en tu nombre ms
tarde, cuando tu madre haya muerto, cuando tus hijos
y nietos sean, tambin, sujetos fieles y sometidos,
Pierre-Marie obedecer sin vacilar perinde ac cadaver.
A 1nenos que un sntoma, un insidioso y tenaz retorno
de lo reprimido, manifieste, con su desorden, que en
un reino semejante no hay otro sujeto que el subvertido. Perturbacin que insinuar que el atrincheramiento inconsciente en el que el tirano basa su poder
impone al sujeto una divisin entre su condicin de
exiliado y su identidad de testigo sin pruebas de la
castracin. En la neurosis obsesiva de Pierre-Marie, lo
que el sntoma soporta es una sorda y feroz rebelin
del sujeto, en el seno del atrincheramiento del que participa; en su fantasa de perfecta obediencia a la representacin narcisista prnaria, surgen secuencias
violentas y vengativas: epopeyas guerreras que se re1nontan a edades arcaicas, con su cortejo de muertes
58

salvajes, de destrucciones ciegas ... que dejan intactas


la fortaleza fantaseada y su gobernante. As, PierreMarie perpeta en su naginacin sangrientas orgas
en los transportes en c01nn o en los apacibles congresos profesionales a los que concurre con pretextos falaces; ya que es con el desgraciadito Pierre, su h ermano muerto, con quien pretende arreglar cuentas a
travs de esas hecatombes.
En el caso de Teresa la figura que se debe desenmascarar es el trazo que pretende dejar atrs toda su
historia, con10 saldo de toda cuenta; tarea ardua como
pocas, ya que con ese trazo parece haber realizado la
imposible hazafia de matar realmente al tirano. As,
parece vivir con la conciencia apacible de alguien que
ha cun1plido su deber y liquidado los fantasmas del
pasado. Pero no es sino una slida coartada, organizada con arte, en la que las potencias del ello, aunadas
en la extre1na opacidad de un nico trazo, constituyen
una ilusin y un ncleo de falsa transparencia; cual
cristal de pacotilla, que slo refleja sin traslucir prcticainente nada. El falso crimen es casi perfecto, y Turesa corre el riesgo de dejarse capturar por el corte artificioso de su trazo hasta fingir olvidar que las tirnicas representaciones inconscientes pennanecen intactas, tan voraces y feroces con10 en su frescura inicial:
n1adre devorante-devorada por su enfermedad, padre
engendrador-exterminado, Teresa victoriosa-abandonada, puro odio y dulzura a la vez, dispuesta a amar.
Las suntuosas carniceras onricas perdern su encanto y su eficacia. Ahora, al haberlas reencontrado,
para mirar y honrar como corresponde estas figuras

59

inconscientes deber matarlas en detalle, una por


una, sin esperanza, empero, de poder saldar as su 1
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deuda.

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Pierre -Marie-nio -que -consuela, Teresa-que-destri pa-por-amor: dos representaciones tirnicas que
deben ser matadas. Pero cmo? Las impotentes armas del sueo se descargan en vano sobre estas fantasas: atravesadas por balas, destrozadas por granadas, quemadas por lanzallamas, prosiguen gallardamente su camino y, socarronas, nos desafan constante1nente. Para matarlas se requieren, en realidad,
otras armas, y en primer lugar, comprender que lo que
es tematizada as como rebelin, lucha a inuerte, venga nza que debe ser saciada, no es nada ms que la
elaboracin fantaseada de la relacin inevitable que
todos mantenemos con los representantes inconscientes que nos determinan y nos constituyen a igual ttulo que nuestra herencia gentica, o nuestras constantes biolgicas.
Pero la lgica del inconsciente es una lgica diferente a la de los enunciados (la que tiene curso legal), lo
que no quiere decir que no hay lgica. En una sntesis
fascinante, Freud formula sus principios: En ese sistema [el inconsciente] no hay ni negacin, ni duda, ni
grados de certeza. [... ] En el inconsciente no hay nada
ms que contenidos ms o menos catectizados. [. . .]
A travs del proceso de desplazamiento, una representacin puede transmitir todo su monto de catectizacin a otra; a travs del mecanismo de condensacin,
apoderarse de la catectizacin total de muchas otras.

60

1
1

He sugerido considerar a estos dos procesos como


signos caractersticos de lo que llamamos proceso psquico primario. [. .. ] Los procesos del sistema in consciente son atemporales, es decir que no estn ordenados en el tiempo. Los procesos inconscientes tampoco toman en cuenta de modo alguno a la realidad.
Estn sometidos al principio de placer; su destino slo
depende de su fuerza y de que cumplan con las exigencias de la regulacin de placer-displacer. En resumen:
ausencia de contradiccin, proceso primario (movilidad de las catexias), carcter atemporal y reemplazo
de la realidad exterior por la realidad psquica: tales
son las caracter sticas que debemos esperar que encontre1nos en los procesos que pertenecen al sistema inconscie nte.2
Se observa d esde un prin1er momento que las representaciones inconsciente s no pue den tener, como tales, derecho d e ciudadana alguno en el sist ema consciente-preconscie nte. Son inaceptables (unertraglich),
no a causa de sus conte nidos sino de su naturaleza;
son snplemente inaceptables en el sentido de que no
hay espacio p a ra ellas, en el mismo sentido en que un
pez no puede vivir en una pajarera. Es, sin embargo,
un antiguo sueo el de poder encontrar en nuestro espacio seres que no pertenezcan a l en absoluto, y la literatura de ficcin nos describe con gran lujo de detalles los seres extraterrestres, zombies y otros muertosvivos que, produciendo en nosotros un delicioso pni2

Freud, L'inconscient>>, en Mtapsychologie, Gallimard, pg.


97; GW, vol. 10, pg. 286.

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co, nos visitan constantemente en nuestro planeta y


rondan nuestros hogares. Reprimidos, los representantes inconscientes propiamente dichos lo son por
naturaleza, lo cual no les impide exist~ perfectamente organizados, en su extrao sistema, el inconsciente
originario.
Muy distintos son los retoos de estas formaciones
primordiales que caern bajo el efecto de la represin
secundaria, o represin en el sentido corriente de la
palabra, para constituir una forma de inconsciente de
segunda generacin. El segundo estadio de la repre sin, escribe Freud, la represin propimnente dicha,
concierne a los retoos psquicos del representante reprimido, o si no a una cadena determinada de pensamientos que, proveniente de otra parte, ha entrado en
relacin asociativa con l. Debido a tal relacin, estas
representaciones conocen igual destino que lo reprimido originario. La represin propiamente dicha es
as una represin con posterioridad. Por otra parte, sera errneo destacar slo la repulsin que, proveniente
de lo consciente, acta sobre lo que se debe reprilnir.
Hay que tomar tambin en consideracin la atraccin
que ejerce la represin originaria sobre todo aquello
con lo que puede establecer conexiones .3
Antes de referirnos a los retoos, objetos de la re presin secundaria, debemos aadir algo acerca de los
padres. La forn1ulacin que podemos proporcionar de
los representantes inconscientes O.os que constituyen
3

Freud, Le refoulement, en Mtapsychologie, Gallimard,


pg. 4 7; GW, vol. 10, pg. 250.

62

al inconsciente de lo reprnido originario) se asemeja


siempre, de algn ni.odo, a las inciertas fotografas de
los ovnis; ello de1nuestra la inadaptacin radical e insuperable de nuestros inodos de registro consciente
para aprehender los ele1nentos del sistema inconsciente en su extraeza fundamental.
En el anlisis del sueo del unicornio, de Philippe, relatado en otro trabajo, tuve oportunidad de producir una transcripcin de este tipo, una suerte de frmula de ensahno: <<Poordjeli. Para distinguir la foto
del modelo, llamaremos a este ltimo, siguiendo a
Freud y tal como hemos hecho hasta el presente, representante inconsciente, y a la foto (Poordjeli en est e
caso), representacin de representante inconsciente o,
por condensacin, representacin inconsciente. Slo a
travs de un lento trabajo de decantacin psicoanaltica pudo aparecer la representacinPoordjeli; en realidad, todo el trabajo psicoanaltico, como es habitual,
se haba ejercido en relacin con los ret011.os de los representantes inconscientes, y particularmente del
modelo de Poordjeli. Todos los retoos tienen lazos de
parentesco con el original, situables en particular en
la composicin de sus figuras literales, donde OR, LI,
PO y JE se presentan con constancia e insistencia:
Paul, Georges, Lili, peau (piel), corne (cuerno), corps
(cuerpo), or (oro), rose (rosa), entre otros; pero tambin
pueden discernirse, en una forma de escansin, en la
elisin de la articulacin central del enunciado,poord'
jeli, Philipp', Georges, Philipp' j'ai soif (Philippe tengo
sed); finalmente, a nivel de los contenidos significativos de las representaciones, otros modos de paren.tes-

63

co organizan y amplan la familia de los retoos: pied


(pie) - tte (cabeza), roe (roca) - sable (arena), eau (agua) 1!
- boire (beber). Estos son los elementos que constitu-

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yen las representaciones reprimidas con posterioridad, a partir de las cuales se efecta el trabajo del
psicoanlisis; se corporizan y se dicen en palabras, en
figuras y fnnulas discernibles con nitidez, tales como
Philippe chri (Philippe querido), trsor de Lili (tesoro de Lili), <<}oli corps de Lili (lindo cuerpo de Lili).
El unicornio que aparece en un sueo, levantando el
velo de una represin con posterioridad, tiene, en ese
caso, el privilegio de constituir el anlogo ms notable
de la representacin Poordjeli del representante inconsciente originariamente reprimido; por un lado,
tanto en su nombre como en su figura rene, desplaza
y condensa, como lo hara el proceso primario, lamayor parte de los elementos de la familia de los retoos;
por el otro, en su forma significante, nita a manera
de contrapunto la representacin inconsciente Poordjeli. El proceso psicoanaltico se emprende slo trabajando sobre los retoos del representante inconsciente, y descifrando las formaciones que se originan en la
represin con posterioridad. Pero la diferencia entre el
psicoanlisis y uno de sus productos bastardos ms
perversos, la psicofilosofa psicoanaltica, se establece
slo al referir las figuras as reveladas, el unicornio en
este caso, a la representacin Poordjeli del representante inconsciente que la engendr mediante la serie
de sus retoos. En otros trminos, el psicoanlisis se

caracteriza por tomar en cuenta al proceso primario


como tal y, en consecuencia, por hacerse cargo de su
64

irreductibilidad a todo acomodamiento que lo hara


presentable o, incluso, representable en las escenas de la razn o accesible a la concepcin restrictiva
del sentido comn.
Se observa, as, de qu manera el trabajo del psicoanlisis se consagra a un enfoque y un modo de discernniento de los representantes inconscientes, sin que
ninguna traduccin (o transcripcin) pueda pretender
ser absolutamente fiel. Pero no basta con describir el
enfoque; cualesquiera que sean los riesgos de la empresa, hay que intentar, como Freud comenz a hacerlo, la formulacin de los caracteres especficos del representante inconsciente . Lo que constituye su esena, por as decir, es su carga energtica: como si slo
estuviese constituido por un lugar virtual sin contenido representativo o representable propiamente dicho,
pero donde se manifestase una cantidad de energa
pulsional. Como se observa en el anlisis de Philippe,
lo que la representacin inconsciente Poordjeli representa es, en efecto, una impulsin motriz figurada como un movimiento de voltereta. Pero sera simplista
atenerse a este movimiento del cuerpo, que no hace
sino traducir en forma sumaria la mocin pulsional
(o mocin de deseo) que constituye el ncleo del representante inconsciente. Cada representante inconsciente est constituido por un quantum de energa
pulsional, cuyo soporte sera vano imaginar en trminos de algn tomo de representacin o de algn sustrato significativo. Slo puede identificarse por dos cifras, o dos letras, a la manera de una medida de la presin arterial, de la que nada puede establecerse salvo

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inconsciente figurado por la representacin Poordjeli,
las dos letras D y J se articulan en una cierta relacin
de sncopa: d'j, sensible a la enunciacin de la frn1ula;
pero tambin es posible situar esta relacin refiriendo
los acentos de la misma sncopa a los extren1os de la
frmula: P-L (poli) [amable], a un fragmento co1no J-L
(joli) [lindo] o, por extensin, al li(t)'cor(ps) [lecho cuerpo] de la representacin r e primida con posterioridad.
La rigidez de esta relacin se basa slo en la permanencia del sistema diferencia l del que es ca usa y efecto, en la constancia de la fuerza de la que es el lugar
virtual: las cifras que intentan traducirlo, el quantum de energa que all se presenta, las representaciones que all se inscriben, son variables.
La mocin pulsional que manifiesta as el representante inconsciente debe ser pensada-en la medida en que sea posible hacerlo-- en la originalidad que
la distingue de los modelos fsicos de la energa. La
fuerza pulsional debe concebirse c01no la tensin co-

rrelativa de las diferentes incompatibilidades que


constituyen la realidad psquica>>: inco1npatibilidad
entre las representaciones conscientes y los representantes inconscientes (en nuestro ejemplo, entre unicornio y el representante inconsciente), inc01npatibilidad entre la representacin del representante inconsciente, Poordjeli, y el referente flico, que se funda, en realidad, en la heterogeneidad intrnseca del
referente flico mismo.
Entre representacin consciente y representante
inconsciente, la incompatibilidad consiste en una rela66

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cin doble y contradictoria. Por un lado, el representante inconsciente produce necesariamente retoos,
una forina de inscripcin consciente (aunque deba ser
reprin1ida con posterioridad); o, para ser ins precisos,
el representante inconsciente tiende a infonnarse en
el registro de la inscripcin consciente, en este caso bajo la forma de unicornio, como si tuviese que apoyar
sus posibilidades ilimitadas de movilidad en algn
trmino diferente del falo. Pero, por otra parte, la representacin consciente tiende a anular, borrar, liquidar al representante inconsciente, en tanto y en cuanto impone, una vez forrn.ulado e inscripto, la negacin
de su inovilidad intrnseca: la variabilidad de los elern.entos diferenciales que constituyen al representante inconsciente tiende a ser anulada por la representacin conscie nte. El unicornio fija en un nmero limitado de figuras determinadas la fuerza viva que encierran las posibilidades ilirnitadas de desplazamiento y
condensacin, inherentes a la movilidad de los ele1nentos que con1ponen al representante inconsciente :
la variabilidad posible de las relaciones D-J, P-L, J --L
se reduce en gran medida. La fijeza de la representacin tiende a suplantar la constancia de la fuerza en
su movilidad: el representante inconsciente es confir1nado en su condicin de reprimido radical, rechazado,
contenido, negado en su fuerza viva.
Entre la representacin del representante inconsciente y el referente flico la incompatibilidad consiste
en que al representante inconsciente le es imposible
tener en cuenta la heterogeneidad intrnseca del falo,
que no puede reducirse a una combinacin de cifras
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homogneas, P, J, D, L, aunque sea variable. En efecto, la heterogeneidad del referente del sistema inconsciente se origina en el hecho de que comprende, a la
vez, el cifrado de su unidad en nmero irracional y el
resto irreductible de su divisin; o, tambin, que cual
un nmero complejo a+ ib, comprende al mis1no tiempo la determinacin positiva de su unidad y la impensable unidad negativa: i 2 = - 1 . No es posible decir ni
pensar falo sin pasar as al otro lado del espejo, donde el objeto sin reflejo rompe y funda la lgica del significante. En realidad, el concepto psicoanaltico que
introduce esta heterogeneidad en relacin con el orden
de los representantes inconscientes es el concepto lacaniano de objeto (a), elaborado a partir del concepto
freudiano de objeto de la pulsin. Por otra parte, podemos decir que todas las incompatibilidades evocadas '
se basan y se originan en la heterogeneidad del falo .
La fuerza pulsional, hemos dicho, debe concebirse
como la tensin correlativa de las diferentes inc01npatibilidades que constituyen la realidad psquica. Podemos aadir que, conforme a sus fuentes, ella es doble
y contradictoria, o, tambin, dividida y conflictiva:
pulsiones de vida y pulsin de muerte, tal como design Freud, en ltima instancia, a la dualidad de las
fuerzas que nos animan.
El trabajo de las pulsiones de vida se reconoce en
accin en la organizacin aparentemente predominante de las representaciones conscientes. Las fuerzas pulsionales llamadas de vida, centrfugas en cierto
modo en relacin con las fuentes incon$cientes, tien-

68

den a valorizar los trminos positivos de las antinomias y a producir sistemas de representaciones, cuerpos de inscripcin cuya razn primordial es, en todos
los casos, la de contener, mantener reprimido, negar la
negatividad de los otros trminos de la antinomia, y
la heterogeneidad misma. Pulsiones sexuales en la
primera teora freudiana de las pulsiones, despliegan
como en nuestros sueos y fantasas las figuras singulares y los dispositivos especficos que sostienen al deseo: rostro de mujer, cuyo perfil y color de ojos se encuentran en una relacin determinada con la saliencia
de los pmulos, mujer que es el objeto del deseo de otro
hombre. Son ellas, las pulsiones de vida, las que organizan la trama imaginaria con la que se teje la realidad del deseo. Ellas producen as fantasas de deseo
n~ediante las cuales los retoos de los representantes
inconscientes organizan, en una escena a medias clandestina, representaciones alegricas de la bsqueda
del falo: caza del unicornio, bsqueda del Graal. Pero
basta con que --cediendo a la tentacin imperialista>>
de su poder- las pulsiones de vida, fortalecidas por
sus conquistas, releguen al campo del mal (para liquidarla) a las fuerzas ms vivas, llamadas de muerte,
para que la fantstica y cotidiana puesta en escena del
deseo se sumerja en lo absurdo e irrisorio de una mala
caricatura: en las escenas privadas, la bsqueda del
falo se convierte en levante de chicas por la calle o en
seleccin de la compaera ideal mediante computadoras. En las escenas reguladas de la vida pblica se
producen correlativamente, gobernadas por el productor delegado de las pulsiones de vida, otras represen-

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taciones ms o menos sublimes que glorifican la


creacin, el pensamiento, la ideologa, la ciencia, donde cada uno encuentra con reconocimiento la prueba
del alto destino al que lo predestina la organizacin:
ser una marioneta guiada por los hilos de un tirano
perverso, figura gloriosa y abyecta del poder.
Es inuy difcil, comprobaba Freud, fonnarse una
idea ms o menos concreta de la pulsin de muerte.
Ello se debe a que las fuerzas pulsionales llamadas de
muerte tienden a hacer predominar lo no figurativo
del representante inconsciente y la impensable unidad negativa, constitutiva del referente flico; predominio que, cuando se impone, slo puede ser vivido como cuestionamiento o, incluso, ruina o destruccin de
la obra de las pulsiones de vida. Ese trabajo de lo negativo corre manifiestamente contra la corriente del
flujo de pensamientos, de representaciones, de ideas y
de sistemas que nos conduce en la direccin de una represin cada vez ms elaborada de nuestra parte maldita, de lo inscripto no representable. Pero, por otro lado, nada puede escribirse, decirse, representarse, si la
fuerza de la pulsin de muerte deja, aunque slo sea
por un instante, de mantener la referencia al falo, distintiva y fundadora. Se trata de un trabajo interminable, de una lucha constante, ya que la funcin primera de cada una de las representaciones conscientes,
cualquiera que sea, es relegar en el olvido de una tu1nba la mscara inquietante del falo sin rostro.
Basta con que, por alguna causa ocasional, la catectizacin libidinal de las representaciones conscientes
por parte de las pulsiones de vida se retire o sea preca70

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ria para que surja la angustia: nos sumerge una fuerza excesiva que, al no distinguir objeto (a) alguno, intenta estrechar el interior de nuestro cuerpo mismo,
aliento, corazn, rifiones, en lo que este encierra de
ahna no representable. Es difcil aprehender conceptualmente la pulsin de muerte, pero la angustia
nos perrn.ite hacer la experiencia de ser dominados por
su fuerza; precipitados en un enloquecimiento subjetivo, nuestro nico recurso es una reanimacin boca a
boca, cuerpo a cuerpo, palabra a palabra, de las representaciones conscientes -libidinales, se entiende-.
Y, sin embargo, ninguna de las representaciones conscientes puede vivir, o sea, ocupar un lugar en la econo1na de las figuras libidinales que forman la trama de
nuestro deseo, si las fuerzas de la pulsin no inantienen la distincin de las unidades constitutivas del siste1na inconsciente que son los representantes inconscientes. Si, por alguna razn, estas, a su vez, fallan, el
aparato psquico c01nienza a funcionar locamente,
c01no si hubiese perdido su razn de ser: la oposicin
conflictiva de dos sistemas radicalmente heterogneos. Se trata de la locura mediante la cual se manifiesta bajo diversas formas una organizacin (o desorganizacin) psquica que se caracteriza siempre por
una renegacin absoluta de la heterogeneidad intrnseca del aparato psquico: sea porque, de manera paranoica, proyecta con agresividad, quejumbrosidad o
sensibilidad la lucha de la que se ha renegado en un
irreductible conflicto externo entre el poder autocrtico de un yo omnisciente-omnipotente y la insondable debilidad y estupidez de los dems; sea porque,

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de manera esquizofrnica, establece un corte radical


suficiente, destructivo o provocador entre un yo fantasma y un mundo inexistente. El trabajo de las llamadas pulsiones de muerte consiste en asegurar en
forma constante, contra la formidable tendencia unificadora de las pulsiones de vida, la presencia extraa y
singular de los representantes inconscientes, y la absoluta heterogeneidad del referente flico.

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rano que se debe matar, del representante narcisista


primario que se debe destruir, determina el lugar de
los representantes inconscientes, tierra natal y de exilio, paraso perdido a reencontrar; es ella, en una palabra, la que asegura la presencia-ausencia del Otro,
fuera de la cual no existe yo Ue] alguno que hable y
desee.

Recapitulemos. En el caso de Pierre-Marie, quien


reina como tirano en su vida fantaseada es la figura
del nio-no-muerto-para-consuelo-de-su-madre, en
cuanto representante narcisista primario; en el caso
de Teresa, se trata de un trazo hecho, para saldar toda
cuenta, en su historia que, como figura engaosa de la
castracin, la compele a una vida de deseo a medias.
Figuras que se debe desenmascarar, matar, en las que
se agotan las armas del sueo y de la razn sensatos.
Se requieren, decamos, otras armas, y en primer lugar, comprender que lo que se tematiza en tales casos
como rebelin, lucha a muerte, venganza a saciar, es
slo la elaboracin fantaseada de la relacin necesaria
que mantenemos con los representantes inconscientes
que nos determinan, a igual ttulo que nuestra herencia gentica o nuestras constantes biolgicas. Matar
esas figuras consiste en devolver al representante inconsciente su verdadero carcter y en tomar en cuenta
la deuda insaldable que nos liga al referente flico.
Prcticamente, es reconocer la fuerza primordial,
constante y absolutamente necesaria, de la pulsin de
muerte; ya que es ella la que, en y por la figura del ti-

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4 . Justin, o sobre el sujeto

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Justin no puede soportar el escaso espacio de accin


que le deja el sentimiento de estar fijado en una coincidencia consigo mismo por la mirada de otro. Cuando
nio, lo que lo e nfermab a no era la ruta sino el hecho
de tener su lugar asignado en el automvil familiar; lo
enfurece el sentirse perseguido, en sus cambiantes lugares de residencia, por cartas que le estn dirigidas 1
en las que su nombre escrito parece acorralarlo sobre
s n1ismo; si una mujer le manifiesta o le dice que lo
arna, basta con ello para que est dispuesto a la fuga.
Un juego lo fas cina: el solitario denominado taquin,
en el que se debe obtener una serie de cifras o letras
desplazando fichas cuadradas, movimiento posible
gracias a la existencia de un casillero vaco. Slo al enfrentarse con una pared de roca en la montaa, al escalarla, tiene la impresin d e lograr esa distancia respecto d e s mis1no de la que n aceran el aliento yelmovimiento, si no las palabras y su deseo. La connivencia
sin espacio de accin que se debe dislocar es, densa
co1no un abrazo de bronce, la estatua de sus padres enlazados.
Corno Atla s, Justin carga sobre sus espaldas el peso
de sus padres a coplados, fantasa originaria si las hay,
en la cual se encuentran reunidas la coartada falaz de
una fa1nilia que luego se d esperdig y su primera ra75

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zn de ser. Cargada sobre su espina dorsal, acarrea la


escena de su origen, sustrada de su vista pero presente con todo su peso: se debate, se precipita y se
arroja, sin lograr desmontar a los obscenos caballeros
que se adhieren a l. Para acabar con el imperio del
monstruoso animal le hace falta una palabra: pero no
dispone de ella. Yo no tengo nada que decir, afirma
enfurecido. Yo [je] no tiene nada que decir, se ine ocurre responderle. Sin aliento, sin voz, sin espacio, se
encuentra capturado en la escena primitiva que soporta sin ver: su dispositivo monstruoso, al fijar la historia en una densidad extrema, parece bloquear, por
su tautologa, todo movin1iento posible. En lugar del
casillero vaco del solitario, es una ficha de plomo la
que bloquea el juego: Justin se siente petrificado en
ese lugar en una figura aforstica e inmvil de su historia, a la que no puede escapar. El trabajo de su anlisis consistir en desmontar el dispositivo fantaseado
que contiene toda su violencia y rene, en la extraordinaria densidad de una cargada sntesis, su imagen y
su historia. Su anhelo es hacer estallar el animal
monstruoso, deseo inconsciente que aflora en un sueo pattico: es el cadver de la abuela el que va a ser
enterrado con gran pompa, pero se transforma en un
enorme jabal, un solitaire* que estalla en un cataclismo de mal olor. A travs de esa primera brecha
abierta en el dominio del horrible animal de tres cuerpos, que bloquea a Justin en una extrema y dolorosa
rigidez de la columna, aparece la hazaa del padre
* Solitaire: solitario
76

y jabal macho. (N.

del T.)

an adolescente matando al jabal furioso que acometa contra l. Golpe decisivo, hecho concluyente donde 1
es posible aprehender el hilo perdido de otra trama, la
de una novela secreta que se distingue finalmente de
la epopeya familiar y del fabuloso xito ya inscripto en
la historia de los poderosos de este mundo. Se descubre otra historia, salvaje, hecha de riesgos, muerte,
violencia pasional, hazaas guerreras, locura y amor;
en ella brilla una mujer, la primera esposa del padre de
Justin, mujer de poco nombre pero deseada apasionadamente. En la trama de las palabras y de las representaciones de esta novela paralela el padre se halla en una posicin de poder que, en la historia reconocida, p a reca monopolizada por la rama materna.
Pero, sobre todo, con la nueva historia se impone esta evidencia, difcil de soportar: que su madre nunca
fue para su padre nada ms que el sustituto de la otra
mujer, de poco nombre. Ese nuevo fragmento de la
verdadera novela familiar se revelar mediante el
anlisis de un recuerdo insistente: nio an, Justin
recibe una larga carta de su padre, hecho poco habitual. Desde un lejano pas, este le relata en detalle cmo explota tierras nuevas, cultivando la via a partir
de plantas importadas; durante largo tiempo, el anlisis de este recuerdo mareante choca con la escritura
misma de la carta, meca nografiada, indicando con
obstinacin que en ese mensaje est aba escrito, marcado, impreso con todas sus letras . .. pero qu? El cultivo y la explotacin de la via [vigne] a la que el padre
se consagraba con pasin fecunda . Al mismo tiempo
que l lo adverta, supe que el nombre de soltera de su

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madre era Lavigne: en el largo inensaje estaba escrita


con todas sus letras la historia de la pareja. Al mismo
tiempo, el animal obsceno adherido a la espalda de
Justin parece tocado y vulnerado; Justin recuerda
haber enviado con violencia a su padre hacia la mujer
de poco nombre y haberse vuelto en otro npase hacia
su madre: como si pudiese al fin desprenderse de la
pregnancia de su escena primitiva y seguir un itinerario trivialmente edpico. Para que Justin pueda salir
del dominio de su madre har falta la intervencin de
otro hombre, Peter, cuyo nombre llega a l, traducido,
en una pesadilla con fondo de mar,* como un llamado
inquietante: Pierre, Pierre, Pere [padre] ... . Con Peter, supo que poda vivir, hablar y desear.
Para poner en marcha el juego de su deseo necesitaba una palabra, palabras. Era rea lmente conmovedor,
en toda oportunidad en la que evocaba el juego del solitario y el poco espacio de accin que lo paralizaba,**
orle deletrear aquello de lo que hablaba, aunque sin
reconocerse en ello:j-e [yo], oj-e-u Lluego]; J (Justin) no
tena realmente nada que decir de la historia oficial en
la que estaba capturado, aunque hablaba muy bien de
ella; nada que decir, salvo repetir que estaba c01npelido desde la infancia a recurrir a sntomas molestos,
tales como atiborrarse en las comidas que comparta
con su padre, para estallar, vomitar despus el alimento que haba sustituido a la conversacin o, inclu-

so en la actualidad, bloquearse dolorosamente el raquis, para decir, sin n1s palabras, su parlisis. Las
palabras estn presentes, mudas, digmoslo as; sin
embargo, al inismo tiempo que comienza a articularse
la otra historia balbuceante, fragmentaria, vacilante,
eso [9a] comienza a decir yo [je], y las palabras, a hablar.

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* Mer, mar, y mere, madre. (N. d el T.)
** J eu es tomado aqu e n el doble sentido de juego y de e spacio de accin, posibilidad de movimiento. (N. del T.)

78

Se articulan en un palimpsesto dos historias, dos


textos, uno de los cuales mantiene pegada una imagen
de J ustin en un lbum de fotos familiares, y la otra se
anin1a a representar yo en su movniento. En contraposicin a los nios de toda edad que no dejan de
decir nioi-}e, con la tenaz ilusin de haber resuelto
con esta frmula la antinomia de los dos discursos,
Justin no puede apoyarse en un moi ni sostener un
}e. Por un lado, no puede menos que rechazar las
vestime ntas o la manera de peinarse que se le asignan, desertar, en el automvil, en la clase, en el trabajo, del lugar que se le designa; ms an, no puede menos que negarse a reconocerse en los rasgos que lo
constituyen, ya se trate de la boca parecida a la de su
n1adre, del coraje de su padre o del dialecto de su niera: en resun1en, no puede menos que rechazar todo lo
que lo instaurara como un moi. Por otra parte, cuando una palabra se abre a un doble sentido, cuando el
aislamiento del solitario, capturado en el juego, brilla
en un dian1ante o estalla en la carga del animal furioso, es presa de la angustia y lo invade a la vez una sospecha de goce. Al menos, no duda de que el anlisis debe conducirlo a poder decir }e. Wo es wm~ soll ich wer79

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que detennina, inmutable, el conjunto de la obra hasta su conclusin. Son las mismas notas, las mismas letras, las que constituyen la trama y engendran el fabuloso despliegue de las fugas y cnones . El tema
principal, de misteriosa y apacible estabilidad, divide
en una serie de notas las relaciones, tan seguras como
naturales, de los intervalos de quinta, de tercera y de
cuarta, como el arco iris despliega en su maravilla la
gama de los colores fundamentales; ellos se combinarn inicialmente en orden inverso, en movimientos
contrarios, dentro de la simplicidad de los intervalos
fundamentales (diatona); luego, muy pronto, entrarn en juego los infinitos matices de las relaciones intermedias, de los colores compuestos (cromatismo), como otros tantos efectos posibles, necesar ios, milagrosos, del tema original. El tema principal, escribe un
comentarista annimo, aparece en las diferentes
fugas bajo aspectos diversos. Hace nacer contravoces,
acoge elementos de las voces provenientes del contrapunto, se transforma a travs de ese proceso gigantesco como la personalidad humana .. . vive ... Cada fuga
aporta una solucin diferente-tanto en la utilizacin
de procedimientos tcnicos como en la concepcin de
toda la forma-, desde las fugas simples (las cuatro
primeras), pasando por las tres fugas en movimiento
contrario (en la sexta, el tema aparece en disminucin
hasta la mitad de su valor rtmico, y en la sptima,
aparecen simultneamente un doble aumento y una
doble disminucin), hasta las fugas con mltiples temas, en las que se le aaden nuevos temas .al principal. En la doble fuga, llamada en espejo, la segunda

den.* Sin haber ledo a Freud, Justin sabe que <ge no


es un moi y que el advenimiento del sujeto no es el de-

velamiento de una estatua ni la entronizacin de un


nuevo prncipe.

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Todo el trabajo del psicoanlisis, como sabemos, consiste en dar la palabra al inconsciente , en lograr que la
otra historia se haga or; singular historia, sin embargo,
constituida por fragmentos errtiles: una espalda, un
solitario, un olor, el espacio de un aliento, un grito, organizados como una constelacin que desafa los acontecimientos y el tiempo, en un cuerpo extrao que no
puede decir moi, pero a partir del cual <<je se escande en el intervalo de cada elemento.
Para dibujar ese cuerpo, escribir esa otra historia,
hacer or la escansin del <<je, ms adecuadas que las
palabras seran las notas musicales, designadas como
en el pasado mediante letras. Al final del manuscrito
del Arte de la fuga, Karl Philippe Emmanuel aade la
siguiente observacin: Sobre esta fuga, donde el nombre de B.A.C.H. (si bemol-la-do-si natural) es tomado
como contra-tema,** muri el autor. Ese contra-tema
aparece as como el ltimo avatar del tema pri ncipal:

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* Frmula freudiana de El yo y el ello; fue traducida al francs
por Lacan como Ou r;a tait, je dois advenin> (Donde eso era, yo
debo advenir) . (N. del T.)
** Contre-sujet, literalmente contra-sujeto . (N. del T.)

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convierte en soprano, el tenor en contralto, la meloda
ascendente se convierte en un movimiento descendente con el mismo intervalo. En las triples fugas, cada
tema es desarrollado al principio de manera independiente (en todas las voces) y por lo general en forma
invertida, y slo luego los temas se combinan y confluyen. La ltiina fuga estaba destinada probablemente
a ser una fuga de cuatro temas, ya que sus tres tern.as
existentes pueden combinarse con facilidad con el te1na principal del Arte de la fuga, y sin duda la fuga deba culminar en esta sntesis. Qued inconclusa. 1
De modo similar al tern.a principal, la fantasa originaria, inconsciente propiamente dicha, <<Poordjeli en
el caso de Philippe, dos-solitaire-odeur-soufflecri [espalda-solitario-olor-aliento-grito] en el caso de Justin,
opera en toda la vida psquica; es en ella donde vive el
sujeto. Tal como cada nota del tema principal, re-la-fare-do, etc., constituye un modelo susceptible de infinitas variaciones meldicas, rtmicas, armnicas, tainbin cada letra de Poordjeli (P-D-J-L, para no enumerar ms que las consonantes) constituye una forma de
tema originario del inconsciente de Philippe: hemos
formulado algunas variaciones discernibles de l. Aislada, cada letra, cada nota, hace vibrar una serie de
armnicos; inscripta en una secuencia, rene, se opone
o atrae hacia s a los armnicos de las otras notas.

El pasaje que antecede ha sido tomado de un folleto anexo a


la versin fonogrfica del Arte de la fuga por Milan Mnclinger,
del sello Supraphon.
1

82

Pero una oreja abierta no puede menos que or-si


no saber- que cada nota de la escala bien temperada, es decir, dividida en semitonos iguales entre s, se
define dejando de lado todas las frecuencias intermedias entre los semitonos, desde el cuarto de tono hasta
la imperceptible coma: sin embargo, esas notas virtuales, no escritas en el sistema de la escala temperada, vibran en los armnicos con un sonido pleno e, incluso, se dejan or inmediatamente en partituras tales
como las admirables Suites para violn del mismo J. S.
Bach, cuando son tocadas correctamente. Brassens o
Reggiani no slo cornponen lindas canciones: tambin
las cantan como nicamente ellos pueden hacerlo, con
algo en falso, iguales y diferentes, imperceptiblen1ente, en cada ocasin: con justeza conmovedora. As
tenemos que cada nota de la escala temperada repr esenta a la vez todas las otras notas del sistema y la relacin que las gobierna, pero tan1bin, y al mismo
tiempo, las frecuencias intermedias no cifradas, excluidas del sist e1na. Medida con precisin por un instrumento de cuerdas, la quinta con que se inicia elArte de la fuga, re-la, no deja ninguna duda acerca del
inodo en que se inscribir, antes incluso de que fa
sea tocada, como si una c01na imperceptible se sustrajera ya al la temperado para anunciar el fa de la
tercera n1enor.
Lo que el s i stema de la msica clsica occidental
muestra as, en forn1a ms directa que el sistema de la
lengua hablada, es que el conjunto de los elementos
que lo constituyen se define por lo que deja de lado, pero slo vive (o vibra) inediante una especie de recupe-

BIBLIOTECA CENTRAL

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racin de lo que ha excluido. Un solo sistema cumple


con las condiciones necesarias para sostener esta contradiccin: el inconsciente. El sujeto es el nombre de la
funcin que asegura el mantenimiento de la contradiccin y, fascinante por su divisin, focaliza todos los
efectos de unidad: a travs suyo se toma en cuenta lo
que el siste1na de los representantes (cifra, nota, letra
o significante) excluy de su trama al constituirse, al
mismo tiempo que es llamado, en la lnea de divisin
que lo caracteriza, el yo que hace sentido.
Para el exegeta, que intenta imitar el trabajo del inconsciente, no existen variantes, tachaduras, faltas y,
para su tormento, bosquejos perdidos que no formen
parte intrnseca del texto acabado; y, sin embargo, el
texto impreso, concluido, slo puede escribirse a costa
de todas estas prdidas. A decir verdad, lo que el inconsciente toma en cuenta no son slo, como se suele
imaginar, las tachaduras del texto, sino algo ms radical an, lo que se pierde por el hecho de la inscripcin,
la cada que se produce debido a una especie de filoso
corte del trazo. En el tema inconsciente Poordjeli puede percibirse un atisbo de lo dejado de lado, entre D y J
por ejemplo, cuya sncopa o apstrofo revela algo del
borde vivo de Da partir del cual yo [je] parece hacerse
or en un aliento suspendido, antes incluso que se diga
J. Nada puede figurar la lnea de cada, y sin embargo
cada letra (cada representacin inconsciente) la soporta como su lmite o margen. El sistema inconsciente est constituido por un nmero indefinido de representantes (significantes) y por lo que el juego de su determinacin recproca deja de lado. Es decir que la l-

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filo de una guillotina, la separacin entre lo que quedar inscripto y lo que nunca lo ser, lejos de ser dejada de lado, asegurar una funcin esencial y absolutamente especfica del sistema inconsciente: la del sujeto, punto de no-sentido y tambin de sentido.
Lo que caracteriza entonces al inconsciente es que
cada uno de sus elementos (representante o significa nte inconsciente) no funciona solamente como en un
si stema de una mquina, a ttulo de representante de
los otros elementos, sino ante todo como representante del corte que lo constituy limpio de toda excrecencia o mancha. Yo Ue] se deja or -sin poder decirse-al mismo tiempo que los elementos inconscientes aparecen en el tema primero, reencontrado por el anlisis
de las formaciones fantaseadas; puesto que, en la luz
que se reflej a n, dicen constantemente la parte de sombra que los hace brillar, y la inasible luz de aurora que
los separa de ella. Desgarrante como un grito, incierto
como el alba, el sujeto no soporta otra cosa que la divisin; mucho antes de ser una funcin gramatical,
mucho ms determinante que un concepto filosfico o
que una instancia psicolgica, el sujeto del sistema inconsciente, en la divisin que incesantemente asegura, sin provecho alguno, entre el significante y su resto, abre el espacio de la palabra. No es que hable: a lo
sumo podemos decir que desea, ya que las fuerzas antinmicas de ese movimiento que llamamos deseo,
dividido a su vez entre la fascinacin del resto perdido
y la atraccin de la permanencia de las huellas mn85

micas inconscientes (significantes), surgen del filo vivo de los bordes que se consagra a separar.

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primaria, est cargado de an1bigedad: dice a la vez
su vocacin de desecho arrojable y su destino de permanecer. Slo es posible concebirlo sin rostro, errando
sin fuego ni lugar, fuera de esta morada primera, indestructible, que no es en absoluto la fantasa del
vientre materno sino los monolitos errtiles de las
huellas mnmicas inconscientes organizadas, como
un campo de inenhires, en una topografa secreta que
escapa a toda memoria y a todo olvido. Los retofi.os del
sujeto del inconsciente, los que constituirn los buenos
sujetos de la sociedad, los moi de la neurosis o las
sombras de la psicosis, no se engafi.an: se ocupan de los
restos con solicitud; algunos recogen celosamente los
redondeles en los que se apoya el vaso de cerveza para
coleccionarlos, otros aman los bellos libros y recogen
con cuidado las desbarbadas hilachas del volu1nen cuyas pginas han abierto con placer; cuntas casas honorables estn llenas de retazos de telas y otros restos
de todo tipo? Ms elocuentes an, las inquietantes
sombras de sujetos que ordenan en cajitas sus ufi.as
cortadas o se dedican con mil astucias a coleccionar
sus excre1nentos, cuando no intentan, c01no saben1os,
conservarlos para s. jPero no e s posible, no sirve para
nada, no es limpio, dice el razonable! Sin e1nbargo, se
debe reconocer que son formas de imitar, de n1anera
irrisoria, una actividad subjetiva inconsciente, aquella que soporta la divisin, aquella que sostiene en

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contraposicin a toda objetividad la dignidad sin nombre del resto, lo real del marge n. Es all, en el margen,
donde pennanece, sin n01nbre, sin lugar, la muy tradicional c01nparsa del sujeto, el objeto en su oscuridad
primera.
El inconsciente revela as al anlisis e l elemento
ms inasible de los que lo constituyen, el objeto, como
su parte de sombra, tan densa e innon1inada como la
sustancia misma de nuestro cuerpo: la que, ms ac
de sus elementos figurados, miembros, rganos o nucleoprotenas, constituye su irreductible peso de realidad. Lo que el cuerpo es, como dolor confuso o placer
innombrable, se sita en primer lugar en ese ms all,
fuera de toda plenitud; como si desde un primer 1110mento fuesen arrojados al margen esos primeros pesos del cuerpo que son las exigencias del hambre, el
inalestar de la necesidad de dormir, la torsin de un
espas1no, la tensin del ojo antes de que reconozca. El
n1s all del margen est habitado por un pueblo de
sombras, de pedazos de cuerpo sin nombre que, en
luchas ciegas, continuamente padecen y se apaciguan;
caos de dolores y sonrisas que nada, nunca, podr ordenar bien. Infierno o verde paraso, toda la angustia
y el goce del mundo nacen en ese fuera -de-lugar [horslieu] acosado por fragn1entos del cuerpo primero. El
estallido del solitario de Justin, la imaginaria herida
visceral de Renaud, nos haban conducido ya, con su
aura de horror o de desagrado, al linite de ese reino
del objeto desde donde vuelven a nosotros los virreyes
omnipotentes que son los objetos pulsionales: pecho,
mierda, mirada y voz; ellos se reparten la tierra, nues87

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tros cuerpos y almas; desnudos, aunque se los vista


de prpura, reinan soberanos.
No existe ninguna va de acceso inmediata a ese
continente siempre desconocido, por ms que se lo designe como primero; debe ser descubierto siempre
en la imbricacin del cuerpo y de las palabras. Y salvo
el sujeto, nadie conoce sus confines, ya que es l quien
al cortar, al separar constantemente, pasa en limpio el
orden de las palabras (y en pr~mer lugar de los representantes inconscientes, de los significantes en sentido lacaniano) y relega al orden de la prdida lo innominado, las cadas en adelante indivisibles (no culpables) que constituyen la fuerza omnipotente de lo real.
Slo conocemos o negamos al sujeto como nuestro doble: sombra inquietante o cuerpo de luz, caucin muda
de nuestras palabras, condicin del juego (como dira
Justin) de las fuerzas de nuestro deseo.
A la inversa de los tratados que organizan la paz, el
sujeto es el garante de una lucha continua entre el poder colonizador de las palabras y la rebelin de los dejados de lado. La causa que sostiene es simple: atacar
la representacin totalitaria, aplastante, en la que es
capturado el individuo por los otros en una aparente e
indivisa unidad: no, yo no es eso Ue n'estpas <;a]. Justin
no puede soportar que se le asigne un lugar; reducido
a la unidad indivisa de un personaje de la epopeya familiar, ello lo paraliza, lo sofoca, lo mata. A decir verdad, es una vieja historia que se repite en todos los casos, en la cuna, en la escuela, la familia, el trabajo, el
partido o la organizacin; y qu lindo es, por lo general, dejarse capturar por el juego estipulado de la gran
88

comedia que asigna a cada uno su hbito y su rol, sus


gestos y su text o, soldados de todos los grados, nios
de coro o notables, militante de base o mdico psicoanalista miembro de la Escuela Freudiana de Pars!
Felizmente, como los nios ante el gendarme, el la- ,
drn o el juez de las marionetas, volvemos a rer. Es
una vieja historia, por la cual todo comienza y recomienza: un nio que se debe matar, nuestra partida de
nacimiento que se debe atravesar. Siempre ya capturado en una tercera persona de sueo (l ser un gran
hombre ... ella se casar con un prncipe . .. ) y en una
segunda persona de seduccin o de intin1acin (respondes a mi anhelo? ... vienes?), la historia slo comienza en primera persona: no, yo no es eso. Slo
nace y renace a partir de una defusin nunca totalmente concluida del cuerpo y de las palabras; de un
cruce de la reja de los significantes que debe recomenzar perpetuan1ente; del reencuentro fantasmtico y
alucinado del objeto perdido aunque inmediatamente
presente, all, en lo ms cercano a nosotros mismos;
objeto sin imagen ni representacin posible en el margen de las figuras y de las palabras, en lo que constantemente abre y cierra las puertas de nuestro cuerpo:
pulsacin de nuestro deseo.
J ustin tiene pasin por cierta forma de geografa, y
la concreta en caminatas y paseos por la montaa;
aparecen as, c01no fragmentarios testigos de su inters, fragosos caminos de cornisa al borde del mar, cortado s por derrumbes que, pese a todo, atr aviesa en auto, paisajes de cimas donde accede finalmente para

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encontrar, ante su sorpresa, un pastizal que se pierde


dulcemente en el ocano, donde en todas las ocasiones,
a travs de la gran ruta del sueo, reencuentra a la
mujer de poco n01nbre; un valle, sobre todo, parece separar un macizo exclusivamente materno del campo
de su posible vida de hombre y donde lo condujo Peter.
En su relato, reconocemos en su padre otra forina de
pasin muy ligada a esta: la de la tierra; cuando no va
a roturarla en pases lejanos para cultivar la via, se
dedica a hacer renacer y explotar vastos d01ninios en
los que, por otra part e, vive. Cada uno explora o explota un suelo, rotura [dfriche] una tierra o descifra [dchiffre] una topografa en la que ambo s se buscan
constante1nente. Reconocer, como lo hace Justin con
extrema reticencia, esa tierra femenina o materna es,
an, decir muy poco sobre el secreto de los cainpos de
inscripcin que l encierra; pero es comenzar a reconocer el hecho esencial de que el cruce necesario de la
reja de los significantes, inerced al cual nace y renace
el sujeto del inconsciente, no se produce por azar en un
punto cualquiera de la nomenclatura universal. Enfrentndose con la montaa, Justin encuentra final mente, en la distancia justa respecto de la roca que le
asegura en cada ocasin la eficacia de sus apoyos, el
juego, en el que se siente yo [je] con mayor certeza
que en cualquier otro momento. Es frente a lo ms
abrupto y duro de la roca (roca de la castracin?) que
tiene la certeza de acceder a la brecha del sistema
adherido a l. Pero cmo no or all la confesin de su
filiacin? Su padre parece realizar el cruce en una confrontacin con los criptogra1nas de la tierra virgen o

90

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roturada: con notable constancia a travs de las peripecias de su historia, es all donde parece operarse
una suerte de renacimiento o de advenimiento de s
mismo, de reconocin1iento de su nombre secreto, con
mayor seguridad que en sus xitos sociales o en sus
aventuras galantes. La antigua figura del labriego,
inesperada en un hombre de su condicin, es tambin
su fantasa inconsciente; y, aun sin saberlo, impuso su
marca a su hijo, sin duda con mayor intensidad que la
de los buenos modales. Ahora bien, a la inversa de t odos los otros nperios de los que Justin se siente vctima y prisionero, la cadena de los representantes inconscientes de la fantasa materna, al n1ismo tiempo
que in1pone su poder, presenta su falla: el corte del
sujeto que la atraviesa. Justin utilizar el roturar la
tierra de su padre c01no instru1nento privilegiado del
asesinato de su representante narcisista primario, del
nio-Atlas capt urado en. el impase del matrimonio de
sus padres . Es en ese punto de fuerza o de falla de la
fantasa paterna, de su n01nbre secreto, donde se engendrar el descifrar la roca cuerpo a cuerpo, que l
ejercer desentraando la s erie de apoyos por los que
se abre el camino de la roca a violar.
Esos temas emparentados, roturar la tierra y
descifrar l a roca [dfricher la terre y dchiffrer le
roe], no son, por supuesto, ms que las representaciones d e los representantes inconscientes propiamente
dichos, que en su forma ms descarnada deben escribirse: D-F-r-CH o D-CH-F-r; temas inconscientes originarios que pueden tambin producir representaciones tales como fuego del carro [feu duchar] o cagar

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en el hbito [chier dans le froc]. En cada una de sus


articulaciones, estos temas presentan la abertura viva
sobre la parte perdida cuyos representantes, al inscribirse, se separan. A la inversa de los retoos de lo reprimido originario, cuyos temas y variaciones elaboradas (placer de la caza, inters por la composicin tipogrfica) colman mediante diversos adornos las sncopas del sujeto, el tema originario, despojado por el
anlisis de las sobrecargas de la elaboracin secundaria, muestra, en cada escansin, la falla del sujeto.
A travs de la novela familiar, tejida por los variados temas de los mitos colectivos y las fantasas individuales, Justin se siente capturado en una trama estrecha, sin luz ni aire, que lo paraliza y lo ahoga. Analizarlo supone aclarar su trama, devolverla a las amplias mallas de su rigor primero, aptas para ceir y,
adems, abiertas a todas las travesas. Pero, en ltima instancia, depende sobre .todo del que se encuentra
as capturado que la red se convierta en trampa o en
sostn; si se deja apresar por la ilusin totalizante de
una unidad de su yo [moi] se ver cautivo, cual un batalln que, tomando al pie de la letra su condicin de
unidad y maniobrando en una plaza estrechando filas,
se considerase asediado por puertas abiertas; por el
contrario, si reconoce, como el anlisis lo impone, que
no hay unidad que no sea ficticia, ningn cuerpo que
no sea despedazado, la reja de los significantes, lejos
de imponerse persecutoriamente, ser la textura ms
all de la cual el objeto (parcial, separado, perdido,
a>>) permanece oculto y a travs de la cual el sujeto,
agente doble, juega a saltar murallas. Es as con10 se
92

produce el advenimiento del sujeto en que consiste


un psicoanlisis: a travs de un trabajo necesaria1nente lento sobre las formaciones fantaseadas secundarias, se revelan por fragmentos los temas inconscientes originarios; despojado del dramatismo charlatn
de la nun1erosa familia de los retoos, se encuentra en
ellos el juego Ueu] (o el yo Ue]) del sujeto confrontado
con el irreprimible poder de sombra de nuestro doble ,
cuerpo real y sin nombre de nuestros demonios pulsionales. En este pandemonio de los objetos pulsionales
reina, fuera de serie y testigo de orden, el dios falo;
porque su poder se basa en un grano de luz, 2 transparencia y aspereza, gracias al cual los significantes
brillan como lunas y en cuya sombra permanecen,
oscuros, los objetos. Transparencia extrema, fle cha
cuhninante de la alondra que traza el azul celeste de
su canto, ordena, evanescente, el campo de a1nar.

Cmo no evocar a Lucifer (portador de luz), prncipe de las


tinieblas!

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5. Sygne, o sobre el amor de transferencia

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En lo que se refiere a mis ins vivos intereses, ningn indicio escapa a Sygne: en ini escritorio localiza
con ojo soberano el grano de oro bruto o el centelleo de
los cristales secretos de la geoda; desata con certeza
indudable la trama fantaseada de ns escritos, del
n1ismo inodo en que se esfuerza por leer, en el desorden de mi mesa, inis preocupaciones o proyectos. Nunca tuve un analista ms atento y perspicaz. En esta
rn.ujer de treinta aos, a la que una fainiliaridad con
la cifra condujo muy pronto a los discretos honores de
la Ciencia, se inanifiesta sin rodeos lo que su vocacin
de investigadora pone en accin. A partir de mis indicios significantes, que recoge, como nctar precioso,
para su con1putadora secreta, apuntalar y sostendr
el flujo enloquecido de sus representaciones y alimentar su sed de ainor. A travs de lo que de ese modo,
con o sin razn, considera los representantes de mis
fantasas de deseo, como Justin a travs de la reja de
los significantes de su padre, intenta abrir una brecha
en el espacio de un suspiro, de un reposo, de un abra.
En su inente, en la que las palabras desfilan de continuo con10 cifras, se realiza el profuso trabajo de una vida en gestacin. Para decir mejor su expectativa, in1agina apoyar su frente en el n1nnol de ini chimenea,
en la n1adera de ini inesa: querra callar y abandonar95

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la en mis manos mientras yo ine ocupo de la ronda


agotadora de las palabras.
Al no poder, salvo a costa de un gran esfuerzo, soportarse o incluso mantenerse en pie, Sygne sostiene
constantemente a los suyos, dominando a los pequeos con el gesto y la voz, co1no ya nadie parece poder hacerlo, atenta a sus hermanos, cuyos impases sabe aclarar con una palabra, presente ante las puertas
de la muerte como slo puede estarlo quien se esfuerza
por nacer. Parecera como si entre nosotros estuviesen
las palabras o, mejor, las contrasefias de los nios recin nacidos o los padres muertos; tan prxima como
una pariente, conoce los onomsticos de mis familiares y se interroga acerca de mi filiacin, al no poder
interrogarse acerca de la suya . Acaso Freud, Boole o
Einstein no nos sirven como antepasados comunes?
Ella habra querido conocerme en mi edad edpica; ante la imagen de mis cuatro afios que ella proyecta, reconstruida por sus cuidados, no puedo resistir, y dejando caer como polvo los ltimos oropeles de mi respetabilidad doctoral, vuelvo a encontrar en una sonrisa sin
mscara la seriedad de esa edad en la que se sabe
realmente desear de amor y tambin sufrir. A travs
de esa sonrisa, tanto si ilumina el ojo como la voz, se
abre otra oreja donde puede decirse al fin, y no de un
modo pattico, con voz de verdad, la desgracia de no
ser, de no nacer nunca otra cosa que nada. Entre dos
trazos, entre dos palabras, lo que no dice palabra, infans antes que adorable querubn da lugar finalmente
a lo que no poda decirse. Es all donde se anuda la
transferencia. Sygne lo dice figuradamente: Su sonri-

96

sa en su rostro, mi dolor en su rostro, su dolor en mi


rostro, mi sonrisa en mi rostro.
No creo en la ilusin neutralizante de la mscara
irnpasible. Y, en este caso, no considero que haya nece- .
sidad alguna de defenderme de lo que podra serme
imputado como seduccin. La escucha analtica pasa
por la puesta en juego de ese punto de silencio en que
consiste el lugar de la transferencia. Lo que se presenta en l es el espacio para un acto de inteligencia real
en lo tocante a la lgica de la exclusin, de un pasaje ,
ms all de la trama de los representantes, un camino
para atravesar el espejo. Presencia, bondad, neutralidad, silencio del analista, son slo formas inadecuadas o aproximadas de sealar ese punto de no resistencia al que el psicoanlisis del analista debe al
menos haberlo enfrentado irreversiblemente. Sea que
se lo llame, paradjicamente, toma de conciencia, o
que se lo describa como advenimiento del sujeto o reconocimiento de la castracin, lo que es absolutamente
exigible a un psicoanalista es que haya experimentado qu quiere decir hablar, qu sombras decisivas
ocultan las palabras, qu presentan ellas del sujeto
que atraviesa su trama. Tener esa experiencia es, en
la repeticin de las fantasas, descubrir sus siempre
nuevos granos de origen; en nuestro saber, deslindar
lo que encierra; en lo que ocurre con nuestros analizandos, reconocer sin reservas lo que toca en lo ms vivo; en resumen, tomar en cuenta lo que es imposible
de tomar en cuenta, perpetrar la muerte de la palabra-imagen y ininar la omnipotencia del representante inconsciente, operaciones necesarias en las que se
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universal trabajo de represin, en el que todo ncleo
familiar, todo grupo y todo orden social participan,
las palabras vuelven sin cesar a enmudecer; la palabra viviente slo se sostiene en una atencin vigilante,
centrada en ese cuestionamiento del representante inconsciente, principalmente en un cuestionamiento del
tirnico representante narcisista primario.
Se revela aqu otra vertiente de la fantasa de asesinato del nio. Al designarlo como infans, el discurso
de la represin, atenindose al hecho de que no dice
palabras, lo considera abusivamente alguien que no
habla. Es cierto que sera cmodo para los prncipes,
los padres y los profesores de toda laya que el sujeto
fuese slo un fiel repetidor y que el nio no trastornase
con un decir de verdad el orden de la represin. Cllate, no sabes lo que dices; lo cual es retomado, a su modo, por el presunto psicoanalista que ordena doctoralmente: Hblame, yo s lo que dices!. Y, sin embargo,
mucho antes de que comience a articular palabras, el
nio habla y manifiesta sin rodeos qu quiere decir
hablar. Y lo hace con muestras de jbilo y rabia, de
sonrisas y gritos. De todos modos, es un fastidioso al
que hay que volver juicioso, como una imagen, precisamente: primer asesinato, perpetrado con plena bondad y conciencia, y cuyo resultado, la imagen inis1na
del infans que no habla o del loro repetidor, deber ser
matada constantemente para reencontrar, a travs de
su imagen fascinante, lo que representa como fuerza
renaciente, como fuente, como poder de engendramiento.

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98

Mi razn de ser psicoanalista logra formularse en


este punto como inters acerca del origen del habla
(castracin, escena primaria, pulsin de muerte). Inters que no puede alejarse a distancia alguna, ya que
es indudable que rne captura, que no se trata en absoluto de una opcin de la que podra prescindir o que
podra reemplazar mediante algn otro objeto cientfico. Desde que me compromet en la experiencia psicoanaltica, reencuentro, tan intensa como siempre, la
universal curiosidad infantil acerca del origen. Aunque dispongo de otros inedios para satisfacerla, no es
seguro que sepa mejor que el nio mantener imperativo su interrogante: de recuerdos reencontrados en
traumas revividos, de tomas de conciencia en progreso
de la ciencia, de esquemas edpicos en algoritmos lacanianos, respondo constantemente a esa cuestin hasta
correr el riesgo de cerrarla; y, sin e1nbargo, slo sigo
siendo analista en la medida en que escucho al analizando a partir de esa brecha, a travs de la cual nacen
y renacen const antemente el habla y el espacio del deseo. nicamente en ese lugar puede hacerse or la voz
sincopada del sujeto y decirse la singularidad de la
escena primaria del analizando: su origen, es decir,
las modalidades particulares de su captura en el orden de las palabras, la organizacin singular de su relacin con los silencios de los objetos primeros. Ser psicoanalista es n1antenerse en la brecha para conservarla abierta; e s, en realidad, conservar vivo, como un
deseo, el inters que nos hizo entrar en anlisis)>. Cmo habla eso [9a]? Cmo desea? En mi caso, en el de
l, en el de ella, en el de todos.

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La historia del psicoanlisis y la epopeya freudiana
deben leerse inicialmente a partir de esta intrpida
curiosidad, de un atrevido viaje hacia lo desconocido, hacia lo que no ha sido hollado jams, 1 que conduce inexorablemente a los confines de los pases prohibidos en los que nace el deseo. Para mi justo castigo,
escriba Freud deprimido, ninguna de las regiones inexploradas en las que, primero entre los mortales, he
penetrado, ver nunca mi nombre o s e someter a mis
leyes; cuando en el transcurso de la lucha corr el riesgo de perder el aliento, rogu al ngel que renuncie ... ,
lo que despus ha hecho. 2 La aventura no puede ser
realizada por intermedio de otra persona: slo es posible comprometerse en ella con tripas y alma, exponindose. En el momento de concluir La interpretacin de los sueos, Freud lo dice, y tambin suea con
ello: ningn trabajo ha sido tan completamente mo;
es mi propio excremento, mi planta y adems una
nova species mihi. 3 El preparado [anatmico] de mi
propio cuerpo [se trata de su parte inferior, la pelvis y
las piernas] que en el sueo me encargan es, por tanto,
el autoanlisis ligado con la comunicacin de mis sueos, 4 con la publicacin de la obra acerca del secreto
de la interpretacin del sueo, acerca del deseo.
1

Freud, L'interprtation des rves, PUF, pg. 387; GW, vol. 2-3,
pg. 457.
2 Freud, Lettres a Fliess, en La naissance de lapsychanalyse,
carta n 134, pg. 283.
3 Ibid., carta n 107, pg. 250.
4 Freud, L'interprtation des rves, PUF, pg. 386; GW, vol. 2-3,
pg. 456.

100

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Pero nada puede preservar al analista del riesgo de


llenar la brecha de su escucha: ni la institucin analtica, cuyo sino fatal, en su preocupacin por defender
el descubrimiento freudiano, sera ms bien el de garantizar la extincin de toda curiosidad, ni la formulacin terica que constituye el garante escrito de lapalabra; esa inscripcin necesaria (gramatizacin, matematizacin) no puede asegurar, sin embargo, el acceso
a las otras inscripciones que constituyen los representantes inconscientes, sino que, por el contrario, podra
tender a sustituirlas. Ni siquiera el anlisis del analista, cuya prosecucin, aunque sea indefinida, no puede
proteger contra el efecto obturador de una insidiosa
fantasa de dominio o de fin>>, en la forma muy comn,
por ejemplo, de una toma de posicin desde el silln.
Admito de buen grado que mi manera de escribir,
de describir de este modo el proceso analtico, lleva, al
igual que mi prctica, la marca de mi ptica fantaseada, y que se observa en ella la huella de algunos significantes determinantes de 1ni destino; pero lo que me
importa es que, entremezclado en mis palabras, a travs de la organizacin de mi discurso, en mis intervenciones o mis silencios, quede libre el lugar del ombligo
del sueo y abiertas las puertas de la noche. Lo que
Justin dice en ese lugar es que su padre desea roturar
[dfricher] la tierra y que es en el atravesar esa fantasa fundamental donde enraza para l la pasin de
descifrar [dchiffrer] la roca. Es en ese lugar, tambin,
donde puede inscribirse el silencio del deseo de la madre. Lo que Sygne dice all es lo errtil de los signos y
el imposible reposo que la socavan, cargada como sien101

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originaria matan a un nio. La transferencia, pieza
fundamental de la articulacin del psicoanlisis, exige
que se interrogue la fantasa secreta que incita alanalista a actuar como cazador de demonios, que intenta
despertar en el hic et nunc de la sesin los representan tes inconscientes y su prodigiosa fecundidad. Extrao destino, que slo puede esclarecerse interrogando al nacimiento del psicoanlisis, es decir, la pasin
profunda de descubridor de enigmas, de explorador de
los orgenes, que anima a la extraordinaria aventura
freudiana. Desde un primer momento, ella se presenta en la intensidad de la transferencia. Se requiri toda la deterininacin de Freud ante la den1anda de
amor de Em1ny von R. para que naciese el psicoanlisis. Que el psicoanlisis haya nacido de ese modo, a
partir de la impavidez de Freud ante los deseos de las
mujeres, no nos autoriza en absoluto a reducir superplejidad a un enceguecimiento: nos obliga solamente a
retomar lo dejado-de-lado [laiss-pour-compte] en que
se origina todo descubrimiento: el silencio del enigma
qu quiere una mujer sigue representando para el
psicoanlisis, como lo fue para Freud, el precio pagado
por el descubrimiento del Edipo.
Freud seal que nada nos pennite negar al estado amoroso que aparece en el transcurso del anlisis
el carcter de un ainor "verdadero"; 5 a menos que nos

te estarlo con el peso de garantizar, totalmente sola,


sin padres fantaseados, las palabras y su carencia; en
el silencio de mi escucha se apacigua; en lo que aprehende de los representantes de mi deseo se enraza.
La apuesta del psicoanalista en el juego de la cura
consiste en esto: comprometer su cuestionamiento
acerca del origen de la palabra [parole]. Compromiso
que es camino, invencin, movimiento, en contraposicin a la aparente inmovilidad del silln: en contrapunto con la recepcin de una escucha silenciosa, es
un discurso ininterrumpido el que escapa, rodea a su
objeto y responde al incesante interrogante de su origen, oreja viva a travs de la cual se opera el impetuoso compromiso con las palabras y sus intervalos, con lo
que es, propiamente, lo prohibido/entre-dicho [interdit]. Condicin necesaria, exigible, fuera de la cual el
anlisis podra llegar a ser solainente una elaboracin
conceptual tan extraa a la realidad pulsional como
las palabras-imgenes al habla viva; fuera de la cual
la transferencia no podra ser ese irreemplazable lugar de verdad, y se limitara a ser la ocasin de una
muy poderosa accin sugestiva.
Lo que todo analizando compromete en un psicoanlisis es su esperanza, por ambigua que esta sea, de
escapar aunque sea en escasa medida (y de un modo
distinto al de sus sntomas) al discurso de la represin .
No podemos sostener legtimamente nuestra negativa
de responder a la demanda y mantener nuestra verdadera escucha del deseo si ignoramos la exigencia de
verdad que constituye nuestra apuesta y a travs de la
cual se abre el espacio de la transferencia.

Freud, bservations sur l'amour de transfert>>, en La technique psychanalytique, PUF, pg. 127; GW, vol. 10, pg. 317.

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encerremos en la sordera, nosotros, analistas de sexo


masculino, no podemos menos que experimentarlo;
adems, no nos est permitido afirmar que nada tenemos que ver con l, que tomar una inujer en anlisis
es ajeno a cualquier actitud seductora, ni, sobre todo,
que la prohibicin que instauramos con la relacin
analtica nos proteja, de algn modo, del riesgo de
amar (ms bien todo lo contrario). Pero hay que admitir que, salvo las referencias alusivas bajo la imprecisa rbrica de la contratransferencia, los analistas
son, por lo general, sumamente discretos en lo que se
refiere a sus tentaciones o a sus culpables amores.
Reconozcamos al menos a Breuer, el compaero de
Freud en los comienzos de la aventura, el mrito de
haber percibido claramente el problema: frente a la
tentacin, parti con su esposa a Italia ... pero no
descubri el Edipo .
Debemos acaso pensar, como Eugnie (mujer que
no vacila en interrogarse acerca de su condicin de
analista), que la eleccin de la carrera analtica seala
en la actualidad, sospechosamente, alguna npotencia profunda? Es siempre para no tener que fornicar,
declara abruptamente. Lo que habla por su boca no es
slo, como fcilmente podra interpretarse, un supuesto despecho: con excesiva frecuencia, la familiaridad con la castracin que la profesin de analista
exige es utilizada como coartada de un dominio falaz.
En efecto, muy a menudo lo que es fcil discernir a travs de la inconsistencia de las sombras pretensiosas
de las que muchos supuestos analistas hacen su religin es, pura y simplemente, una evitacin de la cas-

104

tracin, cuando no, en forma subrepticia, la puesta en


acto de su renegacin. Si cree1nos a Eugnie, el psicoanlisis tendera a convertirse, paradjicamente, en el
lugar en el que se conjugara con mayor seguridad, para poder preservarlos mejor, el temor a la diferencia de
los sexos y el temor a la mujer; sin embargo, si quisiramos imaginar un lugar en que el habla de una mujer pudiese ser oda, no creo que fuera posible organizarlo de manera ms transparente y fiel que el lugar
de la transferencia. Lo que una mujer quiere, en primer lugar, es ser reconocida en su identidad sexual.
Corts o galante, romntico o libre, el amor no es
siempre suficiente: el hecho de que un hombre, incluso
muy enamorado, la haga suya, no garantiza necesariamente que se levante la captura del discurso de la
represin (tanto socialista como burgus!), que ha
marcado a la mujer en su nacimiento y tambin en el
curso de su historia. El discurso de la represin, con
vocacin universal, masculino por excelencia, se organiz al dejar de lado, como hemos visto, la mitad del
cielo, y ninguna mujer podra reconocerse en l. Por
amante que sea, el hombre, implcitamente responsable de esa fechora del goce, necesitara mucha virtud
para anular los efectos de su maligna complicidad en
la universal empresa de la represin. Es en este punto
donde interviene histricamente el psicoanlisis. No
obstante, en la actualidad parece afrontar algunas dificultades para mantener su vocacin. Ms all de su
supuesto despecho, lo que la voz de Eugnie me denuncia es la paradoja bsica consistente en que el psicoanlisis, destinado en sus orgenes a anular los efec-

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tos constantemente renacientes de la represin, se encierra lenta pero seguramente en la encandilante ceguera que presidi a su nacimiento y reconstruye de
manera laboriosa, bajo la apariencia de una Aufhebung, un sistema de recuperacin de la otra mitad del
cielo.
Empero, por ahora contentmonos, lo mismo que
Freud, con no negarle al estado amoroso que aparece
en el transcurso del anlisis el carcter de un amor
verdadero. Es ampliamente suficiente para nuestro
esfuerzo, ya que confronta al psicoanlisis no tanto
con lo imposible como con lo extraordinario de su empresa. Vayamos directainente a los hechos que se imponen, al menos en el caso de algunos analizandos: no
negar el carcter de amor verdadero es slo una forma
prudente de afirmar que se reconoce el amor, y es realmente lo mnin10 que se le puede exigir a un psicoanalista. No es este el momento de ceder a la tentacin filosfica o esttica, y de convertir al amor en un Cupido
con alas o en un concepto. Lo que tenemos que reconocer--en la medida en que nos rehusamos a renegar de
l en casos anlogos a los que presidieron al nacimiento del psicoanlisis- es el amor de una mujer. Qu
quiere decir esto, sino que responderemos a l, primordialmente, merced al reconocimiento que no debemos
evitar? Pero, de qu modo?
Dejar en la sombra de una discrecin convencional, sin relacin con el secreto de las fantasas del analista, el caso en que el profesional, aunque psicoanalista, es de todos modos hombre y sella sin ms trmite
su reconocimiento en un acto carnal. La aventura de

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un psicoanlisis nos conduce por lo general ms lejos.


Reconocer que se trata de un ainor verdadero es, en
prin1er lugar, saber que en cierto modo lo hemos deseado; que, seductores a nuestro modo, he1nos invocado las potencias infernales 6 y llamado con nuestros
anhelos a los demonios del amor para que se manifiesten hic et nunc. Invitada a hablar sin reservas, tarde o
temprano una mujer manifestar qu quiere decir, para ella, hablar: que hay goce. Para la mujer, como escribamos en el captulo 2 de este libro, no slo las palabras conservan, ms all de sus funciones significa tivas, su valor de representantes inconscientes, lo que
constituir su habla de mujer, sino que adems, en esa
relacin in1nediata con la castracin, ella encuentra
apoyo para un proceso de identificacin propiamente
sexual, que la caracteriza fundainentalmente como
mujer, con anterioridad a toda identificacin secundaria con algn rasgo o figura de mujer. 7 Lo que ella espera del anlisis es aquello que el hombre de la poca,
en quien la identificacin con las representaciones de
la ideologa reemplaza a la posicin sexual, no parece
susceptible de darle, por lo general, inediante el solo
hon1enaje de su potencia: nos referimos al reconocimiento de la verdad esencial de su habla de mujer. Lo
que una mujer quiere, ante todo, es que el hombre reconozca su habla de mujer, ya que ninguna represin
garantiza originariamente su perennidad: sus palabras conservan, en lo esencial, el valor de represen-

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Ibid., PUF, pg . 121; GW, vol. 10, pg. 312.


Vase la pg. 38.

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tante inconsciente (significante) y slo de manera accesoria se incorporan al sistema de las significaciones;
astros y cuerpos gloriosos del sistema flico, dicen slo
el lugar de sombra de los objetos de todo cuerpo. Lo
que espera del discurso del hombre es que fije en una
pantalla de represin los signos de su gloria en cuerpo
carnal y que aferre all su esperanza de ver un fragmento de cielo.
Al igual que en su trabajo con las cifras, en anlisis,
con las palabras, Sygne habla de amor; y la ronda exacerbada de los significantes que hace girar dice slo su
dolor o, mejor, su goce en suspenso [en souffrance]. 8
Ella no se engaa en absoluto: si anhela reposar su
cabeza en mis manos, apoyar su cuerpo contra el mo,
no es de ningn modo -al menos lo dice sin otra denegacin- para calmar su deseo; sera ms bien para
tomar cuerpo, encontrar algn punto de ligazn con
las palabras que la acosan, algn lugar de sombra y de
frescura en los fuegos de verdad que la consumen.
Cuando se apodera de los significantes que supone
(por lo general justificadamente) pertenecientes a mis
fantasas de deseo, lo que me demanda no es slo no
rechazarlos, sino tambin ser fiel a ellos; como si la
conspiracin de los representantes inconscientes, engarzados en la pantalla de todas mis represiones, tuviera que servirle de apoyo, reconocindola como Sygne. Estoy seguro de que habr expertos en psicoanlisis que me diran que habra debido recibirla en un
consultorio ms austero que el mo; que no debera ha-

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tambin me aconsejaran tal vez que profundizase el
anlisis de mis fantasas, para estar ms alerta frente
a tales implicaciones co.ntratransferenciales. Pensarn, sin duda, que, de haber respetado ms atentamente la legendaria discrecin del psicoanalista, habra logrado evitar que Sygne quedase atrapada en una relacin transferencial que ser muy difcil liquidar>>. Este trmino no slo ine horroriza sino que, adems, no
creo que una experiencia de verdad pueda borrarse
nunca: la transferencia lo es y el amor de transferencia tambin. No es slo mi supuesta complacencia la
que le permite a Sygne apoderarse de los significantes
de mi deseo; invitada a hablar, desde el momento en el
que acept tomarla en anlisis va, sin rodeos, hasta
el fin de lo que t iene que decir: su goce en suspenso. Y,
al hacerlo, ama tambin al que la ha invitado a hablar
y la ha dejado decir.
Ahora bien, todos saben que el sntoma ms claro
del amor consi ste en esa agudeza que le permite al
amante tocar el ncleo de los significantes del amado,
cualquiera que sea la resistencia de sus armaduras.
Supongamos que, siguiendo el ejemplo de Breuer y dejndome dominar por algn movimiento de repliegue
ante el amor de una n1ujer, me dedique a mostrarle
que no se trata ms que de ilusiones o de fantasas enfermizas. Por pertinentes y escuetas que fueran, mis
intervenciones slo podran ser escuchadas co1no lo
que efectivamente seran: una finalidad de no-recepcin, una forma de significarle que, incluso en anlisis, el habla de una mujer, llamada habl a de goce, no

109

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tiene lugar alguno. Nada me parece ms esencial en la


prctica analtica que negarse a este tipo de traicin.
Por supuesto, interrogo a Sygne acerca de sus amores
anteriores, principahnente infa ntiles; observo, en ese
sentido, l a discrecin de las fantasas de sus padres,
hasta resumir para m su situacin edpica en la frmula de una especie de carencia de padres fantaseados; pero nunca podr apoyarme en mi funcin de analista para decirle nada que pueda ser odo como una
renegacin del reconocimiento de su amor, de su habla
de mujer. Ahora bien, si dijese que Sygne (para limitarnos a ella aqu) me deja fro, obrara de mala fe. En
este asunto de amor, es toda mi vida la que resuena en
arn1nicos; no slo mis amores, las hablas (o silencios)
de mujeres inscriptas en mi cuerpo, los nios, sino
tambin mi inters por e l psicoanlisis, mi cuestionamiento acerca del origen del habla, mi trabajo acerca
del discurso de la represin, mi bsqueda de la mitad
del cielo. Acaso la quiero? No, es decir, no verdaderamente. Pero fuera del anlisis eso podra, o habra podido, ocurrir.
Si Freud no hubiera estado ocupado con Martha, su
novia, hubiese podido descubrir las propiedades anestsicas de la cocana, y cabe pensar que su pasin, tan
profundamente masculina, de descubridor de enigmas se habra calmado por un tiempo; pero, acaso, no
habra d e scubierto el inconsciente. Lo extraordinario
de la aventura analtica se revela en este encuentro de
la pasin del descubridor con su verdadero objeto: el
amor, o sea, el habla de una mujer. Extraa y familiar
habla de mujer! En Viena ... (pgs. 104 y sigs.) ve110

remos lo que se revela, ms all de la fantasa de asesina to de un nio, en cuanto al cuerpo secreto del
lugar de los nacimientos. Se adivinar entonces, quiz, qu es lo que, entre las ins secretas fantasas del
analista, lo impulsa a este, como a Freud, a intentar la
imposible revelacin y a reinventar el psicoanlisis.
Es que los analistas, y Freud el primero, son tan desconfiados (o clarividentes) co1no Zeus y temen que sus
hijos los maten. Lanzado a la conquista del poder,
Zeus devor a Metis (su prnera esposa) cuando, encinta por obra suya, lleg el momento del parto, a fin
de dar a luz por s mismo. Fue entonces de Zeus, de su
cabeza hendida por un hachazo, que naci totalmente
armada la inteligente y poderosa Atenea.
Freud descubri, pues, la interpretacin de los sueos, dio su estatuto al inconsciente y formul en trminos edpicos una ley primera del deseo; pero conserv,
siempre inquisitiva, otra Esfinge: Qu quiere una
mujer?. Ya no habr descubrimientos inocentes; pero henos aqu, psicoanalistas, enfrentados con una
exigencia ms intensa que en cualquier otra empresa:
la de inventar en cada caso nuestra prctica, palabra
por palabra. Slo hay psicoanlisis cuando, en verdad,
se produce el encuentro de dos hablas nacientes: como
en ainor, sin duda, pero con palabras desnudas y cuerpos recubiertos .
De hecho, tie nen sexo los analistas? El interrogante debera ser sometido a un prximo concilio. La opinin que predoniina en la actualidad parece ser que s
lo tienen, pero que eso carece de importancia, siempre
111

que no les falten orejas: sera lo mismo decir que no lo


tienen! Afirmar que el sexo del analista no tiene importancia inmediata en su prctica equivaldra a considerar la funcin analtica como una especie de consagracin que ubicara al analista, como a cualquier
sacerdote, ms all de la pluralidad de los discursos, y
principalmente de la dualidad de los discursos masculino y femenino. S que la fantasa de discurso universal es particularmente tenaz: constituye el soporte
ms irrisorio de lo que el hombre reivindica a ttulo de
su virilidad>>; pero creo haber mostrado con suficiente
claridad cmo participa la tentacin del discurso universal en el trabajo de la represin, y que, en todos los
casos, es slo una tentativa de subsumir todos los modos de represin. Recordar hasta qu punto esta
empresa se revela como especficamente masculina,
en la medida en que, al carecer de una relacin inmediata con la castracin (que para una mujer determina primordialmente su identificacin como sexual), el
hombre encontrar el sexo en ruptura con el proceso
de represin, sobre el cual no puede menos que apoyarse. La superflua e irrisoria afirmacin Soy un
hombre se caracteriza siempre por alguna violencia
espectacular con respecto al orden del cual esta afirmacin es cmplice secreta. Del mismo modo en que
no hay metalenguaje, no hay un esperanto del sexo,
vale decir, un discurso psicoanaltico que lograra superar la diferencia; por el contrario, lo que se designa
como discurso analtico promueve una lgica diferente
(la del inconsciente) y se caracteriza por tener en cuenta a la castracin (relacin con el falo), a partir de la
j

112

-----------

cual se determina lo que tiene que ver con el sexo para


el ser hablante. Deja a cada uno, y ante todo al psicoanalista, la inquietud de saber desde dnde habla.
Para dar cuenta de la diversidad de situaciones
transferenciales y de aventuras analticas, se requieren por lo menos cuatro figuras. No es posible conservar como nico modelo implcito el del habla de mujer
ofrecida a la escucha de un descubridor de enigmas,
ya que esta referencia tendera a acreditar la imagen
de que el anlisis sera exclusivamente asunto de
hombres. Despus de largos aos de anlisis y de serios estudios en la Escuela Freudiana, vino a verme
una joven que reuna todas las condiciones para ejercer su escucha analtica con el mayor talento. Sin embargo, aunque haba sido alimentada en el serrallo, de
todos modos se senta mujer y se mostraba realmente
perturbada ante la abyeccin psicoanaltica 9 que
tiende a reinar entre los nuevos clrigos. Me siento,
deca ella, como el talmudista que desborda de sabidura y que va entre la gente gritando: "Pronto, pronto,
hganme preguntas, porque conozco todas las respuestas" .
Con otras mujeres, quizs, ella podr atestiguar
acerca de dos nuevas figuras del encuentro analtico,
de sus privilegios y trampas: la del hombre descubridor de enigmas que expone su talento en el divn de
una mujer, y aquella otra, tan maravillosamente familiar y extraa para el hombre, del encuentro de dos
muJeres.
9

Para r e tomar, con J.-A. Miller, una expre sin d e Lacan.

113

!Jo'-

Y luego existe la de aquel que quiere ponerle fin al


asunto por su cuenta -entindase, al discurso de la
represin- y que acude a m como un hermano: hen1e
aqu confirmado en mi condicin de doctor del inconsciente, intrprete de sueos, rompedor de represin
y descubridor de recuerdos obligados; se requiere mucha prudencia para evitar en ese caso una comedia de
anlisis. Es ms fcil imaginar un juego de amor entre
una mujer en el divn y un hombre en el silln que entre un psiquiatra en formacin y un analista didacta. Pero lo que est en juego en la teora analtica o en
la institucin en relacin con el poder o con una mujer
fantaseada nos compromete, de todos modos, entre
hombres, en un asunto de amor; tanto si los atractivos
de lo que est en juego son reconocidos como si son negados (o ambas cosas a la vez), la transferencia opera
tan pronto como decidimos, a pedido del analizando,
comenzar un trabajo analtico. En efecto, al elaborar
su relacin con la castracin debemos, sin duda, volver
a poner en juego la nuestra, esclarecer, ms all de las
fantasas homosexuales, lo que tiene que ver con la
carencia del falo: affaire de goce si los hay. Pero all, el
diosecillo maligno, cargado de flechas sabias, no dejar de encerrarnos en sutiles callejones sin salida, en
los que las pasiones organizan su fiesta. Nos corresponde entonces a nosotros, Hermes o Afrodita, la tarea
de desentraar qu quiere decir hablar.
Cada figura tiene sus trampas, pero tambin sus
promesas de verdad. Tan intensa como en la poca de
la invencin del psicoanlisis es, en cada caso, la espe-

114

ranza de un habla por nacer; n1s difcil de engendrar


que un nio, se concibe slo en el encuentro con otra
habla naciente. Interpretar en la transferencia, dice
el Manual de Psicoanlisis. Pero ningn otro camino
trazado, ninguna va jalonada dirn nunca la facilitacin [frayage] que se produce al encontrarse un habla
abierta a la inocencia con la revelacin de la sncopa
de su origen.
Flotante c01no el espritu por encima de las aguas,
la atencin del psicoanalista es, en prilner lugar, escucha abierta a la transparencia de las palabras, a sus
races de sombra y a sus frutos de luz . La historia futura dir qu precio pagan los psicoanalistas hoy por
la sacrlega obstinacin que los incita a usurpar el lugar del Espritu Santo; y si sabrn todava, fuera del
silln, vivir de amor con cuerpos desnudos y palabras
veladas. No es que hayan de inventar entre ellos una
nueva forma de hacer el amor; 1 pero podemos esperar que, sosteniendo hasta el lmite el exceso de su
poco razonable pasin, podrn conocer finalmente el
tiempo de amar. Quizs ella, reconociendo en el rbol
de la ciencia el fruto que la hace mujer, sabr, cual
nueva Eva, y tomando cuerpo ms en sus palabras que
en sus huesos, alentar al hombre con su luz. Quizs l,
apartando de sus ojos el reloj que mide su escucha,
cmnprobar a la postre que slo puede amar y darle a
cada da su a urora si, como Cronos, l devora a sus
hijos.
L a ca n, inter vencin en el Congreso Mundial de Psiquiatra,
1950.
10

115

Viena, o sobre el lugar de los nacimientos 1


NataMinor

Los encuentros con lo extrao son encuentros espalda


contra espalda.
Queriendo escribir sobre Freud, Schnitzler y su
destino viens, no logro hacer el rodeo. Azar, ilusin
o, acaso, vagabundeo? Eco de dos palabras nacientes?
Doble visin, historia de doble? Renaud2 se encuentra en este camino.
Sabemos si Edipo gir alrededor de la Esfinge antes de responder, o simplemente le bast verla de perfil, or el rumor del aire desplazado por las palabras?
Quiz se content con decirle lo q u e siempre haba
sabido, y para hacerlo pudo mirarla de frente, ya que
nada haba de extrao en ello. La historia inquietante
era familiar: una historia trgica que poda hablarse.
Podemos definir la relacin entre Freud y Schnitzler como la puesta en acto de una fascinacin y de una
evitacin. Cual un reflejo perdido en el bisel de un espejo, marca lo inasible, inefable, inverificable del inconsciente. Es por ello, sin duda, que la repeticin, la
1

Este texto ha sido sometido a lectura en el seminario de Conrad Stein,' en diciembre de 1974.
2 Vase supra, captulo 1, esp. pgs. 16-9.

117

extraeza, los actos fallidos y los lapsus jalonaron el


texto 3 que consagr un da a Freud, a Schnitzler, a Slo un sueiio, novela de este ltno. 4 Por otra parte, se
necesitaron muchos aos y el presente trabajo para
darn1e cuenta de que en ese texto yo sealaba a Viena
como lugar de nacimiento de Freud.
El hecho de que este lapsus haya pasado desapercibido a oyentes y lectores atentos pertenecera al orden
de una no inquietante extraeza* si no llevase a c01nprobar hasta qu punto tropieza y vacila nuestro pensamiento cuando se trata de Freud y de la novela de
las generaciones.
Lugar de nacimiento de Schnitzler, no lugar de
nacimiento de Freud, Viena tiene poca cabida en los
textos de este ltimo. Cuando habla de ella, es para
atacarla; con una nica excepcin, parece indudable
que no figura en la lista de las ciudades capitales con
las que tanto soaba cuando se encontraba lejos de
ellas, y que evitaba. 5 Cuntos esfuerzos, sin embargo,
para conquistarla, imponerse, permanecer en ella!
3 N. Minor, Freud, Schnitzler, et la reine de la nuit, en tudes
freudiennes, n 5-6, Denoel, enero de 1972.
4 A. Schnitzler, Ren qu'un reve, en Les dernieres cartes, trad.
por D. Aucleres, Stock.
*El artculo de Freud titulado Das Unheimliche (GW, vol. 12,
pgs. 229-68), traducido al castellano como Lo siniestro (Obras
completas, Santiago Rueda, vol. 18, pgs. 151-86), lleva en francs el ttulo L'inquitante tranget (La inquietante extrafieza). (N. del T)
5 En relacin con la nostalgia que Freud senta por Roma y su
evitacin de esta ciudad, vase Lettres a Fliess, en La naissan-

118

Que haya vivido all negndose a reconocerle encanto alguno, como si se lo invitase a cerrar los ojos,
sorprende y nos lleva a sospechar la existencia de una
Viena interior, profunda; sepultada, y que remitira a
algn momento anterior a Freiberg, a J acob Freud, al
padre de este ...
Con qu brillo relucira sin duda Viena vista desde
un gueto de Moravia! Qu lugar privilegiado deba
ocupar en las nostalgias y en los sueos de un J acob
nio! No es acaso a l a quien Freud quiso ofrecer esta
bella antepasada inexplorada? Mas para ofrecerla
intacta deba situarse a una cierta distancia y negar
su seduccin.
Pero si Viena ocupa un lugar tan importante en la
deuda edpica pagada por el primer analista al inconsciente de su padre nio, se nos aparece tambin como
la metfora de otra historia y de un secreto. Historia
difcil, secreto de espejo en que el cuerpo y la imagen
se buscan y se desafan.
Viena, ciudad a la que, en un sueo de Freud, se dirigir Fliess en julio. 6 Por qu julio?, se interroga
sorprendido el soante, que asocia: El mes de julio, el
nies de Julio Csar... Julius, mi hermano menor
muerto a los pocos ineses de haber nacido; julio, el ines
de Julio; Viena, la ciudad de Csar. Si l es Csar, yo
soy Bruto.

ce de la PfiYChanalyse, PUF, y L'interprtation des reues, PUF,


pgs. 1 72, 1 73, 279; C. Stein, Rome imaginaire, en L'inconscient, PUF, n l.
6 Freud, L'Interprtation des reues, op. cit., pgs. 359, 409, 410.

119

-,

El mes de los Julios y de los Csares; la ciudad de


los Julios y de los Csares, de los padres y los hijos, de
los padres en duelo por sus hijos, de los hijos parricidas tambin. Triunfar all donde los padres han fracasado, ser como Csar: el hombre de todas las mujeres,
la mujer de todos los hombres ... De un hombre? Que
se le revele a uno un 24 de julio el secreto de los sueos 7 y dar a luz la obra inmortal que har eterno su
nombre. Pero para ello es necesario tomar en lo ms
profundo de s mismo, en su propio cuerpo soante,
soado, como en el sueo del preparado anatmico8
en el que Freud, viajando al interior de s mismo, encuentra en sus asociaciones al eterno femenino. Viaje al centro del cuerpo, al centro de la tierra, donde las
paradas esperadas no son las que se encuentran, y los
rieles se despliegan en sentido inverso a la marcha.
Pero volvamos a Freiberg, que Freud abandon en
su tercer o cuarto ao de vida. Ya haba realizado muchos descubrimientos, muchas respuestas ya haban
sido dadas a interrogantes en curso. Y el episodio de la
que, en sus cartas a Fliess, 9 designa como mi primera
causante de neurosis o tambin mi profesor de sexualidad, la vieja y fea sirvienta, ladrona, encubridora y finalmente encerrada [coffre], no es indudablemente ajeno a la pregunta que se formular ms tarde
y para la que nunca encontrar respuesta satisfactoria alguna: Qu quiere la mujer?.
Freud, Lettres a Fliess, op. cit., carta n 137, pg. 286.
Freud, L'interprtation des reves, op. cit., pg. 385.
9 Freud, Lettres a Fliess, op. cit., cartas n 70, pg. 193,
71, pg. 196.
7

l
tl

120

y n

Ahora bien, los hroes de Schnitzler plantean constan temen te este interrogante. Soadores sin prpa- - 1
dos, atraviesan la ciudad, hurgan en las casas, supli-
can, exigen, juegan a juegos de azar, van a extraas:
fiestas, hacen caer las mscaras, arrancan los disfraces, interrogan los cuerpos silenciosos de la morgue o
la sonrisa de su mujer adormecida. Y aunque la respuesta Ich weiss nicht>>, No s, est inscripta por su
autor en el nombre de una mujer amada, Olga Waiss-,
nix, lO se obstinan y reinciden.
Qu quiere la mujer?.
Pero esos hombres, qu quieren?
1
Ms que un destino paralelo, orgenes idnticos, in- ; ,
tereses compartidos, acontecimientos cuya coincidencia es realmente sorprendente, es a nivel de este int e- '
rrogante donde debemos situar lo que para Freud y ;!
Schnitzler fue un encuentro y un no-lugar [non-lieu]. !
No lugar del que Viena, ya lo hemos dicho, es sin duda'.
la capital.
Seductora, depravada, mezquina y pastelera, la
Viena imperial de la que nos habla Schnitzler est
muy prxima a la Praga del Golem en la que el doble
circula y se proyecta en libertad. En esa Viena, cuando
l as puertas se entreabren, el cuerpo d e las mujeres
aparece expuesto. Obstinadamente, los hijos buscan
en ella un mensaje, el recuerdo de una huella, la clave
de un secreto. El mismo quiz que hace vacilar a
Freud cuando, al abordar el estudio de la feminidad,
la califica como continente negro.
lO A

Schnitzler y O. Waissnix, Ein Briefwechsel, Molden.

121

-;
Explorador de los callejones sin salida infinitos,
para proseguir su marcha Freud necesitaba una tierra firme en la que descansar. Si ella se entreabre surge el vrtigo, el trastorno de la memoria, la inquietante extraeza.
Cuando el primer cosmonauta norteaniericano descendi de la Luna, todos pudieron comprobar su extrema palidez. Al preguntrsele Qu vio, respondi
simplemente: Vi a Dios y Ella es negra, y cay desplomado.
En Rosa o la felicidad de los hombres, un regimiento entero se sumerge y desaparece en el cuerpo
afable de la bella Rosa. Aunque Maurice Pons no nos
lo diga, es posible que encuentre en el camino a ese caballo que en una historia ms breve, aunque no mejor,
un jinete busca en vano.
Cuando en 1895, mientras asista a una intervencin quirrgica de los senos nasales de su paciente Emma, Freud observ la extraccin de un apsito que el
doctor Fliess, algo soador, haba olvidado, experiment un malestar.
Desvanecimiento, malestar, novelas y ancdotas:
barreras todas para lo que en la mujer escapa al entendimiento. Pero se trata realmente de ella y es slo
ella la que est en juego?
Si nos refirisemos exclusivamente a la interpretacin que en El tab de la uirginidad 11 nos da Freud
acerca del relato de Schnitzler El destino del barn

Leisenbogh, 12 podramos creerlo y considerar, en


efecto, que el destino fatal del hroe es tejido por la
mujer que l acaba de poseer. Ahora bien, si nos referimos a ese relato o a otros cuentos de Schnitzler, podemos comprobar que ni las palabras crueles de la
rnujer, ni su detenninacin asesina, ni siquiera el secreto que su cuerpo escondera explican la vida de los
hroes. Todos sucumben corno efecto de la palabra de
un otro. Un Otro prestigioso, gigantesco, invisible, del
que la n1ujer posee el proyecto. Objeto del deseo, ejecutante, depositaria, la inujer aparece tainbin como el
lugar de un encuentro y de una proyeccin.A travs de
la mujer los hombres intentan alcanzarse y la cargan
con los deseos que ella realizar: deseo sexual, homosexual, deseo de inuerte. Tudos se ven y se reconocen
en ella.
No es sorpr endente que usted haya llegado a ser
un gran escritor, le dijo alguien a Schnitzler; ya su
padre ofreca un espejo a sus contemporneos. El espejo, precisa Freud, era el laringoscopio, que el padre
de Arthur Schnitzler haba inventado.

11

Despus de esta ancdota y de la historia de un espejo que el doctor Fliess ofreca tambin a sus conte1nporneos, inuchos aos pasaron antes que el nombre
de Schnitzler volviera a la pluma de Freud. La nota a
pie de pgina en El tab de la virginidad que ya he1nos visto, e inopinadamente, en Lo siniestro, un pA. Schnitzler, Le destin du baron Leisenbogh, en Masques
et prodiges, Stock , pg. 66.
12

Freud, Le tabou de la virginit, en La uie sexuelle, PUF,


pg. 78.

122

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' 'f"''C.i.'ll.
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123

rrafo es consagrado a Schnitzler en relacin con Die


Weissagung. 13
Ni mediadora ni depositaria, silueta furtiva, visin
ofrecida, fragancia, color, la mujer atraviesa ese relato . Relato extrao, inquietante en efecto, en el que el
destino del hombre, trazado por un ilusionista, se revela al leer una pgina en blanco y en la marca que deja una peluca llevada por el viento, despertando en el
lector algo as como el recuerdo de una huella y en
Freud la impresin de haber sido engaado:
Cuando al principio el autor parece limitarse al terreno de la realidad corriente, y repentinainente inventa
acontecimientos que no pueden producirse en ese terreno o que slo se producen rara vez, 14 da lugar a que
se trasluzca nuestra supersticin supuestainente sofocada; nos engaa prometindonos la vulgar realidad y,
pese a ello, desbordndola. Reaccionamos ante estas
ficciones como lo haramos ante acontecimientos que
nos conciernen: cuando comprobamos la mistificacin,
ya es demasiado tarde; el autor logr su objetivo, pero,
por mi parte, afirmo que no logr un efecto puro. Persiste en nosotros un sentimiento de insatisfaccin,
una especie de rencor ante ese intento de engaarnos,
tal como lo sent claramente despus de la lectura del
texto de Schnitzler Die Weissagung.15
13

A. Schnitzler, La prdiction, en Masques et prodiges, Stock.


Las bastardillas son mas.
15
Freud, L'inquitante tranget, en Essais de psychanalyse
applique, Gallimard, pg. 208.
14

124

Insatisfaccin, rencor, ninguna ganan cia de seduccin, ningn placer preliminar que permitira la liberacin de un goce superior, proveniente de fuentes
psquicas mucho ms profundas y que se origina en el
hecho de que nuestra alma es aligerada de ciertas tensiones[ .. .] al permitirnos el artista (cuando nos ofrece
la representacin de sus fantasas) gozar de las nuestras sin escrpulos ni vergenza.16
Nada de ello en esta lectura; por el contrario, tenemos la impresin de haber sido engaados por alguna
falsa identificacin, de haber sido inistificados. Fascinados, diremos, como lo son en su desconcierto los
clientes de un ilusionista . Fascinados, como lo son en
Fortuna 17 los hroes de un relato del que la mujer
est ausente; pero en el que lo femenino parece haber
emigrado hacia otro lugar, otra ciudadela. Lugar de
misterio y de smnbra, ciudadela interior. Actualmente, es en s mismo, en su propio semejante, que el hombre buscar el rostro al que atribuye tanta sabidura,
su Mefistfeles, su prestamista, que recuerda siempre, de algn modo, al Eterno femenino.
Fortuna: una noche en un garito de Viena, el a rtesano Waldein es abordado por dos desconocidos, condes o barones. Le dicen que los siga y le proponen conducirlo al Jockey Club, crculo privado en el que slo se
acepta a la aristocracia. Ebrio, estupefacto, el hmnbre

16

Freud, La cration littraire et le reve veill, ibid., pg.

81.
17 A .

Schnitzler, Fortune, en Masques et prodiges, Stock, p g.

140.

125

obedece pasivamente. Lo visten con un frac, se ocupan


de su peinado, lo arrastran al crculo, donde lo presentan como un noble extranjero venido de inuy lejos. El
hmnbre juega y gana, juega y vuelve a ganar. Hace saltar la banca, se levanta y se va.
Cuando despierta, reina ya la penumbra. Poco a poco recuerda momentos de la noche, al principio nprecisos, luego cada vez ms ntidos. Se mira al espejo, para
asegurarse de que no fue un sueo de borracho. Ve su
nagen y reconoce el bello traje arrugado y la corbata
blanca; sus cabellos tainbin han sido cortados.
Dnde puso el dinero? No, no tan rpido, un instante an y lo buscar. Cuando finaln1ente lo busca,
no logra encontrarlo y recuerda con dificultad una ca1ninata nocturna y algunos indicios: empedrado des parejo, un follaje, un jardn y el murmullo del agua en
sus odos. Se precipita por las calles y las calles se asemejan y los puentes son los mismos y la piedra de los
muelles, granulosa y gris, circunscribe al ro que corre
rumoroso ... pero el murmullo del agua, dnde era?
En la segunda parte, vemos a Waldein que renunci
a sus bsquedas. Viejo y enfermo, vegeta sieinpre en el
mismo tugurio. Ni su mujer, muerta ya, ni su hijo
Frantz, pintor, han sabido nada de su aventura, del
extrao encuentro, de la fortuna sellada, ni del olvido
del lugar en el que yace lo inasible, lo que no puede
nombrarse de la aventura. Frantz es portador de un
secreto que ignora, 18 que inurmura, que lo obceca y

1
i

t
1

i
1

que no es el suyo(?). Sobre esas pinturas repite constantemente una inisma escena: jugadores, un tapiz
verde, un garito de mala fama.
Un da se presenta un rico y distinguido conde o
barn aficionado al arte, que a pedido suyo lo introduce en el crculo, para bosquejar un cuadro del que ya
elabor un proyecto. Una gran sala, cuatro espejos en
inarcos dorados reflejan luces reverberantes.Altas siluetas de hombres en traje, con una gardenia en el
ojal. Prestigioso, indolente, el conde Spann se encuentra presente. Alrededor de la mesa de pao verde rostros npvidos y, bajo esas inscaras, una pasin que
Frantz puede adivinar... Si slo pudiese sentir lo
inismo, jugar con ellos ... Crear. Con los ojos entornados, Frantz Waldein suei1.a, siente que penetra el secreto, se acerca a la verdad.
Pero a qu verdad se acerca Frantz? Cul es ese
secreto extrao, singular, que viene de lejos y que cree
reconocer? Pertenece a otro? Es suyo? Llega a presentirlo en un juego de espejos?
Es el alba. El viejo Waldein agoniza, Franz lo cuida
y teme dorn1irse. Un reflejo azulado se cuela por el reborde de la ventana, ilumina los frascos ubicados cerca del lecho, empalidece an ms los labios del enfermo . Inconsciente1nente y por prnera vez despus
de la enfermedad de su padre, Frantz piensa en su
cuadro y se ve concluyndolo.A Waldein agonizante le
vuelven los recuerdos: el agua inurmura, el eco resle fantome, en tudes freudiennes, n 9-10, Denoel, abril de
1975.

18 Me

interesa subrayar la proximidad que existe entre lo que


aqu se evoca y lo descripto por Nicolas Abraham en Notules sur

127

126

~.

ponde, el ruido de un martillo cerca de su odo, repentinamente surge el puente de los Leones. 1 9
El hijo sabe todo ahora. Corre a lo largo de las orillas, desentierra la fortuna, la esconde bajo su traje. Se
apresura y vuelve, pero encuentra un gran silencio:
Ya no recibir respuesta alguna.
El mismo da del entierro, Frantz Waldein se dirige
al crculo. Una palabra del conde le permite jugar. Para terminar el cuadro, dice Frantz, debe experimentar
una vez lo que siente esa gente. Gozar con ellos del
fuego que los consume, llevar la chispa y luego ...
Crear. Dar al mundo la obra inmortal que fijar en un
cuadro el lugar de una seduccin, el momento de un
goce: el padre entre esos hombres prestigiosos y afortunados, que lo tomaron como una cosa pasiva, que jugaron con l, de los que goz o, mejor dicho, so gozar
en el desconocimiento de un proyecto insensato.
Bosquejo, cuadro, obra inmortal que ocultan otra
historia, que enmascaran otro lugar al cual, parecera,
el hombre se acerca slo a costa de su razn o de su vida. As, al menos, habla la fantasa. La fantasa, o
Schnitzler, o ambos.
Si es cierto que cada uno de nosotros lleva a lo largo
de su existencia una parte del tumulto de los secretos
inconscientes de sus progenitores, el tumulto que provoca lo femenino del padre no es el menos tenaz. Ensordecido por nuestro ruido personal, difcil de discernir a causa de nuestras proyecciones, ese tumulto es
apenas un murmullo cuando llega hasta nosotros.
19

128

1
1

Schnitzler ha sido sensible a l, y nos entrega este relato donde se pone en escena el destino de aquel que,
sin saberlo, trata de captar lo que hay en l de femenino. Puesta en escena de una fantasa en la que proyecciones e identificaciones se confunden y arrastran al
lector, junto con el hroe, hacia un lugar de n1alestar,
de vulnerabilidad extrema; viaje al centro del cuerpo,
al centro de la tierra, donde el deseo se interroga, donde ninguna respuesta satisface. Fantasa informe, incolora, difusa y a la que slo es posible acercarse para
recaer luego en el universo quieto de los amores familiares; universo programado, de lugares intercambiables y en el que la prohibicin y la castracin limitan el
vagabundeo y protegen la ilusin ms all de la cual
se inicia un allende del que ninguna palabra puede
dar cuenta: fuera de lugar [hors-lieu], fuera de la ley
[hors-loi], horla, como si se tratara del grito proferido
por el otro poeta con el que frecuentemente se compar aArthur Schnitzler. 2
U na vez concluido el juego, y consumada la prdida
de una fortuna cuya prohibicin se transmiten las generaciones, Frantz volver a la ribera del ro. Cavar
all frenticamente, cosechando los frutos de otra herencia: un poco de tierra, piedras y agua que murmuraba. Y Frantz, loco y envejecido en apenas unas horas, ofrece al conde Spann, que no lo abandona, el espectculo de un hijo transformado en su padre que
acuna su dolor y llora sobre su hijo.

Franc;oise Derr, L' ceuvre d'Arthur Schnitzler, Didier, 1966,


pgs. 478-87.

En alemn: Lowenbrche.

129

Como una herida entre ambos, que va del uno al


otro y no se sabe a quin pertenecera.
Pero a quin llega la siguiente carta de una Vien a a
otra, que, despus de cuarenta aos de desconfianza,
Freud dirige a su infrecuentable colega y vecinoArthur
Schnitzler, en el mes de niayo de 1922? Carta de cumpleaos en respuesta a otra carta de cumpleaos, dar
lugar a un nico encuentro: noche en fainilia, un paseo
de una hora de duracin; luego cada cual se alejar
dndose la espalda.
AArthur Schnitzler2 1
Viena, IX, Berggasse 19,
14 de mayo de 1922
.\

Muy e stimado doctor:


Tambin usted ha llegado ya a los sesenta aos,
mientras que yo, seis aos n1ayor, me acerco al final de
mi vida y puedo esperar ver pronto el final del quinto
acto de esta comedia bastante incomprensible y no
sie1npre divertida.
Si an persistiese en in algo de la creencia en la
"omnipotencia del pensa1niento", no dejara de enviarle hoy mis mejores y ms cordiales votos para los aos
por venir. Dejo ese gesto insensato al considerable nmero de nuestros contemporneos que pensarn en
usted el 15 de mayo.
Le voy a confesar algo que le rogar, por consideracin hacia m, no comparta con nadie, amigo o extra21

130

Freud, Correspondance, 18 73-1939, Gallirn.ard.

1
~

o. Me atormenta un interrogante: por qu, en realidad, durante todos estos aos no intent frecuentarlo y tener con usted una conversacin (interrogant e
planteado, naturalmente, sin tener en cuenta si usted
habra aceptado tal intento)?
La respuesta a este interrogante implica una confesin que me parece excesivamente ntna . Pienso
que lo evit por una especie de temor d e encontrar a
n1i doble. No porque tenga una tendencia fcil a identificarme con otro o porque haya querido pasar por
alto la diferencia de dones que nos separa; pero al sun1ergirme en sus esplndidas creaciones sie1npre m e
pareci encontrar, tras la apariencia potica, hiptesis, intereses y resultados que saba que coincidan
con los mos . Su determinismo, su escepticismo -que
la gente llama pesimismo--, su sensibilidad ante las
verdades del inconsciente, ante la naturaleza pulsional del hombre , su diseccin de nuestras certidumbres
culturales convencionales, el exainen minucioso de la
polaridad del an1or y de la muerte, todo ello despertaba en m un extrao sentniento de familiaridad. (En
un pequeo libro escrito en 1920, Ms all del principio de placer, intent de1nostrar que Eros y pulsin
de muerte son las fuerzas originarias cuya interaccin
domina todos los enigmas de la existencia.) Tuve as la
impresin de que u sted saba intuitivamente --D ms
bien cmno efecto de una sutil autoobservacin- todo
lo que yo descubr gracias a un laborioso trabajo efectuado sobre los dems. S, creo que en el fondo usted es
un investigador de las profundidades psicolgicas, tan
honestarnente imparcial e intrpido como el que ms,
13 1

"4

..-.

y que si as no hubiese sido, sus capacidades artsticas,


su arte del idioma y su poder creador habran tenido
libre curso y habran hecho de usted un escritor mucho ms adaptado al gusto de la multitud. En cuanto a
m, prefiero al investigador. Pero perdneme que vuelva a caer en el psicoanlisis, lo nico que s hacer. Todo lo que s es que el psicoanlisis no es un buen medio
para hacerse querer.
Muy cordialmente suyo,
Freud.
Extraa carta enviada a un desconocido. Tudo parece haber sido dicho y, pese a ello, el carcter ntimo
de la confidencia refuerza an ms el equvoco y nos
lleva a interrogamos acerca de lo que vacila y se inquieta en Freud ante la evocacin del nombre de
Schnitzler y la posibilidad de encontrarlo. Acaso la
sensibilidad de este ante las verdades del inconsciente o el minucioso examen de la polaridad del amor y
de la muerte, que despiertan en Freud un extrao
sentimiento de familiaridad? Y en qu consiste esta
familiaridad? A qu fantasas comunes o concebidas
como tales podemos referirla? A qu evidencias conduce al lector?
Sucede a menudo, escribe Freud en Lo siniestro,
que hombres neurticos declaren que los rganos
sexuales femeninos constituyen para ellos algo extraamente inquietante. Esto extraamente inquietante
es, sin embargo, el linde de la antigua patria de los hijos de los hombres, del lugar en el que todos han morado en algn momento. As, cuando un lugar antes fa-

132

miliar surge como inquietante podemos decirnos que


el prefijo "in" ubicado delante de "quietud" es el signo
de la represin. 22
La inquietante extraeza sera as la cualidad terrorfica ligada a las cosas conocidas desde hace tieinpo y familiares desde siempre[ ... ] algo que habra debido permanecer oculto y que ha reaparecido [... ] como la inquietante extraeza que emana de los complejos infantiles reprimidos, del complejo de castracin,
de la fantasa del cuerpo materno.23
Al leer a Schnitzler nos sorprende comprobar la importancia que asume en sus relatos el cuerpo femenino, su pregnancia, su presencia. Evocado por una
palabra, una frase potica, un silencio, se estira en filigrana a travs de cada pgina y se ofrece, como la propia obra, a la proyeccin. El autor se convierte as en
ese personaje marginal, infrecuentable y seductor; ese
doble ... inquietante antecesor de la muerte, que
se debe proyectar fuera del yo, como algo extrao.
En el trabajo ya citado, yo escriba que lo que determina la inquietante extraeza que domina a Freud
cuando lee los relatos de su doble son la insistencia, la
pregnancia de los temas relativos al cuerpo materno,
al cuerpo femenino, as como una intuicin profunda y
una cierta puesta en escena de las negociaciones inconscientes cuyo objeto es el interior de ese cuerpo. Extraeza, inquietud, fascinacin ante fantasas tanto
ms familiares cuanto que Freud no pudo evitar su
22
23

Freud, L'inquitante etranget, op. cit., pg. 139.


Jbid., pgs. 204-5.

133

violencia y que, en ms de un sentido, lo hicieron retroceder cuando en sus textos o en los de otros autores
se acercaba a ellas. Como si su revelacin hiciera peligrar un orden y plantease una duda sobre la ilusin
que recubran.
A esta hiptesis aadir otra que, en mi opinin, es
slo el complemento de la primera.
Hiptesis sospechosa, puesto que se decanta en la
confusin que nos plantea el tumulto de los secretos
inconscientes de nuestros progenitores, tumulto que
nuestro propio rumor sofoca y desfigura.
Hiptesis difcil de aprehender, de retener, de formular, puesto que lo nico que puede decir es una historia paralela y no dispone de otro apoyo que la frgil
cadena de nuestras asociaciones. Cadena en que la
carta a Schnitzler es uno de los eslabones.
Hiptesis equvoca, ya que ella concierne a lo femenino del padre, lo femenino de Freud. Lo femenino como tope y como huella de alguna rebelin secular, de
alguna certidumbre secreta, frente a la muerte inaceptable, inaceptada. Lo femenino, pero no la homosexualidad; la inmortalidad, pero no la megalo1nana; lo
real, pero no la realidad. Femenino, inmortalidad,
real: cada una de estas palabras es portadora de un orden que marca con su impronta la configuracin edpica. Orden singular, marcado a su vez por el sello del
deseo, pero que escapa a su ley y se sita ms all del
Edipo, ltimo bastin en que eso [9a] habla, sangra y
engaa.
Es en esta frontera donde deambula la sombra de
las falsas apariencias que nos recuerda Schnitzler. No

134

porque Freud no se haya acercado a la sombra: ella lo


sigue a lo largo de toda su obra, lo acuna en su sueo.
En el sueo del preparado anat1nico, en las asociaciones y la interpretacin que l formula, dice mucho
al respecto. Por otra parte, no es casual que esta carta
haya sido escrita despus de la aparicin de Ms all
del principio de placer. Carta doble, carta al doble, doble carta, finahnente, con10 la que inaugura Wien, la
ciudad reprimida, y contiene en su esencia su propia
repeticin, sus reflejos, sus espejos y el eco sostenido
de una inscripcin profunda, marca de nacniento,
huella, inasible y constituyente, de un alfabeto n1atriz
tal co1no lo ha forjado quizs el inconsciente y que reposara en algn lugar del cuerpo, lugar que el cuerpo
habra olvidado, pero en torno al cual se encarniza la
memoria. 24 Doble V, Fau, Frau, Fausto, ese otro doble
en quien el anhelo de juventud eterna confluye en encrucijada con el eterno fe menino.
Lo n1ejor de lo que llegas a saber
no puedes decrselo a los prvulos. 25
24

Con letras tomadas del mismo alfabeto se escribe el sueo de


Renaud relatado por Leclaire. La marca de nacimiento, inscripta
en el cuerpo, evocada en el gesto, tan mltiple y diversa en su
representacin c01no los caminos que llevan a ella, nunca se
leer. Slo el efecto de encuentro de dos hablas nacientes hace
suponer que uno se le ha aproximado.
25 Goethe, Fausto, trad. al francs por G. de Nerval, GarnierFlammarion. Estas palabras de Mefistfeles a Fausto son citadas a rn.enudo por Freud. Remiten a uno de sus recuerdos de infancia, relativo a un viaje que hizo con su madre de Freiberg a
Leipzig (evoca este recuerdo en la carta n 27 a Fliess) . Retoma

135

Pero uno nunca es prvulo [colier]* sino de s mismo, y esta carta que nos golpea como un retorno al remitente nos introduce en el ncleo de un intercambio
ambiguo en el que los anhelos de muerte se encuentran a flor de escritura y en el que, pese a la confesin,
el secreto persiste entero.
Llevo en m un secreto que ignoro; os lo entrego,
pero callad.
Un no -dicho a cambio de un silencio. Qu pens
Schnitzler al recibir estos anhelos? Cont los das que
le quedaban por vivir, jug su sombra en las luces de la
noche, ondul como corresponde su aliento sobre la
superficie de los espejos laringoscpicos? O comprendi acaso muy pronto que no era a l a quien se intentaba acallar, aislar, marcar con el sello del secreto,
y que ese mensaje Freud lo diriga al continente ms
negro de s mismo, a su propia roca, eterno femenino, adonde slo llegar en el sueo?
El viejo Brcke ha de haberme encargado alguna
tarea cualquiera; cosa bastante extraa, se refera a
un preparado anatmico de la parte inferior de mi propio cuerpo, mis piernas y pelvis . .. . 2 6
Y Freud lo hace. Louise N. lo ayuda. Louise N., que
en la evocacin de los restos diurnos peda y rechazaba
un libro que l le ofreca.
esta cita en las asociaciones correspondientes al sueo del preparado anatmico.
*En la traduccin francesa de Fausto citada por N. Minor se
emplea el trmino colier (escolar, alumno) donde nosotros tradujimos prvulos. (N. del T.)
2 6 Freud, L'interprtation des reues, op. cit., pg. 385.

136

Prstame un libro, le pide ella. l le sugiere She


[Ella], de Ridder Haggard, un libro extrao, pleno de
sentido oculto, y comienza a explicarle. El eterno femenino ... lo imperecedero de nuestras emociones ... .
S todo esto, lo interrumpe ella. No tienes nada
tuyo?. No, mis obras imperecederas todava no han,
sido escritas. Pero entonces, para cundo ese trabajo fundamental que, segn t nos prometiste, incluso
nosotros podramos leer?.
Un cierto brillo sobre ese rostro de mujer, una impresin fugaz, y Freud se dice que a travs de esos labios y de esas palabras burlonas alin otro lo interrogaba. Comenz a reflexionar y se mantuvo en silencio, .
pensando en el esfuerzo que deba realizar para ofrecer al pblico su libro sobre los sueos. Tantas cosas
propias que debera revelar. Sinti que lo invada una
especie de tristeza y record quizs el 24 de julio en el
que le fue revelado el secreto de los sueos; se senta
feliz y escribi que estaba contento como el enano del
cuento, porque la princesa no saba nada.27
Qu enano, qu princesa y qu quera Louise N.?
Qu deca ella al decir que saba, mientras que, secretamente, l hablaba de s mismo?
Qu quiere la mujer? y Qu sabe ella?.
Los pensamientos que surgen a raz de mi conversacin con Louise N. se desarrollan en un nivel demasiado profundo como para que puedan hacerse conscientes. En cierto modo fueron desviados hacia todo lo
que agit en m la referencia a She, libro extrao, as
27

Freud, Lettres

a Fliess, op.

cit., carta n 137, pg. 285.

137

como a otra obra del mismo escritor, Heart of the


World [Corazn del mundo].
En el corazn del mundo, en el centro de la tierra,
donde se conciben las obras imperecederas, donde las
emociones nunca inueren, en ese lugar del que Louise
N. poseera una especie de conocimiento innato, indebido, proveniente quin sabe de dnde.
Para saber hay que ver
Pero dnde y cundo?
La noche siguiente,

(f.,,.

Quin cojea y bebe siempre el agua de la fuente?


Basta con decir es menester ? Y Freud, que despierta en estado de gran angustia, organiza su sueo
en el idio1na de las palabras, del Edipo, de la Ley y del
Decoro. Soador de pies ligeros. Extenuado guardin
nocturno en su cota de mallas.
Y as es . En el momento en que los ojos se desgarran, en que los lobos y las mscaras logran escapar,
aparece lo real en su extrema concisin; n1s sorprendente e inquietante que la ficcin inisn1a y su cortejo
de sonidos, palabras, imgenes, como los labios cerrados que un ndice hizo enmudecer.

el viejo Brcke est all y le permite el viaje, circunscribe el espacio, indica el camino. Y Freud, que lleva
en el fondo de su memoria un sueo de hombre con pico de pjaro, 28 e1nprende el descubrimiento de lo femenino en s mismo, en su cuerpo en pedazos, con paisajes cambiantes, siguiendo a guas de sexo intercambiable, hacia el lugar en que se aclara el enigma de la
vida.
Pero es slo un sueo, y la teora llama al h01nbre al
orden, y le proporciona el inventario de las palabras
que provisionalmente ponen trmino a su bsqueda.
Lo que no puede ser alcanzado en vuelo . . .(como la
madre arrastrada en vuelo por los hornbres con pico
de pjaro) ... es menester alcanzarlo cojeando . Cojear no es un pecado, nos ensean las Escrituras. 2 9
28

Freud, L'interprtation des reves, op. cit., pg. 495.


Con esta cita del poeta Ruckert cierra Freud el ltimo captulo de Ms all del principio de placer.
29

138

139

Obras completas de Sigmund Freud

21.

El porvenir de una ilusin, El malestar en la cultura, y otras obras

22.

Nuevas conferencias de introduccin al psicoanlisis, y otras obras

23.

Moiss y la religin monotesta, Esquema del psicoanlisis, y otras

24.

obras (1937-1939)
Indices y bibliografas

(1927-1931)
(1932-1936)

Traduccin directa del alemn, cotejada con la .edicin inglesa de James


Strachey (Standard Edition of the Comple te Psychological Worlis of Sigmund Freud), cuyo ordenamiento, prlogos y notas se reproducen en
esta versin.
Presentacin: Sobre la versin castellana
l. Publicaciones prepsicoanalticas y manuscritos inditos en vida de
Freud (1886-1899)
2. Estudios sobre la histeria (1893-1895)
3 . Primeras publicaciones psicoanalticas (1893-1899)
4. La interpretacin d e los sueos (I) (1900)
5. La interpretacin de los sueos (II) y Sobre el sueo (1900-1901)
6. Psicopatologa de la vida cotidiana (1901)
7. "Fragmento de anlisis de un caso de histeria" (caso "Dora"), Tres
ensayos de teora sexual, y otras obras (1901-1905)
8. El chiste y su relacin con lo inconciente (1905)
9. El delirio y los sueos en la "Gradiva" de W. Jensen, y otras obras
(1906-1908)
10. "Anlisis de la fobia de un nio de cinco aos" (caso del pequeo
Hans) y "A propsito de un caso de neurosis obsesiva" (caso del
"Hombre de las Ratas") (1909)
11. Cinco conferencias sobre psicoanlisis, Un recuerdo infantil de
Leonardo da Vinci, y otras obras (1910)
12. "Sobre un caso de paranoia descrito autobiogrfica mente" (caso
Schreber), Trabajos sobre tcnica psicoanaltica, y otras obras (19111913)
13. Ttem y tab, y otras obras (1913-1914)
14. "Contribucin a la historia del movimiento psicoanaltico'', Trabajos sobre metapsicologa, y otras obras (1914-1916)
15. Con ferencias de introduccin al psicoanlisis (partes I y II) (19151916)
16 . Conferencias de introduccin al psicoanlisis (parte III) (19161917)
17. "De la historia de una neurosis infantil" (caso del "Hombre d e los
Lobos"), y otras obras (1917-1919)
18. Ms all del principio de placer, Psicologa de las masas y anlisis
del yo, y otras obras (1920-1922) . .
19. El yo y el ello, y otras obras (1923-1925)
20. Presentacin autobiogrfica, Inhibicin, sntoma y angustia, Pueden los legos ejercer el anlisis?, y otras obras (1925-1926)

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