La Infancia en El Siglo XXI
La Infancia en El Siglo XXI
La Infancia en El Siglo XXI
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Entrevista a Valerie Walkerdine realizada por Inés Dussel
-¿Cómo pensar sobre la infancia hoy? ¿Podemos seguir hablando de la infancia en los
términos en que se hablaba hace cincuenta o cien años?
-Bueno, lo primero que se me ocurre es que hay muchos tipos diferentes de infancia,
y eso no solo es un dato de la actualidad, sino que siempre ha sido así. Incluso en el
trabajo del historiador Philippe Ariès, que planteaba la emergencia del sentimiento de
infancia en el siglo XVI y XVII, puede observarse que la infancia no existía de la
misma manera para todos, y que las concepciones de infancia de los trabajadores no
eran las mismas que las de los aristócratas. El tema es que no debemos pensar solo
en los cambios históricos, sino también en los cambios culturales actuales; por
ejemplo, en las disparidades entre regiones. En el mundo globalizado, hay que ver
que estas diferentes infancias se relacionan de maneras complejas, por ejemplo hay
chicos en talleres textiles en Guatemala que producen los bienes que consumen los
chicos del llamado Primer Mundo. Hay una multiplicidad de infancias,y también hay
relaciones de explotación entre los diferentes tipos de infancia.
-Creo que para pensar en el fin de la infancia, en realidad habría que interrogar al
"comienzo" de la infancia, esto es, al surgimiento del estudio científico de la infancia
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que dictamina que hay una especie de ser que es el niño, que debe ser considerado
un objeto científico, y que ese objeto niño puede separarse de sus condiciones
sociales y culturales. Este "sujeto-niño" definido por la psicología del desarrollo infantil
plantea una niñez inocente, asexuada, incompleta, y claramente separada del
universo adulto que posee las otras características. Fue una forma muy eficaz y muy
fuerte de pensar y definir un universo infantil que está en la base de cómo pensamos
a la niñez en las escuelas y en la sociedad. Creo que hay que cuestionar esta idea de
infancia para discutir entonces el argumento del fin de la infancia. Lo que estamos
viendo no es el fin de la infancia sino la crisis de ese tipo de discurso.
Por otra parte, estos argumentos sobre el fin de la infancia, sobre la pérdida de la
inocencia, y el susto frente a la emergencia de una infancia sexualizada en los medios,
surgieron en Estados Unidos en un momento preciso que es la época de Ronald
Reagan, con el neoliberalismo en ciernes. En realidad movilizan discursos viejos,
porque la idea de la inocencia del niño, y también de la pérdida de la inocencia,
estaba ya en Rousseau en el siglo XVIII, entre muchos otros. Pero ahora hay un
desplazamiento que tiene que ver con la emergencia de familias plurales, de
organizaciones sociales plurales, de nuevas formas de ser madre o padre, de nuevas
infancias. Me parece que el discurso del fin de la infancia responde a cambios en los
países del Atlántico Norte en la organización social y cultural, y que viene a condensar
una serie de ansiedades sobre estos cambios, que se expresan muchas veces como
nostalgia.
También creo que la situación actual es mucho más complicada que lo que
argumentan quienes dicen que la infancia "se acabó". El niño de la psicología evolutiva
todavía existe como objeto discursivo, junto a muchas otras diferentes clases de
infancia, a otras condiciones. Hoy tenemos un régimen global de producción de la
infancia, que tiene una organización discursiva muy compleja. Como decía antes en
relación a cómo se vinculan las infancias de distintas regiones del mundo, o aun
dentro de las mismas regiones, hay que tener en cuenta que las relaciones y los flujos
de intercambio son bien complejos.
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especie de estado natural que no tiene, y esa afirmación naturaliza una cierta idea de
infancia, y excluye otras prácticas de los niños como si no fueran infancia.
-Por eso mismo, hay que cuestionar esa construcción discursiva sobre la infancia.
-Exacto, hemos dicho desde hace tiempo que la infancia es un objeto discursivo; es
decir, está moldeada por discursos diversos (discursos científicos: sobre todo
psicológicos, pero también médicos, pedagógicos, etcétera; y también por discursos
político-legales, por discursos morales, entre otros). Creo que hay que volver a pensar
cómo se relacionan de maneras complejas estas diferentes formas de pensar o hablar
sobre la infancia. Y además, hay que pensarlas más relacionalmente. Los objetos
discursivos se constituyen en un conjunto de relaciones complejas con otros.
Pensemos por ejemplo en la historia de Peter Pan: él es un niño de una familia rica,
pero en sus fantasías las infancias ricas y pobres se ponen en contacto entre ellas, se
entrecruzan, y producen una historia compleja.
Creo que tenemos que llevar más allá la idea de multiplicidad, porque no es cuestión
de decir simplemente: hay muchas infancias, todo vale, y listo; lo que importa hoy es
mirar cómo está teniendo lugar una reorganización discursiva, de qué maneras
complejas está sucediendo eso hoy.
-En relación con ello, ¿qué papel juegan los medios y las nuevas tecnologías en
la producción de nuevas infancias?
-Bueno, hace un buen tiempo, más de 15 años, que vengo trabajando sobre la
relación entre infancia, medios, y cuestiones de género y sexualidad. En mi trabajo
"La hija de papá", me interesó en especial centrarme en esta idea de la infancia
inocente, de la inocencia de las niñas, y el discurso mediático que en forma creciente
erotiza a las niñas, las convierte muy tempranamente en objeto de la mirada
masculina, tanto a través de los comerciales como de los programas infantiles y
adolescentes. En esa época miré lo que se mostraba en la TV inglesa en los años 80 y
90, y si bien hoy aparecen otras cosas, es bastante similar a lo que observé en ese
momento. Estoy trabajando en cómo hoy se caracteriza a las niñas en los medios, y
aunque ostensiblemente uno ve más pluralidad en los tipos de niñas que se presentan
como personajes, me parece que esa erotización de las chicas se da por sentado, y los
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patrones de género se mantienen bastante estables. Por ejemplo, cuando aparecen
chicas interesadas en la tecnología, se las presenta como menos femeninas, más
rudas. No es que se muestre cualquier cosa en la TV.
En el libro La hija de papá planteé que los medios presentan a las niñas ya sea como
inocentes o como objetos eróticos, y a veces como ambas cosas. Pero lo que resulta
más interesante es analizar cómo ellas se involucran con estas construcciones
mediáticas televisivas o del cine, y por eso me dediqué a estudiar cómo ellas miran
TV, qué cosas aprenden, qué cuestiones les impactan o las afectan. No es un impacto
directo e inmediato, sino que está mediado por muchas cosas. Ahí, por ejemplo, no
habría que olvidarse de que en un punto las fantasías de los chicos que trabajan y
viven en la calle en Brasil o en Argentina no difieren tanto de las fantasías de una
chica de clase media en Inglaterra. O más bien habría que decir que probablemente
hoy estén compuestas de elementos parecidos, solo que se combinan de maneras
muy distintas.
-Bueno, ahí creo que se abre otro tipo de reflexiones y problemas. Me parece que los
videojuegos son hoy un ámbito privilegiado de construcción de la masculinidad
contemporánea. Ellos requieren e involucran la producción de acciones que se supone
son parte de lo masculino. Me parece que hay muchos vínculos entre lo que proponen
los videojuegos y la estructura del relato de los viejos western de Hollywood, donde el
héroe es golpeado pero siempre se recupera y vuelve a la pelea hasta vencer. Me
parece que esta idea está en el centro de la organización de muchos videojuegos. Hay
una serie de movimientos tecnológicos, ya no con una pistola sino con el control del
videojuego, que exige que seas rápido con la coordinación de tu mano, que tengas
buenos reflejos, etcétera. Y pensar eso me ayudó a entender por qué las chicas la
pasan mal, o no les va bien, cuando juegan con los videojuegos. No es que no les
interese ganar o matar a otros, sino que están atrapadas en una contradicción. Si
quieren parecer competitivas, como hay que serlo en los videojuegos, entonces tienen
que dejar de lado la cooperación, pero eso parece contradecir un mandato tradicional
de la femineidad que es cuidar a todos, sentirse responsables de que todos estén
bien, y entonces las chicas buscan la forma de ser al mismo tiempo cooperativas y
competitivas. Eso se ve en muchos aspectos: en el mercado de trabajo sucede algo
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parecido, porque se les pide a las mujeres que se desempeñen con algunos atributos
supuestamente masculinos pero también que mantengan los femeninos, que sigan
siendo maternales, que estén bellas a los ojos de los hombres; entre muchas otras
cosas que en realidad resulta bastante difícil sostener todas juntas.
En mi investigación sobre cómo las chicas juegan videojuegos, enseguida observé que
ellas no llegan muy lejos, tienen que combinar cuestiones contradictorias y eso las
frena. En cambio, los varones no sienten que tienen que hacerlo. Quieren ser héroes,
quieren ganar, quieren superar a sus amigos, y eso no contradice los sentidos
tradicionales de la masculinidad. Las chicas en cambio pretenden que no quieren
ganar. Nos decían en la investigación que ellas odian la violencia, que les asusta la
violencia; pero uno las ve jugar y las compañeras les gritan apasionadamente,"
matalo, matalo", ¡como un varón más! Lo que uno puede ver es que se construye una
especie de posición imposible para ellas, en la que hay que querer ganar a la par que
cuidar de otros, estar atentas a que estén todos bien, preocuparse si alguien se pierde
o es atacado. realmente, una posición imposible. Me parece que estas maneras de
aproximarse a la infancia y a la construcción del género son más interesantes que
mirar el contenido de los videojuegos, o en qué medida tienen personajes femeninos o
no. Me parece que la producción de la femineidad y la masculinidad se da más bien en
el desempeño y en la forma en que se ejerce cotidianamente, y en ella los medios
electrónicos hoy tienen un peso importante.
En la sociedad actual, llamada posmoderna por diversos autores que son aquí
relevados, la infancia se reconfigura - incluso, más radicalmente, se pone en duda su
existencia -. En el camino hacia esos puntos de fuga que se describen desde distintas
categorías, se van encontrando matices varios, posibilidades infinitas de “ser o no ser
infante”.
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Este trabajo interpela estos supuestos, y se propone relevar la construcción histórica
del concepto infancia, para centrarse en las reconfiguraciones posmodernas del
mismo, intentando dar cuenta del modo particular en que éstas construyen infinitas
individualidades que confluyen en un dispositivo escolar anquilosado en pilares
edificados varios siglos atrás.
Introducción
Desde esta mirada, la institución escolar supone y demanda – sin que ello haya sido
cuestionado durante siglos - masas homogéneas de niños capaces de ser distribuidos,
de acuerdo a su edad y a los conocimientos alcanzados, en un espacio diseñado para
modelarlos y constituirlos en sujetos dóciles.
Estos supuesto duros que hacen del dispositivo escolar su “razón de ser”, sin
embargo, comienzan a perder legitimidad en nuestros días.
En la sociedad actual, llamada posmoderna por diversos autores que serán aquí
someramente relevados, la infancia se reconfigura - aunque también, más
radicalmente, se pone en duda su existencia -. Y en el camino hacia esos puntos de
fuga que se han dado en denominar como infancias hiperrealizadas y
desrealizadas[1], se van encontrando matices varios, posibilidades infinitas de “ser o
no ser infante”.
Es por ello que resulta pertinente, a los fines del trabajo que aquí se propone,
interpelar estos supuestos, relevar la construcción histórica del concepto infancia,
para centrarse luego en las reconfiguraciones posmodernas del mismo, intentando dar
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cuenta del modo particular en que estas construyen infinitas individualidades que
confluyen en un dispositivo escolar anquilosado en pilares edificados varios siglos
atrás.
El individuo no deja de pasar de un espacio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: la
familia en primer lugar, luego la escuela (expresa con elocuencia esa transición la
habitual y ya estereotípica expresión de las maestras: “acá ya no estás en tu casa”),
después el cuartel (“acá ya no estás en la escuela”), después la fábrica, de tanto en
tanto el hospital, y eventualmente la prisión, que es el lugar de encierro por
excelencia[4].
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La escuela concebida por Comenius en el siglo XVII sin tener en la infancia un “objeto
de reflexión explícita”[5], es el dispositivo que la modernidad construye para encerrar
a la niñez, delimitando no sólo el actuar de sus cuerpos sino también las categorías
con las cuales elaborar un saber - teórico y práctico - sobre ellos. He allí a la
Pedagogía[6].
Entre los tantos supuestos sobre los que descansa la institución escolar moderna se
encuentra el que parte de considerar a la infancia que encierra como masas
homogéneas de niños. Aquellos que “no dan” con el alumno deseado encuentran su
encierro en otras instituciones (cárceles, hospicios, reformatorios, etc.). Aquellos que
son definidos como “normales”, por su parte, son divididos y clasificados según sus
edades. A cada edad corresponden determinados saberes, experiencias y
aprendizajes[9].
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juego el lugar legitimado de la escuela como el ámbito exclusivo donde se transmiten
los conocimientos en el momento y espacio indicado y deseado por los especialistas.
Es necesario entonces destacar que es el Estado el que ya no ofrece a la escuela (a
los alumnos, a la sociedad) su fuerza financiera ni su poder legitimador, esa “ficción
educativa de la modernidad”, como es llamada por Narodowski y Brailovsky[10].
"Los humanos, o al menos los humanos del último período, parecían suscribir con gran
facilidad cualquier nuevo proyecto, con cierta independencia con respecto al
movimiento propuesto; a sus ojos, el cambio en sí era un valor"
Houellebecq (2005)
La crisis de los grandes relatos modernos son considerados por diversos filósofos,
sociólogos, comunicadores, pedagogos, como el indicio de una cultura que está en el
borde de su reconfiguración, en su punto culminante o que, sin más, ha desaparecido
(“segunda modernidad”, “sobremodernidad”, “alta modernidad”, “modernidad líquida”,
“posmodernidad”, “fin de la historia”, y siguen…).
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Estados, nuevas tecnologías de la información y la comunicación y la extensión del
consumo hacia la casi totalidad de los aspectos conformadores de la vida (pública y
privada).
Los sentidos únicos y las dicotomías modernas, como lo indica Huyssen (2002) en su
análisis respecto a la cultura y las artes, se desmiembran en la posmodernidad cuyo
significado, siguiendo a Hargreaves (1996) no es algo que esté dado, sino que hay
que discutirlo y construirlo. La posmodernidad puede, como ya fue señalado, no
implicar la obsolescencia de la modernidad, pero sí permitir arrojar luz sobre sus
dispositivos y hacerlos funcionar con otras claves que seguramente desestimaran las
viejas ilusiones heroicas.
¿Qué ocurre entonces con los niños y niñas que son atravesados por esta cultura de
cambios continuos, de nuevas relaciones, de inquietantes lógicas? Como señala
Narodowski “son sólo aquellos procesados en esos cambios los que tienen mayor
capacidad de operar en ella, es decir, los niños y los jóvenes” (2004: 113). Estamos
entonces ante nuevas infancias procesadas massmediáticamente en un mundo de
consumo que plantea y somete a nuevas reglas, donde la instrucción puede estar en
un cybercafé, en un McDonald´s, en el shopping, en las estaciones de trenes[14].
¿Por qué considerar que “los jóvenes vegetan” en un lugar que fue creado para ellos?
Se torna evidente que la escuela moderna ya no encierra la diversificación atomística
de infancias que la posmodernidad trae a la luz.
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Infancias en fuga
La afirmación del sentimiento de la infancia en el siglo XVIII fue interpretada por Gélis
(1984) como signo y síntoma de las nuevas creencias y estructuras en Occidente.
Varios siglos después suponer una infancia heterónoma, dependiente y obediente
resulta cada vez más difícil. Atrás ha quedado “la idea de inocencia, la idea de
docilidad, la idea de latencia o espera”[18].
Las nuevas estructuras posmodernas provocan la fuga de la infancia hacia dos polos
conceptualizados por Narodowski (1999; 2004)como infancia hiperrealizada, e infancia
desrealizada. La infancia hiperrealizada es aquella que no espera, que es procesada a
los ritmos vertiginosos de la cultura massmediática. Esto la conduce a comprender y
manejar mejor las tecnologías dado que crece en ellas, se realiza en ellas. Son niños y
niñas que no generan en los adultos cariño o protección (como la infancia moderna), y
que no requieren de éstos para acceder a la información.
Estas infancias exponen que “a la escuela del siglo XVII (ésa que está a la vuelta de
nuestras casas) le cuesta una enormidad brindar respuestas a estas nuevas,
indeterminables y tal vez infinitas infancias”[19]. El niño convertido en alumno, al
menos la imagen configurada de él en términos modernos, no coincide con estos polos
de fuga. En las escuelas y en las calles rondan sujetos no pensados por la pedagogía,
sujetos que ven en la escuela un no lugar, una estructura vacía cuyos pilares se
desmoronan.
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Entre estos dos polos se encuentran gran parte de las infancias, escolarizadas, que
construyen día a día aquellos sentidos perdidos para su estar en la escuela, tal como
es afirmado por Narodowski, y Brailovsky (2006) permanecen sin tener en claro por
qué, en algunos casos sin cuestionárselo, en otros tratando de “no vegetar”.
Ilusiones en fuga
Hace tiempo Durkheim sostuvo que “para que haya educación, es necesaria la
presencia de una generación de adultos y una generación de jóvenes, así como una
acción ejercida por los primeros sobre los segundos” (1996: 49), implicando esto una
asimetría entre adultos y niños, entre saber y no saber, mediada por una acción
pedagógica.
La complejidad actual ocasiona que estas preguntas permanezcan abiertas, aun sin
respuestas concluyentes. Entre tanto, los sistemas y las estructuras del pasado /
presente permanecen intactos incapaces de interpelarse ante estos nuevos sujetos,
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ante las nuevas infancias que, al mismo tiempo, día tras día, vegetan, caen, o son
dejadas caer, del sistema educativo argentino.
Referencias
Bibliografía
13
Antelo, E. (2003) "Tarea es lo que hay". En Dussel, I. Y Finocchio, S. (Comp.) Enseñar
hoy. Una introducciòn a la educación en tiempos de crisis, F.C.E. Buenos Aires.
Duek, C. (2006) “Infancia, Fast food y consumo (o cómo ser niño en el mundo
Mcdonald´s) en Carli, S. (Comp.) La cuestión de la infancia. Entre la escuela, la calle y
el shopping, Paidós, Buenos Aires.
14
Foucault, M. (1986) La verdad y las formas jurídicas, Gedisa, México.
Gélis, J. (1984) “La individuación del niño” en Ariès P.y Duby, G. Historia de la vida
Privada, Taurus, Barcelona, Tomo 4.
15
Narodowski, M. Y Brailovsky, D. (2006) “La cuestión del fin de la razón de Estado en
la historia de la escolarización”, en Narodowski, M. Y Brailovsky, D. (comps.) Dolor de
Escuela, Buenos Aires: Prometeo libros.
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