CEE - Catecismo Preadolescentes
CEE - Catecismo Preadolescentes
CEE - Catecismo Preadolescentes
http://www.mercaba.org/EDUCADOR/003-023_indice_general.htm
ÍNDICE GENERAL
• Prólogo.
• Nota importante.
• Abreviaturas y siglas.
• INTRODUCCIÓN GENERAL.
1. Características generales.
2. Características del contenido.
3. Algunas características del lenguaje y del método de exposición.
INTRODUCCIÓN AL CATECISMO
o Caminantes.
o ¿Quién soy yo?
o Mi vida de fe.
o Resucitado.
o Entre nosotros.
o Testigos de su resurrección.
CAPITULO II. ¡Convertíos! Al encuentro de Cristo por los caminos del Dios
vivo.
Tema 7.-Encontramos a Cristo en los pobres: que en ellos quiere ser servido.
Tema 8.-Cristo está en los profetas enviados por Dios: en los que llevan su
palabra. Encontramos a Cristo cuando cumplimos la Palabra de Dios.
Tema 17.—¿Quién es Jesús? Mesías. Siervo. Señor. Hijo del Hombre. Hijo de
Dios.
o En proceso de conversión.
o Por la fuerza del Espíritu.
o La conciencia moral y la libertad del hombre.
Tema 29.-Sin el don del Espíritu, no es posible establecer una relación entre
hombre y mujer, según el designio de Dios. El desprecio dél otro sexo.
Tema 34.—El Hombre Nuevo, configurado con Cristo por el don y la acción del
Espíritu Santo. La vida de gracia.
Tema 36.—Amarás al Señor con todo tu corazón (1.°, 2.° y 3.° Mandamientos).
La Oración.
Tema 42.—La Iglesia universal, "un pueblo reunido en virtud de la unidad del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
Artículo 4.—El hombre nuevo nace y vive por la celebración del misterio de
Cristo: Los Sacramentos.
Tema 52.—La Iglesia celebra la presencia de Cristo bajo la acción del Espíritu.
o De mi pasado a mi futuro.
o Por el camino de la fe y de, la conversión.
Tema 70.—Hay una esperanza para el mundo. Hay una esperanza para ti.
¡Resucitaremos!
Tema 71.—Sólo Dios conoce y juzga de verdad al hombre. Dios juzga mi vida.
El juicio final.
Tema 72.—La muerte, fin de la vida terrena, fija al hombre en su opción ante
Dios. El Infierno: El pecado eternizado.
PRÓLOGO
El presente "Manual del educador" es ante todo una guía doctrinal. No se tratan
aquí con amplitud aspectos antropológicos, psicológicos, sociológicos y
pedagógicos que requieren una exposición adecuada en "Guías" especiales que
redactarán en su día bien los organismos de la propia Comisión Episcopal de
Enseñanza y Catequesis, bien los autores privados con la aprobación de los
Obispos.
NOTA IMPORTANTE
Para escribir este "Manual del Educador: Guía doctrinal" se han consultado
obras recientes de teólogos, escrituristas, catequetas, etc. La preocupación
mayor de quienes participaron en la preparación de este "Manual" no era la
originalidad, sino el mejor servicio a la fe del pueblo de Dios. El criterio seguido
ha sido no sólo el del valor científico de cada trabajo consultado, sino también su
orientación catequética o su calidad pedagógica.
Para la redacción de los diversos temas se han tenido en cuenta, entre otros, los
autores siguientes:
Han sido utilizadas también las siguientes obras: Catecismo Romano, Ed. BAC,
Madrid, 1956.
ABREVIATURAS Y SIGLAS
SAGRADA BIBLIA
Las abreviaturas con que se citan los libros bíblicos son las siguientes:
Joel Jl
Génesis Gn Amós Am
Éxodo Ex Abdías Ab
Levítico Lv Jonás Jon
Números Nm Miqueas Mi
Deuteronomio Dt Nahúm Na
Josué Jos Habacuc Ha
Jueces Je Sofonías So
Rut Rt Ageo Ag
Samuel 1 S, 2 S Zacarías Za
Reyes 1 R, 2 R Malaquías Ml
Crónicas 1 ,Cro, 2 Cro Mateo Mt
Esdras Esd Marcos Mc
Nehemías Ne Lucas Le
Tobías Tb Juan Jn
Judit Jdt Hechos de los Apóstoles Hch
Ester Est Romanos Rm
Macabeos 1 M, 2 M X
Corintios 1 Co, 2 Co
Job Jb Gálatas Ga
Salmos * Sal Efesios Ef
Proverbios Pr Filipenses F1p
Eclesiastés (Qohélet) Qo Colosenses Col
Cantar Ct Tesalonicenses 1 Ts, 2 Ts
Sabiduría Sb Timoteo 1 Tm, 2 Tm
Eclesiástico (Sirácida) Si Tito Tt
Isaías Is Filemón Flm
Jeremías Jr Hebreos Hb
Lamentaciones Lm Epístola de Santiago St
Baruc Ba Epístolas de Pedro 1 P, 2 P
Ezequiel Ez Epístolas de Juan . 1 Jn, 2 Jn,
Daniel Dn 3 Jn
Oseas Os Epístola de Judas Judas
Apocalipsis Ap
LIBROS LITÚRGICOS
ICA = Ritual de la Iniciación Cristiana de los Adultos, 1976.
RBN Ritual del Bautismo de Niños, 1970.
RC Ritual de la Confirmación, 1976.
OGMR Nuevas normas de la Misa. Ordenación General del Misal Romano,
1969.
RP = Ritual de la Penitencia, 1975.
RU Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos, 1974.
RM Ritual del Matrimonio, 1971.
RE Ritual de Exequias, 1971.
COLECCIÓN DE DOCUMENTOS
AAS = Acta Apostolicae Sedis.
DS Denzinger-Schónmetzer, Enchiridion Symbolorum, Definitionum et
Declarationum.
RJ = Rouót de Journel, Enchiridion Patristicum.
PG Migne, Patrologiae graecae cursus completus.
PL Migne, Patrologiae latinae cursus completus.
CONCILIO VATICANO II
(1962-1965)
Las abreviaturas con que se citan los documentos del Concilio son las
siguientes:
LG = Lumen gentium Constitución dogmática sobre la Iglesia.
DV = Dei Verbum Constitución dogmática sobre la divina revelación.
SC = Sacrosanctum Concilium Constitución sobre la sagrada liturgia.
GS = Gaudium et spes Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual.
CD = Christus Dominus Decreto sobre el oficio pastoral de los obispos.
PO = Presbyterorum ordinis Decreto sobre el misterio y vida de los presbíteros.
OT = Optatam totius Decreto sobre la formación sacerdotal.
PC = Perfectae caritatis Decreto sobre la adecuada renovación de la vida
religiosa.
AA = Apostolicam actuositatem Decreto sobre el apostolado de los seglares.
OE = Orientalium Ecclesiarum Decreto sobre las Iglesias Orientales católicas.
AG = Ad Gentes divinitus Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia.
UR Unitatis redintegratio Decreto sobre el ecumenismo.
IM = Inter mirifica Decreto sobre los medios de comunicación social.
DH = Dignitatis humanae Declaración sobre la libertad religiosa.
GE = Gravissimum educationis Declaración sobre la educación cristiana de la
juventud.
NA = Nostra aetate Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las
religiones no cristianas.
OTROS DOCUMENTOS
DDH = Declaración Universal de los Derechos Humanos. ONU, 1948.
DDN = Declaración de los Derechos del Niño. ONU, 1949.
CAPITULO I
Temario general del Catecismo para preadolescentes:
"
Con vosotros está" y "Manual del educador: Guía doctrinal".
INTRODUCCIÓN AL CATECISMO: Buscando la luz.
TERCERA PARTE: Cristo nos descubre el misterio del hombre: "Por nos
otros los hombres y por nuestra salvación."
• En este apartado se tiene presente el Temario general especificado, con la serie completa de los
temas, que aparecen en el Índice de la obra
Las notas de pie de página se refieren al "Directorio General de Pastoral Catequética" (DCG) y al
Concilio Vaticano II. Las que van incluidas en el texto se refieren al TEMARIO O ESTRUCTURA
TEMÁTICA GENERAL ESPECIFICADA.
1. CARACTERÍSTICAS GENERALES
En ella se presenta el contenido complejo del objeto de la fe, de forma que todo
esté armoniosa y estrechamente ligado entre sí (1).
La conexión y armonía de todas y cada una de las partes del contenido pretende
que la estructura temática esté organizada conforme a una jerarquía de
verdades. Unas se apoyan en otras como más principales y son iluminadas por
ellas (2).
1. DCG 39.
2. DCG 43.
3. DCG 38.
4. DCG 44.
5. DCG 40. "Cristocentrismo de la catequesis".
6. GS 1.
7. DCG 30, 32, 33, 34, 36. 37b. 38bc, 83.
8. Cfr. DCG Introducción.
9. DCG 74.
12. A propósito de este epígrafe, hacemos a continuación algunas observaciones que pueden ser
válidas también con referencia a otros núcleos temáticos del Catecismo.
13. Cfr. DV 4, 8, 15, 16.
14. Cfr. OS 11 y DV 8.
valores y experiencias que les preparan para el encuentro con Cristo por la fe.
La evangelización debe explicitar estos valores evangélicos corno "semillas del
Verbo" y "preparación evangélica" (15). Si esto es aplicable a la evangelización
de los que no han recibido el bautismo, a fortiori hay que tenerlo en cuenta en la
catequización de los bautizados. Esta "explicitación" de los va lores evangélicos
que encontramos en la vida de los hombres no consiste en tratar de deducir la
revelación divina de la experiencia humana, sino en ayudar a descubrir, a la luz
de la revelación, la acción de Dios en la vida de los hombres. Esta ayuda la
presta el catequista, actuando como creyente, en nombre de la Iglesia (16).
Conviene volver a llamar la atención sobre aquel aspecto del Catecismo, que
tiene especial importancia en relación con este tema: la perspectiva de historia
de la salvación, que explica la especial atención que se concede a algunos
temas del Antiguo Testamento, leídos desde la fe del Nuevo Testamento.
No se debe perder de vista nunca que "la economía cristiana, por ser la Alianza
nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública
antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo, nuestro Señor (Cfr. 1 Tm 6, 14;
Tt 2, 13)" (17). Pero importa advertir que los acontecimientos "pasados" de la
"historia salutis" son también en algún sentido acontecimientos actuales: es el
mismo Dios que actuó en el pasado el que ahora actúa y se nos comunica y
suscita en nosotros actitudes semejantes a las que suscitó en otro tiempo en el
Antiguo y Nuevo Testamento. La historia de la salvación es también una realidad
de hoy que alcanzará su plenitud con la venida de Cristo Resucitado al final de
los tiempos.
a. por una parte, subraya cómo el encuentro con Cristo implica encuentro del
hombre con Dios. Implícitamente se afirma la mediación de Cristo en la
revelación y comunicación de Dios al hombre,
b. así, al mismo tiempo, introduce en el desarrollo de las restantes partes del
Catecismo:
15. Cfr. LG 16 y 17; Pablo VI, Evangelii nuntiandi [EN] 53, 55, 70.
16. Cfr. Pablo VI, EN 60.
17. DV 4.
o Cristo nos descubre el Misterio de Dios (SEGUNDA PARTE).
• El misterio de Dios: Dios es amor y amor entre personas (Pág. 255). Aquí
se propone una síntesis del misterio trinitario en sí mismo (22): Tema 21.
4.a Característica: Estrecha conexión del Misterio de Dios y de Cristo con la
existencia y con el fin último del hombre.
Cristo nos descubre el misterio del hombre: "Por nosotros los hombres y por
nuestra salvación" (TERCERA PARTE).
En este gran apartado se presentan los dos estados que, según la interpretación
cristiana de la existencia, configuran el ser y la vida del hombre: el pecado y la
gracia, o expresados/ en categorías paulinas, el hombre viejo y el hombre
nuevo, respectivamente.
- el pecado original,
c) dentro de la comunidad, y
26. AG 14 y 15.
27. DCG 63.
28. DCG 65-68.
6.a Característica: Presentación del origen y destino del mundo a la luz de la fe.
Cuando hablamos de la actitud del cristiano con respecto a las realidades crea
das, valores humanos, derechos humanos, compromiso en lo temporal, etc., se
ha de entender siempre en una perspectiva sobrenatural. No se confunde lo
natural con lo sobrenatural, sino que, según el designio de Dios, en la presente
situación histórica del hombre, las realidades creadas no pueden ser concebidas
como totalmente ajenas al proyecto de Dios de hacer que el universo y la
historia tengan en Cristo su culminación y su sentido último. Así lo propone el
Concilio Vaticano II (32).
Unos términos que para muchos resultan incómodos son "descubrir", "des
cubrimiento", sustituyendo a expresiones de significación meramente intelectual
como "conocer", "aprender", etc. En este sentido se preguntará alguno: "¿Cómo
es posible proponer como objetivo catequético a un niño o a un joven, por
ejemplo, el que descubra el significado de la vida oculta de Jesús, etc.? Si ya
tiene fe y conoce lo que Dios ha revelado, no tiene nada que descubrir. Por otra
parte la revelación nos viene de Dios, no la descubrimos nosotros".
- Para el cristiano, que por primera vez adquiere noticia o cae en la cuenta de
determinados aspectos o exigencias del mensaje cristiano, tal conocimiento
tiene carácter de "descubrimiento". Aunque se trate de algo ya conocido o
revelado, es sin embargo para él un verdadero descubrimiento.
- Cualquier tipo de meditación religiosa con la que el cristiano trata de ver con
mayor claridad algunas exigencias del mensaje cristiano para sí mismo, para su
vida, para la vida de los demás, es un esfuerzo por "descubrir".
No faltará quien piense que este modo de hablar excluye la acción reveladora de
Dios. No es cierto. Cuando Dios se comunicó a determinados hombres —
profetas, apóstoles, escritores inspirados, etc.— lo hizo mediante la reflexión y
experiencia de éstos, reflexión y experiencia iluminadas por el Espíritu Santo y
referidas a sucesos y personas, en los que Dios intervino de modo especial,
para darse a conocer a los hombres y salvarles.
Por otra parte, la elección de textos del Magisterio en catequesis no se hace sólo
por su valor "probativo", sino teniendo en cuenta, sobre todo, su "expresividad ".
Hay textos excelentes para un manual de teología, que son inaceptables en un
material catequético. Ni es necesario que un texto del Magisterio en un libro de
catequesis diga de nuevo con palabras del Papa, de Concilios o de Obispos,
como "prueba" o confirmación, lo que ya antes se dijo como doctrina. Lo que ya
se dice con suficiente claridad con palabras del Magisterio no es preciso que
aparezca siempre repetido en paráfrasis o en párrafos introductorios.
No será difícil encontrar una notable convergencia entre el objetivo global del
presente Catecismo y el texto de Pablo VI, últimamente publicado:
"El Evangelio que nos ha sido encomendado es también palabra de verdad. Una
verdad que hace libres y que es la única que procura la paz de corazón: esto es
lo que la ,gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad
acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la
verdad acerca del mundo. Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y
de la cual nosotros no somos, lo repetimos una vez más, ni los dueños, ni los
árbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores" (36).
(36) EN 78.
CAPITULO III
LA CATEQUESIS EN LA PREADOLESCENCIA: 11-14
AÑOS. ALGUNAS ORIENTACIONES CATEQUÉTICAS Y
PEDAGÓGICAS.
Esta relación con los demás es vivida entre dos polos o tensiones: la
comunicación y encuentro con los otros y la soledad y enclaustramiento en sí
mismo.
• A la tendencia a comunicarse acompañan el deseo de compartir la
alegría, el esfuerzo y el trabajo, los bienes, el amor y la amistad; la búsqueda
común de la verdad y la justicia, etc. Es decir, el preadolescente anhela un
encuentro armonioso con los demás. Todo ello crea problemas de la
adaptabilidad al medio: familia, colegio, compañeros, normas de autoridad.
No hace falta recordar que cuando alguien se pregunta algo sobre Dios o se
plantea cualquier otro interrogante religioso, no por eso deja de ser creyente; al
contrario, sus mismas preguntas y planteamientos son pasos sinceros
encaminados a un encuentro más personal con Dios y el mundo cristiano y, por
tanto, a un encuentro serio con su nueva personalidad de cristiano.
o adquirir una actitud realista ante el futuro del mundo, sabiendo que
Cristo es Señor de la Historia y de nuestra vida;
vivir la relación con Dios, con Cristo y con el Espíritu sobre todo en actitud de
adoración y reconocimiento obediente a los planes de Dios sobre nosotros y el
mundo;
1. Catequesis dinámica
• del mundo que viven los preadolescentes. Les educará en una recta
apreciación de los cambios actuales a la luz de la fe y a llevar a cabo aquellas
acciones que —según la edad— puedan mejorar el mundo según el Designio de
Dios "en Cristo" (40).
2. Catequesis existencial
"es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que
hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre, pero el hombre entero, cuerpo
y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad" (42).
Por eso, para que la catequesis sea un acontecimiento salvífico hoy para los
preadolescentes, para que la gracia salvadora penetre toda su existencia, los
educadores tomarán en serio esas experiencias personales y sociales de los
preadolescentes, que les configuran como tales preadolescentes y que se han
ex-puesto más arriba.
De aquí que sus conocimientos cristianos han de estar muy en relación con la
experiencia concreta interior y exterior y la organización de los mismos ha de
tender a ser ya sistemática, pero modestamente sistemática y global. Quedaría
frustrado el educador en la fe que intentara, a priori, que sus catecúmenos de 11
a 14 años llegaran a adquirir no ya el contenido bíblico-teológico de los dos
volúmenes de este "Manual del Educador: 1. Guía doctrinal", sino ni siquiera
toda la doctrina cristiana del Catecismo "Con vosotros está", destinado a los
preadolescentes, tal como se encuentra sistematizada en el mismo.
El Catecismo abarca 74 temas, paralelos a los del "Manual del Educador: Guía
doctrinal".
— textos bíblicos
— lenguaje de la imagen
Esta es, en primer lugar, alguna de las experiencias más fundamentales del
preadolescente expuestas más arriba, que están en la base de su personalidad.
Los pasajes de los Santos Padres unos expresan la propia experiencia de fe,
como en el caso de San Agustín o de San Ignacio de Antioquía; otros aportan
las enseñanzas de la Iglesia.
8. El vocabulario cristiano
9. El lenguaje de la imagen
De la misma manera, con el fin de que los preadolescentes puedan volver sobre
el contenido del tema y retener conocimientos sustanciales del Mensaje
Cristiano, se ha añadido al final un breve cuestionario que invita a realizar esta
tarea, en algún modo, de descubrimiento y aprendizaje de los principales
aspectos del tema.
C. Catecismo y Catequesis
1. Aspectos comunes
2. Las diferencias
Sin embargo, uno y otra, tienen una diferencia radical. El Catecismo, de suyo,
permanece estático; la Catequesis es eminentemente dinámica. No es la
Catequesis para el Catecismo, sino, por el contrario, el Catecismo para la
Catequesis. El Catecismo es un instrumento, la Catequesis un proceso para
madurar en la fe.
Uno de los elementos del Catecismo que más favorecerá la acción misma de la
Catequesis es lo que se podría llamar "interacción de experiencias de fe". Con el
fin de que los preadolescentes logren no sólo el conocimiento del Misterio de la
Salvación tal como lo propone la Iglesia, sino especialmente el encuentro con
Dios y el sentido cristiano de la vida, se ha intentado realizar en cada tema del
Catecismo una relación fecunda e iluminación mutua entre
El Catecismo es el Libro de Fuentes de Fe, que presenta una síntesis vital del
Mensaje Cristiano en función de los preadolescentes.
Ahora bien, siendo éste un instrumento que se dirige en principio a todos los
muchachos y muchachas de 11-14 años del país, es decir, a una etapa evolutiva
que abarca ordinariamente tres años, el educador en la fe ha de realizar una
programación adecuada y elegir una metodología facilitadora del proceso
educativo. Una programación adecuada requiere:
B. La metodología catequética
El contacto con la Palabra de Dios, viva en los textos bíblicos, litúrgicos, y del
Magisterio, en los testimonios de los creyentes de épocas pasadas y del
momento actual que aparecen en los temas del Catecismo o son aportados por
unos y otros en la Catequesis, conducirán de hecho a los preadolescentes a
interpretar desde la fe su vida y la de los demás, así como a profundizar en esa
experiencia de fe y a practicarla en la vida de cada día.
En resumen:
- evitar la utilización del Catecismo como un libro "válido", sin más, para
cualquier grupo de preadolescentes, como un recetario indiscriminado, como un
medio fácil para "improvisar" las sesiones de Catequesis;
- ser fieles y libres: Supuestos estos dos aspectos, cabe señalar, por una parte,
la fidelidad al instrumento, pero, por otra, la! libertad para utilizarlo.
Normalmente, el margen de libertad debe estar en proporción directa al esfuerzo
personal de preparación realizado por el educador y a la capacitación
catequizadora adquirida por el mismo y verificada en la Iglesia.
INTRODUCCIÓN AL CATECISMO
o Caminantes.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Presentar, como punto de partida, los profundos interrogantes ,que el crecimiento y el cambio, la
identidad personal y la búsqueda de Dios suscitan en todo hombre y, a su medida, también en el
preadolescente.
Estos profundos interrogantes sólo pueden ser iluminados en el contexto de una experiencia de fe.
CAMINANTES
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• de que es posible orientarse dentro del cambio: este cambio tiene un sentido. El hombre está de
paso hacia alguna parte: Alguien nos puso en camino.
• de que dicho sentido sólo puede ser percibido plenamente a la luz de aquella experiencia de
encuentro con Dios que constituye al hombre como creyente.
El crecimiento y el cambio
1. De los once a los catorce años, el preadolescente deja de ser niño para
emprender un camino que conduce a la juventud y a la adultez. La gran realidad
de este momento es el crecimiento y, por ello, el cambio, un cambio que afecta a
todos los niveles de la personalidad.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Que sólo Cristo es la clave definitiva del Misterio humano: "Cristo manifiesta plenamente el hombre
al hombre" (GS 22).
Cambio e identidad
Crisis profunda
Sólo Dios
MI VIDA DE FE
OBJETIVO CATEQUÉTICO
16. San Pablo contrapone su mayoría de edad con una época que
necesariamente quedó atrás: "Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía
como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con
las cosas de niño" (1 Co 13, 11). Y aun poseyendo una madurez religiosa fuera
de lo común, todavía esperaba otra etapa en la que desapareciese
definitivamente lo imperfecto.
Brotes de madurez
17. Los preadolescentes que tienen fe, tienden a concebir a Dios como un
compañero, sienten que Dios los puede hacer mejores, que les afecta
personalmente. Alcanzan, además, una etapa preliminar de madurez en la que
pueden ir progresando en ciencia y vida religiosa, sin conflictos.
18. El preadolescente irá percibiendo las diferencias profundas del mundo adulto
en torno a lo religioso. Podrá reconocer, tras hechos y actitudes, las diversas
imágenes que los hombres tienen de Dios: la imagen de un Dios ausente, que
para nada se ocupa de los hombres. La imagen de un Dios terrible, enemigo de
la felicidad humana. La imagen de un Dios amante, que actúa en el corazón de
la historia, porque no olvida al hombre. Percibirá asimismo, de algún modo, la
pluralidad de les religiones (hinduísmo, budismo, islamismo, judaísmo,
cristianismo...). Y antes o después, todo ello acabará planteando al
preadolescente, sobre todo en el último período de esta etapa vital, una serie de
cuestiones (vgr. ¿Todas las religiones son verdaderas? ¿No lo es ninguna?
¿Dónde está la verdad?), cuestiones que tendrán respuesta si, como creyente,
camina en verdad hacia la opción libre y personal de su adhesión al mensaje
revelado.
20. El Espíritu Santo mueve a cada hombre a aceptar sin violencias —con
suavidad— el misterio de la intimidad divina y del plan salvífico de Dios, con
luces e inspiraciones interiores. Pero, al mismo tiempo, asiste constante a la
Iglesia, haciéndola objetivamente creíble, de suerte que pueda ser reconocida
como "custodia y maestra de la Palabra revelada" (Vaticano I, Const. Dogm. "Dei
Filius": DS 3012. Ver también DS 3009-3010 y 3014). Como una enseña izada
entre las naciones (Cfr. Is 11, 12), luz de las gentes y sacramento universal de
salvación (Cfr. "Dei Filius": DS 3014); Vaticano II, (LG 1, 48), la Iglesia invita a
todos los hombres a que acojan la Luz verdadera de la que ella es servidora
(Cfr. DV 10); y a quienes son ya miembros de su comunidad los anima a
permanecer firmes en su fe y fieles a su vocación.
CAPITULO I
CRISTO HA RESUCITADO Y VIVE.
o Resucitado.
o Entre nosotros.
o Testigos de su resurrección.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
—.que humanamente no hay una esperanza en la que el hombre pueda ser salvo.
— que por la fe se nos ha dado esa esperanza y en ella el 'sentido de la vida: se llama
Cristo Resucitado.
23. El preadolescente por encima de todo quiere vivir. Pero hay momentos en
que se siente no aceptado o no se acepta él mismo en su propia realidad. No
percibe por ningún lado el sentido de la vida. Sin embargo, para vivir, que es su
vocación más honda, necesita encontrar un sentido a la vida. Porque una vida
sin sentido ¿es vida?
25. Puede ocurrir que un día descubramos con sorpresa que aquellas cosas en
que nosotros poníamos toda nuestra confianza se nos vienen abajo. A esas
cosas la Escritura las llama ídolos, falsas imágenes de Dios, dioses falsos. Los
ídolos son creación del egoísmo humano, en los que el hombre pretende
encontrar equivocadamente la respuesta del sentido de la vida (dinero, poder,
sexo). Todos estos ídolos están destinados a caer.
28. Sólo en el nombre de Cristo Resucitado podemos vivir sin ídolos. Y con
esperanza. "Por tanto, sabedlo bien, hermanos, se os anuncia el perdón de los
pecados por medio de él, y que todo el que crea queda justificado por su medio
de todo lo que no pudísteis ser justificados por la ley de Moisés. Cuidado con
que os suceda lo que dicen los Profetas: Mirad, burlones, desmayaos de
espanto, porque en vuestros días haré una obra tal, que si os la cuentan no la
creeréis" (Hch 13, 38-41).
Jesús es el Señor
30. San Pablo dice: "Os recuerdo ahora, hermanos, el Evangelio que os
proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados... Porque lo
primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue ésto: que Cristo
murió por nuestros pecados, según, las Escrituras..., que se le apareció a Cefas
y más tarde a los Doce" (1 Co 15, 1-5; cfr. Rm 10, 9; Le 24, 34). Esta predicación
es hecha por los Apóstoles no sólo como notificación de un hecho histórico, sino
sobre todo como proclamación del acontecimiento salvador de Dios en favor de
los hombres. Este Jesús, que por nosotros murió y que ha resucitado, es
reconocido como Señor. El día de Pentecostés decía San Pedro: "Dios resucitó
a este Jesús y todos nosotros somos testigos... Por lo tanto, todo Israel esté
cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificásteis, Dios lo ha
constituido Señor y Mesías" (Hch 2, 32.36). Según el testimonio de los
Apóstoles, los acontecimientos posteriores a la Pascua manifiestan a Jesús
como Señor de la historia, esto es, como Dios. Los Apóstoles proclaman acerca
de Jesús de Nazaret lo que los judíos proclamaban de Dios: es el Señor (Cfr. Jn
21, 7).
CAPITULO II
¡CONVERTIOS! AL ENCUENTRO DE CRISTO POR LOS
CAMINOS DEL DIOS VIVO
OBJETIVO CATEQUÉTICO
37. Hay que evitar el examinar de modo abstracto tanto la conversión propia
como la presencia de Cristo en la historia. Es necesario descubrir estas
realidades de manera muy concreta. A través de la significación de las grandes
experiencias bíblicas, que son realidades concretas, el discípulo de Jesucristo
entiende vitalmente los caminos de su conversión y de su encuentro con Dios en
Cristo. Cuando los acontecimientos y las palabras de la Sagrada Escritura son
proclamados y ahondados en el seno de la comunidad, el creyente avanza en su
camino de descubrimiento del Señor. La Escritura vivida conduce a Cristo, da
testimonio de El (Jn 5, 39).
39. El cristiano, cuando actúa como creyente, lleva una vida que en muchos
aspectos es semejante a la de los demás hombres: trabajo, esfuerzo, reflexión,
diálogo, amistad, cooperación, lucha, etc. Esta vida es también, al mismo
tiempo, una experiencia de fe. No en el sentido de que la realidad de Dios pueda
ser percibida directamente por nosotros. La realidad de Dios no puede ser
percibida directamente en nuestra actual condición, pero sí podemos entrar en
contacto con Dios a través de signos. Como dice San Pablo, ahora vemos como
en un espejo, todavía no vemos cara a cara (Cfr. 1 Co 13, 12). No obstante, la
vida de fe es, en un grado mayor o menor, una vida de relación consciente,
plenamente humana, con Dios Padre por medio de Jesucristo. En este sentido,
hablamos de "experiencia de fe".
Esta actitud de fe viva, consciente, del hombre que trabaja, que lucha, que
dialoga, que hace el bien, etc., proviene de la acción oculta del Espíritu Santo en
el corazón del hombre y de la libre cooperación del hombre en el seno de la
comunidad creyente que es la Iglesia. Esta existencia humana vivida desde la fe
no se reduce a situaciones extraordinarias o excepcionales (Cfr. LG 41, 34, 35;
cfr. DCG 26, 33, 34, 72, 74, 75).
42. Hoy, como ayer, el hombre, en su itinerario hacia Dios, vive en situaciones
de éxodo, de tentación, de desierto, etc. Este encuentro del hombre con Dios en
la fe de la Iglesia, a través de la experiencia humana actual, guarda analogía y
está en continuidad con la experiencia de fe del Antiguo y del Nuevo
Testamento. Cuando nos encontramos con Cristo nos situamos en el itinerario
de fe del pueblo de la Antigua Alianza, continuando en el pueblo de la Nueva
Alianza que es la Iglesia. La reflexión cristiana sobre las experiencias de fe del
Antiguo y del Nuevo Testamento, siempre en relación con nuestra experiencia
humana actual, nos permiten un encuentro de fe más consciente con Cristo-
Jesús como clave de la historia de salvación: "Estudiáis las Escrituras pensando
encontrar en ellas vida eterna: pues ellas están dando testimonio de mí" —dice
Jesús—(Jn 5, 39; cfr. Lc 24, 27; DV 14-17).
Desde la fe de la Iglesia
45. Las grandes experiencias bíblicas que vamos a considerar son estas:
Alianza: Encontramos a Cristo, donde los hombres reconocen a Dios, donde los
hombres se aman.
Exodo: Jesucristo está donde el hombre es liberado de los ídolos y poderes que
le asedian y esclavizan.
Profecía: Cristo está en los profetas enviados por Dios: En los que llevan su
palabra. Encontramos a Cristo cuando cumplimos la Palabra de Dios.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
— Anunciar que Cristo está donde los hombres se respetan y se aman, como señal y consecuencia del
amor con que Dios ama a los hombres y les es fiel.
Consideramos la Alianza, a la vez, como proyecto de Dios y su fiel aceptación por el hombre. El amor
que sostiene, alimenta y lleva a plenitud una moral de alianza y comunión es resumen de la ley y los
profetas. Vivir en alianza significa, en su sentido más profundo, amar fielmente.
46. La alianza no es sólo una experiencia bíblica, sino que corresponde también
a la experiencia social. Los hombres, en efecto, se ligan entre sí con pactos y
contratos, acuerdos entre grupos o individuos que quieren prestarse ayuda:
alianzas de paz, hermandad, amistad, matrimonio. Expresan la necesidad que el
hombre tiene de estar con otros. El hombre —también el preadolescente— no
puede vivir solo. Necesita amar y ser amado. Necesita de los demás. El
preadolescente conoce ya por experiencia lo que significa la ayuda mutua y el
ponerse de acuerdo, el respeto a las leyes del juego, etc. En definitiva, lo que
significa para él el otro, la familia y el grupo.
48. La Alianza, como el amor que significa, hace siempre referencia a otro.
Significa el amor de Dios a los hombres, el amor de los hombres a Dios y el
amor de los hombres entre sí. La unidad en el amor hace pareja humana, grupo,
comunidad, pueblo.
49. Alianza significa primero el amor de Dios a los hombres: "El nos amó
primero" (1 Jn 4, 19). Cuando Abraham sale de Ur de Caldea, nace una nueva
religión, la religión de la Alianza; Abraham comienza a experimentar que Dios no
está ausente de la historia de los hombres: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). En
adelante, esta fe significará no ya sólo el admitir la existencia de Dios, sino creer
que Dios está presente y actúa de modo personal y amoroso en la historia
humana. Tanto en Israel coreo en la Iglesia esta experiencia fundamental de la
religión bíblica se expresará ordinariamente con la siguiente fórmula: estar con
(Ex 3, 14; Mt 28, 20; Jn 14, 20). Alianza es, por tanto, presencia eficaz y fiel de
Dios.
50. Alianza significa también el amor de los hombres a Dios y el amor de los
hombres entre sí. Una de las principales expresiones de las exigencias de la
Alianza es el Decálogo. El mensaje profundo del Decálogo es que la vida
humana no puede desarrollarse como tal fuera del amor. El Decálogo es
expresión de una moral de Alianza, una moral comunitaria que Jesús resumirá
en dos mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo. "De estos dos
mandamientos penden toda la ley y los profetas" (Mt 22, 40).
Idolatría, pecado contra la Alianza: romper con los ídolos, reverso del
mayor mandamiento
52. Mandamiento no fácil, pues ¿qué es lo que el hombre ama con todo su
corazón? Sea lo que sea, eso es su dios. Por ello, lo opuesto a la fe es la
idolatría. La Biblia es, en cierto sentido, la historia de un pueblo que ha de
abandonar sus ídolos. Esta historia comienza con Abraham, que "seivía a otros
dioses" (Jos 24, 2ss; Jdt 5, 6ss), antes de conocer a Yahvé. La idolatría es, en el
fondo, un pecado contra la Alianza. Romper con los ídolos es la otra cara del
mayor de los mandamientos: "No seguiréis a dioses extranjeros, dioses de los
pueblos vecinos. Porque el Señor tu Dios es un Dios celoso en medio de ti" (Dt
6, 14).
53. La ruptura con los ídolos no es cosa hecha de una vez por todas, sino una
tarea permanente. La idolatría renace siempre bajo diferentes formas: en cuanto
el hombre deja de amar a Dios se convierte en esclavo de las realidades
creadas: dinero (Mt 6, 24), vino (Tt 2, 3), voluntad de dominar al prójimo (Col 3,
5; Ef 5, 5), poder político (Ap 13, 8), placer, envidia y odio (Rm 6, 19; Tt 3, 3);
incluso la observancia material de la ley (Ga 4, 8ss) se convierte en ídolo.
54. La idolatría viene a ser una realidad sumamente concreta, pues todo esto es
engendrado por el abandono de Yahvé: violencias, rapiñas, juicios inicuos,
mentiras, adulterios, impurezas, perjurios, homicidios, usura, derechos
atropellados; en una palabra, toda clase de desórdenes sociales. Así lo había
percibido el profeta Oseas: "No hay verdad, ni misericordia, ni respeto a Dios,
sino perjurio, mentira, asesinato, robo, adulterio, vengando sangre con sangre"
(4, 2).
57. La parábola del buen samaritano (Le 10, 30-37) no sólo responde a la
pregunta escéptica del legista sobre "¿quién es mi prójimo?" (10, 29), sino que
pone de manifiesto la profunda paradoja de una virtud sin amor: el cumplimiento
riguroso, pero material, de la ley no ha servido al sacerdote y al levita para
comprender que el sentido más profundo de esa ley es el amor. El contraste es
evidente, porque pasa por allí un samaritano, un hombre despreciado como
heterodoxo de la religión judaica, y —sin los rodeos del "virtuoso" de oficio,
sencillamente— sintió compasión del herido y realmente fue el guarda de su
hermano. El samaritano vivió la Alianza, porque en el momento justo respondió a
la pregunta que Dios hace a todo hombre: ¿Dónde está tu hermano (Gn 4. 9).
58. San Pablo señala enérgicamente la inutilidad de las obras humanas, si falta
el verdadero fondo de la Alianza, el amor: "Ya podrías yo hablar las lenguas de
los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy mas que un metal que
resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y
conocer todos los secretos y todo el saber; podría yo tener fe como para mover
montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo
que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve" (1
Co 13, 1-3). Las características de este amor son descritas por Pablo a
continuación: "El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se
engrie; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se
alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin
límites, espera sin límites, aguanta sin límites" (1 Co 13, 4-8).
60. Dios es siempre fiel. Su fidelidad es anunciada de edad en edad (Sal 88, 2).
Su palabra no falla (Rm 9, 6). Israel, en cambio, con toda la humanidad,
quebranta muchas veces la alianza de amor que Cristo ha comenzado con el
hombre. En Cristo, no obstante, se inicia un nuevo pueblo de Dios, una alianza
nueva y definitiva entre Dios y los hombres. Cristo es la realización plena del
misterio de amor de Dios a los hombres y la respuesta perfecta del amor de los
hombres a Dios. Todos somos llamados a asociarnos al misterio de Cristo por la
fe, el bautismo, la eucaristía y la carida fraterna. Unidos a Cristo y, en El, al
Padre, nos amamos unos a otros con un amor que es fruto del Espíritu Santo. El
auténtico amor fraterno es ya una participación en el misterio de la Nueva
Alianza (Mt 25, 3lss). Bajo el impulso del Espíritu, el amor fraterno conduce al
pleno reconocimiento de Cristo como Señor y Salvador, presente en la Iglesia.
61. Dice el evangelio que habrá sorpresas cuando el Hijo del Hombre se siente
en su trono para juzgar la historia de los hombres: "Señor, ¿cuándo te vimos con
hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos
forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos
enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Os aseguro que cada
vez que lo hicísteis con unos de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicísteis" (Mt 25, 37-40). Aun sin ser conscientes de que se lo hacen a El mismo,
a El mismo se lo hacen. La buena voluntad, seria y desinteresada con que
servimos al prójimo, es fruto de la acción del Espíritu Santo.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar que Cristo está donde el hombre es auténticamente liberado de los ídolos y poderes que le
asedian y esclavizan.
Proclamar a Cristo en el auténtico proceso salvífico de liberación integral de los hombres. La acción
liberadora de Cristo es incompatible con la actitud de quienes se resisten a la acción del Espíritu Santo,
que les mueve constantemente a la conversión y a la renovación. Es preciso estar en camino, en
situación personal de éxodo.
66. Sin ataduras... Pero ¿qué cosas atan verdaderamente al hombre? ¿Dónde
están esos poderes? ¿Cuáles son esos ídolos? Dice la Escritura que son las
mismas realidades creadas las que esclavizan al hombre, cuando éste deja a un
lado los caminos de Dios: el dinero (Mt 6, 24), el poder (Mc 10, 41 ss; Ap. 13, 8),
el placer, la envidia y el odio (Rm 6, 19; Tt 3, 3) e incluso la observancia
puramente material de una ley (Ga 4, 8ss) y, también, el miedo a la muerte (Hb
2,14-15), a la que el hombre no puede mirar de frente y necesita taparla con
muchas cosas. Es, en definitiva, una desesperada voluntad de poder lo que
esclaviza al hombre.
67. El comienzo del Génesis pone en claro los efectos de la voluntad de poder
que levanta al hombre frente a Dios mismo4 Caín usa de su fuerza para matar a
su hermano, y Lamec se venga sin medida (Gn 4,8.23-24);1a violencia llena la
tierra (6, 11). Esa pretensión lleva al hombre a una doble esclavitud. Los
poderosos esclavizan a los débiles; los mismos poderosos se esclavizan,
sometiéndose a poderes malignos, demoníacos: "Sus propias culpas enredan al
malvado y queda cogido en los lazos del pecado" (Pr 5, 22; cfr. 1 1 , 6).
68. La opresión del hombre por el hombre aparece tan pronto como los hombres
olvidan que su poder les viene de Dios (Rm 13, 1; 1 P 2, 13; Jn 19, 11) y que
deben respetar en todo hombre la imagen de Dios mismo (Gn 9, 6). Así David,
hiriendo con la espada a Urías el hitita y quitándole su mujer, se imaginaba
seguramente no haber ofendido más que a un hombre, y éste extranjero: había
olvidado que Dios se constituye garante de los derechos de toda persona
humana (Cfr. 2 S 11-12). Expulsado Dios del centro de la vida humana, la
relación que se establece entre hombre y hombre no es una relación de amor,
sino de opresión y dominio.
La opresión del hombre por el miedo: el miedo del hombre, pozo sin fondo
que no puede ser realmente llenado
70. La situación del hombre pecador está bloqueada: peca y le vemos entregado
a la debilidad de una naturaleza carnal; se halla sin fuerzas, y se entrega al
pecado que le solicita y agrava su flaqueza. Incesantemente, la Ley hace
resonar en sus oídos la sentencia de muerte. Ningún camino le libra de su
condenación. Si avanza, sigue el camino de toda carne hacia el pecado y la
muerte. El mundo entero en el que está sumergido comparte su pecado (Rm 8,
20) y se cierra sobre él como una cárcel (Cfr. Ga 3, 22; Rm 11, 32), en la que
hacen guardia el Pecado, la Muerte y la Ley, potencias cósmicas personificadas
en el pensamiento dramático de San Pablo. Tras ellas se perfilan otros poderes,
los del Príncipe de este mundo.
Salir de (= éxodo) esa situación es don de Dios: Dios ama al hombre, actúa
en su historia, abre un camino de liberación
71. Ahora bien, ¿cómo salir de esa situación? Para ello es necesario, en primer
lugar, que el hombre tome conciencia de su verdadera situación. No hay
verdadera conversión que no vaya acompañada del reconocimiento de una
situación de pecado. Ello es ya obra de la gracia de Dios. En segundo lugar, es
preciso que el hombre renuncie a su voluntad de independencia, que consienta
en dejarse guiar por Dios, en dejarse amar, con otras palabras, que renuncie a lo
que constituye el fondo mismo de su pecado. Sin embargo, el hombre se hace
cargo de que esto se halla fuera de su poder. Es necesario que Dios actúe en el
corazón de su propia historia. Y se abrirá un camino donde no existe: en el mar,
en el desierto. En la muerte. En el corazón de Abraham...
75. Pero Dios no se conforma con la situación en que queda colocado su pueblo
(Lv 26,44-45); de nuevo hay que preparar en el desierto un camino para el Señor
(Is 40, 3); él mismo lo abrirá (Is 43, 19) y de todas las montañas hará caminos (Is
49, 11) para un retorno a la libertad. El anuncio del castigo por parte de los
profetas va acompañado constantemente de una llamada a la conversión y de
una promesa de renovación (Os 2, 1-2; Is 11, 11; Jr 31). La misericordia divina
se manifiesta aquí como la expresión de un amor celoso: aun castigando, nada
desea Dios tanto como ver reflorecer la ternura primera (Os 2, 16-17). Por lo
demás, el retorno de Babilonia no será menos gratuito que el éxodo de Egipto;
más aún, la misericordia de Dios aparece todavía más en el retorno del exilio,
puesto que éste era el resultado final de los pecados del pueblo.
77. Sin embargo, "Hermanos, vuestra vocación es la libertad" (Gal 5, 13): éste es
uno de los aspectos esenciales del evangelio de Jesús: él vino a anunciar a los
cautivos la liberación, a devolver a los oprimidos la libertad (Le 4, 18). Pero esta
libertad no debe convertirse en pretexto para el libertinaje (Ga 5, 13). La libertad
de Cristo es otra: Cristo vino a proclamar los mandamientos que liberan: sed
pobres, sed pacíficos, sed misericordiosos, sed limpios de corazón, haced obras
de paz, dejaos perseguir por la justicia, entrad así desde ahora en el reino de los
cielos (Cfr. Mt. 5, 3-11).
79. Así pues, lo que el hombre no puede lo puede el Espíritu de Dios que
prometió Jesús (Jn 3). El prosigue en cada creyente y en el mundo un inmenso
proceso de liberación que sólo se consumará al final. El verdadero éxodo
pertenece al futuro: cuando superadas las fronteras del pecado y de una ley
exterior que no podía salvar al hombre, sea superada también la última frontera
que esclaviza, la frontera de la muerte (1 Co 15, 25-28). Así la existencia entera
es un inmenso éxodo que concluye, como el éxodo (misterio pascual) de Cristo,
con el "paso" de este mundo al Padre (Jn 13, 1; 8, 23), quien en medio del mar y
en medio del desierto abrirá un camino donde tampoco lo hay: abrirá un camino
decisivo en medio de la muerte.
80. Dios conoce nuestra opresión (Ex 3, 7ss); nos invita como a Abraham (Gn
12, 1), a salir, a dejar, a caminar continuamente. El quiere "abrir las prisiones
injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos,
romper todos los cepos" (Is 58, 6), liberar al hombre de toda fijación infantil y
secretamente idólatra a las seguiridades del mundo presente, abrir los ojos a su
propio futuro y a un elemento inherente al destino humano: su condición
peregrina. Una cosa importante: cuando el hombre es libre, cuando no depende
de nada, entonces está disponible para responder a la acción de Dios en su
propia historia. Se encuentra, como en otro tiempo Israel, en situación personal
de éxodo.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar que Cristo está en los hombres que experimentan las dificultades de la liberación.
86. El desierto es una tierra inhóspita, "tierra que Dios no ha bendecido", lugar
donde no hay camino, como en el mar. Simbólicamente, el desierto se opone a
la tierra habitable y fértil como la maldición a la bendición. El desierto es, pues,
una tierra maldita. Ahora bien, Dios quiso hacer pasar a su pueblo por esta
"tierra espantosa" (Dt 1, 19), para hacerle entrar en una "tierra que mana leche y
miel". En efecto, el desierto es un lugar de paso, no de permanencia; lugar
donde no hay camino, pero lugar que debe cruzarse.
El desierto, lugar del encuentro del hombre con Dios. La lección del maná,
el alimento del desierto
88. El desierto es, también, el lugar del encuentro del hombre con Dios. Dios
está en medio de su pueblo cuando éste cruza el desierto. Dios le manda el
maná, el alimento del desierto: cuida de que su pueblo no desfallezca. El maná
proporcionaba el sustento día a día. No quedaba asegurado el día de mañana: si
alguno tomaba doble provisión, ésta se pudría. La lección del maná es un
elemento fundamental en la experiencia israelita del desierto y, en general, de la
experiencia religiosa de Israel a lo largo de su historia: el hombre ha de confiar
en Dios y no en su propia fuerza (Dt 8, 17-18).
El desierto, lugar del encuentro del hombre con Dios. La acción de Yahvé,
saldo favorable. Dios abre caminos donde no existen: "Yahvé provee"
90. El desierto, como la cruz y el dolor, se experimenta con un test que revela lo
que hay en el corazón del hombre. El hombre describe en esa situación su
verdadera orientación profunda. Pablo recuerda a la comunidad de Corinto que
la experiencia del desierto dejó al descubierto a un pueblo codicioso del mal; era
un pueblo que no se fiaba de Yahvé. Pablo recuerda también cuáles son los
"pecados del desierto" en los que se concreta la reacción desconfiada del
pueblo: idoltría y fornicación, tentar a Dios, murmuración (1 Co 10. 6-10).
91. El relato del becerro de oro (Ex 32) resume la actitud idolátrica de Israel a
través del desierto: Israel no acepta a Yahvé como Yahvé es; prefiere un dios a
su alcance, hecho a imagen y semejanza propia, cuya ira pueda ser aplacada
con sacrificios, aunque no marque un camino para la propia historia: querría no
estar a la escucha de Dios, sino tener a Dios a su servicio. En definitiva, Israel
no aguanta el desierto y plasma todo su deseo de tierra fértil en el símbolo de la
fertilidad que es el toro, y en los festejos y orgías sexuales propios del viejo culto
pagano: "Sentóse el pueblo a comer y a beber y se levantó a divertirse" (1 Co
10, 7-8; Ex 32, 6; Nm 25, I ss).
92. El "tentar a Dios" puede adquirir formas diferentes: o bien el hombre quiere
salir de la prueba intimando a Dios a ponerle fin (Cfr. Ex 15, 22-25 y 17, 1-7) o
bien se pone en una situación sin salida: "para ver si" Dios es capaz de sacarlo
de ella; o también se obstina, a pesar de los signos evidentes, en pedir otras
"pruebas" de la voluntad de Dios (Sal 94, 9; Mt 4, 7). Todo, en definitiva, se
reduce a no creer en el Dios que traza caminos en la historia y preferir las
seguridades de su precaria situación en el país de Egipto.
Los pecados del desierto. La murmuración
95. Desierto y cruz son, en cierto sentido, realidades equivalentes. "El que quiera
seguirme —dice Jesús— que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día
y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que
pierda su vida por mi causa, la salvará" (Lc 9, 23-24). Dice también: "Lo mismo
que Moisés elevó la serpiente de bronce en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna" (In 3, 14-
15). Efectivamente, Jesús ha colgado sobre la cruz todo lo que suele recibir el
nombre de vida, la "manía del éxito". Y a través de esa señal, necia para el
griego y escandalosa para el judío (1 Co 1, 23), ha desenmascarado el equívoco
que ciega a la humanidad: la confianza en la propia fuerza, y no en la fuerza de
Dios (Dt 8,17-18). Porque sólo Dios pone un camino en nuestro desierto y
senderos en nuestros páramos (Is 43, 19).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Proclamar que Dios está en las verdaderas encrucijadas de los hombres. Conviene
saber esperar, saber confiar.
o Mostrar que Cristo supera la tentación con la misma naturalidad con que posee el
Espíritu.
96. Las dificultades del momento evolutivo que atraviesa (soledad, confusión,
inseguridad...) colocan al preadolescente de forma más o menos consciente, en
una profunda situación de encrucijada: ¿Dónde está la seguridad? ¿Dónde está
la vida? ¿Dónde está Dios? ¿Aparece por alguna parte? ¿Qué quiere decir eso
de que Cristo es el camino, la verdad, la vida? ¿Qué hacer?
101. La primera tentación se refiere al pan (Mt 4, 2-4). Como toda tentación,
pone a prueba la fe. Jesús es el Hijo de Dios y confía en su Padre; y es,
además, el Siervo de Yahvé al servicio de todos los hombres (Cfr. Mt 3, 16-17; Is
42, 1). Jesús es tentado en su confianza en Yahvé, así como en su misión.
Jesús percibe que en este caso el pan, la seguridad del pan, es un obstáculo
tanto en su camino de Siervo como en su condición de "Hijo amado en quien se
complace el Padre". La actitud profunda de Cristo aparece breve y claramente
delineada en las siguientes palabras: "No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4).
La tentación del triunfo personal, camino desechado por Dios para salvar
al mundo. "Al Señor, tu Dios, adorarás, sólo a El darás culto"
105. La tercera tentación se refiere al triunfo personal (Mt 4, 8-10), según lo que
el mundo entiende por triunfar. Pero no es ese el signo que El tiene que dar al
mundo, sino este otro: el signo del amor de Dios en la figura del Siervo de
Yahvé, es decir, manifestar el amor de Dios al mundo, siendo El, el Hijo amado,
el servidor de todos (Rm 5, 8; 1 Jn 4, 10). También esta tentación remite a la
historia de Israel. A pesar de que estaba ya avisado (Dt 6, 10-12), el pueblo hizo
de la tierra prometida un lugar de instalación idolátrica. Olvidó a Yahvé que le
sacó de Egipto, pues por encima de todo buscaba la prosperidad material. La
actitud de Jesús supone que sólo Dios debe ser buscado con todo el corazón. "A
Yahvé, tu Dios, servirás, sólo a El le darás culto" (Dt 6, 13).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Anunciar que Cristo está en los pobres y en ellos quiere ser servido.
o Presentar la pobreza como un mal que se ha de combatir, una tara que no debe darse
en medio de un pueblo fraterno.
o Presentar la pobreza evangélica como una condición socioeconómica y una actitud del
alma.
109. Sin duda alguna, la Biblia nos presenta la pobreza como un mal que hay
que combatir. Esta orientación tiene su fuente en el corazón de la religión
mosaica. Israel fue constituido entonces como un pueblo fraternal en el que no
debería existir esta tara. El Deuteronomio establecerá una serie de medidas
para luchar contra la pobreza: el año de liberación para las deudas y los
esclavos hebreos, la prohibición de prestar a interés, la prohibición de conservar
una prenda tomada al pobre, la obligación del diezmo trienal en favor de los
desgraciados, el pago cotidiano de los obreros, el derecho de rebusca y
espigueo; todo ello a tenor de la siguiente exhortación: "Nunca dejará de haber
pobres en la tierra: por eso yo te mando: abre la mano a tu hermano, al pobre, al
indigente de tu tierra" (Dt 15, 11).
111. Después de Amós, que ruge contra los crímenes de Israel (Am 2, 6ss; 4, 1;
5, 11), los portavoces de Yahvé denuncian sin tregua "la violencia y el bandidaje "
(Ez 22, 29) que infestan el país: fraudes desvergonzados en el comercio (Am 8,
5ss; Os 12, 8), acaparamiento de las tierras (Mi 2, 2; Is 5, 8), esclavitud de los
pequeños (Jr 34, 8-22; Ne 5, 1-13), abuso del poder y perversión de la justicia
misma (Am 5, 7; Is 10,1-2; Jr 22, 13-17). Una de las misiones del Mesías será la
de defender los derechos de los míseros y de los pobres (Is 1 1 , 4; Sal 71, 2ss)
"juzgará con justicia a los débiles y sentenciará con rectitud a los pobres de la
tierra".
113. "Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a
preguntar por medio de dos de sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro. Jesús le respondió: Id a anunciar a Juan lo que
estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos
quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les
anuncia el evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!" (Mt 11, 2-6).
114. Si el Evangelio es una buena noticia para los pobres, es —por lo mismo—
una piedra de escándalo para los instalados y los ricos. En efecto, para la
inmensa mayoría de los hombres la riqueza es objeto de un culto idólatra en lo
más secreto de sus corazones. La acumulación de riquezas es un esfuerzo por
escapar a la angustia de la muerte, de la inestabilidad, de la inseguridad, de la
dependencia; un esfuerzo para asegurarse contra el riesgo, una búsqueda de
consistencia, de arraigo, de autonomía.
115. El rico nos aparece en la Sagrada Escritura como aquel que pretende
escapar a la condición nómada mediante la construcción de ciudades, de
palacios y mediante la acumulación de riquezas. Cierra así los ojos a un
elemento inherente a su ser de hombre, su condición de peregrino. El hombre es
un ser inacabado, un ser que viaja hacia alguna parte. Instalarse no es bueno
para él. La riqueza es precisamente una tentativa de instalarse aquí. Es una
negación de su vocación de peregrino hacia la vida eterna.
116. El pobre, por el contrario, por la fuerza misma de las cosas, está en
condición de no tener nada a qué apegarse. Está disponible, pronto a viajar.
Permanece nómada en su alma. No puede rendir un culto idólatra a riquezas
que no posee. No puede instalarse ni puede aspirar a instalarse para siempre en
medio de unas riquezas acumuladas... Está en mejores condiciones objetivas
que el rico con respecto al designio que Dios tiene sobre el hombre. Está más
disponible para adentrarse por el camino que Dios propone al hombre.
117. Así pues, la pobreza de que habla la Biblia no se reduce solamente a una
condición económica y social, sino que tiene, sobre todo, un alcance y un
significado religiosos: es, en lo más hondo, una disposición interior, una actitud
del alma. Lucas, probablemente, transcribe la frase original de Jesús:
"Bienaventurados los pobres." El evangelio de Mateo, en cambio, habrá añadido
las siguientes palabras: "en el espíritu". El autor de este último evangelio se
propuso así, sin duda alguna, advertir que no bastaba con ser pobre de hecho
para tener parte en esa bienaventuranza de que habla Jesús, ya que, de algún
modo, es necesario prestar un consentimiento libre a esa pobreza, en cuyo
defecto el hombre, pese a versa privado forzosamente del goce de las riquezas,
estaría en realidad apegado a las mismas, fijado en ellas (Cfr. Lc 6, 20; Mt 5, 3).
118. Para esbozar la fisonomía completa de los "pobres de espíritu" hay que
notar también la conciencia que tienen de su miseria personal en el plano
religioso, de su necesidad de auxilio divino. Lejos de manifestar la suficiencia
ilusoria del fariseo confiado en su propia justicia, comparten la humildad del
publicano de la parábola (Lc 18, 9-14). Por el sentimiento de su indigencia y de
su debilidad se asemejan así a los niños y, como a éstos, les pertenece el reino
de Dios (Cfr. Lc 18, 15ss; Mt 19, 13-24).
119. Pero hay todavía algo importante. El pobre es sacramento de Cristo. Cristo
está en el lugar de cada pobre. Por ello, el servicio de los pobres es expresión
de nuestro amor a Jesús: en ellos le socorremos verdaderamente a El. Porque
"os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes
hermanos, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40). 0 también: "Porque tuve hambre y
me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me
hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y vinisteis a verme" (Mt 25, 35-36).
120. Así pues, Dios, en Cristo, se nos hace particularmente cercano en los
hermanos que sufren. Jesús fue inapelablemente explícito al comunicarnos los
criterios a que se atendrá el juicio último: "Entonces los justos le contestarán:
Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de
beber?, ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?,
¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: Os
aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos,
conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 37-40). No se trata de situaciones excepcionales. En
nuestra vida ordinaria encontramos cada día al prójimo que sufre. Cada uno de
nosotros si sabe abrir su corazón al hermano, que pasa por dificultades y
problemas, descubre en él la llamada de Cristo.
o Anunciar que Cristo está en los que llevan su palabra, en los cuales quiere ser
escuchado.
o Presentar la experiencia profética como puro don de Dios, dado para todo tiempo.
122. Desde esta experiencia se acercará mucho más a la verdadera figura del
profeta, tantas veces deformada y reducida a la vulgar caricatura de un extraño
adivino de otro tiempo, cuya especie ha desaparecido para siempre de nuestro
mundo. El Concilio Vaticano II (LG 35) ha recordado que la Iglesia tiene en el
presente una misión profética y que, por tanto, cualquiera de sus miembros
puede participar de ella.
123. El profeta es un hombre que vive la verdad que anuncia. Más allá incluso
de su opción por la verdad y la justicia, posibilitándola, está la acción de Dios en
su propia vida y en medio de la historia. Esta acción de Dios va directamente
encaminada a la conversión del hombre. Sin embargo, su mensaje profético
irrumpe en un mundo .que se construye sobre otros cimientos: Dios no actúa en
la historia (la historia no tiene Señor) y, además, el hombre no puede cambiar.
Esta experiencia universal y permanente, común, deja al descubierto la
condición pecadora del hombre.
124. El profeta se siente desbordado por la verdad que anuncia. Lo hace incluso
a pesar suyo. Así lo vive Jeremías: "La palabra del Señor se volvió para mí
oprobio y desprecio todo el día. Me dije: No me acordaré de él, no hablaré más
en su nombre; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los
huesos: intentaba contenerlo, y no podía" (Jr 20, 8-9). Jonás, antes de ir a Nínive
a donde Dios le envía, saca un pasaje de barco en dirección contraria para
marcharse a Tarsis (a los ojos de los hebreros, "el fin del mundo" entonces
conocido). Jonás pretende sustraer a una misión comprometida, huyendo lo más
lejos posible (Jon 1, Iss).
126.En el pueblo de Israel, rey, sacerdote, profeta son durante largo tiempo
como los tres ejes de la sociedad de Israel, bastante diversos para ser a veces
antagónicos, pero normalmente necesarios los unos a los otros. Mientras existe
un Estado se hallan profetas para iluminar a los reyes: Natán, Elías, Eliseo,
sobre todo Isaías, y por momentos Jeremías. Les incumbe decir si la acción
emprendida es la que Dios quiere, si tal política se encuadra exactamente dentro
de la historia de la salvación.
130. Los profetas son los centinelas de la Alianza: denuncian el pecado del
hombre y anuncian la acción salvadora de Dios. Representan siempre la
esperanza e invitan a la conversión: vuelta del hombre hacia Dios y hacia el
hermano. Los profetas vigilan, pues, el cumplimiento de la Alianza y denuncian
las claudicaciones del pueblo en el orden religioso y moral.
132. Los profetas son arrebatados por el celo de la gloria de Dios. Isaías la
contempla bajo el aspecto de una gloria regia (Is 6, lss). Es un fuego devorador,
que pone al descubierto la impureza de la criatura, su nada, su radical fragilidad.
La gloria de Dios no triunfa destruyendo, sino purificando y regenerando, y
quiere invadir toda la tierra. Ezequiel proclama la libertad transcendente de la
gloria, que en la época del destierro abandonará el templo en señal de
reprobación (Ez 9-11) y que luego irradiará sobre una comunidad renovada por
el Espíritu (36, 23ss; 39, 21-29). Como el salmista, el profeta se consume de
celo ante el olvido de la Palabra de Dios: "me consume el celo, porque mis
enemigos olvidan tus palabras" (Sal 118, 139; cfr. Sal 68, 10). Para los tiempos
mesiánicos, los profetas anuncian que la gloria de Dios alcanzará una dimensión
universal: "Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para
ver mi gloria" (Is 66, 18; cfr. Sal 96, 6; Hb 2, 14). Sobre este fondo esperanzador
se destaca la figura sin apariencia ni esplendor (Cfr. Is 52, 14; 53, 2) de quien,
sin embargo, está encargado de hacer irradiar la gloria de Dios hasta las
extremidades de la tierra (Cfr. Is 49, 1-6).
134. En Isaías se denuncia la vaciedad de un ayuno sin sentido: "Es que el día
en que ayunábais, buscábais vuestro negocio y explotabais a todos vuestros
trabajadores. Es que ayunáis para litigio y pleito y para dar puñetazos al
desvalido" (Is 58, 3-4). Cristo confirma el veredicto del profeta: "Este pueblo
me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Mt 15, 8). También
El declara la inutilidad de una religión meramente exterior: "No todo el que me
diga: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7, 21).
135. Los profetas denuncian las transgresiones del pueblo en el terreno moral:
los atentados contra la vida humana, la violación de la fidelidad matrimonial, las
diferencias escandalosas entre ricos y pobres, la opresión
136. No es de extrañar que la palabra de los profetas de Israel tropiece con una
resistencia violenta. Es esta una condición de la existencia profética que
experimentaron también Cristo y sus discípulos. Es este un hecho de
experiencia verificable hoy como ayer. Los judíos del tiempo de Cristo, en cuanto
tales, no eran ni mejores ni peores que los demás hombres. Al no tolerar al
profeta, el mundo está manifestando su pecado (Mt 23, 29ss;,Lc 12, 1-12; 6, 26).
Cristo está en los que llevan su palabra y en ellos quiere ser escuchado
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Destacar la función del Siervo de Yahvé en medio del mundo. El mundo no tolera al justo, y en ello
manifiesta su pecado: el justo sale del círculo de la violencia con una actitud nueva en el mundo: el
amor al enemigo.
Tomar conciencia de que cualquiera de nosotros puede ser siervo, si el Espíritu de Dios está con él.
144. Como tantas veces, también aquí los caminos de Dios no coinciden con los
caminos de los hombres. Dios ha suscitado en la Escritura y en la historia la
figura única del Siervo de Yahvé, figura incomparable que asume en sí mismo la
doble función —complementaria— del servicio a Yahvé (= cumplimiento de su
voluntad, Hb 10, 7) y de cargar sobre sus hombros todo el peso del pecado del
mundo. El Siervo representa una respuesta (de antemano absolutamente
inimaginable) a ese doble drama de la sociedad: el de la injusticia y el de la
violencia.
145. La Escritura llama "Siervo de Yahvé" a aquél a quien Dios llama a colaborar
en la historia de salvación del mundo y viene a servir a este designio. El servicio
que Yahvé quiere no se limita a un culto ritual, sino que se extiende a la entrega
de toda la vida, que —como la de Jesús— se manifiesta en dependencia radical
de la voluntad del Padre: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has
preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni, víctimas expiatorias. Entonces
yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh, Dios!, para hacer tu
voluntad" (Hb 10, 5-7; cfr. Sal 39, 7-9; Mt 16, 21; Le 24, 26; Jn 14, 30).
146. Sirviendo a Dios, Jesús (el Siervo prototipo) sirve a los hombres. Y
sirviendo a los hombres, sirve a Dios. "Yo estoy en medio de vosotros como el
que sirve" (Lc 22, 27), dice Jesús. Y dice también: "El que quiera ser grande, sea
vuestro servidor; y el que quiera ser primero sea esclavo de todos. Porque el
Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida
en rescate por todos" (Mc 10, 43-45). El Siervo de Yahvé impugna directamente
la decisión diabólica "no serviré".
Entre la espada y la pared, punto crucial. El dolor del Siervo deja patente el
virus del pecado
150. Asimismo, la historia de los profetas muestra hasta qué punto un hombre,
armado solamente con la Palabra de Dios, puede incomodar a los poderosos:
"Ha devorado vuestra espada a vuestros profetas, como el león cuando estraga"
(Jr 2, 30), dice el profeta Jeremías. Y conocida es la afirmación de Jesús:
"Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te
envían" (Mt 23, 37). Con ello se produce una paradoja histórica: la caza del
profeta viene a ser una costumbre en la ciudad más religiosa de la Tierra.
151. Isaías sabe que el Siervo es "el abominado de las gentes" (49, 7),
"despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros" (Is 53, 3).
Jeremías tiene conciencia de encontrarse comprometido, entre la espada y la
pared, entre la Palabra de Dios y el pecado del mundo: "Me sedujiste, Señor, y
me dejé seducir; me forzaste y me violaste. Yo era el hazmerreír todo el día,
todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar "Violencia",
proclamando "Destrucción". La palabra del Señor se volvió para mi oprobio y
desprecio todo el día. Me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su
nombre; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos:
intentaba contenerlo y no podía" (Jr 20, 7-9).
152. El Siervo deja de serlo, si colabora con la injusticia. Precisamente por eso
el mundo le odia. Porque no es del mundo (Jn 15, 19). El libro de la Sabiduría
refleja así todo ese odio: "Acechemos al justo que nos resulta incómodo: se
opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende
nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo
del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una
vida distinta de los demás y su conducta es diferente; nos considera de mala ley
y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras: declara dichoso el fin de
los justos y se gloría de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son
verdaderas... Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien
se ocupa de él" (Sb 2, 12-20).
153. La injusticia, la violencia, el pecado del mundo, tienen su propio peso, peso
que experimenta el Siervo de Yahvé. Y con todo, dice Isaías: "El soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos
leproso, herido de Dios y humillado; pero El fue traspasado por nuestras
rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó
sobre El, sus cicatrices nos curaron" (Is 53, 4-5). El Siervo, como profeta, tiene la
responsabilidad de haber visto y ante esta responsabilidad se queda solo, lo cual
también pesa: "Miraba sin encontrar un ayudante, buscaba sin encontrar quien
me apoyara" (Is 63, 5).
Un dolor positivo
155. El dolor del Siervo tiene un sentido: él soporta el castigo que nos trae la
paz (Is 53, 5). Su dolor es positivo, creador. Podría defenderse por la fuerza, sí,
pero la negativa a utilizar ante una agresión otra agresión no es más que el
reverso de una conducta positiva, creadora, terapéutica. La vida humana
necesita continuamente de gestos semejantes: "Yo no me resistí ni me eché
atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban las mejillas, a los que mesaban
mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos" Os 50, 5-6). Fue
necesario para que todo hombre (preocupado por defenderse) tuviera en el
Siervo el estímulo de una conducta nueva ante la violencia y el pecado.
156. El dolor del inocente, silencioso, sin réplica, refleja como ningún otro —por
significativo contraste— el pecado del injusto agresor, el cual —liberado de la
necesidad de contra réplica—, tiene la aportunidad de percibir, como en un
espejo, su propio pecado. La estampa histórica de Cristo perseguido puede
reconocerse a través de este pasaje profético de Isaías: "Como cordero llevado
al matadero, como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca" (Is 53, 7). La ausencia de réplica refleja, al propio
tiempo, la justicia del Siervo doliente, una justicia que no es de este mundo,
pues este mundo no puede amar a su enemigo.
157. Esa justicia es una justicia nueva en el mundo, es la justicia proclamada por
Cristo en el Sermón de la Montaña: "Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente
por diente. Yo, en cambio, os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al
contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que
quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te
requiera para caminar una milla, acompáñale dos, a quien te pide, dale, y al que
te pide prestado, no lo rehuyas" (Mt 5, 38-42).
159. Así resulta que el "abominado de las gentes" viene a enseñar a las
naciones lo que es realmente justicia, una justicia semejante a la de Dios (Mt 5,
48). Como dice San Mateo, Jesús es el siervo que anuncia la justicia a las
naciones y cuyo nombre es su esperanza (Mt 12, 18-21; Is 42, 1-4). 0 como dice
el profeta Isaías: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob
y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que
mi salvación alcance hasta el confín de la tierra" (Is 49, 6).
160. La Iglesia siempre, también en el mundo actual, está llamada a ser Siervo
de Yahvé: "También nosotros debemos llevar la cruz que la carne y el mundo
echan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia" (GS 38).
Llevamos la cruz a imitación de Cristo, sin olvidar que sólo El ha sido real y
plenamente el verdadero Siervo de Yahvé. También nosotros debemos llevar la
Cruz. "Como Cristo llevó a cabo la obra de la redención en medio de la pobreza
y la persecución, así la Iglesia está llamada a recorrer el mismo camino, a fin de
comunicar a los hombres los frutos de la salvación. Cristo Jesús, existiendo en
la forma de Dios..., se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo (F1p 2,
6-7), y, por nuestra causa, se hizo pobre, siendo rico (2 Co 8, 9): así la Iglesia,
aunque tenga necesidad de medios humanos para cumplir su misión, no fue
instituida para buscar gloria terrena, sino para proclamar —también con su
propio ejemplo— la humildad y la abnegación... La Iglesia "marcha peregrinando
entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios" (S. Agustín),
anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El retorne (Cfr. 1 Co 11,
26). Es fortalecida, sin embargo, por la fortaleza del Señor resucitado a fin de
vencer con paciencia y amor' sus aflicciones y dificultades, tanto las internas
como las exteriores, y revelar al mundo su misterio. Con fidelidad, aunque entre
penumbras, hasta que se manifieste en todo su esplendor al fin de los tiempos"
(LG 8).
161. Sin embargo, es necesario decir que ninguno de nosotros puede ser Siervo,
si el Espíritu de Dios no desciende sobre él y le da la fuerza y le sostiene: "Mirad
a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi
Espíritu" (Is 42, 1). El Siervo sabe por qué puede hacer lo que hace: "Mi Dios era
mi fuerza" (Is 49, 5; 50, 7.9). María, la Madre de Jesús, "la esclava del Señor"
(Lc 1, 38), se muestra como egregia discípula de Cristo, el Siervo, y paradigma
de la Iglesia servidora.
Persiguen a Cristo mismo quienes persiguen a sus servidores
162. Los servidores de Dios son ahora ya los servidores de Cristo (Rm 1, 1; Ga
1, 10; Flp 1, 1). Son sus enviados que correrán una suerte semejante a la suya
(Mt 10, 24-25). "Cuando os arresten no os preocupéis de lo que vais a decir o de
cómo lo diréis; en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis
vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros" (Mt
10, 19-20). En adelante, perseguirán al mismo Cristo quienes persigan a sus
servidores. Esta fue la experiencia de Pablo (Hch 9, 5).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
165. Babel es el nombre hebreo de Babilonia, ciudad del embrollo, ciudad del
mal, ciudad de la nada. Babilonia es en la Escritura una ciudad-símbolo. Como
Jerusalén, pero al revés. La ciudad histórica de Babilonia cayó mucho antes del
advenimiento del Nuevo Testamento. Pero a través de ella el pueblo de Dios
adquirió conciencia de un misterio de iniquidad que está constantemente en
acción aquí en la tierra: Babilonia y Jerusalén, erguidas una frente a otra, son las
dos ciudades entre las que se reparten los hombres, la ciudad de Dios y la
ciudad de Satán.
167. El relato del Génesis (11, 1-9) presenta de forma sencilla la equivocación
profunda de Babel. El pecado colectivo de Babel se describe como una rebeldía
que sigue las trazas y participa del primer pecado del hombre: el pecado de
Adán. Los hombres quieren "alcanzar el cielo" por su propio poder, pretenden
llegar a ser "como dioses", pero sin Dios. Babel es el símbolo de la soberbia
humana, que quiere alcanzar la plenitud de la vida, prescindiendo de Dios, de
espaldas a El. Esta pretensión involucra a Babel en una situación idolátrica,
cuyas engañosas consecuencias se manifiestan después. Mientras tanto,
Babilonia se levanta como potencia temerosa, que hace de su fuerza su dios (Ha
1, 11).
168. Rota la alianza con Dios, se rompe la alianza entre los hombres. Se
sustituye la fe por la idolatría, pero la soberbia (idolátrica) de unos hombres que
construyen su ciudad sin Dios tiene como fruto un misterio de incomprensión, de
incomunicación, de confusión: "Voy a bajar y a confundir su lengua, de modo
que uno no entienda la lengua del prójimo" (Gn 11, 7). Los ídolos que se crea la
vanidad y el egoísmo de los hombres (Cfr. Sb 14, 14) impiden inexorablemente
la comunicación entre los mismos. Babel, que en realidad significa "puerta de
Dios", vino a ser paradójicamente ciudad de confusión, "la ciudad del embrollo".
179. Así por el Espíritu, la Iglesia es la verdadera Jerusalén, soñada por Dios,
"lugar de reunión" para la humanidad entera, antitipo de Babel, cuyo misterio es
diametralmente opuesto. El misterio del pecado deshace a Babilonia como
pueblo, disgrega a un pueblo que era uno. El misterio de Pentecostés hace un
solo pueblo de muchos, de gentes venidas de todas partes: un pueblo sin
fronteras, universal (Hch 2, 5-11). Si Babilonia es misterio de idolatría, de
incomunicación y de dispersión, Pentecostés (y la Nueva Jerusalén) es misterio
de fe, de comunicación y de comunidad.
La Iglesia es santa
185. Es cierto, sin embargo, que la Iglesia es todavía Iglesia que alberga en su
seno a pecadores (1 Co 5, 1.-12); éstos se encuentran desgarrados en su
interior entre su pecado y las exigencias del llamamiento que los ha hecho entrar
en la asamblea de los "santos" (Hch 9, 13). A ejemplo de Cristo, la Iglesia no los
rechaza, sino que les ofrece el perdón y la purificación (Jn 20, 23; St 5, 15-16; 1
Jn 1, 9), sabiendo que la cizaña puede todavía convertirse en trigo en tanto la
muerte no haya anticipado para cada uno la "siega" (Mt 13, 30).
"Si bien Cristo santo inocente, inmaculado (Hb 7, 26) no experimentó el pecado
(2 Co 5, 21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (Cfr. Hb
2, 17), la Iglesia, por abrazar en su propio seno a pecadores, siendo
simultáneamente santa y necesitada de continua purificación, avanza siempre
por el camino de la penitencia y la renovación" (LG 8).
187. En la última cena, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: "Para que todos
sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). Unidos los
hombres en el misterio de Dios: he ahí el misterio de la Iglesia, un misterio que
queda abierto a nuestra experiencia, porque "donde dos o tres están reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). La presencia de Cristo
en la Iglesia se realiza, de modo especial, en el sacramento de la Eucaristía. El
pan y el vino se transforman realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. La
Iglesia, en su misma estructura, es radicalmente comunidad de los que están
unidos entre sí, porque participan del mismo pan que es Cristo (Cfr. 1 Co 10, 17;
cfr. Tema 55).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
190. Las alegrías de la vida humana son parte integrante de las promesas y
bendiciones de Dios: la alegría incontenible de vivir, la alegría del esposo y de la
esposa, la alegría de los hijos, la alegría del deber cumplido, la alegría de la obra
bien hecha, la alegría limpia de la pureza, la alegría compartida de la amistad, la
alegría del servicio generoso a los otros.
196. En la persona de Jesús está ya presente el Reino de Dios (Mc 1, 15; Lc 17„
21). Ahora se hacen realidad todas las promesas y esperanzas que anunciaron
los profetas: ha llegado la "plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4; Ef 1, 10), la hora de
la gran cena (Le 14, 16-17). "El Reino de los Cielos, dice Jesús, se parece a un
rey que celebraba la boda de su hijo" (Mt 22, 2). Cuando Jesús comienza su
predicación, Juan el Bautista se llena de alegría al oír la voz del Esposo (Jn 3,
29); mientras el Esposo está presente, sus amigos permanecen en fiesta y no
pueden ayudar (Le 5, 34). Al banquete de bodas, todos los invitados han de
llegar con el traje de fiesta (Mt 22, 11-12).
Alegría desbordante
199. En cierta ocasión, los setenta y dos discípulos volvían entusiasmados junto
a Jesús, pues hasta los demonios se les sometían en su nombre. Jesús les dice
que deben alegrarse por un motivo mayor: porque sus nombres están escritos
en los cielos (Le 10, 17-20). Jesús entona entonces el "himno de la alegría",
pues la Buena Noticia del Reino de Dios se manifiesta por medio de El a los
pequeños: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la
gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha
entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es
el Padre, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar" (Le 10, 21-22).
Los discípulos son dichosos, pues a ellos se les revela el Reino de Dios: "Y
volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que
vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que
veis vos-otros y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron" (Le 10, 23-24; Ofr.
8, 10).
La alegría de la conversión
201. La alegría cristiana brota también frente al dolor y la cruz. Por la cruz va
Jesús al Padre; los discípulos deberían alegrarse de ello, si le amaran y si
comprendieran el sentido de su partida: "Os conviene que yo me vaya; porque si
no me voy no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo
enviaré" (Jn 16, 7). Gracias al don del Espíritu, vivirán de la vida de Jesús (Jn
14, 16-20); entonces su tristeza se cambiará en alegría, una alegría que nadie
se la podrá quitar, la alegría pascual: "Pues sí, os aseguro que lloraréis y os
lamentaréis vosotros mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes,
pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz,
siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se
acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.
También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a. veros y se alegrará
vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría" (Jn 16, 20-22).
204. El mundo camina, según el plan de Dios, hacia la plenitud del Reino que ha
comenzado ya en la persona de Jesús, hacia una gran fiesta que no tiene fin: la
fiesta de las bodas del Cordero. Quienes participen en ella darán ,gloria a ,Dios
con cantos de triunfo y de alegría: "Oí después en el cielo algo que recordaba el
vocerío de una gran muchedumbre; cantaban: Aleluya. La victoria, la gloria y el
poder pertenecen a nuestro Dios... Con alegría y regocijo démosle gloria, porque
han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha
concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura —el lino son las buenas
acciones de los santos. Luego me dice: Escribe. Dichosos los invitados al
banquete de bodas del Cordero" (Ap 19, 1.7-9).
205. Alegría y paz son una misma cosa. La alegría, por sí sola, sería algo
superficial y pasajero. Sin la paz, sin la alegría, en la Igelsia no se transmite
nada; tampoco el Evangelio. Cuando nos abandonan, debemos interrogarnos:
"Sería muy extraño que esta Buena Nueva, que suscita el aleluya de la Iglesia,
no nos diese un aspecto de salvados" (GD). Como la alegría, la paz nos la da
Jesús: "La Paz os dejo, mi Paz os doy; No os la doy como la da el mundo" (Jn
14,27). "A la luz de la fe y de la experiencia cristiana del Espíritu, esta paz, que
es un don de Dios y que va en constante aumento como un torrente arrollador,
hasta tanto que llega el tiempo de la "consolación", está vinculada a la venida y
a la presencia de Cristo" (GD).
206. La paz de Jesús se extiende a las regiones heridas de nuestro ser, a esa
amargura que pesa y hostiga, a esas plagas donde fermentan los sentimientos
contradictorios, los espejismos de la duda y de la división interior. La paz de
Cristo no elimina pruebas ni sufrimientos. Pero éstos ya no nos desbordan; son
dominados en el interior del hombre, quedando en acción las fuerzas vivas. La
paz no es insulsa tranquilidad, pasividad interior o huida del prójimo. No hay paz
en el olvido del prójimo, pues todos los días suena la misma pregunta: ¿Qué has
hecho de tu hermano? Es ilusoria la paz que no suscita la comunicación y la
unidad fraterna. Pacificado, el hombre es conducido al prójimo.
El secreto de Jesús: el Padre le ama. Estad siempre alegres: Dios nos ama.
208. "Esta alegría de estar dentro del amor de Dios comienza ya aquí abajo. Es
la alegría del Reino de Dios. Pero es una alegría concedida a lo largo de un
camino escarpado, que requiere una confianza total en el Padre y en el Hijo, y
dar una preferencia a las cosas del Reino. El mensaje de Jesús promete ante
todo la alegría; esa alegría exigente ¿no se abre con las bienaventuranzas?:
"Dichosos vosotros los pobres, porque el Reino de los Cielos es vuestro.
Dichosos vosotros los que ahora pasáis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos vosotros los que ahora lloráis, porque reiréis" (GD).
CAPITULO III
EN CRISTO NOS ENCONTRAMOS CON EL MISTERIO
DE DIOS
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Anunciar que en Cristo nos encontramos con el propio misterio de Dios. Desde el
misterio de Dios se ilumina el misterio del hombre. Cristo es el verdadero rostro de Dios para los
hombres y verdadero rostro del hombre para Dios.
o Destacar que la Iglesia primitiva adquiere conciencia definitiva del misterio de Cristo
como fruto directo de su Pascua. A la luz de dicha experiencia, los discípulos fue-ron pasando de la
admiración por Jesús a la adoración.
¿Quién es éste?
212. Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus
discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?" Ellos con-testaron:
Unos dicen que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de
los profetas (Mt 16, 13-14). El pueblo reconoce en Jesús a un profeta. Pedro ha
llegado más lejos: le ha sido dado a comprender que Jesús es el Cristo, el Hijo
de Dios vivo. Jesús les recomienda silencio. El pueblo espera un mesías
político, pero Jesús no va a responder a semejante expectativa (Jn 18, 36). Sus
caminos son diferentes (Mt 16, 2lss).
213. También hoy, como hace veinte siglos, la figura de Jesús suscita profundos
interrogantes: ¿Quién es realmente Jesús? ¿Un gran hombre del pasado? ¿Un
revolucionario? ¿Un' profeta? ¿Un mito? ¿Un guerrillero? ¿Un hermano para
cada hombre? ¿Alguien que actúa en nuestra vida? ¿Aquél sin el cual nada
tendría sentido?
214. Tras el sondeo de lo que dice la gente, Jesús hace la pregunta directa: "Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16, 15). Decir supone aquí confesar,
reconocer el misterio de Cristo o, por el contrario, negarlo. En el camino de los
hombres hacia Cristo hay un punto en el que uno deja de ser espectador, para
comenzar a ser protagonista de una lucha en la que de nada sirven los términos
medios: "el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo,
desparrama" (Lc 11, 23).
217. Por otro lado, quienes vieron y oyeron a Jesús de Nazaret tropezaron a
veces con el hecho de haberle conocido desde hacía mucho tiempo en su vida
cotidiana. ¿Cómo comprender entonces el misterio de un hombre a quien hemos
conocido de niño y de adolescente?: "Fue a su ciudad y se puso a enseñar en la
sinagoga. La gente decía admirada: ¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos
milagros? ¿No es el hijo del carpintero?... Y aquello les resultaba escandaloso.
Jesús les dijo: Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta" (Mt 13, 54-
57).
Jesús de Nazaret ha existido desde siempre "en su condición divina" (F1p 2, 6):
él es "el Hijo Unico" que Dios, por amor, ha entregado al mundo "para que no
perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16).
Jesús de Nazaret es la Palabra que, "en el principio", "estaba con Dios" y "era
Dios" (Jn 1, 1); es el Hijo, por quien Dios "ha hablado en estos últimos tiempos",
"resplandor de su gloria e impronta de su esencia" (Cfr. Hb 1, 1-4). Es esa
Palabra la que "se hizo carne y acampó entre nosotros" (Jn 1, 14).
Cristo, verdadero rostro de Dios para los hombres y verdadero rostro del
hombre para Dios
224. Cristo es el verdadero rostro del hombre para Dios, Cristo es revelador del
hombre. El hombre se encuentra a sí mismo, cuando vive en el amor, en éxodo,
en confianza, en misericordia, en servicio y a la escucha de Dios, en comunidad
de fe; recobra su identidad como imagen de Dios, cuando vive como hijo del
Padre, rescatado del poder del pecado y de la muerte. El hombre se humaniza a
medida que se hace semejante al Padre y a Cristo --hijo del Padre—, por la
fuerza del Espíritu. Cristo, el Hombre Nuevo, "revela plenamente el hombre al
hombre" (GS 22). El es "imagen de Dios" y, también, prototipo del hombre, pues,
dice San Pablo, Dios nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm 8,
29).
SEGUNDA PARTE
CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DE DIOS
Tema 17.—(,Quién es Jesús? Mesías. Siervo. Señor. Hijo del Hombre. Hijo de
Dios.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Presentar el Misterio de Dios como la realidad más profunda que puede experimentar el hombre
creyente. Esta experiencia supone:
-aceptar en nosotros la presencia eficaz del Espíritu que Dios Padre y su Hijo Jesucristo nos envían
gratuitamente.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Que el preadolescente:
— descubra a Cristo como Señor de su vida y de la historia, a fin de vivir en comunión con El.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
-Presentar al preadolescente la experiencia que los primeros cristianos tienen de Jesús Resucitado
como Señor de la historia. El Señor desvela y transforma la realidad más profunda del sentido de su
vida.
-Anunciar al preadolescente que esta experiencia hoy se cumple en los creyentes y proponerle que, por
el don de la fe, también él puede, en cierta medida, participar de esta experiencia de Cristo como Señor
de la historia y de su vida: el Señor continúa enviando la luz y la fuerza de su Espíritu y ofreciendo a los
creyentes el verdadero —y siempre nuevo— sentido de la vida.
Una fe fundamental: Yahvé es el Señor de la historia y está con su pueblo
1. El pueblo de Israel descubrió una cosa muy importante, tan importante como
para que ocupara con todo derecho el centro de la vida del pueblo. En principio,
parecían casualidades. Pero no, se fue imponiendo la buena noticia por sí
misma: Dios actúa eficazmente en medio de los acontecimientos y es
reconocido como Señor de la historia. La historia tiene su Señor.
Su nombre es Yahvé: "Soy el que soy" (Ex 3, 14), el Señor. El Dios verdadero es
un Dios trascendente, a quien el hombre no puede verdaderamente nombrar.
"Yo soy el Señor... Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios; para que
sepáis que soy el Señor vuestro Dios, el que os saca de debajo de las cargas de
los egipcios; os llevaré a la tierra que prometí con juramento a Abrahán, Isaac y
Jacob, y os la daré en posesión:
Yo, el Señor" (Ex 6, 6-8). El Dios verdadero estaba siempre con su pueblo: su
nombre evoca toda la gesta divina de la liberación del pueblo elegido, con sus
atributos de bondad, misericordia, fidelidad, poder. "Yo soy el Señor, este es mi
nombre, no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos" (Is 42, 8). El
Dios verdadero opone su existencia sin restricción a la "nada" de los ídolos. Con
esta fe monoteísta de fondo, que afirma que el Dios único estará siempre con su
pueblo y manifestará eficazmente su presencia, emprende Moisés la aventura
del éxodo.
Y, sin embargo, los Apóstoles tienen conciencia de que Cristo vive Resucitado,
es el mismo que sufrió y murió en la cruz. Hay una identidad entre su existencia
terrena y su existencia gloriosa totalmente libre.
7. En los relatos de apariciones del Señor, nos llama la atención el que los
discípulos no lo reconozcan de pronto. Por otra parte, comprueban que es El.
Esto tiene un profundo sentido. Naturalmente, es, ante todo, una prueba más de
que la imagen del Señor Resucitado les viene de la realidad y no es creación de
su fantasía. Necesitan tiempo hasta reconocerlo. Pero esto nos hace ver algo
aún más profundo que atañe al mismo Jesús: su novedad. Jesús no es ya
enteramente el mismo.
8. Sus apariciones no significan que quiera continuar unas semanas más su vida
terrena, sino que inician ya a sus discípulos y a su Iglesia en una nueva manera
de su presencia. El hecho de que súbitamente puede ser visto en medio de sus
discípulos no significa sólo que puede entrar "con las puertas cerradas", sino
que está siempre presente, aunque no lo vean. El Señor resucitado es ya la
nueva creación prometida, que ha comenzado a irrumpir entre nosotros. Las
apariciones son índices de su presencia permanente.
Reconocido en su palabra
11. Por lo mismo sopló también sobre sus discípulos y les dio el Espíritu Santo,
por el que en lo sucesivo nos uniríamos con El. En las apariciones se habla
igualmente del oficio pastoral de Pedro y del perdón de los pecados. Todo esto
son modos de la presencia permanente de Jesús.
12. Esta presencia de Jesús será reconocida por la fe. También esto nos hacen
ver las apariciones. Ya vimos cómo los discípulos de Emaús sólo lo
reconocieron cuando la fe comenzó a abrir su corazón. El verdadero
reconocimiento no se lo dieron los ojos corporales, sino los de la fe. Es una idea
consoladora el que también a los testigos oculares se les exija la fe. No están,
pues, tan lejos de nosotros, que recibimos la señal del profeta Jonás, es decir,
primero la predicación de Jesús (Lc 11, 30) y luego el mensaje de su
resurrección (Mt 12, 40), en la actual predicación de la Iglesia. No basta una
simple mirada para percibir la realidad de la resurrección de Cristo, la nueva
creación. Para ello es menester algo más radical: el hombre nuevo.
13. Los primeros cristianos comprenden, a través de todo ello, que lo que
comienza a renovar la historia universal no es una obra humana, sino una acción
de Dios, que levanta para siempre la cabeza humillada de Jesús. Así lo cantan
en un himno, de entonces: "El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre
cualquiera, se rebajó, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por
eso, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de
modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la Tierra, en
el Abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios
Padre" (F1p 2, 6-11).
Señor de mi vida
15. Cristo ha sido constituido Señor; Señor de la Historia, pero también Señor de
mi vida. De nada serviría lo primero, si no fuera verdad lo segundo: Cristo seria
algo abstracto y lejano. También aquí, creer no es meratnente admitir la
existencia de Dios y de Cristo, sino creer que Dios en Cristo interviene dentro de
la historia humana concreta: "Ser cristiano yo" significa "vivir que Cristo ha sido
constituido Señor también para mí".
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Presentar al preadolescente que Jesús, constituido Señor para nuestra Salvación, fue
verdaderamente hombre. Es uno de los nuestros.
18. "Por entonces salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un
censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino
gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También
José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret,
en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su
esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí, le llegó el tiempo, del
parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre, porque no tenían sitio en la posada" (Lc 2, 1-7).
20. Efectivamente, Mateo, cuyo evangelio tiene a los judíos por destinatarios,
presenta a Cristo profundamente enraizado en la historia de Israel. Su
genealogía sigue la sucesión dinástica y legal. Jesús aparece como el verdadero
heredero de la promesa hecha a Israel: toda la historia de este pueblo aparece
centrada en él y él es solidario de esta historia. Mateo muestra, en la persona y
en la obra de Jesús, el cumplimiento de las Escrituras y el sentido más profundo
de la historia de Israel.
21. Por su parte, Lucas, que escribe para los gentiles, presenta a Cristo
profundamente vinculado con la historia de la humanidad. Su genealogía sigue
la línea de la descendencia natural. Jesús está, como Adán, en la misma raíz de
la historia humana. El es el depositario de la esperanza del mundo. Y así toda la
historia humana aparece centrada en El.
Su origen se enraíza en el Espíritu de Dios. Mensaje de la concepción
virginal
27. En efecto, entre todos los hijos que fueron dados a Israel como fruto de una
promesa, Jesús representa la cima más alta. Cuando él vino al mundo, había
todo un pueblo que pedía su nacimiento; una larga historia lo había prometido.
Era hijo de la promesa como ningún otro. El más profundo anhelo del género
humano encontró en él su cumplimiento. Esta misma es la razón por la que tal
cumplimiento sobrepasa las posibilidades humanas mucho más que la venida al
mundo de cualquier otro hombre. No hay nada en el seno de la humanidad, ni en
la fecundidad humana que pueda engendrar a aquel de quien depende toda
fecundidad humana y todo el desarrollo de nuestra estirpe, pues todo ha sido
creado en él.
28. Este misterio del grandioso regalo que Dios ha hecho a los hombres en la
persona de Jesús, lo podemos ver también señalado por el acontecimiento —
igualmente lleno de misterio— de la concepción virginal de Jesús, que nos
presentan en su evangelio San Mateo y San Lucas: Jesús no ha sido
engendrado por intervención de un hombre, sino que fue concebido por obra del
Espíritu Santo, y nació de una mujer joven, llena de gracia y elegida por Dios
para ser la Madre de su Hijo.
Fe de la Iglesia
29. Esta enseñanza del Evangelio fue recogida por todas las antiguas
profesiones de fe y por la ininterrumpida tradición de los padres de la Iglesia y
del magisterio; con el cual todos nosotros confesamos que Jesús "fue concebido
por obra y gracia del Espíritu Santo, y nació de Santa María la Virgen" (Símbolo
de los Apóstoles).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
-Que el preadolescente descubra cómo los años oscuros de Jesús se desarrollan bajo el signo de lo
cotidiano participando plenamente de la condición humana.
-Que el preadolescente experimente esta encarnación de Cristo como una presencia redentora y
liberadora en nosotros, que nos cura, nos vivifica y nos salva de nuestra pobreza y oscuridad.
31. Los años de vida oculta constituyen una amplia etapa en la vida de Jesús.
Desde el nacimiento en Belén hasta el bautismo en el Jordán. Casi toda su vida.
Con todo, no es esta etapa, sino el acontecimiento de la Pascua, lo que ocupa el
primer plano del Evangelio. La primera indicación que hallamos en las capas
más antiguas; del Nuevo Testamento no se refiere a su juventud, ni siquiera al
curso general de su vida, sino a lo que fue culminación de su existencia: su
muerte y su liberación de ella por obra de Dios Padre, es decir, su Resurrección.
Lo que cuenta ante todo es que ahora vive. Este acontecimiento ilumina toda la
vida de Jesús. Pero, los evangelistas no han tenido especial preocupación por
narrar con detalle todos los sucesos de la vida del Señor.
No es un obstáculo a nuestra fe
María no es más que una humilde mujer aldeana, "la esclava del Señor"; pero,
sin embargo, sobre ella descansa la gloria de Dios. El nacimiento de Jesús tiene
lugar en medio de unas condiciones relativamente dramáticas; sin embargo, los
ángeles del Señor cantan su gloria. Jesús y María se atienen a todas las
costumbres cultuales y rituales de Israel, manteniendo su condición de pobres;
pero los herederos de los "pobres de Yahvé", en quienes las esperanzas de
salvación están siempre tan vivas, saben reconocer al rey mesiánico, que es la
luz del mundo.
38. "El Hijo del Hombre vino en persona a la tierra, se revistió de humanidad y
sufrió voluntariamente la condición humana. Quiso someterse a las condiciones
de debilidad de aquellos a quienes amaba, porque quería ponernos a nosotros a
la altura de su propia grandeza" (Clemente de Alejandría).
40. Los años de vida oculta de Jesús nos invitan a pensar en su humanidad
concreta: él fue realmente hombre, con todas las limitaciones que lleva consigo.
Como dice San Juan, "la Palabra se hizo carne" (Jn 1, 14). Más allá de toda
apariencia y docetismo, Jesús tiene toda la realidad de nuestra condición y, en
ella, vive la lenta maduración que exige nuestro destino humano. Los años de
oscuridad y de maduración de que habla San Lucas, nos hacen desconfiar una
vez más de toda invención o fábula que venga a escamotear el "escándalo" de
la Encarnación (Cfr. 2 Jn 1, 7): Jesús de Nazaret nos ha proporcionado el rostro
humano de Dios, asumiendo la condición más común de los hombres.
Hubiera sido un extraño
42. Los años de vida oculta de Jesús y su condición de Siervo nos revelan, de
forma incomparable, la humanidad del Hijo de Dios: hasta qué punto se hizo uno
de nosotros, "en todo exactamente como nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4,
15). Como un niño cualquiera de su edad, "Jesús iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios le acompañaba"
(Le 2, 40). Tras el episodio del templo, hecho que manifiesta el despertar de la
más sublime vocación (2, 49), Jesús baja con sus padres a Nazaret y vive sujeto
a ellos (2, 51). El "iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y
los hombres" (2, 52).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Que el preadolescente
-descubra la predicación de Jesús como buena noticia para todos aquellos que reconocen su limitación,
su insuficiencia y su pecado.
-descubra que la misma persona de Jesús, revelador del Padre, es la buena noticia.
-descubra cómo el cumplimiento de la buena noticia se realiza ya a través de unos signos, unos
milagros. Jesús anuncia una palabra que se cumple.
44. Se trata de expresar la relación del Padre con Jesús y de la fuerza del
Espíritu. Esta relación es expresada en términos del Antiguo Testamento: "Tú
eres mi Hijo amado, mi predilecto" (Mc 1, 11). Así se evoca la figura del Siervo
de Yahvé, al que están consagrados algunos cánticos del libro de Isaías. Allí se
lee: "Mirad a mi siervo..., mi elegido, a quien prefiero" (Is 42, 1). Y en otro
pasaje: "el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes" (ls 53. 6).
48. Los Evangelios nos hablan de tentaciones contra la vocación de Jesús (Mt 4,
1-11; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13; cfr. Tema 6). Además de estas tentaciones
narradas al comienzo de la vida pública de Jesús nos cuentan la tentación
ocurrida en medio de su actividad pública, por ejemplo, cuando reveló por vez
primera la forma de su muerte, el bautismo definitivo, que sería su muerte:
"Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permitas. Dios, Señor!
Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Quítate de mi vista,
Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios"
(Mt 16. 22-23). La petición bienintencionada de Pedro se oponía a la misión de
Jesús; era una tentación de su adversario Satán.
49. Así, pues, habiendo recibido el Espíritu y superando toda tentación contra su
propia misión, Jesús inaugura su predicación justamente en el momento en que
Juan había sido arrestado. Comienza a predicar en Galilea. "Así se cumplió lo
que había dicho el profeta Isaías: País de Zabulón y país de Neftalí, camino del
mar, al otro lado del Jordán, Galilea da los gentiles. El pueblo que habitaba en
tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos,
porque está cerca el Reino de los Cielos" (Mt 4, 14-17). 0 como dice San
Marcos: "Se ha cumplido el ptazo; está cerca el Reino de Dios: Convertíos y
creed el Evangelio" (Mc 1, 15).
50. El fondo del corazón humano alimenta siempre la espera de una buena
noticia. A lo largo de la historia los hombres han ido materializando esta espera,
y así se han ido entregando a la búsqueda de la "piedra filosofal", del "vellocino
de oro" o de los "paraísos terrestres". Nuestro mundo todavía puede soñar la
novedad radical siguiendo la inmensa ruta de los "viajes espaciales". Y cada
persona, desde su rincón, espera durante mucho tiempo un mañana mejor. En
definitiva, el pueblo postrado en tinieblas necesita una intensa luz.
51. Jesús anuncia una radical novedad: el Reino de Dios. Y, sin embargo, se
abstiene de las fantásticas descripciones con que entonces se engañaba la
imaginación popular. No desenvaina ninguna espada, ni derriba ninguna estrella
del cielo. El Reino de Dios no es algo que sobrevenga y caiga desde fuera, de
una manera externa y accidental, como un aerolito o como una catástrofe. El
reino de Dios es una realidad que se está forjando en el seno de la humanidad.
Preguntado por los fariseos cuándo había de llegar el Reino de Dios, Jesús
contestó: "El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que
está aquí o está allí; porque mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc
17. 20-21).
52. El judaísmo, tornando al pie de la letra los oráculos escatológicos del Antiguo
Testamento, se representaba la venida del Reino como algo fulgurante e
inmediato. Jesús lo entiende de otra manera. El Reino viene cuando se dirige a
los hombres la Palabra de Dios. Debe crecer, como una semilla sembrada en el
campo (Mt 13, 3-9.18-23). Crecerá por su propio poder como el grano (Mc 4, 26-
29). Fermentará y levantará al mundo, como la levadura echada en la masa (Mt
13, 33). Sus humildes comienzos contrastan así con el futuro que se le promete.
Las parábolas del Reino de Dios vienen a decir que lo que importa no es el
efecto exterior que deslumbra a los hombres, pero no les nutre, sino la acción de
Dios, que está oculta en el cotidiano quehacer, en la vida ordinaria de los
hombres.
53. Lo más sorprendente del mensaje de Jesús es que anuncia un Reino que ha
comenzado ya en su propia persona. Mientras los videntes apocalípticos
hablaban sobre cosas que caían fuera de ellos mismos, Jesús lleva el Reino de
Dios en sí mismo. "Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los
ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes
desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron"
(Lc 10, 23-24). El Reino de Dios no es para Jesús una visión lejana. El mismo
Jesús está en medio de él, empeñado en la lucha contra otro reino: "Si yo echo
los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado
a vosotros" (Lc 11, 20).
54. Jesús hace sentir sin rodeos, a todo el que se le acerca .con corazón
sincero, la cercanía de Dios. Así lo percibe Nicodemo y le dice a Jesús: "nadie
puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él" (Jn 3, 2). Jesús
lleva en sí mismo la cercanía de Dios. Ello da a su persona una autoridad
serena, que no tiene par: "La gente estaba admirada de su enseñanza, porque
les enseñaba con autoridad y no como los escribas" (Mt 7, 28-29). Jesús
completa todo lo que le precede y enseña con palabras que durarán más que el
cielo y la tierra, destinados a pasar (Me 13, 31).
59. En efecto, el hombre está sometido a señores muy poderosos, como para
que —por su propia fuerza— pueda cambiar: "ninguno (de vosotros) cumplís la
Ley" (Jn 7, 19), dice Jesús a los judíos (y le quieren matar). El hombre,
ciertamente, necesita "nacer de lo alto" (Jn 3, 3.7). Ahora bien, si el hombre
cambia, si el hombre sigue un proceso serio de conversión, entonces es que el
Reino de Dios ha aparecido en medio de nosotros (Cfr. Le 11, 20). La fuerza de
Dios se despliega en la debilidad del hombre (2 Co 12, 9).
60. Por ello la buena nueva es anunciada a los pobres, es decir, a todos
aquellos que tienen conciencia de su limitación e insuficiencia. Así cumple Jesús
la profecía de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha
ungido. Me ha enviado para anunciar el evangelio a los pobres, para anunciar a
los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista" (Lc 4, 18). Esta Escritura se
cumplió un día en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 21) y en toda la vida pública de
Cristo. Inspiración semejante refleja la respuesta que Jesús da a los enviados de
Juan: "Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los
inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio" (Lc 7, 22).
61. El Reino es el don de Dios por excelencia, el valor esencial que hay que
adquirir a costa de todo lo que se posee (Mt 13, 44ss). De ahí se sigue que es
necesaria una decisión; hay que convertirse, buscar continuamente el rostro de
Dios (Cfr. Sal 104, 4), abrazar las exigencias del Reino. El Reino no es algo que
se pueda considerar como un salario debido en justicia: Dios contrata libremente
a los hombres en su viña y da a sus obreros lo que le parece bien (Mt 20, 1-16).
Sin embargo, si bien todo es gracia, los hombres deben responder a esta gracia:
se requiere un alma de pobre (Mt 5, 3), una actitud de niño (Mt 18, 1-4; 19, 14),
una búsqueda activa del Reino y de su justicia (Mt 6, 33), la perseverancia en
medio de las persecuciones (Mt 5, 10; Hch 14, 22; 2 Ts 1, 4-5), el sacrificio de
todo lo que se posee (Mt 13, 44ss), una justicia mayor que la de los fariseos (Mt
5, 20); en una palabra, el cumplimiento de la voluntad del Padre (Mt 7, 21),
especialmente en lo que toca al amor fraterno (Mt 25, 34-40). Todo esto se exige
a quien quiera entrar ya desde ahora en el Reino de Dios.
62. Las exigencias del Reino de Dios las encontramos resumidas en el Sermón
de la Montaña. No se trata de leyes minuciosamente formuladas, ni de un
reglamento impersonal. Jesús nos pone delante del Dios vivo. El perfecciona e
interioriza la Ley, que hasta entonces se había quedado en lo exterior.
65. Jesús fue enviado por su Padre, no como juez, sino como Salvador (Jn 3,
17ss; 12, 47). Invita y suscita la conversión en todos los que la necesitan (Lc 5,
32; 19, 1-10), revelando que Dios es un Padre que tiene su gozo en perdonar
(Lc 15) y cuya voluntad es que nada se pierda (Mt 18, 12ss). Jesús no sólo
anuncia este perdón a quien se reconoce pecador, sino que, además, lo ejerce;
da testimonio con sus obras que dispone de este poder reservado a Dios (Mt 9,
5ss; cfr. Jn 5, 27). A los pecadores que se veían excluidos del reino de Dios por
la mezquindad de los fariseos, proclama el Evangelio de la iisericordia infinita.
Jesús los acoge y come con ellos (Lc 19, 1-10; 15, 2). Los que alegran el
corazón de Dios no son los hombres que se creen justos, sino aquellos que
reconocen su pecado (Le 18, 9-14), aquellos que son como la oveja o la dracma
perdida y hallada (Le 15, 7-10). El corazón de Dios Padre, que mostraba Jesús,
en cada uno de sus actos, quedó retratado para siempre en la parábola del hijo
pródigo: el Padre está acechando el regreso de su hijo y, cuando lo descubre de
lejos, siente compasión y corre a su encuentro (Lc 15, 20).
El núcleo de la ley
67. El amor a Dios y el amor al prójimo son constantes fundamentales en la
predicación de Jesús, que no pueden separarse. Ambos mandamientos
constituyen el núcleo de la Ley. Un fariseo, con ánimo de ponerle a prueba, le
preguntó: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? El le dijo:
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley
entera y los profetas" (Mt 22, 36-40).
Alcance universal
69. En resumen, según las enseñanzas de Jesús, la realidad del Reino de Dios
no consiste sólo en una elevación moral del hombre, sino, sobre todo, en el don
de la gracia divina que transforma radicalmente al hombre; consiste,
primordialmente, en la presencia vivificante del Espíritu. Dios se da al hombre.
71. Jesús se hace entender por medio de parábolas. Sin embargo, hay un
pasaje evangélico en que parece que la parábola no pretende la comunicación
con los que la escuchan. Es éste: "Se acercan a Jesús los discípulos y le
preguntan: ¿Por qué les hablas en parábolas? El les contestó: A vosotros se os
ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos, y a ellos no. Porque
al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo
que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin
oír ni entender" (Mt 13 10-13; cfr. Mc 4, 10-12; Lc 8, 9-10).
75. Nadie nos obliga a considerar los milagros como una intervención arbitraria y
extraña de Dios, como si Dios impidiera el curso de su propia creación. Por el
contrario, el milagro no va contra las fuerzas de la creación, sino que hace brillar
de manera maravillosa el señorío de Dios sobre la naturaleza y la historia, en la
dirección de una plenitud por la que la creación entera gime y sufre dolores de
parto (Rm 8, 22). Como dice Jesús: "Mi Padre sigue actuando, y yo también
actúo" (Jn 5, 17).
79. Con sus milagros, manifiesta Jesús que el Reino mesiánico anunciado por
los profetas está presente en él (Mt 11, 2ss). Pero no es el acontecimiento
milagroso aislado lo que da testimonio de Cristo, sino el acontecimiento, en
cuanto que referido a su Palabra, implica el cumplimiento de la misma. La Iglesia
naciente consideró los milagros como consideró las parábolas y otros gestos del
Señor (por ejemplo, el lavatorio de pies en la última cena; cfr. Jn 13, 1-16). es
decir, como revelaciones o señales para aquellos a quienes se había dado a
conocer los misterios del Reino de Dios (Mc 4, l l ss).
80. Para el forastero los milagros eran meros portentos, los hechos de un
taumaturgo entre muchos. Para el creyente eran ante todo acciones admirables
de Dios, anticipaciones del Reino de Dios. Como mera maravilla, el milagro no
tiene valor religioso y, además, tal sensacionalismo es rechazado por Jesús. El
milagro está en relación inmediata con el reino de Dios que Cristo anuncia, con
su persona y con su misión. En definitiva, la incapacidad de muchas hombres
para percibir el verdadero significado de los milagros de Jesús es considerada
por El como equivalente al rechazo de su evangelio y, en último término como
un aspecto del escándalo general al que está expuesto el misterio central de su
persona.
82. Cuando los apóstoles reciben el Espíritu, repiten asimismo las acciones
salvadoras de Jesús: "Ellos se fueron a pregonar por todas partes y el Señor
cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban" (Mc
16, 20). Los apóstoles toman conciencia de que Jesús está con ellos, según su
promesa.
83. En la Iglesia de hoy, como en la Iglesia naciente (Hch 2, 43; 3, 12ss), Jesús
continúa actuando y haciendo milagros. Hoy como ayer este lenguaje es
incomprendido por el espíritu soberbio o arreligioso, pero lo percibe el que
sabiendo que nada es imposible para Dios se abre a los requerimientos de la fe
y del amor, cuando el contexto religioso del hecho indica que Dios ha hecho
señas.
Tema 17. QUIEN ES JESÚS: MESÍAS, SIERVO, SEÑOR, HIJO DEL HOMBRE,
HIJO DE DIOS
OBJETIVO CATEQUETICO
perciba la libertad de Jesús ante las personas y los acontecimientos como expresión de su entrega
total al Padre.
se acerque al misterio de la persona de Jesús y descubra en El al Hijo único del Padre y Siervo de
Yahvé, que sirve a Dios y salva a los hombres en medio de la humillación, del dolor y la muerte.
84. Como veíamos en otra parte (Tema 12), la figura de Jesús suscita profundos
interrogantes en todo tiempo: ¿Quién es realmente Jesús? ¿Un gran hombre del
pasado? ¿Un profeta? ¿Un revolucionario? ¿Un hermano para cada hombre?
¿Alguien que actúa en nuestra vida? ¿Aquél sin el cual nada tendría sentido?
¿Qué dice la Escritura sobre El? ¿Cuál es la fe profesada por la Iglesia acerca
de El?
88. Más interés aún que por la naturaleza de las cosas, demuestra Jesús por las
actividades y el modo de vivir de los hombres que le rodean. Por sus palabras
pasan, finamente observadas, todas las profesiones, las situaciones y las clases
sociales: sembradores, escribas, segadores, médicos, alguaciles, magistrados,
jueces, testigos, pleiteantes, viñadores, pecadores, arquitectos, pastores,
hilanderas, amasadoras, posaderos, porteros, administradores, cobradores de
impuestos, reyes, negociantes, dueños y arrendatarios; siervos, ricos y pobres...
(Cfr. Mc 4, 3-20; Mt 23, 3; Jn 4, 35-38; Mt 9, 12; Lc 12, 58; Jn 8, 37; Lc 18, 1-5 ,1
13. 6-9; Mt 13, 48; 7, 26; Jn 10, 2-14; Mt 6, 28; 13, 33; Lc 10, 35; Jn 10. 3; Mt 25,
27; Le 16, 1-8; 18. 10-13; 19, 11-27; Mc 12, 1-12; 10, 44; Lc 16, 19-31).
89. Los evangelios, con sencillez y claridad y como con cercanía, dejan
vislumbrar la singularidad que se manifiesta en la manera de situarse Jesús ante
su ambiente. En efecto, todo el mundo en que vive Jesús, todo su mundo en
torno, está dibujado en pinceladas directas y auténticas. Sacerdotes y doctores
de la ley, fariseos y publicanos, ricos y pobres, sanos y enfermos, justos y
pecadores, todos están insertos claramente en el gran acontecimiento que
supone —para cada uno a su manera— el encuentro con Jesús. Y lo
sorprendente es que Jesús está totalmente en medio de ese mundo tan
vivamente descrito y, sin embargo, no es del mundo (Jn 17, 14.16; 8, 23).
90. Cada una de las escenas descritas en los evangelios nos pinta la maestría
admirable con que Jesús domina la situación, en consonancia con los hombres
con quienes se encuentra. De ello nos hablan numerosos discursos y disputas,
en que penetra en el interior de sus adversarios, rebate sus objeciones,
responde a sus preguntas... (Mt 22, 34).
También en su encuentro con necesitados salen de El fuerzas maravillosas; los
enfermos se estrujan en torno a El, sus familiares y amigos le piden ayuda. A
menudo escucha Jesús la petición, pero también puede rechazarla, hacer
esperar o poner a prueba a los que piden. No raras veces se niega y busca la
soledad (Mc 1, 35ss); pero a menudo se adelanta a hacer el bien, con tal que los
necesitados se abandonen a El con entera confianza (Mt 8, 5ss; Le 19. 1 ss).
91. En su libertad, rompe las estrechas fronteras que han levantado las
tradiciones y determinadas ideas. Lo que se ve también claramente en el trato
con sus discípulos. Los llama con palabra de mandato, soberana (Mc 1. 16ss);
pero también amonesta y disuade a más de uno para que no le siga (Le 9. 57ss;
14, 28ss). La conducta y el proceder de Jesús están una y otra vez en el más
vivo contraste con lo que las gentes esperan de El o esperan para sí. Como
cuenta Juan (6. 15), Jesús huye de la muchedumbre que quiere proclamarlo
rey... Los dos hijos de Zebedeo hubieron de experimentarlo cuand3 Jesús
rechazó sus ambiciosos deseos.
94. Los fariseos reprochan a los discípulos de Jesús no ser muy respetuosos
con el sábado (Mt 12, 1-8): Jesús irónicamente les recuerda la gran libertad de
David, y les da a entender que si David había usado de tanta libertad en favor de
sus compañeros, con mayor razón podrán tenerla los que acompañan al Hijo del
Hombre. Jesús, en efecto, es mayor que el templo. Pero los fariseos no se
contentan con atacar a Jesús en sus discípulos. Le acusan de que El ta rebién
viola el sábado (Mt 12, 9-14; Le 13, 10-17; Jn 5, 9), o de que no observa la
pureza legal, pues ha tocado a un leproso y a un cadáver (Mc 1, 41; 5, 41; Le 7,
14).
107. Jesús es el hombre que anuncia la llegada del Reino de Dios. Es, por tanto,
un profeta. Pero al mismo tiempo es totalmente distinto de un profeta. De un
profeta se esperaba que, por una sentencia introductoria, dijera de quién
procedía su mensaje: "Así dice Jahvé". Jesús habla por cuenta propia, con plena
autoridad: "En verdad os digo..." Es todo un maestro (rabí). En efecto, Jesús
discute con sus discípulos, con otros maestros, anda errante y enseña en las
sinagogas. Pero su manera de instruir es totalmente nueva: un rabí tenía
obligación de alegar la Escritura o la autoridad de otros maestros; en Jesús, Dios
instruye inmediatamente. Incluso la Escritura es completada por El y, en
realidad, corregida: "... Habéis oído que se dijo..." "Yo os digo."
108. Los evangelistas nos refieren que los fariseos acusaban a Jesús de hablar
como un profeta, pero sin vivir como un profeta, y comparaban su manera de
vivir con la de Juan. Juan y sus discípulos ayunaban. Mantenían de este modo la
imagen tradicional de la existencia profética. Jesús vive como el pueblo. Durante
el ministerio de la predicación, fue la aristocracia civil y religiosa la que más se
escandalizó. Un profeta no podía ser un hombre como los demás. Jesús no
resulta digno de crédito. Más bien es peligroso: trastorna el orden definido,
desconcierta las ideas de los demás, rompe las reglas del juego religioso y
social.
109. "¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la
plaza que gritan a otros: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos
cantado lamentaciones y no habéis llorado. Porque vino Juan, que ni comía ni
bebía, y dicen: Tiene un demonio. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y
dicen: Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores" (Mt
11, 16-19).
Un profeta pobre
110. En su modo de vivir Jesús comparte la inseguridad de los pobres y esa otra
inseguridad propia de quien anuncia el Reino de Dios: "Mientras iban
caminando, uno le dijo: Te seguiré a donde quiera que vayas. Jesús le dijo: Las
zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene
donde reclinar la cabeza" (Le 9, 58).
112. Todo aquel que, por la fuerza exclusiva del Reino de Dios, renuncia
espontánea y desinteresadamente a todo, experimenta la fórmula "no necesario,
pero sumamente conveniente", como una pálida traducción de su experiencia
personal. Para él, se trata realmente de un "no poder ser existencialmente de
otro modo". Quien vive la experiencia misma, sabe que ese "deber" es mucho
más fuerte que cualquier orden o cualquier ley. Es la experiencia primitiva de un
apóstol de Cristo, que —vuelto "loco" por haber encontrado el "tesoro escondido"
en el campo de su propia historia— queda ciego para la ,posibilidad,
objetivamente aún abierta, de una vida conyugal: "... y hay quienes se hacen
eunucos por el Reino de los Cielos. El que pueda con esto, que lo haga" (Mt 19,
12).
El Hijo del hombre: de Siervo a Señor. ¡Un procesado... "sobre las nubes
del cielo"!
Hijo de Dios
116. El título hebreo de Mesías (en griego, Cristo; su significado: Ungido) alude
al rey tanto tiempo esperado, que reemplazaría el dominio extranjero por la
soberanía de Dios. Era un título peligroso, pues iba ligado con estrechas
expectaciones nacionalistas, Para indicar su mesianidad, Jesús mismo escogió
una palabra que en las ideas de las gentes tenía menos que ver con la
dominación terrena: el Hijo del hombre. En los evangelios este título aparece
siempre en la boca de Jesús. Su reino no era de este inundo (In 18, 36).
117. "Hijo del hombre" es una expresión muy rica, pues. a la par que la grandeza
de Jesús, indica también la humildad insólita de su mesianidad. En virtud de la
sugerente fuerza significativa de la expresión, aparece claramente la solidaridad
de Jesús con el destino humano, así como su condición divina. Procede de la
profecía de Daniel (Dn 7). A un pueblo creyente, perseguido a muerte por
poderes que son descritos como bestias, se le anuncia una esperanza, un
salvador "como un Hijo de hombre que viene sobre las nubes del cielo", a quien
se le da un reino que no será dest,uido jamás.
118. Tras la confesión de Pedro en Cesárea de Filipo: "Tú eres el Cristo, el Hijo
del Dios vivo", Jesús toma dos precauciones para no ser mal interpretado. La
primera es que no se lo digan a nadie. La segunda es comenzar a decirles que
"el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los
ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días"
(Mc 8, 31). Jesús anuncia, pues, su doble misión de Siervo, primero, y de Señor,
después. El resucitará: "desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado
a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo" (Mt 26,
64). A Caifás no se le escapa el significado mesiánico y divino de esta confesión:
"Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado.
¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué
decidís?, y ellos contestaron: Es reo de muerte" (Mt 26, 65-66).
119. Jesús no blasfemó: ;Es el_ Hijo de Dios! Lo es desde siempre. Ningún título
expresa mejor el misterio de su persona. Ahí radica la clave profunda de su
"personalidad". Cristo asume su función mesiánica bajo la forma del Siervo,
porque tiene conciencia de sí mismo como lo que es, HIJO DEL PADRE, y
consiguientemente confía en El: "El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni
me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que
me mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor
me ayuda, por eso no sentía los ultrajes. Por eso endurecí el rostro como
pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado" (Is 50, 5-7).
120. En efecto, la actitud básica de Cristo, que fundamenta todas las demás, es
su confianza incondicional en el Padre. Jesús vive en profunda comunión con El
(Mt 11, 25-27). Jesús es "el Hijo" (Mt 24, 36; 21, 33ss). Su actitud filial le lleva a
una profunda obediencia a la voluntad de Dios (Hb 5, 7ss; 10, 5-7), voluntad que
aparece configurada en un plan de salivación y que se manifiesta en
acontecimientos de la propia historia.
"El Padre y Yo somos una sola cosa" (Jn 10, 30). Jesús es el Hijo de Dios
126. La Iglesia reconoce a María como Madre de Dios justamente porque su Hijo
Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, "de la misma naturaleza que el
Padre".
A Nestorio, que se negaba a reconocer en María la Madre de Dios, le escribe su
amigo Juan, obispo de Antioquía. de este modo: "Suprimida esta expresión
'Madre de Dios' y su significado, se seguiría que Dios no sería aquel, que se ha
sometido por nosotros a esta inefable economía (historia de la salvación). No
sería, pues, la Palabra de Dios, quien anonadándose a sí mismo para tomar la
condición de esclavo, nos habría dado esta prueba admirable de amor.
Significaría ello tanto como desconocer la insistencia de las Escrituras en llamar
nuestra atención hacia este amor, cuando ellas nos muestran al Hijo eterno y
único de Dios viniendo a nacer de la Virgen. Este es el sentido clarísimo de lo
escrito por el Apóstol: Dios envió a su Hijo, nacido de mujer." Unicamente si Dios
mismo ha nacido y muerto, como hombre, en Jesús de Nazaret, es decir, si ha
asumido realmente como propio nuestro destino, podemos creer que Jesús de
Nazaret es Dios mismo que, amorosamente fiel a su creación, se da a sí mismo
al mundo y al hombre y los salva para sí. Sólo si Dios mismo se ha hecho
hombre, puede el hombre entrar en comunión con Dios. De no ser así, no
tendría sentido nuestra total vinculación con Jesucristo, como el Señor.
OBJETIVO CATEQUETICO
132. "Entonces se lo entregó para que lo crucificaran" (Jn 19, 16). El Salmo 21
alcanza cumplimiento pleno: "Me taladran las manos y los pies, puedo contar
mis huesos" (v. 17-18). "Encima de la cabeza colocaron un letrero con la
acusación: Este es Jesús, el Rey de los judíos. Crucificaron con él a dos
bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda" (Mt 27, 37-38). La corrupción
del orden religioso y del orden civil dio como resultado conjunto la ejecución de
Jesús. Como un malhechor entre dos malhechores. Causa oficial de la condena:
delincuente político.
Bautismo de muerte y pecado del mundo. "Me han odiado sin motivo"
133. Jesús acepta las últimas consecuencias de su bautismo. Son el cáliz que
tiene que beber. Son las aguas en las que debe ser sumergido (Mc 10, 38-39; Lc
12, 50): "Me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; he
entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente" (Sal 68, 3). 0 también:
"La afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay"
(Sal 68, 21). Todo el odio de un mundo pecador se ceba sobre Jesús; se percibe
en el inocente un enemigo que debe morir. Así se cumple lo que está escrito en
la Ley: Me han odiado sin motivo (Jn 15, 25).
135. "Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: "Tú, que
destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo
de Dios, baja de la cruz. Los sumos sacerdotes, con los escribas y los ancianos,
se burlaban también diciendo: A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No
es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado
en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de
Dios? Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban" (Mt 27,
39-44; cfr. Mc 15, 29-32; Lc 23, 35-37). También así se cumplió el salmo 21:
"Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del
pueblo; al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al
Señor que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere" (Sal 21, 7-9).
136. "Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda
aquella región. A media tarde, Jesús gritó: "¡Elí, Elí! ¿lamá sabaktaní?". (Es
decir: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?) (Mt 27, 45-46; cfr.
Mc 15, 33-34). Este no es un grito de desesperación, sino el comienzo del Salmo
21 (v. 2). Es la oración angustiosa del justo perseguido a muerte, pero oración
también esperanzada: "En ti confiaban nuestros padres; confiaban, y los ponías
a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres; en ti confiaban, y no los defraudaste...
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme" (Sal
21, 5-6.20). Es la proclamación abierta y potente de que todo lo que está
sucediendo a su alrededor supone el cumplimiento de la Palabra de Dios.
"Tengo sed"
137. "Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,
para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed. Había allí un jarro lleno de
vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo,
se la acercaron a la boca" (Jn 19, 28-29; cfr. Mt 27, 48; Mc 15, 36; Le 23, 36). La
identificación del Salmo 21 resulta sencilla: "Mi paladar está seco lo mismo que
una teja y mi lengua pegada a mi garganta" (v. 16).
138. "Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: Está cumplido. E inclinando la cabeza,
entregó el espíritu" (Jn 19, 30). San Lucas añade que murió dando un fuerte grito
y diciendo: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46; cfr. Sal 30,
6). Con este gesto supremo Jesús desciende a lo más profundo, donde puede
caer un hombre, al reino de la muerte. Jesús muere realmente. Esto es lo que
dice especialmente el Símbolo Apostólico con esta expresión cuyo significado no
siempre se entiende bien: "Descendió a los infiernos". Jesús no podía ya bajar
más abajo. La muerte del hombre en general no es nunca un acontecimiento
puramente biológico. La muerte, después del pecado, constituye la más
profunda de todas las humillaciones: la muerte es la señal de una humanidad no
rescatada, de una humanidad abandonada a su propia suerte, de una
humanidad pecadora (Rm 5, 12). En Virtud de la muerte de Cristo, el morir, con
toda su humillación, puede transformarse en cumplimiento de fe en Dios y
confianza en El y por tanto convertirse en cauce de salvación.
141. "Ellos lo rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar
el reino de Israel? Jesús contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y
las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu
Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en
Jerusalén y en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. Dicho
esto lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras
miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de
blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El
mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto
marcharse" (Hch 1, 6-11).
142. Jesús pasa de este mundo al Padre (Jn 13, 1). Se va "sobre las nubes al
cielo" (la "nube" es un símbolo bíblico que indica la presencia de Dios). Quien
había descendido a lo más bajo, fue levantado a lo más alto: sentado a la
derecha del Padre (Mc 14, 62). Con ello, Jesús no abandona nuestro mundo,
sino que de un modo nuevo se hace presente en él: "Me voy y vuelvo a vuestro
lado" (Jn 14, 28).
Así lo proclama la liturgia en el prefacio de la Ascensión: "Porque Jesús, el
Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido
(hoy), ante el asombro de los ángeles a lo más alto del cielo, como mediador
entre Dios y los hombres, como juez de vivos y muertos. No se ha ido para
desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza
nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente
esperanza de seguirlo en su Reino". En su ascensión, Jesús no marcha a un
lugar lejano, sino que participa en alguna manera del modo de presencia según
el cual Dios está en medio del inundo. El Reino de Dios se realiza sobre nuestro
mundo concreto, el mundo en que vivimos.
143. Jesús pudo arrostrar su propia muerte y esperar con segura confianza que
en ella había de triunfar su Padre. De ello dan testimonio sus palabras ante el
sanedrín (Mc 14, 62), o las tres solemnes predicciones de su misterio pascual,
tal como nos la relatan los sinópticos (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34 y par.). Jesús
nos describe su destino con un ritmo a tres tiempos: el Hijo del hombre es
desechado por el pueblo y entregado a los gentiles; luego es atormentado,
humillado, inmolado; y al tercer día resucita. El anuncio de la resurrección al
término de la pasión no tiene por única finalidad iluminar el cuadro con una
ráfaga de luz. A los ojos de Jesús la resurrección forma parte de su misión junto
con la muerte; por eso está vinculada a su destino mesiánico y así se lo explica
a sus discípulos: "Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que
tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los sumos sacerdotes
y de los ancianos, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día" (Mt 16,
21).
146. San Juan nos ayuda a descubrir que los dos aspectos opuestos del misterio
pascual (descenso-subida, sombra-luz, humillación-glorificación) se hallan
ineludiblemente unidos en la misma hora. Unas veces tiembla Jesús ante esta
hora, otras suspira por ella como por su gloria y su gozo. Cierto que las más de
las veces aparece bajo un aspecto severo (Jn 7, 30; 8, 20; 12, 27). Si Jesús la
llama una hora de gloria (17,1), no se deduce de ello que la muerte en sí misma
no sea en absoluto para San Juan un abatimiento. La pasión es la hora del
príncipe de este mundo (14, 30), el tiempo de la humillación que teme Jesús (12,
27). Si la hora es magnífica, lo es por razón no de la muerte misma, sino de la
gloria a que pasa Jesús en su muerte. "Ha llegado la hora de que sea glorificado
el Hijo del hombre" (12, 23).
Sobre el fondo del éxodo: una brecha abierta por Dios más allá de la
muerte
148. Para los discípulos la muerte de Jesús fue un escándalo; podía ser la
prueba de que Cristo no era el "redentor" esperado: "nosotros esperábamos,
dicen los de Emaús, que él fuera el futuro liberador de Israel" (Le 24, 21).
Iluminados por la acción del Espíritu y hechos testigos de la resurrección (Hch 1,
8; 2, 32), comprenden que la pasión y la muerte de su maestro, lejos de fustrar
el plan salvador de Dios, lo realizan "según las Escrituras" (1 Co 15, 4). La
muerte de Cristo, aparentemente una derrota, era en realidad una victoria no
sólo para El, sino para la humanidad y para el mundo: "la piedra que desecharon
los arquitectos, es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha
sido un milagro patente" (Sal 117, 22-23; cfr. Mt 21, 42; Hch 2, 33).
150. Por su muerte y resurrección, Jesús es vencedor del mundo, de ese mundo
que, como dice San Juan, no le ha conocido (Jn 1, 10) y le ha odiado (Jn 15,
18). Jesús no es del mundo (Jn 8, 23; 17, 14), por eso le odia el mundo. Odio
loco que domina aparentemente el drama evangélico, odio que provoca
finalmente la condena a muerte de Jesús. Pero en este mismo momento se
invierte la situación: entonces tiene lugar el juicio del mundo y la caída de su
príncipe (Jn 12, 31), porque Jesús, dejando este mundo, vuelve al Padre (Jn 16,
28), donde está sentado junto a El (Jn 17, 5), y desde donde dirige la historia.
Desde entonces el Espíritu hace la revisión del proceso de Jesús, mostrando a
sus discípulos que el pecado está de parte del mundo, que la justicia está de
parte de Jesús, y que el verdadero condenado, en ese proceso, es el príncipe
de este mundo (Cfr. Jn 16, 8211; Cfr. Tema 20).
151. El marco pascual de la última cena (Mt 26, 2; Jn 11, 55ss; 12, 1; 13, 1)
establece una relación intencionada entre la muerte de Cristo y el sacrificio del
cordero pascual. Jesús viene a ser nuestra pascua (1 Co 5, 7; Jn 19, 36), el
cordero inmolado (1 P 1, 19; Ap 5, 6), inaugura en su sangre la nueva alianza
(1 Co 11, 25), realiza la expiación de los pecados (Rm 3, 24ss), la reconciliación
entre Dios y los hombres (2 Co 5, 19ss; Col 2, 14). La muerte de Jesús, su
sangre, no es tanto ofrenda a Dios cuanto ofrenda de Dios. Jesús da su sangre
no a un Padre que reclama castigo, sino a nosotros. La sangre de Dios es
derramada en favor nuestro. Por ella estamos unidos: la nueva alianza es en su
sangre. Así lo dice Jesús en la cena de despedida: "Esta es mi sangre, sangre
de la Alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26, 28;
cfr. Ex 24, 8).
Incorporados al misterio de la muerte y resurrección de Cristo
152. Jesús ha entrado totalmente en este mundo nuestro marcado por el pecado
y la muerte. Se ha hecho uno de nosotros, para que nosotros seamos como El.
Se ha convertido en hombre maldito colgado del madero para librarnos a
nosotros de la maldición que supone la violación de la Ley (Cfr. Ga 3, 10-14; 2
Co 5, 21; 1 P 2, 21-25). Jesús coge el mal por su raíz, por el pecado. Y lo hace
así por su obediencia hasta la muerte: "sus cicatrices nos curaron" (Is 53, 5).
Hasta el fracaso deja de ser un destino solitario, puesto que significa que somos
sumergidos en la muerte de Cristo. Por el Bautismo entramos en este misterio
(cfr. Rm 6, 3ss) y cuantas veces celebramos la Eucaristía participamos de él:
"Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la
muerte del Señor, hasta que vuelva" (1 Co 11, 26; cfr. 11, 23ss). No se le quita al
dolor su amargura, pero sí su fatalidad. Debemos ante todo asumir el dolor hasta
el final, beber el cáliz (Cfr. Mc 10, 38-39), confiando, como Jesús, que nosotros
también seremos liberados. Los cristianos creemos que la muerte y la desgracia
no son lo último, un destino oscuro, pues Dios nos hace ver que de ahí puede El
sacar la vida y la felicidad.
Una situación objetiva y nueva en las relaciones del hombre con Dios
153. Por la muerte y resurrección de Cristo se crea una situación objetiva nueva
en las relaciones del hombre con Dios. La muerte de Cristo abre a todos los
hombres el camino del encuentro definitivo con Dios, da a todos la posibilidad de
participar plenamente de la vida y del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
154. El misterio pascual de Jesús debe abrirse paso cada día en la vida del
creyente como el fundamento único de la esperanza, como la garantía de que
podemos superar el fracaso, sobre todo, el aparente fracaso de la muerte. Ese
misterio nos sostiene en las dificultades de nuestra vida diaria, como sostuvo a
Pablo en su lucha cotidiana: "Continuamente damos prueba de que somos
ministros de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros,
golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer;
procedemos con limpieza, saber, paciencia y amabilidad, con dones del Espíritu
y amor sincero, llevando la palabra de la verdad y la fuerza de Dios. Con la
derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la justicia, a través de la
honra y afrenta, de mala y buena fe. Somos los impostores que dicen la verdad,
los desconocidos conocidos de sobra, los penados nunca ajusticiados, los
afligidos siempre alegres, los pobretones que enriquecen a muchos, los
necesitados que todo lo poseen" (2 Co 6, 4-10).
155. La vida del creyente está señalada por la cruz, necedad para unos,
escándalo para otros (1 Co 1, 23). "En el país donde crece el peor de los
árboles, la cruz, no hay nada digno de alabanza", decía un pensador no
cristiano. El creyente, sin embargo, acepta la cruz de Cristo, no en cuanto la cruz
sea un lugar de dolor, sino porque en ella se manifiesta la fuerza de Dios (1 Co
1, 18) : Llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús, dice Pablo,
pues así también la vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne (2 Co 4, 10).
En el misterio pascual de cada día experimentamos hasta qué punto es realidad
operante esta fe inquebrantable en el Padre: "Tú levantas mi cabeza" (Sal 3, 4).
CAPITULO II
DIOS PADRE Y EL ESPÍRITU.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Que el preadolescente:
156. Jesús ha mostrado que el gran misterio religioso del hombre consiste en
reconocer a Dios como Padre en el corazón de la propia vida. ¿Qué significa
esto? Dios es el gran misterio del hombre, "a Dios nadie le ha visto jamás" —
dice San Juan (1, 18)—. Y dice también: "El Hijo único que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer". En efecto, Jesús es el gran revelador, el
mejor intérprete del Padre. Cada acontecimiento de su vida deja al descubierto
el rostro de Dios. Sólo Jesús pudo revelarnos definitivamente quién es realmente
Dios y sólo El lo continúa haciendo: "Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél
a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27). Se trata de un conocimiento vital
y salvador.
157. Cuando Pablo habla a las primeras comunidades cristianas de haber vivido
como esclavos bajo los elementos del mundo y les recuerda que no han recibido
un espíritu de esclavos para recaer en el temor (Ga 4, 3-6; Rm 8, 14-16), se
refiere a una experiencia profunda que los destinatarios han vivido o están
viviendo: el peso esclavizante de un temor que no puede ser alejado. En este
terreno, Pablo se mueve con seguridad. Percibe el secreto mejor ¡guardado de
una existencia vivida de espaldas a Dios: ese secreto radica en el temor, aunque
éste permanezca enmascarado. A los romanos, a los gálatas y a nosotros nos
ayuda Pablo a reconocer en nuestra experiencia de esclavitud y de temor
nuestra secreta situación de condena.
Nadie puede vivir a Dios como Padre si no vive la vida con confianza:
como don de Dios
160. Jesús, el revelador de Dios, funda su misión en las decisiones del Padre,
que se le van manifestando en el interior de los mismos acontecimientos: Mi
alimento es hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34; Le 22, 42; Jn 14, 10-31).
Jesús invita a todos a abrirse como niños al plan de Dios (Mc 10, 15), un plan
preparado desde toda la eternidad y manifestado progresivamente en la historia
humana, un plan que le devuelve al hombre la confianza de que en todas las
cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm 8, 28).
162. La historia humana aparece desde sus orígenes como historia de pecado.
Los primeros capítulos del Génesis (2-11) describen abundantemente el impacto
del pecado en medio de un mundo que, en cuanto salido de las manos de Dios,
era bueno (Gn 1, 4.10.12.18.21.25.31). El pecado domina de forma casi
absoluta, es "señor del mundo": entregados a la dureza de su propio corazón,
los hombres caminan según sus designios (Sal 80, 13). En este contexto, Dios
llama a Abraham a una experiencia de fe y amistad y lo que hizo con él piensa
hacerlo con todas las naciones de la tierra (Gn 12, 3). Ante el pecado del
hombre, el amor de Dios aparece como misericordia: "Tenía mis manos
extendidas todo el día hacia un pueblo rebelde y provocador" (Rm 10, 21; Ts 65,
2).
165. Toda la historia de Israel está presidida por el amor de Dios. Oseas expresa
gráficamente su inmensa ternura: "Cuando Israel era joven le amé, desde Egipto
llamé a mi hijo. Cuando le llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales,
ofrecía incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraím, le alzaba en brazos; y
él no comprendía que yo le curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor
le atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y
le daba de comer" (Os 11, 1-4).
166. Isaías compara el amor de Yahvé, que no olvida, al amor de una madre:
"¿Puede una madre olvidarse de su criatura. no conmoverse por el hijo de sus
entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te
llevo tatuada" (Is 49, 15-16).
170. Jesús nos enseña que el hombre puede acudir siempre al Padre, tal como
es en lo profundo de su vida, con sus miserias necesidades ordinarias: "Danos
hoy el pan nuestro de cada día, Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros
hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación,
sino líbranos del maligno" (Mt 6, 11-13). Quienes así se presentan delante de
Dios saben también qué cosa es la fundamental: "Sobre todo, buscad el Reino
de Dios y su, justicia, lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 33).
No andéis agobiados...
Confiar en el Padre, don del Espíritu. "El Espíritu viene en ayuda de nuestra
flaqueza" (Rm 8, 26)
176. Sucede, sin embargo, que al hombre le falta valor para vivir confiadamente.
Necesita de la fuerza del Espíritu para que pueda vivir con corazón de hijo para
con Dios Padre. La acción del Espíritu viene a ser la prueba de la filiación:
"Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abba! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres
también heredero por voluntad de Dios" (Ga 4, 6-7). En efecto, "los que se dejan
llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido no un
espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu
dan un testimonio concorde; que somos hijos de Dios, y si somos hijos, también
herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rm 8, 14-17).
177. La filiación adoptiva era ya uno de los privilegios de Israel (Rm 9, 4), pero
ahora los cristianos son hijos de Dios, en un sentido mucho más fuerte, por la fe
en Cristo (Ga 3, 26; Ef 1,5). La fe viva supone en ellos una verdadera
regeneración (Tt 3, 5; cfr. 1 P 1, 3; 2, 2) que los hace partícipes en la vida del
Hijo. Tal es el sentido del bautismo, por el que el hombre adquiere una vida
nueva (Rm 6, 4), renace del agua y del Espíritu (Jn 3, 3.5). A los que creen en
Cristo, en efecto, Dios les hace capaces de ser hijos suyos n Jn 1, 12). Esta vida
de hijos es para nosotros una realidad actual, aun cuando el mundo lo ignore (1
Jn 3, 1). Vendrá un día que se manifestará abiertamente y entonces seremos
semejantes a Dios porque le veremos tal cual es (1 Jn 3, 2). Unidos a Jesucristo
por la fe, por el bautismo, por la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de
la vida de Dios y nos transforma realmente en hijos de Dios.
178. El Padre concede el LDm del Espíritu a todos los que se lo piden: "Pedid y
se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe,
quien busca, halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando
el hijo le pide pan le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una
serpiente? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión? Si vosotros, que sois
malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?" (Lc 11, 9-13).
Himno al amor de Dios. "Dios está con nosotros". Sin miedo a nada.
Abiertos al futuro
179. Por el Don del Espíritu Santo comprendemos que Dios está con nosotros,
superamos todo tipo de miedo y podemos cantar con San Pablo este himno al
amor de Dios: "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que
no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. ¿cómo no
nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está
a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos
del amor de Cristo?: ¿la aflición?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?,
¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa
nos degüellan cada día. nos tratan como a ovejas de matanza. Pero, en todo
esto, vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido
de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni
potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor
de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8, 31-39).
180. Vivir con confianza en Dios Padre no es posible sin vivir fraternalmente con
los demás hombres. También desde esta perspectiva, el segundo mandamiento
de la Ley es semejante al primero (Mt 22, 39): "Entonces clamarás al Señor y te
responderá, gritarás y te dirá: Aquí estoy. Cuando destierres de ti la opresión, el
gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y
sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se
volverá medio día" (Is 58, 9-10).
"Amad a vuestros enemigos... Así seréis hijos de vuestro Padre que está
en el cielo"
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Que el preadolescente:
descubra que la presencia y acción del Espíritu son don de Dios, totalmente gratuito, que hace
posible que el hombre sea más hombre y aún más que hombre, es decir, que pueda vivir su vida
humana íntegramente y también pueda vivir a la vez en plenitud, desbordando sus propias
posibilidades, por la participación de la misma naturaleza y vida divinas (Cfr. 2 P 1, 4).
182. "Entonces me dijo: Hijo de Adán, esos huesos son toda la Casa de Israel.
Ahí los tienes diciendo: Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza
se ha desvanecido; estamos perdidos. Por eso profetiza diciéndoles: Esto dice el
Señor: Yo voy a abrir vuestros sepulcros, os voy a sacar de vuestros sepulcros,
pueblo mío... Infundiré mi espíritu en vosotros para que reviváis, os estableceré
en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago —oráculo del
Señor—" (Ez 37, 11-14).
184. La Escritura expresa la debilidad radical del hombre con una palabra:
carne. La carne es, primeramente, lo que nosotros llamamos "el cuerpo", pero el
cuerpo sometido a la muerte, el cuerpo que se halla en constante amenaza" (Gn
6, 3; Is 40, 6). La carne, o "la carne y la sangre" (Mt 16, 17; 1 Co 15, 50). son
también todas las construcciones del hombre. Las más impresionantes son nada
en presencia de Dios. La carne es siempre debilidad (Jr 17, 5ss; Jb 10, 4ss).
Dios es espíritu. Dios lo puede todo sobre el mundo, el cual no puede nada sin
El. nada contra El. Incluso Egipto, símbolo humano del poder y de la fuerza, es
carne, debilidad, todo un gigante con pies de barro: "En cuanto a Egipto, es
humano, no divino, y sus —'':ll o.. carne, y no espíritu" (ls 31, 3).
185. La carne expresa también la condición pecadora del hombre, que pretende
afirmarse a sí mismo de espaldas a Dios, olvidando la Ley y los profetas, que
advierten: "Si no os afirmáis en Mí, no seréis firmes" (Is 7, 9) y, sobre todo, a
Cristo, que llevó a su culmen, desbordándolos por superación, a la Ley y a los
Profetas. También afirmaron los Profetas: "Maldito quien confía en el hombre, y
en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un
cardo en la estepa, no verá llegar el bien: habitará la aridez del desierto. tierra
salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su
confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa
raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde: en año de
sequía no se inquieta, no deja de dar fruto" (Jr 17. 5-8).
188. Las obras de la carne, esto es, de quien vive según la carne, manifiestan la
condición pecadora del hombre y su incapacidad para entrar, por sí mismo, en el
Reino de Dios: "lo de la carne es carne; lo del Espíritu, es espíritu. No te
asombres que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto" (Jn 3. 6), dice Jesús a
Nicodemo. Por sí mismo, el hombre de la carne es incapaz de reconocer a Dios
y a Jesucristo en el centro de la propia vida y, al mismo tiempo, de amar gratuita
y desinteresadamente al hermano.
189. Nadie cree por propia cuenta, nadie ama por propia cuenta. Se cree y se
ama verdaderamente por la gracia de Dios. San Pablo nos hace saber que
"nadie puede decir: ';Jesús es Señor'', sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co
12, 3). Y San Juan: "Todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es
de Dios" (1 Jn 4, 2). Así como también: "Todo el que ama ha nacido de Dios" (4,
7). En definitiva, creemos y amamos por don de Dios. La fe y el amor son de
Dios, no nuestros; y, al mismo tiempo, la gracia de Dios los hace "nuestros": el
Espíritu Santo que habita en nosotros enraiza en nuestro espíritu esos valores
como dones gratuitos, de suerte que el hijo de Dios vive realmente la vida divina
y colabora en ella, la comparte.
Como el viento
191. El Espíritu —y todo el que nace del Espíritu— es como el viento: "el viento
sopla donde quiere, y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde
va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3, 8). En efecto, en el viento
hay algo misterioso. No podemos apresarlo. No se cansa. El viento pertenece a
la escolta de Dios. Lleva al Señor sobre sus alas (Ez 1, 4; Sal 17, 11). Y corre a
transmitir sus órdenes hasta las extremidades de la tierra (Sal 103, 4; 146, 18).
Viene del cielo y actúa sobre la tierra y la transforma. Unas veces la deseca con
su soplo abrasador (Ex 14, 21; Is 30, 27-33; Os 13, 15), otras barre todas las
obras humanas como si fueran paja (Is 17, 13; 41, 16; Jr 13, 24; 22, 22), y otras
trae lluvia sobre el suelo reseco y le devuelve la fertilidad (1 R 18, 45). A la tierra,
inerte y estéril, se contrapone el viento por su ligereza alada y por su poder de
vida y fecundidad.
192. Como el viento penetra la tierra, así el aliento vital penetra la carne. Como
el viento, la respiración es igualmente una imagen del Espíritu. Así como el
viento trae la vida a la tierra reseca, así también el soplo respiratorio
(aparentemente frágil y vacilante) es la fuerza que vigoriza y da agilidad al
cuerpo y a su masa, y le hace vivo y activo (Gn 2, 7; Sal, 103, 29-30; Jb 33, 4;
Qo 12, 7).
Como el agua
Como el fuego
Como el aceite
195. El Espíritu es también como el aceite. Para una tierra rica en olivos como la
"tierra prometida" (Dt 6, 11; 8, 8), el aceite aparece como símbolo de la
bendición divina (Dt 7, 13; Jl 2, 19; Os 2, 24).
El aceite no es sólo alimento indispensable, como el trigo y el vino, sino también
ungüento que perfuma el cuerpo (Am 6, 6), fortifica los miembros (Ez 16, 9),
suaviza las llagas (Is 1, 6), alimenta continuamente la llama que alumbra (Ex 27,
20; Mt 25, 3-8).
Si el aceite es símbolo de la bendición divina, los ungidos con aceite (el rey y el
sumo sacerdote) tienen la bendición de Dios y, con ella, la misión de iluminar al
pueblo y guiarlo por el camino de la salvación. El aceite de la unción es signo
exterior de la acción del Espíritu que transforma al elegido (1 S 10, 1-6; 16, 13).
A diferencia del agua, que se desliza sobre la piedra y se evapora, el aceite la
impregna. Así sucede con el Espíritu: puede cambiar ios corazones más duros
(Ez 36, 26).
197. En los casos citados, Dios daba su Espíritu a ciertas personas elegidas.
Pero también se esperaba un don del Espíritu :que se comunicaría al pueblo
entero. Un día fue corriendo un joven a decirle a Moisés cómo dos hombres
estaban profetizando, pero no en la tienda sagrada, sino simplemente en el
campamento. Y Josué reaccionó con esta exclamación: "—Señor mío, Moisés,
prohíbeselo." Moisés le respondió: "¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo
del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" (Nm 11, 28-29). ¡Todo
el pueblo animado por el Espíritu de Dios! Esto mismo lo anunció el profeta Joel
para los tiempos mesiánicos: "Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi
Espíritu en aquellos días" (Jl 3, 2).
198. Todo el pueblo estará animado del Espíritu de Dios. Joel pensaba en
visiones proféticas y en fenómenos especiales de que gozarían todos. Ezequiel
prevé un efecto más ordinario, pero más profundo: "Os daré un corazón nuevo y
os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y
os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según
mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos" (Ez 36. 26-27). Y
Jeremías: "Una alianza nueva... Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus
corazones" (Jr 31, 31-33). El Espíritu realizará una instrucción suave e interior y
favorecerá una experiencia amorosa de la voluntad de Dios. Estos textos de
Ezequiel y de Jeremías son cimas espirituales del Antiguo Testamento, y
describen a aquel Espíritu que Jesús dará para la expansión de su obra
salvadora. El Espíritu de Jesús será el que realice la acción última en la
instauración del Reino de Dios.
201. Primera promesa: "Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté
siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo,
porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con
vosotros y está con vosotros" (Jn 14, 16-17). Jesús promete el Espíritu con la
fórmula ordinaria de la Alianza (Estar con), fórmula que aparece en el Exodo
referida a Yahvé (Ex 3, 12.14) y en el Evangelio referida a Jesús (Mt 28, 20). Por
esta Alianza realizada en el Espíritu, cada creyente queda vinculado
personalmente con el Padre y con Jesús, su Unico Hijo, hecho hombre. Frente a
la incomprensión y el odio del mundo, el creyente no se queda solo (Jn 14, 18).
El día que se cumpla esta promesa, dice Jesús, "entonces sabréis que yo estoy
con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14, 20).
206. Durante su vida terrena, Jesús había sido rechazado por los judíos e iba a
ser condenado durante la pasión. El Paráclito hará la revisión de este proceso y
mostrará a los discípulos que el pecado está de parte del mundo, que la justicia
está de parte de Jesús, y que el verdadero condenado, en esta confrontación
religiosa, es el príncipe de este mundo (Cfr. Jn 16, 8-1 1).
208. En la Iglesia se repiten los gestos de poder y gracia que Jesús había
llevado a cabo en el Espíritu, durante su vida mortal: los cojos andan (Hch 3, 1-
10; 5, 12-16; 14, 8-10), los muertos resucitan (9, 40; 20, 10), los corazones se
convierten (2, 41; 5, 14; 10, 44-48; 15, 7-9.12), la palabra de Dios es anunciada
con valentía (4, 13; 5, 20; 9, 27; 14, 3; 28, 31), las amenazas y persecuciones
son arrostradas con paz y alegría (5, 41; 7, 55; 20, 17-38; 21, 10-14).
209. Así las actitudes mismas de Jesús, sus gestos característicos, sus
reacciones más profundas reviven entre los suyos. Es imposible pensar que la
raíz de esto se encuentra en la persistencia de costumbres adquiridas mediante
el contacto con Jesús, en una voluntad deliberada de reproducir su existencia.
Lejos de eso, mientras Jesús estuvo con los suyos, tuvo que echar mano de
toda su autoridad y de la fuerza de su personalidad para conservarlos en torno a
El, en medio de tantos desvíos e incomprensiones.
Hoy, que ya no le ven y que por la suerte que El sufrió saben los peligros a que
se exponen, vemos que los discípulos —espontáneamente— siguen las huellas
marcadas por Jesús, y se asombran de que se les conceda el poder participar
en sus padecimientos. La raíz de esta experiencia (que es propiamente la
experiencia cristiana) San Pablo nos la dará en una fórmula inolvidable: "Vivo
yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Todas las páginas de
los Hechos de los Apóstoles lo ilustran: el Espíritu que anima a los cristianos es
el Espíritu mismo de Jesús. Este Espíritu con su acción ayuda a reproducir en
los discípulos de Jesús de hoy y de siempre la misma fisonomía, la del propio
Jesús.
212. Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo:
Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad
atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis,
pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los
últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán
sus hijos y sus hijas... Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús Nazareno,
hombre a quien Dios acreditó entre vosotros con milagros, prodigios y señales
que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a
este, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de
Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos, a éste,
pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades (Muerte), pues no era
posible que quedase bajo su dominio... A este Jesús Dios le resucitó, de lo cual
todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del
Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros véis y oís...
Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y
Cristo a este Jesús a quien vosotros+, habéis crucificado"
213. "Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás
apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y
que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la
promesa es para vosotros y para vuestros hijos. y para todos los que están
lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro... Los que acogieron su Palabra
fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas."
215. Es como un nuevo renacimiento del hombre. Poi la fuerza del Espíritu el
hombre se vuelve más libre, más consciente, más irradiante, más personal. El
Espíritu de Dios es poseedor de una energía vital capaz de transfigurar nuestras
relaciones, de acercarnos a lo más íntimo y deseable de nuestro ser, de saciar
nuestra sed de dignidad y plenitud personal, de colmar nuestro deseo de infinito,
de introducirnos en la esfera del Dios viviente y vivificante... Las manifestaciones
y frutos del Espíritu son, a la vez, de inagotable variedad y de continuidad
profunda: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22-23). También son fruto del Espíritu los
carismas, que contribuyen al crecimiento y edificación de la Iglesia: "así uno
recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según
el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro,
por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a
aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la
diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas" (1 Co 12, 8-10).
217. La acción del Espíritu es una realidad que brota a borbotones como fruto de
la Pascua de Cristo. Desde entonces, la hora del Espíritu ha llegado. También
para el mundo de hoy. El mensaje cristiano proclama un hecho actual, que no
envejecerá jamás: el Espíritu Santo está en acción, dando testimonio de Cristo:
"Si en la actualidad, dice San Agustín, la presencia del Espíritu Santo no se
manifiesta con semejantes milagros, ¿cómo será posible que sepa cada uno que
ha recibido el Espíritu? Que cada uno interrogue a su propio corazón: si ama a
su hermano, el Espíritu de Dios está en él..."
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Que el preadolescente:
o comprenda cómo el Amor hace que personas distintas sean una sola realidad,
o adore el misterio del Dios Uno en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Por los caminos del Dios viviente: "Hazme saber el camino a seguir,
porque hacia ti levanto mi alma" (Sal 142, 8)
223. El Dios que sale al encuentro del hombre es el Dios de Moisés. Moisés
recibe de Dios una misión: liberar a su pueblo del poderoso Faraón egipcio. Esto
le parece disparatado, imposible: "¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para
sacar a los israelitas de Egipto?" (Ex 3, 11). "Yo estoy contigo" (3, 12), es la
respuesta de Dios. Moisés comienza la aventura del Exodo, fiándose de esta
palabra de Dios. Poco después, él y todo el pueblo experimentarán que Dios
cumple lo que anuncia, que Dios actúa en su historia, que Dios está con ellos,
que Dios les ama.
"Estar con" es la fórmula ordinaria de la Alianza. Amar a Dios es estar con Dios.
Amar al hermano es estar con el hermano. Dios está con nosotros. Dios nos
ama: "¿Puede una madre olvidarse de su criatura, no conmover-se el hijo de sus
entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te
llevo tatuada (oh Sión)" (Is 49, 15-16).
22. Dios está con nosotros. Dios nos ama. El Dios de Abrahán, Isaac, Jacob,
Moisés es el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. De tal manera amó Dios
al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito (Jn 3, 16). Jesús es el Hijo
Unigénito del Padre. Las confesiones de fe de la Iglesia primitiva proclaman
Señor a Jesús, como en la Antigua Alianza el mismo Yahvé fue denominado
Señor. Jesús también promete a los suyos su asistencia eficaz en la tarea de
comunicar el evangelio a los pueblos: "Yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del inundo" (Mt 28, 20). Los apóstoles comienzan la aventura de la
predicación, fiándose de esta palabra de Jesús. En seguida reconocen que la
palabra de Jesús se cumple, que Jesús actúa en medio de ellos, que está con
ellos, que colabora con ellos (Me 16, 20).
225. Jesús es el Dios vivo que se hace presente entre nosotros. Su presencia no
es accesible a la carne (Mt 16, 17), ni reservada a un pueblo (Col 3, 11), ni
ligada a un lugar (Jn 4, 21): es el don del Espíritu (Rm 5, 5; Jn 6. 63).
227. Jesucristo resucitado, en unión con el Padre nos envía su Espíritu Santo. El
Espíritu nos hace verdaderos hijos de Dios. El Espíritu es el don del Padre, de
cuya vida El nos hace partícipes. Por la acción del Espíritu somos capaces de
transfigurar nuestras relaciones, de amarnos unos a otros, de vivir como hijos de
Dios (Ga 4, 6; Rm 8, 15-16. 26). El conocimiento de Dios, propio de los que han
nacido de Dios, se relaciona con la experiencia del amor fraterno: "todo el que
ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor" (1 Jn 4, 7-8).
Dios es amor
228. "Dios es amor. Estos dos nombres, Ser y Amor, expresan de manera
inefable la misma esencia divina de Aquel que se nos quiso manifestar a Sí
mismo y que, habitando la luz inaccesible, está en sí mismo sobre todo nombre
y sobre todas las cosas e inteligencias creadas" (Pablo VI, CPD 9). Tal es el
secreto... Tal es el secreto al que se tiene acceso sólo por medio de Jesucristo
(1 Jn 4, 8-16). En Jesucristo reconocemos el amor que Dios nos tiene: "Quien
confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y
nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios
es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4,
15-16). La fe en Jesucristo y la caridad fraterna manifiestan que permanecemos
en Dios y Dios en nosotros.
En el Antiguo Testamento Dios se manifiesta lleno de amor por nosotros: "Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.
Misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y
pecado" (Ex 34, 6). El amor a Dios es el gran mandamiento (Dt 6, 5; Mt 22, 37).
Én Jesucristo Dios nos revela plenamente su amor. Al entregar Dios a la muerte
por nosotros a su Hijo muy amado (Mc 1, 11; 12, 6) nos demostró (Rm 5, 8) que
su actitud definitiva para con nosotros consiste en amar al mundo (Jn 3, 16) y
con esta entrega suprema e irrevocable nos ama con el amor que tiene a su
Hijo; nos hace el don de su amor, es decir, el don del Espíritu Santo, en quien se
unen amorosamente el Padre y el Hijo.
Imagen de Dios: nuestra vida en este mundo imita lo que es Jesús (cfr 1Jn
4, 17). El misterio divino de amor interpersonal
230. La distinción real de las Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no
sólo no se opone a que Dios sea uno, sino que precisamente las tres personas
divinas son el Dios uno a causa de las relaciones y vínculos mutuos que se dan
entre ellas: "Los mutuos vínculos que constituyen a las tres Personas desde toda
la eternidad, cada una de las cuales es el único y mismo Ser divino, son la vida
íntima y dichosa del Dios santísimo, la cual supera infinitamente todo aquello
que nosotros podemos entender según, el modo humano" (Pablo VI, CPD 9); "en
en las tres Personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí, la vida
y felicidad del Dios enteramente Uno..., se consuman de manera máximamente
excelente" (CPD 10).
Las relaciones mutuas entre las Divinas Personas son dinámicas. Toda
actividad divina es común a las tres personas: Ellas constituyen un solo
principio de acción
233. Estas relaciones y mutuos vínculos que constituyen a las tres divinas
personas desde toda la eternidad son la vida íntima y dichosa de Dios mismo,
por tanto no son relaciones estáticas, sino entrañadamente dinámicas. El Padre,
Principio sin principio, porque de ninguno otro trae su origen, engendra al Hijo; el
Hijo nace del seno del Padre; y del Padre y del Hijo como único principio
procede el Espíritu Santo. La generación y nacimiento del Hijo y la aspiración y
procedencia del Espíritu Santo son eternas.
Por estos mutuos vínculos el Padre está todo en el Hijo, y también en el Espíritu;
el Hijo está todo en el Padre y también en el Espíritu; y el Espíritu está
enteramente en el Padre y en el Hijo. Y consiguientemente las Tres Personas
son un único Poder, un único Saber, un único Querer, único origen de cualquier
otra realidad diversa de Dios.
El amor del Padre, fuente de la misión de las Divinas Personas "Pro Mundi
Vita"
235. Dios es el único ser que no está dividido. Es puro don, es amor. Jesús ora
para que nosotros seamos también "una sola cosa", reflejo de la unidad trinitaria.
Nuestra unidad será un testimonio que convenza al mundo, radicalmente
necesitado del don de la concordia pacífica: "Que todos sean uno, como Tú,
Padre, en mí y yo en Ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21): Esta es la raíz de la unidad de
la Iglesia: "Toda la Iglesia aparece como una muchedumbre reunida por la
unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). Así se expresa el
Concilio Vaticano II, citando a San Cipriano de Cartago. También el Concilio
Vaticano II, al tratar de la actividad misionera de la Iglesia, contempla toda la
misión eclesial como vocación entrañada en la naturaleza misma de la
comunidad de Cristo "por-que (la Iglesia) tiene su origen en la misión del Hijo y
en la misión del Espíritu Santo, según el proyecto de Dios Padre" (AG 2).
236. El conocimiento recto y más pleno de la realidad divina, Dios nos lo otorga
al revelarse como Padre, Hijo y Espíritu Santo, "de cuya vida eterna estamos
llamados por la gracia a participar" (Pablo VI, CPD 9). Pero importa advertir que
el Dios uno y trino, revelado por Jesucristo, es el mismo Dios que se manifestó a
los Padres de Israel, que no conocieron, sin embargo, las profundidades de su
vida misteriosa, desveladas para nos-otros por el Espíritu de Dios y de Cristo
(Cfr. 1 Co 2, 11-14). De igual modo muchos creyentes no cristianos, también hoy
"pueden testificar con nosotros ante los hombres la unidad de Dios, aunque no
conozcan el misterio de la Santísima Trinidad" (Pablo VI, CPD 9).
237. El Dios uno y trino, origen y realidad última para los creyentes, es también
fundamento de todos los seres creados: los hombres que no participan de la fe
revelada por Jesucristo pueden, aunque trabajosamente, descubrir y reconocer
a Dios como origen y fin de su propia existencia. La Iglesia, siguiendo la
tradición bíblica (Sb 13, 1-9; Rm 1, 18-23), ha profesado, a lo largo de la su
historia, que el hombre, por la contemplación sapiencial de las obras creadas,
puede conocer al Dios vivo como origen y fin de todas las cosas.
El Concilio Vaticano II reitera así, resumiéndola, la enseñanza del Vaticano I, al
proclamar: "Confiesa el Santo Concilio que Dios, principio y fin de todas las
cosas, puede ser conocido con certeza, a partir de las cosas creadas, por la luz
natural de la razón humana (cfr. Rin 1, 20); con todo, enseña que hay que acudir
a la revelación para que todos (los hombres), también en la actual condición del
género humano, puedan conocer con facilidad, con certeza firme y sin mezcla
de error alguno aquellas realidades divinas que de suyo no son inaccesibles a la
razón humana" (DV 6).
TERCERA PARTE
CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DEL HOMBRE.
"Por nosotros los hombres y por nuestra salvación."
DEL HOMBRE VIEJO AL HOMBRE NUEVO
o En proceso de conversión.
o Por la fuerza del Espíritu.
o La conciencia moral y la libertad del hombre.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Proclamar:
o que sólo a la luz, y bajo el influjo del Espíritu, el hombre reconoce su pecado;
o que Cristo hace posible el renacimiento del hombre a través del Espíritu.
CAPITULO I
UN "PASO" QUE TRANSFORMA AL HOMBRE
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Descubrir que a lo largo de la vida del creyente se realiza un verdadero proceso de conversión, de
renacimiento por la fuerza del Espíritu. Este proceso transforma al creyente de hombre viejo en hombre
nuevo.
EN PROCESO DE CONVERSIÓN.
culmina en la presencia eficaz del Espíritu prometido por Cristo. Toda existencia
humana se desenvuelve entre el rechazo de ese régimen de gracia, rechazo que
configura al hombre, según la concepción bíblica, como hombre viejo, y la
aceptación de la oferta del Padre que renueva, vivifica y salva lo que estaba
perdido (hombre nuevo).
Este cambio profundo se llama conversión. Desde sus orígenes, la Iglesia
distingue claramente entre conversión primera, conversión segunda y con-
versión continua. La conversión primera es propia de quien abraza la fe por
primera vez (Cfr. Hch 2, 38). La conversión segunda es la de aquellos que por el
pecado pierden la gracia bautismal y han de ser de nuevo justificados por el
sacramento de la penitencia. A este sacramento, los Santos Padres le llamaron
con propiedad "la segunda tabla después del naufragio que supone el perder la
gracia" (Jn 20, 22-23; cfr. Concilio de Trento, DS 1542). La conversión continua
es propia de los justos que frecuentemente han de orar con humildad y verdad:
"Perdónanos nuestras ofensas" (Mt 6, 12; cfr. DS 1536). En definitiva, la vida del
cristiano es todo un proceso de conversión en un hombre nuevo por la continua
acogida al don del Espíritu.
El pecado, condición histórica del hombre ante Dios
4. Toda una serie de rupturas descoyunta y deshace la realidad tal como había
proyectado Dios originalmente. El corte de la religación del hombre con Dios es
la raíz que origina y mantiene cualquiera otra ruptura. "Al negarse con frecuencia
a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación
a su fin último, y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a su propia
persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación... El
pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud" (GS 13). Su
pretensión fracasa; el pecado, lo divide en sí mismo, lo empequeñece,
desviándolo de la plenitud a la que estaba destinado y, además, lo coloca en
una situación de la que no puede salir por sí mismo. Así, el pecado lleva consigo
una negación frente a Dios, las consiguientes rupturas y una situación como de
un callejón sin salida. La Biblia expresa este estado de cosas con diversas
imágenes.
10. Así el problema religioso del hombre radica en el corazón. Israel fue
comprendiendo cada vez mejor que no es suficiente una religión exterior. Para
hallar a Dios hay que buscarlo "con todo el corazón" (Dt 4, 29). Israel
comprendió, al fin, que debía fijar su corazón en Dios (1 S 7, 3) y amarle con
todo el corazón (Dt 6, 5), viviendo con entera docilidad a su ley. Pero toda su
historia es una clara prueba de su impotencia radical para realizar tal ideal. Es
que el mal se le ha instalado en su mismo corazón. Este pueblo tiene un
corazón rebelde y contumaz (Jr 5, 23), un corazón incircunciso (Lv 26, 41), un
corazón doble (Os 10, 2). En lugar de poner su fe en Dios, ha seguido la
inclinación de su mal corazón (Jr 7, 24; 18, 12), y así han caído sobre él
calamidades sin cuento. Ya no le queda sino desgarrar su corazón (Jl 2, 13) y
presentarse delante de Dios con un corazón quebrantado y humillado (Sal 50,
19), rogando al Señor que les cree un corazón puro (Sal 50, 12).
11. "De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios,
fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que hace impuro al
hombre" (Mt 15, 19-20). En esta situación resulta necesario un corazón nuevo,
una conciencia nueva, una personalidad nueva. Los profetas anuncian para el
futuro mesiánico un cambio radical, un cambio de corazón (Jr 31, 33; 32, 39; 24,
7; Ez 18, 31). Dios mismo realizará ese cambio: "Os daré un corazón nuevo,
infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de
piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36, 26).
El Nuevo Testamento entiende este cambio del corazón en el sentido de nuevo
nacimiento, nueva creación. El hombre nuevo es de Dios (Jn 8, 47), nace de
Dios (Jn 1, 13; 1 Jn 5, 18), participa de la naturaleza divina (2 P 1, 4), está
destinado a reproducir la imagen del Hijo resucitado y a ver a Dios (Rm 8, 29).
Toda la tradición de la Iglesia ha llamado "gracia" a este nuevo ser. Es la gracia
que constituye al creyente en hijo adoptivo de Dios. Es la gracia creada,
consecuencia del don del Espíritu (gracia increada).
15. La conciencia es "el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que
éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de
aquella" (GS 16). Solamente a través de su propia con-ciencia, aún errónea,
llega al hombre el conocimiento de cualquier exigencia moral y religiosa. Por la
conciencia han de pasar todos los requerimientos de Dios y del prójimo. Es
camino ineludible. Por ello la conciencia propia debe ser escuchada. La Iglesia
ha enseñado constantemente que la con-ciencia obliga siempre aunque pueda
ser errónea, porque todo lo que no procede de "la buena fe" es pecado (Rm 14,
23). Pero precisamente por este carácter insoslayable de la obediencia a la
propia conciencia le urge al hombre formarse una "recta conciencia" (Cfr. GS
16), es decir, con-forme a la norma moral objetiva. El hombre fiel a Dios busca
sinceramente qué es lo que honestamente debe hacer. La fidelidad a la
conciencia implica fidelidad a la verdad. Esta urgencia es tanto más imperativa
para el creyente cuanto que su propia existencia de creyente encuentra su
sentido en la docilidad a la Palabra de Dios.
La libertad del hombre ante el bien y el mal (Dt 30, 15ss; Ga 6, 7-8) implica una
ineludible responsabilidad: "Mira: Hoy te pongo delante la vida y el bien, la
muerte y el mal... Elige, pues, la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al
Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida" (Dt 30,
15.19-20). El hombre puede apartarse del amor fraterno, puede separarse de
Dios, puede pecar. La libertad humana puede degradarse. Es una limitación
propia de la libertad humana. Dios, en cambio, sólo es capaz de amar. El
hombre está llamado a darse a sí mismo a Dios. La respuesta al amor de Dios
ha de ser una respuesta de amistad. Ahora bien, la verdadera amistad es libre.
El pecado —y su consecuencia, la condenación— consiste en rechazar
libremente la amistad que Dios ofrece gratuitamente al hombre para siempre.
Dominio de si mismo. Al servicio de Dios y de los otros
CAPÍTULO II
BAJO EL DOMINIO DEL PECADO. EL HOMBRE VIEJO.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Anunciar que sólo a la luz del Espíritu el hombre se reconoce pecador y que, por
consiguiente, se encuentra en una situación de la que no puede salir por sí mismo.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Descubrir nuestra situación de pecado y aceptar con docilidad y confianza el juicio de Dios sobre el
propio pe-cado.
21. El creyente es el hombre que vive en relación con Dios. Sólo delante de Dios
puede adquirir el hombre conciencia de pecado. En la medida en que creemos
en Dios vamos reconociendo, a la vez, el propio pecado, el pecado de la
humanidad y el pecado del mundo. Hay en el corazón humano como una
profunda aversión a reconocerse pecador, aversión que sólo la presencia eficaz
del Espíritu va lentamente dominando con una pedagogía inseparable de la
pedagogía de la fe. Como bien se ha dicho, no puede uno verse pecador sino
por comparación, no se ve uno pecador sino por gracia de Dios, no se conoce a
uno a sí mismo sino conociendo a Dios, no sabe uno lo que tendría que ser sino
cuando conoce Yo que Dios le propone ser, no sabe uno lo que le falta hasta
que se lo dan. Dice el libro de los Proverbios: "Al hombre le parecen rectos todos
sus caminos, pero es Yahvé quien pesa los corazones" (21, 2).
23. El hombre padece sus propios crímenes y miserias; padece las guerras, que
parecen brotar como por necesidad y como si nadie las quisiera; padece la
acumulación de bienes económicos, con la ambición, la soberbia y las grandes
fachadas de falsedad que hay detrás de ella; padece también el
envenenamiento de la atmósfera social por la lucha de clases y una fe ciega en
el recurso de la violencia; padece profundas contradicciones y equívocos: en el
seno de una Europa que se decía culta y cristiana han muerto —no hace tanto
tiempo— millones de personas en las cámaras de gas; padece el hombre una
incapacidad profunda para romper el círculo del propio egoísmo y amar.
El incumplimiento del Decálogo señala e identifica al hombre viejo
24. Frente a la ceguera del hombre para reconocer su propio pecado, la Palabra
de Dios levanta acta de acusación por medio del Decálogo "para que toda boca
enmudezca y el mundo entero se reconozca reo delante de Dios" (Rm 3, 19). El
Decálogo señala al hombre como pecador, le identifica como hombre viejo. Todo
aquello que, saliendo de dentro del corazón, supone una transgresión del
Decálogo, mancha y desfigura al hombre. Como dice Jesús: "de dentro del
corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones,
robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15,
19-20; cfr. Ga 3, 19ss).
25. Todos somos pecadores: "todos, judíos y gentiles, están bajo el dominio del
pecado; así dice la Escritura: Ninguno es justo, ni uno solo, no hay ninguno
sensato, nadie que busque a Dios. Todos se extraviaron, igualmente obstinados,
no hay uno que obre bien, ni uno solo. Su garganta es un sepulcro abierto,
mientras halagan con la lengua, con veneno de víboras en sus labios. Su boca
está llena de maldiciones y fraudes, sus pies tienen prisa para derramar sangre;
destrozos y ruinas jalonan sus caminos, no han descubierto el camino de la paz.
El temor de Dios no existe para ellos" (Rm 3, 10-18). "Todos pecaron y están
privados de la gloria de Dios" (Rm 3, 23). Por la palabra de Dios y la fe en Cristo
llegamos a reconocernos pecadores. Alcanzar la verdad sobre uno mismo es
don de Dios. Que el mundo sea convencido de pecado es señal de la acción del
Espíritu (Jn 16, 8).
26. Sólo desde la fe que nos hace capaces de una nueva experiencia, se puede
aceptar la verdad sobre el pecado humano. Y además esperanzada-mente, sin
derrotismos; sabemos que "a los que aman a Dios todo les sirve para el bien"
(Rm 8, 28). San Pablo subraya las seguridades de la fe cuando escribe: "Si Dios
está por nosotros, ¿quién contra nosotros...? Dios es quien justifica, ¿quién
condenará?" (Rm 8, 31.33). El mismo reconocimiento del propio pecado viene a
ser signo evangélico, "buena noticia".
Anunciar:
— Que Dios ama a este mundo pecador y que la cruz es signo de este amor.
Una reacción extrema e impía ante el mal del mundo: "No hay Dios"
29. Según las primeras páginas del Génesis, entre el mundo de nuestra
experiencia y la creación originaria no hay una continuidad perfecta: en un lugar
se produce una fractura. Era el mundo bueno, muy bueno al salir de las manos
de Dios (Gn 1 y 2). Se ha introducido un elemento perturbador: el pecado del
hombre (Gn 3). El pecado, rebeldía del hombre contra el designio salvador de
Dios, constituye la raíz más profunda de la miseria humana. Con este relato,
busca la Biblia no tanto especular sobre los orígenes de la historia, cuanto
iluminar la vida del hombre en orden a su conducta, mostrándole cómo vino la
desgracia y la miseria al mundo y sigue viniendo aún hoy y cómo de ellas es el
hombre y no Dios el responsable.
El dolor y la cruz, escándalo para los judíos, necedad para los griegos
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar:
• que por el pecado del hombre la relación personal de amor tiende a reducirse y de hecho se
reduce machas veces a relación de dominio y de fuerza;
• que el hombre apoyado sólo en sus propias fuerzas es incapaz de amor al prójimo con los
sentimientos de Cristo, estó es, con un amor realmente auténtico y desinteresado. El amor verdadero es
un don de Dios.
53. Toda actitud humana que de alguna manera cierra al individuo sobre sí
mismo, que no favorece su apertura e integración, que fomenta el aislamiento o
la soledad es un camino que no conduce hacia la propia identidad. Es una
actitud egoísta. La persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo
para sí misma, no siente satisfacción en dar, sino únicamente en tomar.
Considera el mundo exterior sólo desde el punto de vista de lo que puede
obtener de él. Carece de interés por las necesidades ajenas y de respeto por la
dignidad e integridad de los demás. No ve más que a sí misma, juzga a todos
según su utilidad; es básicamente incapaz de amar de verdad. Pero el egoísta
no sólo es incapaz de amar a los demás; ni siquiera puede amarse de verdad a
sí mismo.
56. El sermón de la montaña nos revela toda la amplitud del amor cristiano al
prójimo: "Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Yo, en cambio,
os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la
mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la
túnica, dale también la capa; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado no le
rehúyas. Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu
enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los
que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que
hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos" (Mt
5, 38-45).
57. La razón humana, si se toma sólo a sí misma como punto de partida, viene a
decir cosas como éstas: "Yo (y mi familia) tengo razón; yo no puedo prescindir
de esto o de lo otro"; "La caridad bien entendida empieza por uno mismo" (en
realidad, quiere decir que comienza, sigue y termina en uno mismo). O también:
"El que me la hace, me la paga", "Perdono, pero no olvido", "Por ahí no paso". El
mundo considera necedad y utopía la modalidad evangélica de amar. En ello se
revela su incapacidad de amar así, aunque dicha incapacidad no sea confesada
y reconocida. En realidad, todos somos principiantes en el amor. El egoísmo, a
insinceridad, la incapacidad e inmadurez interiores hacen de nosotros inexpertos
que tienen que ir aprendiendo siempre. El hombre, si se apoya sólo en sus
propias fuerzas, es incapaz de amar al prójimo con los sentimientos de Cristo y
según la ley del Espíritu.
58. Esta incapacidad de amar llega a ser tan honda en el hombre que penetra
incluso en el árnbito más íntimo de la vida humana: el amor conyugal, la familia.
Por el pecado la relación personal de amor queda desvirtuada en relaciones
instintivas y ciegas, de deseo y dominio, de predominio y fuerza: "Tendrás ansia
de tu marido y él te dominará" (Gn 3, 16). El pecado introduce la contradicción y
la incomunicación en el orden de la familia y del amor humanos.
Un corazón de piedra
OBJETIVO CATEQUETICO
Anunciar:
que, por el pecado del hombre, el trabajo se convierte en una realidad dura y esclavizante, deja de ser
signo de creación y de servicio;
que el hombre, por sí mismo, está incapacitado para colaborar verdaderamente con los otros; su trabajo
sigue entonces la ley de la competición considerando al otro como rival;
que todos estamos llamados a colaborar y a participar en la acción transformadora de un mundo que
Dios ha creado para todos.
61. Cierta dificultad del preadolescente para colaborar con los demás —
condición que puede ir siendo superada por él— no pocas veces resulta
favorecida y reforzada por una educación competitiva. Así, la experiencia del
preadolescente encuentra la rivalidad frente al compañero de clase, de juego, de
barrio, la persecución del propio interés y del mejor puesto, el individualismo
insolidario. Esta experiencia se inscribe en el contexto más amplio de la
experiencia humana común. Un tipo de preadolescente insolidario y rival frente a
. Ios demás corresponde a un tipo de sociedad que fomenta el individualismo
insolidario y la rivalidad. Una tal sociedad no educa, realmente, para el amor,
sino para la rivalidad.
62. La dificultad del adolescente para colaborar con los demás, favorecida por tal
género de educación, configura toda la vida futura del hombre, y en especial su
actividad laboral. El mundo del trabajo está presidido muy de ordinario
frecuentemente por la misma ley de la competitividad. Esta competitividad llega
a ser lucha sin entrañas, en la que "el otro" es percibido como rival, sin más
consideraciones. No importa el hombre por sí mismo, sino el dinero, el negocio,
el capital, el éxito personal, el poder; como dice el libro de la Sabiduría: "Piensa
que la existencia es un juego de niños y la vida un concurrido y lucrativo
mercado: ganar por todos los medios, dice, aun malos, es lo que importa" (Sb
15, 12).
65. Algunos desórdenes del mundo del trabajo en los que aparece actualmente
el poder del pecado: incumplimiento de deberes profesionales; injusticias en los
salarios y en el rendimiento laboral; discriminaciones sociales contra los más
débiles; despido arbitrario de trabajadores; abusos de la competencia: limitación
en el derecho de defensa de sus legítimos intereses a sectores del mundo del
trabajo.
Otros desórdenes sociales son la evasión de cargas fiscales o sociales o su
desproporción; las nuevas formas de usura; abusos respecto al alojamiento;
desinterés por las necesidades vitales de los más débiles, falta de acogida a los
inmigrados; manipulación de los medios de comunicación social y exigir lo
imposible a los dirigentes de la sociedad en todos los órdenes.
Anunciar:
— que la autoridad, cuando se ejerce bajo la seducción del pecado, pierde su sentido de servicio. Por el
pecado del hombre la autoridad muchas veces se degrada y se transforma en un simple medio de
dominio o de provecho propio.
— que el hombre por sus propias fuerzas se encuentra incapacitado para servir. Sólo por la acción de
Dios el hombre puede estar al auténtico servicio del hombre, recuperando su verdadero rostro.
68. Esa incapacidad para servir y esa tendencia profunda al dominio de los
demás se manifiesta también en la sociedad adulta. Con consecuencias y
repercusiones mucho más serias. Los grupos cerrados de la sociedad adulta
desarrollan una delincuencia no siempre denunciada como la carcoma de una
convivencia pacífica. Lo mismo sucede entre las naciones, donde el
nacionalismo y la ambición imperialista de cualquier cuño vienen a deshacer la
convivencia entre los pueblos.
70. La corrupción del poder culmina cuando éste se ejerce contra los creyentes
(los "santos"), los pobres de Yahvé (Jn 16, 2; Mt 10, 17 ss.; Lc 6, 26). El capítulo
7 del libro de Daniel —esbozo de teología de la historia aplicable a cualquier
tiempo— pone de manifiesto la dura condición histórica del creyente ante esta
forma de idolatría que hace del poder una bestia. En este relato, las bestias (que
simbolizan reyes, naciones, imperios...) atacan a "los santos del Altísimo" (vv.
18-25); éstos resisten en todo tiempo a la idolatría de la bestia, expresada
incomparablemente en Ap 13, 4: "¿Quién como la Bestia?". Pero, en tales
circunstancias, surgirá siempre un enviado de Dios que asuma y encarne la
función de Miguel, que significa ¿Quién como Dios? Ambos gritos recorren la
historia de los hombres de un extremo a otro del tiempo.
72. En el mensaje simbólico del sueño de Daniel (cap. 7) las figuras del Anciano
y del Hijo del Hombre (figuras humanas) aparecen como contrapunto dialéctico
de esas otras figuras no humanas o, mejor, inhumanas, bestiales: sólo lo divino
es profundamente humano y el hombre, cuando se aparta de Dios, se degrada
hasta la condición de bestia. La expresión semita "Hijo del Hombre" equivale
ordinariamente a Hombre. Según ello, la definición propia del hombre no es la
bestia, sino el Hijo del Hombre. Cristo, de una forma inconcebible para el mundo
(isirviendo!), deja al descubierto el rostro más perfecto de lo humano: "Cristo
revela plenamente el hombre al hombre" (GS 22). Desde ahí podemos rastrear
lo hondo de la perversión en el modo de entender y ejercer los hombres el poder
y la autoridad.
Tema 28. SIN LA GRACIA DEL ESPÍRITU, NO PODEMOS ADORAR AL DIOS
VERDADERO EN ESPÍRITU Y EN VERDAD
OBJETIVO CATEQUETICO:
Anunciar:
que por el pecado del hombre la relación con Dios se desvía, se desfigura, se corrompe;
que el hombre, abandonado a sí mismo, se encuentra incapacitado para creer, para adorar al verdadero
Dios en espíritu y en verdad;
que un culto grato a Dios lleva consigo fidelidad a las exigencias de la alianza.
75. Se dan, a veces, en la sociedad, por el influjo del pecado, formas de vida
religiosa centradas en un culto meramente exterior. Constituyen una religión y un
culto separados de la vida, con olvido del Dios vivo y verdadero, del amor al
prójimo, sin corazón y sin entrañas para el otro. Bajo la capa de un culto ofrecido
al verdadero Dios, el hombre satisface superficialmente cierta necesidad de vida
religiosa aunque el verdadero centro de interés de su vida vaya por otra parte,
muy lejos del deseo auténtico de hacer la voluntad de Dios. Busca en el rito una
seguridad que le tranquiliza y adormece. Y así puede acumular, incluso
obsesivamente, prácticas religiosas vacías.
76. Antes del pecado las relaciones del hombre con Dios se muestran sencillas.
Después del pecado, el hombre pretendía aplacar a Dios con sacrificios de
animales, pero sin verdadera conversión del corazón. Sin embargo, Dios no se
deja engañar: Dios no acepta cualquier culto. Y el mismo pueblo experimenta el
vacío de un culto formalista y sin corazón: "—¿Para qué ayunar, si no haces
caso? ¿mortificarnos, si tú no te fijas?" (Is 58, 3).
A veces, el rito religioso corre el peligro de convertirse en simple práctica que
pretende enmascarar y sustituir la conversión del corazón. Frente a tal
desviación, los profetas recordaron siempre las condiciones de un culto
auténtico.
77. La Escritura señala ese vacío religioso: "Mirad: el día de ayuno buscáis
vuestro interés, y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y
disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en
el cielo vuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que
el hombre se mortifica? Mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y
ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?" (Is 58, 3-5).
79. En otro pasaje del profeta Isaías, dice Dios algo semejante: "No me traigáis
más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no
los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una
carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque
multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de
sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad
de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido;
defended al huérfano, proteged a la viuda" (Is 1, 13-17).
80. Durante el reinado de Jeroboam II (783-743), Dios habla por medio de Amós,
el profeta de la amenaza. Todo estaba tranquilo, sereno, próspero. El lujo se
extendía por la corte de Samaría, cuando llega el profeta venido del Sur. No
tiene ningún título humano para hablar. No tiene más que una obligación
apremiante: la de ser portavoz de Dios. Amós se alza contra el desarrollo
solemne de las ceremonias cultuales que contrastan con las injusticias sociales
y la opresión de los pobres. La justicia y el derecho no son observados. El
profeta no les echa en cara el haber olvidado los ritos de arrepentimiento. Más
bien parece indicar que los han practicado con exceso (Am 4, 4; 5, 5.21). Pero
¿eso es convertirse? La verdadera conversión exige un cambio de vida que
ponga fin a la injusticia (Am 8, 4-8). Más aún, supone una interiorización que
permita volver a encontrar a Dios (Am 5, 4.6).
81. Los profetas no desechan los ritos, sino que piden que se les dé su
verdadero sentido. Samuel afirma que Dios desecha el culto de los que
desobedecen (1 S 15, 22). Amós e Isaías lo repiten fuertemente (Am 5, 21-26; Is
1, 11-20; 29, 13), y Jeremías proclama en pleno templo la vanidad del culto que
se celebra en él, denunciando la corrupción de los corazones (Jr 7, 4-15; 21 ss.).
Ezequiel, el profeta sacerdote, anunciando incluso la ruina del templo,
contaminado por la idolatría, describe el nuevo templo de la nueva alianza (Ez
37, 26 ss.), que será el centro cultual del pueblo fiel (Ez 40-48). El profeta del
retorno indica cómo aceptará Dios el culto de su pueblo; es preciso que sea una
comunidad verdaderamente fraterna (Is 58, 6-13; 66, 1 ss.). El libro de los
Proverbios se manifiesta en términos semejantes: "Si uno cierra los oídos a la
ley, hasta su oración será aborrecible" (Pr 28, 9).
82. Los profetas, a la vez que el formalismo ritual, combaten la confusión del
orden religioso en relación con el ámbito político. Este es otro aspecto de la
corrupción del orden religioso: uncirse al yugo de los intereses políticos. En el
Nuevo Testamento el libro del Apocalipsis, usando un lenguaje simbólico,
denuncia cómo lo religioso queda, a veces, al servicio de lo político. "Vi luego
otra Bestia que surgía de la tierra y tenía dos cuernos como de cordero, pero
hablaba como una serpiente. Ejerce todo el poder de la primera Bestia en
servicio de ésta, haciendo que la tierra y sus habitantes adoren a la primera
Bestia..." (Ap 13, 11-12).
Esta visión alegórica tiene su fuente de inspiración en el profeta Daniel. Las
bestias de Daniel, subiendo del mar, representan los sucesivos imperios. Por su
parte, las dos bestias del Apocalipsis simbolizan los dos componentes del
imperio: El poder político y una falsa orientación del sentimiento religioso. La
visión de San Juan es aguda. Tertuliano explicará como invención diabólica esa
confusión entre la política y la religión que persigue a los cristianos por el crimen
de lesa majestad.
85. Jesús denuncia de diversas maneras el poder corruptor del dinero. Así lo
hace dirigiéndose a los escribas, cuando dice de ellos que "devoran la hacienda
de las viudas so capa de largas oraciones" (Le 20, 47). Lo hace increpando a los
ricos: "Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que un rico
entrar en el Reino de los Cielos" (Mt 19, 24). De una forma general y
programática hace Jesús la denuncia del dinero en su discurso evangélico del
Sermón de la Montaña: "Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque
despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no
hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6, 24).
86. Para Jesús la corrupción del orden religioso se manifiesta de una manera
especial en la "levadura de los fariseos" (Mc 8, 15). "Vosotros los fariseos,
limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y
maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera ¿no hizo también lo de dentro? Dad
limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo. ¡Ay de vosotros, los fariseos,
que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres,
mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar
sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de
honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois
como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!" (Lc 11, 39-44).
87. "Un maestro de la ley intervino y le dijo: Maestro, diciendo eso nos ofendes
también a nosotros. Jesús replicó: ¡Ay de vosotros también, maestros de la ley,
que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las
tocáis ni con un dedo! ¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas,
después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron
vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis
sepulcros... ¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis quedado con la
llave del saber: vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los
que intentaban entrar!" (Lc 11, 45-52).
89. El verdadero culto a Dios implica una fe viva. Esta fe incluye la actitud de
apoyarse solamente en Dios, el Dios vivo y verdadero, la Roca inquebrantable.
Es no murmurar contra otros, como el pueblo de Israel en el desierto, sino tener
paciencia cuando la acción salvadora de Dios tarda en aparecer. Es no tener
miedo ante las dificultades del éxodo liberador, no recurrir a los ídolos vanos
como a un apoyo suplementario en medio de la prueba. Creer supone ser fuerte
con la fortaleza misma de Dios, que nos anuncia con toda certeza: "Si no os
apoyáis en mí, no seréis firmes" (Is 7, 9). Creer lleva a ver más allá de la corteza
opaca de los acontecimientos de la historia y llega hasta el Dios que los dirige;
es ir resolviendo el problema fundamental de toda vida auténticamente religiosa:
comporta reconocer los caminos de Dios y seguirlos. Creer comporta vivir en
actitud de oración, atención y vigilancia, como el salmista: "Indícame el camino
que he de seguir, pues levanto mi alma a ti" (Sal 142, 8).
90. Jesucristo es quien viene a tributar el verdadero culto grato a Dios. El vivió
cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre (Jn 4, 34). Jesús consagró
su vida a la gloria del Padre. El Padre se complace en El (Mt 17, 5). Jesús se
ofreció enteramente en la cruz como víctima por los pecados de los hombres:
"Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas
expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh Dios!,
para hacer tu voluntad. Primero dice: No quieres ni aceptas sacrificios ni
ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley.
Después añade: aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para
afirmar lo segundo" (Hb 10, 5-9).
Cristo resucitado continúa ofreciendo al Padre el sacrificio de la cruz que se
perpetúa en la celebración de la Eucaristía. En la Eucaristía los discípulos de
Jesús podemos participar de sus sentimientos para con el Padre (1 Co 10, 14-
17). Por la fuerza del Espíritu Santo podemos dar a Dios un culto auténtico, "en
espíritu y verdad" (Jn 4, 23; Rm 8, 26). "No todo el que me dice 'Señor, Señor'
entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre
que está en el cielo" (Mt 7, 21). Jesús nos enseñó cómo tiene que ser el
verdadero culto a Dios: humilde (Lc 18, 10-14), lleno de caridad y verdad (Mt 5,
23). Toda la vida del cristiano debe ser un verdadero culto a Dios (Rm 12, 1; 1
Co 10, 31; Ef 2, 21; 5, 19; Col 3, 16; 1 P 2, 5).
Tema 29.-Sin el don del Espíritu, no es posible establecer una relación entre
hombre y mujer, según el designio de Dios. El desprecio dél otro sexo.
OBJETIVO CATEQUÉTICO:
Anunciar:
o que por el pecado del hombre, el plan de Dios de hacer del hombre y mujer "una sola
carne" es obra constantemente amenazada por las tendencias egoístas de la persona humana, que con
frecuencia se deja llevar por sus malas inclinaciones, rompiendo la alianza querida por Dios;
o que la relación sexual entre hombre y mujer debe ser redimida: dejar de ser relación de
fuerza, dominio y satisfacción egoísta para llegar a ser relación de amor auténtico y generoso.
95. Muchos llegan a confundir el deseo sexual con el amor, y piensan que se
ama cuando se desea físicamente. Esta es la idea falsa del amor que aparece
con frecuencia en la publicidad, en la literatura erótica, en el cine, etc. Con ello
se reduce la relación profunda del amor humano auténtico entre personas de
distinto sexo a la esfera de la simple atracción instintiva y egoísta. Otros piensan
que el modo de superar la separación es manifestar, sin ningún dominio de sí
mismo, los propios impulsos agresivos, con exhibición de enojo, odios, etc. De
este modo piensan dar pruebas de intimidad. No es auténtico un amor que hace
del prójimo un simple instrumento del propio egoísmo o que no respeta en todo
momento su dignidad como persona.
OBJETIVO CATEQUÉTICO:
Anunciar:
o que por el pecado el hombre no acierta a establecer una relación adecuada con las
cosas (bienes materiales, riquezas, dinero...) ;
o que la codicia es contraria al amor del prójimo y al amor de Dios. La codicia infringe
una herida al prójimo y constituye una verdadera idolatría, ofendiendo, por tanto, al Dios de la Alianza.
99. Los preadolescentes de hoy están afectados en mayor o menor grado por
las características propias de la que se ha dado en llamar sociedad de consumo.
Se advierte con frecuencia en ellos una valoración exagerada de los aspectos
materiales. El entorno social, los medios de comunicación y la publicidad
contribuyen a ello. Esta especie de educación para el consumo estorba las
posibilidades de hacer una ordenación jerárquica de valores tan necesaria para
una correcta formación de la identidad personal. El preadolescente corre así el
riesgo de convertirse en un simple aprendiz de consumista.
100. La sociedad de consumo es una forma de vida que no sólo supone una
teoría concreta de las realidades económicas, sino que implica, al menos de
hecho, una concepción de la totalidad de la existencia. No se define
exclusivamente por el consumo de productos, sino también por un aumento en
el grado de deshumanización: así da origen a un tipo de hombre
desinteriorizado, materializado, cerrado en el círculo de la producción y del
consumo. El "consumismo" comienza allí donde acaba la satisfacción de las
necesidades para una vida digna. Se crean nuevas necesidades que son
presentadas como imprescindibles, pero que son superfluas. Pasan a segundo
plano las necesidades realmente importantes. La persona se convierte así en
una máquina no sólo productora, sino además consumidora de los productos
que fabrica. El mismo hombre acaba por materializarse y convertirse en objeto,
en cosa, en una pieza más del engranaje frenético y esclavizante de la sociedad
de consumo. Por tener más el hombre prefiere ser menos: no acierta a
establecer una relación adecuada con las cosas (bienes materiales, riqueza,
dinero).
101. La experiencia bíblica, desde un contexto distinto, ilumina, sin embargo, las
raíces más profundas del consumismo de hoy. Más allá de los
condicionamientos sociológicos, encontramos en el hombre la sed de poseer
cada vez más sin ocuparse de los otros, e incluso muchas veces a sus
expensas. Esto es lo que la Biblia entiende por codicia: la codicia coincide
ampliamente con la avidez y la perversión del deseo, pero parece acentuar
algunos de sus caracteres: es una avidez violenta y casi frenética (Ef 4, 19),
especialmente contraria al amor del prójimo, sobre todo al amor de los pobres, y
que, en primer lugar, va dirigida a los bienes materiales: la riqueza, el dinero...
La codicia inflige una herida al prójimo y constituye una verdadera idolatría,
ofendiendo, por tanto, al Dios de la Alianza.
105. "Dijo uno del público a Jesús: Maestro dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia. El le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o
árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: Mirad: guardaos de toda clase de
codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Y
les propuso una parábola: Un hombre tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar
cálculos: ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo
siguiente: dérribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré
allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo:
Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y
date buena vida. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo
que has acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y
no es rico ante Dios" (Lc 12, 13-21).
OBJETIVO CATEQUÉTICO:
Anunciar:
que por el pecado del hombre aparece en el mundo el problema de la violencia. Este tiene como raíz
el egoísmo, el deseo de dominio sobre los demás y, al mismo tiempo, el miedo a ser dominado por los
otros;
que el hombre, por sí mismo, se encuentra incapacitado para con sus solas fuerzas rechazar la
tentación de la violencia. La figura del Siervo de Yahvé pone ante los ojos de los creyentes la única
salida al problema de la violencia.
109. Desde el punto de vista social, la educación que hoy el muchacho está
recibiendo en la televisión, en el cine y a través del comportamiento de los
mismos adultos, contribuye a que piense que la agresividad antisocial, es decir,
la violencia, es el recurso normal y eficaz en las relaciones humanas. A menudo,
el único recurso posible. De este modo, el prisma a través del cual observa las
relaciones entre los hombres está hecho de agresividad y violencia. Ante esta
situación el preadolescente intentarla en muchas ocasiones identificarse con el
modelo de la violencia (el héroe violento) como el único capaz de solucionar sus
propios conflictos en el grupo y con los adultos.
La espiral de la violencia
116. Frente a la violencia que reina en el mundo, Jesús se muestra más radical
que el Antiguo Testamento. La ley del Talión requería la equidad en la
venganza, que restablece la justicia lesionada; Jesús exige el perdón (Mt 6,
12.14ss; Mc 11, 25) hasta setenta veces siete (Mt 18, 22). A todos les ordena:
"Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mt 5, 44; Le 6,
27). A sus discípulos les dice: "No hagáis frente al que os agravia" (Mt 5, 39).
Jesús no formula un juicio sobre el acto de violencia, cuya causa pueda ser
conforme a derecho, sino que señala un camino que trasciende todo derecho, el
de quien —en orden de gracia— tiene la fuerza de actuar conforme al
Evangelio. Quien no devuelve mal por mal, pone las cosas en un plano
totalmente nuevo.
117. Jesús fue por delante. Resiste a la tentación de instaurar el Reino de Dios
por medios violentos: no quiere dominar a los hombres por la fuerza (Mt 4, 8ss),
se niega a ser un político revolucionario (Jn 6, 15) y a obtener la gloria sin pasar
por el sacrificio de la cruz (Mt 16, 22ss). En el huerto de los Olivos renuncia al
derecho que tiene de ser defendido por la violencia: "¡Dejad! ¡Ya basta!" Va
hasta el extremo de curar a su adversario (Le 22, 49ss). Y ante Pilatos declara la
diferencia de procedimiento propia de su Reino:
La objeción de conciencia
121. Pero dice también el Concilio sobre los objetores de conciencia: "Parece
equitativo que las leyes provean humanitariamente al caso de quienes por
objecciones de conciencia se niegan a emplear las armas, con tal que acepten
otra forma de servir a la comunidad" (GS 79).
OBJETIVO CATEQUÉTICO:
Anunciar:
o que por el don del Espíritu ni siquiera el enemigo pierde su dignidad: el enemigo debe
ser amado.
Todos los miembros del pueblo cristiano, iluminados interiormente por el Espíritu
de Dios y guiados por las orientaciones de los pastores, deben discernir en cada
caso las exigencias concretas del Evangelio , (Cfr. Pablo VI, Octogessima
adveniens, 5).
134. Tanto los individuos como las instituciones deben promover, mediante la
enseñanza y la educación, el respeto a los derechos humanos: "La educación
tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el
fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades
fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas
las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de
las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz" (DDH
26, 2; cfr. DDN 10).
Derecho de expresión e
información
— "Todo ser humano tiene el
135. "Todo individuo tiene
derecho natural al debido respeto
derecho a la libertad de opinión y
de su persona, a la buena
de expresión; este derecho
reputación, a la libertad para buscar
incluye el de no ser molestado a
la verdad y, dentro de los límites del
causa de sus opiniones, el de
orden moral y del bien común, para
investigar y recibir informaciones
manifestar y defender sus ideas...
y opiniones y el de difundirlas, sin
y... para tener una objetiva
limitación de fronteras, por
información de los sucesos
cualquier medio de expresión"
públicos" (PT 12).
(DDH 19).
139. Es frecuente pensar en los derechos que nosotros tenemos y exigir a los
demás que nos respeten tales derechos. El cristiano, cuando proclama los
derechos humanos, debe pensar sobre todo en su deber de respetar los
derechos de los demás. Deberes y derechos son correlativos. Reivindicar
derechos y olvidarse de los deberes propios es deshacer con una mano lo que
se construye con la otra. El primero y fundamental deber para con el prójimo es
reconocerle sus derechos. Nuestra preocupación por los derechos del prójimo y
por la justicia social nace del reconocimiento de la dignidad del hombre, creado
a imagen de Dios. El amor fraterno incluye la justicia. Así, el Evangelio asume y
defiende los derechos humanos. Pero va más allá de lo que es simplemente
justo.
OBJETIVO CATEQUÉTICO:
Anunciar:
• que cerrarse a esta acción del Espíritu que nos invita al cambio es el peor de los pecados.
A todo hombre le gusta cambiar, ser diferente, mejorar, pero ¿por qué no se
decide a cambiar? ¿Qué es lo que le impide ser distinto de como es? Le gustaría
confiar en los demás y, sin embargo, se defiende de ellos con violencia. Quisiera
amar a los otros y por otro lado les rechaza. Podría servir a la humanidad para
que fuera feliz y, por otra parte, intenta dominarla. Querría amar a Dios y, sin
embargo, se sirve de El; se fabrica sus propios ídolos. Ante las dificultades que
experimenta, surge la pregunta: ¿le es posible al hombre cambiar?
"
Nicodemo: Habría que nacer de nuevo."
"
Jesús: Tenéis que nacer de lo alto."
145. Jesús se alza como el "signo de Jonás" en medio de una generación mala,
con disposiciones peores para con Dios que en otro tiempo Nínive (Lc 11, 29-
32). Así eleva contra ella una requisitoria llena de amenazas: los hombres de
Nínive la condenarán el día del juicio (Lc 11, 32); Tiro y Sidón tendrán una suerte
menos rigurosa que las ciudades del Lago (Lc 10, 13ss). La impenitencia actual
de Israel es, en efecto, señal del endurecimiento del corazón (Mt 13, 15ss). Si
los oyentes impenitentes de Jesús no cambian de conducta perecerán a
semejanza de la higuera estéril: "Uno tenía una higuera plantada en su viña, y
fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves:
tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera., y no lo encuentro.
Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó:
Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver
si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás" (Lc 13, 6-9).
146. Convertirse es romper con todo lo que separa de Dios, abandonar el mal
camino que aleja de El, según la fórmula de Jeremías: "Volveos cada cual de su
mal camino" (Jr 18, 11). Convertirse es cambiar profundamente, adquirir "un
corazón nuevo y un espíritu nuevo", como anuncia Ezequiel (Ez 18, 31). Tal
conversión supone una nueva creación, un hombre nuevo (Col 3, 10), algo que
sólo puede venir de la iniciativa de Dios, aunque exige al mismo tiempo una
decisión auténtica por parte del hombre, como dice el profeta Jeremías: "Hazme
volver y volveré, pues tú, Yahvé, eres mi Dios" (Jr 31, 18).
152. Si la situación de cada uno puede cambiar por medio de una conversión es
porque Cristo nos ha redimido con su pasión, muerte y resurrección. En virtud de
su acción redentora Cristo nos ofrece la gracia del perdón de Dios y el don del
Espíritu Santo. Cristo está presente en la Iglesia y actúa especialmente a través
de la proclamación que la Iglesia hace de la palabra de Dios y particularmente
en los sacramentos. Por la gracia de Cristo podemos superar nuestra
incapacidad para amar a Dios por encima de todas las cosas, liberamos de
nuestros pecados, convertirnos, vivir como hijos de Dios. El Espíritu Santo,
enviado por el Padre y por el Hijo, no sólo nos inclina a responder con
generosidad a la llamada de Dios sino que, si correspondemos a la gracia de
Dios, nos transforma en lo más profundo de nuestro ser y nos hace
verdaderamente partícipes de la vida de Dios y Dios mismo se entrega a
nosotros como un don.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar:
— que Cristo hace posible el renacimiento del hombre a través 'de su Espíritu.
Por sí mismo, el hombre no puede hacerlo. Con el don del Espíritu es posible ser
hombre nuevo.
ARTICULO 1.-EL HOMBRE NUEVO, CONFIGURADO
CON CRISTO: VIDA DE GRACIA
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar:
o que por la fe y la vida de gracia el hombre adquiere una nueva identidad: es un hombre
nuevo, configurado con Cristo por el don del Espíritu;
o que Cristo viene a proclamar el mensaje liberador de las Bienaventuranzas como señal
que identifica al hombre nuevo;
o que este hombre nuevo pertenece, ya desde ahora, al Reino de Dios y ha nacido a la Fe,
a la Esperanza y al Amor;
o que el hombre nuevo, configurado con Cristo por la fe y la vida de gracia, vive
conforme a la Palabra de Dios, nace de la comunidad y vive en ella, y celebra el misterio de Cristo en los
Sacramentos.
La crisis de identidad
Identidad y vida de fe
4. El hombre que acepta con fe viva la revelación de Dios tiene una nueva luz
,para saber quien es Dios y quien es el hombre. Dios nos ha hablado de nuestro
origen y de nuestro destino. Nos ha mostrado nuestro camino. Quiere hacer de
nosotros, en Cristo Jesús, un hombre nuevo. Sólo Dios puede esclarecer
plenamente el misterio del hombre: su situación presente, sus aspiraciones
profundas, su libertad, su pecado, su dolor, su muerte, su esperanza de vida
futura. El cristianismo construye su identidad personal en la vida de fe,
esperanza y caridad. El creyente afirma su personalidad al profundizar en su
relación personal con Cristo.
8. Pablo sabe por experiencia que el que se ha encontrado con Cristo es como
si hubiera vuelto a nacer, una criatura nueva, un hombre nuevo (2 Co 5, 17). El
confiesa que ha encontrado el verdadero y definitivo sentido de su vida gracias
al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús; ya nadie ni nada podrá separarle
de ese amor (Rm 8, 35-39): en un sentido profundamente cierto en el encuentro
con Cristo ha sido recreado. La pro, fundidad de la relación interpersonal de
Pablo con Cristo queda expresada de forma difícilmente superable en la
siguiente fórmula: "Vivo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).
12. El bautismo nos vincula a Cristo de modo especial: hemos sido hechos una
cosa con El (Cfr. Rm 6,5), hemos quedado injertados en El. El es la vid y
nosotros los sarmientos (Jn 15, 5). Somos miembros suyos (1 Co 12, 12ss.).
Somos de Cristo ,para siempre.
14. "¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo,
fuimos incorporados a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con El en
la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la
gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si
hemos quedado incorporados a él por una muerte como la suya, lo estaremos
también por una resurrección como la suya. Comprendamos que nuestro
hombre viejo ha sido crucificado con Cristo, destruida nuestra personalidad de
pecadores y nosotros libres de la esclavitud al pecado; porque el que muere ha
quedado absuelto del pecado.
Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con El;
pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere
más; la muerte ya no tiene dominio sobre El. Porque su morir fue un morir al
pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo
vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Que
el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal, ni seáis súbditos de los
deseos del cuerpo. No pongáis vuestros miembros al servicio del pecado como
instrumentos para la injusticia; ofreceos a Dios como hombres que de la muerte
han vuelto a la vida, y poned a su servicio vuestros miembros, como
instrumentos para la justicia. Porque el pecado no os dominará: ya que no estáis
bajo la ley, sino bajo la gracia" (Rm 6, 3-14; cfr. 1 Co 6, 15-19; Col 2, 11-13).
15. El designio de Dios es que nos configuremos con su Hijo, como modelo y
prototipo (Cfr. Rm 8, 28-30; 2 Co 3, 18). Esto se inicia con el bautismo. Se
logrará plenamente, en cuerpo y alma, el día de la resurrección, cuando Cristo
haya transfigurado este cuerpo de bajeza conforme a su cuerpo glorioso (Flp 3,
21). Entonces deberá revestirse del hombre celestial (1 Co 15, 49). Pero entre
tanto, a lo largo de su vida, el cristiano trata de asemejarse a Cristo por su amor
y pureza de vida, según la exhortación de Pablo: "Sed imitadores de Dios, como
hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros"
(Ef 5, 1-2; cfr. Col 3, 12-15). Configurarnos con Cristo es revestirnos del hombre
nuevo, lo cual implica despojarnos del hombre viejo: "En consecuencia, dad
muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la
pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el
castigo de Dios sobre los desobedientes. Entre ellos andábais también vosotros,
cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso; ira,
coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis
engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y
revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su creador, hasta
llegar a conocerlo" (Col 3, 5-10).
16. Para que seamos capaces de vivir según esta moral de gracia, moral de la
nueva alianza y seamos hombres nuevos en Cristo Jesús, según el designio de
Dios, Jesucristo resucitado concede a su Iglesia el don del Espíritu Santo. De
este modo se cumple lo anunciado por los profetas, como dice Pedro el día de
Pentecostés: "En los últimos días —dijo Dios—derramaré mi Espíritu sobre todo
hombre: Profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y
vuestros ancianos soñarán sueños; y sobre mis siervos y siervas derramaré mi
Espíritu en aquellos días y profetizarán. Haré prodigios arriba en el cielo y signos
abajo en la tierra" (Hch 2, 17-19). El Espíritu se nos concede en virtud de la
resurrección de Cristo: "El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie
gritaba: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. (Como
dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva). Decía esto
refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no
se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado" (Jn 7, 37-39).
El Espíritu Santo ha sido enviado por el Padre y por el Hijo para dar testimonio
de Cristo, y para que a su vez den testimonio de Cristo los Apóstoles: "Cuando
venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que
procede del Padre, él dará testimonio de mí: y también vosotros daréis
testimonio, porque desde el principio estáis conmigo" (Jn 15, 26-27).
18. El Espíritu Santo nos transforma realmente en hijos de Dios. El nos guía
para que vivamos como miembros del Cuerpo de Cristo (Cfr. 1 Co 12, 4) y como
hijos de Dios. En efecto, "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son
hijos de Dios. Pues no recibísteis un espíritu de esclavitud para recaer en el
temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace
exclamar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio
concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos,
herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él, para ser
también con él glorificados" (Rm 8, 14-17).
21. Entre las enseñanzas de Jesús sobre la situación y la conducta del hombre
nuevo, del hombre que pertenece ya al Reino de Dios, destaca el mensaje de
las bienaventuranzas (Mt 5-7; Lc 6, 20ss.). En la literatura judía y griega hay una
profusión de "bienaventuranzas", pero casi siempre en forma de máximas de
sabiduría humana. Proclaman bienaventurados a los hombres privilegiados que
tienen una mujer virtuosa, hijos ejemplares, éxitos, buena suerte, o bien, en
inscripciones funerarias, a los que terminaron felizmente su camino aquí abajo.
Los sabios israelitas del Antiguo Testamento afirman además que el camino
para alcanzar esta felicidad está en Dios: "Dichosos los que esperan en El" (Is
30, 18). "Dichoso el hombre que confía en ti" (Sal 83, 13).
25. Cristo vino a proclamar los mandamientos que liberan: "Dichosos los pobres
en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán
consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos
quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de
los Cielos" (Mt 5, 3-10).
Actitudes básicas de la existencia cristiana: fe, esperanza y caridad
Ya en sus primeras cartas, San Pablo sintetiza toda la existencia cristiana en "la
fe, esperanza y caridad" (1 Co 13, 13; 1 Ts 1, 3; 5, 8). Estas son las actitudes
básicas de la existencia cristiana. La Iglesia de Cristo, dentro de la cual el
cristiano responde al don de Dios, es la comunidad de fe, de esperanza y de
caridad: "Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la
tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo
visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos" (LG 8). Desde
el siglo XIII se las llama virtudes teologales porque tienen por objeto a Dios
mismo: la fe es creer a Dios y creer en Dios; la esperanza es esparar a Dios y
esperar en Dios; la caridad es amar a Dios y amar por amor a Dios.
27. La fe es ante todo la plena aceptación de Dios tal como El se nos revela. En
el Antiguo Testamento, la actitud de fe se caracteriza por la confianza en Dios.
El hombre que cree en Dios, se fía de su palabra, da crédito a sus promesas de
salvación y se apoya en El como en una roca. La fe es la confianza del hombre
en la fidelidad y en la gracia de Dios (Cfr. Ex 4, 28-31; 14, 31; Dt 1, 32; Is 7, 9).
El cristiano vive la esperanza en relación personal con Cristo, el Hijo de Dios que
se hizo hombre por nosotros, y por nosotros murió y resucitó como primogénito
de la humanidad, primicia die los que mueren, el cual intercede ahora por
nosotros ante el Padre (Rm 4, 25; 5, 15-17; 6, 10-11; 8, 3.10.29.32).
En el Nuevo Testamento aparece con especial relieve el amor con que Dios nos
ama (Rm 5, 8; 8, 31-39; Ef 1, 3-6; 2, 4-5). A este amor de Dios debe
corresponder nuestro amor filial a Dios (Cfr. Rm 8, 28; 1 Co 2, 9; 8, 3): "El que
no quiera al Señor, fuera con él" (1 Co 16, 22). El amor de Cristo hacia nosotros
nos apremia; por eso el cristiano debe vivir para Cristo (2 Co 5, 14-15; Ga 2, 20;
Ef 5, 1-2).
El Padre ama a Cristo, su Hijo Unigénito, y en Cristo ama a los hombres. Cristo
corresponde al amor dél Padre con la entrega de su vida por la salvación de la
humanidad (Jn 3, 16; 5, 20; 10, 15.17.30; 13, 1). El Padre expresa su amor a los
hombres dándonos a su Hijo unigénito que se entrega por nosotros a la muerte.
Nosotros debemos corresponder al amor de Dios amándole con todo nuestro
corazón, con toda nuestra mente, con todo nuestro ser, por encima dé todas las
cosas. Hemos de amar a Dios como verdaderos hijos de Dios, y por tanto con un
amor semejante al amor con que le ama Jesucristo. Jesús nos ha enseñado
cómo hemos de amar a Dios. Nuestro amor a Dios es participación del amor con
que Cristo ama al Padre. El amor cristiano a Dios toma forma concreta en el
amor a Jesús, ya que El es el Hijo de Dios igual al Padre (Jn 17, 21-23).
31. Es Dios quien ha tomado la iniciativa del amor supremo en el don de su Hijo
(1 Jn 3, 16; 4, 8-16; cfr Jn 3, 16). "Dios es amor" (1 Jn 4, 8.16). Nuestro amor a
Dios es también gracia de Dios, don que Dios nos concede por medio de su Hijo
y del Espíritu Santo. La comunión de amor y de vida que hay entre Cristo y el
cristiano que ama a Dios, es participación en la comunión de amor y de vida que
hay entre Cristo y el Padre en el Espíritu Santo. Dice San Juan: "Eso que hemos
visto y oído os lo' anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión
que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1, 3).
35. San Pablo expresa así esta realidad de nuestra comunión con Cristo: "Estoy
crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,
19-20). Esta vida en Cristo tiene que ser para nosotros una vida en Dios (Ga 2,
19; 2 Co 5, 15; Rm 6, 11.13). El don del Espíritu Santo suscita en el corazón del
hombre una vida nueva de comunión con Cristo en la fe, en la esperanza y en la
caridad. Esta vida nueva, permanente, interior, real, del hombre en Cristo es lo
que se denomina gracia santificante o gracia habitual. Es unan participación en
la naturaleza divina (2 P 1, 4). Esta vida divina en nosotros es incompatible con
el pecado grave. Quien peca gravemente, pierde la vida de la gracia. El pecado
es muerte para el pecador. El pecador que se convierte de sus pecados y se
vuelve a Dios, no sólo recibe el perdón de Dios, sino además el don de la gracia.
Por la gracia el hombre se convierte de injusto en justo, de enemigo en
amigo de Dios
37. La vida de gracia es un revestirse de Cristo (Ga 3, 27; Col 3, 9ss; Ef 4, 22ss;
Rm 8, 29). Por su inserción en Cristo, como el sarmiento en la vid, el cristiano
vive la vida de Cristo, la vida de la gracia, la vida de fe, esperanza y caridad (Jrt
15, 1-8; 17, 23-26; Ga 3, 26). A su vez, el cristiano, por la vida de fe, esperanza
y caridad, se enraizará más en Cristo, en su gracia vivificante. En esta comunión
con Cristo alcanzamos la verdadera filiación divina. Cristo es, al mismo tiempo,
el Hijo unigénito del Padre (Jn 1, 14; 3, 16) y el primogénito entre muchos
hermanos (Rm 8, 29). En Cristo nuestro hermano somos hijos del Padre que
está en los cielos. Cristo nos da su Espíritu que nos transforma realmente en
hijos de Dios (Rm 8, 15; Ga 4, 6; 1 P 1, 23). Esta filiación divina nos hace
partícipes del mismo destino de Cristo: "Y si somos hijos, también herederos,
herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rm 8, 17; Ga 4, 7; Ef 1, 13-14. 17-
18; Col 3, 24; 1 P 1, 3-4).
38. Si vivimos unidos a Cristo por la vida de fe, esperanza y caridad, el Espíritu
Santo habita en nosotros (Ga 4, 4-6; Rm 8, 12-16; cfr. Tema 19). "Así, unos y
otros podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu. Por él (Cristo)
también vosotros os vais integrando en ia construcción para ser morada de Dios,
por el Espíritu" (Ef 2, 18.22; 1 Co 3, 16-17; 6, 19-20).
39. En virtud de esta participación en la vida divina, Dios nos ama de manera
singular. "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm: 5, 5). El Padre nos ama en unión del
Hijo en el Espíritu Santo (Cfr. Jrx 14, 26; 15, 26; 16, 7). San Juan dice: "Mirad
qué amor nos ha tenido el Padre para llamamos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos
de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando ,se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 1-
2).
La efusión del Espíritu en nuestros corazones nos permite tener parte en el amor
con que se aman el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo (1 Jn 3, 24; 4, 13.16).
Somos amados por el Padre y vivimos en comunión con el Padre y con el Hijo:
"El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de
Dios" (Jn 16, 27). "Yo en ellos y tú en mí." (Jn 17, 23), dice Jesús en la oración al
Padre. Y también: "Les he dado a conocer y les daré a conocer tu Nombre, para
que el amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos" (Jn
17, 26; cfr. Jn 17, 6-8.19.22.24).
La vida de gracia: participamos en la vida del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo.
Las obras buenas que realiza el hombre que vive en gracia tienen carácter
meritorio
41. La conducta del hombre que vive en gracia de Dios es una conducta que
debe estar informada ,por la fe, la esperanza y la caridad. La vida de gracia es
un don gratuito de Dios que se nos concede por medio de Jesucristo y en unión
con el Espíritu Santo. Nos la comunica Jesucristo principalmente por medio de
los ,sacramentos, y a través de toda la vida de la Iglesia. Esta vida de gracia es
germen y anticipación de la vida eterna; crece y se desarrolla en nosotros aquí
en la tierra por la acción gratuita del Espíritu Santo y por nuestra libre
cooperación al don de Dios. Las obras buenas que realiza el hombre que vive en
gracia de Dios tienen carácter meritorio. Si por una parte son fruto de la gracia
de Cristo, en nosotros, por otra parte son obras verdaderamente nuestras.
Nuestra vida de fe, esperanza y caridad, siendo un don de Dios, es al mismo
tiempo una verdadera realización de nuestro ser personal. Para expresar la
relación entre nuestra conducta recta y la vida eterna, Jesús emplea con
frecuencia el término recompensa (Cfr. Mt 6, 4.18; Mc 10, 21; Mt 24, 47; 25,
21.23; 19, 28-29). En la parábola de los obreros de la viña aparece claro que
esta recompensa sigue siendo siempre un don de la bondad y del amor de Dios
(Mt 20, 8.14; 16, 27).
"¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno sólo
recibe el premio?" (1 Co 9, 24)
42. San Pablo nos exhorta a que nos esforcemos por obtener la recompensa
como el corredor en el estadio por conseguir la corona de la victoria (1 Co 9, 24;
3, 8; Rm 2, 6; 2 Tm 4, 8; Col 3, 23-24). El autor de la carta a los Hebreos dice a
propósito del servicio dado a los santos: "Dios no es injusto para olvidarse de
vuestros trabajos y del amor que le habéis demostrado sirviendo a los santos
ahora igual que antes" (Hb 6, 10; cfr. 6, 12; 10, 35; 11, 6.26; Ap 22, 12). El objeto
del mérito es la vida eterna, el estar con Dios para siempre. Dios personalmente
se convierte en recompensa del hombre. También es objeto de mérito el
aumento de la gracia. Cualquier obra realmente meritoria ha de realizarse en
Cristo, con Cristo y por Cristo. Los cristianos hemos sido creados en Cristo para
dedicarnos a las buenas obras (Ef 2, 10). El es la verdadera causa de nuestros
méritos. Para esto no es necesario que seamos plenamente conscientes de lo
que Cristo realiza por nosotros. Cuando servimos al prójimo con generosidad
servimos a Cristo aunque no pensemos en ello (Cfr. Mt 25, 40). Nunca podemos
gloriamos de nuestras buenas obras delante de Dios, sino sólo en el Señor (1
Co 1, 31), que es quien produce las buenas obras en nosotros (Cfr. Ef 2, 10; Ga
5, 22; 2 Ts 2, 16-17; 2 Co 9, 8; Col 3, 17). Dios, al otorgar mérito a nuestras
buenas obras, lo hace a los dones que hemos recibido ya gratuitamente de El
(Cfr. Concilio de Trento, DS 1548, 1574, 1576, 1581, 1583). Estas buenas obras
son, ante todo, obras en la imitación de Cristo, que brotan y crecen de la raíz del
amor y de la gracia, obras que se orientan espontánea y directamente a Dios y
al prójimo.
El hombre que nace del Sermón de la Montaña, ese sí que es hombre nuevo,
recuperado: al recobrarse, se manifiesta desconocido, distinto. Por la presencia
eficaz de Jesús en medio de nosotros y la comunicación de su Espíritu, se
vuelve posible el cumplimiento de las bienaventuranzas a quien no podía cumplir
la ley. Escuchar la palabra de Dios no es sólo prestarle un oído atento, sino
abrirle el corazón (Hch 16, 14), ponerla en práctica (Mt 7, 24ss). Es ser como la
buena tierra que, acogiendo la semilla de la Palabra, responde a la voluntad del
Sembrador (Mt 13, 3ss).
OBJETIVO CATEQUETICO
Anunciar :
— que el hombre nuevo vive conforme a la Palabra de Dios, manifestada en la persona de Cristo y en su
Evangelio.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
— Descubrir y reconocer en la experiencia de la lucha interior entre lo que se es y lo que se quiere
ser, la propia incapacidad para lograr ese ideal.
Anunciar:
• que el Evangelio es Buena Noticia porque es una situación totalmente nueva para el hombre, es
una situación de gracia y de don.
1. Cada persona lleva dentro de sí una imagen ideal de sí mismo que le dice
cómo debe ser. La realidad de cada día, sin embargo, es bien distinta: aparecen
los fracasos, los fallos, las limitaciones. En distintos órdenes de la vida (trabajo,
conocimiento, vida espiritual...) el hombre tiene la tendencia a superarse. Una
vez conseguida una meta, desea ir más allá, y se propone metas superiores. En
el orden moral el hombre siente clon frecuencia la contradicción entre lo que en
conciencia sabe que debe ser su conducta y lo que realmente es. Se debate en
una lucha interior en la que no podrá salir victorioso con sus propias fuerzas.
2. San Pablo expresa esta división interior en estos términos: "querer lo bueno lo
tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero hacer, no lo hago; el mal
que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que
no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que habita en mí.
Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las
manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi
cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y
me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de
mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por medio de
nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias" (Rm 7, 18-25).
El Evangelio de Jesús
6. El Antiguo Testamento nos habla de la Ley dada por Dios al pueblo de Israel
en el monte Sinaí. Es el Decálogo, la Ley de la Antigua Alianza de Dios con su
pueblo. El Decálogo es resumen de las normas fundamentales de conducta que
deben ser observadas por todo hombre de conciencia recta. A lo largo de la
historia del pueblo de Israel, se fueron introduciendo múltiples interpretaciones y
preceptos que muchas veces reducían la Ley de Dios a un formalismo legalista.
La actitud de Jesús frente a la Antigua Ley es clara: "No penséis que he venido a
abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,
17). Si se opone a la tradición de los antiguos, cuyos promotores son los
escribas y fariseos (Cfr. Mt 5, 20), es porque esa tradición, al menos de hecho,
lleva á los hombres a violar la Ley, y a anular la Palabra dé Dios (Mc 12, 28-34).
Sin contradecir en modo alguno, el ideal moral del Decálogo, Jesús lo explica, lo
interpreta y lleva a la perfección a la que se orientaban sus tendencias
germinales. Así sucede cuando proclama la superioridad del hombre sobre el
sábado (Mc 2, 23-27), la fidelidad del corazón (Mt 5, 27-28), la profunda
sinceridad cristiana (Mt 5, 33-37), el amor al enemigo (Mt 5, 38ss).
7. Con Jesús permanece el ideal moral del Antiguo Testamento, que debe ser
cumplido hasta la última i: "Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes
que pase una i o un ápice de la Ley, sin que todo se haya cumplido" (Mt 5, 18).
Con el Nuevo Testamento, ciertamente, se vienen abajo las normas jurídicas y
cultuales pertenecientes a las instituciones de Israel, pero el ideal moral de los
Mandamientos no sólo subsiste, sino que se confirma en su dimensión más
sustancial y genuina que, al ser substraída, se purifica de los posibles lastres
contraídos en el curso histórico: los lastres de las tradiciones humanas. El Nuevo
Testamento resume el ideal moral antiguo en el precepto del amor, que es la
consumación y la plenitud de la Ley.
Par su parte, la primera carta de San Juan subraya la relación esencial que
existe entre el conocimiento de Dios y la práctica de sus mandamientos: "Quien
dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad
no está en él" (1 Jn 2, 4). Por el contrario, "quien guarda su Palabra, ciertamente
el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud" (1 Jn 2, 5). El conocimiento de
Dios y la comunión de amor y de vida con El no se dan sino en el que cumple
sus mandamientos. "Quien guarda sus mandamientos, permanece en Dios y
Dios en El" (1 Jn 3, 24). Amar a Dios implica amor al prójimo. Y el amor al
prójimo no es verdadero si no radica en el amor a Dios: "En esto conocemos que
amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos" (1
Jn 5, 2-3). Amar a Dios es cumplir los mandamientos y, en especial, la caridad
fraterna.
10. "Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será
procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será
procesado. Y si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el
sanedrín y, si lo llama renegado, merece la condena del fuego. Por tanto, si
cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu
hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda' ante el altar y vete primero a
reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda" (Mt 5,
21-24).
13. "Habéis oído que se dijo a los antiguos: NO jurarás en falso y cumplirás tus
votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es
el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén,
que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures po' tu cabeza, pues no puedes volver
blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de
ahí viene del Maligno" (Mt 5, 33-37).
"Sabéis que está mandado: ojo por ojo, diente por diente..."
14. "Sabéis que está mandado: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo:
No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla
derecha, preséntale la otra; al qud quiera ponerte pleito para quitarte la túnica,
dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale
dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas" (Mt 5, 38-42).
16. Jesús inaugura una situación religiosa totalmente nueva. Con El comienza
una nueva era para el hombre: el tiempo de la Gracia. Con El termina el viejo
tiempo del Antiguo Testamento: "La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan;
desde entonces se anuncia el Reino de Dios" (Lc 16, 16). 0 como dice San Juan:
"La Ley se dio por medio de Moisés; la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo" (Jn 1, 17).
18. El Evangelio es lo que ninguna ley puede ser por sí misma: "Una fuerza de
Dios para la salvación de todo el que cree" (Rm 1, 16). La moral evangélica
radica fundamentalmente en la gracia y en el amor (Ga 5, 14; Rm 13, 8-10), y el
amor no es una norma exterior de conducta, sino una fuerza interior, un
dinamismo nuevo, el don del Espíritu. Esta nueva situación del hombre ante la
Ley había sido anunciada por los profetas: "Os daré un corazón nuevo y os
infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os
daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según
mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos" (Ez 36, 26-27).
19. Así, el cristiano, animado por el Espíritu que procede de Jesús y del Padre,
se encuentra liberado de toda ley en lo que la ley tiene de imposición al hombre
desde el exterior. Esto no significa que el cristiano menosprecie la ley; antes
bien, se siente llamado a ir más allá de la letra de la ley. Una madre que ama a
su hijo cumple con sus deberes de madre sin necesidad de una norma que le
recuerde sus obligaciones. Comparando el Antiguo Testamento con el Nuevo,
Santo Tomás de Aquino dice que "la Nueva Ley es principalmente la gracia
misma del Espíritu Santo que se da a los cristianos" (Suma Teológica, I-II, q 106
a 1). Lo principal en la ley del Nuevo Testamento es la gracia del Espíritu Santo
que se nos concede por la fe viva en Jesucristo. Las demás realidades del
Nuevo Testamento como, por ejemplo, los sacramentos y los mismos escritos
sagrados (evangelios, cartas de San Pablo, etc.) se ordenan a esta vida de
gracia y fidelidad al Espíritu Santo. La ley de gracia que el Espíritu Santo
imprime en el corazón del cristiano no es sólo una indicación de lo que debe
hacer, sino fuerza y ayuda para hacerlo.
20. Surge ahora una pregunta: si el cristiano ha sido liberado de la ley en tanto
que es ley, entonces ¿por qué subsisten leyes en el cristianismo? El principio
paulino permanece: "La ley no ha sido instituida para los justos, sino para los
pecadores" (1 Tm 1, 9). Si todos los cristianos fueran justos, no habría
necesidad de leyes. La ley, en general, no interviene más que para denunciar un
desorden existente. Por ejemplo, cuando los cristianos comulgaban
frecuentemente, jamás la Iglesia les ha obligado bajo pena de pecado a
comulgar una vez al año. En virtud de una exigencia interior cumplían con
sobreabundancia, como una madre obedece al precepto del Decálogo que le
prohibe matar a su niño. Pero, en la medida en que la exigencia interior deja de
urgir, cuando no se hace sentir, la ley se yergue proclamando la obligación y
advirtiendo que en el creyente ha cesado dé animar la fuerza del Espíritu.
Entonces juega la ley para el cristiano el mismo papel que, para el judío, la Ley
mosaica.
21. San Pablo nos dice: "Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una
libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros
por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: Amarás al prójimo
como a ti mismo. Pero, atención, que si os mordéis y devoráis unos a otros,
terminaréis por destruiros mutuamente" (Ga 5, 13-15). El cristiano es un hijo (Ga
3, 26; Rmm 8, 14-16), no un esclavo (Ga 4, 1-3); respira una atmósfera de
confianza, vive en el amor (1 Jn 4, 18). La vocación cristiana es una vocación a
la libertad. Pero esta libertad es para el amor e implica ruptura con los propios
egoísmos: no una libertad para que se aproveche la carne, sino una
participación en la propia libertad de Cristo.
Tema 36. AMARÁS AL SEÑOR CON TODO TU CORAZÓN (1°, 2.° Y 3.°
MANDAMIENTOS). LA ORACIÓN
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar:
o que Dios, cercano, presente, amante, sale al encuentro del hombre y en el contexto de
un diálogo, le da a conocer su Ley;
o que el primer y gran Mandamiento de la Ley de Dios dice: Amarás a Dios con todo tu
corazón, lo cual significa que Dios debe ser buscado con todo el corazón;
27. El Dios de Israel se ocupa y preocupa de mil maneras por el hombre; como
dice el profeta Oseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé y de Egipto llamé a mi
hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: sacrificaban a los baales e
incensaban a los ídolos. Y con todo yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole en
mis brazos, mas no supieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los
atraía, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza un niño contra su
mejilla, me inclinaba hacia él para darle de comer" (Os 11, 1-4).
28. Los verdaderos senderos del desierto por los que Dios enseña a ca-minar
son los del corazón. Hay un lazo esencial entre la rectitud del corazón y su
presencia, entre la ley y la vida (Dt 30, 15-20). La ley, ante todo, es un don y una
llamada suya. El núcleo primero de la ley mosaica, el Decálogo, no se expresa
en forma impersonal, sino dentro de un diálogo indicado en estas palabras:
"Escucha, Israel" (Dt 5, 1; 6, 4). Su punto de partida se propone desde el
principio del Decálogo; es el Dios Amor y Salvador: "Yo soy el Señor, tu Dios,
que te saqué de Egipto, de la esclavitud" (Ex 20, 2; Dt 5, 6). Todo lo que sigue
es ratificado y explicado en función de esta realidad primera. Aun cuando los
preceptos coincidan con la ley natural o con los mandamientos de los códigos
orientales contemporáneos, la atmósfera es completamente nueva; es la línea
del amor. El Evangelio vendrá no para abolir esta ley de amor, sino para llevarla
a la plenitud (Mt 5, 17).
29. Los mandamientos divinos orientan la existencia entera del hombre hacia
Dios. Miran al corazón. Dios debe ser buscado con todo el corazón. Jesús llamó
el mayor y primer mandamiento el que nos manda amar a Dios con todo nuestro
ser (Cfr. Mt 22, 38). El Deuteronomio lo expone así: "Escucha Israel: El Señor
nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón,
con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán
en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y
yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo,
serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus
portales" (Dt 6, 4-9). Jesús añade que el segundo mandamiento es semejante a
éste: "amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos
penden toda la ley y los profetas" (Mt 22, 39-40).
• "No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos: figura alguna de
lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la fierra.'
No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un
dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos,
cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me
aman y guardan mis preceptos" (Dt 5, 7-10): Primer mandamiento.
Un amor no correspondido
31. Los profetas, amigos y confidentes de Dios (como lo habían sido los
patriarcas desde Abrahán a Moisés), son amados y se saben amados
personalmente por El. Oseas, luego Jeremías y Ezequiel revelan que Dios es el
esposo de Israel. El pueblo israelita, sin embargo, no cesa de ser infiel; el amor
apasionado y exclusivo de Dios es correspondido únicamente con ingratitud y
traición. Pero el amor es más fuerte que el pecado, aun cuando deba sufrir (Os
11, 8): Dios decide recrear en Israel un corazón nuevo capaz de amar de verdad
(Os 2, 21ss; Jr 31, 3.20.22; Ez 16, 60-63; 36, 16-38).
33. Después del destierro es cada día más honda la convicción israelita de que
Dios se dirige al corazón de cada uno. Dios no ama sólo a la colectividad (Dt 4,
7) o a sus jefes (2 S 12, 7-8), sino a cada judío, sobre todo al justo (Sal 36, 25-
29), al pobre y al pequeño (Sal 112, 5-9). Y hasta poco a poco se esboza la idea
de que el amor de Yahvé se extiende, más allá de los judíos, también a los
paganos (Jon 4, 10-11) e incluso a toda criatura (Sb 11, 23-26).
34. Este amor de Dios al hombre exige reciprocidad, el amor del hombre a Dios:
el cumplimiento del primer gran mandamiento de la ley: amar a Dios con todo el
corazón. Jesús realiza el diálogo filial con Dios y da su testimonio delante de los
hombres. Se entrega totalmente al Padre desde los comienzos (Lc 2, 49; cfr. Hb
10, 5ss), viviendo en oración y en acción de gracias (Mc 1, 35; Mt 11, 25) y
sobre todo en perfecta conformidad con la voluntad divina (Jn 4, 34; 6, 38), está
incesantemente a la escucha de Dios (5, 30; 8, 26.40), lo cual le asegura que es
escuchado por El (11, 41-42; 9, 31).
35. Cumplir la voluntad del Padre es para Jesús tan necesario como el alimento:
"
Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra" (Jn
4, 34). Cumplir la voluntad de Dios es el verdadero sacrificio, la ofrenda de la
vida entera: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado uri
cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que
está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad" (Hb 10, 5-
7). Jesús muestra su amor al Padre realizando la obra que el Padre le ha
ordenado: "el mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre
me ha ordenado" (Jn 14, 31).
38. Jesús recuerda aquí lo que nunca debe ser olvidado y lo que, en su
evangelio, es central y debe ser buscado por encima de todo: "Sobre todo
buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6,
33). Jesús recuerda quién debe ser realmente adorado y cómo: Dios, con todo
el corazón. La adoración es la expresión, a la vez, espontánea y consciente,
obligada y voluntaria del hombre ante la proximidad y la grandeza de Dios. Esta
adoración exige el compromiso de todo el ser: es adoración en espíritu y en
verdad, como dice Jesús a la samaritana: "Se acerca la hora, ya está aquí, en
que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad,
porque el Padre desea que le den culto así" (Jn 4, 23).
39. Nuestro deber primordial es tributar a Dios culto filial de adoración y amor. A
El nos debemos por entero. Sólo a El hemos de adorar. "Dios no puede
compartir su gloria con ningún otro" (Is 42, 8; 48, 11). Dios manifestó su gloria,
su majestad y santidad de diversas maneras en el Antiguo Testamento y de
modo especial en Jesucristo. La transfiguración del Tabor reveló a los discípulos
la gloria del Padre y la de Cristo (Le 9, 32). "Hemos visto su gloria —dice San
Juan—, gloria como del Unigénito del Padre" (Jn 1, 14). Debemos vivir adorando
a Dios, glorificándole, dándole gracias. Jesucristo es el único que da al Padre
una acción de gracias, una adoración y un culto, dignos del Padre,
especialmente con su muerte y resurrección (Cfr. Hb 4, 14; 5, 10; Ap 5, 12-13).
Nosotros damos culto a Dios uniéndonos a Jesucristo, en la oración, en la
participación en la Eucaristía y en los demás sacramentos y con una conducta
verdaderamente evangélica (Cfr. 1 P 2, 5). La celebración de la Eucaristía
constituye el momento culminante en que Dios Padre es glorificado por Cristo.
La Iglesia da culto a Dios, con la fuerza del Espíritu Santo, y por medio de
Jesucristo, que es nuestra cabeza. Nuestro culto cristiano es siempre
participación en el de Cristo. Por el bautismo participamos de su sacerdocio, y
unidos a El en la Eucaristía, damos gloria a Dios Padre (Cfr. 1 P 2, 4-10; Ap 1, 6;
5, 10).
40. Este culto cristiano a Dios ha de ser ante todo interior, de corazón, con fe y
amor. Pero se expresa también a través de los signos sacramenta-les que Cristo
ha establecido, y por medio de todas las formas de oración litúrgica, que la
Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, propone a todos los fieles cristianos. Toda
la vida del cristiano ha de ser como un permanente culto a Dios (Hb 10, 22-25;
13, 15-17; F1p 4, 18; Rm 15, 25-31; 2 Co 9, 11-15). Para ello es necesario un
cumplimiento fiel del Evangelio.
41. Sólo Dios es merecedor del culto de adoración, pues sólo El es santo, sólo
El es Altísimo. Suya es la gloria. También debemos dar culto de adoración a la
humanidad de Cristo, porque es la humanidad del Hijo de Dios; está llena de la
gloria de la divinidad. Un culto especial es el culto con que la Iglesia honra a la
Virgen María, Madre de Dios, que está en el cielo en cuerpo y alma. Damos
también en la Iglesia un culto de veneración a los santos que viven ya para
siempre con Dios, porque en ellos se refleja la gloria y la santidad de Dios. Al
honrar a los santos y a la Virgen María glorificamos a Dios, que es la fuente de
toda santidad.
42. Entre las expresiones del culto a Dios ha tenido siempre mucha importancia
en el pueblo cristiano el culto a las imágenes y a las reliquias de los santos.
Siempre se ha entendido en la Iglesia esta veneración a las imágenes como un
culto dirigido a Dios mismo, a Jesucristo —imagen del Padre—, a la Virgen y a
los santos. El Concilio IV de Constantinopla (869-870), dice: "Decretamos que la
sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo, Libertador y Salvador de todos,
sea adorada con honor igual al del libro de los Sagrados Evangelios. Porque así
como por el sentido de las sílabas que en el libro se ponen, todos
conseguiremos la salvación; así por la operación de los colores de la imagen,
sabios e ignorantes, todos percibirán la utilidad de lo que está delante, pues lo
que predica y recomienda el lenguaje con sus sílabas, eso mismo predica y
recomienda la obra que consta de colores..." (DS 653). Y el Concilio II de Nicea
(787), dice: "Porque el honor de la imagen, se dirige al original (S. Basilio), y el
que adora una imagen, adora a la persona en ella representada" (DS 600).
Pecados contra el primer mandamiento
43.Los pecados que más directamente se oponen al culto debido a Dios son,
entre otros:
• la idolatría o culto a los ídolos, el culto al diablo (Cfr. Dt 32, 17; 1 Co 10,
20; Ef 5, 5);
46. Contra el culto debido a Dios y contra la veneración con que hemos de usar
el nombre de Dios se peca gravemente con la blasfemia. La blasfemia es el
insulto directo a Dios, a Jesucristo, al Espíritu, a la Iglesia, a la Virgen María o a
los Santos, con la intención de que recaiga sobre Dios. Para que sea pecado
grave es necesario que el que blasfema al usar gestos, acciones o palabras que
significan desprecio a Dios lo haga de una manera consciente, plenamente libre,
a sabiendas de que lo que dice tiene un significado injurioso para Dios. El fiel
discípulo de Jesucristo usa siempre el nombre de Dios con la reverencia,
respeto y amor con que lo usa Jesucristo y la Iglesia.
50. Para que el juramento sea un acto conforme al Decálogo es necesario que
se haga, ante todo, según verdad, es decir, la afirmación debe ser verdadera.
Asimismo debe hacerse siempre en conformidad con la justicia y, también, con
auténtica necesidad. En la profesión de fe propuesta por el Papa Inocencio III
(1198-1216) a los valdenses, que negaban fuera lícito jurar según verdad, se
dice: "No condenamos el juramento; antes bien, con puro corazón, creemos que
es lícito jurar con verdad y juicio y justicia" (DS 795). La licitud del juramento
según verdad no se oponen a la renuncia evangélica del mismo en nombre de la
sinceridad cristiana. La moral cristiana presenta situaciones análogas. Por
ejemplo, la del derecho a la legítima defensa. Así se podría decir también: "No
condenamos la legítima defensa; es lícita en caso de necesidad." El
reconocimiento de este derecho es compatible con la renuncia evangélica al
mismo (Cfr. Mt 26, 52; In 18, 36). En la Iglesia y en la sociedad civil se hace uso
del jura-mento en ocasiones muy solemnes y especiales. Pero sin verdadera
necesidad no se debe recurrir al juramento. El juramento no tiene sentido
religioso sino cuando quienes lo hacen tienen verdadera fe en Dios. El juramento
es una verdadera invocación a Dios. Por ello es pecado jurar en falso, sin
necesidad o contra la justicia.
53. El reposo del sábado era concebido por la ley en forma muy estricta:
prohibición de encender fuego (Ex 35, 3), d'e recoger leña (Nm 15, 32), de
preparar alimentos... (Ex 16, 23). En tiempo de Cristo los esenios lo observan en
todo su rigor, a la vez que los doctores fariseos elaboran sobre el particular una
casuística minuciosa. Jesús no abroga la ley del sábado: en tal día frecuenta la
sinagoga y aprovecha la ocasión para anunciar el Evangelio (Le 4, 16). Pero
ataca el rigorismo formalista de los fariseos (Mc 2, 27); el deber de caridad es
anterior a la observancia material del reposo (Mt 12, 1-8; Lc 13, 10-16; 14, 1-5).
54. Los discípulos siguieron en principio observando el sábado (Mt 28, 1; Mc 15,
42; 16, 1; Jn 19, 42). Poco a poco, el primer día de la semana, día de la
resurrección de Jesús, viene a ser el día de culto de la Iglesia, considerado
como día del Señor (Hch 20, 7; Ap 1, 10). Este día no se escogió para suplantar
el sábado, sino para conmemorar el acontecimiento decisivo de la historia de
salvación, la resurrección del Señor, el día de Pascua. El domingo, en efecto, la
comunidad cristiana celebra la victoria del Señor y su presencia en la reunión
eucarística, donde damos gracias al Padre y anunciamos la venida gloriosa del
Señor: "Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la
muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Co 11, 26).
58. Al igual que los discípulos (Le 11, 1-4) necesitamos que Jesús nos enseñe a
orar. Jesús es hombre de oración. No se limita a una sola forma de orar. Con
sus discípulos cumple la celebración litúrgica prescrita a su pueblo (Mt 26, 30).
En la sinagoga rezaba los salmos y oraciones como cualquier israelita. Pero
Jesús ora también con sus propias palabras, s: dirige a su Padre con la más
absoluta espontaneidad (Le 10, 21). Para orar busca con frecuencia la soledad
del monte y de la noche (Le 6, 12). Jesús elige lugares especiales para orar, ora
frecuentemente en la montaña (Mt 14, 23), solo (Le 9, 18), incluso cuando todo
el mundo le busca (Mc 1, 37). La oración de Jesús se relaciona con su misión:
en el desierto (Mt 4, 1ss), en el momento del bautismo (Le 3, 21), antes de la
elección de los roce (Le 6, 12ss), en la Transfiguración (Le 9, 29), antes de la
enseñanza del Padre-nuestro (Le 11, 1), en la última cena (Jn 17), y sobre todo
en el huerto, inmediatamente antes de la pasión (Mc 14, 36; Hb 5, 7).
60. Jesús dice a sus discípulos que no recen como los fariseos para ser vistos
por la gente, sino en un lugar oculto (Mt 6, 5-6), que en la oración eviten la
palabrería (6, 7-8), que insistan en la oración, como el amigo importuno (Le 11,
5-8), que recen con perseverancia, sin desfallecer (Le 18, 1-8), que la oración
siempre es eficaz: "Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca, halla, y
al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan,
le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un
huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar
cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el
Espíritu Santo a los que se lo piden?" (Lc 11, 9-13) .
61. Lucas habla del Espíritu, donde Mateo habla de "cosas buenas" : ... ¿cuánto
más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?" (Mt 7, 11;
cfr. Le 11, 9-13). El Espíritu Santo es la "cosa buena" por excelencia.
Frecuentemente, los hombres pedimos muchas cosas; lo que se nos asegura es
el Espíritu, la "Gran Cosa". Pedimos muchas veces en nombre propio, pero lo
que quiere el Padre es que pidamos en nombre de Cristo: "Hasta ahora no
habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis para que vuestra alegría
sea completa" (Jn 16, 24). Es preciso que nuestra oración se vaya centrando en
lo verdaderamente importante. No siempre sabemos lo que pedimos (Me 10,
38). Suavemente, la oración transforma a la persona y entonces la misma
oración se va purificando. Así la samaritana es llevada desde sus propios
deseos al deseo del don de Dios (Jn 4, 10). Y las multitudes al alimento que
perdura en la vida eterna (Jn 6, 27).
62. El cristiano debe hablar todos los días con Dios Padre, por medio de
Jesucristo, y guiado interiormente por el Espíritu Santo. Para hablar con Dios
nos ayuda mucho la lectura de la Sagrada Escritura. En la Escritura, interpretada
y proclamada por la Iglesia, escuchamos la palabra de Dios, su llamada. Con
nuestra oración respondemos a esta palabra de Dios. El cristiano puede hablar
con Dios de muchas maneras:
• con la oración que Jesucristo nos ha enseñado (el Padrenuestro) y con
otras oraciones que la Iglesia nos enseña (el Ave María, la Salve, el Credro...);
• con los salmos, inspirados por Dios, y de los que usó el propio Jesucristo
y los Apóstoles para orar;
• con las oraciones que la Iglesia usa en las celebraciones litúrgicas: las
preces de la misa...;
• con la oración espontánea con la que cada uno puede dirigirse a Dios
como a un Padre, y a Jesucristo como a un amigo.
64. El Concilio Vaticano II, siguiendo las huellas de Jesús y de toda la tradición
cristiana, nos recuerda la estrecha vinculación existente entre la oración litúrgica
que acontece cuando dos o tres se congregan en el narrobre de Cristo (Cfr. Mt
18, 20) y la oración que el creyente, en soledad, expresa con sus propias
palabras: "Con razón se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de
Jesucristo. En ella..., el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus
miembros, ejerce el culto público íntegro... La liturgia es la cumbre a la cual
tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana
toda su fuerza... El cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar
también en su habitación para orar al Padre en lo secreto; más aún, debe orar
sin tregua..." (SC 7. 10.12).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar:
• que apara el discípulo de Cristo, su familia va más allá de los lazos de sangre, nación y raza.
65. El preadolescente quiere a sus padres y necesita sentirse querido por ellos.
Pero con frecuencia vive respecto a sus padres y educadores en una tensión
que les hace oscilar entre la autonomía y la dependencia. Por un lado, necesita
caminar por propia cuenta, romper los lazos que tan estrechamente le vinculan
al ambiente ordinario (familiar y educativo), aspira profundamente a ser mayor y
a ser considerado como tal. Por otro lado —y alternativamente— siente la
necesidad de ser protegido, apoyado, "como si fuera un niño".
Una voz orientadora, primer elemento del sentido de identidad del hombre.
La función maternal, necesaria en la vida de todo hombre
72. Un día, su propia madre y sus parientes (aquellos que en las lenguas
semíticas son llamados "hermanos") no podían acercarse a El y deseaban verle.
Una vez más, Jesús manifiesta una independencia soberana, distanciándose
visiblemente de este tipo de vínculos. Subordina los lazos físicos, biológicos,
anexos de un orden diferente y superior, a lazos espirituales. Otorga así su
importancia "relativa", referencial, a los vínculos de índole biológica y concede la
primacía a un nuevo ámbito de intercomunicación personal, resultante de una
filiación libremente aceptada: "Llegaron su madre y sus hermanos y desde fuera
lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: Mira, tu madre
y tus hermanos están fuera y te buscan. Les contestó: ¿Quiénes son mi madre y
mis hermanos? Y paseando la mirada por el corro, dijo: Estos son mi madre y
mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi
hermana y mi madre" (Me 3, 31-35).
73. En otra ocasión, mientras El enseñaba, una mujer dijo lo que cualquier otra
mujer hubiera dicho y pensado. Y Jesús respondió, mostrando el valor primordial
de la obediencia a la palabra de Dios: "Mientras él decía estas cosas, una mujer
de entre el gentío, levantó la voz diciendo: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los
pechos que te criaron! Pero él repuso: Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la
Palabra de Dios y la cumplen!" (Lc 11, 27-28). María, su madre, era —para
Jesús— más grande por encamar en su vida la voluntad del Padre que por
haber ofrecido su carne y sangre para que el Hijo de Dios se encarnase.
74. Llegado el caso, para seguir a Jesús, puede ser necesario sobreponerse a
los lazos humanos familiares. Jesús es primero: Grandes multitudes iban
caminando con El y, volviéndose hacia ellas, les dijo: "El que quiere a su padre o
a su madre más que a mí, no es digno de mi; y el que no coge su cruz y me
sigue, no es digno de mí" (Mt 10, 37-38).
76. Como los padres tienen sus deberes, así también los hijos tienen sus tareas
en la familia. Si los hijos no se preocupan de nada, y no colaboran de manera
responsable según su capacidad en la solución de los problemas del hogar, los
padres habrán de sobrellevar una carga superior a la necesaria. Si los hijos que
puedan hacerlo no ayudan a los padres en sus tareas, la vida de familia
resultará a veces excesivamente pesada. Cada familia es diferente: en unas hay
ancianos, en otras hay muchos hermanos, en otras hay un solo hijo, en otras
hay alguien que está enfermo, en otras hay algún niño subnormal, en otras el
padre está ausente... En todas las familias hay muchas oportunidades cada día
para practicar la caridad fraterna, la comprensión mutua, la colaboración. Los
hijos pueden contribuir de muchas maneras a que la vida de familia sea
agradable, alegre. Cada uno de los hijos tiene sus derechos en la familia. Pero
es preciso también que cada uno sepa respetar a los demás y sobre todo sepa
escuchar a sus padres. Los hijos deben a los padres amor y obediencia. En la
familia, todos los hijos deben procurar la alegría de los padres y hermanos.
77. Es cada día mayor el número de personas que alcanza una edad avanzada.
Los ancianos se encuentran a veces con problemas que hacen más dura su
ancianidad: muchos ya no pueden trabajar, muchos están enfermos o se
encuentran solos, abandonados, etc. Todos los miembros de la sociedad deben
sentirse responsables de la atención a los ancianos. Están especialmente
obligados a ello los hijos. Es necesario que también el Estado se ocupe de los
ancianos; debe crear servicios suficientes para que a ningún anciano le falte la
atención y la ayuda necesaria.
El amor a la patria
80. Unas de las formas de amor al prójimo que se relaciona con el cuarto
mandamiento es el amor a la patria. El Concilio Vaticano II dice: "Cultiven los
ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, pero sin estrechez
de espíritu, de suerte que miren siempre al mismo tiempo por el bien de toda la
familia humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, pueblos y
naciones" (GS 75).
81. La Palabra de Dios sitúa al hombre más allá de los lazos de la nación y de la
raza. Si hemos comprendido bien lo que es Israel, en el pensamiento teológico
de los profetas hebreos, desde Amós hasta Juan —hasta Jesús— no se puede
decir que alguien pertenezca a Israel, a la semilla de Abraham, como se
pertenece, por derecho de nacimiento, a la nación francesa, inglesa, alemana o
española. El Dios de Israel, según el profeta Amós, afirma la libertad soberana,
absoluta, del lazo que le vincula a su pueblo Israel. No es cuestión de biología,
sino de espíritu. La alianza no es una relación natural, desborda el ámbito de la
naturaleza: "¿No sois para mí como etíopes, hijos de Israel —oráculo del Señor
—. Si a vosotros os saqué de Egipto, saqué a filisteos y sirios de Quir" (Am 9, 7).
"No os hagáis ilusiones pensando: Abrahán es nuestro padre"
82. Asimismo, Juan, que vivía como monje en el desierto de Judá y practicaba la
inmersión en las aguas del Jordán —aquel a quien conocemos con el
sobrenombre de "el Bautista"— impugnó la idea que los judíos de tiempos de
Jesús se habían forjado acerca de la filiación que les vinculaba a Abrahán.
También en este caso, el profeta judío, al igual que Amós ocho siglos antes,
enseña la libertad soberana de Dios y la índole espiritual, y no biológica del
vínculo real que une a los miembros del pueblo de Dios con Abrahán: "Por aquel
tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando:
Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Este es el que anunció el
profeta Isaías, diciendo: Una voz grita en el desierto: preparad el camino del
Señor, allanad sus senderos. Juan llevaba un vestido de piel de camello, con
una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán;
confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos
fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: Camada de víboras,
¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide
la conversión. Y no os hagáis ilusiones pensando: Abrahán es nuestro padre,
pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de A brahán de estas piedras"
(Mt 3, 1-9).
83. Una cosa es el hijo según el orden biológico, y otra muy diferente el hijo
según el orden espiritual y libre. Según los profetas, Israel proviene del orden
espiritual. De ahí que sea un pueblo llamado a la universalidad, a la catolicidad,
más allá de las peculiaridades nacionales y raciales. Jesús, como ningún otro,
ha enseñado la universalidad de la vocación a entrar en la economía de esa
humanidad nueva, cuyo primer exponente fue Abrahán. Ante la fe del centurión
romano, dijo Jesús a los que le seguían: "Os aseguro que en Israel no he
encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de Oriente y
Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos;
en cambio, a los ciudadanos del Reino los echarán afuera, a las tinieblas. Allí
será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 8, 10-12).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar:
• que el mandamiento "No matarás" incluye también el de conservar y cuidar la vida propia y de
los demás;
• que el distintivo de los cristianos no es sólo el "no matarás", sino el "Amarás a tu enemigo";
• que Jesús concede el don del Espíritu Santo para que sepamos perdonar y amar a nuestros
enemigos.
86. La vida es algo que no nos cansamos de admirar. Ya la vida de una planta
es una maravilla, cuánto más la de un animal, que por sus sentidos se acerca
más al hombre. Cuanto más alto está un animal en la escala zoológica, tanto
más preludia la realidad suprema de la creación: ¡La vida humana! El hombre
evita instintivamente todo lo que daña a la vida: frío, calor, humedad... Se ha
encontrado remedio para muchas enfermedades. Intentamos prolongar la vida lo
más posible. El cuidado de la vida, propia y ajena, está grabado profundamente
en nosotros. No obstante, podemos hacer de la vida objeto de libre elección o de
repudio. Y bajo el pretexto de defender la vida podemos llegar a destruirla:
aborto, droga, eutanasia, manipulación, violencias, terrorismo, venganza,
homicidio, suicidio... Todo esto corresponde a fuerzas impulsivas de destrucción
y de muerte que luchan en el interior del hombre contra el deseó instintivo de
vida. ¿Le es posible al hombre superar esta tensión y optar decidida e
incondicionalmente por la vida?
87. La simpatía de Dios está al lado de la vida. Dios ha optado por la vida. Por
encima de todo quiere que el hombre viva. Toda vida viene de Dios, pero la vida
del hombre viene de El en forma muy especial: para hacerlo alma viva "sopló
Dios en su nariz un aliento de vida" (Gn 2, 7; Sb 15, 11). Dios toma bajo su
protección la vida del hombre y prohibe el homicidio (Gn 9, 5-6), aunque sea el
de Caín (Gn 4, 11-15).
89. Dios nos ha dado un mandamiento que indica el respeto profundo que se
debe a la vida de cada ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios: "No
matarás" (Dt 5, 17). Dios ha brindado a la humanidad la creación. Pero a nadie
ha constituido dueño dé la vida humana, ni de la propia ni de la ajena. El
homicidio, el suicidio, el aborto, la eutanasia... son crímenes contra la vida. La
vida humana procede de Dios, es de Dios, la protege Dios.
91. Hay situaciones en las que de antiguo se tiene por lícito quitar la vida a un
hombre: las de legítima defensa. Si yo trato de quitar la vida a otro injustamente,
éste puede quitarme la vida a mí si no dispone de otro medio para defender su
propia vida.
94. En relación con el tema de la guerra se plantea hoy el problema de los que
rehúsan el servicio militar por razones de conciencia. Sobre esta cuestión los
obispos españoles han presentado al pueblo cristiano la siguiente reflexión: "Los
Obispos españoles queremos recordar ante todo que el mandamiento
evangélico del amor fraterno, de donde ha de brotar la conversión individual y
colectiva y el "d'esarme de las conciencias", fue rubricado con el testimonio
supremo de Cristo con la entrega de su vida. Es, por otra parte, derecho de la
autoridad pública mantener un eficaz dispositivo de defensa para garantizar la
necesaria protección de los ciudadanos contra agresiones exteriores, derecho
del que se deriva el de establecer, si así lo exige el bien común, el servicio
militar obligatorio.
La autoridad pública que así obra, a la vez que, con ponderado criterio, permite
servir a la comunidad humana en forma distinta del servicio militar, habrá de
proteger a la sociedad frente al recurso fraudulento a los imperativos de la
conciencia por motivaciones menos nobles" (XIX Asamblea Plenaria de la
Conferencia Episcopal Española, 26 de noviembre a 1 de diciembre de 1973).
La pena de muerte
Fe en Jesucristo reconciliador
Cuidarás de la vida
101. El Evangelio prescribe no sólo "no matar", sino además "cuidar de la vida".
Esto implica el cuidado de evitar todo lo que dañe la vida humana, toda herida,
ora provenga de maldad, de negligencia humana o de necedad.
Jesús anuncia la vida. Para Jesús, la vida humana es cosa preciosa, "más que
el alimento" (Mt 6, 25); salvar una vida prevalece incluso sobre el sábado (Mc 3,
4).
Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos (Mc 12, 27). El cura y devuelve la
vida, como si no pudiera tolerar la presencia de la muei`te (Jn 11, 1-44). El es la
verdadera vida, se puede decir que es la vida a secas (Mt 7, 14; 18, 8-9).
La atención a la salud
104. Jesús nos lleva más allá de la letra del quinto mandamiento: "Habéis oído
que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os
digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a
su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el sanedrín, y si lo llama
renegado, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu
ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas
contra tí, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu
hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda" (Mt 5, 21-24).
La línea de conducta cristiana, incluso con los que nos hacen daño, es el amor:
"Habéis oído que se dijo: Amarás a tu .prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo,
en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os
persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir
su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si
amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también
los publicanos?" (Mt 5, 43-46).
Este mandamiento destaca entre las exigencias más nuevas de Jesús. El mismo
tuvo enemigos, le dieron muerte y El, en la cruz, les perdonó (Lc 23, 34). Así
debe hacerlo el discípulo, a imitación de su maestro (1 P 2, 23). El amor al
enemigo es signo distintivo del cristiano.
Actitud reconciliadora
105. El cristiano, como Jesucristo, debe perdonar. San Pablo, siguiendo las
enseñanzas y ejemplos de Jesús, nos dice: "Bendecid a los que os persiguen;
bendecid, sí, no maldigáis. Con los que ríen, estad alegres; con los que lloran,
llorad. Tened igualdad de trato unos con otros: no tengáis grandes pretensiones,
sino poneos al nivel de la gente humilde. No mostréis suficiencia. No devolváis a
nadie mal por mal. Procurad la buena reputación entre la gente; en cuanto sea
posible y por lo que a vosotros toca, estad en paz con todo el mundo. Amigos,
no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque dice el Señor en la
Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo merecido. En vez de eso, si tu enemigo
tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: así le sacarás los
colores a la cara. No te dejes vencer por el mal, vence el mal a fuerza de bien"
(Rm 12, 14-21).
107. En tanto llega el día en que Cristo, para poner a todos sus enemigos bajo
sus pies, destruya para siempre a la muerte, que es el último enemigo (1 Co 15,
25-26), el cristiano combate con Jesús contra el viejo enemigo del género
humano (Ef 6, 11-17). En torno a él, algunos se conducen como enemigos de la
Cruz de Cristo (F1p 3, 18), pero él sabe .que la Cruz lo lleva al triunfo. Esta cruz
es el lugar fuera del cual no hay reconciliación con Dios ni entre los hombres.
112. San Pablo exhorta a los cristianos a evitar el escándalo de los débiles. Los
cristianos podían comer legítimamente lo sacrificada a los ídolos, siempre que
no hubiera en ello ninguna intención de participar en el culto idolátrico, pero
debían abstenerse de ello si su conducta podía inducir a pecado a los cristianos
poco instruidos o más débiles en la fe, que fácilmente podrían imitarles pero con
conciencia de pecar. No tener en cuenta la debilidad del prójimo, su falta de
formación, etc., es un pecado contra el hermano por el cual Cristo dio su vida (1
Co 8, 1-13; Rm 14, 13; cfr. 2 Co 11, 29).
113. Los Santos Padres, los Papas y Obispos han hablado muchas veces del
pecado de escándalo. El Concilio Vaticano II ha denunciado como pecado de
escándalo las desigualdades económicas y sociales (GS 29), la distancia entre
la fe y la conducta en la vida de muchos cristianos (GS 43), los gastos invertidos
en la carrera de armamentos mientras existen tantos pueblos que sufren
pobreza y miseria (GS 81), la separación entre las distintas Iglesias que
profesan la misma fe en Cristo (UR 1). El Papa Pablo VI, como los Papas
anteriores, han denunciado el escándalo de la pornografía, los espectáculos
inmorales, la literatura que corrompe la fe o las costumbres, las diversiones
pecaminosas, etc. Quien comete pecados de escándalo tiene el deber de hacer
lo que está de su parte por reparar el mal que hizo con su conducta.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Presentar los Mandamientos 6º. y 9º. del Decálogo: "No cometerás adulterio", "No codiciarás la mujer
de tu prójimo".
Presentar el ideal evangélico de Jesús sobre la sexualidad y el matrimonio: una fidelidad total, de
corazón, posibilitada desde la fe. Hacia la glorificación de Dios a través del propio cuerpo.
114. Niños y jóvenes tienen derecho a ser informados, y educados en todos los
campos. El silencio —si todavía hoy fuera posible— sobre las realidades de la
vida sexual sería un error: una educación verdadera debe favorecer el desarrollo
de todo el hombre. El Concilio Vaticano II dice que niños y jóvenes "deben ser
instruidos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación
sexual" (GE 1). Y más recientemente, Pablo VI orienta en este mismo sentido a
padres y educadores: "Sin ambajes ni vueltas atrás se trata de favorecer una
educación que ayude al niño y al adolescente a tomar progresivamente
conciencia de la fuerza, de los impulsos .que en ellos se despiertan, y a
integrarlos en la construcción de su personalidad" (A los equipos de Notre Dame,
4 de mayo de 1970).
115. El cuerpo del preadolescente se transforma. Nuevas formas dan lugar poco
a poco a una distinta constitución anatómica, a la que acompañan diversos
fenómenos fisiológicos. La estatura aumenta. En el chico, sus músculos
adquieren más fuerza y volumen; en la chica, sus formas corporales aparecen
ya casi como las de la mujer adulta. Estas transformaciones hacen que el
preadolescente se encuentre con un cuerpo que cambia, un cuerpo diferente al
cual se ha de habituar y con el cual ha de establecer una relación adecuada.
117. El instinto sexual se manifiesta con mayor intensidad. A medida que avanza
en edad, el preadolescente experimenta que las tendencias sexuales pueden
alterar el equilibrio emocional y espiritual que aparecía tan seguro en la etapa
anterior de su vida.
118. La vida sexual humana debe manifestarse como una posibilidad de diálogo
y de comunicación. La sexualidad aparece entonces integrada en el contexto
interpersonal del amor. La relación sexual implica, aún más que muchos otros
gestos humanos, una decisión que afecta a toda la persona, una opción de la
que depende el futuro de la misma. De ahí que sea algo radicalmente serio,
incompatible con toda componenda: o someterse al círculo vicioso de la
experiencia sexual egoísta, o seguir el camino de una entrega personal y total al
otro. El verdadero amor se compromete para siempre.
120. A partir del hombre y de la mujer, Dios forma un ser único, "una sola carne"
(Gn 2, 24). Dios creó al hombre como varón y como mujer (Gn 1, 27); en su
humanidad, varón y mujer son de igual categoría y dignidad ("hueso de mis
huesos y carne de mi carne", Gn 2, 23), pero no de igual constitución. Están
referidos el uno al otro. Por la cooperación de ambos puede desplegarse
plenamente la vida humana. Jesús empleará la misma fórmula del Génesis para
subrayar la unidad de la pareja matrimonial: "Ya no son dos, sino una sola
carne" (Mt 19, 6). Como dice el Concilio Vaticano II: "Dios no creó al hombre
solo, sino que desde el principio "los creó varón y mujer" (Gn 1, 27); su unión
crea la primera forma de sociedad personal. De modo que el hombre, por su
íntima naturaleza, es un ser social; sin relación con los demás no puede ni vivir
ni desarrollar sus capacidades" (GS 12).
123. El plan de Dios, que consiste en hacer del hombre y de la mujer "una sola
carne", es un misterio de alteridad y fecundidad que no puede ser mancillado y
violado. Así lo dice el profeta Malaquías: "... Yahvé es testigo entre ti y la esposa
de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo así que ella era tu compañera y la
mujer de tu alianza. ¿No ha hecho él un solo ser que tiene carne y aliento de
vida? Y este uno, ¿qué busca? ¡Una posteridad dada por Dios! Guardad, pues,
vuestro espíritu; no traicionéis a la esposa de vuestra juventud. Pues yo odio el
repudio, dice Yahvé Dios de Israel, y al que encubre con su vestido la violencia,
dice Yahvé Sebaot. Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición"
(MI 2, 14-16).
124. Con la prohibición del adulterio, el Antiguo Testamento lleva a cabo una
defensa de la vida matrimonial y de la familia. "No cometerás adulterio", dice el
Decálogo (Dt 5, 18; Ex 20, 14; cfr. Jr 7, 9; Ml 3, 5). El adulterio recibe en la ley
una definición restringida: es el acto que viola la pertenencia de una mujer a su
marido, o a su prometido (Lv 20, 10; Dt 22, 22-23). La mujer aparece más como
propiedad del hombre (Ex 20, 17) que como una persona que forma con él una
sola cosa en la fidelidad de un amor mutuo (Gn 2, 23-24). Este rebajamiento de
la mujer está vinculado a la poligamia, que se remonta a los tiempos de Lamec
(Gn 4, 19). La poligamia será tolerada durante largo tiempo (Dt 21, 15; cfr. 17,
17; Lv 18, 18). Sin embargo, los libros sapienciales, que muestran la gravedad
del adulterio (Pr 6, 24-29; Si 23, 22-26), invitan al hombre a reservar su amor a
la mujer de su juventud (Pr 5, 15-19) y a condenar la prostitución, aunque ella no
haga al hombre adúltero (Pr 23, 27; Si 9, 3-6; 41, 22).
La masturbación
"La razón principal es que el uso deliberado de la facultad sexual fuera de las
relaciones conyugales normales contradice esencialmente a su finalidad, sea
cual fuere el motivo que lo determine... La psicología moderna ofrece diversos
datos válidos y útiles en tema de masturbación para formular un juicio equitativo
sobre la responsabilidad moral y para orientar la acción pastoral. Ayuda a ver
cómo la inmadurez de la adolescencia, que a veces puede prolongarse más allá
de esa edad, el desequilibrio psíquico o el hábito contraído pueden influir sobre
la conducta, atenuando el carácter deliberado del acto, y hacer que no haya
siempre falta subjetivamente grave. Sin embargo, no se puede presumir como
regla general la ausencia de responsabilidad grave. Eso sería desconocer la
capacidad moral de las personas" (CES 9).
Actitud bondadosa y comprensiva, sin reducir desmesuradamente la
responsabilidad de las personas
Se impone, pues, una actitud bondadosa y comprensiva, sin que ello suponga
reducir desmesuradamente la responsabilidad de las personas (Cfr. CES 10).
La homosexualidad
Luego viene un tiempo en que por lo general los chicos no quieren saber nada
de las chicas y hasta les parecen tontas y necias. También las muchachas se
separan de los muchachos, que a su juicio son rudos, alborotadores y
sinvergüenzas. Pero este tiempo pasa rápidamente. Al comenzar la madurez,
vuelven a mirarse uno a otro y hasta traban auténticas amistades.
El joven y la joven
139. Más tarde, de esa amistad nace con frecuensia el amor: muchachos y
muchachas no quieren separarse nunca. En esta época del amor los jóvenes se
muestran tiernos uno con otro. Se quieren, se percatan de sus fuerzas sexuales
y se alegran de pensar que pronto serán marido y mujer. Querrían, sobre todo,
unirse entera y carnalmente en su amor, como lo hacen los casados.
Sin embargo, esa unión exigiría una gran responsabilidad del uno con el otro,
responsabilidad que sólo puede asumirse en el matrimonio. Sólo por el
consentimiento irrevocable al contraer matrimonio quedan los novios unidos ante
Dios y ante los hombres. Además, la unión carnal se ordena a la generación de
nueva vida. Un hijo sólo puede nacer y crecer en al matrimonio, con el padre y la
madre y en un verdadero hogar. Por eso sólo en el matrimonio está el amor
sexual conforme con la voluntad de Dios y con la naturaleza del hombre.
141. Para ser fieles a Dios en la castidad es necesario apoyarnos en Cristo: "...
hoy también, y más que nunca, deben emplear los fieles los medios que la
Iglesia ha recomendado siempre par mantener una vida casta: disciplina de los
sentidos y de la mente, prudencia atenta a evitar las ocasiones de caídas,
guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso
frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.
142. El sexto mandamiento se rige por las mismas normas y principios generales
que regulan el resto de la moral. Como en los demás casos, sólo se comete un
pecado mortal cuando hay conciencia de que la materia es grave y se da la
necesaria deliberación y la libertad requerida por parte del inidividuo.
144. Ningún logro como el del amor. Es algo que no tiene precio. Como dice el
Cantar de los Cantares: "Si alguien quisiera comprar el amor con todas las
riquezas de su casa, se haría despreciable" (8, 7). Ahora bien, el logro humano
del amor se prepara no sólo por la adquisición de unos conocimientos, sino en
un clima de auténtico, desarrollo que se manifiesta en la amistad, la alegría, el
dominio de sí mismo, el respeto al otro, el sentido de responsabilidad y la
experiencia de la oración. Por lo que a la sexualidad se refiere, el equilibrio de la
persona no se consigue solamente por la información sobre las realidades de la
vida sexual. Requiere la educación de la afectividad, la formación del carácter, el
descubrimiento del sentido de la propia existencia y el desarrollo de una; vida de
fe.
145. El matrimonio es, ciertamente, una de las formas de vida a través de las
cuales se realiza la persona humana, si realmente está orientada y sostenida por
un amor profundo y generoso (Cfr. GS 49). Sin embargo, la persona humana
también puede realizarse plenamente a través de otras formas de vida que no
son la del matrimonio; por ejemplo, en el celibato, consagrado o simplemente
aceptado. Para ello es necesario que quienes han elegido o aceptado una vida
de celibato, entreguen también su vida al bien de los demás. En cualquier
situación el hombre ha de amar. Esta es su fundamental vocación. El cuerpo no
sirve sólo para la unión sexual. En el cuerpo se manifiesta la bondad del
hombre, su sinceridad, el compromiso de proclamar la verdad; a través del
cuerpo realiza el hombre su entrega al servicio de los demás; en suma, el
cuerpo expresa de mil modos lo que hay en el hombre, mejor, lo que el hombre
es. El hombre ha de servir a los demás con todo su ser espiritual y corporal.
Contribuye a la transformación del mundo y al bien de la sociedad, con todo su
ser. Su vida puede ser fecunda de muchas maneras, con su trabajo inteligente,
con su servicio a los demás.
147. Tanto los casados, como los célibes están llamados a una vida santa. La
conducta del cristiano debe orientarse en un caso y en otro, no de acuerdo con
el automatismo del instinto o según los imperativos del egoísmo humano, sino
según las exigencias liberadoras de la castidad evangélica. La plena realización
de la vocación humana y el secreto de la felicidad auténtica no consiste en vivir
para el placer, sino para los otros y para Dios. Lograremos nuestra plenitud
humana si andamos generosamente el camino evangélico de las
Bienaventuranzas.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Anunciar: que Jesús, en el Evangelio, nos invita no sólo a no robar y no codiciar, sino a
dar y a compartir cuanto tenemos con los otros. El cristianismo lleva consigo la necesidad de una
comunidad de corazones; y la comunidad de corazones contiene una exigencia de efectiva comunidad
de bienes.
150. Ante el deseo del hombre de poseer cada vez más, sin ocuparse de los
otros, el Antiguo Testamento presenta el mandamiento del Decálogo que dice:
"No codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno:
nada que sea de tu prójimo" (Dt 5, 21).
153. Según este desarrollo bíblico, la codicia de los bienes ajenos del décimo
mandamiento conduce a la transgresión del séptimo, que dice: "No robarás" (Dt
5, 19). Hay formas enmascaradas de robar. Es mal adquirida, en efecto, la
riqueza que acaba por excluir de los bienes de la tierra a la masa de los
hombres, reservándolos a algunos privilegiados (Is 5, 8; Jr 5, 27-28).
156. El Evangelio es muy duro en relación con las riquezas. El "¡ay de vosotros,
los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo!" (Le 6, 24), suena a condenación
severa. El Evangelio del Reino anuncia el don total de Dios; para recibirlo hay
que darlo todo; para adquirir la perla preciosa, el tesoro único hay que venderlo
todo (Mt 13, 45-46), pues no se puede servir a dos señores (Mt 6, 24). El dinero
es un amo implacable: ahoga la palabra del Evangelio (Mt 13, 22); hace olvidar
lo esencial, la soberanía de Dios (Le 12, 15-21); detiene en el camino del
evangelio a los corazones mejor dispuestos (Mt 19, 21-22). El rico que tiene en
este mundo sus bienes (Lc 16, 25) y su consuelo (6, 24) no puede entrar en el
Reino: sería más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja (Mt 19, 23-24).
Sólo los pobres son capaces de acoger la buena nueva (Is 61, 1; Lc 4, 18; 1,
53). He aquí el camino que Jesús propone a sus seguidores: "El que no renuncia
a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío" (Lc 14, 33). El que sirve a Dios,
da su dinero a los pobres; el que sirve al dinero, lo guarda para apoyarse en él.
La distancia entre el Decálogo .y el Evangelio es aquí muy mar-cada.
157. No sólo "no robarás", sino que además darás. Renunciar a la riqueza no es
necesariamente dejar de ser propietario. Incluso entre los allegados a Jesús
hubo algunas personas acomodadas, y un hombre rico de Arimatea fue el que
recibió en su tumba el cuerpo de Jesús (Mt 27, 57). El evangelio no quiere que
se deshaga uno de su fortuna como de un peso molesto; lo que pide es que la
comparta con los pobres ,(Mt 19, 21; Lc 12, 33; 19, 8); haciéndose amigos con el
dinero injusto pueden también los ricos esperar que Dios les abra el difícil
camino de la salvación (Lc 16, 9). Como a Zaqueo (Le 19, 8), Jesús pide a todos
un signo (suficientemente claro y variable según los casos) de que el verdadero
dios de cada uno no es el dinero. Muchos, no obstante, son invitados a dejarlo
todo (Mt 19; 21; Lc 12, 33). Lo escandaloso no es que haya un rico Epulón y un
pobre Lázaro, sino que Lázaro quiera alimentarse con las migajas que caen de
la mesa del rico y no se le dé nada (Le 16, 21).
158. San Juan Crisóstomo nos exhorta a ser generosos y a menospreciar las
riquezas: "¿Cómo puede ser bueno el que posee riqueza? No puede así
afirmarse eso, sino que es bueno cuando da a los otros. Es bueno cuan-do no
tiene, cuando se la da a los otros, entonces es bueno. Mientras guarda, no
puede ser bueno. Ahora bien, ¿cómo puede ser bueno algo que, retenido,
muestra que somos malos y, desechado, buenos? Luego lo que nos hace
parecer buenos no es el tener, sino el no tener riquezas. Luego la riqueza no es
un bien. Y si pudiendo tomarla la dejas, entonces te muestras bueno" (Homilía
XII, 3 y 4, PG 62, 562).
160. "El que siembra escasamente, dice Pablo a los Corintios, escasamente
cosecha, y el que siembra a manos llenas, a manos llenas cosecha. Cada cual
dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios
ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia a
fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante
para toda obra buena. Como dice la Escritura: Re-partió a manos llenas; dio a
los pobres, su justicia permanece eternamente. Aquel que provee de simiente al
sembrador y de pan para su alimento, proveerá y multiplicará vuestra sementera
y aumentará los frutos de vuestra justicia. Sois ricos en todo para toda largueza,
la cual provocará por nuestro medio acciones de gracias a Dios" (2 Co 9, 6-11).
162. Todo esto sólo puede ser comprendido por el hombre nuevo. Este nace de
Dios y descubre el valor real de las cosas. Sin ese renacer, las riquezas se
vuelven en manos del hombre frutos de iniquidad (Lc 16, 9), y el vender los
bienes y darlos a los pobres no sirve de mucho: "Aunque repartiera todos mis
bienes, y entragara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me
aprovecha" (1 Co 13, 3). Toda acción que no termine en el amor está viciada de
raíz: Amarás dando.
"La propiedad, como las demás formas de dominio privado sobre los bienes
exteriores, contribuye a la expresión de la persona y lo ofrece ocasión de ejercer
su función responsable en la sociedad y en la economía. Es por ello muy
importante fomentar el acceso de todos, individuos y comunidades, a algún
dominio sobre los bienes externos.
Las formas de dominio o propiedad son hoy diversas y se diversifican cada día
más. Todas ellas, sin embargo, continúan siendo elemento de seguridad no
despreciable aun contando con los fondos sociales, derechos y servicios
procurados por la sociedad. Esto debe afirmarse no sólo de las propiedades
materiales, sino también de los bienes inmateriales, como la capacidad
profesional.
El derecho de propiedad privada no es incompatible con las diversas formas de
propiedad pública existentes" (GS 71).
165. Para respetar los derechos de las personas sobre los bienes materia-les se
ha de tener en cuenta que entre los distintos elementos de la actividad
económica el más importante de todos es el trabajo. El trabajo humano es una
expresión de la persona humana y tiene por ello un valor singular. "El trabajo
humano que se ejerce en" la producción y en el comercio o en los servicios es
muy superior a los restantes elementos de la vida económica, pues estos últimos
no tienen otro papel que el de instrumentos.
166. En relación con los derechos de las personas sobre los bienes materiales
tiene hoy especial importancia el derecho de los trabajadores a participar en las
decisiones de la empresa y en general en las decisiones de política económica:
"En las empresas económicas son personas las que se asocian, es decir,
hombres libres y autónomos, creados a imagen de Dios. Por ello, teniendo en
cuenta las funciones de cada uno, propietarios, administradores, técnicos,
trabajadores, y quedando a salvo la unidad necesaria en la dirección, se ha de
promover la activa participación de todos en la gestión de la empresa según
formas que habrá que determinar con acierto. Con todo, como en muchos casos
no es a nivel de empresa, sino en niveles institucionales superiores, donde se
toman las decisiones económicas y sociales de las que dependen el porvenir de
los trabajadores y de sus hijos, deben los trabajadores participar también en
semejantes decisiones por sí mismos o por medio de representantes libremente
elegidos" (GS 68).
El derecho a la huelga
170. La verdadera riqueza no es la que se posee, sino la que se da, pues este
don atrae la generoscidad de Dios, unel al que da y al que recibe y da al mismo
rico la ocasión de experimentar que hay "más dicha en dar que en recibir" (Hch
20, 35). Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, acoger al forastero,
vestir al desnudo, atender al enfermo, ocuparse del prisionero... son obras de
misericordia, según las cuales cada uno de los hombres será juzgado (Mt 25,
31-46). Estos actos humanitarios, aparentemente de orden temporal, realizan la
máxima dimensión religiosa: la relación personal e inmediata con Cristo, camino
único para llegar a Dios.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Presentar el 8.0 Mandamiento del Decálogo, "No darás falso testimonio contra tu prójimo", "No
mentirás".
Anunciar que Jesús, en el Evangelio, nos invita no sólo a no dar falso testimonio, sino a perdonar
siempre, y no sólo a no mentir, sino a caminar en la verdad, can sencillez, sin hipocresía. Jesus nos
invita a ser de la verdad. Es un modo importante de amar al hermano.
174. La Ley y los profetas llevan a efecto una defensa de la verdad en las
relaciones humanas. La mentira y el falso testimonio son un pecado contra la
Alianza: destruyen la convivencia entre los hombres. En el Antiguo Testamento,
la prohibición de la mentira atiende originariamente a un contexto social preciso:
el del falso testimonio en los procesos. Así surge el precepto del Decálogo: "No
darás testimonio falso contra tu prójimo" (Dt 5, 20; cfr. Ex 20, 16).
Esta mentira, dicha bajo juramento, es además una profanación del nombre de
Dios (Lv 19, 12). Este sentido restringido subsiste en la enseñanza moral de los
profetas y de los sabios (Pr 12, 17; Za 8, 17).
No mentirás
176. Una vez más, el Evangelio asume y supera las perspectivas del Decálogo:
no sólo "no darás testimonio, falso contra tu prójimo", sino que, además,
"disculparás, perdonarás". Este progreso había sido preparado en los siglos
inmediatamente precedentes a Jesús. Así, por ejemplo, el libro del Eclesiástico
presenta como necesario el perdonar al prójimo para obtener el perdón de Dios:
"
Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No
tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es
carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?" (Si 28, 2-5). El libro de
la Sabiduría completa esta lección recordando al justo que en sus juicios debe
tomar como modelo la misericordia del Señor (Sb 12, 19.22).
177. La parábola del deudor inexorable inculca con fuerza la necesidad del
perdón (Mt 18, 23-35); en ella insiste Jesús (Mt 6,14-15) y nos invita a recordarla
cada día: "Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los
que nos han ofendido" (Mt 6, 12). Con ello, nos insta a ser misericordiosos,
como el Padre es misericordioso (Lc 6, 35-38; Mt 5, 43-48). En el Evangelio, el
perdón no es sólo una condición previa de la vida nueva, sino uno de sus
elementos esenciales; Jesús prescribe, por tanto, a Pedro que perdone sin
cesar: "Hasta setenta veces siete" (Mt 18, 22).
178. No sólo "no mentirás", sino que, además, "caminarás en la verdad", con
sencillez, sin hipocresía. En el Nuevo Testamento formula Jesús la obligación de
una sinceridad total: "A vosotros os baste decir sí o no" (Mt 5, 37; St 5, 12), y
Pablo hace de ello su regla de conducta (2 Co 1, 17ss.). Así vemos reiteradas
las enseñanzas del Antiguo Testamento, aunque con una motivación más
profunda: "No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo con
sus obras. Y revestíos del nuevo" (Col 3, 9-10); "dejaos de mentiras, hable cada
uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros" (Ef 4, 25). La
mentira sería una vuelta a la naturaleza pervertida; iría contra nuestra
solidaridad en Cristo. Se comprende que, según los Hechos, Ananías y Safira al
mentir a Pedro mintieran en realidad al Espíritu Santo (Hch 5, 1-11). La
perspectiva de las relaciones sociales queda desbordada cuando entra en
juego la comunidad cristiana.
La convivencia civil auténtica se funda en la verdad
El derecho a la información
Sin hipocresía
182. Jesús nos dice: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32). El hombre que miente,
o el que no es sincero consigo mismo o con los demás, trata de defender sus
propios intereses, busca una autojustificación, y en todo caso es esclavo del
parecer de los demás, no pretende dar gloria a Dios sino su propia gloria (Cfr. Jn
5, 44). El hombre que ama la verdad no busca la aprobación de lo que hace,
sino que desea sinceramente ajustar su conducta a la luz de Dios, diciendo la
verdad, haciendo la verdad, siendo verdad. La fidelidad a la verdad, es una
actitud fundamental de la personalidad verdaderamente madura. El amor
auténtico a la verdad implica amor a los demás: amarles tal como ellos son,
reconocer la dignidad de cada persona a pesar de sus pecados y limitaciones.
Quien se aparta conscientemente de la verdad, rompe la coherencia de su
propia unidad interior. Para el cristiano, la plenitud de la verdad es Cristo. El es
"
el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6).
183. Caminar en la verdad es don de Dios, don del Espíritu. Jesús concluye su
revelación, anunciando a sus discípulos la venida del Paráclito. El es, según dice
Jesús insistentemente, el Espíritu de la verdad (Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Guía
hasta la verdad completa (16, 13), y hace posible en nosotros el cumplimiento
del amor. Si amamos somos de la verdad. Como dice San Juan: "Hijos míos, no
amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto
conoceremos que somos de la verdad" (1 Jn 3, 18-19).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar al preadolescente:
• que el hombre nuevo vive en comunión con los hermanos, es un hombre comunitario;
• que nace a la fe y vive en el contexto de una alianza entre Dios y entre los hombres;
• que la Iglesia, en cuanto Pueblo Santo de Dios, comunión de los hombres en Cristo, obra del
amor salvador de Dios en Cristo, participa de la misión del Señor para la vida del mundo.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• la Iglesia procede del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La comunión entre los
miembros de la Iglesia en Cristo-Jesús es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. La
unidad del misterio trinitario de Dios es fundamento de la unidad de la Iglesia.
6. La Iglesia lleva adelante el plan de Dios. El Evangelio que ella proclama ante
la faz del mundo es el de la salvación acaecida en Jesús, muerto y resucitado,
salvación accesible desde ahora a todos aquellos que crean en su nombre (Hch
2, 36-39; 4, 10ss; 10, 36; 13, 23). San Pablo no hace otra cosa sino anunciar el
plan de Dios en su totalidad (Hch 20, 27). Para los que Dios ama, este plan se
desarrolla conforme a ciertas etapas preparadas de antemano: "sabemos que en
todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que
han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció,
también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el
primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los
llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos
también los glorificó" (Rm 8, 28-30).
7. En el himno que abre la carta a los Efesios (Ef 1, 3-14), San Pablo proclama
gozosamente el plan divino de la salvación realizado en la Iglesia, misterio de
elección, de redención, de perdón, de gracia, de bendición, de glorificación;
misterio que nos revela el plan amoroso de Dios Padre, tomado de antemano y
realizado en la plenitud de los tiempos por medio de Cristo: "Por él, por su
sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su
gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos
a conocer el Misterio de su Voluntad. Este es el plan que había proyectado
realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo
todas las cosas del cielo y de la tierra" (Ef 1, 7-10). Cristo Resucitado,
silenciosamente, como el imán atrae los gránulos de plomo, atrae todo hacia sí,
según las líneas de un trazado progresivamente visible.
El Espíritu Santo une a los hombres en Cristo; vínculo de unión entre los
miembros de la Iglesia
12. En la liturgia se expresa con frecuencia esta relación íntima de la Iglesia con
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así en la Plegaria Eucarística JI!, el
celebrante, dirigiéndose al Padre, dice: "Santo eres en verdad, Señor, y con
razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor
nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas
a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha
desde donde sale el sol hasta el ocaso". Y después de la consagración, añade:
"Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por
cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el
Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un
solo cuerpo y un solo espíritu". El Padre, por medio de Jesucristo, y con la fuerza
del Espíritu. Santo, congrega y une constantemente a la Iglesia.
Tema 43. SOMOS PUEBLO DE DIOS Y CUERPO DE CRISTO, IGLESIA
SANTA
OBJETIVO CATEQUÉTICO
que Dios "eligió a Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente,
revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo" (LG 9).
Todo esto sucede como figura y preparación de la Nueva Alianza;
que la Alianza nueva y la revelación completa se hacen en Cristo, el cual nos convoca, a judíos y
gentiles, a formar el nuevo Pueblo mesiánico. La Iglesia es Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo.
16. En la acción de Dios, Israel toma conciencia de ser Pueblo elegido: "Tú,
Israel, siervo mío; Jacob, mi escogido; estirpe de Abrahán, mi amigo. Tú, a quien
cogí en los confines del orbe, a quien llamé en sus extremos, a quien dije: Tú
eres mi siervo, te he escogido y no te he rechazado. No temas, que yo estoy
contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios" (Is 41, 8-10). Dios elige a Israel no
por su nombre, su fuerza o sus méritos (Dt 7, 7; 8, 17; 9, 4), sino por amor (Dt 7,
8; Os 11, 1).
Israel, pueblo santo, testigo del Dios único, en medio de las naciones
20. Una y otra vez los profetas denuncian la transgresión de la Alianza e invitan
al pueblo a la conversión. Pero Israel y sus dirigentes sólo tomarán conciencia
de la gravedad de su pecado merced a la experiencia catastrófica del destierro,
que echa por tierra todas sus ilusiones (Jr 5, 19; 13, 23; 16, 12-13; Is 1, 2-3; 2, 5-
8; Ez 17, 19ss). No obstante, Dios rico en piedad y leal, es fiel a sí mismo y a
sus promesas. Del destierro volverá un resto, que continuará la misión de Israel:
"Mas ahora, en un instante, el Señor nuestro Dios nos ha concedido la gracia de
dejarnos un Resto y de darnos una liberación en su lugar santo: nuestro Dios ha
iluminado así nuestros ojos y nos ha reanimado en medio de nuestra esclavitud.
Porque esclavos fuimos nosotros, pero en nuestra esclavitud Dios no nos ha
abandonado" (Esd 9, 8-9).
Un nuevo éxodo, una nueva marcha por el desierto, un nuevo retorno, una
nueva alianza
21. Toda la historia del pueblo pasa a ser símbolo de los acontecimientos
futuros: se producirá un nuevo éxodo con la liberación de la esclavitud (Jr 31,
11), ,una nueva marcha por el desierto acompañada de prodigios (Os 2, 16), un
nuevo retorno a la tierra prometida (Ez 37, 21), una nueva alianza: "No como la
alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de
Egipto: Ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del
Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos
días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus
corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar
uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor. Porque
todos me conocerán, desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando
perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados" (Jr 31, 31-34).
22. Al mismo tiempo se ensanchan las fronteras del pueblo de Dios, pues las
naciones van, a unirse a Israel (Is 2, 2ss); tendrán parte con él en la bendición
prometida a Abrahán (Jr 4, 2; cfr. Gn 12, 3) y en la alianza, cuyo mediador será
el siervo de Yahvé (Is 42, 6); tras el destierro, como pueblo nuevo, Israel es
llamado abiertamente a rebasar el marco nacional.
23. De este modo participa del misterio de Israel toda la humanidad: Dios elige a
sus predilectos entre las naciones "procurándose entre los gentiles un pueblo
para su nombre" (Hch 15, 14). Esto se cumple en la Comunidad de la Nueva
Alianza, la Iglesia, compuesta por hombres y mujeres de toda tribu, nación y
lengua (Ap 5, 9; 7, 9; 11, 9; 13, 7; 14, 6): "Ya no hay distinción entre judíos y
gentiles. Esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo
Jesús" (Ga 3, 28).
24. Desde el principio, los cristianos tienen conciencia de ser el Nuevo Pueblo
anunciado por los profetas. Así, lo que se dijo de Israel en el pasado, se dice
ahora de la Iglesia: Pueblo de Dios (Tt 2, 14; cfr. Dt 7, 6), raza elegida, nación
santa, pueblo adquirido (1 P 2, 9; cfr. Ex 19, 5; Is 43, 20-21), rebaño (Hch 20, 28;
1 P 5, 2; Jn 10, 16), esposa del Señor (Ef 5, 25; Ap 19, 7; 21, 2). Por la nueva
alianza, realizada en el Espíritu de Jesús, Dios crea un nuevo pueblo en el que
se cumple plenamente la palabra de la Escritura: "Vosotros seréis mi pueblo y
yo seré vuestro Dios" (2 Co 6, 16; cfr. Lv 26, 12; Hb 8, 10; Jr 31, 33; Ap 21, 3).
26. La Iglesia, nuevo pueblo mesiánico, "tiene por cabeza a Cristo, que fue
entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación (Rm 4, 25) y
teniendo ahora un nombre que está sobre todo nombre, reina gloriosamente en
los cielos. La condición de este pueblo es la dignidad y libertad de los hijos de
Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por
ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cfr. Jn
13, 34). Y tiene en último lugar, como fin, el dilatar más y más el reino de Dios,
incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final de los tiempos El
mismo también le lleve a su consumación" (LG 9).
32. Los Apóstoles y sus sucesores, el Papa y los Obispos, y toda la Iglesia, son
portadores de la revelación divina. "Dios quiso que lo que había revelado para
salvación de todos los pueblos, se conservara íntegro y fuera trasmitido a todas
las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación (cfr. 2 Co 1,
20 y 3, 16-4, 6), mandó a los Apóstoles a predicar a todo el mundo el Evangelio
Domo fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta,
comunicándoles así los bienes divinos, el Evangelio prometido por los profetas,
que El mismo cumplió y promulgó con su boca. Este mandato se cumplió
fielmente, pues los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus
instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y
palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos
Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la
salvación inspirados por el Espíritu Santo.
Para que este Evangelio se conserve siempre vivo y entero en la Iglesia, los
Apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos, "dejándoles su cargo en el
magisterio" (S. Ireneo, Adv Haer III, 3; PG 7,848). Esta Tradición, con la
Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en que la Iglesia peregrina
contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara
a cara, como El es (cfr. 1 Jn 3, 2)" (DV 7).
33. La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, tiene el deber de conservar, conocer cada
día con mayor profundidad y transmitir esta predicación de los Apóstoles. Es un
elemento constitutivo y esencial de la Iglesia. "La predicación apostólica,
expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por
transmisión continua hasta el fin del tiempo. Por eso los Apóstoles, al transmitir
lo que recibieron, avisan a los fieles que conserven las tradiciones aprendidas de
palabra o por carta (cfr. 2 Ts 2, 15) y que luchen por la fe ya recibida (cfr. Judas
3). Lo que los Apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una
vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios; así, la Iglesia, con su
enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es
y lo que cree.
Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu
Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones
transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su
corazón (cfr. Lc 2, 19.51), cuando comprenden internamente los misterios que
viven, cuando las proclaman los Obispos, sucesores de los Apóstoles en el
carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud
de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios"
(DV 8).
34. Por medio de esta Tradición viva de la Iglesia, Dios continúa hablando a los
hombres de hoy. No comunica una revelación nueva, distinta de la que concluyó
con la muerte del último Apóstol. No hay que esperar otra revelación pública,
antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (Cfr. 1 Tm 6, 14;
Tt 2, 13; DV 4). Pero Dios continúa comunicando a los hombres hoy, .por medio
de la Iglesia, lo que nos comunicó en Jesucristo y por los Apóstoles. "Dios, que
habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo
amado; así, el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la
Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad
plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo (cfr.. Col 3,
16)" (DV 8). La continuidad de la Tradición, su actualidad viva, la comprensión
que la Iglesia tiene de ella, es obra del Espíritu Santo. Testimonios de esta
tradición viva de la Iglesia se encuentran principalmente en los escritos de los
santos Padres y en los textos litúrgicos.
37. A los ojos de la fe, la Iglesia es santa en cuanto que es el pueblo de Dios
cuya íntima estructura es la comunión de Dios con los hombres en Jesucristo.
En efecto, "creemos que es indefectiblemente santa, pues Cristo, el Hijo de Dios,
quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado el único Santo, amó a la
Iglesia como a su Esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla
(cfr. Ef 5, 25-26), la unió a Sí como su propio cuerpo y la enriqueció con el don
del Espíritu Santo para gloria de Dios" (LG 39). De un modo más preciso habría
que decir que la Iglesia es santa por un doble título: a) en el sentido de que ella
es Dios mismo santificando a los hombres en Cristo por su propio Espíritu (a
este aspecto la teología lo ha llamado la santidad "objetiva" o "santificante" de la
Iglesia); b) la Iglesia es santa, por otra parte, en el sentido de que ella es la
humanidad en vías de santificación por Dios (es el misterio de la participación o
aspecto de la santidad "subjetiva"). Los primeros miembros de la Iglesia
adoptaron el nombre de "santos" (Hch 9, 13) incluso antes de utilizar el de
"cristianos". Con ello se reconocían a sí mismos como hombres llamados por
Dios a la santidad (Cfr. 1 Ts 4, 3; Ef 1, 4); hombres trabajados en este sentido
por la gracia de Dios, y hombres que se esfuerzan por responder personalmente
a esa llamada.
39. Al igual que Israel, la Iglesia que camina sufre las persecuciones que vienen
de los poderes terrenos que encarnan la bestia diabólica (Ap 13, 1-7; cfr. Dn 7).
"La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos
de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cfr. 1 Co 11, 26). Está
fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y
caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar
al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se
manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos" (LG 8).
40. San Pablo expresa la relación de los cristianos con Cristo y de los cristianos
entre sí contemplándola como el cuerpo de Cristo. Esta profunda penetración del
misterio cristiano toma algunos rasgos, sobre todo en la carta a los Romanos
(12, 4-5) y primera a los Corintios (12, 12-30) del apólogo clásico que compara la
sociedad humana con un cuerpo que es uno en sus diversos miembros. Pablo
verá a Cristo como principio aglutinador y vivificador de los que han acogido con
fe la predicación apostólica: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso
comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con
el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo
cuerpo, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10, 16-17). Esta
comunidad que reúne a tantos hombres diferentes por la raza, fortuna,
educación, ambiente cultural y social, no es una comunidad sino en Cristo y en
su Espíritu. "En ese cuerpo, la vida de Cristo se comunica a los creyentes,
quienes están unidos a Cristo paciente y glorioso por los sacramentos, de un
modo arcano, pero real" (LG 7; cfr. Santo Tomás, Suma Teológica III, q. 62 a. 5
ad 1).
41. Entre los miembros de este Cuerpo que es la Iglesia hay diversidad de
vocaciones, carismas, oficios. Todos deben complementarse entre sí, y actuar
para la común edificación y el crecimiento del cuerpo de Cristo. Entre todos los
miembros de la Iglesia debe haber una profunda caridad (Cfr. 1 Co 12-14).
Todos deben unirse cada día más íntimamente a Cristo: "Es necesario que todos
los miembros se hagan conformes a El hasta el extremo de que Cristo quede
formado en ellos (cfr. Ga 4, 19). Por eso somos incorporados a los misterios de
su vida, configurados con El, muertos y resucitados con El, hasta que con El
reinemos (cfr. Flp 3, 21; 2 Tm 2, 11; Ef 2, 6; Col 2, 12)" (LG 7 e). El Espíritu
Santo vivifica y unifica todo el cuerpo. Cristo nos concedió "participar de su
Espíritu, quien siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo
vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por
los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el
cuerpo humano" (LG 7, g).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar al preadolescente:
que nacer de nuevo supone acoger la Palabra de Dios bajo la influencia del Espíritu. Quienes son
bautizados de niños, son bautizados en la fe de la Iglesia; después han de ir acogiendo personalmente
la gracia del Bautismo. En todo caso, la Palabra de Dios es como una semilla depositada en el corazón
del hombre y destinada a crecer en el seno materno de la comunidad eclesial.
La Iglesia es Madre
53. "¡Alabada sea esta gran Madre llena de majestad, en cuyas rodillas yo lo he
aprendido todo!", exclama un cristiano contemporáneo. San Agustín, por su
parte, expresa así la maternidad de la Iglesia: "La Iglesia es para nosotros una
Madre... Espiritualmente es de ella de quien hemos nacido. Nadie podrá
encontrar un acogimiento paternal junto a Dios, si desprecia a su madre la
Iglesia". Y el Concilio Vaticano II dice: "La Iglesia, cumpliendo fielmente la
voluntad del Padre, se convierte en Madre por la Palabra de Dios fielmente
recibida: por la predicación y por el Bautismo, engendra una vida nueva e
inmortal a los hijos concebidos del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• que la Iglesia es una comunión, el Pueblo de Dios congregado y unido por estrechos vínculos
espirituales (Cfr. DCG 66;
• que la comunión es el signo distintivo de los cristianos. Por la acción del Espíritu, el amor
cristiano tiene un dinamismo comunitario, que une a los discípulos de Jesús entre sí;
55. Existe, pues, un signo para reconocer a los discípulos de Jesús: se aman
entre sí, como El los ha amado. Su presencia eficaz en medio del mundo no
requiere medios espectaculares, ricos o poderosos. Son la levadura en la masa
(Mt 13, 33) para hacer surgir de un mundo dividido por nuestros odios, errores e
inercias, un mundo nuevo animado por la fuerza creadora del amor.
56. El amor fraterno al que Jesús nos convoca, lleva a superar divisiones y
enfrentamientos entre los hombres. Por la acción del Espíritu, el amor cristiano
tiene un dinamismo comunitario, une a los discípulos de Jesús entre sí (aunque
éstos sean de distintas lenguas, pueblos, razas) y los constituye en Pueblo de
Dios, en Iglesia. Hace de ellos un cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Así, la Iglesia
no es el resultado de una mera determinación de los hombres, sino obra de
Jesucristo, que, mediante el Espíritu, la establece como comunión en la caridad
fraterna. Esta comunión en la caridad es inseparable de la comunión en la fe. La
fe es la raíz de la vida comunitaria cristiana. Los miembros de la Iglesia estamos
unidos unos con otros por nuestra unión común con Cristo por la fe y el
Bautismo que inaugura la trayectoria y vida sacramentales que alcanzan su
momento supremo en la Eucaristía. De la fe baustismal, si es una fe viva, nacen
los frutos de la caridad fraterna y de la unidad eclesial.
58. Para vivir este misterio de comunión no es preciso pertenecer a una nación,
a una raza, a una civilización, a una clase social o a un partido político
determinado. La Iglesia no se funda sobre ninguna de estas bases, sino sobre
estas otras: "Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo
trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo" (Ef 4, 5-6).
65. Esta realidad, tan vital para la Iglesia, ha sido expresada en el Símbolo
Apostólico con la fórmula "Comunión de los Santos" (DS 30). Esta fórmula
abarca dos sentidos: "Comunión de los santos" y "comunión en las cosas
santas". "Comunión de los santos" supone la íntima unión espiritual de los
creyentes entre sí, su implicación mutua en toda acción eclesial y la participación
de cada uno de los bienes de Cristo de que gozan los demás (especialmente en
las riquezas de los hermanos que han arribado ya a la vida eterna). Pero esta
intercomunicación vital que tiene lugar entre los miembros de la familia de Dios
obtiene una manifestación privilegiada y un principio frontal de comunidad en la
"
comunión de las cosas santas", esto es, en la incorporación viva a la asamblea
fraterna y litúrgica, en la que se comulga con las realidades sacras: las
Escrituras Santas, los Sacramentos, las colectas en favor de los necesitados
(que también son una diakonía y una acción sagrada (Cfr. 2 Co 9, 12), etc.
67. La Iglesia una está formada por muchos miembros, esparcidos a lo ancho
del mundo (San Cipriano). La totalidad indivisa de la Iglesia —la Iglesia universal
—, es, en formulación feliz de los Santos Padres, "un cuerpo de Iglesias" (LG 23
y nota 34). La unidad de ese cuerpo eclesial deberá estar asegurada por la
unidad de todos los Pastores responsables de las Iglesias locales que, bajo el
influjo del Espíritu —,principio unificador indefectible—, "mientras gobiernan bien
la propia Iglesia, en cuanto es una porción de la Iglesia universal, contribuyen
eficazmente al bien de todo el Cuerpo místico" (ibídem). El Sucesor de Pedro, el
Papa, es el garante central, el principio visible de la comunión universal de las
Iglesias y el. lugar de cohesión de "un episcopado único e indiviso" (LG 18).
Como dice el Concilio Vaticano II: "El Romano Pontífice, como sucesor de
Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los
Obispos como de la multitud de los fieles. Por su parte, los Obispos son,
individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus iglesias
particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base
de las cuales se constituye la Iglesia católica, una y única. Por eso cada Obispo
representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia
en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad" (LG 23).
Unidad en la diversidad
Comunión en la fe
72. La unidad de la Iglesia es ante todo unidad en la fe. San Pablo lo describe
así: "Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la
vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un
Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo"
(Ef 4, 4-6). Nada más opuesto al pensamiento de Jesucristo que la división entre
los cristianos (Cfr. Jn 17, 23). La fidelidad a Jesucristo se opone a toda
tendencia cismática o herética. Ya en sus comienzos la Iglesia tuvo clara
conciencia de que la ruptura de la unidad de la fe era un gravísimo pecado
contra Dios. Por ello abundan en el Nuevo Testamento las exhortaciones a no
apartarse de la fe recibida y las advertencias contra los falsos doctores (Cfr. 1
Tm 1, 3-7; 4, 7; 6, 4.20; 2 Tm 2, 14-23; 4, 4; Tt 1, 13; 3, 9; 2 Ts 2, 15). La ruptura
de la unidad en la fe implica ruptura con Dios, en cuya palabra se funda nuestra
fe. El deseo de ser fieles a la palabra de Dios lleva consigo la voluntad firme de
mantenerse en comunión con la fe de la Iglesia. Cada cristiano ha de asociar su
acto de fe personal a la fe de la Iglesia entera. El "yo creo" de cada uno, para ser
auténtico, ha de estar integrado en el "nosotros creemos" de toda la Iglesia.
78. Con los no católicos la unidad no es completa (LG 15), precisamente porque
la comunión resulta deficiente en alguno de sus elementos esenciales. Pero, a
pesar de ello, el Espíritu Santo está promoviendo la búsqueda de una comunión
plena entre todos los cristianos. Es un ideal realizable al que tienden los
discípulos de Jesucristo porque poseen muchos elementos que, dinámicamente,
los empujan a esta comunión (Cfr. UR 3). "La Iglesia se reconoce unida por
muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de
cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de
comunión bajo el sucesor de Pedro" (LG 15). E incluso quienes, por no haber
conocido la Buena Nueva, no son en modo alguno discípulos de Jesucristo,
también poseen elementos en sus vidas que pueden ordenarles a su
incorporación a la comunión en el Pueblo de Dios (Cfr. LG 16). Los cristianos
deben pedir constantemente a Dios Padre por la unidad de todos los que
profesan la fe en Jesucristo para que constituyan un único rebaño bajo un solo
pastor, según la voluntad de Cristo.
80. La enseñanza conciliar pone el acento en la humildad con que los católicos
han de vivir su vocación, don inmerecido —gratuito— del Espíritu: "Recuerden
todos los hijos de la Iglesia que su alta condición no ha de atribuirse a los
propios méritos, sino a una particular gracia de Cristo: si no respondiesen a ella
de pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor
severidad" (LG 14). También se insiste en que una incorporación a la visibilidad
de la Iglesia que no supusiese al mismo tiempo la entrega interior al amor de
Cristo no sería suficiente para ser acogidos en la salvación cristiana: "No se
salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien, no
perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia "en cuerpo ",
pero no "de corazón" (LG 14 y San Agustín, Bapt. c. Donat. V. 28, 39: PL 43,
197: "Certe manifestum est, id quod dicitur, in Ecciesia intus et foris, in carde,
non in corpore cogitandum").
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• el carisma de la autoridad como un servicio a todo el Pueblo de Dios. Que esta autoridad como
servicio es don del Espíritu;
• que la autoridad, como servicio, tiene la misión de ser centro de unión del Pueblo de Dios.
81. Todo grupo necesita, de algún modo, una organización. Un grupo amorfo no
puede sobrevivir mucho tiempo. Poco a poco, cada miembro del mismo va
descubriendo su papel junto a los demás. Así surge un conjunto orgánico de
funciones o servicios, que caracteriza y expresa la vida del grupo. El grupo no
puede estar dividido. Necesita realizar su propia unidad. Esto se hace posible en
torno a una o varias personas que asumen la responsabilidad de ser centro de
unión. Es lo que, normalmente, se llama autoridad.
Los apóstoles y sus sucesores tienen una autoridad recibida de Cristo, pero han
de ejercerla siempre al servicio de la fe y de la caridad de todo el pueblo de
Dios. Su oficio es servir a todo el pueblo de Dios promoviendo la comunión en la
fe y en la caridad. La palabra "ministerio" con que se designa la función de los
obispos, sacerdotes y diáconos en la Iglesia alude a esta idea de servicio. Su
vida ha de ser la de fieles servidores de Cristo, de quien han recibido la misión, y
la de servidores del pueblo de Dios y de todos los hombres a imitación de Cristo.
La Iglesia, por voluntad de Cristo, pueblo gobernado por los Obispos,
sucesores de los Apóstoles.
85. Israel es el rebaño de Dios (Sal 99, 3; 22; Mi 7, 14). Yahvé confía las ovejas
de su propio rebaño a sus servidores: los guía por mano de Moisés (Sal 76, 21)
y para evitar que la comunidad del Señor esté sin pastor, designa a Josué como
jefe después de Moisés (Nm 27, 15-20); saca a David de entre las manadas de
ovejas de su padre para que apaciente a su pueblo (Sal 77, 70ss; 2 S 7, 8; 24,
17). Mientras que en otros pueblos los reyes reciben el título de pastor, éste no
se da explícitamente a los reyes de Israel. Ciertamente, se les atribuye este
papel (1 R 22, 17; Jr 23; 1-2; Ez 34, 1-10), pero en realidad el título está
reservado al Mesías, nuevo David.
87. Jesús confía a ciertos hombres la misión que El ha recibido del Padre (Mt 28,
18-20; Jn 20, 21-23). A ejemplo suyo, deben buscar la oveja extraviada (Mt 18,
12ss), vigilar contra los lobos devoradores que no tendrán consideraciones con
el rebaño (Mt 10, 16; 7, 15; Hch 20, 28ss), apacentar a la Iglesia de Dios con el
arranque del corazón, en forma desinteresada (Cfr. Ez 34, 2-3), haciéndose
modelos del rebaño. Así lo entendieron los Pastores de la primera cristiandad:
"Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a
la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino
con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino
convirtiéndoos en modelos del rebaño" (1 P 5, 2-3). Esta misión es
particularmente ejercida por los Apóstoles, siguiendo a su Maestro, que no ha
venido a ser servido, sino a servir y dar su vida (Mc 10, 42-45), que ha estado en
medio de nosotros como quien sirve (Lc 22, 27).
88. Entre el gran número de discípulos que seguían a Jesús (Lc 6, 17; 10, 1),
después de haber dirigido su oración al Padre, escogió a doce, a fin de que le
acompañasen y, en su día, recibiesen el encargo de anunciar el Reino de Dios
(Mc 3, 13-19). El hecho de haber elegido a doce evoca las doce tribus de Israel y
significa que sobre los Doce se alza el Nuevo Pueblo de Dios. Así lo expresa de
modo especial este pasaje del evangelio de San Mateo: "Os sentaréis también
vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mt 19, 28).
Reciben una enseñanza particularmente íntima del Maestro: explicación de las
parábolas (Mt 13, 10-11; Mc 4, 34), secretos del Reino Escatológico (Mc 13, 3-
4), anuncios de su muerte y resurrección (Mc 8, 31-33; 9, 30-32; 10, 32-34; Mt
26, 1-2). Asimismo, son testigos de las intimidades del corazón de Cristo (Jn 14-
17).
91. Por ello, los Apóstoles tienen, como Jesús, una función de profetas,
sacerdotes y guías del Pueblo de Dios. Proclaman la Buena Noticia. Es la misión
primordial, según San Pablo (1 Co 1, 17; 9, 16). Buscarán colabodores para la
acción caritativa, reservándose la tarea de la Palabra (Hch 6, 1-4). Santifican a
los nuevos fieles mediante el sacramento del Bautismo (Mc 16, 16; Hch 2, 41; 8,
36-38), la celebración de la Eucaristía (Lc 22, 19; 1 Co 11, 24-26; Hch 2, 42), el
perdón de los pecados (Jn 20, 21-23), la imposición de manos como transmisión
de un don del Espíritu Santo (1 Tm 5, 22; 2 Tm 1, 6-7). Dirigen la Comunidad
cristiana, no a la manera despótica, sino como quien "sirve" (Mc 10, 41-44; Lc
22, 25-26; Hch 1, 17.25; 20, 24; 21, 19). Así dirigen la Comunidad de Jerusalén
desde el día de Pentecostés (Hch 2, 37-42), aunque no dejan de escuchar las
intervenciones de los "ancianos" y de toda la Asamblea, incluso en asuntos tan
graves como los que se plantean en el "Concilio de Jerusalén" en relación con el
valor de las prácticas judías (Hch 15, 9. 22-29). En casos de conflicto, como los
problemas surgidos en Corinto ante la diversidad de carismas (1 Co 12-14),
hacen valer su autoridad.
94. Cristo quiso que los Apóstoles tuvieran sucesores en su tarea jerárquica.
Estos sucesores son los Obispos. Según la voluntad de Cristo la Iglesia fundada
por El debe durar tanto como el mundo (Cfr. Mt 28, 20; 16, 17ss; Lc 24, 49; Jn
14, 16-17; Mt 13), y por tanto también debe durar hasta el fin de los tiempos
aquella potestad que Cristo confió a los Apóstoles y sin la cual la Iglesia no
podría seguir siendo fuente de vida. Algunos de los poderes que los Apóstoles
recibieron de Cristo estaban relacionados de modo exclusivo con su función de
fundadores de la Iglesia, y por tanto eran poderes que no se podían transmitir
(vgr. el ser testigos directos de la resurrección de Cristo). Pero Cristo concedió a
los Apóstoles otros poderes que por su naturaleza están vinculados a la
estructura y a la supervivencia de la Iglesia: el poder de predicar la palabra de
Dios con autoridad de administrar los sacramentos, de gobernar el pueblo de
Dios.
Mediante la predicación y el Bautismo transmitido por los Apóstoles
quedamos incorporados a la comunidad de los discípulos de Cristo, la
Iglesia
97. "La misión divina que Cristo confió a los Apóstoles debe durar hasta el fin de
los tiempos (Mt 28, 20), ya que el evangelio que ellos deben transmitir es
constantemente el principio de toda la vida para la Iglesia. Por esta razón, los
Apóstoles se preocuparon de establecer sucesores en esta sociedad
jerárquicamente estructurada" (LG. 20). Así los Apóstoles, cual si hicieran
testamento, encargaron a sus colaboradores el contemplar y afianzar la obra
que ellos habían comenzado y determinaron también que, al morir ellos, otros
hombres de confianza recogieran su ministerio (S. Clemente Romano, Ad Co 44,
2).
98. En la Iglesia del siglo II los Obispos aparecen ya por todas partes al frente de
las comunidades cristianas y la fe común de la Iglesia hasta hoy reconoce que
los Obispos son los sucesores de los Apóstoles. La sucesión apostólica viene de
Cristo a los Apóstoles, de los Apóstoles a los primeros Obispos, y de estos a sus
sucesores hasta hoy. No es que cada Obispo suceda a cada Apóstol, sino el
conjunto de los Obispos, presididos por él Papa, sucede al conjunto de los
Apóstoles presididos por Pedro. La Iglesia de Cristo es aquella que Cristo mismo
ha fundado y que se prolonga históricamente desde Cristo hasta nosotros,
conducida desde el principio por los Apóstoles y sus sucesores bajo la acción
del Espíritu Santo. Ha sido fundada de una vez para siempre sobre el
fundamento de los Apóstoles y nadie puede asignarle otro fundamento (Cfr. Ef.
2, 20; 1 Co 3, 10-11; Ap 21, 14). Esta Iglesia continúa siendo el Cuerpo de Cristo
(Cfr. Ef 4, 1-16; 5, 29-30). Cristo es hoy Cabeza de la Iglesia y actúa en ella por
medio del Espíritu y del conjunto de los Obispos.
100. La Iglesia, fundada por Jesucristo en los Apóstoles, continúa hoy siendo
apostólica. Hay elementos apostólicos que se hallan en la Iglesia del siglo xx
como en la del siglo lv o en la del siglo 1. Uno de ellos es la jerarquía, por ello
denominada "apostólica". Tradicionalmente este servicio apostólico, ejercido por
los Obispos, presenta las siguientes dimensiones: servicio de la Palabra
(Magisterio Profético), servicio de la celebración Litúrgica (Sacerdocio) y servicio
de la Comunidad Eclesial (Gobierno Pastoral). Así lo señala el Concilio Vaticano
II en diversas ocasiones, pero especialmente en la Constitución Lumen Gentium
(25, 26, 27).
104. "En el grado inferior de la Jerarquía están los diáconos, que reciben la
imposición de las manos "no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio".
Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su
presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y
de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la
autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y
distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia,
llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y
exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los
sacramentos. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración,
recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: "Misericordiosos,
diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de
todos" (LG 29).
106. La persona del Pontífice Romano, sucesor de Pedro, es cabeza del Colegio
Episcopal, y cabeza visible de toda la Iglesia. Así lo enseñó solemnemente el
Concilio Vaticano I: "Para que el episcopado mismo fuese uno e indiviso, y la
multitud entera de los creyentes se mantuviese en la unidad de la fe y de la
comunión gracias a la íntima y recíproca cohesión de los pontífices poniendo
(Cristo) al bienaventurado apóstol Pedro a la cabeza de los demás. apóstoles,
instituyó en su persona el principio perenne y el fundamento visible de esa
unidad. Sobre su solidez se levantaría el templo eterno, y sobre la firmeza de su
fe se elevaría la Iglesia, cuya grandeza debe llegar hasta el cielo" (DS 3051). El
Concilio Vaticano II reafirma esta misma doctrina: "Esta doctrina sobre la
institución, perpetuidad, poder y razón de ser del primado romano y de su
magisterio infalible, el santo Concilio la propone de nuevo como objeto de fe
inconmovible a todos los fieles" (LG 18).
110. Dado que la Iglesia que Cristo funda sobre Pedro, como sobre una roca, es
una Iglesia que debe durar hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 18-20), y puesto
que Pedro es mortal (Jn 21, 19), tiene que haber unos sucesores en su función
de fundamento y de pastor supremo de la Iglesia. En caso contrario, la Iglesia de
hoy no sería la Iglesia fundada por Cristo, y vendría a ser un edificio sin
fundamento (Cfr. Mt 16, 18), un rebaño sin pastor (Cfr. Jn 21, 17). Es
históricamente cierto que Pedro vino a Roma y sufrió el martirio en esa ciudad.
Desde entonces, el Obispo de la Iglesia de Roma se ha presentado siempre y ha
sido siempre reconocido en la Iglesia como el sucesor de Pedro y, por tanto,
como pastor de la Iglesia universal. Ya durante los siglos u y iii, Roma se
convierte en. el centro de la "Catholica", centro de toda la Iglesia, al que se
recurre y que rige la totalidad del mundo cristiano. A mediados del siglo V, el
Papa San León formula con claridad la doctrina del primado romano: "Así como
permanece lo que Pedro ha creído en Cristo, así también permanece lo que
Cristo ha instituido en Pedro..." (Sermo 3, 2; PL 34, 146).
114. Para que todos los fieles tengan siempre la garantía de que el mensaje de
Jesús es bien interpretado en la Comunidad, existe el Magisterio Episcopal,
encargado de interpretar auténticamente la Palabra de Dios oral o escrita. Su
función consiste en escuchar devotamente, custodiar celosamente y explicar
fielmente, con la asistencia del Espíritu Santo, esa Palabra, no estando por
encima de ella, sino a su servicio (DV. 10). De esta manera, la totalidad de los
fieles, que es infalible cuando desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos
presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres, se ve
fortalecida con la actuación del Magisterio, mediante la cual no acepta ya una
palabra de hombres, sino la verdadera Palabra de Dios (Cfr. LG 12).
118. Por la acción del mismo Espíritu, al servicio eclesial del Magisterio nunca le
faltará la adhesión de la Comunidad Cristiana. El Espíritu conserva y aumenta la
unidad en la fe de toda la grey de Cristo (Cfr. LG 25). La unidad en una misma
fe, fruto del Espíritu, es guardado como un licor precioso, en expresión de San
Ireneo: "De la Iglesia recibimos la predicación de la fe y, bajo la acción del
Espíritu de Dios, la conservamos como un licor precioso guardado en un frasco
de buena calidad, licor que rejuvenece y hace rejuvenecer incluso al vaso que lo
contiene" (Adv. haer. 3, 3, 2).
o que en la comunidad eclesial, como en un cuerpo, cada miembro tiene una función
particular y propia, necesaria para todos los demás;
o que su vida, como la de todo hombre, es una vocación dada por Dios para una misión
concreta.
119. En un grupo humano bien conjuntado, cada miembro tiene una función
propia en relación con los otros. No es un número más. Todos necesitan de
todos. Cada uno tiene su papel y en él sirve a los demás. Sin embargo, cuando
cada cual se busca a sí mismo y no pone sus cualidades al servicio de los otros,
sino que prescinde de ellos, el grupo se divide, se deteriora o desaparece.
Comunidad y carismas
125. El más alto de los dones comunicados por el Espíritu es el amor cristiano,
la caridad. No ,se trata de una primacía relativa entre distintos dones que tienen
todos ellos un determinado valor. Es la primacía de lo absoluto. Ese amor es el
que hace que cualquier otro don, carisma, vocación, actividad o compromiso,
tenga valor o sea nada: "Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los
ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos
que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y
todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no'
soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar
vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene
envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no
lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El
amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?,
enmudecerá. ¿El saber?, se acabará" (1 Co 13, 1-8).
127. Los Santos Padres recogen, de muchas maneras, la acción carismática del
Espíritu Santo en la Iglesia. Así San Ireneo, que relaciona la presencia eficaz del
Espíritu con la maternidad de la Iglesia, comunidad de gracia: "Donde está la
Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios allí está la
Iglesia y la Comunidad de gracia. El Espíritu es la verdad. Por eso no participan
de El quienes no son alimentados al pecho de la madre ni reciben nada de la
pura fuente que mana del Cuerpo de Cristo" (S. Ireneo).
Diversidad de carismas
Carisma y vocación
130. Con frecuencia el don del Espíritu, o carisma, tiene todos los caracteres de
una llamada. Es lo que dentro de la Iglesia entendemos por vocación: una
llamada de Dios que invita al hombre a un género de vida especial, y de una
manera permanente. La respuesta a la vocación exige una entrega total. Son
ejemplos típicos de vocación, la vocación para la vida religiosa o para el
ministerio sacerdotal. Pero no se debe restringir la realidad de la vocación a
esos casos clásicos: "La vida de todo hombre es una vocación dada por Dios
para una misión concreta" (Pablo VI, Populorum Progressio, n. 15). Nuestro Dios
es esencialmente un Dios vivo que llama, que inicia el diálogo con el hombre,
que escoge a personas para hacer avanzar la historia de la salvación con su
actividad, su testimonio y su estilo de vida.
131. Dios llama a Israel desde los límites de la tierra (Is 41, 8). Suscita en medio
del pueblo a diversos enviados suyos; los llama para una misión que transforma
su persona hasta lo más profundo del ser. Por eso se dice que los llama por su
nombre o que les cambia el nombre (Gn 17, 5; 32, 29). Así son llamados los
patriarcas, como Abrahán (Gn 12, 1); los reyes como Saúl y David (1 S 10, 1; 16,
12); los sacerdotes, como Aarón (Hb 5, 4; cfr. Ex 28, 1); los profetas, como
Moisés (Ex 3, 10.16), Amós (Am 7, 15), Isaías (Is 6, 9), Jeremías (Jr 1, 7),
Ezequiel (Ez 3, 1.4). Así es llamado, de algún modo, el pueblo entero, a quien se
invita a permanecer a la escucha de Dios (Dt 4, 1; 5, 1; 6, 4; 9, 1; Sal 49, 7; Is 7,
13; Os 2, 16; 4, 1).
132. Jesús tiene una misión única, por la cual el Padre sencillamente le presenta
al mundo. Su destino no es propiamente efecto de una vocación, sino de su
mismo Ser único. De todos modos, sobre El se derrama el Espíritu en plenitud
(Lc 3, 22; 4, 16-22; Mt 3, 16-17; Mc 1, 10).
133. Jesús llama a sus seguidores: los Doce (Mc 3, 13), otros discípulos (Lc 9,
59-62), las multitudes. Sus invitaciones son claras: "El que quiera seguirme..."
(Mt 16, 24; Jn 7, 17), pero no siempre correspondidas: "Muchos son llamados,
mas pocos escogidos." Hay quienes se hacen sordos, a pesar de la insistencia
(Mt 22, 1-14). Estas llamadas comportan, en determinados casos, una misión
especialmente responsable sobre el mundo entero: es la misión apostólica (Mt
28, 18-20).
La vocación sacerdotal
La vocación religiosa
138. "A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino
de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven
en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del
mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su
existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que
desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico,
contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de
fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente
mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la
caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar
las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal
modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la
gloria del Creador y del Redentor" (LG 31).
139. Los seglares tienen una vocación misionera en el mundo. Están llamados,
como miembros vivos, a contribuir al crecimiento de la Iglesia (LG 33). Su
responsabilidad inmediata arranca del Bautismo, y especialmente de la
Confirmación, sello del Espíritu. Ser cristiano es una sola cosa con ser apóstol
(AA 1-3). Para esta acción apostólica, el Espíritu distribuye sus dones
libremente, dones que han de ser utilizados para edificación de la Iglesia entera
(AA 3-4). Los seglares pueden ser llamados a una colaboración más directa con
la jerarquía, como los que ayudaban a San Pablo (F1p 4, 3; Rm 16, 3-4), incluso
de manera asociada (AA 18-21).
140. En la comunidad cristiana todos los hermanos son responsables. Cada uno
aporta la contribución de sus propios dones y talentos. Los cristianos son
aquellos a quienes Jesús confía el hacer fructificar sus dones para el desarrollo
de su Reino. El Reino de los Cielos "es como un hombre que al irse llamó a sus
empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de
plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó"
(Mt 25, 14-15).
Tema 48. SIGNO EN MEDIO DE LAS NACIONES. LUZ DE LAS GENTES
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• que el nuevo Pueblo de Dios es signo en medio de las naciones, luz de las gentes;
• que él, como creyente, ,puede escuchar gozosamente estas palabras de Jesús: "Vosotros sois
la luz del mundo" (Mt 5, 14)..
Luz y tinieblas
143. Los egipcios experimentaron las tinieblas el día en que actuó Yahvé en
favor de Israel (Ex 10, 21). El pecador tropieza en las tinieblas (Is 59, 9-10) y ve
que su lámpara se apaga (Pr 13, 9; 24, 20). Para un mundo pecador el día de
Yahvé es de tinieblas, no de luz: "Volverá el rostro a lo alto, oteará la tierra y sólo
habrá angustia y tinieblas, cerrazón oscura y ráfagas de niebla. ¿No hay
oscuridad donde hay angustia?" (Is 8, 21-23). Sin embargo, el día de Yahvé
tiene también otra faz de luz, de gozo y de liberación, para el resto creyente,
humillado y angustiado. Así sucedió en la aventura del Exodo: "En vez de
tinieblas, diste a los tuyos una columna de fuego, guía .a través de rutas
desconocidas y sol inofensivo en su gloriosa emigración" (Sb 18, 3). Dios ilumina
los pasos del hombre: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi
sendero" (Sal 118, 105). Dios es luz y salvación para el creyente: "El Señor es
mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?" (Sal 26, 1). Si el hombre es justó, Dios
le conduce hacia el gozo de un día luminoso (Is 58, 10; Sal 35, 10; 96, 11; 111,
4).
147. Jesús es signo levantado en medio de los pueblos: "Aquel día la raíz de
Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será
gloriosa su morada" (Is 11, 10). Es el "sol de justicia" (M1 3, 20), es decir, el
Siervo elegido que enseñará a las naciones lo que Dios entiende por justicia (Is
42, 1); es el manso y humilde de corazón (Mt 11, 29), que anuncia la salvación a
los pobres, a los que tienen hambre, a los que lloran, a los que son perseguidos
por causa de la justicia, a los misericordiosos (Cfr. Le 4, 18-19; 6, 20-38; Mt 5, 1-
12): a los que llevan dentro de sí el espíritu de las bienaventuranzas. Jesús,
haciendo suya la misión de Siervo, contradice la expectación mesiánica
triunfalista e inaugura la verdadera salvación con el gran signo de su elevación
en la cruz (Jn 12, 32-33; 3, 14-15), el signo eficaz que proporciona el
resurgimiento de muchos (Le 2, 34), el estandarte levantado en lo alto para la
reunión de los hija de Dios dispersos (Jn 11, 52).
149. Jesús, por ser el Hijo de Dios hecho hombre, es el centro de la humanidad
en su relación con Dios. La gracia de Cristo está orientada hacia los hombres.
Cristo quiere comunicar a los hombres la vida divina que El recibe del Padre; es
el supremo signo eficaz de la gracia. La Iglesia a su vez es signo o sacramento
de Cristo Resucitado. La comunidad de los discípulos de Jesús, la Iglesia, es
signo visible de la presencia invisible de Jesús entre los hombres. Por medio de
la predicación de la palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos,
especialmente de la Eucaristía, y de la caridad fraterna, Cristo actúa en la Iglesia
y, en virtud de la acción oculta del Espíritu, se comunica a los hombres. De esta
manera, la Iglesia viene a ser, como Jesús, "luz de las gentes", "signo levantado
en medio de las naciones". El Concilio Vaticano II presenta el misterio de la
Iglesia como radicado en la claridad de Cristo: "Cristo es la luz de los pueblos.
Por ello este sacrosanto sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea
ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el evangelio a toda
criatura (cfr. Mc 16, 15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz
de la Iglesia" (LG 1).
En la Iglesia se hace visible y real la gracia de Cristo. Los hombres participan del
misterio salvífico de Cristo en cuanto pertenecen a la comunidad visible de la
salvación que es la Iglesia. Cristo glorioso comunica su vida a los hombres por el
Espíritu y nos da su Espíritu en la Iglesia. En los sacramentos el cristiano se une
con la Iglesia y en la Iglesia con Cristo. El encuentro personal del hombre con
Cristo tiene lugar en la Iglesia.
155. "La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los
deseos más profundos del corazón humano, cuando reivindica la dignidad de la
vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus
destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz,
vida y libertad para el progreso humano" (GS 21). Por ello, cada creyente puede
escuchar gozosamente, como dirigidas a él, estas palabras de Jesús: "Vosotros
sois la luz del mundo" (Mt 5, 14).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o que es misión esencial de la Iglesia anunciar la buena nueva, evangelizar a todos los
pueblos;
160. "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed
en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). Esto es lo esencial del mensaje. De este modo,
Jesús sitúa su predicación en la línea de los grandes profetas; todos ellos llaman
a la conversión y anuncian un acontecimiento, la acción de Dios. Pero esta vez
la persona misma del mensajero se convierte en el centro de la buena nueva. El
Evangelio es Jesús (Cfr. Mc 1, 1). Con El se hace presente el Reino de Dios (Mt
12, 28). Así se ve a las muchedumbres correr presurosas en torno al mensajero
de la Buena Nueva y esforzarse por retenerlo. Pero el Evangelio debe ser
anunciado en todas partes: "También a los otros pueblos tengo que anunciarles
el reino de Dios, para eso me han enviado" (Lc 4, 43).
162. "Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese
gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es
sobre todo liberación del pecado y del Maligno, dentro de la alegría de conocer a
Dios y de ser conocido por El, de verlo, de entregarse a El. Todo esto tiene su
arranque durante la vida de Cristo y se logra de manera definitiva por su muerte
y resurrección; pero debe ser continuado pacientemente a través de la historia
hasta ser plenamente realizado el día de la Venida final del mismo Cristo, cosa
que nadie sabe cuando tendrá lugar, a excepción del Padre (cfr. Mt 24, 36; Hch
1, 7; 1 Ts 5, 1-2)" (Pablo VI, EN 9).
164. Jesús se presenta a los hombres como el enviado de Dios por excelencia,
el mismo que habían anunciado los profetas (Is 61, lss; 42, 6-7; 49, 5-6). La
parábola de los viñadores homicidas subraya la continuidad de su misión con la
de los profetas, marcando al mismo tiempo la diferencia fundamental: el padre
de familia, después de haber enviado a sus servidores, envía finalmente a su
hijo (Mc 12, 2-8). Por eso acoger o rechazar a Jesús significa acoger o rechazar
a Aquel que le ha enviado (Lc 9, 48; 10, 16). Esta conciencia de su misión deja
entrever la relación misteriosa del Hijo y del Padre: "El que cree en mí, no cree
en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha
enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en
tinieblas... Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me
ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es
vida eterna" (Jn 12, 44-49).
165. La misión de Jesús continúa en la de sus propios enviados, los Doce, que
por esta razón llevan el nombre de apóstoles. En efecto, la misión de los
Apóstoles enlaza de la forma más estrecha con la de Jesús: "Como el Padre me
ha enviado, así también os envío yo" (Jn 20, 21). Esta palabra ilümina el sentido
profundo del envío final de los Doce por Cristo Resucitado: "Id por todo el mundo
y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16, 15; cfr. Mt 28, 19-20).
La misión de Jesús alcanzará así a todos los hombres gracias a la misión de sus
Apóstoles que continúa operante en la misión de la Iglesia de todos los tiempos,
ya que los Doce fueron el inicio de todo el Pueblo de Dios, del conjunto de los
creyentes y de sus pastores auténticos: "Los apóstoles fueron los gérmenes del
Nuevo Israel y, al mismo tiempo, el &rigen de la jerarquía sagrada" (AG 5).
"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo... y seréis mis testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra"
166. Para cumplir su misión, los Apóstoles y todos los que anuncian el Evangelio
no están solos y abandonados a sus propias fuerzas, sino que la realizan con la
fuerza del Espíritu: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta
los confines de la tierra" (Hch 1, 8; cfr. Jn 20, 21ss; 1 P 1, 12). La misión del
Espíritu es así inherente al misterio mismo de la Iglesia, cuando ésta anuncia la
palabra para cumplir la misión recibida de Jesús. La misión del Espíritu, que da
testimonio de Jesús Resucitado (Jn 15, 26), viene a ser así el centro de la
experiencia cristiana y el "alma de la Iglesia".
168. Cristo vino para anunciar y realizar entre los hombres la Buena Noticia. La
Iglesia nació y vive únicamente para evangelizar a los hombres, a todos los
hombres. Ella es el sacramento universal de salvación: la anuncia y realiza. Su
renovación constante tiene aquí su objetivo: potenciar su actividad misionera
universal, buscar nuevos cauces por los que los hombres conozcan, acepten y
vivan el plan de Dios, despojarse de todo aquello que impide, en cada momento,
la evangelización, realizar todo aquello que pueda hacer más creíble la verdad
del Evangelio. Dice el Concilio Vaticano II: "La Iglesia ha nacido con este fin:
propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer
así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y, por medio de
ellos, ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. Toda la actividad del
Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, el cual la
Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de diversas maneras"
(AA 2).
170. "Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la
participación en la fe, se reúnen, pues, en el nombre de Jesús para buscar
juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la
vez evangelizada y evangelizadora. La orden dada a los Doce: "Id y proclamad la
Buena Nueva", vale también, aunque de manera diversa, para todos los
cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo adquirido para pregonar las
excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2, 9). Estas
son las maravillas que cada uno ha podido escuchar en su propia lengua (cfr.
Hch 2, 11). Por lo demás, la Buena Nueva dél reino que llega y que ya ha
comenzado es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la
han recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación pueden y deben
comunicarla y difundirla" (Pablo VI, EN 13).
Toda comunidad debe, por tanto, ser misionera, por ser condensadamente,
presencia eficaz de la única Iglesia de Cristo. Las actitudes de campanario son
una traición al ser cristiano de una comunidad y el medio más eficaz de
autodestrucción: "La gracia de la renovación en las comunidades no puede
crecer, si no expande cada una los campos de la caridad hasta los confines de
la tierra y no tiene de los que están lejos una preocupación semejante a la que
siente por sus propios miembros" (AG 37).
172. La universalidad, anunciada por los profetas (Gn 22, 18; Ga 3, 16; Is 2, 2ss;
54, lss; Mi 4, lss; Za 8, 20; Ml 1, 11; Sal 2, 7ss; 71, 8-17; etc.) y encomendada
por Jesús a sus discípulos (Mt 28, 18ss), ha chocado siempre con la tentación
de secta. La actitud sectaria se caracteriza por la falta de referencia a la
totalidad. La secta no refiere los aspectos particulares del mensaje al conjunto
de la Revelación; no sitúa los hechos particulares de la vida en una estructura de
conjunto; no manifiesta la relación de la Iglesia con la totalidad del mundo, la
cultura, la historia humana.
174. "Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de
Dios. Por lo cual este pueblo sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a
todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad
de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos
que estaban dispersos, determinó luego congregarlos (Cfr. Jn 11, 52)... El único
Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas
reúne sus ciudadanos... La Iglesia... no disminuye el bien temporal de ningún
pueblo; antes, al contrario, fomenta y asume, y al asumirlas las purifica, fortalece
y eleva todas las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos en lo que
tienen de bueno. Pues es muy consciente de que ella debe congregar esa unión
de aquel Rey, a quien han sido dadas en herencia todas las naciones (Cfr. Sal 2,
8). Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del
mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a
recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la
unidad de su Espíritu (Cfr. S. Ireneo, Adv. Haer. 16, 6; 22, 1-3)" (LG 13).
"Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"
178. La llegada de la Buena Noticia a los hombres que aún no la conocen —¡son
tantos!, la mies es mucha (Lc 10, 2)— se realiza en la actividad misionera de la
Iglesia. En esta misión la Iglesia no sustituye a Cristo. Cristo, presente
eficazmente en la Iglesia, sigue evangelizando hoy en medio de nosotros:
"Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,
20).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• que la Iglesia es Pueblo de Promesas y Comunidad de Esperanza. El Don del Espíritu contiene
todas las promesas;
• que la esperanza de la Iglesia está enraizada en una vida de fe y de amor, traducida en acciones
de justicia y de paz; esperanza que se vive en medio de las dificultades del tiempo presente.
181. Para unos, la realidad entera está abocada a la muerte. Dicen: "Hemos sido
arrojados al mundo. El hombre es un ser para la muerte. " Para otros, la realidad
está fundamentada en la naturaleza. Dicen: "Sólo la naturaleza existe, y existe
infinitamente. Los individuos pasan, la naturaleza permanece." Para los
creyentes, la realidad es, en último término, personal; está fundamentada en
Dios. Y dicen: "Hemos nacido en un Pueblo de promesas y esperanzas, de
futuro definitivo y estable, firme y estable como la fidelidad de Dios" (Cfr. Sal 88,
2-3).
183. En Jesús, el Mesías esperado, todas las promesas de Dios han tenido su sí
(2 Co 1, 20). El es, además, portador de nuevas promesas. Inaugura su
predicación anunciando la gran promesa: "Después que Juan fue preso, marchó
Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca" (Mc 1, 14-15). En las bienaventuranzas
promete este Reino a los pobres y a los perseguidos (Mt 5, 3-10; Lc 6, 20-23).
Elige discípulos, a quienes llama y promete una milagrosa pesca de hombres
(Mt 4, 19), el cientopor uno y la participación en el señorío de Cristo (Cfr. Mt 19,
27-29). Promete a Pedro fundar sobre él su Iglesia y le garantiza la victoria sobre
el poder del infierno (Mt 16, 18-19).
184. El Reino de Dios, presente en Jesús, se hace posible por el Don del
Espíritu. El Espíritu es la promesa del Padre (Lc 24, 49), dice Jesús. Llenando el
universo y manteniendo unidas todas las cosas (Cfr. Sb 1, 7), contiene también
todas las promesas (Cfr. Ga 3, 14). Para que el Espíritu sea dado, Jesús debe
acabar su obra en esta tierra (Jn 17, 4), amar a los suyos hasta el fin (13, 1; Lc
22, 19-20). Entonces se le abren todos los tesoros de Dios y puede prometer
todo (Jn 14, 13-14). Este todo es el "Espíritu de verdad. El mundo no puede
recibirlo porque no lo ve ni lo conoce" (Jn 14, 17).
La Iglesia, en camino hacia una patria mejor. "La renovación del mundo
está irrevocablemente decretada"
187. La tensión escatológica de la Iglesia entre lo que ya vive del Reino de Dios
y lo que todavía no se ha manifestado la expresa San Agustín de este modo:
"Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo... Y así como Él ascendió sin
alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con El, aun cuando no se haya
realizado todavía en nuestro cuerpo lo que nos ha sido prometido. El fue
exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos
que nosotros, que somos sus miembros, experimentamos. De lo que dio
testimonio cuando exclamó: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Así como
"tuve hambre, y me disteis de comer..." ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre
la tierra de modo que gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos
unimos a El, descansemos ya con El en los cielos? Mientras El está allí, sigue
estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con
El allí. El realiza aquello con su Divinidad, su poder y su amor; nosotros, en
cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como El con la divinidad, sí que
podemos con el amor, si va dirigido a El" (Sereno de Ascensione Dni. 98, 1-2;
PLS 2, 494).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• que la Iglesia es Pueblo de Promesas y Comunidad de Esperanza. El Don del Espíritu contiene
todas las promesas;
• que la esperanza de la Iglesia está enraizada en una vida de fe y de amor, traducida en acciones
de justicia y de paz; esperanza que se vive en medio de las dificultades del tiempo presente.
181. Para unos, la realidad entera está abocada a la muerte. Dicen: "Hemos sido
arrojados al mundo. El hombre es un ser para la muerte. " Para otros, la realidad
está fundamentada en la naturaleza. Dicen: "Sólo la naturaleza existe, y existe
infinitamente. Los individuos pasan, la naturaleza permanece." Para los
creyentes, la realidad es, en último término, personal; está fundamentada en
Dios. Y dicen: "Hemos nacido en un Pueblo de promesas y esperanzas, de
futuro definitivo y estable, firme y estable como la fidelidad de Dios" (Cfr. Sal 88,
2-3).
183. En Jesús, el Mesías esperado, todas las promesas de Dios han tenido su sí
(2 Co 1, 20). El es, además, portador de nuevas promesas. Inaugura su
predicación anunciando la gran promesa: "Después que Juan fue preso, marchó
Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca" (Mc 1, 14-15). En las bienaventuranzas
promete este Reino a los pobres y a los perseguidos (Mt 5, 3-10; Lc 6, 20-23).
Elige discípulos, a quienes llama y promete una milagrosa pesca de hombres
(Mt 4, 19), el cientopor uno y la participación en el señorío de Cristo (Cfr. Mt 19,
27-29). Promete a Pedro fundar sobre él su Iglesia y le garantiza la victoria sobre
el poder del infierno (Mt 16, 18-19).
184. El Reino de Dios, presente en Jesús, se hace posible por el Don del
Espíritu. El Espíritu es la promesa del Padre (Lc 24, 49), dice Jesús. Llenando el
universo y manteniendo unidas todas las cosas (Cfr. Sb 1, 7), contiene también
todas las promesas (Cfr. Ga 3, 14). Para que el Espíritu sea dado, Jesús debe
acabar su obra en esta tierra (Jn 17, 4), amar a los suyos hasta el fin (13, 1; Lc
22, 19-20). Entonces se le abren todos los tesoros de Dios y puede prometer
todo (Jn 14, 13-14). Este todo es el "Espíritu de verdad. El mundo no puede
recibirlo porque no lo ve ni lo conoce" (Jn 14, 17).
La Iglesia, en camino hacia una patria mejor. "La renovación del mundo
está irrevocablemente decretada"
187. La tensión escatológica de la Iglesia entre lo que ya vive del Reino de Dios
y lo que todavía no se ha manifestado la expresa San Agustín de este modo:
"Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo... Y así como Él ascendió sin
alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con El, aun cuando no se haya
realizado todavía en nuestro cuerpo lo que nos ha sido prometido. El fue
exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos
que nosotros, que somos sus miembros, experimentamos. De lo que dio
testimonio cuando exclamó: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Así como
"tuve hambre, y me disteis de comer..." ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre
la tierra de modo que gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos
unimos a El, descansemos ya con El en los cielos? Mientras El está allí, sigue
estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con
El allí. El realiza aquello con su Divinidad, su poder y su amor; nosotros, en
cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como El con la divinidad, sí que
podemos con el amor, si va dirigido a El" (Sereno de Ascensione Dni. 98, 1-2;
PLS 2, 494).
Tema 52.—La Iglesia celebra la presencia de Cristo bajo la acción del Espíritu.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar que el Hombre Nuevo nace y vive por la celebración del misterio de
Cristo en los Sacramentos.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar:
• que el Hombre Nuevo celebra gozosamente en el Espíritu la presencia del Señor Resucitado;
• que los Sacramentos son los grandes momentos de la vida de fe, en los que el hombre se
encuentra realmente con Cristo.
Celebrar la vida de fe
1. El hombre nuevo, hombre que nace de la Palabra de Dios (Cfr. Temas 35-41)
y vive en comunión con los hermanos (Cfr. Temas 42-51), vive y celebra la
presencia de Cristo bajo la acción del Espíritu. Es el hombre de la Celebración,
de la Liturgia, de la Fiesta: celebra la vida cristiana, el acontecimiento de la
salvación, la experiencia de fe. En la liturgia la Iglesia celebra los grandes
momentos de la vida de fe, significativamente configurados por la acción del
Espíritu. Son los Sacramentos. En efecto, la Iglesia, heredera de los Apóstoles,
que proclama incesantemente el Evangelio de la salvación, celebra la obra
salvadora de Cristo —su misterio pascual— en los Sacramentos, en torno a los
cuales gira toda su vida litúrgica (Cfr. SC 6).
2. La vida de fe supone una relación del hombre con Dios, una relación de
persona a persona, un encuentro personal, una comunión del hombre con Dios.
Contando con la iniciativa generosa, condescendiente, gratuita, por parte de
Dios, el hombre creyente se pone en relación viva con El, que mediante esa
relación se convierte para nosotros en el Dios vivo. Por el pecado el hombre
pierde esta relación viva con Dios, esta relación de hijo a Padre, y no la puede
recuperar por sí mismo (Cfr. Temas 22-33), sino en el encuentro con Cristo:
"
Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre ni al Padre le conoce bien nadie sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27).
5. Los sacramentos son signos de vida por los que Cristo quiere unirse a
nosotros. Ellos constituyen los grandes momentos de la vida de fe, que la
comunidad creyente celebra gozosa y festivamente. La Iglesia enumera siete.
Siendo un mismo Espíritu el que actúa en todos (Cfr. 1 Co 12, 11), la diversidad
de los sacramentos corresponde a diversas situaciones de la vida del creyente,
que suponen, en cierto modo, un nuevo comienzo. Así, el Bautismo es el
sacramento del nacimiento a la fe; la Confirmación, el sacramento del testimonio
de la fe; la penitencia, el sacramento de la reconciliación, misterio de
misericordia y de conversión; la Eucaristía, el sacramento del Pan de Vida y
celebración de la Pascua del Señor; la Unción de los Enfermos, el sacramento
de la esperanza cristiana frente al dolor de la enfermedad y de la muerte; el
Orden, el sacramento del servicio a la comunidad eclesial; el Matrimonio, el
sacramento del amor humano. signo de fidelidad definitiva y de paternidad
responsable.
8. El gesto litúrgico tiene un parentesco muy estrecho, por una parte, con la
palabra, y, por otra, con la acción. Y no es una casualidad que estas dos
características de lo humano se den en estrecha conexión con gestos de
encuentro, como los del amor. Es decir, que el sentimiento tiende a hacerse
realidad en el gesto para llegar a ser sentimiento efectivo. La palabra que
precede y sigue al gesto lo manifiesta absolutamente y, sin ella, no puede éste
alcanzar su pleno poder expresivo ni su realización puede ser asumida
personalmente.
Esos ritos están puestos al servicio del signo sacramental: imitando la economía
sagrada del mismo signo, lo explican y explotan sus riquezas. Son gestos y
oraciones que han buscado su inspiración en la Biblia y que se esclarecen a
través de los escritos sagrados. Por medio de ellos, el sacramento se extiende
dilatando su propio poder evocador. En esta perspectiva ritual se provoca y
estimula el clima intenso de fe en el que se han de celebrar los sacramentos.
Por otra parte, ex opere operato quiere decir que nos hallamos en presencia de
un acto del mismo Cristo. Ex opere operato y eficacia a partir del misterio de
Cristo significan la misma cosa. Cristo Resucitado, en medio de la comunidad
eclesial, comunica infaliblemente la gracia.
Gracia y carácter
15. Los dones divinos que proporcionan los sacramentos son tan varios como
los signos que los simbolizan. Unos se dirigen más directamente a edificar la
vida personal del cristiano, otros miran más a la realización de una misión
comunitaria. Dentro de esa diversidad, todos los sacramentos tienen en común
el dispensar el don de la gracia de Dios, obra del Espíritu Santo que configura al
creyente con Cristo Jesús y que vincula a Dios por el amor. El encuentro con
Cristo en los sacramentos es un encuentro con Dios y la gracia es precisamente
esa comunión personal con Dios. La gracia santificadora implica una relación
vital con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: la incorporación al Cuerpo de Cristo
y, por tanto, la participación en la muerte y resurrección del Señor realiza
nuestra comunión personal con el Dios uno y trino. El Espíritu nos recrea en
Cristo, como hijos del Padre en el Hijo.
Siendo un mismo Espíritu (Cfr. 1 Co 12, 11) el que actúa en los siete
sacramentos, es la misma gracia de santificación la que los siete otorgan pero, a
través de cada uno de ellos, el don de Dios se ordena específicamente a las
necesidades particulares y a las concretas misiones del cristiano. La gracia
sacramental es la gracia del Espíritu Santo que se nos da en función de una
situación vital determinada, cristiana y eclesial.
17. El hecho de que las acciones sacramentales puedan identificarse con actos
personales del mismo Cristo supone que los sacramentos tienen su origen en
Cristo: de no ser así, aquella identificación sería vana y presuntuosa. La Iglesia
custodia fielmente los signos sacramentales que le transmitieron los Apóstoles:
ella es la depositaria única de esta herencia del Señor y sólo en su comunión
pueden ser auténticamente celebrados. A ella corresponde también determinar
los signos concretos de algunos sacramentos, es decir, gestos y palabras que
han sido dejados por Cristo a su iniciativa. Así, por ejemplo, la Iglesia precisó el
signo del sacramento del Orden (Cfr. Const. Apost. "Sacramentum Ordinis" de
Pío XII, DS 3857-3861) y, recientemente, Pablo VI determinó elementos
esenciales de la Confirmación y de la Unción de los Enfermos.
La Iglesia Madre es fiel a su Esposo único y es fiel a sus hijos. Estos, en cada
época, cultura o situación, han de aproximarse al lenguaje de los signos
salvíficos como hombres lúcidos y conscientes que puedan ser realmente
interpelados por su fuerza comunicativa. De ahí, la lealtad flexible de la Iglesia
en la celebración histórica de los sacramentos de la fe.
19. Los ministros de los sacramentos no son autómatas, sino hombres que,
consciente y voluntariamente, se hacen disponibles para la acción santificadora
de Cristo intentando con seriedad responsable cumplir su voluntad de salvación.
La intención que vincula al ministro con la Iglesia en la que Cristo se hace
presente sacramentalmente no queda suprimida por la eventual conducta
pecadora del mismo, porque "no purifica Dámaso, ni Pedro, ni Ambrosio, ni
Gregorio. Nosotros somos los ministros, pero los sacramentos son tuyos.
Comunicar los dones divinos no procede de las fuerzas humanas, sino de ti,
Señor" (San Ambrosio, Sobre el Espíritu Santo, 1, prol.). Ni siquiera desaparece
la fuerza de esa intención por el hecho de que el ministro esté separado de la
comunión visible de la única Iglesia de Cristo, pues no puede buscarse
sinceramente a Cristo sin que, al mismo tiempo, se encuentre de algún modo a
su Esposa.
Las acciones del ministro, con todo lo que suponen de libertad y libre decisión,
no dependen de la propia santidad ni del talante religioso y humano del servidor
de Cristo: no se puede esperar la salvación de un hombre.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
— Presentar el Sacramento del Bautismo como la celebración del nacimiento a la fe, de la primera
acogida al don del Espíritu y de la incorporación a la Iglesia.
El libro de los Hechos de los Apóstoles muestra el lugar central que ocupa el
Bautismo en las primeras actividades misioneras: los que creen en
22. El signo bautismal consiste en una ablución de agua cuyo profundo sentido
sacramental se determina por la fórmula: "Yo te bautizo en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo". La ablución por inmersión fue presumiblemente
la práctica normal en la Iglesia primitva (Cfr. Hch 8, 38-39; Ef 5, 26; Tt 3, 5). Esta
forma de bautismo perduró hasta el siglo xüi y aún se da, en Occidente, en los
siglos xv y xvi. Sin embargo, ya a principios del siglo tt, la Didajé (de origen sirio)
menciona específicamente el bautismo con agua derramada —por infusión— si
el de inmersión no fuera posible. Cuando se generalizó la costumbre de reservar
un lugar especial para los bautismos, estos baptisterios —desde el principio del
siglo tv— consistían en piscinas excavadas en el suelo. No obstante, la
superficialidad de esas piscinas, así como los grabados de las catacumbas,
sugieren que fue práctica común deramar el agua sobre la cabeza del bautizado,
mientras éste permanecía de pie en la piscina.
24. No sólo se relacionan con el bautismo los maravillosos sucesos salvíficos del
Antiguo Testamento. Los acontecimientos de la vida de Cristo se contemplan
también como figuras de su vida gloriosa en la Iglesia. Los Padres de la Iglesia
enumeran toda una serie de gestos de Cristo relacionados con el agua en los
que encuentran ecos bautismales: el bautismo en el Jordán (Mt 3, 13-17; Mc 1,
9-11; Lc 3, 21-22; Jn 1, 32-34), las bcdas de Caná (Jn 2, 1-12), el pozo de Jacob
(Jn 4, 5-42), la curación del paralítico en la piscina de Bezatá (Jn 5, 1-18), el
caminar sobre las aguas (Mc 6, 45-52; Mt 14, 22-33; Jn 6, 16-21), la curación del
ciego de nacimiento en la piscina de Siloé (Jn 9, 1-41), el lavatorio de los pies
(Jn 13, 1-15), etc.
27. Para la mentalidad del autor sagrado, la vida empezó en las aguas; las
aguas, por mandato del Señor, producen la vida: "Pululen las aguas un pulular
de vivientes..." (Gn 1, 20). La antigua tradición de la Iglesia reconoce la
verdadera energía vivificante del agua en la fuente bautismal: "Somos pececillos
y en el agua nacemos... y no tenemos otro modo de salvarnos sino
permaneciendo en el agua" (Tertuliano, Sobre el Bautismo 1, 2). La misma
temática se desarrolla en torno al denso texto de Ez 47, 1-12: un agua brota "del
lado derecho del templo" (el costado traspasado de Cristo) y su corriente
desemboca en el mar de las aguas pútridas que, a su contacto, son saneadas:
"Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán
vida, y habrá peces en abundancia. Las riberas del río misterioso, regadas por
"aguas que manan del santuario" se convierten en un vergel —en el Paraíso
—, cuyos cuatro ríos prefiguraban, para los Padres, el Bautismo por el que se
recobra la primitiva integridad perdida: "Estás fuera del paraíso, oh catecúmeno,
compañero de destierro de Adán... Ahora se abre la puerta, entra allí de donde
saliste: no tardes" (San Gregorio de Nisa).
La pascua de Cristo
La señal de la Cruz
34. Cuando la Iglesia acoge a los bautizados, traza sobre ellos el signo de la
cruz, señal del cristiano, distintivo de la nueva condición que van a recibir. La
Cruz, signo de la redención, es signo de la fe cristiana que el candidato pide a la
Iglesia. Signado y sellado con la cruz, el bautizando comienza a ser incorporado
al misterio pascual de Cristo, misterio de muerte y resurrección que permanece
vivo en la Iglesia.
35. El Bautismo arranca al hombre del poder de Satán, príncipe de este mundo
(Cfr. Jn 12, 31; 16, 11) y concede la luz y la energía para emprender una lucha
contra las fuerzas de las tinieblas, lucha que ha de durar toda la vida. Los
exorcismos rituales manifiestan expresivamente la condición abnegada de la
vida cristiana: lucha entre la carne y el espíritu, enfrentamiento con los acechos
del Maligno, lugar primordial de la renuncia para conseguir las bienaventuranzas
del Reino de Dios, necesidad constante de la gracia del Espíritu. Los exorcismos
ocuparon pronto un puesto de preferencia en la liturgia bautismal.
La Traditio Apostolica, de Hipólito, prescribe: "A partir del día en que son
elegidos (los catecúmenos), que se les impongan cada día las manos
exorcizándolos" (Traditio, 20). La teología de los exorcismos supone que el
hombre, abandonado a sus fuerzas, no puede despegarse del poder del Maligno
que le cautiva y desborda. Es Cristo mismo quien combate para apartar del
Príncipe de las Tinieblas a quien va a hacer miembro suyo por el Bautismo:
frente a la situación desesperada de esclavitud e impotencia Cristo ofrece una
salvación que jamás podrá proporcionar al hombre un género de liberación
meramente humana (psicológica, sociológica, económica...).
Por otra parte, transmitir la fe implica también iniciar a la oración, enseñar a orar.
Los bautizandos piden a la Iglesia lo que los discípulos pidieron a Jesús: "Señor,
enséñanos a orar" (Lc 11, 1; cfr. 11, 1-13). Al entregar la oración del Señor
(Padrenuestro), la Iglesia celebra la iniciación a la oración de los nuevos
creyentes. El Padrenuestro es la oración específica de los creyentes, es decir,
de los que ponen su confianza en el Padre, porque son hijos (Cfr. 1 In 3, 1; Rm
8, 14-27; Ga 4, 4-7).
37. Las catequesis patrísticas comentan el rito de la unción con óleo junto con el
gesto del despojamiento de los vestidos, simbolismo este último que alude a la
muerte del hombre viejo: "No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del
hombre viejo con sus obras y revestíos del nuevo que se va renovando como
imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo" (Col 3, 9-10; cfr. Ef 4, 22-24).
Como los atletas que entraban a la lucha o competición eran frotados con aceite,
también los que van a ser bautizados son ungidos con óleo: es ésta una unción
para la lucha con Satanás. El elegido entra en la Iglesia militante y su principal
lucha será contra las fuerzas del mal. Para ella necesita una especial fortaleza,
simbolizada en esta unción. Esta unción se hace con miras a las luchas
corrientes de la vida cristiana, pero especialmente con miras al combate decisivo
contra Satanás en que consiste el mismo Bautismo. La bajada a las aguas
bautismales es, en efecto, bajada a las aguas de la muerte, a imagen de Cristo,
y combate decidido contra ella.
La vestidura blanca
38. Después del Bautismo propiamente dicho, los bautizados son revestidos con
una túnica blanca: han sido revestidos de Cristo como nuevas criaturas y habrán
de conservar sin macha el nuevo vestido hasta que se presenten ante el tribunal
de Nuestro Señor Jesucristo. Estos vestidos blancos representan la antítesis de
los viejos vestidos abandonados antes del Bautismo. El mismo Bautismo se
designa muchas veces como vestido de incorruptibilidad, vestido de luz. Se trata
a la vez de la pureza y de la incorruptibilidad del cuerpo. La vestidura blanca es
símbolo de la resurrección de los cuerpos y de la participación en la gloria de
Cristo Resucitado.
La luz pascual
39. Los bautizados reciben también una luz encendida en el cirio pascual. Han
sido transformados en luz de Cristo y como hijos de la luz habrán de recorrer el
camino hasta llegar al encuentro del Señor. Los Padres de Oriente han llamado
al Bautismo iluminación, pues es el sacramento que comunica el personal
conocimiento de Cristo, la "luz del mundo" (Jn 8, 12). Para la Iglesia primitiva el
Bautismo es, en efecto, una iluminación (Cfr. Hb 6, 4; 10, 32; 1 P 2, 9). San
Pablo ruega a los cristianos de Colosas que den con alegría gracias a Dios
Padre, "que os ha hecho capaces de compartir la herencia de los santos en la
luz" (Col 1, 12). El mismo tema se encuentra en el primitivo himno bautismal que
se recoge en la Carta a los Efesios: "Despierta tú que duermes, levántate de
entre los muertos y Cristo será tu luz" (Ef 5, 14).
41. Las perspectivas bíblica y litúrgica del Bautismo permiten ahondar en sus
significados más profundos, esto es, en la conexión del Bautismo con las
grandes realidades de la vida cristiana: la fe, la esperanza, el amor, la
superación del pecado, la gracia, la Iglesia...
El Bautismo. sacramento de la fe
42. El Bautismo es el signo eficaz del nuevo nacimiento, cuyo proceso se inicia
cuando el hombre, por la gracia de la fe, acoge la Palabra de Dios y responde al
Evangelio de Cristo. "Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la
verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos
a otros de corazón e intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una
semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la Palabra de Dios viva y
duradera, porque toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se
agosta la hierba, la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para
siempre. Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos" (1 P 1, 22-25). "Por
propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos
como la rimicia de sus criaturas" (St 1, 18).
Por lo que se refiere al Bautismo de los niños debe subrayarse que "para
completar la verdad del sacramento conviene que los niños sean educados en la
fe en que han sido bautizados. El mismo sacramento recibido será el
fundamento y la fuente de esta educación. Porque la educación en la fe, que en
justicia se les debe a los niños, tiende a llevarles gradualmente a comprender y
asimilar el plan de Dios en Cristo, para que finalmente ellos mismos puedan
libremente ratificar la fe en que han sido bautizados" (RBN 9).
46. La incorporación a la Iglesia hace que los bautizados participen del único
sacerdocio de Cristo por un sacerdocio que llamamos común, íntimamente
ordenado al sacerdocio de los ministros: "los creyentes, en virtud de su
sacerdocio regio, concurren a la obligación de la Eucaristía, y lo ejercen al recibir
los sacramentos, en la oración y la acción de gracias, con el testimonio de una
vida santa, con la abnegación y la caridad opertiva" (LG 10). En estrecha
relación con la incorporación a Cristo Sacerdote a través del Bautismo se
encuentra la misión profética de los bautizados, a quienes el mismo Señor
"constituye en testigos dotándolos del sentido de la fe y de la gracia de la
palabra para que la virtud del Evangelio brille en su vida diaria, familiar y social"
(LG 35). Por el mismo Bautismo, reciben los discípulos de Cristo una "libertad
regia" por la que se conforman con la realeza de Cristo, su Señor, venciendo en
sí mismos el reino del pecado y sirviendo a Cristo en sus hermanos,
conduciéndolos así humilde y pacientemente hacia aquel Rey a quien servir es
reinar (Cfr. LG 36).
"Es ministro ordinario del Bautismo el obispo, el presbítero y el diácono " (RBN
21). "Por ser los obispos los principales administradores de los misterios de Dios,
así como también moderadores de toda la vida litúrgica en la Iglesia que les ha
sido confiada, corresponde a ellos regular la administración del Bautismo, por
medio del cual se concede la participación en el sacerdocio real de Cristo" (RBN,
22).
49. Los adultos que se acercan al Bautismo han de hacerlo en un acto libre y
responsable que supone la, adhesión a la fe de la Iglesia y la decisión de una
conversión sincera de su vida, que, a partir de ahora, se orientará al Dios vivo y
a sus designios de salvación. La institución del catecumenado se destina
precisamente a preparar al candidato para el Bautismo, despertando en él las
actitudes debidas y probando la autenticidad del paso que va a dar. El Concilio
Vaticano II, al restaurar el catecumenado, ha incorporado elementos muy ricos y
valiosos a la práctica y liturgia bautismales de la Iglesia. El catecumenado "no es
una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado
convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen
con Cristo su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos oportunamente en el
misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los
ritos sagrados que han de celebrarse en los tiempos sucesivos; introdúzcanse
en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14).
El niño recibe el sacramento del Bautismo como recibe cuanto necesita para su
desarrollo vital: en dependencia de los adultos. Es cierto que la personalidad que
dormita todavía no es apta para un encuentro consciente y libre. Pero la madre
no retira a su hijo sus cuidados y su amor por el hecho de que el niño sea
incapaz de un encuentro personal. La madre habla con el niño y juega con él,
como si pudiera ser comprendida. Este conjunto de actitudes, cada gesto de
amor materno, es como una espera: lb espera de una respuesta, el deseo de
despertar una personalidad. La conciencia del niño se abrirá progresivamente al
mundo de las cosas y de las personas y progresivamente responderá al amor de
la madre.
53. El Bautismo de los niños (y los otros sacramentos que ellos pueden recibir)
muestra el valor inmenso del don de Dios, que, en el ámbito salvífico, antecede
a toda acción humana, también cuando se trata de adustos. Un acto de fe es
siempre la respuesta del hombre a una obra que Dios realiza en nosotros de
antemano, anticipándose con todo su amor y soberanía. Si el Bautismo de los
niños significa admirablemente la gratuidad de la salvación, la negación de ese
Bautismo sería una contradicción del sentido más profundo de la redención, de
la salvación cristiana: "Ha aparecido la bondad de Dios nuestro Salvador y su
amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino
que según su propia misericordia nos ha salvado: con el baño del segundo
nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó
copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tt 3, 4-
6).
54. Por otra parte, el Bautismo de los niños pone de relieve la condición
comunitaria de la Iglesia —todo el Pueblo es propiedad de Dios y avanza bajo su
influjo paternal— y manifiesta la solidaridad que se da entre sus miembros: los
niños que no son capaces de realizar un acto propio de fe, son bautizados en la
fe de la Iglesia, en el seno de una comunidad creyente y comprometida en
suscitar y alentar la fe personal de sus nuevos hijos (Cfr. Concilio de Trento, DS
1626).
55. ¿Cuál es el destino final de los niños que mueren sin bautizar? A través del
curso de los siglos, la Iglesia ha comprendido cada vez más claramente que,
para responder a esta cuestión, hay que acudir a estas verdades contenidas en
su Mensaje de Salvación: 1.a) Dios quiere que todos los hombres se salven (1
Tm 2, 4-6). En ese designio de salvación universal también entran, sin duda, los
niños, a los que el Evangelio presenta como objeto de la predilección divina (Mt
19, 13-14; 18,10); 2.a) Cristo nació y murió por todos; 3.a) Nadie se condena si
no es por pecados personales.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Con toda razón han sido escritas las siguientes palabras: "Se lava la carne para
que ,se purifique el alma; se unge la carne para que se consagre el alma; se
marca la carne para que también sea protegida el alma; se somete la carne a la
imposición de la mano para que también el alma sea iluminada por el Espíritu;
se alimenta la carne con el cuerpo y sangre de Cristo para que también el alma
se sacie de Dios" (Pablo VI, Divinae Consortium Naturae [DCN]).
59. El Nuevo Testamento deja bien claro en qué modo el Espíritu Santo asistía a
Cristo en el cumplimiento de su misión. Jesús, en efecto, después de haber
recibido el bautismo de Juan, vio descender sobre sí el Espíritu Santo (Mc 1,
10), que permaneció sobre El (Cfr. Jn 1, 32). Este es un pasaje importante de los
Evangelios que guarda estrecha relación con la iniciación cristiana. El Nuevo
Testamento considera este descenso del Espíritu como una unción. Así lo
proclama Pedro ante Cornelio y sus familiares: "Conocéis lo que sucedió en el
país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó
en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del
Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el
diablo; porque Dios estaba con él" (Hch 10, 37-38).
Lo mismo proclama Jesús en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque él me ha ungido..." (Lc 4, 18). Jesús, confortado con su
presencia y ayuda, fue impulsado por el mismo Espíritu a dar comienzo
públicamente a su ministerio mesiánico.
60. Jesús prometió, además, a sus discípulos que el Espíritu Santo les ayudaría
también a ellos, infundiéndoles aliento para dar testimonio de la fe, incluso
delante de sus perseguidores. La víspera de su pasión aseguró a los Apóstoles
que enviaría de parte del Padre, el Espíritu de verdad (Jn 15, 26), el cual
permanecería con ellos para siempre (Jn 14, 16) y les ayudaría eficazmente a
dar testimonio de sí mismo (Jn 15, 27). Finalmente, una vez resucitado, Cristo
anunció la inminente venida del Espíritu y la misión evangelizadora de los
apóstoles: "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza
para ser mis testigos en Jerusalén, en Samaría y hasta en los confines del
mundo" (Hch 1, 8).
63. Ya desde los primeros tiempos, el Don del Espíritu Santo era celebrado en la
Iglesia con diversos ritos. Estos han ido sufriendo, tanto en Oriente como en
Occidente, múltiples modificaciones, pero han conservado siempre el significado
permanente de la comunicación del Espíritu.
En el Pontifical Romano del siglo XII aparece por primera vez la fórmula que
después se hizo común: "Yo te marco (sello) con el signo de la cruz y te
confirmo con el crisma de salvación. En el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo" (Cfr. Concilio de Florencia, Decreto para los Armenios, DS 1317;
cfr. Algunos testimonios del Magisterio de la Iglesia que, desde el siglo XIII,
manifiestan la importancia de la crismación, sin olvidar por eso la imposición de
las manos. (DCN).
"Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo" (Pablo VI).
68. La mano es, con la palabra, uno de los elementos más expresivos que posee
el hombre; de por sí, la mano simboliza ordinariamente el poder, la acción (Ex 14
,31; Sal 18, 2) y hasta el Espíritu de Dios (1 R 18, 46; Is 8, 11; Ez 1, 3; 3, 22).
Imponer las manos sobre alguien es más que levantarlas en alto, aunque sea
para bendecir (Lv 9, 22; Lc 24, 50), es tocar realmente al otro y comunicarle algo
de uno mismo. Por ello la imposición de manos como signo de bendición
expresa con mayor realismo el carácter de la bendición, que no es meramente
palabra, sino acto (Gn 48, 13-16).
Jesús bendice a los niños, imponiendo las manos sobre ellos, "porque de los
que son como éstos es el Reino de Dios..." (Mt 19, 13-15). La imposición de las
manos es también signo de liberación: las curaciones que realiza Jesús van
acompañadas de este gesto (Lc 13, 13; Mc 8, 23ss; Lc 4, 40); asimismo las que
realiza la Iglesia después de la Pascua (Mc 16, 18; Hch 9, 12; 28, 8). La
imposición de manos es también signo de consagración: indica que el Espíritu
de Dios toma posesión de un ser que El se ha escogido y le da autoridad y
aptitud para ejercer una función (Nm 8, 10; Dt 34, 9).
En la Iglesia naciente este gesto acompaña a la transmisión del Don del Espíritu
Santo. Así Pedro y Juan confirmaron a los samaritanos que no lo habían recibido
todavía (Hch 8, 17); Pablo hizo lo mismo en Efeso con aquellos discípulos que
hasta entonces sólo habían recibido el bautismo de Juan (Hch 19, 1-7).
Asimismo, la Iglesia impone las manos para una misión precisa, ordenada a
determinadas funciones (Hch 6, 6; 13, 3; 2 Tm 1, 6ss; 1 Tm 5, 22).
El cristiano que ha sido ungido con el óleo perfumado, casi por su sola
presencia, da testimonio de Cristo en el mundo, en sus diarios contactos con los
hombres. Si el testimonio es auténtico, no puede dejar de operar la dramática
discriminación que provoca la predicación del Evangelio, por el hecho de ser
proclamada: el buen olor de Cristo da vida o produce la muerte, según sea
acogido o rechazado.
71. La imposición de mano, la unción y el sello (con la cruz) son gestos que
concurren en el momento culminante de la celebración del sacramento: la
crismación. Su sentido conjunto es recogido en esta monición del Ritual de la
Confirmación: "Hemos llegado al momento culminante de la celebración. El
Obispo les impondrá la mano y los marcará con la cruz gloriosa de Cristo para
significar que son propiedad del Señor. Los ungirá con óleo perfumado. Ser
crismado es lo mismo que ser Cristo, ser Mesías, ser Ungido. Y ser mesías y
cristo comporta la misma misión que el Señor: dar testimonio de la verdad y ser,
por el buen olor de las buenas obras, fermento de santidad en el mundo". Quien
anteriormente ha sido elegido y bautizado, en virtud de la crismación es ahora
enviado: pasa a ser uno de los que llevan la palabra de Jesús. En él Jesús
quiere ser escuchado (Cfr. Tema 8).
Ser y actuar
Sacramento de la evangelización
El momento de la Confirmación
79. "Los catecúmenos adultos y los niños que en edad de catequesis son
bautizados deben ser admitidos también en la misma celebración del Bautismo,
como siempre ha sido costumbre, a la Confirmación y a la Eucaristía", si ello
puede hacerse. "Por lo que respecta a los niños, en la Iglesia latina la
administración de la Confirmación se acostumbra a diferir hasta los siete años,
más o menos. No obstante, por razones pastorales, sobre todo a fin de inculcar
con más fuerza la plena obediencia a Cristo y el testimonio cristiano, las
Conferencias Episcopales pueden determinar la edad que les parezca más apta,
de manera que este sacramento pueda darse en una edad más madura y
después de la conveniente preparación. En este caso, sin embargo, hay que
adoptar las oportunas cautelas para que, en caso de peligro de muerte o de
graves dificultades de otro tipo, los niños sean confirmados en el tiempo
oportuno, incluso antes del uso de razón para que no se vean privados de los
beneficios de este sacramento" (RC 11).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
— Presentar la Eucaristía como la celebración gozosa de la presencia real del Señor Resucitado entre
nosotros bajo el signo del pan y del vino.
— Destacar que la comunidad cristiana celebra en cada Eucaristía la actualidad siempre nueva del
sacrificio de la Muerte del Señor y su Resurrección gloriosa.
En las plegarias eucarísticas la Iglesia dice también lo que ella intenta y entiende
cuando renueva los gestos del Señor en la víspera de su Pasión: suplica al
Padre que el Espíritu santifique el pan y el vino que ella ha presentado "de
manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que
nos mandó celebrar estos misterios" (Plegaria Eucarística III) "y así celebramos
el gran misterio que nos dejó como alianza eterna" (Plegaria Eucarística IV).
Para esclarecer el sentido de la acción que los creyentes celebran en la
Eucaristía, la catequesis cristiana considera insuficientes los esfuerzos que
proceden de las comparaciones con los ritos sacrificiales de las religiones o de
las concepciones que alcanza la reflexión humana. La Iglesia penetra en este
misterio de fe contemplando los mismos signos con que ella renueva lo que
Jesús hizo por primera vez y profundizando en el contexto en que Jesús vivió y
en la intención que le inspiró cuando instauró la Nueva Pascua (Cfr.
Eucharisticum Mysterium [EM], 15).
Pan y vino fueron presentados por Melquisedec, rey de Salén, el sacerdote del
Dios Altísimo cuando bendijo a Abrahán, librado de sus enemigos (Cfr. Gn 14,
18-20). La tradición patrística ha subrayado el carácter universalista del gesto de
Melquisedec. La ofrenda que se descubre en ese gesto puede ser presentada
en todo lugar: no se limita al pueblo de Israel ni se circunscribe al templo de
Jerusalén. Melquisedec, rey y sacerdote, se inscribirá en la tradición mesiánica
(Cfr. Sal 109, 4) y su figura se verá cumplida en Cristo (Hb 7).
La Pascua judía
La celebración pascual era, para los judíos, un memorial, algo más que el
recuerdo subjetivo de un acontecimiento pasado: a lo largo del tiempo, se hacían
revivir ante Yahvé sus grandes hazañas en favor de su pueblo para moverlo a
mantener la fidelidad a sus promesas y disponerlo a continuar ejerciendo sus
intervenciones llenas de misericordia. El memorial de la Pascua situaba también
a cada judío fiel en el dinamismo de los acontecimientos, en la historia de la
salvación: cada uno es Abrahán, recibiendo de Dios la orden de abandonar su
patria y ponerse en camino; es Moisés, huyendo de Egipto y peregrinando por el
desierto... La liturgia judía precisaba el. significado siempre actual del éxodo
liberador: "Aquel que esté oprimido, venga a celebrar la Pascua."
88. Al cenar con sus discípulos antes de su pasión, Jesús sustituye el rito de la
antigua Pascua por uno nuevo: han llegado los días en que se va a establecer la
Alianza definitiva: "Mirad que llegan los días—oráculo del Señor— en que haré
con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza
que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto"
(Jr 31, 31-32). También esta alianza será sellada con sangre, pero no será ya la
sangre del cordero simbólico: Jesús conseguirá la redención eterna no con
sangre ajena, sino con su propia sangre (Cfr. Hb 9, 12.15.25).
90. Jesús ofreció el sacrificio de su vida una vez para siempre (Cfr. Hb 7, 27; 9,
12.28; 1 P 3, 18). El suceso de su muerte constituyó un acontecimiento histórico
único e irreversible. Pero su muerte, aceptada por el Padre que lo resucitó de
entre los muertos y lo exaltó dándole el Nombresobre-todo-nombre, continúa
irradiando siempre su eficacia en la existencia gloriosa de Cristo: en un ahora
perenne se hace presente "para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros "
(Hb 9, 24). Jesús se ha realizado como Mediador por la obediencia filial de su
muerte y su sacrificio se ha incrustado, por decirlo así, en su propia existencia,
ha dejado en ella algo más que unas huellas transitorias, ha llevado a la
perfección su realidad humana y la ha consumado (Cfr. Hb 5, 9). Por la
obediencia de su muerte, Cristo es el mediador perfecto, el sacerdote único y la
oblación plenamente realizada: siempre vivo, "puede salvar definitivamente a los
que por medio de él se acercan a Dios..." (Hb 7, 25). Donde Cristo esté presente
actualizando su salvación eterna, allí está presente e irradiante el sacrificio de
su muerte agradable al Padre.
91. En la última Cena, al dar a los Apóstoles su Cuerpo y Sangre bajo los signos
del pan y del vino, al entregarse a sí mismo en su total integridad (totus et
integer Christus: C. Trento, DS 1641), Jesús confió a su Iglesia el memorial de
su muerte irrepetible y siempre eficaz, la Eucaristía. Este memorial es un
banquete sagrado. Lo que los Apóstoles pudieron contemplar —mesa, pan, vino
— y la invitación de Jesús a que comieran y bebieran les situó en el ambiente de
una comida. Se trataba de una comida singular cuyos elementos conectaban
con las múltiples resonancias sacrificiales de la Pascua de la Alianza Antigua y
que venía a sustituirla, a mostrar su condición caduca y prefiguradora.
Sacrificio y banquete
Fe de la Iglesia
95. El Cuerpo y la Sangre del Señor, ofrecidos bajo los signos del pan y del vino
—signos de banquete pascual—, se destinan a ser recibidos por los creyentes
como alimento espiritual. El banquete eucarístico es la Cena nupcial del Cordero
inmolado: "Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap 19, 9).
La Iglesia invita con estas palabras a participar en el convite sagrado: "Este es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¡Dichosos los llamados a esta
Cena!"
En su condición gloriosa, la misma Carne de Cristo y su Sangre son entregadas
como verdadera comida y verdadera bebida en orden a la vida eterna: por medio
de este alimento, se establece una comunión personal entre el Señor
Resucitado y los cristianos: entramos con El y con el Padre, en el Espíritu, en
una relación de vida que ni siquiera la muerte podrá rescindir: "El que come mi
carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha
enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre" (In 6, 56-58).
Aunque la Eucaristía es "remedio que nos libra de las culpas de cada día y nos
preserva de los pecados mortales" (C. Trento: DS 1638; cfr. DS 1740.1743), no
se debe olvidar que la participación plena en el misterio eucarístico por la
Comunión debe ser la ratificación de una voluntad de cumplir las exigencias de
vida y los imperativos de conducta que comporta el seguimiento de Cristo que
verdaderamente nos sale al encuentro.
97. San Justino, en uno de los escritos cristianos más primitivos relativos a la
Eucaristía (data de mediados del siglo Il), después de describir el rito de la
celebración, señala que "las realidades eucaristizadas", es decir, el pan y vino
consagrados, "se envían a los ausentes por medio de los diáconos" (Apología
primera, 67). Encontramos aquí un antiguo indicio de la costumbre que se
introducirá en la Iglesia de custodiar con especial veneración los dones
eucarísticos para hacerlos llegar a quienes no pudieron tomar parte en la acción
sagrada, entre los que ocupan un lugar principal los enfermos y moribundos. La
Iglesia ha actuado así porque creyó siempre que la presencia verdadera del
Señor, acontecida en la celebración del Memorial de su Pascua, continúa,
también después, vinculada al pan y al vino consagrados.
Así tratan de responder con generosidad a los bienes de la Alianza —la vida
divina— que Cristo, siempre presente entre nosotros hasta el fin de los tiempos,
infunde continuamente en los miembros de su Cuerpo. "Permaneciendo ante
Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí
mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo.
Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, extraen de este
trato admirable un crecimiento en su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan
las disposiciones debidas que les permiten celebrar con la devoción conveniente
el Memorial del Señor y recibir con frecuencia el Pan que nos ha dado el Padre"
(EM 50).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Necesidad de reparación
Pecado y conversión
102. La historia humana aparece desde sus orígenes como historia de pecado.
Los primeros capítulos del Génesis (2-11) describen abundantemente el impacto
del pecado en medio de un mundo que, en cuanto salido de las manos de Dios,
es bueno (Gn 1,44.10.12.18.21.25.31). El pecado domina de forma despótica, es
"
señor del mundo": entregados a la dureza de su propio corazón, los hombres
caminan según sus designios (Sal 80, 13). En este contexto, Dios llama a
Abrahán a la fe y a la amistad, y lo que hizo con él piensa hacerlo con todas las
naciones de la tierra (Gn 12, 3). Ante el pecado del hombre, el amor de Dios
aparece como misericordia: "No nos trata como merecen nuestros pecados, ni
nos paga según nuestras culpas" (Sal 102, 10). Y también: "Tenía mis manos
extendidas todo el día hacia un pueblo rebelde y provocador" (Rm 10, 21; Is 65,
2; cfr. Tema 19).
Misericordia y conversión
103. En el momento mismo en que los profetas anuncian las peores catástrofes,
consecuencia del pecado, conocen la ternura del corazón de Dios: "¿Es mi hijo
querido Efraín? ¿Es el niño de mis delicias? Siempre que lo reprendo, me
acuerdo de ello y se me conmueven las entrañas, y cedo a la compasión —
oráculo del Señor—" (Jr 31, 20; cfr. Is 49, 14ss; 54, 7). Si Dios mismo se
conmueve de tal manera ante la miseria que acarrea el pecado, es que desea
que el pecador se vuelva hacia El, que se convierta. Si de nuevo conduce a su
pueblo al desierto es porque quiere hablarle al corazón (Os 2, 16). Después del
destierro, se comprenderá que Yahvé quiere simbolizar con la vuelta a la tierra,
la vuelta a El, a la vida (Jr 12, 15; 33, 26; Ez 33, 11; 39, 25; Is 14, 1; 49, 13);
quiere, no obstante, que el pecador reconozca su error y se convierta: "Que el
malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y
El tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón" (Is 55, 7).
106. Jesús no fue enviado por su Padre "para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él" (Jn 3, 17; 12, 47). El no ha venido a llamar a conversión
a los justos, sino a los pecadores, pues son los enfermos los que necesitan del
médico y no los sanos (Cfr. Lc 5, 32). La conversión es una gracia preparada
siempre por la iniciativa divina, por el pastor que sale en busca de la oveja
perdida (Lc 15, 4ss; cfr. 15, 8). La respuesta humana a esta gracia se manifiesta
en la parábola del hijo pródigo; esta parábola pone de relieve que Dios es un
Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15); su voluntad es que nada se pierda
(Mt 18, l2ss). El Evangelio de Jesús implica esta revelación desconcertante: "Os
digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc 15,
7). Así también Jesús manifiesta a los pecadores una actitud acogedora que
escandaliza a los fariseos (Mt 9, 10-13; Lc 15, 2), pero que provoca
conversiones admirables, como la de la pecadora (Lc 7, 36-50) y la de Zaqueo
(Lc 19, 5-9).
107. Jesús no sólo anuncia la Buena Noticia del perdón de Dios, sino que,
además, lo ejerce y testimonia con sus obras, que dispone de este poder
reservado a Dios. Así sucede en el caso del paralítico: "¿Qué es más fácil decir:
tus pecados están perdonados, o decir levántate y anda? Pues para que veáis
que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dijo
dirigiéndose al paralítico: Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa. Se puso
en pie, y se fue a su casa" (Mt 9, 4-7). Cristo cumple su misión obteniendo para
los pecadores el perdón de su Padre. Por esta misión, El lo entrega todo, incluso
la vida (Mc 14, 24; Mt 26, 28). Verdadero Siervo de Yahvé (Cfr. Tema 9), justifica
a la multitud con cuyos pecados carga (1 P 2, 24; cfr. Mc 10, 45; Is 53, 11-12),
pues es el Cordero que quita los pecados del mundo (Jn 1, 29).
Segunda conversión
109. La conversión sellada por el Bautismo se cumple de una vez para siempre;
su gracia no se puede renovar (Hb 6, 6). Ahora bien, los bautizados pueden
todavía recaer en el pecado: la comunidad apostólica no tardó en
experimentarlo. En este caso, la conversión (segunda) se hace necesaria, si se
quiere tener parte de nuevo en la salvación. El pasaje de Mateo (18, 15ss)
supone ya la existencia de una Iglesia experimentada en el ejercicio de la
autoridad y apoya la práctica del perdón en esta Iglesia con una frase de Cristo:
"Lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra,
quedará desatado en el cielo" (Mt 16, 19). En este contexto, las palabras atar y
desatar tienen con seguridad el sentido de separar de la comunidad
(excomunión) y recibir de nuevo en ella. Como esta comunidad es una
comunidad viviente, animada por la presencia del Espíritu, la reincorporación a
ella supone la revitalización del pecador y, por consiguiente, el perdón de los
pecados.
111. Hasta el siglo vii, la Iglesia reconoce tres formas de remisión de los
pecados: 1) el Bautismo, que limpia al hombre de todo pecado cometido
anteriormente; 2) la penitencia cotidiana para los pecados menos graves: todo
cristiano debe hacer penitencia por tales pecados, mediante la oración, el ayuno,
la limosna... Además, en la liturgia cristiana existe desde un principio una
confesión general de los pecados, que sirve de purificación interior y de
preparación a la Eucaristía, según un uso que existía también en la tradición
judía (Lv 16, 21); 3) la penitencia pública, exigida para los pecados graves, entre
los que se cuentan el adulterio, el homicidio y la apostasía.
112. Junto a los del Nuevo Testamento, los testimonios más antiguos que
tenemos sobre la práctica de la penitencia pública en la Iglesia primitiva
pertenecen a los llamados Padres Apostólicos. El Pastor de Hermas, libro escrito
en Roma a mediados del siglo está dedicado en gran parte al problema de la
segunda conversión. Esta obra establece claramente el principio de una sola
penitencia posterior al Bautismo, según la cual el cristiano que incurría en graves
pecados podía acogerse a ella una sola vez en la vida. Este principio viene a ser
característico en los primeros siglos de la Iglesia.
115. Estos cambios habían sido lentamente preparados. En este sentido, son
interesantes los siguientes testimonios del Papa San León 'Magno (años 440-
461): "La multiforme misericordia de Dios ayuda de tal suerte a las caídas
humanas que no sólo se repara la esperanza de la vida eterna por la gracia del
bautismo, sino también por la medicina de la penitencia..., el perdón de Dios no
puede obtenerse sin las súplicas de los sacerdotes. Pues "el mediador entre
Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús" confió a los que presiden la Iglesia
la potestad de conceder a los que confiesan sus pecados la acción de la
penitencia y el admitirlos, una vez purificados por la satisfacción saludable, a la
comunión de los sacramentos por la puerta de la reconciliación... A aquellos que
imploran el remedio de la penitencia y luego el de la reconciliación en tiempo de
necesidad o cuando amenaza un peligro urgente, no se les ha de prohibir la
satisfacción ni negarles la reconciliación: porque ni podemos poner medida a la
misericordia de Dios ni circunscribir los tiempos ante quien la verdadera
conversión no tolera la demora de su perdón..." (DS 308-309). "Determino que
por todos los medios ha de removerse aquella presunción que atenta contra la
regla apostólica y que hace poco conocí que algunos han usado por usurpación
ilícita... es suficiente que el reato de las conciencias se comunique sólo a los
sacerdotes en confesión secreta... Es suficiente aquella confesión que se hace a
Dios en primer lugar y también al sacerdote, el cual ruega por los pecados de los
penitentes. Pues muchos podrán ser animados a la penitencia, si no se publica a
los oídos del pueblo la conciencia del que confiesa sus pecados" (DS 323).
121. "Entre los actos del penitente ocupa el primer lugar la contrición, "que es un
dolor del alma y un detestar del pecado cometido con propósito de no pecar en
adelante' . En efecto, "solamente podemos llegar al Reino de Cristo a través de
la metanoia, es decir, de aquel íntimo cambio de todo el hombre —de hu manera
de pensar, juzgar y actuar— impulsado por la santidad y el amor de Dios, tal
como se nos ha manifestado a nosotros este amor en Cristo y se nos ha dado
plenamente en la etapa final de la historia" (Cfr. Hb 1, 2; Col 1, 19, y en otros
lugares; Ef 1, 23, y en otros lugares). De esta contrición del corazón depende la
verdad de la penitencia. Así pues, la conversión debe penetrar en lo más íntimo
del hombre para que le ilumine cada día más plenamente y lo vaya conformando
cada vez más a Cristo" (RP 6, a).
El pecado
122. El pecado ofende siempre a Dios (Cfr. DS 2291-2292). Por ello, el pecador
ha de retornar, movido por la gracia del Dios misericordioso, al Padre "que nos
amó primero" (1 In 4, 19), a Cristo muerto y resucitado por los hombres y al
Espíritu que se ha derramado copiosamente en nosotros (Cfr. RP 5). En virtud
de un misterioso designio de la voluntad divina, existe entre los hombres una tal
solidaridad que el pecado de uno daña también a los otros (Cfr. Pablo VI: Cónst.
Apost. Indulgentiarum doctrina, 1-1-1967). Para el cristiano, el horizonte del
pecado recibe una poderosa luz cuando es contemplado desde la Palabra de
Dios: su gravedad se muestra "como ruptura consciente y voluntaria de la
relación con el Padre, con Cristo y con la comunidad eclesial" (RP 43).
"
Por su acto personal y responsable, sus relaciones (del cristiano) con el Padre
se degradan, y su pecado perturba y debilita la comunión eclesial. En los
pecados colectivos, la acción pecaminosa del cristiano es, además, un
contratestimonio de su fe ante los hombres, y adquiere así una influencia
específica" (RP 42). En el proceso por el que el hombre alcanza, bajo la acción
del Espíritu, el reconocimiento de su personal condición pecadora, se pueden
observar niveles diversos de profundidad en relación con el núcleo más íntimo
de la personalidad, con el verdadero corazón humano: el nivel de los actos
manifiesta otros niveles más hondos: el de las actitudes y el de la opción
fundamental.
Pecado mortal
124. "El pecado mortal hunde sus raíces en la mala disposición del corazón del
hombre (Cfr. Mt 15, 19-20), se sitúa en una actitud de egoísmo y cerrazón, se
proyecta en una vida construida al margen de las exigencias de Dios y de los
demás, y se concreta en una oposición de iniquidad frente a Cristo (Cfr. Mt 24,
12; 1 Jn 3, 4). El pecado mortal, por tanto, supone un fallo en lo fundamental de
la existencia cristiana —de ahí el nombre de ad mortem o mortal (Cfr. 1 Jn 5, 16;
St 1, 15)" (RP 46).
Pero estas condiciones no implican que todo pecado mortal suponga una
resistencia directa al precepto de la caridad o comporte una modificación
fundamental en el nivel de las opciones más profundas. Los actos singulares
pueden constituir una ruptura con relación a Dios Padre en la medida en que
gravemente contradigan sus preceptos e introduzcan un grave desorden en sus
designios salvadores. Más aún: la alteración de las opciones fundamentales en
el comportamiento humano acontece normalmente por el progresivo deterioro
que causan en él la concatenación de actos —tal vez aparentemente
superficiales— pero que, de hecho, disponen al espíritu a imprimir en su
trayectoria un giro radicalmente nuevo. En ocasiones, el momento mismo en que
se opta por el nuevo itinerario está sellado por un decisivo acto singular: "A cada
uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y seduce: el deseo
concibe y da a luz el pecado, y el pecado, cuando se comete, engendra muerte"
(St 1, 14-15).
Por eso, el que se apartó gravemente del amor de Dios necesita también un
tiempo de maduración para retornar a la casa paterna. El respeto debido a la
libertad humana comporta valorar la capacidad moral de los hombres y no
reducir desmedidamente su responsabilidad (Cfr. CES 9-10).
Pecado venial
125. "Esta voluntad de ruptura que constituye el pecado mortal, dista mucho de
los fallos y ligerezas de la vida cotidiana, que nos demuestran la imperfección y
la debilidad de nuestro amor a Dios y a los hermanos. Estos son los pecados
veniales, que nos atestiguan nuestra condición de pecadores (1 Jn 1, 8-2, 2),
pero que no nos excluyen del Reino de Dios" (RP 47). El reconocimiento sincero
de los pecados veniales, de la fragilidad y de las omisiones cotidianas conduce a
la claridad de conciencia porque ayuda a descubrir el auténtico fondo de nuestro
espíritu y las implicaciones que se dan entre nuestros pequeños egoísmos y las
opciones radicales de nuestra vida. El entramado de la conducta cotidiana
constituye el campo de cultivo donde se desarrollan gérmenes de cizaña que
debilitan las fuerzas espirituales. La turbia confusión del corazón se opone de
muy diversas maneras a las exigencias de Cristo; para seguirle con sinceridad,
hay que abrirse a su luz juzgadora: "Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no
camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).
La luz de Cristo busca iluminar los escondidos escondrijos del hombre para
hacer luminosa toda su existencia: "La lámpara de tu cuerpo es el ojo; cuando tu
ojo está sano, tu cuerpo entero tiene luz; pero cuando está enfermo, tu cuerpo
está a oscuras. Por eso mira a ver, no sea que la única luz que tienes esté
apagada" (Lc 11, 34-35).
126. "La confesión de las culpas, que nace del verdadero conocimiento de sí
mismo ante Dios y de la contricción de los propios pecados, es parte del
sacramento de la Penitencia. Este examen interior del propio corazón y la
acusación externa debe hacerse a la luz de la misericordia divina. La confesión,
por parte del penitente, exige la voluntad espiritual mediante el cual, como
representante de Cristo y en virtud del poder de las llaves, pronuncia la
sentencia de absolución o retención de los pecados" (RP 6, b). La confesión de
los pecados no es una información que se da al ministro de la Iglesia, sino la
expresión personal y concreta de la conversión (Cfr. RP 64). "Para recibir
fructuosamente el remedio que nos aporta el sacramento de la Penitencia,
según la disposición del Dios misericordioso, el fiel debe confesar al sacerdote
todos y cada uno de los pecados graves que recuerde después de haber
examinado su conciencia. Además, el uso frecuente y cuidadoso de este
sacramento es también muy útil en relación con los pecados veniales. En efecto,
no se trata de una mera repetición ritual ni de un cierto ejercicio psicológico, sino
de un constante empeño en perfeccionar la gracia del Bautismo, que hace que
de tal forma nos vayamos conformando continuamente a la muerte de Cristo,
que llegue a manifestarse también en nosotros la vida de Jesús. En estas
confesiones los fieles deben esforzarse principalmente para que, al acusar sus
propias culpas veniales, se vayan conformando más y más a Cristo y sean cada
vez más dóciles a la voz del Espíritu" (RP 7, a y b).
El nuevo Ritual de la Penitencia, promulgado por Pablo VI, pone en práctica este
principio general insertando orgánicamente en el mismo rito sacramental la
proclamación de la Palabra de Dios, tanto en las celebraciones colectivas como
en el rito de reconciliación de un solo penitente. De esta manera, se pone muy
de relieve la estrecha relación que existe entre la fe y el perdón de los pecados,
que constituye una de las afirmaciones básicas del Nuevo Testamento y una
vivencia constante de la Iglesia. La pastoral de la penitencia, por su misma
naturaleza, exige la predicación de "la palabra de la fe" (Rm 10, 8): en el ámbito
de la fe activa y eclesial, el penitente reconoce y confiesa su pecado, y
confiando en la fuerza del Espíritu y la ayuda de los hermanos, acomete la lucha
contra el mal y el esfuerzo constante por alcanzar el espíritu evangélico de las
bienaventuranzas: "por esta fe, en fin, podrá vivir la alegría de ser reconciliado
con Dios y con la Iglesia, por la acción de Cristo presente en ella, y la gracia del
Espíritu Santo" (RP 58; cfr. 55-57).
Porque el pecado del cristiano afecta siempre a la Iglesia, pues retrasa el influjo
de su misión y oscurece su rostro ante los hombres, por esa razón "la
reconciliación no es sólo una invisible relación entre Dios y el pecador, sino que,
por voluntad de Cristo y por fidelidad al mismo hecho eclesial, implica una
relación visible con la Iglesia" (RP 52; cfr. 50). "Toda la Iglesia, como pueblo
sacerdotal, actúa de diversas maneras al ejercer la tarea de reconciliación que le
ha sido confiada por Dios. No sólo llama a la penitencia por la predicación de la
Palabra de Dios, sino que intercede por los pecadores y ayuda al penitente con
atención y solicitud maternal, para que reconozca y confiese sus pecados, y así
alcance la misericordia de Dios, ya que sólo él puede perdonar los pecados.
Pero, además, la misma Iglesia ha sido constituida instrumento de conversión y
absolución del penitente por el ministerio entregado por Cristo a los apóstoles y
a sus sucesores... Los presbíteros, en el ejercicio de este ministerio, actúan en
comunión con el obispo y participan de la potestad y función de quien es el
moderador de la disciplina penitencial" (RP 8 y 9). Y la comunidad entera, con
gran gozo, acoge de nuevo al hermano que "estaba muerto y ha revivido, estaba
perdido y lo hemos encontrado" (Lc 15, 32; cfr. RP 52).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Presentar la Unción de los Enfermos como la celebración de la presencia del Espíritu, que da
esperanza al creyente en medio de la enfermedad y de la muerte.
Descubrir que el creyente, en esta situación, se asocia de una manera especial al misterio pascual de
Cristo.
¿Por qué...?
140. Jesús ve en la enfermedad un mal del que sufren los hombres, una
consecuencia del pecado, un signo del poder de Satán. Las curaciones que
Jesús realiza significan, a la vez, su triunfo sobre Satán y la presencia del Reino
de Dios entre nosotros (Cfr.Mt 11, 5). Si bien la enfermedad aún no desaparece
del mundo, no obstante la fuerza divina que finalmente la vencerá está desde
ahora en acción. Jesús, ante todos los enfermos que le dicen su confianza (Mc
1, 40; Mt 8, 2-6), manifiesta una sola exigencia: que crean, pues todo es posible
a la fe (Mt 9, 28; Mc 5, 36; 9, 23). Los milagros de curación confirman la
esperanza a la que toda la humanidad está llamada, esperanza que no será
confundida.
141. Junto a las curaciones que tiene a bien realizar, Jesús deja para la
humanidad sufriente por la enfermedad el sacramento de la Unción. Esbozado
ya en el evangelio de Marcos (6, 13) y proclamado en la carta de Santiago, fue
celebrado siempre por la Iglesia en favor de sus miembros a los que unge y por
los que ora, invocando el nombre del Señor para que los alivie y los salve.
"
¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que
recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la
oración de fe salvará al enfermo. y el Señor lo curará, y. si ha cometido pecado,
lo perdonará" (St 5, 14-15).
Renovación de Pablo VI
144. Asimismo, Pablo VI, para que se adapte mejor a las condiciones de los
tiempos actuales, establece para el Rito Latino cuanto sigue: El Sacramento de
la Unción de los Enfermos se administra a los gravemente enfermos
ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva debidamente
bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas, y
pronunciando una sola vez estas palabras: "Por esta santa Unción y por su
bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para
que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad" (RU 143 y 221).
147. Este sacramento, como los demás, tiene un carácter comunitario que, en la
medida de lo posible, debe manifestarse en su celebración. La enfermedad de
uno de sus miembros presenta a la comunidad eclesial una de las grandes
ocasiones para manifestarse como comunidad de amor. Durante la enfermedad
los lazos que vinculan a unos y otros no sólo no se rompen, sino que adquieren
un sentido nuevo y una nueva forma: "cuando un miembro sufre, todos sufren
con él" (1 Co 12, 26). En ciertos casos, será factible la presencia de algunos
miembros de la comunidad; en otros muchos, la comunidad se verá reducida a
la presencia de la familia; incluso no faltarán ocasiones en las que se hallarán
solos el ministro y el enfermo, en cuyo caso se hará comprender a este último
que allí mismo está la Iglesia (Cfr. RU 33; 57d; 74). La comunidad cristiana hará
comprender al enfermo que no es un peso, que no es un fracasado, que no está
solo, que no va hacia la nada, que Dios no le castiga, que Dios le perdona, que
será liberado, que no hay nada que le pueda apartar del amor de Dios y de
Cristo (Cfr. Rm 8, 31-35).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
— Presentar el Sacramento del Sacerdocio Ministerial como la celebración de la presencia eficaz del
Espíritu que consagra de modo especial al creyente al servicio de la misión de Cristo y de la Iglesia.
— Destacar que este servicio es, ante todo, un don del Espíritu para la construcción del Reino de Dios.
149. Los miembros de la Iglesia están unidos a Cristo nor la fe y por el Bautismo.
Todos participan de alguna manera en la misión que Cristo recibió del Padre.
Todos deben contribuir al crecimiento de la Iglesia. Todos deben colaborar en la
difusión del Evangelio con el testimonio de su vida y de su palabra. Todos
pueden y deben ofrecer al Padre el sacrificio único de Cristo, participando
activamente en la celebración de la Eucaristía. Pero Cristo estableció su Iglesia
de manera que en ella hubiera quienes sirvieran a todo el pueblo de Dios con
una potestad especial para anunciar la palabra de Dios, celebrar los
sacramentos, conducir y gobernar a toda la Iglesia: Obispos, presbíteros y
diáconos. Cada uno según el grado en que ha sido ordenado representa a Cristo
en la Iglesia, y ejerce el ministerio propio en nombre de Cristo y al servicio del
pueblo de Dios.
151. En los escritos del Nuevo Testamento aparece claro que a la estructura
original de la Iglesia pertenecen los Apóstoles y la comunidad de los fieles,
unidos entre sí por mutua conexión, bajo Cristo cabeza y bajo el influjo de su
Espíritu. Los Apóstoles tuvieron colaboradores en el ministerio (Cfr. Hch 6, 2-6;
11, 30; 13, 1; 14, 23; 20, 17; 1 Ts 5, 12-13; Flp 1, 1; Col 4, 11-12), y con el fin de
que la misión a ellos confiada se continuase después de su muerte, dejaron a
modo de testamento a sus inmediatos colaboradores el encargo de perfeccionar
y confirmar la obra comenzada por ellos (Cfr. Hch 20, 25-27; 2 Tm 4, 5; 1 Tm 5,
22; 2 Tm 2, 2; Tt 1, 5; Clemente Romano, Ad Cor 44, 3), encomendándoles que
atendieran a toda la grey, en medio de la cual les había puesto el Espíritu de
Dios (Cfr. Hch 20, 28). Así establecieron colaboradores y les dieron además la
orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su
ministerio (Cfr. Clemente Romano, ad Cor 44, 2; LG 20). Las cartas de San
Pablo muestran que él mismo era consciente de actuar en virtud de la misión y
del mandato de Cristo (Cfr. 2 Co 5, 18ss). Los poderes confiados al apóstol en
favor de las Iglesias eran entregados en cuanto comunicables a otros varones
(Cfr. 2 Tm 1, 6), los cuales a su vez quedaban obligados a entregarlos de nuevo
(Cfr. Tt 1, 5). "Aquella estructura esencial de la Iglesia, constituida por la grey y
los pastores expresamente designados (Cfr. 1 P 5, 1-4), fue siempre y sigue
siendo normativa en conformidad con la tradición de la misma Iglesia" (II Sínodo
'de los Obispos de 1971, el Sacerdocio ministerial. [SM]).
154. También en la Iglesia de hoy el rito del sacramento del Orden consiste en lo
fundamental, en una imposición de manos del Obispo y en una oración especial
del mismo. Suele celebrarse el sacramento del Orden dentro de la celebración
de la Eucaristía.
156. En virtud del sacramento del Orden los presbíteros son verdaderos
sacerdotes del Nuevo Testamento: "Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre
del pontificado y en el ejercicio de su potestad dependen de los Obispos, con
todo están unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del
sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del
Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,
1-10; 7, 24; 9, 11-28), para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para
celebrar el culto divino" (LG 28).
En nombre de Cristo, predican el Evangelio, celebran el sacrificio del Nuevo
Testamento, perdonan los pecados, ofrecen oraciones por los hombres y guían
la familia de Dios: "Participando en el grado propio de su ministerio en el oficio
de Cristo, único Mediador (1 Tm 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero
su oficio sagrado lo ejercen sobre todo en el culto eucarístico o comunión, en
donde, representando la persona de Cristo y proclamando su Misterio, juntan
con el sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles (Cfr. 1 Co 11,
26), representando y aplicando en el sacrificio de la misa, hasta la venida del
Señor, el único Sacrificó del Nuevo Testamento; a saber, el de Cristo, que se
ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada (Cfr. Hb 9, 14-28). Para con
los fieles arrepentidos o enfermos desempeñan principalmente el ministerio de la
reconciliación y del alivio. Presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de
los fieles (Cfr. Hb 5, 1-4). Ellos, ejercitando, en la medida de su autoridad, el
oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una
fraternidad, animada y dirigida hacia la unidad, y por Cristo en el Espíritu, la
conducen hasta el Padre Dios" (LG 28).
158. Los presbíteros están unidos entre sí por la común ordenación sagrada y
por la misma misión: "En virtud de la común ordenación sagrada y de la común
misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe
manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como
material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de
vida, de trabajo y de caridad" (LG 28).
El ministerio diaconal
Jesucristo-Sacerdote
En su entrega sacrificial
Sacrificio redentor
165. Cristo, en cuanto sacerdote, es también pastor, maestro, testigo, etc. Este
sacerdocio de Cristo no puede ser considerado aisladamente,
independientemente de toda su obra salvífica, y de las demás funciones que
Cristo realiza. Cristo en cuanto pontífice es también el pastor de la Comunidad
de la nueva alianza: Dios "sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza
eterna, al gran pastor de las ovejas descarriadas; mas ahora os habéis vuelto al
pastor y guardián de vuestras almas" (1 P 2, 25). Si la misión de los presbíteros
es apacentar el "rebaño de Dios" (1 P 5, 2), Cristo es el "pastor soberano" (Cfr. 1
P 5, 4), el testigo fiel (Ap 1, 5; 3, 14). Exaltado a la diestra de Dios El es nuestro
mediador (Rm 8, 34), es nuestro abogado ante el Padre (1 Jn 2, 1) y vive
siempre para interceder por nosotros. El sacerdocio de Cristo es manifestación
del amor redentor de Dios, plenitud de su ministerio profético y de su realeza.
Cuando Cristo actúa como Maestro, como Profeta, como Camino, Verdad y
Vida, como Cabeza, como Rey y como Pastor, lo hace siempre en orden a la
plena manifestación del amor de Dios en su muerte y resurrección. La acción
salvífica de Cristo en favor de los hombres se consuma en su pasión,, muerte y
resurrección.
En la edificación de la Iglesia los presbíteros deben vivir con todos con exquisita
delicadeza a ejemplo del Señor. Deben comportarse con ellos no según el
beneplácito de los hombres, sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la
vida cristiana, enseñándoles y amonestádoles como a hijos amadísimos, a tenor
de las palabras del Apóstol: "Insiste a tiempo y destiempo, arguye, enseña,
exhorta con toda longanimidad y doctrina" (2 Tm 4, 2)" (PO 6).
171. Esta condición sacerdotal de todo cristiano le obliga a hacer de su vida una
alabanza a Dios, una ofrenda, un sacrificio: "Por ello todos los discípulos de
Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (Cfr. Hch 2, 42. 47) han de
ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (Cfr. Rm 12, 1),
han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere han de dar
razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (Cfr. 1 P 3, 15)" (LG 10).
Los cristianos, capacitados para recibir los sacramentos y dar culto a Dios
El carácter sacerdotal
"La permanencia de esta realidad que marca una huella para toda la vida —
doctrina de la fe conocida en la tradición de la Iglesia con el nombre de carácter
sacerdotal— demuestra que Cristo asoció a sí irrevocablemente la Iglesia para
la salvación del mundo y que la misma Iglesia está consagrada definitivamente a
Cristo para cumplimiento de su obra. El ministro cuya vida lleva consigo el sello
del don recibido por el sacramento del orden, recuerda a la Iglesia que el don de
Dios es definitivo. En medio de la comunidad cristiana que vive del Espíritu, y no
obstante sus deficiencias, es prenda de la presencia salvífica de Cristo.
El sacerdote es un educador
179. El sacerdote deberá prestar atención preferente a los pobres y a los más
débiles: "Aunque se deban a todos, los presbíteros tienen encomendados a sí,
de una manera especial, a los pobres y a los más débiles, a quienes el Señor se
presenta asociado, y cuya evangelización se da como prueba de la obra
mesiánica" (PO 6; cfr. Mt 25, 34-45; Lc 4, 18).
La vocación sacerdotal
Pero en toda la Iglesia se vio siempre la perfecta castidad como muy conforme
con la misión propia del sacerdote. Con esto no se desconoce el valor propio del
matrimonio cristiano, como camino para expresar el amor de Cristo a su esposa
la Iglesia (Cfr. Ef 5, 25ss). Pero este amor de Cristo a su Iglesia y a todos los
hombres se expresa más plenamente a través de la virginidad o de la castidad
perfecta cuando ésta es elegida por amor a Cristo y a la Iglesia, "Los
presbíteros, pues, por la virginidad o celibato conservado por el reino de los
cielos, se consagran a Cristo de una forma nueva y exquisita, se unen a El más
fácilmente con un corazón indiviso, se dedican más libremente en El y por El al
servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la
obra de la regeneración sobrenatural, y con ello se hacen más aptos para recibir
más ampliamente la paternidad en Cristo" (PO 16).
El celibato es coherente con la misión del sacerdote
183. "La Iglesia tiene el derecho y el deber de determinar la forma concreta del
ministerio sacerdotal, y por tanto, también de escoger los candidatos más aptos,
dotados de ciertas cualidades humanas y sobrenaturales. Cuando la Iglesia
latina exige el celibato como condición indispensable para el sacerdocio (Cfr. PO
16), no lo hace porque piense que este modo de vida sea el único camino para
conseguir la santificación. Lo hace teniendo en cuenta seriamente la forma
concreta de ejercer el ministerio en la comunidad para edificación de la Iglesia.
"
Dada la íntima y multiforme coherencia existente entre la misión pastoral y la
vida célibe, se mantiene la ley vigente: en efecto, quien libremente quiere la
disponibilidad total, nota distintiva de esta misión, acepta libremente la vida
célibe. El candidato debe sentir esta forma de vida no como algo impuesto
desde fuera, sino más bien como la manifestación de su libre donación, que es
aceptada y ratificada por la Iglesia a través del obispo. De este modo, la ley se
convierte en tutela y defensa de la libertad con la que el sacerdote se da a
Cristo, y resulta como un "yugo suave" (SM).
186. Tanto la comunidad cristiana, la Iglesia, como los que en diverso grado
participan del sacerdocio de Cristo en virtud del sacramento del Orden se sitúan
en un estadio de dependencia común respecto a Cristo. Ni los que han recibido
el carácter sacerdotal son antes que la comunidad, ni ésta se constituye como
tal sin la presencia de quienes han recibido el ministerio jerárquico. Los
Apóstoles no fueron sólo jerarquía, sino que a la vez constituyeron la primera
comunión eclesial. Así dice el Concilio Vaticano II: "Los apóstoles fueron los
gérmenes del nuevo Israel y, al mismo tiempo, origen de la sagrada jerarquía"
(AG 5). Los escritores cristianos del siglo II y III se expresaban así: "Las Iglesias
de los apóstoles, los apóstoles de Cristo, Cristo de Dios" (Tertuliano, De praescr.
haer. XXI; Ignacio de Antioquía, Ad Magn, VIss, etc.).
El Sínodo de los Obispos de 1971 se expresa así: "El sacerdote, por más que su
ministerio se ejerza dentro de una comunidad particular, sin embargo no puede
estar centrado exclusivamente en un grupo singular de fieles. Su ministerio
tiende siempre a la unidad de toda la Iglesia y a congregar en ella todas las
gentes. Cualquier comunidad singular de fieles tiene necesidad de la comunión
con el Obispo y con la Iglesia universal. De este modo el ministerio sacerdotal es
también esencialmente comunitario en torno al presbiterio y con el Obispo, el
cual, conservando la comunión con el sucesor de Pedro, forma parte del colegio
episcopal. Este es también aplicable a los sacerdotes que no están dedicados al
servicio inmediato de una comunidad o para aquellos que trabajan en territorios
lejanos y aislados."
"
Toda la vida y actividad del sacerdote ha de estar impregnada por el espíritu de
catolicidad, es decir, por el sentido de la misión universal de la Iglesia, de
manera que reconozca con complacencia todos los dones del Espíritu, les abra
el campo de su libertad y los oriente al bien común."
191. Es también misión del sacerdote promover la justicia social siempre con
medios .onformes al Evangelio; y sobre todo, es tarea suya formar a los
cristianos seglares para que promuevan la justicia y la paz en el campo de la
economía, de la educación, de la política, etc.
o Anunciar que el Sacramento del Matrimonio es la celebración del amor humano vivido
bajo la acción del Espíritu.
o Presentar este Sacramento como participación significativa del amor entre Cristo y su
Esposa, la Iglesia.
192. El sacramento del Matrimonio celebra la realidad del amor humano, vivido
bajo la acción del Espíritu. Su celebración no es sólo un acto de sociedad, sino
reunión de la Iglesia de Cristo. La alegría de ese acontecimiento, decisivo en la
vida de los nuevos esposos, es alegría de la Iglesia. La Comunidad cristiana
celebra el cumplimiento gozoso de una palabra de fidelidad definitiva ("una sola
carne") y de fecundidad generosa ("sed fecundos y multiplicaos"). ¿Será posible
este signo en medio de un mundo egoísta donde la fidelidad para siempre
parece una utopía y donde la fecundidad generosa es vivida como un peso (Cfr.
Gn 3, 16), como una forma de complicarse la vida?
195. Por el pecado humano, la comunidad conyugal y familiar "no brilla en todas
partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la poligamia, la
epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones; es más, el
amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el
hedonismo y los usos ilícitos contra la generación" (GS 47). Así aparece el
matrimonio desunido, disoluble, egoísta.
198. Frente a todo oscurecimiento, producido por el pecado, el cristiano debe ver
el matrimonio en la perspectiva de los designios de Dios: "No está bien que el
hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude" (Gn 2, 18). En las
primeras páginas del Génesis la comunión conyugal entre hombre y mujer está
llamada a ser una alianza de amor: "Abandonará el hombre a su padre y a su
madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gn 2, 24). La misma
diversidad y reciprocidad del varón y de la mujer, destinados a tal unión son
presentadas como una imagen expresiva de Dios, Creador de la vida: "Y creó
Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó.
Y los bendijo Dios y les dijo Dios: "Creced, multiplicaos" (Gn 1, 27-28).
199 El matrimonio es una obra de Dios, del que proviene todo amor verdadero.
Un amor que puede haberse originado en circunstancias aparentemente
casuales, pero en las que el creyente reconoce la mano de Dios. Así lo hace el
criado de Abrahán enviado, según los usos de la época, a la casa de la novia,
para gestionar el matrimonio de Isaac con Rebeca: "Bendigo al Señor, Dios de
mi amo Abrahán, que me ha puesto en el buen camino para tomar a la hija del
hermano de mi amo para su hijo" (Gn 24, 48). Así lo reconocen también Labán,
hermano de Rebeca, y su padre Betuel, en la respuesta que dan al criado: "Del
Señor ha salido este asunto. Nosotros no podemos decirte está mal o está bien.
Ahí delante tienes a Rebeca. Tómala y vete, y sea ella mujer del hijo de tu amo,
como lo ha dicho el Señor Dios" (24, 50-51).
No sólo no cometerás adulterio, sino que serás fiel con todo el corazón
203. "Los discípulos le replicaron. Si esa es la situación del hombre con la mujer,
no trae cuenta casarse. Pero él les dijo: No todos pueden con eso, sólo los que
han recibido ese don" (Mt 19, 10-11). Los discípulos comprendieron
perfectamente la exigencia moral de Jesús. Solamente olvidaban una cosa que
El les recuerda; a saber, que la exigencia de la Nueva Ley evangélica se
desarrolla en medio de un orden de gracia. Como enseña San Pablo, el
matrimonio entra en el ámbito de la vocación cristiana y aparece como un don
del Espíritu, destinado a la edificación de la Iglesia: "A todos les desearía que
vivieran como yo, pero cada uno tiene el don particular que Dios le ha dado;
unos uno y otros. otro. Viva cada uno en la condición que el Señor le asignó, en
el estado en que Dios lo llamó. Esta norma doy en todas las Iglesias..." (1 Co 7,
7.17). Jesús considera el matrimonio como forma de vida propia de nuestra
existencia terrestre. En el cielo los hombres no se casan, y los resucitados serán
como ángeles (Mc 12, 25). La importancia del matrimonio para el reino de Dios
es relativa. (Cfr. Lc 14, 20; Mt 24, 38; Lc 17, 27; 1 Co 7).
Dios creador establece el matrimonio dentro del plan de la salvación que había
de revelarse plenamente en Cristo (Cfr. Mt 19, 8). Este vínculo sagrado entre el
varón y la mujer ha sido elevado por Cristo a la dignidad de sacramento. Es un
signo eficaz de la gracia. Cristo se hace especialmente presente en el momento
en que esposo y esposa expresan el mutuo consentimiento de su entrega
mutua. Los ministros de este sacramento son los propios esposos. Pero en
cuanto que es un sacramento, su celebración está regulada por la Iglesia.
208. El amor entre los esposos representa y significa ante la sociedad el amor
con que Cristo ama a su Iglesia. Es un amor cuya fuerza y pureza nace de la
gracia de Cristo y del amor de Cristo hacia nosotros. "Porque así como Dios
antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de
fidelidad, así el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro
de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además,
permanece con ellos, para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con
perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El
auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por
la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir
eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime
misión de la paternidad y la maternidad. Por ello, los esposos cristianos, para
cumplir dignamente su deber de estado, están fortalecidos y como consagrados
por un sacramento especial; en virtud de él, cumpliendo su misión conyugal y
familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda su vida queda
empapada en fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su pleno
desarrollo personal y a su mutua santificación y, por tanto, conjuntamente, a la
glorificación de Dios" (GS 48).
El cristiano, por la gracia matrimonial, alcanza una semejanza, con Cristo que va
más allá de la alcanzada por el Bautismo, queda vinculado ,de una forma nueva
al misterio de Cristo, que en la cruz se entregó por su Iglesia con amor. El
matrimonio cristiano se rige de una forma más intensa, nueva y singular, por el
amor informado, por la gracia, como es el amor que reina entre Cristo y la
Iglesia.
211. También la mujer ayuda y salva al marido. Gracias a ella, por atracción
hacia ella, puede él "dejar a su padre y a su madre" (Gn 2, 24), es decir, hacerse
adulto, ser él mismo. Así como la Iglesia es la plenitud de Cristo también la
mujer es plenitud del varón, lo completa y enriquece. La mujer responde a la
donación del marido con receptividad y donación amorosa, con vencimiento de
su egoísmo, como la Iglesia responde a Cristo.
De esta presencia viva del Salvador entre los hombres y de la misma naturaleza
de la Iglesia son testigos especiales aquellos que, siguiendo los consejos
evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, viven en virginidad consagrada.
Este estado de consagración también significa en medio del mundo el amor de
Cristo a su Esposa, la Iglesia (Cfr. Temas 39 y 47).
Vivir con gozo una fecundidad generosa
Paternidad responsable
216. La familia no debe ser considerada como un organismo cerrado, sino como
célula abierta al servicio de la sociedad. Como dice el Concilio Vaticano II, "la
familia ha recibido directamente de Dios la misión de ser la célula primera y vital
de la sociedad. Cumplirá esta misión si por la mutua piedad de sus miembros y
la oración en común dirigida a Dios se ofrece como santuario doméstico de la
Iglesia; si, finalmente, la familia practica el ejercicio de la hospitalidad y
promueve la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los hermanos
que padecen necesidad" (AA 11; cfr. RM 75 y 79).
217. "Entre las diferentes obras del apostolado familiar pueden mencionarse las
siguientes: adoptar como hijos a niños abandonadós, acoger con benignidad a
los forasteros, colaborar en la dirección de las escuelas, asistir a los jóvenes con
consejos y ayudas económicas, ayudar a los novios a prepararse mejor para el
matrimonio, colaborar en la catequesis, sostener a los esposos y a las familias
que están en peligro material o moral, proveer a los ancianos no sólo de lo
indispensable, sino también de los justos beneficios del desarrollo económico"
(AA 11).
o De mi pasado a mi futuro.
o Por el camino de la fe y de, la conversión.
OBJETIVO CATEQUETICO
o que, desde la fe, el mundo y la vida del hombre en él son y se viven como don del
Padre (Creación);
o que su propio futuro y el futuro del mundo puede y ha de vivirlos con esperanza,
apoyado en las promesas de quien puede llevar a su plenitud todas las cosas (Nueva Creación).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• DE MI PASADO A MI FUTURO
1. El hombre, en una u otra forma, se realiza en relación con Dios, los otros y el
mundo. El hombre, para poder ser lo que es, ha de entrar en relación con las
cosas mediante el conocimiento y el trabajo, por ejemplo; pero previamente a
cualquier relación de esta naturaleza, el hombre está ya en el mundo y es, en
cierto modo, uno entre los demás seres del universo. El espíritu emplaza al
discípulo de Cristo en una nueva manera de vivir en el mundo. La fe proyecta su
luz y abre perspectivas inéditas y originales sobre el mundo en que vive el
hombre y sobre las relaciones del hombre con el mundo de las cosas.
La Palabra de Dios ilumina no sólo el pasado, sino también el futuro del hombre
y del mundo. Dios le ha prometido al creyente llevar toda la realidad creada a su
plenitud en Cristo (Nueva Creación). Quien por amor está en el origen de todo,
aguarda, también, con la plenitud de su salvación, al hombre y al mundo en el
último futuro. Por ello la vida cristiana es vida de esperanza. Tanto en Israel
como en la Iglesia, la alabanza y la acción de gracias al Señor por sus maravillas
en el pasado y la esperanza ante el futuro prometido por El son actitudes,
íntimamente unidas entre sí, de la vida actual de fe del creyente y están
motivadas por la presencia y la acción de Dios en el corazón de la historia. En
último término, la vida del hombre se inscribe en la Historia de la Salvación, cuyo
comienzo y consumación está en el misterio insondable del amor de Dios.
Que el preadolescente descubra que, desde la fe en Cristo, el mundo y la vida son y se viven como
don del Padre (Creación).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
10. El relato bíblico, relato sacerdotal, cuya redacción definitiva se data hacia el
siglo v antes de Jesucristo, contiene, bajo formas literarias e imágenes de
aquella época, un mensaje de valor permanente acerca de Dios, acerca del
hombre y acerca del mundo. "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La
tierra era algo caótico y vacío, y tinieblas cubrían la superficie del abismo,
mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas" (Gn 1, 1-
2). Al hombre moderno le sorprenden estas imágenes. En realidad, el desierto y
el vacío, como las tinieblas sobre el abismo y las aguas, son imágenes que, por
su carácter negativo, quieren expresar la idea (que no llegará a formularse con
precisión antes de 2 M 7, 28) de creación a partir de la nada.
13. En las obras de su creación no sólo se deja ver el "poder eterno y divinidad"
(Rm 1, 20) de Dios, sino también su bondad. La creación es un acto de la
bondad insondable de Dios que llena, por ello, toda su obra (Sal 135, 1-9; 32, 5-
6; cfr. Gn 1, 9.21.25.31; 2, 3). Pero, además, no sólo por bondad crea Dios todas
las cosas y lo llena todo de su bondad; justamente por su misma acción de
crear, Dios ha empezado a condescender y a comunicarse a Sí mismo a sus
criaturas (syncatábasis, Orígenes). La fe del Nuevo Testamento en Jesucristo,
mediador de la creación (1 Co 8, 6; Col 1, 15ss; Jn 1, lss; Hb 1, 2-3), implica,
entre otras cosas, la afirmación de que Jesucristo, Don del Padre al mundo, es
la razón de ser, el sentido y la norma del universo. El mundo y la vida son, pues,
don de Dios. Por ello, creer en el misterio de la creación es creer en el amor de
Dios, reconocer su amor en el origen mismo del ser, comprender la realidad del
mundo como don de Dios, vivir toda realidad como dependiente del amor
siempre atento y solícito de Dios.
Creced, multiplicaos
15. El hombre fue creado como varón y mujer: "Hombre y mujer los creó" (Gn 1,
27). Varón y mujer se completan mutuamente: deben buscarse uno a otro,
amarse mutuamente y juntos tener hijos. Esta es la voluntad de Dios; para ello
les ha dado el amor como participación de su amor y el poder de engendrar
nueva vida. "Y los bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos" (Gn 1, 28). En la
generación de nuevos seres humanos colabora el hombre con el mismo Dios
Creador.
16. Dios coloca al hombre en un mundo bello y bueno (Gn 2, 9), para que lo
habite, lo cuide, lo guarde y lo humanice. Al presentarle los animales, quiere
Dios que Adán ejerza su soberanía sobre ellos dándoles nombre (2, 19-20; cfr.
1, 28-29). Con ello se da a entender que la naturaleza no debe ser adorada, sino
dominada, sometida por el hombre. Dios ha dejado en sus manos la creación.
Posee el hombre una particular dignidad y responsabilidad: está llamado a
colaborar con Dios en el cuidado y ordenación del mundo con el fin de lograr que
éste sea verdaderamente humano. De. la colaboración del hombre depende que
el mundo y la vida humana manifiesten claramente la gloria de Dios.
Aunque los padres transmitan a sus hijos el cuerpo con su código genético, Dios
es el Señor y Creador de la persona humana como tal, es decir, de "aquello " por
lo que cada hombre es íntima e inalienablemente él mismo y que le hace capaz
de entrar en relación personal con Dios y los otros hombres. Aunque cada
hombre venga de sus padres, resulta ser una realidad nueva, inédita en un
sentido muy particular; necesita de sus padres para aparecer en este mundo,
pero, en tanto que persona, cada hombre se refiere directamente a Dios como a
su Creador. La aparición de un ser humano resulta de una colaboración muy
peculiar de Dios y del hombre. Por ello podemos decir con el salmista: "Tú has
creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque
me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras; conocías
hasta el fondo de mi alma" (Sal 138, 13-14).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar:
o que en Cristo, esperanza del mundo, tiene su origen, consistencia y destino el universo.
23. Por su resurrección de entre los muertos, Cristo es el Adán último (1 Co 15,
45), el hombre final, no en un sentido numérico, sino en un sentido cualitativo:
nadie podrá rebasarle y, a la vez, es el prototipo del hombre en camino hacia su
total liberación. En efecto, sobre Cristo resucitado, la muerte, introducida en el
mundo por el pecado, no tiene ya poder alguno (Rm 6, 9). Con la aparición del
último Adán en la resurrección de Jesús ha amanecido, no sólo para el hombre,
sino también para la creación entera, el nuevo día sin ocaso, el día de la
liberación, el "tercer día". Quebrantado el poder del pecado y de la muerte,
Cristo inicia la liberación de la creación sujeta a la decadencia, a la frustración y
a la muerte, para que pueda "entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios"
(Rm 8, 20-21). En Cristo, el hombre final, Dios desata la libertad impedida por
tantas esclavitudes y, por consiguiente, crea al hombre y al mundo reconciliados:
aquella obra suya que El declaró muy buena (Gn 1, 31).
Cristo reúne en sí todos los seres. Cristo es, en Dios, el creador del
universo
OBJETIVO CATEQUÉTICO
31. El drama de la naturaleza está ligado al drama del hombre, así como la
plenitud de la naturaleza depende de la consumación del hombre. El mundo
material creado para él participa de su destino. Maldito a causa del pecado
humano (Gn 3, 17), el mundo se halla actualmente en un estado violento. El
pecado del hombre contamina la tierra. Según los profetas, las abominaciones
del pueblo profanan su mundo ambiente, que ha de sufrir por ello la cólera de
Yahvé (Jr 7, 20; 9, 10ss; Ez 6, 14; Is 13, 9-11). En justa correspondencia, el
mensaje de la salvación se dirige también a los cielos y a la tierra que serán
beneficiarios de las bendiciones divinas: "Pero esperamos, según nos lo tiene
prometido (Dios), nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia" (2 P
3, 13: cfr. Is 65, 17; 66, 22; Ez 36, 8-12).
32. Como dice San Pablo, la naturaleza está sometida a la vanidad (idolatría) y a
la servidumbre de la corrupción y desde su ser más profundo anhela ser liberada
juntamente con el hombre. Pero la nueva creación en Cristo, anunciada por los
profetas (Cfr. Is 65, 17-21; 66, 22), se está gestan-do ya en el mundo presente y
será alumbrado por él, trabajado por el Espíritu de Cristo que suscita, sostiene y
dirige la colaboración humana: "La ansiosa espera de la creación desea
vivamente la revelación de los hijos de Dios. La Creación, en efecto, fue
sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en
la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar
en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera
gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros,
que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro
interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo" (Rm 8, 19-23).
35. El Espíritu Santo, del que tenemos las primicias, es el Don y la Fuerza de
Dios, prometida por los profetas para los últimos tiempos, para los tiempos
mesiánicos. Dios infundirá su Espíritu a los suyos, les dará un "corazón nuevo"
poniendo su ley en el interior de éste, y aún cambiará las condiciones del mundo
en que han de habitar. De este modo, el Espíritu de Dios será el principio de la
Nueva Alianza (Ez 36, 27-28; Jr 31, 31). Esta efusión del Espíritu de Dios se
realizará por la mediación del Mesías (Is 11, 1-3; 42, 1; 61, 1).
OBJETIVO CATEQUETICO
Anunciar:
— que el mal oscurece, degrada y amenaza la creación. Nos encontramos en un mundo que oculta la
gloria de Dios creador;
Como dice San Pablo: "La cólera de Dios se revela desde el cielo contra la
impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia;
pues lo que de Dios se puede conocer está en ellos manifiesto: Dios se lo
manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver
a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1, 18-20).
46. Los seres creados por Dios desde la nada pueden o bien decaer, entrar en
un callejón sin salida, o bien avanzar realizando aquellas virtualidades que les
son propias o que Dios les ofrece de nuevo gratuitamente. La creación lleva
consigo, por decirlo así, un riesgo. En la creación, Dios, movido por un amor
sobreabundantemente generoso, acepta el riesgo que trae crear muchos y
diversos seres: la exclusión de unos seres por otros. En el caso del hombre, éste
es un riesgo señalado. Al crear al hombre para una verdadera comunidad de
amor en Dios, tenía que crear Dios libre a cada hombre, con su propio centro de
conciencia y de interés y con su propia perspectiva sobre el universo y, por
consiguiente, correr el riesgo de que el hombre, individual y colectivamente, se
cerrase sobre sí mismo y acabase perdiéndose a sí y perdiendo al mundo. Dios,
creando seres diversos de sí mismo, se expone de veras. No hay amor
generoso dirigido a seres creados sin exposición y riesgo.
47. A pesar del riesgo del mal en el mundo, Dios no deja de crear. No deja
vencer por el mal, sino vence al mal a fuerza de bien (Cfr. Rm 12, 21). Dios no
abandona el mundo a su propia suerte. Regresiones, callejones sin salida, fallos
y logros parciales a costa de grandes pérdidas no pueden ni siquiera detener el
impulso hacia adelante del proceso de la creación. La acción creadora tiene por
objetivo el establecimiento del Reino de Dios, en un cielo nuevo y en una tierra
nueva. Dios, según este designio previo, sustenta y dirige su obra hacia su plena
realización, en la consumación final de todas las cosas. El creyente hace frente
al enigma y escándalo del mal desde la promesa de Dios: "Mirad, yo voy a crear
un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá
pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear" (Is
65, 17-18; cfr. Ap 21; 2 P 3, 13).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar :
— que el poder, la fuerza y la construcción del mundo están asociados a la mansedumbre y al amor;
— que, a pesar del mal y destrucción que existe en el mundo, la creación llegará a su plenitud sólo por
el Amor.
54. Dios es amigo de la vida. Por ello, condena progresivamente toda violencia.
Lo hace teniendo en cuenta las diferentes épocas en que vive su pueblo. Así se
apropia la ley del Talión (Ex 21, 24), que representa un progreso considerable
con respecto a los tiempos de Lamec, que se venga sin medida (Gn 4, 23-24). El
Dios del Antiguo Testamento no es un Dios cruel, es un Dios con entrañas de
misericordia. Se pone de parte del pueblo oprimido en Egipto (Ex 3, 9) y le exige
un comportamiento semejante con el débil (Ex 23, 9). Dios se constituye, pues,
en defensa de las víctimas de la injusticia humana, y, más en particular, del
huérfano, de la viuda y del pobre (Ex 22, 20ss). A su vez, poco a poco irá
diseñe. la figura única del siervo de Yahvé, que ha renunciado definitivamente a
la violencia (Cfr. Is 53, 7; Temas 9 y 30).
55. Jesús es la Palabra creadora misma: "Todo se hizo por ella y sin ella no se
hizo nada de cuanto existe" (Jn 1, 3). Jesús jamás destruye, no mata, no hiere a
nadie. El consuela, cura, regenera, crea y recrea. El es esencialmente creador.
Su misión es restauradora, redentora. Se emplaza en la perspectiva de Aquel a
quien en el Espíritu llamamos Padre y que es creador de todos los seres.
60. La ciencia nos dice que a la historia del hombre antecede otra mucho más
larga: la "historia" de la vida. Naturalmente, la humanidad hubo de comenzar un
día con unos primeros hombres. Aunque la transición se muestra como gradual
ante una observación exterior, la hominización, sin embargo, representa
respecto del animal un modo de existir tan radicalmente nueva, que tuvo que
haber un momento determinado en que ciertos seres vivos dejaron de ser algo y
empezaron a ser alguien (Cfr. Pío XII, Humani Generis, DS 3896). El instante de
este comienzo ha desaparecido para siempre en la oscuridad de los tiempos.
65. Por lo que a la cuestión evolutiva se refiere, el hecho científico, como tal, no
da amparo a ninguna filosofía. Es filosóficamente neutro. Permaneciendo en su
propio campo, no puede oponerse a la fe. No sucede esto con las
interpretaciones materialistas y panteístas que históricamente han surgido en
torno al descubrimiento de la evolución.
66. Cuando la sabiduría humana desborda sus límites, se vuelve idolátrica, vana
(Sal 13, 1; Rm 1, 21). Esto es lo que percibe y denuncia el creyente israelita ante
el influjo de la cultura griega, introducida en Israel con la dinastía macedónica de
los seléucidas, a la que pertenece Antíoco Epífanes, el verdugo de los
Macabeos (2 M 7). Los grandes mentores de la sabiduría griega, seducidos por
las maravillas de la naturaleza, la adoraron en cada uno de sus principales
elementos. Por ello, dice el libro de la Sabiduría: "Sí, vanos por naturaleza todos
los hombres que ignoraron a Dios y no fueron capaces de conocer por los
bienes visibles a Aquel-que-es, ni atendiendo a las obras, reconocieron al
Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire sutil, a la bóveda estrellada, al agua
impetuosa o a las lumbreras del cielo, los consideraron como dioses, señores
del mundo" (Sb 13, 1-2).
70. San Francisco de Así, más allá de la sabiduría griega y de toda sabiduría
humana, vive como hijo de Dios y hermano de toda la creación. En él todas las
cosas quedan ordenadas a Dios y, por su voz, alaban al Creador: "Loado seas,
mi Señor, con todas tus criaturas, / especialmente el hermano sol, / el cual hace
el día y nos da la luz. / Y es bello y radiante con grande esplendor; / de Ti,
Altísimo, lleva significación. / Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las
estrellas; / en el cielo las has formado claras, y preciosas, y bellas. / Loado seas,
mi Señor, por el hermano viento, / y por el aire, y nublado, y sereno, y todo
tiempo, / por el cual a tus criaturas das sustentamiento. / Loado seas, mi Señor,
por la hermana agua., / la cual es muy útil, y humilde, y preciosa, y casta. /
Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, / con el cual alumbras la noche, / y
es bello, y jocundo, y robusto, y fuerte. / Loado seas, mi Señor, por nuestra
hermana madre tierra, / la cual nos sustenta y gobierna, / y produce diversos
frutos con coloridas flores y hierbas" (Del Cántico del Hermano Sol).
Tema 70.—Hay una esperanza para el mundo. Hay una esperanza para ti.
¡Resucitaremos!
Tema 71.—Sólo Dios conoce y juzga de verdad al hombre. Dios juzga mi vida.
El juicio final.
Tema 72.—La muerte, fin de la vida terrena, fija al hombre en su opción ante
Dios. El Infierno: El pecado eternizado.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Que el preadolescente descubra que, desde su vida de fe, puede vivir cara al futuro con
esperanza.
o Que el preadolescente descubra que la esperanza en la vida futura con Dios en el cielo
nos lleva a trabajar por el bien de los hombres aquí en la tierra.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Presentar el fin del mundo y sus señales como buena noticia para el creyente; como
seria advertencia para quienes viven de espaldas a Dios.
o Anunciar al preadolescente que las palabras de Jesús acerca del fin son una invitación
a la conversión.
o Despertar en el preadolescente una actitud de esperanza ante las señales que anuncian
el fin: Cristo vence, sobre todo, aquello que destruye al hombre y al mundo.
¿Cuándo?
1. "Jesús salió del templo; mientras iba de camino se le acercaron sus discípulos
y le señalaron los edificios del templo, pero él les repuso: Véis todo eso, verdad?
Os aseguro que lo derribarán hasta que no quede ahí piedra sobre piedra.
Estando él sentado en el monte de los Olivos se le acercaron los discípulos y le
preguntaron a solas: Dinos cuándo va a ocurrir eso y cuál será la señal de tu
venida y del fin del mundo" (Mt 24, 1-3).
2. "A unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios,
Jesús les contestó: El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni
anunciarán que está aquí o está allí; porque, mirad, el Reino de Dios está dentro
de vosotros" (Le 17, 20-21). Y a los discípulos que sobre la llegada del Reino de
Dios también le preguntaron a Jesús: "¿Dónde será, Señor?", respondió: "Donde
se reúnen los buitres, allí está el cuerpo" (Le 17, 37).
7. ¡Abrid vuestros ojos a las señales del fin!, dice Jesús, Vosotros mismos
podéis encontrar la respuesta. De la misma manera que, observando la
naturaleza, caéis en la cuenta de que el verano está cerca, así también podéis
conocer las señales del fin: "Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando
ya la rama se pone tierna y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca.
Pues lo mismo, cuando veáis vosotros todo eso, sabed también que ya está
cerca, a la puerta" (Mt 24, 32-33). San Lucas en el pasaje paralelo introduce esta
variante: "Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el
Reino de Dios" (Lc 21, 31).
La guerra
8. Ahora bien, ¿cuáles son las señales que anuncian el fin? El Evangelio va
enumerando una serie de realidades que anuncian al mundo y al hombre su
propio fin. En primer lugar, aparece la guerra, ese viejo azote de la humanidad:
"Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino" (Mt 24, 7). En el
Apocalipsis aparece esta misma señal destructora bajo la imagen de un jinete
que monta un caballo rojo y empuña una espada enorme: "Cuando soltó el
segundo sello, oí al segundo Viviente que decía: 'Ven'. Salió otro caballo, alazán
(rojo), y al jinete le dieron poder para quitar la paz a la tierra y hacer que los
hombres se degüellen unos a otros; le dieron también una espada grande" (Ap
6, 3-4).
El hambre
La peste y la muerte
10. Tras la guerra y el hambre, la peste: "En diversos países habrá epidemias
(peste)" (Lc 21, 11). En el Apocalipsis, esta señal aparece bajo la imagen del
jinete que monta un caballo amarillento, a quien sigue de cerca otro, la muerte:
"Cuando soltó el cuarto sello, oí la voz del cuarto Viviente que decía: 'Ven'. En la
visión apareció un caballo amarillento; el jinete se llamaba peste y la muerte lo
seguía" (Ap 6, 7-8). Ambos jinetes forman el sombrío cortejo de epidemias,
calamidades y muertes que siguen a los anteriores.
11. Junto a estos jinetes apocalípticos, una nueva señal: la persecución de los
creyentes. Detenciones, calumnias, interrogatorios, torturas, procesos,
ejecuciones. "Os entregarán al suplicio y os matarán; y por mi causa os odiarán
todos los pueblos" (Mt 24, 9). En el Apocalipsis, esta señal aparece como el
descubrimiento del secreto histórico que ocultaba el quinto sello: "Cuando soltó
el quinto sello, vi al pie del altar las almas de los asesinados por proclamar la
Palabra de Dios y por el testimonio que mantenían" (Ap 6, 9). Para el vidente del
Apocalipsis, la historia humana tiene un altar donde son sacrificados los mártires
de cada época.
14. La identificación del jinete del caballo blanco, que empuña en su brazo el
temible arco de los poderosos ejércitos partos, viene dada en otro pasaje del
Apocalipsis: "Vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco; su jinete se llama el
Fiel y el Veraz porque es justo en el juicio y en la guerra. Sus ojos llameaban;
ceñían su cabeza mil diademas y llevaba grabado un nombre que sólo él
conoce. Iba envuelto en una capa teñida en sangre y lo llaman Palabra de Dios"
(Ap 19, 11-13). El jinete del caballo blanco es el símbolo de la victoria. Por
encima de todo, vencerá la Palabra de Dios, la Persona de Cristo, el jinete Fiel y
Veraz.
15. Tras estas señales, el Fin: "Entonces llegará el fin" (Mt 24, 14). El fin no es
para nosotros, los creyentes, el término en que todo acaba, sino el principio de
un futuro sin término que mantendrá todo hasta la plenitud: "Cuando empiece a
suceder todo esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación" (Le
21, 28). Este fin coincide con la venida de Cristo: "Cuando veáis todo esto, caed
en la cuenta de que El está cerca, a las puertas" (Mt 24, 33). Se trata de su
venida en majestad (parusía). El Nuevo Testamento habla siempre de "venida",
no de "retorno". No es lo mismo. Cristo ha venido al mundo de una vez para
siempre, por la encarnación. Y esa única venida se despliega en tres etapas.
Desde su encarnación hasta la muerte, se hace presente Cristo en el mundo en
forma de Siervo (kénosis). Con la resurrección inicia Cristo un nuevo modo de
presencia en este mundo, no al descubierto, sino velada, "como en un espejo", a
través de signos, aunque esté atestiguada y confirmada por el Espíritu en la
comunidad creyente. Con su venida en majestad, Cristo vivifica, al fin,
plenamente a los hombres (resurrección), manifiesta el sentido de la historia
(juicio), renueva todas las cosas (nueva creación).
La llamada a la conversión
16. Las palabras de Jesús sobre el fin y sus señales fueron dichas a una
generación concreta: los hombres de su tiempo. Sin embargo, van dirigidas a
todas las generaciones. No pretenden inculcar el miedo a la muerte y al fin del
mundo. Las palabras de Jesús quieren sacudir y despertar a un pueblo que vive
de espaldas al plan de Dios. Un pueblo ciego que va por mal camino. Jesús
invita a la penitencia, llama a la conversión: es preciso contar con Dios, buscar a
Dios, volver a Dios. El fin está cerca. Como anunciaba Juan el Bautista: "Dad el
fruto que pide la conversión... Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol
que no da buen fruto será talado y echado al fuego" (Mt 3, 8-10).
17. Los contemporáneos de Jesús están ciegos. Viven de espaldas al fin que los
amenaza. Pueden interpretar los signos meteorológicos y no lo que más les
habría de interesar: ¡Las señales de los tiempos! "Se acercaron los fariseos y
saduceos y le pidieron para ponerlo a prueba: Muéstranos un signo que venga
del cielo. El les respondió: Al caer la tarde decís: 'Está el cielo colorado, va a
hacer bueno'; por la mañana decís: 'Está el cielo de un color triste, hoy va a
haber tormenta.' El aspecto del cielo sabéis interpretarlo, ¿y los signos de los
tiempos no sois capaces? ¡Una generación perversa e infiel y exigiendo signos!
Pues signo no se les dará excepto el signo de Jonás" (Mt 16, 1-4).
Las palabras de Jesús, más que una amenaza, son una llamada de atención al
peligro que acecha.
20. El fin alcanzará a los hombres como la muerte al rico necio de la parábola de
Jesús: pensaba asegurarse largos años de buena vida tras una cosecha
abundante, pero Dios puso un fin repentino a sus cálculos y a sus presunciones
de disfrute y seguridad: "Y les propuso una parábola: Un hombre rico tuvo una
gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde
almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y
construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi
cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: 'Hombre, tienes bienes acumulados
para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida.' Pero Dios le dijo:
'Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién
será?' Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios" (Lc 12, 16-
21). Este labrador rico es un necio, un insensato, un "loco". Según el lenguaje
bíblico, un hombre que prácticamente niega a Dios (Sal 13, 1). No cuenta con El.
21. En nuestro mundo están presentes las señales del fin. Por tanto, también
para nosotros son válidas las palabras de Jesús. Quizá nosotros nos parecemos
a los contemporáneos de Jesús, a los hombres de la generación del diluvio: "...
comemos, bebemos, compramos, vendemos, plantamos, construimos..."
Vivimos despreocupados, de espaldas al fin. Dejamos correr las cosas.
Decimos: "Eso no nos toca, no va con nosotros..." En realidad, nosotros somos
tan necios como el rico de la parábola, si vivimos de espaldas al fin, si no nos
volvemos a Dios y contamos con El.
23. En efecto, ante las señales del fin Jesús nos invita a levantar la cabeza. En
medio del desastre, del dolor y de la muerte, Dios pasa salvando a los que creen
en El y han sido sellados con la marca del Dios vivo: "Vi después otro ángel que
subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los
cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: No dañéis
a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos en lo frente a los
siervos de nuestro Dios" (Ap 7, 2-3). Este es el estilo del Dios vivo, del Dios que
actúa en la historia: Dios salva a los que reconoce como suyos. Así actuó Dios
con el creyente Noé, a quien salvó de las aguas del diluvio (Gn 7, 1). Así actuó
Dios con el creyente Lot, a quien salvó del desastre de Sodoma (Gn 19, 15). Así
actuó Dios con el pueblo de Israel, a quien libró del exterminio de sus
primogénitos: sus casas estaban marcadas con la sangre del cordero pascual
(Ex 12, 12-13). Eran creyentes.
24. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? Jesús no indica fechas precisas: "El día y la
hora nadie los sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el
Padre" (Mt 24, 36). Sin embargo —y esto es lo importante— el Reino de Dios,
cancelación del mundo presente, está ya entre nosotros (Cfr. Lc 17, 21). Jesús
afirma, además, que no ha de suceder la llegada del Reino en un lugar
determinado. En cualquier parte que se esté, allí se percibirá. Es como el
relámpago, que cruza de un extremo a otro del horizonte y es percibido por
todos y en todas partes. El Hijo del Hombre se manifestará allí donde muera el
hombre (Cfr. Mt 24, 26-28). Por lo demás, el fin, el Reino de Dios y su día, dice
Jesús, vienen sin dejarse sentir (Lc 17, 20), de improviso (Le 21, 34), como el
ladrón (Mt 24, 43-44), como la muerte (Le 12, 16-21). Lo que importa es una
cosa: estar vigilantes (Le 21, 36; Mt 24, 42).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
28. No sólo vela el hombre, también vela Dios. La noche del éxodo, noche que
no puede ser olvidada por ningún judío, Dios veló sobre su pueblo: "Llegada la
vigilia matutina, miró Yahvé a través de la columna de fuego y humo hacia el
ejército de los egipcios, y sembró la confusión en el ejército egipcio. Trastornó
las ruedas de sus carros que no podían avanzar, sino con gran dificultad (Ex 14,
24-25). La aventura del éxodo ha quedado en la tradición del Antiguo
Testamento como una de las manifestaciones más brillantes de la vigilancia de
Dios sobre su pueblo. Como se le dice al profeta Jeremías, Dios es también
como el almendro; permanece atento al cumplimiento de su Palabra en medio
de la historia humana: "Recibí esta palabra del Señor: ¿Qué ves, Jeremías?
Respondí: Veo una rama de almendro. El Señor me dijo: Bien visto, porque yo
velo para cumplir mi palabra" (Jr 1, 11-12).
Vigilancia, esperanza y fe
29. Israel vigila, Israel espera. Esta actitud se fundamenta en su fe: Dios actúa
en su historia. El es el Señor. Creer y esperar son aspectos inseparables de la
vida del creyente. Así lo vive el salmista: "Porque tú, Dios mío, fuiste mi
esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud" (Sal 70, 5), Como el
pueblo de Israel, todo cristiano es un hombre-vigía. Vigilante, lo mismo que el
almendro, anuncia la primavera del Reino de Dios ya presente en su vida. Aquí
radica su esperanza. En su fe vive la gran novedad, la buena nueva, que Cristo
proclama como una realidad que ya está en marcha (Cfr. Lc 17, 21), una
realidad que ya permanece operante en medio del mundo (1 Ts 2, 13).
Cristo viene
Cristo vendrá
32. El cristiano permanece vigilante también ante el futuro: Cristo vendrá. Con su
venida en majestad, el hombre (resurrección) y el mundo (nueva creación)
participará del triunfo de Cristo, efectuándose una última discriminación de la
cizaña y el trigo (juicio). Ante este gran día, es preciso permanecer vigilantes. Se
trata de tener la atenta vigilancia de quien ama, de permanecer despiertos (Me
13, 35), de tener ceñidos los vestidos y encendidas las lámparas (Lc 12, 35), de
estar revestidos con el vestido de fiesta, dispuestos a entrar (Mt 22, 11). En
realidad, lo que nos separa de este día no es mucho: "Un poquito de tiempo
todavía y el que viene llegará sin retraso" (Hb 10, 37).
Ante el gran Día del Señor, el Concilio nos invita a vigilar en todo momento:
"Mas como no sabemos el día ni la hora, es necesario, según la amonestación
del Señor, que velemos constantemente, para que, terminado el único plazo de
nuestra vida terrena (Cfr. Hb 9, 27), merezcamos entrar con El a las bodas y ser
contados entre los elegidos (Cfr. Mt 25, 31-46)" (LG 48, d).
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Que el preadolescente descubra que, con su compromiso cristiano, está preparando la venida del
Señor y la consiguiente consumación de todas las cosas en el Reino de Dios.
34. El futuro no llega por sí solo; hemos de prepararlo por el esfuerzo y la lucha.
No puede caer sobre el hombre por una suerte de decisión exterior y arbitraria,
respecto a la cual quedase del todo extraño. Todo futuro trae, sin duda, consigo
algo nuevo; pero eso nuevo llega preparado por nuestro pasado y presente y en
una cierta vinculación y continuidad con ellos. Lo dicho vale para todo futuro;
vale también para el futuro último (escatológico). El futuro último no tiene por
qué dejar sin significado, valor y eficacia a los futuros anteriores y relativos. La
esperanza en Dios y en su Reino venidero no elimina el interés del creyente por
el mundo presente y por los proyectos del hombre dentro de este mundo y por
su realización. Antes al contrario, perdería toda seriedad y fundamento la
esperanza que se conformase con aguardar pasivamente el advenimiento del
último futuro.
37. La fe compromete la vida entera del hombre. Todo lo pone en venta quien
descubre el Reino de Dios (Cfr. Mt 13, 44ss). Pero el compromiso se traduce en
obras concretas. Las obras del creyente son la consecuencia, la expresión y la
ratificación necesarias de la fe. Santiago lo subraya (St 2, 14-26), como también
Pablo (Cfr. Ef 2, 10). Hay obras de la fe que son fruto del Espíritu (Ga 5, 22-23).
La fe que Cristo anuncia es la que actúa por la caridad (Ga 5, 6). La fe, en
efecto, transforma la vida entera, como dice San Pablo a los creyentes de
Tesalónica: "Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de
vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en
Jesucristo nuestro Señor" (1 Ts 1, 3). Por lo demás, Jesús enseñó que mientras
se aguarda su venida en majestad hay que tener la lámpara encendida (Mt 25,
1-13), hacer que fructifiquen los talentos (25, 14-30), amar a los hermanos (25,
31-46).
El compromiso de la evangelización
39. El verdadero creyente coopera en la gran obra de Cristo, prevista desde toda
la eternidad: edificación de su Cuerpo que es la Iglesia, mediante la
evangelización de todos los pueblos, según el mandato del Señor: "Se me ha
dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20). De este modo, la
fe compromete al creyente en la realización del designio eterno de Dios Padre:
reconciliar en Cristo toda la humanidad con Dios y en sí misma, pues la Iglesia,
Cuerpo de Cristo, es prenda, señal, testimonio, principio y germen de esa
reconciliación.
40. La fe exige a los cristianos el serio compromiso de compartir con los demás
hombres el esfuerzo y trabajo común en la construcción del mundo presente,
para cumplir "el plan de Dios manifestado a la humanidad al comienzo de los
tiempos, de someter la tierra (Gen 1, 28) y perfeccionar la creación" (GS 57).
42. El creyente afronta con esperanza la persecución; por ello la afronta fiel,
perseverante y gozosamente (2 Ts 1, 4; Rm 12, 12). La alegría es el fruto de la
persecución así soportada: "Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan
y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos" (Mt
5, 11-12). En particular, la denuncia profética, compromiso de la comunidad
creyente, provoca en todo tiempo y también hoy la persecución: "También
nosotros debemos llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los
hombros de quienes buscan la paz y la justicia" (GS 38). El Apocalipsis, espejo
de la vida de la Iglesia, escrito durante una terrible prueba, alimenta una
esperanza en el corazón de los perseguidos. A cada uno de ellos, como a toda
la Iglesia, no cesa el Señor resucitado de dirigir este mensaje: "No temas por lo
que vas a sufrir: el diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que
seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días (un breve espacio de
tiempo). Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida " (Ap 2, 10).
El Apocalipsis es siempre un mensaje de esperanza en medio de las dificultades
del tiempo presente.
Ni dualismo ni materialismo
Tema 70. HAY UNA ESPERANZA PARA EL MUNDO. HAY UNA ESPERANZA
PARA TI. ¡RESUCITAREMOS!
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Que el preadolescente logre tomar conciencia de la experiencia de la muerte como el mayor enigma
de la vida humana.
Anunciarle al preadolescente que en Cristo Resucitado se nos ofrece la única realidad por la que
esperamos poder salvarnos: Cristo significa y es para nosotros la victoria sobre la muerte, último
enemigo del hombre y del mando.
46. La muerte es el camino de todos (1 R 2, 2): los hombres y los demás seres
vivos del planeta. Hoy contamos con otra experiencia: en todo lo que tiene forma
y estructura se encuentran encadenadas fuerzas enormemente poderosas que
el hombre puede utilizar a favor de la vida o, también, para la destrucción de
toda forma de vida; una guerra atómica, bacteriológica o química, podría
desencadenar la destrucción de toda forma de vida sobre nuestro planeta. Las
imágenes apocalípticas han venido a ser una posibilidad sumamente real: "Se
conmueven los cimientos de la tierra. La tierra se rompe con estrépito, la tierra
se deshace a trozos, la tierra salta hecha pedazos, la tierra vacila como un ebrio
y es sacudida como una choza" (Is 24, 18-20).
"Hay esperanza para tu futuro". Dios, el fiel, más fuerte que la muerte
47. La muerte es el mayor de los enigmas, la más seria amenaza a las ansias
humanas de vivir, el último enemigo (1 Co 15, 26) del hombre: "El máximo
enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la
disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la
desaparición perpetua" (GS 18). La muerte desconcierta, sobrecoge,
escandaliza. Frente a ella, de uno u otro modo, el hombre se pregunta: ¿Por qué
la muerte? ¿Habrá algo después? ¿Qué será de mí y de los míos?
Hubo esperanza para Israel. En medio del mar, en medio del desierto, en
medio del destierro
51. Hubo esperanza para Israel en medio del mar y en las soledades del
desierto, donde no había camino: "Así dice el Señor, que abrió camino en el mar,
y senda en las aguas impetuosas... Abriré un camino por el desierto, ríos en el
yermo" (Is 43, 16-19). Y en medio del destierro, donde no había regreso:
"
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos
llenaba de risas, la lengua de cantares" (Sal 125, 1-2). Era el cumplimiento del
anuncio profético: "... Volverán de tierra hostil" (Jr 31, 16).
52. Hubo esperanza para Jesús: un "tercer día" ante el máximo enigma del
hombre, la muele. En efecto, ha habido un hombre que ha esperado como
nadie, allí donde se troncha y desaparece toda esperanza humana. Ese hombre
ha sido Jesús. El horizonte de Jesús se había ido cerrando progresivamente: la
intriga, la persecución, la calumnia, la condena y, finalmente, la muerte. Todo
había caído sobre él. Era una situación sin salida. Jesús lo sabe y así lo dice a
sus discípulos en distintas ocasiones: "Desde entonces empezó Jesús a explicar
a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de
los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y tenía que ser ejecutado y resucitar
al tercer día" (Mt 16, 21).
54. "Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y
Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 3,6). ¡Cristo ha
resucitado! Este es ya el gran acontecimiento. Un muerto, Jesús, condenado y
ejecutado por la turbia justicia de los hombres, vive. La resurrección de Cristo
significa la ratificación categórica de lo que los justos del Antiguo Testamento
habían presentido: Dios no abandona a sus elegidos al poder de la muerte. En
Cristo ha desvelado este gran misterio.
Resucitaremos como El
55. Como dice San Pablo, nosotros, porque Cristo ha resucitado, resucitaremos
a imagen de Cristo resucitado, como plenitud del cuerpo resucitado de Cristo,
del que los bautizados somos miembros. Por eso San Pablo llama a Cristo
Resucitado "primicias" (1 Co 15-20) o "primogénito de entre los muertos" (Col 1,
18). Su resurrección no es el final feliz de un destino meramente individual, sino
la anticipación y el modelo de un destino común a todos los suyos. Si el cristiano
es el hombre que va asemejándose a Cristo como a su prototipo (Cfr. Rm 8, 29),
ese proceso de asimilación no estará completo hasta que, muerto con El,
resucite como El. Para representarnos, pues, nuestra resurrección, no tenemos
otra referencia que el misterio de la resurrección de Cristo. Sabemos que Cristo
una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más y que la muerte no
tiene ya dominio sobre él; su vida es un vivir para Dios (Cfr. Rm 6, 8-10). Por
eso, resucitaremos a una vida no señalada ya para siempre por el poder y la
amenaza de la muerte. Viviremos para Dios.
En plenitud
58. La vida del hombre, en su núcleo más general, continúa más allá de la
muerte, inmediatamente después de ella, y "previamente" a su resurrección. Por
supuesto, dichas determinaciones temporales no corresponden del todo,
unívocamente a las de nuestro tiempo terrenal. Por eso puede decir con verdad
Jesús al buen ladrón: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Le 23,
43). Y Pablo, por su parte, puede escribir a la comunidad de Corinto: "Preferimos
salir de este cuerpo para vivir con el Señor" (2 Co 5, 8). Y a los filipenses:
"Deseo morir y estar con Cristo" (Flp 1, 23).
La liturgia en uno de los Prefacios de difuntos, lo proclama así: "La vida de los
que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma." La Iglesia ha enseñado al
respecto que las almas de los que se mueren en gracia de Dios, si no tienen
nada que purgar, están en el cielo viendo la divina esencia con visión intuitiva,
cara a cara, inmediatamente después de la muerte "aun antes de la resurrección
de sus cuerpos y del juicio universal" (Const. Bernedictus Deus de Benedicto XII,
DS 1000).
59. El Papa Pablo VI expresa de esta manera en el Credo del Pueblo de Dios la
fe de la Iglesia en la vida eterna y en el misterio, ya actual, de la comunión de
los santos:
"Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que
mueren en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con
el fuego del purgatorio como las que son recibidas por Jesús en el paraíso en
seguida que se separan del cuerpo, como el buen Ladrón—constituyen el
Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de
la resurrección en el que estas almas se unirán con sus cuerpos" (CPD 28).
"
Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se
congregan en el paraíso, forma la Iglesia celeste, donde ellas, gozando de la
bienaventuranza eterna, ven a Dios como El es, y participan también,
ciertamente, en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el
gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que
interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente nuestra
flaqueza" (CPD 29).
"
Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que se
purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste,
y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmen. te que en esa
comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus
santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones, como nos
aseguró Jesús: Pedid y recibiréis. Profesando esta fe y apoyados en esta
esperanza, esperemos la resurrección de los muertos y la vida del siglo
venidero. Bendito sea Dios, santo, santo. Amén"(CPD 30).
60. La vida eterna consiste nuclearmente en la visión de Dios, una visión que se
inicia ya aquí, de algún modo, por la fe y se alcanza, cuando, muerto el creyente,
está y vive con Cristo (Cfr. Lc 23, 43; 2 Co 5, 8; Flp 1, 23; Const. Benedictus
Deus de Benedicto XII, DS 1000) y culmina en la resurrección. Así lo que
llamamos vida eterna se despliega sustancialmente en dos estadios. El Verbo,
que tiene la vida, o mejor que es la vida, se ha encarnado para comunicárnosla
(Jn 1, 12-14) a partir del nuevo nacimiento que es el bautismo: "El que cree en
mí, tiene —ya ahora— vida eterna" (Jn 3, 36). Pero en el estadio final, la fe se
muda en visión: "Cuando se manifieste (Cristo), seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). "Ahora vemos confusamente en un
espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado;
entonces podré conocer como Dios me conoce" (1 Co 13, 12).
64. Hay una esperanza para el mundo, una esperanza para el hombre, una
esperanza para ti. Nuestra esperanza se llama Cristo Resucitado: "No hay bajo
el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos"
(Hch 4, 12). Si acoges en tu vida la acción de Cristo Resucitado, ciertamente
"
hay para ti un mañana y no habrá sido vana tu esperanza" (Cfr. Pr 24, 14). No
temas. Son para ti estas palabras de Jesús resucitado: "No temas: Yo soy el
primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los
siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno" (Ap 1, 17-18).
Tema 71. SOLO DIOS CONOCE Y JUZGA DE VERDAD AL HOMBRE. DIOS
JUZGA MI VIDA. EL JUICIO FINAL
OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Anunciar al preadolescente que el juicio de Dios es día que espera el creyente y teme
quien vive de espaldas a Dios y al hermano.
68. En el momento del éxodo Dios juzgó a Egipto, es decir, castigó al opresor de
Israel, a quien El quería otorgar la libertad (Gn 15, 14; Sb 11, 10). Los castigos
de Israel en el desierto son acontecimientos históricos que significan el juicio de
Dios contra un pueblo infiel. El exterminio de los cananeos en el momento de la
conquista es otro ejemplo de lo mismo, que muestra a la vez el rigor y la
moderación de los juicios divinos (Sb 12, 10-22). Y si retrocedemos en el tiempo,
hallamos una decisión de Dios juez al principio de todas las catástrofes que caen
sobre la humanidad culpable; cuando la ruina de Sodoma (Gn 18, 20; 19, 13), en
el diluvio (Gn 6, 13), en ocasión del pecado de los orígenes (Gn 3, 14-19). El
recuerdo del juicio que amenaza, el anuncio de su inminente realización, forman
parte importante de la predicación profética. Bajo el anuncio de las catástrofes
venideras hay que leer la espera de acontecimientos históricos que significarán
en el plano experimental la aversión de Dios hacia el pecado humano.
69. Después del destierro de Babilonia, el tema del juicio de Dios de la antigua fe
de Israel se desenvuelve, por obra de los escritores apocalípticos, en la creencia
en un juicio universal que habría de abarcar y alcanzar a los pecadores del
mundo entero y a todas las colectividades enemigas de Dios y de su pueblo, ya
que constituiría el preludio obligado del anuncio profético de la salvación. Dios
juzgará al mundo por el fuego (Is 66, 16). Reunirá a las naciones en el valle de
Josafat ("Dios juzga"): Serán entonces la siega y la vendimia escatológicas (Jl 4,
12-13). El libro de Daniel describe con imágenes alucinantes este juicio que
vendrá a cerrar el tiempo y a abrir el reinado eterno del Hijo del hombre (Dn 7, 9-
12, 13). La escatología des-emboca aquí más allá de la tierra y de la historia. Lo
mismo sucede en el libro de la Sabiduría (Sb 4, 20-5, 23). Sólo los pecadores
deberán entonces temblar, pues los justos serán protegidos por Dios mismo (4,
15ss; cfr. 3, 1-9).
72. Nos dice la Escritura que el juicio de Dios tendrá en cuenta la diversa
situación del hombre en el contexto plural de las religiones. Así serán juzgados
bajo la ley mosaica aquellos que la invocan: "Cuantos pecaron bajo la ley, por la
ley serán juzgados...; los que la cumplen, esos serán justificados" (Rm 2, 12-13).
Serán juzgados según la ley escrita en la conciencia quienes no hayan conocido
otra: "Cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las
prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismo son ley; como quienes
muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su
conciencia con sus juicios contrapuestos que les acusan y también les
defienden..." (Rm 2, 14-15). Quienes hayan recibido el Evangelio serán juzgados
por la Ley de la libertad cristiana: "Hablad y obrad tal como corresponde a los
que han de ser juzgados por la Ley de la libertad." El sentido de esta libertad es
dado a continuación; la libertad de actuación discurre por los caminos de la
misericordia: "Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo
misericordia" (St 2, 12-13).
Los que inculpablemente desconocen el Evangelio
74. Esto supuesto, el criterio principal del juicio será la actitud adoptada por los
hombres frente al Evangelio, esto es, frente a Cristo: "El que cree en él, no será
juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del
Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas" (Jn 3, 18-
19).
76. Junto a la actitud adoptada por los hombres ante Jesús, no menos se tomará
en cuenta para el juicio su conducta con el prójimo, sacramento de Cristo: "Y el
rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicísteis con uno de estos mis
humildes hermanos, conmigo lo hicísteis" (Mt 25, 40; cfr. 25, 45). La prueba
irrefutable de la autenticidad en la fe consiste en que nos lleve a descubrir
efectivamente a Cristo en su imagen, nuestro prójimo. Quienes han sellado con
las obras del amor esta ardua identificación de Cristo en el prójimo, esos son los
verdaderos creyentes: "Todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1
Jn 4, 7). Quienes, por el contrario, en el prójimo maltratado y humillado no
hubieren descubierto el rostro desfigurado del Siervo de Yahvé, no alcanzarán
tampoco reconocimiento por parte del mismo Señor en su venida gloriosa: "En
verdad os digo, no os conozco" (Mt 25, 12).
77. Mientras vive en las condiciones dé este mundo, el hombre puede, hablando
en general, revocar y cambiar en cualquier momento de su vida la decisión
fundamental que antes tuviere tomada a favor de Dios o contra él y su revelación
en Cristo. Pero llegada su muerte, tal decisión del hombre queda ya cerrada y
fija para siempre. Con la muerte, se hace definitiva e irrevocable la orientación
del hombre en relación con Dios: o vivirá siempre cara a Dios o de espaldas a él.
Esta es la fe de la Iglesia (DS, 839; 854; 925-926; 1000-1002; 1304-1306),
conforme con la afirmación de San Pablo: "Es necesario que todos seamos
puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba
conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal" (2 Co 5, 10; cfr.
Jn 9, 4; Le 16, 26).
79. El juicio final pondrá en claro el verdadero valor de las obras de los hombres:
"No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. El iluminará lo que
esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón" (1 Co
4, 5). Ante un juicio semejante, surge necesaria la pregunta ¿quién podrá
salvarse?: "Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?" (Sal
129, 3). En efecto, nadie podría salvarse apoyado exclusivamente en sus
propios méritos. Desde el principio, la humanidad entera es culpable delante de
Dios (Rm 3, 10-20). Pero ahora con Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, se
revela la justicia de Dios, no la justicia que castiga sino la que justifica y salva a
quienes creen (Cfr. Rm 3, 21-22). Como dice San Pablo: "Ahora no pesa
condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús" (Rm 8, 1). Así, pues,
el hombre cuya fe en Cristo es fe viva por la esperanza y el amor, ya no tiene
por qué temer. Recordemos las palabras de San Juan: "En esto ha llegado el
amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del
juicio... No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor" (1
Jn 4, 17-18). Su confianza en Dios no hace al creyente descuidado en el servicio
a su Señor. Vive como quien ha de dar cuenta.
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Anunciar al preadolescente que Dios tiene un único proyecto sobre el hombre: la salvación. El
Infierno no es creación de Dios, sino resultado del pecado del hombre.
Anunciar que las palabras de la Escritura sobre el infierno son para el creyente el aviso amoroso de
Dios, que quiere evitarnos ese estado definitivo de condena.
81. Sobre la realidad del infierno se opina a veces: "El infierno no existe", "Es un
invento de los curas". A veces también salen al paso preguntas como éstas: "Si
Dios es bueno, ¿cómo puede haber infierno?", "¿Puedo hacer yo algo que
merezca un castigo tan grande?"... Y muchas veces, en el fondo de estas
opiniones e interrogantes, late la pregunta: ¿Qué es realmente el infierno?
82. Una cosa es cierta. El infierno es una realidad de la que no tenemos una
experiencia directa. La realidad del "más allá" nos es dada a conocer por
revelación de Dios. Por ello el creyente que vive convencido del efectivo
cumpliminto de la Palabra de Dios y aún tiene desde la fe experiencias, todo lo
parciales que se quieran, de dicho cumplimiento, toma en serio lo que la
Sagrada Escritura dice acerca del infierno y lo recibe como un aviso amoroso de
Dios que quiere evitarnos la caída en él y no simple-mente dar pábulo a una
pura especulación inútil. Pues el proyecto y la voluntad de Dios son de
salvación. Como él mismo dice por el profeta Jeremías: "Mis pensamientos son
pensamientos de paz y no de aflicción" (Jr 29, 11).
84. A pesar de esta voluntad de salvación por parte de Dios, el hombre puede
oponer un "no" al proyecto salvador de Dios y elegir una vida cerrada sobre sí
mismo, de espaldas a Dios, a los demás y al mundo de la nueva creación.
Cuando al hombre con su muerte se le convierte en fija e irrevocable su opción
frente a Dios, entonces entra el hombre en el estado que llamamos infierno.
Como el pecado, el infierno es obra del hombre, no de Dios. Así como Dios no
puede querer ni (puede) crear el pecado, tampoco puede ni querer ni crear el
infierno. El infierno es el estado de pecado, irrevocable, consumado y, por
decirlo así, eternizado. Para que haya infierno, no es necesario que Dios lo haya
creado. Basta con que haya hombres que opten por vivir su vida al margen de
Dios. Por lo que a Dios toca, Dios es, más bien, amigo de los hombres y ha
optado por su vida, no por su muerte, pues "Dios no hizo la muerte ni goza
destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera" (Sab 1, 13-14). El
infierno supone la lejanía total de Dios y de los otros. Es la ruptura definitiva de
toda alianza.
Antes de Cristo
86. Antes de su venida, Cristo 'es prometido y esperado. El hombre del Antiguo
Testamento, en la medida en que acoge esta promesa, ve iluminar-se su
situación (sus "infiernos") con una claridad que se convierte en certeza. Y
viceversa, en la medida en que la rechaza, se oscurece su situación y él mismo
se sume en un abismo, en el que el poder de Satán se hace más horroroso: sus
infiernos se convierten en infierno.
87. Dios quiere que el hombre evite esta situación de ruptura definitiva de toda
alianza con él y con el prójimo. Las palabras de Dios sobre el infierno son un
aviso amoroso. La Sagrada Escritura expresa este aviso mediante una gran
variedad de imágenes. Todas ellas vienen a apuntar a la misma realidad: una
situación de condena, la más desgraciada, la más des-esperada de todas. El
Antiguo Testamento alude a dos experiencias terribles como imágenes de la
suerte reservada a los impíos: la consunción de Sodoma y Gomorra por las
llamas (Gn 19, 24-25; Am 4, 11; Sal 10, 6) y la devastación del paraje de Tofet,
en el valle de la Gehenna, lugar de placer destinado a convertirse en lugar de
horror: "Y al salir verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí: su
gusano no muere, su fuego no se apaga, y serán el horror de todos" (Is 66, 24).
La hostilidad de la creación
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• Presentarle el purgatorio, no como un' infierno en pequeño, sino como un proceso necesario
para que el justo manchado, inmaduro, pueda entrar en el gozo de la plena comunión de vida con su
Dios y, así, acceder al misterio de la plenitud humana.
Inmadurez permanente
Tensión inquietante
95. Para el creyente, deseoso de encontrarse con Dios en una conversión cada
vez más plena, la experiencia de su pecado le provoca una tensión, que le
inquieta y le hace exclamar como a Pablo: "Realmente, mi proceder no lo
comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... En
efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo... ¡Pobre de mí!
¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?" (Rm 7, 15.18.24).
99. Puede ocurrir que al justo lo sorprenda la muerte sin la madurez y limpieza
de corazón requerida para entrar inmediatamente en la vida eterna. Sabemos
por la Biblia que sólo los sin mancha, los limpios de corazón, verán a Dios (Is 35,
8; 52, 1; Mt 5, 8; Ap 21, 27). La Iglesia cree que, en este caso, el justo habrá de
pasar, después de su muerte, por una purificación definitiva que lo prepare para
poder vivir en la inmediata cercanía de Dios. La Iglesia, siguiendo la práctica
anterior de los tiempos del Antiguo Testa-mento, ha orado siempre por los
difuntos: esta oración estuvo siempre animada por su fe en la purificación de los
justos necesitados de ella después de su muerte y su doctrina de la purificación
ratificó esa costante práctica de la oración.
100. El texto del segundo libro de los Macabeos (12, 40-46) constituye uno de
los pasajes clásicos de la Escritura en este tema. En los cadáveres de los
soldados israelitas, muertos en defensa de su patria, se encuentran objetos del
culto idolátrico, cuya posesión estaba severamente prohibida por la Ley. No
obstante, Judas hace una colecta con cuyo producto manda ofrecer un sacrificio
por el pecado en el templo de Jerusalén. Estamos aquí ante la práctica de una
oración por los difuntos, en la que se supone la posibilidad de una purificación
posterior a la muerte.
En la Iglesia apostólica
101. La segunda carta a Timoteo (1, 16-18) contiene una oración de Pablo en
favor de un cristiano, Onesíforo, que le ayudó en momentos difíciles y que ha
muerto: "Concédale el Señor encontrar misericordia ante el Señor aquel Día." La
legitimidad de los sufragios por los difuntos está garantiza-da por un uso que se
remonta al judaísmo precristiano (2 M 12) y que la Iglesia apostólica conoció y
practicó. La tradición más antigua contiene abundantes testimonios de oraciones
litúrgicas o privadas por los difuntos: indicaciones en este sentido se encuentran
en las catacumbas y cementerios cristianos. El ejemplo más conocido es el
célebre epitafio de Abercio, al final del cual se lee: "quien comprende y está de
acuerdo con estas cosas, ruegue por Abercio". Tertuliano en el siglo III comenta
la costumbre de celebrar el aniversario de los difuntos con "oblaciones", esto es,
con una acción litúrgica. San Efrén recomienda a los hermanos que recuerden
su memoria el trigésimo día de su muerte: "pues los muertos son auxiliados por
la oblación que hacen los vivos" (RJ 741).
102. Esta oración de los cristianos vivos por los difuntos supone una solidaridad
eclesial entre los miembros de Cristo que peregrinan en la tierra y los que ya han
muerto en gracia de Dios. El Concilio Vaticano II dice: "La Iglesia de los
peregrinos, desde los primeros tiempos, tuvo perfecto conocimiento de esta
comunión de todo el cuerpo místico de Cristo y por eso veneró con gran piedad
el recuerdo de los difuntos y ofreció también sufragios por ellos, porque santo y
saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de
sus pecados (2 M 12, 46)" (LG 50)
103. Dice también el Concilio: "Así, pues, hasta que el Señor venga re-vestido
de su majestad y acompañado de todos sus Angeles (Cfr. Mt 25, 31), y,
destruida la muerte, sean sometidas a El todas las cosas (Cfr. 1 Co 15, 26-27),
algunos de entre sus discípulos peregrinan en la tierra; otros ya difuntos se
purifican; otros son ya glorificados contemplando "claramente al mismo Dios,
Trino y Uno, tal cual es"; mas todos, aunque en grados y formas distintas,
estamos unidos en el mismo amor de Dios y del prójimo y cantamos el mismo
himno de gloria a nuestro Dios. Porque todos los que son de Cristo, por tener su
Espíritu, se funden formando una sola Iglesia y en El se unen entre sí (Cfr. Ef 4,
16). La unión, pues, de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la
paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes al contrario, según la fe
perenne de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de bienes espirituales.
Por estar los bienaventurados más íntimamente unidos con Cristo, consolidan
más eficazmente a toda la Iglesia en santidad, ennoblecen el culto que Ella
misma da a Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más
dilatada edificación (Cfr. 1 Co 12, 12-27). Porque recibidos ya en la patria y
gozando de la presencia del Señor (Cfr. 2 Co 5, 8), por El, con El y en El no
cesan de interceder por nosotros ante el Padre... Su fraterna solicitud ayuda,
pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49).
104. San Agustín tiene en Las Confesiones (IX, 13) esta bella oración por su
madre, Santa Mónica: "Sanado ya mi corazón de aquella herida (la muerte de su
madre), derramo ante ti, Dios nuestro, otro género de lágrimas muy distintas por
aquella tu sierva: las que brotan del espíritu conmovido a vista de los peligros
que rodean a todo el que muere. Porque aun cuando mi madre, vivificada en
Cristo, vivió de tal modo que tu nombre es alabado por su fe y sus costumbres,
no me atrevo a decir que no saliese de su boca palabra alguna contra tus
mandamientos. Así, pues, dejando a un lado sus buenas acciones, por las que
te doy gracias, te pido ahora perdón por los pecados de mi madre. Oyeme por la
"Medicina" de nuestras heridas (Cristo), que pendió del leño de la cruz y sentado
ahora a tu diestra, intercede contigo por nosotros. Yo sé que ella obró
misericordia y que perdonó de corazón las ofensas a quienes le ofendieron;
perdónale tú sus deudas, si algunas contrajo durante tantos años después de
ser bautizada. Perdónala, Señor, perdónala. Descanse en paz, pues, con su
marido. E inspira, Señor y Dios mío, a cuantos leyeren estas cosas, que se
acuerden ante tu altar de Mónica, tu sierva, y de Patricio, en otro tiempo su
esposo, por cuya carne me introdujiste en esta vida. Acuérdense con piadoso
afecto de los que fueron mis padres en esta luz transitoria, mis hermanos ante ti,
Padre, en el seno de la madre Católica y mis conciudadanos en la Jerusalén
eterna, por la que suspira tu pueblo peregrinante."
OBJETIVO CATEQUÉTICO
• Que el preadolescente descubra, en medio de este mundo, los signos del Reino de Dios ya
presente y los viva como anticipación y garantía del mundo futuro.
113. Comienzos humildes... Sin embargo, con la misma certeza con que se
produce de la pequeña semilla de mostaza el gran arbusto y del pequeño trozo
de levadura la masa fermentada, el poder de Dios convertirá ese grupo
despreciable en el gran Pueblo de Dios, que reunirá a todos los pueblos. "El
Reino de los Cielos, dice Jesús, se parece a un grano de mostaza que uno
siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece
es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y
vienen los pájaros a anidar en sus ramas." (Mt 13, 31-32). "El Reino de los
Cielos, dice también, se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres
medidas de harina y basta para que todo fermente." (Mt 13, 33). En sus
comienzos, el Reino de Dios es semejante a un grano de mostraza, la más
pequeña magnitud que percibe el ojo humano, y es semejante a la levadura, un
trozo minúsculo que casi desaparece en la gran cantidad de harina. Sin
embargo, desde esos comienzos, es semilla destinada a crecer por encima de
todas las hortalizas y es levadura que fermenta toda la masa.
114. ¡Ahí está!, responde Jesús a los enviados de Juan el Bautista. Un grupo
despreciable puede lanzar gritos de júbilo. El Reino de Dios ha brotado en la
nada de su propia miseria. Un cortejo de pobres ha experimentado el poder de
Dios. Algo totalmente nuevo ha comenzado en su vida. "Los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan,
los pobres son evangelizados" (Lc 7, 22). Con estas palabras, Jesús proclama el
cumplimiento de todas las esperanzas, ilusiones y promesas, que habían sido
anunciadas por los profetas con abundantes y ricas imágenes.
117. "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la
primera tierra han pasado y el mar ya no existe" (Ap 21, 1). Esta visión del libro
del Apocalipsis describe la plenitud del Reino de Dios, que coincide con la
plenitud de la tierra y de la humanidad. El Reino de Dios es en favor de los
hombres. El mundo extraño y hostil, desfigurado por el pecado, ha
desaparecido. Era el primer cielo y la primera tierra. En el lenguaje simbólico del
Apocalipsis, el mar es la morada del mal. En la nueva creación el mal no tiene
sitio: la tristeza cesa, el sufrimiento tiene fin, la muerte ya no tiene poder, el
mundo pecador pasa: "Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni
luto, ni llanto, ni dolor. Porque lo de antes ha pasado. Y el que está sentado en
el trono dijo: Todo lo hago nuevo..." (Ap 21, 4-5).
121. Un mundo donde se reúnen los hijos de Dios en la casa del Padre. Vienen
de todo pueblo y nación, y se sientan a la mesa del Hijo del hombre. El les parte
el pan del tiempo de la salvación, les tiende la copa con el vino del mundo
nuevo. El pequeño grupo con que comenzó el Reino de Dios ha crecido
inmensamente, hasta congregar dentro de sí a todas las naciones de la tierra,
como se le prometió al patriarca Abraham (Gn 12, 3): "Después miré y había una
muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos
y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero. Vestidos con vestiduras
blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: la salvación es de
nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero" (Ap 7, 9-10).
123. Tal será la plenitud del Reino de Dios y la consumación del mundo y de la
humanidad. No conocemos fechas ni detalles. Como dice el Concilio Vaticano II,
"ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la
humanidad. Tampoco conocemos el modo cómo se transformará el universo. La
figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña
que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y
donde la alegría saciará los anhelos de paz que brotan del corazón humano"
(GS 39). Se trata de una plenitud que ni si-quiera podemos imaginar: "Ni el ojo
vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los
que le aman" (1 Co 2, 9).
Maranathá. Amén
124. Con razón, como dice San Pablo, "la creación, expectante, está
aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios... Porque sabemos que
hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no
sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos
en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de
nuestro cuerpo" (Rm 8, 19-23). El deseo anhelante de la nueva creación por
parte del creyente aparece también en este valioso testimonio de la Iglesia
primitiva: "Venga la gracia y pase este mundo, Hosanna al Dios de David. El que
sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que haga penitencia. Maranathá.
Amén" (Doctrina de los Doce Apóstoles). Con este mismo deseo finaliza el libro
del Apocalipsis: "Amén. Ven, Señor Jesús. La gracia del Señor Jesús esté con
todos" (Ap 22, 20-21).