Sabina Spielrein y Su Estudio Sobre Esquizofrenia

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En torno a Sabina Spielrein y su estudio sobre la esquizofrenia

Sabina Nicolaievna Spielrein naci en Rostov (Rusia), en 1885, en el seno de una familia juda acomodada y cosmopolita. Muri en 1941, en la misma ciudad, probablemente fusilada por soldados de la Wermacht. Desde la infancia padeci trastornos psicolgicos que se agravaron a los dieciocho aos. A los diecinueve, en 1904, ingres en la clnica Burghlzli de Zurich donde Bleuler ya haba sucedido en la direccin a Forel, siendo diagnosticada por Jung primero de demencia precoz y despus de histeria grave. Tras analizarse con Jung se traslad a Viena en 1910 para seguir su formacin con Freud. Desde entonces realiz una brillante carrera psicoanaltica, ejerciendo en Ginebra y posteriormente en Mosc. Sus tesis sobre la pulsin de destruccin inspiraron a Freud cuando se encontraba reflexionando acerca del Ms all del principio del placer. El presente trabajo de Sabina Spielrein pasa por ser uno de los primeros estudios psicoanalticos sobre las psicosis. Concebido como tesis de doctorado bajo la direccin de Eugen Bleurer, Sabina dio por concluida su investigacin a mediados de 1910, aunque no fue publicada hasta un ao ms tarde. En diciembre de ese mismo ao, 1910, Freud haba dado por finalizado su Schreber, en el que vena trabajando desde octubre. As se lo comunica a Jung, quien ejerce en ese momento de referencia y catalizador para ambos autores del mismo modo que Sabina ser ms tarde testigo privilegiado de la separacin de sus dos maestros. Al inters inicial que mostrara Jung desde 1907 por la psicologa de la demencia precoz, se sumarn pronto las investigaciones de Sabina, Bleuler y Freud, constituyendo los cuatro un foco comn que despej el camino del psicoanlisis hacia los temas de la locura. Sin duda, el artculo de nuestra autora comparte el principal mrito del mtodo psicoanaltico, el de atender a la psicosis por su voz. Tras el triunfo a lo largo del siglo XIX del determinismo natural en la explicacin de las enfermedades mentales, Freud nos devolvi a un territorio de exploracin donde el lenguaje constituye la estructura primera y ltima de la locura.

Desde ese punto de vista, Sabina Spilrein no se entretiene en divagar sobre la causa material de las psicosis sino que se dispone a escuchar a los esquizofrnicos y a analizar su discurso. Sin embargo, al margen de su acertada orientacin y a la bondad de sus intenciones, su escucha resulta muy parcial y su inters, hoy en da, acaba siendo ms importante desde el punto de vista histrico que desde el clnico. Pues su texto tiende a alumbrarnos ms sobre las dificultades y servidumbres iniciales del psicoanlisis que sobre la dinmica de la psicosis que apenas es sugerida. Desdichadamente, el ngulo de escucha de nuestra autora resulta bastante estrecho y su aportacin, a la vez que atrae por su novedad, seguro que en parte decepciona. Su herramienta es an corta y en exceso reductora. Muy vinculada a Jung, con quien durante el anlisis al aparecer haba mantenido una ambigua y quiz algo desbordada transferencia, su observacin se circunscribe a los complejos y a las asociaciones lingsticas, que lee con un ardor inagotable. Tan extremada se muestra en la diseccin del discurso, que desde ese punto de vista, por su exceso lingstico, recupera una inesperada actualidad, casi lacaniana, dado el inters por las analogas significantes y por arrastrar las palabras hasta su lmite. Sin embargo, de sus asociaciones no se desprende apenas nada, salvo la noticia de que bajo la aparente incoherencia de la enferma rige una lgica semntica a la que merece la pena prestar atencin. Pero, a la postre, parece ms interesada en demostrar la presencia en el discurso de la esquizofrnica de los temas psicoanalticos que de conocer el sentido ltimo del delirio. El genial equilibrio que Freud demuestra en su anlisis terico de Schreber, donde tanto vale la justificacin del psicoanlisis como el descubrimiento clnico, donde tanto defiende y enriquece su doctrina como explica las dificultades del psictico, se tuerce aqu a favor del extremo exclusivamente justificativo. No sera justo, sin embargo, limitar ms all de la cuenta el resultado de este artculo. El coraje de Sabina es indudable. Hacer frente a la incoherencia psictica, a la insolente esquizofasia que ha elegido para su investigacin, e intentar remitirla a un sentido articulado, es digno de todo elogio, y coloca a su artfice en ese lugar cimero de la clnica que haba pasado de contentarse con acumular observaciones de distintos pacientes para centrarse decididamente en los estudios monogrficos, en la intensidad biogrfica de cada enfermo: Eleg su caso porque la paciente, al tratarse de una mujer inteligente y cultivada, demuestra una enorme creatividad tras lo que, a primera vista, parece una confusa maraa de frases sin sentido alguno.

Con todo, el artculo suena a interpretacionismo desgajado y con poco criterio, sin que, a cambio de la abundancia, se expongan los motivos que sostienen la interpretacin del psictico, que no aparecen definidos en ningn momento. Como arrastrada por un efecto de contagio, la autora cae casi en la interpretacin tumultuosa de un delirio interpretativo. Poco sabemos en cambio del psictico mismo y de sus circunstancias, salvo algunos datos supuestamente traumticos que extrae de la historia clnica y que casi parecen irrelevantes ante el gratuito artificio de las significaciones. Sucede como si, poco a poco, la autora se fuera ahogando en su propio trabajo interpretativo que no acierta a contener. Cabe destacar, en cuanto al soporte terico de Sabina Spielrein, que el simbolismo junguiano est mucho ms presente que cualquier otra consideracin. Adems, el abordaje del delirio se realiza bajo el mismo modelo con que se analizan los sueos, buscando la similitud entre ambos procesos, como fue al uso de la primera generacin de psicoanalistas, incluido Freud. El delirio no se analiza, en el fondo, tanto como se traduce, intentando dotarle de otro significado a fuerza de cambiarle de escenario, trasladndole de las bambalinas manifiestas a las latentes. Pero es dudoso que el delirio admita ese procedimiento de traslacin sin quedar desvirtuado. El delirio no trata tanto de alimentar el valor especfico de un complejo cuanto de devolver como sea al lenguaje su capacidad de significacin, eso cuando no se contenta con recuperar la simple consistencia verbal, la misma que el automatismo ha roto desde el momento en que capitula el sujeto. Y para ese fin, la produccin del psictico no necesita que sus palabras signifiquen algo concreto, le basta con poder jugar con palabras que estn en posesin de una promesa de sentido. El ncleo de la realidad es el sentido, y necesariamente hay que recurrir a las palabras para recuperarla cuando se ha perdido, pese a que todo el proceso resulte chocante al ser empujado por una va secundara. El delirio se conforma con poderse presentar como un simple discurso, casi como un blablabla significante al cual lo que menos importa para la ocasin es que sea coherente o que tenga un determinado contenido. No es raro que lo ms urgente para el psictico sea rescatar palabras de donde sea y abandonarlas a s mismas, para ocultar de ese modo el silencio disparatado de la realidad que ha quedado desnuda. Surgen, por consiguiente, no de un complejo sino de un cortocircuito. Y aunque se muestren coaguladas, y se emitan en una frecuencia que nadie recibe, cumplen estrictamente con su funcin delirante, la de encontrar a cualquier precio un signo o una explicacin. Por este motivo, el esquizofrnico puede contentarse con cualquier sentido, sin necesidad de afianzar y arraigar tanto la significacin, esfuerzo que en cambio le puede resultar ms

perentorio al paranoico. Ambos recurren a las primeras funciones del espritu, el esquizofrnico polarizndose en el extremo del decir y el paranoico en el de fabular. Preso entre ambos polos, cada psictico encuentra el lugar que le corresponde, inclinndose a cada momento de su vida de uno u otro lado segn sus circunstancias y su capacidad. Se entiende, por lo tanto, que en esta tarea el complejo resulte irrelevante y el onanismo, el ms trado a cuenta en este caso, algo anecdtico ante los problemas ms perentorios del deseo y la palabra, que intentan como pueden constituirse precisamente como problemas, como testimonios neurticos. El psictico no es vctima de los complejos sino mrtir de no tenerlos. Por otra parte, es oportuno subrayar de nuevo que el artculo de Sabina es de filiacin junguiana antes que freudiana. Situada siempre entre estos dos colosos del psicoanlisis, uno mucho ms dudoso que el otro, en el fondo se decanta por quien al parecer debe hacerlo, por su psicoanalista, demostrando una vez ms que, casi siempre, las esclavitudes de la transferencia vencen a la libertad de saber. Al fin y al cabo, el trasfondo mitolgico y el pasado filogentico sostienen su investigacin, como se demuestra en las consideraciones finales cuando son explcitamente puestos de manifiesto. Cabe, por ltimo, aadir otra valoracin de carcter general. Me refiero a que todo el trabajo desprende ese molesto tufillo de sumisin y admiracin ciega que, emanado de la transferencia, impregna con frecuencia a la literatura psicoanaltica, en especial cuando los autores no logran hacerse independientes, como hasta entonces, 1910, era el caso de nuestra autora a pesar de su genio. En el dominio de las ciencias psicoanalticas, las lgicas influencias de maestro a discpulo que gobiernan el desarrollo personal de los cientficos en cualquier otra rama, adquieren a menudo servidumbres inesperadas y asignan identidades forzadas a los pupilos. Esta dependencia y casi sumisin, tan difcil de aflojar, testimonia como ningn otro factor acerca de los lmites del psicoanlisis, en especial sobre los relativos a su prctica.

Fernando Colina

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