Los Novios
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la forma, a manejar el barro con tal delicadeza, que cuando moldeaba, ms pareca que hiciera caricias. Era hijo nico, mas cierta inquietud nacida del alma lo iba separando da a da de sus padres, llevado por un dulce vrtigo. . . Haca tiempo que el murmullo del riachuelo lo extasiaba y su corazn tena palpitaciones desusadas; tambin el aroma a miel de abejas de la flor de pascua haba dado por embelesarlo y los suspiros acurrucados en su pecho brotaban en silencio, a ocultas, como aflora el desasosiego cuando se ha cometido una falta grave. . . A veces se posaba en sus labios una tonadita tristona, que l tarareaba quedo, tal si saboreara egostamente un manjar acre, pero gratsimo. Ese pjaro quiere tuna comento su padre cierto da, cuando sorprendi el canturreo. El muchacho lleno de vergenza no volvi a cantar; pero el padre Bachajn- se haba adueado del secreto de su hijo. Juan Lucas, indio tzeltal de
Ella tambin era de Bachajn; pequea, redondita y suave. Da con da, cuando iba por el agua al riachuleo, pasaba frente al portalillo de Juan Lucas. . . Ah un joven sentado ante una vasija de barro crudo, un cntaro redondo y botijn, al que nunca daban fin aquellas manos diestras e incansables. . . Sabe Dios cmo, una maanita chocaron dos miradas. No hubo ni chispa, ni llama, ni incendio despus de aquel tope, que apenas si pudo hacer palpitar las alas del petirrojo anidado entre las ramas del granjeno que creca en el solar. Sin embargo, desde entonces, ella acortaba sus pasos frente a la casa del alfarero y de ganchete arriesgaba una mirada de urgidas timideces. El, por su parte, suspenda un momento su labor, alzaba los ojos y abrazaba con ellos la silueta que se iba en pos del sendero, hasta perderse en el follaje que bordea el ro. Fue una tarde refulgente, cuando el padre Juan Lucas, indio tzaltal de Bachajn- hizo a un lado el torno en que moldeaba una pieza. . . Sigui con la suya la mirada de su muchacho, hasta llegar al sitio en que ste la haba clavado. . . Ella, el fin, el designio, al sentir sobre s los ojos penetrantes del viejo, qued petrificada en medio de la vereda. La cabeza cay sobre el pecho, ocultando el rubor que arda en sus mejillas. -Esa es? pregunt en seco el anciano a su hijo. -S respondi el muchacho, y escondi su desconcierto en la reanudacin de la tarea. El Prencipal , un indio viejo, venerable de aos e imponente de prestigios, escuch solcito la demanda de Juan Lucas:
-El hombre joven, como el viejo, necesitan la compaera, que para el uno es la flor perfumada y para el otro, bordn. . . Mi hijo ya ha puesto sus ojos en una. -Cumplamos la ley de Dios y dmosle goce al muchacho como t y yo, Juan Lucas, lo tuvimos un da. . . T dirs lo que se hace! -Quiero que pidas a la nia para mi hijo. -Ese es mi deber como Prencipal . . . Vamos, ya te sigo, Juan Lucas. Frente a la casa de la elegida, Juan Lucas, cargado con una fibra de chocolate, varios manojos de cigarrillos de hoja, un tercio de lea y otro de ocote , aguarda, en compaa del Prencipal de Bachajn que los moradores del jacal ocurran a la llamada que han hecho sobre la puerta. A poco, la etiqueta indgena todo lo satura: -Ave Mara Pursima del Refugio dice una voz que sale por entre las rendijas del jacal. -Sin pecado original concebida responde el Prencipal . La puertecilla se abre. Grue un perro. Una nube de humo atosigante recibe a los recin llegados que pasan al interior; llevan sus sombreros en la mano y caravanean a diestro y siniestro. Al fondo de la choza, la nia motivo del ceremonial acontecimiento echa tortillas. Su cara, enrojecida por el calor del fuego, disimula su turbacin a medias, porque est inquieta como trtola recin enjaulada; pero acaba por tranquilizarse frente al destino que de tan buena voluntad le estn aparejando los viejos. Cerca de la puerta el padre de ella, Mateo Bautista, mira impenetrable a los recin llegados. Bibiana Petra, su mujer, gorda y saludable, no esconde el gozo y seala a los visitantes dos piedras para que se sienten. -Sabes a lo que venimos? pregunta por formular el Prencipal . -No contesta descaradamente Mateo Bautista-. Pero de todas maneras mi pobre casa se mira alegre con la visita de ustedes. -pues bien, Mateo Bautista, aqu nuestro vecino y prjimo Juan Lucas pide a tu nia para que le caliente el tapexco a su hijo.
-no es mala la respuesta. . . pero yo quiero que mi buen prjimo Juan Lucas no se arrepienta algn diaa: mi muchachita es haragana, es terca y es tonta de su cabeza. . . Prietilla y chata, pues, no le debe nada a la hermosura. . . No se, la verdad, qu le han visto. . . -Yo tampoco tercia Juan Lucas- he tenido inteligencia para hacer a mi hijo digno de suerte buena. . . Es necio al querer cortar para el una florecita tan fresca y olorosa. Pero la verdad es que al pobre se le ha calentado la mollera y mi deber de padre es, pues. . . En un rincn de la casucha Bibiana Petra sonre ante el buen cariz que toman las cosas: habr boda, asi se lo indica con toda claridad a la vehemencia de los padres para desprestigiar a sus mutuos retoos. -Es que la decencia no deja a ustedes ver nada bueno en sus hijos. . . La juventud es noble cuando se le ha guiado con prudencia dice el Prencipal , recitando algo que ha repetido muchas veces en actos semejantes. La nia, echada sobre el metate, escucha; ella es la ficha gorda que se juega en aquel torneo de palabras y, sin embargo, no tiene derecho ni siquiera a mirar frente a frente a ninguno de los que en el intervienen. -Mira, vecino y buen prjimo agrega Juan Lucas-, acepta estos presentes que en prueba de buena fe yo te oferto. particulares. Y Mateo Bautista, con gran dignidad, remuele las frases se rigor en casos tan
-No es de buena crianza, prjimo, recibir regalos en casa cuando por primera vez nos son ofrecidos, tu lo sabes. . . Vayan con Dios. Los visitantes se ponen en pie. El dueo de la casa ha besado la mano del Prencipal y abrazado tiernamente a su vecino Juan Lucas. Los dos ltimos salen cargados con presentes que la exigente etiqueta tzeltal impidi aceptar al buen Mateo Bautista.