Heggen, F J - La Penitencia Acontecimiento de Salvacion
Heggen, F J - La Penitencia Acontecimiento de Salvacion
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ESTELA
F. J. HEGGEN
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LA PENITENCIA,
ACONTECIMIENTO DE SALVACIN
Tradujo J. Vericat sobre la 3." edicin del original holands Boeteviering en prvate biecht, publicado en 1966 por J. J. Romen & Zonen - Uitgevers de Roermond. Censor: Germn Mrtil. Imprmase: Mauro Rubio, obispo de Salamanca, 23 de enero de 1969. CONTENIDO
Introduccin
I'. CELEBRACIN DE LA PENITENCIA Y CONFESIN PRIVADA
11
1.
2. 3.
Administracin y recepcin del sacramento de la penitencia. Notas marginales sobre la forma tradicional La pecaminosidad humana y la conversin. Elementos esenciales La remisin litrgica y extralitrgica de los pecados. Valoracin y estructura
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II.
1. Nuestra postura ante el pecado 2. Vivir juntos cara al futuro 3. Disponibilidad para la Iglesia 4. Conversin a Cristo 5. Nuestra culpa personal y colectiva 6. Todo hombre tiene que comprometerse y guardarse de formalismos 7. Nuestro trato con el prjimo
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I
Celebracin de la penitencia y confesin privada
INTRODUCCIN
La reflexin sobre el sacramento de la penitencia ocupa un amplio espacio dentro del esfuerzo por la realizacin de una pastoral viva y una pastoral sacramental adaptada. Nuestra prctica habitual de la confesin se encuentra en un callejn sin salida y ello nos obliga a una reflexin ms profunda y a una discusin abierta en la que tambin los laicos tomen parte. En los ltimos aos han aparecido iniciativas diversas e importantes; la presente obra quiere aportar una reflexin ms. Damos comienzo con unas notas marginales a la prctica tradicional, que consideramos dependiente en gran parte de su tiempo. En el segundo captulo intentamos analizar ms de cerca los puntos centrales de la conversin a la que Cristo nos llama, y del pecado que l asumi sobre s. Reflexiones sobre la secularizacin de la tica y sobre la cuestin, derivada de la anterior, de una secularizacin del perdn, nos conducen finalmente a considerar la posibilidad de una celebracin de la penitencia realmente adaptada a nuestro tiempo. A las reflexiones teolgico-pastorales siguen algunos ejemplos de celebraciones de la penitencia, redactados por P. J. Mars, de Maastricht y por el autor. 11
Sabemos que algunas de las ideas aqu expuestas causarn sorpresa y asombro; pero esta obra ha nacido de la conviccin de la realidad de impotencia y pecado, de gracia y nuevas posibilidades y as quiere ser entendida por los sacerdotes y dems interesados. Helmut Blasche informa sobre otros esfuerzos similares y experiencias prcticas en la revista de pastoral Der Seelsorger {julio 1966): Confesin devocional u oficio pblico de la penitencia.
ADMINISTRACIN Y RECEPCIN DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Notas marginales sobre su forma tradicional
1.
ACE algn tiempo, A. Snoeck describa as la manera con que los cristianos sencillos y de buena voluntad hablan de su confesin: Maana es fiesta o el da del patrono del pueblo. A medioda comenzamos ya a pensar que tenemos que confesarnos o nos lo recuerda con cautela la esposa. Repartimos nuestro trabajo o nuestros quehaceres de manera que la iglesia nos caiga de camino. All nos ponemos en la fila de nuestro confesor. Nos santiguamos y reflexionamos sobre lo que vamos a decir: lo de siempre, tantas veces esto o lo otro, aunque en realidad no fue hecho con mala intencin. Rezamos un rato y hacemos un acto de contricin. Cuando nos llega el turno, declaramos nuestros pecados y escuchamos lo que se nos pone de penitencia y los 12 13
consejos del confesor, los ltimos a medias, pues de lo contrario olvidamos la penitencia. Mientras el sacerdote nos da la absolucin, rezamos de nuevo el acto de contricin. Nos retiramos del confesonario con mirada beatfica y un tanto aliviados, con la conciencia feliz de que Dios nos ha otorgado el perdn y de estar de nuevo en orden con nosotros mismos. Cumplimos nuestra penitencia, nos quedamos quizs un momento ms en la iglesia para orar, pues nos sentimos de nuevo seguros y con el corazn limpio y, si no somos escrupulosos, nos vamos alegres a casa '. Esta descripcin de Snoeck no tiene an diez aos y la prctica de confesin que nos presenta como ms o menos usual, nos resulta ya anacrnica y anticuada; una prctica que de ser la regla se ha convertido en excepcin. Diez aos es un tiempo largo para el rpido desarrollo por el que atravesamos. Quien relea peridicos o revistas de 1955, se asombrar de la diferencia entre los temas de discusin de entonces y los "actuales y de k distancia que sentimos respecto a esos tiempos. La costumbre de una comunin mensual precedida de confesin que se aconsejaba a los miembros de las diferentes organizaciones catlicas, ha desaparecido en casi todas las partes, Cada vez son ms los cristianos que van a misa y comulgan sin haberse confesado antes. Este desacoplamiento se ha reconocido general y casi imperceptiblemente en el espacio de muy pocos aos. Pero sobre todo parece haber pasado el tiempo en el que se aceptaba ms o menos sin problemas la confesin devocional frecuente. Hoy, derecho, la practican muy pocos. En este sentido las parroquias holandesas ofrecen un cuadro uniforme: han desaparecido las hileras de penitentes que todava en los aos de posguerra se forma1. A. SNOECK, Confesin y psicoanlisis. Madrid 1959.
ban delante del confesonario los sbados por la tarde. Algunos se confiesan an regularmente; pero entre ellos muy pocos son jvenes. Solamente por todos los santos, navidad y pascua sigue confesndose mucha gente. Quien durante estos das entre en nuestras iglesias, fcilmente puede llevarse la impresin de que en realidad la prctica del pueblo catlico ha cambiado muy poco durante los ltimos veinte aos. Se encontrar probablemente en un local iluminado de manera dbil e irregular, donde frente a cada uno de los confesonarios hacen cola un par de fieles. No percibir nada de una celebracin litrgica. Los creyentes presentes en la iglesia no forman una comunidad viviente, ni tampoco estn ligados por la declaracin de la culpa. Muchos entran, echan una mirada alrededor y se dirigen hacia donde espera menos gente o hacia donde la fila corre ms rpidamente. Todos cumplen el mismo rito; pero el contacto mutuo visible queda limitado a un saludo susurrado o a una ligera inclinacin de cabeza. Es problemtico saber cunto tiempo durar an la costumbre de la confesin privada en grandes masas, al menos ante las fiestas principales, pues a todas luces aumenta cada vez ms la crtica de la prctica tradicional de la confesin. Cada vez es mayor el nmero de sacerdotes que reconocen que la administracin y recepcin de este sacramento se encuentran en una situacin desafortunada. No es probable que la sensacin de malestar y de algo extrao que produce, desaparezca precisamente en los das en que acude a confesarse mucha gente; sino que, por el contrario, es en estos das cuando se manifiesta con ms intensidad lo insatisfactorio de nuestra prctica. Existe actualmente una serie de personas autnticamente religiosas y que viven la 15
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Iglesia y que sin embargo reciben este sacramento muy raras veces, apenas una vez al ao. Tienen la impresin, como dice Breemer: de que la confesin no encuadra con sus convicciones religiosas; que la madera del confesonario, por as decirlo, conoce el pecado de manera distinta a la vivencia que ellos tienen de sus pecados; que en el confesonario acontece algo a lo que ellos permanecen ajenos, mientras que por otra parte su culpa propia y reconocida no es en absoluto afectada ni encuentra una salida2. 2. Para que nuestra confesin sea salvfica...
Todo sacerdote que se siente regularmente en el confesonario llegar a la conclusin, si examina con seriedad la prctica existente, de que en el mbito de este sacramento existen toda una serie de situaciones malsanas. Con frecuencia la confesin tiene muy poco que ver con un acontecimiento realmente religioso realizado en una actitud de oracin y en relacin positiva con un humanismo completo y autntico. La preparacin a este sacramento consiste casi siempre en una especie de escudriamiento de la conciencia realizado con o sin la ayuda de un cuestionario de faltas. Pero indagando las veces que se ha hecho esto o aquello nadie aprende a conocerse a s mismo; para esto ha de plantearse ante todo la cuestin de qu significa en realidad, en su vida, lo que l califica de bueno o pecaminoso, por qu acta as y a dnde va con ello. No es fcil sondear nuestro corazn y palpar nuestro modo de ser;
2. Th. BREEMER, De betekenis van het sacrament der boete in de priestetlijke vroomheid: Tijdschrift v. Liturgie 47 (1963) 278.
pero es necesario para tener un conocimiento ms o menos fiel de la realidad de lo que de hecho somos. Por otra parte, es esta una empresa arriesgada que a veces, de improviso, nos acusa o nos absuelve. Nos acusa, cuando una accin exteriormente correcta es desenmascarada como pose, como hbil clculo. Nos absuelve, cuando el acto vergonzoso, el fracaso exterior es reconocido como lucha por la rectitud y el deber. Las apariencias engaan con frecuencia; a veces somos mejores, a veces peores de lo que dejan suponer nuestros actos. Irse a confesar quiere decir encontrar a Dios como Padre que nos comprende y nos acepta de nuevo y ms entraablemente, significa volver a la casa, es decir, natural comprensin, preocupacin y participacin. Cristo habla de la oveja que se ha extraviado, que est extenuada y sola. El la busca y la trae solcito a la luz y al calor. Por ello no debemos ocuparnos continuamente de nosotros mismos en la preparacin a este sacramento, ya sea censurndonos o alabndonos, pues en este caso alegamos demasiado una obra humana, cumplimos un deber externamente impuesto y olvidamos con ello que Dios es el primer actor. Tenemos que dejarnos encontrar, estar abiertos a la venida de Dios que nos quiere recoger de nuevo y con ms intimidad. La confesin debe realizarse orando, teniendo en cuenta la preocupacin, la bondad y la paciencia con que nos envuelve Dios a travs de los hombres, quienes nos muestran la faz de Cristo. La confesin se despacha con frecuencia de una manera rpida e impersonal. A veces por parte del penitente que queda atascado en una declaracin estereotipada y sin sentido, al que tampoco se estimula para que profundice, o que viene a confesarse preferentemente cuando sabe que hay gran afluencia. A veces es 17
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el sacerdote quien liquida lo ms rpidamente posible y con el pretexto de que tiene prisa o est cansado, reparte absolucin tras absolucin sin ningn contacto personal y sin posibilitar un abrirse sincero. El signo sagrado se reduce a lo ms externo: la oracin sacerdotal del perdn y la promesa de la gracia, en su frmula ms corta y pronunciada lo ms rpidamente posible, sin que el penitente pueda asimilarla. De esta manera se origina con frecuencia la falsa impresin de que una confesin frecuente tiene ms valor que una de tarde en tarde, pero sinceramente personal, en la que el anuncio de misericordia es experimentado por esta persona como un mensaje real para su existencia concreta. No es de extraar que muchos, que no saben expresar su mezquindad o que como solucin a su intento de hacerlo han adoptado una frmula ininteligible, no vayan ms a confesarse. Vale tambin para la confesin lo que el Concilio Vaticano I I dice acerca de la eucarista: La Iglesia, con solcito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraos y mudos espectadores, sino que, comprendindolo bien a travs de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la accin sagrada y sean instruidos con la palabra de Dios 3. Si tenemos presente nos llamar la atencin, el legalismo, lo irreal de Ya hace aos Brentjens lo que de hecho se confiesa, adems de la superficialidad y gran nmero de declaraciones. escriba:
en un momento de impulso emple palabras gruesas, un mozalbete confunde pensamientos deshonestos con un inters sano por el otro sexo, y el padre de una familia activa y vivaz de que una vez se enfad con su hijo 4 . En realidad, aqu no se ha confesado ningn pecado, sino reacciones normales y sanas. Qu madre autntica no tiene de continuo preocupaciones por su familia y qu padre normal lo soporta todo? Sin duda hay madres demasiado preocupadas y padres que se encolerizan fcilmente; en las exageraciones se incluyen debilidades y quizs reticencias. Nos damos cuenta exactamente de lo que hacemos cuando pedimos u otorgamos perdn por estos casos completamente normales, por realidades que n o podemos lamentar haber hecho y de las que con toda probabilidad no queremos prescindir en nuestra vida? Un sacramento no debe ser administrado slo as, pensando: de nada sirve, pero no perjudica. Precisamente porque es signo sagrado, slo debe emplearse all donde el hombre es digno y se encuentra en una situacin conveniente. Cuando una persona comienza a declarar como pecados reacciones normales y sanas, no slo la conciencia se deforma (an ms), sino que el cristianismo en general es vivido de una manera inhumana. Cuando lo espontneo y sano se confiesa y se acepta como pecaminoso, se insina inevitablemente que el ser cristiano aliena al hombre mismo. Las declaraciones continan siendo la mayor parte de las veces muy convencionales, sin que la predicacin o la conversacin personal estimulen a una reflexin ms profunda. Hay toda una serie de esferas que apenas 4. H. BRENTJENS, IS biechten altijd goed: G 3, 15 (1962) 359. 19
Los enfermos confiesan que el domingo no fueron a misa, algunas madres se acusan de distraerse en la oracin, el soldado dice que ha blasfemado, porque 3. Constitucin Sacro sane tum concilium, 48. 18
se tocan: el cumplimiento concienzudo de la profesin, la honradez en los negocios, la consideracin y cortesa con los vecinos, la comprensin de las diversas generaciones entre s, la autenticidad de la vivencia religiosa. Se confiesa sobre todo estereotipos, actos externos, mientras que los comportamientos realmente importantes no se examinan en la significacin que tienen para la vida, lo que se conseguira con una reflexin que considerase el corazn del hombre y el transfondo de sus actos. Compartimos la opinin de que el sacerdote debe tomar en serio la sinceridad del penitente. Preguntar s, pero no escudriar. Esto no significa que deba aceptar sin ms, como real, la declaracin tal cual se le d. El sacerdote tiene a su disposicin al penitente para formar su conciencia. Esto implica que debe intentar liberarle de su concepcin casustica del pecado y que a menudo tendr que prestar gran atencin a su declaracin, para apartar de la confesin lo que en este hombre no puede encontrar un verdadero arrepentimiento. Con frecuencia tendr que indicarle su responsabilidad respecto a otros sectores ms amplios de la vida. Tenernos que ser conscientes de que la tolerancia frente a las prcticas legalistas y mgicas desacredita mucho a la confesin, cuando precisamente podra ser muy valiosa en momentos decisivos de la vida. Quien llega a darse cuenta de lo irreal de muchas prcticas, aceptadas generalmente con demasiada facilidad, no acude ms a la confesin, incluso cuando descubre su culpa y busca la salvacin.
3.
Sin duda hay tambin cristianos que atribuyen a la confesin regular una gran importancia para su vida, no por un empeo impersonal de perseverar en una vieja costumbre, ni por una devocin inadaptada a la poca actual. Tendremos pronto ocasin de recordar algunas de las circunstancias que influyeron grandemente en que la confesin devocional frecuente fuera considerada como un fenmeno de ndole general. Primeramente queremos llamar la atencin sobre la extraordinaria diversidad de los verdaderos motivos que llevan a cada uno a la confesin privada. Es muy posible que la confesin cumpla una autntica funcin en las primeras aspiraciones del hombre a conformar cada vez ms su vida con un seguimiento personal .de Cristo. Para todos nosotros tiene validad lo que escribe Pablo a los cristianos de Roma: Con l hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte, para que como l resucit de entre los muertos por la gloria del Padre, as tambin nosotros vivamos una nueva vida (Rom 6, 4). Esto exige un plan permanente. El hombre ha de estar dispuesto a trabajarse a s mismo sinceramente y con cierta constancia, a fin de que su mentalidad, su actitud y tambin su accin exterior estn alimentadas cada vez ms por el amor, por un autntico empeo y por la apertura hacia el prjimo. Quien se confiesa con este anhelo, probablemente busca, sobre todo, una direccin personal, un juicio sobre su examen de conciencia y aliento en la incansable aspiracin de hacer de una
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solidaridad autntica el sentido central de su vida. Busca el anuncio explcito procedente de Dios, que le promete aliento, misericordia y salvacin para su vida. La confesin frecuente puede ser para muchos autntica y sana, pero no podemos fijar en abstracto qu frecuencia de confesin es en s la ptima, como an lo sigue haciendo la legislacin eclesistica para sacerdotes y religiosos. Es evidente que eso que es ptimo puede ser considerablemente distinto en unos y otros. El nmero significa aqu muy poco. Las condiciones de una frecuencia ptima para cada persona estarn en relacin directa con su capacidad de compromiso y de asimilar realmente esta frecuencia. Lo que es vlido para uno puede no tener sentido para otro que quizs vive a su lado. Personalmente tenemos la impresin de que, para que la confesin sea salvfica, sera de desear que tuviera lugar por ejemplo el trnsito a una determinada etapa de la vida, una experiencia nueva, un cambio de situacin de vida o al menos un acontecimiento; algo, en fin, que de una u otra manera nos sacuda realmente. Puede ser que alguien consiga una autntica conciencia de su falta personal a travs de este o aquel suceso, de una determinacin que ha tomado, etc.; que tenga el don de recibir el Espritu Santo a travs del encuentro con otros hombres y penetre el significado de su vida. Reflexiona y quiere borrar su culpa declarndosela a otro a quien l considera hombre de Dios y del que espera palabras de salvacin y de perdn. En este caso es conveniente una declaracin, porque es precisamente la manera ms inmediata y explcita con que puede pedir perdn quien es consciente de haber faltado en su proceder personal como miembro de la comunidad, ya que dicho proceder fue expresin de un modo de ser dirigido contra la comunidad. Te22
nemos que dirigirnos a donde nos sabemos culpables y formular all la splica de que se nos permita vivir en autntica unin con los dems. Algunos hombres, a causa de su situacin psicolgica, tienen necesidad de la declaracin en la confesin. Muchos se sienten solitarios y no encuentran a nadie a su alrededor que les escuche con tranquilidad e inters; es por tanto completamente normal que estos hombres quieran expansionarse y aligerar su corazn. De algunos anhelos y dificultades, objetivamente quizs sin importancia, nunca han conseguido desembarazarse ni incluso con el compaero de vida ni con el amigo. Para ello necesitan la discrecin y la semioscuridad del confesonario. Sobre todo aquel que durante toda su vida ha arrastrado consigo algn problema o abriga un nervioso malestar. Se trata, pues, ante todo, de expansionarse, de hablar un poco del alma, en una gran necesidad de contacto y apertura con un prjimo comprensivo. En la novela Las sandalias del pescador de M. West, anota Cirilo I en su diario la tarde de su coronacin papal: Tengo que preguntar a Rinaldi si conoce a un sacerdote comprensivo con el que pueda confesarme diariamente, no para recibir la absolucin y la gracia del sacramento, sino para limpieza de mi sobrecargado y abrumado espritu 5. Muchos van a confesarse con la misma premeditacin- Buscan experiencia, informacin y consejo en problemas difciles de la vida. Quizs no consigan, al menos por el momento, realizarse a s mismos o les pesa demasiado su responsabilidad. Quieren explayarse, espe5. M. WEST, Las sandalias del pescador. Santiago de Chile 1963, 102. 23
ran nimos y afirmacin para su tarea concreta, a fin de que puedan considerarla de nuevo como misin y vocacin. Con frecuencia oye el sacerdote en el confesonario autoacusaciones que tiene que evaluar como teidas de irrealidad y neurosis. Se puede objetar con razn que la situacin de la confesin no es apropiada para ayudar al hombre con perturbaciones psquicas, y que en este caso no es la remisin de los pecados lo que necesita, sino ms bien un tratamiento de enfermo 6 . El sacerdote est seguro igualmente en otros muchos casos de que es claramente y ante todo una situacin de apuro lo que el penitente le presenta. Su deber es entonces hacerse cargo de ese hombre enfermo y buscar con l una solucin, lo que en la prctica quiere decir muchas veces convencerle para que se someta a un tratamiento facultativo. 4. La situacin de la confesin exige una pastoral -personal
medida, en los que buscan contacto, ayuda o restablecimiento. Llama mucho la atencin la insistencia con que en los ltimos aos se afirma que tambin la confesin privada tiene que ser ante todo un acontecimiento religioso. La confesin no es un mudarse de ropa, ni un inventario lo ms completo posible, ni un ratito de charla, ni un tt--tt espiritual, ni tampoco direccin espiritual en primer trmino. Tales orientaciones desvalorizan el sacramento. El creer que la redencin se realiza esencialmente y de manera especial a travs de este sacramento, tiene que hacer de la prctica de la confesin una oracin de fe. El hombre ha de mantenerse abierto a la accin maravillosa de Dios. El papel del sacerdote en la realizacin del sacramento es de simple mediador 7. Estamos de acuerdo con lo esencial de esta afirmacin: la declaracin no debe parecer un catalogar los actos en buenos y malos (como si, por otra parte, esto fuera posible). El hombre debe sondear su corazn y medir cuidadosamente su actitud y postura, para poder darse cuenta en qu grado el hecho de no dar la medida significa que est descuidando su orientacin hacia el amor. La conversacin entre el sacerdote y el penitente no debe ser algo abstracto. Ambos tienen la tarea de comprometerse para llegar juntos, en apertura hacia Dios, a una clara visin de su propia misin vital- El perdn que se pronuncia en nombre de Jesucristo para
7. De Pastoree Adviesraad te Amsterdam. Gedachten over de prediking van het sacramcnt van boetvaardigneid. Hilversum 1963, 19. Comp. ms adelante W. BEKKERS, Barmhartigheid en biecht. St. Michielsgestel 1963, 12.
Pudiera parecer que al entrar ms de cerca en el significado prctico que la confesin regular puede tener para el hombre, nos hayamos desviado de nuestro tema principal: el solitario busca contacto, el sobrecargado en la vida pide ayuda, el perturbado interiormente desea katharsis, el enfermo espera restablecimiento, el perdido necesita direccin, el consciente de su culpa busca perdn. Con ello no queremos afirmar que los deseos mencionados y que juegan un papel en la confesin, no tengan, objetivamente visto, nada que ver unos con otros. Un fondo de autntica conciencia de culpa puede subyacer y jugar tambin un papel, en mayor o menor
6. A. SNOECK, O, C, 65.
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la comunidad tiene que constituir, tambin para la experiencia humana, el punto culminante de todo el acontecimiento. Esto supuesto, insistimos expresamente en que para la confesin tiene que practicarse una autntica pastoral. Hace poco Roscam Abbing, entre los protestantes, explicaba esto claramente: La preocupacin de la Iglesia con un hombre que viene a confesar sus pecados tiene que ser profunda y amplia y no debe limitarse a la distribucin de la absolucin, sino que debe incluir un esfuerzo pastoral intenso. Una prctica de la confesin en la que el penitente nombra nicamente sus pecados y el confesor a lo sumo hace preguntas a fin de conocer otros pecados y poder medir el arrepentimiento, para dar despus la absolucin, nos parece irresponsable incluso desde el punto de vista pastoral solamente. Son precisamente los penitentes los qu ms necesidad tienen de un gran cuidado pastoral8. El sacerdote tiene al menos que darse cuenta en cierto modo de la razn por la que esta persona viene a confesarse. Tiene que barruntar qu papel espera ese cristiano que l juegue en aquel momento. No para hacerle sin ms, sino para conectar con l y emplearle como punto de partida para una continuacin ulterior. Esto implica que la administracin de la confesin no puede hacerse de manera precipitada. La acumulacin de tantas confesiones en algunos das del ao (todos los santos, navidad, y pascua) es sumamente desfavorable, porque se presta a una vivencia impersonal y mgica de este sacramento. En estos das de gran afluencia es pre8. P. ROSCAM, Abbing, Biecht en absolutie. Den Haag 1958,
cisamente cuando podran hacerse celebraciones de la penitencia bien realizadas litrgicamente. Y puesto que la mayor parte de las veces no hay oportunidad para la declaracin individual, se pondr el acento en la declaracin general de la culpa y en el anuncio de la gracia. Cuando el sacerdote se limita a dar consejos formulados en general y a pronunciar la absolucin, mientras el penitente reza el acto de contricin, como ocurre casi siempre, se mecaniza demasiado el signo del perdn de la culpa y apenas es posible una adhesin personal. No se realiza un anuncio vital y experimental de la salvacin, cuando se responde a la declaracin del penitente ensartando las palabras soledad, perdn, mezquindad, culpa etc., en una frmula quizs muy expresiva en s, pero fra y annima para esa persona. Precisamente porque la tarea del sacerdote es de mediador, se ha de sentir obligado a una pastoral real; en su actitud y en su actuacin tienen que tomar forma la misericordia y la bondad del mismo Dios. Llamamos a Jesucristo Enmannel, Dios con nosotros; en el amor de Cristo, en su preocupacin activa por los hombres se muestra el amor de Dios de forma visible entre nosotros, de manera que en l el mundo se llena de su misericordia. El amor de Cristo es, de este modo, sacramento del amor salvico de Dios en sentido pleno, es decir, que Dios realiza dicho amor salvfico en forma humana 9. Lo que fue vlido para la vida de Jess en su trato con los hombres, ha de ser vlido tambin para su 9. C. ANDERSON, Genade in menselijkheid: Kerygma 6 (1963) 3, 10. 27
12-13. 26
Iglesia. Ella est unida a l, es decir, est llamada a realizar la verdad y la libertad en el mundo como portadora y testigo de la buena nueva; est obligada a dar forma al amor de Dios hacia los hombres en la realidad histrica y experimental. Slo si hace esto es fiel a su Seor, en quien se mostraron la bondad y el amor divino del Padre 10- Solamente as contina su obra y aporta al hombre su salvacin. Cuando administra un sacramento, signo de la bondad de Dios y de la presencia de Cristo, tiene que hacer de la administracin misma una manifestacin viva y elocuente de preocupacin y bondad. Los sacramentos de la Iglesia son, como dice Schillebeeckx, la faz de la redencin que se nos vuelve a presentar de manera que en ellos podamos encontrar al Cristo viviente n . Esto es una realidad, pero tambin una misin. El sacerdote, pues, no debe conformarse con la pronunciacin de la frmula. Tiene que ser consciente de que las obras y la ordenacin por s solas, no le habilitan para otorgar el perdn en nombre de Dios. Y esto tendr que aprenderlo siempre de nuevo en la conciencia de la propia culpabilidad y de la bondad sin lmites de Dios. En su actitud, en su entrega a los hombres tiene que dar forma a esta oracin, de manera que se puede experimentar realmente el perdn. De este modo imita a Jess. Su palabra de perdn ser respaldada por toda su persona vuelta hacia el pecador. La misericordia de Dios se har transparente en l de una manera veraz, de tal modo que quien ha recibido de l remisin, vuelva a casa realmente consolado.
10. Tit y, 4. 11. E. SCHILLEBEECKX, Sacrament, en Theologisch Woordenboek, J. Roeimond 1958, 4502.
5.
Vamos a dar un paso ms, con el fin de penetrar con ms profundidad en la problemtica propia de la confesin. Hemos sealado primeramente las dificultades en que con mucha frecuencia ha cado la vivencia y la administracin de la confesin- Hemos apuntado a continuacin la pluralidad de motivaciones que pueden subyacer al deseo de confesarse y concluamos abogando por una autntica pastoral de la administracin de este sacramento. Intentaremos ahora plantear algunas cuestiones acerca del lugar que la confesin puede ocupar en la vida de los cristianos de hoy y acerca de la orma en que puede ser vivida n. No centraremos nuestro inters en la restauracin de la antigua prctica, sino en la meditacin de esta cuestin: puede este sacramento estar lleno de gracia y aportar la salvacin experimentable incluso humanamente? Cmo? La exigencia de salvacin existe hoy lo mismo que en pocas anteriores. Todo hombre sano experimenta que est llamado a la comunidad con otros hombres. Sabe el bien que representa la comprensin y bondad con que los hombres se presentan ante l. Recuerda la paz y alegra que pudo sentir abrindose y haciendo al otro su prjimo. Pero sabe tambin que falla continuamente, que a pesar de su buena voluntad hiere a los dems; no les da lo que en realidad necesitan. Incluso hay ocasiones en que de hecho no puede socorrer a los seres ms queridos. Todo padre conoce das en los que experimenta claramente su impotencia para prestar apoyo a sus hijos.
12. Para las cuestiones referentes a la confesin de los nios remitimos al lector a nuestro libro: Intocht der kinderen. Roermond 1964. 29
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Quien haya amado de verdad a otra persona, sabe cuan cortas son las horas de autntica apertura y qu frecuentemente sigue cada uno sus propios caminos. Somos sostn mutuo, pero tambin carga. Nos herimos mutuamente con culpabilidad no slo evitable, sino tambin inevitable. Nadie puede vivir sin mancharse las manos, sin conocer la soledad y la alienacin. En el fondo, esto significa que ninguno de nosotros puede vivir sin anhelo de gracia, de bondad y perdn por la fragilidad que llevamos con nosotros como destino inevitable y que intentamos vencer viviendo realmente para los dems, siendo bondadosos y leales, pero que agudizamos cuando hacemos de nosotros mismos el centro de la existencia y utilizamos a los dems en provecho propio. 6. La prctica del sacramento de la penitencia en las generaciones anteriores: continuidad y cambio
La historia de la administracin eclesial del perdn es larga y variada. No tiene mucha importancia el que el confesonario, que hoy no falta en ninguna iglesia, sea de fecha bastante reciente. Aparece por primera vez en el siglo xvi y se va generalizando paulatinamente con ocasin del concilio de Trento y con la aparicin del ritual romano. Ms importancia tiene el que ms adelante se pusiera en prctica la llamada confesin devocional, es decir, la declaracin sacramental frecuente de los pecados diarios. La Iglesia antigua no la conoca. En los escritos apostlicos y posapostlicos se encuentran muy pocas observaciones sobre la prctica de la confesin, por lo cual no podemos hacernos una idea clara de su forma real. A nuestro parecer, ya en la escritura neo30
testamentaria se descubren algunas bases: todo pecado exige penitencia, pero ningn pecado es imperdonable (Sant 1, 21; 5, 19; 2 Pe 3, 9; 1 Jn 2, 1 s). La oracin, las obras de misericordia y la intercesin de la comunidad realizan la remisin de los pecados (1 Jn 5, 14 s; Sant 5, 14 s). En los pecados graves, y ciertamente en los que han motivado escndalo, el que preside la comunidad ha de proceder a una reprimenda y eventualmente a la expulsin del crculo de los santos (1 Cor 5, 3 s; 2 Cor 2, 5, 11; 12, 21; Sant 1, 21; 5, 19; 2 Pe 3, 9 entre otros). A partir del siglo n i conservamos numerosos testimonios de la penitencia eclesial. Hasta hoy no existe acuerdo de cmo estas fuentes han de ser interpretadas y valoradas en su comparacin mutua. En diversas publicaciones continan an las discusiones acerca de si, por ejemplo, todos los pecados podan ser perdonados por la penitencia eclesial, qu clase de pecados tenan que someterse a dicha penitencia, cmo tena lugar la declaracin, si ante el ministro solamente o ante toda la comunidad en determinadas regiones y para determinados pecados, etc. A partir del si^do iv principalmente, la prctica de la penitencia se somete a reglas ms concretas y de un alcance ms amplio. Como norma general estaba en vigor el que una persona slo era admitida una vez en la vida a la penitencia. Se rechazaba la repeticin, en parte basndose en la reflexin de Agustn de que un remedio empleado con frecuencia pierde su fuerza, y en parte basndose en la doctrina de Ambrosio y muchos otros segn la cual el penitente est definitivamente marcado por el segundo bautismo, como una clase de cristiano con menores derechos. Es el segundo salvavidas despus del naufragio del pecado. La confesin de los nios era un fenmeno totalmente 31
desconocido. Algunas asambleas eclesiales recomendaban explcitamente que jams se permitiera a los jvenes la penitencia eclesial, incluso aunque hubieran cometido faltas graves y estuvieran gravemente enfermos. Pues incluso despus de la reconciliacin y de la readmisin en la Iglesia, el antiguo penitente segua sometido a graves obligaciones que le aislaban del mundo. No poda ejercer toda una serie de oficios, se le prohiba para siempre la vida conyugal, etc. La Iglesia antigua prohiba la penitencia pblica a los sacerdotes y candidatos al sacerdocio, a quienes las actuales normas eclesisticas prescriben una confesin muy frecuente. En la baja edad media, los monjes anglosajones propagan otra forma de penitencia en la parte occidental del continente europeo. Esta nueva prctica se diferenciaba de la anterior en que poda recibirse con ms frecuencia y por todos los creyentes, incluso los clrigos, y en que suprima la condicin pblica de la penitencia con sus obligaciones permanentes. Para ella bastaba la intervencin de un solo sacerdote a quien se declaraban los pecados y que representaba a la comunidad de los creyentes. Poco tiempo despus se comenz a pronunciar el perdn y la reconciliacin inmediatamente despus de la declaracin de los pecados, es decir, sin esperar a que se cumpliera la penitencia impuesta ". Podemos observar a travs de los siglos un cambio claro en la valoracin que se asignaba a la esencia del
13. No podemos dar aqu una visin detallada de la historia de la penitencia eclesial. Remitimos al lector interesado a: P. ANCIATJX, Le sacrement de la pnitence. Louvain 1957; J. KELLY, Eary cbrstian doctrines. London 1958; B. POSCHMANN, Poenitentia secunda. Bonn 1940; Busse und letzte Olung, en Handbuch der Vogmengescbkhte, 4. Freiburg 1951; Th. VAN EUPEN, De prakiijk van de boete in de middeleeutven: Tijdschrift v. Theologie 2 (1962) 351-376; 3 (1963) 12-44; C. VOGEL, El
sacramento. En el primer estadio de la confesin confidencial se pona el acento en el desagravio. La obra meritoria de la penitencia se consideraba como el elemento propio del perdn. Especialmente en los libros penitenciales antiguos se sealaba a menudo la idea de que un hombre poda estar tanto ms firmemente convencido del perdn de sus pecados y de la readmisin en la Iglesia, cuanto ms difciles fuesen los ejercicios de penitencia 14. En un segundo perodo, la declaracin de los pecados pasa a ser el elemento ms importante de la remisin. Se convierte en la mayor obra de penitencia que una persona puede ejecutar, y ello por la vergenza y humillacin que hacen la declaracin tanto ms penosa cuanto ms detalles personales se den. Es probablemente en este tiempo siglos xi y xn cuando se comienza a propagar la confesin de los pecados (veniales) diarios. En la Iglesia antigua y de la baja edad media, se tena por necesaria la confesin eclesial de los pecados mortales o de determinadas culpas muy graves y se enseaba que las faltas menores podan ser perdonadas por ejercicios privados de penitencia limosnas, ayunos y oraciones. Solamente cuando la declaracin misma se convierte en obra de penitencia, es cuando se pone en prctica una especie de confesin devocional. Con frecuencia dicha confesin no se haca anpecado y la penitencia, en Pastoral del pecado. Estella 1966, 209-239. 14. Este punto se puede continuar en: H. SCHMITZ, Die Bussbcher und die BussdiscipUn in der Kirche. Graz 1958. Esta obra ofrece una visin completa sobre los antiguos libri poenitentiales; el libro procede del ao 1883 y no siempre es suficientemente crtico. The Irish Penitentials de L. BIELER es la publicacin ms reciente y en nuestra opinin muy buena. (Dubln 1963). Se encuentra asimismo mucho material en las citadas obras de Poschmann.
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te un sacerdote, sino ante un no-ministro: un laico. La declaracin era lo que se consideraba como lo ms importante y se tena por ms o menos secundaria la calificacin de la persona a la que se haca, aun cuando la potestad de absolucin permaneci siempre reservada al obispo y a los sacerdotes. En un tercer perodo comenz a verse en el arrepentimiento el elemento ms importante. Dios mira sobre todo al corazn, a la intencin del hombre. El arrepentimiento le lleva a declarar humilde y sinceramente al sacerdote la culpa de la que tiene conciencia y a cumplir fielmente la obra de penitencia impuesta. En los tiempos en que se daba a la penitencia una importancia decisiva, comenz tambin a plantearse la cuestin de cmo haba de ser esa penitencia, con qu profundidad deba calar en el corazn del hombre para que le alcanzara el perdn en nombre de Dios. No obstante, la Iglesia vivi doce o trece siglos sin una conciencia clara de esta distincin, distincin que les pareca tan importante a las generaciones posteriores que ya en la escuela se la enseaban a sus hijos. 7. Cambio y conservacin de lo bueno, es decir, para que lo bueno pueda siempre renovarse en el presente
muestra claramente que los sacramentos no fueron prescritos por el Seor en sus formas actuales, tan diferentes unas de otras. Cristo vive en su Iglesia. El don y al mismo tiempo la misin de esta consiste en actualizar en el mundo el amor de Dios, manifestado en Jess de manera insuperable. Dios necesita a los hombres. La accin salvfica de Dios necesita la cooperacin del hombre. Dios no es ninguna fuerza mgica, sino un misterio de la palabra y del amor... La presencia redentora de Dios se realiza a travs de la mediacin de los hombres reales que estn en la historia; en la antigua alianza se realizaba a travs de Israel con sus hombres de Dios...; cuando lleg la plenitud de los tiempos a travs de Jesucristo, la palabra hecha hombre y despus de la resurreccin, a travs de la Iglesia, el nuevo Israel de Dios ,6. Esta Iglesia se basa en Cristo; es la comunidad de aquellos que son convocados por su Espritu a un solo cuerpo y a un solo amor- Todo lo que posee se lo debe a l, todo lo que en ella vive es don de su Espritu. Por ello se sabe dependiente de su Seor de una manera especial en la celebracin de los sacramentos, en los que ella quiere asir la vida del hombre, bendecirla y acogerla en el empeo del amor de Cristo. Pero la Iglesia, como casa espiritual edificada con piedras vivas (1 Pe 2, 5), no est jams terminada. De generacin en generacin se va construyendo de nuevo en fidelidad a la tradicin, del mismo modo que la humanidad tampoco llega jams a su meta final, sino que tiene que asumir siempre de nuevo su ser hombre 17.
16. A. DONDEYNE, De praktische verhouding tussen ambtsdrager en leek: Tijdschrift v. Theologie 2 (1962) 248. 17. Ibid., 250.
Todos estos cambios, tanto de la forma externa como de la apreciacin interna, muestran claramente que el sacramento de la penitencia es algo vivo e implantado en una historia en continuo cambio y renovacin. El concilio de Trento hace constar que todos los sacramentos del Nuevo Testamento fueron establecidos por Cristo y que en consecuencia la Iglesia no est autorizada a cambiar su ncleo esencial15. Pero la historia nos 15. Cf. D. 844. 34
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Al entrar y participar en la historia de la humanidad, la Iglesia est sometida al proceso de cambio y renovacin que ha de realizar ininterrumpidamente. Tiene que estar sometida a dicho proceso, si quiere ser esposa fiel del Seor y signo visible de la presencia de Dios entre los hombres. Lo que vale para la Iglesia, vale tambin para sus sacramentos. La historia cambiante de stos nos convence de que pueden y deben tener un nuevo futuro, como han tenido un largo y hasta hace poco casi desconocido pasado. Los cambios que este sacramento ha experimentado al correr de la historia son tan profundos y radicales, que muchos telogos, de acuerdo con su concepcin de la invariabilidad de los sacramentos, los hubieran tenido por imposibles, si la realidad no les hubiera obligado a clasificarlos como cambios accidentales. No podemos ahora, basndonos en nuestros conocimientos, establecer a priori para el futuro qu cambios de forma sern posibles y cules no. Tampoco la historia puede damos una explicacin sobre ello. No tiene una importancia decisiva el que la Iglesia antigua y medieval haya conocido o no la celebracin litrgica de la penitencia con o sin confesin privada. Pecaramos de un horizontalismo primitivo y confundiramos la historicidad de la verdad, si buscramos respuestas concretas para las cuestiones concretas actuales en una tradicin que no estuvo confrontada con esta problemtica y cuya sensibilidad religiosa se diferencia claramente de la nuestra 18 . Si creemos en la presencia del Espritu de Cristo en su Iglesia, tenemos tambin que tener en cuenta que no podemos ni concretar, ni prever la accin del Espritu.
18. Cf. P. VAN DEN BAAR, Historiciteit van de waarheid in de kerk: Documentatie Jcugdzielzog 1 (1965) 96-98.
El nos deja espacio libre, para que en l busquemos nuevas formas, en las que salvacin y misericordia puedan convertirse en realidad para la generacin actual. 8. Circunstancias que motivaron la confesin devocional frecuente
Solamente con dar un paso atrs en la historia, nos encontramos ya en un tiempo en el que la confesin privada frecuente era aceptada sin problemas y cultivada fielmente. A pesar de que la distancia en aos entre este perodo y el nuestro no es grande, se puede comprobar una diferencia clara en el ambiente- Sin pretender ser exhaustivos, queremos hacer referencia a algunos de los factores que hasta hace poco tiempo existieron, casi sin interrupcin, tanto en la predicacin como en la vida religiosa de los catlicos y que favorecieron la confesin devocional frecuente. Ello puede ser til para formarse un juicio equilibrado de las dificultades que hoy de hecho existen en este terreno. La fuerza del sacramento y el empeo personal del hombre Hoy da es generalmente rechazada por los telogos toda concepcin que site al sacramento como un medio externo de salvacin, como un sucedneo del cambio personal de manera de ser. En teora todo el mundo sabe que ningn pecado puede ser perdonado con la absolucin, si el hombre mismo no se aparta interiormente de l con un autntico arrepentimiento. No obstante, de hecho se da con frecuencia la impresin de que el sacramento ofrece posibilidades de progreso
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con fuerzas disminuidas..., como una especie de sistema por el cual, en contraposicin con la distribucin extrasacramental de la gracia, se pueden adquirir gracias ms abundantes con menor fidelidad religiosa 19. En la formulacin del concilio de Trento se dice que el sacramento confiere la gracia a quien no opone impedimento. Schillebeeckx tiene razn al reconocer que esta formulacin negativa (uno est tentado a decir este intento pasivo de explicacin) debe ser entendida de manera positiva: el no poner ningn impedimento a la gracia significa para un adulto un empeo religioso personal positivo 20. De hecho, la terminologa empleada sugera a muchos cristianos la idea de que el sacramento posea una manera automtica de obrar. En el catecismo holands de 1948 se deca a los nios lo siguiente: Para una buena confesin basta una contricin imperfecta. Por la contricin perfecta alcanzamos el perdn de los pecados mortales fuera tambin de la confesin21. E n una elaboracin ms precisa de esta doctrina, es posible, sin duda, explicar que el sacramento de ningn modo puede ser un sucedneo respecto a u n cambio personal. Sin embargo, cuando se leen los argumentos de los telogos sobre esta materia, cae uno rpidamente en 19. E. SCHILLEBEECKX, Cristo, sacramento del encuentro con Dios. Dinor, San Sebastin 1965, 151. 20. O. c. 21. As es la respuesta a las preguntas 308 y 309.
u n aire teolgico tan sutil, que muchos no pueden seguir respirando en l. En general se pone en claro con bastante deficiencia, cmo, sobre todo psicolgicamente visto, una contricin imperfecta con y en el sacramento puede alcanzar la dimensin profunda de una contricin perfecta. El fruto del sacramento de la confesin es el riego de la gracia salvfica y a travs de ello la cancelacin de los pecados; de este modo el riego de la gracia salvfica transforma la contricin imperfecta en perfecta... El fruto, por tanto, del sacramento de la confesin consiste en que la contricin imperfecta se convierte en contricin perfecta y en que por medio de esto los pecados son cancelados 22 . No sera mejor acabar con estas discusiones y explicaciones en torno a la contricin perfecta e imperfecta? El acento se habra de poner en la necesidad de una sincera contricin, es decir, una contricin de carcter no egocntrico. Es completamente normal que el cambio interior de un hombre progrese de manera vacilante y con lentitud. De un sentimiento orientado preponderantemente hacia el yo, ir pasando poco a poco a un conocimiento de que ha descuidado o confundido su tarea en la comunidad de los hombres. Mientras domine la orientacin al yo y no se contradiga el fondo de la culpa, no existe una posibilidad de recuperacin o profundizacin de la decisin vital y n o puede tener lugar un restablecimiento en el amor. Se puede poner en marcha su desarrollo o activarlo e interiorizarlo por medio de la bondad y apertura de corazn con que nos trata 22. P. Se H o ONENBERG, Het volmaakt en onvolmaakt beroutu. Jaarboek Werkgenootschap katholieke theologen in Nederland 1952. Hilversum 1952, 132. 39
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el otro, y por tanto en ltimo trmino Dios. La remisin se hace posible, en definitiva, porque nuestro prjimo nos confa de nuevo y con ms insistencia una misin en la Iglesia y en el mundo, y nosotros la aceptamos con alegra. La importancia de la declaracin en el perdn de los pecados y la tarea del sacerdote frente al penitente A parte de la doctrina tradicional de la contricin perfecta e imperfecta, -y sobre todo de cmo ha sido entendida, segn la cual la fuerza atribuida a la contricin efecta el perdn dentro y fuera del sacramento, la confesin frecuente fue tambin estimulada por una determinada valoracin de la declaracin y de la misin del sacerdote respecto a la declaracin y a la confesin misma. Nos hemos referido ya a la concepcin que aparece en la edad media, segn la cual la remisin de los pecados llega a ser ms completa y ms general en la medida que aumenta la vergenza, lo cual puede conseguirse declarando los pecados si es posible a mucha gente y hacindolo lo ms frecuente y exacto posible. En un libro holands muy moderado: Onderwijs der feugd in de christeleyke godvruchtigheyd, publicado en 1655, se dice sobre la declaracin y su integridad: Tiene que servir para proporcionar (al sacerdote) un conocimiento ms completo de tu conciencia, con lo cual podr dirigirte mejor y darte consejos de acuerdo con tus necesidades. Y finalmente tiene que servir para que merezcas de Dios gracias abundan40
tes para tu conversin completa, que tanto ms te otorgar, cuanto ms empequeecido te vea ante l... 23 . Aqu la declaracin misma es el medio ms importante de alcanzar la remisin de los pecados. De este modo, pues, se considera completamente normal el que el sacerdote haga preguntas muy concretas al penitente. Est, se dice, en su funcin de juez para dictar sentencia y tiene por tanto que estar en condiciones de enjuiciar. En una reciente publicacin alemana se sostiene an: La confesin es un juicio (el tribunal de la penitencia), juicio de Dios y al mismo tiempo auto-juicio. El juez es el mismo Cristo, el sacerdote es slo su instrumento, su representante. Yo soy el acusado y al mismo tiempo mi propio acusador24. Durante siglos la confesin fue en primer trmino instrumento de direccin y tambin de control. En ella se poda blindar al hombre contra el influjo de la Reforma, se le poda proteger de la influencia de contactos perniciosos. Hoy, naturalmente, tenemos que enjuiciar esta prctica partiendo del tiempo en que se origin y en el que era aceptada. La sociedad de antao era ms primitiva que la nuestra; el sacerdote, desde el punto de vista social, estaba ms cualificado que hoy para tareas de direccin. Se viva en un orden menos democrtico y haba probablemente mayor necesidad de directivas concretas que en las generaciones posteriores. Los grandes
23. 24. G. GOBINET, Onderivijs der jeugd. Antwerpen 1772, 94. G. HOPFENBECK, Mannerbeicbte. Augsburg 9 1963, 47.
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manuales de teologa moral insistan generalmente en que se tuviera mesura y discrecin en el interrogatorio. No obstante, no es de extraar que en nuestra sociedad se rechace esta prctica cada vez con ms fuerza. Se presenta con frecuencia al sacerdote como juez y al penitente como hombre empequeecido que, bajo el temor de una sentencia severa, tiene que descubrir al sacerdote sectores importantes de su vida ntima. El hombre moderno se resigna a esto cada vez con ms dificultad. Una concepcin del pecado predominantemente casustica y unilateralmente sobrenaturalista Un tercer grupo de factores que favorecieron la confesin frecuente est relacionado con el concepto y la comprensin del pecado. Hablaremos en los prximos captulos de la secularizacin de la conciencia del pecado y de la gradacin de la culpa personal, aspectos muy importantes a nuestro parecer para apreciar la confesinCon frecuencia se sostiene sin rodeos la opinin de que la confesin frecuente es necesaria para llevar una vida responsable. Onderwijs de Jeugd dice as: Podrs vivir algn tiempo sin caer en pecado mortal; pero sin la confesin frecuente, no sers capaz de evitar cantidad de otros pecados que, al multiplicarse y al no darles importancia, conducen al pecado mortal. Sin la confesin frecuente te enredars en muchas malas costumbres que no tomars en serio y que en muchas ocasiones peligrosas degeneran en pecado. De ellas no podrs protegerte, si no has sido prevenido. Slo podrs estar inmunizado ante ellas, si descubres con frecuencia tu conciencia a un con42
fesor comprensivo, que te lo indicar y te prevendr para que huyas. Es, pues, imposible vivir largo tiempo sin caer ante las muchas tentaciones, en especial contra la castidad. Yo creo firmemente que es imposible que puedas resistir, si no te confiesas con frecuencia. Haz lo que quieras, pero caers con seguridad, si no empleas con regularidad este remedio. La experiencia te lo confirmar25. Esta cita es representativa de toda una poca. En ella se pone claramente de manifiesto lo indispensable de una direccin muy concreta a travs del sacerdote. En tiempos anteriores se daba una gran importancia a la limpieza de conciencia como condicin para la recepcin de la eucarista. Es cierto que la tradicin catlica rechaz la concepcin jansenista segn la cual la eucarista es pan de los ngeles y slo puede ser gustado por quienes hayan alcanzado una superacin definitiva de sus pasiones pecaminosas y un grado real de perfeccin. Sin embargo algunos perodos de la historia de la Iglesia muestran claramente rasgos rigorsticos en lo que a este punto se refiere. Durante generaciones fue costumbre el que al menos el cristiano secular no fuera a comulgar sin haberse confesado la vspera. Se aceptaba, en general, el que un solo momento en la vida del hombre poda decidir su eternidad. Cuntos an hoy preguntan angustiados al sacerdote si tal o cul accin es o no pecado mortal! Muchos consideran an la vida como una lista de actos sueltos, entre los que se encuentran diversos pecados mortales, que ms tarde nos ser presentada como una cuenta. En esta lista figura el infierno como castigo para estos pecados mor25. C. GOBINET o. c, 97-98.
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considerar desligados de la persona y de su orientacin M. Si escuchamos a una persona que ha sido educada en el miedo, comprenderemos un tanto lo intimidados que muchos cristianos han estado ante el Dios del amor. Con frecuencia se ha predicado ms la clera de Dios, que su amor y su presencia bienhechora. Al menos en la prctica de la educacin moral, se ha acentuado fuertemente la voluntad de Dios como fuente y fundamento de lo bueno y lo malo. Decamos: mentir es malo, puesto que Dios lo prohibe. Aparte de la inexactitud de esta concepcin, que se preocupa muy poco de comprender el por qu de nuestro deber moral, esto trae como consecuencia el que fcilmente el hombre se considerase culpable directamente y casi exclusivamente frente a Dios y propendiera a buscar el perdn directamente con l y su representante. Se aconsejaba a los creyentes hacer un acto de contricin por las noches y participar en el confteor de la misa; pero se dejaba demasiado de lado la realidad de que el mentir es una vileza frente al otro y que la retractacin de la mentira exige un retorno al otro. Dnde se daba el perdn a un hombre que haba ofendido a su mujer? Se experimentaba en el abrazo de dos seres que se encontraban de nuevo mutuamente o se crea que tena que ser experimentado en la frmula de la absolucin sacerdotal?
26. C. ANDERSON, Wat is nu eigenlijk doodzonde?: De Ba-
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el testimonio de los evangelios, Juan el bautista predicaba un bautismo de conversin para la remisin de los pecados. Marcos informa as de la primera aparicin de Jess en Galilea:
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cumplido es el tiempo y el reino de Dios est cercano; arrepentios y creed en el evangelio (Me 1, 15). Pedro termina su sermn de pentecosts a los habitantes de Jerusaln con esta llamada: Arrepentios y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisin de vuestros pecados (Hech 2, 28). Quien lea la Escritura, percibir la llamada al recogimiento, al cambio de vida y a seguir a Cristo. A nadie se excepta. Se rechaza todo farisesmo. El relato
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del fariseo y el publicano es iniciado con esta observacin: Dijo tambin esta parbola a algunos que confiaban mucho en s mismos tenindose por justos y despreciaban a los dems (Le 18, 9). E n el Nuevo Testamento se rompe el antiguo esquema judaico de redencin; ya no es vlida una concepcin jurdica y cuantitativa de los pecados, que puede llevar al hombre a creerse fundamentalmente justo. E * todo cuanto hacemos y somos, estamos afectados por la limitacin y la pecaminosidad. Segn los escribas, los hombres se podan dividir en dos grupos: los justos, que se justifican a s mismos por la observancia de la ley, y los pecadores que contravienen dicha ley. En la predicacin de Juan y de Jess, la llamada a la conversin se dirige a cada hombre, a cada uno de nosotros'. Tenemos que estar dispuestos a ponernos bajo el anuncio de la Escritura y aceptarla como correctivo de nuestra tendencia espontnea a la disculpa. E n los ltimos tiempos hemos adquirido u n conocimiento ms exacto de la manera y los motivos humanos de comportarse. Comenzamos a comprender que, bajo actos externamente destructivos y bajo comportamientos negativos, puede esconderse miedo, reacciones involuntarias y perturbaciones internas. Si agudizamos la mirada en la inextrincable conexin entre responsabilidad colectiva y responsabilidad personal, iremos poco a poco comprendiendo que la colectividad en su conjunto, por tanto todos nosotros sin excepcin, somos en gran parte corresponsales (si no personalmente, s colectivamente) 1. Tara la generalidad de la llamada a la coaversin cf. sobre todo Mt 3, 1-12; Le 3, 1-18. 46
de todas las injusticias y de todos los crmenes y delitos que se cometen entre nosotros 2 . Toda persona que tiene una postura crtica ante su existencia, sabe que comete faltas. Hiere a otros o les abandona en su soledad. Se encuentra a veces impotente e incapaz de remediar la necesidad del otro. Sabe que si dedica aqu su atencin, tiene que abandonar all a un hombre a quien ama y que exige con derecho su ayuda. Estas experiencias, justas en principio, nos llevan a veces a perder de vista la realidad de la culpa y de la insuficiencia reconocida. La Escritura se vuelve contra esta tentacin. Esto lo descubre el cristianismo. El hombre decide en todo, incluso en su actitud intelectual. El intelectualismo griego era demasiado feliz, demasiado ingenuo, demasiado esttico, demasiado irnico, demasiado espiritual demasiado pecaminoso para comprender que una persona, con ciencia y voluntad, poda dejar de hacer el bien o poda hacer el mal en conocimiento del bien. Ningn hombre puede determinar de s mismo y por s mismo lo que es pecado, precisamente porque l est en el pecado. Todo hablar de pecado es en el fondo una paliacin pecaminosa. Por ello, el cristianismo comienza con algo distinto, a saber: que se necesita la revelacin divina para que el hombre vea lo que es pecado 3 . La Iglesia en su anuncio, que tiene que ser esencialmente evangelio, buena nueva, para el hombre a quien ahora habla, tiene tambin que amonestar y animar a 2. C. TRIMBOS, Misdaad zonder straf? Utrecht 1962, 6. 3. J. WETERMAN, Macht en onmacht van de zonde naar het getuigenis van het N. T.; Dux 28 (1961) 202.
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un nuevo impulso y a un compromiso ms radical con el prjimo. Segn el Nuevo Testamento, el cristiano es un hombre que si permanece consecuente no peca ms. Ha recibido justificacin, es un ser espiritual, su cuerpo es templo del Espritu Santo que vive en l y a quien ha recibido dal Seor 4 . Pero la Biblia cuenta con la posibilidad de que el cristiano caiga en pecado. A pesar de que al decidirse por Cristo est fundamentalmente liberado del pecado, no est libre de que ste sea posible; de aqu el requerimiento, repetido continuamente, a vivir fiel a la vocacin 3. Por la simple decisin, el hombre no est an acabado, tiene que ir creciendo en la plenitud de Cristo e ir realizando en su vida una conversin cada vez ms profunda. La Iglesia antigua era consciente de que la vida est amenazada de egosmo y comodidad. Por ello habla de la puerta estrecha y de la cizaa que crece en el campo 6. Pero a pesar de que estas advertencias son perfectamente claras, no tenemos la impresin de que el Nuevo Testamento tuviera por normal y corriente el que los cristianos vivieran separados de su Seor. Aunque Pablo conoce falsos apstoles y falsos pastores 7 , no trata a la mayora de los cristianos como a hombres que viven en el pecado. Lo que parece que ocurre con ms frecuencia son faltas que no excluyen del reino de los cielos, ni matan el espritu, aunque ciertamente afligen8. De la predicacin de Jess tal como nos la transmite la Iglesia apostlica, deducimos que en realidad el hombre es ms bien dbil que pecador,
4. 5. 6. 7. Cf. Rom 12, 9; 13, 10; 14, 15; 1 Cor 8, 1; 2 Cor 6, 6. Cf. Rom 6, 3; 6, 6; 8, 12-13; 8, 24; Gal 5, 24. Mt 7, 13-14; 13, 36-43. 2 Cor 11, 13-15; 11, 26; Gal 2, 4.
carece de salvacin ms bien que la rechaza. Cristo slo acusa a aquellos que se ufanan de su propia excelencia. De todo esto no podemos concluir precipitadamente que segn la Escritura el hombre bueno-dbil jams cae en pecados graves. No tendra sentido esperar de la Escritura una explicacin clara de los grados del pecado. Quien est un poco familiarizado con el pensamiento bblico sabe que el pecado no se concibe en ella psicolgicamente, sino ante todo existencialmente. La Biblia describe el impasse humano, en el que, dentro de la generalidad del pecado, vive la humanidad entera y cada hombre, hasta tanto no se encuentre con la vida de Jess. Ser cristiano exige una aspiracin continua a la meta, orientar nuestra vida conforme a las bienaventuranzas del sermn de la montaa y a las parbolas del reino, como ideal nunca alcanzado, pero al que siempre se ha de aspirar. Pero el cristiano que aspira a esto, en la fuerza y con el modelo de Cristo, debe saber tambin que el amor de Dios permanece en l y que el corazn de Dios es mayor y ms amplio de lo que los hombres pueden concebir en palabras. En ninguna parte del anuncio del Seor encontramos la idea de que la ruptura del amor puede sorprender al hombre de repente, de que un instante es decisivo para la vida eterna, como equivocadamente se dice con frecuencia en la predicacin. Aqu, en las circunstancias humanas y en las estructuras limitadas en que nos encontramos, un solo acontecimiento puede tener consecuencias irrevocables para nuestro futuro entre los hombres. Pero el corazn de Dios es ms amplio y su ojo ms penetrante y por ello ms clemente. 49
8. E 4, 30. 48
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| tica trascendencia, sino que nuestra relacin con i Dios es una nueva vida en el existir-para-el-otro, en la participacin en el ser de Jess 9. Conversin significa en primer lugar no estar atado por la propia necesidad, por el miedo y la inseguridad, sino dejarnos llevar por el camino por el que el Seor nos precedi, de manera que el acontecimiento mesinico se realice en nosotros y seamos realmente la mano con que Dios atiende a su creacin. A los discpulos de Juan el bautista, que le preguntaban si era l en realidad el que haba de venir, el Dios-con-nosotros, Cristo responde de este modo: Id y referid a Juan lo que habis odo y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados (Mt 11, 4-5). Donde vive un hombre como Jess, reconocer la necesidad e intentar estar con los dems. Todo aquel que ha pasado soledad y oscuridad, sabe qu gracia es el encontrar un hombre que escuche y ya con ello nos d nueva luz; un hombre que no condene, sino que comprende y nos acompaa a continuar el camino. Visto de este modo, redencin es, en primer lugar, lo que se nos depara en el encuentro con el hombre que es para nosotros lo que Cristo fue para sus prjimos: tom sobre s nuestras enfermedades y carg con nuestros dolores (Is 53, 4).
Veremos ms claro cunto nos concierne a cada uno de nosotros la llamada bblica a la conversin, si consideramos el contenido propio de este concepto. No se refiere solamente a una correccin de uno u otro punto de nuestra existencia, sino que exige la aceptacin, actuante en nuestra existencia, de u n mensaje nuevo y definitivo, anunciado en la palabra y en la actitud de Jess de Nazaret. Somos convocados a la fe en el Padre de Jess y al amor hacia nuestros prjimos. Esto no es una evidencia y menos an la obra de un solo da. Para nosotros es ms bien evidente el que los dems nos reporten intereses, el que nos ayuden, el que sean indulgentes cuando nos critican. Una fe viva y un amor actuante slo pueden devenir la orientacin central de la que el hombre vive, de una manera paulatina y en un proceso de crecimiento trabajoso y con frecuencia doloroso. Ya hace aos, Bonhoeffer caracteriz la vida y obra de Jess como la existencia-para-el-otro, como la existencia pro-existente: Encuentro con Jess; experiencia en la que se da una inversin de todo el ser humano, en el hecho de que Jess est-ah-para-los-otros. El estar-ah para-los-otros de Jess es una experiencia trascendental. De la libertad de s mismo, del estar-ah-para los-otros hasta la muerte, se origina la omnipotencia, la omnisciencia y la omnipresencia. Fe es participar en este ser de Jess: encarnacin, cruz, resurreccin. Nuestra relacin con Dios no es una relacin;! religiosa con un ser lo ms alto, lo ms poderoso] y lo mejor que se pueda pensar, esto no es una autn-; 50
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La palabra conversin, segn nuestra apreciacin espontnea, tiene primordialmente el significado de arrepentirse y hacer penitencia. De lo antedicho se ha puesto en claro que esta interpretacin no es bblica. Con esta palabra se da a entender en la Biblia la conversin interior, el cambio de mentalidad que afecta a la actuacin humana en su totalidad. Con el sinnimo hebreo para esta expresin se indica, segn la preposicin empleada, tanto el apartamiento del mal, como el acercamiento a Yav. La primera llamada de Cristo de la que habla la Escritura no son por tanto como un hacer penitencia en saco y ceniza. Para el auditorio arameo debi tener ante todo un sonido de buena nueva, de evangelio: ha comenzado ya el tiempo de salvacin, el tiempo de la vuelta a casa. Pero slo puede aceptar este mensaje, quien ha experimentado la caducidad de su propia existencia, la impotencia para la pureza, la continua necesidad que l mismo tiene de perdn. Quien hace alarde de presuntos mritos y est totalmente pagado de s mismo, se cierra, a causa de ello, al mensaje de Cristo. Slo puede convertirse, quien experimenta que jams estar en su casa en tanto que permanezca solo. Slo pueden comprender la invitacin a la conversin como un evangelio, aquellos que son pobres de espritu y esperan la salvacin y la paz no de s mismos, sino de los dems hombres y en ellos de otro: de Cristo. Las parbolas del fariseo y el publicano, el hijo prdigo y de los trabajadores en la via, preteaden denunciar todo engreimiento y presuncin 10. 10. Le 18, 10-14; 15, 11-32; Mt 20, 1-16. 52
Convertirse, por tanto, no lleva internamente ningn carcter negativo- Somos llamados a la comunidad, a la unin de unos con otros, a la comunidad con Dios en Jess. Pero esa llamada lleva consigo inevitablemente dolor y esfuerzo. Decir s a lo que Dios espera de nosotros, orientarse cada vez ms hacia los otros en la medida de Cristo, es una obra de duracin eterna. Solidaridad, sin embargo, no significa renuncia sin ms. Kwant ha formulado esto muy bien: Naturalmente, para existir en solidaridad tenemos que abandonar la existencia aislada; tenemos que esforzarnos por existir en los intereses comunitarios y mantener abiertos al otro nuestros intereses particulares. No nos abrimos a otro hombre, si no le abrimos nuestro crculo de intereses. Hay, pues, un egosmo que tenemos que superar para existir en solidaridad. Bajo este punto de vista podramos hablar de prdida de s mismo; pero dicha prdida es abundantemente compensada por la realidad de que en la solidaridad nos volvemos a encontrar a nosotros mismos de un modo nuevo. En la solidaridad devenimos nosotros mismos. Ella es, en ltimo trmino, sentido, autorealizacin y vivencia de los valores; pero no renuncia. Recibimos tanto cuanto damos, pues no solamente el otro se realiza en la solidaridad, sino tambin nosotros mismos. La relacin sexual es un ejemplo claro de esto. Los cnyuges estn el uno para el otro; pero ambos logran la realizacin de su existencia. Egosmo y altruismo no pueden separarse aqu enteramente, ambos coinciden en una unidad superior u .
v.
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4.
5.
Cada una de las decisiones de la vida tienen que ser asumidas de nuevo
La llamada a la conversin se dirige a todos los hombres sin excepcin; pero se diferencia segn la calidad y el tono y segn la persona a quien se dirige. En la sagrada Escritura vemos esto con claridad. En el Antiguo Testamento, conversin es un suceso menos radical para Jess Sirach, que para Jeremas. En Jeremas se trataba del todo o el nada, se luchaba por la conversacin de la fe en Yav; en Jess Sirach (Eclesistico) se sobreentenda la fe, pero dentro del mbito del reconocimiento a Yav quedaba espacio para deslices y aberraciones de vez en cuando referente a las costumbres n. En la predicacin de los apstoles observamos lo mismo. En general, dan por supuesto que la conversin para los paganos significa un suceso ms radical que para los judos, quienes ya poseen el conocimiento del verdadero Dios. Ante los judos conversos, Pablo carga el acento en la gracia de Dios que todo lo puede y les pone de relieve que por la ley nadie se justifica ante Dios (Gal 3, 11). Incita a los griegos a dejar la falsa sabidura del mundo que es necedad ante Dios (1 Cor 3, 19) y a creer en el Cristo crucificado, porque la locura de Dios es ms sabia que los hombres y la flaqueza de Dios ms poderosa que los hombres (1 Cor 1, 25). Es evidente que tambin hoy da en nuestro mundo existen semejantes diferencias en la conversin. No todos estamos en el mismo sitio, ni experimentamos la misma tentacin. 12. A.
1963, 28.
HULSBOSCH,
La primera conversin tiene lugar en el bautismo. Bautizarse significa escoger una vida como la que Cristo llev: en la fe, en el seguimiento al Padre, en el estar con el prjimo y a su disposicin diaria. Nuestra misin es llevar una vida consecuente con esto. La peculiaridad de nuestra existencia humana implica el que nunca podamos expresarnos en un solo acto radical y definitivo. Esto slo podra ocurrir en un acto intuitivo completo, en el que se condensara toda nuestra vida. Pero como existentes en la dimensin de espacio y tiempo, slo podemos ir creciendo hacia una unidad ms amplia. Tenemos que elegir siempre de nuevo nuestra ms profunda orientacin de vida, que jams se consolida en costumbre. Siempre podemos desviarnos por otro camino. Por ello nuestra personalidad se va unificando y concentrando en un plan de vida al servicio de los dems, solamente de una manera paulatina n . No es esto lo que experimenta cada hombre? No hay nada que podamos hacer de una vez para siempre, pues en realidad no nos damos nunca totalmente, sino de manera parcial y en pequeas partes. No podemos hacer otra cosa. Hoy nos sentimos generosos, maana nos retraemos con frialdad, para volver a esforzarnos, das despus, por un empeo pleno. Esta es la realidad de las relaciones entre los hombres, de la relacin de amor entre hombre y mujer y de la realizacin de nuestro ser cristianos. Continuamente nos ponemos en dis13. J. WALGRAVE, Standpunten en stromingen in hedendaagse moraaltheologie: Tijdschrif v. Theologie 1 (1961) 60.
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posicin de vivir para el otro, de ver en nuestra profesin una misin, de considerar de una manera especial a nuestro cnyuge, como esa persona que se nos encomienda para preocuparnos de ella y hacerla feliz. Pero tambin continuamente vamos decayendo, utilizamos al otro para hacer lo que queremos y para convertirnos en el punto central del mundo. Nuestra vida ondea arriba y abajo en u n mar continuo. Probablemente no estamos en condiciones de decir si en los ltimos dos o tres aos hemos alcanzado una altura de la que nunca hemos descendido. Hay puntos culminantes, pero tambin perodos de rutina; tiempos de otoo y tiempos de primavera se suceden mutuamente; pero su sucesin no puede marcarse con una lnea que se prolonga ininterrumpidamente hacia adelante. Solamente acontecimientos y pocas en todo su contexto dicen algo sobre el hombre, porque en su conjunto nos muestran el amor de que este hombre fue capaz en cualquier momento de la historia de su vida. El hombre no es el mismo en cada momento, ni tiene la oportunidad de darse de continuo enteramente, lo que por otra parte tampoco es necesario. Establecemos un falso ideal de vida, si exigimos del hombre que sea continuamente autntico consigo mismo M. Somos de la opinin, en vista de esta realidad, de que debemos repetir y ratificar de nuevo la decisin del bautismo en nuestra vida. N o tanto porque el hombre ha cado de una altura que una vez alcanz, cuanto para que pueda continuar con nuevo empuje el viaje que conduce por valles y colinas y que ha de llevar finalmente a la nueva Jerusaln, de la que est escrito: 14. C. VAN OUWERKERK, Christelijke levensgeschiedenis ais lenade; Kerygma 4 (1963) 8. 56
El tabernculo de Dios entre los hombres. Y erigir su tabernculo entre ellos y ellos sern su pueblo y el mismo Dios ser con ellos y enjugar las lgrimas de sus ojos y la muerte no existir ms, ni habr duelo, ni gritos, ni trabajo; porque todo esto ya ha pasado (Apoc 21, 3-4). Con vistas a este peregrinaje del hombre, existe u n deseo del segundo bautismo, como la Iglesia antigua llamaba al sacramento de la penitencia. E n los prximos captulos hablaremos de la forma en que debe tener lugar- Por el momento queremos slo hacer constar este deseo. Tenemos que admitir nuestra carencia de radicalidad y confesar de nuevo explcitamente nuestra dependencia de los dems y en ello al mismo tiempo del otro: Dios. En el reconocimiento de la limitacin del aburguesamiento de nuestra vida, se nos puede dar de nuevo el perdn y la posibilidad de salvacin y de amor renovado.
6.
de
Hacerse cristiano significa decir s a una vida como la que Jess llev, comprometerse por l y por el evangelio y ello dentro de la propia profesin y de las posibilidades que cada uno tenga en la vida. La conversin de que habla la Biblia no encierra primordialmente el querer liberarse de esta o aquella carencia tica. E n este caso, la preocupacin por la auto-perfeccin, por la propia integridad y felicidad, pasara fcilmente a primer plano. 57
Sera una obra de la que se esperara, s, la paga del cielo y el dominio de s mismo; pero tambin la aprobacin de la gente 15. El cristiano no debe ser el hombre que se preocupa angustiado de su propia salvacin o que fait son salut. Si se deja asir por el Seor hasta la mdula de su personalidad, experimentar que el aceptar el reino de Dios significa, en sentido riguroso, querer lo que Dios quiere respecto al mundo y sus estructuras. Con la venida de Cristo se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios se ha acercado; en esta venida, Dios est con nosotros. La ciudad de Dios, de que habla el Apocalipsis, descender realmente de la altura como un regalo de Dios; pero al mismo tiempo ser el resultado de nuestra actividad humana. Se nos ha confiado el mundo, acerca del cual dice Pablo: El continuo anhelar de las criaturas ansia la manifestacin de los hijos de Dios (Rom 8, 19). Tenemos que trabajar para que el mundo devenga habitable para todos, mitigando en la medida de lo posible la enfermedad, el sufrimiento e incluso la muerte y viviendo en libertad y comunidad crecientes. Isaas evoc as este nuevo mundo: Construirn casas y las habitarn, plantarn vias y comern su fruto. No trabajarn en vano, ni parirn para una muerte prematura (65, 21-23). Esta visin se convierte en realidad, all donde vivimos unos para otros y donde consideramos a las ciencias profanas, economa y tcnica, como medios para profundizar ms y dominar mejor, tanto a nosotros mis15. A. BERTRANGS, Metanoia ais grondbeginsel vsn bet christelijk leven: Tijdschrift v. Liturgie 44 (1960) 263.
mos, como al mundo, de manera que se implante en todas partes un humanismo integral. En su aplicarse al mundo, el hombre tiene que tener presente que la evolucin de la humanidad no es una ascensin uniforme, sino ms bien un luchar. Precisamente como cristiano que experimenta lo real que puede ser la tentacin de una actitud utilitaria, sabe el hombre que, como individuo y como grupo, puede abusar del poder que se le ha prestado para llevar al mundo a una comunidad de amor. No es una necesidad de la naturaleza el que cada siglo tenga que anotarse un adelanto del humanismo. La venida real del reino de Dios, la ascensin de la humanidad a un nuevo cielo y una nueva tierra, pueden ser deformados por nuestra libertad en la mentira, el egosmo y el odio. Por ello no puede haber para la humanidad una seguridad definitiva de que se realiza la salvacin, fuera de la promesa de Dios de que su gracia supera los pecados. Si Dios no realizara su plan de salvacin triunfalmente, incluso contra el poder de nuestra maldad, la gran corriente de la evolucin se sumira con el hombre en un desierto de conflicto, tirana y orgullo l. 7. La tica del Nuevo Testamento es una tica intencional
Muchos consideran la confesin como una especie de reformatorio que ha de ayudarles a superar determinadas debilidades y pecados. As entienden el pasaje del acto de contricin donde prometen mejorar su vida y no volver a pecar. Si la confesin no obra
16. P. SMULDERS, Het cbristelijk evolutionisme van Teilhard de Chardin: N. K. Stemmen 59 (1963) 157.
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despus como esperaban, reaccionan malhumoradamente. Hemos visto cmo la Escritura piensa de distinta manera acerca de la confesin. Segn ella, a un acto de pecaminosidad no tiene que corresponder un contra-acto de arrepentimiento y penitencia. La Biblia pone el acento en otra parte. Si investigamos cmo se describe el pecado en el evangelio, veremos que el pecado de los judos incrdulos era ste: la negativa voluntaria y orgullosa de reconocer a Jess como mesas. Si hubieran estado ciegos como otros hombres pecadores, no tendran pecado, pues Jess ha venido al mundo precisamente para curar la ceguera (Jn 9). Pero porque los jefes judos se atrevieron a ver, su pecado permanece (Jn 9, 41). Parece ser, pues, que aqu nos topamos con la esencia del pecado, que encontraremos ms claramente en aquellos contra los que Jess se vuelve con ms dureza. El Nuevo Testamento habla con frecuencia del pecado como incredulidad. Esto es en esencia lo mismo que no dejarse amar. Incredulidad es no confiarse a aquel que se manifiesta (en Jess). En ello hay orgullo y afn de autonoma. Incredulidad significa tambin rebelin, sublevacin contra quien se manifiesta como seor de mi vida v . Por la actitud de Jess, por su manera de reaccionar, vemos que los pecados aislados se desvanecen ante el pecado fundamental. Decimos incluso que la experiencia de la propia impotencia y pecaminosidad, de la necesidad del otro y de su amor, engendra una disposicin favorable para la recepcin del mensaje de CristoLos pecados aislados pueden tener un significado do17. J. WETERMAM, O. C, 204.
ble: si el hombre los experimenta como tales, pueden provocar el echar de menos al otro o pueden ser el signo de una decisin definitiva contra Cristo. Lo que nos sale al paso en la Escritura, lo encontramos de nuevo en nuestra propia vida. Entre dos acciones externamente idnticas, puede haber una enorme diferencia de significado. Expresamos en parte esto de una manera espontnea en las diferentes palabras que empleamos. Matar y asesinar no es lo mismo, es algo completamente distinto, aun cuando no es necesario que esta diferencia se vea en la accin externa que ejecuta el hecho. No siempre que no se dice la verdad es mentira. Un beso puede ser expresin de simpata o de amor y puede tambin ser la seal del traidor. Sin pretender dar nuestro parecer sobre la conducta matrimonial, podemos decir que todo mtodo concreto de regulacin de la natalidad puede ser usado por egosmo y miopa, pero puede serlo tambin por una autntica preocupacin por la familia y por el cnyuge. Tampoco aqu hay un mtodo que sea bueno o malo sin ms. La misma operacin externa de la extirpacin de un rion sano, en un caso puede ser una mutilacin intil y en otro (en el de un trasplante) un acto extraordinario de amor y de solidaridad. Al menos en la prctica del enjuiciamiento moral, se piensa demasiado poco en esto. El medir la cosa que aqu sucedi, efectuando la comprobacin con una objetividad fotogrfica, tuvo y tiene fuerte primaca sobre las preguntas: con qu est ocupado en realidad este hombre? qu significa lo que hace? qu significado tiene ello en su vida, de la que pasado y futuro forman parte esencial? qu significa para los dems; es algo constructivo o destructivo de la comunidad? 61
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Continuamente hemos de tener presente que nuestra accin humana es intersubjetiva. N o la podemos fraccionar en trozos, para observar luego cada uno en s, abstrayndole con ello de la intencin viva de la persona actuante 1 8 . Un hombre puede caer en la tentacin y apropiarse algo indebidamente, o puede tambin tener una actitud de infidelidad en las cosas fundamentales. Todos tenemos das en los que el trabajo no nos sale, nos distraemos o dejamos que pase el tiempo. Esta experiencia la tiene tambin aquel que de ordinario se consagra a la tarea que tiene y la cumple con seriedad y por ello se diferencia de un chapuzas o de un vago. Nuestras acciones no son algo que se puede medir o pesar objetivamente. Es cierto que hay en ellas un aspecto objetivo, que repercute en la gradacin general de la pecaminosidad. Pero nuestras acciones son ante todo personales. Y no se trata de opiniones subjetivas aadidas, es la propiedad primera y ms esencial de nuestros actos. Dichos actos solamente reciben su valor o futilidad, dentro de un plan completo de vida, de la orientacin global de vida de una persona y dentro de una situacin interna y externa completa, es decir, de una situacin que es creada tanto por nuestro temperamento emocional, como por las circunstancias concretas en que la accin se sita. El valor o futilidad moral de nuestros actos tiene que juzgarse a la luz de la orientacin moral fundamental de nuestra personalidad. As como la vida moral del hombre bueno forma una unidad en la que se encuadran todas las manifestaciones de la vida 18. Remitimos al lector a la argumentacin de W. VAN DER. MARCK sobre la intersubjetividad esencial del actuar humano en Liejde en vrucbtbaarheid. Roermond 1964, 55-77. 62
y a la que concurre el movimiento del amor, as tambin hay una unidad en la vida inmoral w . No podemos perder de vista que en toda vacilacin y falta de consecuencia que pudiera acontecer en la vida de un hombre subsiste una determinada estructura bsica. En definitiva, hay dos posibilidades de eleccin de vida: podemos decidirnos por una vida de bondad, de generosidad y de empeo por existir para los otros; o podemos rehusar esa llamada profunda y comn a todos los hombres, considerar nuestra existencia como n existir para nosotros y manipular al otro como una cosa de la que podemos disponer. Una accin, una vida, es buena y valiosa en la medida en que est sostenida por el empeo en el amor. E n la medida en que una actitud, una accin estn impregnadas de ambicin, de poder, de afn y voluntad de destinar todo al provecho propio, son pecaminosas. La soberbia no es un pecado entre los dems, como tampoco la caridad es una virtud entre las dems. La soberbia es la horma de todos los pecados, es el choix original de la existencia pecadora. Una accin es pecaminosa, en el sentido radical de la palabra, en la medida en que coopera en ella nuestra soberbia humana. Se pueden describir las constantes de una conducta soberbia (gusto del poder, dureza, hacer mal a otro, egosmo sensual, etc.) y de esta manera encontraremos de nuevo, en diversas formas, el catlogo completo de los pecados en los que se encarna la soberbia en las diversas situaciones de la vida y segn los diversos problemas 20 .
19. J. WALGRAVE, O. C. 59.
20. Ibid. 63
Quizs ahora podamos comprender mejor la reaccin de Jess ante la observancia de la ley y la santidad por las obras de los fariseos y ante la pecaminosidad de tantos pobres de espritu. Ahora puede que se haya aclarado ms un elemento esencial de la conversin y por ello del arrepentimiento. Cuando el Seor denunciaba pblicamente la piedad de los fariseos, no diriga su repulsa contra la piedad autntica, sino contra una falsa prctica y contra la falsa actitud subyacente hic et nunc. El ve en el corazn del hombre. Ahora se nos pone de manifiesto la intencin que se nos ocultaba a nosotros, espectadores superficiales. Hasta entonces an no se saba lo que se ocultaba bajo la superficie de la conciencia, donde se realizan pecado y conversin. No era evidente que se dormitaba bajo pretexto de farisesmo, del que se era ms prisionero que del pecado mismo21. Cristo penetraba a travs de la fachada exterior. Vea lo que el hombre haca, lo que buscaba en su vida y lo que aspiraba realizar. Por ello su juicio era (y es) con frecuencia tan distinto del que hacen quienes aplican una regla externa llamada objetiva. Segn el evangelio de Juan, en torno a Jess, luz y vida del mundo, se forma una divisin entre los hombres: los que creen en l y los que le rechazan. Esto da lugar a una separacin; pero esta separacin consiste en un proceso de cristalizacin en tomo a Cristo. De ahora en adelante sabemos que Dios no nos juzga por la conducta exterior, sino por lo que acontece
21. A. HULSBOSCH, o. c, 62.
en nuestro corazn. Creemos estar en camino hacia l, si buscamos de verdad dar forma al amor en los diversos terrenos de nuestra vida 22 . Si al hacer esto experimentamos nuestras debilidades y nuestra necesidad de perdn, comprenderemos quizs mejor las palabras del publicano: Oh Dios, s propicio a m, pecador!, y tambin la palabra de Jesucristo: Baj ste justificado a su casa y no aqul (Le 18, 13-14). La sima entre querer y poder, entre corazn y accin, que atraviesa nuestra vida, puede salvarse, al menos en principio, por este conocimiento. En la realidad de nuestra vida existe esta sima de un modo a veces doloroso. A todos nosotros se nos malogran muchas cosas, raras veces podemos anotar un progreso real. Hay muchas cosas que nos son an inaccesibles. Tendemos a ello; pero en un momento decisivo nos vence la impaciencia, el cansancio o la concupiscencia y con frecuencia en la vida diaria terminamos decepcionados. Todo hombre recto lo lamentar, pero si es razonable, sabr tambin que todo esto es inevitable. No estamos an en la meta, vamos creciendo hacia ella. Con ello tenemos que contar en el juicio que hagamos tanto sobre nosotros mismos como sobre los dems. Dios ve en nuestro corazn, l sabe a dnde vamos a tientas y por ello su bondad es la justicia. Conversin y arrepentimiento es mucho ms que saberse culpable de este o aquel hecho, que lamentar esta o aquella accin e intentar hacerla bien. Esto tambin lo haca el fariseo. Este ayunaba incluso dos veces por semana y no obstante no poda ni quera entrar en el reino de los cielos. Arrepentimiento tampoco quiere decir lamentar que no haya sucedido de otra manera. Consiste en un intento sincero y continuo de revestirse de Cristo,
22. Cf. 1 Jn 4, 12.
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de determinar la vida por la solidaridad, de atacar hasta la raz las inconsecuencias que tropezamos continuamente, vacilantes siempre entre nosotros mismos y el otro. Nos engaamos, como dice Rahner 23 , cuando creemos que lamentamos una falta de caridad rezando un Avemaria de penitencia y dejamos todo como estaba, sin pedir perdn a quien hemos hecho mal. Por qu actuamos como si nos arrepintiramos de algo que no queremos o no podemos cambiar? Tenemos que aprender a profundizar y a examinar a travs de la apariencia externa de nuestra vida qu es lo que en realidad nos mueve. Si siguiendo la enseanza de Cristo reconocemos a la intencin del hombre la primaca de lo tico, no negamos con ello el significado propio de la accin exterior. Es un hecho, que la accin revela, al mismo tiempo que desfigura, nuestra decisin moral profunda. Un buen observador puede reconocer al hombre por lo que hace, incluso cuando ste no quiere mostrarse, cuando su acto no es un reflejo fiel de su decisin real. Por otra parte, la accin externa desfigura dicha decisin, porque a causa de la oposicin del mundo jams conseguimos realizar totalmente lo que queremos y porque el mismo hecho externo, como sealbamos antes, puede tener diversos significados. Estamos, pues, de acuerdo con Schoonenberg cuando dice: Nos parece engaoso decir de una accin exterior determinada esto es pecado mortal o esto es pecado venial o hablar, en una ley positiva, de obligacin bajo pecado grave24. 23. K. RAHER, Problemas de la confesin, en Escritos de teologa, 3. Taurus, Madrid 3 1968, 219 s. 24. P. SCHOONENBERG, Ve mach der zonde. Het geloof van ons doopsel. Den Bosch, 66. 66
La accin puede considerarse como un signo, ni mucho menos siempre digno de confianza, de nuestra intencin, puesto que lleva tambin consigo una intervencin en el mundo, en nosotros y fuera de nosotros. Todo lo que el hombre hace tiene siempre un carcter de dilogo, pues est influenciado por y repercute en la comunidad en que se encuentra y en aquellos con quienes vive, bien sea directamente por lo que hace o dice en su presencia, bien sea indirectamente, en cuanto que sus actos privados (pensamientos y sentimientos) determinan su actitud y su actuar2S. Sin que seamos expresamente conscientes de ello, nos enriquecemos o nos empobrecemos a travs de nuestros actos. Crecemos dndonos y comprometindonos; vamos a menos, cuando pensamos demasiado en nosotros mismos y corremos en pos del propio provecho. Influenciamos al mundo en el que vive nuestro prjimo, le hacemos habitable y seguro o duro e inhspito. 8. Grados del pecado personal: pecado venial, pecado grave y pecado mortal26
Las cuestiones acerca del grado del pecado personal han jugado desde siempre un gran papel en la prctica de la vida cristiana. Ya hemos sealado que la sagrada Escritura tampoco ofrece una doctrina claramente perfilada con relacin a este punto. De la tradicin
25. W. VAN DER MARCK, o. c. 52.
26. En esta exposicin agradecemos especialmente las aportaciones de P. SCHOONENBERG O. C, 43-72 y de C. ANDERSON: Bazuin 24 (1960-1961). Aunque en otros puntos nos distanciamos de ambos autores, en ste nos hallamos muy prximos a ellos. 67
antigua podemos decir que era consciente de dos cosas: reconoce que todos fallamos diariamente, pero que esto no implica que por tanto seamos indignos de celebrar la eucarista y de recibir el cuerpo del Seor. Y reconoce tambin que hay cristianos que a causa de su conducta no pueden tomar parte en la celebracin de la eucaristaSi intentamos poner un poco de orden en el desarrollo ulterior de la tradicin, encontraremos hasta hace poco una tendencia que se refiere solamente a Dios en la determinacin de las diferencias de grado. La distincin se hace dependiente, ms o menos exclusivamente, de la libre decisin de Dios que castiga determinados actos con la prdida de la vida eterna y otros no. No obstante, la mayor parte de los telogos han mantenido siempre el convencimiento de que Dios toma en serio a su criatura. Por ello han intentado determinar el grado de pecaminosidad por el modo y la significacin de la accin realizada y por su carcter peculiar en cuanto accin humana. Partiendo de aqu llegan a la interpretacin de que todo lo que en su totalidad se dirige contra el precepto de Dios se ha de llamar pecado mortal, mientras que todo lo que no contraviene demasiado al precepto, en cuanto que apunta ms o menos al lado, es pecado venial. En el fondo, la teologa moral ha sabido siempre que tena que considerar en primer trmino la profundidad personal de la auto-expresin humana; no obstante, siempre ha mantenido que toda materia puede ser objeto de pecado mortal. La prctica pastoral exige a veces una regla clara y aplicable. Es evidente que robar una peseta es distinto a robar mil. Lo primero sucede con ms facilidad, exige menos reflexin y sobre todo no es demasiado grave para el hombre ni exige una decisin profunda. Esta 68
realidad de colocar inductivamente a determinados actos, basndose en la supuesta profundidad de la decisin interna en circunstancias normales, la etiqueta de pecado mortal y a otros, por la misma argumentacin, la de pecado venial, se fue poco a poco generalizando. La base subjetiva (la decisin interna) y la base objetiva (la gravedad externa visible de la cosa) se ponan a veces sin ms una al lado de la otra en el enjuiciamiento de las diferencias de grado en el pecado. El catecismo holands de 1948 dice as: Cometemos un pecado venial cuando transgredimos la ley de Dios en cosas pequeas o en cosas graves, pero no con pleno conocimiento ni con voluntad totalmente libre 27. Todos hemos aprendido que determinadas cosas son pecado venial y otras pecado mortal. A nuestro entender, el medir la cosa no debe tener primaca sobre la comprensin de la intencin moral. De ah que tengamos que admitir que no disponemos de reglas fijas y practicables que indiquen los lmites, claramente perfilados, de una gradacin de la pecaminosidad. La teologa moral se sabe obligada, incluso como ciencia eclesistica, a formular a tientas y detectando la verdad de nuestro ser humano, las previsiones e intenciones de Dios respecto a la vida humana para cada generacin y cultura. Pero en esto tiene que tener presente las palabras de Bonhoeffer: Podemos decir fcilmente en primer lugar lo que una tica y en todo caso un tico no pueden ser: una tica no puede ser un libro en el que est escrito cmo deberan ser todas las cosas en el mundo, pero 27. Respuesta a las preguntas 284 y 287. 69
que por desgracia no lo son; y el tico no puede ser un hombre que sabe siempre mejor que los dems lo que hay que hacer y cmo hay que hacerlo. Una etica no puede ser un libro de consulta de acciones garantizadas como moralmente correctas, y un tico un dictaminador competente y juez de toda accin humana. Una tica no puede ser una retorta para la fabricacin de hombres morales o cristianos, ni un tico la personificacin y el tipo ideal de vida moral por principio 2S. Comencemos, pues, a buscar en el hombre mismo el principio de las maneras diversas en que cae en pecado. Siguiendo la filosofa moderna, decimos que mi corporalidad constituye el puente del yo consciente al mundo. Mi cuerpo es la realidad que me asocia a los objetos, quien me asegura del ser-en-el-mundo, quien me liga y me seala una posicin en l. De esta manera me encuentro a m mismo como existente en el mundo, en la dimensin de tiempo y espacio, con pasado y futuro, con posibilidades con las que puedo soar y con una limitacin que continuamente me convierte en este hombre en esta situacin. Contino viviendo y movindome, vivo pasivamente, descubro quizs a posteriori cmo mi llamada decisin ha sido determinada en gran manera por emociones e impulsos que provienen de mi situacin y de mis instintos, los cuales toman su constitucin de la capacidad de la realidad de perseverar en m y fuera de m. El mundo, los hombres a mi alrededor, me arrastran consigo, me forman y me invitan a dar una respuesta. Y yo respondo de hecho, pues siempre adopto una actitud. Con frecuencia slo posteriormente puedo reconocer lo que la 28, 70 D. BONHOEFFER, Etica. Estela, Barcelona 1968.
decisin ha sido en realidad. A veces tambin tengo conciencia ms o menos clara en el momento mismo que tengo que responder. Entonces lo hago, decido o pienso que decido y descubro despus que en esa decisin, que pareca tan clara, tampoco fui yo mismo. As se realiza mi vida y slo cuando retrocedo y reflexiono sobre m mismo puedo comprender lo que de hecho emprendo y aspiro a realizar en mi vida. Es entonces cuando puedo reconocer lneas en mi vida y descubrir en cierto modo si mi vida se mueve realmen-% te en la direccin del amor y de la generosidad crecientes. Pero ningn hombre est facultado para juzgar, ni incluso a s mismo. En este sentido tiene el hombre que hacer suya la palabra de Pablo: Cierto que de nada me arguye la conciencia, mas no por eso me creo justificado; quien juzga es el Seor... que iluminar los escondrijos de las tinieblas y har manifiestos los propsitos de los corazones y entonces cada uno tendr la alabanza de Dios (1 Cor 4, 4-5). Partiendo de la descripcin que acabamos de dar, podemos retener lo siguiente: todo hombre ejecuta actos cuyo control escapa en mayor o menor medida de sus manos y actos en los que se determina eligindolos. Podemos llamar a los primeros actos ocultos y a los segundos actos de vida. En la prctica, la diferencia entre ambas categoras es difusa; en general no se pueden trazar lneas divisorias claras. Se trata de un ms o menos. Llamaremos a la decisin por el mal que se encuentra en estos actos pecado venial o pecado grave, segn la medida de autoexpresin humana que en ellos subyace. 71
El pecado venial se da en parte por nuestra condicin de hombres limitados, no llegados an al equilibrio y a la integridad. Sorprendemos continuamente lo cmodos y descuidados, lo desabridos y secos que somos. Todo hombre sabe de s lo mucho que an le queda por crecer en un humanismo ms maduro y mejor. Empleamos la expresin pecado grave y no hablamos de pecado mortal, porque tambin aqu se trata de una decisin hecha en un corto momento, en un arranque. Tenemos serias objeciones contra la idea de que el pecado mortal, vitalmente decisivo, puede cargarse sobre un acto aislado, atomizado. La peculiaridad de la existencia humana reside precisamente en que jams nos concentramos totalmente en un acto aislado. En el enjuiciamiento moral habra que poner el acento en el concepto que el hombre tiene de la vida; concepto que me lleva a ser yo mismo al querer ser para el otro, o que me esclaviza cuando me aislo en una alienacin libremente escogida. El pecado mortal es siempre el resultado de algo; supone un crecimiento y un desarrollo. No negamos con ello que hay momentos en los que experimentamos que estamos colocados ante una decisin. Si dicha decisin tiene lugar negativamente dentro de un plan de vida fundamentalmente puro, hablamos de pecado grave; pero nada ms. Llamaremos solameate pecado mortal a lo que separa realmente del amor. Mientras continuemos empleando esta expresin para actos sbitos, no coordinados, no facilitaremos un sano desarrollo de la conciencia, y seguiremos oyendo la observacin siguiente: es demasiado duro el que se te castigue toda una eternidad, cuando, despus de una vida intachable, cometes un pecado mortal y mueres en ese estado. 72
Un hombre puede ciertamente tomar una actitud de pecado grave en el marco de una orientacin fundamentalmente buena. Puede proceder claramente contra su conciencia, puede traicionar su puesto en la comunidad, arrastrando al otro a su propio mundo para someterle a l. En este caso no es el amor quien busca su camino con pasin, sino que la concupiscencia apaga el amor. La gran diferencia con una actitud de vida fundamentalmente falsa consiste en que esto es una situacin pasajera, un hecho aislado. Se trata de un salirse del marco, en lo cual no se es uno mismo. Por ello el hombre quiere reparar esa falta; l no es as y por eso se rehace de nuevo. El no rehacerse, el no volver sobre ello, el abandono de la lucha despus de haber pasado la ofuscacin del momento y el embrollo de la situacin, pueden ser precisamente signos de que esto no cae fuera del marco, sino que se trata de la expresin o confirmacin de una actitud de vida negativa. En el pecado se vuelve el hombre contra el prjimo, contra Dios, con quien est llamado a vivir en comunidad. Cmo se realiza esta relacin en el pecado? Para explicarlo escogemos como ejemplo la situacin del matrimonio. El amor mutuo no excluye evidentemente el que nos hiramos, el que seamos desconsiderados y contemos demasiado poco con los deseos justificados del otro, el que no vivamos a la altura del amor de Cristo. Estas imperfecciones y fallos forman los pecados veniales. Es posible que en un matrimonio normal y sano ocurra una ofensa profunda de uno de los cnyuges, un acto que est en fuerte contradiccin con el amor y por el cual el hombre o la mujer son postergados en ese momento en favor de una persona o de una 73
cosa. Puede creerse en este caso que una relacin profunda entre dos seres que intentan ser autnticamente buenos el uno para el otro se rompe de golpe por un acto que contraviene esa relacin? A veces parece que s, pero si observamos ms de cerca veremos que ese acto que rompe la unin es la exteriorizacin de una actitud y le demuestra claramente al ofendido que en realidad ya haca tiempo que era engaado. Incluso cuando la ofensa es un adulterio, no destroza un matrimonio de golpe. Si el otro ve, y esto ser con frecuencia extraordinariamente difcil, que todo ello fue en realidad una mala jugada del otro, pero nada ms, no slo es posible el perdn, sino que, a pesar de la enorme decepcin, contina existiendo por ambas partes la comunidad de amor. La ruptura o la separacin no se da en ninguno de los dos en un momento. Los hombres van intimando lentamente y se van apartando tambin lentamente. Con ello no pretendemos naturalmente vagatelizar el pecado. Creemos que el hombre elige lo bueno o lo malo- Pero una decisin vital slo se pone en marcha paulatinamente. Ciertos acontecimientos tienen una gran importancia en la realizacin de esta decisin. El pecado mortal, que separa de manera real y definitiva al hombre del amor si no ocurre un milagro de la gracia, no surge de improviso de la nada; es posibilitado por la laxitud, por el conformarse con lo mnimo.
1.
N la pelcula Los diez mandamientos se describe de manera plstica cmo Yav entrega a Moiss los tablas de la ley: Israel se apia temeroso al pie del Sina; Moiss est en la cumbre del monte; entre truenos y rayos se graban en la roca las palabras de la ley de Dios. Esta antigua y popular presentacin quiere decir que Dios da la ley, que promulga mandamientos de una manera clara. El profeta est entre Dios y el pueblo, transmite la voluntad del creador, amenaza al pueblo con castigos o le atrae con recompensas. En este mundo, Dios est cercano, habla con rayos y truenos, permanece con su pueblo en las claras constelaciones de la noche, hace fecundos a hombres, animales y plantas. Cuando el pueblo le es infiel, le golpea con epidemias y
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sequas; apaciguado de nuevo restablece todo y hace llover sobre la tierra. El hombre de Dios ora, se retrae de la actividad de la existencia humana y sube al monte para estar con Dios y para recibir, a travs de la oracin, la verdadera bendicin del Seor. Nuestro mundo se ha ido emancipando de manera imperceptible de esta imagen de Dios. La idea de Dios, que interviene de continuo, que desde fuera regula nuestra vida con sus leyes, que premia con abundantes cosechas y castiga con la ruptura del dique, nos suena a algo primitivo. Estamos a punto de aclimatarnos a este mundo; descubrimos dimensiones cada vez mayores de sus estructuras internas. Muchas cosas que pareca realizar la mano de Dios puede hacerlas el hombre moderno o al menos preverlas. Ya no encontramos a Dios en nuestra vida, como era an el caso hace algunas generaciones. En nuestra independencia y en la conciencia de nuestra fuerza propia, aceptamos cada vez menos que nuestra vida tenga que ser reglamentada por leyes externasCalificamos este fenmeno con el trmino de desacralizacin. Mientras que entonces todo lo misterioso era hecho por los dioses, hoy el hombre da cuenta de los acontecimientos, descubre leyes naturales, sabe lo que de una manera honrada es posible e imposible. No est convencida la ciencia moderna de que en un tiempo razonable puede llegar a predecir el tiempo, a regular el clima c incluso a hacer diagnsticos automticos de sntomas de enfermedades? Lo que antes era misterio, seal del cielo y expresin de la voluntad insondable de Dios, hoy es sntoma de algo, de lo que el mdico puede hacer un claro diagnstico o de lo que el meteorlogo puede calcular causa y efecto. Este proceso de desacralizacin puede llevar consigo una gran 76
ventaja: el hombre puede emprender el trabajo de tomar realmente las riendas del curso de la historia, de dominar los caprichos del clima y de las estaciones del ao. Pero puede tambin olvidar que su fuerza es regalo, que su mundo es creacin, que su destino estriba en tener comunidad con los dems en el Seor. Las visiones del futuro de A. Huxley en Un mundo feliz y en G. Orwells 1948 nos describen el mundo que resulta d la tendencia de aprovechar cada minuto del da lo mejor posible para lograr bienestar y de no perder ningn instante en la reflexin sobre el sentido de nuestro ser humano. Dios se va retirando del mundo. Se ha convertido en el gran ausente? Puede ser tambin que nuestra imagen de l se convierta en menos palpable, pero que crezca en contenido. Nuestro concepto de su providencia es distinto, pero no menos autntico. Creemos en su preocupacin, como creemos en el milagro. Ocurren sin duda alguna muchos milagros de bondad y de amor en nuestro mundo, pues muchos hombres son realmente buenos unos con otros. Dios nos ha confiado el mundo, se cuida de nosotros a travs del otro, como tambin nos enva al otro para que sea nuestro prjimo y para realizar un milagro de amor. La providencia divina y Ja previsin humana no se contraponen, sino que, por el contrario, tenemos que experimentar la una en la otra. En nuestra preocupacin por el otro somos la mano de Dios. En la dureza de nuestra vida, en la enfermedad y en la incomprensin experimentamos cuan poco penetrado por la salvacin est an este mundoLa experiencia de Dios y la experiencia del pecado podemos tenerlas en la medida en que vivamos dentro de la atmsfera de Dios. Tenemos que desarrollar en nosotros mismos el sentimiento de sabernos llevados 77
por la llamada providencia, que Dios nos da a conocer en la actitud de cada hombre que nos ama y est unido a nosotros en la preocupacin. As hemos aprendido a orar. Cuando el nio ha jugado alegremente o ha comido con apetito, debe dar gracias a Dios por ello. Da gracias a Jess por tener padre y madre y porque experimenta con evidencia la preocupacin que tienen con l. Aprende a decir Padre, porque tiene un padre que lo sabe todo, en cuyas rodillas puede sentarse y que le lleva a la cama sobre sus hombros. En este mundo y con este mundo estamos con Dios. O dicho a la inversa y con ms profundidad: en este mundo y con este mundo Dios est con nosotros. Religiosidad es, ante todo, la actualizacin de la dimensin profunda de nuestra vida, de la presencia ntima de Dios. Si obedecemos al Espritu, puede crecer realmente en nosotros una nueva imagen de Dios: una imagen de Dios trascendente, no limitado en nada ni por nada, que est, por ello, presente en todo el mundo, obra en nuestro actuar y nos llama en todo ser. Si el Dios de la intervencin deja paso al creador que acta en todo y en todos, desaparecer el Dios de las disposiciones en favor del Dios que nos llama en todo, pues detrs del prjimo, frente a quien nos sentimos culpables, surgir ante nosotros su padre y creador1. 2. La secularizacin del pecado conduce a la secularizacin del perdn
menzamos a experimentar tambin que Dios nos da el perdn en el perdn que nos otorga el otro. Comenzamos poco a poco a darnos cuenta que gracia, y por tanto perdn, nos salen al paso en forma de solidaridad. La gracia de Dios y su amor salvfico salen al paso al hombre concretamente en y por el amor fraternal humano 2. No podemos menos de reconocer la rectitud de esta frase. Pecado (categora divina) supone culpa (categora humana). Jams es Dios la nica instancia frente a la cual hemos de responder. La instancia ms prxima es el hombre, en quien Dios nos habla. El se acerca a nosotros solamente en el hombre, en su hijo Jesucristo, en el hombre que est ms prximo a nosotros y en el que Cristo nos habla. Ya Moiss exiga ver a Yav; pero Moiss era un hombre y ningn hombre puede contemplar el rostro de Dios. Su faz se muestra en la faz de la creacin. Todo nuestro ir a l, es un ir en y con los hombres que nos relatan de l, le hacen visible. Oramos al Seor en y por Jesucristo. Leemos en el Nuevo Testamento: amars al Seor, tu Dios, con todo tu corazn, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el ms grande y el primer mandamiento, El segundo, semejante a ste, es: amars al prjimo como a ti mismo (Mt 22, 37-39). Es de gran importancia ver claro que no se trata aqu de dos mandamientos que en cierto modo son vlidos independientemente uno de otro. Amor divino y
2. C. ANDERSON, Genade in menselijkheid: Kerygtna J (1963) 23.
El pensamiento que acabamos de esbozar lleva consigo otras consecuencias. En el momento en que experimentamos que ofendemos a Dios en el prjimo, co1. P . SCKOONENBERG, O- C. 4 2 4 3 .
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amor humano no son dos alternativas, sino que coinciden. La tarea tpicamente cristiana consiste precisamente en transmitir y hacer tambin palpable a otros el amor de Dios que de manera palpable, visible, incluso refrescante humanamente, nos llega en Cristo, Dios-connosotros, y en todos los que viven en su seguimiento. Lo que Dios exige de nosotros es el cumplimiento de su bondad en la creacin misma. Dios no rivaliza con el hombre. Lo que le demos de verdad, no significa disminucin en nuestro compromiso con el prjimo. Jams nos aparta de los dems, sino que nos enva para que hagamos del otro nuestro prjimo. Esto quiere decir tambin que no podemos hablar nunca de pecados que se dirigen slo contra Dios diferencindose de los pecados cometidos directamente contra el hombre. En cualquier parte que cometamos faltas contra el otro o contra nosotros mismos, encontraremos a Dios, fuente y desembocadura de nuestra existencia, que nos llama a que cumplamos fielmente nuestra tarea en el mundo. Cuando olvidamos que Dios es el seor de nuestra vida, cuando ya no nos volvemos a l alabndole y agradecindole y hemos perdido el secreto de todo lo existente, entonces tambin herimos nuestra humanidad, que es donacin, y nos hacemos incapaces internamente de realizar un humanismo autntico. No debemos oponernos a la secularizacin del perdn. Sera una resistencia intil, que contradira las consecuencias de la creciente mayora de edad del hombre. Tampoco podemos caracterizar a este fenmeno como atrofia de la conciencia del pecado, como tampoco hablamos de falta de fe en la providencia divina en el hombre que construye diques para proteger su terreno contra las borrascas de otoo o en el que vacuna su ganado para preservarle de la epidemia. 80
3.
Deber de reconciliacin mutua Si vas, pues, a presentar una ofrenda ante el altar y all te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra t, deja all tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda (Mt 5, 23-24).
Dentro de este concepto modificado del pecado hay que prestar mucha atencin a este requerimiento de Jess. All donde hemos faltado, tenemos tambin que confesar nuestra culpa y pedir perdn. Nada se puede reparar entre Dios y nosotros, si no se repara entre nosotros y el otro, al menos en lo que est de nuestra parte. Todos sabemos lo extraordinariamente difcil que puede ser este paso hacia el prjimo, quizs muy antiptico, a quien hay que confesar la culpa y pedir perdn. Confesarse con un tercero a quien nada concierne, es decir, con un sacerdote amable, no es tan difcil como hacerlo con quien tiene ms derecho a juzgarme 3. Naturalmente pueden darse circunstancias en que estemos dispensados de esta confesin de la culpa. Lo que el otro no sabe y quizs tampoco pueda digerir, no hay por qu comunicrselo, ni incluso en forma de ruego de perdn. Este ruego se puede hacer de diversas maneras, segn la situacin en que se encuentran estos hombres y segn los signos con que se da forma a esta actitud entre ellos. Un gesto de amabilidad o de consideracin, ofrecer un servicio, etc., pueden envolver todo un ruego de reparacin de lo ocurrido.
3. P. ROSCAM, o. c. 40.
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El deber de confesar al prjimo nuestra culpa puede ser duro y difcil, pero no podemos eludirle. A ello se debera aludir con claridad en la predicacin sacerdotal. P,pr supuesto que hemos de tener en cuenta que el corazn de Dios es ms amplio y mayor que el corazn de nuestro prjimo; incluso cuando el otro nos rechaza hay en Dios gracia y perdn. Jams se tiende la mano en balde. 4. Lugar para la remisin litrgica del pecado
la Iglesia, con la Escritura, ha reconocido desde antiguo la existencia de muchas formas litrgicas y extralitrgicas de remisin de los pecados, las cuales no se oponen, sino que se completan recprocamente: la recta celebracin de la eucarista, la oracin callada del examen de conciencia, ayunos y limosnas, la confesin de la culpa y el pedir perdn al prjimo. Todas estas formas estn comprendidas y ratificadas en el perdn que pronuncia el sacerdote en el sacramento de la penitencia 5 . La cuestin acerca del sentido de la remisin litrgica del pecado no es nueva. La tradicin la conoci tambin y la escolstica se ocup expresamente del por qu el hombre que ya ha alcanzado perdn de sus primeros pecados tiene sin embargo que ir a confesarse. Comenzamos nuestra respuesta con una cita de Schillebeeckx: La antropologa moderna nos ensea que hay en la vida humana, junto a actos vitales decisivos o privilegiados, en los cuales la persona se expresa de una manera ms intensa, acciones de todos los das en las cuales la intencin personal se manifiesta de manera ms o menos atenuada... Lo que es vivido rutinariamente fuera de los sacramentos llega en los sacramentos (tal es por lo menos la intencin de esta economa de la salvacin) a la madurez ms perfecta. Desde el punto de vista de Cristo, los sacramentos, por ser ellos la manifestacin terrestre de su acto celestial de salvacin, son la captacin eficaz del hombre que los recibe. Desde el punto de vista del sujeto receptor, la respuesta a la voluntad de encuentro de Cristo debe en consecuencia desarrollarse hasta el pun5. Carta pastoral del episcopado holands sobre penitencia y perdn del 16-3-1965.
Una pregunta surge ahora de manera inevitable: qu sentido puede tener la remisin litrgica del pecado, si la culpa se borra en la reconciliacin que buscamos en el plano humano? Si Dios nos acepta de nuevo y ms ntimamente cuando pedimos perdn al otro, qu espacio le queda a la celebracin litrgica, prescindiendo ahora de la forma que deba tener tal celebracin? E n u n artculo recientemente publicado, dice Mller: La palabra de la Iglesia no es una aclaracin de que el pecado ya ha sido perdonado anteriormente de una manera privada, sino que es un signo efectivo del perdn divino que tiene lugar aqu y ahora 4 . No estamos totalmente de acuerdo con esta descripcin. Se aisla de hecho el perdn litrgico, expresado en el sacramento de la penitencia, del acontecer extralitrgico, internamente ya eclesial sin duda alguna, que tiene lugar en la reconciliacin mutua. Los obispos holandeses, por el contrario, hacen constar en su carta pastoral sobre la penitencia y el perdn que 4. H. MIXER, Bekering: Theol. en Zielzorg 61 (1965) 109. 82
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to mximo que sea posible antropolgicamente por el hecho de que el sujeto debe encarnar su deseo de la gracia en la visibilidad de la Iglesia llena de gracia... Si los sacramentos deben ser como unas cumbres, esto no se basa slo en razones antropolgicas... sino sobre el hecho de que, sobre una base igualmente antropolgica, los sacramentos confieren la visibilidad eclesial a nuestro deseo de gracia... Constituyen, pues, ellos unas cumbres, adems, porque son una captacin especial, divina, del hombre en un momento de la vida que es decisivo desde el punto de vista cristiano. Cada uno segn su significacin propia, los sacramentos realizan el encuentro con Cristo precisamente en uno de esos momentos... en que tenemos una necesidad particular de ese encuentro, a causa de una indigencia o de una situacin cristiana especial. .. 6 . Pensamos que esta interpretacin de Schillebeeckx es fundamentalmente correcta y que puede servir de punto de partida para nuestra exposicin ulterior. Partimos de la situacin del matrimonio. En un matrimonio armnico saben hombre y mujer que viven el uno para el otro y para su familia. Lo saben incluso, cuando en el jaleo del da piensan poco de hecho uno en el otro. La relacin de amor existe de continuo y da color a todas las actividades de ambos cnyuges. La orientacin a la mujer amada ayuda al hombre a hacer da tras da su trabajo, con frecuencia aburrido. Sabe al fin y al cabo para quin trabaja. La mujer lo sabe tambin y por ello saca fuerzas la mayor parte de las veces para atender con esmero al mantenimiento de la casa. Ambos viven en la atmsfera de la unin, aunque 6. E. Se H ILLEBEECKX, Cristo, sacramento del encuentro con Dios. Dinor, San Sebastin 1965, 228-230. 84
los momentos en que conscientemente se ocupen uno de otro sean escasos. Viven el uno para el otro, pero este existir el-uno-para-el-otro forma la mayor parte del tiempo el trasfondo oculto ante el cual transcurre su vida. En un matrimonio de este estilo tienen lugar de vez en cuando celebraciones espontneas, en las que todo lo que est ah, desapercibido pero real, se expresa de manera explcita y se eleva de ese trasfondo a una vivencia de primer plano. Una celebracin es, pues, autntica y verdadera, en primer lugar, cuando explcita lo que ya subsista realmente, pero apenas consciente en general. La vivencia de lo que est en el trasfondo y la vivencia de lo que est en primer plano no se oponen, sino que se suponen y se complementan. Nuestra opinin se ver ahora con ms claridad. L verdad, en lo que a nuestra existencia se refiere, consiste en que tenemos que existir dentro de estas relaciones con el mundo y en que, al mismo tiempo, tenemos que vivenciar, tanto a nosotros mismos, como a todo nuestro quehacer, como totalidad procedente de Dios. En l vivimos, nos movemos y somos. Nuestra vida es totalmente dependiente de Dios y por ello, en el fondo, aadida a l. Todo hombre que intenta ser cristiano sabe esto. En determinados momentos consigue llevar su vida de este modo. En ellos es capaz de dar gracias al Seor por la ddiva que el hombre le hace de manera espontnea y en el momento mismo. Pero normalmente no vivimos a este nivel. Slo Cristo fue el hombre totalmente puro y por ello transparente a Dios. El vea a su Padre a travs del rostro del otro. Dios debera ser aqul a quien encontramos en y tras nuestra unin humana, la fuente de todo lo bueno que experimentamos cuando disfrutamos agradecidos las 85
ddivas del mundo. Pero raras veces somos conscientes de esto. La explicitacin, pues, de la celebracin se nos hace tanto ms necesaria, cuanto que en la realidad diaria vivimos tan pobremente la significacin salvfica de lo profano. Lo que dice Sonnen en una resea sobre Robinson, tiene una aplicacin ms amplia: Entonces nos penetramos de aquello que, en el da transcurrido, ha realizado en nosotros un trozo de la historia salvfica, recibimos conscientemente esta salvacin y damos gracias a Dios por ello, confesamos ante Dios que nuestra respuesta vital ha sido an imperfecta y pedimos perdn por ello7. Tenemos que aspirar a una completa identificacin en nuestra vida de los sectores profano y sacral, de manera que vivamos internamente la dimensin sacral de todas nuestras actividades mundanas. Experimentamos lo difcil que es esto, lo lejos que an estamos de la perfeccin en la que seremos totalmente unos para otros y al mismo tiempo, incluso vivencialmente, totalmente para Dios. Precisamente porque nuestra referencia a l es slo una vivencia tan de fondo, porque tan raramente sentimos cmo l nos toca a travs del hombre que se preocupa por nosotros, necesitamos celebraciones en las que centremos nuestra atencin sobre esta realidad apenas consciente y en las que expresamos cmo l nos busca en la trivialidad de la vida. La celebracin litrgica puede hacer que seamos ms conscientes durante el da de su presencia continua, de manera anloga a como un aniversario de boda, por ejemplo, puede hacer que dos seres que en el fondo de su corazn saben que viven el uno para el otro, dejen aflorar ms espontneamente en su vida diaria eso que se encuentra 7, R. 86
SONNEN,
en el fondo. As entendemos la formulacin de Schillebeeckx, segn la cual el encuentro sacramental con Cristo es el eje que da relieve a lo montono y oculto. Quizs se vea ahora ms claro por qu en el primer captulo hemos insistido tanto en la importancia de una pastoral personal en la administracin del sacramento. Es una condicin necesaria para que se pueda hablar de un acto vital central y de un asir enrgicamente. Es probable que muchos no sientan la necesidad de una tal celebracin. En este caso valdra la pena reflexionar sobre el por qu no existe esa necesidad. Es que es una vida tan transparente a Dios que vive ya su proximidad en la alegra de la reconciliacin interhumana? Es que la falta de alegra, porque no puede restablecerse el contacto con el prjimo, es ya para ellos el echar de menos a una persona que enjugar las lgrimas de sus ojos? (Apoc 21, 4). O es que, por el contrario, con la secularizacin de la tica se ha retirado Dios de sus vidas? El acontecimiento, de hecho ambivalente, de la desacralizacin puede llevar a una purificacin de la imagen de Dios, pero tambin, a juzgar por la prctica, a dificultar la fe en Dios y vivir en su presencia. No podramos decir que tenemos que buscarle tanto ms cuanto que ya no le encontramos tan palpablemente? La celebracin puede quizs llegar a ser superflua porque experimentamos de continuo a Dios en la realidad de nuestra existencia; pero quizs tambin porque Dios ha desaparecido incluso como trasfondo oculto. A juzgar por la experiencia personal, contina habiendo en nuestra existencia terrena dos esferas: una profana y otra sacral. Citamos de nuevo a Sonnen: En la realidad coinciden ambas, incluso en la intuicin que de ellas tenemos... La tragedia de nuestra 87
existencia como peregrinos sobre la tierra, como hombres para quienes la santidad de la ciudad de Dios sin templo es slo una promesa no es precisamente el que jams podemos vivenciar ambas esferas en un solo acto? La vitalidad de nuestro contacto directo con la realidad en nuestra existencia profana y diaria carece de profundidad para ver en ello a Dios. En nuestro reclinatorio en el templo encontramos ciertamente esa profundidad; pero all nuestra vivencia es siempre abstracta, porque es la profundidad de una cosa que hemos vivenciado en otra parte 8 . Quizs esto est expresado demasiado fuertemente. H a y momentos en los que conseguimos la unidad. Debemos confiar en que sern cada vez ms numerosos. Pero por el momento, para la mayora de nosotros, an es vlido lo siguiente: para que podamos experimentar cada vez con ms profundidad la bondad de Dios en la misericordia del hombre, necesitamos la explicitacin de la celebracin. En la teologa del sacramento de la penitencia de los ltimos decenios, se vuelve a prestar mucha atencin a la dimensin eclesial del pecado y del perdn. Beemer hace constar acertadamente que la predicacin sobre esto apenas penetra en la mayora de los creyentes. Es posible que a causa de esta situacin est relacionada con el hecho de que la prctica de la fe est an demasiado absorbida por liberarse del legalismo y el moralismo y enteramente ocupada en desarrollar una personalizacin creciente 9 . H a b k m o s , o se nos habla, en una atmsfera impregnada de derecho eclesial y no nos sentimos ecclesia. 8. O. c. 164.
9. Th. BEEMER. O. C, 284.
Por ello no vemos que el bautizado, por sus pecados, se hace culpable ante la Iglesia, portadora viviente de la misericordia de Dios en su preocupacin por los hombres. Sabemos muy bien cmo a veces nos desgastamos trabajando en la Iglesia y qu difcil nos resulta a menudo vivirla como madre de todos los creyentes. Pero chocamos unos con otros y nos hacemos mutuamente culpables, cuando no conseguimos nuestras posibilidades de seguir al Seor. Cristo lleg hasta la donacin ms extrema de s mismo a fin de presentrsela (la Iglesia) a s gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable (Ef 5, 27). P o r eso tiene mucho valor el reunirse como comunidad y como Iglesia local para confesar nuestra culpa mutua, manifestando nuestro anhelo de integridad, al menos con nuestra presencia y con nuestra afirmacin interior. Una declaracin pblica de la culpa n o parece viable en la prctica; la mayor parte de las veces resultara muy duro, tanto para el individuo en cuestin, como para la asamblea de los creyentes. Tampoco es demasiado importante el que declaremos en voz alta u n determinado suceso; pero s lo es el que reconozcamos con nuestra actitud que somos co-rresponsables de la situacin que todos lamentamos. Mientras no encontremos natural hacer esto, continuaremos viviendo la Iglesia como una unin de la que somos miembros para adquirir mejores oportunidades para nuestra alma y santificacin propias 1 0 .
10. Podemos referirnos aqu a lo que hemos dicho en el segundo captulo bajo el epgrafe Cada una de las decisiones de la vida tienen que ser asumidas de nuevo.
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5.
pecados
El paso al confesonario es para muchos doloroso y difcil, porque le experimentan como el paso a un tribunal en el que se juegan asuntos ntimos y en el que el hombre ha de temer la sentencia. La reflexin sobre la fragilidad y culpabilidad constitutiva tiene, pues, un carcter doloroso. Pero es uno de los aspectos, y ciertamente el menos importante, del suceso sacramental. La remisin litrgica de los pecados puede experimentarse como plena de gracia, bienhechora y con ms intensidad que hasta ahora viene ocurriendo. Nos hemos referido ya a la necesidad de una pastoral personal en la confesin privada. Abogamos adems en favor de la celebracin de la penitencia como el lugar por excelencia en que se nos acepta con todas nuestras indignidades inherentes. Las palabras y los cantos de la celebracin tienen que expresar que el amor y la bondad de Jess son la ltima palabra en nuestra vida. Todo el .mundo tiene que percibir que ni lo presente ni lo venidero... podr arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jess, nuestro Seor (Rom 8, 38-39) n . En la reunin se ha de hablar, en nombre de la comunidad y en nombre de Dios, de que seremos aceptados tal cual somos y que de la misma manera debemos aceptarnos mutuamente. Oir esto y decir esto est ya compenetrado plenamente por la gracia. Si esto nos ocurre, es que hacemos la experiencia de la gracia. Despus de una experiencia as, podemos no ser mejores que antes y podemos no creer ms que antes, pero todo queda transformado. En 11. Cf. J. A- T. E-OBINSON, Sincero para con Dios. Ariel, Barcelona 1967, 169 s. 90
ese momento, la gracia domina el pecado y la reconciliacin tiende un puente sobre el abismo de la alienacin... Experimentamos la gracia de poder aceptar la vida de otro, incluso si nos es hostil o nociva, ya que por la gracia sabemos que pertenece al mismo fondo al que nosotros pertenecemos y por el que hemos sido aceptados 12 , Podemos preguntarnos si esto que aqu se expone es real y realizable y si puede ser anunciado por el sacerdote. Concedemos que no todas las veces saldr bien y que se ha de observar parsimonia y sencillez, caso de que sea posible. Quien viene a la celebracin y en la meditacin all ofrecida toma conciencia de su debilidad, de su aislamiento y falta de ambicin, est ya abierto a la experiencia de la gracia. Espera que su conciencia de culpa sea acogida en el anuncio del perdn. El hombre quiere recibir fuerza y confianza y ello, sin considerar quizs todo el acontecimiento, menzar de nuevo y ms entraablemente su misin. la administracin de la confesin privada se exige sacerdote bondad y modestia. con coEn del
Tiene que recibir al penitente en el espritu de Cristo y hacer suya la gran compasin del redentor... Tropezamos continuamente con hombres que han sido acogidos de un modo spero en el confesonario. Ello significa la mayor parte de las veces una catstrofe para este* hombres 13, 12. P. TIIXICH, Die letzten Dinge, 1933, 183; citado por J. A. T. ROBINSON, Sincero para con Dios, 134. 13. A. SNOECK, Biecht en pastoral-psychologie. Brugge 1958, 18-42. 91
En la celebracin de la penitencia, donde no tenga lugar una declaracin personal, se pondr el acento en la aceptacin, el perdn y la fe mutua. Como ya mencionbamos anteriormente, el cristiano tiene que ser ayudado para que tome conciencia de su propio aburguesamiento, del falso escndalo y de la ceguera moral. 6. La forma de la remisin litrgica de los pecados
Quiero calificar esta celebracin de celebracin eclesial, que tiene por objeto hacer conscientes a los creyentes de su relacin de culpa con Dios en la solidaridad mutua; hacerles tambin conscientes de que Dios es un Dios que busca, que ofrece su misericordia sobre todo si el pueblo de Dios se vuelve a l colectivamente arrepentido; hacerles, por ltimo, conscientes de que es posible que ya haya llegado el momento de realizar un encuentro con Dios en la declaracin personal, al saberse llevado y sostenido por la solidaridad de toda la comunidad presente 16. Incrementando la celebracin comunitaria, posibilitaremos el que resalte con ms claridad el carcter social de este sacramento, que debe ser siempre signo y celebracin de la reconciliacin de los hombres entre s. Donde la prctica de este sacramento se convierte en un asunto privado entre Dios y el hombre, se da un atrofiamiento, palpable incluso exteriormente, pues el hombre comienza a darse cuenta de que el sentido de la vida slo es comprensible a partir de la solidaridad. Esto puede esclarecerse mejor con lo que hemos dicho sobre la secularizacin de la tica. La celebracin ofrece, adems, grandes posibilidades para una toma de conciencia ulterior de la dimensin social y eclesial del pecado humano, as como para una formacin ms profunda de la conciencia, con ayuda de la cual los cristianos podrn liberarse de los puntos tradicionales del formulario de faltas y llegar a adquirir una tica intencional. Sentiramos mucho que la celebracin comunitaria tuviera que desplazar a la confesin privada del horizonte de los creyentes. Aunque no somos de los que juzgamos el descenso de la frecuencia de la confesin
16. W. BEKKERS, Barmhartigheid en biecht, 15.
Podemos diferenciar en principio dos formas fundamentales de la remisin litrgica de los pecados: la celebracin comunitaria y la administracin privada. En realidad slo estamos familiarizados con la confesin privada y con la declaracin comn de la culpa en el confteor de la santa misa. La otra forma, en verdad, apenas se considera como anuncio real de gracia. Las celebraciones comunitarias tienen lugar desde hace poco tiempo 14 . Personalmente opinamos que la aparicin de la celebracin de la penitencia puede representar un gran provecho. La constitucin sobre la liturgia del Concilio Vaticano II dice expresamente: Siempre que los ritos, cada cual segn su naturaleza propia, admitan una celebracin comunitaria, con asistencia y participacin activa de los fieles, inculqese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebracin individual y casi privada 15. W. Bekkers, obispo de Hertogenbosch, aade lo siguiente:
14. Evitamos la expresin celebracin de la confesin, porque confesin propiamente quiere decir la declaracin de los pecados. 15. Sacrosancium conctlium, 27.
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slo negativamente, estamos convencidos de que la confesin privada es muy saludable para la mayor parte de nosotros y quizs para todos nosotros en determinadas situaciones de la vida. Apoyamos, pues, totalmente el punto de vista de Janssen: Creemos que el sacramento de la penitencia en su forma actual de declaracin y absolucin privada tiene, por argumentos bblicos y la tradicin, existencia justificada en la Iglesia e incluso en la Iglesia del futuro. Se ha de experimentar como un contacto humano muy personal, que nos llama a una autenticidad mayor en la vida, inspirada por la radical entrega de la vida de Cristo, Esperamos tambin que, junto a esta forma de conversin y de remisin de los pecados, se reconozca un puesto equivalente y un efecto sacramental a las formas de declaracin comunitarias y de remisin comn de los pecados tal como hoy se desarrollan, renovadas dentro de la prolongacin de un recto sentir de la tradicin eclesial y del evangelio n . Celebracin de la penitencia y confesin privada pueden, a nuestro parecer, enriquecerse mutuamente en la vida del hombre creyente. Ambas tienen que estar a su disposicin. Por ello consideraramos como una gran prdida, el que la confesin privada encontrara dificultades al ser considerada como una institucin conocida y de fcil uso. Existen an hoy, en relacin con este sacramento, una serie de situaciones que no son deseables. Es una realidad el que a muchos les da repugnancia. Tienen la impresin de no adelantar y a veces d e ser interrogados de una manera innecesaria. No pretendemos instar a stos a que acepten. Queremos solamente 17. 94 G. JANSSEN, Biecht-getuigenis: Getuigenis 8 (1964) 348.
dejar abierta la posibilidad, en cuanto posibilidad real. E n la orientacin del nio hacia la penitencia, se ha de crear, pues, u n espacio real, no una presin, para la confesin privada. Podemos aludir aqu a las normas de monseor Moors, obispo de Roermond, relativas a la confesin y comunin de los nios. En ellas se antepone la celebracin comunitaria por razones pedaggicas y teolgicas diversas, pero se exige tambin un autntico campo para la confesin privada. Intentaremos ahora mostrar que la celebracin litrgico-sacramental conoce, o al menos puede conocer, dos formas fundamentales. Pero antes de comenzar queremos mencionar una frase de un protestante, que puede preservarnos de equivocaciones fatales: Pudiramos tambin formular como inconveniente contra la declaracin general de la culpa y el anuncio general de la gracia, el que ambas se convierten muy rpidamente en una frmula muerta... la comunidad se oye muerta. Generalmente, cuando uno confiesa su culpa junto con otras cien personas, sin nombrar el hecho concreto, la confesin se convierte mucho antes en una formalidad, que cuando uno confiesa sus pecados al odo de un compaero o de un ministro 18. Cometeramos, pues, una simplificacin, si considerramos la celebracin de la penitencia como la solucin del malestar existente en la confesin o como el medio de expresin ideal de una penitencia vivida cristianamente. El futuro mostrar si las celebraciones continuarn siendo atractivas en nuestro pas y en el extranjero, donde an hoy son casi totalmente desconocidas. Pre18. M. ARNTZEN, Biecht en vergeving van zonden. Kampen 1961, 34. 95
decir el desarrollo del sentimiento religioso es asunto delicado, incluso cuando entrevemos que el hombre futuro se ha de sentir ms intensamente afectado que el actual por las vivencias y manifestaciones comunitarias. Pero siempre existir tambin la necesidad de auto-desahogo personal en voz baja, de comprensin y de misericordia adaptadas a esta persona concreta. El malestar y la alienacin solamente podrn ir desapareciendo, si orientamos la reflexin teolgica, la predicacin e incluso la prctica, tanto a las formas comunitarias, como a la forma privada de administracin. 7. A la bsqueda de la forma y valoracin de la celebracin de la penitencia
lebracin para la confesin secreta, ante el confesor, de los creyentes individualmente. Esta confesin individual es un requisito esencial en los pecados graves. Es muy de desear y, sin que aqu sea condicin hacerlo de manera exhaustiva, en todos los otros pecados. Tambin la absolucin debe darse individualmente en unin de cada confesin personal... Para los creyentes que no quieran hacer una declaracin personal, debe haber una declaracin de la culpa general y conjunta. Sigue despus una oracin de perdn para todos. Para quienes no confiesen personalmente sus pecados y reciban una absolucin personal, esta celebracin no es naturalmente un sacramento, por muy valiosa que sea 19. La celebracin de la penitencia constituir normalmente un oficio vespertino y se tendr en pocas ms o menos fijas, por ejemplo en adviento, cuaresma y quizs tambin a finales del verano. En las reformas litrgicas que se van a hacer, probablemente sea posible que al ofertorio de la misa preceda una celebracin de la penitencia. Parece una idea atrayente, como desarrollo y revalorizacin de la antigua confesin de los pecados en el confteor. Esta iniciativa agradar sin duda a gran nmero de creyentes. Pero por el momento estamos an a la expectativa. Se plantea no obstante la cuestin de si la celebracin de la penitencia no perder importancia al estar unida con la eucarista y si no se convertir en un acontecimiento precipitado e incoloro, en el que tendr lugar una declaracin general de la culpa y un anuncio general de la gracia; pero no una reflexin tranquila y un autntico examen de conciencia. A largo plazo parece ms indicado que slo se hagan celebraciones algunas veces al ao y que se invite a los fieles expre19. \V. BEKKERS, O. C-, 16.
En las celebraciones de la penitencia nos encontramos an en el estadio del experimento. Probablemente ninguno de nosotros creer que est en condiciones de responder a todas las preguntas que pueden plantearse sobre la forma y significado de estas celebraciones. Existe en primer lugar la necesidad de una autntica reflexin y de ensayar en la realidad las ideas suscitadas. Se trata, en ltimo trmino, de que esta prctica y esta administracin sean para nosotros algo autnticamente salvador. Desarrollaremos nuestro propio punto de vista, confrontndole con la postura del obispo Bekkers: El carcter comunitario no significa, sin embargo, que todo tiene que ocurrir, o que slo puede ocurrir, de manera masiva y comunitaria. Por el contrario, la comunidad se diferencia del anonimato de la masa precisamente por su vocacin a la personalidad, Slo poi esta razn el carcter comunitario incluye ya, de manera clara y explcita, el que haya espacio en la ce96
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smente a ellas. Los sacerdotes no deben dejarse seducir por el xito que por el momento tienen y pretender tener una afluencia masiva. Las primeras experiencias muestran que el nmero de creyentes debe ser ms bien pequeo y que es aconsejable no hacer uso solamente del oficio vespertino. Por ello estara bien hacer dos celebraciones en una tarde. De este modo el nmero de asistentes sera menor, lo cual favorecera un examen de conciencia tranquilo. La oportunidad para un compromiso personal es sin duda mayor en quienes han venido a la iglesia invitados expresamente a ello, que en aquellos que solamente aprovechan de paso una celebracin. En los conventos de rdenes femeninas, donde existe la costumbre de una confesin semanal, las celebraciones comunitarias se pueden tener con ms frecuencia. A nuestro parecer, es evidente que las religiosas deben tomar parte tambin en la celebracin parroquial. El que hayamos incluido en el presente libro una celebracin propia para religiosas no quiere decir que, en general, recomendemos oficios de culto separados. Hasta hace poco al menos, se tenan en muchas parroquias celebraciones de la penitencia. En ellas la declaracin y la absolucin tienen lugar de forma individual y slo la preparacin y la accin de gracias transcurren comunitariamente. Consideramos tales celebraciones como una forma clara de confesin privada, y no las recomendamos de buen grado. Tenemos reparos en que se mezclen ambas formas, porque consideramos que la administracin privada y la prctica comunitaria son dos formas distintas de la penitencia litigico-sacramental. Reconocemos que a veces la celebracin de la penitencia, desde el punto de vista prctico, es an oportuna como trnsito a una celebracin enteramente comuni98
taria. En este caso se requiere que el nmero de fieles en relacin con los sacerdotes presentes sea extraordinariamente pequeo, de manera que pueda tener lugar una declaracin personal tranquila en el marco del oficio religioso. Por experiencia, esto nos parece posible en conventos no demasiado grandes. Pero dudamos que sea viable en las celebraciones acostumbradas en las parroquias que estn abiertas a todos. No vemos ya hoy que estos oficios religiosos se hacen demasiado largos y que la gente comienza a aburrirse, porque tienen que esperar tanto tiempo hasta que todos hayan terminado su confesin personal? Algunos recomiendan a los fieles resumir los ms posible su declaracin. Por este motivo muchos se limitan a una indicacin muy concisa de algunos hechos o eligen una frmula como: yo me acuso de haber pecado, sobre todo contra la caridad y la justicia. Tras esto el sacerdote da la absolucin. Un representante entusiasta de esta prctica nos contaba que l haba confesado en 20 minutos a 40 fieles. Suponemos que esa precipitacin ser una excepcin; precipitacin que, por otra parte, tampoco impide que se alargue todo el oficio religioso. Es pues imaginable el peligro de que la confesin, a pesar de las buenas intenciones, se convierta, o contine siendo, un acontecimiento mecnico y automtico, si el contacto personal entre penitente y confesor queda limitado a menos de un minuto. Qu valor puede tener una declaracin comprimida de tal manera? Apenas s se puede considerar como automanifestacin que posibilite al sacerdote un juicio responsable. El sacerdote queda reducido a un autmata de la absolucin al que la gente se acerca a toda velocidad. Sin duda es posible formular de tal manera lo que se requiere para una declaracin personal, que muy pocos hagan uso de ello. Habra que
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esforzarse por no dar la impresin de que para ir al confesonario slo se han de considerar los grandes pecados y los especialmente delicados. Nos pronunciamos en favor de una celebracin de la penitencia que, a diferencia de la celebracin de la confesin, se caracteriza por una declaracin comunitaria de la culpa y una promesa del perdn y en la que se ha de hacer sitio a unos minutos de reflexin tranquila y de oracin personal mientras se interpreta una msica apropiada. Despus de esto el sacerdote pronuncia una oracin de contenido general ofreciendo la misericordia y el perdn para los fieles. Al mismo tiempo se ha de invitar explcitamente a hacer una declaracin personal y una confesin privada al cabo de unos das o de algunas semanas. En el captulo siguiente desarrollaremos esto con ms detalle. Se plantea la cuestin de si en el tipo de celebracin que estamos defendiendo puede hablarse de un acontecimiento sacramental. Estamos convencidos de que en esta celebracin se conceden misericordia y perdn al hombre que aspira sinceramente a convertirse. El sacerdote, como ministro de la Iglesia, tiene que expresar esto con claridad. La cuestin de la sacramentalidad se presta ciertamente a discusiones. Si se mide la sacramentalidad por las exigencias que presentan los manuales para la validez de un sacramento, la respuesta es negativa. No solamente falta la declaracin formal explcita, sino que adems no se cumple la frmula de la absolucin claramente prescrita. Pero una cuestin actual no se resuelve con la simple referencia a una respuesta tradicional. Quizs merezca la pena reflexionar sobre si la respuesta a la cuestin de la sacramentalidad de tal o cual acto tiene que ser tan evidente a como estamos acostumbrados a suirvr
poner. Es realmente claro que se puede hablar de matrimonio sacramental, empleando otro ejemplo, si hombre y mujer estn totalmente alejados uno de otro y no existe ninguna realidad antropolgica que sustente la base humana de ese matrimonio contrado en el cielo? No tendra sentido, quizs, el plantearse la cuestin de que acaso sea sacramental el encuentro de dos personas que viven juntas en sincera voluntad de matrimonio y que procuran dar una forma cristiana a su vida propia y a la de sus hijos? Si buscamos la peculiaridad de la esencia sacramental de la penitencia, la encontraremos en el hacer visible la situacin de pecado personal ante la comunidad de los creyentes o, eventualmente, ante el representante calificado de dicha comunidad. Con la conciencia de haber faltado, de haber sido infiel y de necesitar de nuevo perdn, el hombre se pone delante de la Iglesia, confiesa su culpa, se expresa de la manera que corresponde a su situacin personal y pide perdn. La confesin privada, as vista, no es en realidad ms que una forma determinada de la penitencia litrgico-sacramental. Esta forma no puede oponerse sin ms a la aparicin de otras formas. Es cierto que hay toda una serie de situaciones en las que la confesin privada es realmente oportuna, por ejemplo: la experiencia de una culpa personal que ha calado hondamente en la vida, la necesidad de una direccin personal y la intencin de ser siempre fiel a la vocacin propia. Pero hay tambin una serie de situaciones en las que la celebracin comunitaria es ms indicada, como para la profundizacin y ampliacin del examen de conciencia y para una toma de conciencia ms amplia de la dimensin social y eclesial del pecado humano. La Iglesia, en virtud de su autoridad doctrinal, podra reconocer la celebracin comunitaria co101
mo sacramental en sentido riguroso. Creemos que se pecara de generalizacin inadmisible e incluso de formalismo, si la declaracin comunitaria de la culpa, como tiene lugar en la prctica, se valorase, a priori y en general, inferior a la declaracin individual. La declaracin individual ser acertada para hombres inclinados a la reflexin, quienes pueden vivenciar la autoexpresin personal de modo ms profundo y radical, as como para quienes han descubierto ya su culpa; pero hay muchos hombres que llegan a una confesin ms profunda en la expresin comunitaria que en la individual. Ponemos, por tanto, reparos a la infundada generalizacin de que es en la confesin privada donde mejor se expresa la actividad humana. No comprendemos tampoco la razn de que un reconocimiento de la culpabilidad, acompaado de cantos y de una reflexin profunda, en medio de y ante la comunidad, no baste internamente para un perdn litrgico-sacramental. Si entramos en una iglesia y tomamos parte en la celebracin comunitaria junto con otros cristianos, experimentaremos cuan profundamente se puede confesar all la culpa. Alguien puede, naturalmente, referirse a las normas eclesisticas existentes. Ellas son la causa de que hayamos evitado toda frmula de absolucin en sentido riguroso en las celebraciones que aqu proponemos. Pero quien para defender su punto de vista se refiera solamente a las normas, tendr que esperar la autorizacin para poder cambiar de opinin. No se requiere en los pecados mortales una declaracin explcita ante el sacerdote? Esta pregunta pierde su carcter angustioso en el momento que se acepta la interpretacin que temos propuesto sobre los grados de pecaminosidad y la secularizacin del perdn. Co102
nocemos la declaracin del concilio de Trento, segn la cual todos los pecados mortales cometidos despus del bautismo y que no han sido vlidamente perdonados por el papa, tienen que ser confesados, e incluso teniendo en cuenta el nmero, modo y circunstancias que modifican su ndole m. Sabemos tambin que la Iglesia antigua pensaba en esto de distinta manera. No slo desconoca una transcripcin detallada de la materia de penitencia, sino que admita bastantes variaciones respecto a las faltas que tenan que someterse a la penitencia eclesial. Podemos decir, quizs, que Trento, en una formulacin rigurosa e incluso algo extremada, expres para su tiempo y dentro del pensamiento de la poca algo parecido a esto: el hombre que es consciente de una falta grave tiene que comprender que no puede seguir llevando, sin ms, su ritmo normal de vida. Debe saber que ha empaado el rostro de la Iglesia y que entorpece su desarrollo. Tiene que reconocer que su perdn depende del perdn del prjimo, del perdn de la comunidad, tambin eclesial, y del perdn de Dios. Por ello lo ms indicado es una declaracin personal en presencia de la Iglesia, lo cual se ha de considerar tambin como la forma ms adecuada de solicitar perdn y participacin renovada en la vida de la comunidad. El sacerdote debe exhortar a ello a los cristianos. Veramos con agrado para el futuro, el que la declaracin ante la Iglesia (in facie ecclesiae) no fuera forzada por una prescripcin positiva, sino que se dejara crecer el anhelo de ella en los corazones de los cristianos mismos, como tambin el que la declaracin ante la Iglesia no se redujera solamente a la declaracin ante el sacerdote. Este anhelo se puede fomentar e incluso despertar por la predicacin sacerdotal. La declaracin an20. D. 1707. 103
te el ministro, como representante de la comunidad, nos parece indispensable tan slo en el caso de los llamados pecados pblicos. Los sacramentos son signos sagrados. Su administracin es una accin oficial de la Iglesia. Por tanto solamente pueden ser administrados a quienes sean dignos de ello. No corresponde al sacerdote juzgar la aptitud del hombre? Cmo puede desempear su oficio de juez, si no encuentra personalmente al hombre en la declaracin de los pecados? Para evitar malentendidos reconocemos explcitamente y por principio el sentido de la disciplina eclesistica. Ya en los escritos neotestamentarios se ve claro que el cristiano era excluido con bastante frecuencia de la participacin en la celebracin eucarstica por los apstoles o por el presbiterio local, a causa de su conducta pblica indigna. La Iglesia tiene que actuar continuamente contra los pecadores en su propio seno. La cuestin que aqu se nos plantea es sta: el juicio sobre la aptitud del cristiano para tomar parte en la celebracin eucarstica corresponde al sacerdote o al creyente mismo? Prescindiendo de los casos en que la decisin disciplinaria eclesistica sentencie contra los pblicamente indignos, cuestin relacionada con el atar y desatar en el sentido bblico de la palabra, es el creyente mismo quien tiene la responsabilidad fundamental21. Podemos citar aqu a Agustn: La iniciativa para esta penitencia parte normalmente del pecador mismo. Tiene que juzgarse a s mismo y aborrecer, arrepentido, sus pecados... La auto-condena del cristiano por sus pecados graves ha de expre21. Cf. K. RAHNER, Verdades olvidadas sobre el sacramento de la penitencia, en Escritos de teologa, 2. Tanrus, Madrid 31967, 147-188.
sarse, en primer lugar y sobre todo, no tomando parte en la eucarista, ya que se ha hecho indigno de participar en esta comida-sacrificio. Esta excomunin litrgica corresponde al estado real del pecador y es la expresin de su sentencia22. El sacerdote tiene que favorecer el autodictamen del hombre, dando consejos, cuando se le pregunte, estimulando una conciencia realmente personal y predicando fielmente el evangelio de Cristo. Su predicacin se ha de orientar ms an y con ms intensidad que actualmente a la maduracin humana y cristiana. Se ha de poner el acento en el desarrollo de un cristianismo personal y vivido con convencimiento. Tenemos que apoyarnos mutuamente, incluso cuando se trata de descubrir nuestra misin en la vida. Solamente el hombre que est abierto a la vida puede adquirir y renovar una conciencia realmente madura. Es una ilusin creer que sin ms ni ms y sin un esfuerzo constante poseeremos la pureza de aspiracin y la claridad de visin que nos permitan ver, en las diversas situaciones de la vida, lo que exige concretamente nuestra responsabilidad frente a nosotros mismos y frente al hombre con quien estamos llamados a vivir en comunidad. Nuestra conciencia se forma en un perpetuo dilogo, en un constante juego conjunto con Dios, que nos habla de muchas maneras: en nuestra meditacin callada y en la oracin; si escuchamos hablar a Cristo, palabra del Padre, en el testimonio de la Escritura y en la predicacin de la Iglesia, en el prjimo como persona y comunidad. Pero la palabra, la esperanza y el modelo del otro, incluso cuando sabemos que ese prjimo est llamado a hablar22. As interpreta P. ANCIAUX la opinin de Agustn, en Le sacrement de la pnitence. Louvain 1957.
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nos por su ministerio, no pueden servirnos ms que como orientacin. El sacerdote, por su parte, slo puede trazar, con mucho cuidado, las fronteras de nuestra misin y de nuestra responsabilidad. Puede quizs indicarnos un sector de la vida, decirnos que una determinada decisin no concuerda con un humanismo puro, acompaar nuestro crecimiento en la madurez y expresar su esperanza respecto a nosotros. Pero en definitiva l no puede decir la ltima palabra que indique en qu consiste nuestra misin en cada momento. Nadie puede interrogar a otro sobre algo cuya respuesta slo l mismo puede encontrar. 8. Lugar de la confesin privada en la vida del cristiano
Estara bien instalar en la iglesia un recibidor, de manera que los fieles pudieran elegir entre el contacto en penumbra y en voz baja del confesonario y una confesin abierta en el recibidor. A veces, en una visita a domicilio llega el hombre a la confesin de su culpa y a pedir explcitamente el perdn eclesial. Es ste un momento oportuno para la administracin de la confesin privada. El sacerdote intentar orar junto con el cristiano y pedir en esa oracin perdn para l. Es posible que, en determinadas circunstancias, dicho perdn se pida conjuntamente para mujer y marido, por ejemplo: Esto mismo vale tambin para las horas de confesin, El sbado por la tarde no parece ya oportuno como tiempo dedicado exclusivamente para la confesin. El sbado por la maana ofrece quizs mejores posibilidades; no obstante, en todo tiempo debe darse oportunidad de confesin a quien lo pide seriamente. Los sacerdotes deben complacer en esto a los fieles hasta donde sea posible 24. Solamente durante los actos litrgicos (durante la celebracin de la eucarista, por ejemplo) no se debe confesar. Preferimos tambin que no se administre la confesin privada en el marco de una celebracin de la penitencia. Reconocemos que una forma llama a la otra; pero esto no significa que las unamos, como sucedera si pusiramos la confesin privada acto seguido de una celebracin comunitaria. El deseo de los cristianos de la confesin privada puede provenir de diversas fuentes, como hemos expuesto detalladamente en el primer captulo. Este deseo aparecer, justificadamente, en quien siente la exigencia 24. Ibid. 107
Ya hemos hablado varias veces sobre la significacin de la confesin privada y no repetiremos lo que ya hemos dicho antes. En general, la confesin privada nace de la invitacin del sacerdote y de la exigencia del cristiano. La invitacin del sacerdote lia de ser muy abierta, tanto en lo que respecta al lugar como al tiempo. Despus de haber citado la iglesia y el confesonario como lugares actualmente ms apropiados para la confesin, dice el obispo Bekkers: Pero por lo dems, todo aquel que solicite seriamente este sacramento puede ser confesado en cualquier parte: en una habitacin ad hoc, en el recibidor, en una sala de visitas, en el departamento del tren, tratando de facilitar lo ms posible. Para muchos continuar siendo el confesonario el rincn de segura proteccin; pero otros muchos, como es de suponer, tendrn aversin a este lugar23.
23. W. BEKKERS, O. C, 14.
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de conversin personal y de direccin espiritual. Al menos en los grandes momentos de la vida, cuando experimenta con ms intensidad que de ordinario su vocacin, cuando tiene conciencia de aceptar una nueva misin o de renunciar a una antigua, sentir el hombre el deseo de una seguridad muy personal de la misericordia de Dios. Si la contricin vive en nosotros con ms intensidad que de ordinario, sobre todo con la conciencia de haber faltado seriamente, haremos bien muchos de nosotros en declarar explcitamente nuestra culpa en la confesin. Personalmente valoramos mucho esta declaracin ante el sacerdote, con tal que se trate de una autodeclaracin sincera, n o disimulada, del hombre que es consciente de en qu gran medida an hace suya la fragilidad del mundo. Por este motivo, la declaracin tiene tambin que ser concreta; han de confesarse los hechos que agobian en aquel momento al hombre y que l experimenta como graves. Consideramos adems muy de desear que todo adulto medite sobre su actitud fundamental y su verdadero concepto de la vida en un examen de conciencia K repetido con regularidad y en el que intente averiguar el trasfondo y motivos de sus actos. Es evidente que los diferentes sectores de la vida en los que el hombre se mueve deben formar parte del objeto de esta meditacin. Es aconsejable que se incluyan en la declaracin de la confesin al menos las conclusiones de una tal revisin de conciencia. 25. Ponernos intencionadamente esta palabra entre comillas, porque sabemos que esta expresin est desprestigiada y se aplica con frecuencia a un insano escudriar y revolver el interior del hombre. Guardini hace proposiciones para una revisin real de la conciencia en El bien, la conciencia y el recogimiento, en La fe en nuestro tiempo. Cristiandad, Madrid 1965; tambin E. FROMM, El arte de amar, Paids, B. Aires 1966. 108
Para la mayor parte de los hombres es recomendable, pues, una tranquila declaracin de los pecados concretos. Ya hace aos, Bonhoeffer habl sobre esto con acierto M . No nos engaamos a menudo con nuestra llamada confesin ante Dios en el silencio y recogimiento de nuestro corazn y hacemos, como si nos confesramos nuestros pecados a nosotros mismos y nosotros mismos nos los perdonsemos? Nuestras innumerables caidas, la debilidad de nuestra obediencia cristiana, no tienen quizs la causa en que vivimos de un autoperdn de nuestros pecados? Un autoperdn no puede jams llegar a destruir el pecado. Esto solamente puede hacerlo la palabra de Dios que nos juzga y nos perdona. Quin nos da la certeza de que la declaracin y el perdn de los pecados no tiene nada que ver con nosotros mismos, sino con el Dios viviente? Esta certeza nos la da Dios a travs del hermano. El hermano rompe el crculo de la ilusin 27 . Personalmente encontramos acertada esta interpretacin de Bonhoeffer. Todos estamos expuestos al peligro del autoengao. Nuestra vida diaria hace a veces necesario ocultar algunas faltas al menos. Insinceridad e hipocresa son una autntica amenaza. De ello puede liberamos la confesin sincera con el otro. Si el otro se convierte realmente en nuestro hermano y se pone en nuestro caso, puede ayudarnos a desenredar nuestra conciencia y decirnos una palabra de consuelo o a veces de amonestacin. Explayando nuestra conciencia y confrontndola con la visin del otro, podemos localizar el mal en nuestra vida. Maduramos por medio de 26. D. BONHOEFFER, Gemeinsames Leben. Mnchen 95-105. 27. Ibid., 100.
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la declaracin y con ello conseguimos ms rpidamente el ponernos de nuevo en pie. Si el hombre no consigue llegar a determinar y expresar correctamente el lugar de la maldad que lleva en s en una clara declaracin, se impone la necesidad de permanecer en la actitud tomada2S. A un autntico desahogarse no puede responder el sacerdote con una exhortacin general o con una penitencia de tres Avemarias. Rahner hace constar que en este aspecto encontramos en la confesin privada una situacin que no podemos cambiar de la noche a la maana. Pero habra que ser conscientes de dicha situacin y comprender que quien en ella no ve problema, tiene un concepto jurdico-formalista del pecado o piensa mgica-mecnicamente del sacramento29. La primera penitencia que toda persona debe tomar a su cargo es la de pretender cambiar positivamente su situacin de vida, sabiendo que la pena y el dolor que encontrar son siempre consecuencia de los pecados propios y ajenos. La existencia del prjimo sigue siendo oscura y solitaria, porque vivimos muy poco en funcin del otro. Partiendo de esta conviccin, puede el sacerdote pronunciar la oracin final: la pasin de nuestro Seor Jesucristo... Naturalmente que en ocasiones se podr elegir como penitencia una oracin, sobre todo en las confesiones devocionales de ms frecuencia. Pero la cuestin reside en si se puede o no imponer una penitencia. No tendra que ser ms bien 28. A. SNOECK, Bkcht en psychoanalyse. Brugge 1957, 24. 29. K. RAHNER, Problemas de la confesin, en Escritos de teologa, 3. Tauros, Madrid 3 1968, 219-236. 110
que el sacerdote se pusiera al lado del penitente e intantase ver con l las posibilidades que ste tiene de reparar el mal, qu es lo que realmente puede hacer esa persona para que su vida est interiormente inspirada por el amor? Para esto no escogemos el camino del menor esfuerzo, sino que abogamos por un intento de unir realmente penitencia y conversin, compenetrando aqulla de manera ms concreta y real con la decisin renovada de mantener la fe y la caridad en la vida de cada da. Y con esto terminamos nuestras reflexiones. Hemos partido de la inviabilidad de la prctica tradicional de la confesin y terminamos con unas palabras sobre la penitencia. Al finalizar esta exposicin, somos an ms conscientes que al comienzo de haber planteado un problema difcil. La culpa no es algo objetivo, en el sentido de una realidad que existe fuera y por encima del hombre. La culpa acontece en la ms alta unin con la verdad... Ir madurando en un autntico humanismo, a pesar de todo lo que amenaza alienarle, no es tambin hoy la tarea principal para el hombre moderno? 3. 30.
ANNIMO,
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II
Celebraciones de la penifencia para
P. J. Mars y
adultos
F. J. Heggen
Advertencias preliminares 1. Es aconsejable no introducir precipitadamente las celebraciones que a continuacin ofrecemos. El sacerdote, o dado el caso el equipo organizador, debe antes haber captado bien el valor y el significado de tales celebraciones; recomendamos, por ello, no comenzar demasiado deprisa. En primer lugar, el sacerdote tiene que informarse detenidamente de su trasfondo teolgico, para lo cual necesitar estudio y quizs intercambio de ideas. Se puede preparar e instruir a los fieles a travs de la predicacin desde el pulpito y de discusiones en el marco de coloquios parroquiales. Juzgamos que para poner de relieve las ideas centrales de la conversin a la que Cristo nos llama son necesarias tres o cuatro semanas como mnimo. 2. Los textos de las celebraciones se han de aplicar con independencia. Quieren servir solamente como base y sugerencia. Segn el criterio propio, se puede dejar esto a aquello o cambiar otras cosas. Lo esencial es que quien realice estas u otras celebraciones se prepare cuidadosamente y por escrito y cuide de que se mantenga una lnea clara y una idea central. Es conveniente dar a los fieles un programa de mano, para que tengan a la vista los pensamientos fundamentales y para que lleguen mejor a una cooperacin personal y a una oracin comn. Lo mejor es que el sacerdote mismo 115
confeccione este programa, con lo cual puede tener en cuenta las caractersticas de su parroquia. Por este motivo no hemos querido publicar nosotros este tipo de programas para los fieles. 3. En las celebraciones que siguen, como en las reflexiones teolgicas precedentes, nos dirigimos a los adultos. Para lo que se refiere a la catequesis de los nios, remitimos al lector a nuestro libro: Intocht der kinderen. Roermond 1964. 4. Se trata de celebraciones salvficas; esta circunstancia tiene que resaltar por encima de todas las dems. En estas celebraciones nos reunimos como comunidad de hombres cargados de pecado, de impotencia y de enajenacin mutua; buscamos integridad, perdn y redencin y creemos que todo esto se nos ofrece en Cristo. El nos une en torno suyo, l nos anuncia la fe y la esperanza del perdn y la liberacin. Nos llama a convertirnos, a confesar la culpa y a reparar de nuevo lo que hemos destrozado. Nos muestra cmo, a travs del acto externo, tenemos que mirar a nuestro corazn y a la actitud que subyace en nuestro comportamiento exterior, que es en definitiva la que determina nuestra moralidad. Con el ejemplo de Cristo podemos soportarnos y perdonarnos mutuamente, reforzarnos de nuevo en nuestra tocacin y ser capaces de llevar a efecto nuevas perspectivas. Este acontecimiento salvfico, en conexin con la sagrada Escritura, tiene que constituir el punto central de la celebracin de la penitencia, aunque, segn las diversas celebraciones, se ponga tambin el acento en otros aspectos respectivamente. 5. No debemos desembocar de nuevo en un estrechamiento de la prctica de la penitencia, como ha sucedido en el pasado con demasiada frecuencia. Por 116
este motivo tenemos una postura crtica frente a aquellas celebraciones en las que se invita a grandes grupos a una declaracin individual en el confesonario o en el recibidor. Dudamos mucho que esos oficios vespertinos en los que los fieles se preparan en comn para la confesin tengan realmente porvenir. Les amenaza el peligro de que el sacramento de la penitencia sea recibido por muchos de manera tan impersonal y formal como antes. Aunque es muy posible que algunos cristianos quieran pasar de la celebracin comunitaria al autodesahogo personal ante el sacerdote en la confesin privada (tales celebraciones cumplen de jacto un papel preparatorio), sin embargo parece ms indicado que haya una cierta alternacin entre celebracin comunitaria y celebracin personal. Una confesin privada acoplada 2L la celebracin comunitaria deber ser una excepcin. Adems, a ciertas personas les aprovechar ms la celebracin comunitaria, debido a la estructura de su personalidad y a la situacin global en que se encuentran, mientras que a otras les vendr mejor nsislir en la confesin privada. 6. No nos parece razonable dar a los reunidos para la celebracin penitencial explicaciones detalladas sobre los fundamentos teolgicos de estas celebraciones, sacramentalidad y validez de la absolucin, etc. No debemos sembrar confusiones entre los fieles, sino que, partiendo de nuestros conceptos bien asimilados y meditados, hemos de dejar experimentar simplemente el efecto salvfico de las celebraciones anunciando adems con insistencia el perdn de los pecados para todo el que lo haga sinceramente. 7. En estas celebraciones se emplear el mayor nmero posible de personas para avisos, predicacin, declaracin de las culpas, oraciones y lecturas de la Es117
critura. Esto significa que el sacerdote que se ocupe l solo de una parroquia debe realizar estas celebraciones a ser posible con compaeros de otras parroquias. Es tambin aconsejable un intercambio de ideas, un cambio en el pulpito y una preparacin en equipo. Evidentemente tambin se puede confiar lecturas a los laicos, que subirn en este caso al ambn. 8. En las celebraciones de la penitencia que hemos esbozado, est previsto un espacio de tiempo de algunos minutos para la meditacin personal. Durante este tiempo no es conveniente interpretar msica. En cuanto a la msica a emplear, establecimos como criterios generales los siguientes: a) ningn canto; distraen fcilmente, porque hay que prestar atentin al texto; b) ningn solista; concentra la atencin en la ejecucin a causa de su carcter virtuoso e individualista. Consideramos lo ms apropiado: a) Concerti grossi del alto barroco: Corelli, Handel, Vivaldi etc. b) Sinfonas del preclsico: Mozart, Haydn etc.; en otras palabras, msica objetiva, llamada absoluta, con carcter alegre. Que la ejecucin no sea demasiado alta. 9- La eleccin de los cantos depender de las posibilidades del lugar; cada cual se arreglar para ello. Incluso con ciertos grupos se puede ensayar antes de la celebracin la antfona de un salmo apropiado al caso. Hay que cuidar de no cantar exclusivamente cantos penitenciales o cantos de invocacin.
1.
Introduccin
Msica de rgano (mientras entran sacerdote y asistentes). Saludo: Que el Dios de la penitencia y la consolacin os de un unnime sentir en Cristo Jess, para que unnimes a una sola voz glorifiquemos a Dios, padre de nuestro Seor Jesucristo (Rom 15, 5-6). Invoquemos la misericordia de Dios con el canto... (canto). 2. Celebracin de la palabra
Hermanos: Los hombres chocamos continuamente unos con otros a causa de nuestras faltas y debilidades. Esto lo muestra ya el gran nmero de palabras de que disponemos para expresar nuestras reacciones: podemos ponernos tercos, oponernos, enfadarnos, odiar, disputar, reir, quejarnos, escandalizar; podemos dar golpes de pecho, pedir perdn, corregir y reparar. Podemos explayarnos unos con otras, soportar y aceptar, contar con ello y silenciarlo, perdonar y olvidar. Podemos tambin ayudarnos mutuamente, alentar y consolar al otro; po119
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demos acogerle y conducirle, abrirle nuevas perspectivas y acompaarle por la vida. Lo bueno y lo malo viven mezclados. En todo corazn humano crece la cizaa entre el trigo. Cristo habla de ello en el evangelio segn Mateo. Lectura de la parbola del trigo y la cizaa: Mt 13, 24-30. Canto intermedio Lectura: El Seor habla tambin de nuestra postura frente al mal: Le 6, 27-42. Homila: Alguien ha escrito: haba una vez un hombre sin faltas, l. mismo era una falta. No podemos exigir de nadie que sea sin tacha, puesto que tampoco nosotros lo somos. Los dems sufren a causa nuestra; sufren ms de lo que ordinariamente creemos, con nuestro carcter, nuestro humor y nuestras rarezas. Quizs nos demos cuenta de lo que sufren los otros por nuestra causa. Quizs estemos desalentados en nuestro aspirar a ser intachables. Quizs ya hace tiempo que no vamos a confesarnos, porque a pesar de ello continuamos siendo lo mismo. Slo hay un hombre puro y sin pecado: Jesucristo. La Escritura nos muestra su postura frente a la maldad del hombre. Amad a vuestros enemigos, dice; sed misericordiosos; no juzguis, pues no podis ver el corazn del otro; perdonad de buen grado; suponed lo bueno. Nosotros, por el contrario, preferimos responder odio por odio, exigimos nuestro derecho sin miramiento, descargamos nuestra furia contra el otro o tozudamente no nos dirigimos la palabra. No fue este el ejemplo que nos dio Cristo. El se comporta de otra manera: donde acta, libera y pronuncia palabras de bondad; no 120
juzga al hombre porque ha faltado; come con los pecadores y les anuncia el perdn de los pecados, si no tratan de justificar su pecado, sino que, reconociendo su propia mezquindad, esperan la mano que les ayude. Tenemos poder sobre los que de alguna manera nos son deudores. Cristo no emplea este poder, sino que perdona. El hombre rencoroso, que odia, pretende tener al otro bajo su poder, doblegarle, pasar, si es preciso, por encima de su cadver. Cristo dice: Padre, perdnales, porque no saben lo que hacen. El odio hace impotente; el amor libera, desarma y posibilita al otro la vuelta hacia nosotros. Jesucristo acepta al hombre en su debilidad, carga con l, mira a su corazn, a su deseo, frecuentemente oculto, de ser bueno y cordial. Tenemos que seguir sus huellas no juzgando y condenando, sino afirmando y perdonando al otro. Como quieres que los dems te traten, as tienes que hacer t con ellos. Todo hombre tiene derecho a reclamar un espacio donde pueda ser l mismo, tiene derecho a ser comprendido y puede pedir perdn. Esto vale igualmente para nosotros mismos. Tenemos tambin que aceptarnos en nuestra mezquindad, reconciliarnos con nosotros mismos. Tambin nosotros podemos vivir liberados. El sentido de esta celebracin de la penitencia consiste en encontrar, en nosotros mismos y en los dems, la verdadera postura cristiana frente al mal. Nos reunimos para atestiguar nuestro pesar, para reparar y disminuir mutuamente la culpa, en el espritu y fuerza del Seor. Cristo nos ensea a orar: perdnanos nuestras culpas, as como nosotros perdonamos a nuestros deudores. El evangelio de Mateo aade an al padre nuestro: 121
Porque si vosotros perdonis al otro sus faltas, tambin os perdonar a vosotros vuestro Padre celestial. Pero si no perdonis a los hombres las faltas suyas, tampoco vuestro Padre os perdonar vuestros pecados (Mt 6, 14-15). Esta penitencia es don de la gracia, pero al mismo tiempo una tarea; una tarea de reparacin y de disposicin a la reconciliacin. 3. Reflexin sobre nuestra vida
Estamos llamados a ayudar a que irrumpa a nuestro alrededor el Espritu de Cristo; espritu de disposicin a la reconciliacin, de perdn y de paz. Somos conscientes de esto e intentamos trabajar positivamente en ello? Pedimos al espritu de Jess? Pausa en la que se interpreta msica4. Declaracin de la culpa y oracin por el perdn
Antes de reflexionar sobre nuestra vida, oremos a Cristo que se hizo por nosotros el cordero de Dios. Canto Preguntmonos: si odiamos a determinadas personas, si evitamos o nos negamos a hablar con ellas, si desacreditamos la buena fama de los dems, porque alguna vez nos han hecho algo, si les hemos ocasionado sufrimiento. Queremos perdonar y olvidar, queremos al menos intentarlo no emprendiendo nada hostil contra ellas? Queremos soportar y callar? Tenemos el valor de reconocer nuestras propias faltas? Las reparamos, cuando, por ejemplo, hemos dicho algo malo del otro? Despus de una disputa, adoptamos una postura de revancha o sabemos dar la mano en seal de reconciliacin? Creemos en el perdn de los pecados? Estamos desalentados, poique hemos buscado ms la perfeccin que el perdn? 122
Yo confieso ante Dios y ante todos los aqu presentes, que he pecado, que he faltado. Pido perdn a todos los que he lastimado, a todos los que he escandalizado. Seor, ten piedad de m, pecador! Sacerdote: El Seor tenga misericordia de vosotros y os perdone vuestros pecados. El os preserve del mal y os proteja de la tentacin, para que todos los hombres os perdonen tambin y no os guarden rencor a causa de vuestras faltas. 5. Oracin por aquellos que sufren a causa de nuestros pecados
Sacerdote: Recibe, padre todopoderoso, nuestra oracin y splica. Todos: Escucha, Seor, nuestra oracin. Sacerdote: Bendice a quienes estn enemistados con nosotros y haz que consigamos reconciliarnos con ellos. Todos: Escucha, Seor, nuestra oracin. (Se va repitiendo). 123
Te rogamos por aquellos contra los que hemos faltado; envales salud y salvacin. Que quienes sufren por nuestra causa, encuentren afectuosa comprensin. Socorre a los decepcionados para que puedan creer en un futuro. Da fuerzas a los esposos solitarios y a los padres desilusionados y haz que vuelvan a ellos sus seres queridos. Consuela a los sospechosos inocentes y libralos con la verdad. Ilumina a los que tienen que juzgar a los acusados, para que su sentencia sea sabia y justa. Te pedimos encarecidamente por aquellos que, por nuestra propia deficiencia o por la deficiencia de nuestra sociedad, pierden la confianza en la vida y han tomado un falso camino. Ven, Espritu Santo, e ilumina los corazones de todos los que en ti esperan, enciende en ellos el fuego de tu amor. Enva tu Espritu y todo ser creado de nuevo y se renovar la faz de la tierra. Oremos: Dios, t que has instruido los corazones de tus fieles con la iluminacin del Espritu Santo, haz que, por este mismo Espritu, consigamos la verdadera sabidura y gocemos siempre de su consuelo. Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Seor. Amn. 6. Canto final
1.
Introduccin
(El sacerdote pide perdn): Seor, soy un hombre pecador y busco tu perdn. Hazme digno de ser tu servidor y representante de todos los aqu reunidos. (Eventualmente el sacerdote puede vestirse ahora el roquete y la estola). Oracin de introduccin para la comunidad: El Seor todopoderoso y misericordioso nos conceda el perdn de todos nuestros pecados. 2. Celebracin de la palabra
Nos reunimos para reflexionar sobre nuestras culpas y pecados. Buscamos ayuda y alivio mutuamente y en Dios. Queremos confesar nuestros pecados y pedir perdn. Creemos que esto nos salvar y que nos separaremos como hombres transformados. Esto lo atestigua nuestra fe y esta es la experiencia del pueblo de Dios, como vamos a escuchar en una carta del apstol Juan y en un salmo del pueblo de Israel. 125
124
Lectura: 1 Jn 1, 8-2. Canto intermedio: Sal 31 (32). El hecho de que los hombres hayan hecho penitencia a travs de todos los siglos sin que el pecado haya sido desplazado, puede quizs desalentarnos. Podemos pensar que nada cambia, que el mundo en definitiva no se hace mejor. El apstol Juan piensa de distinta manera y nos hace una descripcin potica de su espera del estado final. Lo hace en su visin de la nueva tierra, que al mismo tiempo ser cielo, la nueva Jerusaln, en medio de la cual habita Dios entre los suyos. Lectura: Apoc 21, 1-5. Sugerencias para una homila: El papa Juan XXIII public las encclicas Mater et magistra y Pacem in tenis. Habla en ellas de la ONU y de otros organismos mundiales, de trabajo en comn en el plan del mundo y de ayuda para el desarrollo, de derechos sociales y seguros para ancianos, viudas e invlidos, de la responsabilidad de cada uno en la profesin, de la colaboracin en la ciencia, la cultura y la tcnica. Hay quien encuentra impropio el que el papa d su parecer sobre estos asuntos. Una encclica no tiene que meterse en esas cosas mundanas. Quien as habla, considera al mundo como el perdido valle de lgrimas que no tiene importancia para un cristiano, salvo como campo de prueba para la perfeccin cristiana. Pero en realidad, la tarea del hombre consiste en desarrollar el mundo y colaborar para construir una sociedad en paz, en posperidad para todos y en un humanismo profundo (cf. supra Orientacin escatolgica de nuestra conversin). 126
En el desarrollo por el que atraviesa el mundo, podemos sealar dos fenmenos relacionados entre s: el progreso en el terreno tcnico, econmico y cientfico y el entrelazamiento recproco, cada vez ms estrecho, de la vida de los individuos y de los pueblos. Cada vez es ms difcil vivir aislados. Sobre esto tenemos que reflexionar y comprender el significado de estos fenmenos, para que progreso tcnico y econmico impliquen tambin un humanismo realmente creciente. Ejemplo: Los medios modernos de transportes circulan con fuerzas enormes. Se les ha dado, por tanto, una responsabilidad mucho mayor sobre la vida del prjimo. La televisin en el cuarto de estar exige un ponerse de acuerdo en comn para la eleccin del programa. Las radios porttiles son a veces piedra de escndalo. El telfono nos pone en condiciones de robar al otro su tranquilidad y libertad. Hay mtodos modernos que posibilitan influir profundamente sobre el otro. La educacin de los hijos no depende ya slo de los padres, de la escuela y de un ambiente de confianza, sino que se ha convertido en un asunto de toda la sociedad, quien por sus medios de comunicacin (libro, radio, cine, televisin etc.) alcanza a todo el mundo y por ello influye en todo el mundo. La empresa moderna exige cooperacin, trabajo en equipo, adaptacin, comprensin de las dificultades de adaptacin en los trabajadores ancianos o nuevos; induce a muchos a descargar la responsabilidad en el otro. Enfermos y ancianos son atendidos en establecimientos especializados para ello, pero estn lejos de nuestra vista y con frecuencia de nuestro corazn. La concentracin creciente de la poblacin se relaciona con la aglomeracin del habitat, pero trae al 127
mismo tiempo consigo el aislamiento de muchos y la burocratizacin de la vida social. Cada vez es ms fcil establecer contactos de envergadura entre pases y pueblos. Llegamos con facilidad unos a otros. Estamos tambin ms cerca unos de otros? Todo esto exige una clarificacin cristiana. Se abren perspectivas de una nueva tierra que antes no podan ni suponerse. El nombre es seor del mundo, Dios le ha confiado la creacin para que la emplee en su salvacin y la conduzca a una mayor perfeccin. Todo esto exige reflexin y hace necesarias reuniones del estilo de sta. En la celebracin comunitaria de la penitencia buscamos el espritu de Cristo para poder vivir juntos cara al futuro. No tratamos, en primer trmino, de poner bajo la lupa todas las faltas de las que somos culpables, sino que queremos considerar esta celebracin como una llamada a la reflexin, al soportarse mutuamente y a la comprensin de las tensiones que esta crisis de crecimiento trae consigo. Cada vez ser ms difcil establecer normas fijas y bien perfiladas para ser cristiano en este mundo. La complejidad y diferenciacin de la vida moderna exigen un proceder personal adaptado a esta situacin. De ah la importancia de una conciencia madura, capaz de reflexionar cuerdamente y de formarse un juicio independiente. De ello resulta tambin la necesidad de una actitud cristiana fundamental como respeto al prjimo, disposicin de servicio y solidaridad, fidelidad a la palabra dada, sinceridad mutua, empeo y celo en la profesin, honradez en la palabra escrita y hablada. Nos sabemos unidos con toda la humanidad. En la fuerza de Cristo y siguiendo su ejemplo, aspiramos a apartar el mal y a favorecer el bien. 128
3-
Reflexionemos sobre nuestra vida y sobre nuestra relacin con los acontecimientos del mundo. Pausa en la que se interpreta msica. (Despus se adelantan dos fieles, que recitan alternndose. Uno de los recitantes se dirige a Dios en nombre de todos los reunidos y ora): Seor que guas la humanidad a travs de los siglos, los acontecimientos de nuestros das nos desconciertan. Corremos el peligro de abusar de las posibilidades de la creacin. Armas atmicas, lavados de cerebro, inseguridad en el trfico, amenazan nuestra humanidad. Lo cjue hablamos o escribimos nos desorienta a veces tanto a nosotros mismos como a los dems. Tenemos an que aprender a usar la radio, la televisin y los peridicos, de manera que no nos entrometamos indiscretamente, por apetito de sensacin, en la esfera de la intimidad del otro y para que no desorientemos a la opinin pblica con informaciones parciales. Escucha, Seor, nuestra oracin. Ambos: Seor, ten misericordia de nosotros. (Puede tambin cantarse). El segundo recitante contina: El desarrollo de la ciencia y de la tcnica, de la economa y de la cultura, que t, Dios todopoderoso, nos envas, ha de estar guiado por el espritu del amor. 129
Nos confesamos culpables de haber faltado. Haz que reconozcamos nuestra responsabilidad, que consigamos para todos posibilidades de estudio y desarrollo, que llevemos bienestar donde hay necesidad, que perfeccionemos la higiene y la medicina, que dediquemos nuestro trabajo a la beneficencia para que la sociedad contine desarrollndose. Ambos: Seor, ten misericordia de nosotros. Todos repiten: Seor, ten misericordia de nosotros. El primer recitante contina Somos intratables y ciegos para la necesidad del prjimo, vivimos en discordia con nuestro vecino y queremos sobrepujarnos mutuamente. Con frecuencia somos perezosos y cmodos en el cumplimiento de nuestra profesin. En los negocios nos mueve el deseo de ganancia. La ayuda de vecino a vecino, de miembro de la familia a miembro de la familia, es pequea y rara. Enfermos, ancianos y hombres que estn solos se encuentran aislados. A menudo nos tratarnos mutuamente como nmeros y muy raras veces como personas que tienen necesidad de cordialidad y simpata. Ambos: Seor, ten misericordia de nosotros. Repiten todos: Seor, ten misericordia de nosotros. Ambos recitantes continan: Seor, el ambiente que rodea a nuestros jvenes es malsano a causa de la codicia del dinero, a causa de la malsana y mentirosa exaltacin de lo sexual, a causa de rias y celos. 130
Haz que acojamos con especial esmero a los jvenes en el mundo del trabajo. Tenemos al menos que intentar comprender lo que les ocupa y lo que les ocurre. Te rogamos que hagas que consideremos a los jvenes como regalo tuyo, como la nueva generacin a quien podemos confiar el futuro. Ambos: Seor, ten misericordia de nosotros. El primer recitante contina: Hay en la tierra muchas regiones necesitadas, en las que domina en gran escala la infra-alimentacin, la enfermedad y la miseria. Reconocemos, Seor, que raras veces somos conscientes de esto, que como pueblo prspero ayudamos con mucha dificultad de una manera generosa y desinteresada, que slo remolonamente estamos dispuestos a una subvencin regular para los compatriotas nuestros que han abandonado la patria a fin de dedicarse, en tierras lejanas, al trabajo de construccin y a la predicacin del evangelio. Te pedmos que nos libres de todas las tensiones entre los pueblos, de todo colonialismo, de toda discriminacin racial y nacional. Ensea a los pueblos a vivir en paz, en cooperacin fraternal, en libertad y respeto mutuo. Ambos: Seor, ten misericordia de nosotros. Todos repiten: Seor, ten misericordia de nosotros. El segundo recitante prosigue: Finalmente, Seor, nosotros, la Iglesia aqu reunida, confesamos que somos culpables. 131
Como cristianos hemos estado desunidos. Nos atrincheramos detrs de nuestras tradicciones, en lugar de haber salido como t dispuestos a servir y en lugar de habernos comprometido por el bien del mundo. Nos falt la conciencia de que nosotros, tu pueblo, tenamos que ser un signo de salvacin y una esperanza para todos, por nuestro amor y nuestra fe. Por ello te pedimos que hagas que sople a travs de tu Iglesia un espritu de renovacin, para que cada uno de nosotros pueda reconocer su tarea como cristiano en el mundo de hoy; para que encontremos apoyo mutuo, para que vivamos sin temor y confiemos en que el reino de Dios vaya madurando entre nosotros. Ambos: Seor, ten misericordia de nosotros. Repiten todos: Seor, ten misericordia de nosotros. 4. Anuncio del perdn 1.
Introduccin
Sacerdote: Escuchad la palabra de Cristo: Jn 14, 15-21 (o Jn 10, 11-16). El Seor ama a todo hombre de buena voluntad. Sus pecados le son perdonados. El espritu de Cristo habita en l y puede volver a casa consolado y fortificado. Que el sufrimiento de nuestro Seor Jesucristo, los mritos de su santa madre y de todos los santos, todo lo bueno que hagis y el dolor que soportis, redunde para vosotros en remisin de los pecados, en aumento de la gracia y os consiga el premio de la vida eterna. Amen. 5. Canto final de accin ie gracias
Doxologa: Grandes y estupendas son tus obras, Seor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, rey de las naciones. Quin no te temer, Seor, y no glorificar tu nombre? Porque slo t eres santo y todas las naciones vendrn y se postrarn delante de ti, pues tus fallos se han hecho manifiestos (Apoc 15, 3-4). Invoquemos la misericordia de Dios: Attende, Domine (Liber usualis). 2. Celebracin de la palabra
Amar a la Iglesia como Cristo la ha amado, an sabiendo que slo puede adelantar dentro de las vas trazadas en su camino por los pecados de sus hijos, por su espritu de desunin y de vanidad. Amarla, a pesar de que muchos de los que en ella tienen graves responsabilidades son tan mediocres. Amar a la Iglesia en 133
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sus miembros, en sus mejores hijos, pero tambin en los que son una carga. As camina la Iglesia a travs de los siglos. Vive, en la medida que sus instituciones estn animadas por el amor de sus miembros. Es fuerte, si sus miembros se arman cada da con la paciencia infinita de la fe. Es humilde, si los suyos renuncian a juzgar con la amargura de la presuncin y en lugar de ello estn dispuestos a amar de tal manera que daran incluso su vida por el intento de renovar sus instituciones aun hoy... Se exige de nosotros que seamos levadura en la masa. A unos les es encomendado dar expresin a la unidad con la palabra, otros reciben el don de una intercesin apasionante, a otros se les impone el sacrificio de su vida, la donacin de s mismos en una lucha quizs dura y en una realidad cuyo sentido a menudo queda oculto. (Roger SCHUTZ, Vivir en el hoy de Dios. Estela, Barcelona 1966, 113-114 y 116). Lectura: 1 Cor 12, 4-31. Canto intermedio: Sal 22 u otro canto. Lectura: Mt 10, 1. 5-13. Sugerencias para la homila. Todo hombre debe vivir en la conciencia de ser llamado y escogido por Dios. Esto est claro en la Escritura. La llamada de Dios se dirige a cada uno de nosotros, para que seamos precisamente este hombre y totalmente este hombre, que solamente aqu y no en ninguna otra parte puede existir (cf. Is 43, 1; Jer 1, 4-7; Me 3, 13; Jn 10, 3; 10, 14-15; Rom 8, 30; 1 Cor 1, 17). El me coloca en el escenario para que represeite mi papel en la obra que ya ha comenzado y que no es igual a ningn otro. Dios nos ha dado la existencia y nos llama por el nom134
bre dentro del espacio de vida que nos ha distribuido. Este es el verdadero nombre que llevamos: la autntica posibilidad de llegar a ser nosotros mismos. El hombre que se hace infiel a Dios, se hace al mismo tiempo infiel a s mismo. Todos estamos llamados, todos tenemos la misin de trabajar en la ciudad de Dios, lo cual significa hacer que se realice a nuestro alrededor bondad y humanismo en la fe en Jesucristo. En esto todos tenemos la misma vocacin; en esto son iguales laicos y religiosos. Todos se saben obligados a cooperar en la construccin del reino de la caridad y de la disponibilidad de servir. En la vocacin, no hay ninguna diferencia que incida hasta el fondo de nuestra existencia. Existe, sin embargo, una diversidad de dones y funciones. Estamos obligados a reconocer, en primer lugar, esta diversidad, a respetar al otro en su talento y a darle realmente y sin celos el lugar que necesita para poder desarrollarse, para hacer veraz su nombre propio que ha recibido de Dios. Debemos tambin creer en nosotros mismos. Naturalmente, hay una serie d cosas que son posibles para los otros y no para nosotros. Pero tambin es cierto que hay algunas, incluso muchas, que los otros no pueden hacer como nosotros. De lo que en realidad se trata es de lo siguiente: todo hombre debe someterse a su limitacin y no querer meterse a toda costa en la piel del otro, sino creer que l tiene una tarea frente al mundo y frente al prjimo. El captulo de Mateo que hemos ledo hace un momento nos ensea cmo ha de vivir el hombre que se pone al servicio de la Iglesia y de la predicacin del evangelio. Es el escogido que ha de estar siempre y en todo momento disponible y desplazable. Sale y toma el camino que lleva a una regin desconocida y a nuevas 135
tareas que necesita de l la Iglesia. Una premisa central es, pues, la disponibilidad; ir all donde ahora se le necesita y estar siempre dispuesto a continuar mudndose de ciudad en ciudad. Tal hombre trae paz donde llega, cura a los enfermos, limpia a los leprosos, es el hombre para los dems (cf supra: Conversin a la fe en el Padre y al amor hacia nuestro prjimo). Quien se da a la Iglesia, no quiere adquirir oro o plata, no se basa en el poder, sino en el espritu. No explota a los hombres, sino que est siempre dispuesto a servirles. 3. Reflexin sobre nuestra vida
quizs nos son queridas, pero que pueden ser ejercidas por los laicos? Vemos la necesidad, reconocemos la soledad y vamos a visitar a las personas que se encuentran en tal situacin? Pedimos el espritu de Jess? Pausa en la que se interpreta msica. 4. Declaracin de la culpa y oracin por el perdn
Expresemos nuestra fe en la vocacin divina con el canto: Ad te levavi, introito del primer domingo de adviento. Preguntmonos: Si nos hemos credo superiores a los dems, a los hombres que viven junto a nosotros, a los cristianos en el mundo. Si somos generosos, si no envidiamos el xito de los dems, si somos celosos. Si creemos en la Iglesia y en nuestra propia vocacin, sin prestar atencin a la mediocridad de algunos o a la nuestra propia. Somos personas libres que satn cambiar su punto de vista y escuchar al otro? Tenemos el valor de confesa: a nuestros hermanos y a los dems que somos pequeos, mezquinos y con frecuencia testarudos? Reconocemos lo injusto y somos sinceros al hablar? Nos dedicamos realmente al servicio de la Iglesia, de manera que cedemos generosamente actividades, que 136
Yo me confieso a Dios, todopoderoso, a Mara, madre de nuestra fe, a todos los santos y a todos los aqu presentes, que he faltado y pecado de pereza y egosmo. Confieso haber sido sordo a la llamada de Dios, que me dirige en las necesidades del prjimo. Por ello pido a la bienaventurada Mara, a todos los santos, a ti, padre y a todas las hermanas, que pidis por m a Dios, para que sea indulgente conmigo y me sostenga en el bien. Seor, haz qe crezcamos continuamente en la madurez de la fe, esperanza y caridad. Escucha, Seor, nuestra oracin. (Se va repitiendo). Seor, haz que nuestra vida se asemeje cada vez ms a la de Jesucristo. Seor, haz que nuestra vida sea para el prjimo la forma visible de tu amor. Seor, haz que realicemos nuestra humanidad en una bondad ms autntica y ms activa. Seor, haz que nuestra vida sea inspirada por la paciencia y la bondad. 137
Seor, limpanos de toda soberbia, ostentacin y vanidad. Seor, haz que aborrezcamos lo injusto y encontremos alegra en la verdad. Sacerdote (eleva las manos sobre los fieles y ora). El Dios de la salvacin tenga piedad de vosotros, os d su misericordia y os perdone todos los pecados. Amn. 5. Canto final
CONVERSIN A CRISTO
1.
Introduccin
En un solo peridico lea hace pocos das: Robo en la iglesia X. Han aumentado en un 30% los muertos en accidentes de trfico. El gobierno acusado de atentado contra un miembro de la embajada. Envenenamiento con paratium. Un hombre maltratado fue dejado tendido sin ayuda. Un marido asesin a su esposa. Pelcula prohibida. Abstenerse. La polica lucha contra los insurrectos. Tensin entre las grandes potencias. Un nuevo avin de combate. 139 133
Diariamente traen los peridicos este tipo de informaciones. Siempre hay tensiones, amenazas, intranquilidad, crimen, maldad. Quin es o quines son los culpables? Probablemente nosotros personalmente nos sentimos inocentes de los sucesos de que informa el peridico. Nosotros no podemos cambiarlo, decimos. No pertenecemos a los grandes de este mundo y nada podemos hacer en esos grandes crmenes. Quin es entonces culpable? Gran parte del sufrimiento se origina por reaccin contra la reaccin, por concurso ms o menos querido, ms o menos consciente, de los hombres. Incluso donde se puede sealar un nico culpable, es difcil determinar hasta qu punto es culpable l personalmente. Aptitudes, educacin y ambiente tienen un influjo extraordinario en el comportamiento de un hombre. Tiene poco sentido el formular la medida de voluntariedad de las faltas pasadas, y an menos querer comprobar quin es culpable personalmente de las faltas de la humanidad. Una cosa est clara: el mal domina sobre nosotros, sobre cada uno en particular y sobre todos en conjunto. Nos amenaza continuamente, con frecuencia no podemos competir con l. Todos juntos formamos este mundo pecador, todos somos culpables, a nadie se puede declarar absuelto. Vivimos tan apretadamente juntos unos con otros que apenas podemos darnos cuenta de nuestra culpa y de nuestro influjo. A duras penas comprendemos un poco nuestra dependencia de los otros en la maldad que ocasionamos. El pecado es tan antiguo como el hombre. Cada uno de nosotros es Adn o Eva. Todos queremos 140
dominar el bien y el mal, todos queremos erigirnos en leyes para nuestra propia honra y gloria. Aspiramos a igualarnos a Dios, a hacer de nosotros mismos un Dios, un Dios egosta, que slo se reconoce a s mismo y en servicio a s mismo. No hacemos de la tierra un paraso en el que sera bueno vivir. Cada uno de nosotros podra llamarse Abel, pero tambin Can; pues no se mata slo con la fuerza de los puos o con la de las armas. Y quien est en pie, tiene que cuidarse de no caer, En cualquier parte del mundo que nos encontremos, estaremos acometidos por la depravacin que ya No conoci, corremos el peligro de la calamidad que hemos echado sobre nosotros mismos. A quin no acomete el miedo, si observa los acontecimientos del mundo? A dnde vamos a parar? Qu consecuencias tendr esto para nuestros hijos? Saldrn airosos o se perdern? Quin me garantiza que yo no ser fatalmente alcanzado por los elementos del mal? Quin no esperar salvacin? Quin no desear redimirse del mal? Quin no anhelar tranquilidad? El mal nos estrecha de tal modo que puede acometernos la impresin de que nos hundimos cada vez ms en un pantano sin poder escapar. Nos ahogaramos, si no se nos tendiera una mano salvadora. Tambin este miedo y este anhelo de salvacin son tan antiguos como el hombre mismo, pues son tan antiguos como el pecado. Por ello el creyente israelita poda orar de este modo: Dios mo, slvame que me llega el agua al cuello: me estoy hundiendo en un cieno profundo, y no puedo hacer pie; he entrado en la hondura del agua, 141
me arrastra la corriente. Estoy agotado de gritar, cansado estoy de clamar, tengo ronca la garganta; se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi Dios... Arrncame del cieno, que no me hunda; lbrame de los que me aborrecen y de las aguas sin fondo. Que no me arrastre la corriente, que no me trague el torbellino, que no se cierre la poza sobre m. (Sal 69, 1-4; 15-16). Esta visin de la vida es sombra, pero no es definitiva. Dios ha tendido su mano. A No le envi el arca, a cada una de las generaciones les enva tambin salvacin. El es quien conduce el arca salvadora, el arca de la alianza con el hombre. En ella podemos buscar refugio y proteccin, en ella hay sitio para todos. Ella es la mano de Dios que nos saca del pantano del pecado, mientras que el arco iris de colores simboliza el lazo entre el cielo y la tierra amenazada. Leamos en la Biblia la palabra de Dios que, por encima de No y sus hijos, fue dicha para todos los tiempos. Lectura: Gen 9, 8-17. Canto intermedio. Queremos acercarnos al Dios de la alianza con fe y confianza. Cantemos con las mismas palabras y el mismo anhelo de la presencia de Dios, con que oraban los israelitas (Sal 25 (24)). Lectura- En navidad celebramos el nacimiento de Jesucristo. El es la alianza viva entre Dios en el cielo y el hombre en la tierra, El es el hijo de Dios que nos salva del diluvio y nos permite habitar la nueva tierra. Lectura: Le 4, 16-22. 142
3.
Hermanos en el Seor: El Seor se ha revelado como portador de salvacin y libertad entre los hombres. Su obra de amor comenz entre nosotros; pero no se completa sin nosotros, sino solamente con nuestra cooperacin. Quizs hemos venido aqu con la conciencia cargada, sabindonos insignificantes y pecadores. Planteemos sobre todo a nuestra conciencia la cuestin de cul es nuestra postura respecto a Cristo. Vivimos tanto el bienestar como el dolor de nuestro pueblo y de toda la humanidad? Nos interesamos por lo que acontece en el mundo? Nos dice algo la necesidad del otro? Nos afecta la amenaza del pecado y del mal que dominan en nuestro mundo? Atrae esto nuestra atencin hacia Cristo? Vemos en l aqul de quien se ha de esperar toda salvacin? Dejamos de ver su presencia entre nosotros? Le manifestamos tal inters, que puede influir en nuestra vida? Vivimos a travs de l en completa esperanza y optimismo? Tenemos presente su ejemplo de amor a los hombres? Queremos ser seriamente conscientes de que Cristo nos llama a trabajar, segn su ejemplo, por el bien de la humanidad y a reprimir el mal? Creemos que est en su mano hacernos hombres que hagan el bien? Solemos rogarle? Pausa en la que se interpreta msica. 143
4.
Convirtmonos a Cristo y pidamos perdn: Perdnanos, Seor, que hayamos tenido muy poco presente quin eres t! Perdnanos, Seor, que no hayamos buscado salvacin en t, que hayamos credo encontrar nuestra salvacin solamente en nuestras aficiones e intereses, que hayamos desatendido a tanta tristeza, que nos haya faltado comprensin para nuestros prjimos, que hayamos eludido nuestra vocacin de cristianos, que hayamos estado llenos de nosotros mismos y de nuestra propia pena, que no reine entre nosotros la paz, que haya discriminacin, hambre y enfermedad, que se persiga la fe y que se encarcele al inocente, que vivamos con tan poca confianza en el futuro que t nos das. Pidamos juntos que venga a nosotros el reino de Dios y que el Seor nos conceda perdn. Todos: Padrenuestro... Lectura: Escuchemos de nuevo la palabra de Jess: Mt 25, 31-36. Sacerdote: Quien se ha arrepentido sinceramente, ha recibido perdn y gracia en nombre de Dios. A quien ha pedido nueva vida, remedio y fuerza para un nuevo futuro, le anuncio la misericordia de Dios. Cristo estar con l, le preservar de la muerte eterna y le 144
acompaar a la gloria de su reino. El preservar de la ruina a todo su pueblo y le conducir al reino celestial. La bendicin de Dios, todopoderoso, Padre, Hijo y Espritu Santo descienda sobre vosotros y permanezca siempre con vosotros. Amn. Canto final
145
Nota: Esta celebracin se compone de una alternacin entre una pltica del dicono, la exposicin del evangelio hecha por el sacerdote y la oracin y canto de los fieles. El lugar ms indicado para el dicono es quizs el ambn, mientras que el sacerdote puede estar ante un atril en medio del presbiterio). 1. 2. rgano. Entrada del sacerdote y del dicono. Palabras de introduccin del dicono:
Quizs es esta la primera vez que asists a una celebracin de la penitencia o quizs ya hayis participado alguna vez. El ao pasado se habl mucho de celebraciones de la penitencia y de confesin privada, de manera que algunas cosas se confunden y no todo el mundo sabe qu camino tomar. Algunos temen que la celebracin de la penitencia allane el camino hacia una cancelacin irresponsable y cmoda de los pecados, que se desatienda 147
la confesin privada y que se diluya la conciencia de los cristianos. Muchos no estn seguros de lo que en realidad significa la celebracin comunitaria, ni de su sentido para la remisin de los pecados. Es evidente que actualmente muchas personas luchan con dificultades que afectan al valor de la confesin privada y se plantean la cuestin de qu es en realidad el pecado y qu lugar pueden dar a su propio juicio de conciencia. Otras, a su vez, preguntan qu es lo que tienen que confesar; no encuentran palabras para expresar su pusilanimidad, su egosmo y su profunda inclinacin al pecado. Se atascan en viejas frmulas que aprendieron en la niez. Muchos cristianos consideran la confesin como un paso agobiante, como un castigo extra por los pecados cometidos. No saben qu hacer con las faltas, que por el momento les parecen inevitables. A veces, no pueden lamentarse realmente de nada. De continuo se plantea la cuestin de qu es en realidad pecado. Los jvenes sienten esto tan distinto de los ancianos, que a veces se preguntan si no han nacido demasiado pronto y se intranquilizan a menudo ante la amenaza de un retroceso de la conciencia moral. Es claro que, en esta confusin e inseguridad, todos necesitamos nuevas orientaciones sobre qu son culpa y pecado, perdn y conciencia. Esta reunin puede contribuir a ello. Tomemos seriamente lo que se nos diga y considermoslo en canto y oracin cordiales. Esta reunin tiene que ser salvfica para nosotros; tal es su meta. Nuestros obispos han dicho lo siguiente sobre la celebracin de la penitencia: Sacerdote; Las celebraciones son actos religiosos en los que los cristianos, juntos en oracin y canto, expresan ante Dios y unos ante otros su pecado. El sacerdote les precede con una reflexin sobre la vida y pide que 148
descienda misericordia sobre todos los que tienen buena voluntad... Jess dice en el evangelio: Donde estn dos o tres reunidos en mi nombre, all estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20). En estas celebraciones el Seor est con nosotros y podemos creer que quien sea sincero recibir el perdn {Carta pastoral del episcopado holands sobre la penitencia y el perdn, del 163-1965). 4. El dicono exhorta a la oracin en forma de canto. (Canto).
5. Dicono: Actualmente se habla tanto de pecado y perdn que a veces parece como si la relacin del hombre con Dios estuviera determinada slo por el miedo. Muchos vivan en miedo continuo de cometer un pecado mortal y se revisaban preocupados para ver si haban confesado todo correctamente, conforme al nmero y circunstancias, y si haban cumplido la penitencia exacta y reglamentariamente. Dios es para ellos con frecuencia un juez riguroso a quien nada escapa. Si releemos el evangelio, descubriremos que Jess habla de Dios como del padre que nos ama, que nos conoce y nos juzga por el interior y cuya justicia es bondad. Para Jess no hay ningn Dios duro y sin piedad. Jess trae a la humanidad una fe nueva: una fe en la redencin de todo mal y en el perdn de cada una de las culpas. 6. Sacerdote: En la noche que Jess fue traicionado, tom el pan en sus manos, levant los ojos al cielo a ti Dios, su padre todopoderoso, te dio gracias, lo parti y se lo dio a sus discpulos con estas palabras: Tomad y comed todos de l: Esto es mi cuerpo. De la misma manera tom despus de la cena el cliz en 149
sus manos te dio gracias de nuevo y se lo dio a sus discpulos con estas palabras: Tomad este cliz y bebed todos de l: este es el cliz de mi sangre, de la nueva y eterna alianza, que ser derramada por vosotros y por todos para el perdn de los pecados. 7. Dicono. Es esencial para el hombre comer y beber, vivir en paz y alegra y no sucumbir al mal. Para esto ha sido creado el hombre. Por ello Cristo nos ensea a orar a Dios como a padre de todos los vivientes, que contina dndonos la vida en nuestro pan de cada da, en el amor del otro que perdona y en la venida de su reino de justicia y de paz. Orar as a nuestro padre quiere decir aceptar los designios que l tiene sobre nosotros, querer la vida, querer pertenecer a su reino imperecedero. Oremos, pues, con las palabras que con tanta frecuencia hemos pronunciado y que hoy pueden tener nuevo sentido y nuevo significado para nosotros. 8. Todos: Padre nuestro... 9. Dicono: Todos los que nos hemos reunido en esta iglesia somos conscientes de nuestra inclinacin al pecado, de nuestra incapacidad de amar y de nuestra mediocridad. Algunos de entre nosotros, muchos quizs, saben que han pecado con actos determinados y falsas actitudes. Buscan curacin para sus faltas y paz para su conciencia. Harn bien en ponerse al habla con aquellos a quienes han faltado. Quizs tengan tambin necesidad de una declaracin personal en la confesin privada. Otros manifiestan su mediocridad, pero no ven por qu razn se les ha de pedir cuentas a ellos y a ellos solos. En este caso estara bien preguntarse hoy de nuevo qu implica la pecaminosidad de cada hombre. 150
En nuestro mundo hay mucho odio, infidelidad, incomprensin, dureza, insinceridad y falta de respeto. En nuestro mundo quiere decir en nuestro pas, en nuestra ciudad, en nuestra fbrica, en nuestra calle, en nuestra familia. En nuestro radio de accin tropezamos con inconvenientes y los criticamos. Pero no olvidamos que nosotros mismos pertenecemos a ese campo de accin, que somos parte de esos acontecimientos y que nosotros mismos co-determinamos el curso diario de las cosas? Quizs nos encontremos impotentes ante ello; nada podemos hacer en contra, decimos. Pero todos podran decir lo mismo. No es nadie responsable o lo somos todos juntos? A veces acontecen cosas en nuestra familia, las relaciones no son siempre buenas, hay das de crisis. Estamos descontentos de esta situacin, sentimos nuestra culpa y al mismo tiempo nuestra impotencia. Somos amigos unos de otros, pero reconocemos tambin que no podemos estar contentos del todo, que nuestra ayuda y nuestra participacin son fragmentarias. Hay tantas cosas que requieren nuestra preocupacin y nuestra atencin! Adems no podemos estar en todo momento a disposicin del otro, ni incluso de nuestro mejor amigo. Nuestras buenas intenciones tienen a veces un efecto contrario. Sin querer, hay malentendidos entre nosotros, somos suspicaces, tomamos a pecho las pequeneces. A veces nos dejamos llevar por la apata o no vemos los mritos del otro. Ninguno de nosotros puede sustraerse a esta situacin de pecaminosa deficiencia, que abarca a todos y a cada uno. No podemos menos de reconocer que es as. Tenemos que soportar juntos este lastre y aspirar al mismo tiempo a una armona y perfeccin mayores. 151
10.
14.
11. Dicono. Para cada contratiempo, para cada catstrofe, tenemos preparada una cabeza de turco; para la guerra, para la atrocidad que se perpetr, para los conflictos en nuestro trabajo y para las disputas en nuestra familia. Sealamos gustosos a un culpable y as podemos lavar nuestras manos en la inocencia. Hoy no queremos reprender a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Queremos sobre todo reconocer que tambin nosotros tenemos parte en el lastre de pecados de este mundo. Oremos, pues, juntos: 12. Todos:
Yo me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada, siempre virgen, Mara, a san Miguel arcngel, a san Juan bautista, a los santos apstoles, Pedro y Pablo, a todos los santos y a ti, padre, que pequ gravemente con el pensamiento, palabra y obra: por mi culpa, por mi culpa, por mi grandsima culpa13. Dicono. Estamos acostumbrados a recitar tambin la segunda parte y a invocar a los santos en el cielo y al sacerdote en la Iglesia, para que rueguen a Dios por el perdn de nuestros pecados. Hoy lo omitimos para que meditemos ms explcitamente en lo que tenemos que hacer para alcanzar perdn. Tenemos una responsabilidad propia respecto a la pecaminosidad de todos nosotros; una responsabilidad que no podemos declinar en nadie. Tenemos un deber que cumplir. Oigamos de nuevo la sagrada Escritura. 152
15. Dicono: Esto se ha escrito para que imitemos el ejemplo de Cristo. Nuestra vocacin consiste en tratarnos perdonndonos mutuamente y hacer de este modo visible a nuestro prjimo la bondad infinita y la misericordia de Dios. Pero perdn autntico slo es posible si resulta de una declaracin propia clara y de un sincero reconocimiento de que todos nosotros hacemos en la vida muchas cosas que, con buena intencin, pueden encallarse y terminar siendo algo malo para el otro. El ver as las cosas nos permite ya comprender al otro, nos apacigua y nos ayuda a presentarnos ante el prjimo con una actitud diferente. La situacin del hombre trae consigo el que con frecuencia tenga que mancharse las manos, si quiere vivir responsablemente en este mundo tan imperfecto. Manos manchadas, porque la produccin de bombas atmicas es quizs inevitable, pues an hay que luchar contra la represin; manos manchadas, porque la independencia no se consigue sin choques entre padres e hijos, el amor no se fortifica sin discordia, porque colaboracin lleva tambin consigo heridas y roces. 16. Sacerdote: Hermanos queridos, purifiqumonos empendonos sin reserva, con todo nuestro corazn y todo nuestro entendimiento, en el vencimiento del mal en nosotros mismos y en el mundo, para que podamos ir formando una humanidad cada vez ms conforme al espritu de Jesucristo. Oremos, pues: Dios, Padre celestial, ten misericordia de nosotros, Dios, Hijo, redentor del mundo, Dios, Espritu Santo, 153
que podamos resistir a la apariencia engaosa de la maldad, escucha, Seor, nuestra oracin, que no sucumbamos a las malas intenciones que nos amenazan, que asumamos nuestra responsabilidad en la situacin de nuestro mundo, que conservemos la fe en la victoria del bien y del amor, que no nos desalentemos o nos amarguemos, que aprendamos a querernos y a aceptarnos como somos, que aprendamos a vivir con la limitacin y el pecado de todos nosotros. que nos perdonemos mutuamente de corazn, que no nos desentendamos de nuestra culpa y que no hagamos reproches al prjimo, que tengamos unos para otros mucha paciencia y sobre todo mucho reconocimiento, que experimentemos juntos mucha alegra, que en todo nuestro hacer y descansar tengamos una mirada de relatividad y sentido del humor. 17. Dicono: Cada uno de nosotros reflexiona un momento sobre su propia vida. Pausa en la que se interpreta msica. 18. Sacerdote: A todos los que os habis arrepentido y habis perdonado a vuestros prjimos, os anuncio misericordia y bendicin, en nombre de Dios, seor de toda vida. Dios os ayude en su omnipotencia, os redima los pecados y os conduzca a la vida eterna. Amn. Que caiga sobre vuestros pecados la remisin y el perdn de Dios todopoderoso y misericordioso, Padre, Hijo y Espritu Santo. Amn. 154
La pasin de nuestro Seor Jesucristo, los mritos de santa Mara virgen, de todos los santos; que todo lo bueno que hayis hecho y lo malo que hayis soportado^ redunde en remisin de vuestros pecados, aumento de gracia y recompensa de la vida eterna. Amn. Hermanos queridos: volved ahora a vuestra vida diaria. Sed humildes en vuestro comportamiento, a causa de vuestra propia imperfeccin; vivid valientemente en vuestra esperanza cristiana; comed juntos vuestro pan para que se os perdone vuestra culpa. Llevad libertad, donde reinan torturas de conciencia y congojas. Llevad reconciliacin y paciencia, donde hay ria y enojo. Llevad nuevas perspectivas y vida, donde hay amargura y hasto de la vida. Oremos: Seor Dios, Padre, de quien recibe la vida toda la humanidad, enviaste a tu Hijo no para que juzgara al mundo, sino para que le salvara. Te pedimos que enves sobre nosotros tu espritu para que se renueve la faz de la tierra, para que toda la humanidad tenga vida en abundancia, para que tu paz se consolide en todas partes. Entonces tu nombre ser glorificado entre nosotros y tu gloria aparecer entre nosotros por los siglos de los siglos. Amn. 19. El dicono entona un canto final.
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1.
Introduccin
Canto de entrada. Saludo: Bienvenidos a esta celebracin. Estamos acostumbrados a comenzar la santa misa con la declaracin de la culpa y la oracin de perdn del confteor. Las costumbres arraigadas amenazan con convertirse en rutina y transcurren con frecuencia sin oracin mental. Por ello queremos hoy, en esta celebracin de la palabra, dirigir nuestra atencin a la conversin de nuestra culpabilidad. Pidamos misericordia a Dios: Seor, ten piedad (cantado en la forma habitual). 157
Oracin: Dios del cielo, que eres nuestro padre, nos hemos congregado por amor a tu Hijo, Jesucristo. Queremos reunimos en el espritu de su ltima cena con los apstoles. Oiremos la palabra de Cristo y recordaremos su amor. Abre nuestros odos y nuestro corazn, ensanos a comprender, de esta manera vendr sobre nosotros tu Santo Espritu y seremos renovado- en profundidad y fuerza cristiana. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, tu Hijo, nuestro Seor. Amn. 2. Celebracin de la palabra
de contricin y con las tres avemarias rezadas puntualmente. En realidad no necesitamos asegurarnos contra Dios, lo que por otra parte tampoco podemos. La seguridad es regalo de Cristo, como se pone en claro en las palabras que acabamos de leer. No puede dudarse de la fidelidad y profundidad de su amor. Entrega su cuerpo por nosotros, su sangre es derramada por nosotros. Anhela impacientemente comer con nosotros la comida pascual. Nuestra seguridad depende de nuestra respuesta a su amor. En esto conocern que sois mis discpulos, en que os amis los unos a los otros. Todo depende de esto; otra seguridad no existe. La seguridad que se nos da en los sacramentos, oraciones, novenas, etc., depende en ltimo trmino de la cuestin de si amamos, y en qu medida, a Cristo y a nuestros prjimos en l. Podramos quizs hacer una comparacin un tanto tosca, que puede mostrarnos el peligro de la rutina en nuestra vida. Cuando ramos nios estbamos en la feria como enloquecidos. Los caballitos eran los que ejercan sobre nosotros la mayor atraccin. Nos sentbamos con frecuencia al volante de un cochecito. En plena marcha pilotbamos decididos y nos inclinbamos en las curvas. Pap y mam nos decan despus: Conduces muy bien!, y estbamos profundamente convencidos de ello, tanto que, an por la noche, en la cena, conducamos con nuestro plato en la mano. Ms tarde adquirimos otros conocimientos. Notbamos que ramos movidos, en lugar de conducir nosotros mismos el coche; que no determinbamos nosotros la direccin, sino que se daba vueltas en un crculo cerrado, 159
Estando Cristo reunido con sus apstoles antes de la cena, habl as: Jn 13, 33-38. Pausa con msica. En la cena misma dijo Jess: Le 22, 15-20. Sugerencias para la homila: A nosotros, los hombres, nos gusta buscar seguridad en las cuestiones que afectan a nuestra existencia: Mis pecados estn realmente perdonados? Me ama Dios? Ir al cielo? Algunos se preocupan mucho con esto. Echan mano vidamente de mtodos con los que creen asegurarse la salvacin eterna. Su miedo es a veces acongojante y perturbador. Slo pretenden una seguridad. Para ello se agarran con fuerza al sacramento de la penitencia y de la eucarista; para ello practican ejercicios piadosos de los que esperan tranquilidad y seguridad, como terminar el da regularmente con un acto 158
No tiene la comparacin del pequeo auto en la feria una cierta relacin con nuestra existencia catlica? Poseemos nuestras formas de actuar fijas, dominamos todo un ritual. Pensamos: qu elegantemente tomamos las curvas, qu modernos somos cuando celebramos la misa dialogada; el sacerdote est cara a nosotros, y hablamos con l, con aplomo, de todo lo que afecta a la Iglesia. Pero conducimos con fuerza propia? Estamos en marcha, en definitiva? Determinamos nosotros mismos la direccin, o acompaamos simplemente dando vueltas y no salimos jams de nuestro crculo? Vamos hacia el mundo, nos encontramos entre los hombres y testimoniamos el amor cristiano en la fidelidad al deber y en la apertura a la problemtica de hoy? Nos unimos realmente a los hombres entre los que vivimos? Su destino es tambin nuestro destino, su afliccin es tambin nuestra afliccin? Tenemos una fe que nos mueve y que es levadura en el mundo? No somos con frecuencia catlicos rutinarios que se imaginan manejar al dedillo el ser catlico? Hace algn tiempo alguien dijo: Los hombres con quienes trabajo son todos buenos y escrupulosos catlicos. Estoy seguro de que rezan regularmente, de que cumplen sus deberes y educan catlicamente a sus hijos. Pero en la fbrica son como lobos, luchan a codazos y envidian en el otro su pequeo xito. Lo peor es esto: no son en absoluto conscientes de que esta actitud no es conciliable con un autntico cristianismo. Ir el domingo a misa tendra que tener como consecuencia el que nos reconciliramos unos con otros; el repartir aqu un solo pan significa hacer otro tanto en la vida diaria. El domingo comemos juntos, pero ha160
cemos esto de una manera demasiado rutinaria, pulida y mecnica, sin que se convierta en realidad en nuestra vida comn diaria. Nuestra vida como marido o esposa, como obrero o patrn, pocas veces la llevamos con nosotros al templo de Dios. Celebramos la misa sin que nuestra existencia tome ntimamente parte en ella. Con frecuencia lo hacemos demasiado bonito, cuando nuestro convivir no se desarrolla en realidad de esa manera. Al entrar aqu, tenemos que intentar transigir unos con otros, pedir y otorgar perdn, ofrecer pan mutuamente y prometer ayuda. El alcance de la ltima cena es determinado por Cristo. El distribuye el pan y dice que es su cuerpo que ser entregado por nosotros. Ha mantenido su palabra hasta la muerte. Se convirti en pan para nosotros; se entreg, se sigue entregando y se ha unido a nosotros. 3. Reflexin sobre la vida
Arrodillmonos para reflexionar sobre nuestra vida. Hagmoslo con todo esmero, no de una manera apresurada e impersonal, sino profundizando en nuestra verdadera actitud de vida y en lo que nos llena y ocupa. Nuestro modelo es Cristo. El entreg su cuerpo como pan y se dej inmolar por nuestra salvacin. El nos precede en la actitud de la solidaridad, de la fidelidad inquebrantable y de la disponibilidad ms extrema. Pedro crea que podra fcilmente permanecer fiel al Seor, cuando an no saba lo que esto significa en la vida concreta. An no vea la tarea. Quizs tampoco nosotros tengamos conciencia de nuestro propio pecado, porque giramos sin ningn estorbo en el estrecho crculo de nuestra vida y no hemos pensado nunca en comprometernos autnticamente por el hombre en 161
necesidad. Estamos dispuestos a unirnos con toda nuestra personalidad, al prjimo y a la sociedad, en disposicin de servir y de convivir en solidaridad y fidelidad? Pausa en la que se interpreta msica. 4. Declaracin de la culpa y anuncio del perdn
Recemos el confteor: Yo me confieso a Dios, todopoderoso, a la bienaventurada Mara, madre del Seor, a todos los apstoles y santos, que he pecado con el pensamiento, palabra y obra. Lo confieso a la Iglesia y a todos a quienes debo amor y entrega. Por ello pido a santa Mara, madre del Seor, a todos los apstoles y santos, que, conmigo y con todos nosotros, rueguen al Seor, nuestro Dios. A ti Dios, padre todopoderoso, te pedimos: otrganos la gracia de la conversin y danos el perdn; redmenos de nuestros pecados y retnenos en comunidad. Sacerdote: Escuchad la palabra que Cristo dijo a Pedro y que est anotada muy bien en el evangelio de Lucas: Simn, Simn, Satans os busca para trituraros como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe (Le 22, 31-32). El Seor ha rogado por nosotros; tendr misericordia de nosotros, nos perdonar los pecados y nos llevar a la vida eterna. Que Dios misericordioso y todopoderoso, Padre, Hijo y Espritu Santo, os perdone vuestros pecados Amn.
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(Cuando sea un grupo pequeo, se podra pensar si, despus de la declaracin conjunta de la culpa, no tendra que adelantarse cada uno individualmente, en cuyo caso el creyente se arrodilla en un reclinatorio y ora: Confieso mi pecado y me siento culpable frente a mi prjimo y frente a Dios. Despus de lo cual el sacerdote puede pronunciar, en una frmula corta, el perdn para esta persona). 5. Celebracin de la eucarista.
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1.
Introduccin
Canto de entrada Palabras de introduccin del sacerdote. Continuamente nos reunimos con otras personas: en colaboraciones, entrevistas, discusiones y reuniones; para realizar competiciones y hacer deporte; para ver juntos la televisin, para comer y conversar; para soportar juntos el dolor o para celebrar una fiesta. No podemos vivir sin los dems. Esta celebracin de la penitencia es tambin una reunin a la que hemos venido precisamente a causa de nuestro estar juntos en la vida de todos los das. Vamos a reflexionar aqu sobre nuestra vida comunitaria, para que encontremos el verdadero sentido del espritu de Cristo, que nos llama a hacernos un solo pueblo y una sola comunidad de justicia, de paz y de amor, Pidamos la misericordia de Dios para que respondamos a este propsito. 165
Oracin que recitan todos juntos: Invisible Dios, nos hemos reunido a pesar de que apenas nos conocemos unos a otros; pero todos nosotros somos hombres que buscan. Buscamos un lugar en el corazn del otro; queremos descubrir cmo tenemos que vivir unos con otros; buscamos felicidad, comprensin y unin. Te rogamos te acerques a nosotros en Jesucristo. El es la respuesta que t nos diste; l es tu hijo, hombre con nosotros, hombres. Haz que nos ilumine su luz de amor, haz que su Espritu venga sobre nosotros, que nos encontremos mutuamente en l y que redundemos con l en tu gloria, por los siglos de los siglos. Amn. 2. Celebracin de la palabra
Queremos reflexionar y alcanzar perdn de los pecados. Para ello vamos a recordar lo que el Seor exige de nosotros. As habla el Seor: Amars al Seor tu Dios con todo tu corazn, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prjimo como a ti mismo... Haz esto y vivirs (Le 10, 27-28). Dios nos llama al amor de los hombres que nos rodean. Escuchemos ahora a Pablo para saber lo que significa esta llamada. Lectura: Rom 12, 8-21. Canto intermedio. Lectura: Le 14, 1-11. 166
Sugerencias para la homila: En nuestro trato mutuo nos impulsa la ambicin de poder con ms fuerza de lo que, quizs, pensamos. El evangelio cita como ejemplo de arrogante presuncin el querer ocupar los primeros puestos, con lo cual se sobrepasa al otro. Amor autntico no se diferencia de humildad, que existir si dejamos realmente al otro sitio y espacio. Nuestro conversar es con frecuencia un intento claro de ejercer poder sobre el otro en ventaja nuestra. Intentamos obligar al otro a que se ponga a nuestra disposicin, por medio de nuestra palabra, de nuestra habilidad, de nuestra burla, de nuestra fluida elocuencia, intentando coger al otro en una formulacin menos lograda, gritando ms fuerte que l o simplemente no dejndole hablar. Si queremos llevar una conversacin, tenemos que saber escuchar, dar al otro espacio amplio en el que l mismo pueda explicarse. No le entendemos, si tergiversamos sus palabras y sacamos la cmoda y autojustificativa conclusin de: ves cmo tena yo razn!. Empleamos la fuerza, si ridiculizamos al otro, si le colgamos apodos desagradables y de esta manera le desacreditamos pblicamente, si le despachamos con lugares comunes burlescos. Hay muchas formas, a veces muy refinadas, de ejercicio insano del poder en provecho propio. Empleamos para ello diversas expresiones: manipular a nuestro antojo, tener a alguien en el bolsillo, enganchar a uno al carro, meter a uno en un puo. Todo esto significa que queremos poseer al otro para nuestros fines, como un objeto de uso. Tiene que estar enganchado al objetivo que perseguimos. Se convierte en instrumento en nuestras manos, no le damos ninguna oportunidad de ser prjimo a nuestro lado. Siempre hay en juego segundas 167
intenciones. Tratamos, por ejemplo, amablemente a uno para llevarle a donde queremos. Le rebajamos a la categora de una cosa sobre la que disponemos. No le tomamos como lo que es, en cuanto hombre. Empleamos toda clase de medios para esta ambicin de poder: sobornos, bellas promesas, abuso de la posicin, adulacin engaosa, coquetera, amor fingido y compasin simulada. Determinadas situaciones inducen fcilmente al abuso del poder. A causa del crecimiento de la gran industria y del aumento de la densidad de poblacin, tiene que organizarse un aparato riguroso de gobierno y administracin. Esto ofrece la posibilidad de oprimir al otro agarrndose estrictamente a la letra de la ley, y la posibilidad de cazar al otro en la maraa de prescripciones, leyes y ordenanzas. Donde trabajan muchos hombres, la distancia entre los trabajadores ms bajos y la direccin que asigna la tarea se hace muy grande. Tambin ah existe el peligro de manejar al hombre como un aparato, como una pieza adicional de la mquina que en cualquier momento puede ser sustituida por otro elemento. Todo hombre es un misterio, una personalidad propia con un mundo propio, que tiene un valor insustituible. Esto se nos pone claramente de manifiesto en el comportamiento de Cristo. Este se caracteriza por el respeto de cada hombre, por una actitud de inters, de comprensin y de profunda simpata. Todos llevamos en nosotros la seduccin de la embriaguez de poder. En el nio puede expresarse de repente en la crueldad con un animal. El joven puede ser cruel con alguien (sus compaeros, educadores o profesor), puede amargar la vida a alguien y distinguirse por manifestaciones destructivas. 168
El poder es seductor. Y esto en todas las partes: en la nacin, en la empresa, en la Iglesia, en la familia. Como educadores apreciamos el amaestramiento. Hacer una cosa es con frecuencia ms fcil que convencer, mandar es ms cmodo que consultar. La expresin yo hago todo por mis hijos resulta una frase hueca, en cuanto los hijos toman caminos distintos de los que los educadores les han trazado. Tambin, finalmente, nuestra religin puede estar entretegida por la mana por el poder. La historia nos muestra esto demasiado claramente. Y quin de nosotros no tiene que reconocer que tambin l busca con frecuencia en la oracin su felicidad, prosperidad y xito, y que pocas veces se vuelve a dar gracias a Dios, padre y creador de toda vida? Quizs deba pensarse aqu tambin en la comodidad y arrogancia con que marcamos al otro. Hablamos de pecadores, incrdulos, excomulgados, de los que no van a la iglesia, de los que viven en concubinato. Juzgamos y sentenciamos triunfalmente, hablamos y actuamos como si poseyramos poder y sabidura divinos. 3. Consideracin personal
Hagamos ahora una pequea pausa, para que surta efecto lo odo, para adquirir una autntica visin de nuestro comportamiento frente a los vecinos, a los compaeros en la fbrica, a los miembros de la familia, frente a todos los dems a quienes juzgamos y de quienes hablamos. Todo se concentra en esta pregunta: hacemos sitio a nuestro prjimo, estamos convencidos de su anhe169
lo de bondad y de felicidad intacta, vemos en l al hombre? Pausa en la que se interpreta msica. 4. Declaracin comunitaria de la culpa y del perdn
Oremos juntos: Seor Dios, confieso mi culpa a ti y a todos mis prjimos; confieso que he hecho sufrir a los dems con mi farisesmo, mi actitud egosta, mi comodidad y mi afn de poder. Pido perdn a todos y prometo a todos esforzarme para conseguir una mayor estima y una humildad ms profunda. Te pido, Seor y Dios, que me socorras, que nos socorras a todos, para que lleguemos a ser verdaderamente tu imagen y semejanza. Por nuestro Seor Jesucristo, tu Hijo, Seor nuestro, que contigo y el Espritu Santo vive y habita en nosotros, por los siglos de los siglos. Amn. Sacerdote. Od ahora la palabra de Jesucristo: Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso. No juzguis y no seris juzgados, no condenis y no seris condenados; absolved y seris absueltos. Dad y se os dar; una medida buena, apretada, colmada, rebosante, ser derramada en vuestro seno. La medida que con otros usis, sta se usar con vosotros (Le 6, 36-38). Porque habis tomado parte de corazn en esta celebracin, porque habis reconocido vuestra insuficiencia y queris enmendaros, porque no queris juzgar sino ejercitar la misericordia, por ello os absuelve el Seor 170
de toda culpa. El os otorgue una medida abundante de felicidad, xito y salvacin. Dios todopoderoso tenga misericordia de vosotros, os perdone vuestros pecados y os lleve a la vida eterna. La bendicin de Dios, Padre, Hijo y Espritu Santo descienda sobre vosotros y permanezca para siempre. Amn. 5. Canto final.
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NDICE
GENERAL
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DE LA PENITENCIA. Notas marginales sobre la forma tradicional Prdida de la prctica habitual de la confesin 2. Para que nuestra confesin sea salvfica ... 3. Pluralidad de motivaciones que subyacen al deseo de confesarse 4. La situacin de la confesin exige una pastoral personal 5. Necesidad de la salvacin como punto de partida para una reflexin ms profunda. 6. La prctica del sacramento de la penitencia en las generaciones anteriores: continuidad y cambio 7. Cambio y conservacin de lo bueno, es decir, para que lo bueno pueda siempre renovarse en el presente 8. Circunstancias que motivaron la confesin devocional frecuente 1.
13 13 16 21 24 29 30 34 37
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Pgs.
2. LA PECAMINOSIDAD HUMANA Y LA CONVERSIN.
Pgs. 3. Disponibilidad para la Iglesia (celebracin de la penitencia para religiosas 4. Conversin a Cristo (celebracin de la penitencia en adviento) 5. Nuestra culpa personal y colectiva (celebracin de la penitencia en cuaresma) 6. Todo hombre tiene que comprometerse y guardarse de formalismos (celebracin de la penitencia antes de la celebracin de la eucarista) ... 7. Nuestro trato con el prjimo 133 139 147 157 165
Elementos esenciales 1. La llamada de Cristo a la conversin se dirige a todos nosotros 2. Conversin a la fe en el Padre y al amor hacia nuestros prjimos 3. La llamada a la conversin encierra una llamada de retorno a la comunidad 4. El carcter personal de la conversin 5. Cada una de las decisiones de la vida tienen que ser asumidas de nuevo 6. Orientacin escatolgica de nuestra conversin 7. La tica del Nuevo Testamento es una tica intencional 8. Grados del pecado personal: pecado venial, pecado grave y pecado mortal
3. LA REMISIN LITRGICA Y EXTRALITRGICA DE
45 45 50 52 54 55 57 59 67 75 75 78 81 82 90 92 96 106
LOS PECADOS. Valoracin y estructura 1. La secularizacin de la tica: Dios se va retirando del mundo 2. La secularizacin del pecado conduce a la secularizacin del perdn 3. Deber de reconciliacin mutua 4. Lugar para la remisin litrgica del pecado. 5. La experiencia de la gracia en la remisin litrgica de los pecados 6. La forma de la remisin litrgica de los pecados 7. A la bsqueda de la forma y valoracin de la penitencia 8. Lugar de la confesin privada en la vida del cristiano *tl. CELEBRACIONES DE LA PENITENCIA PARA ADULTOS 1. Nuestra postura ante el pecado 2. Vivir juntos cara al futuro
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