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Clavos bien clavados: Predique con claridad, sencillez y pasión
Clavos bien clavados: Predique con claridad, sencillez y pasión
Clavos bien clavados: Predique con claridad, sencillez y pasión
Ebook198 pages2 hours

Clavos bien clavados: Predique con claridad, sencillez y pasión

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About this ebook

Los profesores no producen predicadores. Los predicadores son tallados del duro granito de la experiencia y el tiempo. El autor tuvo el privilegio de sentarse con algunos de los predicadores más notables de nuestro tiempo, incluyendo a John Piper, John MacArthur, y R. C. Sproul. Como clavos bien clavados es una exposición de lo aprendido de estos verdaderos "maestros" del arte. No obstante, es algo más que un simple libro sobre la predicación. Se trata de un viaje que todo predicador debe recorrer si quiere proclamar valientemente a Cristo aunque esté en una sala llena de críticos. Se trata de encontrar su propia voz. En este sentido, también se aplica a todo el que lucha por superar el temor al hombre en su devoción a Cristo.


Professors don't produce preachers. Preachers are hewn out of the rough granite of experience and time. The author had the privilege of sitting down with some of the most notable preachers of our day, including John Piper, John MacArthur, and R.C. Sproul. Well-Driven Nails is an accounting of what he learned from these true "professors" of the craft. But, it is also more than a book on preaching. It's about a journey every preacher must take if he is to be a fearless proclaimer of Christ in a room full of critics. It is about finding one's own voice. In this sense it also applies to everyone who struggles to overcome the fear of man in their devotion to Christ.


Available in English from Ambassador International.
LanguageEspañol
PublisherEditorial Portavoz
Release dateJan 8, 2013
ISBN9780825484841
Clavos bien clavados: Predique con claridad, sencillez y pasión
Author

Byron Forrest Yawn

Byron Yawn es el pastor principal de la Community Bible Church en Nashville, Tennessee, donde reside con su esposa Robin y sus tres hijos. Byron es graduado de la Universidad de Mississippi y de The Master's Seminary. Byron Yawn is the senior pastor of Community Bible Church in Nashville, Tennessee, where he resides with his wife, Robin, and their three children. Byron is a graduate of Mississippi College and The Master's Seminary.

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    Clavos bien clavados - Byron Forrest Yawn

    Introducción

    Una explicación: Mi punto de partida

    Hay un dicho que afirma: Si el ministerio no funciona, siga estudiando. En mi caso, el ministerio funcionaba bien. Mi problema era predicar eficazmente. Después de tener una experiencia de diez años como predicador expositivo, me encontré atascado. Era una situación tan difícil de explicar como de salir de ella. Para aclarar un tanto las cosas y pulir mi capacidad como expositor, me apunté a un programa de Doctorado en el Ministerio que se centraba en la predicación expositiva. Me dispuse a enfrentarme a lo que pronto descubrí que era una lucha frecuente entre muchos expositores bíblicos: la presentación.

    Muchos de mis compañeros compartían conmigo la misma frustración: nuestra predicación carecía de una auténtica dinámica. En mayor o menor grado, todos necesitábamos insuflar algo de vida a nuestra predicación. Ese era el motivo de que la mayoría decidiera seguir con sus estudios. Fue un consuelo conocer a otros que, situados en la misma etapa de su ministerio, tenían la misma necesidad: llegar a los oyentes por medio de su predicación y su exposición. Fue una sesión de dos años basada en la idea no, no estás loco. Fue un grupo de apoyo para predicadores. Hola, me llamo Byron y soy aburrido.

    Y allí estábamos, recordándonos la gloria de la predicación, resucitando nuestras capacidades lingüísticas e intentando, desesperados, rejuvenecer nuestra forma de decir las cosas. El elefante siempre estaba en la sala, y era difícil ignorarlo.

    ¿Por qué las personas comprometidas con la exégesis bíblica y la predicación expositiva bregan con la expresión? ¿Es necesario que la predicación expositiva sea predeciblemente mecánica, cerebral y aburrida? ¿Cómo superamos ese obstáculo sin poner en peligro la autoridad bíblica, subirnos al tren de la última moda o parecer asesores personales santificados? ¿Dónde está el equilibrio entre la exégesis y la transmisión? Aquel era el nudo gordiano que la mayoría quería deshacer. Incluso los profesores admitían el reto que supone enseñar eficazmente la relación entre la erudición y la dinámica. Personalmente, yo luchaba por pasar de lo que llamaría enseñanza expositiva a la predicación expositiva. Se convirtió en una búsqueda personal.

    La idea de entrevistar a predicadores se me ocurrió cuando ya estaba bien avanzado el segundo año del programa, durante una clase concreta. El orador del seminario de dos días sobre narrativas, que era profesor adjunto, era un pastor y escritor conocido de la zona, que tenía casi veinticinco años de experiencia como predicador.¹ El primer día fue avanzando por su materia como si fuera una máquina. La información era útil; incluso recuerdo parte de ella. El segundo día fui testigo de la mejor exposición de todo el programa bianual. Dejó a un lado sus apuntes y habló con nosotros cara a cara. Contestó una pregunta tras otra. Sus respuestas combinaban la autoridad bíblica con la sabiduría práctica. No fue una clase teórica, sino práctica.

    Entonces es cuando se me ocurrió: ¿Qué pasaría si pudiera sentarme junto a los predicadores que más admiro y hacer lo mismo? Esos predicadores que parecen haber hallado el equilibrio en su propia predicación. ¿Y si pudiera localizar esas cualidades en las áreas en las que más necesito mejorar, reunir a los expositores que mejor las ejemplifican y plantearles mis dudas?

    Y eso es lo que hice.

    Elegí tres áreas concretas que sabía que figuraban en el meollo del problema: claridad, sencillez y pasión. Luego busqué a los hombres que mejor representasen estas cualidades particulares. Durante la fase de investigación del proyecto, interactué con una amplia selección de predicadores procedentes de todo tipo de contextos. De iglesias grandes y pequeñas. Con amplia experiencia y con poca. A la hora de escribir este libro, me centré en tres predicadores concretos y muy conocidos, alrededor de los cuales aglomeré los argumentos básicos: John MacArthur por la claridad, R. C. Sproul por la sencillez y John Piper por la pasión.

    Al comenzar, sabía que la solución para mi problema no era un simple ajuste de los aspectos prácticos. No me interesaba abordar aquellas facetas de la predicación que estaban al alcance de todos en la mayoría de libros de homilética. Lo que buscaba no figuraba en un manual ni en un curso sobre el tema. El reto era mucho más profundo que un mero índice de contenido. Además, no tenía intención de que mi predicación se rindiera a todas esas peroratas sobre la importancia y la aplicación inmediata, porque discrepo totalmente de ese punto de vista. No necesitaba mejorar la presentación de PowerPoint o los gráficos. No pretendía bajar el nivel de mi predicación: quería elevar a Dios en las mentes de las personas por medio de ella.

    ¿Qué pasaría si pudiera sentarme junto a los predicadores que más admiro… esos predicadores que parecen haber hallado el equilibrio en su propia predicación?

    Cuando queremos mejorar nuestra predicación, tendemos a centrarnos en la mecánica. Esto raras veces resulta útil. Desde luego, no llega lo bastante lejos. Hay diversas técnicas que pueden mejorar nuestras rarezas expresivas, pero no generarán la dinámica sincera que deseamos la mayoría. El número de cosas que otros pueden decirnos que no hagamos es limitado. Los factores que mejoran realmente la predicación tienen poco que ver con la mecánica. Están conectados con el corazón, el alma y la mente del predicador.

    Algunos de nuestros predicadores favoritos tienen una mecánica muy pobre, según los estándares de los manuales. A menudo los predicadores más atrayentes son quienes más rarezas mecánicas presentan. Sin embargo, esas rarezas tienen sentido. Su forma de predicar es más bien una manifestación de quiénes son como individuos y seguidores de Cristo. Somos testigos del impacto que tiene sobre sus vidas el descubrimiento sincero. Esta es la idea contenida en el meollo de este libro. Fundamentalmente, la forma de predicar no es tan importante, mientras diga lo que tiene que decir (y sea bíblico).

    Para las personas interesadas, la lógica que rodea las tres características (claridad, sencillez y pasión) se parece un poco a Karate Kid: ¡Dar cera, pulir cera!. He optado por centrarme en las cosas que preceden a las técnicas y subyacen en ellas. Como en todo lo que hacemos, las cosas que realmente agradan a Dios empiezan con la sinceridad en el hombre interior. La claridad, la sencillez y la pasión son cualidades intrínsecas, no mecánicas. Si se concentra en las realidades internas, su forma de predicar mejorará de forma natural. Y más concretamente, liberará su discurso.

    La claridad (y no el ensayo y la estructura) es el punto de partida para una predicación dinámica. Un entendimiento y una claridad del texto iluminadas por el Espíritu liberan su predicación, permitiendo que dependa de la convicción, no de la estructura. La estructura, que es esencial, es consecuencia de la claridad, a la que sirve. El mejor ejemplo de esto es el Dr. John F. MacArthur.

    La claridad conduce a la sencillez. Entender un texto o un concepto bíblico en un grado íntimo nos confiere la oportunidad de exponer conceptos difíciles a una amplia gama de intelectos, y de aplicarlos a contextos ilimitados. Pero la profundidad del entendimiento sólo resulta útil si somos capaces de explicar las cosas de una forma sencilla y comprensible universalmente. Esta es precisamente la faceta en la que tiene problemas la mayoría de expositores. Nos cuesta hacernos entender. La precisión con la que entiende usted algo se mide por su capacidad de transmitirla a otros. Todo radica en la simplificación. Lo que necesitamos es comprensibilidad. El mejor ejemplo de este principio es el Dr. R. C. Sproul.

    Por último, llegamos a la pasión, una cualidad bastante esquiva para los expositores. A la mayoría nos cuesta hacer la transición entre la erudición necesaria para comprender una verdad y la disposición que actúa según esa verdad. Cuando describimos nuestro objetivo como predicadores, el verbo sentir no nos hace sentir cómodos. Pero no debemos permitir que las diversas maneras en que se ha abusado de este término nos disuadan de la importancia que tiene la pasión. Más bien, debemos recuperarla de aquellos que la han convertido en algo risible. La pasión, que aquí definimos, es la manifestación de una convicción sincera mediante la expresión transparente del predicador en el acto de la predicación. El Dr. John Piper era la elección lógica en este campo.

    Aquí lo tiene, resumido. La claridad, que intensifica el impacto de la verdad en nuestras mentes y en nuestros corazones, lleva a la sencillez. La sencillez genera una consciencia global de la verdad, que da como resultado una pasión genuina. La pasión nos permite comunicar la verdad con un impacto imbuido de la autoridad de la Biblia. De forma natural, un predicador pasa de un aspecto al siguiente, de la claridad a la sencillez y a la pasión. Aquí tenemos una secuencia concreta; una no puede preceder a la otra o existir sin ella. No puedo estar dotado de una pasión sincera a menos que exista una profundidad de entendimiento. Esta profundidad es fruto de la claridad. La claridad es consecuencia del trabajo duro y de la gracia de Dios.

    En última instancia, todo esto apunta a una realidad sustancial. El gran secreto tras los expositores más dinámicos y admirables que conocemos es evidente: No hay ningún gran secreto. Todo se reduce a lo que siempre debe ser: una devoción simple e incontaminada a nuestro Dios glorioso, un amor sincero por el Hijo eterno y una dependencia constante del Espíritu Santo para que haga lo que solo Él puede hacer.

    Los supuestos: Algunos objetivos más amplios de este libro

    Además de verificar mi argumento central, me fijé otros objetivos. Quería poner a prueba las hipótesis generales sobre la predicación expositiva que había desarrollado a lo largo de todo mi ministerio. Quería confrontarlas con algunas de las opiniones más respetadas sobre el tema. Muchos de esos supuestos se habían convertido en obstáculos muy arraigados en mi exposición y mi presentación. Reevalué mis convicciones esenciales sobre la relación entre la predicación expositiva y la presentación. Era aquí donde me enfrentaba al elefante.

    Me sorprendió descubrir que muchos predicadores a los que admiro discrepaban de las presuposiciones básicas sobre las que me basaba, o les quitaban importancia. Al final, lo que yo pensaba que era cierto y que asumían ampliamente los mejores expositores, no contaba con su apoyo. Esta experiencia particular transformó mi vida.

    También me sorprendió descubrir cómo a muchos de esos mismos hombres les frustraban los estereotipos omnipresentes sobre la predicación expositiva. La mayor parte de ellos cree que la predicación expositiva está mal representada por unos practicantes bien intencionados pero con falta de equilibrio. Casi todos aquellos con los que interactué se resistían de una u otra manera a determinada etiqueta.

    En algún punto del camino me di cuenta también de que mi lucha formaba parte de una tendencia más amplia. Yo formaba parte de un proceso simultáneo mediante el cual mi generación de expositores volvía a dedicarse a la predicación expositiva y a examinarla. A pesar de que rechazaban los extremos de las metodologías de los buscadores pragmáticos, las tendencias emergentes del evangelio social reciclado y los restos rencorosos del fundamentalismo endurecido, existía la necesidad de encontrar puntos de referencia dentro del contexto post-todo en el que nos tocaba predicar.² El propósito mayor era el mismo. La condición humana era la misma, como también lo era el mensaje. Pero habían cambiado muchas variables entre nuestra proclamación de la verdad y el primer banco. Era el mismo enemigo de siempre, pero con armamento nuevo. Cada generación de expositores se ve obligada a enfrentarse con cuestiones nuevas relativas a su entorno. La verdad es que hay muchísimos predicadores que se formulan las mismas preguntas.

    Los requisitos: Cómo abordar este libro

    Mi objetivo en esta obra no es reconquistar un terreno que ya dominamos. Es decir, que doy por hecho determinadas convicciones teológicas y metodológicas. Mis lectores son hombres que viven y respiran los axiomas bíblicos que defiendo. Estas verdades nos unen. Formamos parte de una fraternidad específica. No predico sobre la necesidad de predicar. Escribo para expositores acerca de las cuestiones prácticas de la predicación. Pretendo que nos alejemos del borde del oscurantismo académico.

    Aparte, tampoco escribo para convencer a otros de la prioridad de la exposición. Ya hay numerosas obras sobre este tema. Mi debate es intramuros. Como resultado, dedico muy poco tiempo a defender la autoridad de la Palabra de Dios o el mérito de la predicación expositiva comparada con otro modelo. Asumo ambas cosas. No ofrezco una definición amplia de lo que constituye la predicación expositiva. Presento una definición breve y luego doy por

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