Lux Domini, Icazbalceta Contra La Virgen

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LuxDomini -Joaqun Garca Icazbalceta-

Investigacin Documental sobre la Virgen de Guadalupe

Joaqun Garca Icazbalceta

versus

La Virgen de Guadalupe

Puntos antiguadalupanos de Joaqun Garca Icazbalceta: -Fray Juan de Zumrraga nunca habl sobre el suceso guadalupano, antes bien parece negarlo. -Sahagn calific de idolatra el culto guadalupano, y Bustamante tambin lo critica. -Los capellanes de la ermita no supieron nada hasta 1648, en palabras de Lasso de la Vega. -Crtica a algunos documentos guadalupanos.

Joaqun Garca Icazbalceta fue un historiador del siglo XIX (1825-1894). El ejemplo y los consejos de don Lucas Alamn parece que lo inclinaron al estudio de la historia. En su adolescencia ayud a su padre en los trabajos de escritorio, y empez los estudios que despus seran su especialidad. Tradujo la Historia de la conquista del Per, de Prescott, y le agreg un apndice (dos ediciones: 1849 y 1850). Colabor en el Diccionario Universal de Historia y Geografa (1853-1856) con noticias biogrficas y otros datos principalmente relativos a los siglos coloniales. Principia a reunir importantes materiales histricos sobre Mxico: crnicas, libros, manuscritos, documentos originales desde el siglo XVI, que sola editar en la imprenta que haba instalado en su casa. Public Apuntes para un catlogo de escritores en lenguas indgenas de Amrica (1866) y, como un testimonio elocuente de gran parte de la vida y los sucesos de la Nueva Espaa en el siglo XVI, la biografa de Don Fray Juan de Zumrraga, primer Obispo y Arzobispo de Mxico (1881, varias ediciones posteriores). -----------------------------------------------l es, en mi opinin, la figura ms representativa del Antiguadalupanismo serio y sincero. Como l mismo declara, era catlico y crea en los milagros, aunque el Guadalupano no le pareciera verdadero. A l y a su labor se remiten los dos siguientes antiguadalupanos que considera esta investigacin: tanto Jos Luis Montecillos como Daniel Sapia saben de Garca Icazbalceta y lo han consultado. Existe un documento-base, donde Icazbalceta verti sus razones para negar el milagro, y se conoce como la Carta acerca del Origen de la Imagen de Ntra. Seora de Guadalupe, sobre cuya publicacin har algunas anotaciones. (Ver: Joaqun Garca Icazbalceta 2a. parte) La Carta en cuestin ha sido comentada extensamente por apologistas guadalupanos, y mi crtica no ser sino un "reforzamiento" de las respuestas que se dan a las objecciones planteadas. Cabe decir que Joaqun Garca Icazbalceta es el nico antiguadalupano catlico cuyos argumentos expongo. Los otros dos impugnadores -Montecillos y Sapia-, son antiguadalupanos, amn de anticatlicos. y sus argumentos estn ms avocados a "buscar falsedades catlicas", de las muchas que creen que hay, en vez de analizar los elementos reales que rodean al suceso guadalupano, y que son los documentos histricos, la situacin cultural de la Nueva Espaa en 1531, la religin de los aztecas, la historia de la Conquista de Mxico, la cultura indgena y las circunstancias sociales que han rodeado al asunto guadalupano en diferentes pocas. Citar pues, fragmentos de la dicha Carta Antiaparicionista, la cual es una carta dirigida por Garca Icazbalceta al Arzobispo de Mxico D. Pelagio Antonio de Labastida y Dvalos en 1883. Quien guste leer la carta completa y sin comentarios insertados, puede leerla AQU.
Nota: En su Carta, Icazbalceta declara que solo por obediencia al arzobispo, quien le demand su parecer como historiador, escribi su

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LuxDomini -Joaqun Garca IcazbalcetaCarta. l no tena deseos de hacerlo, ni quiso que se difundiera.

Lo que dijo y lo que call Fray Juan de Zumrraga

Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Por lo dems, la falta de los autos originales no sera, por s sola, un argumento decisivo contra la Aparicin, pues bien pudo ser que no se hicieran, que despus de hechos se extraviaran: aunque decir verdad, tratndose de un hecho tan extraordinario y glorioso para Mxico, una otra negligencia es harto inverosmil.

Este punto, que sealo nicamente como precedente, se completar despus con otros que maneja Garca Icazbalceta; mi comentario por ahora es que -segn se deduce de la actitud de los evangelizadores-,la misma Aparicin Guadalupana no tena el mismo significado e importancia tan grande que ahora se le da. Esto aplica nicamente a los europeos, conquistadores, pues para los indios signific MUCHO, y de ello tambin daremos pruebas ms adelante. *************** Comentar ahora el ms importante -a mi entender- punto que maneja Icazbalceta, y que exhiben casi sin excepcin todos los que niegan las apariciones guadalupanas: lo que concierte a quien habra recibido la tilma de Juan Diego; el arzobispo de Mxico Fray Juan de Zumrraga.

Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

El primer testigo de la Aparicin debiera ser el Ilmo. Sr. Zumrraga, quien se atribuye papel tan principal en el suceso y en las subsecuentes colocaciones y traslaciones de la imagen. Pero en los muchos escritos suyos que conocemos no hay la ms ligera alusin al hecho las ermitas: ni siquiera se encuentra una sola vez el nombre de Guadalupe. Si el Sr. Zumrraga hubiera sido testigo favorecido de tan gran prodigio, no se habra contentado con escribirlo en un solo papel, sino que le habra proclamado por todas partes, y sealadamente en Espaa, adonde pas el ao siguiente: habra promovido el culto con todas sus fuerzas, aplicndole una parte de las rentas que expenda con tanta liberalidad. Pero nada absolutamente nada en parte alguna.

En su intento por refutarme, Daniel Sapia me puso enfrente este argumento -junto con el sig. prrafo-. Fue mi principal fuente de dudas y reconozco, con toda la sencillez del caso, que no supe contestar en ese entonces, y cada vez que pensaba en la Virgen de Guadalupe, no poda evitar pensar en esta objeccin, que a primera vista, parece dejar claro que la Aparicin Guadalupana ES FALSA. Ahora bien, me gustara comentar que tuve oportunidad de estudiar este punto cerca de un ao despus, y para exponer en pocas palabras lo que pienso sobre este punto, citar algunas palabras de Jos Luis Guerrero, extradas de su excelente libro Flor y Canto del Nacimiento de Mxico, quien hace una breve relacin de por qu motivos, el silencio de Zumrraga no es prueba contra la aparicin.

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Dice Guerrero (aprox.):

Aunque la narracin pinta a Zumrraga conmovido y convertido ante el milagro de las flores, si juzgamos por los hechos, las cosas no sucedieron exactamente as: Jams volvi a ocuparse del asunto, jams lo mencion claramente en ningn documento que conservemos (aunque hay indicios de que s los hubo, incluso actas oficiales), y la ermita que le construy no pas de cabaa miserable. Todo indica, pues, que para nada tuvo conciencia de la trascendencia del hecho, ni de cun gran rbol surgira de la semilla minscula que le toc sembrar. Ahora bien, esto es perfectamente explicable a la luz del sentido comn: Para l todo pudo parecerle no slo simple, sino rutinario. (Es muy de dudar que haya algn obispo en la tierra -o hasta un simple prroco- que no haya pasado por situaciones similares). Un desconocido recin converso viene a verlo y a pedirle un templo para una Virgen de su devocin, alegando revelaciones especiales. l se lo sacude, sin darle importancia, y con tanta ms razn que tratndose de un indio recin converso, haba que recelar revivicencias paganas o problemas polticos anti-espaoles. Ante su insistencia reiterada opta por pedirle una seal, con la obvia intencin de quitrselo de encima, y tanto ms que los informes que solicita no resultan favorables, aunque con ello se compremete a que consentir si la recibe. Lo que recibe es una imagen mariana un tanto rara, pero inobjetablemente ortodoxa, y la novedad de que un to moribundo est ahora bueno y sano, cosa que comprueba y recibe adems de labios de ste el tranquilizante aviso de la nueva devocin, Guadalupe, no puede ser ms hispanfilo. (A las flores, tan importantes para los indios, l no tuvo por qu darles mayor importancia). Aunque efectivamente, resultara inslito que crecieran en el Tepeyac en invierno. No era realmente mucho, pero s lo suficiente para sentirse en el deber de hacer honor a su palabra.

De estos comentarios se desprenden los sigs. puntos, importantes para responder a la objeccin presentada: Que efectivamente, Fray Juan de Zumrraga no escribi nada que se conserve, sobre el asunto guadalupano. Que el suceso guadalupano por verdadero que haya sido, no fue muy significativo para l. Que las flores no eran tan importantes para l ni para los espaoles, aunque no crecieran en el Tepeyac. Que a pesar de todo el silencio de Zumrraga que quieran los impugnadores de la Aparicin, la devocin guadalupana empez y se populariz rpidamente, tanto que en 1556, 25 aos despus del milagro, el asunto alcanz tanta importancia como para que se instara al propio Virrey a tomar cartas en el asunto (ver nota sobre el sermn del p. Bustamante)

***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

En las varias Doctrinas que imprimi tampoco hay mencin del prodigio. Lejos de eso, en la Regla Cristiana de 1547 (que si no es suya, como parece seguro, lo menos fu compilada y mandada imprimir por l) se encuentran estas significativas palabras: "Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues est nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo". Cmo deca eso el que haba presenciado tan gran milagro?...

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Bueno, sealaremos lo que el propio Garca Icazbalceta reconoce, que parece casi seguro que dicha Regla Cristiana, no fue escrita directamente por l. Es de presumirse que las palabras que se cita no son suyas, de manera que la pregunta final, Cmo deca eso el que haba presenciado tan gran milagro?, se basa sobre una premisa que el propio Icazbalceta no tiene por segura. En esa lnea, cabe dudar si es Zumrraga quien "deca eso"... En la ltima parte de la pregunta, encontramos que lo deca "quien haba presenciado tan gran milagro". Aqu sealo -basado en lo que comenta Jos Luis Guerrero-, que una cosa que parece segura, es que ni para Zumrraga ni para muchos espaoles contemporneos suyos fuera un "gran milagro", sino una advocacin ms dentro de las muchas que ya existan en la misma Amrica. En su Carta Antiaparicionista, Garca Icazbalceta cita a varios autores espaoles, y enfatizar nuevamente, que para ellos la Guadalupana no era tan importante como la consideran hoy en la misma Roma, empezando por el querido y "mexicano" Pontfice Juan Pablo II. *************** Pero... De verdad hubo "silencio absoluto" por parte de Zumrraga? Conociendo como inquisidor a Zumrraga, y conociendo la meticulosidad de la Inquisicin -y an de los espaoles fuera de ella-, que buscaban asentar TODO y levantar actas de TODO, es dudoso que el obispo se haya desentendido absolutamente del asunto. Pero sera gratuito basarnos en esto para asegurar que hubo Actas de Zumrraga sobre el asunto. Se reconoce que efectivamente la ausencia de su testimonio directo es buena arma en manos de los impugnadores, aunque contra ella haya razones y argumentos. Para sustentar la existencia de Actas de Zumrraga -aunque se hayan perdido, tal vez definitivamente-, citemos al padre Miguel Snchez, quien declaraba bajo juramento como testigo en las Informaciones de 1666, y quien dijo que el Dean de la Catedral haba encontrado al arzobispo "Don Fray Garca de Mendoza [..] leyendo los Autos, y Proceso de dicha Aparicin con singular ternura.." Otro testimonio complementa a ste, y es el de Cayetano Cabrera, en su Escudo de Armas de Mxico, donde asienta que el R. P. Fr. Pedro de Mezqua, religioso de Propaganda Fide, aseguraba haber visto y ledo en el convento de franciscanos de Vitoria, en Espaa, una relacin del Sr. Zumrraga a los religiosos de aquel convento, de la aparicin de la Virgen de Guadalupe <> y haba prometido traerla a su regreso de un viaje a Espaa que iba a emprender." "Y el Dr. Uribe, que escriba hacia 1778, cuenta que al regreso del P. Mezqua le preguntaron por la relacin que haba prometido traer y respondi que no la haba encontrado y que crea que haba perecido en un incendio que haba sufrido el archivo del convento."

Fray Bernardino de Sahagn, y el sermn del p. Bustamante

Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Uno de los fundamentos de Fray Bernardino de Sahagn es que all acudan en tropel los indios como de antes, mientras que no iban otras iglesias de Nuestra Seora. Supuesta la realidad de la Aparicin, ninguna extraeza poda causar al P. Sahagn que los indios prefiriesen el lugar en que uno de los suyos haba

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sido tan singularmente favorecido por la Sma. Virgen. Bien mirado el testimonio del P. Sahagn es ya algo ms que negativo.

A esto se contesta que el p. Sahagn NO dijo nada contra la Aparicin ni contra el culto a la Virgen de Guadalupe. Lo que l sospechaba es que los indios iban a adorar a "lo antiguo", es decir, a la diosa Tonantzin, madre de Huitzilopochtli, y NO a la Virgen Mara, o sea, "lo nuevo". Un poco ms adelante encontramos a Sahagn diciendo que l no opina que se le impida a los indios ir a tal culto, sino que se les EXPLIQUE que esa ermita es centro de culto a la Virgen Mara y no a la diosa Tonantzin. As pues, Sahagn no se "extraa" de nada, sino que prudentemente pide aclarar a los indios lo que haya que aclarar, es decir, que en dicho lugar se venera a Mara y no se adora a Tonantzin. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Los pasajes de Torquemada y de Bernal Daz en que se habla de la iglesia, han dado materia de larga discusin los apologistas. El hecho indudable es que ninguno de estos autores menciona la Aparicin.

Es la nica vez que Garca Icazbalceta menciona a Bernal Daz del Castillo, cuando ste habla de la Guadalupana (lo citar ms adelante cuando habla del indio Marcos); y lo cierto es que efectivamente, en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva Espaa, Daz del Castillo menciona la existencia del culto guadalupano en el Tepeyac. Si no menciona la Aparicin, es -como ya he sealado-, debido a que para los espaoles no era tan importante el asunto guadalupano, por razones culturales. Aado a esto que Daz del Castillo tampoco dio muchos detalles de la impresin que signific para los indios la ascencin realizada por Diego de Ordaz al Popocatpetl, y no entendi hasta qu punto dicha ascensin haba azorado a los indios. Estos dos puntos son muestra de la poca comprensin que los espaoles en general tenan de la visin indgena de lo divino y lo humano. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Todos los apologistas, sin exceptuar uno solo, han cado en una equivocacin inexplicable en tantos hombres de talento, y ha sido la de confundir constantemente la antigedad del culto con la verdad de la Aparicin y milagrosa pintura en la capa de Juan Diego.Se han fatigado en probar lo primero (que nadie niega, pues consta de documentos irrefragables), insistiendo que con eso quedaba probado lo segundo, como si entre ambas cosas existiera la menor relacin.

Pues bien, sealaremos aqu que la antigedad del culto es ya argumento fuerte para sustentar la aparicin. Icazbalceta se limita a negarlo, sealando -implcitamente- que no hay entre ambos elementos "la menor relacin". Lo que se sabe es que poco despus de 1531 ya exista culto a una "Virgen de Guadalupe" en el cerro del Tepeyac, y si bien los espaoles no citan su origen, s lo hacen los indgenas, por cierto poco valorados por Icazbalceta, quien descalificar posteriormente los pocos testimonios indios de los que hace mencin. Si el culto exista, y si eran devotos guadalupanos tantos indios como consignaba Sahagn, es de suponerse que algo haba all que los atraa, y es muy probable que tal "algo" fuera el mensaje guadalupano segn se expone. Seala Jos Luis Guerrero que pocas dudas caben del trasfondo divino y de la certeza de las Apariciones Guadalupanas, tomando en cuenta lo que significaba a nivel teolgico para la cultura indgena -azteca principalmente-, y que ningn espaol hubiera podido proporcionar.

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Despus de saber cmo se sentan los indios luego de 10 aos de Conquista, parece tambin IMPOSIBLE incluso para los telogos del siglo XX y posteriores al Concilio Vaticano II, proporcionar a aquellos indios un consuelo y una renovacin espiritual. Y sabiendo cmo reaccionaron los indios ante el suceso guadalupano, pocas conclusiones son ms sensatas que admitir la veracidad del milagro.

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Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Es digno de notar que cuanto estos antiguos misioneros tratan de las idolatras encubiertas de los indios, saquen a cuento la devocin Ntra. Sra. de Guadalupe. Mal se aviene esto con la creencia en el milagro.

Aqu Icazbalceta nota que quienes citan a la Guadalupana al hablar de idolatras, son misioneros. Daz del Castillo, que no es misionero, no relaciona a la Guadalupana con los dolos. Y esto significa una simple cosa: Eran los misioneros (franciscanos casi siempre), quienes vean DOLOS por todas partes. La Guadalupana no se escap de esta relacin, pero aquellos misioneros nunca dijeron que era "cosa mala" la veneracin a Ntra. Sra. de Guadalupe. Condenaban que se tomara a la Virgen de Guadalupe por "Tonantzin", lo cual es cosa distinta. Aado a esto un comentario: Los que denostaban la cultura indgena, con ella a sus dioses y con ella a cuanto pareciera indgena, arrojndolo al "cesto" de dolos, eran los franciscanos, siendo caso distinto los dominicos, entre quienes se contaba fray Alonso de Montfar -de quien tenemos motivos para creer que crey y defendi, aunque limitadamente, lo milagroso de la Aparicin-, o por ejemplo fray Bartolom de las Casas, mucho ms suave que un Sahagn o el mismo Zumrraga. Y por qu Garca Icazcalceta considera "mal avenidas" las diatribas de los frailes franciscanos? Es que las apariciones guadalupanas son falsas porque algunos frailes franciscanos aclaraban que Tonantzin y Guadalupe eran cultos diferentes? ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Si de los escritos nos vamos a los mapas y pinturas de los indios, hallaremos que en ninguno de los autnticos que existen hay nada de lo que se busca. Citar como ejemplo los cdices Telleriano-Remense y Vaticano, publicados por Kingsborough, y los anales pinturas histricas de Mr. Aubin, que alcanzan 1607.

Hago notar aqu esta novedad en la Carta Antiaparicionista. A lo largo de la Carta Antiaparicionista cont los nombres de 26 personajes espaoles, entre historiadores, frailes y cronistas. Indgenas, cita nicamente "como ejemplo", 2 cdices -de los muchos que hay-, lo que evidencia una clara tendencia espaolista, poco atenta a los documentos y anales indgenas, a los cuales incluso descalifica posteriormente. Omite tambin a un importante testimonio europeo anglosajn, el del pirata ingls Miles Philips, extrado de su diario y compilado en forma de libro, el Adventures in New Spain, mencionado en el captulo sobre la documentacin europea. Y si el propio Garca Icazbalceta muestra claro desinters por los documentos indgenas, Qu caba esperar de los conquistadores? stos tampoco daban mucha validez a los papeles indgenas -ms an, los consideraban en su mayora muestra de la supersticin indgena-, y no pocas obras de la cultura prehispnica se perdieron a manos del rigorismo cristiano espaol. ***************

El Sermn de Bustamante
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Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

El da de la Natividad de Ntra. Sra., 8 de Septiembre de 1556, se celebr una solemne funcin religiosa en la capilla de S. Jos, con asistencia del clero, virrey, audiencia y vecinos principales de la ciudad. Encomendndose el sermn Fr. Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos, que gozaba crditos de grande orador. Despus de haber hablado excelentemente del asunto propio del da, hizo de pronto una pausa, y con muestras exteriores de encendido celo, comenz declamar contra la nueva devocin que se ha levantado sin ningn fundamento "en una ermita casa de Ntra. Sra. que han intitulado de Guadalupe", calificndola de idoltrica, y aseverando que sera mucho mejor quitarla, porque vena destruir lo trabajado por los misioneros, quienes haban enseado los indios que el culto de las imgenes no paraba en ellas, sino que se diriga lo que representaban, y que ahora decirles que una imagen pintada por el indio Marcos haca milagros, que sera gran confusin

Este sermn de Fray Francisco de Bustamante es un punto muy debatido dentro de la historiografa guadalupana. Pero desde cualquier punto de vista, constituye un testimonio de la importancia que empezaba a adquirir la devocin guadalupana -a 20 aos del milagro-, y lo expresa de este modo Jos Luis Guerrero:

Entre su grey (de Fray Juan de Zumrraga) s sabemos que la nueva devocin fue acogida de muy diferentes maneras: con apasionado entusiasmo por los indios; con simpata por los laicos espaoles, y con acendrada desconfianza por los frailes franciscanos. Lo sabemos porque muerto Zumrraga y dos aos despus de instalado su sucesor, fray Alonso de Montfar, el provincial franciscano Fray Francisco de Bustamante desat un escndalo maysculo el martes 8 de septiembre de 1556, atacando en un sermn al que asista el Virrey, no slo la devocin, como falsa y hertica, sino tambin al propio Arzobispo que la fomentaba. Tan serio fue el zipizape, que se inici un proceso que conservamos, y del que se concluye que: 1.- Que pese al poco o nulo aliento de la clereca, a 25 aos de las apariciones la devocin estaba ya tan slidamente arraigada como para provocar que todo el virreinato se ocupara de ella, dividindose en pros y contras. 2.- Que alguien tan suspicaz como Montfar - que vea herejas por todas partes- favoreca y defenda la devocin. 3.- Que los indios le eran incondicionalmente devotos, por ms que los franciscanos la combatiesen explcitamente. 4.- Que gozaba de las simpatas del laicado espaol, simpatas que aumentaron como reaccin a los excesos de Bustamante. Ahora bien, si esa devocin exista y creca, pese a los esfuerzos del clero (y en especial de los franciscanos), en rechazarla, se concluye que carece de base histrica la hiptesis de que el asunto fue un fraude armado por los espaoles para mejor someter a los indgenas.

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Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Pues cmo el Sr. Arzobispo, tantos testigos de vista, el pueblo entero, no aniquilaron los cargos del predicador con slo echarle la cara el origen divino de la imagen, bastante para justificar aquella devocin? Cmo pudieron or sin escndalo que se atribuyese un indio la obra maravillosa de los ngeles? Cmo quien tales cosas deca en un plpito, no fu inquietado?

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Pues bien, lo cierto es que el arzobispo realiz un proceso para analizar la acusacin de Bustamante, y segn las Informaciones de 1556, hubo quienes se declararon en contra de la postura de Bustamante, pero ninguno se declar a favor. Icazbalceta pregunta: Cmo pudieron oir sin escndalo que se atribuyese un indio la obra maravillosa de los ngeles?. Cualquiera que lea las Informaciones de 1556 ver que varios testigos declararon que s hubo escndalo en la ciudad por el sermn de Bustamante... pareciera que Icazbalceta desestima o desconoce dichos testimonios. El arzobispo neg haber respaldado los milagros atribuidos a la imagen, y nadie hizo caso de la acusacin que atribua la autora de la imagen al indio Marcos. Como tampoco se sabe que el indio Marcos haya asentido en ser l el autor de la imagen. El impugnador descalifica el Acontecimiento Guadalupano pese a muchos testimonios -l solo cita 15- a favor, pero sin embargo, la sola acusacin de Bustamante lo convence de que efectivamente Marcos pint la imagen. Hay algn testimonio que ratifique la autora de Marcos, o se trata de la voz aislada de Bustamante? Este punto despert el inters del periodista J.J. Bentez, quien en su obra El misterio de Guadalupe, formula una pregunta bastante legtima, Por qu cit Bustamante directamente a Marcos, habiendo varios indios artistas?, Qu saba Bustamante a ese respecto? Convencido del carcter sobrenatural de la tilma, Bentez entiende que Bustamante "saba algo", y pone, como hiptesis personal, que los retoques que tiene el ayate fueron realizados por el indio Marcos, y de ah la alusin de Bustamante a Marcos en especfico. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Nada se hizo contra el P. Bustamante, quien, pesar de aquel sermn, fu otra vez electo provincial en 1560 y despus Comisario general.

Aqu s se contradicen mis fuentes. Icazbalceta sostiene que "nada" se hizo contra el P. Bustamante, pero J.J. Bentez en el libro citado, El misterio de Guadalupe, dice: El fenomenal escndalo -que terminara por costarle al franciscano Bustamante el destierro y todo un "rosario" de lindezas e improperios- arranc como consecuencia, al parecer, de otro sermn. Dos das antes -el 6 de septiembre de 1856- el entonces segundo obispo de Mxico, fray Alonso de Montfar, sucesor de Fray Juan de Zumrraga, pronunci una fervorosa pltica en la catedral, refirindose al carcter milagroso de la imagen de la Guadalupana. (El sermn estaba plenamente justificado, ya que se trataba de la antevspera de la fiesta titular de Nuestra Seora de Guadalupe, que en aquellas fechas se festejaba el 8 de septiembre). Entre otras comparaciones, Montfar equipar en su homila a la Guadalupana con la imagen de la Virgen de la Antigua, venerada en la catedral de Sevilla, y "cuya pintura-dijo-se atribuye al ministerio de los ngeles". La compar tambin con la imagen de Nuestra Seora de los Remedios, cuya efigie se venera en muchos santuarios de Espaa; con la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla, que se venera en la capilla real y que fue regalo de San Luis, rey de Francia, a San Fernando, rey de Espaa. Igual tambin la imagen de la Virgen del Tepeyac con la de Nuestra Seora de Montserrat, "cuyo origen prodigioso se remonta a las ltimas dcadas del siglo IX". "El supernaturalismo de nuestra Guadalupana -afirm ante cientos de fieles- es similar al de la imagen de Nuestra Seora de la Pea de Francia". Por ltimo, el obispo de Mxico la equipar a la Virgen de Loreto, en Italia. Con todo ello quiso dar a entender, que al igual que estas imgenes europeas tenan un origen maravilloso, otro tanto suceda con la del Tepeyac.

Este es, a mi entender, un testimonio clave, espaol. Jos Luis Guerrero seala tambin -como ya he

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expuesto-, que Montfar defenda la misma Aparicin, aunque quiz no con el mismo ardor y con la misma profundidad religiosa que los indgenas, primeros destinatarios del Mensaje Guadalupano. Garca Icazbalceta apenas si hace mencin del sermn previo de Montfar, al que sigui el sermn antiguadalupano de Bustamante. S menciona, en cambio, las palabras del arzobispo durante el proceso que sigui, donde el Arzobispo afirm que l "no haba predicado milagro ninguno de los que decan que haba hecho la dicha imagen de Ntra. Sra. ni hacia caso de ellos". Y efectivamente, nada en el sermn de Montfar hace pensar que defendiera milagros atribuidos a la Guadalupana, sino ms bien a la Guadalupana misma.

Otra reflexin sobre el Sermn de Fray Francisco de Bustamante:

Existe dentro de este tema una cuestin que Garca Icazbalceta no considera. El antiguadalupano concentra su argumento en el hecho de que Bustamante atribuy la imagen al pincel de Marcos, sin dar importancia a las circunstancias que rodean al sermn de Bustamante, uno de los cuales -ya lo seal antes- es el sermn que pronunciara antes Fray Alonso de Montfar. Pero Garca Icazbalceta no se pregunta... Cul es el origen de las acusaciones de Bustamante hacia Montfar?, Qu haba hecho o dicho fray Alonso de Montfar para hacerse acreedor a las denostaciones de Bustamante? Historiadores como Lauro Lpez Beltrn sealan de la hostilidad que por entonces se tenan mutuamente los franciscanos y dominicos, y en el caso que nos ocupa, Bustamante era franciscano, mientras que Montfar perteneca a la orden de Santo Domingo. Es creble, por lo tanto, que hubiera "grea" entre ambos, y de ah el sermn de Bustamante contra Montfar. Pero nuevamente, Por qu acus Bustamante a Montfar de propagar una devocin idoltrica? En primer lugar, no creo que Bustamante hubiera sacado su acusacin de la nada... porque sera una calumnia, y fcil de refutar. Adems, sera una causa un tanto rara que Bustamante, queriendo "echarle piedras" a Montfar, lo acusara de propagar una devocin pagana, y que eligiera -casualidad?- a la Guadalupana, como la devocin culpable predicada por el arzobispo. Y si nos remitimos al sermn previo que haba dicho Montfar, pues una conclusin ms sensata es que Montfar crea y defenda la dicha advocacin Guadalupana; y me parece tambin interesante que Bustamante puntualizara que la imagen "la haba pintado el indio Marcos", como si alguien, -el arzobispo o los indios-, dijeran algo diferente sobre "quin" haba pintado la imagen. ***************

Lasso de la Vega y los "Adanes dormidos"

Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

La devocin de 1556, fervorosa como todas las nuevas, fu cediendo hasta desaparecer.

Con lo cual se quiere decir que entre 1556 y 1648 (fecha en que el P. Miguel Snchez publica su libro), la devocin haba desaparecido. Lo cierto es que en 1561 escriban los regidores de Atzcapozalco una carta a Felipe II, donde se consignaba la existencia del templo de Guadalupe, y se mencionaba junto a la capilla

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arzobispal de la Virgen. En 1571, se llev a cabo la batalla de Lepanto, donde la nao capitana de Andrea Doria llev como estandarte la imagen guadalupana, y en 1582, Miles Philips daba su testimonio del culto guadalupano en el Tepeyac. Ese testimonio se public hasta 1600, luego, en 1622, se inaugur el primer templo guadalupano en el Tepeyac, y en 1629 la imagen fue trasladada a la catedral, con motivo de una inundacin en la cd. de Mxico. Por qu se preocupara el arzobispado de poner en sitio seguro a una imagen "de una devocin desaparecida"? Este detalle de la inundacin revela que no solamente la devocin guadalupana no "haba desaparecido", sino que adems era lo suficientemente popular en Mxico, como para que el Arzobispo se preocupara por la imagen. Si "haba desaparecido"-, De dnde la sac el P. Snchez? La ermita y la imagen seguan en el Tepeyac, y el nmero de indgenas convertidos creca igualmente. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Mas he aqu que el Br. Snchez publica un libro (el primero en que se vi la historia de la Aparicin Juan Diego), y todo cambia como por encanto. Era que en aquel libro se relataba, apoyada con documentos autnticos irrefragables, una historia gloriosa, hasta entonces desconocida?

Icazbalceta seala como "por encanto" el cambio que se dej sentir tras la publicacin del padre Miguel Snchez en 1648. Pero histricamente, el verdadero cambio se dio en 1531. A los indios, el p. Snchez no les contaba nada nuevo, pues ya haban recibido el mensaje, y lo haban testimoniado en diversos documentos (vease Documentacin). El sr. Icazbalceta ignora casi por completo los testimonios indgenas, y llega a descalificar a los testigos indios de 1666. En s, lo que "cambi como por encanto", fue algo sealado por Motolina en su Historia de los indios de la Nueva Espaa, trat 2, cap. 1, p. 78, y quien escribe como "anduvieron unos aos muy fros" y como despus de 5 aos "despertaron muchos de ellos e hicieron iglesias, y ahora frecuentan mucho las misas cada da y reciben los sacramentos devotamente". Por esto, y por la observacin de Sahagn de la afluencia al Tepeyac, el imparcial debe reconocer que algo pas, que levant a los indios de la catstrofe moral y psicolgica en la que se hallaban, y les hizo abrazar con fervor la fe cristiana. Slo el milagro guadalupano explicara conjuntamente este CAMBIO "como por encanto", y aparte, la afluencia al Tepeyac. Ya lo han sealado anteriores apologistas: Icazbalceta propone que despus de un "siglo de silencio" -que ni siquiera fue tal-, con la publicacin de un libro -el de Snchez-, TODO un pas se "lav el cerebro" y se torn sbitamente devoto de la Guadalupana, y tan devoto, que hubo quienes llegaron a "afirmar bajo juramento lo que no era verdad", que fue lo que hicieron los testigos de 1666 segn Icazbalceta. Esto se complica ms si consideramos que entre los testigos indgenas de Cuauhtitln haba quienes no saban leer y quienes no hablaban espaol (el libro de Snchez se public en espaol), adems de que la obra de Snchez slo se imprimi una vez -y pocos ejemplares-, as que estaba difcil que TODO un pas leyera el dicho libro -incluidos analfabetas y monolinges del nhuatl-, y TODOS se pusieran de acuerdo en asentir cndidamente a la publicacin de Snchez. Ser que la poblacin de Mxico en 1648-1666 estaba formada slo por piadosos supercrdulos y perjuros? ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

(El P. Snchez) tuvo la ocurrencia de publicar al fin del libro una carta laudatoria del Lic. Laso de la Vega, Vicario de la ermita misma de Guadalupe, en la cual el buen vicario confiesa sencillamente, que l y todos sus antecesores haban sido "unos Adanes dormidos que haba posedo a esta Eva segunda sin saberlo", y l le haba cabido la suerte de. ser el "Adn despertado", lo cual en idioma corriente quiere decir que ni l ni todos los vicarios capellanes de la ermita

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haban sabido palabra del origen milagroso de la imagen que guardaban, hasta que el P. Snchez lo haba revelado.

Para estudiar el caso, se necesita saber QU fue lo que "dio a conocer" Snchez con su libro Imagen de la Virgen Mara Madre de Dios Guadalupe. Celebra la aparicin, cierto, pero esto no era nada nuevo en 1648. El propio Icazbalceta lo reconoce al situar el origen de la tradicin hacia los aos de 1555-1556. NO. La novedad del libro de Snchez era la idea de que la Guadalupana corresponda ni ms ni menos que a la visin del apstol San Juan, consignada en Apocalipsis 12, sobre una mujer coronada de estrellas. As pues, con lo de "Adanes dormidos", Lasso de la Vega quera significar que no haban visto, ni cado en la cuenta, de que tena ante sus ojos nada menos que una profeca bblica cumplida; hasta hoy son muchos guadalupanos los que creen esto, que podra tener un matiz de cierto, tomando en cuenta que el libro de Apocalipsis, adems de proftico, est lleno de simbolismos y figuras. Y en cuanto a los "Adanes dormidos", la verdad es que en cierto modo Lasso de la Vega y sus antecesores s lo fueron, y hasta recientes fechas hemos comprendido muchas cosas sobre el Acontecimiento: En primer lugar, la imagen est confeccionada a modo de amoxtli, es decir, de mensaje pictogrfico, y que contiene una serie de detalles imposibles de ver para los no-iniciados, y precisamente por eso, visible para los indgenas pero invisible para los europeos. En segundo lugar, y para probar lo que digo, cito a Jos Luis Guerrero, quien ofrece algunos comentarios al respecto: Hubieron de pasar ms de cuatro siglos para que los blancos cayramos en la cuenta de eso, de que la imagen de la Seora del Cielo era un mensaje, un "Cdice" indgena. Hasta ahora los blancos empezamos a darnos cuenta de la difana claridad con la que la Seora del Cielo present sus credenciales ante sus hijos indios, usando un lenguaje preciso y rigurosamente tcnico. Pero eso es hoy; entonces lo vean exactamente al revs: entre ms fieles a sus dioses, ms infieles al nico verdadero. Sin embargo, aunque ya no pensemos as, y estemos seguros de que tales hroes del pensamiento y cumplimiento religioso se salvaron todos... Qu lejos estaba el pobre Fray Toribio Paredes de Bevanente de poder entender que eso, precisamente eso que a l le pareca tan bello y sublime, era como sal en las llagas para los indios, la peor y ms cruel de sus llagas: la religin cristiana! La nueva religin reciba a sus candidatos con la bofetada de que todo lo que siempre haban credo y amado era falso, que haberlo amado y servido hasta la muerte no era un honor, sino una culpa de la que tenan que arrepentirse y avergonzarse, culpa que todos sus antepasados estaban pagando con eternos tormentos... La nica salvacin posible era una "BUENA NUEVA" que viniera a explicarles y justificarles la pesadilla que estaban viviendo, que les redimiera su presente y les garantizara un futuro al menos tan digno como el que tenan antes... Preguntmonos hoy, si podramos nosotros aportarles ESO, con todos los recursos de que ahora disponemos, con toda la etnografa, antropologa, teologa post-Vaticano II y toda la buena voluntad que le pusiramos... Qu mente humana, pues, en el siglo XVI, bajo la desmenuzante vigilancia inquisitorial... ...pudo hacerlo tan perfecta, discreta y naturalmente como lo hizo? Guerrero Rosado, Jos Luis, en Flor y Canto del Nacimiento de Mxico

Y de obras como la de Sahagn (Historia General...) entiende el hombre moderno el abismo cultural que separaba a conquistadores y conquistados; por eso lo de los "Adanes dormidos" no anda tan desencaminado. A propsito de Lasso de la Vega, y de su traduccin del Nican Mopohua, comenta Jos Luis Guerrero:

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Si alguna duda pudiera quedar de su identidad, es precisamente Ipalnemohuani, Teyocoyani, Tloque Nahuaque e Ilhuicahua Tlatipaque, nombres estos que a los espaoles les sonaban como inocuos eptetos de poesa, y que jams imaginaron eran nombres propios -y nombres tcnicos- del Dios Verdadero, del mismsimo de ellos, que no podan concebir que conocieran los indios. Tan de hecho no los entendieron, que tanto Lasso de la Vega que dio el texto a la imprenta por primera vez en 1649, como todos los traductores hasta el P. Mario Rojas Snchez, transcriben varios de esos nombres con minscula, como meros adornos literarios.

Entonces, en cuanto a comprensin de la teologa indgena, Lasso de la Vega segua siendo lo suficiente "Adn dormido", como para no captar los nombres que daba el Nican Mopohua a Omteotl, cuya Madre era la que vena como embajadora del cielo. Menciona TODO ESTO el sincero seor Garca Icazbalceta? Exhibe un mnimo de cultura indgena en su carta? Demuestra conocerla, comprenderla, o sigue una lnea espaolista? Bien mirado, a Garca Icazbalceta no se le puede achacar culpa de varias cosas. Cuando l desarroll su actividad antiguadalupana, no haba Concilio Vaticano II, no haba anlisis de Callagan y Smith, ni estudios cientficos a la imagen, como tampoco aprecio directo por parte del Vaticano, hacia la Guadalupana, aprecio que se manifest plenamente hasta Juan Pablo II. ***************

La crtica del sr. Garca Icazbalceta a algunos testimonios guadalupanos

Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Confirmando el aserto de Muoz he dicho, que antes de la publicacin del libro del P. Snchez, en 1648, nadie haba hablado de la Aparicin. Los apologistas, conociendo la urgente necesidad de destruir tal aserto, han alegado diversos documentos anteriores, cuyo valor conviene examinar. El Sr. Tomel (tomo II, PP. 15 y 18) los ha enumerado, dividindolos en probables y ciertos. Los probables son: l. Los autos originales formados por el Sr. Zumrraga. 2. La carta que el mismo escribi los religiosos de su orden residentes en Europa. 3. La Historia de la Aparicin escrita por el P. Mendieta y parafraseada por D. Femando de Alva. Los ciertos son: 4o. La relacin de D. Antonio Valeriano. 5o. El cantar de D. Francisco Plcido, Seor de Azcapotzalco. 6o. El mapa que se refiere Doa Juana de la Concepcin en las informaciones de 1666.

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7o. El testamento de una parienta de Juan Diego. 8o. Los de Juana Martin y D. Esteban Tomeln. 9o. El de Gregoria Morales. 10o. La relacin de D. Femando de Alva Ixtlilxchitl. 11o. Los papeles que el Br. Snchez sac su historia de la Aparicin. 12o. Unos anales que vi el P. Baltasar Gonzlez en poder de un indio. 13o. La Historia de la Aparicin en mexicano publicada en 1649 por el Br. Laso de la Vega. 14o. Una Historia de la Aparicin que hasta 1777 se conservaba en la Universidad de Mxico, "cuya antigedad remonta hasta tiempos no muy distantes del suceso". 15o. El aalejo de la Universidad citado por Bartolache.

Mirando esta lista, puedo citar algunos documentos que le faltan a Icazbalceta, como el Cdice Sutro, los anales de la coleccin Gmez de Orozco, los anales de Chimalpan, el diario de Miles Philips, los anales de Juan Bautista, el cdice 1548, el sermn de Fray Alonso de Montfar previo al de Bustamante, etc. Actualmente se siguen descubriendo nuevas piezas histricas, como por ejemplo el Cdice 1548 o Escalada, descubierto en 1995. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Como se advierte, la lista de documentos es bastante larga; pero la desgracia ha querido que ( excepcin del nmero 13), ninguno se halla publicado, ni siquiera se sepa que exista en alguna parte.

Bueno, se sabe que la versin ms antigua del Nican Mopohua est en la Biblioteca pblica de Nueva York, y no lejos de ah est el Cdice Sutro, en el Museo Indiano de la misma ciudad. Los anales de Bartolache estn en la biblioteca Boturini de la baslica de Guadalupe. Otros documentos en nhuatl, como los Cantares del indio Plcido -citado por G.I.-, y los hallados por el padre Garibay Kintana en el repositorio de la Biblioteca Nacional, y que hacen alusin a los milagros en la traslacin de la imagen de Mxico al Tepeyac (1531), complementan los testimoniales indgenas. Mi captulo sobre Documentacin, copiado a partir del sitio web de la Baslica de Guadalupe, proporciona el Repositorio de diversos testimonios histricos guadalupanos. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

El cantar de d. Francisco Plcido fu dado al P. Florencia por D. Carlos de Sigenza, quien le hall entre escritos de Chimalpahin. No falta quien piense que no ha habido escritor de tal nombre. Aunque yo no me atreva tanto, creo que la sola circunstancia de haberse cantado el da que "de las casas del Sr. Obispo Zumrraga se llev la ermita de Guadalupe la sagrada imagen", basta para negar la autenticidad del himno, pues no hubo tal ocasin de que se cantase.

Empecemos puntualizando que el himno de Francisco Plcido no dice "ser compuesto para la ocasin de la

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traslacin de la imagen", por lo que no puede descartarse su autenticidad, por lo que otras personas afirmen sobre cundo se cant el mismo. En su Flor y Canto del Nacimiento de Mxico, Jos Luis Guerrero coloca completo el cantar, y adems lo analiza finalmente, pues el himno est repleto de lenguaje indgena, que expresa el xtasis de felicidad de la raza india: Ahora era Omteotl quien vena a ellos, y no ellos quienes intentaban buscarlo a travs de LAS FLORES Y LOS CANTOS. Si se ha de tomar por inventado este himno, Garca Icazbalceta tuvo que haber pensado en un "inventor" indgena, pues ningn espaol hubiera podido componer un canto de ese estilo y lenguaje. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Los pasajes citados (Del aalejo de Bartolache) son: uno del ao 13 caas, 1531, que traducido al castellano dice: "Juan Diego manifest la amada Seora de Guadalupe de Mxico: llambase Tepeyacac". Si el aalejo de Bartolache llegaba a 1737, la copia era, cuando menos, de esa fecha, que es precisamente la de la peste que fu causa ocasin de la jura del patronato de Ntra. Sra. de Guadalupe. Muy fcil fu aadir entonces en la copia estos pasajes, al frente de los signos correspondientes

Aqu el asunto se pone ms grave, pues Garca Icazbalceta est acusando -sin aportar pruebas- a Bartolache de haber "aadido pasajes" a los Anales encontrados en la Biblioteca de la Universidad; esto evidencia ya un antiguadalupanismo deseoso de no verse contradicho, y capaz para ello, de acusar a quienes exhiben documentos, de "aadirles pasajes". Como atenuante para su acusacin, Icazbalceta aade -justificando- "en un aalejo de pocas fojas, no original sino copia, concluido cuando se hallaba ms exaltado el sentimiento piadoso en favor de la imagen...". Para m no es bastante ese "sentimiento piadoso", como para creer que un documento fue manipulado con mala fe, para hacerlo pasar por probatorio, a menos que nos arriesguemos a juzgar la conciencia del sr. Bartolache. Acusar a Bartolache tiene tambin sus asegunes, pues Bartolache no era especialmente entusiasta de la aparicin. Su Manifiesto satisfactorio, donde informa de sus observaciones a la tilma guadalupana, carece del fervor de otros informes similares, llegando incluso a desmentir algunas afirmaciones anteriores de Miguel Cabrera. Pues no me meter ms en esto, excepto que Garca Icazbalceta no da pruebas de que Bartolache cometiera semejante engao a conciencia. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

A las informaciones se agregaron dictmenes de pintores y de mdicos. Los primeros afirmaron que aquella pintura exceda las fuerzas humanas, y los segundos que su conservacin era milagrosa. Contra aqullos hay la declaracin pblica del P. Bustamante: l dijo en el plpito que la imagen era obra del indio Marcos y nadie le contradijo.

Aqu s hago la vista gorda a las declaraciones de Icazbalceta, quien descalifica las conclusiones de cientficos y artesanos del siglo XVIII, mientras que hoy se disponen de datos mucho ms slidos y avalados por mejor tecnologa, como son los anlisis con rayos infrarrojos que hicieron Callagan y Smith, y los exmenes de los ojos de la Guadalupana, ya clebres cuando se habla de Ella. Pero Icazbalceta, capaz de acusar a alguien de "aadir pasajes", sin pruebas visibles, se aferra constantemente al sermn de Bustamante, y si hemos de creer a su insistencia, parecera que el indio Marcos pint la imagen porque as lo dijo Francisco de Bustamante. Nadie le contradijo -en lo que respecta a Marcos-, porque Bustamante tampoco aport pruebas de que Marcos fuera el autor de la imagen, y una prueba excelente hubiera sido -por qu no?- el asentimiento del

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propio Marcos. Aadir un comentario ms, basndome en el texto del p. Agustn de la Rosa; Icazbalceta da ms crdito a un orador exaltado y libre de juramento, que a un grupo de 20 artistas y sabios que afirmaron bajo juramento y con calma profesional, que la imagen es milagrosa. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

Los colores de los indios eran muy diversos de los nuestros, y por eso no es extrao que causasen confusin a los pintores de los siglos XVII y XVIII, hasta hacerles imaginar que en un solo lienzo se reunan cuatro gneros de pintura, diversos y an opuestos entre Si: ellos no conocan ya aquella especie de pintura. Esto, las ideas preconcebidas, y el respeto que infunde un concurso de personas graves, explican bien los dictmenes de los peritos antiguos.

Lamentablemente, Icazbalceta no dispuso de los estudios hechos a los colores, pigmentos y pinturas, con rayos infrarrojos, con los cuales queda ms cientficamente asentado qu partes de la imagen son milagrosas, y qu partes NO LO SON. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

No la haba en el ao de 1646 porque los capellanes mismos del santuario ermita la haban ignorado ignoraban, hasta que el libro del P. Snchez vino a abrirles los ojos. Dnde, entre quienes andaba, pues, la tradicin?. Tampoco es quod ab omnibus porque ninguno de los distinguidos escritores de ese perodo la conocan, lo menos ninguno la crey digna de aprecio.

Y a mi entender, en parte sucedi fue lo ltimo: No la creyeron digna de aprecio, a tal punto que Sahagn la califica de "idlatra", mientras que notaba la interesante concurrencia de los indios al Tepeyac. No parece, por lo tanto, que la Guadalupana no significaba mucho para los espaoles, pero s para los indios? Aqu Icazbalceta pregunta: Dnde, entre quienes andaba, pues, la tradicin?, parece que se olvida de que en el num. 68 de su carta afirma que los indios que declararon en 1666 "conocan la tradicin por sus antepasados". Entre quienes andaba la tradicin?, pues usted lo dice, sr. Icazbalceta: Entre los indgenas, quienes lo haban recibido de sus antepasados. *************** Icazbalceta hace algunos comentarios al texto del Nican Mopohua, en aspecto crtico, aunque -hay que sealar-, no toma en cuenta la mentalidad indgena y su comportamiento consecuente. Poco rigor cultural hay en stos comentarios de Icazbalceta. Y poco para no encontrarse con la Virgen y evitar una reconvencin, toma otro camino: esto no es candidez sino ignorancia absoluta de la religin que haba abrazado. Qu idea tena de la Sma. Virgen el buen Juan Diego, cuando con esta pueril estratagema pensaba excusarse de ser visto por la Soberana Seora?,

Comenta Jos Luis Guerrero sobre sto:

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Fijmonos en el frescamente ingenuo sabor de autenticidad que este episodio confiere al relato, hasta aqu acentuado de sobrenaturalidad: Juan Diego se considera slo un enviado, su trato con la Madre de Ometotl no lo ha convertido en un "influyente" y ni siquiera se le ocurre ir a pedirle un milagro; muy al contrario, no slo deja de acudir a la cita por buscar al mdico, sino que intenta escondrsele puesto que no puede atenderla por ir a llamar al sacerdote, con un gesto tpico de la cortesa india, que aborrece decir que no, y, cuando no puede conceder algo, busca otros medios que no sean la negativa directa. (Cosa que inconcientemente seguimos haciendo los mexicanos, para asombro -y a veces fastidio- de los extranjeros.). Pero su estratagema no vale, pues la Seora le sale al paso. El, apenado, trata de disculparse con palabras de espontaneidad y candor exquisitos: "<<-Mi Jovencita, Hija ma la ms pequea, Nia ma, ojal que ests contenta; cmo amaneciste? Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Seora ma, Nia ma. Con pena angustiar tu rostro, tu corazn: te hago saber, Muchachita ma, que est muy grave un servidor tuyo, to mo. Una gran enfermedad se la ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora ir de prisa a tu casita de Mxico, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Seor, de nuestros Sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo, porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte. Mas, si voy a llevarlo a efecto, luego aqu otra vez volver para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Seora, Jovencita ma. Te ruego me perdones, tenme todava un poco de paciencia, porque con ello no engao, Hija ma la menor, Nia ma, maana sin falta vendr a toda prisa.>>" ( ). Posiblemente bastaran esas palabras para demostrar que ese relato jams pudo ser, como se ha dicho, una ficcin espaola para convertir a los indios. Nunca un espaol hubiera orado as: Conservamos bastantes oraciones en nhuatl, hechas por ellos para el uso de los indios, y ninguna siquiera se aproxima a ese tono de frescura e inocencia tan infantiles y tan amorosas, y en el cual, sin embargo, todo mexicano, de entonces o de ahora, reconocera su forma de hablar con su Madre del Cielo. Igualmente, la respuesta que merecen sus palabras es arquetpica de la refinadsima cortesana nhuatl.

Significa, por lo tanto, que no tiene nada de extrao, y s mucho de lgico, el que Juan Diego intentara evadir de algn modo la visin de la Seora, preocupado por algo tan urgente como era la enfermedad de su to. Es el problema con Garca Icazbalceta: Esperara que un indio del siglo XVI se comporte como un blanco del siglo XIX?. ***************
Texto de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta:

La ltima vez que Juan Diego se present al Sr. Obispo llev las credenciales de su embajada, que eran las rosas solamente, segn unos, y esas y otras flores segn otros. Ciertamente que la sea no era para creda. Se hace consistir lo maravilloso del caso en que el indio hallara las flores en la estacin del invierno y que estuviera en la cumbre de un cerro estril. Lo primero nada tena de particular, porque los indios eran muy aficionados a las flores y las cogan en todo tiempo. Vemos hoy que no hay mes del ao en que no se vendan en Mxico ramilletes de flores precio nfimo. La segunda circunstancia no le constaba al Sr. Zumrraga;no saba en qu lugar se haban cortado aquellas flores, que bien podan provenir de una chinampa.

Esto merece comentarios detallados. Vaya que la seal de las rosas era de por s peculiar, aunque Icazbalceta no est de acuerdo. Seala al respecto J.J. Bentez: Segn el texto del Nican Mopohua, "la cumbre del cerrito no era lugar donde se dieran ningunas flores, slo abundan los riscos, abrojos, espinas, nopales, mezquites, y si acaso algunas hierbecillas que se solan dar, entonces era el mes de diciembre, en que todo lo come, lo destruye el hielo".

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A pesar de todo, la tradicin nos cuenta que Juan Diego abri su ayate, y "rosas de Castilla" y otras flores aparecieron ante los atnitos ojos de fray Juan de Zumrraga y de cuantos estaban con l. Despus de preguntar a los especialistas Tefilo Herrera, director del Departamento de Botnica, y Ermilo Quero, responsable del Jardn Botnico, ambos dependientes de la UNAM, as como al director del Herbolario del IPN de Mxico, sr. Rendowsky, slo pude llegar a una conclusin: era muy difcil, -si no imposible-, que en el mes de diciembre pudieran florecer de forma natural, rosas en el Tepeyac.

Esto corresponde a la primera impugnacin, que los indios recogan flores todo el tiempo; porque ciertamente no las podan recoger en el Tepeyac, y menos en diciembre.

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Conclusiones

Pero si la historia de la Aparicin no tiene fundamento histrico, de dnde vino? La invent por completo Snchez? No lo creo. Algo hall que le diera pie para su libro. Tal vez lleg a sus manos una relacin mexicana, que aadira nuevas circunstancias como acostumbraban los escritores gerundianos.

Con este comentario, Icazbalceta da a entender que en su opinin, la historia de las Apariciones data de 1648, con el libro del p. Snchez, y NO desde 1550-56, con la aparicin del Nican Mopohua. El p. Agustn de la Rosa, quien escribi una crtica a la Carta de Icazbalceta, hace notar lo siguiente: En el nmero 68 de su carta, Icazbalceta remonta el inicio de la tradicin guadalupana "en los aos de 15551556", pero en el num. 59 resulta que "no haba tal tradicin" en 1648 cuando sali el libro de Snchez. En el num. 59 pregunta con tono escptico entre quines anduvo la tradicin en el intervalo 1531-1648, pero en el nmero 68 se contesta a s mismo, reconociendo que los indios testigos en las Informaciones de 1666 conocan la tradicin "por sus antepasados". Antiguadalupanos ms modernos han reconocido -por no quedarles otro remedio-, que la tradicin guadalupana se remonta al Nican Mopohua, y no a Miguel Snchez, y a quien tienen que acusar de "inventar" el asunto, es a Antonio Valeriano, personaje que Icazbalceta menciona poco a lo largo de su Carta, atribuyndole la composicin del Nican Mopohua como de una "drama". *************** Catlico soy; aunque no bueno, Ilmo. Sr., y devoto en cuanto puedo, de la Santsima Virgen; nadie querra quitar esta devocin: la imagen de Guadalupe ser siempre la ms antigua, devota y respetable de Mxico. Si contra mi intencin, por pura ignorancia, se me hubiese escapado alguna palabra o frase mal sonante, desde ahora la doy por no escrita.

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Quede claro que en lo personal simpatizo con la actitud de Icazbalceta, aunque sealo tambin de paso algunas que evidentemente son FALTAS SUYAS, tales como ignorar dentro de su Carta la cultura y la mentalidad indgena, y como acusar a un testigo de "aadir pasajes" a un aalejo encontrado, y que -malo para la causa de Icazbalceta-, sera testimonio del milagro guadalupano. Y otras FALTAS no son suyas, sino de SUS circunstancias, y de las cuales no se le puede culpar, como es el no contar con los estudios modernos hechos a la imagen, tanto a los ojos de la Virgen, como a los estudios de la tilma y de los colores que tiene "impresos", con rayos infrarrojos. *************** De todo corazn quisiera yo que (un milagro) tan honorfico para nuestra patria fuera cierto, pero no lo encuentro as; y si estamos obligados a creer y pregonar los milagros verdaderos, tambin nos est prohibido divulgar y sostener los falsos. Cuando no se admita que el de la Aparicin de Ntra. Sra.de Guadalupe (como se cuenta), es de estos ltimos, a lo menos, no podr negarse que est sujeto a gravsimas objeciones.

Efectivamente, reconozco que hay GRAVES objecciones al suceso Guadalupano como se cuenta -digamos- en el Nican Mopohua, pero me parecen todava ms "graves" -si se me permite esta palabra-, los elementos que hacen pensar en la veracidad del milagro guadalupano. Personalmente, no pondra mis manos en el fuego por el Nican Mopohua, y creo, igualmente, que muchos detalles del mismo son, o bien subjetivos, o bien agregados como complemento, pero incluso estos ltimos, basados antes que nada en la Religiosidad y Sociologa del Indgena, factores casi inexistentes en la Carta Antiaparicionista que hemos analizado. Quiero ser honesto al investigar, y por lo mismo, para que mi Investigacin NO SEA UNILATERAL, incluyo las objecciones antiguadalupanas, para as tomar en cuenta tanto a quienes defienden la Aparicin, como a quienes la niegan.

Me interesan tambin otros puntos a tomar en cuenta sobre Joaqun Garca Icazbalceta y su Carta, por lo que el tema... ... contina en (Apndices sobre la Carta y actitud del sr. Garca Icazbalceta) donde se revisarn los siguientes tpicos: -Notas sobre la Carta antiaparicionista y las respuestas que recibi. -Retractacin de Garca Icazbalceta.

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Bibliografa:

BARTOLACHE Y DAZ DE POSADAS Jos Ignacio, Manifiesto satisfactorio u Opsculo guadalupano, en Testimonios Histricos Guadalupanos BENTEZ, Juan Jos, El Misterio de la Virgen de Guadalupe, Edit. Planeta (Barcelona), 1a. Ed. 1982 DE LA ROSA Agustn, Defensa de la Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe y refutacin de la carta en la que la impugna un historigrafo de Mxico, en Testimonios Histricos Guadalupanos

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LuxDomini -Joaqun Garca IcazbalcetaGARCA ICAZBALCETA Joaqun, Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Seora de Guadalupe, en Testimonios Histricos Guadalupanos GUERRERO ROSADO Jos Luis, El Nican Mopohua, un Intento de Exgesis, Edicin digital de la Baslica de Guadalupe, en www.virgendeguadalupe.org.mx GUERRERO ROSADO Jos Luis, Flor y Canto del Nacimiento de Mxico, Edit. Librera Parroquial de Clavera, 5a. Ed. 1992 SNCHEZ FLORES Ramn, La Virgen de la Patria, Edit. Imagen Pblica y Corporativa S.A. de C.V. 1996 TORRE VILLAR, Ernesto de la, y NAVARRO DE ANDA Ramiro, Testimonios Histricos Guadalupanos, Fondo de Cultura Econmica, 1a. Ed. 2a. Reimpresin, 2004

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Investigacin Documental sobre la Virgen de Guadalupe

Apndices sobre las Objecciones y Actitud de Joaqun Garca Icazbalceta con respecto al suceso guadalupano
Respuestas a la Carta de Garca Icazbalceta sobre la Aparicin de N.S. de Guadalupe

Apndices a comentar: -Circunstancias en las que se public la Carta de Icazbalceta, su difusin y popularidad. -Las respuestas que se han dado a la Carta de Icazbalceta, desde 1892 hasta hoy da. -Porque Roma locuta, causa finita, Icazbalceta declara improcedentes sus objecciones histricas

APNDICE I

Notas sobre la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta

Fue en el libro La Virgen de la Patria, de Ramn Snchez Flores, donde por primera vez me enter de que el historiador mexicano Joaqun Garca Icazbalceta -de notoria competencia y autoridad en asuntos histricos de Mxico- haba negado la aparicin guadalupana. Pero no encontr su Carta acerca del Origen de la imagen de Nuestra Seora de Guadalupe, sino hasta el inicio de esta investigacin. Desde entonces, aparte de manifestar mi desacuerdo con algunos puntos del historiador, he hecho algunas observaciones sobre su Carta, y el uso que se le ha dado. TODOS los antiaparicionistas que he ledo, citan invariablemente a Icazbalceta y su Carta, ya sea directa o indirectamente, total o parcialmente. Para muchos antiguadalupanos, la Carta de Icazbalceta representa una refutacin convincente y definitiva de las apariciones guadalupanas, y valindose de la autoridad y eminencia de D. Joaqun, ven derrumbado el "mito guadalupano" con la sola presentacin de esta Carta. La primera vez que le la Carta, qued completamente apabullado, y por unos minutos consider al guadalupanismo como causa perdida: "No hay ms qu decir, est todo muy claro. Icazbalceta ha desmentido por completo el asunto, y no puedo seguir en sto", me dije. Pero casi de inmediato, la sangre fra sustituy a mi momentneo susto, y pensando con objetividad decid: -Que si de verdad hubiera Refutacin del Milagro, habra muchos menos guadalupanos de los que hay. -Que habra respuestas al sr. Icazbalceta, pues menospreciara yo a la devocin guadalupana si supusiera que NADIE, en ms de un siglo, ha respondido a los planteamientos de Icazbalceta. -Que slo me asustaba por ignorancia en el tema; y que estudindolo podra yo encarar y analizar las impugnaciones de Icazbalceta.

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Cmo se public la Carta de Icazbalceta: Leyendo la Carta, me encontr con algunas palabras interesantes de Icazbalceta, quien pide al arzobispo Labastida y Dvalos que considere privado el documento, y que no se publique ni pase a manos de terceros. Entonces... Cmo se public su Carta?. Hay reveladores datos al respecto, como los que proporciona Alfonso Junco en su ilustre obra El milagro de las rosas, de la que citar algunos prrafos:

En prosa fuerte, limpia y concisa, agrupa, mejorndolas, las objeciones de Muoz y de Mier, y alarga la lista de silencios. El no haber visto personalmente documentos contemporneos originales que hablaran con toda claridad de la aparicin, hizo gran fuerza en el espritu de Icazbalceta, singularmente docto en papeles espaoles del siglo XVI. Yo creo que esto decidi la conviccin del ilustre escritor, y lo llev luego a paliar o desestimar los hechos y testimonios que se oponan a su conviccin, aventurndose, para explicarlos, en conjeturas notoriamente dbiles. Quien, sin preparacin particular, lee la carta de don Joaqun Garca Icazbalceta, la encuentra magistral y concluyente. Pero cuando se ha profundizado de veras en los estudios guadalupanos y se han analizado punto por punto las cuestiones, asombra -dada la competencia de su autor- la cantidad de errores, omisiones y deficiencias que hay en la carta, acaso explicables por la menor acuciosidad que se pone en lo que no se dedica a la publicidad. Es una cantinela de tozuda motonona. No da para ms la cultura histrica de esos antiguadalupanos: vuelven y vuelven a publicar y repartir -en ediciones fraudulentas y sin sacar el rostro- la carta de don Joaqun Garca Icazbalceta. Cuando don Joaqun Garca Icazbalceta -catlico de intachable probidad- escribi en 1883 su carta confidencial al arzobispo Labastida y la comunic reservadamente a unos cuantos amigos eruditos, el cannico don Vicente de Paula Andrade olfate el asunto,. extrajo subrepticiamente una copia, la desfigur un poco, y la verti al latn, publicndola annima bajo el ttulo de Exquisitio Historica. Entonces, un sabio y benemrito guadalupano, don Fortino Hiplito Vera, public en Quertaro, el ao de 1892, su "Contestacin histrico-crtica en defensa de la maravillosa aparicin de la Santsima Virgen de Guadalupe, al annimo intitulado Exquisitio Historica", traduciendo al castellano la impugnacin y ponindole, prrafo por prrafo, la respuesta correspondiente. Y Andrade se apresur a cometer el fraude de editar separadamente la traduccin espaola del seor Vera, cercenndole las contestaciones respectivas, bajo este ttulo: "Exquisitio Historica. Annimo escrito en latn sobre las apariciones de la B.V.M. de Guadalupe. Traducido al espaol por Fortino Hiplito Vera, socio de nmero de la Sociedad de Geografa y Estadstica, honorario de otras sociedades cientficas y literarias. Segunda edicin. Jalpa. Tipografa de Talonia, 1893". En 1896 se public por primera vez, sin nombre de editor ni pie de imprenta, el texto original de la famosa carta de Icazbalceta. Hicironlo personas de su amistad, que violaron as el secreto que en ellas haba depositado el autor -muerto en 1894- y pisotearon su categrica y reiterada voluntad, expresa en la misma carta, de que sta nunca se hiciese pblica. La refut al punto, histricamente, el sabio cannigo y nahuatlato don Agustn de la Rosa. Se han sucedido, de entonces ac, esclarecimientos, rplicas, hallazgos de papeles y singularmente el sobrio y macizo estudio de don Primo Feliciano Velzquez, en que, punto por punto, con gran respeto, ecuanimidad y madurez, analiza y contesta las observaciones de la carta, en dos captulos de su libro La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe (Mjico, 1931), que deben estudiar los que quieran ocuparse lealmente en estas cuestiones. Hay tambin, el breve libro Primer siglo guadalupano (Mjico 1931), en que el p. Jess Garca Gutirrez se concreta a enumerar, con crtica exigente, la documentacin de 1531 a 1648, o sea el largo periodo inicial en que entenda Icazbalceta que no haba documentacin. Ello era la base de su sentir sobre la no historicidad del prodigio. Demostrado con evidencia, que no existe la base, cae naturalmente el

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edificio de la carta. Carece, pues, de seriedad cientfica, ponderar las excelencias de la epstola para tenerla por irrefutable y concluyente. Es un escrito que descuella, como todos los de su autor, por el orden, la concisin, la fuerza, el estilo; impresiona grandemente a quien no se ha especializado en la cuestin; pero para quienes la conocen y estn al da, resulta visiblemente errneo y superado
JUNCO, ALFONSO, El Milagro de las Rosas, Coleccin Figuras y Episodios de la Historia de Mxico. Editorial Jus, 1958

El libro de Junco me confirm en mi postura. Me haba quedado boquiabierto con la argumentacin de Icazbalceta, y Junco seala que eso es natural en quien carece de preparacin suficiente. (Si hasta me qued boquiabierto con la mucho ms dbil argumentacin de Daniel Sapia!). Y no slo yo. El personal de porlaverdad.us, junto con su publicacin digital de la Carta de Icazbalceta, aade el comentario de que sta "convencer a cualquier persona sincera". El acadmico Gonzlez de Mendoza admite que la Carta le pareci contundente, antes de leer a Junco. Y es muy posible que entre los creyentes guadalupanos, muchos hayan dejado de serlo leyendo la Carta de Garca Icazbalceta, que por cierto tambin ha sido muy difundida por protestantes. El texto de Icazbalceta en Internet: Para cuando lea yo las rplicas a Icazbalceta, ya me haba interesado una de mis observaciones: La Carta de Icazbalceta ha gozado de amplia difusin en Internet, por lo menos 9 sitios web reproducen completa y sin editar la dicha Carta, y encontr 1 que lo hace parcialmente: Sitios de Internet que reproducen la Carta de Icazbalceta:
-Todos los sitios existen al momento de ser publicada esta Investigacin-

http://www.inep.org/content/view/3236/44/ (requiere registro) http://www.proyectoguadalupe.com/documentos/carta_icazbalceta.html http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01394942099359738534802/p0000001.htm#I_0_ http://www.sectas.org/Catalogo/textocompleto.htm http://porlaverdad.net/CartdeGarcIcazbalceta.htm http://forocristiano.iglesia.net/showthread.php?t=14742 http://biblioteca.redescolar.ilce.edu.mx/sites/fondo2000/vol2/02/htm/sec_3.htm EN PDF: www.atrio.org/ICAZBALCETA.pdf EN ZIP: http://www.graciasoberana.com/archivos/sobreestapiedra/articulos/juandiego.rar Fragmentos en: http://copernico.mty.itesm.mx/phronesis/archi_txt/guadalupe.txt Se cita a la Carta, pero no las respuestas a la misma: Lo que me constern, fue que no encontr similar difusin de las RESPUESTAS a Icazbalceta. He ledo muchos artculos y algunos libros antiguadalupanos modernos, y no he encontrado ninguno que al menos mencione el texto del p. Agustn de la Rosa. En la publicacin de la Carta, en 1896, aparece una nota previa de los editores de la misma. En esta nota mencionan la respuesta que dio Fortino Hiplito Vera a Icazbalceta, pero para descalificarla, llamndola "pretendida" e "insertada en un abultado e indigesto volumen".

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El mismo ao de 1896 en que se public la Carta de Icazbalceta, el obispo de Tamaulipas, Mons. Eduardo Snchez Camacho, ya clebre por sus ideas antiguadalupanas, redact una carta a los editores de El Universal, donde elogia la Carta de Icazbalceta, al tiempo que menciona y descalifica una respuesta emitida por el periodista Trinidad Snchez Santos. De De la Rosa y Vera no dice ni una palabra. Y a m me parece justo y necesario que as como se da tanto peso y difusin a la Carta de Icazbalceta, se d el mismo valor y voz a quienes le respondieron, pues leyndolos se da uno cuenta de los errores que cometi el sr. Icazbalceta en su Carta, y cmo es una falacia sostener que Icazbalceta dio el jaque mate a la creencia guadalupana. En esa lnea, y para hacer justicia a los apologistas que en su momento respondieron al historiador, me he dado a la tarea de localizar, estudiar y copiar, algunas de las respuestas que en su momento se dieron a la Carta de Icazbalceta.

APNDICE II.

Las respuestas a la Carta Antiaparicionista de D. Joaqun Garca Icazbalceta

Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, hablan de "muchos contradictores" de Icazbalceta (Testimonios Histricos Guadalupanos, Preliminar, p. 17). Edmundo OGorman, en su Destierro de sombras..., p. 276, en las efemrides correspondientes a 1896 dice "Son innumerables las "defensas" de la aparicin motivadas por la Carta de Garca Icazbalceta publicadas a partir de ese ao y durante lo que va de este siglo". Yo hablar concretamente de las respuestas que conozco. La primera de la que tengo noticia es la que dio en 1892 el importante guadalupano D. Fortino Hiplito Vera, quien responda no a la Carta como la conocemos hoy, sino a la publicacin en latn que annimamente public en 1890 el cannigo Vicente de Paula Andrade. Se trata de la Contestacin histrico crtica en defensa de la maravillosa aparicin de la Santsima Virgen de Guadalupe, al annimo intitulado Exquisitio Historica y a otro annimo tambin que se dice Libro de Sensacin, Quertaro, Impresin de la Escuela de Artes, Calle Nueva nm. 10, 1892. Lamentablemente no puedo poner este texto a disposicin de mis lectores, porque es un volumen bastante grueso, con 219 captulos distribuidos en casi 700 pginas. Tampoco me fue factible fotocopiarlo, porque la regla del archivo en el que la ubiqu no permite fotocopiar libros anteriores a 1900. No obstante, conozco la lnea de respuesta que dio Vera a Icazbalceta, y la aprovechar, tal vez incompleta (es una refutacin extensa), pero espero que fructferamente. Otra respuesta directa y concisa a la Carta antiaparicionista, es la que dio el padre Agustn de la Rosa, en su Defensa de la Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe y refutacin de la carta en la que la impugna un historigrafo de Mxico, Imprenta de Luis G. Gonzlez, Guadalajara, 1896. Publicada tambin en el ya citado Testimonios Histricos Guadalupanos. Hay otra respuesta a la Carta en general, muy potente, por parte de don Primo Feliciano Velzquez, que desarrolla en tres captulos (16, 17 y 18), de su obra La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, Edit. JUS, 1931. Una respuesta la dio el p. Jess Garca Gutirrez en Juicio crtico a la Carta de D. Joaqun Garca Icazbalceta y fuentes histricas de la misma, obra de 33 pginas publicada en 1931. Ya coment que en su carta fechada el 2 de Agosto de 1896, el obispo de Tamaulipas Snchez Camacho habla de una respuesta que dio el ilustre periodista Trinidad Snchez Santos. Sobre Icazbalceta comentan tambin Alfonso Junco, en El Milagro de las Rosas, Jos Bravo Ugarte, en Cuestiones Histricas Guadalupanas, Joel Romero Salinas, en Juan Diego, su peregrinar a los altares, el profr. Ramn Snchez Flores analiza el mtodo histrico de Icazbalceta en el IV Encuentro Guadalupano, en 1979, y en su libro Primer Siglo Guadalupano, Jess Garca Gutirrez enlista y analiza una serie de documentos histricos que precisamente responden al "siglo de silencio" del que tanto habla Icazbalceta en su carta.

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Hubo ms respuestas todava: la de Juan Luis Tercero, La causa guadalupana. Los ltimos veinte aos (1875-1895) con el final de la coronacin de la celeste Imagen del Tepeyac. Apndice sobre la carta antiguadalupana del Sr. Garca Icazbalceta, Victoria, Impresin del Gobierno del Estado, 1896. Esteban Antcoli respondi en Historia de la aparicin de la Sma. Virgen Mara de Guadalupe en Mxico; desde el ao de 1531 a 1895, Mxico, la europea, 1897, tambin el obispo de Yucatn D. Crescencio Carrillo y Ancona en Don Joaqun Garca Icazbalceta y la historia guadalupana, Mrida, Impr. Gamboa Guzmn, 1896. Entre los contestadores del siglo XX contamos a Eduardo Iglesias, quien colabor con el p. Garca Gutirrez en el Juicio crtico de la carta de D. Joaqun Garca Icazbalceta y fuentes histricas de la misma, y en fin, a quienes han aclarado algunos puntos especficos mencionados en la carta de Icazbalceta, como Antonio Pompa y Pompa, Lauro Lpez Beltrn y Fidel de Jess Chauvet. Me resultara imposible publicar todas las respuestas a Icazbalceta, porque presumo que habr mas, de las cuales yo no tengo noticia, y por ejemplo, la Contestacin histrico-crtica de Fortino Hiplito Vera, resulta demasiado extensa y tal vez pesada para el lector. Las que s publico son las siguientes: Defensa de la Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe, por Agustn de la Rosa El Mtodo Histrico de Joaqun Garca Icazbalceta, por Ramn Snchez Flores El Prejuicio de un Gran Historiador, por Jos Bravo Ugarte Captulos 16, 17 y 18 de La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, de Primo Feliciano Velzquez A los cuales se puede acceder tambin desde el ndice de la Investigacin.

APNDICE III.

Retractacin de Garca Icazbalceta segn una Carta escrita por l en 1888

Revisando la abundante informacin que haba reunido para mi investigacin guadalupana, encontr -no recuerdo dnde-, una dbil sugerencia, segn la cual, Joaqun Garca Icazbalceta se haba retractado de su Carta Antiaparicionista, poco antes de morir. La posiblidad de dicha retractacin era interesante, pero no se me ocurri dnde poda investigar con ms detalle el asunto. Pero cuando se trat de estudiar el Nican Mopohua, decid consultar una obra dedicada a ese tema que ya haba visto yo citada con anterioridad, el libro llamado El Nican Mopohua: Un intento de exgesis, por Mons. Jos Luis Guerrero R. Revisando su libro (del que consult la versin digital), vi un archivo de Word llamado "RETRACTA.doc", y decid abrirlo, por mera curiosidad. Y mi sorpresa fue considerable, cuando vi que justamente en ese captulo, Guerrero proporcionaba datos sobre la retractacin de G. Icazbalceta, informacin de la que expondr un extracto: Err muchsimo el Sr. Icazbalceta: es la primera, cuya demostracin con ms de cien argumentos se hace en ese gran libro del Sr. Vera (Contestacin histrico-crtica en defensa de la Maravillosa Aparicin de la Santsima Virgen de Guadalupe al annimo intitulado Exquisitio Histrica). Segunda parte: Pero el Sr. Icazbalceta como buen catlico saba decir con la humildad y la obediencia del verdadero sabio: Roma locuta, causa finita: Ha hablado Roma, asunto concluido. Tanto, pues, como aborrecemos el error de nuestro sabio hermano, le amamos l. Dios le d su gloria! Demostremos esta segunda parte. Y dnde consta tan hermosa nueva como es esa de que el Sr. Icazbalceta abjur posteriormente sus errores anti-guadalupanos? Tan feliz nueva la debemos al Ilmo. Pastor de Yucatn Sr. Carrillo y Ancona, consignada en su reciente carta al Sr. Arzobispo de Mxico, carta que luego vamos insertar casi

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en su integridad a beneficio de quienes no la hubiera ledo en El Tiempo. (Diario de Mxico, nmero del 20 de agosto de 1896.) Dice as:

"Ilmo. y Rmo. Sr. Arzobispo Dr. D. Prspero Mara Alarcn.- Mxico.- Mrida, Yucatn, Agosto 12 de 1896. "Como es de gran peso y autoridad el nombre de mi inolvidable amigo el finado Sr. Don Joaqun Garca Icazbalceta, en asuntos histricos y religiosos de Mxico, por la circunstancia de haber sido el ms diligente de nuestros bibligrafos, la vez que un fervoroso catlico; con gran placer y saa impa han publicado en estos das los peridicos anticatlicos una Carta indita de aquel seor, dirigida hace ms de doce aos, en (129) el mes de Octubre de 1883, al Predecesor de V. S. I. de grata memoria, Ilmo. Sr. Dr. Don Pelagio Antonio de Labastida y Dvalos, con ocasin de la censura de un libro sobre historia guadalupana. Y digo, con gran placer y saa impa de los peridicos anticatlicos, porque esa Carta es nada menos que una disertacin histrica contra el milagro de la Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe, que nunca quiso empero el autor que se publicara, que no quera escribir, y que una vez escrita ni aun quera que se viera, pues le dice as al Ilmo. Sr. Labastida: "Me manda V. S. I. que le d mi opinin acerca de un manuscrito que se ha servido enviarme intitulado: "Santa Mara de Guadalupe en Mxico, etc."...."Quiere tambin, V. S. I., que juzgue yo esta obra nicamente bajo el aspecto histrico; y as tendra que ser de todos modos, pues no estando yo instruido en ciencias eclesisticas, sera temeridad que calificara el escrito en lo que tiene de teolgico y cannico.... Quiero hacer constar que en virtud del superior y repetido precepto de V. S. I., falto mi firme resolucin de no escribir jams una lnea tocante este asunto, del cual he hudo cuidadosamente en todos mis escritos. Presupongo, desde luego, que al hacerme V. S. I. su pregunta, me deja entera libertad para responder segn mi conciencia, por no tratarse de un asunto de fe; que si se tratara, ni V. S. I. me pedira parecer, ni yo podra darle....Por supuesto que no niego la posibilidad y realidad de los milagros: el que estableci las leyes, bien puede suspenderlas o derogarlas....Pero si estamos obligados creer y pregonar los milagros verdaderos, tambin nos est prohibido divulgar y sostener los falsos.... Si he escrito aqu acerca de ella (de la historia de la Aparicin Guadalupana); ha sido por obediencia al precepto de V. S. I. Le ruego, por lo mismo, con todo el encarecimiento que puedo, que este escrito, hijo de la obediencia, no se presente otros ojos ni pase otras manos: as me lo ha prometido V. S. I." (130) "Si, pues, la prudencia y justos temores del autor no le permitieron publicar su carta antes de que la Santa Sede hubiese reprendido al Ilmo. Sr. Obispo de Tamaulipas Dr. Don Eduardo Snchez Camacho, por su modo de obrar y hablar contra el milagro milagros de la aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe, y antes de que en lugar de enmendar o prohibir el rezo respectivo del Breviario, como hubieran querido los antiaparicionistas, ms bien lo confirm, lo ampli y hasta decret la Coronacin de la sagrada imagen como aparecida; mucho menos la hubiera publicado despus de todo esto, como de una manera tan contraria su voluntad expresa, se ha hecho ahora por la prensa liberal, aprovechndose del sensible fallecimiento de aquel buen catlico y notable sabio. "Como tal sabio y buen cristiano, bien saba el Sr. Icazbalceta que de los hombres es el errar, y por tanto, que si l crea tener razones para negar la certidumbre histrica de la milagrosa Aparicin, no por eso negaba ni la posibilidad del milagro ni la autoridad de la Iglesia para resolver la cuestin, una vez profundamente estudiada por ella misma, la materia. Por eso, refirindose l mismo a cuestiones semejantes, dice as: "La admirable credulidad de la poca (siglo XVII), junta con una piedad extraviada, hasta admitir, desde luego, cuanto pareca redundar en gloria de Dios, sin advertir, como muchos no advierten hoy, que la verdad suma no se da honra con la falsedad y el error. Los pergaminos de la torre Turpiana y los plomos del Sacromonte de Granada, alcanzaron tal crdito, que pas un siglo en disputas, antes que la Santa Sede los condenase." Y en el nm. 69, aade: "sabr V. S. I. si no se han corregido (por la Santa Sede) muchas veces los Breviarios, y si alguna no se ha prohibido, despus de mejor examen, una misa ya concedida de mucho tiempo atrs." "Ahora bien, la Santa Sede, no solamente no ha pro- (131) hibido ni condenado despus de repetidos y profundos estudios, el milagro Guadalupano, sino que en las postrimeras de este siglo de luces, lo ha declarado y lo ha confirmado y lo ha realzado sobre toda ponderacin;

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luego ya el nombre del Sr. Icazbalceta, que es de tanto peso y autoridad, no est de parte de los enemigos de Nuestra Seora de Guadalupe aparecida, por ms que stos se armen de la aludida Carta. "Despus de la reprensin hecha por la Santa Sede al Ilmo. Sr. Obispo de Tamaulipas, publiqu en 1888 mi Opsculo intitulado: Carta de actualidad sobre el milagro de la Aparicin Guadalupana en 1531"..................................."Envi ejemplares del Opsculo al Sr. Icazbalceta, como uno de mis mejores y ms queridos amigos, y aun le supliqu me diera su opinin. Con la modestia, la sabidura y la sinceridad que distinguan aquel gran hombre y humilde creyente, me contest por la siguiente carta, la cual me he propuesto dar conocer V. S. I. para su consuelo, y todo el mundo para su instruccin, pues en ella se ver cmo pensaba ya el Sr. Icazbalceta despus de haber hablado la Santa Sede acerca de la verdad histrica de nuestra milagrosa Patrona mexicana, y se ver tambin como queda desvirtuada por ella la Carta de 1883. Dice as la Carta, cuyo original podr ver quien gustare en mi Secretara: Carta de Joaqun Garca Icazbalceta al obispo Carrillo y Ancona:

"Mxico, Diciembre 29 de 1888. Ilmo. Sr. Dr. Don Crescencio Carrillo y Ancona, Dignsimo Obispo de Yucatn, etc. "Ilmo. Seor: ".... Recib los ejemplares de la "Carta de actualidad." Desde luego envi nuestro P. A. los que venan para l y le rogu tambin que distribuyese los que traan dedicatoria, porque me pareci mas seguro.... "Me honra V. S. I. mucho ms de lo que merezco con pedirme parecer acerca de su Opsculo. Nunca me atrevera formular juicio acerca de un escrito de V. (132) S. I., no slo Prncipe de la Iglesia, sino sabio de letras divinas y humanas, y amigo muy querido y respetado. Y quin soy yo para eso? Mucho menos me atrevera en punto tan grave y ajeno de mis limitados estudios, como es el de definir el sentido de la reprensin enviada al Sr. Snchez. A semejanza del corresponsal, crea yo que la reprensin se refera al modo de hablar y obrar y no a la esencia misma del negocio. Mas V. S. I. afirma, y esto me basta para creerlo, que es asunto concluido, porque Roma loquuta, causa finita; y siendo as, no me sera ya lcito explayarme en consideraciones puramente histricas. En dos terrenos puede considerarse este negocio: en el teolgico y en el histrico. El primero me est vedado por mi notoria incompetencia; y si est declarado por quien puede, que el hecho es cierto, no podemos entrar los simples fieles en el otro. "Penoso ha sido para m el final de este ao y me encuentro muy abatido. Dios quiera mejorar el venidero; y si no, que se haga su voluntad. A V. S. I. se lo deseo felicsimo para bien de sus ovejas y sus amigos, entre los cuales tiene la sealada honra de contarse este ltimo servidor, que con todo respeto su Pastoral anillo besa.JOAQUIN GARCIA ICAZBALCETA." * * *

"Ntese primera vista cmo se transparenta en esta Carta el espritu contrariado del antiaparicionista; pero aquilatndose ms precisamente por lo mismo, el mrito de la humildad cristiana con que fiel y rendidamente se inclina y cede. En su carta de 1883, haba dicho: "En mi juventud cre, como todos los mexicanos, en la verdad del milagro; no recuerdo de donde me vinieron las dudas, y para quitrmelas acud a las apologas; stas convirtieron mis dudas en certeza de la falsedad del hecho. "Y ahora en su Carta de 1888 dice: "Si est declarado por quien puede, que el hecho es

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cierto, no podemos entrar los simples fieles en el otro," (esto es, en el terreno de las cuestiones y de las dudas histricas).... Crea yo -dice- que la reprensin se refera al modo de hablar y obrar y no la esencia del negocio. Mas V. S. I. afirma, y esto me basta para creerlo, que es asunto concluido, porque Roma loquuta, causa finita." "Y qu dijera hoy el Sr. Icazbalceta, si aun viviera y se lo dijese, que su misma Carta de 1883, examinada en Roma por mandato de la Santa Sede, y sacadas de ella cuidadosamente todas y cada una de sus conclusiones histricas, como otras tantas objeciones contra el milagro guadalupano, han sido satisfactoriamente resueltas, sirviendo de fundamente el estudio motivado, para declarar y confirmar con autoridad Apostlica la verdad del hecho milagroso? He aqu este propsito las palabras del Venerable Cabildo de la Colegiata de Nuestra Seora de Guadalupe, en la Protesta que acaba de publicar el 29 de Julio ltimo, contra la publicacin maliciosa de la mencionada carta de 1883, del Sr. Icazbalceta: "Protestamos contra todas esas publicaciones, principalmente la que sac luz pblica una carta que dice ser del Sr. Garca Icazbalceta, y que ser autntica, nunca jams debi haberse publicado no ser con el fin de escandalizar los que la leyeran. Bien sabido lo tiene, Ilmo. Sr., quien tal carta haya publicado, que ella fue traducida en latn y enviada Roma con el fin de estorbar la concesin del nuevo Oficio de Nuestra Seora de Guadalupe; y que pesar de que el Promotor de la fe, por razn de su oficio, sac de esa carta treinta y tantas objeciones, ninguna de ellas qued sin solucin satisfactoria; puesto que, no obstante todo esto, la voz autorizada del Padre Santo sancion la antigua y constante tradicin." "No es evidente que el Sr. Icazbalceta dira al Venerable Cabildo de Guadalupe las mismas pala- (134) bras arriba consignadas: esto me basta para creer? "El propio V. Cabildo en su citada Protesta dice con razn: "Creemos que ningn catlico, en materias religiosas, dar mayor crdito la Carta del Sr. Garca Icazbalceta, que a la voz del Soberano Pontfice." Y yo, en conclusin, aado: que aquellos catlicos dbiles que han tenido por mejor arreglar su creencia conforme a la Carta del Sr. Icazbalceta, del ao de 1883, tienen ya la de 1888 del mismo ilustre autor y verdadero catlico, para entrar en cuentas consigo mismos; aquel quien siguieron en su error, sganlo tambin en el esforzado vencimiento de s mismo, y en todos sus muchos ejemplos de cristiana virtud. "Ah! si de alguna pena ha sido para el espritu de mi grande amigo en la eternidad, la escandalosa publicacin de su Carta antiguadalupana de 1883, sale de satisfaccin y reparo, srvale de alivio y descanso por la infinita misericordia del Seor, la publicacin que ahora hago de su edificante Carta de 1888! "Soy de V. S. I. adictsimo hermano y amigo que atento su mano besa.- Crescencio, Obispo de Yucatn."

Me parece que esta ltima informacin es muy importante; si los impugnadores de la aparicin se muestran tan satisfechos de contar con la Carta Antiaparicionista de 1883 de Icazbalceta, entonces estn obligados a prestar atencin a esta otra Carta de 1888, donde Icazbalceta se retira del campo antiguadalupano. Y a la retractacin de Icazbalceta se suman las respuestas y refutaciones a las objecciones planteadas en su carta de 1883, entre las que destacan la de Fortino Hiplito Vera, en su Contestacin histrica-crtica, la del p. Agustn de la Rosa, que hemos anexado, la de Primo Feliciano Velzquez, en su La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, y las exhibiciones de documentos histricos que peda Icazbalceta.

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Bibliografa:

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LuxDomini -Respuestas a la Carta de Garca IcazbalcetaGUERRERO ROSADO Jos Luis, El Nican Mopohua, un Intento de Exgesis, Edicin digital de la Baslica de Guadalupe, en www.virgendeguadalupe.org.mx JUNCO Alfonso, El Milagro de las Rosas, Edit. JUS, 2a. Ed. 1958 SNCHEZ CAMACHO Eduardo, Carta a los editores de El Universal, en Testimonios Histricos Guadalupanos TORRE VILLAR, Ernesto de la, y NAVARRO DE ANDA Ramiro, Testimonios Histricos Guadalupanos, Fondo de Cultura Econmica, 1a. Ed. 2a. Reimpresin, 2004

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Investigacin Documental sobre la Virgen de Guadalupe

Defensa de la Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe y Refutacin de la Carta en que la impugna un historigrafo de Mxico (1896)

Por el P. Agustn de la Rosa, historiador y periodista contemporneo de Garca Icazbalceta, autor de una valiosa traduccin al latn del Nican Mopohua y guadalupano insigne

Para una mejor comprensin del Texto: Puesto que el p. De la Rosa responde a Garca Icazbalceta, las palabras de ste ltimo se resaltarn con cursivas rojas, y los textos de otros autores o documentos citados por De la Rosa irn en cursivas azules. Aparte de esto, los formatos de negrillas, subrayados y resaltes son de Jess Hernndez. Las divisiones numeradas y las cursivas son originales de De la Rosa.

PROTESTA A todo lo que se refiere de milagros en este opsculo no debe darse ms valor que el que permitan los decretos de su Santidad el Papa Urbano VIII; todo queda sujeto al juicio y censura del sumo pontfice. LA CUESTIN En el nmero 918, poca 2, tomo XIII de El Universal, correspondiente al 24 de junio de 1896, se public en forma epistolar una impugnacin de la milagrosa aparicin de nuestra Seora de Guadalupe, cuya impugnacin ha sido reproducida repetidas veces, y se dice ser del acreditado historigrafo mexicano D. Joaqun Garca Icazbalceta, que por haber muerto, nada puede decir del escrito que se le atribuye. Sea quien fuere su autor, como en l se trata de presentar como una fbula el hecho que trae a nuestra patria una gloria inmarcesible, no es dado a un mexicano que aprecie el insigne beneficio que hemos recibido del cielo, guardar silencio al ver que se vilipendia a una nacin de gloriosos antecedentes religiosos y cientficos, como si Mxico fuera una coleccin de hombres sin sensatez que aceptan con entusiasmo vulgares preocupaciones.

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Es necesario vindicar nuestro honor y hacer ver que no era posible que un historigrafo, sea quien fuere, haya tenido mejor criterio que el de todo nuestro pas por espacio de tres siglos y medio, mejor que el de las naciones civilizadas que han aceptado el culto de nuestra Virgen de Guadalupe, mejor que el de la silla apostlica que ha autorizado y engrandecido el mismo culto. Por tanto quien escribe estas lneas contribuir, como sus fuerzas se lo permitan, para manifestar los errores en que ha incurrido el historigrafo impugnador de la aparicin.

I. De la explicacin del origen de nuestra Seora de Guadalupe que finge el impugnador de la aparicin Aunque el adversario de la aparicin coloc al fin de su carta su ficcin de la historia de la aparicin, parece conveniente presentarla desde luego para que inmediatamente se haga la confrontacin de la historia real generalmente conocida y aceptada, con la que ltimamente ha ocurrido a la fantasa del que ha atacado la creencia nacional de la aparicin de Mara Santsima de Guadalupe. Se tiene fingida la historia en los nmeros 67 y 68 de la carta. He aqu el invento. Los misioneros levantaban capillas de preferencia en los lugares donde haba sido mayor el culto de los dolos: una de esas capillas fue la del Tepeycatl, en la cual se coloc una imagen, o acaso ninguna, por ser escasas entonces las imgenes. Esta capilla tuvo el ttulo de La Madre de Dios, sin advocacin particular; de lo cual, dice el impugnador, que era natural fuese sin advocacin particular, para corresponder al nombre Tonantzin que tena el dolo adorado all. Los discpulos de la escuela de fray Pedro de Gante hacan imgenes: sin duda una de ellas fue la de nuestra Seora de Guadalupe, y hallndola bastante bien pintada, devota y atractiva, la enviaron los religiosos a aquella ermita, que no sabemos cuando se edific, y quitaron la imagen que all estaba, si acaso la haba. Cuando los espaoles vieron la imagen la llamaron de Guadalupe. Hacia los aos de 1555 y 1556 comenz a encenderse la devocin con motivo de la curacin milagrosa que refera un ganadero haber conseguido orando en la referida ermita, y se mencion tambin la aparicin (a ese indio o a otro) de que hablan Juana Martn y Surez Peralta. Se acostumbraban entonces y continuaron mucho despus las representaciones religiosas de los misterios a las cuales eran muy aficionados los indios. D. Antonio Valeriano, indio ilustrado, era muy capaz para esta clase de composiciones: l u otro aprovechando los milagros que se referan de nuestra Seora de Guadalupe, tomando por base la aparicin y aadiendo circunstancias que le dieran forma y animacin a la pieza, sin intencin de hacerlas pasar por verdaderas, como suelen hacerlo todava los autores dramticos, compuso en mexicano la historia de la aparicin con contextura dramtica. sta sera la pieza que vio el P. Miguel Snchez, quien la tom al pie de la letra y la dio por historia verdadera en el libro que public en 1648. Lo

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dems lo hizo el espritu de la poca propenso a aceptar sin examen todo lo milagroso. Se haba referido a un pastor la aparicin, y los testigos de la informacin de 1666 la sabran por sus antepasados: fcilmente la acomodaron a las circunstancias que estaban generalmente aceptadas. Haber colocado la aparicin en el da 12 de diciembre provino sin duda de que en igual da fue presentado para obispo el Sr. Zumrraga en 1527. No acierta el adversario a explicarse satisfactoriamente por qu se eligi para la aparicin el ao 1531; pero nota la coincidencia de que en 1531 parece que se creyeron cesar las apariciones del dolo Cihuacoatl que tambin llamaban Tonantzin, con cuyo nombre llamaban los indios a nuestra Seora de Guadalupe. As es que preocupados los indios por la imaginacin de las apariciones de una diosa falsa, pasaron a imaginar la aparicin de la Virgen Mara. sta es la historia de la aparicin fingida por el impugnador. Adems de la ficcin de la historia de la aparicin, todava hay que notar otros errores. Es falso que fuera natural que al templo del Tepeycatl se diera el ttulo de La Madre de Dios sin advocacin particular para que correspondiera al nombre Tonantzin que tena el dolo adorado all. Madre de Dios en espaol es en mexicano Teonantzin, no Tonantzin. El templo se dedic al Seor en honor de la Madre de Dios, de Teonantzin; mas a la Madre de Dios con razn le damos el ttulo de Nuestra Madre, Tonantzin. Esto lo saben muy bien los catlicos. Es una verdadera cavilacin suponer que en este nombre Tonantzin dicho de la Virgen Mara se importara alguna relacin idoltrica. El nombre mexicano tonantzin por su propiedad gramatical significa nuestra madre respetable o reverenciada. Llamar a Mara Santsima Tonantzin en lengua mexicana es igual a llamarla en lengua espaola Nuestra Madre venerable. Con espritu verdaderamente cristiano llamamos de este modo a la Madre de Dios en espaol, y con el mismo espritu verdaderamente cristiano se le dice Tonantzin en mexicano: ambos nombres contienen las mismas ideas. A todo catlico se le ensea que acuda a la Madre de Dios con confianza filial y la mire como Madre piadosa; por qu se haba de privar a los indios de este consuelo? Y en su lengua tan reverente como afectuosa, cmo haban de expresar este pensamiento sino diciendo Tonantzin? Los misioneros eran hombres instruidos y celosos en hacer que los nefitos adquirieran ideas rectas de la religin; por lo mismo no debemos dudar que ensearon a los indios a dar el ttulo de Madre a la Virgen Mara con espritu verdaderamente cristiano. Como por desgracia es muy raro en nuestros das el conocimiento de la lengua mexicana, pueden causar dao estas confusiones.

REFUTACIN DEL HISTORIGRAFO IMPUGNADOR DE LA APARICIN II. Del primer argumento tomado de las dudas sobre la aparicin

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Ya que vimos la fingida historia de la aparicin ocurrida a la fantasa nada feliz del historigrafo, veamos cmo impugna la verdadera. Toma su primer argumento de las dudas sobre la aparicin, las cuales dice (nmero 6 de la carta) que "no nacieron de la disertacin de D. Juan Bautista Muoz, sino que son bien antiguas y generalizadas a lo que parece". No afirma el impugnador lo segundo: slo le parece, y la causa de que le parezca es la multitud de apologas que ha sido necesario escribir defendiendo la aparicin. Lanse las apologas y se ver que no dan a entender dudas generalizadas. Las pruebas que presenta de lo primero son dos hechos anteriores a la disertacin de Muoz: el primero es que el P. jesuita Francisco Javier Lazcano en 1758 contestando a una carta que se le dirigi en Madrid en 1757 pidi datos sobre la impugnacin que hizo un desatinado. No sabe el adversario si esta impugnacin fue de palabra o por escrito. Por la fecha de la carta se entiende que se hizo hacia la mitad del siglo pasado. El segundo hecho es la apologa del seor Uribe escrita a fines del siglo pasado, acaso por ocasin de un sermn del Dr. Mier. A estos dos hechos se reducen las pruebas: mas el doctor Mier no neg la aparicin, sino que modific su historia; queda un solo hecho acontecido hacia la mitad del siglo pasado: poda haberse aadido el hecho del sermn del provincial fray Francisco Bustamante. Y aun unido este otro hecho, qu vale el argumento? Podemos dudar de un hecho histrico cuando aunque por una parte tenga apoyo, por otra lo contradigan autores respetables fundados en razones a que no se ha podido contestar satisfactoriamente; pero que se cite contra el hecho de la aparicin como argumento de dudas antiguas y atendibles a un orador que escandaliz al pblico y fue procesado por su sermn y al que despus de dos siglos la contradijo y no se sabe si lo hizo de palabra o por escrito, es opuesto al sentido comn.

DEL ARGUMENTO NEGATIVO

III. Fija el impugnador de la aparicin lo que se propone probar al exponer el argumento negativo. Le contradice D. Juan Bautista Muoz y l mismo se contradice

Consiste el argumento llamado negativo, cuando se impugna un hecho histrico, en hacer notar el silencio que guardaron respecto de aquel hecho los autores que en caso de ser verdadero, no habran dejado de repetirlo. El impugnador de la aparicin fija terminantemente el tiempo respecto del cual se propone probar que no se habl de la aparicin. En el nmero 8 de la carta cita a D. Juan Bautista Muoz que dijo en su Memoria que antes de la publicacin del libro del P. Miguel Snchez (en 1648) no se encuentra mencin alguna de la aparicin de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego; y en el nmero 40 manifiesta hallarse totalmente de acuerdo con esta asertacin de Muoz. Aqu tenemos en los trminos precisos de una proposicin lo que va a probar el adversario al desarrollar el argumento negativo contra la aparicin. Notaremos desde luego que desmiente al historigrafo impugnador el mismo Muoz que cita en su favor. Buscando Muoz el origen que habra tenido la creencia en la aparicin dice: "Yo sospecho que naci en la cabeza de los indios por los aos de 1629 a 1634. Todo ese tiempo, con motivo de una inundacin terrible, estuvo la imagen de Guadalupe en la capital obsequiada con extraordinarias demostraciones desahgose el fervor en danzas, bailes, prevenidos coloquios y cantares de indios, en que se mentaron las apariciones antes inauditas".

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Qu dira el historigrafo de que el mismo Muoz que pensaba hallarlo favorable, le contradijo dando a la creencia de la aparicin de 14 a 19 aos ms de antigedad que la que l ha querido asignarle? El impugnador se impugna as mismo. Cita (num. 35 de la carta) al Lic. D. Antonio Robles que en su Diario de sucesos notables refiere que antes de la publicacin del libro del P. Miguel Snchez haba en Mxico en el convento de Santo Domingo una imagen de nuestra Seora de Guadalupe. Qu era este imagen sino una copia de la iglesia de Tepeycatl? Y lo ms extrao es el modo de raciocinar del historigrafo: citando textualmente y sin contradecir el testimonio del Lic. Robles de que antes de la publicacin del libro del P. Snchez exista en Mxico una imagen de nuestra Seora de Guadalupe, dice: De manera que en 1648 nadie saba de la aparicin; nadie conoca ya la imagen. La prueba de que nadie conoca la imagen es que exista en la ciudad de Mxico la imagen de nuestra Seora de Guadalupe. La existencia de la imagen en un lugar pblico prueba que nadie la conoca! Otra vez se desmiente a s mismo el impugnador de la aparicin. Dice en el nmero 68 de la carta que en 1555 a 1556, refiriendo un ganadero que haba conseguido curacin milagrosa orando en la ermita de nuestra Seora de Guadalupe, empez a encenderse la devocin y se cont tambin la aparicin; y siendo los indios muy aficionados a las representaciones de misterios, D. Antonio Valeriano, indio instruido, u otro, escribi la historia de la aparicin en forma dramtica, indudablemente para que fuera representada. He aqu cmo l mismo haba dicho (num. 8) que antes de la publicacin del libro del P. Snchez no se encuentra mencin alguna de la aparicin; que antes de la publicacin de ese libro nadie saba de la aparicin; nadie conoca ya la imagen (num. 35), olvidndose de lo que haba escrito, hace subir la creencia de la aparicin hasta por los aos de 1555 a 1556, y afirma que se escribi su historia en forma dramtica, sin duda para que se representara, aproximadamente a esos aos. Dice tambin (num. 68), que los indios que en 1666 dieron testimonio de la aparicin la sabran por sus antepasados. Hay ms: en el num. 68, queriendo explicar por qu se fijara la aparicin en el ao 1531, le ocurri que entonces la inventara la imaginacin de los indios, exaltada por las apariciones que se haban credo de la diosa Cihuacoatl. He aqu como el historigrafo llev la idea de la aparicin hasta el ao 1531, siendo as que haba dicho que antes de 1648 no se haba mencionado. Es propio de los que yerran contradecirse.

IV. De las condiciones que debe tener el argumento negativo

Dice el impugnador (num. 10) La fuerza del argumento negativo consiste principalmente en que el silencio sea universal, y que los autores alegados hayan escrito de asuntos que pedan una mencin del suceso que callaron. Es cierto que para que el argumento negativo valga en la historia debe tener esas dos condiciones; pero adems de ellas se necesitan otras: 1) que no haya fundamento para creer o sospechar que se hayan perdido algunos impresos o manuscritos o algunos monumentos que pudieran dar conocimiento del hecho de que se trata; 2) que conste que los escritos que se tienen no han sido trucados ni alterados; 3) que no haya habido causas que pudieran influir en que los autores callaran el hecho.

V. Expone el impugnador el argumento negativo contra la aparicin

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El adversario de la aparicin ocupa una parte considerable de la carta en exponer el argumento negativo, como que es de tanta importancia para los que niegan el insigne beneficio que recibimos del cielo dejndose ver en nuestro suelo patrio la Madre del Seor y dejndonos su sagrada imagen. Habiendo establecido las dos primeras condiciones de que depende la fuerza del argumento negativo, presenta con precisin y como una proposicin cientfica lo que se obliga a demostrar; dice (num. 8): Ambas circunstancias concurren en los documentos anteriores al P. Snchez. Es decir: va a probar el impugnador historigrafo que antes del libro del P. Snchez fue universal el silencio respecto de la aparicin; que nadie la mencion; que todos los autores que citar y que guardan silencio, trataron de asuntos que exigan que se hablara de la aparicin; y adems debe probar que esos autores no estuvieron sujetos a la influencia de alguna o algunas causas que los indujeran a callar; que no hay fundamento para sospechar que algo se ha perdido en que pudiera constar el hecho, o que de lo que conservamos algo se haya truncado o alterado que pudiera hacer constar el hecho. Veamos si es feliz o infeliz el historigrafo en la demostracin que se compromete a presentar.

VI. Del silencio del Sr. Zumrraga

El primer testigo de la aparicin, dice nuestro adversario (nms. 11 y 12 de la carta), deba ser el Sr. Zumrraga, a quien se atribuye papel tan importante en el suceso. l debi practicar la informacin jurdica de la verdad del milagro. Mas no hay informacin ni autos originales; ni en algn otro de sus escritos se menciona la aparicin: antes bien dice en la Regla Cristiana (que si no es suya, como parece seguro, a lo menos fue compilada y mandada imprimir por l): Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues est nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo. Cmo deca esto si haba presenciado un milagro? Tampoco menciona la aparicin en las doctrinas que imprimi ni al exhortar a los religiosos para que le ayudaran a trabajar en la conversin de los indios, e tc. No admite el impugnador la noticia de que el Sr. Arzobispo D. fray Garca de Mendoza fue visto leyendo los autos originales de la aparicin, porque esto slo se tiene por una serie de dichos. Tampoco da crdito a fray Pedro Mezquia que asegur haber visto y ledo en el convento de Vitoria de Espaa una carta del sr. Zumrraga en que refera la aparicin a aquellos religiosos; y habiendo prometido traer este documento a su vuelta de Espaa a donde tena que partir, no lo hizo, diciendo que habra perecido en un incendio que aconteci en el archivo. As expone este argumento el impugnador de la aparicin. Contestacin. Por lo que hace a la falta de autos originales en que se hubiera averiguado la aparicin, el mismo historigrafo impugnador nos da la respuesta de su propia objecin diciendo al terminar el nm. 11 de su carta: La falta de autos originales no sera por s sola un argumento decisivo contra la aparicin, pues bien pudo ser que no se hicieran, o que despus de hechos se extraviaran, aunque a decir verdad, tratndose de un hecho tan extraordinario y glorioso para Mxico, una u otra negligencia es harto inverosmil. He aqu cmo el impugnador de la aparicin ha aniquilado la mayor fuerza que pudiera haber tenido su objecin. l mismo lo ha dicho: la falta de autos originales no prueba por s sola que no se haya verificado la aparicin. Toda su dificultad queda reducida a no resolverse fcilmente a admitir a que haya

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acontecido lo que considera harto inverosmil. Pero cuntas cosas suceden realmente que si se consideran en s mismas se presentan muy inverosmiles? Mucho ms que la prdida de unos autos es que Mxico no tuviera en el archivo episcopal una firma del primer prelado; y sin embargo se asegur este hecho al ocurrir a la silla apostlica pidiendo la confirmacin del patronato de nuestra Seora de Guadalupe: se dijo: Adeo enim archivum defectuosum est, ut neque ipsius primi Episcopi subscriptio aliqua in eo reperiatur. Siendo esto as, es extrao que no se encuentre informacin original sobre la aparicin de nuestra Seora de Guadalupe? En la testificacin del P. Miguel Snchez en las informaciones de 1666 dice este testigo que supo del licenciado presbtero D. Bartolom Garca que la causa de no parecer los originales de esta milagrosa aparicin haba sido por haber faltado un ao el papel en el reino, por cuya causa desaparecieron muchos papeles del archivo del arzobispado para venderlos; de los cuales se hallaron algunos enteros, y otros fragmentados en las tiendas de especiera, y otros se consumieron; y se cree probablemente fueron de los que perecieron los de nuestra Seora de Guadalupe. Es verdad que fue ste un hecho reprensible y brbaro, pero algo anlogo se observa an en nuestros das, que obras muy apreciables y papeles de importancia suelen despedazarse en las tiendas de pequeo comercio y en las coheteras. Tambin pudo suceder que cuando el seor Zumrraga fue a Espaa para consagrarse, haya llevado los autos de la aparicin y se hayan quedado all, o que durante su permanencia en Espaa, que no fue de poco tiempo, se perdieran a la persona a quien los dejara. Ni es verdadero que fuera inverosmil que el seor Zumrraga, para averiguar la aparicin, no formara un expediente como ahora se acostumbra y lo desean los exigentes, sin tener en consideracin las circunstancias de aquellos tiempos. Muy numerosos eran los infieles en cuya conversin trabajaba sin descanso un nmero muy pequeo de ministros del Evangelio. No era el tiempo para organizar como ahora se tiene el despacho gubernativo, ni las oficinas como hoy las vemos. Averiguada la verdad por los medios tan seguros y sencillos que nos presenta la historia de las apariciones de la Santsima Virgen, reconocido el prodigio por el prelado, el clero y el pueblo, con la aprobacin notoria que se tena en el hecho de que el mismo prelado practicaba y autorizaba el culto especial y solemnsimo, pudo parecer que se haba hecho lo bastante. Qu tiene esto de inverosmil? El Concilio de Trento en decreto posterior al ao de la aparicin, en la sesin XXV celebrada en diciembre de 1563 tratando de la invocacin a los santos, dice: No se han de admitir nuevos milagros sino reconocindolos y aprobndolos el obispo, quien luego que algo descubriere, tomando el consejo de telogos y otros varones piadosos, haga lo que juzgare convenir a la verdad y a la piedad. Juzguemos al Sr. Zumrraga an por lo contenido en este decreto posterior a la aparicin. La imagen de nuestra Seora de Guadalupe fue colocada en su iglesia llevndola en solemnsima procesin al mismo prelado. l se certific personalmente del prodigio de la aparicin, como lo manifiesta la historia y despus se har ver ms ampliamente. Quin podr probar que no haya consultado a telogos y varones piadosos? Todos los que haba estuvieron de acuerdo con el prelado, todo el clero y otra multitud de personas concurrieron a la procesin de la colocacin de la imagen en su iglesia. Los hechos del seor Zumrraga son ms elocuentes que los escritos. Adems: no tiene razn el impugnador para rechazar la noticia de que el Sr. D. Fray Garca de Mendoza lea los autos originales de la aparicin. En las informaciones de 1666 declar con juramento el P. Miguel Snchez que el Lic. Presbtero D. Bartolom Garca le afirm que el den Dr. D. Alonso Muoz de la Torre vio a aquel prelado leyendo los referidos autos originales. Tener por falso el dicho del P. Snchez sera llamarlo perjuro, lo cual sera muy

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reprensible temeridad: los otros dos dichos, aunque no tienen la misma fuerza por no haber sido afianzados con juramento, no deben despreciarse por ser de personas de probidad; y por esta misma razn no debe despreciarse el dicho del P. Mezquia relativo a haber hecho saber la aparicin el Sr. Zumrraga a los religiosos del convento de Vitoria. Respecto de otros escritos en que el Sr. Zumrraga no hablara como autoridad, algunos por razn de su objeto no exigan que se hablara de milagros, as son las doctrinas, que son libros catequsticos, no historias; a lo que se lee en la Regla cristiana es necesario darle un sentido que no desdiga de la notoria religiosidad y piedad del Sr. Zumrraga, entendiendo que la propagacin del cristianismo no se hace despus con milagros como al principio (lo cual no es cierto absolutamente, as v.g. se lee en el oficio divino que Dios corrobor con la multitud y excelencia de los milagros el ardoroso empeo de S. Francisco Javier en dilatar el Evangelio). Ms de ninguna manera debe entenderse que el autor de la Regla cristiana, sea quien fuere, niegue que Dios haga milagros despus de establecido el cristianismo, porque esto sera negar todos los milagros que han aprobado los obispos, todos los que se refieren en los divinos oficios acontecidos en tiempos posteriores a la fundacin del cristianismo, y an aquellos que hayan dado motivo para establecer algunas festividades. Por lo dems, siendo notoria la humildad del Sr. Zumrraga, no es extrao que guardara silencio acerca de un favor del cielo que lo engrandeca, como es el de que en su presencia se hubiera dejado ver por la primera vez la imagen de nuestra Seora de Guadalupe: an las personas de una sensatez comn no quieren incurrir en las notas de jactancia y fatuidad hablando de lo que cede en su alabanza. Los que son verdaderamente humildes ocultan cuidadosamente lo que puede elevarlos sobre sus semejantes, mucho ms algn insigne beneficio divino. En todos los escritos del Sr. Zumrraga que fueron interceptados, cuando se haca terrible persecucin a l mismo y a los religiosos, no sabemos cuntas cosas importantes se contendran.

VII. Del silencio del Sr. obispo Montfar en un escrito

Del Sr. Zumrraga pasa el impugnador de la aparicin al Sr. Montfar, que fue el inmediato sucesor. Dice (num. 13): Si del Sr. Zumrraga pasamos a su inmediato sucesor el Sr. Montfar hallaremos que en 1569 y 70 remiti, por orden del visitador del Consejo de Indias D. Juan de Ovando, una copiosa descripcin de su arzobispado (que tengo original), en la cual se da cuenta de las iglesias de la ciudad sujetas a la mitra y para nada menciona la ermita de Guadalupe. Por pequea que fuese, lo ilustre de su origen y la imagen celestial que encerraba merecan muy bien una mencin especial, con la correspondiente noticia del milagro. No deduce el impugnador de la aparicin una consecuencia de lo que ha citado; pero no parece que lo ha citado con otro objeto sino con el de presentar un argumento negativo aun contra la existencia de la iglesia de nuestra Sra. de Guadalupe en los aos de 1569 y 1570. Contestacin. El impugnador de la aparicin se impugna a s mismo. Vamoslo. En el nm. 23 de su carta cita estas palabras de fray Luis de Cisneros: El ms antiguo (santuario) es el de Guadalupe, que est una legua de esta ciudad a la parte del norte, que es una imagen de gran devocin y concurso casi desde que se gan la tierra, que ha hecho y hace muchos milagros, a quienes van haciendo una insigne iglesia. Qu dira el impugnador de la aparicin? Negaba que haba iglesia de nuestra Seora de Guadalupe casi despus de que se gan esta tierra por los espaoles?

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En el nmero 20 de la carta se hace mrito de que el virrey D. Martn Enrquez, informando al rey asegur que por aos de 1555 o 56 exista una ermita con una imagen de nuestra Seora que llamaban de Guadalupe. Negar el impugnador de la aparicin que la existencia de esa ermita es muy anterior al ao de 1569 a 70? En el nmero 30 de la carta se cita el sermn de fray Francisco Bustamante dicho en 1556 en que el orador declama contra la devocin de nuestra Seora de Guadalupe. Exista o no su templo en ese ao? En el nmero 68 de la carta, componiendo el impugnador la historia de la aparicin segn su fantasa, reconoce que en 1555 o 56 ya exista la ermita de nuestra Seora de Guadalupe, que refiri un ganadero que orando en ella consigui su milagrosa curacin? Qu se contestar a s mismo el adversario de la aparicin? D. Juan Bautista Muoz impugna al historigrafo impugnador de la aparicin. Hablando del culto de nuestra Seora de Guadalupe, dice el nmero 26 de su Memoria: Empez sin duda a pocos aos de la Conquista de Mxico El segundo arzobispo de Mxico D. Fray Alonso de Montfar, que lleg a su dicesis por junio de 1554, ya encontr muy difundida la devocin a la Virgen de Guadalupe, venerada en una ermitilla. Qu dir el impugnador de la aparicin que presenta argumento negativo contra la existencia de esa ermita an en 1569? En la serie de obispos de Mxico que sigue a los Concilios mexicanos que public el Sr. Lorenzana, se dice del Sr. Montfar: Perfeccion la ermita de Ntra. Sra. De Guadalupe. Pueden citarse ms autoridades histricas; pero las que preceden son ms que suficientes: Verdaderamente es cosa inaudita en nuestra historia que todava en 1569 no existiera la ermita de nuestra Seora de Guadalupe. Mas acaso sera tan insignificante no slo por su pequeez sino tambin por falta de culto que fcilmente pudo olvidarse el Sr. Montfar que refera las iglesias sujetas a su jurisdiccin? Ni aun esta evasiva puede favorecer al autor del raro argumento negativo contra la existencia de la ermita de nuestra Sra. de Guadalupe, porque consta en los testimonios alegados que casi desde que se gan la tierra por los espaoles fue de mucha veneracin la imagen de nuestra Seora de Guadalupe, que ya estaba muy difundida su devocin cuando lleg a Mxico el Sr. Montfar en 1554. Qu vali el argumento negativo tomado de que el Sr. Montfar no mencionara la iglesia de nuestra Seora de Guadalupe en un escrito de 1569 o 70? Lo que el impugnador de la aparicin debi haber descubierto al leer el escrito que nos cita del Sr. Montfar, es la inseguridad del argumento negativo mientras no se tenga todas las condiciones que exige una crtica severa. Nos asegura que tiene original una copiosa descripcin del arzobispado de Mxico remitida a Espaa por aquel prelado en 1569 y 70, y que en ella no se menciona la iglesia de Ntra. Sra. de Guadalupe; y sin embargo es indudable que dicha iglesia exista en esos aos y desde mucho antes.

VIII. Del texto tomado de un informe del virrey D. Martn Enrquez

Ambos impugnadores de la aparicin, D. Juan Bautista Muoz y D. Joaqun Garca Icazbalceta, han credo encontrar un poderoso argumento contra la aparicin en las siguientes palabras dichas por el virrey D. Martn Enrquez informando al rey de Espaa en 1575: El principio que tuvo la fundacin de la iglesia [de nuestra Seora de Guadalupe] que agora est hecha, lo que comnmente se entiende es que el ao de 1555 o 56 estaba all una ermita en la cual estaba la imagen que agora est en la iglesia, y que un ganadero que por all andaba publicaba haber cobrado salud yendo a

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aquella ermita; y empez a crecer la devocin de la gente. Y pusieron nombre a la imagen nuestra Seora de Guadalupe, por decir que se pareca a la de Guadalupe de Espaa. No copi el impugnador el texto del virrey Enrquez; Muoz lo copi. Dice el Sr. Icazbalceta que el virrey no supo el origen de la ermita, que dijo que el nombre Guadalupe se dio a la imagen por decir que se pareca a la de Guadalupe de Espaa y que el aumento de la devocin provino de que se refiri un milagro. Contestacin. No se propone el virrey informar ni sobre el origen de la imagen, ni sobre el de la primera ermita, sino del de la segunda iglesia; las palabras son claras, dice: El principio que tuvo la fundacin de la iglesia que agora est hecha. De la ermita slo dice que ya exista en 1555 o 56 y que en ella estaba la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe. Que la imagen tuviera este nombre por parecerse a la de Guadalupe de Espaa es un error que a cualquiera se le disipara con la simple inspeccin de las dos imgenes o de sus copias autnticas. Que la relacin de un milagro causara aumento en la devocin nada tiene de extrao: ste es uno de los objetos de los milagros, que aunque se realicen en lo material, Dios los orden al bien espiritual. Qu tiene que ver esto con la aparicin? Si el virrey no crey de su objeto hablar del origen de la imagen y de su primera iglesia, como de hecho no habl ni de una ni de otra cosa; si ocupado en graves negocios no haba investigado el origen del templo y de la imagen, que cuando l vino a Mxico ya tenan no pocos aos de existencia; si respecto del nombre Guadalupe slo refiere lo que decan personas sin criterio, excusndose ms trabajo. De todo esto, qu puede deducirse contra la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe?

IX. Del silencio del P. Cavo en sus Tres siglos de Mxico

Dice el impugnador en el nmero 26 de su carta: El P. Jesuita Cavo escribi en Roma hacia 1800 sus Tres siglos de Mxico, en rigurosa forma de anales. Al llegar al ao de 1531 call el suceso de la aparicin y pas adelante. Contestacin. Era de desearse que el historigrafo impugnador de la aparicin hubiera pasado adelante en la lectura de la referida obra del P. Cavo. Al llegar al ao de 1737 hubiera visto cmo refiere el P. Cavo que la terrible peste que en ese mismo ao asolaba a la ciudad de Mxico termin jurando por patrona a la Santsima Virgen de Guadalupe. Al llegar al ao de 1756 habra ledo estas palabras del mismo P. Cavo: Lleg a Mxico de Roma y Madrid el P. Juan Francisco Lpez de la Compaa de Jess que en ambas cortes haba solicitado el patronato de la milagrosa imagen de Mara Santsima de Guadalupe, conforme al voto hecho diez y ocho aos antes por el arzobispo y ciudad en la peste. Se hicieron por este motivo fiestas nunca vistas, etc., No poda ignorar el P. Cavo que en las diversas comunicaciones que mediaron para la eleccin del patronato ms de una vez se llam aparecida a Ntra. Sra. de Guadalupe? El ayuntamiento de Mxico ocurriendo al ordinario con el referido objeto dijo: solemnizndose anualmente el da 12 de diciembre, en que celebramos su aparicin. El Cabildo Eclesistico de Mxico, dijo: Despus de que la Santsima imagen se apareci, etc. El real acuerdo dijo el 2 de mayo de 1737: El da 12 de diciembre de la aparicin de esta Seora ha muchos aos est recibida por fiesta de corte. Tampoco poda ignorar el P. Cavo que al ocurrir a la santa sede pidiendo la confirmacin del patronato se refiri toda la historia de las apariciones de Ntra. Sra. de Guadalupe.

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Cmo se pretende deducir de este escritor un argumento contra la verdad de las mismas apariciones si refiere hechos que las afirman?

X. De un texto atribuido a fray Bernardino de Sahagn

A este texto le da el impugnador el ttulo de famoso: lo copia en el nmero 17 de la carta. Es grande la importancia que le conceden los adversarios de la aparicin. He aqu el llamado famoso texto del p. Sahagn: Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde solan los naturales hacer muy solemnes sacrificios y que venan a ellos de muy lejanas tierras. El uno de estos es aqu en Mxico, donde est un montecillo que se llama Tepeycac, y los espaoles llamaban Tepeaquilla y ahora se llama Nuestra Seora de Guadalupe; en este lugar tenan un templo dedicado a la madre de los dioses que llamaban Tonantzin, que quiere decir Nuestra Madre; all hacan muchos sacrificios a honra de esta diosa y venan a ellos de muy lejanas tierras y de ms de veinte leguas de todas la comarcas de Mxico y traan muchas ofrendas, venan hombres y mujeres y mozos y mozas a estas fiestas; era grande el concurso de gente en estos das y todos decan: vamos a la fiesta de la Tonantzin y ahora que est all edificada la iglesia de Nuestra Seora de Guadalupe, tambin la llaman Tonantzin, tomada ocasin de los predicadores que a nuestra seora madre de Dios la llaman Tonantzin. De donde haya nacido esta fundacin de esta Tonantzin, no se sabe de cierto, pero eso sabemos de cierto que el vocablo significa de su primera imposicin a aquella Tonantzin antigua y es cosa que se deba remediar, porque el propio nombre de la madre de Dios, Seora Nuestra, no es Tonantzin, sino Dios y Nantzin; parece esta invencin satnica para paliar la idolatra debajo de la equivocacin de este nombre Tonantzin y vienen ahora a visitar a esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como antes, la cual devocin tambin es sospechosa porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Seora y no van a ellas, y vienen de lejos hasta Tonantzin como antiguamente le nombraban. Prueba tanto este texto, a juicio del historigrafo, que en l y en otro que luego se citar advierte con toda claridad que desagradaba al p. Sahagn la devocin de los indios a Ntra. Sra. de Guadalupe, tenindola por idolatra y deseaba verla prohibida. Contestacin. Este mismo texto cit D. Juan Bautista Muoz en su Memoria sobre las apariciones y el culto de Ntra. Sra. de Guadalupe de Mxico, nm 20; pero tanto Muoz como el nuevo impugnador omitieron lo siguiente: Persuadieron a aquellas provincias a que viniesen como solan porque ya tenan Tonantzin, Tocitzin y Altepuchtli, que exteriormente suenan o los ha hecho sonar a Santa Mara, a Santa Ana y a Juan Evangelista; y en lo interior de la gente popular que all viene, est claro que no es sino lo antiguo; y as no es mi parecer que les impidan la venida ni la ofrenda; pero s lo es que los desengaen del error que padecen, dndoles a entender que aquellos das que all vienen no es la falsedad antigua, y que no es aquello conforme a lo antiguo. Esto deberan hacer predicadores bien entendidos en la lengua y costumbres que ellos tenan y tambin en la escritura divina. Bien creo que hay otros lugares en estas Indias, donde paliadamente se hace reverencia y pfrenda a los dolos con disimulacin de las fiestas que la Iglesia celebra a Dios y a sus santos, lo cual sera bien investigarse, para que la pobre gente fuese desengaada del error que agora padece. Qu excusa podemos dar a Muoz y a nuestro historigrafo impugnadores de la

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aparicin por esta gravsima falta de fidelidad histrica en que han incurrido? Para que Muoz no haya obrado de mala fe es necesario que haya sido negligente y muy falto de la precaucin que debe tener todo el que trata una cuestin histrica, pues no continu leyendo, y nuestro historigrafo o padeci como Muoz alguno de esos dos defectos, o hizo total confianza del mismo Muoz, y lo que en l encontr lo copi sin acudir a la obra del P. Sahagn. Cmo dijo el historigrafo que se adverta con toda claridad que desagradaba al P. Sahagn la devocin de los indios a Ntra. Sra. de Guadalupe, que la tena por idoltrica y deseaba verla prohibida siendo as que en la parte que omiti del texto dice expresamente el P. Sahagn: no es mi parecer que les impidan la venida ni la ofrenda? Aqu est expreso que no quiere Sahagn que se impida la devocin a Ntra. Sra. de Guadalupe? Qu es lo que desea? Lo expresa tambin con toda claridad diciendo: pero s lo es [mi parecer] que los desengaen del error que padecen. Cmo los haban de desengaar del error que padecan? Contina explicndolo Sahagn, dice: Dndoles a entender que aquellos das que all vienen no es la falsedad antigua, y que no es aquello conforme a lo antiguo. Qu es lo que reprueba el padre Sahagn? Est declarado: reprueba la falsedad antigua; esa falsedad antigua era la idolatra. Pero cmo consideraba que se hallara la idolatra en los que iban a venerar a Ntra. Sra. de Guadalupe? Acaso crea que haba idolatra venerndola con espritu cristiano? Si as lo hubiera credo habra sido protestante. Tema que hubiera idolatra porque como al dolo adorado antes le decan Tonantzin y a Mara Santsima la llamaban Tonantzin; siendo iguales estos nombres en lo material del sonido, fingiendo que honraban a la Virgen Mara realmente estuvieran adorando al dolo antiguo. Lo explica Sahagn con toda claridad diciendo: Parece sta invencin satnica para paliar la idolatra debajo la equivocacin de este nombre Tonantzin. Evtese esta ficcin, instryase al pueblo de que el culto catlico no es la falsedad antigua de la idolatra: esto deban hacer los predicadores bien entendidos en la Escritura divina. Y no slo reprueba el P. Sahagn que no paliara la idolatra en el culto de Ntra. Sra. de Guadalupe, sino que reprueba igualmente que se hiciera lo mismo en los templos de Santa Ana Tocitzin y de San Juan Evangelista o Bautista Altepuchtli; y advierte tambin que cree que haba otros lugares en estas Indias donde paliadamente se haca reverencia y ofrenda a los dolos, con disimulacin de las fiestas que la Iglesia celebra a Dios y a sus santos, lo cual deseaba que se investigara para que la pobre gente fuera desengaada del error que padeca. Es claro el pensamiento: que en el templo se adore a Dios y se venere a los santos con el culto que ensea la verdadera religin y no se disimule la idolatra fingiendo exteriormente el verdadero culto; que en el templo de Ntra. Sra. de Guadalupe no se fuera a adorar a una diosa falsa fingiendo exteriormente tributar veneracin a la verdadera Madre de Dios. Esto es lo que dice el famoso texto. Qu contiene contra la aparicin? Lo mismo dice de los otros templos de Santa Ana y S. Juan, que no se adorara a una falsa divinidad fingiendo honrar a aquellos santos. Que se diga en el texto De dnde haya nacida esta fundacin de esta Tonantzin no se sabe de cierto, lo nico que prueba es una ignorancia crasa que no poda haber en el P. Sahagn, que tena tanta instruccin en nuestras cosas, que segn Beristin no reconoci igual en el conocimiento de las antigedades de los indios y en la historia natural, civil y religiosa de la Nueva Espaa. Un hombre de tanto saber en la historia no poda ser que ignorara de dnde hubiera nacido la fundacin relativa a Ntra. Sra. de Guadalupe, adems, como dice el mismo Beristin, el P. Sahagn no tuvo superior en la inteligencia de la lengua mexicana, y no poda haber dicho que el nombre Tonantzin significa de su primera imposicin una diosa falsa. El nombre est compuesto de tres

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elementos que son To nantli (perdida la admisible), tzin; nantli es nombre que significa madre sea cual fuere; to es posesivo de la primera persona del plural, unido al nombre nantli significa nuestra madre, sea cual fuere, tzin es nota de respeto o reverencia; unida esta partcula se forma el nombre compuesto Tonantzin que significa simplemente nuestra madre respetada o reverenciada: sta es la significacin del nombre por su primera imposicin; no es su propiedad gramatical significar una falsa divinidad. Esto lo saba muy bien el P. Sahagn. Que este nombre Tonantzin haya sido aplicado en tiempo de la idolatra a una falsa diosa, importa una de tantas aplicaciones que se pueden hacer de l, pero no su primitiva significacin. Quien conozca aunque sea medianamente la lengua mexicana, no puede negar que este nombre se dice rectamente de Mara Sma. a quien con mucha razn llamamos nuestra Madre digna de alto respeto y reverencia: quien no lo entendi no pudo ser el P. Sahagn sino un ignorante. Se reprueba en el texto no slo por prudencia, sino teolgicamente, que a Mara Sma. se le llame Tonantzin, nuestra venerada Madre; ms el P. Sahagn fue un telogo eminente y no poda ignorar que los cristianos piadosamente llamamos nuestra Madre, Tonantzin, a la Madre de Dios. Hay razones para sospechar que no slo todo el texto citado por Muoz y por nuestro historigrafo impugnador de la aparicin, sino todo lo que se lee con el ttulo de Continuacin del autor fue introducido por otro que ocult su nombre. stas son las razones: 1) El libro XI de la obra de Sahagn se divide en captulos y stos en pargrafos: qu razn haba para que repentinamente se perturbara el mtodo de la divisin interponiendo entre los pargrafos VI y VII del captulo XI con un ttulo extrao la llamada Continuacin del autor? 2) No en el libro XI sino en los primeros libros trata el P. Sahagn de lo perteneciente a la idolatra de los mexicanos; en el libro XI trata de animales, de rboles, de piedras preciosas, etc., por lo mismo si hubiera querido aadir algo relativo a la idolatra, lo habra en alguno de los primeros libros cuya materia es la idolatra, principalmente en el captulo XX del libro segundo donde habla de la idolatra en algunos montes, y no en el libro XI en que trata de cosas pertenecientes a zoologa, geografa, etc. Por tanto un desconocido aadi la Continuacin, y este incgnito fue ignorante en teologa y en la lengua e historia mexicanas.

XI. De otros dos textos, uno del P. Sahagn y otro de fray Martn de Len

Se cita en la carta (nm. 18) otro texto del P. Sahagn tomado de un cdice manuscrito que existe en la Biblioteca Nacional y est rotulado Cantares de los Indios y otros opsculos. Al tratar del calendario dice: La tercera disimulacin [idoltrica] es tomada de los nombres de los dolos que all se celebraban, que los nombres con que se nombran en latn o en espaol significan lo que significaba el nombre del dolo que all adoraban antiguamente. Como en esta ciudad de Mxico, en el lugar donde est Sta. Mara de Guadalupe, se adoraba un dolo que antiguamente se llamaba Tonantzin y entindenlo por lo antiguo y no por lo nuevo. Otra disimulacin semejante a sta hay en Tlaxcala en la iglesia que llaman Sta. Ana En el nmero 22 se cita del P. fray Martn de Len en su obra intitulada Camino del

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cielo, La tercera disimulacin es tomada de los mismos nombres de los dolos que en los tales pueblos se veneraban, que los nombres con que se significan en latn o romance son los propios en significacin que significaban los nombres de estos dolos; como en la ciudad de Mxico en el cerro donde est Ntra. Sra. de Guadalupe, adoraban un dolo de una diosa que llamaban Tonantzin, que es nuestra madre y este mismo nombre dan a Ntra. Sra. y ellos siempre dicen que van a Tonantzin, y muchos de ellos lo entienden por lo antiguo y no por lo moderno de agora. Contestacin. Por la simple lectura de los dos textos se ve que lo que reprueban los autores de la idolatra que por la semejanza de los nombres se disimulara aparentando venerar una imagen como cristianos y en realidad adorando al dolo cuyo nombre era semejante al de la imagen. Es clarsimo que esto es lo que se reprueba. Dice el primer texto: Como en esta ciudad de Mxico, en el lugar donde est Sta. Mara de Guadalupe, se adoraba un dolo que antiguamente se llamaba Tonantzin, y entindenlo por lo antiguo y no por lo nuevo. Es manifiesto que se reprueba que al venerar exteriormente a la Virgen Mara lo entiendan por lo antiguo, es decir por adorar al antiguo dolo Tonantzin, pero no se reprueba que fuera por lo nuevo, es decir, por honrar realmente a Mara Madre de Dios y venerada Madre de los hombres. Dice el segundo texto: En el cerro donde est Ntra. Sra. de Guadalupe adoraban un dolo de una diosa que llamaban Tonantzin que es nuestra madre y este mismo nombre dan a Ntra. Sra., y muchos de ellos lo entienden por lo antiguo y no por lo moderno de agora. El texto es terminante. Ellos dicen que van a Tonantzin y muchos de ellos lo entienden por lo antiguo [que era adorar al dolo] y no por lo moderno de agora (que es venerar a la Virgen Mara). Esto moderno de agora no se reprueba. Qu hay en todo esto opuesto a la aparicin?

XII. Del sermn del P. fray Francisco de Bustamante y de la informacin que se hizo por causa del sermn

Los modernos impugnadores de la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe creen haber encontrado un argumento terrible contra la realidad de la misma aparicin en un sermn que el provincial de los franciscanos de Mxico fray Francisco Bustamante predic en la iglesia de S. Jos el da 8 de septiembre de 1556 sobre la Navidad de Mara Santsima y en la informacin reservada que se hizo por causa del sermn. Expone el Sr. Icazbalceta este argumento en los nmeros 30, 31, 32, 33 y 34 de su carta. Todo se reduce a que el padre Bustamante dijo que la devocin de Ntra. Sra. de Guadalupe no tena fundamento, que la imagen fue pintada por el indio Marcos, que el orador no caus escndalo por haber negado la aparicin y que el Sr. Montfar practic una informacin reservadamente acerca de lo que dijo el orador. Contestacin. Err Bustamante negando la aparicin. Qu hay de extrao en esto? Personas muy encumbradas, muy superiores a un provincial de franciscanos han errado an respecto de los dogmas de la fe. En la historia del arrianismo y del protestantismo no se encuentran multitud de personas de alta dignidad que han errado sobre puntos de fe? No tenemos que admirarnos del error de Bustamante. De lo dicho por este orador se practic informacin con reserva por el sr. Montfar, arzobispo de Mxico. La reserva lo nico que prueba es que el asunto era delicado en aquellas circunstancias. Habl Bustamante ante el virrey, la Audiencia y otros vecinos principales de la ciudad:

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contara tal vez con el beneplcito, el favor y apoyo de algunos de ellos. A los que no miraban con buenos ojos a los indios, a los que los opriman y los tenan en bajo concepto, debi haberles halagado que se hostilizara una devocin que era su consuelo en sus sufrimientos, que se negara el insigne favor con que los haba honrado la Reina del Cielo. Ya que el provincial haba hablado con tan reprensible imprudencia, convena al carcter de un arzobispo dar lugar a la prudencia: averigu la verdad con reserva; suspendi la informacin y tuvo datos seguros respecto del hecho que pudieran servirle de norma en su conducta. No se obr estrepitosamente contra Bustamante: se evit una escisin entre el arzobispo y el provincial, y acaso entre el clero secular y el regular, la cual habra sido de muy funestas consecuencias, principalmente en aquel tiempo. El provincial de los franciscanos era en aquel tiempo una persona de consideracin e importancia: fray Francisco de Bustamante aun haba sido comisario general; los franciscanos trabajaban sin descanso en la conversin de los indios; habra sido de muy funestas consecuencias una divisin entre el arzobispo y el provincial y los franciscanos de Mxico; si todos stos se adhirieran a su provincial, la divisin habra sido de todos contra el Sr. Montfar; si unos se hubieran adherido al provincial y otros no, habra habido divisin entre los mismos religiosos. La divisin podra tener trascendencia a otros puntos del pas. El P. provincial fue removido pacficamente anticipndose al captulo y enviado a Quauhnahuac a perfeccionarse en la lengua mexicana. [como atestigua Torquemada en su Monarqua Indiana]. Otra vez fue provincial en 1560; pero entonces no se sabe que haya causado alguna perturbacin. De este modo por la prudencia del Sr. Montfar se extingui la chispa que pudo haber causado una gran conflagracin; se continuaron los trabajos de la conversin de los infieles y la devocin y la creencia de la aparicin continuaron tan slidamente establecidas que al fin la fiesta de la aparicin viniera a ser con la autoridad del sumo pontfice una de las ms solemnes que celebramos en honor de la madre de Dios. Conviene el impugnador en que el orador Bustamante caus escndalo; pero dice que el escndalo no fue sino porque atacaba impetuosamente al Sr. Arzobispo, y porque en cierta manera procuraba menoscabar el culto a la Reina de los Cielos (nm. 34). Dice tambin (nm. 32): Uno de los testigos de la informacin, el dr. Salazar, acab de confirmar que la fundacin de la ermita no vena de aparicin ni de milagro alguno, pues dijo que lo que sabe es que el fundamento que esta ermita tiene desde su principio fue el ttulo de la Madre de Dios, el cual ha provocado a toda la ciudad a que tenga devocin en ir a rezar y a encomendarse a ella. De suerte que ese solo ttulo, el de la Tonantzin de que habla Sahagn, fue el que dio origen al culto. Contestacin. Es cierto en que le orador Bustamante escandaliz porque atac sin respeto al Sr. arzobispo, pero es falso que en lo relativo a la Virgen Mara slo haya escandalizado, porque genricamente procuraba menoscabar el culto a la Reina de los Cielos. No vera el impugnador el texto de las contestaciones a la pregunta 13? El testigo D. Juan Salazar dijo que oy decir a muchas personas que no les haba parecido bien lo que fray Francisco Bustamante haba dicho, por haber tocado en la devocin de Ntra. Sra. de Guadalupe. D. Francisco Salazar dijo que vio en muchas personas que recibieron escndalo con las palabras que dicho provincial dijo, y de tal manera, que todo lo que haba dicho tocante a la Natividad de nuestra Seora haba sido como si no hubiera dicho nada, por haber contradicho una devocin tan grande questa ciudad tiene. D. Alonso Snchez de Cisneros dijo que vio estar confusos la mayor parte de los que oyeron el sermn, de haber odo lo que trat tocante a la devocin de dicha ermita.

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D. Juan Messeguer dijo que habiendo predicado [Bustamante] un sermn maravilloso y divino de nuestra Seora, por mostrarse despus contra la devocin de la dicha imagen hubo grande escndalo en el auditorio que por lo que dicho Bustamante dijo contra la dicha imagen, no ha cesado la devocin, antes ha crecido ms. He aqu como escandaliz mucho Bustamante, no slo por irrespetuoso respecto del Sr. arzobispo, no slo por procurar menoscabar en cierta manera el culto a Ntra. Sra., sino expresamente por lo que dijo contra Ntra. Sra. de Guadalupe, Por qu lo calla el historigrafo? A Messeguer no se le pregunt segn el orden del interrogatorio. No vera el impugnador el memorial presentado al Sr. Montfar el da 8 de septiembre de 1556? En l encontrara que fue denunciado Bustamante porque dijo en su oracin que le pareca que la devocin que esta ciudad ha tomado en una ermita y casa de Ntra. Sra. que han intitulado de Guadalupe, es en gran perjuicio de los naturales. La misma portada de las informaciones hechas por el Sr. Montfar prueba que se trat muy de intento de lo que el orador Bustamante dijo contra Ntra. Sra. de Guadalupe. He aqu la referida portada: Informacin hecha por el Ilmo. Sr. D. fray Alonso de Montfar, arzobispo de Mxico, con motivo del sermn que en la fiesta de la Natividad de Ntra. Sra. 8 de septiembre de 1556 predic en la capilla de S. Jos de los Naturales del convento de S. Francisco de Mxico, el P. provincial de la misma orden fray Francisco de Bustamante acerca de la devocin y culto de Ntra. Sra. de Guadalupe. Es falso que el testigo Salazar acabara de confirmar que la fundacin de la ermita y el origen del culto viniera slo del ttulo Tonantzin. El testigo citado es D. Francisco Salazar, stas son sus palabras: Lo que sabe es, que el fundamento de esta ermita tiene desde su principio fue el ttulo de la Madre de Dios ha visto entrar en ella con gran devocin y a muchos de rodillas desde la puerta hasta el altar donde est la dicha imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe, y ste le parece fundamento bastante para sustentar la dicha ermita y querer quitar la tal devocin sera contra toda cristiandad. No leera el texto el impugnador de la aparicin? Si no lo ley, cmo se le excusa de la nota de negligente?; y si lo ley, por qu quiso presentar de un modo genrico la devocin a Mara Sma. cuando el testigo dice terminantemente que muchos iban de rodillas desde la puerta hasta el altar donde est la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe y que ste le parece fundamento bastante para sustentar la ermita y que querer quitar la tal devocin [la de Ntra. Sra. de Guadalupe] sera contra toda cristiandad.

XIII. Ixtlilxchitl

El impugnador presenta este escritor como uno de los que guardaron profundo silencio sobre la aparicin. Contestacin. D. Fernando Alva Ixtlilxchitl, lejos de haber guardado silencio sobre el milagro de la aparicin, antes por el contrario es autor de la traduccin parafrstica de la antigua relacin de la aparicin en lengua mexicana a la lengua espaola. As lo asegura D. Carlos de Sigenza en su obra intitulada Piedad heroyca de D. Fernando Corts; dice: Digo y juro que esta relacin hall entre los papeles de D. Fernando de Alva que tengo todos, y es la misma que afirma el Lic. Luis Becerra en su poder. El original en mexicano est de letra de Antonio Valeriano, indio, que es su verdadero autor, y al fin aadidos algunos milagros de letra de D. Fernando, tambin en mexicano. Lo que prest al Rmo. P. Florencia fue una traduccin parafrstica que de uno y otro hizo D. Fernando y tambin est de su letra".

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Beristin da la noticia de otro escritor hijo de D. Fernando Alva Ixtlilxchitl cuyo nombre es Bartolom, el cual escribi algunas obras que no tienen relacin con la aparicin. Si de este segundo habla el impugnador, la fidelidad histrica exiga que no enunciara con la sola palabra Ixtlilxchitl a quien guardara silencio sobre la aparicin, sino que deba haber dicho que la voz autorizada del clebre anticuario D. Fernando Alva Ixtlilxchitl es una de las que resuenan en el profundo silencio en que considera sumergido el siglo que se sigui a la aparicin.

XIV. De otros autores

Dominado el impugnador de la aparicin por el grande concepto que tiene del argumento negativo, es en verdad sorprendente por cuntas partes mira aparecer con toda fuerza ese argumento. Si algunos autores como fray Luis de Cisneros no mencionan a Ntra. Sra. de Guadalupe en el captulo de su historia de Ntra. Sra. de los Remedios en que trata de que las imgenes de devocin tienen principios ocultos y milagrosos, siendo as que Ntra. Sra. de Guadalupe no tiene principio oculto, y que no prueba el impugnador que Cisneros haga en ese captulo el catlogo de todas las imgenes milagrosas, ya no hay aparicin. Si el mismo autor o cualquiera habla con grande elogio del templo e imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe, y de su esplndido culto y no dice la palabra aparecida, no hay aparicin, no obstante que slo la aparicin puede explicar ese culto extraordinariamente esplndido, y que es muy comn que hablemos con grande elogio de imgenes muy venerables sin referir su origen. Si los Concilios mexicanos que no son historias, sino colecciones de leyes, no nombran la aparicin, no la hubo. Si el Sr. Garcs escribiendo al sumo pontfice y hablando de la docilidad de los indios para recibir y observar la religin y refiriendo dos o tres casos prodigiosos, no refiri la aparicin, no la hubo. Si Torquemada, no obstante que no tenemos ntegra su obra, aunque hable de Ntra. Sra. de Guadalupe, no dice la palabra aparecida, no hay aparicin. Si Mendieta, que escriba bajo la influencia del amor y respeto a su religin y a sus prelados, no habla del suceso que sirvi de materia a uno de ellos, a fray Francisco de Bustamante, para causar gravsimo escndalo y por lo cual sufri grande pesar, no hay aparicin. Si un comisario franciscano, fray Alonso Ponce, pasa de largo por Tepeycatl,y no entra al templo de Ntra. Sra. de Guadalupe, no hay aparicin; siendo as que es muy frecuente que los catlicos pasen de largo por frente de los templos en que est expuesto el Smo. Sacramento, sin que de esto se infiera que no creen en la Eucarista. Si un predicador, fray Juan de Zepeda, dice un sermn de la Natividad de Mara Sma. y no habla de la aparicin, no la hubo. Por dondequiera se le presenta el argumento negativo al impugnador de la aparicin; y

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forma un catlogo de los autores que asegura que no hablaron de este prodigio; pero nada prueba mientras no demuestre que se ha cumplido la condicin que l mismo dijo que era indispensable para que el argumento negativo tenga fuerza, y es que el silencio sea universal; y dista tanto de probar que en el presente caso se haya realizado esta condicin, que como despus veremos, se vio obligado a reconocer que hubo testimonios claros e indudables de la aparicin durante el siglo que considera del silencio. Y adems deba hacer ver que no hubo causas que influyeran en el silencio de algunos autores.

XV. De las causas a que debe atribuirse el silencio de varios autores respecto de la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe

En lo que se ha dicho anteriormente quedan indicadas unas causas muy poderosas que influyeron en el silencio de varios autores respecto del suceso de la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe. Ya vimos la gravsima imprudencia que cometi el provincial fray Francisco Bustamante que neg la aparicin; vimos igualmente cmo la conducta prudente del Sr. Montfar contuvo en su principio un mal que habra tomado proporciones enormes. Era necesario no perturbar la armona de los religiosos entre s y con los prelados y cleros seculares. Por lo mismo, ya que se evitara la diferencia que Bustamante iba a suscitar entre un arzobispo y un provincial, es decir, entre dos personas de muy alta importancia, no deba darse motivo para que de nuevo se moviera la cuestin. Es muy obvio entender que al provincial lo seguira un nmero mayor o menor de sus sbditos, y esto poda ser el principio de la pugna con el ordinario y con el clero secular. La divisin habra sido trascendental a otros puntos del pas. Por una y otra parte habra habido personas de poderosa influencia del estado secular, que favoreceran a un partido y hostilizaran al otro. Todo vendra a ceder en detrimento de la religin, en desconcepto de sus ministros y en ruina de la grande empresa de la conversin de los infieles y del buen gobierno de los convertidos. He aqu la explicacin del recato que debi observarse. Si convena guardar silencio sobre la falta de Bustamante, igualmente convena guardarlo sobre lo que haba ocasionado o se refera a aquella falta. Hablar en los escritos de la aparicin era herir la susceptibilidad de los religiosos celosos del honor de sus prelados, dar motivo para que se formaran partidos exaltados con perjuicio de la caridad y del mismo culto de la Sma. Virgen. Que de este modo se explica el silencio de varios autores sobre la aparicin lo manifiesta claramente el hecho de que de la misma manera se explica el silencio de los autores sobre la cuestin de Bustamante. Este otro silencio es tan cauteloso que al leer la biografa del referido provincial en alguno de los religiosos que la escribieron, no se concibe sospecha de lo que sucedi. Dice v.g., Torquemada que fray Francisco Bustamante fue hombre prudentsimo y de gran gobierno. Quin pudiera sospechar que un hombre prudentsimo incurriera en tan enorme imprudencia como la del mismo Bustamante en su sermn? Pues la misma razn que haba para no hablar de la imprudencia de Bustamante, la haba tambin para callar respecto de lo que le haba servido de materia para su falta. Evitar divisiones no se opone a los fines de la Divina Providencia, y lo estamos viendo en el presente, porque estamos presenciando el culto grandioso de Ntra. Sra. de Guadalupe, no obstante el silencio de varios escritores antiguos sobre la aparicin.

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Para que el Sr. Icazbalceta hubiera descubierto la nulidad del argumento negativo que hace contra la aparicin, le habra bastado compararlo con el argumento negativo de mucha mayor fuerza que se puede hacer contra la realidad de la desacertada predicacin del orador Bustamante. El argumento negativo contra la realidad de esta predicacin es de mucho mayor fuerza que el que pudo hacer contra la verdad de la aparicin; contra esta verdad opone el impugnador un siglo que l considera de silencio; y contra la realidad de la predicacin de Bustamante hubo tres siglos de silencio. Respecto del silencio que se dice de un siglo, el mismo que lo alega se ve obligado a confesar que no fue universal; este de tres siglos parece que lo fue. Sin embargo, el Sr. Icazbalceta no se rinde ante el silencio no interrumpido de tres siglos, y tiene por real la predicacin de Bustamante; por lo mismo no tiene razn para exigir que atendamos a su argumento negativo de un silencio nada universal a que l da la duracin de un siglo. Pronto veremos cunto ruido hubo durante ese decantado silencio de un siglo. En el proemio de la segunda edicin de la Monarqua indiana de Torquemada, impresa en 1723, vemos hasta donde se extenda la exigencia del recato. Dice el editor No tuve por conveniente pedir licencia para estampar lo que se hallaba borrado del original, aunque ya pareca cesaban las causas del recato, y asegura que tuvo desplacer en omitir todo el captulo primero del libro segundo que estaba borrado y lo consideraba interesante; y para que el libro segundo no careciera de captulo primero, al segundo lo hizo primero, al tercero lo hizo segundo y as sucesivamente. Este hecho manifiesta claramente cmo se podan desfigurar y mutilar las obras en aquellos tiempos, habiendo una absoluta libertad de suprimir todo lo que pudiera lastimar las susceptibilidades, o que pudiera ocasionar temores fundados o infundados de tener que sufrir molestias u otros inconvenientes. Y si se borraba lo que haba de permanecer en un manuscrito sepultado en una biblioteca, es evidente que mucho menos se habra permitido que saliera a luz pblica por la prensa o que no quera conservarse ni aun en lo domstico; y si en las obras ya perfectas se haban supresiones, no podemos dudar que a los escritores debe habrseles hecho entender que no tocaran estos o aquellos puntos sobre que deba guardarse recato; y aun cuando no se les hiciera intimacin, ellos mismos, los escritores, debieron ser muy precavidos, porque a todo autor le es muy molesto que su obra sea trucada o desfigurada despus que con grande trabajo la dio por perfecta. Sin embargo, stas son las obras que si no refirieron la aparicin, cree el historiador que la impugna, que le suministran un argumento invencible contra la realidad del prodigio. Es evidente que verificada la predicacin imprudentsima del orador Bustamante, uno de los puntos que no habran de tocar los escritores franciscanos era el de la aparicin, porque referirla equivala a reprochar la conducta de aquel prelado. Los otros religiosos tenan que guardar armona con los franciscanos y tambin el clero secular no deba dar ocasin a que se perturbara la misma armona que tambin l deba guardar con los regulares. Considerando estas circunstancias, qu argumento puede dar contra la realidad de un hecho el que no hablen de l los que no pueden hablar? Otra causa que explica la reserva de algunos escritores en lo relativo a la aparicin, se tiene en lo delicado que eran en aquellos tiempos las relaciones entre los vencedores y los vencidos. El patriotismo de los espaoles ha sido sobremanera exaltado y a la exaltacin del patriotismo se aada la viveza de su sentimiento religioso nacional. La patria y la religin, stos eran los objetos que dominaban absolutamente en el corazn del espaol. Si se hubiera querido lastimar a un espaol, bastara haberle dicho que su patria en religiosidad, en valor, en proezas, en ciencia era inferior a otro pueblo.

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Qu habra sentido el alma del espaol si se le hubiera dicho que el pueblo que acababa de conquistar haba recibido del cielo un beneficio mayor que otro de que se gloriara su patria? No era necesario decirle tanto: que se le indicara que con distinguido favor se hubieran igualado ante la Virgen Mara y ante Dios el indio vencido y el espaol vencedor, qu sentira entonces el vencedor? Slo quien no conozca el corazn humano podr creer que inculcar esta idea habra sido favorable a los aborgenes mexicanos. Al enunciarla se causara desagrado, se exaltara la altivez propia del vencedor. Cmo, dira ste, cmo es posible creer que ante Dios ya se igualaron la heroicamente catlica Espaa y este pueblo que ayer empez a dejar la idolatra? De este modo se habra dificultado la defensa y proteccin de los indios, en cuya causa entendan los sacerdotes catlicos con celo ardoroso, pero prudente. No sera un proceder sensato querer exaltar de tal manera a los vencidos que ofendidos los vencedores se hiciera peor la condicin de aqullos. Lase en Torquemada, en la vida del Sr. Zumrraga, la persecucin que sufrieron al principio los defensores de los indios, siendo difamados ante el emperador y el Consejo de Indias e interceptndose las cartas que diriga a Espaa el Sr. Zumrraga, hasta que unas fueron llevadas secretamente, siendo autores de la persecucin los hombres poderosos. Cambiadas las autoridades no hubo de cesar luego la mala disposicin de muchos particulares contra los indios: no se mudan tan fcilmente las voluntades, y la persecucin social suele ser ms terrible que la oficial. Crey el Sr. Icazbalceta que habra producido buen efecto en aquellas circunstancias proclamar: El indio ha sido exaltado por la Reina del Cielo tanto o ms que el espaol, pero la experiencia ensea que engrandecer sobremanera a la persona que se reputa vil ante el mismo que la menosprecia, es acrecentar en ste su perversa disposicin. Deba obrarse con mucha prudencia, y as el Sr. Montfar consigui aumentar notablemente la devocin de los espaoles a Ntra. Sra. de Guadalupe; y hasta qu punto haya llegado en la misma Espaa el esplendor de su culto, lo manifiesta la celebrrima Congregacin de Madrid.

XVI. La historia de la aparicin parece inverosmil al impugnador

La historia de la aparicin se presenta inadmisible al impugnador an por la eleccin de la misma persona del enviado que escogi la Madre del Seor para hacer saber su voluntad al prelado mexicano. Juan Diego, nos dice, tena una ignorancia absoluta de la religin, creyendo que tomando distinto camino del que antes haba seguido podra no ser visto por la Sma. Virgen que consideraba esperndolo en Tepeycatl; hizo una exclamacin gentlica cuando habiendo odo la primera vez el admirable concierto de las aves en el cerro, dijo: Por ventura he sido transportado al paraso de los deleites que llaman nuestros mayores, origen de nuestra carne, jardn de flores o tierra celestial oculta a los ojos de los hombres?. Se refiere que iba a llevar a un sacerdote que administrara a su to gravemente enfermo los sacramentos de la penitencia y la extremauncin, siendo as que entonces no se administraba el segundo. En fin, quisiera saber el adversario qu familiares tendra el Sr. Zumrraga el ao de 1531 y cmo era difcil que un indio hablara a un prelado que siempre andaba entre los indios. Contestacin. Tengamos paciencia y calmemos los escrpulos del historigrafo.

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Nadie ha negado que Juan Diego era inculto. En un nefito sencillo y de pocos conocimientos no es extraa la idea de querer no ser visto de la Virgen Mara cambiando el camino. La exclamacin que parece gentlica al historigrafo, tiene sentido cristiano. Juan Diego debi haber sabido por las explicaciones religiosas la existencia del paraso, el cual fue un jardn amensimo donde estuvieron nuestros primeros padres antes de pecar, y esto se dijo del paraso antiguamente, en el libro primero de la Sagrada Escritura lo encontrara el adversario. No deba ignorar el historigrafo, que, sindolo, debi conocer la lengua mexicana, que el texto mexicano no dice que se trata de que se administraran a Juan Bernardino los dos sacramentos de la penitencia y la extremauncin. El texto mexicano es claro y terminante: dijo este indio a Juan Diego que llamara un sacerdote inic mohuicz quimoyolcuitilitiuh ihuan quimo cencahuilitiuh, que a la letra dice: para que venga a confesar y a aparejar, es decir, a disponer para bien morir. El historigrafo debi conocer la lengua mexicana y no omitir los textos de esa lengua al tratar de este hecho de historia. Disponer para bien morir expresa una idea en la cual nada se incluye de que se administre o no la extremauncin. En lo relativo a que el Sr. Zumrraga tuviera o no familiares a quienes hablara Juan Diego, tambin deba haber consultado el historigrafo los textos mexicanos. Respecto a la primera vez que fue Juan Diego a hablarle al Sr. Zumrraga, dice el texto: Quintlatlauhtia initetlayecolticahuan initlannencahuan, etc. El nombre telayocoltiani significa servidor, el nombre nencauh, significa criado. Por qu no consultara el diccionario mexicano el historigrafo? Por qu no leera el texto? Respecto de la ltima vez que fue Juan Diego a hablarle al Sr. Zumrraga, as dice el texto mexicano: connamiquito ini calpixcau ihuan occequin itlan nencahuan intlatoca Teopixqui, etc. La versin literal es: Dice al que cuidaba la casa y a los otros criados del seor sacerdote, etc. El historigrafo debi haber ledo el texto mexicano, porque cuando se trata de hechos antiguos, deben consultarse los datos ms antiguos que se tengan. Pero no consultar esos datos es uno de sus defectos. Ya vimos que el nombre nencauh significa criado. Respecto del nombre calpixqui, dice el diccionario que significa mayordomo; y el historigrafo debi saber analizar los nombres compuestos mexicanos. El nombre calpixqui se compone de calli que significa casa, perdiendo la amisible, y de pixqui, verbal del verbo pia, que significa guardar, y as calpixqui significa el guardador de la casa, que corresponde al espaol mayordomo. As es que segn el texto mexicano Juan Diego hablaba al mayordomo y sirvientes del Sr. Zumrraga. Algunos ha de haber tenido aquel prelado, a no ser que queramos suponer que viviera solo y que no obstante la multitud de sus gravsimas ocupaciones, no tuviera algunas personas que cuidaran de lo domstico. En qu qued el argumento que con cierto aire de triunfo hizo el impugnador de la aparicin diciendo: Quisiera yo saber qu familiares tena el Sr. Zumrraga en 1531. Crey el adversario que la historia de la aparicin presenta al Sr. Zumrraga como un hombre ligero que crey fcilmente a un indio que para probarle que era enviado de la Madre de Dios, le llevo unas flores y una imagen, y no averigu de dnde se haban tomado aquellas flores ni de dnde se traera aquella imagen. As raciocinia el

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adversario; pero atendiendo a la misma historia de la aparicin se patentiza que el prelado procedi con la delicada prudencia que exiga la gravedad del caso. La primera vez que le habl Juan Diego le respondi con afabilidad, pero de tal modo que el indio perdi la esperanza de ser odo, atribuyndolo a que l era una persona insignificante en la sociedad. Se le mand que volviera a manifestar la voluntad de la Santsima Virgen: entonces el Sr. Zumrraga le hizo muchas preguntas e investig, y por las respuestas del indio pareca que realmente haba visto a la Reina del Cielo. Ya se entiende que el prelado investig cuanto crey necesario. Sin embargo todava no dio crdito, y dijo al indio que en aquel asunto no haba de proceder slo por su palabra, que se necesitaba una seal para creer que lo enviaba la Reina del Cielo. Juan Diego le respondi Mirad, seor, cul ser la seal que me peds; luego ir a pedirla a la Reina del Cielo que me envi. Viendo el seor obispo que no vacil, sino que habl con tanta seguridad, envi personas que lo siguieran y observaran a dnde iba, a quin vea y con quin hablaba. Cumplen los enviados este precepto; ms al llegar Juan Diego al Tepeycatl, no les fue posible verlo, por lo cual vuelven indignados tratndolo de engaador. El da 12 vuelve Juan Diego con las flores. Como las personas de la casa episcopal estaban en disgusto, no le atendan; pero notando que algo llevaba en su capa, descubrieron, y viendo que eran flores muy hermosas, quisieron tomarlas, ms al acercar la mano nada pudieron tomar, las flores que a la vista eran reales, al tacto eran como pintadas o tejidas en el lienzo. Dicen al seor obispo lo que les haba acontecido, lo cual no poda ser un fenmeno natural; manda el prelado que entre Juan Diego; despliega ste su capa, caen las flores y se deja ver la imagen de Mara Santsima de Guadalupe y postrado el prelado la venera. En dnde est la ligereza del seor Zumrraga? Despus de haber examinado al indio a su satisfaccin; despus de haberlo odo que sin vacilacin y con toda seguridad promete ir luego a pedir a la Reina del Cielo cualquiera seal que el prelado exigiera; despus del inslito acontecimiento de ser como pintadas o tejidas en un lienzo las flores que al verlas y al caer son verdaderas, todava se le critica porque vener la imagen. An hay ms, el seor Zumrraga envi personas que no slo vieran el sitio que el indio indicara para levantar un templo, sino que tambin fueran a la casa de Juan Bernardino y averiguaran lo relativo a su grave enfermedad y a su curacin milagrosa, lo cual encontraron ser cierto. Este prodigio confirm ms los anteriores. De este modo autoriza Dios a las personas que elige para hacer saber su voluntad. Que no obstante que el Sr. Zumrraga fuera muy accesible a los indios, los domsticos le hubieran puesto dificultad a Juan Diego para que le hablara, nada tiene de extrao; todava se observa que los domsticos de persona de elevada posicin y caritativa, suelen recibir mal a los pobres que acuden a quien los trata con paternal cario, principalmente si por la frecuencia con que acuden a hablar con quien los favorece, se enfadan los que realmente nada valen en aquella casa.

XVII. De la impugnacin que el adversario de la aparicin pretende hacer contra los fundamentos histricos, cientficos y artsticos con que se ha defendido la realidad de este prodigio

Como el impugnador de la aparicin reconoci (nm. 10) que una de las condiciones que debe tener el argumento negativo para impugnar un hecho histrico antiguo es que

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el silencio de los autores que debieran referirlo sea universal, l mismo se coloc en la imprescindible necesidad de hacer que enmudezcan las voces que constantemente han turbado el silencio de un siglo que asegura que existi respecto de la aparicin. Veamos si lo consigue.

XVIII. Del himno de D. Francisco Plcido

El adversario de la aparicin niega la autenticidad del himno que D. Francisco Plcido cant en el mismo da en que con solemne procesin fue trasladada la sagrada imagen de la casa episcopal a su templo en Tepeycatl, y niega la autenticidad de este himno porque no admite que se haya verificado esa procesin, y porque el P. Florencia no imprimi ese himno y de l slo nos consta por noticias de segunda mano y extractos nada seguros (nm 44 de la carta). Y antes haba dicho (nm. 12): Es necesario decir para de una vez que todas esas construcciones de ermitas y traslaciones de la imagen no tienen fundamento alguno histrico. Contestacin. Que fue una realidad la procesin solemnsima con que fue trasladada la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe de la casa episcopal de Mxico a su primer templo qued demostrado con todo el rigor que pudiera desear el ms exigente historigrafo o jurisconsulto en las informaciones de 1666. Lo aseguraron testigos juramentados. Para negar lo que afirmaron es necesario llamarlos perjuros. Si los dichos de testigos que afirman con juramento no fueran un medio de conocer la verdad, debiramos reprobar las leyes de las naciones cultas, lo cual sera absurdo. Es conveniente citar algunos testimonios. D. Marcos Pacheco asegur haber odo referir la ereccin de la primera iglesia, y que a la dedicacin de ella y colocacin de la santa imagen se haban convocado y convidado todos los pueblos de la comarca de Mxico. D. Martn de S. Luis, D. Juan Surez y D. Diego Monroy, aseguraron haber sabido de personas fidedignas sin variedad ni duda el milagro de la aparicin y la traslacin de la imagen por el Sr. Zumrraga a la ermita que le fabric. En la relacin de la aparicin que tuvo el P. Florencia, se refiere la procesin de la traslacin de la sagrada imagen con estas palabras: Iban por retaguardia los muy ejemplares y serficos padres de nuestro glorioso serfico Francisco, llevando todos revestidos en hombros a la soberana imagen de Mara de Guadalupe. Muy fcil sera presentar ms autoridades; pero es intil respecto de un hecho tan notorio como es que la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe fue trasladada con muy solemne procesin desde Mxico hasta su primer templo en Tepeycatl. Consta pues que fue una realidad la ocasin en que se cant el himno de D. Francisco Plcido. La autenticidad del himno no se puede negar, porque consta con verdadera certidumbre histrica por el testimonio de testigos irreprochables en su moralidad y muy respetables por su instruccin. Estos testigos son el P. Florencia y D. Carlos Sigenza, como se manifiesta por lo que de este mismo himno dice el P. Florencia en estas palabras: D. Carlos Sigenza, hallndolo entre los escritos de un D. Domingo de S. Antn Mun Chimalpain, lo guardaba como un tesoro, y para ilustrar esta historia me lo dio. Tres cosas asegura Florencia: que l mismo tena el himno; que lo tena D. Carlos Sigenza y que lo tuvo Chimalpain. Si estas tres aserciones de Florencia hubieran sido tres insignes falsedades, luego Sigenza las habra desmentido, supuesto que fue censor

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de la obra. Por tanto tenemos a favor de la existencia del himno de D. Francisco Plcido la autoridad del P. Florencia, que lo tuvo en sus manos, la de D. Carlos Sigenza, insigne anticuario que lo guardaba como un tesoro y lo pas a Florencia para que se sirviera de l en su historia. Se aade a estos dos testigos al anticuario D. Domingo Chimalpain que conservaba este himno. Es intil notar que escritores posteriores reconocen la realidad de este himno. Hacen mrito de l, Boturini, Cabrera Quintero, Alcocer, Uribe, Beristin, etc., que sin fundamento llamaramos faltos de crtica. Queda por lo mismo establecido que en el mismo principio del siglo que el impugnador de la aparicin llama del silencio, reson pblicamente una voz proclamando ese singular favor del cielo. No creeramos si no lo viramos (nm. 12 de la carta), que un historigrafo asentara con toda seguridad que todas las construcciones de ermitas (de Ntra. Sra. de Guadalupe) y traslaciones de la imagen no tiene fundamento alguno histrico. Que existi la primera ermita lo testifican todas las autoridades antes citadas a favor de la traslacin de la imagen de Mxico a su primer templo; lo asegura el virrey Enrquez, como antes se vio; lo asegura el historigrafo impugnador en el nm. 68 de su carta; lo reconoce Muoz en su Memoria, diciendo que el Sr. Montfar que vino en 1554 encontr muy difundida la devocin a la Virgen de Guadalupe venerada en una ermitilla, y todos lo admiten. Mas si existi esa ermita es evidente que fue construida. Que se construy otra iglesia lo confiesa el mismo Muoz, que despus de las palabras citadas, contina diciendo que a la ermita de Ntra. Sra. de Guadalupe acuda la piedad de los fieles con tales limosnas que le sufragaron para costear una decente iglesia; y lo testifica el virrey Enrquez diciendo: y el principio que tuvo la iglesia que agora est hecha, lo que comnmente se entiende es que el ao de 1555 a 56 estaba una ermitilla en la cual estaba la imagen que agora est en la iglesia. Aqu tenemos dos construcciones de dos templos y que en los dos estuvo la imagen que por lo mismo ya tena dos traslaciones: 1) de Mxico al primer templo; 2) del primer templo al segundo. Fray Luis de Cisneros en su Historia de Ntra. Sra. de los Remedios impresa en 1621 dice de Ntra. Sra. de Guadalupe: A quien van haciendo una insigne iglesia que por orden y cuidado del arzobispo est en muy buen punto. En la serie de los arzobispos de Mxico se dice del Sr. Prez de la Serna que bendijo esta iglesia que se dedic a la imagen portentosa de Ntra. Sra. de Guadalupe en el ao de 1622 y la coloc solemnemente en su tabernculo de plata. Tenemos otra construccin de iglesia y otra traslacin de la imagen. Del siguiente arzobispo se dice en la serie citada: Repar la iglesia de Ntra. Sra. de Guadalupe y restituy a ella la sagrada imagen desde la catedral donde haba estado a fin de que los fieles implorasen el auxilio de tan benigna Madre. Estuvo en Mxico desde 1629 hasta 1634 cuando sucedi una terrible inundacin. Del sr. Aguiar y Seijas se dice en la serie citada: Puso la primera piedra para el magnfico templo en que hoy se venera la aparecida milagrosa imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe en 26 de marzo de 1695. No es necesario seguir adelante. Cmo dijo el historigrafo impugnador de la aparicin que no tienen fundamento histrico las construcciones de iglesias y las traslaciones de la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe?

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XIX. De la antiqusima relacin de la aparicin en lengua mexicana

Terminantemente admite el nuevo impugnador de la aparicin, que existi una antiqusima relacin de la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe en lengua mexicana; dice (nm. 43): Ya que Sigenza jura que tuvo una relacin de letra de D. Antonio Valeriano no pondr duda en ello. No asegura que haya sido Valeriano el autor de esa relacin: la escribi l u otro, dice en el nm. 68. igualmente reconoce que es tanta la antigedad de esta relacin, que la hace remontar (nm. 68) hasta un tiempo cercano al ao de 1555 o 1556 que es la poca que fija (nm. 68) para que se haya empezado a hablar de la aparicin. Confiesa en el nm. 68 que en esa relacin se tiene como verdadera la aparicin pero no cree que su autor haya intentado hacer pasar por verdaderas algunas circunstancias que conforme a la costumbre de los autores dramticos, introdujo para dar forma y animacin a la pieza, la cual mira elaborada con contextura dramtica, para complacer a los indios que eran muy aficionados a las representaciones de misterios. Dice tambin (nm. 68) que sta sera la pieza o relacin mexicana que vio el p. Miguel Snchez y que ste en el libro impreso en 1648 dio por verdadero todo lo que all encontr, an aquello que cree que el autor mexicano introdujo slo con verdad relativa, para amenizar y dar inters a la pieza. Este es el juicio del Sr. Icazbalceta sobre la antiqusima relacin mexicana de la aparicin; pero dice (nm. 43) que esa relacin no existe ni se ha publicado jams; y como tenemos una relacin mexicana de la aparicin impresa por Lasso de la Vega en 1649, rehsa creer (nm. 51) que sta sea la antigua, sino que la considera compuesta por el mismo Lasso de la Vega: Inflamada-dice (nm. 51) la devocin de Lasso con el relato de Snchez, quiso divulgarlo entre los indios, y para ello lo abrevi y puso en lengua mexicana. Eso es todo. Tenemos en todo esto confesiones muy importantes: 1) Que existi la relacin de la aparicin en lengua mexicana. 2) Que esta relacin es antiqusima 3) Que tiene por base la aparicin 4) Que el p. Miguel Snchez no fue inventor de la historia de la aparicin, sino que hubo un documento antiqusimo donde pudo haberla ledo. El impugnador de la aparicin se ha impugnado a s mismo. Todava insistir en que respecto de la aparicin hubo un siglo de silencio? Por qu no impuso silencio a esa voz que oy resonar desde un tiempo cercano al ao de 1556? Ya no sera necesario decir ms sobre este punto si no se ofreciera hacer una rectificacin importante. No debe admitirse que en la relacin mexicana de la aparicin se encuentren cosas en que slo haya verdad relativa que se concede a los poetas porque esa relacin no es un drama, sino una historia: historia grandiosa cuyo asunto presenta materia para un drama sobremanera interesante, pero no tiene ese carcter; refiere los hechos con sencillez histrica, y todos los que presenta se encuentran ordenados con relaciones necesarias o muy convenientes para el fin a que diriga la misin del nefito. Si le habl la Reina del Cielo haba de dejarse ver con una grandeza que diera idea de su dignidad: la historia debi describir esa magnificencia; en las palabras de la Virgen Mara se nota dignidad y amor; en las que le dirige Juan Diego

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hay sumo respeto. As deba ser. La primera vez que Juan Diego habla al Sr. Zumrraga de su misin, aparece que no le da crdito; as lo exiga la prudencia; vuelve segunda vez y entonces el prelado examina diligentemente al indio; pero para proceder con toda seguridad le manda que pida a la Virgen Mara una seal de que realmente es su enviado, y adems manda a algunas personas que observan a dnde se dirige Juan Diego, con quin habla, etc.; era muy puesto en razn que hiciera todo esto. Cuando lleva Juan Diego las flores se excita la curiosidad de los domsticos del Sr. Zumrraga y quieren tomarlas; es claro que Dios haba de evitar que las tomaran y por esto al llegar la mano eran como pintadas o tejidas en el lienzo; la curacin milagrosa de Juan Bernardino vena a confirmar ms la verdad de la aparicin. He aqu una historia completa en que nada falta y nada es sobreaadido. La inventiva de la imaginacin ms de una vez habra tenido lugar; sin embargo la narracin tiene la sencillez propia de la historia; lo interesante, lo conmovedor est en la misma naturaleza del asunto. En la pretensin de que la relacin mexicana de la aparicin impresa por Lasso de la Vega no es la antigua, sino otra que el mismo Lasso compuso, no hace otra cosa el impugnador sino duplicar el documento, poniendo en peor estado la mala causa que defiende. No le admitiremos esa duplicacin gratuita que para nada la necesita la defensa de la verdad. Entretanto tenemos dos voces que interrumpen el profundo silencio de un siglo en que esperaba dormir tranquilo el historigrafo impugnador de la aparicin.

XX. De la versin espaola parafrsica de la antiqusima relacin mexicana de la aparicin

En el nm. 50 de la carta nos habla el impugnador de la versin parafrsica espaola que hizo D. Fernando de Alva Ixtlilxchitl de la antigua relacin mexicana de la aparicin. No puede negar la realidad de este respetabilsimo documento. He aqu otra voz que no pudo dejar de or el adversario de la aparicin; pero cree debilitar su fuerza de demostrar diciendo que como no se trata sino de una versin de la relacin antigua ya existente, no se tiene un documento distinto del anterior. Este modo de raciocinar importa un error en la filosofa de la historia, y es creer que la multiplicacin de las autoridades histricas est slo en la multiplicacin material de los escritos de diversos autores, y no primaria y principalmente en la multiplicacin de los testigos. El escritor no vale por el papel, ni por la tinta, ni por la figura material de las letras, sino porque manifiesta su modo de pensar. Por lo mismo si D. Antonio Valeriano es una autoridad histrica escribiendo la relacin de la aparicin en mexicano, D. Fernando Ixtlilxchitl, conformndose y parafraseando en espaol esta relacin, y an aumentndola en lo tocante a relacin de milagros, es otra autoridad histrica. Que as lo hizo lo testifica Sigenza. Tenemos, pues, dos autoridades histricas respetables y tenemos derecho para contar como dos testimonios histricos, la relacin antigua mexicana de la aparicin y su parfrasis espaola. Otra voz molesta al historigrafo.

XXI. De las razones que se tienen para creer que ha habido por lo menos otra antigua relacin de la aparicin

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El adversario de la aparicin proponindose en el nm. 42 refutar al Sr. Tornel que presenta como probable la existencia de otra relacin antigua de la aparicin, se avanza a decir absolutamente que de esa relacin ms valiera decir con franqueza que nunca la hubo. Y cul es el fundamento de una asercin tan terminante y atrevida? El nico fundamento es que hay variedad entre los autores acerca de quin sea individualmente el autor de esta otra relacin. Es muy extrao que un historigrafo niegue absolutamente la existencia de una obra slo porque no es cierta la persona del autor, aunque haya fundamento que apoye la realidad de la obra. Cuntas obras hay de que no se duda, y sin embargo no se tiene certidumbre de sus autores? Es gratuita por lo mismo la negacin del impugnador. El P. Florencia da por autor de esta narracin a un franciscano y lo prueba por el mismo lenguaje de la referida narracin, que slo puede usarlo un franciscano. Describiendo la relacin de la procesin con que fue trasladada la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe de Mxico a su primer templo, dice que iban los padres de nuestro glorioso y serfico Francisco, hablando de Juan Diego; dice que guard castidad a persuasin de la alabanza de ella que en cierta pltica oy de un santo religioso de nuestra orden de S. Francisco, llamado fray Toribio Motolina; ms slo un franciscano puede llamar a una persona religioso de nuestra orden de S. Francisco. Del Sr. Zumrraga dice era de la orden de nuestro padre S. Francisco. Todo esto manifiesta que en esa relacin escribi la pluma de un franciscano. Quin fue? La historia seala o al p. Mendieta o al P. fray Francisco Gmez. Mas si en aquella relacin se tiene no una sino repetidas veces el lenguaje de un franciscano, en la relacin mexicana impresa que conservamos se tiene repetidas veces el lenguaje de quien no es franciscano. He aqu a la letra los textos mexicanos y su traduccin: Hablando de la primera vez que Juan Diego habl al seor Zumrraga dice de este prelado: itocatzin catca D. fray Francisco de Zumrraga S. Francisco Teopixqui. Traduccin: su nombre era D. fray Francisco de Zumrraga, sacerdote de San Francisco. Refiriendo el segundo milagro dice: (texto mexicano): in Itlaohuan totecuillo S. Francisco Teopixqui. Traduccin: los amados sacerdotes de Nuestro Seor San Francisco. Refirindose al duodcimo milagro dice (texto mexicano): co Francisco Teopixcatzintli. Traduccin: un venerable sacerdote de S. Francisco. Refiriendo el decimocuarto milagro dice (texto mexicano): in Francisco Teopixqui. Traduccin: los sacerdotes de S. Francisco. Tres veces habla de este modo. Hablando de la castidad de Juan Diego dice de l y su consorte (texto mexicano): ceppaquicacque in itemachtiltzin fray Toribio Motolinia ceme in matlactin ommomen S. Francisco Teopixqui yancuican maxitico.

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Traduccin: una vez oyeron la enseanza respetable de fray Toribio Motolina, uno de los doce sacerdotes de S. Francisco que vinieron recientemente. Este lenguaje no es de un franciscano. Comparemos tambin la narracin de la procesin de las dos relaciones. La impresa por Lasso de la Vega dice: Texto mexicano: Cahuel mohueychinh in tlayahualoliztli ic quimohuiquilique cenquizque in ixquichtin Teopixqui catca ihuan in nepapan caxtilteca in ye inmac catca altepetl, ni iuhan in ixquichtin Tlatoque Pipiltin Mexica. Traduccin: se hizo la grande procesin con que la llevaron todos los sacerdotes que haba y varios castellanos que ya estaban en la ciudad y tambin los seores nobles mexicanos, etctera. Comparemos esta narracin con la que refiere Florencia que se lea en la relacin que tuvo en su poder que dice as: Iban por retaguardia los muy ejemplares y serficos padres de nuestro glorioso serfico Francisco, llevando todos revestidos en hombros a la soberana imagen de Mara de Guadalupe. Se ve que aunque se hable del mismo asunto, o se refiere del mismo modo; lo cual manifiesta que han sido dos los autores que refirieron el mismo suceso de dos modos distintos. De aqu resulta ms que probable que hubo por lo menos dos autores que escribieron en mexicano respecto de la aparicin. Hablando el P. Florencia de la antigedad de la relacin de la aparicin que le comunic D. Carlos Sigenza y que se deca trasladada de unos papeles muy antiguos, dice: Por el deslustre del papel y lo amotignado de la tinta se est conociendo que el traslado es muy antiguo, que a mi entender ha ms de setenta u ochenta ms que lo traslad; porque no estando deslustrado, como no est de manoseado, sino de antiguo, es sin duda, que la causa es los muchos aos que ha que se escribi. Y si el traslado tiene tantos de edad, llamando a los papeles de que se copi muy antiguos, qu aos tendran stos?. Habla despus el impugnador (nm. 50) de los papeles en que fund su historia el P. Miguel Snchez; pero no admite que prueben porque Snchez no dijo qu papeles fueron los que hall y dnde. sta es la razn? Acaso porque Snchez no expres todo lo que desea el exigente historigrafo es nulo su testamento? Es bien sabido que estudiando la historia se hace uso de los testimonios que han dado los escritores, y no se desechan porque no hayan dicho todo lo que deseramos. Dan testimonio de documentos antiguos relativos a la aparicin el P. Florencia citando el testimonio de la misma relacin de la aparicin de que se sirve el P. Snchez y Luis Becerra Tanco en el prlogo de su obra. Nos atreveramos a decir que todos mienten? Tenemos ms voces que interrumpen el silencio de un siglo en que el impugnador de la aparicin pretenda que ni una sola se hubiese odo.

XXII. Del testimonio de la aparicin que se encuentra en un testamento de una parienta de Juan Diego

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Asegura Boturini en su Catlogo del Museo Indiano, XXXVI, nm. 4, que tena el testamento original de una parienta de Juan Diego en que dejaba a la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe unas tierras; y en la Idea de una nueva historia, XXVII, nm. 4, menciona tambin este testamento y copia la noticia de la aparicin que en l se tena en mexicano y es la siguiente: Sapa omenextlitzino itlao cihuapilli Sta. Mara inoqui cayotilique in itlaoteopixqui Guadalupe". El Sr. Icazbalceta no se atreve a negar ni la existencia de este testamento ni el testimonio de la aparicin que en l se encontraba; pero ocurre a un medio de defensa que ha inventado. Conviene en que el testamento realmente habla de la aparicin, pero ha de ser otra la aparicin de que hace mencin y no la famosa hecha a Juan Diego. Pretende fundar tan rara interpretacin en que si dijera el texto que se haba dado la noticia de la aparicin al Sr. Zumrraga le habra llamado Huey teopixqui, que era el tratamiento que convena a su carcter. Nada prueba esto, porque las personas sencillas, respecto de los eclesisticos que les merecen particular aprecio, prefieren un tratamiento afectuoso al oficial o social; dice que no le habra aadido el calificativo de una ermita: as es que segn el Sr. Icazbalceta lo que dice el texto mexicano es que la Virgen se apareci en sbado y que se dio aviso del suceso al sacerdote (capelln o vicario) que estaba en la ermita de Guadalupe. Es de sentirse que en nuestros das sea tan poco conocida la lengua mexicana, por lo cual acaso no faltarn personas que crean acertada y docta esta traduccin, la cual no es exacta. El texto mexicano dice que se avis la aparicin de Mara Stma. a su amado sacerdote de Guadalupe. El posesivo i que significa suyo, hace que la posesin se refiera activamente a Mara Stma. y pasivamente al sacerdote, teopixqui con el calificativo de amado, tlaotli, perdida la amisible; as es que no se le dice al Sr. Zumrraga de un modo indeterminado, segn traduce el Sr. Icazbalceta, el amado sacerdote, sino determinadamente sacerdote amado de Mara Sma.; y realmente lo fue, y una prueba del amor particular de la Virgen Mara a aquel prelado fue haberse aparecido en su presencia la sagrada imagen de Guadalupe. Cree el Sr. Icazbalceta que se le dice al Sr. Zumrraga sacerdote de la iglesia de Ntra. Sra. de Guadalupe, y por esto le parece que se le considera como capelln o vicario de la misma iglesia, lo cual no era propio de su carcter, porque era el prelado diocesano. Para sentar estas cosas introduce el historigrafo en su traduccin el nombre ermita, suponiendo que en texto mexicano falta el correspondiente teocalli; es decir, supone en el texto mexicano la figura eclipsis sin fundamento ni en la gramtica ni en la literatura, que no deben ser extraas a un historigrafo, porque se necesitan para la recta inteligencia de los documentos histricos. No hay fundamento para suponer esa figura; sin ella el sentido es perfecto: el Sr. Zumrraga con mucha razn pudo llamarse sacerdote de Guadalupe, tanto por la aparicin verificada en su presencia, como por el especial cuidado que tuvo de la imagen y del culto de la Sma. Virgen bajo la advocacin de GuadalupeTenemos otra voz que resuena cerca del principio del siglo que el Sr. Icazbalceta llama del silencio.

XXIII. El testamento de Juana Martn

Fue otorgado este antiqusimo testamento en S. Buenaventura Quauhtitln ante el

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escribano Morales. En este testamento se nombra a Juan Diego y a su esposa Mara, Malintzin, y hablando de Juan Diego se da el siguiente testimonio claro y terminante de la aparicin: Inipaltzinco omochiu y tlahuiolli in ompa Tepeyac in campa monexi in tlao cihuapilli Sta. Maria in oncan yotilique itlao ixcopinque Guadalupe nican toaxcatzin in ipan toaltepetl Quauhtitln. Traduccin: Mediante l [Juan Diego] se hizo la maravilla all en Tepeyac, donde se apareci la amada Sra. Sta. Mara; en donde vimos su amable imagen de Guadalupe; es nuestra de los de la poblacin de Quauhtitln. A un testimonio tan preciso es imposible adaptarle la tergiversacin intentada por el historigrafo adversario de la aparicin de decir que hablar de alguna otra aparicin y no de la reconocida generalmente. Es manifiesto que este testamento es distinto del anterior de que se trata en el prrafo XXII. En aqul se dice que Mara Sma. se apareci en sbado; en este no se expresa el da; en aqul se dice que se avis la aparicin de la Sma. Virgen a su amado sacerdote, lo cual no se halla en ste. El Sr. Icazbalceta asegura que de este testamento no conoce cosa alguna (nm. 48 de la carta); y despus en el nm. 68 dice que el testamento de Juana Martn habla de la famosa aparicin que tanto honra a nuestra patria, dice: Hacia los aos de 1555 a 56 comenz a encenderse la devocin (de Ntra. Sra. de Guadalupe cuya imagen estaba en la ermita) y se cont tambin la aparicin de que hablan Juana Martn y Surez Peralta. Otra voz ms inquieta al Sr. Icazbalceta en su imaginado silencio de un siglo.

XXIV. Del testamento de Gregoria Mara

Asegura Guridi Alcocer que en este testamento se asienta la aparicin, que fue otorgado el da 11 de marzo de 1559 y que de su original mexicano corran copias con la traduccin castellana. El impugnador de la aparicin hace mencin de este testamento de Gregoria Mara pero desvirtuando la noticia histrica que da de l Alcocer. Este escritor asegura que corran copias del original mexicano de este testamento con su traduccin castellana; el impugnador slo dice que el Sr. Alcocer tena una copia de l, y le desagrada que no la publicara. Como da a entender la existencia de una copia, poda perderse; ms como Alcocer asegura no ya que hubiera una copia del testamento, sino que corran las copias de l, por lo cual era bastante conocido, no haba motivo para el desagrado del adversario. Dice Alcocer que muchos crean que este testamento y el de Juana Martn eran uno mismo. Como no se tiene a la vista el texto de este testamento, no se puede hacer la comparacin que resolvera la cuestin; pero es muy difcil suponer que el Sr. Alcocer que lo cita, incurriera en tal equivocacin que leyera Gregoria Mara en vez de Juana Martn. Sin embargo, no resolvemos que este testamento sea o no distinto del de Juana Martn, por falta de datos suficientes. Pero que ste testamento es distinto del de la parienta de Juan Diego de que habla Boturini, lo prueban las razones siguientes que leemos en Alcocer:

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Tanto el Sr. Lorenzana como Boturini y todos comnmente convienen en que la testadora era pariente de Juan Diego, lo que sacan del mismo testamento; y en el de Gregoria Mara no aparece tal parentesco. Dice aqul que se dejaron a Ntra. Sra. unas tierras, hasta tres, expresa Boturini, y en el de Gregoria Mara, parece ser una sola. En el primero se refiere haberse aparecido Mara Sma. en sbado; y no se halla semejante expresin en el segundo. Dcese que se avis la aparicin al querido prroco o padre de Guadalupe segn el primero; y esto tampoco se encuentra en el segundo. Dcese en fin en aqul que se llamaba la mujer de Juan Diego, Mara Luca; y el ltimo slo le da el primer nombre de Mara, Malintzin.

XXV. El impugnador de la aparicin hace un obsequio a los que la defienden

En el nm. 47 de la carta nos da el Sr. Icazbalceta un documento que segn asegura, no han aprovechado los ltimos apologistas de la aparicin y es el de Juan Surez Peralta que en sus Noticias histricas de la Nueva Espaa escritas hacia el ao de 1589 dice que el virrey Enrquez lleg a Ntra. Sra. de Guadalupe que es una imagen devotsima que est de Mxico dos lehuechuelas, la cual ha hecho muchos milagros (apareciose entre unos riscos y a esta devocin acude toda la tierra) y de all entr en Mxico. El testimonio es terminante; sin embargo para evadirse el impugnador de esta autoridad que claramente habla de la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe, ocurre al medio que ha inventado y dice que debe hablar de otra aparicin hecha a persona incgnita en figura de la imagen de Guadalupe ya existente, y no de la aparicin hecha a Juan Diego. Vemos cmo introduce apariciones desconocidas para negar la verdadera generalmente reconocida. No nos dice el escritor citado que el virrey Enrquez fuera a venerar una figura de la imagen, sino a la verdadera imagen de Guadalupe; y hablando de esta imagen, de la visita del virrey, de la grande devocin con que era venerada esa verdadera imagen, en el intermedio de estas cosas refiere la aparicin en la montaa, es evidente que sta no es una aparicin ignorada, sino la que todos reconocemos. Otra voz. El Sr. Icazbalceta al fin tuvo que orla confesando en el nm. 48 de la carta que Surez Peralta habla de la aparicin que nuestro adversario se propuso impugnar.

XXVI. Testimonio de la aparicin por D. Luis ngel Vetancourt

Boturini (Catlogo del Museo Indiano XXXIII, nm. 11 y Manuscritos guadalupanos, XXXV, nm. 4), asegura que tuvo en sus manos una historia manuscrita de Ntra. Sra. de los Remedios. Es de don Luis ngel Vetancourt, la cual fue anterior a la de fray Luis de Cisneros impresa en 1621. En aquella historia dio Vetancourt el siguiente testimonio de la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe: Y porque tengas de tu gloria indicios a Tepeaquilla baja diligente, y entre tajadas peas y redondas, vers mi imagen cerca de las ondas. No como aqu, de bulto, de pinceles

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que en blanca manta el gran Apeles tupe porque Dios, verdadero Praxiteles, all me advocar de Guadalupe. En el Tesoro Guadalupano, primer siglo, nm. 54, asegura su autor, el Sr. Vera, que por bondad del Sr. Troncoso, acadmico, tiene copia de esta historia y reproduce el testimonio de la aparicin. Otra voz que ni menciona el Sr. Icazbalceta.

XXVII. De la historia de la aparicin de que habl el Sr. Uribe

El Sr. Don Jos Patricio Uribe en un sermn que predic en el templo de Ntra. Sra. de Guadalupe (el tercero impreso), dijo que estaba la historia de la aparicin en idioma mexicano archivado en la Real Universidad, cuya antigedad aunque se ignora a punto fijo, se conoce que remonta hasta tiempos no muy distantes de la aparicin, ya por la calidad de la letra, y ya por su materia que es masa de maguey, de la que usaban los indios antes de la conquista. Qu opondra a esta prueba el Sr. Icazbalceta? Cita el Sr. Uribe una historia manuscrita de la aparicion; prueba su antigedad; dice dnde se encuentra. Qu ms puede desear el crtico ms rgido? Pero por no dejar de decir algo el Sr. Icazbalceta, asegura que todava en 1580 usaban los indios el papel de masa de maguey. Esto no destruye la antigedad del manuscrito. Pregunta, qu contena esa relacin? Es intil que lo pregunte diciendo terminantemente el Sr. Uribe que ese escrito es una historia de la aparicin. Pregunta el Sr. Icazbalceta, cul es la fecha del manuscrito? Dnde para hoy? A la primera pregunta ya dijo el Sr. Uribe que era antiqusimo, pero no poda fijarse con precisin cundo se escribi; la segunda pregunta no tiene motivo de hacerla el impugnador, supuesto que el Sr. Uribe asegura que en sus das se hallaba en la universidad. Si actualmente se encuentra all o no, nada desvirta la fuerza propia del documento. Sera de desear que se hiciera constar si esta historia de la aparicin de que da testimonio el Sr. Uribe, es la misma o distinta de la impresa por Lasso de la Vega.

XXVIII. De los Anales y otros manuscritos

El Dr. Jos Ignacio Bartolache en su Opsculo guadalupano, en la pieza nmero 3, presenta un testimonio certificado por el secretario de la Universidad de Mxico, en que consta que el da 30 de enero de 1787, estando presentes juntamente con el secretario y el Dr. Bartolache, el rector de la universidad, el bibliotecario y el catedrtico de lengua mexicana, se vio un manuscrito y de l se hicieron estas dos traducciones: en 1531 Juan Diego manifest a la amada Sra. de Guadalupe; el ao de 1548 muri Juan Diego a quien se apareci la amada Sra. De Guadalupe. El catedrtico de idioma mexicano aprob la inteligencia y fiel traduccin de los textos mexicanos. Los dos testimonios de la aparicin son terminantes. Al historigrafo impugnador no le qued otro recurso sino decir que el aalejo puede estar viciado. No lo vio, como se

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manifiesta porque dice: Ignoro qu disposicin tena, ms no ignorara esto si lo hubiera visto; y de este escrito que no vio, slo porque es copia y no original, y porque comprende los sucesos hasta el ao de 1737 que fue el del juramento del patronato de Ntra. Sra. de Guadalupe, fcil le parece que hayan aadido entonces en la copia los pasajes de la aparicin al frente de los signos correspondientes. Quin creyera que de este modo tratara de evadirse un historigrafo? Cinco personas instruidas, el rector y el secretario de la universidad, el bibliotecario, el profesor de lengua mexicana y el Dr. Bartolache, que nadie puede tachar de crdulo, tuvieron por autnticos los testimonios de la aparicin contenidos en el aalejo de la Universidad de Mxico; y el historigrafo que ni siquiera lo haba visto, aventur sin ningn fundamento la especie de que lo habrn alterado. Se nota que en este aalejo se tienen unos anales existentes en la biblioteca de la universidad. En la de la catedral de la misma ciudad de Mxico tambin se tenan otros anales, los cuales eran distintos de los de la universidad, como se ve por la confrontacin de los textos de unos y otros que siguen a continuacin, notando con letra cursiva las palabras distintas en unos y otros. Texto mexicano de los anales de la universidad Acaxihuitl 1531. Otlalmanque in caxilteca in Cuitlaxcoapa Ciudad de los Angeles ihuan in Juan Diego oquimotenextilli in tlaco cihuapilli Guadalupe Mexico motocayotia Tepeycac. Texin 1548 Omomiquili Juan Diego, inoquimanextilli y Tlaohuapilli Guadalupe Mxico. Otecihuilo iniztactepetl. Bartolache copia estos textos en los nmeros 11 y 12 de la segunda parte del Opsculo guadalupano. Texto mexicano de los anales de la catedral 1531 Otlalmanque in quixtianotzin cuitlaxcoapa Ciudad de los Angeles. Zano ipan inin xihuitl in Juan Diego oquimotenextli in tlao nantzin cihuapilli Guadalupe Mxico. 1549 Omomiquili in Juan Diego oquimonextilitzino in Tlao Cihuapilli Guadalupe Mxico. Tuve ocasin de ver estos textos en un volumen manuscrito que se guarda en el Museo Mexicano. La versin espaola de ambos textos es: De los anales de la universidad 1531. Los castellanos tomaron a Cuitlaxcuapa, ciudad de los ngeles, y Juan Diego manifest a la amada Seora de Guadalupe. Llmase de Tepeycac. 1548. Muri Juan Diego a quien se apareci su amada Seora de Guadalupe de Mxico. Cay granizo en el Cerro Blanco. De los anales de la catedral 1531. Los cristianos tomaron a Cuitlaxcuapa, Ciudad de los ngeles. Tambin en este ao manifest Juan Diego a la amada Madre Seora de Guadalupe de Mxico.

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1548. Muri el Juan Diego. Se le apareci la amada Seora de Guadalupe de Mxico. En ambos anales se refiere dos veces la aparicin; pero por la diferencia en algunas palabras y porque el verbo nextia en los anales de la catedral tiene reverencia superior respecto de la que tiene en los anales de la universidad, se ve que son distintos los anales. Boturini en el Catlogo del Museo Indiano, Manuscritos guadalupanos, XXXV, nms. 2 y 3, da las siguientes noticias: Un manuscrito en lengua nhuatl trata de muchas cosas pertenecientes al imperio mexicano, y en unos pocos renglones con estilo conciso (como lo dems), refiere el haberse aparecido la Sma. Sra. en el cerro del Tepeyac. Otros dos manuscritos en lengua nhuatl que estn citados en las piezas sueltas de la Historia del Imperio mexicano, mencionan en cortos renglones la aparicin en el ao que le toca. Posea Boturini estos manuscritos originales. Del primero dice: La historia es antigua, fidedigna, y lo probar en el prlogo galeato. De los otros dos manuscritos dice que probar la antigedad de ellos en el mismo prlogo. En el caso de que alguno o algunos de estos tres manuscritos se identifiquen con los anales de que antes se ha hecho mrito, se tendrn por lo menos estas otras tres voces para inquietar al adversario en su silencio de un siglo. Asegura tambin Boturini que el testamento de D. Esteban Tomelin sirve para probar la notoriedad de las apariciones de nuestra Seora de Guadalupe. Tuvo Boturini un tanto autntico de este testamento. Catlogo cit. XXXVI, nmero 3.

XXIX. De los mapas y pinturas

No teniendo los antiguos mexicanos la escritura alfabtica conocida en Europa, se valan de otros medios para conservar la memoria de los acontecimientos. No era Mxico un pueblo sin historia; ni habra podido escribirse despus nuestra historia antigua, sino sirvindose de la historia propiamente dicha que sin usar el alfabeto europeo, conservaban los mexicanos. En estos medios haba garantas de seguridad, porque la historia es nula cuando no puede tenerse certidumbre de los sucesos; y de hecho se reconoce que se obraba con fidelidad cuando se transmitan los hechos a la posteridad. La pintura y la poesa sirvieron a los antiguos mexicanos para formar su historia. Representando a la vista los objetos materiales a que afectaban los hechos y formando de tal manera las representaciones que tuvieran analoga con los acontecimientos cuya memoria se quera conservar, se haban las pinturas o mapas por medio de los cuales se transmitan a los posteriores las noticias de importancia. Por medio de la poesa se formaban composiciones que se cantaban pblicamente con acompaamiento de instrumentos msicos en las fiestas u otras ocasiones oportunas. Se enseaban estos cantares a los nios ms inteligentes, que despus los cantaban y los enseaban a otros; por ese medio se perpetuaba por siglos la memoria de los sucesos interesantes. An despus de la Conquista continuaron los indios con estos usos; y tambin les sirvieron para conservar la memoria de la aparicin. Apenas una muy ligera indicacin se encuentra en la carta (nm. 50) respecto de los mapas representativos de la aparicin: dice que estos mapas no infunden confianza

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porque no se trata de una aparicin cualquiera de la Virgen de Guadalupe, sino de la aparicin a Juan Diego y de la pintura milagrosa en la tilma. No afecta al historigrafo multiplicar los testimonios de apariciones incgnitas: si Surez de Peralta habla de la aparicin de la Virgen Mara en un cerro; si el testamento de Juana Martn refiere la aparicin; si los mapas la representan, han de ser otras apariciones, aunque no estn averiguadas, aunque no obtengan el asenso de los hombres de criterio; lo que le importa es negar la aparicin que todos reconocemos como verdadera; y como en la posibilidad las apariciones podran multiplicarse indefinidamente, sean cuales fueren los documentos que se le presentaran al historigrafo, siempre contestara que se han de referir a otra aparicin que no sea la generalmente admitida. A quien raciocinara de este modo nadie podra convencerlo. Luego se propone inculcar la idea de que los mapas no importaran la idea de que fuera real la aparicin; y para esto los compara con los retablos que vemos en las iglesias, llevados por personas que atribuyen a la intercesin de algn santo un beneficio especial. Dice: Es costumbre que todava dura pintar en los retablos de milagros la imagen del santo que lo hizo, como si se apareciera en el aire al devoto, sin que nadie pretenda por eso que la aparicin fuera real un retablo semejante pintado en unos anales de indios sin texto que declare el asunto, puede tomarse por una aparicin real, sin serlo. Estos son los argumentos para impugnar la autoridad de los mapas y pinturas relativos a la aparicin. Aunque sea tan ftil esta impugnacin, es conveniente refutarla. A lo menos en la generalidad de los retablos de las iglesias que alega el impugnador, nadie entiende que se intente representar apariciones de santos; mas consta histricamente que los indios intentaron representar en pinturas o mapas la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe o referirse a ella. El primer testigo examinado en las Informaciones de 1666, hacia el fin de la contestacin a la quinta pregunta dice que a Juan Diego se le apareci la Virgen, y aade que lo tiene por cierto y evidente, pues los antiguos lo llegaron a pintar en los conventos y retratar a ste delante de la Virgen, que no lo hiciera si no fuera tal, porque la pintura era muy antigua y se hecha muy bien de ver por ella y ser de aquel tiempo. Aqu tenemos declarada la relacin de esta pintura con la aparicin. Becerra Tanco asegura que vio en poder de D. Fernando de Alva un mapa de insigne antigedad escrito con figuras y caracteres de los indios, en el cual se representaban los sucesos de ms de trescientos aos antes que vinieran los espaoles y muchos aos despus, y para su mejor inteligencia tena algunas lneas en lengua mexicana y en l estaba figurada la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe. Boturini tuvo en su poder el retrato original de Juan Diego que se ve de rodillas mirando al Tepeycatl donde se le apareci la Sma. Virgen y a un lado tiene el pozo donde otra vez vio a la Virgen Mara. Asegura Boturini que hall este retrato en Tlaxcallan a donde haba sido llevado. En cuanto a la autoridad que tuvieron antiguamente los mapas histricos de los indios, dice Florencia, que era tanta como la de los procesos espaoles autorizados por escribanos, y que todava en su tiempo valan mucho, no slo cuando litigaban los indios entre s, sino tambin cuando lo hacan con los espaoles. Se citan otras pinturas relativas al culto antiqusimo de la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe; pero como el adversario lo reconoce no es necesario hablar de esas pinturas. Habr otros mapas y pinturas relativas directamente a la aparicin. Mas es sabido que mucho se ha perdido en lo tocante a nuestra historia.

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XXX. De los himnos y representaciones de la aparicin

Fue costumbre muy antigua de los mexicanos conservar la memoria de los acontecimientos importantes refirindolos en composiciones poticas que se cantaban pblicamente en festividades; que conforme con esta costumbre se cantaban las apariciones de Ntra. Sra. de Guadalupe, lo reconoce el mismo Muoz, adversario de la aparicin: dice en el nm. 24 de su Memoria que todo el tiempo de 1629 a 1634 con motivo de una inundacin terrible estuvo la Virgen de Guadalupe en la capital y fue obsequiada con extraordinarias demostraciones desahogse el fervor en danzas, bailes, prevenidos coloquios y cantares de indios en que se mentaron las apariciones. Becerra Tanco dice (en Felicidad de Mxico, Prubase la tradicin): Afirm haber odo cantar a los indios ancianos en los mitotes y saraos que solan hacer antes de la inundacin de esta ciudad los naturales, cuando se celebra la festividad de Ntra. Sra. en su templo santo de Guadalupe y que se haca en la plaza que cae en la parte occidental, fuera del cementerio de dicho templo, danzando en crculo muchos danzantes y en el centro de l cantaban puestos en pie dos ancianos al son de un teponaztli a su modo el cantar en que se refera en metro la milagrosa aparicin de la Virgen Sma. y su bendita imagen, y en que se deca que se haba figurado en la manta o tilma que serva de capa al indio Juan Diego, y cmo se manifest en presencia del ilustrsimo Sr. D. Fray Juan de Zumrraga, primer obispo de esta ciudad; aadiendo al fin de dicho canto los milagros que haba obrado Ntro. Seor en el da que se coloc la santa imagen en su primera ermita, y los jbilos con que los naturales celebraron esta colocacin.

Veamos ahora lo que dispone el Tercer Concilio Mexicano. En el libro III, tt. XVIII I, que trata de que se destierre toda supersticin de las cosas sagradas dice: Conviene que los obispos, como pastores, procuren propagar la verdadera devocin entre los fieles y se excluyan absolutamente las falsas y vanas supersticiones; por tanto se prohiben en las iglesias las danzas, bailes, representaciones y cantos profanos Mas si hubieren de representarse algunas historias sagradas u otras cosas santas y tiles al alma o cantarse algunos himnos devotos, todo esto antes de un mes presntese al obispo para que lo examine y apruebe. Y en el libro I, tt. I, tratando que se quiten los impedimentos de la salvacin de los indios, en el I dispuso que slo se permita a los indios los cantos que fueren aprobados por sus prrocos y vicarios. Atendidas estas disposiciones, no pudiendo admitirse que todos los obispos y los ministros fueran unos constantes infractores de las leyes del concilio, se deduce lgicamente que siendo ciertsimo que la historia de la aparicin se cantaba en pblico en la misma ciudad de Mxico y del mismo modo se cantaba en Tepeyac, esta historia tena la aprobacin que exigi el Concilio Mexicano. He aqu cmo de un modo constante y autorizado se recordaba la aparicin al pueblo mexicano. Estos cantos valen en la historia: 1) por la fidelidad que caracterizaba a los mexicanos en guardar la memoria de los hechos importantes; 2) por el examen y aprobacin que de los mismos cantos mand el concilio y por la vigilancia de los ministros para que en los referidos cantos se tratara de misterios religiosos con exactitud; 3) por la aquiescencia de todo el pblico que los oa; 4) por la aprobacin o asenso de las autoridades pblicas eclesisticas y civiles que habran impedido que se refirieran apariciones que nunca se haban verificado, principalmente cuando esto se

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hiciera con motivo de fiestas religiosas celebradas en un lugar tan cercano a la ciudad arquiepiscopal, como era el de Tepeycac, y en la misma ciudad, como sucedi en el tiempo en que estuvo all la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe por causa de la inundacin. Un argumento semejante en favor de la aparicin se deduce de la costumbre de representarla pblicamente en los llamados coloquios. Que stos se hicieron an en la ciudad de Mxico lo confiesa el mismo Muoz, adversario de la aparicin. Antes estn citadas sus palabras: y el sr. Icazbalceta indica bastantemente que se usaron estas representaciones desde tiempo inmediato al ao de 1556, porque dice que la historia de la aparicin escrita en mexicano por Valeriano u otro, tuvo contextura dramtica para complacer a los indios que eran aficionados a las representaciones de misterios. Cuntase si es posible la multitud de testigos de la creencia de la aparicin que importa la antigua costumbre de referirla y representarla en pblico. Acaso nuestro adversario tendra en menos estimacin a los que cantaban y representaban porque eran indios, como despus se ver que hace menos a los testigos indios de la informacin de 1666; pero prescndase de que aquellos fueron o no indios, el hecho es que se refera y se representaba en pblico la aparicin, que los obispos y religiosos cuidaban de que no hubiera falsedad en lo que se cantaba; que en la sociedad haba muchos hombres instruidos que o presenciaban o saban lo que se refera y representaba, y que los obispos y dems autoridades sabindolo no lo impedan, y por consiguiente lo consentan. Nada dice contra estas pruebas nuestro adversario, ni siquiera hace mencin de ellas. Aqu tenemos una incontable multitud de testigos de la creencia de la aparicin. Cun pblica no era la fama de las apariciones? Tenemos por lo tanto multitud de voces para despertar al historigrafo del sueo en que crea reposar en su siglo de silencio.

XXXI. De la extincin de la devocin a Ntra. Sra. de Guadalupe que cree el impugnador de la aparicin que haba acaecido cuando se public el libro del padre Miguel Snchez

Asienta con toda seguridad el adversario de la aparicin que la devocin a Nuestra Seora de Guadalupe que en 1556 haba sido tan fervorosa, fue rebajando hasta desaparecer de tal manera que en 1648 nadie saba de la aparicin, nadie conoca ya la imagen. Lo que dice el impugnador es increble. Estuvo la imagen en Mxico obsequiada con extraordinarias demostraciones desde 1629 hasta 1634, y en este ao fue restituida a su templo con grande solemnidad, cmo poda ser que en catorce aos se olvidara todo aquel culto esplndido, al grado de que aun la imagen no se conociera? Cuntas personas viviran en 1648 que haban presenciado y haban tenido parte en las demostraciones religiosas, ruidosas y solemnes con que se haba honrado en Mxico haca poco a la Virgen de Guadalupe? A todo se les haba olvidado lo que haban visto y haban hecho en lo relativo a la Virgen de Guadalupe, y se les haba olvidado no obstante que todo estaba unido con la memoria de la inundacin de la ciudad? No era posible que esto sucediera. Pero es bien presentar algunas pruebas histricas de la falsedad del aserto del adversario de la aparicin.

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En el ao de 1643 ya se acostumbraba la fiesta de Ntra. Sra. de Guadalupe celebrada por los espaoles. (cita de La Estrella del Norte de Mxico, cap. XXI, nm. 244). En el mismo ao de 1643, D. Francisco de Almanza, vecino de Mxico, por haberse libertado de uno de los toros que se lidiaban en la brutal diversin llamada de los toros, cuyo beneficio debi a la Sma. Virgen de Guadalupe a quien invoc en la hora del peligro, estableci en accin de gracias una fiesta anual a Ntra. Sra. de Guadalupe, que todava se celebraba, escriba el padre Florencia. Los indios tambin celebraban a Ntra. Sra. de Guadalupe. Tenemos por lo menos tres fiestas cada ao. El conde de Salvatierra D. Garca Sarmiento Sotomayor que fue virrey de Mxico desde 1642 hasta 1648, coste para que se colocara la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe un tabernculo de plata que le atribuyeron de peso de ms de trescientos marcos. (Escudo de Armas de Mxico, lib. III. Cap. XIII nm. 720). Mediante un bienhechor o bienhechores por el ao de 1647 se coloc en vidrieras la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe, lo cual fue obra de gran precio en aquel tiempo. Cuando fue restituida la sagrada imagen terminada la inundacin de la ciudad de Mxico en 1634, no rebaj en nada el culto de Ntra. Sra. de Guadalupe, antes al contrario, era como la misma inundacin, o como otro general diluvio que desprendi el cielo en favores e inundaba el santuario, Mxico, el reino, etc.. Son palabras de Cabrera Quintero. Los moradores buscaban la imagen original en su santuario; o procuraban tener en sus casas una copia de ella para venerarla. Las imgenes que se hicieron fueron tantas que segn la expresin de Cabrera Quintero, llenaron el reino y Muoz en su Memoria las llama por su nmero infinitas. No obstante la inexactitud de no pocas de estas imgenes, su multitud hace ver cunto se extenda en aquel tiempo la devocin a Ntra. Sra. de Guadalupe. La autoridad eclesistica cuid de remediar el mal de las imgenes inexactas. En 1644 se imprimieron en Mxico las cartas del cannigo D. Francisco Siles al P. D. Miguel Snchez sobre la Historia de Ntra. Sra. de Guadalupe. D. Luis de Sandoval y Zapata, caballero noble de Mxico, escribi varias poesas en honor de Ntra. Sra. de Guadalupe. El P. Florencia copia un soneto. No fija Beristin la fecha de la impresin de estas poesas; pero por otro impreso del mismo autor se conjetura que deben haberse publicado aproximadamente por el ao de 1645. Advierte el Sr. Vera que dijo esta poesa en un certamen, lo cual manifiesta la estimacin de los literatos a Ntra. Sra. de Guadalupe. La imagen de que habla el Sr. Icazbalceta que estaba en Sto. Domingo de Mxico, se hallaba en un suntuoso altar por agencia de un devoto opulento, lo cual aument la devocin. Es intil acumular ms pruebas.

XXXII. De las Informaciones del ao 1666 sobre la verdad de la aparicin

Siente el Sr. Icazbalceta el peso enorme de los testimonios que con la ms rigurosa

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observacin de las prescripciones del derecho y conforme a un interrogatorio enviado de Roma, se recibieron de multitud de testigos idneos en el ao de 1666 los que declararon unnimemente la verdad de la aparicin, como admitida constantemente desde la poca del suceso. Qu recurso quedara al historigrafo impugnador? Confiesa que se juzgar absurdo desechar as un instrumento jurdico. Es ciertamente un atrevimiento desmedido, es un absurdo en derecho, en filosofa y aun en buena cristiandad entender que de la capital del orbe catlico y tratndose de un asunto de suma gravedad, cual es la averiguacin de un milagro insigne, se dispusiera la prctica de lo que fuera imposible practicar; y si era acertada la disposicin emanada del centro del catolicismo y si en Mxico fue cumplida con exactitud, como de hecho as lo fue, las informaciones de 1666 son altamente respetables y pusieron en manifiesto la verdad. Se hizo la eleccin de los testigos con el debido acierto? Oigamos respecto de esto al mismo Sr. Icazbalceta: con muy grave ofensa desatendi este adversario de la aparicin a los testigos indios que declararon; pero respecto de todos los dems asegura que en ellos se ven sacerdotes graves y caballeros ilustres. Preciosa confesin! Mas todos los testigos declararon con juramento, Los llamar perjuros? No se atreve a hacerles tan enorme injuria; as lo asegura con estas palabras: No cabe decir que estos testigos se cargaban a ciencia cierta con un perjurio. No han perjurado esos testigos y ellos son personas ilustres y de gravedad; y se les ha examinado conforme a un interrogatorio enviado de Roma. En todo esto se halla de acuerdo el Sr. Icazbalceta, Qu consecuencia deba haber aducido? Basta tener sentido comn para esperar que dedujera la consecuencia de que les debemos creer; mas no lo hizo as. Es conveniente presentar una breve resea de las declaraciones de los testigos a que el mismo adversario llama graves e ilustres, entre los cuales hay sabios respetables. El Lic. D. Luis Becerra Tanco, muy perito en las lenguas latinas, griega, hebrea, italiana, francesa, portuguesa, mexicana y otom; maestro pblico de estas dos ltimas y catedrtico de matemticas en la Universidad de Mxico poeta, orador y telogo aventajado y fsico y qumico muy regular, afirm haber odo referir la historia de la aparicin como l la escribi, a personas dignas de entera fe y muy conocidas en Mxico y que certificaban haberla odo de los que conocieron a los naturales a quienes se les apareci la Sma. Virgen, al Sr. Zumrraga y otros hombres provectos de aquel tiempo. De las personas a quienes oy referir la aparicin, cita 1) al licenciado cura D. Pedro Ruiz de Alarcn, ya difunto, hombre de grandes prendas, virtud y letras, eruditsimo en el idioma mexicano, que naci menos de cuarenta aos despus de la aparicin y alcanz a las personas que vivan cuando sucedi el prodigio, 2) al licenciado D. Gaspar de Prabes, ministro muy antiguo de los indios hombre de seso y honrado, Cicern en la lengua mexicana, que naci veinte aos despus de la aparicin y oy su historia a D Juan Valeriano, indio muy instruido que se educ en el Colegio de Sta. Cruz de Tlatelolco, que conoci a Juan Diego y otras personas fidedignas; 3) al licenciado D. Pedro Ponce, hombre de conocida virtud y letras, Demstenes en la lengua mexicana, que muri de 80 aos en 1626; as es que alcanz a los contemporneos de la aparicin; 4) a D. Jernimo de Len, eminente en la lengua mexicana, que fue por mucho tiempo intrprete del juzgado de indios y haca 35 aos que haba fallecido de 85 aos de edad y pudo tener noticias inmediatas de los que vivan en el tiempo de la aparicin. sta fue la declaracin del sabio D. Luis Becerra Tanco, y comprende otros cuatro calificados testimonios de la verdad de la aparicin.

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El P. Miguel Snchez, en quien desde joven se hermanaron las letras y las virtudes, y fue honrado a competencia por los virreyes y arzobispos, y a su entierro concurrieron los cabildos eclesisticos y secular y otras corporaciones respetables, lo cual manifiesta cunto era su mrito en la sociedad culta y cunto es el peso de su testimonio en favor de la aparicin, afirmando con juramento a los sesenta aos, lo que por espacio de cincuenta aos haba odo a muchas personas de calidad, nobleza y letras. El dominico fray Pedro Oyanguren dijo que desde que lleg a uso de razn tuvo muchas e individuales noticias del prodigio de la aparicin, odas con uniformidad de infinidad de personas de todos estados, puestos y calidades, y de sus padres y abuelos, sin que jams hubiera odo ni entendido cosa en contrario ni aun de personas de inferior categora. El franciscano padre de provincia fray Bartolom Tapia asegur que desde que tuvo uso de razn oy la historia de la aparicin referida por todo gnero de personas de alta calidad e inferiores. El agustino definidor fray Antonio de Mendoza oy referir la aparicin a sus padres y abuelos: uno de ellos fue el oidor D. Antonio Maldonado, otro D. Alonso de Mendoza, capitn de la guardia del conde de la Corua, virrey de Mxico. Fray Juan de Herrera, del orden de la Merced, el sujeto de ms graduacin que haban tenido en este reino su religin y la universidad, afirm que desde que lleg a uso de razn, tuvo conocimiento de la aparicin por sus padres y abuelos y otras personas muy antiguas y de toda calidad, cuya tradicin era notoria y constante en toda la Nueva Espaa. Fray Pedro de S. Simn, que haba sido provincial de los carmelitas, declar que en ms de treinta y dos aos que tena de vivir en la Nueva Espaa, haba tenido muchas y extensas noticias de la aparicin, recibidas de personas antiguas y de notoria calidad. El P. Diego Monroy, prepsito de la Casa Profesa de la Compaa de Jess, dijo que en ms de cuarenta aos haba tenido noticias y ciertsima ciencia del prodigio de la aparicin, por habrselo comunicado personas antiguas de conocida calidad y nobleza. Fray Juan de San Jos, que haba sido provincial de los franciscanos, declar que por el espacio de ms de 54 aos supo la aparicin por personas antiguas y de autoridad. Fray Pedro de S. Nicols, sacerdote religioso de S. Juan de Dios, dijo que desde que tuvo uso de razn supo lo relativo a la aparicin por personas de toda autoridad. Fray Nicols Cerdn, provincial de la orden de S. Hiplito, tambin declar haber odo referir la aparicin desde que tuvo uso de razn a personas de toda autoridad. D. Alonso de Cuevas Dvalos, de la primera nobleza de Mxico, declar haber sabido la aparicin desde que tuvo uso de razn por sus padres, antepasados y personas de toda autoridad. D. Diego Cano Moctezuma, caballero del orden de Santiago, declar lo mismo que el anterior. Dgase de buena si no es evidente que aun slo con las declaraciones de estos testigos qued demostrada histrica y jurdicamente con el mayor rigor que pudieran exigir los historigrafos y jurisconsultos el hecho de la aparicin y su creencia constante y

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generalmente extendida. El Sr. Icazbalceta se ha puesto en el compromiso 1) de probar que las personas sabias, ilustres y graves que con juramento declararon la aparicin dijeron una falsedad; 2) de vindicar a esas mismas personas de haber cometido un crimen y dejar bien sentada su reputacin. Cmo prueba lo primero? Luego le ocurre la asercin del audaz orador Francisco Bustamante, y la informacin reservada que ocasion y que en lo que se actu nada contiene opuesto a la aparicin, y el silencio que llama de un siglo y que fue interrumpido por voces que el seor Icazbalceta no pudo hacer callar. Esto ministra al historigrafo un argumento para pronunciar magistralmente que los ilustres graves y sabios testigos de las informaciones de 1666 aseguraron con juramento una falsedad. Cmo los excusa del crimen de perjurio? Cmo salva su buen nombre? Todo lo har la fuerza de la preocupacin y de la imaginacin. Nos dice el historigrafo: No puedo menos de confundirme considerando hasta dnde puede llegar al contagio moral y el extravo del sentimiento religioso. A su modo de ver las cosas, antes de 1648 todo el mundo ignoraba la aparicin; y en medio de ese silencio general publica el P. Snchez su libro, sin comprobante, cuando la devocin vuelve a encenderse, toman parte en fomentarla corporaciones tan respetables como el cabildo eclesistico, llvase el asunto por aclamacin a Roma; aparecen por todas partes testigos calificados que unnimes y bajo juramento declaran saber de mucho tiempo atrs lo que hasta entonces nadie ni ellos haban sabido. Qu fuerza de fascinar descubre el historigrafo en la publicacin de un libro sin comprobante! Contempla un silencio profundo por un siglo; repentinamente oye una voz destituida de fundamento; y luego se levantan multitud de voces y hay fama pblica, y es tanto el ruido que se oye hasta ms all de los mares. Verdaderamente ha sucedido al historigrafo algo parecido a los encantamientos de que era vctima D. Quijote; y a su juicio cada uno de los testigos de las informaciones de 1666 fue un nuevo Quijote que miraba en su imaginacin lo que no vena ni haba, sin que por esto dejaran de ser sacerdotes graves y caballeros ilustres. Ellos eran respetados en la sociedad por su honradez y conocimientos; comprendan lo que es el juramento y que no se honra a Dios sino que se incurre ante su presencia en un crimen gravsimo mintiendo con juramentos, y mucho ms afirmando la creencia de milagros falsos o destituidos de slido fundamento. Decir que esta clase de personas poniendo a Dios por testigo afirmaron que saban desde mucho tiempo atrs un milagro que hasta entonces nadie ni ellos haban sabido, es suponer que se hallaban en sumo grado de depravacin o con lamentable transtorno mental; y que los jueces que los llamaron a la sociedad que les reconoca instruccin, honor y sensatez tambin carecan de sentido comn . A tales absurdos conduce la idea del Sr. Icazbalceta de unos testigos graves e ilustres jurando que saben hace tiempo lo que nadie ni ellos conocen. Y como sera una locura admitir tan inauditos absurdos, es necesario reconocer que an slo los trece testigos que no fueron indios probaron sobreabundantemente la verdad de la aparicin. Estos trece testigos son ms que suficientes. Pero tambin es muy justo desechar el desfavorable concepto que form el Sr. Icazbalceta de los indios que dieron testimonio. La religiosidad de los indios, por la cual no haban de violar su juramento, y el buen criterio de los jueces que los escogieron, garantizan la averiguacin y la verdad. Ms todos estos testigos afirmaron lo que oyeron de sus padres o de otras personas que a su vez supieron la

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aparicin aun de los que vivieron en el tiempo del suceso. La grande multitud y la diversidad de las personas y de las ocasiones en que hablaban, sin ponerse previamente de acuerdo y refiriendo como generalmente reconocida la verdad del hecho de la aparicin, prueba evidentemente su verdad.

XXXIII. De la tradicin del hecho histrico de la aparicin antes de 1648

Se avanza el Sr. Icazbalceta (nm. 59) a negar que antes de publicarse en 1648 el libro del padre Snchez hubiera habido tradicin del origen sobrenatural de la imagen de nuestra Seora de Guadalupe. He aqu su razonamiento que mal merece este nombre: no haba, dice, esta tradicin en 1556 cuando Bustamante atribua al pincel de un indio la imagen guadalupana sin que se levantara contra l un clamor general. No la haba en 1575 cuando el virrey Enrquez ignoraba el origen de aquel culto. No la haba en 1622 cuando predic de la natividad de Mara Santsima el padre Zepeda, ni en 1648 porque aun los capellanes del santuario la ignoraban hasta que el padre Snchez los ilustr; y ninguno de los escritores distinguidos de esa poca conoci la tradicin o no la juzg digna de aprecio. Pero lo asombroso es que esa tradicin que jams haba existido, luego que publica su libro el padre Snchez se levanta grande, universal, no interrumpida. Vuelve el seor Icazbalceta a sus visiones nunca vistas. Ve que el libro del padre Snchez hace aparecer en un momento y aparecer grande y universal lo que nunca haba existido; y este seor es el enemigo de las apariciones? Oye que el imperturbado silencio de un siglo se convierte luego en un estrpito grande y universal. Qu fenmenos! Qu imaginacin del seor Icazbalceta! En algo ms de un siglo no alcanza el seor Icazbalceta a descubrir ni un rastro de la tradicin del prodigio guadalupano. Asegura que no haba tradicin del milagro cuando predic Bustamante en 1556. Y no ley este historigrafo el nm. 68 de su propia carta en que, contradicindose, coloca el origen de la creencia de la aparicin hacia los aos de 1555 a 1556?. Estas son sus palabras: Hacia los aos de 1555 o 1556 comenz a encenderse la devocin con motivo de la curacin milagrosa que refera el ganadero, y se cont tambin la aparicin. Y no sigue repitiendo cmo le parece que se fue extendiendo esa creencia? El impugnador de la aparicin se impugnaba a s mismo. As suelen hacerlo los que incurren en errores. El seor Icazbalceta hace llegar la creencia de la aparicin hasta por los aos de 1555 o 1556: por lo mismo reconoce que exista a creencia antes de la publicacin del libro del padre Snchez en 1648, antes del sermn del padre Zepeda en 1622, antes del informe del virrey Enrquez en 1575 y necesita mirarla poco ms o menos como contempornea al sermn de Bustamante. Mas el hecho histrico del grande escndalo que caus este audaz orador, demuestra que la creencia de la aparicin estaba generalizada. Y los cantares en que se refera la aparicin desde tiempo antiqusimo, empezando con el de don Francisco Plcido en el mismo da de la traslacin solemne de la sagrada imagen de la ciudad de Mxico al templo del Tepeycatl, no proclamaban la aparicin? Y todas las personas que oan los cantares no conocan la tradicin? Y los coloquios, especie de piezas dramticas en que se representaba el mismo prodigio, no proclamaban la tradicin? Y el seor Icazbalceta haciendo subir la poca de estas representaciones hasta el tiempo de don Antonio Valeriano indio ilustrado (nm. 68) de quien nos dice que para complacer el gusto de los indios, l u otro compuso la historia de la aparicin con contextura dramtica, no est confesando la antigedad de la

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tradicin? Y las autoridades pblicas, eclesisticas y civiles que no impedan ni los cantos ni las representaciones del milagro, no tenan conocimiento de la tradicin? Y las pinturas y los mapas relativos a la aparicin, no testificaban la tradicin? Y los testamentos en que se hablaba del prodigio, no daban testimonio de la tradicin? Y los anales de los acontecimientos pblicos en que se mencionaba el prodigio guadalupano, no referan tambin la aparicin? Y la relacin o relaciones antiqusimas en lengua mexicana, producto de escritores instruidos, no dan una prueba incontrastable de la tradicin? Y la versin espaola parafrsica de una relacin mexicana de la aparicin, obra del respetable anticuario Alva Ixtlilxchitl, no prueba igualmente la tradicin? Y los manuscritos antiguos que conservaban en su poder Chimalpain e Ixtlilxchitl, no confirmaban la tradicin? Y acaso estos anticuarios y Valeriano eran hombres despreciables? Cmo se atrevi el seor Icazbalceta a decir que ningn escritor distinguido anterior al padre Snchez, tuvo noticia de la tradicin, o que si la tuvo no la juzg digna de mencionarla en ningn escrito? Y qu importa que esos escritos no se hubieran dado a la prensa? Ignora el seor Icazbalceta el valor de los manuscritos, principalmente para los estudios histricos? No es muy sabido que no slo en nuestras bibliotecas, sino tambin en las europeas se conservan los manuscritos con grande aprecio? Y las incontables personas que vean, tenan en sus casas y veneraban la infinidad de imgenes de nuestra Seora de Guadalupe despus de la inundacin de Mxico, ignoraran la tradicin? Y los que asistan a las fiestas de nuestra Seora de Guadalupe ya las celebraban los indios, ya los espaoles o ya fueran por fundacin de algn particular como la que estableci Almanza para cada ao, no tendran noticia de la tradicin? Y qu diremos de los testigos de las informaciones de 1666, unos de ellos indios de religiosidad y otros espaoles graves e ilustres, como los califica el seor Icazbalceta, y tambin sabios respetables, los cuales unnimemente y con juramento declararon que ellos mismos oyeron por mucho tiempo de sus padres y de otras personas fidedignas y aun aseguraban que la aparicin era de pblica voz y fama? Las declaraciones recibidas con todos los requisitos del derecho no dan un testimonio ilustre de la tradicin? Cmo pudo ocultarse el seor Icazbalceta a esta tradicin tan manifiesta?

XXXIV. De la creencia de la aparicin despus del ao de 1648

Cree el impugnador que de una plumada reduce a cero la autoridad de ms de cien escritores nacionales y extranjeros que con su respetabilidad han corroborado ms y ms la creencia de la aparicin. Dice (nm. 60): Los autores posteriores al libro de Snchez todos bebieron de esa fuente, aadiendo, perfilando, ponderando y exagerando ms y ms. Tan ligeros habrn sido tantos sabios, que slo porque uno inventa algo milagroso todos lo aceptan sin crtica? Es falso que el libro del P. Snchez sea la nica fuente a que ocurrieron tantos autores. Muy anterior es la relacin mexicana antiqusima de la aparicin, que asegur el Sr. Uribe que todava en su tiempo exista en la Universidad de Mxico. Ms antiguos que el libro del P. Snchez eran los manuscritos que tenan en su poder Chimalpain e Ixtlilxchitl. Y los anales y testamentos antiqusimos en que se refera la aparicin tomaron su noticia del libro del P. Snchez? Y quin creyera que en los tiempos en que con tanta justicia y sabidura se estimaba la lengua mexicana y estaba tan extendido su conocimiento, tantos sabios que crean la aparicin no entendieran los cantares, ni los anales, ni vieran los mapas, ni presenciaran las representaciones de la aparicin?

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Necesitara absolutamente del libro del P. Snchez el erudito Sigenza, eminente en el conocimiento de la lengua y de las antigedades mexicanas y riqusimo en documentos de nuestra antigua historia, quien en su Primavera Indiana y en sus Glorias de Quertaro dio un ilustre testimonio de la aparicin? Acaso en el libro del P. Snchez estudiaron la ciencia por la cual los mdicos declararon milagrosa la conservacin de la sagrada imagen? En el mismo libro de Snchez adquirieron sus conocimientos artsticos Cabrera y todos los dems insignes pintores que en distintas inspecciones declararon ser obra sobrenatural la misma sagrada imagen? El sabio y laborioso Boturini acaso extrajo del libro del P. Snchez los documentos antiguos que acopi relativos a la aparicin? La respetable congregacin guadalupana de Quertaro, la de Madrid en que el rey mismo estaba incorporado, no tuvieron en su seno sino hombres fascinados por el dicho de un solo autor? Y fascinados por el mismo autor han sido todos los oradores, los poetas, los obispos, las universidades, en una palabra, toda la nacin mexicana y las dems naciones civilizadas que han credo la aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe? Y ha llegado la fascinacin hasta el mismo Vaticano y han sido vctimas de ella los sapientsimos Benedicto XIV y Len XIII? Cun desacertado ha sido el Sr. Icazbalceta en sus apreciaciones histrico-crticas!

XXXV. De los reconocimientos que se han hecho de la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe

Terribilsimo compromiso ha sido para el impugnador de la aparicin de la Reina de los Cielos que tan altamente honra a la nacin mexicana, tener que hablar de los reconocimientos cientficos y artsticos que se han hecho de la admirable imagen de Mara Santsima de Guadalupe. Qu hara? Omitir absolutamente tratar de ellos, era confesarse derrotado; negar el saber de los hombres instruidos que han examinado la sagrada imagen en distintos tiempos era imposible; impugnar sus dictmenes, era ms inasequible. Qu hara quien tom la audaz empresa de querer presentar ante el mundo como nios crdulos a todos los mexicanos y a todos los dems miembros de las naciones cultas que han reconocido la aparicin? Qu hara? Sin que se entienda que se quiere faltar de alguna manera al respeto con que debe tratarse un asunto tan serio, permtase decir que pas el seor Icazbalceta por el asunto de los reconocimientos y dictmenes periciales de la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe, segn suele decirse vulgarmente, como gato por las brasas. Cuatro veces ha sido examinada nuestra imagen guadalupana: 1) En 1666 por siete pintores y tres mdicos; 2) A mediados del siglo pasado por el insigne pintor D. Miguel Cabrera y otros distinguidos pintores de la escuela mexicana de pintura en la poca en que esta escuela lleg a su apogeo, aadindose los otros pintores que aprobaron el opsculo de Cabrera intitulado Maravilla Americana; 3) en 1787 por otros cinco pintores distinguidos; 4) en fin, por un pintor norteamericano a quien califica El Nacional de artista distinguido. Adems Boturini -en Manuscritos guadalupanos- da noticia de un manuscrito en que se

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prob cientficamente que era sobrenatural la conservacin de la imagen. Por todos tenemos la suma de veinte y cuatro sabios que han dictaminado sobre los prodigios de la pintura de Ntra. Sra. de Guadalupe y de su conservacin. El juicio de veinticuatro sabios y sus dictmenes, que hablando la mayor parte de ellos con juramento han declarado sobrenatural la pintura de Ntra. Sra. de Guadalupe y su conservacin, tiene tanta fuerza que aun cuando nadie hubiere hablado de la aparicin, fuera por ignorancia, por pasin, por miramientos polticos y sociales, o por cualquiera otro motivo, l solo bastara para dejar bien sentado el honor de Mxico que venera a esa sagrada imagen como una obra sobrenatural. ste es el peso enorme que abruma al historigrafo impugnador. Algo habra de decir el Sr. Icazbalceta. Supuesto que se haya comprometido a presentar como infundada una creencia nacional, ya no poda volver atrs. Piensa, pues, refutar el dictamen de los tres mdicos oponiendo que muchsimos papeles se conservan aunque rueden por todas partes. Mas no dictaminaron los mdicos sobre la conservacin de un lienzo, sino respecto de la conservacin de la pintura que en l se encontraba. En cuanto al buen estado de la pintura despus de 135 aos de estar expuesta a causas destructivas opone que dijeron los cannigos ms de cien aos despus, es decir, en 1795, que los colores de la imagen se han amortiguado, deslustrado y el lienzo lastimado. Pensara el impugnador que combata la idea de ser sobrenatural la conservacin de la pintura hasta 1666 con slo oponer que en 1795 tena algn deterioro? Si de este modo pens, deba haber reflexionado que los mdicos dando su juicio, se redujeron a hablar slo de las causas destructivas del orden puramente natural y no de las causas destructivas que por imprudencia humana se hubieran de aadir. Porque si por especial providencia se ha conservado la sagrada imagen no obstante la existencia de causas que naturalmente la hubieran destruido, ni debemos exigir de Dios prodigios sobre prodigios, lo cual si se hiciera por malicia sera tentar a Dios; porque se tienta a Dios pretendiendo que haga milagros sin necesidad. El impugnador siente la debilidad, o hablando con propiedad, la nulidad de su sofisma; as es que termina el nm. 56 en que trata del primer examen de la imagen evadiendo la cuestin relativa al dictamen de los mdicos. Dice: En todo caso la conservacin de la imagen sera un milagro diverso y sin relacin alguna con el de la aparicin. As es que nos deja en posesin de nuestro derecho para agradecer al Seor este otro milagro. S, tenemos derecho de reconocerlo y agradecerlo. He aqu otro fundamento: Mas de 200 aos despus del dictamen dado por los mdicos, un artista americano que examin la imagen dijo: El tiempo la respeta. Por qu tan singular exencin a favor de la inexplicable pintura? El arte ha enmudecido, incapaz de explicar tan raro fenmeno Cmo se ha preservado? Otra vez el arte y la ciencia callaron, dejando la respuesta al creyente que la encuentra en una esfera superior a los humanos conocimientos. Contemos esta derrota sufrida por el impugnador.

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A los pintores slo les opone que el P. Bustamante dijo que la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe fue obra de un indio y nadie le contradijo. Esto segundo es absolutamente falso, porque por las declaraciones juramentadas de los testigos llamados por el Sr. Montfar, consta que el orador Bustamante caus grande escndalo en la ciudad de Mxico. Respecto de lo primero, quin que tenga sentido comn, puede admitir que el dicho de uno que habla sin juramento y afectado de pasin, tenga valor contra el dicho de siete artistas que aseguran con juramento lo que afirman? Y sumando con stos a los otros pintores que han dado su juicio respecto de la imagen, son veinte sabios artistas contra Bustamante. Perdida est la causa del adversario de la aparicin, supuesto que tan triste la defiende. Contina el impugnador (nm. 58), hablando del segundo reconocimiento hecho por el respetabilsimo artista D. Miguel Cabrera y otros pintores insignes. Para desechar el dictamen de estos peritos se muestra el impugnador sobremanera desgraciado: lo nico que dice es que Cabrera estaba preocupado por la creencia general de la aparicin, y por el resultado de la inspeccin anterior, y que la asistencia de altos personajes lo privaba de la libertad. Esto quiere decir que Cabrera y los dems artistas se redujeron a hombres vulgares, a nios, a personas ignorantes de la plebe que siguieron ciegamente las preocupaciones populares: que tuvieron en nada su honor, su bien sentada reputacin de artistas; que echaron sobre s una negra mancha, periendo el derecho a la respetabilidad de artistas inteligentes. Tambin los escritores y todos los sabios mexicanos que han respetado a Cabrera, habrn sido unas nulidades, habrn llamado artista distinguido al que era tan ignorante en el arte, o que con nimiedad vulgar se dejaba preocupar hasta el grado de llamar divino lo que era puramente humano. Y no slo esto resulta de la nunca vista impugnacin que el adversario de la aparicin hace a Cabrera y a los dems respetables artistas que lo acompaaron en el examen de la sagrada imagen o que aprobaron su juicio. Nos dice que no tuvieron libertad por la presencia de altos personajes, es decir, que traicionaron a su conciencia, que fueron perjuros, que en cuanto era de su parte autorizaron un culto falso y supersticioso, teniendo como milagro lo que no era, que engaaron desde luego a la autoridad eclesistica de Mxico, y despus se propusieron engaar al mundo, publicando por la prensa su solemne mentira en el opsculo intitulado Maravilla Americana. Trata el adversario en el nm. 58 del examen de la imagen promovido por el Dr. Bartolache y verificado en 1787 por cinco pintores. Les pregunt Bartolache si, supuestas las reglas de su facultad y prescindiendo de toda pasin o empeo, tienen por milagrosamente pintada esa santa imagen? Respondieron que s, en cuanto a lo sustancial y primitivo que consideran en nuestra imagen; pero no, en cuanto a ciertos retoques y rasgos que sin dejar duda demuestran haber sido ejecutados posteriormente por manos atrevidas. Ante una declaracin tan terminante, queda atnito y enmudece el impugnador de la aparicin. Slo dice que quisiera que los pintores hubieran declarado qu fue lo que aadieron manos atrevidas. Qu importa que no lo hayan especificado, si dicen con toda precisin y claridad que la imagen en s misma es sobrenatural? Porque no es sobrenatural lo que hicieron los hombres, no es milagroso lo que hizo Dios? La imagen en s es milagrosa, sta es la declaracin; el adversario no puede impugnarla, no puede contradecirla, Qu es esto sino manifestarse completamente derrotado? No falt quien creyera que lo dicho por el Sr. Icazbalceta impedira que se concediera el

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nuevo oficio de Ntra. Sra. de Guadalupe. Vana Esperanza! Nada vali el estudio del historigrafo: el nuevo oficio se consigui.

EDICTO DE LOS VENERABLES PRELADOS DEL CONCILIO PROVINCIAL MEXICANO

El arzobispo de Mxico y los obispos reunidos en la metrpoli con motivo del Concilio Provincial Mexicano: Juzgando un deber de nuestro pastoral ministerio el tranquilizar las conciencias que hayan podido perturbarse con las publicaciones hechas ltimamente acerca de la aparicin de nuestra Seora de Guadalupe, de comn acuerdo declaramos: Que la maravillosa aparicin, sin ser dogma de fe, como pudiera interpretarse por la sencilla devocin de algunas almas piadosas, es una tradicin antigua, constante y universal en la nacin mexicana, revestida de tales caracteres y apoyada en tales fundamentos, que no slo autorizan a cualquier catlico para creerla, sino que ni aun le permiten contradecirla sin mayor o menor temeridad.

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Bibliografa:

TORRE VILLAR Ernesto de la, y NAVARRO DE ANDA Ramiro Testimonios Histricos Guadalupanos, Fondo de Cultura Econmica, 1a. Ed. 2a. Reimpresin, 2004

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Investigacin Documental sobre la Virgen de Guadalupe

El Mtodo Histrico de Joaqun Garca Icazbalceta

Anlisis de la composicin de la Carta acerca del origen de la Imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe de Mxico, donde el eminente historiador Garca Icazbalceta impugna el Milagro Guadalupano Exposicin pronunciada por el profesor Ramn Snchez Flores, el 6 de diciembre de 1979, durante el IV Encuentro Nacional Guadalupano, dirigido por el sacerdote jesuita Luis Medina Ascencio, con la presencia del Sr. Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo Primado de Mxico, y del Sr. Abad de la Baslica, Mons. Guillermo Schulenburg Prado.

Los textos de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta se resaltan en LETRAS CURSIVAS Y ROJAS.

Prembulo
En la historiografa religiosa, como en la propia historia de Mxico, el acontecimiento de las Apariciones de Nuestra Seora de Guadalupe en el Tepeyac, y la estampacin de su imagen el 12 de diciembre de 1531, marca el surgimiento de la fe aglutinadora de un pueblo, que se ha nutrido en la permanente vivencia de lo que considera el milagro de una nacin privilegiada. Los fastos religiosos y con mayor razn cuando pertenecen al orden de la espiritualidad colectiva- no pueden ser valorados y explicados bajo la severa crtica del racionalismo histrico. Por ser acontecimientos de jerarqua preternatural, la fuerza de la tradicin firme en la fe, enriquece con sus relatos vivenciales la escueta noticia historiogrfica. Para el pueblo creyente estos son argumentos suficientes para legitimar una realidad, que, por lo dems, nunca han alterado los vanos escrutinios e investigaciones que el cientfico realiza en su gabinete. Las nicas pruebas que el pueblo siempre fiel busca y pide para valorar la autenticidad de sus glorias religiosas, no pueden proporcionarlas los simples racionalistas. nicamente acepta aquellas, que pasando por el crisol de su espiritualidad, tienen el peso especfico de la Gracia y Favor que recibe de quien cree y espera. Y hay que recordarlo: en cuestiones de fe, no es la ciencia, sino la conciencia del pueblo creyente la que manda.

INTRODUCCIN
En el campo de la historiografa religiosa, ha preocupado a algunos historiadores y estudiosos, catlicos principalmente, el analizar la historicidad del acontecimiento guadalupano del Tepeyac y sus

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consecuencias. Puede afirmarse que este inters surge con el nacimiento mismo de la historia crtica. El estudio crtico sobre las Apariciones o Mariofanas del Tepeyac, ha sido enfocado desde diversos ngulos y perspectivas. Algunos lo han realizado con pretensiones puramente apologticas como: Francisco Javier Conde y Oquendo, en su Disertacin histrica sobre la aparicin de la portentosa imagen, publicada en 1852; y en 1853, Esteban Antcoli, S.J. en su Historia de la Aparicin de la Santsima Virgen Mara de Guadalupe de Mxico. Otros historiadores han practicado un anlisis crtico de las fuentes y testimonios guadalupanos de los siglos XVI al XVIII, como Agustn de la Rosa en su Disertacin Histrico-Teolgica de la Aparicin publicada en 1887; Alfonso Junco en Un Radical problema guadalupano, editado en 1926 o bien: Mariano Cuevas S.J., en el lbum Histrico Guadalupano del IV Centenario, editado en 1930; y recientemente Jos Bravo Ugarte, S.J., en las Cuestiones Histricas Guadalupanas, obra publicada en 1946, entre otros. Ciertamente en la crtica histrica del suceso guadalupano han sobresalido estudiosos que lo observan desde el punto de vista esttico-religioso, o bien bajo un anlisis etno-social, como Joaqun Gonzlez-Moreno, en su Iconografa Guadalupana, editada en 1959 o bien: Bernardo Bergend en La nacionalidad mexicana y la Virgen de Guadalupe, editada en 1931, entre otros trabajos igualmente valiosos. Finalmente han existido y existen historiadores, que bajo una crtica subjetiva, ms que en metdica disertacin cientfica, han efectuado estudios impugnativos en torno al Suceso guadalupano del Tepeyac. De entre los ms connotados deben citarse: el historiador espaol Juan Bautista Muoz, quien dej manuscrita su Memoria sobre las apariciones y el culto de Nuestra Seora de Guadalupe de Mxico en 1794 y que no fue publicada sino hasta 1817. La impugnacin ms conocida es la Carta que el bibligrafo e historigrafo Joaqun Garca Icazbalceta, envi en octubre de 1883 al Arzobispo de Mxico Pelagio Antonio de Labastida y Dvalos, quien le solicit su parecer en torno a un manuscrito apologtico de las Apariciones guadalupanas, obra de Jos Antonio Gonzlez. En esta Carta privada Garca Icazbalceta aprovech la oportunidad de verter sus opiniones en torno a la historia guadalupana y principalmente sobre las noticia documental de las Apariciones que impugna con la misma argumentacin de Juan Bautista Muoz, criticando los testimonios y formulando una conclusin o hiptesis. Esta carta privada se public, al parecer subrepticiamente, en varias versiones, la ms completa y apegada al texto original, segn sus editores, dos aos despus de la muerte de su autor, es decir en 1896, con el ttulo de Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Seora de Guadalupe de Mxico escrita por D. Joaqun Garca Icazbalceta al Ilmo. Sr. Arzobispo D. Pelagio Antonio de Labastida y Dvalos. Para la historiografa guadalupana de Mxico, la Carta del Sr. Garca Icazbalceta tiene un particular inters, no slo bibliogrfico, sino porque en ella se plantea una crtica que en su fondo y forma, como lo han opinado algunos estudiosos, es una firme impugnacin histrica. Quienes han calificado as esta Carta han sido no precisamente historiadores, como es el caso del crtico y analista de arte Francisco de la Maza en: Los evangelistas de Guadalupe y recientemente el antroplogo francs Jacques Lafaye en Quetzalcoatl y Guadalupe. De entre los historiadores catlicos recientes, el franciscano Fidel de Jess Chauvet opina que la Memoria y la Carta de J. Bautista Muoz y Garca Icazbalceta son: Dos obras maestras de crtica histrica severa en relacin con los orgenes del culto guadalupano del Tepeyac. No obstante estas opiniones (esta ltima muy valiosa por provenir de uno de los historiadores catlicos que con mayor solidez ha estudiado el acontecimiento guadalupano), no obstante estas opiniones, digo, ya desde que se tuvo conocimiento de la Memoria de Muoz y la Carta de Garca Icazbalceta, varios historiadores religiosos han analizado metodolgicamente el contenido de estas exposiciones refutndolas, concluyendo que tanto la Memoria de J. Bautista Muoz como la Carta de D. Joaqun Garca Icazbalceta carecen de argumentaciones verdaderamente vlidas a la vista de la documentacin y la tradicin histrica guadalupana. Esto se desprende de las obras de Jos Miguel Guridi y Alcocer en su Apologa de la Aparicin; Agustn

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de la Rosa en su Disertacin Histrico-Teolgica (ya citada); Primo Feliciano Velzquez en: La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe (1931), y Jess Garca Gutirrez en El primer siglo guadalupano (1931); finalmente por la concrecin con que lo hizo, debe citarse a Jos Bravo Ugarte, S.J., en su obra ya mencionada Cuestiones histricas guadalupanas, edicin 1966. La mayora de quienes han procedido a rectificar o impugnar las obras de Muoz y Garca Icazbalceta, lo han efectuado sustentando tesis bsicamente crtico-histricas y teolgicas. En la realidad esta tarea ha sido implcitamente en defensa y apologa del Suceso guadalupano del Tepeyac, sin que, por otra parte, se haya procedido a analizar la Carta impugnadora de Garca Icazbalceta, particularmente en la metodologa histrica que utiliz el mencionado estudioso, en la exposicin de la misma. Concretamente: su composicin o estructura bajo la crtica de lgica formal y lgica material. La presente ponencia, preparada para nuestro IV Encuentro Nacional Guadalupano, pretende ensayarlo. Se advierte que los circunstantes estn en conocimiento del contenido en la Carta de referencia, pues por razones de tiempo es imposible dar su lectura ntegra, si bien en el trabajo impreso de esta ponencia (en la Memoria del IV Encuentro) se procurar anexarla, sealada grficamente, como apndice.

La Carta escrita en octubre de 1883 por el bibligrafo e historigrafo Joaqun Garca Icazbalceta al arzobispo de Mxico, es un instrumento privado del gnero literario epistolar, donde se presenta en forma argumentativa, semejando la forma disertativa escolstica, la proposicin del historiador Juan Bautista Muoz, de que: Antes de la publicacin del libro del P. Miguel Snchez (en 1648), no se encuentra mencin alguna de la Aparicin de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego. En esta carta expone en argumentos negativos y positivos, lo que el autor deduce y concluye de la historia guadalupana. De acuerdo a la enunciacin anterior, conviene formular la siguiente proposicin: Para que la Carta de Garca Icazbalceta se considere una Disertacin: Debe estar vertida en forma: ordenada, clara y objetiva; que de manera directa recurra a la evidencia intrnseca de las exposiciones cientficamente formuladas. En conformidad con lo anterior, se examinar si la composicin impugnadora, en lo que corresponde al esquema de la lgica formal, cumple los requisitos de ser: ordenada, clara y objetiva.

II

El orden que se observa en las partes que conforman la composicin impugnadora de Icazbalceta, es el siguiente: est dividida en 70 prrafos, foliados del 1 al 70. La inordinacin que se advierte es como sigue: Del prrafo 1 al 5 efecta los saludos, explicacin y justificacin de manera personal y subjetiva, como corresponde a la introduccin de una carta privada. Del prrafo 6 al 7, inordina el planteamiento del asunto que se reduce a un cuestionamiento y una crtica subjetivas. En el prrafo No. 8 establece la proposicin fundamental citando la misma propuesta por el historiador J. Bautista Muoz. De los prrafos 9 al 66, efecta la prueba. Esta no est contenida en orden, como se ver ms adelante, en la inordinacin las pruebas estn interpoladas en los argumentos negativos y positivos por una conclusin inducida. Esta es la foliacin: el argumento negativo expuesto en dos partes fragmentadas: del 9 al 29 y del 40 al 66, y el argumento positivo del 30 al 39. Existe una interpolacin

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en el prrafo 28, que es una conclusin de la proposicin fundamental sin pertenecer al grupo de inducciones. Los prrafos foliados del 67 al 68 contienen la deduccin del autor en una hiptesis sobre la historia de las Apariciones. Finalmente, los prrafos 69 y 70 contienen una conclusin del autor, reafirmacin subjetiva de la introduccin, una confesin y exculpacin personales, una recomendacin y saludos de despedida. Al someterse al anlisis metodolgico esta composicin, revela las siguientes fallas: La proposicin fundamental no es clara: El prrafo No. 8, que la contiene, dice as: Muoz tampoco los conoci (haciendo referencia a los documentos nominados en los prrafos 6 y 7) ni pudo conocerlos; pero todos ellos no han hecho ms que confirmar de una manera irrevocable su proposicin de que: antes de la publicacin del libro del P. Miguel Snchez no se encuentra mencin alguna de la Aparicin de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego. No es clara, porque: a) Al ser una proposicin fundamental viene precedida de una defensa o prevencin del que dijo esto (Muoz), no slo en la primera parte del prrafo: Muoz tampoco los conoci, sino de la introduccin al prrafo No. 6, que comienza diciendo: Las dudas acerca de la verdad del suceso de la Aparicin, tal como se refiere, no nacieron de la Disertacin de D. Juan Bautista Muoz, son bien antiguas Esto que parece una prueba de la veracidad de J. Bautista Muoz y su proposicin, no est mas que sugerida y no sustanciada. Por no estarlo, la advertencia defensiva no hace clara la proposicin que va a defender, y es condicin mnima e indispensable que las proposiciones fundamentales tengan la claridad de ser argumentos por s mismos. No es clara porque: b) La proposicin fundamental de esta Carta no es propia del autor, sino en todos sus trminos del historiador Juan Bautista Muoz al que cita, y por no citar completa la proposicin original, el fragmento citado queda slo como el trmino mayor de la proposicin, lo que plantea un entimema, como se observar en la conclusin. La argumentacin no es ordenada En la inordinacin de las pruebas (prrafos 9 al 69), el autor de la Carta no sigue el debido orden en sus inducciones. Si bien toda la prueba se reduce a mostrar el argumento negativo, es decir segn el autor: aquel silencio universal en torno a las Apariciones del Tepeyac, antes de la mencin del P. Snchez, el autor inordina tambin una serie de argumentos positivos, y entre ellos, una conclusin prematura y un comentario personal ajeno a la argumentacin. As, el esquema probatorio queda quebrantado en la siguiente forma: Expone el argumento negativo en los prrafos foliados del 9 al 29, lo interrumpe del 30 al 39 para exponer el argumento positivo, y reanuda en los prrafos 40 al 66 el argumento negativo. Las interpolaciones que vician el orden, son las siguientes: en el prrafo No. 28 hace una conclusin prematura aparentando agotar la induccin antecedente, sin embargo reanuda las pruebas en los prrafos 40 al 66, invalidando as la prematura conclusin, que dice: Como V.S.I. ve ,es completo el silencio de los documentos antes de la publicacin del libro del P. Snchez". En la exposicin de la primera serie de argumentos negativos, es decir en definicin del mismo autor (Prrafo no. 10): La fuerza del argumento negativo consiste principalmente en que el silencio sea universal, y que los autores alegados hayan escrito de asuntos que pedan una mencin del suceso que callaron, los prrafos foliados del 9 al 29 se ven interpolados por argumentos que no son de silencio universal, y por lo tanto no son negativos; esto se observa en los prrafos 17, 18, 19 y 20, donde s se hace mencin por varios autores antiguos de la devocin y milagros de Ntra. Sra. de Guadalupe. Esta anomala de haber incluido el autor en la primera serie de argumentos negativos menciones positivas, se debe a que no hizo de antemano distincin del silencio universal. Ese silencio universal se refera no al culto, sino a las Apariciones, como lo viene a advertir tardamente en el prrafo No. 1, cuando

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dice: Los pasajes de Torquemada y de Bernal Daz en que se habla de la iglesia, han dado materia de larga discusin a los apologistas Aqu debo hacer una observacin importante -dice el autor, Todos los apologistas, sin exceptuar uno solo, han cado en una equivocacin inexplicable en tantos hombres de talento, y ha sido la de confundir constantemente la antigedad del culto, con la verdad de la Aparicin y milagrosa pintura en la capa de Juan Diego. Se han fatigado en probar lo primero (que nadie niega, pues consta de documentos irrefragables), insistiendo en que con eso quedaba probado lo segundo, como si entre ambas cosas existiera la menor relacin". Como se ve, esta advertencia fuera de orden se revierte en la fuerza argumentativa del argumento negativo, invalidndolo en los prrafos del 9 al 20. En los prrafos 22, 23 y 24, de la primera serie inductiva, existen menciones positivas, mas con la distincin contenida en el No. 21 ya se explica por qu estn inordinadas en el argumento negativo. Lo mismo sucede en la segunda serie de inducciones de los prrafos 40 al 66. En la serie argumentativa del 30 al 39, quedan inordinados lo que el autor considera el argumento positivo, contrario al aserto de la Aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe. Esta serie queda tambin fragmentada con la interpolacin de un largo comentario personal del autor de la Carta ajeno al orden de la argumentacin. Esta interpolacin vicia no slo el orden argumentativo, sino por sus caractersticas subjetivas -como se ver adelante-, a la misma argumentacin. A lo largo de la exposicin tambin se observa lo siguiente: La argumentacin no es objetiva Debido a que en un riguroso examen del texto, nicamente se encontraron 4 prrafos objetivos (16, 18, 26 y 40), conviene aqu hacer una divisin y un muestreo de la subjetividad mostrada por Garca Icazbalceta en su Carta. Esta subjetividad es: a) la particularidad personal en la observacin de los problemas histricos; b) apreciaciones y crticas subjetivas; c) explayamiento de pensamientos y sentimientos personales; d) empleo de frases y exclamaciones adjetivantes y vituperios. En el muestreo de los prrafos siguientes se observa: a) Particularidad personal en la observacin de los problemas histricos: En el prrafo No. 28, as dice: Como V.S.I. ve, es completo el silencio de los documentos antes de la publicacin del libro del P. Snchez. No cabe en buena razn suponer que durante ms de un siglo tantas personas tan graves y piadosas, separadas por tiempo y lugar, estuviesen de acuerdo en ocultar un hecho tan glorioso para la religin y la patria. Los apologistas de la Aparicin quieren que se presenten todos los documentos de tan larga poca, para convencerse de que el silencio es universal; pretensin inadmisible, porque de esa manera jams se escribira historia, en espera de documentos que pudieron existir y que pudieran hallarse. Los que tenemos dan testimonio suficiente de lo que contendran los que tal vez pudieran hallarse todava. Alguna prueba de ello hay ya. Muoz, en 1794, fundaba principalmente su impugnacin en el silencio de los escritores: en los noventa aos corridos desde entonces se han descubierto innumerables e importantsimos documentos, y ni uno solo ha hablado, sino que han aumentado mucho con su silencio el grave peso de la argumentacin de Muoz. Hasta aqu el autor de la Carta. Analizando este argumento, la inobjetividad radica en admitir como suficientes los documentos que conoci a la fecha que escriba la carta, para probar que no exista noticia histrica de la Aparicin, a sabiendas de que de la ltima impugnacin de Muoz en 1794 se haban descubierto innumerables e importantsimos documentos, pero al mismo tiempo negaba la posibilidad de que estos documentos tambin innumerables e importantsimos podran seguirse descubriendo despus de escribir su Carta. La subjetividad de sentirse apodctico en materia histrica guadalupana, le impidi hacerse un silogismo tautolgico: Se seguan descubriendo nuevos documentos sobre el suceso guadalupano; es as que no eran todava exhaustivas las pruebas documentales; luego todava no poda negarse el suceso de las Apariciones guadalupanas. La inobjetividad radica no slo en metodologa histrica, sino en un elemental principio de la lgica

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material en sus sealamientos sobre la duda metdica: La duda, an la simplemente metdica -dice Regis Jovilet-, jams puede ser universal, porque hay certezas cuya evidencia es tal que no puede ser en modo alguno negada, ni siquiera por una ficcin. Concluyendo, es de sealarse con lo dicho por este mismo autor que: Quien quisiera poner en duda las evidencias histricas existentes en los testimonios no descubiertos, no podr demostrar ya cosa alguna. b) Su argumentacin no es objetiva por sus apreciaciones y crticas personalizadas y digresivas: Esto se observa en el prrafo foliado con el No. 55, que dice: La informacin se haca ciento treinta y cuatro aos despus de la fecha que se asigna al suceso, y claro es que no podan quedar ya testigos de vista. Pero se encontraron oportunamente indios octogenarios y an ms que centenarios, que alcanzaron a padres o abuelos igualmente longevos, de manera que con dos vidas bast para remontarse a 1531 y ms all. (Contina describiendo la informacin y dice): No me hara fuerza el caso si solamente se tratara de testigos indios, porque siempre han sido propensos a las narraciones maravillosas, y no muy acreditados por su veracidad; pero cuando veo que sacerdotes graves y caballeros ilustres afirman la misma falsedad, no puedo menos de confundirme, considerando hasta dnde puede llegar el contagio moral y el extravo del sentimiento religioso. No cabe decir que esos testigos se cargaban a ciencia cierta con un perjurio, pero es visto que afirmaban bajo juramento lo que no era verdad. Es un fenmeno bastante comn en los ancianos, y lo he observado muchas veces, llegar a persuadirse de que es cierto lo que han imaginado. Se juzgar sin duda, absurdo y atrevido desechar as un instrumento jurdico; pero el hecho es que la demostracin histrica no admite rplica, y que las afirmaciones de unos veinte testigos de odas, por calificadas que sean, no pesan ms que la terrible informacin de 1556 y el mudo pero unnime y desapasionado testimonio de tantos escritores no menos autorizados que aquellos testigos y que llevan a su frente al Ilmo. Sr. Obispo Zumrraga. Hasta aqu el impugnador. Tan subjetivo es el juicio del autor de esta Carta, que a los indios, por el hecho de serlo, los califica de no muy acreditados por su veracidad. Subjetivo al desechar el instrumento jurdico de las Informaciones de 1666, sin ms argumentacin que las afirmaciones de unos veinte testigos de odas, por calificadas que sean, no pesan ms que la terrible informacin de 1556, sin sustanciar pruebas del mayor valor histrico y jurdico de unas sobre otras. c) No es objetivo, al explayar pensamientos y sentimientos personales. Esto se observa en el prrafo disgresivo foliado con el No. 38, en el que despus de juzgar algunos documentos de la historia de Espaa que califica de apcrifos seala: No todos fueron engaados, pero nadie se atrevera a impugnar aquellas torpes invenciones por temor a la grita que se levantara contra el que combatiera tan piadosas mentiras. El empuje era irresistible, y costo mucho tiempo y trabajo limpiar de aquella basura la historia civil, y eclesistica de Espaa. Era una poca de misticismo, en que el espritu pblico estaba dispuesto a acoger y apoyar cuanto se refera a comunicaciones o manifestaciones sobrenaturales: cualquier forma en fin de milagro. El que de continuo ofrece la naturaleza con el cumplimiento invariable de sus leyes, no satisfaca: se necesitaba siempre la excepcin de la regla, y que la intervencin directa de la Divinidad viniera a derogar hasta en las cosas ms ftiles, lo que desde la creacin qued sabiamente establecido. Y en este tono termina este prrafo el autor de la Carta. Aqu la subjetividad de su incredulidad es manifiesta. d) Emplea frases y exclamaciones adjetivantes y vituperios como se advierte en los siguientes prrafos: Viciando la argumentacin con frases sarcsticas en el No. 11: oportuno incendio; en el No. 23: Nada de aparicin; en el No. 29 (diciendo de Torquemada), Embustero no fue, sino algo plagiario; en el No. 38: Piadosas mentiras. Vituperios como en el No. 38, al llamar a los documentos apcrifos de Espaa basura; en el No. 39: A esta idea extraviada debemos las tristes informaciones de 1666, en el No. 43: dan como recibidos documentos dudosos, oscuros y enfermizos, que ni siquiera pueden exhibir (en referencia a los apologistas); en el No. 67: escritores gerundianos e insufrible libro, refirindose al libro del P. Snchez. En cuanto al anlisis de la Carta bajo la lgica material, interesa solamente a nuestro ensayo, conocer

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de ella ciertas condiciones de certeza y el camino o mtodo con que se lleg a ella. Respecto a las condiciones de certeza de la Carta y su correlacin al anlisis del contenido, sta ya ha sido juzgada e impugnada por varios autores que en dominio del proceso histrico y la heurstica y hermenutica del acontecimiento del Tepeyac, encontraron que bajo las apariencias formales de un argumento silogsticamente bien planteado, se encubran inexactitudes histricas, se interpolaban textos viciados, o se omitan simplemente menciones comprobatorias del suceso o pasaje histrico negado. Aqu nicamente se analizarn las contradicciones y sofismas que son comprobables en el contexto de la composicin. En el prrafo No. 68, que contiene la consecuencia o deduccin hipottica del autor existe una desproporcin argumentstica con respecto a lo argumentado, es decir: que tiene mayor certidumbre y verificacin histrica lo que impugn, que lo propuesto como explicacin histrica. En este sentido no cumple con las condiciones apriorsticas que se exigen en la validez de una hiptesis, es decir: que sea sugerida y verificable por los hechos histricos, sin ser absurda o sea contradictoria en s misma. As dice la hiptesis de referencia (prrafo No. 68): Los primeros religiosos levantaron luego de llegados, muchas capillas y ermitas en diversos lugares, con deseo de destruir la idolatra, prefirieron para colocar esas pequeas iglesias aquellos sitios en que antes se tributaba mayor culto a los dolos, y an les dieron ttulos anlogos. Si en eso hicieron bien o mal, no es esta ocasin de averiguarlo: bstenos saber que as pas, y que una de esas ermitas fu la del Tepeyac, con el ttulo de la Madre de Dios, sin advocacin particular, como lo indica Sahagn, lo declara el Br. Salazar en la informacin de 1556, y era natural que fuese para corresponder al nombre Tonantzin Nuestra Seora Madre, que tena el dolo adorado all. No sabemos en qu ao se labr la ermita, ni qu imagen se puso en ella: tal vez ninguna, por ser entonces muy escasas. Poco despus los indios se dieron a hacerlas, para lo cual se contaba ya con los discpulos de la escuela de Fr. Pedro de Gante, "y as es (dice Torquemada) cosa muy ordinaria remanecer en cada convento de cuando en cuando imgenes que mandan hacer de los misterios de nuestra Redencin, figuras de santos en que ms devocin tienen". Sin duda una de estas fu la de Guadalupe, y hallndola bastante bien pintada, devota y atractiva como realmente lo es la enviaron los religiosos a la ermita, llevando a otra parte la que all estaba, si alguna haba: y cuando los espaoles la vieron le dieron ese nombre por lo que antes he dicho. Hacia los aos de 1555 y 1556 comenz a encenderse la devocin con motivo de la curacin milagrosa que refera el ganadero, y se cont tambin la aparicin simple ( ese otro indio) de que hablan Juana Martn y Surez de Peralta. Estaban entonces en boga y continuaron mucho despus las representaciones sacras de autos o misterios, a que los indios eran aficionadsimos. D. Antonio Valeriano, indio ilustrado, catedrtico en el colegio de Tlatelolco, tena capacidad suficiente para esta clase de composiciones. l u otro aprovecharon la relacin de los milagros de Ntra. Sra. de Guadalupe, y tomando por base la Aparicin que se refera, aadieron circunstancias que dieron forma y animacin a la pieza, sin intencin de hacerlas pasar por verdaderas, como suelen hacer todava los autores dramticos. La historia de la Aparicin tiene una contextura dramtica que primera vista se advierte. Los dilogos entre la Virgen y Juan Diego; las embajadas al Obispo; las repulsas de ste; el episodio de la enfermedad de Juan Bernardino; la huida de Juan Diego por otro camino; las flores nacidas milagrosamente en el cerro, y por ltimo, el desenlace con la aparicin de la pintura milagrosa ante el seor Obispo, forman una accin dramtica. Esta seria la pieza o relacin mexicana que cay en manos, de Snchez, quien la tom al pie de la letra y la di por historia verdadera. Hizo lo dems el espritu de la poca, propenso a aceptar sin examen, como obra meritoria todo lo milagroso. Se haba contado la aparicin de Ntra.Sra. de Guadalupe a un pastor, y la sabran por sus antepasados los testigos indios de las informaciones de 1666, fcilmente le acomodaron las circunstancias. que corran ya con general aceptacin.Haber puesto el suceso en el da 12 de Diciembre provino sin duda de que en igual da de 1527 fu presentado el Sr. Zumrraga al Obispado, lo que en aquellos tiempos equivala un nombramiento en forma. Lo que no acierto explicarme satisfactoriamente es por qu se puso el suceso en el ao de 1531.

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Hay que notar, sin embargo, una rara coincidencia. Refiere Sahagn (lib. 8, cap. 2) que D. Martn Ecatl fu el segundo gobernador de Tlatelolco despus de la conquista: que gobern tres aos "y en tiempos de ese, el diablo en figura de mujer andaba y apareca de da y de noche, y se llamaba Cioacoatl Haciendo el cmputo de tiempo en que gobern dicho D. Martn, segn los datos que ofrece Sahagn en el propio capitulo, resulta que fueron los de 1528 31; y por Otro pasaje del mismo autor (lib. 1 cap. 6) sabemos que la diosa Cioacoatl se llamaba tambin Tonantzin. Aqu tenemos que por aquellos aos se hablaba entre los indios de apariciones de la Tonantzin, nombre con que ellos conocan a Ntra. Sra. de Guadalupe, segn el propio P. Sahagn. Hasta aqu el autor de la hiptesis. Como se desprende de esa lectura, el esquema es en todas sus partes hipottico y no el de una tesis probatoria; si se entiende como hiptesis la explicacin provisional de los fenmenos observados, sta sera una explicacin subjetiva, pero no una prueba definitiva en contra de lo impugnado. En varios aspectos la hiptesis no est sugerida ni es verificable por los hechos histricos y s es contradictoria en s misma. Es contradictoria porque como hiptesis invalida la misma proposicin del asunto (contenido en el prrafo No. 8). Para citar como ejemplo estas contradicciones, en la hiptesis se acepta que Hacia los aos de 1555 o 1556 comenz a encenderse la devocin con motivo de la curacin milagrosa que refera el ganadero, y se cont tambin la Aparicin simple (a se o a otro indio) de que hablaba Juana Martn y Surez de Peralta (al indio Juan Diego) y contina: Estaban en boga y continuaron mucho despus las representaciones sacras de autos o misterios a que los indios eran aficionados. En cambio, la proposicin o tesis que trata de defender el mismo de la hiptesis, dice: Antes de la publicacin del libro del P. Miguel Snchez no se encuentra mencin alguna de la Aparicin de la Virgen a Juan Diego Contradice tambin la hiptesis a la anticipada conclusin del autor (en el prrafo No. 28) que dice: Como V.S.I. ve, es completo el silencio de los documentos antes de la publicacin del libro del P. Snchez. Conclusin: el corolario o hiptesis parece invalidar la tesis. Pero esta hiptesis del autor de la Carta, no slo es contradictoria sino sofstica. Bajo el mismo anlisis en lgica material, sin recurrir al anlisis del contenido, se descubre que estos sofismas de induccin se originan principalmente por ignorancia de causa, si se tiene en cuenta que se toman por causas, simples antecedentes o circunstancias accidentales. Esto se observa, cuando dice en la siguiente parte de la hiptesis: Lo que no acierto explicarme satisfactoriamente es por qu se puso el suceso en el ao de 1531 "y en tiempos de ese (Martn Ecatl), el diablo en figura de mujer andaba y apareca de da y de noche, y se llamaba Cioacoatl Haciendo el cmputo de tiempo en que gobern dicho D. Martn, segn los datos que ofrece Sahagn en el propio capitulo, resulta que fueron los de 1528 31; y por Otro pasaje del mismo autor (lib. 1 cap. 6) sabemos que la diosa Cioacoatl se llamaba tambin Tonantzin. Aqu tenemos que por aquellos aos se hablaba entre los indios de apariciones de la Tonantzin, nombre con que ellos conocan a Ntra. Sra. de Guadalupe, segn el propio P. Sahagn. De acuerdo a este sofisma, la circunstancia de que la imagen de Ntra. Sra. estuviese en un lugar donde se veneraba a Tonantzin (segn los prrafos 17 y 22), luego algo tena que ver con la Cioacoatl y sta con la fecha que se asign a la aparicin. Un evidente sofisma de falsa analoga, al querer confundir para provecho de su argumentacin los nombres de Cioacoatl, Tonantzin y Guadalupe a pesar de la diferencia esencial de este ltimo que el mismo autor aclara en el prrafo No. 66 de su Carta. Finalmente para comprobar que la hiptesis es contradictoria en s misma, sea suficiente en este muestreo observar que, no slo existen sofismas de induccin, como se explic ya, sino tambin de deduccin. Esto puede observarse en el mismo prrafo 68 de la hiptesis cuando confunde el asunto de las imgenes y los nombres, al decir: No sabemos en qu ao se labr la ermita, ni qu imagen se puso en ella; tal vez ninguna, por ser entonces muy escasas. Y ms adelante: Una de stas fue la de

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Guadalupe, y hallndola bastante bien pintada, devota y atractiva, como realmente lo es, la enviaron los religiosos a la ermita, llevando a otra parte la que all estaba, si alguna haba, un claro sofisma de deduccin consistente en probar otro asunto por ignorancia de la materia. Hasta aqu el examen formal de la Carta.

III

En conformidad con el anlisis anterior se concluye: La Carta de Garca Icazbalceta no est vertida en forma ordenada, clara y objetiva y no recurri en forma directa en busca de la evidencia intrnseca de la verdad; luego no puede considerarse una Disertacin, que cumpla los requisitos exigidos metodolgicamente a las exposiciones cientficamente formuladas.

ANLISIS Y CRTICA DEL MTODO


Al proceder al anlisis del mtodo expositivo del autor de la Carta impugnadora de las Apariciones guadalupanas, se hace necesario conocer los antecedentes del autor. En trminos generales puede afirmarse que el ilustre bibligrafo e historigrafo no era esencialmente un crtico de la historia, ni disertador en este campo. Su cuantiosa obra bibligrafica y su corta obra histrica reflejan su capacidad organizativa esencialmente emprica, no obstante la irregularidad con que desarroll su tarea. D. Joaqun Garca Icazbalceta, si bien no tuvo una formacin acadmica, ni asisti a cursos de su especialidad en institucin alguna, ejecut su tarea, no como un autodidacta, sino como un hombre de estudio y mtodo. Aunque se ufanaba de no haber puesto pie en escuela alguna, y que de sus profesores particulares muy poco aprovech, en cambio, como lo afirma Manuel Guillermo Martnez, crtico de su obra, fue un consumado lector de los clsicos, no le fue ajeno el estudio de las corrientes histricas de su poca y por su dominio del ingls fueron historiadores anglosajones sus predilectos, como es notorio en su traduccin de la Historia de Mxico de W. Prescott. Fue amplio su conocimiento sobre la metodologa de Bertoldo Niebuhr y Leopoldo von Ranke, como se desprende en su Biografa del primer obispo y arzobispo de Mxico Don Fray Juan de Zumrraga (1881) donde sigue los postulados de la historia gentica. En efecto, como lo afirma G. Martnez, D. Joaqun Garca Icazbalceta opt en sus estudios histricos por el mtodo gentico, es decir la historia causal o razonada que no pretende solamente enumerar los hechos por el valor que en s mismo tienen, ni instruir, sino indagar el origen de los hechos, o cerciorarse de las causas que han producido los sucesos. Sin embargo Garca Icazbalceta no era un purista de la historia gentica; en la mayor parte de su obra de ensayo biogrfico (En el Diccionario Universal de Historia, 1859), como en su propia biografa de Zumrraga, se nota la influencia de la historia pragmtica, pues no slo pretenda ceirse a la narracin

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de los hechos, ni sus investigaciones nicamente pretendan novedad; es comn en l insinuar un provecho o conclusin, cuando no directamente formular consideraciones hipotticas. En su biografa de Zumrraga el pragmatismo de Icazbalceta asoma claramente, ya que prejuiciado por su negacin del acontecimiento guadalupano del Tepeyac, huy de efectuar la ms mnima cita del asunto, ni siquiera mencionndola como una tradicin universalmente aceptada e inseparable de su biografiado. Que su metodologa no era nicamente gentica, sino afectada por una fuerte dosis de pragmatismo, se observa en la Carta acerca del origen de la Imagen de Ntra. Sra. De Guadalupe de Mxico, la que se ha analizado en su parte estructural. En efecto; no obstante ser este trabajo de historia crtica ms bien una composicin epistolar, por el hecho de hacer una investigacin histrica (que no fue de l sino de J. Bautista Muoz) tena que haber mostrado en ella su metodologa gentica y no lo hizo as. Sus opiniones personales estn constantemente expuestas a lo largo de la carta. An ms, ocasionalmente, como sucede en el eplogo, trata de sacar provecho en la misiva al Arzobispo, sugirindole veladamente hacer cambios y ofreca soluciones para borrar lo relativo a las Apariciones en el culto de Nuestra Seora de Guadalupe, como l lo dice: Si stas no se destruyen (las objecciones a la Aparicin), las apologas producirn efecto contrario. Se advierte en los trabajos histricos de Garca Icazbalceta una propensin mutable en su estructuracin y maleable en sus fines utilitarios, muy contraria a su magistral aptitud bibliogrfica. Si su metodologa gentica consista en escribir la historia como si estuviese confeccionando una ficha bibliogrfica, esto explica por qu instintivamente para abatir esta rigidez, recurre a los subjetivismos, a dar por vlidos solamente los documentos por l vistos, y aun, exagerar el valor de los documentos que eran de su propiedad, pues en realidad su trabajo histrico y bibliogrfico se centr en dar a conocer sus ricas colecciones. Este subjetivismo y elitismo histrico son propios del medio pragmtico. Pero hay ms. Precisamente en el mtodo expositivo de la Carta que nos ocupa, se observa una carencia heurstica y hermenutica propia; las investigaciones de nuevos documentos guadalupanos y su anlisis crtico los deja a otros, de all que use como proposicin propia, la misma del historiador Juan Bautista Muoz. Garca Icazbalceta no investiga en los archivos, no aporta nuevos documentos -porque l no los tiene en su coleccin- l slo cita los instrumentos histricos empleados por los impugnadores que le antecedieron (Bartolache, Muoz, fray Servando), o por los mismos apologistas. La fuerza de sus pruebas para impugnar el suceso de las Apariciones, no la hace radicar en una nueva aportacin documental, sino con procesos deductivos. Esta es la razn por la cual, al desconocer ampliamente la materia histrica, surgen inevitablemente sofismas de deduccin, como se observa en el planteamiento de su hiptesis. Al no radicar su metodologa en la heurstica propiamente dicha, sta no es exactamente gentica. Se da por satisfecho con los documentos que hablan del suceso guadalupana hasta el momento que l los critica. Nada espera de la investigacin futura y por ende lo que l escribe lo considera definitivo. Si bien dentro de la propia lgica formal de la historia, Garca Icazbalceta acude en su Carta a la avaloracin en la tarea descriptiva, no obstante sta es slo externa, ya que en el contexto de su proceso inductivo y deductivo privan peculiarmente las subjetivaciones. Filosofa y va al valor mismo, toda vez que partiendo de los conceptos de valor, efecta un discernimiento entre el hecho cultural, el hecho natural, y el sobrenatural portadores de valores.

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Un ejemplo tpico puede observarse en el contenido del prrafo No. 2 que dice: Quiere tambin V.S.I. que juzgue yo esta obra nicamente bajo el aspecto histrico; y as tendra que ser de todos modos, pues no estando yo instruido en ciencias eclesisticas sera temeridad que calificara el escrito en lo que tiene de teolgico y cannico. Pero esto era slo un formulismo, ya que ms adelante desliza criterios no propiamente histricos y s ms cercanos a lo teolgico, cuando dice, por ejemplo, en el prrafo No. 38: La admirable credulidad de la poca, junta con una piedad extraviada, hacia admitir desde luego cuanto pareca redundar en gloria de Dios, sin advertir, como muchos no advierten hoy, que la Verdad Suma, no se da honra con la falsedad y el error. -y ms adelante - Era una poca de misticismo, en que el espritu pblico estaba dispuesto acoger y apoyar cuanto se refiriera comunicaciones manifestaciones sobrenaturales; cualquiera forma, en fin, de milagro. El que de continuo ofrece la naturaleza con el cumplimiento invariable de sus leyes, no satisfaca: se necesitaba siempre la excepcin de la regla, y que la intervencin directa de la Divinidad viniera derogar hasta en las cosas ms ftiles, lo que desde la creacin qued sabiamente establecido. En el eplogo de su Carta, D. Joaqun vuelve a manifestar sus juicios de valor en torno a cuestiones, temo equivocarme, pero me parece que teolgicas, cuando dice (prrafo No. 70): Por supuesto, que no niego la posibilidad y realidad de los milagros: el que estableci las leyes, bien puede suspenderas derogarlas; pero la Omnipotencia Divina no es una cantidad matemtica susceptible de aumento o disminucin, y nada le aade o le quita un milagro ms menos. Sean suficientes estos ejemplos de la ambigedad del mtodo de Garca Icazbalceta: el pragmtico, con el que subjetiviza y hasta saca conclusiones ms all de las histricas; y el gentico, con el que observa racionalmente las avaloraciones que considera indispensables en su tarea crtica. Mas este dualismo no es ciertamente caracterstica personal del historiador que nos ocupa. Ya se observa desde mediados del siglo XIX la influencia filosfica racionalista del francs August Comte, cuya doctrina positivista alcanz gran divulgacin entre los intelectuales de su poca. Los historiadores no fueron ajenos al mtodo de exclusin del conocimiento del ser mismo de las cosas y los hechos, recurriendo slo a las verdades provenientes de la observacin y la experiencia. La doctrina de este sistema rechazaba la metafsica, considerndolas una fase histrica del pensamiento sobreseda por las ciencias llamadas positivas. En Mxico sin duda uno de los primeros historiadores que aplica este mtodo es D. Joaqun Garca Icazbalceta, pero como doctrina novedosa y opuesta a la tradicional; la trasicin que opera en la obra de este autor es notoriamente imperfecta. Donde es palpable esta derivacin metodolgica de un historiador catlico que abraza el positivismo, es la propia Carta que impugna las Apariciones. D. Joaqun cuestiona severamente el aspecto metafsico del acontecimiento del Tepeyac, no obstante que l en varias ocasiones y en su propia Carta se muestra creyente en lo metafsico, intrnseco a la religin catlica. Mas entonces lo irreconciliable de ambos mtodos: el de la doctrina de la Iglesia y el positivismo, se trataba de justificar como conducta propia de los Catlicos Ilustrados, y D. Joaqun Garca Icazbalceta, por propia confesin, es uno de ellos. Si en el terreno puramente personal, tal posicin asumida por el autor de la Carta merece nuestro respeto, formalmente, como historiador est expuesto a la crtica de su obra. El mtodo hbrido

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pragmtico-gentico que refleja en su Carta le lleva a indefinirse conceptualmente; a establecer dicotomas de aceptacin y rechazo, pero sobre todo le lleva a cometer irregularidades en la exposicin de sus pensamientos e incurrir en contradicciones, no slo de contenido, sino de forma. Esta hibridez de fondo y forma le lleva a deducciones sofsticas. Metdicamente una obra que adolece de estas caractersticas hbridas, no puede ser ni en el fondo ni en la forma una exposicin cientficamente propiamente dicha, y por lo tanto de ella no pueden sacarse conclusiones vlidas cientficamente. En el caso de la Carta ya estudiada esto se aplica puntualmente, pues ni puede considerarse como una argumentacin estructuralmente vlida, como tampoco un instrumento probatorio del suceso que pretende impugnar, es decir: las Apariciones de Nuestra Seora de Guadalupe. Pero hay ms. D. Joaqun Garca Icazbalceta, recio intelectual y muy consciente de que sus conceptos crticos expuestas en la Carta no eran para divulgarlos ni insertarlos en el cuerpo de su obra, l mismo coloca sus escritos en el gnero de un ensayo subjetivo, cuando dice en el final del eplogo (prrafo No. 68): He concluido, Ilmo. Sr., con el examen de la historia de la Aparicin bajo el aspecto histrico. No he querido hacer una disertacin, sino unos apuntes para facilitar V.S.I. el camino si gustase, de examinar por s mismo este grave negocio. Que esta era una carta o composicin privada en que se verta el muy personal criterio del historiador, queda declarado por el propio firmante de la impugnacin en dos ocasiones: en la introduccin explicativa (prrafo No. 4) y en el eplogo (prrafo No. 70). En el primero dice: Quiero hacer constar que en virtud del superior y repetido precepto de V.S.I. falto mi firme resolucin de no escribir jams una lnea tocante este asunto del cual he huido cuidadosamente en todos mis escritos. Y en el ltimo: Si he escrito aqu acerca de ella, ha sido por obedecer el precepto repetido de V.S.I. Le ruego, por lo mismo, con todo el encarecimiento que puedo, que este escrito, hijo de la obediencia, no se presente a otros ojos ni pase a otras manos: as me lo ha prometido V.S.I. Me repito de V.S.I. afectsimo amigo y obediente servidor, que su pastoral anillo besa. J.G.I. Con esto queda finalmente analizado el mtodo de la Carta de D. Joaqun Garca Icazbalceta al Arzobispo de Mxico D. Pelagio Antonio de Labastida y Dvalos escrita en octubre de 1883; un frustrneo intento antiaparicionista, que por provenir de un historigrafo mexicano tan eminente, se le acreditaba singular importancia, que por otra parte la rigidez de la metodologa filosfica e histrica ha colocado en debido lugar.

EPLOGO
Concluir este anlisis y crtica del mtodo de D. Joaqun Garca Icazbalceta en su carta impugnadora, con esta consideracin: Indudablemente los postulados positivistas seguidos por el autor de la Carta impugnadora de suceso tan extraordinario, son incompatibles con la metodologa gentica cristiana. No slo el hecho histrico del Tepeyac, sino el espritu mismo del acontecimiento, es esencialmente teolgico, porque surge del suceso sobrenatural de las Apariciones de la Virgen Mara y su estampacin en la tilma de Juan Diego. Este santo suceso y sus consecuencias se han dado en el tiempo y el espacio, pero tambin en la

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conciencia del espritu social, como es la fe del pueblo a quien se dirigi el mensaje. Interpretar este hecho preternatural, entonces y ahora, bajo la crtica histrica racionalista, es penetrar en dimensiones y caminos opuestos que jams coincidirn. Analizarlo, en cambio, bajo el mtodo cientfico de la gentica cristiana: hechos y fe, es llegar a la verdad por la va ms accesible. Y de mtodo saba muy bien Nuestra Seora, cuando para hacer llegar su mensaje a estos pueblos, a Juan Diego no solamente le dirigi palabras que avivaran su fe, sino que para significar el hecho del mensaje, Ella dej proyectada y fijada su imagen, como una prueba monumental que ni la devastacin de los tiempos ni la perfidia humana han podido destruir, ni destruirn, mientras est sustentada en el vrtice de nuestros corazones.

BIBLIOGRAFA
En el anlisis filosfico (lgica formal y material) e histrico se emplearon las siguientes obras: NABER, A. Theoria cognitionis critica, Roma 1932 SEIFFERT, Helmut, Introduccin a la lgica, Barcelona 1977 GENY, Paulo, S.J., Critica de Cognitionis humanae valore disquisitio, Roma 1932. VRIES Ios. de, S.J., Lgica, Herder, Mcmlxix MORANDINI, Franciscus, S.J., Crtica, Roma 1963. BELGODERE, Francisco Javier A. Retorno a la lgica clsica, sntesis total contra el subjetivismo, Mxico 1947. JOLIVET Regis, Traite de Philosophie, T.I. Logique, Pars 1939. WAGNER Fritz, La Ciencia de la Historia, Mxico, UNAM 1958. RENIER G.J., History, its purpose and method, London, 1950. PARENTE, Alfredo, Il tramonto della logica antica e il problema de la storia. Bari, 1952. GARCA VILLADA, Zacaras, S.J., Metodologa y crtica histricas. Barcelona, 1912. BALTHASAR, Urs Von, Teologa de la historia, Madrid, 1959.

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Bibliografa:

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CENTRO DE ESTUDIOS GUADALUPANOS A.C., IV Encuentro Nacional Guadalupano, Edit. JUS, 1a. Ed. 1980

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LuxDomini -Respuesta a Garca Icazbalceta, por Jos Bravo Ugarte-

Investigacin Documental sobre la Virgen de Guadalupe

El Prejuicio de un Gran Historiador

Captulo IV del libro Cuestiones Histricas Guadalupanas, del historiador D. Jos Bravo Ugarte, Editorial JUS, coleccin "Mxico Heroico", 2a. Edicin, 1966.

Los textos de la Carta de Joaqun Garca Icazbalceta se resaltan en LETRAS CURSIVAS Y ROJAS.

Dolorosamente se fij en el alma de aquel gran historiador y excelente catlico, don Joaqun Garca Icazbalceta, la conviccin de que no haba habido aparicin alguna de la Virgen de Guadalupe. En mi juventud-nos dice- cre, como todos los mexicanos, en la verdad del milagro: no recuerdo de dnde me vinieron las dudas, y para quitrmelas acud a las apologas; stas convirtieron mis dudas en certeza de la falsedad del hecho De todo corazn quisiera yo que un milagro tan honorfico para nuestra patria fuese cierto, pero no lo encuentro as. Ello le produjo graves pesares, no slo por lo que significaba para l personalmente en lo ntimo, sino por los resultados que al manifestarse al exterior produca, quitando la devocin a la Virgen de Guadalupe, que l a nadie querra quitar, ya por los ataques de que l mismo fue objeto. De ah, que an su magistral Biografa de Don Fray Juan de Zumrraga (Mxico, 1881) haya sido para l un libro desgraciado. Llam desgraciado al libro-le escribe al Dr. Nicols Len a 28 de marzo de 1890- porque, habindolo yo hecho en defensa del prelado y en honor de la Iglesia, me lo recibieron mal por haber callado aquello, y luego me acusaron de hereje al prelado, de modo que obtuve el fin contrario que me propona. La herida fue honda y le decidi a no publicar ya otros libros semejantes: Escarmentado con el xito del Zumrraga, que contrist a los prelados, no me expondr a contristarlos otra vez, y he dado resueltamente punto a toda publicacin del carcter de las anteriores, aunque me queda todava excelente material, como los Memoriales de Motolina, el Informe del Sr. Montfar, las Estadsticas del Siglo XVI que tengo ya copiadas, y por ltimo el Estudio Histrico que no conclu (Al Dr. Len, 24 de mayo, 1893). Tena tambin la firme resolucin de no escribir jams una lnea tocante a este asunto (de las Apariciones), del cual haba huido cuidadosamente en todos sus escritos.

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Ms he aqu que el Sr. Arzobispo Labastida le mand que le diese su opinin acerca de un manuscrito en que se trataba de la verdad sobre la aparicin de la Virgen del Tepeyac y sobre su pintura en la capa de Juan Diego, y se vio obligado a exponer lealmente todo su sentir de historiador en este punto. Tal fue el origen de su famosa Carta acerca del origen de la Imagen de Nuestra Seora de Guadalupe de Mxico, muchas veces impresa -la primera en latn y fraudulentamente (Mxico, 1888)- y siempre reeditada por los protestantes cuando hay alguna gran festividad guadalupana. "Su original estaba todo escrito de puo del mismo autor, cuya letra me era ya perfectamente conocida, dice don Jess Galindo y Villa, que la ley por primera vez en 1889, antes de las primeras ediciones castellanas de 1893 y 1896. Es rigurosamente autntica, dice por su parte don Jos Ma. De Agreda y Snchez, el cual aade: lleg en tres ocasiones distintas el Sr. Garca Icazbalceta a ensearme algunos datos que, segn sus propias palabras, se le haban quedado en el tintero y a indicarme en qu parte del manuscrito se haban de incluir: an guardo uno de esos datos ltimos. La Carta -segn su propio autor- pone sencillamente a la vista lo que dice la historia acerca de la Aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe a Juan Diego (nm. 3), es el examen de la historia de la Aparicin bajo el aspecto histrico (nm. 69). Pero, ms exactamente, es la exposicin de la investigacin guadalupana del Sr. Garca Icazbalceta: investigacin manifiestamente dominada por un prejuicio y reducida a la crtica parcial de lo que otros haban encontrado en pro o en contra de las Apariciones del Tepeyac. Intentar el anlisis de este prejuicio, exponiendo su origen, su frmula y su actuacin. Con el prejuicio en el alma, -no recuerdo de dnde me vinieron las dudas-, empez el Sr. Icazbalceta su investigacin guadalupana- para quitrmelas, acud a las apologas-. Tal vez fueron don Juan Bautista Muoz, con su Memoria sobre las Apariciones y el Culto de Nuestra Seora de Guadalupe de Mxico (Madrid, 1817), y el p. Fray Servando Teresa de Mier, con sus Cartas al Dr. Muoz sobre la Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe (Mxico, 1879), quienes le despertaron las dudas. Muoz y Mier son ciertamente los principales inspiradores de la Carta icazbalcetiana: y Muoz es de quien toma don Joaqun la proposicin fundamental de ella: antes de la publicacin del p. Miguel Snchez, no se encuentra mencin alguna de la Aparicin de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego (nm. 8) Las apologas no le quitaron las dudas, antes se las convirtieron en certeza de la falsedad del hecho. Por otra parte, en sus investigaciones histricas no encontr en los papeles y libros del siglo XVI nada que afirmara positivamente la Aparicin de 1531. As, curiosamente, de lo que decan un filsofo del siglo XVIII y un fraile apasionado y desautorizado; de las fallas de unas apologas que l, con su preclaro talento, su vastsima erudicin y sus inmensos recursos hubiera podido subsanar; y de unas investigaciones histricas hechas en general o sobre otros puntos, se origin el prejuicio del Sr. Garca Icazbalceta contra la historicidad de las Apariciones Guadalupanas. El prejuicio se formula en dos proposiciones que podran ligarse como el antecedente y el consiguiente de un entimema: antes de la publicacin del libro del P. Miguel Snchez (1648), no se encuentra mencin alguna de la Aparicin de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, luego no hubo tal Aparicin en 1531. Sin embargo, la ltima proposicin -no hubo Aparicin Guadalupana-tiene alguna vez para el Sr. Icazbalceta un valor absoluto, que le hace excluir lo anterior a 1648 por favorable a la Aparicin (nm. 44).

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En dos contrarios sentidos actu el prejuicio: negativo, haciendo que el Sr. Garca Icazbalceta no hiciera una investigacin personal, especializada en la cuestin guadalupana; y positivo, guindole en la composicin de la Carta. l mismo dice que no vala la pena hacer una especial investigacin: Si en uno o dos escritores siquiera, de los ms inmediatos al suceso, poco fidedignos que en lo dems fueran, encontrara yo alusiones a la tradicin, ya creera yo por lo menos que corra entre el vulgo y que vala la pena aquilatarla (nm. 59). La Carta es larga, se compone de 70 prrafos numerados (1-70). Comienza con una introduccin explicativa y justificativa de la misma Carta (1-5), plantea la cuestin (6-7), establece la proposicin fundamental (8) y su prueba (9-66), deduce como corolario el que, a juicio del autor, es el origen histrico de la Imagen de Guadalupe (67-68) y concluye con un eplogo que reafirma y completa lo que dice la introduccin (69-70). El nmero 8, que contiene la proposicin, dice as: Muoz tampoco los conoci (los documentos ltimamente descubiertos), ni pudo conocerlos; pero todos ellos no han hecho ms que confirmar de una manera irrevocable su proposicin de que antes de la publicacin del libro del P. Miguel Snchez no se encuentra mencin alguna de la Aparicin de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego. La prueba se reduce al argumento negativo o silencio universal, sobre la Aparicin, de los autores anteriores a 1648, aun en aquellos lugares de sus obras que pedan una mencin de ella; al cual, aade el Sr. Garca Icazbalceta el argumento positivo contrario a la misma Aparicin. As resulta la demostracin histrica que no admite rplica, compuesta de la terrible informacin de 1556 y el mudo pero unnime y desapasionado testimonio de tantos escritores que llevan a su frente al Ilmo. Sr. Obispo Zumrraga (55). Por ltimo, el corolario recoge los elementos histricos suministrados por la prueba para reconstruir el origen histrico de la Imagen del Tepeyac. Ahora bien, los dos argumentos -negativo y positivo-, se presentan con parcialidad bajo la influencia del prejuicio que en diversa forma altera los datos. El negativo se expone dividido en dos partes, pero no seguidas, sino interrumpidas (9-29, 40-66) por el argumento positivo (30-39); se da por terminado como si se hubiese agotado la induccin que lo constituye- en el nmero 28, que reproduce -ya como conclusin- la proposicin fundamental; pero se reanuda en los nmeros 40-66, invalidando la prematura conclusin con los casos no contados en la primera induccin completa. La segunda induccin (40-66), en fin, cuyos casos eran muy imperfectamente conocidos por el en otras ocasiones siempre acucioso investigador, sali tan mal lograda, que no slo varios casos posteriormente descubiertos, sino varios de los mismos que all cita el Sr. Garca Icazbalceta la han desmentido. Adems de lo que despus anotaremos, en la exposicin de la primera parte del argumento negativo (9-29), hay esta notable inexactitud en el nmero 13: en la cual (Descripcin del Arzobispado de Mxico, remitida por el Arzobispo Montfar) se da cuenta de las iglesias de la ciudad sujetas a la mitra, y para nada se menciona la ermita de Guadalupe: inexactitud debida quizs al olvido, pues el Sr. Garca Icazbalceta tena el original de esa Descripcin y en l (p. 390 del impreso) la mencin echada de menos.

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En la exposicin del argumento positivo contra la Aparicin se avaloran a la luz del prejuicio los datos de Sahagn y de la Informacin de 1556, que son los que componen dicho argumento (17-19, 30-39). Sahagn, estudiado en los nmeros 17-19, dej -segn el Sr. Icazbalceta (29) -textos en que claramente la niega (la Aparicin). Si la niega, digamos por de pronto, exista la tradicin guadalupana en tiempos de Sahagn, contemporneo de la Aparicin: lo que es directamente contra la tesis icazbalcetiana (nm. 59). Mas, prescindiendo de eso, el texto de Sahagn -como he expuesto en otra parte- indica que la Imagen de Guadalupe tena un origen misterioso -milagroso., que l no acababa de creer, pero que no se atreva a contradecir, pues tena en su favor respetables autoridades: de dnde haya nacido esta fundacin de esta Tonantzin, no se sabe de cierto (III 299 edic. de Mxico, 1938). Su ignorancia no proceda de la falta de datos, sino de la oscuridad de ellos por referirse a un hecho milagroso ocurrido entre los indios y en un lugar y tiempo sospechosos. La Informacin de 1556 impresion vivamente al Sr. Garca Icazbalceta: era terrible en contra de la Aparicin (nm. 55), ya que despus de ledo el documento, a nadie puede quedar duda de que la Aparicin de la Sma. Virgen el ao de 1531 y su milagrosa pintura en la tilma de Juan Diego es una invencin nacida mucho despus (nm. 32). Increble parece que el insigne crtico d fe a lo que produjo escndalo y contradiccin en un sermn ruidosamente impugnado por la sociedad de aquella poca, as por los ataques que contena contra el Arzobispo, como sobre todo por los que haca contra la devocin guadalupana, que por reaccin contra el predicador se aument mucho ms; por lo que algunos decan de aqu en adelante, si bamos una vez (a la Ermita), iremos cuatro. La Informacin recogi todo lo que pudiera ser motivo para que el predicador fuese reprendido: y a ello pertenecen la peregrina afirmacin -sin precedente ni repeticin en toda la historiografa novohispnica- de que la Imagen fue pintada por el indio Marcos y la de que no tena un gran origen como el de la de Loreto- milagroso. Ms fuerza parece tener lo que dijo un testigo sobre que el fundamento que esta ermita tiene desde su principio fue el ttulo de la Madre de Dios, el cual ha provocado a toda la ciudad a que tengan devocin en ir a rezar y encomendarse a ella. Pero, aclarado el sentido de esa frase, resulta que nada hay contrario a la Tradicin. En efecto, a la pregunta a que respondi el testigo dice solamente: si sabe que el dicho provincial dijo que la dicha devocin de Ntra. Sra. de Guadalupe se haba comenzado sin fundamento alguno, porque dado que en otras partes a imgenes particulares se tenga devocin, como a Ntra. Sra. de Loreto y a otras, stas haban llevado gran fundamento. El testigo, en cambio, no respondi a lo preguntando, sino que se volvi con vehemencia contra el predicador para defender la devocin guadalupana como totalmente ortodoxa desde su principio, tuviese o no un gran fundamento como el de la de Loreto: Lo que este testigo sabe es que el fundamento que esta ermita tiene desde su principio fue el ttulo de la Madre de Dios y ste le parece fundamento bastante para sustentar la dicha ermita, y querer quitar la devocin sera contra toda cristiandad. Tambin en la segunda parte del argumento negativo (40-66) se advierte, y con mayor fuerza, la

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influencia del prejuicio, que hace decir al Sr. Garca Icazbalceta que todos los documentos recin descubiertos y no conocidos por Muoz no han hecho ms que confirmar de una manera irrevocable la proposicin de Muoz y la suya propia (nm. 8) Por eso, tales documentos o no existieron o hay en contra ellos gravsimas objecciones, que l no intent solventar, pero que se han ido resolviendo poco a poco. Por eso, las fidedignas Informaciones de 1666, que recogieron la tradicin oral, comprobndola amplia, constante y uniformemente, son unas tristes informaciones (nm. 39). Por eso, an diciendo Florencia (Cap. 13, prr. X, en el ttulo del prrafo) de dnde toma ciertos datos relativos a Juan Diego, los critica el Sr. Icazbalceta como sacados nadie sabe de dnde, (nm. 60). Por eso, hace un comentario tan poco serio y feliz a propsito de este pasaje de Surez de Peralta: lleg (el virrey Enrquez) a Ntra. Sra. De Guadalupe, ques una Imagen devotsima quest de Mxico como dos legechuelas, la cual ha hecho munchos milagros. Aparecise entre unos riscos y a esta devocin acude toda la tierra. Comenta, pues, el Sr. Garca Icazbalceta: No llama a la imagen aparecida, sino devota. En seguida, como inquieto por la infidelidad del comentario, lo corrige tcitamente: aunque s dice que se apareci y prosigue: (pero) es preciso distinguir Las palabras textuales del Sr. Icazbalceta son stas: No llama a la imagen aparecida, sino devota. Es preciso distinguir entre una aparicin cualquiera y la Aparicin de la Virgen a Juan Diego (nm. 47) Por eso da como razn bastante para negar la autenticidad del Cantar de don Francisco Plcido la autoritaria negacin de lo que se est discutiendo si existi o no: la sola circunstancia de haberse cantado el da que de las casas del Sr. Obispo Zumrraga se llev a la ermita de Guadalupe la sagrada imagen, basta para negar la autenticidad del himno, pues no hubo tal ocasin de que se cantase (nm. 44). Por ltimo, por eso ataca despiadadamente al libro de Snchez, en el que -como vamos a verencuentra el principal escollo. Pero antes hay que revisar la prematura conclusin del nmero 28, que supone completa la induccin

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hecha en los nmeros precedente (10-27). Puede negarse que sean silenciosos sobre la Aparicin aun en aquellos lugares que exigan una mencin de ella, autores que la mencionaron en la misma obra all citada (Cavo), o trataron de ella en otra obra (Ixtlilxchitl); que escribieron de asuntos enteramente distintos (Valads, Cisneros, Concilios Mexicanos), o de tiempos anteriores a 1531 (Acosta, Las Casas, Durn), o posteriores a ese ao (Grijalva, Cabildo Catedral); cuyas obras no tenemos completas (Motolina, Tezozmoc), o escribieron documentos que todava no estn explotados enteramente (Zumrraga, Garcs, Gante, Fuenleal); que son poco autorizados por omitir muchas cosas importantes en sus respectivas historias (Dvila Padilla, Daza, Muoz Camargo) o por mostrarse mal informados (Talavera, Gil Gonzlez Dvila, Ponce); o que no hacen sino reproducir textos ajenos (Gonzaga, Fernndez, Martn de Len, Serna). Pero prescindiendo de esto, la existencia de toda una serie de documentos y autores que iban a salir en los nmeros 40 y siguientes hacan ilegtima la conclusin: Como V.S.I. ve, es completo el silencio de los documentos antes de la publicacin del libro del P. Snchez (nm. 28). Al libro del P. Snchez -Imagen de la Virgen Mara, Madre de Dios, Guadalupe, milagrosamente aparecida en la ciudad de Mxico (Mxico, 1648)-, que es el punto central de la Carta, lo llama el Sr. Icazbalceta historia peregrina (36), historia inaudita (40), que en 1648 cambia todo como por encanto (36), restaurando la devocin guadalupana que nadie conoca ya, y la Aparicin que nadie saba (35): hechos que comprueba con un pasaje del Diario del Lic. Antonio Robles. Pero hay muchos documentos que evidencian todo lo contrario. Citaremos tan slo los que hacen mencin de la Aparicin, dividindolos en cuatro grupos: 1, varios desconocidos del Sr. Icazbalceta y anteriores a 1648; 2, varios, tambin desconocidos para l, posteriores a 1648 (en cuanto copias adicionadas para poner al da documentos anteriores), pero independientes del libro de Snchez; 3, uno de que era dueo el Sr. Garca Icazbalceta, pero no citado por l en la Carta; y 4, los citados por dicho Sr. y por l rechazados en fuerza del prejuicio, sin haberlos examinado o conocido debidamente. Desconocidos del Sr. Icazbalceta y anteriores a 1648 son: las Coplas a la partida de la Virgen de Guadalupe (Mxico, 1634), que l no conoci hasta 1890 y de las que pens eran del siglo XVIII y no haban de tener gran inters (Al Dr. Len, 14 abr. 1890); dos Sermones Guadalupanos en nhuatl, uno de la primera mitad del siglo XVII y otro del XVI, que estn en nuestra Biblioteca Nacional y fueron publicados por el P. Cuevas; los Anales de Chimalpain (1258-1612), publicados en Pars por Rmi Simon en 1889; los Anales de Juan Bautista (1555-82), que se conservan en el archivo de la Baslica, y los Anales de la Fundacin Heye de Nueva York, publicados en facsmil por el P. Cuevas. Desconocidos asimismo del Sr. Icazbalceta y posteriores a 1648 (en cuanto copias adicionadas), pero independientes de Snchez, son cinco Anales indgenas: los de Cuitlaxcoapan o Puebla, los de Tlaxcala, los de la Catedral de Mxico, los Noticias Curiosas, y los de Mxico y sus contornos (citados en obra posterior del Sr. Garca Icazbalceta). Que son independientes de Snchez, lo prueba, para los de Cuitlaxcoapan, Tlaxcala y Mxico y sus contornos, su diversa equivocacin -o inexactitud- en los aos de la Era Cristiana en que registran la Aparicin; y respecto de todos, su mismo carcter de Anales, en los que -como dicen los Anales de Bartolache-, iban apuntando lo que iba sucediendo en su tiempo los viejos sabios de esta Nueva Espaa. Dueo fue el Sr. Icazbalceta -pero no la tom en cuenta en su

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carta-, de la Historia en verso del Capitn Luis ngel de Betancourt, escrita antes de 1621 y que inequvocamente alude al milagro del Tepeyac. Numeroso es, por ltimo, el grupo ligeramente estudiado por el Sr. Garca Icazbalceta. Empezando por el libro del P. Miguel Snchez, es de notar que ste, aunque muy en general, indic sus propias fuentes, que eran -a falta de los autos originales de la Aparicin, que no encontr en los Archivos de la Catedral- unos papeles antiguos y bastantes a la verdad, y, sobre todo, la Tradicin antigua, conforme y general. Probado est en los magnficos estudios de Velzquez, Junco, Cuevas, etc., que Snchez no invent nada, sino que, en medio de las ampulosidades literarias propias de su tiempo, utiliz la antigua Relacin de Valeriano, que al ao siguiente dio a luz en su texto e idioma original el Br. Luis Lasso de la Vega. Uno y otro libro fue aprobado por la autoridad eclesistica, precisamente porque -no inventando cosa alguna- estaban conformes con la Tradicin: del de Lasso dice el censor P. Baltasar Gonzlez, S.J. que est ajustado a lo que por Tradicin y Anales se sabe del hecho. Con esto slo quedan de nuevo en pie contra la tesis icazbalcetiana el mismo P. Snchez, Lasso de la Vega, el P. Balasar Gonzlez, don Antonio Valeriano y toda la Tradicin antigua, uniforme y general. Tampoco quedaron invalidados por la crtica del sr. Icazbalceta: ni el viejo testamento de Cuautitln, que, superando las mltiples confusiones a que ha dado lugar y la enmienda que se le hizo al ao de su fecha -1559 en vez del primitivo 159-, ratifica su antigedad por s mismo, ya con su aoso papel y aspecto, ya con la anotacin cronolgica completa que trae de sbado 11 de marzo de 15)5)9; ni el testimonio del erudito Becerra Tanco, que en las Informaciones de 1666 comprob la Tradicin con la Relacin de Valeriano, con un antiguo mapa pictrico que haba visto en poder de Alva Ixtlilxchitl, con los cantares que entonaban los indios en Guadalupe antes de la inundacin de 1629 y con lo que personalmente oy de respetables ancianos -que nominalmente menciona-, de los cuales algunos haban odo referir las Apariciones a Valeriano o a otros que, a su vez, las oyeron de Juan Diego, Juan Bernardino o el Sr. Zumrraga; ni mucho menos fueron anulados los testimonios de todos los 21 testigos, venerables por su edad, sus conocimientos en la materia y su probidad, que, en las mismas Informaciones de 1666 declararon bajo juramento haber sabido del milagro guadalupano desde sus ms tiernos aos -es decir, a mediados del siglo XVI, a fines de ese siglo o a principios del XVII, segn las respectivas edades-; y, lo que es ms, haberlo sabido por personas que, por su parte, lo conocieron de los propios labios de Juan Diego, Juan Bernardino o el Sr. Zumrraga. Es, pues, falsa la tesis del Sr. Garca Icazbalceta, fruto de un prejuicio que, en sus secuelas, amarg los ltimos lustros del gran historiador y acab por paralizar toda su labor, tan fecunda y valiosa. Concluyamos confirmando lo dicho con esta observacin. La aparicin del Tepeyac, como hecho milagroso, tena que tropezar con la incredulidad de muchos. Absurdo y antihistrico sera que todos al principio hubiesen credo en ella. Lo natural era que algunos dudaran, muchos no la creyeran y otros muchos quedaran convencidos de su realidad. Aparicionistas y antiaparicionistas exageraron: aquellos pretendiendo que hubo desde el principio una fe universal y sin contradicciones en las Apariciones, stos suponiendo que una verdadera Aparicin no poda dejar lugar a dudas.

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LuxDomini -Respuesta a Garca Icazbalceta, por Jos Bravo Ugarte-

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Bibliografa:

BRAVO UGARTE Jos, Cuestiones histricas guadalupanas, Edit. JUS, 2a. Ed. 1966

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LuxDomini-La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, Primo Feliciano Velzquez-

Investigacin Documental sobre la Virgen de Guadalupe

El Argumento Negativo

Captulo XVI del libro La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, del estudioso nahuatlato D. Primo Feliciano Velzquez (autor de una de las ms difundidas traducciones del Nican Mopohua), Editorial JUS, edicin facsimilar de la primera edicin de 1931, 1981

Las palabras de Joaqun Garca Icazbalceta se resaltarn con cursivas rojas, y los textos de otros autores o documentos citados por Velzquez irn en cursivas azules. Dems resaltes por Jess Hernandez.

EL ARGUMENTO NEGATIVO
Carta acerca del origen de la Imagen de Nuestra Seora de Guadalupe de Mxico por don Joaqun Garca Icazbalceta.- La era de las impugnaciones.- Autos originales de la Aparicin.- Historia escrita por el seor obispo Zumrraga.- "Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros".- Descripcin del arzobispado de Mxico en 1570.- Est incompleta la historia de Motolina.- Por qu no habl de la Aparicin el Ilmo. Sr. Garcs.Silencio de otros varones ilustres, entre ellos el V. Gante.- Fr. Bartolom de las Casas.- "Aparicin" que trae Mendieta.- Deficiencia del "Teatro" de Gonzlez Dvila.- Fernndez y Daza como bigrafos del Sr. Zumrraga.No tiene lugar el P. Talavera entre nuestros escritores silenciosos.- Reservas de Muoz Camargo.- No cupo el milagro guadalupano en la Rhetorica del P. Valads.- Alusin a Guadalupe en la Historia de Durn.- Acosta no pertenece a los escritores mexicanos.- Dvila Padilla enmudeci en su biografa del Sr. Montfar.- Qu contiene la segunda parte de la Crnica de Tezozmoc.- Ixtlilxchitl no fue mudo.- En la Crnica de Grijalva no hay noticias de 1531.- El pasaje de Sahagn no se opone a la tradicin.- Viajes de Fr. Alonso Ponce.- Torquemada y Bernal Daz no trataron especialmente la devocin guadalupana.- Fr. Juan de Zepeda no predic en la festividad de Guadalupe.- Silencio de los tres Concilios Mexicanos y de las actas del Cabildo Eclesistico.- Alusiones del P. Cavo.- Mapas y anales indios.- No habiendo sido universal el silencio, no hay argumento negativo.

CAPTULO XVI

Don Joaqun Garca Icazbalceta sac a la luz en 1881 su biografa de Zumrraga, primer obispo y arzobispo de Mexico, donde no hay una palabra sobre la aparicin de la Virgen de Guadalupe. de escritor tan conocido en largos aos por sus obras maestras y tan justamente estimado por sus meritorios hechos de piedad y de fe catlica, caus admiracin aquel silencio. Para que lo quebrantara, el Ilmo. seor arzobispo don Pelagio

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Antonio de Labastida le pidi su opinin tocante a un libro guadalupano recin compuesto por el Lic. don Jos Antonio Gonzlez. Rehus darla el seor Garca Icazbalceta, rogando que se le excusara, por no ser telogo ni canonista. Insisti el seor Labastida en pedrsela, como a persona muy versada en la historia eclesistica del pas; dicindole, para obligarle, que se lo rogaba como amigo y se lo mandaba como prelado. De ah vino que escribiera en 1883 su Carta acerca del origen de la Imagen de Nuestra Seora de Guadalupe de Mxico, en que, sin analizar el libro del Lic. Gonzlez, porque no se propuso impugnarlo, prefiri exponer sencillamente lo que la historia dice de la Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe a Juan Diego . No estaba la Carta destinada a publicarse. Vironla, sin embargo, varios amigos del autor, entre ellos el insigne acadmico don Rafael ngel de la Pea, de cuyos labios recib la primera noticia. Don Jos Mara de Agreda sac una copia ntegra, que, traducida al latn por otra persona, corri impresa en 1890 con el nombre de Exquisitio Historica, aunque cambiada su forma epistolar y con algunas supresiones. La reprodujeron despus, tal como sali de la pluma de su autor, El Imparcial en junio de 1896 y otros peridicos. El mismo ao se hizo en Mxico una edicin especial conforme a la copia del seor Agreda. En el fondo no es, no poda ser, la Carta enteramente original. De don Juan Bautista Muoz, as como de fray Servando Teresa de Mier y don Jos Ignacio Bartolache, doctores los tres, tiene cuanto la hace parecer formidable. No bien apareci la Memoria de Muoz, que haba estado sepultada en los archivos de la Real Academia de la Historia desde 1794 hasta 1817 (aunque por ac andaban innumerables traslados), la refutaron los doctores don Manuel Gmez Marn y don Miguel Guridi Alcocer. Rebati a fray Servando el doctor don Jos Patricio Uribe, que en unin del doctor Omaa haban ya censurado el sermn antiguadalupano de aquel religioso. No faltaron las contradicciones a Bartolache; siendo de mayor precio la del doctor Conde y Oquedo, escrita en 1794 y publicada hasta 1852. De suerte que hollada por controversistas de nombre la liza adonde entr el seor Garca Icazbalceta, maltrechos estaban los argumentos capitales de la impugnacin. Mas no lo juzg as el nuevo adalid, que declar haber las apologas trocado sus dudas en certeza de la falsedad del hecho. Era que, pidiendo ante todo documentos, slo quera razones peculiares de historia. Y tan grande como es su reputacin y tan profundo su conocimiento de nuestra vida colonial y tan castizo y elegante su estilo, todo lo empe en el debate, haciendo una concisa exposicin de las objeciones, reforzadas mediante libros y escritos que sus predecesores no alcanzaron. Comienza por asentar que "las dudas acerca de la verdad del suceso de la Aparicin, tal como se refiere, no nacieron de la disertacin de D. Juan B. Muoz: son bien antiguas y bastante generalizadas, a lo que parece". Aludi, en prueba ,a las muchas apologas que ha sido necesario escribir; mencionando una carta del P. Lazcano, fecha el 13 de abril de 1758, y referente a la impugnacin de "un desatinado fraile jernimo"; la defensa del doctor Uribe, motivada sin duda por el sermn del P. Mier en 1794; la del seor Lic. don Jos Julin Tornel publicada en 1849; y no ms. Pero, aun contando las otras que dej citadas, de Gmez Marn, Guridi Alcocer y el doctor Conde, son pocas. Y si apartamos al desatinado fraile jernimo, que acaso, como otro antiguo de su Orden, tratara slo de reivindicar para la Imagen de Extremadura el culto y las limosnas que a la de Mxico se daban; caemos en que de veras la Memoria de Muoz marc la era de las impugnaciones. En mano del seor Garca Icazbalceta estuvo retrollevarlas desde luego hasta 1556, cuando el provincial fray Francisco de Bustamante clam contra la devocin guadalupana y asever ser la Imagen pintura del indio Marcos. Lo haremos por l; y acabalando la enumeracin tenemos: un Bustamante empolvado tres siglos entre los papeles de la Curia; un inominado fraile

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jernimo; un Muoz sepultado por ms de cuatro lustros en el archivo de la Academia; un Bartolache, que, de puro tmido o indeciso, qued pronto olvidado; y un Servando Teresa de Mier, "cuyos escritos (segn el mismo seor Garca Icazbalceta) han sido muy poco conocidos hasta estos ltimos tiempos" [1]. Por lo que, a fin de cuentas, y dado el largo espacio que media entre la Aparicin y la Carta (1531-1883) son pocos cinco impugnadores, de los cuales dos jams tuvieron eco en libro alguno; y con los tres de residuo, al final del siglo XVIII, no se lograr convencernos de que son "bien antiguas" las dudas que engendraron y menos de que estn "bastante generalizadas". Pregunta luego por las informaciones o autos originales de la Aparicin, ya que, tratndose de un hecho tan extraordinario y glorioso, juzga harto inverosmil que no se hicieran o que, despus de hechos, se perdieran. De su peso se cae la respuesta. Si un milagro debierse constar a la fuerza en papel sellado y bajo la firma de un fiel de fechos, la escritura tendra que existir, siempre que no ocurriera, como ha sido frecuente en nuestro pas, la destruccin o saqueo de los archivos pblicos. No se hallan autos, cuya falta explica tal cual apologista con razones ms o menos plausibles. "Algunos se han empeado (dice la Carta) en que realmente existieron, y quieren probarlo refiriendo que el Sr. Arzobispo D. Fr. Garca de Mendoza (1602-1602) lea con gran ternura los autos y procesos originales de la Aparicin, lo cual no consta mas que por una serie de dichos". Rectifiquemos. El nico de tal empeo fue el historiador Miguel Snchez. Afirm como testigo y bajo juramento, haber comunicado sobre el particular con un vicario de la ermita, que fue el P. Bartolom Garca, quien de boca del den don Alonso Muoz de la Torre supo que, habiendo visitado el seor arzobispo Mendoza "haba visto que su Seora Ilustrsima estaba leyendo los autos y proceso de dicha Aparicin con singular ternura, y que as lo haba manifestado y declarado a dicho seor den". [2]. El testimonio es autorizado. Adelante veremos cunta fe da el seor Garca Icazbalceta al gacetillero Antonio de Robles; y se la niega a un testigo sacerdote y juramentado! Consta la existencia de los autos por una serie de dichos: no es otra cosa la tradicin, la relacin sucesiva de unas en otras personas. Pero es tan corta la serie, que apenas merece su nombre, si es verdad que dos eslabones no hacen cadena. El dicho del den es de vista; el del P. Garca, de odas: ambos fidedignos. Y a menos de pretender que el historiador narre solamente lo que ve u oye de testigos presenciales, ser fuerza convenir en que la noticia es valedera. No lo ser ms la de los mismos autos, si se hallan alguna vez: el notario asentara lo que dijo el seor Zumrraga que le refiri Juan diego. Con una diferencia en contra de los autos: que mientras el den Muoz de la Torre no tiene tacha, se pondr a Juan Diego la de ser indio, como se pone a sus paisanos de Cuauhtitln, que atestiguaron en las Informaciones de 1666. "Cuentan tambin que Fr. Pedro Mezquia, franciscano, vi y ley en el Convento de Vitoria "donde tom el hbito el Sr. Arzobispo Zumrraga", escrita por este prelado los religiosos de aquel convento, la historia de la Aparicin de Ntra. Sra. de Guadalupe, "segn y como aconteci"." Por supuesto, no lo cree el seor Garca Icazbalceta, aunque el testigo sea intachable y de vista. Parti a Espaa el P. Mezqua y ofreci traer el documento; pero no lo trajo, diciendo que no lo haba hallado y que se crea haba perecido en un incendio del archivo. Se objeta que el seor Zumrraga no tom el hbito en Vitoria, ni consta que alguna vez residiese all, ni hay otra noticia del oportuno incendio del archivo. Nada de lo cual viene al caso. No dijo el P. Mezqua que en Vitoria compusiera el prelado su narracin del milagro, sino que la escribi a los religiosos de aquel convento; lo que no depende de que residiese all alguna vez o de que all haya tomado el hbito. Cosa que, adems, el contradictor no indag de cierto: asent en su biografa del seor Zumrraga que "varan los autores acerca del lugar

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donde hizo su profesin religiosa;" [3], y copi las opiniones sin decidirse por alguna. Al fin declara que "la falta de los autos originales no sera, por s sola, un argumento decisivo contra la Aparicin". Advirtiendo empero que el obispo Zumrraga deba ser el primer testigo, nota, como antes Muoz, que no hay la ms ligera alusin al hecho ni se encuentra siquiera el nombre de Guadalupe en los escritos del Ilustrsimo; y que "si nada dijo en lo mucho que tenemos, es suposicin gratuita afirmar que en otro papel cualquiera de los que an no se hallan, refiri el suceso". No tan gratuita, responderemos, supuesto lo aseverado por el den Muoz de la Torre y por fray Pedro de Mezqua. Ni pasamos por que se pondere lo mucho que de la pluma del seor Zumrraga tenemos. Hablando de los escritos sueltos, asegur el mismo seor Garca Icazbalceta en la biografa que "no puede quedar duda de que nos faltan muchsimos que se han perdido o permanecen sepultados en el polvo de los archivos".[4]. Y desde entonces (1881) hasta el tiempo de su Carta (1883) ninguno haba sido descubierto o desenterrado. Posteriormente (1885) imprimi don Marcos Jimnez de la Espada en el Boletn de la Real Academia de la Historia tres cartas familiares de nuestro obispo; y a principios de 1919 hall otra en los archivos espaoles el R. P. Mariano Cuevas, S.J. Cuatro es nmero exiguo para los muchsimos escritos que nos faltan. Ms, sin preocuparnos de lo que una feliz casualidad nos depare, el modo con que se quiere esforzar este negativo argumento, da clara idea de su valor negativo. Al seor Garca Icazbalceta le parece seguro que la Regla Cristiana de 1547 es del seor Zumrraga. Quienquiera que compare su estilo con el de las cartas publicadas en 1885 y 1919, empezar por dudarlo, y acabar por negarlo, leyendo en el colofn que fue impresa por mandato de su seora, a quien la congregacin de obispos encomend "la compilacin, examen e impresin della". De haber sido su autor, no necesitaba examinarla; siendo compilador, s. Tiene en verdad lneas de su mano, pero confirman lo que sostenemos: "quise ofrecer mi pequeo talento de lo copilar".[5] Sin embargo, de la Regla saca en apoyo de su tesis el seor Garca Icazbalceta estas significativas palabras: "Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues est nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo". Y se pregunta ufano: "Cmo deca eso el que haba presenciado tan gran milagro?". Pero si el seor Zumrraga no dijo eso, qu admiramos? Escrita la Regla para gentes de fe arraigada, no se adapta a los recin convertidos: prueba de que, en efecto, fue compilada. Las palabras que en ella preceden a las copiadas son stas: "No debis, hermanos, dar lugar a los pensamientos y blasfemias del mundo, el cual tienta a las almas, para que deseen ver por maravillas y milagros lo que creen por fe". Y el prrafo en que unas y otras se hallan, termina as: "No queris, como Herodes, ver milagros ni novedades, porque no quedis sin respuesta". [6] Se refiere a milagros deseados o pedidos curiosamente por quienes saben que los apstoles y sucesores solan obrar maravillas para propagar el Evangelio. No fue escrito para los que tal ignoran. Ni es creble que de suyo asentara el prelado en las Indias Occidentales que el Redentor del mundo no quera ya que se hicieran milagros, a la sazn que el taumaturgo san Francisco Javier los multiplicaba en las Indias Orientales. Y sin ir tan lejos, el ilustre Motolina, uno de los doce franciscanos primeros que cristianaban esta tierra, en su Historia de los Indios, compuesta durante los aos de 1536 a 1541, refiere entre otros milagros el que recibi de fray Pedro de Gante, y fue la resurreccin del nio Ascensio en Atlacuihaya (Tacubaya): "causa de que muchos se edificasen ms en la fe y comenzaron a creer los otros milagros y maravillas que de Nuestro Redentor y de sus santos se les predican".[7]. Poda pensar el primer obispo de Mxico que en el principio de esta conversin renunciara el

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Altsimo a las patentes demostraciones de su poder y a la directa manifestacin de su gloria? "Si del Sr. Zumrraga pasamos (contina la Carta) a su inmediato sucesor, el Sr. Montfar, a quien se atribuye parte principal en las erecciones de ermitas y traslaciones de la imagen, hallaremos que en 1569 y 70 remiti, por orden del visitador del Consejo de Indias D. Juan de Ovando, una copiosa descripcin de su Arzobispado (que tengo original), en la cual se da cuenta de las iglesias de la ciudad sujetas a la mitra, y para nada se menciona la ermita de Guadalupe". Pudo as creerse, mientras permaneci indita la Descripcin; no ahora que la tenemos a la vista, publicada en Mxico el ao de 1897 por don Luis Garca Pimentel, hijo del seor Garca Icazbalceta. A la pgina 390 est la declaracin, fecha el 7 de enero de 1570, del P. Antonio Freyre, "buen sacerdote y muy viejo", quien entre otras cosas manifest: "que en esta ciudad sirve la capellana de Ntra. Sra. de Guadalupe en Tepeaquilla, con ciento y cincuenta pesos de minas de salario, con dos misas cada semana..." He aqu mencionada la ermita. En los Papeles de Nueva Espaa, y como parte de la Descripcin del Arzobispado de Mxico, dio a conocer don Francisco del Paso y Troncoso (1905) la lista y memoria que a 10 de enero de 1570 hizo el citado P. Antonio Freyre "en cumplimiento del mandato del ilustrsimo y reverendsimo seor don fray Alonso de Montfar". Bastar copiar el principio: "Primeramente digo que la ermita de Nuestra Seora de Guadalupe Tepeaca est a media legua de esta ciudad..." Estas lneas y aquella declaracin prueban que en la Descripcin remitida a Espaa por el segundo arzobispo de Mxico se mencion la ermita de Guadalupe. La aseveracin errnea del autor de la Carta, acucioso como ninguno en el estudiar y concienzudo en el escribir, es dos veces notable, porque a causa de ello dej en duda lo que no es dudoso, que al seor Montfar se debi una decente iglesia de Guadalupe, algo ms significativo que la mencin buscada; y no record el sermn de aquel Ilustrsimo, cuyo texto aludi tan claramente al prodigio, que aun los opositores de entonces lo entendieron: "As como comenz a decir el Ilmo. Seor Arzobispo, Beati oculi qui vident quae vos videtis, que fue el tema del dicho sermn, dijo fray Alonso (de Santiago), luego vi que iba a parar en Ntra. Sra. de Guadalupe"[8]. Tenemos, pues, un arzobispo que habl. Y aunque se alega que fueron igualmente mudos los primeros religiosos, as como otros personajes coetneos, poco trabajo cuesta hallar de su silencio la explicacin razonable: o no conocemos todos sus escritos, o no se vieron obligados a tratar del asunto, o, si se vieron, causa mayor les impidi tocarlo. El mismo seor Garca Icazbalceta nos da la razn, cuando expone: "La fuerza del argumento negativo consiste principalmente en que el silencio sea universal, y que los autores alegados hayan escrito de asuntos que pedan una mencin del suceso que callaron". Se empieza por el ya citado Motolina, que "escribi en 1541 su Historia de los Indios de Nueva Espaa, donde refiere varios favores celestiales otorgados a los indios; mas no aparece nunca en ella el nombre de Guadalupe". "Lo mismo sucede (aade el seor Garca Icazbalceta) en otro manuscrito de la obra, que poseo, muy diferente del impreso". Su hijo don Luis Garca Pimentel public despus (1903) el manuscrito referido, que intitul Memoriales de fray Toribio de Motolina. Pero ni los Memoriales estn completos ni la Historia. Algo falta en las ltimas hojas de aquellos, como su lectura revela; y la Historia carece de la cuarta parte, prometida en su captulo noveno, la que solan reservar los cronistas para las Vidas de sujetos insignes. Hay tambin inequvocos datos de que muchas adiciones se perdieron, "porque quizs se encontraban en fojas sueltas, que dej extraviar la incuria de aquellos tiempos". As lo advierte don Jos Fernando Ramrez en su magistral estudio de Motolina, puesto al frente de la Historia por el mismo seor Garca Icazbalceta; y ya se ve que en libros

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descabales se apoya mal el negativo argumento. "Es muy notable (prosigue) el silencio de la clebre carta del Ilmo. Sr. Garcs al Sr. Paulo III en favor de los indios, en la cual refiere tambin algunos favores que haban recibido del cielo". Es que el asunto no peda la mencin buscada. Se propuso el seor Garcs probar la capacidad de estos naturales en orden a la fe y rechazar la vansima opinin de quienes los motejaban de brutos, para no admitirlos en el gremio de la Iglesia. Despus de encarecer el feliz ingenio de los nios y el buen proceder de los prvulos, su Ilustrsima narr en compendio algunos casos de fe y costumbres, que le constaban por s mismo o por noticia de religiosos fidedignos. Ejemplos. Que a Pedro y Santiago, dos nefitos de los primeros, les pareci ver, imaginaria visione videre videantur, dos caminos, uno mal oliente y el otro lleno de rosas y perfumes, y contemplar a Magadalena y Catarina cuyos simulacros conocan en pintura, que les decan: "era hediondo vuestro camino; el que segus despus del Bautismo, huele a rosas". Que el moribundo Martn dijo a su madre que le asista: "Deja, madre, no ves que vienen los padres con la Cruz y que la Seora me ofrece un precioso rosario?..." No mencion el seor Garcs el milagro guadalupano, porque no le vena al caso. Ni de l tena que dar informe a la Santidad de Paulo III. Ya supondra que lo haba hecho o lo hara el seor obispo Zumrraga, como obligado que era. As lo supondran otros varones ilustres, a continuacin listados por el seor Garca Icazbalceta. "Tampoco se halla cosa alguna en las cartas del V. Gante, del Sr. Fuenleal, de D. Antonio de Mendoza, y de otros muchos obispos, virreyes, oidores y personajes, que ltimamente se han publicado en las Cartas de Indias, y en la voluminosa Coleccin de Documentos inditos del Archivo de Indias". Sin embargo, tan imposible como asegurar que ya salieron a luz todas las cartas, lo ser demostrar que tantos como aqu se citan, debieron comunicar la noticia que nos ocupa. Escribiendo el 30 de abril de 1532, repetidas veces dijo al rey el seor Fuenleal: "Como el electo (seor Zumrraga) podr de ello informar a vuestra Majestad... Porque dello informar el Electo de esta ciudad... el Electo dar cuenta...."[9]. Tena que ser: dejaba al seor Zumrraga las cosas a su oficio pastoral concernientes. Los otros que sucedieron en el mando supremo, civil o eclesistico, ya no estaban obligados o no tuvieron ocasin de referir en sus cartas un suceso anterior a su tiempo. Qued reservado a los que se propusieran escribir de historia o recibieran especial mandato; por ejemplo, al virrey don Martn Enrquez de Almanza, que, como sabemos, en obediencia a un real decreto, inform de la ermita y de la Imagen de Guadalupe. En cuanto al V. Gante, est por conocer algo de lo poco que sali de su pluma. Hay cinco cartas suyas, una de 1529 y las dems posteriores a 1531. Al publicar la ltima, de 1558, mencion el seor Gonzlez de Vera "una breve relacin de varios sucesos" [10] de que no alcanz noticia el seor Garca Icazbalceta. Y se nos ocurre que, mientras el contenido de esa relacin se ignore, arriesgado es afirmar que el autor fue mudo en el punto que tratamos. Hay un hecho significativo. En pintura antiqusima del convento de Cuauhtitln estaba retratado el V. Gante, al lado de Juan Diego y Juan Bernardino, ante la Santsima Virgen: por algo le junt el pincel con los que vieron la Aparicin Guadalupana. Probable es que de ella supiera fray Bartolom de las Casas por el mismo seor Zumrraga, aunque no le di lugar en sus numerosos escritos, de controversia los ms, tocante a la condicin de los indios, pero no de los mexicanos particularmente. Ni cupo en su Historia, que apenas lleg a 1520. Por su carcter y estilo de su defensa, comprendemos que rehus sacar argumentos de la intervencin celeste. Haba dicho a Carlos V en la famosa audiencia de Moln de Rey: "Nuestra religin

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cristiana es igual, y se adapta a todas las naciones del mundo, y a todas igualmente recibe, y a ninguna quita su libertad y sus seoros ni mete debajo de servidumbre, so color ni achaque de que son siervos a natura o libres... y por tanto, de Vuestra Real Majestad ser propio desterrar en el principio de su reinado de aquellas tierras tan enorme y horrenda, delante de Dios y los hombres, tirana, que tantos males y daos causa en perdicin de la mayor parte del linaje humano; para que nuestro Seor Jesucristo, que muri por aquellas gentes, su real Estado prospere por muy largos das". No era de esperar entonces ni aos adelante que quien usaba este lenguaje alto y severo de la justicia y del derecho, apelara a la conmiseracin y a la piedad, para defender la causa que llen gloriosamente su vida. Con todo y ser poco devoto del egregio obispo de Chiapas, cuyo testamento sac a luz, mejor que nosotros conoci el seor Garca Icazbalceta en qu campo y con cules armas luch aquel hasta su postrer instante por la libertad de los indios, sin que hubiera menester la relacin de un milagro, aunque le fuera til, para esforzar su enrgica defensa. De fray Jernimo de Mendieta nos hace saber la Carta, que vino en 1552 y a fines del siglo compuso su Historia Eclesistica Indiana, donde "cuenta, lo mismo que Motolina, los favores que (estos naturales) reciban del cielo; y particularmente en el captulo 24 del libro IV trae la aparicin de la Virgen el ao de 1576 al indio de Xuchimilco Miguel de S. Jernimo, quien la refiri al mismo P. Mendieta; pero nada dice de Ntra. Sra. de Guadalupe". La aparicin de la Virgen! Lo que aquel pobre viejo de Azcapotzalco (no de Xochimilco) cont al historiador fue que "le apareci una mujer en figura, y hbito de india, muy bien aderezada y de buen parecer", la que, slo porque Miguel lo refiri con insistencia y derramando muchas lgrimas, crey Mendieta que "sera la Madre de piedad y misericordia o algn ngel" [11] . Nada dice de Nuestra Seora de Guadalupe; a pesar de que lleg en 1554 (no en 1552), el mismo ao que el seor Montfar, patrono de la famosa iglesia de Guadalupe, de la que ni siquiera el nombre se halla, y deba hallarse, en una Historia Eclesistica Indiana. Por qu tal silencio? Once aos despus de publicada primera vez la Historia, su mismo editor, que no fue otro que el seor Garca Icazbalceta, anunci haber llegado a sus manos una copia de los captulos 57-60, "donde se expresa cuanto se quiso callar en el trasunto de la obra entera". [12] . Tocaba lo callado a ciertas cosas que hicieron los indios para impedir que los dominicos ocuparan los monasterios que dejaban los franciscanos. Y el motivo de haber callado fue el mismo por que call y aun borr parte de lo escrito en el captulo LVIII, como puede verse en la obra. A eso llamaban recato, que le forz igualmente a callar todo lo relativo al clero secular y a los Concilios Provinciales, sin duda por haberse mezclado en la contienda de los regulares con los obispos. Y sabiendo, como sabemos, que su prelado, su amantsimo padre fray Francisco de Bustamante, a ms de que encabez la contienda, impugn la devocin, milagros y culto de la Imagen de Guadalupe, nada tiene de extrao que la Historia Eclesistica Indiana, desluciendo su nombre, no diga palabra acerca de ella. Cual si no bastaran los autores ya dichos, sigue en la Carta una copiosa lista. "En las dems crnicas de aquel tiempo, escritas por espaoles o indios (dice) , buscaremos tambin en vano la historia. Muoz Camargo (1576), el P. Valads (1579), el P. Durn (1580), el P. Acosta (1590), Dvila Padilla (1596), Tezozmoc (1598), Ixtlilxchitl (1600), Grijalva (1611), guardan igual silencio. Tampoco dijo nada el P. Fr. Gabriel de Talavera, que en 1597 public en Toledo una historia de Ntra. Sra. de Guadalupe de Extremadura, aunque hace mencin del santuario de Mxico. El cronista franciscano Daza, en su Crnica de 1611, Fernndez en su Historia Eclesistica de nuestros tiempos (1611) y el cronista Gil Gonzlez Dvila en su Teatro Eclesistico de las Iglesias de Indias (1649) escribieron la vida del Sr. Zumrraga y callaron la historia de la

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Aparicin. Ya la cont el P. Luzuriaga en la vida del mismo prelado, como que public su Historia de Ntra. Sra. de Aranzazu en 1686". Siguiendo a don Juan Bautista Muoz, pide el seor Garca Icazbalceta escritos anteriores a la obra de Miguel Snchez, impresa en 1648; desechando por esto la Historia del P. Luzuriaga, que es posterior. Sin decirlo, presume que sugiri Snchez a Luzuriaga su relato de la Aparicin; mas quisiramos saber cmo Snchez no sugiri lo mismo a Gil Gonzlez Dvila, que tambin escribi despus. Averiguado est que el autor del Teatro Eclesistico incurri en graves defectos y errores, por falta de instruccin suficiente de las cosas de nuestro pas. Escribi allende el ocano y jams estuvo aqu. Relata como ocurrido en 1530 que la Emperatriz hizo saber a las seoras nobles de Mxico "por medio del Arzobispo", que se ocuparan en ejercicios dignos de sus personas: todos saben que entonces no haba arzobispo en la Nueva Espaa [13] . Dedic el seor Prez de la Serna en 1622 la iglesia de Guadalupe, comenzada en 1609; y Gonzlez Dvila nos dice que el arzobispo Manso y Ziga, inmediato sucesor de aqul, "repar a su costa la ermita de Guadalupe". Menciona la carta que el mismo seor Manso y Ziga dirigi al rey en 16 de octubre de 1629 sobre los estragos de la inundacin de Mxico; [14] y carece de palabras para contar que, con ocasin de la calamidad, fue conducida por primera y nica vez de su santuario la santa Imagen a la catedral metropolitana: acontecimiento tan sonado, que no debi omitirse en una historia religiosa. Su catlogo de arzobispos de Mxico est trunco; le faltan muchos y equivoca las noticias de otros; a que no hall disculpa el seor arzobispo Lorenzana, dado que, como indica, estaban en la Sala Capitular los retratos de todos los prelados, desde el primero hasta l, con la inscripcin respectiva de patria, conducta y dignidad que obtuvieron. [15] . El mismo seor Garca Icazbalceta apur la materia en su Don Fray Juan de Zumrraga, redujo al mnimo la biografa que de este prelado hizo Gil Gonzlez Dvila, ya que, despus de rectificarle un dato, no le cit sino para advertir que al obispo de Guadalajara Lic. Santos Garca le aadi el nombre de Francisco y le llam fundador del colegio de Todos Santos, sin ser verdad una ni otra cosa [16] De donde concluimos que el silencio guadalupano del Teatro Eclesistico, slo arguye la deficiente instruccin del autor en asuntos mexicanos. No ms que una vez cit el seor Garca Icazbalceta en su estudio biogrfico de Zumrraga la Historia Eclesistica de nuestros tiempos por fray Alonso Fernndez (Toledo, 1611) y la Quarta parte de la Chrnica General de N.P.S. Francisco y su Apostlica Orden por fray Antonio Daza (Valladolid, 1611), sin otro objeto que numerar a estos autores entre los que estn por Durango como patria del prelado. [17] Y con solo eso nulific las sendas biografas que traen del seor Zumrraga; pues, de haberles encontrado ms datos interesantes, no habra dejado de espigar en ellas. Que nunca estuvo en Mxico el P. Alonso lo asienta el propio seor Garca Icazbalceta, donde a la par anota, con relacin a diverso asunto, que "no hizo ms que copiar a Dvila Padilla, cuya obra cuenta entre las que le sirvieron para componer la suya [18] Tampoco estuvo en Mxico el P. Daza: lo hubieran dicho tanto la Biblioteca Universal Franciscana de fray Juan Antonio como la Crnica Serfica de fray Matas Alonso; sta, sobre todo, al dar cuenta de los oficios que Daza tuvo hasta 1630 [19] Consta, adems, que mucho de lo que escribi Daza de la predicacin del Evangelio en estas partes, fue tomado de las crnicas de Moles y de Gonzaga, quienes a su vez lo sacaron de un Memorial de fray Jernimo de Mendieta. [20] De esa manera queda en claro que si Fernndez y Daza no son por s autoridades en lo que dicen del primer obispo de Mxico, menos lo sern en cuanto a las circunstancias que, por defecto de instruccin, callaron.

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De la lista de taciturnos debe borrarse a fray Gabriel de Talavera, "que en 1597 public en Toledo una historia de Ntra. Sra. de Guadalupe de Extremadura, aunque hace mencin del santuario de Mxico". Lo mienta en los trminos siguientes el editor de cierto Libro de sensacin: [21] "Fr. Gabriel de Talavera, jernimo, que public en 1597 en esta de Madrid la Historia de N.S. de Guadalupe que se venera en Extremadura, fol. 454 (vuelto), dice que los conquistadores castellanos, en testimonio de su devocin a esta Imagen, dieron por nombre a una de las primeras islas que ganaron Guadalupe. La devocin de los conquistadores arraigse y comenzaron a levantar iglesias y santuarios con el ttulo de N.S. de Guadalupe especial en la ciudad de Mxico de Nueva Espaa" Se notar que mientras uno de los impugnadores (Garca Icazbalceta) hace salir de Toledo la Historia, el otro seala a Madrid. Ms interesante es que al P. Talavera le refuten dos religiosos, tambin jernimos y del mismo convento de Extremadura. Fray Francisco de San Joseph, autor de una Historia Universal de la primitiva y milagrosa imagen de Nuestra Seora de Guadalupe (Madrid, 1743), a la pgina 199 refiere que los conquistadores extremeos, por devocin a la Virgen de Extremadura, de cuyos milagros daban noticia, consiguieron por estas regiones, no que le erigieran templos sino que le ofrecieran limosnas, para cuya agencia y segura conduccin salieron de aquel monasterio fray Diego de Ocaa y fray Diego de Santa Mara. El primero fue al Per y en la ciudad de los Reyes "erigi una capilla a Nuestra Seora de Guadalupe y coloc en ella su santa imagen". El segundo vino a Mxico, de donde escribi al rey, a 12 de diciembre de 1574, avisndole haber hallado aqu una ermita de Nuestra Seora de Guadalupe, por entender la devocin con que acudan los cristianos a la Virgen de Extremadura, as como por defraudar las limosnas que solan darle. [22] Eso prueba que los conquistadores no levantaron en Mxico templo alguno con aquel ttulo. Y la falta de instruccin del P. Talavera exige que le borremos de la lista. A Diego Muoz Camargo, mestizo, lo pone el seor Garca Icazbalceta en el ao 1576. Ya en ese tiempo escriba, ciertamente, su Historia de Tlaxcala, como indic l mismo (pg. 203); [23] pero la sigui escribiendo despus de 1589. La parte que de ella conocemos, termina con estas lneas: "El Marqus de Villa Manrique gobern cuatro aos, en su tiempo oy muy grandes negocios, que de algunos dellos trataremos en suma." Sabemos bien que el citado marqus gobern de octubre de 1585 a 1589. Se ignora si Muoz Camargo termin su labor como se propona o si la dej en lo antes copiado. Lo cierto es que ya entonces haba concluido la suya fray Jernimo de Mendieta, de quien aqul dice: "ha escrito lagramento de las cosas sucedidas acerca de la conversin de los naturales de esta tierra". (pg. 244). En otro lugar (pg. 268) recuerda por sus nombres algunos varones de santa vida; "aunque s y entiendo" (agrega) que fray Hiernimo de Mendieta y otros religiosos han escrito largamento dellos". Acab Mendieta su Historia Eclesistica Indiana en 1596. Con que todavia a fines de aquel siglo escriba Muoz Camargo. No se propuso tratar de la conversin de los indios; y si es verdad que hizo un breve catlogo de los primeros obispos y de otros frailes y clrigos, que conoci, se abstuvo de referir sus vidas, reservndolo humildemente a plumas ajenas. He aqu sus propias palabras: "Ha habido tantos religiosos de todas rdenes tan buenos, tan santos y siervos de Dios, que como al principio dijimos, sera necesario hacer grandes historias de cada uno de ellos y de sus milagros, por lo cual me remito a los que han escrito sus vidas, que s que son muchos en particular, y yo me hallo indigno de tratarlos; y aunque muchas cosas buenas suyas, de sus doctrinas, sermones y ejemplos (he visto), me hallo corto y no merecedor de tocar en ello, porque sera meterme en un pilago de mucha profundidad..." Esta cortedad de Muoz Camargo, rayana en timidez al hacer, por respeto a los espaoles,

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punto omiso de los combates de Corts y Xicotncatl en el camino de Tlaxcala, degener en algo peor, callando, no digamos la Aparicin de Guadalupe, sino hasta la Imagen y el culto y el nombre, quizs por miramiento a ciertos religiosos, cuyas disensiones en esa y otras materias con el arzobispo Montfar fueron pblicas y escandalosas de sobra. Por consiguiente, Muoz Camargo no merece estar en la lista de los impugnadores. Fray Diego Valads, morador y acaso guardin del convento franciscano de Tlaxcala, hizo imprimir en Perusa el ao de 1579 su Rethorica Christiana ad concionandi et orandi usum accommodata, utriusque Facultatis exemplis suo loco insertis, quae quidem ex Indorum Historiis maxime deprompta sunt. Y segn trat don Antonio de Len y Gama, el P. Valads "trat a los indios en aquellos tiempos inmediatos a su conquista, y tuvo inteligencia de su idioma, y de los caracteres con que se explicaban en lugar de nuestras letras, no solamente en tiempo de su gentilidad, sino aun despus de cristianos, comparndolos con los jeroglficos de los egipcios". [24] As lo di bien a entender el mismo P. Valads, al acomodar los ejemplos sacados de las historias indias ad concionandi et orandi usum; de donde tom ocasin para hacer la apologa del carcter, racionalidad y cristiandad de los mexicanos. Con todo, es ocioso pedirle la relacin del milagro guadalupano, que no entraba en el objeto de su libro. Fray Diego Durn, dominicano, que acab de escribir la parte ritual de su Historia de las Indias en 1579 y la histrica en 1581, como lo dice al final de cada una, trat solamente de las antigedades. Encontramos una mencin de Guadalupe en su captulo XCVII, donde habla de los indios que de muy lejos y apartadas provincias venan a buscar las aguas salidas del volcn "y a ofrecellas ricas ofrendas y preciosas joyas y piedras y aunque en sus tierras las hubiese fuentes y manantiales ros venan a las aguas en romera y a los cerros extraos y a las cuevas extraas donde haba dolos, a cumplir sus votos y promesas y romeras, como nosotros cumplimos los de Santiago y de Guadalupe, Jerusaln, etc." El Guadalupe de Espaa o de Mxico? Lo indiscutible es que fray Diego no quiso historiar la conquista y sucesos posteriores. "Jams fue mi intento ni voluntad, ni ahora lo es (dice en el captulo LXXIIII) de escribir ni hacer nueva historia de la venida de los espaoles a esta tierra, ni de sus hechos y hazaas... ni traer de nuevo a la memoria cmo el Marqus del Valle entr en el puerto y barren los navos... porque ya todo esto est muy sabido y escrito por muchos autores". Si, a pesar de ello, con hechos subsiguientes a la toma de Mxico llen un captulo de tres hojas (el LXXVIII), se qued en el regreso de la expedicin de las Hibueras, que fue en 1526. Y no hay por qu buscar en su obra noticias de 1531. El P. Acosta (1590). Nacido en Medina del Campo (Castilla la Vieja), visti la sotana de la Compaa de Jess en 1553. De Ocaa pas al Per, donde permaneci diez y siete aos. Su Historia natural y moral de las Indias, que se imprimi en Sevilla el ao de 1590, consta de siete libros, los cuatro primeros escritos en el Per y los tres restantes en Espaa. Aprovech para ello una Relacin que Torquemada tuvo en su poder, escrita de mano; y copi a fray Diego Durn, cuyos tratados le dio el P. Juan de Tovar. Esto ltimo fue aclarado por don Jos Fernando Ramrez, al publicar en 1867 el primer volumen de Durn, diciendo que cierto manuscrito que forma el ncleo de dicha obra, est copiado al pie de la letra o substituido con frases equivalentes por el P. Jos de Acosta, en la parte relativa a Mxico. De donde resulta que la Historia de Acosta no es original en lo pertinente a nuestro pas, al que conoci slo de paso. Torquemada le hace tales rectificaciones, que le forzaron a decir: "Ignor todo lo que en estos Libros escribo". [25] Le disculpa, no obstante, en las siguientes lneas: "Aunque tiene el dicho Padre excusa, por no haberlo averiguado personalmente, sino credose de otro, que lo avergiu antes que llegase de el Pir, de quien lo tom, yendo de paso, y lo ingiri en el Libro dicho".

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LuxDomini-La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, Primo Feliciano Velzquez[26] Beristain nos informa que, despus de permanecer Acosta en el Per, "estuvo

tambin a lo menos en las islas de la Amrica Septentrional". Entre nuestros escritores, por tanto, no tiene lugar; cuanto ms que si trat, aunque de cosecha ajena, las antigedades de estos naturales, no se propuso tocar sucesos ocurridos durante la dominacin de Espaa en nuestro pas. Fray Agustn Dvila Padilla, natural de Mxico, hizo imprimir en Madrid el ao de 156 su Historia de la Fundacin y Discurso de la Provincia de Santiago de Mxico de la Orden de Predicadores por las vidas de sus varones insignes y casos notables de Nueva Espaa. Pensar cualquiera que entre estos casos deba contarse la Aparicin Guadalupana. Sin embargo, no se halla. Ni podemos decir si es de las cosas importantes que se le pasaron de la memoria y que advirti su discpulo y hermano de hbito fray Hernando de Ojea. Las cuales, por notables que hayan sido, parecern insignificantes, junto a las omisiones que tiene en su biografa de don fray Alonso de Montfar. [27] En sentir del autor, aunque la dignidad de aquel prelado (dominico) le sac de la Provincia de Santo Domingo, "su mucha religin le pone en memoria de los que guardaron mucho en ella". Y tanto la justicia como el espritu de cuerpo peda al cronista que se extendiera en la relacin de hechos y encomio de su ilustrsimo hermano, segundo arzobispo de Mxico. Empero, las breves lneas que le consagra, distan mucho de historiar su pastoral ministerio. Se reducen a que correga con piedad y castigaba con amor; que era muy limosnero y vigilante en remediar las necesidades de su rebao; que am con ternura a los indios, y muchas veces los bautizaba con su propia mano; que fue buen fraile y mostr aficin a los religiosos de santo Domingo, a quienes dio varias casas entre indios, en especial de la comarca de Zumpango. Y no ms; sin pormenores que sirvan para valorar tan buenas prendas y actos correspondientes al cargo episcopal. A poco de haber llegado el seor Montfar a su arquidicesis, llev a cabo una obra material que le afam, la iglesia de Guadalupe, y una obra pastoral que le engrandece, el primer Concilio Provincial; de la que no habl su bigrafo, porque, ligndose a la primera el contradicho de ciertos religiosos y a la segunda el de todas las rdenes regulares, no acert a desatar una de otra cosa ni tuvo libertad para ello. Buscar distinta explicacin sera fantasear con su silencio, sobre todo en el punto guadalupano. Tezozmoc (1598). En su librera tuvo Sigenza la historia manuscrita de los mexicanos por don Hernando Alvarado Tezozmoc, hijo del emperador Cuitlahuatzin, sucesor de Moteuczoma; la que, por donacin de su dueo, pas al Colegio Mximo de San Pedro y San Pablo, de los jesuitas. Boturini, su descubridor, dice que contiene 112 captulos desde la gentilidad hasta la llegada de Corts, que es la primera parte, y que falta la segunda. Don Mariano Veitia, que recogi los papeles de Boturini, sac de ella una copia, y de sta a su vez la suya fray Francisco Garca Figueroa, para la coleccin que en 1792 form de real orden y que existe en el Archivo General de la Nacin. Arreglada esta segunda copia, que se cotej con una del seor Garca Icazbalceta, hizo el ilustre literato don Jos M. Vigil la edicin de 1878, bajo el ttulo de Crnica Mexicana escrita por D. Hernando Alvarado Tezozmoc hacia el ao de MDXCVIII. Tiene 110 captulos y no los 112 que dijo Boturini. El ltimo deja a Corts en Tlaxcala, de camino para Mxico; concluyendo con que, as que Moteuczuma lo supo, "hizo llamamiento de todos los principales de sus comarcas para hacer acuerdo y cabildo, como adelante se dir en otro cuaderno". El cual, anunciado tambin en el captulo LXXVII, ha sido en vano buscado por los modernos escritores. Es la segunda parte que dijo Boturini faltaba y cuyo paradero aun se ignora; mas de fijo podemos asegurar que existe y dar su contenido en resumen, como tuvimos la fortuna de hallarlo en la sabia Descripcin histrica y cronolgica de las dos piedras por don Antonio de Len y Gama. Este clebre anticuario disfrut en

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nhuatl completa la Crnica de Tezozmoc. Despus de citarle en el nmero 7 de la Descripcin, transcribi en una nota tres lneas en idioma mexicano, cuya correspondencia, aunque no literal, es fcil ver en el captulo I de la parte que poseemos. Apunt adems, en el nmero 51 de la misma Descripcin, los aos y sucesos que abraza la segunda parte de la Crnica, enlazada ajustadamente al captulo final de la primera. Y con ocasin de la mudez de los cronistas indios sobre el mes y da en que acab el imperio mexicano, dice Len y Gama: "Aun ms silencio guard D. Hernando Tezozmoc, pues habiendo hecho relacin de todo lo acontecido en el ao C Acatl, en que entraron los espaoles; de los sucesos del ao Ome Tecpatl, en que muri Motheuzoma; de los hijos que dej y de todo lo dems que acaeci hasta la eleccin de Cuitlahuatzin (que dice haber sido el da 1 del mes Ochpaniztli, que se contaba 8 Ehecatl, correspondiente a nuestro septiembre); el tiempo que rein, y su muerte de viruelas, al fin del mes Quecholli; el ingreso al gobierno del ltimo rey Quauhtemotzin, en el mes Itzcalli; y otros acontecimientos, que seala con las citas de sus meses, calla de propsito la toma de Mxico, y los sucesos posteriores hasta el ao 7 Calli, 1525, en que prosigue la narracin de su crnica, concluyndola en el ao 9 Acatl, correspondiente al nuestro 1579". Todo eso cabalmente nos falta conocer, para indagar si el noble escritor indio call de veras y por qu la Aparicin Guadalupana. Ixtlilxchitl (don Fernando de Alba), descendiente del ltimo rey de Texcoco y del matrimonio de ste con doa Beatriz Papantzin, hija de Cuitlhuac, penltimo rey de Mxico, no fue mudo. Comenzadas sus obras en 1600, segn Boturini, estaban casi concluidas en 1608, cuando a las memorias histricas dieron su aprobacin los concejales de Quatlacinco, as como los de Otumba y otros pueblos. Las hered todas Sigenza, quien a su vez las leg al colegio de San Pedro y San Pablo, de los jesuitas, donde las ley Clavijero. Antes las haba visto Gemelli Carreri en poder de Sigenza, al que tambin pertenecieron unos fragmentos histricos que copi Boturini, por los cuales (dice) "descubr otro Manuscrito de la misma Historia de Guadalupe en lengua castellana, su Autor Don Fernando de Alba Ixtlilxchitl, cuya letra conozco, el que ando buscando con las mayores diligencias". [28] Beristin, por su parte, entre los escritos de Ixtlilxchitl enumera en noveno lugar una "Relacin de nuestra Seora de Guadalupe, en mexicano". Son, pues, dos sus obras guadalupanas, una en espaol y otra en nhuatl; de ambas, salvando la diferencia de ttulos, habl Sigenza en su declaracin jurada, aludiendo a la historia primitiva: "El original en mexicano est de letra de D. Antonio Valeriano, indio, que es su verdadero autor, y al fin, aadidos, algunos milagros de letra de D. Fernando, tambin en mexicano. Lo que prest al Rmo. P. Francisco de Florencia, fue una traduccin parafrstica que de uno y otra hizo D. Fernando, y tambin est de su letra". [29] La Relacin de los milagros, en mexicano, corre en el libro impreso por el Bachiller Luis Lasso de la Vega; y la traduccin castellana as de dicha Relacin como de la original de Valeriano sirvi al P. Florencia para escribir su Estrella del Norte de Mxico. De manera que Ixtlilxchitl no debe estar entre los escritores mudos, de que form lista el seor Garca Icazbalceta. A Grijalva por equivocacin le puso el ao de 1611. Ponderando fray Juan Robledo la facilidad con que aquel docto agustino escribi su libro, dice que, "habindole entregado los papeles por Noviembre del ao de 21, le trujo acabado por el ao de 23". Y al tiempo que el autor ejercitaba la pluma, encenda la devocin guadalupana el arzobispo don Juan Prez de la Serna, quien "bendijo y dedic la segunda capilla de N.S. de Guadalupe por el mes de Noviembre del ao de 1622 y coloc a la Soberana Imagen en su Tabernculo de plata". La solemnidad fue suntuosa y de ella, cuando menos, hubiera Grijalva dado noticia, si hubiera entrado en el plan y desarrollo de su obra. Mas no cupo all, como el ttulo indica: Crnica de la orden de N.P.S. Augustn en las prouincias de la nueua espaa en quatro edades desde el ao 1533 hasta el de 1592 por el P.M.F. Ioan

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de Grijalua. Ajenos a su intento, los sucesos de 1531, tampoco quedaban dentro de las cuatro edades, que se cuentan de este modo: "Edad primera en que estuvo sujeta esta provincia a la de Castilla por espacio de diez aos.- Edad segunda en que la provincia levant cabeza, y se gobern por s misma.- Edad tercera en que la provincia se dilat por las islas del Poniente y otras partes.- Edad cuarta en que la provincia empez a tener trabajos". [30] Donde se ve que nada de la Crnica de Grijalva prometi o hace buscar la historia de la Aparicin Guadalupana. Vengamos ahora a Sahagn. Su pasaje del culto gentlico a Tonantzin, Toci y Telpochtli en los montes adonde acudan en crecido nmero los indios, fue substancialmente reproducido por Torquemada, dndolo como suyo propio y noticiando que, para extirpar all la idolatra, levantaron los primeros misioneros las iglesias de la Virgen Mara Seora nuestra, de Santa Ana y de San Juan Bautista, donde haba grandes ofrendas y concurso; y que "estas son las fiestas y esta la intencin de haberlas institudo y con la que de presente las celebran, aunque no todos lo saben". [31] Segn est el mismo pasaje en el cdice de la Biblioteca Nacional, o sea, en la Introduccin de la Arte Adivinatoria, lo copi fray Martn de Len para su Camino del Cielo, de donde parece seguro lo tom Serna para su Manual de Ministros de Indios. En dicho pasaje da Sahagn noticia del culto idoltrico de la antigua Tonantzin, substitudo en Tepeycac por el cristiano de la Madre de Dios, a quien los indios llamaban tambin Tonantzin, "tomando ocasin de los predicadores". Para el cronista, conservaba el nombre su primer significado, y por eso juzgaba sospechosa la devocin de los que venan "de lejas tierras a esta Tonantzin como antiguamente, cosa que se debera remediar". Fray Martn de Len repiti que "muchos dellos lo entienden por lo antiguo y no por lo moderno de agora". Y Serna, por ltimo, escribi que "cuando van a la fiesta de la Virgen Santsima, o a entrambas intenciones, pensando que una y otra se puede hacer". A ninguno de estos autores se le ocurri proponer la supresin del culto Mariano en aquel sitio o que se prohibiera la concurrencia de los indios. Lo ms que dijo Sahagn fue: "no es mi parecer que les impidan la venida ni la ofrenda; pero s lo es que los desengaen del error que padecen, dndoles a entender que aquellos das que all vienen es la falsedad antigua y que no es aquello conforme a lo antiguo. Esto deberan hacer predicadores bien entendidos en la lengua y costumbres que ellos tenan y tambin en la escritura divina". Del mismo parecer han sido, son y sern cuantos profesan la fe de Cristo. Pero se arguye que "supuesta la realidad de la Aparicin, ninguna extraeza poda causar al P. Sahagn que los indios prefiriesen el lugar en que uno de los suyos haba sido tan singularmente favorecido por la Santsima Virgen". Se responde que no era extraeza la suya, sino recelo de que muchos naturales, los maliciosos, disimularan su antigua idolatra con las nuevas prcticas cristianas. Extraeza la nuestra, de ver cmo por causa de los indios maliciosos se olvida de quienes no lo eran, a todo el pueblo de indios y no indios que, "supuesta la realidad de la Aparicin", acuda en masa a Tepeycac, de preferencia a otros lugares. Llegado de Espaa en 1529, estaba Sahagn en Tlalmanalco entre los aos de 1530 y 1533. [32] No presenci la Aparicin de Guadalupe: hubiera dado testimonio de ella. Pero no pudo ignorarla. En los tres escrutinios que desde 1558 hizo de su Historia, cont con la ayuda de cuatro latinos, "a los cuales (dice) yo pocos aos antes haba enseado la gramtica en el colegio de santa Cruz en el Tlatelolco" y "el general y ms sabio fue Antonio Valeriano, natural de Atzcapotzalco". Ahora bien, este Valeriano escribi en nhuatl la primera relacin que se conoce de la aparicin de la Santsima Virgen a Juan Diego; y sera de todo punto inverosmil que no la hubiese comunicado a su maestro. El cual, sin embargo, no le dio crdito y estamp en su Historia, pasando por reticente, no por mudo. "De donde haya nacido esta fundacin de esta Tonantzin, no se sabe de cierto". Esta reticencia, que puede explicarse por el mismo recato de

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Mendieta, no niega la verdad de la aparicin. No la niega en su informe de 1575 el virrey Enrquez, que, como acertadamente dice el seor Garca Icazbalceta, contando con tantos medios de informacin y haber de dar cuenta al rey, "no alcanz a saber el origen de la ermita". Tampoco lo alcanzaron otros escritores o guardaron silencio, pero no niegan la Aparicin, en las obras de que sigue hablando la Carta, y a cuyo estudio ya renunciaramos, si no fuera porque conviene apurar la materia del argumento negativo. Hay una relacin del viaje de fray Alonso Ponce, Comisario Franciscano, en la cual se cuenta que, "habiendo salido de Mxico el 23 de Julio de 1585, y pasando un pedazo de la laguna de Mjico (de quien adelante se tratar), por una calzada de piedra de media legua, en que se pasan muchas acequias por puentes de madera, pas ltimamente una muy grande, por un puente de piedra, junto a la cual est un poblecito de indios mejicanos y en l, arrimada a un cerro, una ermita e iglesia, llamada Nuestra Seora de Guadalupe, adonde van a celebrar y tener novenas los espaoles de Mjico, y reside un clrigo que les dize misa. En aquel pueblo tenan los indios antiguamente en su gentilidad un dolo llamado Ixpuchtli, que quiere decir virgen o doncella, y acudan all como a santuario de toda aquella tierra con sus dones y ofrendas. Pas all de largo el P. Comisario". Disculpa el seor Garca Icazbalceta al relator "como nuevo en la tierra", de que equivocara el nombre del dolo; y fija su atencin en que, si la tradicin exista, ninguno de la comitiva hubiera avisado al Comisario que en aquella ermita se guardaba una imagen milagrosamente pintada, para que entrara a verla y venerarla, en vez de pasarse de largo. La causa fue que, segn dice el texto, pas el P. Comisario "algo de maana". Y marchaba muy desazonado. No le haba consentido el provincial que visitase la provincia; y el Captulo celebrado en 29 de junio anterior confirm, a no dudarlo, la resistencia del provincial, por la que dieron con el P. Ponce en la crcel, mediante el apoyo del virrey marqus de Villamanrique, y todava ms de la virreina doa Blanca de Velasco. [33] Se comprende que el Comisario pasara de largo. La narracin del viaje fue "escrita por dos religiosos, sus compaeros, el uno de los cuales le acompa a Espaa desde Mxico, y el otro en todos los dems caminos que hizo y trabajos que pas". [34] Si a este otro, que suponemos era su comitiva al llegar a Guadalupe, le disculpan, "como nuevo en la tierra" de que equivocase el nombre del dolo, merece igual disculpa por no haber dado aviso de la Imagen. Antiguo en la tierra, Bernal Daz del Castillo; y sin embargo, no refiri la Aparicin, como tampoco lo hizo fray Luis de Cisneros, que escribi a principios del siglo decimosptimo. Se citan sobre el particular las obras de entrambos, porque, hablando de la santa Imagen y de los milagros que ha hecho y hace, se remontaron a los aos prximos a la conquista, "casi desde que se gan la tierra;" con que se prueba la antigedad del culto, que tocante al origen de la tradicin es dato principalsimo. En eso concuerdan con las relaciones o pruebas directas del prodigio y rebaten de sobra a quienes se prevalen del conocido imforme de don Martn Enrquez, para fijar el principio de la historia en el ao de 1555 56 que aquel documento pone. Pero como Bernal Daz del Castillo y Cisneros no trataron especialmente de la devocin guadalupana, no estaban obligados a narrar la aparicin de Nuestra Seora. S pareca estarlo el agustino fray Juan de Zepeda. Predic el ao de 1622 en la ermita de Guadalupe un sermn que se di a la estampa y en que el seor Garca Icazbalceta not dos cosas: "la una, que el predicador dice en la dedicatoria, que la Natividad (8 de septiembre) es la vocacin de la ermita, y la otra, que no habla palabra de la Aparicin. Confrmase lo primero con el acta del Cabildo Eclesistico de 29 de Agosto de 1600. Ese da se dispuso que el domingo 10 de Septiembre se celebrara la fiesta de la Natividad de Ntra. Sra. en la Ermita de Guadalupe por ser su advocacin, y

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en seguida se pusiera la primera piedra para dar principio a la nueva iglesia. De donde claramente se deduce que para entonces todava no le haba ocurrido a nadie que la imagen fuera pintada en la tilma de Juan Diego; y que la fiesta titular era la del 8 de Septiembre en que se celebran las de todas las imgenes que no tienen da sealado para su ttulo particular: de suerte que noventa aos despus del supuesto aparecimiento no se pensaba todava en celebrar el 12 de Diciembre". Creyendo probada su tesis con el silencio no bien dilucidado de los autores y dems personajes que cita, la coron con este argumento: segn documentos de 1600 y 1622, la vocacin o advocacin de la ermita era de la Natividad de Nuestra Seora; "de donde claramente se deduce que para entonces todava no le haba ocurrido a nadie que la imagen fuera pintada en la tilma de Juan Diego". La deduccin no se sostiene, ni aun arrimndole el que la fiesta se hiciera, ya el 8, ya el 10 de Septiembre, a causa de que la Imagen no tena da sealado para su ttulo particular, y aun no se haba pensado en celebrar el 12 de diciembre. Esta circunstancia y la vocacin o advocacin de la ermita son materia litrgica, con la que el suceso conmemorado no guarda relacin de causa. Nuestra Seora de Loreto se celebraba el 8 de Septiembre; hasta despus de siglos le fue sealado el 10 de diciembre. Nuestra Seora del Pilar, de Zaragoza, tambin era celebrada el 8 de septiembre; y muchos aos pasaron antes de que se le concedieran Misa y Oficio para el 12 de octubre. [35] . De estas imgenes milagrosas como la de Guadalupe, mientras no les asign la Sede Apostlica el da particular de su ttulo, la vocacin o advocacin litrgica fue la que se llama del comn, y es de la Natividad de Nuestra Seora. Por eso, cuando en 1737 se solemniz el Patronato de Santa Mara de Guadalupe, el arzobispo de Mxico no determin que se rezara Oficio del milagro o Aparicin, sino Oficio del comn solamente, de la Natividad de Mara Santsima, "que con la leve mutacin de Nativitas en Festivitas nos dicen los autores debe darse a sus advocaciones", segn advirti el escritor coetneo don Cayetano Cabrera Quintero. [36] Su festividad en 1556, cual refiere la informacin del seor Montfar, fue el 8 de septiembre, da de la Natividad. [37] en 1566 se celebr el domingo 15 de septiembre, octava de la Natividad, segn el MS. de Juan Bautista. Y el Cabildo Eclesistico en 1600, conforme al acta citada, dispuso que dicha fiesta se hiciera el domingo 10 de septiembre, infraoctava de la Natividad. Lo cual en manera alguna contradice la Aparicin. Predic fray Juan de Zepeda por diez aos sucesivos "en la festividad del Nacimiento de la sacratsima Virgen, vocacin de la ermita de Guadalupe", como expres l mismo en la dedicatoria de su sermn de 1622. No sabemos lo que dira en los anteriores; pero en ste trat de "las prerrogativas, grandezas y excelencias con que la divina voluntad de Dios nuestro Seor adorn y enriqueci a la Sacratsima Virgen Mara S. N."; [38] y al no hablar de la Aparicin y ni siquiera de la Imagen de Guadalupe y de su proteccin milagrosa, ya es intil decir que aquella festividad no fu la de Nuestra Seora de Guadalupe. Se reserv en ese ao para noviembre, mes en que el arzobispo don Juan Prez de la Serna, como se lee al pie de su retrato en la galera de la catedral metropolitana, bendijo y dedic la segunda capilla de Guadalupe. Segn declar fray Antonio de Mendoza posteriormente "se tuvo a su Divina Majestad ocho das en una ramada, que se hizo primero para ver y experimentar ms bien su voluntad y en lo que fuese ms bien servida que se hiciese, y viendo no se experimentaba novedad en esta Santsima Seora, se llev y coloc en la segunda iglesia y santuario"[39] . Con que si al P. Zepeda no cupo o no plug hacer los loores guadalupanos en 1622, en su lugar los hizo aquel Ilustrsimo, cuya devocin a la Santa Imagen es justamente encarecida por el historiador Florencia. El que, refirindose al ao de 1643, habla de dos fiestas principales, una de que los espaoles celebraban el da de la Natividad (cap. XXI), con el agregado de lidia de toros en la plazuela de la hospedera del Santuario; y

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otra que los naturales hacan "a la Aparicin de esta admirable imagen" (cap. XXX), ofreciendo para ella abundantes limosnas, y acompandola con mitotes, en que representaban la guerra de mexicanos y chichimecas y la de espaoles y mexicanos; siendo esa la ocasin, aadiremos, en que Becerra Tanco oy el cantar con que en su lengua recordaban las apariciones de Guadalupe. Cundo empez a solemnizarse el 12 de Diciembre, lo ignoramos. Sabemos s que el seor arzobispo Vizarrn en su edicto del Patronato, [40] a 24 de mayo de 1737 expuso lo siguiente: "se nos hizo relacin, diciendo cmo el mencionado Ayuntamiento haba elegido por Patrona Principal de esta ciudad a la Soberana Reina de los ngeles, en su admirable Imagen de la milagrosa advocacin de Guadalupe, con el deseo de que este Patronato se extendiese a todo el reino, y asimismo que el da doce de diciembre de cada un ao, enq ue se celebra su prodigiosa aparicin, se le hiciese fiesta con toda solemnidad..." En todo caso, el ao de 1622 haba quienes supieran que la Imagen est pintada en la tilma de Juan Diego. Andaba entonces en los veinte de su edad e lcitado P. Mendoza, agustiniano como fray Juan de Zepeda; y no slo con relacin a ese ao sino a tiempo anterior, "desde que tuvo uso de razn, por haber nacido en esta ciudad de Mxico, y por haberlo odo a sus padres y abuelos, personas muy antiguas, como fue el seor su abuelo Lic. Antonio Maldonado, Presidente que fue de la Real Chancillera de esta ciudad, y a su padre y seor D. Alonso de Mendoza, capitn de la guarda que fue del seor conde de Corua, virrey que fu de esta Nueva Espaa, que pas de esta presente vida de noventa aos", declar saber "cmo a los doce del mes de diciembre del ao pasado de mil quinientos treinta y uno, siendo prelado de este arzobispado el Ilustrsimo seor don fray Juan de Zumrraga, de la Orden Serfica de nuestro padre san Francisco, de buena memoria, habiendo llegado a su casa y palacio arzobispal Juan Diego indio, natural y vecino que en aquella ocasin era del pueblo de Cuauhtitlan, y que haba pedido avisasen a su Seora Ilustrsima, que quera verle de parte de la Seora, de quien en otras ocasiones le haba trado otros recados, y que habiendo entrado dicho Juan diego a la presencia de su Seora, le haba dicho que la Seora le haba mandado dijese a su Ilustrsima, que para que se diese crdito a dichos recados, tomase aquellas flores, que traa envueltas en la tilma que tena puesta, y que, al descogerla, querindola reconocer, haba hallado y visto dicho seor arzobispo la Sacratsima Imagen de nuestra Seora de Guadalupe estampada en la dicha tilma..."
[41]

Y lo que dijo fray Antonio de Mendoza, de 66 aos, a 27 de febrero de 1666, uniformemente repitieron otros doce caracterizados testigos. Que en los tres Concilios Mexicanos y en las actas de los Cabildos Eclesistico y Secular, anteriores al libro de Miguel Snchez, nada se habla de la Aparicin, es cierto. No era all forzoso. Nada habl tampoco en sus Actas el Concilio Plenario de Amrica Latina (1899), y eso que la tradicin guadalupana con todos sus pormenores estaba ya autorizada en el Breviario por la Santidad de Len XIII. Bien es que en las aclamaciones con que termin el Snodo, se aludi claramente al prodigio: "Inmaculada Madre nuestra.... T arrebataste nuestro corazn y los corazones de nuestros pueblos, t afianzaste, amplificaste y confirmaste las primicias de nuestra fe con tu benigna presencia y suavsima proteccin, en Guadalupe y en otros monumentos de tu amor maternal, por todos nuestros pases, tu primitias fidei nostrae benignissima praesentia tua, suavissima protectione tua in Guadalupano aliisque pietatis tuae monumentis per universas regiones nostras obsfirmasti, amplificasti et confirmasti". No invocaron los Padres a Nuestra Seora de Guadalupe como aparecida a Juan Diego: cosa digna de notar, porque a toda alusin que no tenga precisamente esos trminos, le niegan valor los impugnadores. No los contienen las actas del Cabildo Eclesistico de Mxico; pero, habiendo sido casi todos los capitulares de aquel tiempo familiares del seor Zumrraga, en sentir de Cabrera Quintero, de ah naci "que constando a algunos, y de

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stos a los otros, los portentos y verdad de la Aparicin, se esmerasen en venerar y fomentar lo que les constaba milagroso, cuidando y celando sus aumentos, ya en Sede vacante, ya plena. De que nos certificaron no pocos instrumentos que se guardan en el archivo de Cabildo de esta Iglesia. Y consta tambin en sus libros..." [42] donde est el acta mencionada de 1600. En las suyas ni siquiera mencion el Cabildo Secular, se dice, las solemnes traslaciones de la Imagen, siendo as que refieren hasta los ms insignificantes regocijos pblicos. Pero un capitular, al menos, cuadno se trataba de cambiar el asiento de la ciudad de Mxico, mencion la traslacin de la santa Imagen, con motivo de la inundacin de 1629; y si ese acontecimiento no es conocido por las actas, ser porque los libros de 1631 a 1634 y otros muchos del mismos siglo "fueron consumidos de las llamas en el incendio que la plebe amotinada caus en 1692" [43] . La noticia es del P. Andrs Cavo, que en sus Tres Siglos Mxico, al llegar al ao de 1531, call el suceso de la Aparicin y pas adelante; pero fue porque, segn anunci en su Prlogo, no se propuso hablar de la historia eclesistica "sino en los puntos que tienen conexin con lo civil". Por eso no trat de la clebre contienda de los jesuitas con el seor obispo Palafox. Y omiti el milagro de Guadalupe, no por desamor a Nuestra Seora, de quien, cuando la juraron Patrona, dice que "luego se comenz a experimentar la proteccin de tan gran madre". Ni porque no creyera en l; pues hablando tambin del Patronato, refiere que el P. Juan Francisco Lpez solicit en ambas cortes el de la milagrosa imagen de Mara Santsima de Guadalupe, y que con este motivo se hicieron fiestas nunca vistas, en que los mexicanos "mostraron la gran devocin que tenan a aquella santa imagen"; alusiones cuyo sentido aclar inequvocamente, al citar en otra parte "las informaciones que trae el padre Florencia del milagro de la aparicin de la santsima Virgen de Guadalupe" [44] . Finalmente, opone el seor Garca Icazbalceta, como ejemplos de mapas y pinturas indias en que nada hay de lo que se busca, los cdices Telleriano-Remense y Vaticano y los anales de Mr. Aubin, que alcanzaron a 1607; reservando para despus el decir algo de las pinturas que los apologistas alegan. Con todo lo cual crey haber demostrado que es completo el silencio de los documentos antes de la publicacin del libro del P. Snchez, no sin notar que en los noventa aos transcurridos desde 1794 se han descubierto innumerables e importantsimos documentos, ninguno de los cuales ha hablado, antes han acrecido con su silencio el grave peso de la argumentacin de Muoz. A nuestra vez reservamos hablar de los documentos alegados por los apologistas y de los nuevamente descubiertos; que no en vano ha corrido el tiempo, como se asevera, para confirmar con escritos la tradicin guadalupana. Pero a la altura a que hemos llegado ser bien recordar que la fuerza del argumento negativo, cual expuso el seor Garca Icazbalceta en el nmero 10 de su Carta, principalmente consiste en que el silencio sea universal, y que los autores alegados hayan escrito de asuntos que pedan la mencin del suceso que callaron. De los hasta aqu enumerados solo Mendieta y Torquemada debieron mencionar el acontecimiento. A Sahagn asimismo le tocaba hacerlo, pero fue reticente, no mudo. Y sin trabajo se descubre que si estos tres historiadores pretermitieron la narracin del milagro, fu por no juzgar a fray Francisco de Bustamante, su prelado, quien, como vamos a ver, lo impugn escandalosamente sin pruebas. En todos los dems el silencio es muy explicable por causas que no implican la negacin del prodigio. Esto, por supuesto, no reza con don Fernando de Alba Ixtlilxchitl, autor de una relacin y traductor de otra, que dan testimonio de las apariciones guadalupanas. Con slo l se probara que el silencio no fue universal y

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basta para oponerlo a un impugnador como fray Francisco de Bustamante. Aunque no hubiera ms documentos, que s hay, conocidos unos en tiempo de Muoz y del seor Garca Icazbalceta y otros posteriormente descubiertos; ya no hay argumento negativo que valga. La cuestin, a lo sumo, quedara reducida al examen comparativo del escrito y circunstancias de aquel historiador e impugnacin de este religioso, haciendo para siempre a un lado a los que pudieron escribir sobre el asunto y no lo hicieron, como a los que, debiendo hablar, callaron. Qutense de delante los testigos mudos. Los testimonios positivos hacen fe.

Referencias (todas originales del Lic. Velzquez)


[1] Don Fray Juan de Zumrraga, Mxico, 1881, pg. 352 [2] Informaciones sobre la milagrosa aparicin de la Santsima Virgen de Guadalupe recibidas en 1666 y 1723. Publcalas el Pbro. Br. Fortino Hiplito Vera - Amecameca, 1889, pg. 69. [3] Don Fray Juan de Zumrraga. pg. 5. [4] Ibidem. pg. 242. [5] Ibidem. pg. 289. [6] Ibidem. [7] Apud Coleccin de documentos para la Historia de Mxico, por don Joaqun Garca Icazbalceta, Mxico, 1858, I-145 [8] PBRO. BR. FORTINO HIPLITO VERA, La Milagrosa Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe comprobada por una informacin levantada en el siglo XVI Amecameca, 1890, Declaracin de Gonzalo de Alarcn, pg. 47 [9] Documentos inditos del archivo de Indias tomo XIII, pginas 206 a 224. [10] JOAQUN GARCA ICAZBALCETA, Bibliografa Mexicana del Siglo XVI, Mxico, 1886, pg. 44. [11] Historia Eclesistica Indiana, edicin de don Joaqun Garca Icazbalceta, Mxico, 1870, pg. 453. [12] Don Fray Juan de Zumrraga, por don Joaqun Garca Icazbalceta, nota 3 a la pg. 34. [13] Bibliografa Mexicana del Siglo XVI, nota a la pg. 164. [14] Cita del Tesoro Guadalupano del Sr. Vera, Amecameca, 1887, pg. 357. [15] Concilios Provinciales primero y segundo Carta-introduccin, pgina B. [16] Don Fray Juan de Zumrraga, pg. 5 y nota 3 a la pg. 139. [17] Id., pg. 4.

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[18] Bibliografa Mexicana del Siglo XVI, pg. 151 [19] Se halla la noticia en el Tesoro Guadalupano del Sr. Vera, pg. 289 [20] MENDIETA, Historia Eclesistica Indiana, Noticias del autor y de la obra por don Joaqun Garca Icazbalceta, pg. XXIX [21] VERA, Contestacin histrico-crtica en defensa de la maravillosa aparicin de la Sma. Virgen de Guadalupe, Quertaro, 1892, pg. 97. [22] CUEVAS. Historia de la Iglesia en Mxico, Tlalpan, D.F., II-493. [23] Me refiero a la edicin de don Alfredo Chavero, Mxico, 1892. [24] Descripcin de las dos piedras halladas el ao de 1790 en la plaza de Mxico, Mxico, 1832, nm. 118. [25] Monarqua Indiana, Madrid, 1723, tomo I, pgs. 140, 149, 172, 180, 184 y 295; tomo II, pgs. 120 y 217. [26] Mon. Ind., II-120. [27] Puede verse en el Tesoro Guadalupano, pg. 194. [28] Idea de una nueva Historia General de la Amrica Septentrional, Madrid, 1746, Catlogo XXXV, nm. 6. [29] Piedad Heroica de D. Fernando Corts, Mxico, 1898, nmero 114. [30] Vase el Tesoro Guadalupano, pg. 293. [31] Monarqua Indiana, lib. 10, cap. 7. [32] Bibliografa Mexicana del Siglo XVI, pg. 255. [33] Id., pg. 259. [34] Vase el Tesoro Guadalupano, pg. 66. [35] Vase la obra del Sr. Vera titulada Contestacin histrico-crtica en defensa de la maravillosa aparicin de la Sma. Virgen de Guadalupe, pg. 219. [36] Escudo de Armas de Mxico, nm. 579. [37] VERA, La Milagrosa Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe comprobada por una informacin levantada en el siglo XVI, pg. 35. [38] ANDRADE. Ensayo Bibliogrfico Mexicano del Siglo XVII, Mxico, 1899, pg. 108. [39] VERA. Informaciones de 1666 y 1723, pg. 87. [40] Inserto en el Escudo de Armas de Mxico, nm. 940. [41] VERA. Informaciones de 1666 y 1723, pg. 85. [42] Escudo de Armas de Mxico, nm. 707.

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[43] CAVO. Tres Siglos de Mxico, lib. VII, nm. 2. [44] Id. Vanse las relaciones correspondientes a los aos de 1666, 1737 y 1756.

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Bibliografa:

VELZQUEZ Primo Feliciano, La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, Edit. JUS, edicin facsimilar de la primera edicin de 1931, 1981

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Investigacin Documental sobre la Virgen de Guadalupe

El Argumento Positivo

Captulo XVII del libro La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, del estudioso nahuatlato D. Primo Feliciano Velzquez (autor de una de las ms difundidas traducciones del Nican Mopohua), Editorial JUS, edicin facsimilar de la primera edicin de 1931, 1981

Las palabras de Joaqun Garca Icazbalceta se resaltarn con cursivas rojas, y los textos de otros autores o documentos citados por Velzquez irn en cursivas azules. Dems resaltes por Jess Hernandez.

EL ARGUMENTO POSITIVO
Sermn de fray Francisco de Bustamante contra la Aparicin.- Su resumen en la Carta de don Joaqun Garca Icazbalceta acerca del origen de la Imagen.- Informacin del seor arzobispo Montfar.- Declaraciones de los testigos.- Se niega la coincidencia con el informe del virrey Enrquez y con un pasaje de Sahagn.- Sermn del seor Montfar el 6 de septiembre de 1556.- Afirm el P. Bustamante que la Imagen es pintura del indio Marcos.- Pero no di ninguna prueba.- Antigedad de las copias de la imagen.- Snchez se atuvo preferentemente a la tradicin oral.- Adanes dormidos.- Los milagros guadalupanos en los cuadros del Santuario.- Documentos anteriores a 1648.- Relacin de Antonio Valeriano.- Cantar de don Francisco Plcido.Testamentos.- Anales que vio el P. Baltasar Gonzlez.- Aalejo de Bartolache.- Noticias Histricas de Surez de Peralta.- Documentos que olvid o de que no tuvo noticia el seor Garca Icazbalceta.- Consideraciones sobre su valor probatorio.

CAPTULO XVII

A Don Joaqun Garca Icazbalceta pareci argumento ms que negativo el de la informacin hecha en 1556 por el seor Montfar, inmediato sucesor del seor Zumrraga; la cual contiene el testimonio de los que oyeron a fray Francisco de Bustamante un sermn en que, impugnando la devocin guadalupana, afirm ser la Imagen pintura de un indio llamado Marcos. El documento es autntico; y, como ya se entiende, en el sermn que las declaraciones refieren es donde se halla el argumento, tan formidable que, a juicio del seor Garca Icazbalceta, despus de leda la informacin, "a nadie puede quedar duda de que la Aparicin de la Santsima Virgen el ao de 1531 y su milagrosa pintura en la tilma de Juan Diego es una invencin nacida

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mucho despus". No la ley don Juan Bautista Muoz ni fray Servando Teresa de Mier, y fue lstima, porque les hubiera ahorrado todo el trabajo, a aqul de su Memoria y a ste de sus Cartas. El mismo seor Garca Icazbalceta, que la vi en su original, se dolera quizs de haber gastado su tiempo en repasar libros y escritos mudos, esforzando un argumento negativo, que naturalmente no tiene razn de ser, cuando lo hay positivo y valedero. Pero a nosotros se nos ocurre que si el predicador Bustamante hubiera dicho verdad en los puntos capitales, no haba para qu levantara el arzobispo informacin, que no fu de propio impulso sino a virtud de varias denuncias de personas escandalizadas, y no para la censura del sermn, que no se hace con testigos, sino para indagar a punto fijo lo que predic el orador y saber si haba cosa reprensible en la materia o en el modo. El hecho solo de haberse abierto la informacin nos pone en guardia. Tocaba a los testigos no ms que declarar lo que oyeron. la informacin, por tanto (aparte de su forma literaria o razonamiento florido que era imposible reprodujeran los oyentes), vale lo que vale el sermn, lo que vale la narracin del orador, que ser poderosa a convencer, acompaada de prueba; si no, no. Fueron muy notables las circunstancias: Tena el P. Bustamante fama de buen orador; era provincial de los franciscanos, entre quienes aun brillaban apostlicos misioneros; predic en la capilla de San Jos de los Naturales y en la solemnidad del 8 de septiembre del ao citado, y delante del virrey, Audiencia y principales vecinos. Por eso caus grandsimo escndalo. Mas el juicio histrico de la materia predicada descansar debe nicamente en la prueba. Cuando siglos adelante fray Servando Teresa de Mier, tambin en el plpito y en presencia tambin del virrey, Audiencia y gran concurso de gente principal, afirm que la Imagen de Guadalupe est pintada en la capa de Santo Toms, nadie lo crey, ni l mismo, segn confes despus. Al P. Bustamante, que afirm que la Imagen es pintura del indio Marcos, no dice la informacin del seor Montfar que alguno le diese crdito. Antes que l nadie haba afirmado tal cosa; nadie la ha repetido despus. Porque es una invencin destituida de fundamento. Y este s es argumento ms que negativo. De la homila predicada nos da el seor Garca Icazbalceta el sumario que sigue: "Despus de haber hablado excelentemente del asunto propio del da, hizo de pronto una pausa, y con muestras exteriores de encendido celo, comenz declamar contra la nueva devocin que se ha levantado sin ningn fundamento "en una ermita casa de Ntra. Sra. que han intitulado de Guadalupe", calificndola de idoltrica, y aseverando que sera mucho mejor quitarla, porque vena destruir lo trabajado por los misioneros, quienes haban enseado los indios que el culto de las imgenes no paraba en ellas, sino que se diriga lo que representaban, y que ahora decirles que una imagen pintada por el indio Marcos haca milagros, que sera gran confusin y deshacer lo bueno que estaba plantado, porque otras devociones que haba tenan grandes principios, y que haberse levantado sta tan sin fundamento le admiraba: que no saba qu efecto era aquella devocin, y que al principio debi averiguarse el autor de ella y de milagros que se contaban, para darle cien azotes y doscientos al que en adelante lo dijese: que all se hacan grandes ofensas Dios: que no saba dnde iban parar las limosnas recogidas en la ermita, y que fuera mejor darlas pobres vergonzantes aplicarlas al hospital de las bubas, y que si aquello no se atajaba, l no volvera a predicar indios, porque era trabaj perdido. Acus luego al Arzobispo de haber divulgado milagros falsos de la imagen: le exhort que pusiera remedio en aquel desorden, pues le tocaba, como juez eclesistico; y por ltimo dijo, que si el Arzobispo era negligente en cumplir con ese deber, ah estaba el virrey, que como vicepatrono por S. M. poda y deba entender en ello.". Notaremos, ante todo, que las muestras exteriores de encendido celo no fueron sino de clera: "mostr un rostro muy airado, mostrando tener gran clera" (31) [1]. Por lo

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dems, declam, sin estar enterado del principio de la devocin, del autor de ella ni de los milagros que haca la Imagen. Viendo el gran concurso de gente que iba a la ermita, "a la fama de que aquella imagen pintada ayer de un indio, haca milagros" (58), manifest "que no era bien predicarlo en plpito primero que estuviesen certificados en ello, y de los milagros que se deca que haba hecho".(42) Corra, pues, la fama de los milagros, que eran por s solos bastante fundamento de la devocin; y aunque no estuvieran aun certificados mediante pesquisa, no poda el P. Bustamante decir que eran falsos, slo porque a l no le constaban. Claro es que debi averiguarse el autor de la devocin; mas entre tanto era fuera de razn pedir desde luego que se le dieran cien azotes. Y quien se hallaba a obscuras de cundo y cmo empez la devocin, por qu la llam nueva? El Santuario se remonta a los primeros aos, casi desde que se gan la tierra; y escritor nada sospechoso como don Juan Bautista Muoz asienta que cuando el seor Montfar lleg a su dicesis en 1554, ya encontr la devocin muy difundida. Sobre todo, si el P. Bustamante no saba el origen, de dnde sac que la Imagen es pintura del indio Marcos? Nada importa indagar tanto como eso. Injustamente dice el seor Garca Icazbaleta que, "Lastimado el Sr. Montfar, que no era muy sufrido ni muy amigo de los franciscanos, con aquella reconvencin pblica en tal ocasin y ante tal concurso, y acaso ms por habrsele echado encima el brazo seglar, comenz desde el da siguiente levantar la informacin." Si el seor Montfar hubiese estado presente al sermn, como el Ilmo. seor Haro y Peralta al del P. Mier en 1794, habra procedido de oficio. Pero no asisti a la festividad en la capilla de San Jos; sino que, por haber recibido memoriales de diversas personas acerca de que el provincial Bustamante escandaliz con ciertas cosas que dijo de la devocin y romera de Guadalupe (38), vise obligado a abrir, y abri, la informacin, "para saber y averiguar la verdad, y si el dicho padre provincial haba dicho alguna cosa de que debiese ser reprendido" (27). No era irascible el seor Montfar. Escribieron al rey los agustinianos en 1567: "afirmamos haber hasta agora visto en l las partes que Dios pide al prelado y pastor de un pueblo, porque en su gobernacin le hemos conocido solcito y diligente, castigador y reprendedor de vicios... humilde en pedir parecer a los buenos y doctos... casto y templado en su persona, menospreciador del mundo y sus vanidades, celoso del servicio y honra a Dios y de V.M., prudente, manso y caritativo para con todos, y finalmente ejemplo y dechado de virtudes y bondad, sin que parezca en l vicio que dignamente se pueda reprender" [2] Ni se le ha de mirar como desafecto a los franciscanos. Uno de stos, fray Jernimo de Mendieta, en carta dirigida nada menos que a su amantsimo padre fray Francisco de Bustamante, dijo del seor Montfar que, "con ser tan sabio como es, y letrado, y de su natural condicin un manso cordero, recin venido de Espaa, por algunos aos que ha sido nuevo, no ha habido tigre para con nosotros ms fiero". [3] Pero la fiereza estuvo slo en hacerles sentir la autoridad episcopal, lo mismo que a todos los regulares y conformes a decretos del Concilio, en cuanto a las doctrinas y administracin de los sacramentos. Al revs, l pudo quejarse de la recia y personal oposicin que con tal motivo le hiceron los franciscanos, y en particular fray Francisco de Bustamante, quien, a causa de una provisin santsima, le amenaz con pedirle "cuenta de lo que haca y provea" [4] La amenaza fue anterior al sermn: explica por qu este degener en invectiva, y a la par demuestra cun piadoso y recto se mostr el prelado en la informacin que nos ocupa. Nueve testigos probaron que, en efecto, hizo mal el padre Bustamante. As lo confiesa, el seor Garca Icazbalceta en el prrafo 34 de su Carta, diciendo que "aquel sermn no escandaliz sino porque. en l se atacaba irrespetuosamente al Sr. Arzobispo, y porque en cierta manera se procuraba menoscabar el culto la Reina de los Cielos". Mereci por eso reprensin el predicador? Claro que s. Pues, a pesar de ello, no fue reprendido. La informacin se hizo, pero el proceso se suspendi. Un juez irascible y desafecto a los franciscanos no

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lo habra dejado pendiente. Tocante a la sumaria dice el autor de la Carta: "Fueron llamados nueve testigos, y de sus declaraciones resulta haber predicado el P. Bustamante lo que dejamos referido. Algunos aadieron, que l no era el nico que pensaba de aquella manera, sino que le seguan los dems franciscanos: que todos se oponan la devocin, y aun alegaban contra ellos textos de la Sagrada Escritura en que se manda adorar slo Dios; que aquella ermita, decan, no deba llamarse de Guadalupe, sino de Tepeaca Tepeaquilla: que ir a tal peregrinacin no era servir Dios, sino ms bien ofenderle, por el mal ejemplo que se daba a los naturales, etctera". Quien eso lea, creer que la Orden Franciscana en masa estaba por lo que se asent el predicador y unnime contra el culto y romera de Guadalupe. Y no fue as. De los nueve testigos slo tres, Gonzalo de Alarcn, Alonso Snchez de Cisneros y Juan de Maseguer, aadieron algo a sus declaraciones, pero no en los trminos que expresa el anterior resumen, y no de cuenta propia, sino refirindose a tres religiosos, a quienes respectivamente oyeron, dejndoles, por consiguiente, la responsabilidad de su dicho. As se supo que un franciscano, uno solo, llamado fray Alonso de Santiago, aleg textos de la Sagrada Escritura, opinando que no se prosiguiese la devocin (47 y 51); que dos, el citado fray Alonso y fray Antonio de Huete, queran que la ermita no se llamase de Guadalupe sino de Tepeaca o Tepeaquilla (51); y que otro, nombrado fray Luis, reprochando a Juan de Maseguer su devocin guadalupana, le habl de esta suerte: "Djese de esa borrachera, porque esa es una devocin que nosotros todos estamos mal con ella... antes me parece que ofendis a Dios que no ganis mrito; porque dais mal ejemplo a estos naturales; y si Su Seoria del Arzobispo dice lo que dice, es porque se le sigue sus intereses y pasa de sesenta y desvaria ya... Calle! que nosotros haremos con que el Arzobispo vaya otra vez por la mar." (56). Repitieron los testigos lo que oyeron, mas sin asentir a ello, sin afirmar que fuese verdadero y justo. Tngase eso en buena hora por favorable al P. Bustamante; pero en contra hay que oponer esto de Juan de Salazar, procurador de la Real Audiencia: "toda la mayor parte de la dicha ciudad, como dicho tiene, ha visto este testigo que sigue y prosigue la dicha devocin de Ntra. Sra.: y este testigo dems de esto ha odo decir que aunque los religiosos de las rdenes que residen en Mxico, que son predicadores y han procurador de estorbar la dicha devocin no les aprovechar nadam antes sern escuelas para que con ms ardor visiten y sirvan a la dicha ermita". En todo caso, ninguno de los testigos, ni persona alguna de las que en su declaracin mencionaron, nadie sigui al predicador en cuanto a que la Imagen sea pintura del indio Marcos. Con que en este punto capital la Informacin no le di apoyo. "Desde luego coincide extraamente este instrumento jurdico (asienta el seor Garca Icazbalceta) con lo que diez y nueve aos despus escriba el virrey Enrquez. El provincial deca en 1556 que la devocin era nueva y no tena fundamento, sino que se haba levantado por los milagros dudosos que de la imagen se contaban; el virrey tampoco le asigna origen cierto y da a entender que comenz en 1555 56, por haber publicado un ganadero, que haba cobrado la salud yendo a la ermita". Sin embargo, no hay tal coincidencia. Ya que el comentador no inserta el captulo de informe del virrey, transcribiremos aqu lo conducente: "Y el principio que tuvo la fundacin de la iglesia que agora est hecha, lo que comnmente se entiende, es que el ao de 55 56 estaba all una ermitilla, en la cual estaba la imagen que ahora est en la iglesia, y que un ganadero que por all andaba public haber recobrado salud, yendo a aquella ermita; y empez a crecer la devocin de la gente". [5] Empez a crecer; luego ya exista, desde antes de 1555 56, desde que estaba all la ermitilla, "en la cual estaba la imagen". As que no coincidi el virrey con el provincial, que la llam nueva en 1556;

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pero s con don Juan Bautista Muoz, que dijo en su Memoria: "El segundo arzobispo de Mxico, don fray Alonso de Montfar, que lleg a su dicesis por junio de 1554, ya encontr muy difundida la devocin a la Virgen de Guadalupe venerada en una ermitilla a donde acuda la piedad de los fieles con tales limosnas que le sufragaron para costear una decente iglesia..." [6] Aqu hallarn los parciales del P. Bustamante contestada la pregunta de ste sobre "adnde iban a parar las limosnas recogidas en la ermita". En lo cual tambin coincidi Muoz con el virrey Enrquez, quien inform: "y de las limosnas se labr la iglesia y el edficiio todo que se ha hecho, y se ha comprado alguna renta". Con el virrey coincidieron igualmente Bernal Daz del Castillo y fray Luis de Cisneros, que hablan de los milagros de la Imagen, como fundamento de la devocin; pues aunque uno y otro escribieron despus de 1556, el primero histori la Conquista y los sucesos que inmediatamente le siguieron; y el segundo se remont hasta ellos, donde dijo: "El ms antiguo (Santuario) es el de Guadalupe... que es una imagen de gran devocin y concurso, casi desde que se gan la tierra, que hace y ha hecho muchos milagros". [7] De modo que, en vez de la extraa coincidencia que hallarse quiso entre el provincial y el virrey Enrquez, encontramos que ste, el conquistador Bernal Daz, el p. Cisneros y Muoz contradicen acordes al P. Bustamante: la devocin guadalupana no era nueva en 1556 y tena suficiente fundamento en los muchos milagros de la Imagen. Con no mejor fortuna hace notar el seor Garca Icazbalceta que "uno de los testigos de la informacin, el Br. Salazar, acab por confirmar que la fundacin de la ermita no vena de aparicin, ni milagro alguno, pues dijo "que lo que sabe es que el fundamento que esta ermita tiene dende su principio, fue el ttulo de la Madre de Dios, el cual ha provocado a toda la ciudad a que tengan devocin en ir a rezar y encomendarse a ella" De suerte que ese slo ttulo (agreg el comentador) , el de la Tonantzin de que habla Sahagn, fue el que dio origen al culto" Lo cual negamos, porque es imposible confundir el solo ttulo de la Madre de Dios con el de Tonantzin. Sahagn mismo, a quien cita, nos ense que "Madre de Dios" se dice en mexicano Dios inantzin, muy diferente de Tonantzin, que significa "nuestra madre". Adems, si el solo ttulo de la Madre de Dios hubiera dado origen al culto, no haba por qu se opusiera el P. Bustamante. Clam contra la devocin "en una ermita o casa de Ntra. Sra. que han intitulado de Guadalupe". Y aun este ttulo, que era el propio de la ermita, le habra sido indiferente, a no ser porque se aplicaba tambin a la Imagen, que l deca pintada por el indio Marcos y que contaban haca milagros. Bien lo comprendi el Br. Francisco de Salazar, Abogado de la Real Audiencia, uno de los testigos de la informacin; pues, como va a leerse, afirm que sera contra toda cristiandad quitar la devocin a la Imagen de Nuestra Seora de Guadalupe; y si dijo que el fundamento de esta ermita fue el ttulo de la Madre de Dios, explic luego que por fundamento entenda la razn o motivo para sustentar la dicha ermita. "Preguntado si saba que el dicho provincial dijo que la dicha devocin de Ntra. Sra. de Guadalupe se haba comenzado sin fundamento alguno, porque dado que en otras partes a imgenes particulares se tenga devocin, como a Ntra. Sra. de Loreto y a otras, stas haban llevado gran fundamento (pregunta sexta del interrogatorio) respondi: que lo que sabe es que el fundamento que esta ermita tiene dende su principio fue el ttulo de la Madre de Dios, el cual ha provocado a toda la ciudad a que tengan devocin en ir a rezar y encomendarse a ella y de fuera desta ciudad estando este testigo en la dicha ermita, as espaoles como naturales ha visto entrar en ella con gran devocin, y a muchos de rodillas dende la puerta hasta el altar donde est la dicha imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe, y le parece fundamento bastante para sustentar la dicha ermita, y querer quitar la tal devocin sera contra toda cristiandad (25 y 43)... No pens el testigo hacer historia en su declaracin. Al hablar de esta ermita, aun con la aadidura dende su principio, se refiri a la ermita de entonces, o, como dijo el virrey Enrquez, a "la iglesia que agora est hecha"; pero no a la ermitilla, en que antes estuvo la Imagen y donde realmente comenz la devocin. Porque el citado virrey inform que en la iglesia de 1555 56 no naci sino empez a crecer la devocin. Si el

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testigo hubiera tocado el origen del culto, hubiera referido el origen de la Imagen. Como de ste nada dijo, lo mismo que el virrey dej en silencio el principio de la ermitilla; y por tanto, ya que ni el P. Bustamante ni el virrey empezaron, el Br. Salazar no "acab de confirmar que la fundacin de la ermita no vena de aparicin ni milagro alguno". "Cmo el Sr. Arzobispo (pregunta el seor Garca Icazbalceta) que se vea acusado coram populo de fomentar una devocin idoltrica y de predicar milagros falsos trata de justificarse tmidamente de tales acusaciones en vez de confundir al predicador con la comprobacin del gran prodigio?. Se olvida que el seor Montfar proceda en la informacin como juez, no como acusado; y que toda timidez era ajena del propsito de fijar los hechos. Lo expresa el mismo seor Garca Icazbalceta en el prrafo 31 de su Carta: "El interrogatorio de trece preguntas tena por nico objeto dejar bien fijado lo que el predicador haba dicho". Slo a un testigo se le hicieron preguntas adicionales; y con el mismo objeto de fijar los hechos. Despus que contest al interrogatorio, se pregunt a Juan de Salazar si haba odo el sermn de su Ilustrsima, de tres das antes, en que dijo que el Concilio Lateranense mand dos cosas: "la una que nadie infamase a los prelados, y la otra que ninguno predicase milagros falsos ni inciertos, y que su seora no predicaba milagro ninguno de los que algunos decan haber hecho la dicha imagen de NTra. Sra. ni haca caso dellos: que andaban haciendo la informacin, y segn lo que se hallase por cierto y verdadero, aquello se predicara o se disimulara..." El testigo respondi que se hall presente al sermn de su Ilustrsima, "y que en cuanto a decir, como el dicho fray Francisco de Bustamante dijo, que el dicho seor arzobispo probaba los milagros que deca haber hecho la dicha imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe, fue testimonio que se le levant, porque no dijo sino que aunque le haban dicho algunos milagros, que por el presente no quera tratar dellos, hasta haber acabado la averiguacin que dellos andaba haciendo" (34). "Preguntado si sabe que su seora Rma. ha mandado predicar y en su presencia se ha predicado a los indios cmo han de entender la devocin de la imagen de Ntra. Sra.; cmo no se hace la reverencia a la tabla ni a la pintura sino a la imagen de Ntra. Sra.; por razn de lo que representa, ques a la Virgen Mara, nuestra Sra.; y cmo la reverencia que a la imagen se hace no para all, sino va a lo representado por ella, y que as deben entendello; dijo, queste testigo, como dicho tiene, ha ido algunas veces a la dicha ermita de Ntra. Sra., y entre ellas ayer, que se contaron ocho das deste presente mes, y estando en ella, desde a poco rato lleg el dicho seor arzobispo, al cual este testigo sali a recebir con algunos amigos, y llegados a la iglesia, el dicho seor arzobispo hizo oracin, y hecha se volvi a hablar a a muchos indios que all estaban, y como no saba la lengua para podelles hablar mand a un sacerdote, que se llama... de Manjarrs, que les declarase lo que el dicho seor arzobispo les quera decir: el cual como lengua ques les dijo todas las palabras en la pregunta contenidas; y este testigo lo sabe porque, como dicho tiene, se hall presente (y) porque medianamente entiende la lengua de los indios" (35). En tal punto fue confirmada esa declaracin por el Br. Francisco de Salazar, quien dijo haber estado en la ermita, cuando su seora Ilustrsima, mediante Francisco de Manjarrs, clrigo presbtero, di a entender a los indios "como haban de adorar en aquella devocin la imagen de Ntra. Sra. que all estaba en el altar, porque representaba la del cielo, Madre de Dios verdadera, y que no haca reverencia al lienzo ni pintura ni palos de las imgenes, sino a las imgenes, por lo que representaban" (45). Esta s fu coincidencia; que mientras en la ermita el seor Montfar expona la doctrina ortodoxa sobre el culto de la Imagen, el provincial en la capilla de San Jos le reprochaba fomentar una devocin idoltrica. "Dijo el P. Bustamante, que la imagen fu pintada por el indio Marcos, y con otro

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testimonio se confirma la existencia y habilidad de ese pintor, pues Bernal Daz, en el captulo 91, menciona con elogio al artista indio Marcos de Aquino". El mismo seor Garca Icazbalceta, cuyas son las palabras que anteceden, rehusa prohijar la afirmacin del predicador; y aun parece desecharla en el prrafo 65 de su Carta, donde con relacin al ao de 1531 asienta que "Aunque no sepamos. de cierto que ya para esa fecha hubiese en Mxico pintores, tampoco nos consta lo contrario". Dud que en 1531 hubiera pintor Marcos de Aquino; y debi acrecentarse su duda, al ver que el Marcos del captulo 91 se troc al captulo 209 en Andrs de Aquino, juntndolo Bernal Daz en uno y otro lugar con Juan de la Cruz y el Crespillo, de quienes no hay ms noticia. Advertira tambin que el historiador de la Conquista elogia primero a los tres citados en su oficio de entalladores y pintores, y despus slo pondera sus obras de esmeriles y relicarios; siendo excusado aadir, con don Jos Bernardo Couto, que el amable y valeroso escritor era probablemente "persona ms entendida en pasos de armas que en negocio de bellas artes" [8]. De todos modos, con la existencia y habilidad del pintor no se confirma la asercin de Bustamante. Al contar los santos milagros que Nuestra Seora de Guadalupe ha hecho y hace cada da, invitando a dar por ello muchas gracias a Dios y a su bendita Madre, no era ocasin de que agregase Bernal, si as fuera, que la Imagen es obra de Marcos o Andrs de Aquino? Esa hubiera sido la mejor manera de encomiarle. Y al P. Bustamante, el nico que tal ha dicho en la serie de los siglos, no le incumba probarlo, para desautorizar al arzobispo y confundir a los devotos? Si viva el pintor, nada tan fcil como obtener su declaracin. Si haba muerto, sus compaeros de la escuela o sus familiares y conocidos pudieron testimoniar cundo y cmo pint la Imagen. No podan haberlo olvidado, por tratarse de una obra famosa. La persona o personas, al menos, de quien el predicador lo supo, habran servido de testigos. Buscando un pintor indio de aquel nombre, algunos recientemente han credo hallarle en los anales inditos de Juan Bautista . Pero el Marcos Cipac que all se mienta, no aparece dotado, ni con mucho, de las excelentes prendas que necesitaba, para ser identificado con el Marcos de Aquino, de Bernal Daz. El analista no le alaba ni da indicios de considerarle capaz de una pintura como la santa Imagen; y ni siquiera permite suponerlo, porque entre sus notas est que se apareci Nuestra Seora de Guadalupe. A pesar de todo, el seor Garca Icazbalceta pregunta: "Pues cmo el Sr. Arzobispo, tantos testigos de vista, el pueblo entero, no aniquilaron los cargos del predicador con slo echarle la cara el origen divino de la imagen, bastante para justificar aquella devocin? Cmo pudieron or sin escndalo que se atribuyese un indio la obra maravillosa de los ngeles? Cmo quien tales cosas deca en un plpito, no fu inquietado?" Cualquiera sabe que, para inquietarle, haba que juzgarle, precisamente a causa del escndalo. Las personas escandalizadas lo denunciaron; por el escndalo se abri la informacin; y los testigos a una, comprendiendo el sermn en conjunto, declararon "que no hubo poco escndalo ah en la ciudad, y decan que sera razn enviar al dicho provincial a Espaa para que all fuese castigado y que no le oiran ms sermn en la Nueva Espaa" (a la pregunta dcimatercera). No satisfecho con eso, indica el seor Garca Icazbalceta lo que debi hacerse y no se hizo. "Si los documentos originales existan, bastaba con publicarlos, pues imprentas no faltaban, si ya haban perecido, aquella era la ocasin de reponerlos con una informacin facilsima, en vez de dejarla para ciento diez aos despus. Nada se hizo." Le parece nada la informacin de que se viene tratando. El objeto de ella no poda ser comprobar la Aparicin; porque el juez no saba si la contradiccin daba motivo, mientras no quedara fijado lo que el P. Bustamante dijo sobre la devocin y romera de Guadalupe. Entre tanto no tocaba a los testigos ni a nadie rendir pruebas en contrario. El pueblo entero no tena que inmiscuirse en la causa. Como exiga el procedimiento, se recomend a los testigos que guardaran secreto, y tan lo guardaron, que hasta fines del siglo XIX se conoci el atestado, al exhumar la informacin.

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Mientras no concluyera el proceso, que no concluy, ni haba lugar a publicar documentos originales o reponerlos, ni era posible permitir que se imprimieran apologas. La Curia Eclesistica, cuya licencia era indispensable, no poda darla, sin externar su juicio. En suma, no eran aquellos tiempos como los nuestros, en que se acude luego a la prensa por todo lo que acae. Imprentas no faltaban, dice el seor Garca Icazbalceta, olvidando que en 1556 haba slo una, la de Juan Pablos, con privilegio y que hasta agosto de 1559 Antonio de Espinosa present la cdula conseguida en Espaa, sobre que el arte de la imprenta se usase y ejerciese libremente en esta tierra como en aquellos reinos. [9] Empero no haba vallas en el campo de la historia. Vivan en Mxico y trataron de cerca al P. Bustamante los cronistas franciscanos Sahagn y Mendieta, que no pudieron ignorar lo predicado, por haber sido escandaloso. Si su provincial hubiera, al contradecir la Aparicin, proclamado la verdad, deber de los historiadores era exponerla en sus libros, para esclarecimiento del origen de la devocin y del Santuario, ya famoso, y sobre todo, para volver por la honra a su prelado, cuya remisin a Espaa pedan en castigo los devotos guadalupanos, que eran toda la ciudad. En el supuesto de que la Imagen fuera pintura de Marcos y por consiguiente no hubiera tradicin de milagroso aparecimiento, nada les estorbaba decirlo. Sin embargo, call Mendieta hasta el nombre de Guadalupe. Sahagn se excus de aclarar el punto, y se limit a manifestar que "de donde haya nacido esta fundacin de esta Tonantzin, no se sabe de cierto". No supo, pues, de cierto que la Imagen sea pintura del indio Marcos, y con slo eso contradijo la afirmacin de Bustamante. He aqu a lo que se reduce el argumento ms que negativo. Con l qued convencido el seor Garca Icazbalceta de que la Aparicin de la Santsima Virgen el ao de 1531 y su maravillosa pintura en la tilma de Juan Diego es una invencin nacida mucho despus. Para l, naci con el libro de Snchez. Y en comprobacin cita el Diario de don Antonio Robles, "documento privado en que indudablemente se encuentra la verdad"; del cual toma las lneas conmemorativas del fallecimiento de aquel bachiller, cuyo libro pareci a Robles medio para que en toda la cristiandad se extendiera la devocin de la sacratsima imagen de Guadalupe, "estando olvidada aun de los vecinos de Mxico, hasta que este venerable sacerdote la dio a conocer, pues no haba en todo Mxico mas que una imagen de esta soberana Seora en el convento de Sto. Domingo". Habla Robles de la devocin, que as como empez a crecer en 1555 56, poda haber decado, sin que por eso llegara el seor Garca Icazbalceta adonde lleg en su amplificacin, diciendo: "De manera, que en 1648, nadie saba de la Aparicin, nadie conoca ya la imagen; la devocin haba acabado por completo." Le falt, con todo, sealar desde cundo. No en 1600, en que, segn el acta del Cabildo Metropolitano, "no sufriendo su devocin las angustias y estrechuras de su primero templo", acord dilatarlo y se hizo con la ofrenda copiossima de las limosnas, interveniente eleemosynarum copiosissima largitione, cual publican las lminas de plomo despus de extradas de los cimientos. [10] Ni en 1622, en que fue dedicado el nuevo templo por el arzobispo don Juan Prez de la Serna. Menos an en 1629, cuando a causa de la inundacin se llev a Mxico la santa Imagen en una canoa, donde se le puso un altar ricamente adornado, acompandola el virrey, arzobispo y muchos sacerdotes, y as lleg a la iglesia de santa Catarina mrtir, luego al palacio arzobispal y por fin a la Catedral, en cuyo altar mayor, al decir del escritor contemporneo fray Alonso Franco, estuvo "muchos das visitada siempre de toda la ciudad" [11] . Los muchos das pasaron en cuatro aos; pues hasta el 13 de mayo de 1634 volvi "en solemnsima procesin a la iglesia de la parroquia de Santa Catarina, a pe enjuto, ya retiradas las aguas, y a otro da por la maana en la misma solemnsima procesin fue conducida a su santuario". Esta gacetilla demostradora de ferviente devocin pertenece a don Francisco Sedano, [12] que contraponemos al diarista don Antonio de Robles; y

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por si no bastara, la pareamos con libro de ms peso, como Los Tres Siglos de Mxico. Refiere all el P. Cavo [13] que, al discutirse en junta y con motivo de la inundacin el proyecto de transladar la poblacin a otra parte, uno de los capitulares termin as su arenga: "Tenis aqu una ciudad consagrada al Altsimo, quien por intercesin de su Madre, bajo la advocacin de Guadalupe, cuya imagen nos vino a consolar en la pasada afliccin, no nos abandonar". Cuenta el P. Francisco de Florencia en el captulo XXI de su Estrella del Norte cmo Mara Santsima libr de una muerte que pareca segura a Francisco de Almazn, el 13 de septiembre de 1643, "en que a la fiesta principal a Nuestra Seora de Guadalupe, que celebran los espaoles el mismo da de su gloriosa Navidad, se lidiaban otros en la plaza de la hospedera del Seminario". Y en el captulo XXX habla de la fiesta principal "que todos los aos hacen los naturales a la Aparicin de esta admirable Imagen" Siendo as, quin va a creer que en los cinco aos siguientes se olvidara hasta desaparecer la devocin guadalupana? Segn Robles, al publicarse en 1648 la obra de Sanchez, no haba en todo Mxico ms que una imagen en el convento de Santo Domingo. El caso es que entre los fundamentos de la tradicin enumera Veitia "la multitud de copias de esta santa Imagen que desde aquellos primitivos tiempos se sacaron y existen en nuestros das, cuyas inscripciones contestan puntualmente en relacin de las Apariciones, desde ocho y diez aos despus de ellas hasta nuestros tiempos" [14] . Y lo confirma don Jos de Ibarra: refirindose en 1750 a los pintores de gran rumbo que florecieron el que menos ciento cincuenta aos antes, dijo haber visto algunas Guadalupanas de aquellos tiempos. [15] La del convento de Santo Domingo, que primero tuvo en su casa Diego de Godoy, se colige ser anterior a 1633 por la fecha de la construccin del altar en que fue colocada. Cabrera en su Escudo de Armas (nm. 717) da noticia de que hasta 1637 haba gran copia de medidas del Vulto y Cabeza, y que "anhelaba la devocin por estos rasgos de su dueo, proporciones de su hermosura". Don Francisco de Castro y Mampaso, muchos aos atrs llegado a la Nueva Espaa, pas en 1648 a San Luis Potos con el cargo de Tesorero de la Real Caja; y siendo con particular afecto devoto de Ntra. Sra. de Guadalupe, de quien se confesaba deudor en muchos trabajos, emprendi edificarle en aquel lugar una capilla, "para cuyo efecto (declar) traje la hechura de dicha Virgen en pincel a este dicho pueblo", que fue reciida all por las religiones y vecinos con mucha veneracin y se deposit en el altar mayor de la iglesia parroquial. [16] Todo esto prueba, contra lo estampado en su Diario por don Antonio Robles, que hasta 1648 no slo vino en creciente la devocin a Nuestra Seora de Guadalupe, sino que exista ms de una copia de la Imagen. Verdad es que el primer libro en que se vi la historia de la Aparicin a Juan Diego, fue el publicado por Miguel Snchez en 1648, al que todava se piden documentos autnticos e irrefragables como fuente de su relato. l slo indic que haba disfrutado unos papeles antiguos, sin determinar cules; pero el hallazgo fue cierto, cual se prueba cotejando su narracin con las vetustas narraciones posteriormente impresas. Y no hay que culparle de que contara con la credulidad de sus lectores; cont ms bien con que antes de poner por escrito el suceso, haba corrido tradicionalmente de boca en boca, aunque para algunos no con todos sus pormenores. Por lo cual anunci en su prlogo que, ya que le hubieran faltado papeles, tena de su parte "el derecho comn, grave y venerado de la tradicin en aqueste milagro antigua, uniforme y general". Esto s que no hubiera dicho, a no contar con la ratificacin de sus lectores. Se le objeta que no poda ser, puesto que el capelln mismo de la ermita ignoraba la historia. Se alude a la carta inserta al final del libro, donde el Lic. Luis Lasso de la Vega "confiesa sencillamente (son palabras del seor Garca Icazbalceta) que l y todos sus antecesores haban sido unos Adanes dormidos que haban posedo a esta Eva segunda sin saberlo, y a l le haba cabido la suerte de ser el Adn despertado, lo cual en idioma corriente quiere decir que ni l ni todos los vicarios o capellanes de la ermita

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haban sabido palabra del origen milagroso de la imagen que guardaban, hasta que el P. Snchez lo haba revelado". Mas primeramente, la figura de segunda Eva no es original de Lasso; pertenece al mismo Snchez. El ao de 1640, predic un sermn de San Felipe de Jess, que dedic al Dr. D. Lope Altamirano y Castilla, arcediano de la Metropolitana de Mxico, a quien dijo: "Quedo con esperanzas de otro mayor escripto: la segunda Eva en nuestro Santuario de Guadalupe, si con el favor de Dios y el de V.S. puedo acogerme a disponerlo" [17] . Lo que hizo Lasso fue glosar el tropo al estilo del tiempo, inventando lo de Adanes dormidos, para ponderar el trabajo de Snchez. Echase de ver en el prrafo respectivo que no confiesa ignorancia absoluta del origen milagroso de la Imagen. Dice: "Yo y todos mis antecesores hemos sido Adanes dormidos poseyendo a esta Eva segunda en el Paraso de su Guadalupe mexicano entre las milagrosas flores que la pintaron, y en sus fragancias siempre la contemplbamos admirados" De dnde proceda esa admiracin constante sino de creerla milagrosa? Si fuera claro el sentido de tamaa ignorancia, no sera menester que en idioma corriente nos interpretasen sus palabras, como es fuerza hacer de las siguientes: "Mas agora me ha cabido ser el Adn que ha despertado para que la vea en estampa y compartida en lo prodigioso del milagro; en el suceso de su aparicin; en los misterios que su pintura significa; y en breve mapa de su Santuario, que habla ya, descifrado todo lo que antes call tantos aos..." Lo cual, a nuestro entender, quiere decir que no saba cuantos pormenores escribi Snchez. Por lo dems, no poda calificar de ignorante a su inmediato antecesor el P. Bartolom Garca, quien di a Snchez noticia de los autos y proceso de la Aparicin; ni al Lic. Juan Vzquez de Acua, capelln asimismo de la ermita, el cual vi encenderse prodigiosamente las velas del altar de la Virgen; ni al P. Freire, el vicario ms antiguo, a quien no alcanz. Censura el seor Garca Icazbalceta a la autoridad, porque no llam a cuentas al primer escritor guadalupano, sino que por un procedimiento enteramente opuesto al natural y debido, en vez de exigirle las pruebas de aquella historia y de los milagros que contaba, se dirigi todo el empeo a procurarle los fundamentos que no tena. "A esta idea extraviada debemos, dice, las tristes informaciones de 1666. Lo cual implica un error histrico. Debemos las informaciones al piadoso afn del doctor don Francisco de Siles, que muri electo arzobispo de Manila. En 1663 se pidi a Roma la concesin de la festividad del 12 de Diciembre; y sabindose por el Procurador, en 1665, "que se estaba para remitir Bula remisorial, que parece puede contener las preguntas en orden a la testificacin del milagro y circunstancias;" atendida la distancia y para ahorrar tiempo, solicit el doctor Siles de los seores Den y Cabildo Sede vacante que nombraran Jueces de la causa, los que recibieron las informaciones. Si, pues, la diligencia fu del doctor Siles, el motivo fu un aviso del Procurador de la causa en Roma, o mejor, de la Congregacin de Ritos, y con objeto no de dar comprobacin al libro publicado diez y ocho aos antes, sino al milagro acaecido en 1531, "de pblico y notorio, pblica voz y fama", como expresa la novena pregunta del interrogatorio para el caso formulado. El Den doctor don Juan de Poblete, que encabez la comisin nombrada por el Cabildo para recibir las informaciones, fu el mismo que haba dado su aprobacin la relacin de un suceso tradicional, ni habra aceptado el encargo de verificar mediante testigos la tradicin, si antes de snchez no le hubiese llegado a l y a sus compaeros de comisin, entre los que estaban nada menos que el doctor don Nicols del Puerto, Provisor y Vicario General del arzobispado. [18] Y puesto que quienes ejercan la autoridad atestiguaban por s mismos la tradicin, qu cuentas tenan que pedir de cosa que les constaba, aunque no con todos los pormenores sacados de papeles antiguos?

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Seis meses despus de publicado el libro de Snchez, di el padre jesuita Baltasar Gonzlez su parecer sobre la obra de Lasso de la Vega, que trata ms extensamente de la aparicin y los milagros; y dijo: "hallo est ajustada a lo que por tradicin y anales se sabe del hecho". Luego Snchez no hizo ms que escribir la historia circunstanciada. Los milagros que cont, lo estaban ya en los lienzos y pinturas del Santuario. Fray Pedro de Oyanguren, que declar en 1666, manifest que "le consta de muchos, que si se hubieran de referir no haba tiempo para ello, mas de que se remite a los que se hallan pintados en dicha ermita"; y narra el de la curacin del indio atravesado por un flechazo el da de la procesin inaugural [19] . De esta pintura, "de suficiente antigedad", habla Cabrera Quintero, como de "una expresin galana de la solemne procesin, a la colocacin de la Santa Imagen"; y agrega que, al lado opuesto, la acompaaba "otra del mismo pincel y tamao" representativa de la procesin de penitencia de 1544. [20] El P. Florencia refiere (1686) que el milagro con que fu favorecido un pariente de don Antonio de Carbajal, estaba "en un lienzo de muy buena mano en el Santuario de esta Seora"; y tambin menciona la antigua pintura que recordaba la curacin de fray Pedro de Valderrama. Estos y otros milagros se encuentran en la relacin de Alba Ixtlilxchitl, que indudablemente ley Snchez. La cual est apoyada y confirmada por numerosos documentos. Vamos a recorrer primero los que examina el seor Garca Icazbalceta, siguiendo la enumeracin del seor Lic. don Jos Julin Tornel. Al paso refutaremos fcilmente las objeciones. 1-Los autos originales formados por el seor Zumrraga Desdeando sin razn el testimonio de Miguel Snchez, que supo la existencia de ellos por el P. Bartolom Garca, vicario que fu del Santuario; afirma el seor Garca Icazbalceta que nunca existieron. Y pasa adelante. 2-La carta que el mismo (Zumrraga) escribi a los religiosos de su orden residentes en Europa Desecha con igual desdn el testimonio de fray Pedro de Mezqua, quien vi y ley en el convento de Vitoria, escrita por dicho prelado, la Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe, segn y como aconteci. Recusando este testimonio, se recusa asimismo el de Cabrera Quintero y del cannigo Sopea, por quien se supo. 3-La Historia de la Aparicin escrita por el P. Mendieta y parafraseada por D. Fernando de Alba Mendieta no escribi la Historia. La obra que parafrase. 4-La Relacin de D. Antonio Valeriano Acerca de ella dice la Carta: "El primero de los documentos ciertos es la historia de D. Antonio Valeriano. Ya que Sigenza jura que tuvo una relacin de letra de D. Antonio Valeriano, no pondr duda en ello". Tampoco debe ponerla en que Valeriano es su verdadero autor; pues lo jur igualmente Sigenza, cuyas son estas palabras: "Digo y juro que esta relacin hall entre los papeles de D. Fernando de Alba, que tengo todos, y que es la misma que afirma el Lic. Luis Becerra Tanco haber visto en su poder. El original en mexicano est en letra de D. Antonio Valeriano, indio, que es su verdadero autor, y al fin aadidos algunos milagros de letra de D. Fernando, tambin en mexicano. Lo que prest al R. P. Francisco de Florencia, fue una traduccin parafrstica que de uno y otro hizo D. Fernando y tambin est a su letra" (Piedad Heroyca, nm. 114.). En estas breves lneas, indubitables, por ser de un sacerdote doctsimo en nuestra historia, y selladas con juramento, est la clave de lo que parece enigma al seor Garca Icazbalceta. "Pero aqu de la desgracia (aade) porque esta pieza capital no existe, ni la ha visto ningn moderno, ni se ha publicado jams, para que

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pudiramos saber lo que deca y cmo lo deca". Y contina: "El P. Florencia, que tan ampliamente us de ella..." Luego existe, aprovechada ampliamente, esta pieza capital en el libro del P. Florencia, donde los modernos la ve y saben lo que dice y cmo lo dice. No en su texto original, porque el original est en mexicano y el libro del P. Florencia en espaol; sino en su traduccin parafrstica, certificada con juramento por Sigenza, quien dijo: "Lo que prest al R. P. Francisco de Florencia, fu una traduccin parafrstica que de uno (el original de Valeriano) y otro (el escrito de los milagros) hizo D. Fernando..." En otro lugar de su Piedad Heroyca (nm. 111) lo repiti el mismo Sigenza, diciendo: "Que le mand la Santsima Virgen al dichoso indio Juan Diego (cuyo nombre antes de bautizarse fue Quauhtlatoatzin) fuese a la casa del Obispo y que all le manifest la imagen es cosa que dicen uniformes cuantas relaciones histricas hasta aqu se han impreso, y con especialidad una antiqusima, que aun tengo MS. y estimo en mucho, y es la misma que prest al R. P. Francisco de Florencia para que ilustrase su historia". 5-El cantar de D. Francisco Plcido, Seor de Atzcapotzalco Fue "dado al P. Florencia por D. Carlos de Sigenza, quien le hall entre escritos de Chimalpahin. No falta quien piense que no ha habido escritor de tal nombre. Aunque yo no me atreva tanto, creo que la sola circunstancia de haberse cantado el da que "de las casas del Sr. Obispo Zumrraga se llev la ermita de Guadalupe la sagrada imagen", basta para negar la autenticidad del himno, pues no hubo tal ocasin de que se cantase". En su relacin de los milagros, anexa a la de Valeriano cont Alba Ixtlilxchitl que la santa Imagen fu llevada procesionalmente de Mxico a Tepeycac. Pero, aunque as no fuera y Florencia, que es el que habla de la ocasin, hubiera sido en el particular mal informado, existi el cantar de don Francisco Plcido. Florencia, lo tuvo en su poder; se lo di Sigenza, para que lo insertara en su historia. Si aceptamos que le prest el valioso manuscrito manecionado; no hay por qu neguemos nuestro asenso al regalo del himno. Con la aprobacin de Sigenza se di a la estampa el libro del P. Florencia; y a no ser cierta la noticia del himno, la hubiera desmentido, como desminti la aseveracin de que la parfrasis era de fray Jernimo de Mendieta. Adems, toda duda sobre la existencia de Chimalpahin, entre cuyos escritos se hall el cantar, ha desaparecido con la publicacin hecha en Pars (1889) por Rmi Simon, de los Anales de Domingo Francisco de San Antn Muoz Chimalpahin Quauhtlehuanitzin, 6. y 7. Relaciones. si llegan a imprimirse las dems, que estn en la coleccin Goupil, antes de Aubin, quizs demos con el cantar, original o copia antigua, de don Francisco Plcido. 6-El mapa a que se refiere Da. Juana de la Concepcin en las informaciones de 1666 Declar la testigo que, por haber sido su padre cacique, era el primero en saber todas las cosas que sucedan en la ciudad de Mxico y sus contornos, y tan curioso, que todo lo asentaba en mapas, en que "tena, si mal no se acuerda, asentada la Aparicin de la Virgen Santsima de Guadalupe". Al final asegur categricamente que lo declarado por ella lo "tenan escritos" sus padres. Dos veces robaron al cacique don Lorenzo Aztatzontzin; le llevaron cuanto tena de dinero y otras cosas, entre ello sus mapas, que guardaba ms que toda su hacienda; y por eso su hija doa Juana no pudo exhibirlos. Para el seor Garca Icazbalceta de nada sirve indicacin tan vaga. Pero no es razn desecharla, como se desechan otras igualmente vagas, por ejemplo, las de Becerra Tanco y Boturini. 7-El testamento de una parienta de Juan Diego De l da razn Boturini, que lo posey original, escrito en lengua indiana. Dice que menciona las apariciones con estas palabra: Sapa omonextitzino itlaxociuhapilli Santa Maria, inoque cayotilique in itlazoteopixque Guadalupe, que traduce de este modo: "En Sbado se apareci la muy amada Seora Santa Mara, y se avis dello al querido

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Prroco de Guadalupe" Y agrega que en dicho documento hay noticia de la castidad en que vivi Juan Diego durante su matrimonio con Mara Luca, que muri virgen, omomiquili in Ychpochtli. Segn el seor Garca Icazbalceta, que, como otros, critica la traduccin de Boturini, la aparicin no es la famosa de Nuestra Seora a Juan Diego, pues entonces no haba el nombre de Guadalupe ni ermita ni sacerdote a quien avisar; sino que se trata de uno de tantos milagros que por los aos de 1555 56 se atribuan a la imagen. Pero, si as fuera, a qu vena la mencin de Juan Diego y su mujer? De esta circunstancia se colige fundadamente que la parienta del dichoso indio aludi a la Aparicin original. Y no importa que la traduccin de Boturini sea de veras infiel. Teopixque es plural: sacerdotes. Est en plural el verbo inoque cayotilique, el cual debe, al parecer, enmendarse por in oquimocallotilique, reverencial de callotia, nite, "aposentar u hospedar a otro", porque no hay cayotia ni cayotilia. En este supuesto, la frase quiere decir: en sbado se apareci la amada Seora Santa Mara, a quien hospedaron en Guadalupe los reverendos padres. Siendo la relacin posterior, se ignora cuntos aos, al suceso, no causa extraeza que se llame Guadalupe al lugar que aun no tena tal nombre, cuando aqul ocurri. 8-Los testamentos de Juana Martn y D. Esteban Tomeln Acerca de ellos dice la Carta: "El Sr. Lorenzana vi los de Juana Martn y D. Esteban Tomeln; no public el primero, por estar enmendado el ao: en el otro, otorgado en 1575, hay un legado a Ntra. Sra. de Guadalupe. Este hay que ponerlo a un lado, pues dejar un legado a Ntra. Sra. de Guadalupe no es atestiguar su aparicin, y pues en 1575 haba ya Iglesia, nada tiene de particular ni prueba nada que D. Esteban le dejase una manda o limosna. Del de Juana Martn no conocemos cosa alguna: ni aun la fecha: hay quien piense que es el mismo atribuido por Boturini a una parienta de Juan Diego". El de Tomeln fue publicado por el Ilmo. Sr. Vera en su Tesoro Guadalupano el ao de 1887. No se otorg en 1575, sino en 1572; y el nombre del testador es Sebastin, no Esteban. Se aduce para probar la antigedad del culto; y tiene importancia, porque se opone a lo que dos aos despus escribi fray Diego de Santa Mara al rey, notificndole que las mandas se dejaban a Nuestra Seora de Guadalupe de Extremadura. Del testamento de Juana Martn, el Ilmo. Sr. Lorenzana, que lo vi original, escrito en papel de maguey y en lengua mexicana, dice que fue otorgado en S. Jos de las Casas Tejapa ante el Escribano Morales; que la testadora, "parienta del indio V. Juan Diego", dej unas tierras en el partido de Cuauhtitln a Nuestra Seora, y refiri que Juan Diego se cri en San Jos Millan y estuvo casado con Malintzin o Mara [21] Esto, ya conocido, es alguna cosa. 9-El testamento de Gregoria Morales Existe en la Biblioteca Nacional de Pars la "Copia de un Papel hecho de masa de Maguey ,de el que usaban los indios en el tiempo de su gentilidad y principios de su conversin, que se halla en la Real Universidad de Mxico, en el Museo del Caballero Dn. Lorenzo Boturini, Inv. 8 N 47, en que en las primeras letras, que comenzaron a escribir los Naturales se contiene un Testamento segn parece, otorgado ante Gernimo Morales Escribano de la Republica de ellos, por Gregoria Mara: en el que dexa un pedazo de tierra en Quauhtitlan a Ntra. Sra. de Guadalupe de Mxico. Refiere aver sido la Aparicin de Ntra. Sra. en Sbado, y da razn del Felicsimo Juan Diego, como lo cita el mismo Cavallero Boturini en su Idea de una nueva Historia General de la Amrica Septentrional impreas en Madrid el ao de 1746, fxs. 90 N 4. Y a su continuacin la Traduccin hecha de orden del Sr. Arzobispo de Mxico y Toledo Don Francisco Lorenzana, que se halla en el mismo Inventario y Nmero, por el Br. Dn. Carlos de Tapia, y reconocida por fiel y exacta por el Lic. D. Joseph Julin Ramrez, ambos Catedrticos y Synodales de dho. Arzobispado, y Universidad. Devindose advertir, que el original mexicano est tan viejo, roto, y gastadas las letras, que en muchas partes, ni aun con vidrios de graduacin han podido reconocer los Traductores lo que estava

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escrito: por lo que se dexan en blanco los lugares que en l se hallan ass en la Copia, y Traduccin Castellana". Posey copia de este documento el seor doctor don Jos Miguel Guridi Alcocer, quien llama a la testadora, Gregoria Mara (no Morales); dice que en l se asenta la Aparicin y que muchos reputan ser el mismo que el de Juana Martn, si bien obsta la diferencia de nombres. 10-La relacin de D. Fernando de Alba Ixtlilxchitl "Segn la declaracin jurada de Sigenza (leemos en la Carta) no era ms que una traduccin parafrstica de la atribuida a Valeriano. Por lo mismo, no puede considerarse como documento diverso". No lo sera si comprendiera solamente la relacin de Valeriano; pero contiene tambin la de los milagros aadida por el mismo Alba Ixtlilxchitl, conforme a la citada declaracin de Sigenza. 11-Los papeles de que el Br. Snchez sac su historia de la Aparicin Cotejndola, en las apariciones y en los milagros, con la primera y segunda parte del libro impreso por Lasso de la Vega, se adquiere el convencimiento de que stas, traducidas por Alba Ixtlilxchitl, sirvieron a Snchez para componer su obra. As es que, aunque no haya determinado qu papeles hall, la existencia de stos es indudable. 12-Unos anales que vi el P. Baltasar Gonzlez en poder de un indio De ellos habl el P. Florencia en los siguientes trminos: "De otro escrito en forma de anales, tuve noticia estaba en poder del P. Baltasar Gonzlez, Profeso de la Compaa de Jess, y varn tan eminente en la lengua mexicana, y tan insigne predicador de ella, que le llamaban, y con razn, el Cicern mexicano... Este escrito, de mano de un indio, comprenda la Historia de los Culhuas y Toltecas, desde su origen, anotados los aos y meses, reducidos los suyos a los nuestros, en que acaecieron los sucesos, hasta el ao de 1642, en que fu depuesto del Virreinato el marqus de Villena, y le sucedi en l el Excmo. seor D. Juan de Palafox y Mendoza, Visitador y Obispo de la Puebla, en el cual ao, o poco despus, debi de morir el cronista o cronistas, porque no pareci de un historiador, sino de muchos que se fueron sucediendo. Entre los casos de la serie de esta narracin, est el milagro de Nuestra Seora de Guadalupe, en el ao que le toca". Al seor Garca Icazbalceta se le ocurri preguntar: "Por qu dijo el milagro y no la Aparicin?" A nuestro entender, aludi indiscutiblemente a la Aparicin el P. Florencia, pues dice que entre los casos de la serie est en el ao que le toca. A un milagro distinto del original no le tocaba un ao de la serie. Adems, lo demuestran las palabras finales del pasaje: "Y por ventura de esta Historia, se traslad aquel cuaderno que alega el Lic. Luis de Becerra Tanco, y del cual l tradujo, como fiel intrprete, los coloquios que Juan Diego tuvo con la Virgen, y la Santsima Virgen con Juan Diego" [22] . Por ltimo, se confirma que un documento de esa clase estuvo en poder del P. Gonzlez, con el Parecer que di acerca de la obra impresa por Lasso de la Vega sobre la Aparicin, donde dijo: "Hallo est ajustada a lo que por tradicin y anales se sabe del hecho..." Si no hubiera visto anales, no habra dicho tal cosa. 13-La historia de la Aparicin en mexicana, publicada por el Br. Lasso de la Vega Repetiremos que la relacin de Valeriano parafraseada por don Fernando de Alba es la que Sigenza prest al P. Florencia ,quien us ampliamente de ella, al decir del seor Garca Icazbalceta. Sabiendo dnde est la traduccin espaola, substancialmente, al menos; resta indagar el paradero del original mexicano. Nos gua la declaracin de Sigenza: "Digo y juro que esta relacin hall entre los papeles de D. Fernando de Alba... y que es la misma que afirma el Lcdo. Luis de Becerra Tanco.... haber visto en su poder... El original en mexicano est de letra de D. Antonio Valeriano, indio, que es su verdadero autor..." A su vez, haba dicho Becerra Tanco en el Papel que present en las informaciones de

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1666: "Un mapa de insigne antigedad certific haber visto y ledo con unos renglones aadidos... en poder de D. Fernando de Alba... y vide un Quaderno escrito con las letras de nuestro Alphabeto de mano de un indio, en que se referan las quatro Apariciones de la Virgen Santsima al Indio Juan Diego, y la quinta a su To de ste Juan Bernardino, el qual fu el que se di a las Prensas en lengua Mexicana por orden del Licenciado Luis Lasso de la Vega..." Con que entre los papeles de Alba hall Sigenza la relacin mexicana de Antonio Valeriano, que es la misma que afirma Becerra Tanco haber visto en poder de Alba. Becerra Tanco la vi, en efecto, y por su parte afirma ser la que se di a las prensas en la lengua mexicana por orden del Lic. Lasso de la Vega en 1649. Luego en el libro de ste se halla la relacin original de Valeriano. 14-Una Historia de la Aparicin que hasta 1777 se conservaba en la Universidad de Mxico, "cuya antigedad remonta hasta tiempos no muy distantes del suceso" El Dr. Uribe (1777), por quien se tuvo noticia de esta Historia, no dijo ms sino que estaba escrita en mexicano y "archivada en la Real Universidad, cuya antigedad, aunque se ignora a punto fijo, se conoce que se remonta hasta tiempos no muy distantes de la Aparicin, ya por la calidad de la letra, ya por su materia que es masa de maguey, de la que usaban los indios antes de la conquista". Aun sin otros datos, excusado est el temor que manifiesta el seor Garca Icazbalceta, de que en ella se hable slo de mandas o limosnas. 15-El aalejo de la Universidad citado por Bartolache Algo ms que citarlo hizo; pues di a conocer los pasajes en nhuatl que relatan la aparicin de la Virgen a Juan Diego. Ya que es imposible negar la existencia de este documento, certificada por el Secretario de la Universidad, cuya firma autentific un escribano real, se pretende disminuir su valor, diciendo que es copia; y se tacha de errada la correspondencia del ao 1548 con el smbolo mexicano 8 pedernal, sin advertir que parece errata de Bartolache. Segn el cual, tiene el asiento de 1531 figurada la caracterstica de la caa y debajo el nmero 13, y en verdad trece caa corresponde a 1531. Mas al traducir el de 1548, anota solamente que el ao 8 pedernal coincidi con 1548. La correspondencia exacta es de cuatro pedernal. En vez de 4, puso 8. No es creble que la equivocacin sea del analista: porque el signo tecpatl pedernal, est bien puesto a 1548; y desde 1531, que est cercano, era sobrado fcil seguir la numeracin de las trecenas, conforme a la cronologa india. Comprende el aalejo sucesos de 1454 hasta 1737, que es precisamente, dice el seor Garca Icazbalceta, el ao de la peste, causa u ocasin de la jura del patronato de Nuestra Seora de Guadalupe. Por lo cual cree que "muy fcil fue aadir entonces en la copia estos pasajes, al frente de los signos correspondientes". Contra esta suposicin reclama Marcelo de Salazar, el copista. As como Bartolache cuid de autentificar el documento, cuid de alejar sospechas, poniendo a la cabeza del manuscrito: Inin Quaderno amoxtli itech neztoc tlilancoc inin ixiuatlapualtzi in totecuiyo Dios inic oquimachiotitaya in tlen omochiuctaya initech in cahuitl in huehetixtlamaque ipan inin Nueva Espaa. In quennami neztoc inipan original, zanyuhqi inic oniquixcopin nehuatl Marcelo Salazar, etc. Lo que Bartolache tradujo: "En este cuaderno de papel aparecen escritos por cuenta y razn de aos de nuestro Seor Dios, segn se iban apuntando los sucesos ocurrentes por los viejos sabios, aqu en Nueva Espaa. Y conforme est escrito en el original, lo copi yo Marcelo de Salazar". 16-Noticias Histricas de Juan Surez de Peralta A la lista precedente, que, como est dicho, form el seor Lic. Tornel, agrega el seor Garca Icazbalceta una noticia sacada de las histricas de la Nueva Espaa, que hacia 1589 escribi Juan Surez de Peralta, quien refiere que el virrey Enrquez "lleg a Nuestra Seora de Huadalupe, que es una imagen devotsima, quest en Mxico, como

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dos lehuechuelas, la cual ha hecho muchos milagros (aparecise entre unos riscos, y a esta devocin acude toda la tierra), y de all entr en Mxico..." A guisa de comentario se lee en la Carta que Surez anuncia esa aparicin con igual sequedad que el testamento de una parienta de Juan Diego, "entre un parntesis, y sin hacer caso de ella. No llama a la imagen aparecida, sino devota". De donde infiere que Surez trata de una aparicin cualquiera, "de las muchas que se cuentan, que no deja rastro de s, ni pasa de la persona favorecida". Empero si el historiador no aludiera al milagro de origen, hubiera expresado alguna circunstancia del caso particular a que se contraa. En otra parte (cap. I) hemos aclarado que no hay tal parntesis en el manuscrito de Surez; quien despus de haber dicho que la Imagen se apareci entre unos riscos no necesitaba llamarla aparecida. Que no dej rastro de s. Pues, no leemos que a esta devocin acude toda la tierra? Qu rastro ms largo se quera ver? Quitando tres documentos repetidos en la lista, quedan trece; a los que vamos a sumar otros, que olvid citar el seor Garca Icazbalceta o que no le fueron conocidos. 14-Un mapa de insigne antigedad escrito en figuras y caracteres, que el Br. Becerra Tanco vi en poder de don Fernando de Alba Ixtlilxchitl Entre otros sucesos acaecidos despus de la pacificacin y reino mexicano tena "figurada la Milagrosa Aparicin de nuestra Bendita Imagen", segn dijo Becerra Tanco en su declaracin jurada en las informaciones de 1666. 15-Cantar de los indios ancianos en los mitotes que hacan cuando se celebraba la fiesta de Nuestra Seora de Guadalupe en su templo, antes de la inundacin de Mxico (1629) En l se refera la aparicin de la Bendita Imagen en la manta de Juan Diego y tambin los milagros que obr el da de su colocacin en la primera ermita. Lo oy el mismo Becerra Tanco, segn afirm en su declaracin mencionada. 16-Relacin de Chimalpain escrita en mexicano En el ao 12 pedernal, 1556, puso este autor el pasaje siguiente: Auh cano ypan yn yhcuac monextitzino yn totlaconantzin sancta Maria Guadalope yn Tepeyacac. En el mismo ao se apareci nuestra Digna Madre Santa Mara de Guadalupe en Tepeycac. Public estas Relaciones Mr. Simon el ao de 1889 en Pars con el ttulo de Annals de Domingo de San Anton Muon Chimalpahin Quauhtlehuanitzin - 6e. et 7e. Relations (1258-1612). 17-Manuscrito mexicano de Juan Bautista En l se lee: ynipan xihuitl mill e quis 55 as yquac monextitzino in sancta maria de quatalupe yn ompa tepeyacac. El ao de 1555 se apareci Santa Mara de Guadalupe en Tepeycac. Se conservan estos anales en el archivo de la Baslica Guadalupana. 18-Anales de la Catedral de Mxico, en lengua "nhuatl" Comprenden los aos de 1519 a 1739; y de ellos se copiaron los dos textos siguientes: 1531 Otlalmanque in quixtianotzin cuitlaxcoapa Ciudad de los Angeles. Zano ipan inin xihuitl in Juan Diego oquimotenextli in tlao nantzin cihuapilli Guadalupe Mxico. 1548 Omomiquili in Juan Diego oquimonextilitzino in Tlao Cihuapilli Guadalupe Mxico. Traduccin: 1531. Los cristianos allanaron el suelo de Cuetlaxcoapan, Ciudad de los ngeles. En este mismo ao Juan Diego manifest a la amada Madre y Seora de Guadalupe de Mxico. 1548. Muri Juan Diego a quien se apareci esta amada Seora de Guadalupe de Mxico.

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El seor Dr. don Agustn de la Rosa vi los textos en mexicano y asegura haber visto tambien su traduccin castellana en un tomo manuscrito existente en el Museo Nacional. [23] 19-Anales de Cuetlaxcoapan en mexicano, inditos Despus de dar noticia de la venida del Presidente gobernador de Mxico y del obispo llamado Fray Juan de Zumrraga en un ao pedernal, aaden yn huel ycuac monextitzino yn totlazonantzin de guadalupe, y entonces se apareci nuestra amada Madre de Guadalupe. Debo el inestimable favor de haber hojeado estos Anales a mi amigo don Federico Gmez de Orozco, su dueo. 20-Anales de Tlaxcala (1519-1720) en mexicano, inditos En un ao 1510 tecpatl se da noticia de la venida del nuevo Presidente y se agrega: zanno ypan xihuitl monextitzino totlaconantzin de hualolope quimonextili macehualtzintli ytoca Ju. Diego. En el mismo ao se apareci nuestra amada Madre de Guadalupe, y se manifest al pobre indio llamado Juan Diego. Tambin pertenece este MS. a don Federico Gmez de Orozco, quien me lo prest bondadosamente. 21-Noticias curiosas (1519-1738), sacadas de un cuadernillo semejante al Aalejo de Bartolache Ah se lee: de 1531 as. otlalmanque in quichtianome Cuitlachquapam Ciudad de los Angeles, sanno ipan inin xihuitl in Juan Diego oquimotenextlili (in Juan Diego, oquimotenechtili) in totlaco Cihuapilli Guadalupe Mexico.- Ao de 1548 omomiquili in Juan Diego in oquimotenechtilitzino in tlaco Cihuapilli Guadalupe Mexico. El colector mismo tradujo de esta manera: En el ao de 1531 fundaron los Espaoles la Ciudad de la Puebla o Cuitlaxcoapan (que as la llaman los Indios en Mexicano) y en el mismo ao se apareci a Juan Diego Ntra. Sra. de Guadalupe de Mxico. - En el ao de 1548 muri Juan Diego al que se le apareci Ntra. Sra. de Guadalupe de Mxico. Estas "Noticias curiosas" se hallan asimismo en poder de don Federico Gmez de Orozco. 22-Testamento del dichoso Juan Diego En el inventario que de los documentos recogidos a Boturini hizo en 1745 don Patricio Antonio Lpez, y que se conserva en el Museo Nacional, bajo el nmero 40 list quince fojas, donde "se hallan diferentes cantares en lengua mexicana y espaola en elogios de la misma milagrosa aparicin; y entre ellos una Copia simple del testamto. del dichoso Juan diego con vn Mapa, y en l vna Iglesia, y en su atrio vn Religioso Franciscano y vn Yndio como que le est exhortando; pertenece al pueblo de Sn. Juan Bapta. de vno de los circuitos de esta Corte". 23-Un mapa de lienzo, grande como una sbana, donde, entre cosas de la conquista, est dibujada la Bendita Imagen de Nuestra Seora y Patrona de Guadalupe, con la perspectiva de su primera Ermita Lo descubri Boturini, quien lo cita en su Idea de una nueva Historia General de la Amrica Septentrional, ... XXVI. 24-Ms. original en mexicano, que trata de muchas cosas pertenecientes al Imperio Mexicano y refiere "el haberse aparecido la Santsima Seora en el Cerro de Tepeycac" Lo list Boturini en su Catlogo, XXXV, nm. 2. 25-Dos MMS. originales en mexicano, piezas sueltas de la historia del Imperio

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Mexicano, que "mencionan en cortos renglones la Aparicin en el ao que le toca" Di noticia de ellos Boturini en su Catlogo, XXXV, nm. 3. 26-Historia de la Milagrosa Imagen de Nuestra Seora de los Remedios por el capitn don Luis ngel de Betancourt Fu escrita de 1616 a 1622 en verso castellano. La tuvo en su poder Boturini (Catlogo, XXXIII, nm. 11); se conserva en el Archivo General de la Nacin y la public por primera vez en 1908 el seor cannigo don Vicente de P. Andrade. Cant su autor en trminos muy claros el milagro de la santa Imagen: A Tepeaquilla baja diligente, Y entre tajadas peas y redondas Vers mi imagen cerca de las ondas. No como aqu, de bulto, de pinceles Que en blanca manta el gran Apeles tupe, Porque Dios, verdadero Praxiteles, All me advocar de Guadalupe. Como se ve, a los trece documentos de la lista que form el seor Lic. Tornel en 1849, aadimos hoy otros tantos. Los autores de dos de stos son del siglo XVI: Juan Bautista y Chimalpain. El mapa de Alba Ixtlilxchitl y el cantar de los indios ancianos odo por Becerra Tanco, son anteriores al libro de Miguel Snchez. Slo por la mencin relativa conocemos los Anales de la Catedral de Mxico; pero los de Cuetlaxcoapan, los de Tlaxcala y las "Noticias curiosas", los tres en mexicano, as como los de la Catedral, nos son conocidos ntegramente. De cuatro documentos citados por Boturini no tenemos ms que su noticia; en cambio, anda en letras de molde la Historia compuesta por el capitn Betancourt, que ms de un cuarto de siglo precedi al libro de Snchez. Juan Bautista y Chimalpain refieren solamente que Santa Mara de Guadalupe se apareci en Tepeycac; poniendo el primero la Aparicin en el ao de 1555 y el segundo en 1556. Ms valiosa es la noticia de los Anales de la Catedral, porque al milagroso acontecimiento de 1531 aaden la muerte de Juan Diego en 1548, concordando en una y otra fecha con la relacin de Valeriano y la adicin de los milagros por Alba Ixtlilxchitl. Los Anales de Cuetlaxcoapan traen la Aparicin en un ao pedernal: habiendo escrito el analista 1510 tecpatl, quiso por ventura significar 10 tecpatl, que corresponde al ao 1528, en que, como anot, vino el seor Zumrraga. El sincronismo de esta noticia con la del advenimiento del Presidente (Nuo de Guzmn), que tambin di, es exacto; pero no lo es con la aparicin de Nuestra Seora. Los Anales de Tlaxcala enlazan la venida del Presidente (entendemos que el Sr. Ramrez de Fuenleal) con el suceso de la Aparicin, agregando a ste la circunstancia de que a Juan Diego se manifest nuestra amada Madre de hualalope. Las "Noticias Curiosas" hablan de que Nuestra Seora de Guadalupe se apareci en 1531 a Juan Diego y que ste muri en 1548, haciendo sincrnica la primera noticia con la fundacin de Cuetlaxcoapan o Puebla de los ngeles, lo mismo que hacen los Anales de la Catedral. Entre los documentos que llamaremos sueltos, tiene precedencia el testamento conocido con el nombre de Juana Martn, por las importantes circunstancias que refiere. Del conjunto resulta la prueba indubitable. No obsta el yerro de fecha en unos ni la

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inexactitud del sincronismo en otros, si, como es notorio, todos convienen en la esencia del milagro. Las diferencias accidentales son inherentes a un relato transmitido de viva voz: nada ms natural que distintas personas en distintos tiempos conmemoren el suceso, quin con detalles, quien sin ellos, aun equivocando la fecha o alguna otra circunstancia. La uniformidad absoluta sera otro prodigio. De los documentos enumerados algunos no han llegado a nuestras manos; pero no cabe dudar de su existencia, porque no es dado tachar de mentirosos a sacerdotes como Mezqua, Florencia, Becerra Tanco, Gonzlez, Uribe, Lorenzana, y con ellos al caballero Boturini, que los vieron. No tenemos originales sino copias. Por desgracia, de los archivos mexicanos han salido y andan por los cuatro vientos diseminados tesoros pictogrficos y manuscritos: no por eso merecen desdn las reproducciones, que un acaso feliz nos depara, especialmente si las abona su antigedad o su procedencia. Las Crnicas que, para ilustracin de nuestra historia general, sac a luz con no poco trabajo y a toda costa el seor Garca Icazbalceta, son copias venidas del extranjero. Fuera de nuestro pas hall en copia el Motolina y el Mendieta. Fuera se encontr el Sahagn. Nada extrao es, por tanto, que slo en copia manuscrita tengamos los documentos guadalupanos. Se entiende los sueltos; que afortunadamente las relaciones principales estn en el libro impreso por Lasso de la Vega, tomadas del texto original, segn el irrecusable testimonio de Becerra Tanco y Sigenza. Tenemos, adems, en traduccin, dos fragmentos de relaciones mexicanas, que confirman la de Antonio Valeriano. La comparacin con ellas del libro de Miguel Snchez demuestra que ste las conoci parafraseadas y antes de ser impresas. As es que no podemos dar asenso al seor Garca Icazbalceta, cuando asegura que, inflamada la devocin de Lasso con el relato de Snchez, quiso divulgarlo entre los indios y para ello lo abrevi y puso en lengua mexicana. Todo el que lea a Lasso se persuadir de que ste no abrevi la narracin; antes le aadi al fin algo de su cosecha. Y, en resumen, con escritos de indios y de espaoles, anteriores a 1648, est positivamente comprobada la verdad de la Aparicin, lo mismo o mejor que puede estarlo otra piadosa maravilla en los fastos de la Cristiandad.

Referencias (todas originales del Lic. Velzquez)


[1] Esta cita y las que siguen de la Informacin se refieren al texto publicado por el Sr. Pbro. D. Fortino Hiplito Vera, despus obispo de Cuernavaca, en su obra La Milagrosa Aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe, comprobada por una informacin levantada en el siglo XVI, Amecameca, 1890. Los nmeros que entre parntesis ponemos, son los de las pginas de dicho texto. [2] Archivo General de Indias (60-2-16). Nota del R.P. Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia en Mxico, II-73. [3] Cartas de Religiosos de Nueva Espaa, edicin de don Joaqun Garca Icazbalceta, Mxico, 1886, pg. 32. [4] Descripcin del Arzobispado de Mxico, hecha en 1570, edicin de don Luis Garca Pimentel, Mxico, 1897, pg. 425. [5] JUAN B. MUOZ. Memoria sobre las apariciones y el culto de nuestra Seora de Guadalupe, nm. 16.

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[6] Id., nm. 26. [7] VERA. Tesoro Guadalupano, Amecameca, 1889, pg. 90. [8] Obras de D. Jos Bernardo Couto, edicin Ageros, Mxico, 1898, I-204. [9] Bibliografa Mexicana del Siglo XVI por don Joaqun Garca Icazbalceta, Mxico, 1886, pgs. XIX y XXVII. [10] Tesoro Guadalupano, pg. 76. [11] Segunda parte de la Historia de la Provincia de Santiago de Mxico, Mxico, 1900, pg. 454. [12] Noticias de Mxico, edicin de don Joaqun Garca Icazbalceta, Mxico, 1880, pg. 273. [13] Lib. 7, nm. 3. [14] Tesoro Guadalupano, pg. 124. [15] CABRERA. Maravilla Americana, IV. [16] Coleccin de Documentos para la Historia de San Luis Potos, por el Lic. Primo Feliciano Velzquez, San Luis Potos, II-102 y 116. [17] VICENTE DE P. ANDRADE. Ensayo Bibliogrfico Mexicano del Siglo XVII, nm. 227. [18] VERA. Informaciones sobre la Milagrosa Aparicin de la Santsima Virgen de Guadalupe, recibidas en 1666 y 1723, Amecameca, 1889, pgs. 4 a 6. [19] Id., pg. 76. [20] Escudo de Armas de Mxico, nms. 701 y 702. [21] Cartas de D. Fernando Corts, Serie de los Virreyes, nota 2. [22] Estrella del Norte de Mxico, cap. XVI. [23] Dissertatio Histrico-Thelogica de Apparitione B.M.V. de Guadalupe, Guadalaxarae, 1887, pg. 98.

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Bibliografa:

VELZQUEZ Primo Feliciano, La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, Edit. JUS, edicin facsimilar de la primera edicin de 1931, 1981

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Investigacin Documental sobre la Virgen de Guadalupe

La Prueba Directa de la Tradicin

Captulo XVIII del libro La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, del estudioso nahuatlato D. Primo Feliciano Velzquez (autor de una de las ms difundidas traducciones del Nican Mopohua), Editorial JUS, edicin facsimilar de la primera edicin de 1931, 1981

Las palabras de Joaqun Garca Icazbalceta se resaltarn con cursivas rojas, y los textos de otros autores o documentos citados por Velzquez irn en cursivas azules. Dems resaltes por Jess Hernandez.

LA PRUEBA DIRECTA DE LA TRADICION


Las informaciones de 1666 y 1723.- Su comparacin con la del seor Montfar.- A documentos mudos, veintisis expresivos.- La aseveracin del P. Bustamante y un decreto del Concilio I Mexicano.- Contradiccin de los pintores de Bartolache a Miguel Cabrera y compaeros.- Falsa conjetura acerca del origen de la ermita.- La relacin de Valeriano no es pieza dramtica.- El testamento de Juana Martn.- Por qu, segn el seor Garca Icazbalceta, se fij al suceso de la Aparicin el 12 de diciembre.

CAPTULO XVIII

Si faltaran documentos, bastaran las informaciones que tenemos, para comprobar la tradicin del milagro guadalupano. Cabalmente por medio de testigos se acredita la fama pblica de sucesos remotos. De 1531 a principios de 1666 corrieron 134 aos. Indios octogenarios o ms que centenarios, que alcanzaron a padres y abuelos, igualmente longevos, declararon lo que oyeron a sus progenitores. Fu pblico el acontecimiento, que afam a Juan Diego en su pueblo, donde todos le conocan y donde l no pudo menos de contarlo, aparte de que se pregon y celebr jubilosamente. All abundaban los testigos, y levantar la informacin fu por extremo fcil. A la cual no di motivo la publicacin del libro de Miguel Snchez, sino el anuncio de que la Curia Romana iba a pedir la testificacin del milagro, para proveer a la peticin de da festivo. Los testigos de la informacin del seor Montfar, que se redujeron al sermn del P. Bustamante, cuyos trminos se trataba de fijar, nada dijeron de la Aparicin, pero tampoco nada contrario a las declaraciones posteriores de los indios de Cuauhtitln, las cuales versaron sobre lo que tradicionalmente supieron.

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De qu otra manera poda comprobarse lo que en particular concerna a los indios? Otros que no lo fueron, trece entre sacerdotes y caballeros seglares, todos sujetos de lustre, atestiguaron tambin, unnimes y concordes, como recibida de sus padres y abuelos y otras personas antiguas, de todos estados, puestos y calidades, la noticia de la aparicin de la santa Imagen en la tilma de Juan Diego. Dos ms hicieron lo mismo, en el primer tercio del siglo XVIII; siendo uno de ellos el V. fray Antonio Margil de Jess. Con los cuales se contaron veintitrs testigos intachables. De la informacin de 1666 supo el seor Garca Icazbalceta, por el breve extracto del P. Francisco de Florencia, quien no cita ms que seis declaraciones de los testigos indios, siendo ocho, y de los no indios trece, pero en dos nicamente los nombres. De haberla ledo aqul en las testimoniales que guardaba la Colegiata, no habra escrito que apenas publicado el libro de Snchez, "aparecen por todas partes testigos calificados que unnimes y bajo juramento declaran saber de mucho tiempo atrs lo que hasta entonces nadie, ni ellos, haban sabido". En indios analfabetos, Qu influencia pudo ejercer el citado libro? Es dado relacionar con l las declaraciones, por el asunto; pero las distinguen su contexto y circunstancias. Para desecharlas, habra que demostrar que los testigos no pudieron haber odo lo que refieren; y para desvirtuar la confirmacin que de ellas hacen quince personas prominentes, indispensable sera probar que stas son indignas de fe. Impotente para una y otra cosa, cae en confusin el impugnador. "No me hara fuerza el caso (confiesa) si solamente se tratara de los testigos indios, porque siempre han sido propensos a las narraciones maravillosas, y no muy acreditados por su veracidad; pero cuando veo que sacerdotes graves y caballeros ilustres afirman la misma falsedad, no puedo menos de confundirme, considerando hasta dnde puede llegar el contagio moral y el extravo del sentimiento religioso". Sin embargo, le falt decir quin contagi a quin. Lo declarado por los indios en Cuauhtitln del 7 al 22 de enero qued ignorado de los no indios, que atestiguaron en Mxico del 18 de febrero al 11 de marzo del mismo ao de 1666; y mas aun de los que rindieron su declaracin en 5 de mayo y 16 de junio de 1723, cuando el expediente de las anteriores informaciones se haba perdido. Los indios contaron el suceso, en su lengua, como lo saban de sus padres y abuelos y otras personas de su pueblo, dando nombres y seales particulares. Sus pormernores no fueron ni podan ser repetidos por los no indios, quienes limitaron su narracin a la esencia, tal como les lleg por sus deudos y otras personas antiguas, que hasta la existencia de los cuahtitlanenses ignoraron. No fue posible contagio de unos a otros testigos; ni se adivina cmo en sacerdotes graves, prelados de conventos, se haya extraviado el sentimiento religioso. El contraste choca. Sube el P. Bustamante a un plpito y en arrebato de clera, que se toma como muestra de encendido celo, clama contra la devocion que califica de idoltrica, siendo ortodoxa, por quitarla a los indios, a pesar de que no slo ellos la profesaban, sino el pueblo entero. En aquel predicador no se tuvo eso por extravo del sentimiento religioso; y a sacerdotes graves, que, bajo juramente, y algunos despus de celebrar a propsito el Santo Sacrificio de la Misa, atestiguan el origen de la devocin, se les echa en cara su testimonio como seal de extravo y de contagio moral! No osando culparlos de perjurio, aunque "afirmaban bajo juramente lo que no era verdad", se recurre por explicacin al fenmeno, que se dice bastante comn en los ancianos, de que a persuadirse llegan de ser cierto lo que han imaginado. En manera que por negar un milagro, se inventa otro: que trece testigos, no todos ancianos, pues uno apenas pasaba de 55 aos, imaginaron el mismo suceso y del mismo modo. Los imaginantes, en todo caso, seran las personas que tal les contaron, a cada uno en

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lugar y tiempo distinto que a los dems. "Se juzgar sin duda (tuvo que manifestar el seor Garca Icazbalceta) absurdo y atrevido desechar as un instrumento jurdico; pero el hecho es que la demostracin histrica no admite rplica, y que las afirmaciones de unos veinte testigos de odas, por calificadas que sean, no pesan ms que la terrible informacin de 1556 y el mudo pero unnime y desapasionado testimonio de tantos escritores, no menos autorizados que aquellos testigos, y que llevan a su frente al Ilmo. Sr. Obispo Zumrraga". Algo es ya poner en pie de igualdad las afirmaciones de veinte testigos (son veintitrs) calificadas, con el mudo testimonio de tantos escritores, no menos autorizados. Queda al fin paliado aquello del contagio y extravo del sentimiento religioso. Pero si enfrente de los escritores mudos, que no son tantos, hay veintitrs elocuentes testigos, no pesaran ms aquellos que stos. Decimos que no son tantos los escritores, contando los que han sido mencionados por sus nombres. A los frailes, directa o indirectamente mezclados en discordias enojosas con los obispos, se resiste llamar desapasionados. Ms si, prescindiendo de ello, quitamos a los autores que no pudieron hablar de la Aparicin, como Mendieta y Sahagn, por no contradecir a las claras al P. Bustamante; o que no tuvieron ocasin, a causa de que su relato no alcanz el tiempo del suceso, como Las Casas, Durn y Tezozmoc; o que no quisieron, como Muoz Camargo y Dvila Padilla; o que no supieron, como Daza, Fernndez y Gil Gonzlez Dvila, mengua la cifra en tal grado, que ni por hiprbole admitimos lo de tantos escritores que llevan a su frente al seor Zumrraga. Al revs, frente a documentos mudos, presentamos veintisis expresivos, dos de pluma espaola y los restantes de figuras o letras de indios, que nosotros mismos criticamos con severidad extrema, porque uno tiene enmendada la fecha, otros la muestran equivocada, cules no se han impreso, cules nos constan solamente por el dicho de quien los vi y lo dijo a otro y ste a otro. Les damos, sin embargo, crdito, porque sus autores son muchos para falsarios. El tiempo en que vivieron era de fe; y para creer o hacer creer, no necesitaban artificio. Los yerros que cometieron algunos, son fciles de explicar. Empezaban a escribir; no saban contar bien; confundan la correspondencia de los nmeros arbigos con los signos cronogrficos mexicanos; y si al compilar sus datos caan en anacronismos, bien sabemos que de ellos no estn exentos los cronistas religiosos mismos. Hay dos relaciones completas, de don Antonio Valeriano y don Fernando de Alba Ixtlilxchitl, de suyo bastantes para comprobar la tradicin y que estn por encima de la crtica. Las dems que nos han llegado, a pesar de sus defectos y por estos mismos, ostentan el sello de su poca, que es prueba de su autenticidad. Si fueran irreprochables, daran margen a sospecha, como si en los vetustos monumentos, en vez de inscripciones borrosas, imperfectas y mutiladas, hallramos limpios, claros e intachables caracteres. A la cabeza de estos relatores de la Aparicin es donde justamente ha de ponerse al seor Zumrraga, en el supuesto de que hubo autos originales y que del milagro di noticia al convento de Vitoria. Pasando luego de los documentos en mencin, en copia, incompletos o completos, a los testigos de odas, la rplica a los impugnadores es ms terrible de lo que puede ser por s sola la informacin de 1556. Esta demuestra la antigedad y fervor del culto y la fama milagrosa de la santa Imagen; de lo que, en su natural enlace con los escritos alegados, resulta el prodigio de la Aparicin como causa de aquel efecto. El nico testigo, llammosle as, que entre los de aquella informacin depuso en contra, fue el P. Bustamante, afirmando que la Imagen es pintura del indio Marcos. Lo afirm, queremos creerlo, de odas: si le hubiera constado de vista, as seguramente lo hubiera dicho. Pues a ese testigo nico oponemos veintitrs tambin de odas, pero entre ellos los prelados de las rdenes religiosas y hasta un Venerable, fray Antonio Margil de Jess, conjunto no se puede ms calificado y ms fidedigno que la sola personalidad de

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Bustamante. Traditio est, nihil amplius quaeras, puso Miguel Snchez en su prlogo, no sin haber antes anunciado que haba visto papeles bastantes, y asegurando que, aunque todo le faltara, tena la tradicin en su apoyo. Becerra Tanco, a su vez, que de los papeles bastantes di traducida la parte principal, prefiri atenerse a la tradicin, en calidad de testigo, mentando por sus nombres a cinco personas prominentes, de muchas a quienes la oy, y que a su turno la recibieron de los contemporneos del suceso. Si, adems, se considera que los ya referidos testigos, en su mayor nmero vivieron diez, veinte o ms aos del siglo XVI, y por consiguiente recogieron sus informes de voz autorizada, con igual seguridad que los citados historiadores, intil es analizar el prrafo donde el seor Garca Icazbalceta sostuvo que la tradicin no exista antes de aparecer el libro de Snchez. Anotaremos, con todo, que define la tradicin equivocadamente: quod ubique, quod semper, quod ab omnibus traditum est. No se refiere a la transmisin sino a lo transmitido la frmula de san Vicente de Lrins: verdadero es lo que por dondequiera y siempre todo el mundo transmite. La cual, segn Perrone, es de entender en sentido positivo, quod semper, ubique et ab omnibus creditum est, non possit non esse verum; mas nunca en el negativo, ita ut verum aut certum non sit censendum quidquid semper, ubique et ab omnibus creditum saltem explicite minime fuerit. Es absurdo el sentido negativo, prorsus absurdum, de tener por falso lo que no crean siempre todos y en todas partes [1]. Porque casos particulares no demuestran incredulidad general o absoluta. Aunque en 1556 no se hubiera levantado un clamor general contra el P. Bustamante, que atribuy osadamente al pincel de un indio la imagen celestial; aunque el virrey Enrquez no haya logrado saber en 1575 el origen del culto; aunque en 1622 no lo haya predicado el P. Zepeda; y aunque el Br. Lasso con aquellos de los Adanes dormidos haya dado a entender en 1648 que hasta entonces vi en la santa Imagen circunstancias para l ignoradas; no se infiere de ah que los dems mexicanos ignorasen o no creyesen el milagro de la Aparicin. A Mxico entero escandaliz el P. Bustamante, y muchos hasta pidieron que fuese enviado a Espaa para su castigo: he ah el clamor general, no slo porque reprobase en los indios la devocin guadalupana, so pretexto de que idolatraban, sino porque pretenda quitarla a todos, mientras que el seor Montfar los animaba a ella. A casos particulares negativos pueden oponerse otros positivos. Vivan a la sazn Mateo Jurez, Ventura Jurez y Mara Ana, su esposa, todos de Cuauhtitln, que conocieron bien a Juan Diego, de cuya boca supieron la Aparicin, y pudieron, por tanto, desmentir al predicador. No lo hicieron; pero despus informaron del milagro a sus hijos, Mateo a Gabriel Jurez, que naci ese ao, Ventura y Mara Ana a Andrs Juan, ya entonces de dos o cinco aos [2]. Con aquellos por va de ejemplo, se prueba que exista la tradicin; con stos, que haba quienes pudieron comunicarla al virrey Enrquez para su carta de 1575, si se le hubiera ocurrido interrogarlos a ellos o a otros como ellos, que en su mismo pueblo no faltaban. El P. Zepeda en su sermn de 1622 pas en silencio la Aparicin, a lo que creemos, por no ser su asunto; y el bachiller Lasso en 1648 manifest que hasta entonces haba ignorado, segn se colige, las circunstancias, calificndose a s y a todos sus antecesores en la guarda del Santuario, de Adanes dormidos, sin ningn fundamento notorio por lo que a ellos toca. Pero tanto en ese ao como en el de 1622 florecan ya los Cuevas Dvalos, los Oyanguren, los Herreras, etc., que desde que tuvieron uso de razn, o sea, todava en el siglo XVI, supieron el prodigio y a su vez lo contaron. Citamos a personas conocidas mediante jurdico instrumento, para que no se ponga en duda que la tradicin es jurdica y autntica; y pocos nombres, porque no pasan de

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cuatro los que de contrario se alegan; y en conjunto a los dems, para notar que la tradicin corra por su cauce. Habra quienes la ignorasen; pero el ro no deja de serlo, porque no lo vean algunos o tuerza a veces su corriente o a veces la esconda. Yendo de testigos a documentos, no se nos diga que hubo imprentas que multiplicaron el argumento negativo y ninguna que diera a luz siquiera uno positivo. De las obras donde se busca apoyo para aquel argumento, una sola se imprimi en Mxico: la de Grijalva en 1624. Las de P. Valads (1579), de Acosta (1590) y Dvila Padilla (1596) fueron impresas en Europa. Las dems, que no son tantas, permanecieron inditas hasta bien entrado el siglo XIX. Por tanto, nada multiplicaron; y si en ms de una centuria los argumentos positivos no fatigaron las prensas, fu porque no era menester: se confiaba en que la posteridad recibira de viva voz la tradicin universal y constante. Poco despus de publicada la Historia de Snchez se levantaron las informaciones, para dar satisfaccin a la Curia Romana. Con igual objeto se hizo la primera inspeccin facultativa, en que los pintores comisionados dictaminaron que la Imagen excede a las fuerzas humanas. Ignoraban que el P. Bustamante afirm ser la pintura obra del indio Marcos. As que en 1666 estaba tal afirmacin olvidada; lo estuvo probablemente desde su fecha; no se la tom en serio. Ni en 1531 haba indios capaces de pintar bien, como no los haba an en 1555, cuando el primer Concilio Mexicano prohibi a indios y espaoles pintar imgenes sin previo examen y licencia, porque, entre otras causas, "los indios sin saber bien pintar ni entender lo que hacen, pintan imgenes indiferentemente todos los que quieren". Su atraso en aquella poca contradice al P. Bustamante, mejor que pudieran cuatro lneas de los analistas de entonces; pues si en 1555, cuando fructificaba la escuela del P. Gante, no haba competentes pintores indios, ser intil buscarlos veinticuatro aos atrs. Juan Bautista, que empez sus Anales en 1566 y da lista de pintores, deba haber sabido y dicho, si fuera cierto, que entre ellos o sus compaeros anteriores estaba el que pint la santa Imagen. Nada dijo. Y pasamos hasta el clebre don Miguel Cabrera. "Puede suponerse (leemos en la Carta del seor Garca Icazbalceta) lo que dira un pintor preocupado ya con la creencia general, con el resultado de la inspeccin de 1666, y con la presencia de altos personajes, que no le dejaban libertad, ni le hubieran tolerado la menor indicacin de que haba en la imagen algo que no fuera sobrenatural y divino". Es que Cabrera examin la Imagen, en unin de otros pintores de fama, citados por el Cabildo; y de acuerdo con ellos escribi su Maravilla Americana, donde confirm el dictamen de 1666 y refut las objeciones de arte, sin huir el cuerpo a ninguna. No fu, pues, el nico preocupado; lo fueron todos sus compaeros. De ellos discreparon en ciertos puntos los pintores que treinta y cinco aos despus repitieron el reconocimiento, a instancia de don Jos Ignacio Bartolache. La creencia general segua siendo la misma; nada haba desvirtuado el dictamen de 1666; el Abad y un cannigo, los mismos altos personajes que en 1751, presenciaron la inspeccin de 1786: cmo fu que se sustrajeron de la preocupacin estos pintores y no aquellos? Resumiendo el parecer de los postreros, asienta el seor Garca Icazbalceta: el tosco ayate de maguey se convirti en una fina manta de la palma iczotl: asegurarn que tena aparejo, negaron algunas particularidades notadas por Cabrera, y en fin: preguntados si supuestas las reglas de su facultad, y prescindiendo de toda pasin o empeo, tienen por milagrosamente pintada esta santa imagen, respondieron: que s, en cuanto a lo sustancial y primitivo que consideran en nuestra santa imagen; pero no en cuanto a ciertos retoques y rasgos que sin dejar duda demuestran haber sido ejecutados posteriormente por manos atrevidas Por nuestra parte sabemos que deseoso de obtener un lienzo idntico a la tilma de Juan Diego, mand Bartolache hilar y tejer en su presencia cuatro ayates, dos de maguey y

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dos de iczotl, recomendando a hilanderos y tejedores que remedasen en todo al original; y no consigui su objeto. Uno de esos ayates de maguey y otro de iczotl se cotejaron con el de la pintura; no le igual ninguno. As que la experiencia frustrada no convence de que el tosco ayate de maguey se haya convertido en finta manta de iczotl. Dijeron los pintores de Bartolache que el ayate tiene aparejo suficiente en todas sus partes para mantener la pintura, sin que sus colores se transportasen o rechupasen por el revs; pero, segn dos de ellos confesaron a la postre, no hicieron la ms leve observacin de la Santa Imagen por el reverso; no investigaron si era cierto se perciban algunos colores, o pasaba la Imagen. De modo que su testimonio del aparejo no vale, por insuficiencia de examen. Las particularidades que negaron, notadas por Cabrera, son dos: que las flores de oro de la tnica estn perfiladas; y que el nmero 8 que ah se advierte, es cosa especial. Esta segunda ni poco ni mucho altera la esencia del anterior dictamen. La primera s. Los cinco pintores de Bartolache contradicen a Cabrera, Ibarra, Osorio, Ruiz y Alcbar, que tuvieron la aprobacin expresa de don Francisco Antonio Vallejo y don Jos Ventura Arnez, tambin pintores. En cosa que se juzga por los sentidos e interviene la pericia, sobre la de aquellos cinco prevalece la de estos siete. Hecha salvedad, finalmente, de los retoques y manos atrevidas, que, citando al P. Florencia y al Proto-Medicato (1666), especific el mismo Bartolache en la infeliz aadidura de algunos querubines, y de oro a los rayos y de plata a la luna; sus pintores tuvieron por milagrosamente pintada la Imagen en cuanto a lo substancial y primitivo. Donde vemos que, en rigor, se fue acortando hasta desaparecer la distancia, que pareci grande al seor Garca Icazbalceta, entre las fras reticencias de los pintores de Bartolache, y el entusiasmo de Cabrera. El reparo que al seor Garca Icazbalceta merecen algunas circunstancias inverosmiles de la historia, segn la trae Becerra Tanco, no atae al milagro. Oyendo Juan Diego el concierto, y viendo la claridad luminosa con que se le anuncia la Santa Virgen, qued absorto y le ocurri una exclamacin gentlica: Por ventura he sido trasladado al paraso de deleites que llaman nuestros mayores origen de nuestra carne, jardn de flores o tierra celestial oculta a los ojos de los hombres? Esto que llam la atencin del crtico, es rectificado por Becerra Tanco, a quien sigue. El cual escribi: Qued el indio absorto sintiendo dentro de su corazn un jbilo y alborozo inexplicable, de tal suerte, que dijo entre s: Qu ser esto que oigo y veo? por ventura etc.? Lo dijo entre s; no pas del pensamiento, que el historiador ley en el alma de Juan Diego. Para no encontrarse el martes siguiente con la Virgen y evitar una reconvencin, tom el indio otro camino. La estratagema no poda ser ms pueril, como el seor Garca Icazbalceta la califica. Pero, aunque la interprete por ignorancia absoluta de la religin, no fue sino candidez: Adn culpable se escondi a las miradas de Dios, y no era ignorante. La falta de Juan Diego consista, segn el crtico, en no haber acudido a la cita que ella (la Virgen) le pidi el da anterior, porque fue a Tlatelolco para pedir que se administrasen a su to Juan Bernardino los sacramentos de la Penitencia y Extremauncin. Nadie ignora, pues Mendieta lo dice, que a los principios en muchos aos no se le dio a los indios la Extremauncin. La Penitencia se les escaseaba. Aqu olvid otra vez el seor Garca Icazbalceta a Becerra Tanco. La Santsima Virgen no dio cita el da anterior, lunes, sino el domingo, a Juan Diego. Ni fue ste a Tlatelolco. Disculpndose el martes, cuando le sali al encuentro la Reina del cielo, le dijo: No tomes a disgusto est enfermo de riesgo un siervo tuyo y mi to y porque se ve muy fatigado, voy de prisa al templo de Tlatilolco. Pero, al fin, no fue. Consolado y satisfecho, al saber que ya su to estaba sano, como le anunci la Seora, slo pens en obedecerla. Que a los principios en muchos aos no se dio la Extremauncin a los indios, lo dice Mendieta; pero expresando la causa: por haber pocos ministros. Motolina, que escribi catorce aos antes que Mendieta viniese a la

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Nueva Espaa, refiere que el ao de 1526 comenzse este sacramento de la Penitencia entre los naturales. No dice que se les escaseara. El seor Zumrraga, al contrario, dijo en 1531: Confisanse mucho [3]. Y claro est que a un moribundo no haba lugar a escasearle la absolucin de sus culpas. Ya que la historia dice que cuando el indio quiso entrar a la presencia del Sr. Obispo, se lo estorbaron los familiares y le hicieron aguardar largo tiempo; quiso a su vez el seor Garca Icazbalceta saber qu familiares tena el Sr. Zumrraga en 1531 y cmo era que los indios encontraban dificultades para acercarse a un prelado que siempre andaba entre ellos. A esto responderemos que, por no haber sido las de Juan Diego mas que esperar largo rato, y sin conocimiento ni orden del prelado, no son inverosmiles. Inquirir por los familiares parece excusado. Becerra Tanco, cuya historia se sigue, cuenta que, habiendo entrado el indio la primera vez al palacio del obispo, comenz a rogar a sus sirvientes que le avisasen para verle y hablarle. Cierto que, al narrar la segunda entrevista, dice que le dilataron mucho tiempo los familiares del Sr. Obispo; pero vuelve a nombrar los sirvientes en la tercera y ltima vez: habiendo rogado a varios sirvientes del seor obispo que le avisasen, no lo pudo conseguir Como es indiscutible que el seor Zumrraga tena personas que en su casa le servan, no se necesita saber ms. Empero familiar, en la acepcin de eclesistico o paje dependiente y comensal de un obispo, no poda faltarle: no le falt un religioso, lengua, por cuya mediacin tratar con los indios, ya que siempre andaba entre ellos; ni uno o ms clrigos que le acompaasen y sirviesen como a un prelado. En su carta de 1529 habl de un padre guardin, que era mi intrprete. Respondiendo despus a ciertos captulos de acusacin del Lic. Delgadillo, dijo (entre otras cosas), refirindose al cacique de Tacuba: Yo le llev en una hamaca al monasterio ms propincuo de Cuyoacn, con Fr. Jacobo mi compaero. Y declar tambin entonces: Ni yo tena dineros, ni otro de mi compaa [4]. Los viernes (leemos en Mendieta) iba al monasterio de San Francisco, y deca su culpa en el captulo de los frailes y esto hizo ms veces el tiempo que estuvo electo antes de consagrarse Cuando no tena religioso que lo acompaase en su casa, se iba a confesar al convento de S. Francisco [5]. De Iztapalucan escribi a su amado hermano, una carta (sin fecha), avisndole: Dos cleriguitos y un fraile andan conmigo, y el martes o el mircoles pienso ser all En esa misma carta menciona a Pedro de Agurto y a Mendiola (Domingo), de quienes, en unin de otros servidores, se acord en su testamento. [6] Su mayordomo Martn de Aranguren, en Relacin de 3 de Junio de 1548 asent cincuenta pesos de tepuzque, que mand dar S. Sra. a Domingo de Mendiola por el tiempo que le sirvi; veinte pesos de tepuzque a Pedro de Agurto, paje, e hijo de Sancho Lpez, por el tiempo que estuvo en casa; otros xx ps. a Francisco Dvila, paje, e hijo de Alonso Dvila Martn de Aranguren fue desde 1545 mayordomo del Sr. Zumrraga; antes lo haba sido Hernn Gmez; y antes otros, pues el mismo Ilustrsimo dijo al cannigo Juan Bravo, hablndole de Aranguren: Nunca he tenido mayordomo que tanto me hubiese satisfecho, que ste. Seal de que haba tenido ms de uno. [7] Sera mucho pedirnos que sealramos con fijeza quines de los nombrados o cules otros coman el pan del seor Zumrraga en 1531. Bastar saber que desde que fue solamente electo (1528-1532) no le faltaron intrpretes, compaeros, religiosos o clrigos, pajes, mayordomos ni otras personas de su servicio, a quienes propiamente se debe llamar familiares. "La ltima vez que Juan Diego se present al Sr. Obispo llev las credenciales de su embajada, que eran las rosas solamente, segn unos, y esas y otras flores segn otros. Ciertamente que la sea no era para creda. Se hace consistir lo maravilloso del caso en que el indio hallara las flores en la estacin del invierno y que estuviera en la

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cumbre de un cerro estril". Para el seor Garca Icazbalceta, lo primero nada tena de particular, porque los indios cogan flores en todo tiempo; y la segunda circunstancia no le constaba al Sr. Zumrraga.- Ni le const a nadie ms que a Juan Diego. Y porque aquella sea no era para creda, por eso, al caer las flores, se estamp la Imagen en la tilma en que las portaba. "y habindola venerado (el Sr. Obispo) como cosa celestial, le desat al indio el nudo de la manta, y la llev a su oratorio... Disertan mucho los autores Guadalupanos sobre cundo se pint la imagen; aunque todos concuerdan en que al soltar Juan Diego la tilma ya apareci pintada. Este fu el gran prodigio; pero tampoco le constaba al Sr. Zumrraga.... Aunque no sepamos de cierto que ya para esa fecha hubiese en Mxico pintores, tampoco nos consta lo contrario; y en todo caso, bien vala la pena de que en negocio tan grave el cauto Sr. Zumrraga hubiese averiguado muy detenidamente de dnde vena la pintura, en vez de arrodillarse ante ella tan pronto como la vi... Ningn Obispo proceda tan ligero y menos un varn tan grave. Otra circunstancia debi aumentar su justa desconfianza: la de que la imagen est pintada en una manta fina de palma, y no en un grosero ayate de maguey, que era la materia de que usaban sus tilmas los macehuales o plebeyos, como Juan Diego. De dnde le haba venido esa capa tan ajena de su humilde condicin?" Contestando a la impugnacin del P. Mier, se ha dicho ya que la manta no es fina o de palma. Quienes la han credo de iczotl o palma, no son indios. Los indios testigos en la Informacin de 1666 afirmaron como Valeriano que es de ichtli o maguey. Pudo el sr. Zumrraga a primera vista apreciar que es un lienzo de hilos gruesos y tosco y ralo tejido; y no necesit hacer indagacin de la pintura, cuya belleza le cautiv luego, como a todos nos cautiva. "Ningn obispo proceda tan de ligero". El hecho es que cuantos obispos ha habido y hasta el obispo de los obispos, Benedicto XIV, con slo oir la relacin y ver la Imagen han cado de rodillas, a la manera del seor obispo Zumraga. Llama la atencin que la Santsima Virgen eligiera el nombre, ya famoso, de un santuario de Espaa, "cuando se apareca a un indio para anunciarle que favorecera especialmente a los de su raza", y que "ninguno de sus favorecidos poda pronunciar por carecer de las letras d y g el alfabeto mexicano". Tampoco tiene r el alfabeto mexicano; mas la Santsima Seora no poda menos de darse a conocer con su nombre de Mara, que tiene aquella letra. Carece igualmente de j y de b el mexicano. No obstante, los favorecidos de la Reina celestial se llamaban Juan Diego y Juan Bernardino; y as como aprendieron a pronunciar sus nombres, aprendieron a pronunciar el de Guadalupe. En cuanto al origen del templo con ese ttulo, recuerda el seor Garca Icazbalceta que entre los conquistadores haba muchos andaluces y extremeos, grandes devotos del santuario espaol, que est en la provincia de Extremadura; y luego, citando a fray Gabriel de Talavera (que imprimi en 1597 su Historia del Santuario de Espaa), dice que arraigse la devocin y respeto de dicho santuario en los moradores de ambas Indias, los que comenzaron a dar prendas del buen nimo con que haban recibido la doctrina, levantando iglesias y santuarios con ttulo de Nuestra Seora de Guadalupe, especial en la ciudad de Mxico de Nueva Espaa. De donde concluye: "Aqu tenemos ya declarado sencillamente el origen del nombre, por un autor que escriba en el siglo mismo de la Aparicin, y la ignoraba." Pero ignoraba tambin que veintitrs aos antes, en 1574, hallndose en Mxico fray Diego de Santa Mara, religioso asimismo del convento de Extremadura, escribi al rey una carta, quejndose de que por 1560 62 los mayordomos impusieron el nombre de Guadalupe a la ermita mexicana, que antes se llamaba por otro nombre, y que lo haban hecho por defraudar las limosnas que solan darse a la casa de Espaa. Fray Diego haba venido precisamente por el negocio

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de las limosnas. Y de ser cierta su queja, nada queda de la sencilla declaracin del P. Talavera. Mas no fue cierta una ni otra cosa; porque as lo hubiera escrito el virrey Enrquez en el informe que le pidi el rey, con ocasin de la referida carta. Alega tambin el seor Garca Icazbalceta que " Los espaoles creyeron advertir que la imagen de la Madre de Dios venerada en el Tepeyac se pareca en algo a la del coro del santuario de Extremadura, y eso bast para que le dieran el mismo nombre. As lo dice el Virrey Enrquez.". Poco a poco, el virrey Enrquez ni siquiera ment la Imagen del coro de Extremadura. Por final de cuentas, no cree el seor Garca Icazbalceta que Miguel Snchez inventara completamente la historia. "Algo hall (piensa) que le diera pie para su libro. Tal vez lleg a sus manos una relacin mexicana, que aadira nuevas circunstancias como acostumbraban los escritores gerundianos, casi sin apercibirse de ello, sino llevados por aquel prurito de ponderar y exornar cuantos asuntos les caan en las manos." Ms, siendo la Aparicin el asunto, la ponderacin de las circunstancias no importa. Sin embargo, no es de creer que un sacerdote tan grave como Snchez inventara hechos. Nosotros aseguramos con certidumbre absoluta que nada invent; porque cuanto refiere de las apariciones y de los milagros se encuentra en el antiqusimo relato de Valeriano y en la narracin aadida por Alba Ixtlilxchitl. Veamos, no obstante, lo que, en sentir del seor Garca Icazbalceta, "puede saberse por documentos histricos y rastrearse por conjeturas". Segn l, "Los primeros religiosos levantaron luego de llegados, muchas capillas y ermitas en diversos lugares, con deseo de destruir la idolatra, prefirieron para colocar esas pequeas iglesias aquellos sitios en que antes se tributaba mayor culto a los dolos, y an les dieron ttulos anlogos.... bstenos saber que as pas, y que una de esas ermitas fu la del Tepeyac, con el ttulo de la Madre de Dios, sin advocacin particular... No sabemos en qu ao se labr la ermita, ni qu imagen se puso en ella: tal vez ninguna, por ser entonces muy escasas. Poco despus los indios se dieron a hacerlas... Sin duda una de estas fu la de Guadalupe, y hallndola bastante bien pintada, devota y atractiva como realmente lo es la enviaron los religiosos a la ermita, llevando a otra parte la que all estaba, si alguna haba: y cuando los espaoles la vieron le dieron ese nombre por lo que antes he dicho." Debi, a nuestro juicio, asentar el seor Garca Icazbalceta, conforme a documentos histricos, que la ermita se labr antes de 1554, sin conjeturar que al principio no se pusiera ninguna imagen, cual si sta pudiera faltar en una iglesia catlica, como en los templos protestantes. Eso tiene un objeto aparente, el de dar lugar a que hubiera indio Marcos que la pintara. Lo imaginado as tena que haber sucedido de 1524, en que llegaron los primeros religiosos, a 1554, en que vino el seor Montfar y ya encontr muy difundida la devocin guadalupana. Pero entonces no hubiera el P. Bustamante, provincial de franciscanos, afirmado que careca de fundamento; no hubiera igorado que la instituyeron sus propios hermanos, los primeros religiosos que vinieron. De stos fue Motolina, que menos poda ignorarlo y tena que darle cabida en su Historia, como hazaa propia de su Orden. Lo hubieran sabido tambin de cierto los cronistas franciscanos Sahagn y Mendieta. Sahagn, sobre todo, queda maltrecho. Cmo se escandaliza de que los indios honrasen a la Madre de Dios en la ermita por sus cofrades erigida, precisamente para reemplazar, y con ttulo anlogo, la romera idoltrica de la Tonantzin? Increble, por otra parte, es que la imagen de Guadalupe, "bastante bien pintada, devota y atractiva", y milagrosa, aadimos, fuese enviada por los frailes a una ermita que nunca estuvo a su cargo, sino al del clero secular. Siendo all grande y general el culto, la habran defendido por suya los frailes con el tesn que solan, y mas an contra el seor Montfar, a quien en tales casos y por menores cosas se opusieron. Aos lucharon por retener los templos y conventos que haban fundado, en que vinculaban sus privilegios y exenciones. Al P.

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Bustamante, provincial, tocaba reclamar la ermita para su Orden y mantener la devocin ya encendida con la fama de los milagros, en vez de pretender aniquilarla con enojo. Y de ser cierto que los espaoles impusieron a la Imagen y ermita el nombre de Guadalupe, lo habran hecho sin conocimiento y aprobacin de los franciscanos fundadores? hubieran mostrado en ese punto contrariedad los frailes parciales de Bustamante? "Hacia los aos de 1555 y 1556 comenz a encenderse la devocin con motivo de la curacin milagrosa que refera el ganadero, y se cont tambin la aparicin simple ( ese otro indio) de que hablan Juana Martn y Surez de Peralta. Estaban entonces en boga y continuaron mucho despus las representaciones sacras de autos o misterios, a que los indios eran aficionadsimos. D. Antonio Valeriano... tena capacidad suficiente para esta clase de composiciones. l u otro aprovecharon la relacin de los milagros de Ntra. Sra. de Guadalupe, y tomando por base la Aparicin que se refera, aadieron circunstancias que dieron forma y animacin a la pieza, sin intencin de hacerlas pasar por verdaderas, como suelen hacer todava los autores dramticos. La historia de la Aparicin tiene una contextura dramtica que primera vista se advierte... Esta seria la pieza o relacin mexicana que cay en manos de Snchez, quien la tom al pie de la letra y la di por historia verdadera." Notaremos de paso que ya Snchez es mero copista, no inventor ni aun de las circunstancias de la historia: tom la relacin al pie de la letra. Tuvo, por consiguiente, los papeles que dijo en su prlogo. "Hizo lo dems el espritu de la poca, propenso a aceptar sin examen, como obra meritoria todo lo milagroso. Se haba contado la aparicin de Ntra.Sra. de Guadalupe a un pastor, y la sabran por sus antepasados los testigos indios de las informaciones de 1666, fcilmente le acomodaron las circunstancias. que corran ya con general aceptacin." Contra su autor se vuelve esta conjetura. Sealado como punto capital el de la aparicin de Nuestra Seora de Guadalupe a un pastor, a eso tenan que acomodarse las circunstancias, pero de suerte que siempre se distinguieran. Y no fue as; no era pastor Juan Diego, del cual dijeron los testigos que vi y habl a la Reina del cielo; ni ganadero el obispo, a quien se apareci la Santa Imagen. Confesar que las circunstancias declaradas por los testigos, corran ya con general aceptacin, es confesar que su declaracin es verdadera: afirmaron lo que haban odo, lo que saban por sus antepasados. Se justifica, pues, a los testigos indios y mayormente a los no indios. Corran las circunstancias, repetiremos, con general aceptacin, con la misma que mereci y con que ha corrido hasta hoy la declaracin de los testigos, por fuerza descargados de las tachas de contagio moral y extravo del sentimiento religioso: porque tales circunstancias, que Snchez copi al pie de la letra, no proceden del espritu de la poca o de una muchedumbre annima: estn todas, absolutamente todas, en la Relacin primitiva, no formada a pedazos, del modo que presumio tambin don Juan Bautista Morales, sino hecha de una pieza, y de la que es autor don Antonio Valeriano. Tiene contextura dramtica. Cierto, como toda historia. Pero no representable, porque en ella habla siempre el historiador. Por lo cual no cabe confundirla con los autos sacramentales o misterios, a que los indios eran aficionados. Ni admitimos que haya sido compuesta tomando por base la Aparicin a que se refera, "con motivo de la curacin milagrosa que refera el ganadero", cuando se cont "tambin la Aparicin simple (a ese o a otro indio) de que hablan Juana Martn y Surez de Peralta". Ignoramos de dnde saca el seor Garca Icazbalceta que el ganadero fuese indio y que se le haya aparecido la Santa Virgen. Nada de eso escribi el virrey Enrquez, nico

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en informar del caso. La imagen devotsima, que ha hecho muchos milagros, aparecise entre unos riscos: es la aparicin original narrada por Surez de Peralta. Y que se apareci a Juan Diego en Tepeycac la amada Seora Santa Mara, leemos en el testamento llamado de Juana Martn. Donde intervienen documentos, ya no valen conjeturas. Aqu se ve el alma de la tradicin. Las circunstancias que el testamento citado no tiene y se hallan en Valeriano, corran con general aceptacin: luego son igualmente tradicionales, pues que de sus antepasados las supieron los testigos indios y no indios de 1666.

Referencias (todas originales del Lic. Velzquez)


[1] CARD. VIVES, Compendium Theologiae Dogmaticae, Romae, 1905, nm. 649. [2] VERA. Informaciones sobre la milagrosa aparicin de la Santsima Virgen de Guadalupe, recibidas en 1666 y 1723, Amecameca, 1889, pgs. 23 y 29 [3] MENDIETA, Historia Eclesistica Indiana, lib. III, cap. XLIX, MOTOLINA, Memoriales, cap. 36, J. GARCA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumrraga, Documentos, nm. 6. [4] J.G.ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumrraga, Documentos, nm. 1 y 10 13 y 25. [5] Historia Eclesistica Indiana, lib. V, Pte. 1, cap. XXVIII. [6] J.G.ICAZBALCETA, Cdice Franciscano, Mxico, 1889, pg. 291. [7] Don Fray Juan de Zumrraga, Documentos, pgs. 178, 204 y 195.

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Bibliografa:

VELZQUEZ Primo Feliciano, La Aparicin de Santa Mara de Guadalupe, Edit. JUS, edicin facsimilar de la primera edicin de 1931, 1981

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