La Problemática de La Lectura
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INDICE
I. PROBLEMÁTICA
I.a. LA ESCUELA
I.a.1. La primaria
I.a.1.a. “Calificacionitis”
I.a.1.b. Exceso de Tareas
I.a.1.c. Los programas de estudios
I.a.1.d. Facilidades escolares
I.b. EL HOGAR
I.c.1. La televisión
I.c.2. La radio
I.c.3. Los juegos de video
I.d. LA SOCIEDAD
I. PROBLEMÁTICA
Las deficiencias en la lectura surgen principalmente en la infancia, en donde la
escuela y el medioambiente influyen de manera determinante en el desarrollo de
los hábitos. Pero por desgracia no podemos echar el tiempo atrás y corregir las
circunstancias que no le permiten a un adulto, ahora, leer con eficiencia. Es por
eso que analizaremos cada etapa, primero la de la infancia y adolescencia, y
luego, la de la juventud y madurez, para así encontrar posteriormente, soluciones
en cada caso que no sólo corrijan defectos actuales, sino que, además, eviten
que éstos se vuelvan a presentar en generaciones futuras.
I.a. LA ESCUELA
¿Dónde empieza el problema de la lectura? ¿Dónde se encuentran los
responsables de que los niños lean tan poco? No hay muchos lugares en donde
buscar: o es en el hogar, o es en la escuela, y para mí no hay duda alguna: es en
el ámbito educativo donde se genera y se afianza el desinterés de los niños por
leer. No eximo a los padres de su complicidad en el problema, pero en la mente
de los niños la escuela representa la fuente suprema de conocimientos y por lo
tanto, definirá la actitud que durante toda su vida vayan a asumir frente a
cualquier aspecto relacionado con el estudio, y la lectura es uno de ellos. Si a
nuestros niños, o adolescentes, no les gusta leer, es porque en la escuela no les
fomentaron el gusto por los libros.
Habrá maestros que se defiendan diciendo que difícilmente podrán formar
lectores si en los hogares nadie colabora, pero, independientemente de que a
continuación apoyaremos la acusación con argumentos irrefutables,
mencionaremos uno que por sí solo sería determinante: si los maestros
consideran importante para el futuro de nuestros hijos el que sean buenos
lectores, y no lo logran, ellos son responsables del problema. Y si no les importa
el que les guste leer o no, con más razón aún, ellos son responsables del
problema. El hecho de que en el hogar a nadie le interese que el niño lea podrá
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por Eduardo Rhó
ser por ignorancia, pero si eso sucede en la escuela siempre será por falta de
voluntad.
Ahora, debo aclarar algo muy importante. Cuando uno generaliza en torno
a un asunto tan grave, corre el riesgo de afectar a entidades inocentes y, por
supuesto, esa no es mi intención. Estoy plenamente consciente de que hay
personas, instituciones educativas y países, incluso, que desarrollan una
actividad muy meritoria en relación al tema que aquí tratamos, y van hacia ellos,
no sólo mis disculpas por cualquier comentario que sientan en contra suya, sino,
además, todo mi aliento para que sigan por ese camino y que amplíen cada vez
más su área de influencia. Pero por desgracia, todos ellos representan una
pequeña minoría y se pierden en un universo de deficiencias demasiado grande.
Seguiremos generalizando, pues, y como dice el dicho: “A quien le quede el saco,
que se lo ponga”.
I.a.1. La primaria
La primaria es una de las etapas más importantes en desarrollo educativo de
cualquier persona. Y lo es porque a esa edad el niño atraviesa por los años de
mayor percepción, y es en su transcurso cuando formará los hábitos que regirán
su conducta por el resto de su vida. Una buena primaria podrá suplir las
deficiencias de una educación superior pobre, pero una buena universidad jamás
podrá resolver los problemas causados por una educación básica deficiente.
Y sí, ustedes adivinaron, es en la primaria en donde se originan los
problemas de lectura. Y no porque las técnicas que les enseñan a los niños para
que aprendan a leer estén equivocadas. No, lo es porque el sistema educativo, a
través de todos los elementos que lo conforman, se empeña constantemente en
transmitirles, durante todos los años que los tienen a su cargo, la idea de que el
estudio es aburrido, de que debe reemplazar al juego y que servirá para mantener
sobre ellos una permanente amenaza de castigo. Se dejan llevar por el triste
paradigma de que “se va a la escuela a sufrir”, y lo hacen con tanta “eficiencia”
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que el odio hacia el estudio, consciente o inconsciente, les dura a los niños por
siempre.
Analizaremos el problema con detenimiento.
I.a.1.a. “Calificacionitis”
A los animales irracionales, y me refiero a los que no son humanos, porque
también existen, se les amaestra utilizando la técnica tradicional del premio y el
castigo. Si hacen lo que queremos los gratificamos con una galleta, o un pedazo
de carne, o un pescado, según la especie en cuestión, y si no, les demostramos
nuestro enojo negándoselos, o con un gesto de desaprobación, o incluso, por
desgracia, con latigazos o golpes. Parece funcionar muy bien, porque si vamos a
algún circo podremos verlos realizar las piruetas más inverosímiles una y otra vez
con mucha seguridad. Y por lo visto, dado su éxito, los pedagogos, aunque no
todos por suerte, la adoptaron para los niños: “Haces lo que te digo y te pongo
una buena calificación, y todos te felicitarán. No lo haces y te pongo una mala, y
ya sabrás cómo te va con tus padres”.
Genial. Entonces tenemos a millones de niños estudiando por un “diez”*,
amenazados por un “cero”. Pero, ¿qué pasa cuando no hay en juego ni un “diez”
ni un “cero”? Nada, por supuesto. ¿Por qué tendría que pasar algo?
Este tipo de “motivaciones” basado en los premios y los castigos tal vez
produzca algunos resultados satisfactorios a corto plazo, pero estarán
engendrando sentimientos que, a la larga, serán muy perjudiciales. Tarde o
temprano la idea de que “yo no voy a estudiar porque me gusta sino porque estoy
obligado a hacerlo” aflorará, y en ausencia de premios o castigos concretos
derivará en desinterés y apatía. La falta de convicciones siempre tendrá como
marco la mediocridad.
Pero las consecuencias de este sistema de calificaciones puede adquirir
matices mucho más dramáticos. Mala es la desidia, pero peor es el miedo. Uno
puede alejarse de algo tanto por falta de interés como por el temor a acercarse, y
en este sentido las malas calificaciones tienen asegurado un lugar preponderante
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-Una calificación numérica, o alfabética, poco nos dice sobre las causas de
las dificultades que un niño pueda tener con alguna materia, y así se diluyen las
posibilidades de ayudarlo en el momento en que se detectan.
-Crean falsas expectativas y decepciones, haciendo creer que por tener
buenas calificaciones el niño tiene el futuro asegurado o que, por el contrario, por
tenerlas malas sus posibilidades de tener éxito en la vida desaparecen. Todos
conocemos casos, si no el propio, en que excelentes alumnos jamás logran
desarrollarse profesionalmente, u otros en los que pésimos estudiantes llegan a
los primeros lugares del mundo científico o cultural.
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-Bueno, pero finalmente, ¿cómo afecta todo esto a la lectura? ¿Por qué
debemos considerar a las tareas enemigas del gusto por leer?
incluso, de dos niños que asisten a un mismo salón de clases. Por más que
pretendan generalizar, seguirán siendo distintos. Cada materia representará un
reto distinto para cada uno y los ritmos de aprendizaje variarán, incluso, de
acuerdo al tema que se trate.
Si las estrategias pedagógicas de un sistema educativo no permiten
adaptar sus objetivos a las características de cada lugar, e incluso, de cada niño,
estaremos sometiendo a todos ellos a presiones que, sin duda, los alejarán del
rendimiento óptimo y reforzarán la idea preconcebida y generalizada de que a la
escuela vamos a sufrir. La relación escuela/libro vuelve a surgir y la lectura es
relegada una vez más a la categoría de las actividades indeseables.
Tal vez piensen que el concepto educativo que dejo entrever en las críticas
que hago son producto de alguna fiebre idealista o que simplemente me dejo
llevar por algún tipo de afán destructivo, pero en ninguno de los casos es así.
Jamás me atrevería a hacer reclamo alguno si no supiera que los cambios que
pretendo ya han dado buenos resultados en otros países, y que en ellos han
basado su despegue tecnológico, social y económico.
Yo no tengo que ir tan lejos para comprobarlo. Mis hijas, jóvenes brillantes,
estudiaron en un sistema en el que jamás en la etapa correspondiente a nuestra
primaria les pusieron una calificación numérica, aunque sí se les llevaba
individualmente un control detallado de sus avances y dificultades, materia por
materia. Y si tenían que hacer algo en la casa era porque ellas lo querían, no
porque estuvieran obligadas. Recuerdo su angustia por perderse algún día de
clases. Actividades creativas, juegos y trabajo se mezclaban con lectura de
cuentos, obras de teatro y cine, y con excursiones fuera de la ciudad para no
perder el contacto con la naturaleza. Los programas de estudio eran establecidos
por los propios maestros al inicio de cada periodo escolar y revisados
semanalmente para evaluar su eficiencia. A la fecha mantenemos una gran
amistad con varios de los maestros que las tuvieron a su cargo, y seguimos
apreciándolos tanto por su valor personal como cultural. Y no les voy a hablar de
los logros de mis hijas porque tal vez lo consideren una opinión muy parcial, pero
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difícilmente podré ocultarles el orgullo que siento por ellas. Creo que hay mucha
gente que se merece ese sentimiento y por eso lo comparto. Todos sabemos que
es necesario un cambio. Ojalá nuestras autoridades se decidan a realizarlo, y que
antes de llevarlo a cabo sepan mirar hacia arriba.
I.b. EL HOGAR
En un día normal de escuela, de las catorce horas en que el niño está activo,
restándole a veinticuatro diez de sueño, más de la mitad se la pasa atendiendo
directa, o indirectamente, órdenes de su maestro. Entre el tiempo en que asiste al
salón de clases y las tareas, más de siete horas por día está pensando en lo que
él dice y hace, o en lo que él dijo o hizo. ¿Cuántas horas por día crees que sus
padres logren ese mismo tipo de atención? Una, o tal vez dos. En la casa, el niño
tiene que repartir el tiempo entre sus responsabilidades como hijo y la
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I.c.1. La televisión
La televisión, el gran monstruo del siglo veinte. Imágenes y sonidos programados
en los hogares de todo el mundo. El sueño de la comunicación universal hecho
realidad.
Sobre lo de "comunicación universal" creo que todos estamos de acuerdo.
¿Pero será realmente un "sueño hecho realidad"? Tal vez sí para quienes
dominan los centros de poder. Bastará tener mucho dinero para tener la
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I.c.2. La radio
La radio, a todas luces, es menos "peligrosa" que la televisión, pero su inocencia
no es total. Si bien no transmite imágenes, el hecho de estar emitiendo señales
sin necesidad de prestarle atención directa la convierte en el medio ideal para
transmitir mensajes subliminales, es decir, frases o textos que escondidos en
alguna secuencia publicitaria, aprovechando la distracción, burlan nuestras
defensas psicológicas almacenándose como ciertas, aún sin haber sido
analizadas.
Escuchamos radio mientras hacemos ejercicio, o mientras caminamos o
corremos. También cuando manejamos, cocinamos, comemos, dormimos,
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trabajamos y todos los etcéteras posibles. Escuchamos radio una buena parte del
día, y los dueños de las estaciones y las agencias de publicidad saben muy bien
cómo aprovecharlo. Pero si bien los alcances de semejante bombardeo de ideas
puede alterar nuestras decisiones, la radio tiene un efecto, para mí, mucho más
perjudicial: invade nuestra privacidad. Prendemos la radio para no sentirnos
solos. Es natural buscar compañía, es parte de la naturaleza del hombre, pero la
soledad, en ciertos momentos es necesaria. Cuándo, si no en ese lapso de
tiempo, podremos meditar sobre las experiencias y sacar conclusiones. Cuándo,
si no, podremos intimar con nosotros mismos.
Por eso, ver a alguien con la radio pegada a la oreja todo el día, es ver a
alguien que tiene miedo de enfrentar su realidad. Sé que las hay complejas y si
ese fuera el caso deberíamos alegrarnos de que la evada escuchando música y
no intoxicándose con alguna sustancia. Pero existen otros, la gran mayoría tal
vez, que lo hacen por pereza. A mucha gente no le gusta pensar, y no
precisamente por falta de capacidad.
Pero, ¿qué culpa tiene la radio de todo esto? -podrían preguntarme. Pues
la misma que el alcohol en relación a un alcohólico. La radio no es más que un
medio, pero existe, y es aceptado con demasiada ligereza, a mi entender, aunque
en su defensa podría decir que, al ser socialmente aceptada su adicción, podría
facilitarnos la detección de aquellos que necesitan ayuda. Porque todo aquel que
por miedo o por desidia huya de sí mismo, sin duda la necesita.
Creo oportuno mencionar en este momento, que no estoy en contra, ni de
la televisión ni de la radio, aunque tal vez les haya quedado esa impresión.
Reconozco que estos medios, utilizados con inteligencia de ambos lados del
aparato receptor, podrían ser de mucha utilidad. Pero de lo que sí estoy en contra
es del exceso. Existiendo la literatura, en contraparte, pasar demasiado tiempo
bajo la influencia de la televisión o de la radio, lo considero una brutal pérdida de
tiempo.
I.d. LA SOCIEDAD
Para nuestro análisis, consideraremos sociedad al medio que rodea a una
persona, incluyendo a su familia, maestros, amistades, compañeros y a toda la
información que entre en contacto con ella sin importar su fuente. A pesar de que
ya revisamos individualmente varios de esos elementos, ahora los
consideraremos como parte de un ente omnipresente que abarcará por completo
la vida de esa persona.
Esta sociedad, la de cada uno de nosotros, que con vida propia nos
encasilla en los límites, muchas veces inexpugnables, que desde nuestro
nacimiento fija para nosotros, ejercerá su mandato dictatorial influyendo en cada
decisión que tomemos, premiándonos si la seguimos y adulamos, y castigando
nuestros intentos de rebeldía.
Dentro de una sociedad que no lee, hacerlo significará afrontar el riesgo a
ser distinto, con todo lo que ello implica, y muchos no estarán dispuestos a
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correrlo. Es tal el miedo al aislamiento, que una gran mayoría, antes que abrir un
libro, prefiere suicidarse, intelectualmente hablando, incorporando a sus
preceptos filosóficos un triste concepto, y letal para su inteligencia, que los alejará
para siempre del pensamiento liberador: “La felicidad se encuentra en la
ignorancia”.
Así como un niño es el reflejo de los hábitos lectores de su familia, un
individuo lo es en relación al grupo social en el que vive. Una persona “no lectora”
proviene de una sociedad “no lectora”, dentro de la cual podremos encontrar
ciertas características que claramente la identificarán como tal:
mandamiento, ya sea por error de cálculo o por algún ingenuo intento de excitar el
mercado con precios bajos, resultará fatal desde el punto de vista económico. En
muchos de nuestros países, aún regalados, los libros seguirían resultando caros.
Porque caro, o barato, es un término relativo, y dependerá del valor que esa
compra tenga para nosotros. No es lo que cuesta, sino el uso que le demos.
Aunque todo tiene sus límites.
Podremos desear profundamente un libro y encontrarlo a un precio que por
la importancia que reviste para nosotros resulte barato, pero si equivale a nuestro
presupuesto en alimentos para una semana, con toda seguridad preferiremos
quedarnos con las ganas de leerlo, lamentándonos, más que de la causa, del
triste efecto de la escasez de lectores.
sentimiento en particular, para salir cargado con obras que calarían hondo en
nosotros y que recordaríamos por años. Si existen todavía, sólo será en aquellos
lugares en donde aún se lea, seguramente lejos, muy lejos de nosotros.
Pero el problema va mucho más allá. Las librerías han dejado de ser esos
“santuarios” para intelectuales, exuberantes en títulos y en ediciones antiguas,
refugio de románticos buscadores de piedras filosofales, para convertirse, simple
y tristemente, en burdos supermercados de papel encuadernado con tapas
multicolores. Sus objetivos cambiaron de la difusión de cultura a la búsqueda fría
de la utilidad económica. ¿Sabías tú que del precio de venta al público, la librería,
por el simple hecho de exhibir el título, se queda con más del cincuenta por
ciento? Pues así es. La editorial, que es quien debe hacer toda la inversión,
recibe alrededor de un cuarenta y cinco por ciento, y el autor, quien, al fin de
cuentas, es el que inicio la cadena, cobra un cinco por ciento o menos. Por
supuesto que en estos números hay excepciones. Las “superestrellas” de la
literatura tienen tratos, por lo general, muy ventajosos, pero aún así siempre será
la librería la que se lleve la tajada mayor. Y no hablemos de los plazos para pagar.
Un autor medianamente conocido podrá empezar a recibir sus regalías seis
meses después de que su obra se puso a la venta, lo que significa, considerando
su elaboración y edición, año, o año y medio, después de empezar a escribirla.
Pero si triste es el trato que las librerías le dan a editoriales, autores y,
principalmente, al público, más lo es su cantidad. Dado que su objetivo es el de
generar dinero, el mercado es un factor vital para su existencia, y en
consecuencia, el número de establecimientos dedicados a la comercialización de
libros será una muestra clara de las necesidades de lectura de ese lugar.
prestado. Es una idea que funciona desde hace siglos y ha beneficiado a muchas
generaciones.
Pero también los gobiernos tienen que justificar sus gastos (casi siempre),
y a menos que exista un clamor popular, prefieren destinar el dinero del
presupuesto a obras de mayor provecho electoral. Si la escasez de librerías
pudiera representar la falta de recursos económicos de los habitantes de un lugar
para comprar libros, la de bibliotecas representará su desinterés total en la
lectura.