Este documento describe los territorios psicotrópicos en Oporto, Portugal, donde ocurren actividades relacionadas con drogas ilegales como la heroína y la cocaína. Identifica tres tipos de áreas: puntos de mercado donde se venden drogas, puntos de consumo, y zonas para obtener fondos para comprar drogas. Estos territorios suelen ubicarse en barrios pobres con poco control social. El documento analiza la anatomía de estos territorios y cómo el discurso dominante ha estigmatizado estos lugares, l
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
175 vistas16 páginas
Este documento describe los territorios psicotrópicos en Oporto, Portugal, donde ocurren actividades relacionadas con drogas ilegales como la heroína y la cocaína. Identifica tres tipos de áreas: puntos de mercado donde se venden drogas, puntos de consumo, y zonas para obtener fondos para comprar drogas. Estos territorios suelen ubicarse en barrios pobres con poco control social. El documento analiza la anatomía de estos territorios y cómo el discurso dominante ha estigmatizado estos lugares, l
Este documento describe los territorios psicotrópicos en Oporto, Portugal, donde ocurren actividades relacionadas con drogas ilegales como la heroína y la cocaína. Identifica tres tipos de áreas: puntos de mercado donde se venden drogas, puntos de consumo, y zonas para obtener fondos para comprar drogas. Estos territorios suelen ubicarse en barrios pobres con poco control social. El documento analiza la anatomía de estos territorios y cómo el discurso dominante ha estigmatizado estos lugares, l
Este documento describe los territorios psicotrópicos en Oporto, Portugal, donde ocurren actividades relacionadas con drogas ilegales como la heroína y la cocaína. Identifica tres tipos de áreas: puntos de mercado donde se venden drogas, puntos de consumo, y zonas para obtener fondos para comprar drogas. Estos territorios suelen ubicarse en barrios pobres con poco control social. El documento analiza la anatomía de estos territorios y cómo el discurso dominante ha estigmatizado estos lugares, l
Descargue como PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 16
Introduccin
Al anlisis de las dimensiones psicolgi-
ca, social y biolgica del fenmeno droga debe sumarse el del espacio donde aquel ocurre, as como la interaccin entre todos ellos. Con todo, una mirada sobre lo que la produccin cientfica ha dicho en Portugal en cuanto al estudio de la psicoactividad ilegal (Fernandes y Pinto, 2002) puso reciente- mente al descubierto el desinters por los entornos territoriales. En este texto no es eso lo que ocurre. En l hay una mirada sobre las calles y callejuelas, los ngulos y los es- condrijos, las esquinas y las escaleras donde la droga se sirve, se hace, se vende, se com- pra y se pasa, incluso a escondidas de quien por all pasa. El anlisis presente es fruto de la combi- nacin de dos formas de observacin de las actividades marginales: investigaciones et- nogrficas y experiencias de campo en el seno de equipos de calle de reduccin de da- os asociados al consumo de drogas y a la prctica de la prostitucin. Desde 1990, ve- nimos realizando investigacin etnogrfica en contextos urbanos que el discurso domi- nante designa por hipermercados de la dro- ga: barrios sociales perifricos e intersticios apropiados por junkies (Fernandes, 2000; 2001; Fernandes y Neves, 2002). El trabajo de calle en equipos de reduccin de daos nos ha permitido, desde hace seis aos, ac- tualizar los datos de las investigaciones an- teriores, extendiendo los contextos de obser- 147 EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL: TERRITORIOS PSICOTRPICOS Y POLTICAS DE LA CIUDAD LUS FERNANDES* Y MARTA PINTO** *Profesor de la Facultad de Psicologa y Ciencias de la Educacin. Universidad de Porto. Porto (Portugal). **Psicologa Clnica. Centro de Atencin a Toxicodependientes (CAT) de Cedofeita, Porto (Portugal). * Lus Fernandes est Doctorado en Psicologa del Comporta- miento Desviado por la Universidad de Oporto. Miembro del Consejo Cientfico de Doctorado en Antropologa Urbana del Instituto Superior de Ciencias del Trabajo y Empresa de Lis- boa. Sus investigaciones se han centrado en el estudio etno- grfico de la marginalidad urbana, especialmente la expresin de calle del fenmeno de la droga. Ha publicado en obras co- lectivas y en revistas cientficas de Portugal, Canad, Francia y Espaa. **Marta Pinto es psicloga clnica, miembro de equipos de re- duccin de riesgos en las reas de apoyo a trabajadoras se- xuales y a usuarios de drogas. Es supervidora del Equipo de Calle G.I.R.V. Gaia en el Gran Porto. vacin a las reas suburbanas del Gran Oporto, dando cuenta de la evolucin de los territorios psicotrpicos y de las reacciones de control social que suscitan. Como es comn en otras metrpolis del capitalismo avanzado, son diversas las sus- tancias psicoactivas ilegalmente consumidas en Oporto. Todas ellas poseen matices parti- culares en la forma como toman vida en el seno de las dinmicas sociales, as como en su vertiente espacial. En estas lneas aborda- remos aquellas que frecuentemente hacen de la calle su casa y que fueron el blanco prefe- rente de la problematizacin en las ltimas dcadas: la herona y la cocana. En trminos simblicos, ambas fueron objeto de un recorte selectivo en relacin a los consumos que de ellas se hacen y al esti- lo de vida a ellas asociado: se destacaron sus facetas ms problemticas y se omitieron las relaciones ms funcionales que es posible establecer con ellas. Quien consigui consu- mirlas de esta forma se escondi de las mira- das ajenas, y quien no lo hizo se torn visi- ble por su degradacin. El junkie vendra a ser la figura corprea de este tipo de deca- dencia, y la herona y la cocana fueron aso- ciadas a su imagen haciendo, en gran parte, suyos los lugares del junkie. Es de esos lugares de los que ahora nos ocuparemos: los lugares urbanos de vida de la herona y de la cocana en su expresin de la calle. Les hemos llamado, a lo largo de nuestros trabajos etnogrficos, territorios psicotrpicos: seductores de individuos que tienen intereses en torno a las drogas, con un programa comportamental orientado ha- cia los aspectos instrumentales ligados a un estilo de vida en el que aqullas tienen un papel importante. Se configuran como terri- torios a travs del reconocimiento de las funciones que desempean y de los com- portamientos de defensa en relacin a ex- traos por parte de los actores que se apro- pian de dichos territorios. Se estructuran como intersticio espacial, constituyendo el eslabn final de la maquinaria de distribu- cin de las drogas. Un territorio psicotrpi- co es un escenario de conducta de acuerdo con el concepto propuesto por la psicologa ambiental: tiene como funcin importante clarificar los papeles y las expectativas de los actores en presencia, a travs del inter- conocimiento de su repertorio comporta- mental. El escenario de conducta concibe a los individuos como annimos y equipoten- ciales, no dependiendo para su funciona- miento de algn actor en concreto, lo cual explica su resistencia a las embestidas del control social. Comenzaremos por interrogar a la geo- grafa psicotrpica portuense. Se trata de describir la anatoma de estos territorios y las relaciones que la ciudad establece con ellos, dando cuenta tambin de la existen- cia de una nueva figura de marginalidad: el aparcacoches. Enseguida exploraremos la produccin simblica que el discurso domi- nante ha difundido insistentemente a tra- vs de la comunicacin social a propsito de estos lugares y la consecuente reaccin de los poderes pblicos en relacin a aque- llo que entienden por transgresin y desor- den. 148 USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS Territorialidad junkie Los actores del psicotropismo, para poner en prctica las actividades ligadas al mundo de la herona y la cocana, se apropian de de- terminados lugares de la ciudad cuyos perfi- les ecosociales se revelan como los ms adecuados. Utilizando como criterio esa te- rritorializacin funcional de los espacios, po- demos enunciar tres tipos de zonas de la- bor psicotrpica: puntos de mercado; puntos de consumo; zonas de adquisicin de fondos. La divisin entre estos tres tipos de reas no es rgida ni su funcionalidad es obligato- riamente exclusiva: en algunas zonas de confluencia se desenvuelven simultnea- mente las tres actividades -venta, consumo de drogas y adquisicin de fondos. No obs- tante, principalmente en lo que respecta a los puntos de mercado, es habitual que se trate de lugares claramente connotados por slo una de esas actividades. Son secciones terri- toriales donde una funcin remite a un se- gundo plano todas las otras que el lugar po- dra asumir. Pasan a ser espacios de eso y no de otra cosa cualquiera 1 . Enclaves de fun- cin que se distinguen, por lo que en ellos se hace, de todo el espacio circundante, atrave- sando lmites fsicos bien definidos. La terri- torialidad de las actividades psicotrpicas crea, pues, divisiones claras en los espacios urbanos y esta segregacin puede ser fina hasta el extremo de, por ejemplo, distinguir las zonas de consumo fumado de las de con- sumo inyectado -la discriminacin a la que los fumadores de herona y cocana someten a los que se pinchan corresponde, en esos casos, a una segregacin espacial. Puntos de mercado Habitualmente, estn ubicados en las zo- nas ms pobres de la ciudad, aquellas que constituyen su periferia social y hasta espa- cial, y donde el control social informal perdi fuerza. Hay cerca de 40 barrios sociales en Oporto, pero slo algunos de ellos asumieron esta funcionalidad -los que reunieron las condiciones socio-ecolgicas ideales a la aparicin de este tipo de mercado. Son esas idiosincrasias que explican el hecho de que los vendedores de herona y cocana a veces no sean autctonos y s arrendatarios que alquilan aquel espacio solamente para co- mercializar las sustancias y que, fuera del horario de venta, habitan en otras zonas de la ciudad. Los trazos ecolgicos de determi- nado lugar le prestan, por eso, un valor co- mercial particular. Las estrategias de venta, as como la can- tidad y organizacin del personal implicado, dependen del volumen de negocio que se lle- va a cabo diariamente. En Oporto, los puntos de venta tienen dimensiones muy variables -en una metfora, algo que puede variar en- tre el ultramarinos de la esquina y una gran superficie En ncleos urbanos y periurba- nos, donde la censura social es fuerte y don- de hay un interconocimiento razonable entre los residentes, la venta tiende a ser realizada de forma discreta en pequeos puestos (por ejemplo, en casas abandonadas) o a cielo 149 EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL: TERRITORIOS PSICOTRPICOS Y POLTICAS DE LA CIUDAD descubierto en espacios intersticiales. Los vendedores son frecuentemente toxicode- pendientes u otros actores que ven en esa actividad una alternativa econmica tentado- ra, pero que lo hacen de manera poco estruc- turada, con un volumen de negocios modes- to. Esta falta de profesionalismo es a veces tan grande que llegamos a presenciar la es- cena siguiente: varios clientes y el propio vendedor esperaban ansiosamente la llegada del producto. Entretanto se aproximaron dos personas con un aspecto algo distinto que, desde luego, no caus desconfianza y que permanecieron tambin all a la espera, como si de compradores se tratase. Cuando las sustancias finalmente llegaron y el negocio se estableci, sucedi lo ms imprevisible: los policas se identificaron como tales. Esto sera imposible en un mercado ms profe- sionalizado. En paralelo a este comercio hay otro, de mayores dimensiones, que se instala casi siempre en los barrios sociales degradados y cuyo volumen considerable de negocios se debe a la totalidad de pequeas dosis de he- rona y cocana vendidas a una enorme pro- fusin de clientes. Supone la contratacin de varios trabajadores (muchas veces drogadic- tos) y la existencia de jerarquas entre ellos: desde los capiadores (que atraen clientes buscando desviarlos de la concurrencia), a los vigas (que hacen sonar la alarma en caso de sospecha de presencia policial), a los preparadores (muchas veces nios que ha- cen, por ejemplo, el empaquetamiento del producto), a los transportadores (que reco- gen las sustancias de los abastecedores), etc. Implica tambin una eleccin del lugar de venta en base a criterios especficos (por ejemplo, de acuerdo con la inaccesibilidad que tiene en relacin a las redadas policia- les), as como la contratacin de servicios, como el del almacenamiento del producto de tal forma que el vendedor no tenga consigo enormes cantidades, en el caso de una em- bestida sorpresa por parte de la polica 2 . En el fondo, constituyen pequeas em- presas de trabajo informal que mueven miles de euros por da y alrededor de las cuales se monta tambin todo un circuito comercial paralelo, que beneficia financieramente a una parte de la poblacin marginal que habi- ta en las cercanas. Un ejemplo claro de eso: una de las vecinas de uno de los ms conoci- dos dealers de Oporto aprovechaba la gran afluencia nocturna de enganchados y los lar- gos perodos de tiempo que perdan en la cola de espera (que a veces serpenteaba por las escaleras desde el 5 piso hasta la calle) para venderles bifanas (conocida comida tpica portuense). Otro ejemplo ilustrativo es la posibilidad que los autctonos tienen de comprar a los resacados todo tipo de bienes por precios irrisorios. Para personas de par- cos recursos esta es una oportunidad nada despreciable. Estos mercados de mayor dimensin pro- pician una clara diferenciacin entre los que compran y los que venden, entre los resaca- dos y los camellos, como se designan mutua- mente. Estos, incentivados por la rivalidad con los vecinos que compiten en la misma actividad, ostentan muchas veces su poder econmico, que contrasta ntidamente con la 150 USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS degradacin fsica de algunos de sus clientes 3 . Y este es uno de los factores que contribuyen en la compleja relacin que se establece entre ambos actores: los consumi- dores de drogas manifiestan frecuentemente sentimientos de odio y de revuelta hacia las figuras que ven como explotadoras implaca- bles de su dependencia, pero al mismo tiem- po las defienden acrrimamente de la polica encubriendo con todo el esfuerzo necesario la ilegalidad de sus actividades. Es esta in- terdependencia mutua la que confiere gran solidez al mercado. Los barrios sociales donde estos merca- dos funcionan tienen los mecanismos de control social formal debilitados. Las fuerzas policiales tienen una enorme dificultad para entrar all, porque su presencia desencadena reacciones violentas (y, a veces, armadas) por parte de un numero significativo de resi- dentes. Es la propia representacin de la po- lica en cuanto fuerza de mantenimiento del orden la que aqu se pone en causa: muchos de los habitantes de estos barrios ven en los agentes policiales figuras persecutorias y no de proteccin. Adems, la percepcin y los sentimientos negativos frente a los policas ya estn tan enraizados en algunos lugares que podemos fcilmente encontrarlos en los nios ms pequeos. Tambin el control social informal est debilitado. Los habitantes que no aceptan con facilidad la venta de drogas en su zona de residencia no consiguen, por eso, impe- dirlas. Nacen as rupturas sociales que se traducen en discontinuidades en el propio espacio. El mercado de calle queda entonces circunscrito a una unidad territorial evitada por los que no participan en ese mundo. En uno de los barrios estudiados, constituido por cinco torres de pisos, todo el aglomerado poblacional se reorganiz de forma que no se quebrase este principio: para que la com- pra y venta de herona y cocana se concen- trase en una sola torre se llegaron a permu- tar casas. Esa recomposicin espacial permiti un reequilibrio de las dinmicas so- ciales y hoy, cuando por all paseamos, en- contramos una discontinuidad ntida entre un segmento espacial donde circulan casi ex- clusivamente los actores de las drogas en su frenes cotidiano y otro donde son otros el tiempo y los actores. Donde las tradicionales mujeres mayores de delantal conversan entre s, atentas a los nietos que juegan en la calle; donde se venden golosinas a los nios en mostradores improvisados; donde vecinas paran para tomar caf en el centro social y charlar sobre la vida y sobre los mocitos tan jvenes y guapos que se pierden en la dro- ga. Puntos de consumo Son lugares marginales que habitan el in- tersticio. Intersticios de espacio, intersticios de tiempo. Son lugares donde parar significa viajar. Lugares de discontinuidad con el fre- nes que gira en el lado de fuera. Para la in- yeccin y el humo se tiene que estar tranqui- lo, sin algazara ni agitacin 4 . Es un momento que tiene que ser apreciado en cada milsima de segundo que lo constituye. 151 EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL: TERRITORIOS PSICOTRPICOS Y POLTICAS DE LA CIUDAD Un interregno de tiempo, de silencio, en el que el sujeto se dobla sobre s mismo en un silencio autoindagador. Cada consumo es un fin, despus de todos los medios utilizados para alcanzarlo. Es, por eso, ntimo, lento, lejano, solitario. No se compagina con inte- rrupciones, ni ruidos, ni miradas furtivas. Mucho menos con los juicios morales de quien pasa. Hay, entonces, que vestirlo con muros, con vegetacin. Los lugares pblicos ms recnditos y adecuados a este momento vienen siendo casas abandonadas y terrenos baldos. Las fbricas que antao acogan la labor industrial de la urbe constituyen tam- bin escenarios ideales al sosiego que se busca. El junkie, slo con su jeringuilla, ya alejado, por degradacin relacional, de los lugares en los que antes consuma, tiene por hbitat para el chute la ciudad en decadencia -lugares en ruina. Estos espacios son casi siempre privati- zados por alguien que pasa a ser su dueo, alguien que por la fuerza o por usucapio 5 se impuso como propietario, instituyendo las reglas de convivencia en el lugar y usufruc- tuando retribuciones por su utilizacin. Lo que este actor recibe por permitir el uso por parte de otro del espacio en cuestin puede ser lo suficiente para que no sienta la necesi- dad de salir de all durante bastante tiempo. Adems, por el valor comercial que poseen, estos lugares no deben ser abandonados ni que sea por poco tiempo: los robos se suce- den (incluso se llevan las jeringuillas) y el espacio puede ser vandalizado o, peor, reo- cupado. Por eso, es frecuente que dos consu- midores de drogas exploten en sociedad co- mercial uno de estos lugares y se instalen en l de forma absoluta, dejando pasar va- rios aos sin que salgan de all 6 . Verificamos tambin este sedentarismo en relacin a los vendedores, pero por motivos diferentes: por el recelo de sufrir represalias si abandonan el barrio. A cambio de la prestacin de servicios como la inyeccin, la prestacin de material de inyeccin, o el simple permiso para la uti- lizacin de aquel espacio alejado de las mira- das indiscretas, los consumidores que explo- tan estos lugares satisfacen sus necesidades de narcosis con los resquicios del producto que sus clientes les dejan. En uno de los ba- rrios que estudiamos, uno de los consumido- res ms emblemticos de la ciudad construy una chabola en un terreno baldo fabricando una casa comercial de chute y a tal efecto construy un mostrador donde atenda a los otros consumidores y donde cre toda la lo- gstica necesaria para ese negocio. Su apodo era, curiosamente, Pico. Y una vez ms se constata el poderoso valor comercial de un espacio propicio a la concretizacin de activi- dades marginales. Zonas de adquisicin de fondos Porque la necesidad agudiza el ingenio, las maniobras usadas para la sustentacin financiera de los consumos de drogas son innumerables. Del vasto universo de las acti- vidades de adquisicin de fondos hay, con todo, dos que se destacan por la forma como se volvieron representativas del mundo de 152 USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS la droga en Oporto: la prostitucin en el caso de las mujeres y el aparcamiento de coches en el caso de los hombres. Haremos un breve apunte acerca de su concretizacin topogrfica. La prostitucin de calle asumi en los lti- mos aos una transformacin innovadora: a las tradicionales mujeres de la vida se jun- taron recientemente otras, toxicodependien- tes, que adoptaron la misma actividad. El tra- bajo sexual se revel como una forma ms o menos garantizada y fiable de conseguir el dinero necesario para las dosis diarias, popu- larizndose entre las consumidoras de dro- gas. Pero la presin de la resaca hace que se debiliten sus exigencias a los clientes: si la necesidad se impone, no importa el precio, ni el lugar, ni la modalidad sexual elegida, ni si- quiera si se usa preservativo o no. Lo que in- teresa es recibir el dinero rpidamente. Todas las reglas que antes se cumplan sin pensarlo dos veces se vuelven, en aquel momento, metas ftiles y lejanas. Principios de otros tiempos, que slo en otros tiempos preocupa- rn. All se vive el presente. El pasado y el futuro slo tendrn lugar en el despus. Esta desregulacin de la actividad es blanco de la furia de las prostitutas ms tradicionales por- que desregula el mercado. La coexistencia entre ambas es conflictiva por eso mismo. Porque la competencia es vista por las ms antiguas como desleal, por un lado, y como perturbadora de un mercado que estaba hace mucho instalado con cdigos de conducta propios. El hecho de que las toxicodepen- dientes hagan sexo sin preservativo y bajen los precios hace que aqullas vean dificultado el mantenimiento de sus exigencias a los clientes. Es frecuente, por eso, que las prosti- tutas ms tradicionales se unan para impedir la instalacin de las toxicodependientes en sus zonas, o que les apliquen el tratamiento habitual que dan a las novatas que osan ocu- par ese valioso territorio ya privatizado: la agresin del chulo. ste, en las concepciones del ciudadano comn, tiende a ser visto como un mero explotador del trabajo sexual de las mujeres, pero muchas veces asume la fun- cin de defensa de la(s) prostituta(s) que tie- ne bajo su proteccin (en relacin a clientes violentos, por ejemplo) y del propio territorio que, por sus caractersticas (especficamente su ubicacin en la urbe) tiene un valor co- mercial por el cual es necesario, literalmente, luchar. Ahora, la prostitucin tradicional se hace mayoritariamente en la parte central de la ciudad, en las zonas que rodean el centro histrico, donde hay una serie de pensiones en las cuales se ejerce esta actividad. Si las toxicodependientes no son aceptadas aqu, a dnde van? A las carreteras concurridas del cinturn perifrico de Oporto, en las pro- ximidades de los barrios sociales de mayor actividad psicotrpica. Se posicionan tpica- mente en lugares algo sombros y algo aleja- dos de las zonas residenciales y comerciales. Atienden a los clientes en los coches en los que stos se desplazan, no usando tanto las pensiones como es habitual en el otro merca- do paralelo. Son prostitutas sin despacho, que hacen lo que sea preciso, donde sea. Estas mujeres paran donde los otros cir- culan. Hablemos ahora de los que circulan 153 EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL: TERRITORIOS PSICOTRPICOS Y POLTICAS DE LA CIUDAD donde los otros paran: los aparcacoches. Al contrario de estas prostitutas, se concentran casi siempre en el centro de la ciudad. Priva- tizan el asfalto. Lo vuelven suyo. Incluso cuando la entidad municipal cree que los lu- gares de aparcamiento son suyos y all insta- la los parqumetros para rentabilizarlos, he aqu que los hombres del asfalto le hacen competencia: Deme la moneda a m. Si vie- nen los fiscales del Ayuntamiento yo pongo algn dinero en la mquina. Los aparcaco- ches no hacen ms que privatizar un espacio que antes era pblico exigiendo, de forma ms o menos evidente, ms o menos educa- da, una retribucin monetaria por la ocupa- cin de aquel espacio ahora rentabilizado. Y esta privatizacin queda, adems, sujeta a las leyes del mercado, de la oferta y de la de- manda: las reas de mayor inters estratgi- co desde el punto de vista del aparcamiento (por ser las ms buscadas por los automovi- listas) tienen una gran cotizacin en el mer- cado, llegando a ser alquiladas por el aparca- coches que detenta su propiedad a otros que de ella necesiten cuando l no est. Puesto que son espacios altamente valio- sos (que pueden generar ganancias diarias del orden de los 75 euros), no es raro que se hagan sociedades entre dos o tres aparcaco- ches que llevan a cabo entre ellos una ges- tin del sitio. As el lugar nunca est despro- tegido, a merced de una ocupacin competencial. Para que esto no pase y para que no existan perodos de rentabilizacin nula del aparcamiento, mientras uno de los miembros de la sociedad va a comprar el producto, el otro permanece aparcando y, en el momento de la compra siguiente, los pa- peles se invierten. Hay tambin reglas que aseguran la distribucin igualitaria de los beneficios. Por ejemplo, la alternancia en el abordaje a los clientes. El estudio de estas dinmicas revela una intrincada tela de reglas y trucos que son cuidadosamente aplicados con vista a la ren- tabilizacin de la actividad: desde la coloca- cin, en ocasin de cada aparcamiento, de tablas que faciliten la subida a las aceras sin daar las suspensiones de los coches, hasta la ropa que se viste (un aspecto cuidado es menos rentable). La presencia prolongada de un grupo de aparcacoches en una determina- da zona habitualmente origina una tica y una metodologa de trabajo comunes y la pe- nalizacin de las transgresiones. Por ejem- plo, si un aparcacoches, en estas circunstan- cias, robase a alguien en la zona, sera penalizado -normalmente con violencia fsi- ca- por los colegas, pues eso les traera mala fama y ahuyentara a los clientes. Esta preocupacin por el bienestar de los clientes, con la adopcin de una actitud agradable que conquiste la confianza de los automovilistas, es uno de los principios ms respetados por los aparcacoches con ms aos de carrera. Se ven como profesionales que aprecian su actividad y que buscan, de hecho, prestar un servicio que consideran til. Y es entonces y all -donde los desorde- nados ordenan- donde el junkie ordena el lu- gar que deber ocupar cada automvil en el espacio urbano comn, que a veces algunos de los ms enraizados preconceptos acerca de estos que caminan en el polvo se desha- 154 USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS cen en polvo. Por ejemplo, cuando personas de estratos sociales favorecidos entregan la llave de su Volvo al aparcacoches que ya co- nocen para que ste les estacione el vehculo cuando surja un lugar y, mientras tanto, van tratando de sus negocios. Como se comprender por todo lo dicho, la instalacin de un mercado psicotrpico en un barrio social crea complejas relaciones de dependencia entre los diversos actores que en l participan y que gravitan en su entor- no. Parte de la comunidad local se adapta a esa realidad y aprende a conseguir benefi- cios; los dealers y los junkies funcionan en interdependencia; y hasta los tcnicos de ca- lle necesitan establecer relaciones de colabo- racin con estos tres vectores que, por otro lado, tambin acaparan su intervencin. No debemos olvidar que, en esta intrincada tela, las fuerzas polticas y represivas tambin pueden obtener dividendos cuando quieren impresionar a los electores haciendo visitas de campaa o aparatosas operaciones poli- ciales de efmeros efectos. Dedicaremos la prxima seccin precisa- mente a la reaccin social a los territorios y a los actores que acabamos de analizar, cen- trndonos en dos instancias: la comunica- cin social y los decisores polticos locales. Efectos simblicos de los territorios psicotrpicos: la imagen predatoria de la ciudad La proliferacin de territorios psicotrpi- cos por la ciudad de Oporto, principalmente en su anillo perifrico de barrios sociales, tendr un fuerte impacto en los medios de comunicacin de masas. El ciudadano co- mn no tiene, en general, experiencia direc- ta de esta realidad y construye su represen- tacin a partir de las propuestas mediticas. En esta seccin exploraremos los principa- les efectos simblicos producidos por la na- rrativa de los barrios de las drogas. Por su parte, estos efectos simblicos acabaron por producir consecuencias a nivel de los mecanismos de control social sobre la mar- ginalidad, visibles tanto en la alteracin de las estrategias policiales como en la gestin urbana de los espacios problemticos. Dedicaremos el tercer punto a la identifica- cin de los trazos fundamentales de este proceso. Los territorios psicotrpicos resultan del cruce de varias circunstancias: la inclusin de Portugal en las rutas internacionales de distribucin de herona y cocana, pocos aos despus de la revolucin de Abril y de la abertura del pas a la comunidad interna- cional; el aumento del nmero de consumi- dores de drogas y la escalada, a finales de los aos 70, hacia productos y usos ms du- ros; la fidelidad de una serie de usuarios a la herona, en crecimiento simtrico con el de la profesionalizacin del mercado mino- rista de este producto y la consolidacin de una extensa red de puntos de venta en calle. Estos lugares funcionaban simultneamente como placas giratorias de la convivencia junkie. De este modo, los aos 80 llevan los te- rritorios psicotrpicos a las candilejas medi- 155 EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL: TERRITORIOS PSICOTRPICOS Y POLTICAS DE LA CIUDAD ticas, por lo cual, en la amalgama tpica de los estereotipos, corresponda etiquetar como problemtica toda aquella zona en que se implantaban. Emerge en la representacin colectiva la figura de barrio social degrada- do, transformado por su territorio psicotr- pico en hipermercado de las drogas 7 . El efecto mtico-simblico de la amplificacin meditica de los territorios psicotrpicos no se hizo esperar: la asociacin periferia-dro- ga, clases desfavorecidas-toxicodependencia, barrios sociales-trfico; la asociacin droga/ toxicodependencia/trfico-delincuencia/inse- guridad urbana. Si los aos 80 fueron los de la instala- cin y consolidacin de los territorios psico- trpicos alrededor de la herona, los aos 90, como efecto de la intensa mediatizacin de este fenmeno, seran los del crecimien- to del rumor insegurizante: una narrativa tejida en el da a da de la ciudad, al sabor de las conversaciones ordinarias, que la re- lataba plena de nuevos peligros protagoni- zados por el resacado (el toxicodependiente en sndrome de abstinencia buscando a tra- vs de la violencia lo que no consegua por las vas legales: el dinero para la dosis) 8 . El rumor insegurizante es una especie de in- sistencia generada a partir de acontecimien- tos discretos, como el asalto con la jeringui- lla infectada como arma, multiplicndolos y difundindolos hasta los confines de lo so- cial. En sntesis, los aos 80 y 90 construyen una narrativa de la ciudad en crisis con base en la asociacin droga-criminalidad-perife- ria urbana degradada. La droga tiene poder desagregador: del individuo, del territorio y del cuerpo social. El individuo compromete su propia trayectoria de vida, fracturada por el acontecimiento-droga; la conquista de es- pacios pblicos por parte de los traficantes y las respectivas reacciones populares, organi- zadas en ocasiones bajo la forma de mili- cias, fragmentan el barrio social y ste, a su vez, aumenta la distancia que mantiene con el centro; la probabilidad de victimizacin proclamada por el rumor insegurizante afec- ta al vnculo social y potencia la segrega- cin. La droga es principio de desorden y la ciudad, con su vida cotidiana duramente to- cada por el junkie de la calle, construye de s misma una imagen predatoria. La comunica- cin social, que haba colocado a los barrios en el mapa mental del ciudadano de Oporto, comienza a difundir la idea de que hay un atlas del miedo (lenguaje de los peridi- cos) que tiene como topos principales los ms conocidos barrios degradados de la ciu- dad, que a su vez slo son conocidos porque la propia comunicacin social los sac del anonimato. A partir de ellos la droga irradia- ra hacia el restante espacio urbano, irra- diando con ella la peligrosidad del toxicode- pendiente de la calle. La imagen predatoria acta, a nivel indivi- dual, a travs de una creencia en la peligrosi- dad del espacio urbano. Es como si el indivi- duo regulase sus interacciones con descono- cidos a travs de una hiptesis predatoria: funciona como un esquema interpretativo de tales interacciones, condicionando la libertad de circulacin en el hbitat urbano 9 . 156 USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS Consecuencias materiales de los efectos simblicos de los territorios psicotrpicos A mediados de los aos 90 estaban esta- blecidos los principales elementos del senti- miento de inseguridad. Investigaciones del Observatorio de Seguridad de Oporto (Ma- chado y Manita, 1997; Machado, 2004) re- saltaban el aumento de la conciencia de ries- go, por efecto combinado de la victimizacin vicaria con los relatos de los mass media y mostrando la importancia del problema de la droga en este escenario: La criminalidad se consideraba fuerte- mente asociada al tema de la droga, como causa de crimen, y a la figura del toxicode- pendiente, en cuanto su agente () sta era, por as decirlo, la figura prototpica del cri- men en la ciudad (). La escena criminal por excelencia pareca, por tanto, estar situa- da en el contexto de la calle y, ms probable- mente, en los espacios marginalizados de la ciudad; estar protagonizada por el toxicode- pendiente, bajo el efecto de la droga o de su carencia; y, en trminos de actos, tendera hacia la violencia o incluso a la muerte de la vctima (Machado, 2004). No sorprende, por tanto, que los decisores polticos de la ciudad comiencen a prestar atencin a los espacios peligrosos, cosa que ocurrir, como veremos, tambin en Lisboa. Intervenir en el problema de la droga impli- cara, a partir de ahora, intervenir en la pro- pia espacialidad de la urbe. Slo que un nue- vo fenmeno va a complicar bastante esta tarea, pues desorganizar la topografa de la amenaza, diseminndola por todo el centro urbano: la aparicin de los aparcacoches. Aparcacoches Los aparcacoches comienzan a ganar vi- sibilidad en los inicios de los aos 90 e in- tensifican su presencia a lo largo de toda la dcada. Se extienden por las calles centrales de Lisboa y de Oporto, ejecutando un nuevo servicio consistente en ayudar al conductor a encontrar un lugar para el coche a cambio de una moneda, incluso cuando ste no desea la ayuda. En poco tiempo se contaran por centenas estos actores de una nueva econo- ma del margen 10 . Los aparcacoches, como son hoy designados, eran casi en su totali- dad toxicodependientes. Podramos decir que el aparcacoches constituy una nueva modalidad de presen- tacin pblica del drogadicto: converta el contacto del ciudadano comn con el mundo de la droga en un hecho concreto, hacindo- lo descender del plano virtual de las especta- culares imgenes televisivas hasta el plano de lo tangible; deslocalizaba la droga de la periferia hacia el centro, haciendo participar al junkie en las interacciones ciudadanas or- dinarias; interpelaba la narrativa oficial sobre el resacado, que al final dispona de moda- lidades de relacin ms pacficas que la del asalto en la calle -el drogadicto poda, al fi- nal, inscribirse en la dinmica de la ciudad. No nos resistimos a reproducir aqu los comentarios de Philippe Bourgois en su visi- ta a Oporto en 2001: Encontr el fenmeno 157 EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL: TERRITORIOS PSICOTRPICOS Y POLTICAS DE LA CIUDAD de los aparcacoches especialmente interesan- te: me pareci una forma brillantemente dig- na, segura y relativamente neutra mediante la cual los toxicodependientes y los alcohli- cos mantienen sus hbitos y, al mismo tiem- po, desempean una funcin casi amistosa, aunque de utilidad residual, que les permite mantener alguna dignidad y simultneamen- te ganar lo suficiente como para no resacar. Me sorprende que el aparcamiento de los co- ches no se haya convertido en una moda en los EEUU. Su ausencia representa segura- mente alguna dinmica sociolgica ms pro- funda 11 . As, en el espacio de dos dcadas, la figu- ra del drogadicto se transfiere de una re- presentacin que lo ligaba a fenmenos de moda importados del imaginario pop-rock anglosajn a otra que lo relaciona con la de- gradacin, la exclusin y la peligrosidad. J. Quintas (1998) evidencia, para la poblacin de Oporto, las formas elementales a las cua- les se reduce la figura del drogadicto: nece- sita ayuda, tiene problemas, vicioso, ladrn, constituyen el ncleo duro de su representacin social. El aparcacoches concentra de manera pre- cisa todos estos elementos del estereotipo. Es una figura ambigua, que se desliza entre la pobreza urbana, la marginalidad y la peli- grosidad. Y, a medida que se va extendiendo por calles y plazas, se convierte en el centro del nuevo efecto mtico-simblico: la ciudad sera incapaz de contener en lmites fsicos apropiados a los marginales, que as invaden el centro. Y exponen a la poblacin a contac- tos que, aunque no violentos, son incmo- dos e indeseables: las imagenes de la degra- dacin fsica del junkie, que ya haban ocu- pado el centro del discurso social, ocupan ahora el centro del territorio urbano. Y la na- rrativa sobre la exclusin y la miseria -mu- chos de estos aparcacoches son simultnea- mente personas sin hogar- incorpora el rumor insegurizante. La diseminacin espa- cial de los aparcacoches refuerza, en sntesis, la hiptesis predatoria y se convierte en un elemento importante en el debate sobre la re- posicin del orden que caracterizar una buena parte del discurso poltico 12 . Planes de reconversin urbana Paralelamente, a finales de los aos 90 gana intensidad pblica el discurso que de- nuncia las polticas criminales de la droga. En 2001 es aprobada en el Parlamento una ley que despenaliza el consumo y reglamenta las polticas de reduccin de daos. La ineficacia del dispositivo criminal cl- sico era visible tanto al nivel de la calle, como ya describimos, como al nivel de los sistemas de control: la represin policial no consigue alterar el normal funcionamiento de los territorios psicotrpicos ms impor- tantes, consiguiendo cuando mucho dislocar temporalmente de lugar los puntos calientes de dealers y junkies. En cuanto a la prisin, cerca del 70% de los reclusos estn encarce- lados por su ligazn con las drogas y la cri- minalidad relacionada con ellas y la circula- cin de sustancias psicoactivas en el interior de las prisiones revela el mismo efecto de- 158 USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS sorganizador que evidenciaba en medio abierto. El junkie, que los especialistas ya haban caracterizado como alguien incapaz del autocontrol, provoca tambin una crisis en los heterocontroles clnico, sanitario, poli- cial, jurdico y penitenciario. Su deriva por los espacios hasta ahora preservados de la ciudad es a las claras la expresin de la quie- bra de tales heterocontroles. Un nuevo frente de intervencin nace entonces en el cambio de milenio. Sus pro- tagonistas no son el dispositivo teraputico ni el aparato jurdico-penal y s los poderes municipales de gestin del espacio urbano. Ni agentes educativos, ni profesionales de la prevencin, ni terapeutas, ni policas; ahora es el turno de los planificadores ur- banos y de los arquitectos. Las zonas con- sideradas ms crticas de Lisboa y de Opor- to sern blanco de intervenciones urbansticas, sugestivamente designadas como planes de reconversin. Matza, en su clsico Becoming deviant, ya nos haba hecho saber que, despus de la deriva entre los mundos normativo y desviado, poda darse en el actor social una conversin a travs de la cual adquira una identidad desviada. Despus de la conversin a la droga adquiriendo la identidad junkie, su presencia en la calle la convierte tambin, a nivel de la identidad urbana, en zona de la droga -ahora hay que reconvertirla a la normalidad, volviendo a identificarla con la ciudad abstinente. As, en la segunda mitad de la dcada de los 90, los dos ms conocidos territorios psi- cotrpicos -el Casal Ventoso en Lisboa y el Bairro da S, en el centro histrico de Opor- to- son objeto de importantes operaciones en su espacio fsico 13 . En 2002 se inicia el plan de reconversin del Bairro de S. Joo de Deus, en Oporto, que se haba convertido mientras tanto en el territorio psicotrpico ms importante de la ciudad. No entraremos aqu en detalle sobre las caractersticas de estos planes de reconversin. Lo que importa destacar es que todos ellos implican una im- portante reduccin de la densidad demogr- fica del barrio, revelndose en este proceso el conflicto simblico: los poderes tienen que decidir quin tiene que salir, recayendo so- bre ellos la sospecha de que, en este proceso, se organiza una operacin de limpieza so- cial, retirando preferentemente a los indivi- duos sospechosos de conexin con el merca- do de las drogas 14 . Esta limpieza de calle no se limit a la periferia, sino que se extendi igualmente al centro, en las arterias y plazas territorializa- das por los aparcacoches. En 2002, el nuevo poder municipal de centro-derecha decidi erradicar a los aparcacoches, para devolver al centro urbano su aspecto de ciudad de or- den. Esta accin se justificaba con el argu- mento de que el ciudadano que no comete delitos tiene derecho a no ser incomodado en sus recorridos ordinarios 15 . La droga sirve ahora como pretexto orga- nizador de la ciudad, legitimando la inter- vencin en zonas crticas. Si ella desorganiz la ciudad, comenzar sta a reorganizarse por los puntos donde se sinti ms daada; es este el efecto material del poder simblico del problema de la droga: interviniendo ur- 159 EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL: TERRITORIOS PSICOTRPICOS Y POLTICAS DE LA CIUDAD banisticamente en los hbitats de la droga se interviene en la ecologa de la ciudad. Nota final En sntesis, en Lisboa el Bairro do Casal Ventoso y en Oporto los Bairros da S y de S. Joo de Deus eran los ms poderosos sm- bolos de la instalacin de las drogas en la ciudad, constituyendo una especie de fortifi- caciones casi impermeables al control repre- sivo y vistas por la opinin pblica como una especie de santuarios junkie. Delante de la ineficacia de la accin policial en la desar- ticulacin de las actividades ligadas a las drogas, se opt por una nueva estrategia consistente en modificar el espacio volvin- dolo menos permeable a las actividades des- viantes y ms accesible al control social. El control de la droga es ahora simboliza- do a travs del poder sobre el espacio pbli- co. Los planes de reconversin, que comien- zan invariablemente por las demoliciones, son la exhibicin ritual de la reconquista de aquello que la droga haba robado: la propia calle. El control del espacio estaba perdido, en una guerra en que dealers y junkies callejeros se haban revelado ms resistentes que la po- lica. sta comenzaba, incluso, a ser blanco de ataques al penetrar en algunos territorios ms famosos -enfrentamientos ampliamente cubiertos, a veces en directo, por las televi- siones. Vencer a la droga es ahora, en el dis- curso pblico de los dirigentes, retomar el control sobre los sitios de las drogas 16 . Esta nueva estrategia de combate a la droga es, una vez ms, un ritual mgico de conjuracin del problema, segn la frmula se corta la selva, se mata el bicho. En S. Joo de Deus, al final de la operacin de re- conversin, el barrio habr pasado de 4.000 habitantes a cerca de 800. A dnde fueron los otros? Cmo se reorganizan en los nue- vos hbitats residenciales? Se reconstituye- ron all territorios psicotrpicos nuevos? Continuarn desplazndose a zonas donde se hace el deal, pudiendo incluso alquilar all espacios? Fueron a competir con los que all haba, o cambiaron de actividad? Con la neutralizacin espacial de un territorio psico- trpico otros se recomponen y sustituyen a aqul. En ocasiones l mismo se recompone parcialmente. Este movimiento ya es hoy perceptible en Lisboa, despus de la neutrali- zacin espacial del Casal Ventoso. Suscribi- mos el anlisis de uno de los ms conocidos criminlogos de Portugal cuando afirma que no creemos que la intervencin urbanstica que este barrio est sufriendo sea una con- tribucin para extirpar la toxicodependencia. Es una lectura simplista, bastante populista, que relaciona de forma desdichada el urba- nismo con la droga 17 . Esta estrategia centrada en el espacio co- rresponde al cierre del clebre tringulo sus- tancia-individuo-contexto. Se intervino en el control de la oferta, pero la sustancia resisti y prolifer; se intervino en el control de la de- manda, pero los actores de las drogas resis- tieron, se multiplicaron; se interviene ahora en el contexto, pero comienza a haber la evi- dencia de que los territorios psicotrpicos se fragmentan, pulverizndose por la ciudad. 160 USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS Notas 1. Un ejemplo extremo de esto es el de uno de los barrios sociales de la zona occidental de Oporto, donde existe un habitculo para depositar basura domstica, que fue transformado en lugar de consumos fumados de cocana y en cuya puerta se pint con letras maysculas la indicacin de su actividad, primordial en los das que corren y que suplant la anterior -canecos (designacin que en la jerga se adopt para un determinado tipo de consumo de base de cocana hecho en una especie de pipa manufacturada). 2. Los capiadores llegan a pregonar el producto en un comportamiento semejante a aquel que es tradicional en las vendedoras de fruta o de pes- cado: Buen jaco! Buen crack!. En uno de los barrios portuenses el punto de venta se encuen- tra en una colina donde el control de todos los que entran y salen es fcil; en otro, slo muy re- cientemente una conocida vendedora fue deteni- da, pasados once aos de actividad sin que la po- lica consiguiese cogerla in fraganti, ya que se situaba en uno de los ltimos pisos de un edifi- cio, por lo que el tiempo empleado por los agen- tes para llegar era siempre el suficiente para que fuesen destruidas todas las pruebas. 3. La actitud ostentosa se traduce en la compra de coches vistosos y de potentsimos aparatos de sonido, en el uso de ropas de marcas consagra- das, en la exhibicin de aderezos en oro y, ms recientemente, en la posesin de perros de razas consideradas agresivas. A la llegada a algunos de estos lugares, un outsider puede sentirse perplejo ante el absoluto contraste entre el ms reciente cabriolet de Mercedes y los edificios en ruina a la puerta de los cuales est aparcado. 4. Cuntas veces en estos sitios hay protestas por- que se est hablando demasiado alto sin respe- tarse el momento del chute de alguien. 5. En portugus, usucapio: figura legislativa portuguesa aplicada, por Jos Machado Pais (2001) al dominio tcito de un parking por parte de los aparcacoches y que se define en el Art. 1287 del Cdigo Civil de la siguiente forma: La posesin del derecho de propiedad o de otros de- rechos reales de gozo, mantenida por cierto lapso de tiempo, faculta al poseedor, salvo disposicin en contrario, la adquisicin del derecho a cuyo ejercicio corresponde su actuacin: es lo que se llama usucapio. 6. El sedentarismo en estos lugares puede ser tan fuerte como nos cuenta este ejemplo: reciente- mente acompaamos a un consumidor de drogas a su salida del barrio, donde haba ocupado du- rante mucho tiempo una casa anteriormente abandonada, y verificamos la total sorpresa con que observ las alteraciones urbanas que se ha- ban realizado en el rea circundante en los aos anteriores (en un radio de 500 metros alrededor del barrio). 7. En otro texto (Fernandes, 2001) analizamos el conjunto de factores econmicos y ecosociales que hacen de los barrios sociales de la periferia los lugares ms aptos para el funcionamiento como territorios psicotrpicos. 8. Varios trabajos de investigacin del Observatorio Permanente de Seguridad de Oporto entre 1996 y 2000 demostraban, por un lado, el crecimiento real de la criminalidad contra el patrimonio y de la victimizacin de la calle y, por otro lado, su imputacin al fenmeno droga, haciendo apare- cer al toxicodependiente como la principal figura de amenaza en un cuadro de gran intensificacin del sentimiento de inseguridad. 9. En efecto, numerosos trabajos de la psicologa ambiental demostraron ya el condicionamiento territorial que el miedo a la ciudad provoca, sea en la eleccin de los recorridos urbanos, en los lugares que se frecuentan o en el comportamien- to autodefensivo ante la interaccin con descono- cidos (Nasar y Fisher, 1993; R. Taylor, 1987). 10. En 2002, las autoridades municipales estimaron en cerca de 700 su nmero en las calles de Opor- to; en Lisboa, aunque no haya nmeros oficiales, se calcula que seran ms de 1.500. El nico es- tudio etnogrfico llevado a cabo con aparcaco- ches, aunque de carcter apenas exploratorio, fue publicado por J. Machado Pais (2001). 11. Entrevista con Philippe Bourgois publicada en 2001 con el ttulo Marginalidad de calle e inse- guridad urbana en Olhares Seguros, peridico del Observatorio Permanente de Seguridad de Oporto, ao 3, n 2. 12. Un estudio reciente (Loader, 2002) relaciona el incremento del discurso acerca de la seguridad en 161 EL ESPACIO URBANO COMO DISPOSITIVO DE CONTROL SOCIAL: TERRITORIOS PSICOTRPICOS Y POLTICAS DE LA CIUDAD Europa con la visibilidad de figuras de la desvia- cin en el espacio pblico: Un conjunto de na- rrativas pblicas que subrayan la amenaza cons- tituida por diversos Otros criminales y aliens (migrantes, traficantes de drogas, sindicatos del crimen organizado y ms...) a Europa, a sus fronteras y a sus ciudadanos. Suscribimos por completo, para el contexto portugus, las consta- taciones de Loader. 13. Dos investigaciones etnogrficas (M. Chaves, 1999, y Fernandes y Agra, 1991), estudiaron la expresin del fenmeno droga en estos espacios, respectivamente en Casal Ventoso y en el barrio de la S. 14. En S. Joo de Deus, el Ayuntamiento de Oporto inici las demoliciones por los bloques en los que residan familias gitanas. Y, al abrigo de una ley de 1945 que permita a las autoridades munici- pales expulsar, sin derecho a realojamiento, a individuos o familias con mala conducta cvica y porte moral, no realojara a algunas familias con el pretexto de que son traficantes de drogas, informacin que justifican haber obtenido de la propia polica. 15. En esos momentos, el ex-alcalde de Nueva York, Rudolph Giulliani, visita Oporto. La influencia de sus polticas de tolerancia cero era visible en el discurso de las autoridades municipales y en la forma como buscaron sensibilizar a la polica para alejar a los marginales de los espacios p- blicos del centro urbano. 16. Es sintomtico cmo, en varios discursos pbli- cos, el alcalde, aunque reconozca que Oporto es una ciudad con baja tasa de criminalidad en el panorama europeo, apela al aumento de los efec- tivos policiales para la erradicacin de los apar- cacoches y para el refuerzo del patrullaje en los barrios problemticos. 17. Moita Flores. O mito do Casal Ventoso. Dirio de Notcias, 2 de Maro de 1998. Bibliografa Chaves M. Casal Ventoso: da gandaia ao narcotrfi- co. Lisboa: Instituto de Cincias Sociais, 1999. Fernandes L, Da Agra C. Uma topografia urbana das drogas. Lisboa: Gabinete de Planeamento e Coor- denao do Combate Droga, 1991. Fernandes L. Los principios de la exclusin de la dro- ga. Trabajo social y salud 2001;39:153-171. Fernandes L, Neves T. Ethnographic space-time: cul- ture of resistance in a dangerous place. En: Brochu S, Agra C, Cousineau M (ed). Drug and crime deviant pathways. Hampshire: Ashgate Editions, 2002. Loader I. Policing, securitization and democratization in Europe. Criminal Justice 2002;2(2):125153. Machado Pais J. Ganchos, tachos e biscates: jovens trabalho e futuro. Porto: Ambar, 2001. Machado C. Crime e insegurana. Discursos do medo, imagens do Outro. Lisboa: Editorial Notcias, 2004. Machado C, Manita C. Percepes e figuras do medo na cidade do Porto. En: Da Agra C (dir). Insegu- rana urbana na cidade do Porto. Estudos inter- disciplinares, vol. II. Porto: Centro de Cincias do Comportramento Desviante, Faculdade de Psico- logia e Cincias da Educao da Universidade do Porto, 1997. Nasar JE, Fisher B. Hot spots of fear and crime: a multi-method investigation. Journal of Environ- mental Psychology 1993;13. Quintas J. Drogados e consumo de drogas: anlise das representaes sociais (tese de mestrado). Porto: Fac. de Psicologia e Cincias da Educao da U.P., 1998. Taylor R. Toward an environmental psychology of di- sorder: delinquency, crime and fear of crime. En: Stokols D, Altman I (orgs). Handbook of envi- ronmental psychology. New York: Jonh Willey & Sons, 1987. 162 USO DE DROGAS Y DROGODEPENDENCIAS