Este documento analiza los cambios sociales y económicos en Bolivia como resultado de 15 años de políticas neoliberales. Esto incluyó la privatización de empresas estatales, la desregulación del mercado laboral y cambios en las relaciones entre el Estado y las comunidades rurales. Estos cambios transformaron la estructura de clases sociales y las formas de organización de los sectores subalternos. Surge una nueva proletarización fragmentada sin capacidad organizativa, mientras desaparecen sindicatos como la COB. Ahora emergen nuevas form
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Este documento analiza los cambios sociales y económicos en Bolivia como resultado de 15 años de políticas neoliberales. Esto incluyó la privatización de empresas estatales, la desregulación del mercado laboral y cambios en las relaciones entre el Estado y las comunidades rurales. Estos cambios transformaron la estructura de clases sociales y las formas de organización de los sectores subalternos. Surge una nueva proletarización fragmentada sin capacidad organizativa, mientras desaparecen sindicatos como la COB. Ahora emergen nuevas form
Este documento analiza los cambios sociales y económicos en Bolivia como resultado de 15 años de políticas neoliberales. Esto incluyó la privatización de empresas estatales, la desregulación del mercado laboral y cambios en las relaciones entre el Estado y las comunidades rurales. Estos cambios transformaron la estructura de clases sociales y las formas de organización de los sectores subalternos. Surge una nueva proletarización fragmentada sin capacidad organizativa, mientras desaparecen sindicatos como la COB. Ahora emergen nuevas form
Este documento analiza los cambios sociales y económicos en Bolivia como resultado de 15 años de políticas neoliberales. Esto incluyó la privatización de empresas estatales, la desregulación del mercado laboral y cambios en las relaciones entre el Estado y las comunidades rurales. Estos cambios transformaron la estructura de clases sociales y las formas de organización de los sectores subalternos. Surge una nueva proletarización fragmentada sin capacidad organizativa, mientras desaparecen sindicatos como la COB. Ahora emergen nuevas form
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SINDICATO, MULTITUD Y COMUNIDAD
Movimientos sociales y formas de autonoma poltica en Bolivia 1 REFORMAS LIBERALES Y RECONSTITUCIN DEL TEJIDO SOCIAL Bolivia es un pas marcado por la gelatinosidad de sus estructuras institucionales y por la marginalidad en el contexto internacio- nal, pero donde, quiz por ello, ciertas cosas tienden a suceder antes que en otros lugares. En los aos cincuenta, el pas vivi una insurreccin proletaria, adelantndose a la irradiacin del movimiento obrero que luego se dara en varias naciones del con- tinente. Igualmente, en los aos sesenta, se acerc con premura a la oleada autoritaria de los gobiernos militares y, a nales de los aos setenta, abraz la reconquista de regmenes democrticos. En 1984, cinco aos antes de la cada del muro de Berln, vivi el derrumbe del horizonte izquierdista, forjado en los cuarenta aos anteriores, a travs del fracaso de una coalicin de izquierda que llev al pas a una bancarrota econmica. A nales de la dcada 1 Texto extrado de lvaro Garca Linera, Sindicato, multitud y comunidad. Mo- vimientos sociales y formas de autonoma poltica en Bolivia, en lvaro Garca Linera, Felipe Quispe, Raquel Gutirrez, Ral Prada y Luis Tapia, Tiempos de rebelin, La Paz, Comuna y Muela del Diablo, 2001. 348 de los ochenta, mientras otras naciones buscaban experimentar, con gobiernos populistas, una salida alternativa al estatismo y al neoliberalismo acechante, Bolivia se sumergi en un radical proceso de neoliberalizacin econmica y cultural, que llev a toda una generacin de furibundos radicales del socialismo a convertirse en furibundos radicales del libre mercado, la gober- nabilidad pactada y la privatizacin. En quince aos, estas polticas produjeron grandes cambios sociales. No slo se entreg a las empresas transnacionales el control del 35% del Producto Interno Bruto (PIB), dejando al Estado en un papel de mendigo internacional y de polica local, encargado de disciplinar a las clases peligrosas; sino que, adems, se modicaron los patrones del desarrollo econmico. El Esta- do productor dio paso al capital extranjero como locomotora econmica, 2 en tanto que los capitalistas locales retrocedieron al papel de socios menores, intermediarios o raquticos inversionis- tas de reas subalternas de la actividad comercial y productiva. Esto ha llevado a conformar un sistema productivo dualizado 3 entre un puado de medianas empresas con capi- tal extranjero, tecnologa de punta, vnculos con el campo eco- nmico mundial, en medio de un mar de pequeas empresas, talleres familiares y unidades domsticas articuladas bajo ml- tiples formas de contrato y trabajo precario a estos escasos pero densos ncleos empresariales. En esta estructura, en la que las empresas econmicas se deslocalizan 4 dentro de las innitas y diminutas actividades productivas y comerciales, las relaciones laborales son precarias, los contratos temporales, la tecnologa escasa y la clave del sostenimiento econmico radica en la cre- 2 Luis Carlos Jemio y Eduardo Antelo (eds.), Quince aos de reformas estructurales en Bolivia: sus impactos sobre inversin, crecimiento y equidad, La Paz: Comisin Econmica para Amrica Latina y el Caribe (CEPAL) y Universidad Catlica Bo- liviana, 2000 y Juan Carlos Chvez (ed.), Las reformas estructurales en Bolivia, La Paz, Fundacin Milenio, 1999. 3 Pierre Bourdieu, Por una nueva Aufklrung, en El campo poltico, La Paz, Plural, 2001. 4 Pierre Bourdieu, Les estructures sociales de lconomie, Paris, Seuil, 2000. 349 ciente extorsin de las delidades parentales, en una gigantesca maquinaria de mercantilizacin hbrida del trabajo infantil, de ancianos, mujeres y de familiares. 5 Abandonando el ideal de la modernizacin, a travs de la sustitucin de las estructuras tradicionales urbanas y campe- sinas, el nuevo orden empresarial ha subordinado, de manera consciente y estratgica, el taller informal, el trabajo a domicilio y las redes sanguneas de las clases subalternas, a los sistemas de control numrico de la produccin (industria y minera) y los ujos monetarios de las bolsas extranjeras (la banca). El modelo de acumulacin ha devenido as un hbrido que unica, en forma escalonada y jerarquizada, estructuras productivas de los siglos XV, XVIII y XX, a travs de tortuosos mecanismos de exaccin y extorsin colonial de las fuerzas productivas domsticas, co- munales, artesanales, campesinas y pequeo-empresariales de la sociedad boliviana. Esta modernidad barroca si bien ha man- tenido en pie el modelo de regulacin y acumulacin econmica fundado en la exportacin de materias primas, dbil produccin industrial para un mercado interno raqutico, y un uso intensivo de la fuerza de trabajo como principal fuerza productiva tcnica del proceso laboral, con las nuevas modalidades que asume la gestin productiva y circulatoria de la riqueza ha recongu- rado la estructura de las clases sociales en Bolivia, las formas de agregacin de los sectores subalternos y las identidades colectivas. Durante estos quince aos, hemos visto desaparecer de esce- na a la Central Obrera Boliviana, que desde 1952 condensaba las caractersticas estructurales del proletariado, de su subjetividad, de la tica colectiva. La condicin obrera de clase y la identidad de clase del proletariado boliviano han desaparecido con el cierre de las grandes concentraciones obreras y, con ello, ha muerto una forma organizativa, con capacidad de efecto estatal, en torno a 5 lvaro Garca Linera, Reproletarizacin. Nueva clase obrera y desarrollo del capi- tal industrial en Bolivia (1952-1998), La Paz, Comuna y Muela del Diablo, 1999; y Estructuras materiales y mentales del proletariado minero, La Paz, Comuna y Universidad Mayor de San Andrs (UMSA), Carrera de Sociologa, 2001. 350 la cual se aglutinaron durante treinta y cinco aos otros sectores menesterosos de la ciudad y el campo. Frente a ellos ha surgido una estructura obrera numricamen- te mayor a la de hace dcadas, pero materialmente fragmentada en diminutos talleres legales y clandestinos, formas de contrato eventualizadas, temporales; sistemas de ascenso fundados en la competencia, y sindicatos carentes de legitimidad ante el Estado. Est surgiendo, entonces, una nueva forma de vasta proletariza- cin social, pero sin arraigo organizativo, desterritorializada, 6
atravesada por una profunda desconanza interna, con mentali- dad precarizada, y a corto plazo, por el nomadismo de los jve- nes obreros, que tienen que combinar el pequeo comercio, el contrabando, el trabajo asalariado o el trabajo agrcola, segn las temporadas y las necesidades. 7 Igualmente, en el campo, el libre comercio, la nueva legisla- cin agraria y la municipalizacin han transformado drstica- mente las relaciones entre Estado y estructura comunal agraria, modicando las pautas de reproduccin social, las estrategias de recorrido familiar y las jerarquas de dominacin colonial. Las grandes movilizaciones urbano-rurales del ltimo ao hallan pre- cisamente en estos procesos de reconguracin de la vida social sus condiciones de posibilidad. Fruto de estos cataclismos socioeconmicos han reemergido poderosas y radicales estructuras de autoorganizacin social, que han cerrado el corto ciclo de la legitimidad neoliberal forjada en quince aos, por medio de la desorganizacin, estatalmente in- ferida, de las antiguas maneras de agregacin popular (los sindi- catos), el desplome moral de los subalternos y una industria cul- tural de consagracin liberal, que incorpor un amplio abanico de idelogos e intelectuales abatidos. 6 Ral Zibechi, La disgregacin de la clase obrera, en La mirada horizontal: movimientos sociales y emancipacin, Montevideo, Nordan-Comunidad, 1999. 7 lvaro Garca Linera, Procesos de trabajo y subjetividad en la nueva condicin obrera, en Guillermo Campero et al., Culturas obreras y empresariales, La Paz, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 2000. 351 Estudiar brevemente las caractersticas de estas formas de autoorganizacin social emergentes, compararlas con la antigua forma sindical, ver sus condiciones de posibilidad y sus poten- cialidades histricas, son los objetivos que vamos a abordar en las siguientes pginas. CONTEXTO, ESTRUCTURAS, ESTRATEGIAS Y SIMBOLISMOS DE LA MOVILIZACIN SOCIAL Existen diferentes vertientes tericas para el estudio de los mo- vimientos sociales. Algunos autores han trabajado como fuerza movilizadora la reaccin emocional resultante del desfase entre las expectativas colectivas y los resultados; 8 otros, a su vez, han adecuado la lgica de la razn instrumental a la dinmica de la accin colectiva; mientras que algunos han hecho hincapi en la importancia de la oportunidad poltica (clausura de los espa- cios polticos, divisin en las elites, presencia de aliados, repre- sin, etc.) en la concurrencia de los movimientos sociales. 9 Por otra parte, hay investigaciones que han abordado la im- portancia de un contexto internacional especco como facili- tador de ciertas acciones colectivas; 10 en tanto que otras se han 8 Ralph Turner y Lewis Killian, Collective Behavior, Englewood Cliffs, Prentice May, 1957; Mancur Olson, The Logic of Collective Action, Cambridge, Harvard University Press, 1965 y Ted Gurr, Why Men Rebel?, Princeton, Princeton Uni- versity Press, 1971. 9 Sidney Tarrow, States and Opportunities. The Political Structuring of Social Movements y Donatella Della Porta, Social Movements and the State: thoughts on the Policing of Protest, en Mayer Zald, Doug McAdam y John McCarthy (eds.), Comparative Perspectives on Social Movements, New York, Cambridge University Press, 1996; Charles Brockett, The Structure of Political Opportu- nities and Peasant Mobilization in Central America, en Comparative Politics, Vol. 23, No. 3, 1991; Sidney Tarrow, El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la accin colectiva y la poltica, Madrid, Alianza, 1997. 10 Anthony Oberschall, Opportunities and Framing in the Eastern European Re- volts of 1989, en Mayer Zald, Doug McAdam y John McCarthy (eds.), Compa- rative Perspectives on Social Movements, op. cit.; tambin, del mismo autor, Social Movements: Ideologies, Interests, and Identities, New Brunswick, Transaction, 1993. 352 preocupado por la dimensin de las orientaciones culturales de- nitorias de las acciones conictivas que dan lugar a los movi- mientos sociales 11 y a las etapas posibles que preceden a su ins- titucionalizacin. 12 De manera puntual, Anthony Oberschall ha propuesto una lectura de los movimientos sociales como em- presas de protesta, caracterizadas por su capacidad de accin estratgica, la amplitud de los recursos movilizados y las redes sociales de articulacin interna y externa; 13 mientras que hay au- tores cercanos que se han centrado en movimientos sociales que resultan de una crisis de Estado y afectan al sistema poltico. Por su parte, William Gamson 14 ha propuesto la identicacin de los procesos de formacin de las solidaridades; mientras que Franck Poupeau ha incorporado al estudio de la racionalidad, implcita y explcita de la movilizacin, la dimensin estatal o contra-estatal de la accin colectiva, las estrategias de descomposicin de la dominacin, la forma de institucionalizacin de la accin social y la funcin del capital militante como fuerzas dinamizadoras. 15 En trminos estrictos, consideramos que el modelo de nuevo movimiento social, propuesto por Alain Touraine en los aos se- tenta, no resulta pertinente para estudiar los movimientos sociales contemporneos en Bolivia, debido a que esa teora se centra en las conictividades que cuestionan los marcos culturales dentro 11 Alain Touraine, Produccin de la sociedad, Mxico, Universidad Nacional Au- tnoma de Mxico (UNAM) e Instituto Francs de Amrica Latina (IFAL), 1995 y An Introduction to the Study of Social Movements, en Social Research, Vol. 52, 1985; vase tambin, Alberto Melucci, The New Social Movements: A Theoretical Approach, en Social Science Information, Vol. 19, No. 2, 1980. 12 Claus Offe, La gestin poltica, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1992. 13 Anthony Oberschall, Social Conict and Social Movements, Englewood Cliffs, Prentice-Hall, 1972; Franck Poupeau, Le mouvement du 93, Paris, cole des Hautes tudes en Sciences Sociales, 1999. 14 William Gamson, The Social Psychology of Collective Action, en Aldon Mo- rris y Carol McClurg, Frontiers in Social Movement Theory, New Haven, Yale University Press, 1992. 15 Franck Poupeau, Le mouvement du 93, op. cit. 353 de las instituciones sociales, 16 lo cual es importante, pero deja de lado los conictos dirigidos contra el Estado, las estructuras de dominacin y las relaciones que contraponen a las elites gober- nantes con las masas, que precisamente caracterizan las actuales acciones colectivas. En ese sentido, para el estudio de los acon- tecimientos en Bolivia, resultan ms tiles los aportes brindados por Oberschall, Sidney Tarrow, Tilly, Jenkins, Poupeau y Eckert, que precisamente se centran en los efectos de los movimientos en la estructura poltica de la sociedad, sin perder de vista, sin embargo, que la accin colectiva es mucho ms que un clculo consciente de objetivos en funcin de medios para alcanzarlos, y que vnculos como la solidaridad, las pautas morales de igual- dad y la identidad, que tambin forman una racionalidad interna de la accin, son componentes sociales por los cuales la gente es capaz de movilizarse. Recuperando varios de los elementos brindados por estos autores, vamos a considerar los movimientos sociales como es- tructuras de accin colectiva capaces de producir metas autno- mas de movilizacin, asociacin y representacin simblicas de tipo econmico, cultural y poltico. De manera analtica, en su interior se pueden diferenciar, al menos, los siguientes aspectos: las condiciones de posibilidad material que habilitan un espacio amplio, pero acotado de probables mbitos de interaccin social y que, bajo circunstancias excepcionales de trabajo colectivo, ge- neran la emergencia de determinado movimiento social; el tipo y la dinmica de las estructuras de agregacin corpuscular y mo- 16 Alain Touraine, Produccin de la sociedad, op. cit. Un autor que retoma varios de los aportes de Touraine para la lectura de los movimientos sociales en Amrica Latina en la dcada de los ochenta es Fernando Caldern, Movimientos sociales y poltica, Mxico, Siglo XXI y UNAM, 1985. Una lectura parecida, que busca jarse en el desplazamiento de la esfera estado-cntrica a la sociocntrica de los llamados nuevos movimientos sociales en Bolivia (movimiento de mujeres, ecologista, cultural, etc.), es Fernando Mayorga, en el artculo La sociedad civil en Bolivia, en Fernando Mayorga y Ricardo Paz, Sociedad civil y democracia par- ticipativa, La Paz, Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDIS), 1999. Para una crtica del reduccionismo culturalista de estas interpretaciones, vase William Carroll (ed.), Organizing Dissent, Toronto, Garamond, 1997. 354 lecular de los sujetos movilizados; las tcnicas y los recursos de movilizacin y, por tanto, la trama material del espritu de cuer- po movilizado; los objetivos explcitos e implcitos de la accin social, maniestos en los discursos y la accin del cuerpo social movilizable; la narrativa del yo colectivo, esto es, el fundamento cultural y simblico de autolegitimacin del grupo constituido en el momento de su movilizacin; las dimensiones poltica (estatal o antiestatal) y democrtica (reinvencin de la igualdad y de lo pblico) puestas en juego. I. LA FORMA SINDICATO La historia de la conformacin de la condicin de clase del pro- letariado urbano y minero en Bolivia durante el siglo XX es la historia del sindicato como modo de construccin de identidad colectiva. Para los trabajadores, principalmente mineros y fabriles, al menos durante cincuenta aos (1940-1990), el sindicato fue la red organizativa de la identidad de clase y de la acumulacin de la experiencia de clase, esto es, de su existencia movilizada como clase. Por lo general, las otras formas organizativas que compitie- ron para desempear este papel de condensador histrico de la subjetividad obrera, como los partidos polticos, fueron transito- rias y superciales; eran ms un conglomerado de propagandis- tas externos, que desaparecan apenas la represin asomaba en el centro de trabajo. No fueron, pues, estructuras que lograron enraizarse en el hbitat proletario, aunque su inuencia cultural ciertamente ayud a crear un lenguaje discursivo y, en parte, un imaginario colectivo. Con todo, la asimilacin de la experiencia de clase vino exclusivamente por el lado del sindicato, pues los trabajadores, al nal, slo tenan a ste para afrontar la vida, la represin y la muerte. El sindicato ha sido el nico lugar durade- ro para experimentar los avatares de la existencia colectiva; ha sido la nica red de apoyo, amistad y solidaridad continua, y el autntico lugar para asumirse como cuerpo colectivo. Lo que los trabajadores han hecho en la historia desde 1940 hasta 1990, ha 355 sido bajo la forma sindicato: han luchado en l, han hecho una revolucin (y eso no es poca cosa), han obtenido derechos, han conquistado salud y vivienda, han protegido a sus familias, han enterrado a sus muertos. De ah su perdurabilidad y prioridad en la construccin de la memoria de clase obrera. Varias fueron las formas previas de agregacin laboral que des- de nales del siglo XIX fueron surgiendo en empresas mineras, en pequeas manufacturas y servicios, pero ninguna de ellas marc con tanta fuerza la manera de mirarse y entregarse a la historia como el sindicato. Inicialmente, las cajas de socorro, mutuales, centros de estudio, ligas y federaciones fueron experiencias orga- nizativas que durante los primeros treinta aos del siglo XX em- plearon una masa creciente de trabajadores, que haba optado por la mercantilizacin de sus capacidades productivas como princi- pal medio de obtencin de medios de vida. Obreros asalariados, cajchas, artesanos autnomos, vendedores, cuentapropistas, que abandonaron la organizacin del ayllu o la hacienda, fundaron modos de proteccin y resistencia bajo lenguajes de tolerancia y rebelin que evocan una arraigada memoria agraria. En esos mo- mentos, no es raro que la organizacin sea territorial, esto es, que abarque a personas de distintos ocios asentadas en una misma rea geogrca. Proletarios, empleados, comerciantes y sastres participan de una misma organizacin, lo que le da una fuerza de movilizacin local; aunque con mayores posibilidades de que los intereses especcos de los asalariados queden diluidos en los de otros sectores, poseedores de mayor experiencia organizativa y manejo de los cdigos del lenguaje legtimo. El trnsito a la forma sindical no fue abrupto. Primero fueron los sindicatos de ocios varios, emergentes en los aos veinte, que continuaban la tradicin de agregacin territorial; luego los sindicatos de ferroviarios, culinarios y mineros, que empezaron a segmentar la identidad colectiva por ocio y; por ltimo, por cen- tro de trabajo. Finalmente, despus de la Guerra del Chaco, sta ser la forma predominante que adquirir la organizacin laboral. Se ha dicho que el surgimiento del sindicalismo estuvo fuer- temente inuido por la presencia de trabajadores de otros pases, 356 que transmitieron su experiencia a trabajadores bolivianos y de trabajadores bolivianos que se desplazaban por temporadas al norte de Chile y Argentina para emplearse como asalariados. Es probable que ste sea un factor coadyuvante, pero no decisivo, pues la composicin organizativa de la condicin social no es fruto de un hecho discursivo. Requiere de condiciones de po- sibilidad material capaces de ser gatilladas, despertadas por la memoria o el lenguaje. En particular, consideramos que hay cuatro elementos que resultan decisivos para la consagracin de la forma sindical, por encima de otras maneras de organizacin laboral: a) Las caractersticas de los procesos de acumulacin de ca- pital y de consumo de la fuerza de trabajo que, por una parte, comienzan a concentrar enormes volmenes de medios y fuerza de trabajo, para llevar adelante una produccin masiva. Ciertamente, no son muchas las empresas que cumplirn estos requisitos, pero las que s lo hacen comenzarn a jugar un rol de primera lnea en la conformacin de la nueva experiencia sindical; en la autopercepcin obrera de que ellos son los que sostienen al pas, por la cantidad de recursos y dinero que dependen de su trabajo; y, ante todo, en el asentamiento de una cultura obrera que articula el trabajo, el lugar de vivienda, las celebraciones, los encuentros familiares y la descendencia. Estos grandes centros de trabajo (Volcn, Soligno, Forno, Siglo XX-Catavi, Huanuni, Colquiri, Caracoles, Manaco, etc.), por sus caractersticas estructurales de concentracin de enormes montos de inversin tcnica y capital variable, se apoderan de una fuerza productiva organizativa, a saber, de la fuerza de masa, que permitir elevar gratuitamente la productividad laboral frente a formas tradicionales y artesanales de la produccin. Pero a la vez, esto ayudar a crear otra fuerza productiva asociativa del traba- jo, la fuerza de masa obrera, resultante de la concentracin en reducidos centros geogrcos de enormes conglomerados obre- ros, portadores de las mismas condiciones laborales y, por tanto, asumir su nmero como un hecho social de fuerza movilizable. 357 Igualmente, estas enormes inversiones y concentraciones labo- rales, en la medida en que se harn cargo de los mayores ndices de produccin y generacin de excedente econmico, minero y fabril, complementarn esa autopercepcin de fuerza colectiva obrera con una certeza estructural de su importancia econmica que, asimilada como experiencia colectiva, se convertir en la cen- tralidad econmica obrera, tan caracterstica de la subjetividad proletaria del movimiento sindical. En este caso, la poca pero de- terminante subsuncin real de los procesos de trabajo al capital 17
es en realidad lo nico moderno en el pas, y lo que permitir la formacin de condiciones de posibilidad de las caractersticas del movimiento obrero organizado. b) La consolidacin de un tipo de trabajador con contrato por tiempo indenido, regular, necesario para aprender los nuevos y complejos sistemas laborales, y mantenerlos ininterrumpidamen- te en marcha. Los principales centros de trabajo fabril y minero no van a suplir al hbil artesano, portador personal del virtuosismo laboral, pero lo van a integrar en un sistema de trabajo industrial permanente, en lo que se ha denominado el obrero-artesano de industria. La manera contractual que permiti la retencin de esta fuerza de trabajo virtuosa e imprescindible para poner en marcha la inversin maquinal, pero errante por sus hbitos artesanales y agrarios, fue el contrato por tiempo indenido, tan caractersti- co del proletariado boliviano en general, y del proletariado des- de los aos cuarenta, convertido en fuerza de ley desde los aos cincuenta. Este tipo de contrato asegur la retencin del obrero de ocio, de su saber, de su continuidad laboral y su adhesin a la empresa por largos periodos. De hecho, sta fue una nece- sidad empresarial que permiti llevar adelante la efectividad de los cambios tecnolgicos y organizativos dentro de la inversin capitalista de las grandes empresas, que requeran la presencia ininterrumpida de trabajadores disciplinados y adecuados para los requerimientos maquinales. Pero adems, en la medida en que esta condicin material se interioriza como experiencia colecti- 17 Karl Marx, El capital, Mxico, Siglo XXI, 1985, captulo VI (indito). 358 va obrera, permitir crear una representacin social del tiempo homogneo y de prcticas acumulativas, que culminan un ciclo de vida obrero asentado en la jubilacin y el apoyo de las nuevas generaciones. El contrato por tiempo indenido permite prever el porvenir individual en un devenir colectivo de largo aliento y, por tanto, permite comprometerse con ese porvenir y ese colectivo, porque sus logros podrn ser usufructuados en el tiempo. Estamos ha- blando de la construccin de un tiempo de clase, caracterizado por la previsibilidad, por un sentido de destino certero, y enrai- zamientos geogrcos que habilitarn compromisos a largo plazo y osadas virtuosas en pos de un porvenir factible por el cual vale la pena luchar pues existe, es palpable. Nadie lucha sin un mnimo de certidumbre de que se puede ganar, pero tampoco sin un mnimo de conviccin de que sus fru- tos podrn ser aprovechados en el tiempo. El contrato por tiempo indenido del obrero de ocio funda positivamente la creencia en un porvenir por el cual vale la pena luchar porque, al n y al cabo, slo se pelea por un futuro cuando se sabe que hay futuro. Por tanto, este moderno obrero de ocio se presentar ante la historia como un sujeto condensado, portador de una temporali- dad social especca y de una potencia narrativa de clase de largo aliento, sobre las cuales, precisamente, se levantarn las acciones autoarmativas de clase ms importantes del proletariado en el ltimo siglo. La virtud histrica de estos obreros radicar, preci- samente, en su capacidad de haber trabajado estas condiciones de posibilidad material y simblica para sus propios nes. c) Existencia de un sistema de delidades internas, que permi- tir convertir en un valor acumulable la asociacin por centros de trabajo. Esto surgir por la implantacin de un procedimiento de ascensos laborales y promociones dentro de la empresa, basados en el ascenso por antigedad, el aprendizaje prctico alrededor del maestro de ocio y la disciplina laboral industrial, legitimadas por el acceso a prerrogativas monetarias, cognitivas y simblicas, escalonadamente repartidas entre los segmentos obreros. 359 El pico espritu corporativo del sindicalismo boliviano naci, precisamente, a partir de la cohesin y mando de un ncleo obre- ro compuesto por el maestro de ocio, cuya posicin recreaba en torno a l una cadena de mandos y delidades obreras, median- te la acumulacin de experiencias en el tiempo y el aprendizaje prctico, que luego era transmitido a los recin llegados a travs de una rgida estructura de disciplinas obreras, recompensadas con el secreto de ocio y la remuneracin por antigedad. Esta racionalidad en el interior del centro de trabajo habilit la pre- sencia de un trabajador poseedor de una doble narrativa social. En primer lugar, de una narrativa del tiempo histrico, que va del pasado hacia el futuro, pues ste es verosmil por el contrato jo, la continuidad en la empresa y la vida en el campamento o villa obrera. En segundo trmino, de una narrativa de la continuidad de la clase, en tanto el aprendiz reconoce su devenir en el maestro de ocio y el antiguo, portador de la mayor jerarqua, y que ha de entregar poco a poco sus secretos a los jvenes, que harn lo mismo con los nuevos que lleguen, en una cadena de herencias culturales y simblicas que aseguran la acumulacin de la expe- riencia sindical de clase. La necesidad de anclar este capital humano en la empresa, pues de l depende gran parte de los ndices de productividad maquinal, y en l estn corporeizados saberes indispensables para la produccin, empuj a la patronal a consolidar denitivamente al obrero en el trabajo asalariado, a travs de la institucionaliza- cin del ascenso laboral por antigedad. Ello, sin duda, requiri un doblegamiento del fuerte vnculo de los obreros con el mundo agrario, mediante la ampliacin de los espacios mercantiles para la reproduccin de la fuerza de tra- bajo, el cambio de hbitos alimenticios, de formas de vida y de tica del trabajo, en lo que puede considerarse un violento pro- ceso de sedentarizacin de la condicin obrera, y una paulatina extirpacin de estructuras de comportamiento y conceptualiza- cin del tiempo social ligadas a los ritmos de trabajo agrarios. Hoy sabemos que estas transformaciones nunca fueron completas; que incluso ahora continan, mediante la lucha patronal por anular 360 el tiempo de festividad o pijcheo y que, en general, dieron lugar al nacimiento de hbridas estructuras mentales, que combinan racionalidades agrarias, como el intercambio simblico con la naturaleza ritualizado en estas, wajtas y pijcheos o las formas asamblearias de deliberacin, con comportamientos propios de la racionalidad industrial, como la asociacin por centro de trabajo, la disciplina laboral, la unidad familiar patriarcal y la mercantili- zacin de las condiciones de reproduccin social. La sedentarizacin obrera, como condicin objetiva de la pro- duccin capitalista en gran escala, dio lugar, entonces, a que los campamentos mineros y barrios obreros no fueran ya nicamen- te dormitorios provisionales de una fuerza de trabajo itinerante, como lo eran hasta entonces; permiti que se volvieran centros de construccin de una cultura obrera a largo plazo, en la que qued depositada espacialmente la memoria colectiva de la clase. La llamada acumulacin en el seno de la clase, 18 es, en este sentido, tambin una estructura mental colectiva arraigada como cultura general, con capacidad de preservarse y ampliarse. La po- sibilidad de lo que hemos denominado narrativa interna de clase, y la presencia de un espacio fsico de continuidad y sedimentacin de la experiencia colectiva, fueron condiciones de posibilidad simblica y fsica que, con el tiempo, permitieron la constitucin de esa forma de identidad poltica trascendente del conglomerado obrero, con la cual pudieron construirse momentos duraderos de la identidad poltica del proletariado, como la revolucin de 1952, la resistencia a las dictaduras militares y la reconquista de la democracia parlamentaria. d) Fusin de los derechos ciudadanos con los derechos la- borales resultantes del reconocimiento por parte del Estado, a partir de los aos cuarenta, de la legitimidad de la organizacin sindical. Inicialmente, a excepcin de las sociedades de socorro fomentadas por la patronal, las organizaciones laborales fueron sistemticamente desconocidas por el empresariado y personal del Estado. Slo la presin, la persistencia y la fuerza de masa 18 Ren Zavaleta, Las masas en noviembre, La Paz, Juventud, 1985. 361 obligaron a empresarios y funcionarios gubernamentales a reco- nocer como interlocutores vlidos a las federaciones y sindicatos. Sin embargo, desde nales de la dcada de los aos treinta, fue el propio Estado quien comenz a tomar la iniciativa de promover la organizacin sindical, a validarla ocialmente y a potenciarla como mecanismo de negociacin tripartito, junto a la patronal. Ya desde 1936, el gobierno decreta la sindicalizacin obligatoria; posteriormente, otros gobiernos promovieron la estructuracin de organizaciones sindicales con carcter nacional como la Con- federacin Sindical de Trabajadores de Bolivia (CSTB) en 1939, la Federacin Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) en 1944, la Confederacin General de Trabajadores Fabriles de Bolivia (CGTFB) en 1950, etctera. El sindicalismo emerger en el escenario como creacin autnoma, pero tambin como iniciati- va tolerada y luego apuntalada por el propio Estado. Esta doble naturaleza del sindicato, llena de tensiones permanentes, contra- dicciones y desgarramientos que inclinan la balanza hacia la auto- noma obrera, en unos casos, o hacia su incorporacin estatal, en otros, atravesarn su comportamiento en las dcadas posteriores. Con todo, desde entonces y hasta 1985, el sindicato ser la forma legtima del acceso a los derechos pblicos, con lo que la nacin del Estado, la hegemona estatal y sus preceptos ho- mogeneizadores se expandirn, a travs de los sindicatos, en los enormes tumultos de emigrantes del agro que marchan a las ciu- dades y fbricas. El hecho de que el sindicato asuma la forma de ciudadana legtima ha de signicar que, a partir de entonces, los derechos civiles, bajo los cuales la sociedad busca mirarse como colectividad polticamente satisfecha, tienen al sindicato como espacio de concesin, de direccin, de realizacin, adems de que el propio sindicato aparece como la red organizativa de la forma- cin y acumulacin de un capital poltico especco. 19 19 Stphane Beaud y Michel Pialoux, Retour sur la condition ouvrire, Paris, Fayard, 1999. 362 Desde entonces, ser ciudadano es ser miembro de un sindi- cato. Ya sea en el campo, la mina, la fbrica, el comercio o la acti- vidad artesanal, la manera de adquirir identidad palpable ante el resto de las personas y de ser reconocido como interlocutor vlido por las autoridades gubernamentales es por medio del sindicato. Ah queda depositada la individualidad social plausible, y el sin- dicato se erige como el interlocutor tcito entre sociedad civil y Estado, pero con la virtud de que se trata de una ciudadana que permanentemente reclama su validacin en las calles, en la ac- cin tumultuosa de la fuerza de masa, que es en denitiva, desde la insurreccin de abril de 1952, el lenguaje de la consagracin ciudadana en y por el Estado. Sobre esta base estructural es que los trabajadores pudieron producir esa forma singular de presencia histrica llamada mo- vimiento obrero que, en el fondo, es una forma de autoagrega- cin con nes de movilizacin prctica, una estructura cultural de liacin colectiva, de sedimentacin de experiencias comunes, un sentido de la historia imaginada como compartida, unas rutinas institucionales de vericacin de existencia del colectivo y unos smbolos que refrendan cotidianamente el espritu de cuerpo. La formacin histrica de esta manera de existencia colecti- va fue un proceso social que, atravesando revoluciones, persecu- ciones, congresos, mrtires y documentos, tuvo como punto de partida y de llegada insoslayable el centro de trabajo. De ah la primera caracterstica bsica de esta forma de movilizacin social. En la medida en que el sindicato obrero supone un tipo de traba- jador asalariado perteneciente a una empresa con ms de veinte obreros (exigencia de ley) y con contrato por tiempo indenido (costumbre), la forma sindicato tiene como clula organizativa la empresa. El sindicato es, entonces, una unidad y, a la larga, la identidad obrera por centro de trabajo. Claro, en tanto la pre- sencia visible y pblica del trabajador va siendo asumida por el sindicato de empresa, y desechando otras formas organizativas (como las barriales, deportivas, culturales, etc.), el sindicato se va constituyendo en el referente identitario de la condicin obrera, capaz no slo de engendrar una narrativa cohesionadora de sus 363 miembros, sino tambin de convertirse en centro de atraccin y porvenir de los otros conglomerados sociales no sindicalizados. Esto ha de marcar internamente la dinmica de la base or- ganizativa del movimiento obrero. Su fuerza, su expansin y su durabilidad son directamente proporcionales a la consistencia, amplitud y diversicacin de las plantas productivas instaladas bajo modalidades de subsuncin real, contrato indenido y acu- mulacin vertical, y es por ello que se puede asociar la formacin del movimiento obrero con una de las fases de la expansin del capitalismo, y un modelo de regulacin y acumulacin del capital. No es raro, entonces, que el ocaso de esta forma particular de la identidad obrera venga de la mano de la modicacin tcnico- organizativa de los modos de gestin y regulacin empresarial, que precisamente estn haciendo desaparecer la gran empresa, el contrato por tiempo indenido, el ascenso por antigedad, ampliando enormemente el segmento obrero que, precisamente esta forma sindicato, no tom en cuenta en su poltica de agrupa- miento y liacin. La segunda caracterstica de esta forma de existencia social de las clases trabajadoras viene tambin de este anclaje estructural: la formacin de un discurso unicador y un horizonte de accin central en torno al litigio por el valor histrico-moral de la fuerza de trabajo. Ya que la empresa es el nodo articulador de la liacin social, el material primario que identica a todos como miembros de una empresa es la venta de la capacidad de trabajo, el salario. Es claro que ello marca de manera fundamental los motivos de la agregacin y las pautas de la reivindicacin mediante las cuales el grupo se har visible pblicamente. Sin embargo, esto no limita necesariamente el horizonte de accin social colectiva en torno a una economa poltica del salario. El hecho de que la lucha en torno al salario sea el centro de las demandas movilizadoras, o una entre otras; el que el salario sea tratado como una economa de regateos mercantiles entre propietarios privados corporati- vamente representados (asociacin de empresarios/sindicatos), o como una tcnica de autovalorizacin del trabajo, esto es, de reapropiacin del resultado comn del trabajo social, depender 364 de las maneras particulares en que la relacin salarial sea trabajada y signicada histricamente por los trabajadores. En el caso del sindicalismo obrero, es claro que el salario nunca fue posicionado como nico referente aglutinador y mo- vilizador; a lo largo del tiempo, siempre ha venido acompaado de la bsqueda de formas complejizadas del valor social de la fuerza de trabajo (por ejemplo, derechos sociales), de demandas polticas (cogobierno, fuero sindical, democracia poltica, etc.), y gestin del bien pblico (nacionalizacin de la gran minera, modicacin de polticas gubernamentales, etc.). Sin embargo, tambin es cierto que el salario y una economa poltica del valor de la fuerza de trabajo han jugado un papel central en la cons- truccin de la identidad obrera, de su institucionalizacin y su modo de interpelar a los poderes dominantes. La mirada del sa- lario como regateo de mercaderes, por lo general prevaleci por encima del salario como reapropiacin de la capacidad creativa del trabajo (la autovalorizacin), y de ah que haya sido un movi- miento obrero con una dbil interpelacin a las redes de poder intraempresarial, a las formas de gestin productiva y a los usos tecnolgicos en la produccin. Con todo, esta fortaleza cohesionadora por empresa lenta- mente ir cimentando la tercera caracterstica de esta forma de movilizacin social: una slida estructura organizativa que, sos- tenida por la consistencia de la identidad por centro de trabajo, abarcar el territorio nacional, en una extensa y tupida red de mandos jerarquizados por rama de ocio, de mltiples ramas de ocio, por departamento y, por ltimo, a escala nacional. La Central Obrera Boliviana (COB), fruto de este podero de interunicacin laboral, ha sido la nica estructura de moviliza- cin de efectiva dimensin nacional creada por los trabajadores y, sta fue otra de sus virtudes, con un sistema de prcticas orga- nizativas y estructuras materiales (edicios, documentos, aportes) duraderamente institucionalizados. Asambleas por centro de trabajo, direcciones por empresa, congresos de sector, congresos departamentales, congresos na- cionales ampliados, direcciones por rama, por departamento y en 365 el mbito nacional fueron la escenicacin institucional de una trama de participacin y deliberacin que logra abarcar a la parte ms signicativa del proletariado boliviano, y cuya materialidad y peso en la experiencia social, pese a su sistemtico desmante- lamiento por las elites dominantes, sigue an pesando notable- mente en las prcticas organizativas de las nuevas experiencias de organizacin social de las clases subalternas. Esta red organizativa, estas tcnicas de delegacin controlada de autoridad, y estos medios materiales de la existencia de la co- lectividad arraigaron de manera duradera un sentido de pertenen- cia y de participacin capaz, no slo de permitir la consolidacin de una cultura organizativa arraigada en la cotidianeidad de la actividad laboral de los obreros, sino adems de la continuidad en el tiempo de una trayectoria social de clase capaz de sobrepo- nerse a las persecuciones militares, los despidos empresariales, las masacres y sanciones con las que el Estado continuamente sancionar la solidez de la autonoma obrera. Paralelamente, esta estructura organizativa funcionar como un sistema de mandos y jerarquas centralizado a escala, primero de rama de trabajo (Federaciones y Confederaciones) y, luego, en el mbito nacional (la COB), de amplia ecacia en la movilizacin de sus aliados. La cuarta caracterstica es una fuerza de masa movilizable y disciplinada en torno a los mandos jerrquicos por centro de tra- bajo, rama de ocio y direccin nacional. No toda estructura de organizacin y participacin a escala departamental o nacional es inmediatamente una fuerza de masa movilizable. Esto requie- re una forma particular de acumulacin de experiencias que, en el caso del movimiento obrero, se presentar con la fuerza de un dogma virtuoso de la formacin de la clase. Las justicaciones no son pocas para esta manera tan compac- ta de autorrepresentacin de las clases subalternas. El hecho de que los obreros descubran que la accin conjunta y disciplinada ampla los mrgenes de posibilidad de sus demandas es una ex- periencia general de todos los trabajadores asalariados confron- tados a las competencias del mercado de trabajo, que devalan permanentemente la medida histrico-moral de la mercanca 366 fuerza de trabajo que ellos poseen. Pero que la unidad de la clase se presente como un prejuicio de masas institucionalizado en una sola organizacin nacional y, adems, bajo la forma de sindicato, requiere unas singulares maneras de procesar las reglas del mer- cado laboral y del devenir de la autovalorizacin. Para que la unidad de la clase, y luego la unidad de lo popular, se institucionalizaran en una sola estructura sindical nacional, y en unos hbitos de disciplina interna jerrquicamente escalonada, fue necesaria, no slo una irrupcin victoriosa de lo obrero y lo popular fusionados, tal como sucedi en la insurreccin de abril de 1952, sino que adems fue decisivo que la experiencia orga- nizativa de este acontecimiento fundacional de lo popular se diera en tanto disciplina sindical, que ser precisamente el modo de articulacin de las estructuras militarizadas obreras y plebeyas que derrotarn en tres das al ejrcito oligrquico. Aqu hay enton- ces la fundacin de un hito de la accin de la masa, que obtiene su triunfo social mediante la movilizacin conjunta en torno al sindicato, y a una estructura de mandos y delidades claramente delimitados en torno a la institucionalidad estatal. La cultura de los pliegos petitorios, que agregan demandas sectoriales de varios centros de trabajo y luego de varios sectores sociales en un solo documento, vendr a refrendar anualmente una memoria colec- tiva del entretejimiento de demandas y acciones como modo de reconstruir la unidad de la masa. De ah que el devenir posterior del sindicato unitario, y sus prcticas de disciplina sindical escalonada como forma de iden- tidad de clase, no sean simplemente una remembranza de este hecho iniciador; en gran parte tambin sern la reactualizacin, aunque ya no victoriosa, sino sufriente y dramtica, de este aglu- tinamiento obrero para soportar, resistir o bloquear el paso de las dictaduras, los despidos y las masacres, y de renovados ujos de reconocimiento entre las bases y los dirigentes. La disciplina se presenta as como una experiencia marcada por las mejores conquistas de la clase (la revolucin) y la defen- sa de la posicin de clase (la resistencia a las dictaduras); se trata entonces de un comportamiento premiado por la historia de la 367 conquista de la ciudadana de la clase. Esto permitir, por tanto, la habilitacin de una certeza de movilizacin, a saber, el nme- ro mnimo de aliados movilizables detrs de una demanda que, en el terreno de la negociacin, brinda una poderosa fuerza de disociacin del adversario. El hecho de que el devenir colectivo haya recompensado a un sistema de mandos no signica que ste pueda ejercerse impune- mente. Su permanencia requiere de una serie de prcticas orga- nizativas internas, que constituyen la quinta caracterstica de esta forma de accin histrica. Una de estas prcticas es la democracia asamblearia y deliberativa que se ejercita al interior de cada una de las estructuras jerrquicas del sistema sindical. Ya fuera desde la asamblea de empresa, la de rama de ocio, la departamental o nacional, los obreros supieron crear, como sus- tancia articuladora de su interunicacin, un tipo de democracia radical, que combin de manera certera un sentido moral de res- ponsabilidad personal con el bien comn, un rgimen de control de los representantes (dirigentes) por parte de los representados (bases sindicales), unos mecanismos peridicos de rendicin de cuentas a electores colectivos (asambleas), y una virtud cvica de intervencin generalizada de los sindicalizados en la formacin de la opinin pblica y la elaboracin del horizonte de accin, que conformaron las culturas democrticas modernas ms arraigadas y duraderas en la sociedad boliviana. Esto no elude la presencia de hbitos colectivos que tienden a obstaculizar la prctica de- mocrtica ampliada, como los lmites al disenso una vez delibe- radas las razones y tomadas por mayora las resoluciones, el uso de sutiles medios de coaccin interna, etctera. Sin embargo, ello tampoco puede eclipsar el desborde de una amplia gama de prcticas democrticas incorporadas como acervo histrico de la constitucin de la clase obrera. El sentido de la responsabilidad individual surgi en torno a la creencia, y luego hbito memorable, de buscar las mejoras personales a travs de la conquista de mejoras para los dems miembros, ya sea de la cuadrilla de trabajo, del centro laboral, de la rama de ocio o de todos los sindicalizados; claro que esto 368 se vio favorecido por las caractersticas tcnicas del proceso de trabajo, que exiga formas de delidad grupal para la transmisin de saberes, pero el hecho de que esta posibilidad tcnica haya de- venido prejuicio de clase fue ante todo una creacin de la propia identidad de la clase obrera. Por su parte, la cultura deliberativa al interior de la democra- cia asamblesta resultaba, no slo de la convergencia vericable de iguales (el gran dcit contemporneo de la democracia li- beral), en tanto portadores de fuerza de trabajo, que otorgaba a cada trabajador la certidumbre de la validez de su opinin en el conjunto, sino de la dependencia de los representantes respecto al temperamento y decisin de los representados, que obliga a que las decisiones que ellos tomen sean producto de un consenso discursivo entre las bases sindicalizadas y no una arbitrariedad de los dirigentes. Pero adems, dado que los dirigentes tienen supeditados una buena parte de sus gastos y actividades a los aportes de las bases, hay un vnculo material de los dirigentes hacia las bases, que limita an ms la posibilidad de decisiones autnomas de los primeros. En este sentido, son conocidas las sesiones de asambleas obreras de evaluacin crtica de la accin de los dirigentes, donde stos rinden cuentas de sus acciones ante la colectividad, con riesgo de censura o destitucin, y donde se elaboran los pasos siguientes del movimiento sindical, a travs de una lista interminable de oradores, que permite la creacin consensuada de los puntos de vista que habrn de presentar p- blicamente como colectividad. Ha sido el ejercicio de estas prcticas democrticas lo que ha sostenido una ecaz maquinaria de movilizacin social autnoma articulada desde los centros de trabajo y, hasta cierto punto, la existencia prctica, ms que reexiva, de una manera distinta de gestionar los asuntos pblicos y de soberana poltica. Y ste es el sexto componente de la forma sindicato. Tal como fue constituyndose, la estrategia de accin poltica del movimien- to obrero estuvo profundamente inuenciada por el horizonte estatal, no en el sentido de apetencia estatal, sino de supeditacin a la normatividad y lectura que el Estado nacionalista expeda. 369 Las prcticas de soberana poltica que se estructuraron en torno al sindicato, por lo general estuvieron restringidas al mbito de las estrategias y la intensidad del litigio frente al Estado, y no tan- to en la perspectiva del n de la querella o del desconocimiento radical del reclamo, que hubiera supuesto la asuncin del papel de soberano y dirimente por parte de los trabajadores. Esto sig- nica que entre los trabajadores se incub un arraigado espritu demandante frente al Estado, belicoso por cierto, pero enmarca- do en los marcos de signicacin y modernizacin promovidos por el Estado nacionalista. Surgi as un modelo de movilizacin pactista e integrado a la racionalidad estatal que, a no ser en los puntuales momentos extremos de peligro de muerte, no se atrevi a mirarse a s mis- mo como soberano, preriendo atrincherarse en la mirada del peticionario, recreando as la legitimidad estatal, que slo puede existir como monopolizadora de la violencia fsica y simblica legtimas, 20 si hay sujetos sociales que admiten, o soportan y re- crean, esta expropiacin de prerrogativas pblicas. Ahora, ciertamente, esta delegacin recurrente del derecho a gobernar a la pequea estirpe, que siempre se ha atribuido ese derecho de gobierno, no es slo resultado de una interiorizacin prerreexiva de los hbitos del gobernado; result tambin de un sistema de recompensas sociales que el sindicato pudo recoger, mediante la institucionalizacin y la atemperacin de su actividad movilizadora. Los benecios sociales, la ciudadana sindical, los bonos salariales, los bienes materiales del sindicato y, en general, el conjunto de derechos sociales que obtuvo despus de la revo- lucin de 1952 y, precisamente, como su prevencin estructural, dieron lugar a una economa de demandas ciudadanas (ciuda- dana sindical y derechos sociales) y concesiones polticas (legi- timidad del Estado nacionalista e integracin en sus estructuras simblicas de emisin), que atravesaron el temperamento de las formas sindicales de movilizacin. 20 Pierre Bourdieu, La noblesse dtat, Paris, Minuit, 1989. 370 El movimiento obrero, y la forma sindicato bajo la cual exis- ti, fueron entonces una sntesis intensa de tres economas, que constituyeron la columna vertebral de esta forma de movilizacin e identidad histrica: a) una economa mercantil del valor hist- rico moral de la fuerza de trabajo; b) una economa moral de la sumisin y la resistencia; y c) una economa poltica y simblica de la autonoma y el horizonte de accin. A partir de la fusin de estos tres componentes internos de la existencia de la clase obrera, la forma sindicato cclicamen- te fue capaz de crear un espacio de irradiacin social o bloque compuesto de clases sociales. La COB, que es el nombre de este proceso histrico, a la vez que permiti institucionalizar y fundar el diagrama de la narrativa de la clase obrera, contribuy a que otras clases subalternas adquirieran una existencia pblica y una sedimentacin histrica vericable. La COB fue una trama de la autoconstruccin de clases sociales, pero en torno a los smbo- los, los cdigos y los parmetros organizacionales del movimien- to obrero. La liacin sindical borr o desplaz otras formas de autoorganizacin de los subalternos; las prcticas deliberativas fueron imitadas parcialmente por los otros componentes, en tanto que el discurso y la disciplina obrera por centro de trabajo fue- ron integradas como acervo colectivo por un espectro mayor de fracciones y clases sociales, adecundolas, por supuesto, a sus propios nes y habilidades. La forma masa, que segn Ren Zavaleta fue el modo de la pre- sencia activa de la centralidad obrera y su irradiacin, 21 no slo se mostr en el momento de la movilizacin plena de la COB (1970- 1971/1978-1981/1982-1985), sino tambin en la movilizacin de unos pocos sindicatos o de la COB como centro convocante, aglu- tinador y representante del levantamiento de mltiples sectores des-sindicalizados o portadores de otras delidades corporativas no especcamente sindicales, como lo que sucedi con la pobla- 21 Ren Zavaleta, Las masas en noviembre, op. cit. Vase tambin el estudio de las diferencias que propone Zavaleta entre forma masa, forma clase y forma multitud, en Luis Tapia, La produccin del conocimiento local; historia y poltica en la obra de Zavaleta, Tesis de doctorado (indita), 1997. 371 cin indgena-urbana en torno a los sindicatos mineros en 1981, o con la poblacin civil pacea en 1979, a partir de la convocatoria a la huelga indenida decretada por la COB. Cada una de estas compactaciones de bloques de clases socia- les son singularidades histricas, excepcionalidades que articu- lan, espacial y geogrcamente, lo obrero en torno al sindicato, lo popular asalariado en torno a lo obrero y lo plebeyo en torno a lo sindical, rompiendo el diagrama de fuerzas estatales y creando un punto de inexin en la estructura de legitimidad gubernamental. De ah la carga eminentemente poltica de este tipo de articulacin social, que dio lugar a grandes modicaciones de la vida polti- ca nacional; en unos casos a procesos de democratizacin social (1978-1982) y en otros de regresin conservadora (1971, 1985), dependiendo de la densidad y la continuidad propositiva de este bloque histrico compuesto (Zavaleta). II. LA FORMA MULTITUD En los ltimos trece aos, todo el basamento que hizo de los sin- dicatos y la COB el ncleo de las identidades subalternas urbanas ha sido desmontado sistemticamente. No se trata de que ahora ya no haya obreros, o de que no haya dirigentes radicales, o de que se haya cado el muro de Berln. En realidad, la historia social se sostiene en hechos ms poderosos que los prejuicios. Nuevo modelo de desarrollo empresarial Si bien en trminos tcnico-productivos Bolivia sigue siendo, co- mo hace dcadas, un espacio geogrco donde se superponen ra- cionalidades productivas, tcnicas, laborales y formas asociativas correspondientes a diferentes pocas histricas y civilizaciones (la capitalista, la comunal, la campesina, la domstica artesanal, etc.); y si, igualmente, como hace siglos, seguimos siendo un pas pre- dominantemente exportador de materias primas (gas, petrleo, minerales, soya, etc.), el modo de articulacin parcial o defectuosa 372 entre esas estructuras productivas modernas y tradicionales ha variado notablemente. Hasta los aos ochenta del siglo XX, en correspondencia con el modelo de desarrollo fordista prevaleciente a escala mundial, las elites dominantes en Bolivia, a su modo hbrido y retardado, em- prendieron procesos de sustitucin de importaciones, ampliacin del mercado interno de consumidores y productores, conversin de campesinos autosucientes en propietarios y asalariados, di- versicacin de la base productiva a partir de la intervencin del Estado en la creacin de empresas, gestin del salario a travs de derechos sociales, etctera. En el horizonte, para empresarios, gobernantes, opositores, intelectuales y nanciadores externos, se asomaba una lenta disolucin de las estructuras productivas tradicionales, consideradas como resabios temporales de lo que tendra que dar paso a la modernidad del trabajo asalariado, la gran industria, las grandes concentraciones de obreros de cuello azul, el mercado de productos y tierras, el comercio generalizado y la homogeneidad cultural y consumista regulada por un Estado protector socialmente, y empresarial econmicamente. Hoy da, este modelo ya no va ms. Aunque el Estado mantie- ne una fuerte intervencin en el mbito de la regulacin del precio de la fuerza de trabajo, de la seguridad para las inversiones, de la norma del precio del dinero y el ahorro pblico, ha sido des- pojado de sus funciones propietario-empresariales, por lo cual ya no se hace cargo de la generacin de excedentes econmicos, ni controla las ramas productivas ms decisivas de la economa capitalista local. Las reas econmicas de mayor inversin de capital, de mayor generacin de excedentes y de ms intensa ar- ticulacin con el mercado mundial estn en manos de capitales transnacionales, que se han convertido en el principal agente de promocin de la economa moderna. 22 La llamada burguesa nacional, en sus vertientes de burgue- sa de Estado y de burguesa ancada en el mercado interno, es un 22 Unidad de Anlisis de Polticas Sociales y Econmicas (UDAPE), Bolivia: pros- pectiva econmica y social 2000-2010, La Paz, PNUD, 2000. 373 sector empresarial subalterno, reducido a pequeas actividades artesanal-comerciales; en tanto que las burguesas exportadoras (mineras, agroindustriales) junto con la bancaria, han integrado su destino como socios minoritarios y tcnicamente serviles de la gran inversin extranjera, que no ha abierto nuevas reas econ- micas, sino simplemente ha desplegado la colonizacin intensiva de aquellas que ya fueron habilitadas por la intervencin del Es- tado: petrleo, gas, telecomunicaciones, electricidad, transporte areo, ferrocarriles y banca. Sin embargo, lo novedoso en esta remodelacin de la econo- ma boliviana no es slo el cambio en el rgimen de propiedad y concentracin del capital; lo es tambin la modalidad de concen- tracin tcnica de esa inversin. El modelo fordista, o en su vertiente latinoamericana de sus- titucin de importaciones, supuso un tipo de acumulacin ex- tensiva basada en la creacin de grandes factoras, que acoplaban distintas funciones laborales y agregaban enormes contingentes de trabajadores en mbitos territoriales compactos. Hoy, la in- versin extranjera y local est desplegando, en cambio, un mo- delo desagregado de inversin tcnica y de ocupacin laboral. Los procesos productivos en general, como los de la minera, el petrleo y la industria, han sido fragmentados en pequeos n- cleos de inversin intensiva de capital y reducida fuerza de trabajo asalariado. En reas como las del comercio y la banca se ha dado una descentralizacin de tareas. Est surgiendo as un modelo econmico, tcnica y poblacio- nalmente atomizado en pequeos centros de trabajo articulados en red, de manera horizontal, entre sectores de economa moder- na mercantilizada, pero adems, y ste es el tercer componente novedoso de la estructura econmica actual, tambin articulado verticalmente, con reas de economa tradicional artesanal, fa- miliar y campesina por varias vas: compra-venta de fuerza de trabajo temporal precaria, bajo consumo empresarial temporal; compra-venta de fuerza de trabajo en la forma de productos se- mielaborados, que luego son integrados a procesos industriales o comercial-empresariales; consumo de productos industriales, 374 como parte de la reproduccin de la economa campesina comu- nal y de las unidades econmicas domstico-artesanales urbanas; acceso a mercanca-dinero a travs de crdito y ahorro; y, por ltimo, conscacin, expropiacin empresarial, de las condicio- nes de reproduccin vital de la sociedad (agua, tierra, servicios bsicos). La particularidad que asumen estos nuevos vnculos de dominacin, entre estos dos niveles de la estructura social dualiza- da de la sociedad boliviana, es decisiva para entender las actuales modalidades de la actual reconstitucin del tejido social plebeyo. A diferencia de lo que suceda a mediados del siglo pasado, cuando el ideal de modernizacin pasaba por la erosin paulatina de los sistemas tradicionales de economa campesina, artesanal y comunal, hoy la banca, la industria, el gran comercio, la gran minera privada, la agroindustria de exportacin, cada uno a su modo, ha refuncionalizado el uso de sistemas laborales, asociati- vos y culturales de la economa campesina, artesanal, domstico- familiar para la obtencin de materia prima (leche, lana, soya, tri- go, arroz, minerales, coca); para la elaboracin de partes de com- ponentes del producto total (joyas en oro, zapatos, textiles, pasta base); para el abastecimiento de fuerza de trabajo temporal y la tendencia a la baja del salario urbano (petrleo, industria); o para la obtencin de tasas de inters superiores al promedio (banca). En la medida en que el proyecto de desarrollo capitalista des- plegado por las reformas liberales ha reforzado una estructura econmica caracterizada por pequeos nodos de modernizacin tcnica y organizativa, que articulan verticalmente una gigantesca gama de actividades, tecnologas, saberes y redes organizativas econmicas tradicionales, artesanales, campesinas y familiares, se ha creado un rgimen de acumulacin hbrido y fractalizante de una lgica de escasa modernizacin de enclaves econmicos transnacionalizados (minera, banca, petrleo, telecomunicacio- nes, cocana), sobrepuesta y parcialmente articulada, bajo moda- lidades de exaccin, dominacin y explotacin a estructuras eco- nmicas no modernas de tipo agrario-comunal, pequeo-campe- sina, artesanal, microempresarial, domstico-familiar, etctera. Se puede decir que el modelo de desarrollo contemporneo es una 375 integracin defectuosa de mayoritarios espacios de subsuncin formal en torno a pequeos, pero densos y dominantes espacios de subsuncin real 23 de estructuras laborales, de circulacin y consumo bajo el capital.
Reconguracin de las clases sociales, de los modos de dominacin poltica y de las resistencias Las transformaciones en los procesos tcnico-organizativos de la economa han venido acompaadas de modicaciones en la com- posicin tcnica y la composicin poltica de las clases populares. En particular, la ms afectada fue la clase obrera. El nmero de trabajadores asalariados y de personas que tie- nen que mercantilizar alguna capacidad productiva para reponer sus fuerzas es hoy dos veces mayor que el de hace quince aos, cuando el sindicalismo era el eje en torno al cual giraba el pas. Lo que sucede es que las condiciones de posibilidad material y simblica sobre las que se levantaron la forma sindical y la trayec- toria del antiguo movimiento obrero hoy ya no existen. Las grandes empresas y ciudadelas obreras, que forjaron una cultura de agregacin corporativa, han sido sustituidas por nu- merossimas medianas y pequeas fbricas capaces de extender el trabajo industrial hasta el domicilio, produciendo un efecto de desagregacin social contundente y fragmentacin material de la fuerza de masa del trabajo. 24 El contrato jo, que sostuvo el sentido de previsibilidad, es hoy una excepcin frente a la sub- contratacin, la eventualidad, el contrato por obra, que precariza la identidad colectiva y promueve el nomadismo laboral, limita- do en su capacidad de forjar delidades a largo plazo, 25 dando lugar, por una parte, a una hibridacin (Bajtin) de la condi- 23 Karl Marx, El capital, op. cit. 24 Pablo Rossell y Bruno Rojas, Ser productor en El Alto, La Paz, Centro de Estu- dios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), 2000. 25 Carlos Arze, Empleo y relaciones laborales, en Bolivia hacia el siglo XXI, La Paz, Postgrado en Ciencias del Desarrollo (CIDES), Coordinadora Nacional de Redes (CNR), Academia Nacional de Ciencias (ANC), PNUD y CEDLA, 1999; tam- 376 cin de clase, y a la emergencia de identidades contingentes 26
de los trabajadores segn la actividad, los ocios laborales, los entornos culturales donde se encuentren transitoriamente, y la dinmica de contornos difusos entre el espacio del trabajo y del no trabajo. 27 La transmisin de saberes por estraticaciones laborales estables y los ascensos por antigedad van siendo sus- tituidos por la polivalencia, la rotacin del personal y el ascenso por mrito y competencia, quebrando la funcin del sindicato como mecanismo de ascenso, estabilidad social 28 y la estructura de mandos disciplinados, tan propios de la antigua forma sindi- cal de movilizacin. Por ltimo, el sindicato ha sido proscrito de la mediacin leg- tima entre Estado y sociedad, para ser lentamente sustituido por el sistema de partido, erosionando an ms la ecacia representa- tiva que antes posea, en la medida en que era el mediador poltico y el portador de ciudadana. 29 En su sustitucin arbitraria, pero a la vez inestable, se ha levantado un sistema de partidos polticos que ha llevado a la dualizacin de la vida poltica, entre una elite que se reproduce endogmicamente en la posesin privativa de la gestin del bien pblico, y una inmensa masa votante clientelizada y sin capacidad real de intervenir en la gestin del bien comn. En este ambiente, la precariedad simblica, resultante de una precariedad institucionalizada, se alza como temperamento social que potencia un sentido comn de imprevisibilidad a largo plazo, bin, del mismo autor, Crisis del sindicalismo boliviano: consideraciones sobre sus determinantes materiales e ideolgicas, La Paz, CEDLA, 2001. 26 Homi Bhabha, The Location of Culture, New York, Routledge, 1994; Pnina Werbner y Tariq Modood, (eds.), Debating Cultural Hybridity: Multi-cultural Identities and the Politics of Anti-racism, London, Zed Books, 1997. 27 Ulrich Beck, Un nuevo mundo feliz: la precariedad del trabajo en la era de la glo- balizacin, Barcelona, Paids, 2000. 28 lvaro Garca Linera, Estructuras materiales y mentales del proletariado minero, op. cit. 29 Patricia Chvez, Los lmites estructurales de los partidos de poder como es- tructuras de mediacin democrtica: Accin Democrtica Nacionalista en el Departamento de La Paz, Tesis de Licenciatura, Carrera de Sociologa, UMSA, 2000. 377 ausencia de narrativa colectiva, individualismo exacerbado y fa- talismo ante el destino, que erosiona, por hoy, el sentimiento de pertenencia a una comunidad de destino, 30 como el que logr articular el antiguo movimiento obrero boliviano. La certeza de que hay que pelear juntos para mejorar la situa- cin de la vida individual se hunde poco a poco, dando lugar, de manera mayoritaria, pero no absoluta, a un nuevo precepto de la poca, segn el cual es mejor acomodarse individualmente a las exigencias patronales y gubernamentales para obtener algn benecio, con lo que la larga cadena de dispositivos objetivos de sumisin y de intimidacin se pone en movimiento, para in- teriorizar en la subjetividad asalariada la reticencia (temporal) a modicar su situacin mediante la accin conjunta, a travs de la solidaridad. Surge as una nueva calidad material compleja de la identidad y la subjetividad del trabajador contemporneo. Es la muerte de la COB, esto es, del sentido, de las condiciones y las proyecciones de la accin en comn obrera que prevalecieron durante cuarenta aos, pero tambin de la manera de inclusin del sindicato en la composicin estatal. Es la muerte, entonces, no del sindicalismo, sino de una particular manera material y simblica de ser del sindicalismo, que ya no existe ni va a existir ms. Es tambin la muerte de una forma de la condicin obrera y del movimiento obrero, y no del Movimiento Obrero, que en los siguientes aos podr adoptar otras formas histricas. La antigua interunicacin en sus formas, sus modalidades y caractersticas ya no existe, y evocarla o desearla hoy es un tributo al idealismo ingenuo, que cree que basta enunciar las ideas para que ellas se hagan efectivas. En conjunto, en la ltima dcada asistimos a la disolucin de la nica y duradera estructura de unicacin nacional con efec- to estatal que produjeron las clases trabajadoras, abriendo un largo periodo de pulverizacin de demandas y agregaciones de los sectores dominados de la sociedad boliviana, pero, a la vez, a una lenta y multiforme reconstitucin de identidades laborales, 30 Stphane Beaud y Michel Pialoux, Retour sur la condition ouvrire, op. cit. 378 a partir, y por encima, de esta fragmentacin que en la siguiente dcada podran poner en pie nuevas formas histricas del movi- miento obrero y de agrupamiento de las clases laboriosas. Pero la disolucin de las condiciones de posibilidad de la for- ma sindicato tambin han sido, en parte, las condiciones de posi- bilidad del surgimiento de otras formas de interunicacin social y de accin colectiva. Claro, la fragmentacin de los procesos de trabajo, la muerte del obrero de ocio, con su cadena de mandos y delidades corporativas, y la sustitucin del sindicato como me- diador poltico, han demolido la forma de unicacin nacional por centro de trabajo y legitimidad estatal, pero, en la medida en que no han sido sustituidos por otras estructuras de liacin social, de identidad colectiva duradera, ni por otros mecanismos de mediacin poltica estatalmente reglamentados, en la ltima dcada ha habido un regreso o fortalecimiento social de formas de unicacin locales de carcter tradicional y de tipo territorial. 31 La multitud No vamos a detenernos aqu en las circunstancias particulares que permitieron la emergencia de la forma multitud en las jornadas de movilizacin social de enero a septiembre de 2000, existen tra- bajos detallados al respecto. 32 Lo que vamos a intentar es hacer un anlisis ms estructural de esta forma de accin colectiva, que 31 El concepto de forma multitud que ahora vamos a proponer diere del pro- puesto por Zavaleta. l, por lo general, trabaj este concepto en relacin con el comportamiento del proletariado como sujeto espontneo, como plebe en accin y no como clase. Sobre esto, vase Ren Zavaleta, Forma clase y forma multitud en el proletariado boliviano, en Ren Zavaleta (comp.), Bolivia hoy, Mxico, Siglo XXI, 1983; tambin, del mismo autor, Las masas en noviembre, op. cit. Nosotros en cambio, hemos de trabajar la multitud como bloque de accin co- lectiva, que articula estructuras organizadas autnomas de las clases subalternas en torno a construcciones discursivas y simblicas de hegemona, que tienen la particularidad de variar en su origen entre distintos segmentos de clases subal- ternas. 32 Luis Tapia, Raquel Gutirrez, Ral Prada y lvaro Garca Linera, El retorno de la Bolivia plebeya, La Paz, Comuna, 2000; Tom Kruse y Humberto Vargas, Las 379 se presenta de manera recurrente en la historia social boliviana, aunque con caractersticas diferentes en cada contexto. 1) Modo de unicacin territorial y exible. En la medida en que gran parte de las unicaciones por centro de trabajo han sido atacadas por las polticas de exibilizacin laboral, libre contrata- cin y fragmentacin productiva, formas preexistentes de orga- nizacin territorial, como las juntas vecinales, los sindicatos por jurisdiccin (campesinos y gremiales), o asociaciones por rama de ocio, han adquirido una relevancia de primer orden. Ante- riormente opacadas por el sindicalismo de empresa, el debilita- miento de ste ha dado paso a un mayor protagonismo de estas estructuras unicadoras. Se pens que, tras el desmantelamiento de las estructuras de unicacin nacional como la COB, se asisti- ra a un largo proceso de desorganizacin social, susceptible de ser disciplinada y capturada por instituciones clientelistas como partidos, organizaciones no gubernamentales (ONG) o la Iglesia. Sin embargo, el desmoronamiento de las antiguas estructuras de movilizacin nacional con efecto estatal ha mostrado una multi- factica, compleja y generalizada urdimbre organizativa de la so- ciedad subalterna, enraizada en mbitos locales de preocupacin. Pero adems, en tanto uno de los ejes de la estrategia neolibe- ral de reconguracin de la generacin de excedente econmico es el que se reere a la subsuncin de valores de uso por la lgica del valor de cambio o, lo que es lo mismo, la mercantilizacin de las condiciones de reproduccin social bsica (agua, tierra, ser- vicios), anteriormente reguladas por lgicas de utilidad pblica (local o estatal), las riquezas sociales directamente involucradas en esta expropiacin son precisamente las que tienen una funcin territorial, como la tierra y el agua, crendose as las condiciones de posibilidad material para la reactivacin prctica de nuevas estructuras de unicacin, emergentes de los nuevos peligros. Este es el caso de las Asociaciones de Regantes que, asentndose victorias de abril: una historia que an no concluye, en Observatorio Social de Amrica Latina, No. 2, 2000. 380 en muchos casos en conocimientos y habilidades organizativas tradicionales practicadas desde hace siglos, 33 pero adecuadas a las nuevas necesidades, han creado medios de agrupamiento y de liacin modernos, para defender la gestin del agua segn usos y costumbres. Por lo general, estos ncleos de agrupamiento tienen una vida activa en trminos locales, por su corta edad, o han sido arrin- conados a un estrecho marco, a raz de la creciente proscripcin estatal de la lgica poltica corporativa, que gui la relacin entre Estado y sociedad desde los aos cuarenta del siglo XX. Sin em- bargo, la persistencia, la amplitud, la propia herencia colectiva e individualizada de accin general, y la propia generalidad de la agresin localmente soportada han ayudado a que estos nodos puedan crear una extensa red de movilizacin y accin comn, primero regional, luego provincial y, por ltimo, departamental. La Coordinadora del Agua y de la Vida, nombre regional y temporal de una de las maneras de manifestacin de la forma mul- titud, es una red, primero de accin comunicativa en un sentido parecido al propuesto por Habermas, 34 de tipo horizontal, en la medida en que es el resultado de la formacin, de manera prc- tica, de un espacio social de encuentro entre iguales; los afecta- dos por la problemtica del agua, con iguales derechos prcticos de opinin, intervencin y accin, y que a travs de complejos y variados ujos comunicacionales internos van creando un discur- so unicador, unas demandas, unas metas y unos compromisos, para lograrlos de manera conjunta. En segundo lugar, es una red de accin prctica con capacidad de movilizacin autnoma res- pecto al Estado, la Iglesia, los partidos polticos y las ONG. 33 O. Fernndez, La relacin tierra-agua en la economa campesina de Tiquipaya, Tesis de Licenciatura en Economa, Universidad Mayor de San Simn (UMSS), 1996; Gerben Gerbrandy y Paul Hoogendam, Aguas y acequias, los derechos al agua y la gestin campesina de riego en los Andes bolivianos, La Paz, Plural, 1998; Paul Hoogendam (ed.), Aguas y municipios, La Paz, Plural, 1999. 34 Jrgen Habermas, Teora de la accin comunicativa. Tomo II, Barcelona, Taurus, 1992. 381 Lo decisivo de esta multitud es que, a diferencia de la mu- chedumbre, que permite agregar individualidades sin liacin o dependencia alguna adems de la euforia de la accin inmediata, sta es mayoritariamente la agregacin de individuos colectivos, es decir, una asociacin de asociaciones, donde cada persona que est presente en el acto pblico de encuentro no habla por s mismo, sino por una entidad colectiva local ante la cual tiene que rendir cuentas de sus acciones, de sus decisiones, de sus palabras. Es muy importante tener esto en cuenta pues, a diferencia de lo que cree Habermas, el poder de intervencin en el espacio pblico nunca est equitativamente repartido; hay personas e instituciones portadoras de una mayor experiencia discursiva, de una mayor habilidad organizativa (el llamado capital militante propuesto por Poupeau), que les puede permitir inuir en una asamblea, un cabildo o una reunin, e inclinar las decisiones a favor de una postura y acallar otras. Esto se puede apreciar, por ejemplo, en las intervenciones estridentes y en los amarres asamblearios mediante los cuales planican sus intervenciones al- gunos partidarios de estructuras polticas de la antigua izquierda. Sin embargo, estas intervenciones de profesionales del discurso y de pseudorradicalismo fcil, pues no responden ante nadie por sus actos, tienen como muralla de su inuencia la responsabilidad que tiene cada participante en una asamblea, en sus palabras, sus decisiones y compromisos con su distrito, con sus mandantes de barrio, comit o comunidad, que son los que, en ltima instancia, aceptan o rechazan las acuerdos adoptados en las asambleas. Y estas asociaciones, bajo cuya identidad actan los individuos, son ante todo organizaciones territoriales en las que reposa una buena parte de la infraestructura comunicacional (radios y peridicos con pblicos locales, locales de reunin, zonas de bloqueo, etc.) y, ante todo, la fuerza y la amplitud de la movilizacin. La mul- titud no es un arremolinamiento de desorganizados, sino, por el contrario, una accin organizada de personas organizadas previa- mente, como en su tiempo lo fue la COB, slo que ahora contando como nudos de reunin a estructuras territoriales. 382 Pero adems, y esta es una virtud respecto a la forma sindicato, si bien, tal como las hemos descrito al inicio, las organizaciones de tipo territorial son la columna vertebral que sostiene la accin pblica, las movilizaciones y la presin social de la multitud, stas no crean una frontera entre aliados y desaliados, como ante- riormente lo haca el sindicato. Tanto en sus reuniones locales, departamentales, en las acciones de masas, en las asambleas y ca- bildos, en las movilizaciones, bloqueos o enfrentamientos, otras personas, carentes de liacin grupal (individuos) o representan- tes de otras formas de organizacin (sindicatos obreros, ayllus), tambin pueden intervenir, opinar, participar, etc., amplindose enormemente la base social de accin y legitimidad. En este sentido, la multitud es una red organizativa bastante exible, hasta cierto punto laxa que, presentando un eje de aglu- tinacin bastante slido y permanente, es capaz no slo de con- vocar, dirigir y arrastrar, como lo haca la COB, a otras formas organizativas y a una inmensa cantidad de ciudadanos sueltos, que por su precariedad laboral, por los procesos de moderniza- cin e individualizacin carecen de delidades tradicionales, sino que adems es una estructura de movilizacin capaz de integrar a sus propias redes a la dinmica interna de deliberacin, resolucin y accin, a individualidades y asociaciones, a n de emprender la bsqueda de un objetivo, de manera inmediata o a largo plazo. 2) Tipo de reivindicaciones y base organizacional. Las princi- pales demandas en torno a las cuales han comenzado a articular- se estos centros locales de asociacin han sido las de gestin del agua, el acceso a la tierra y el precio de los servicios bsicos que, en conjunto, delimitan el espacio de riquezas vitales y primarias que sostienen materialmente la reproduccin social. En el caso de los trabajadores del campo, la defensa de la gestin del agua, la tierra y la cultura de complejas redes sociales vinculadas a esta gestin, le hace frente a los intentos de sustituir el signicado concreto de la riqueza (satisfaccin de necesidades) y sus formas de regulacin directas (liacin familiar-comunal), por un signicado abstracto de la riqueza (la ganancia empresa- rial) y otros modos de regulacin alejados del control de los usu- 383 fructuarios (legislacin estatal). Lo novedoso y lo agresivo de esta reconguracin del uso de la riqueza social no radica tanto en la mercantilizacin, que es frecuente en comunidades campesinas y en ayllus, sino en que, pese a evidentes desigualdades y jerar- quas internas en la gestin de estos recursos, el valor mercantil se convierta en sustancia y medida, tanto de la propia riqueza, como de su control y regulacin. En las comunidades campesinas, la mercantilizacin de recur- sos est normada, no slo por acuerdos de adhesin a la estructura comunal y al cumplimiento de responsabilidades polticas y festi- vas, sino que adems son normas que, en mayor o menor medida, se hallan supeditadas a convenciones y acuerdos colectivos, que subordinan el mercadeo de bienes a necesidades de reproduccin de la entidad comunitaria, fundada en otra lgica econmica. En el caso de los trabajadores y pobladores urbanos y peri- urbanos, la lucha en contra de la elevacin del valor de los servi- cios (agua potable, electricidad, transporte) tiene que ver con la defensa de lo que se podra denominar un salario social indirecto, que se maniesta a travs de las tarifas de los servicios bsicos. A diferencia del salario de empresa, que el trabajador recibe a travs de remuneracin o seguridad social, este salario social tie- ne que ver con la manera en que el Estado regula la provisin de servicios indispensables para la reproduccin. El primer tipo de salario es el que ms ha sido afectado en los ltimos veinte aos por las reformas estructurales y el deterioro laboral, en tanto que el segundo es el que ahora comienza a ser objeto de disputa social y que, al afectar a las personas sin importar si trabajan en una gran fbrica o en un taller artesanal, crea la posibilidad estructural de una interunicacin global de las fuerzas del trabajo fragmentado. En ambos casos estamos, en primer lugar, ante la reivindica- cin de demandas territorialmente asentadas, pues la condicin directa de usufructo de estas riquezas viene dada por la ocupacin de un espacio de territorio. En segundo lugar, estamos ante ob- jetivos de movilizacin que buscan detener el avance de la lgica mercantil y las reglas de la acumulacin capitalista en reas de 384 riqueza social anteriormente gestionadas por otra racionalidad econmica. En ese sentido, utilizando la clasicacin dada por Tilly en su trabajo sobre el trnsito de las estructuras de poder local tradi- cionales hacia estructuras de poder nacionales y modernas, 35 por este carcter defensivo de las necesidades y tradiciones locales por parte del movimiento social generado en Cochabamba, se podra decir que estamos ante un tipo de accin colectiva reac- tiva, similar a aquellas que l estudi en el siglo XVIII europeo. La preexistencia de comunidades solidarias locales como base de la movilizacin, y el que la gran fuerza de agregacin de los regantes recoja la vigorosa tradicin de la cultura y experiencia organizativa del movimiento campesino, formadas entre los aos 1930-1960, 36 tiende a reforzar esta mirada. Sin embargo, como ya explicamos en el anterior punto, la forma multitud no slo presen- ta redes de asociacin con base comunal o tradicional; tambin contiene, y de una manera creciente, grupos de base asociativa y electiva emergentes de los intermitentes y mutilados procesos de modernizacin social. Precisemos esta ltima idea. La Coordinadora, si bien tiene como punto de partida corpuscular formas organizativas mu- chas de las cuales pueden ser clasicadas como de tipo tradicio- nal, porque estn fundadas en lgicas pre o no mercantiles de acceso a la tierra, el agua o servicios pblicos, la adherencia al movimiento, tanto personal como grupal, es de tipo electivo, propio de los movimientos sociales modernos. En las llamadas formas tradicionales de asociacin, en tanto la individualidad es 35 Charles Tilly, Louise Tilly y Richard Tilly, The Rebellious Century: 1830-1930, Cambridge, Harvard University Press, 1975. 36 Jos Gordillo, Campesinos revolucionarios en Bolivia: identidad, territorio y sexualidad en el Valle Alto de Cochabamba, 1952-1960, La Paz, Programa de Mejoramiento de la Formacin en Economa (PROMEC), UMSS, Universidad de la Cordillera y Plural, 2000; vase tambin, Jos Gordillo (coord.), Arando en la historia; la experiencia poltica campesina en Cochabamba, La Paz, Centro de Estudios de la Realidad Econmica y Social (CERES), UMSS y Plural, 1998. 385 un resultado de la colectividad, 37 en su interior se ejercitan me- canismos de deliberacin, consenso deliberativo y obligatoriedad participativa; esto sucede en una buena parte de la vida interna de las organizaciones locales de la Coordinadora. Pero, en las accio- nes conjuntas emprendidas bajo la forma de multitud actuante, el acoplamiento de sindicatos, asociaciones de regantes, barrios po- pulares nominalmente integrantes de su estructura organizativa, ha sido fruto de una libre eleccin al margen de cualquier coac- cin, sancin o presin. La Coordinadora no tiene un mecanismo de vigilancia, control y sancin de sus integrantes, y sostiene su convocatoria en la autoridad moral de sus representantes, en los acuerdos y convencimientos llevados adelante en las asambleas regionales, y la adhesin voluntaria a la accin colectiva. A dife- rencia de la forma sindicato, portadora de conductas modernas, que cre una estructura estable de control y movilizacin de sus miembros, la Coordinadora carece de ello y apela, ante todo, a la justeza y convencimiento de la causa emprendida, como garanta de la contundencia de la movilizacin. As que la diferenciacin entre moderno y tradicional resulta sumamente ambigua y a ve- ces arbitraria, pues parecera que, en general, los movimientos sociales fueran simultneamente modernos y tradicionales, defensivos y ofensivos, etctera. Por otra parte, las movilizaciones de septiembre y abril, tanto en el Altiplano como en Cochabamba, han hecho uso, han am- pliado y han creado, espacios pblicos para buscar legitimidad regional y nacional a sus demandas. A travs de tradicionales, pero tambin modernas, tcnicas de comunicacin, han inui- do notablemente en la opinin pblica para ampliar su base de adherentes y, circunstancialmente, persuadir u obligar a las elites gobernantes a modicar las leyes. Han hecho uso de las libertades de asociacin, reunin, deliberacin y manifestacin para hacer conocer sus necesidades, para reclutar adherentes, para neutrali- 37 Sobre estas formas de constitucin de la individualidad social, vase Karl Marx, Formas que preceden a la produccin capitalista, en Grundrisse: elementos fundamentales para la crtica de la economa poltica. Tomo 1, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1985. 386 zar al Estado, etctera. En otras palabras, los movimientos socia- les de abril y septiembre han usado y ampliado los componentes institucionales y democrticos de lo que se denomina la sociedad civil moderna, que son derechos civiles y polticos que no slo estn asociados a los sistemas multipartidistas, como sealan Jean Arato y Andrew Cohen, 38 sino que, ante todo, son derechos de ciudadana conquistados por los propios movimientos sociales, en particular por el movimiento obrero durante los siglos XIX y XX tanto en Europa 39 y Estados Unidos 40 como en Bolivia. 41 Por ltimo, la forma multitud tambin ha puesto en escena demandas y acciones de tipo proactivo, 42 pues a medida que se fue consolidando, ampliando y radicalizando el movimiento social, la base movilizada de la Coordinadora comenz a buscar reconocimiento a sus formas de democracia asamblearia como tcnica de gestin de demandas civiles; la institucionalizacin de otras maneras de ejercer los derechos democrticos, como el re- ferndum llevado a cabo en marzo de 2000, o la convocatoria a una Asamblea Constituyente; el control directo del poder poltico a nivel departamental durante las jornadas de movilizacin, o la propuesta de la implementacin de una forma autogestionaria de la provisin de agua potable. Tenemos as una combinacin de de- fensa de recursos anteriormente posedos (el agua), y la demanda de recursos que anteriormente no existan, en este caso derechos democrticos y poder poltico, que hacen a la multitud una for- 38 Jean Cohen y Andrew Arato, Sociedad civil y teora poltica, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 2000. 39 Anthony Giddens, Proles and Critiques in Social Theory, London, Macmillan, 1982. 40 David Montgomery, El ciudadano trabajador; democracia y mercado libre en el siglo XIX norteamericano, Mxico, Instituto Mora, 1997. 41 Ren Zavaleta, Las masas en noviembre, op. cit.; Luis Tapia, Turbulencias de n de siglo: Estado-nacin y democracia en perspectiva histrica, La Paz, Instituto de Investigacin en Ciencias Polticas (IINCIP) y UMSA, 1999; lvaro Garca Line- ra, Ciudadana y democracia en Bolivia, en Ciencia Poltica, No. 4, Segunda poca, 1999. 42 Charles Tilly, Louise Tilly y Richard Tilly, The Rebellious Century: 1830-1930, op. cit. 387 ma de movilizacin profundamente tradicional y radicalmente moderna, por una parte y, por otra, defensiva y ofensiva a la vez. Identidad. El hecho de que sean formaciones territoriales y demandas de reproduccin vital las que sostengan el movimiento social de la Coordinadora y, paulatinamente, las movilizaciones en la ciudad de El Alto contra el aumento de las tarifas de luz y agua y por la creacin de una universidad pblica, habilita un abanico de posibilidades de autoidenticacin diferentes a las que hasta ahora haban prevalecido. No es el acceso a la tierra lo que las agrupa, por lo que el sindicalismo agrario no es centro de agre- gacin, aunque puede participar; tampoco es la remuneracin salarial la que los convoca, por lo que no es la identidad obrera la que los engloba, aunque tambin ella est involucrada. Son el agua y los servicios lo que atraviesa a campesinos, obreros jos, obreros y obreras temporarias, pequeos comerciantes, talleris- tas, artesanos, desocupados, estudiantes, dueas de casa, etc., quienes, a pesar de la diversidad de sus ocupaciones y prcticas culturales, tienen una necesidad en comn: el acceso al agua y a los servicios pblicos, como componentes esenciales y mayorita- rios de su reproduccin (poseedores de escasos recursos), el he- cho de tener acceso a esos bienes bajo modalidades tradicionales o modernas en cuanto valores de uso (usos y costumbres/ servicios pblicos), pero adems, se trata de personas que, por lo general, no viven del trabajo ajeno. 43
Estos tres componentes constitutivos y comunes de todos los sectores partcipes de la movilizacin son los que han quedado agrupados como pueblo sencillo y trabajador, que vendran a jugar el papel del lugar discursivo del autorreconocimiento entre iguales, de irradiacin hacia otros segmentos sociales, y el punto de partida para la sedimentacin de una narrativa colectiva del 43 Sobre el concepto de personas que no viven del trabajo ajeno y su importancia en la conformacin de identidades colectivas entre las clases subalternas en la sociedad moderna, vase Karl Marx, La guerra civil en Francia, Pekn, Lenguas Extranjeras, 1975 (incluidos sus dos borradores editados). 388 grupo que, al hacerlo, existe precisamente como grupo, como identidad social. Es cierto que las formaciones de identidad son, ante todo, enunciaciones de signicacin que demarcan fronteras sociales, que inventan un sentido de autenticidad y alteridad con efecto prctico en el desenvolvimiento del sujeto as construido, pero son construcciones discursivas que trabajan sobre soportes ma- teriales, sobre hechos, sobre huellas de la accin prctica. Esto signica que no hay una identidad exclusiva para unos agentes sociales involucrados en unos hechos sociales, pero tampoco hay todas las identidades posibles; hay un espacio amplio, pero claramente delimitado, de posibles conformaciones identitarias correspondientes a la cualidad diversa, compleja, pero delimitada, de los agentes y sus interrelaciones, que dan lugar a los sucesos. En el caso de la Coordinadora como movimiento social, es cla- ro que esta identidad plebeya y laboriosa que hoy la caracteriza, bien podra ser sustituida por otras identidades, dependiendo de la actividad de los sujetos y grupos que actan en su interior. Sin embargo, la identidad que con mayor vigor ha comenzado a consolidarse es sta del pueblo sencillo y trabajador, que ha sido capaz de integrar identidades locales urbanas y rurales, y, al tiempo, de heredar la antigua identidad nacional del movimiento obrero, centrada en la virtud del trabajo. Ascendencia obrera y capital de solidaridad. Se ha dicho rei- teradas veces que la fuerza de la movilizacin y que los sujetos colectivos que constituyen la columna vertebral de la accin co- lectiva han sido y son las Organizaciones de Regantes 44 y que, en trminos prcticos, el mundo obrero precarizado, y lo que queda de la antigua forma sindical, en trminos de movilizacin y fuerza de masas, ha actuado diluida en las estructuras territoriales de los barrios, los regantes y las asambleas regionales. Sin embargo, hay una fuerte presencia de los dirigentes obre- ros en el espacio pblico; entre los nuevos ncleos de direccin 44 Luis Tapia, Raquel Gutirrez, Ral Prada y lvaro Garca Linera, El retorno de la Bolivia plebeya, op. cit. 389 obrera hay un discurso crtico y un conocimiento ms elaborado respecto de las redes de poder y dominio del capitalismo contem- porneo; hay una experiencia organizativa y militante entre los ncleos obreros sindicalmente organizados, 45 heredada de la lar- ga trayectoria de la forma sindicato, y hay una estructura material de organizacin obrera compuesta por edicios, publicaciones, vnculos orgnicos con otros sectores laborales (juntas vecinales, comerciantes, transportistas, federaciones campesinas, universita- rios, profesionales, etc.), que en conjunto han sido incorporadas, como fuerza productiva tcnica y como fuerza productiva orga- nizativa, al nuevo movimiento social de la multitud. Este aporte ha sido decisivo en el momento de articular fuerzas de descontento y demandas sociales dispersas, ha permitido unir reivindicaciones regionalizadas y esfuerzos aislados en un gran torrente de querella globalizada, y ha contribuido a la formacin de unas estrategias de movilizacin y de luchas simblicas de una extensin y un impacto nunca antes visto en la historia de los mo- vimientos sociales en Bolivia. Un elemento de dimensin subjetiva, pero gravitante en el momento del tejido de las alianzas entre sectores tan diversos, ha sido el liderazgo moral del dirigente obrero regional, que ha permitido concentrar, en su persona y en su trayectoria poltica, una ruptura con las prcticas clientelistas y de prebendas de la vida poltica y sindical, que continuamente malogran las accio- nes autnomas de las clases subalternas. El que este dirigente se haya mantenido al margen de la incorporacin partidaria y del mercado de delidades electorales ha permitido crear un referente moral de compromiso social, capaz de despertar senti- mientos de creencia, adhesin y conanza en la autonoma de la accin social, en la claridad de los objetivos y la honradez de los dirigentes. En el fondo, nadie se moviliza si no cree en el efecto prctico de esa movilizacin, o nadie pelea en asociacin con otros y por el bienestar de los otros si previamente no se ha generado 45 Pierre Bourdieu, Contre la politique de dpolitisation, en Contre-feux 2, Paris, Raisons dAgir, 2001. 390 un capital de solidaridad, que convierte a la accin asociada y desprendida en un bien social reconocido, graticado, buscado y acumulado por los agentes de la accin social. Este capital de solidaridad sera un tipo de capital simblico que, con el tiempo y su generalizacin, da continuidad histrica a los movimientos sociales, pero, en momentos como los actuales, donde prevale- ce una sospecha comn de la utilizacin de la solidaridad como plataforma poltico-partidaria, el hecho de que dirigentes y or- ganizaciones sociales de antiguo y nuevo prestigio social puedan refrendar con su comportamiento la valoracin de la solidaridad como un valor en s mismo ha contribuido a la consolidacin de redes dispersas de solidaridad y a la creciente formacin de este espacio de conversin de la solidaridad en riqueza reconocida y buscada socialmente. Soberana y democratizacin social. Resultante de la amplia- cin a escala departamental de una serie de prcticas democr- ticas locales, pero, adems, de la necesidad de asumir responsa- bilidades a medida que la movilizacin va erosionando la pre- sencia de la administracin estatal, la actual forma multitud se ha comportado bsicamente como una forma de democracia y de soberana poltica. Teniendo como base a las estructuras territoriales, donde la asamblea, la deliberacin y la consulta directa son prcticas co- tidianas para atender asuntos particulares de linderos, justicia, trabajo comn, arbitrariedad policial, trmites o hasta vnculos clientelistas con partidos polticos o el Estado, estas extendidas prcticas de democracia directa comenzaron a convertirse en soporte para la consulta y elaboracin de estrategias de moviliza- cin, primero en el mbito regional o provincial. Pero, a medida que las redes de movilizacin centradas en una misma deman- da crecieron a nivel departamental, estos saberes democrticos y estas tcnicas de deliberacin tuvieron que expandirse, y si- multneamente recongurarse, para dar paso a una compleja y sistemtica estructura de ejercicio democrtico de prerrogativas pblicas, de asociacin, de formacin de una opinin pblica y, con el tiempo, de resolucin y ejecucin de la gestin de un 391 bien pblico (el agua), con lo que, sin necesidad de pensarlo o desearlo, se convirtieron en un tipo de organizacin social que no reconoca ms fuente de autoridad que a s misma; esto es, de gobierno asentado en un entramado de prcticas democrticas asamblearias, deliberativas y representativas, que suplieron en los hechos al sistema de partidos polticos, al poder legislativo y judicial y, a punto estuvieron de hacerlo, al monopolio estatal de la fuerza pblica. Asambleas de barrio, comunidades campesinas, de sindicato y de regantes, asambleas provinciales y regionales, asambleas de- partamentales y cabildos dieron lugar a una estructura jerarquiza- da, que combin democracia asamblearia y deliberativa en cada uno de los niveles horizontales, con democracia representativa y asamblearia entre los distintos niveles escalonados que permitan formar criterio pblico entre iguales en el mbito local (asamblea territorial) y departamental (cabildo), y condensacin ejecutiva de opiniones a nivel departamental (Asamblea de representantes locales, Portavoces de la Coordinadora). Repetidas veces (febrero, abril, septiembre, octubre), esta tu- pida red de asambleas y de prcticas democrticas plebeyas no slo se present como demandante de derechos ante el Estado con su sistema de partidos y parlamento, sino que lo sustituye- ron como mecanismo de gobierno, como sistema de mediacin poltica y como cultura de obediencia. De ah que, a diferencia de lo que propone Touraine 46 respecto a los nuevos movimien- tos sociales, que no seran movimientos polticos dirigidos a la conquista del poder, la multitud de facto es una politizacin extrema de la sociedad, poseedora de una fuerza organizativa capaz de poner en duda la pertinencia de los sistemas de gobier- no prevalecientes y el rgimen de democracia liberal, y de erigir, hasta ahora provisionalmente, sistemas alternativos de ejercicio del poder poltico y de vida democrtica legtima. La virtud de este movimiento social es que ha nacido y ha puesto en entredicho las relaciones de dominacin vigentes y, en 46 Alain Touraine, Produccin de la sociedad, op. cit. 392 la medida en que hay una fuerte cultura de autogobierno local, estas lgicas del poder y de la democracia asamblearia pueden ser proyectadas a escala departamental o nacional, poniendo en entredicho la manera de enunciar lo pblico, la manera de ges- tionarlo; es decir, la forma de gobierno. Esto, por supuesto, no elude la dicultad y ambigedad con la que se forma esta apetencia de poder poltico del movimiento social. Partiendo de unas clases populares acostumbradas a una economa y resistencias morales 47 de los dominados, regidas por una lgica de demandas y concesiones con las elites, refrendadas en esos actos como dominantes, la formacin de un espritu co- lectivo de soberana es permanentemente sustituido por los viejos hbitos de obediencia a quienes se supone que estn capacitados para gobernar o, por un repliegue a la participacin local desen- tendida de lo general, permitiendo que lo general sea nuevamente asumido por las tradicionales elites gobernantes. La historia de la conformacin de una empresa autogestio- naria del agua en Cochabamba es un ejemplo de esta incesan- te confrontacin entre el siervo y el soberano en el interior del comportamiento individual y colectivo de cada uno de los sujetos involucrados. Con todo, queda claro que las clases subalternas han abierto, con su propia experiencia, un campo de posibles ejercicios del poder, de democratizacin social y transformacin de las relaciones de dominacin, que podran guiar posteriores acciones. Institucionalidad y amplitud. A diferencia del movimiento obrero, la forma multitud carece de mecanismos duraderos de convocatoria y consulta que permitan hacer rutinarios mbitos de presencia de sus componentes. Si bien los sujetos colectivos locales que la componen mantienen continuamente prcticas de asamblea, la actuacin mancomunada como multitud es siempre una incertidumbre que slo se resuelve en la prctica. De ah que 47 Edward Thompson, Tradicin, revuelta y conciencia de clase, Barcelona, Crtica, 1979; Claude Grignon y Jean-Claude Passeron, Lo culto y lo popular: miserabi- lismo y populismo en sociologa y literatura, Buenos Aires, Nueva Visin, 1991. 393 cada convocatoria a la movilizacin sea a su vez un referndum acerca de la vitalidad, la continuidad o la debilidad de la Coor- dinadora, que permite entonces forjar una cultura organizativa que asume la unidad como resultado de un paciente trabajo, y no como un hecho dado que slo basta con evocar para presen- ciarlo, tal como, por ejemplo, comenz a suceder con la COB en los ltimas dcadas. Sin embargo, esta virtud colectiva viene acompaada de un dcit de presencia estructural y material de continuidad, de permanencia organizacional, esto es, de institucionalizacin, que permita un seguimiento continuo de las tareas acordadas, la con- sulta de nuevos objetivos, etctera. As, en ciertos momentos, la Coordinadora es medio milln de habitantes, mientras que en otros no pasa del centenar de miembros permanentes acti- vos. Quiz una forma de superar este dcit organizativo sea la consagracin, institucionalizacin y ritualizacin simblica de las asambleas locales y regionales existentes, como asambleas instituidas de la Coordinadora, la regularizacin de una asam- blea departamental con un mnimo de delegados seguros a los que pudieran incorporarse otros en cualquier momento, y la implementacin de mecanismos de eleccin y revocabilidad de dirigentes en asambleas de delegados. Igualmente, se requiere la formulacin de dispositivos de aportes econmicos, que per- mitan que los representantes puedan desempear funciones de organizacin permanente, pero tambin para que haya un mejor control de los dirigentes hacia la base. En este caso, hablaramos de una forma de institucionalizacin interna diferente a la propuesta por Claus Offe en su modelo de etapas del movimiento social, segn la cual la institucionaliza- cin llevara a los dirigentes de la movilizacin a su inclusin en el sistema poltico dominante. 48 La institucionalizacin interna, en cambio, no slo articulara en un mismo proceso social la fun- 48 Claus Offe, Reexiones sobre la autotransformacin institucional de la poltica de los movimientos: un modelo experimental por etapas, en La gestin poltica, op. cit. 394 cin expresiva y la instrumental, sino que mantendra en pie la demanda inicial de la accin social de modicacin radical del campo poltico, de sus reglas y sujetos legtimos. Otra de las dicultades que enfrenta la forma multitud es su carcter regionalizado. Despus de la coordinadora del agua en Cochabamba, ha habido intentos de construir instancias pareci- das en la ciudad de El Alto, Santa Cruz, Tarija, etc., que podran darle un carcter nacional a esta forma de movilizacin social. Las condiciones de posibilidad para ello estn dadas por las pro- pias polticas neoliberales, que han socializado nacionalmente la escasez, la precariedad y la agresin a las condiciones vitales de reproduccin. El logro de esta estructuracin local de movimien- tos sociales de multitud, y la interconexin a escala nacional, per- mitira una gran capacidad de movilizacin y efecto estatal. Pero, mientras esto sucede, en los siguientes aos parece que la vitali- dad de esta forma de movimiento social ha de asentarse primero en el mbito regional. La constitucin nacional de la multitud, en caso de darse, ser resultado de un largo y paciente trabajo de interunicacin de conanzas, apoyos mutuos, liderazgos y soli- daridades pacientemente trabajadas a escala local. III. LA FORMA COMUNIDAD Los ciclos de las reformas La actual estructura econmica y social del mundo indgena-cam- pesino del Altiplano y los valles circundantes, que ha dado lugar a la reconstitucin del movimiento comunal indgena entre abril y octubre, es bastante variada, pero tambin tiene componentes comunes decisivos. Una gran parte de las comunidades y ayllus movilizados de las provincias de Omasuyus, Larecaja, Manko Cpac, Los Andes, Camacho, Murillo, Ingavi, Aroma, Tapacar, Bolvar, etc., tienen como el antecedente ms inmediato de su constitucin el proceso social de reforma agraria iniciada en 1952, que permiti a comu- 395 nidades cautivas por la antigua hacienda y a colonos 49 recuperar parte de sus tierras, posesionarse de las que ocupaban provisio- nalmente, y ampliar sus extensiones, haciendo desaparecer las formas de propiedad hacendal y el trabajo servil. Se conform, desde entonces hasta ahora, un sistema de propiedad de la tierra que combina, de manera exible y diferenciada segn la zona, la propiedad individual-familiar con la propiedad y posesin co- munal de tierras de cultivo, en algunas comunidades, y tierras de pastoreo y recursos hdricos, en la mayora. 50
Este acceso directo a la tierra, junto con la industria doms- tico-rural de tejidos, construccin, artesana, han permitido ar- ticular las condiciones de una economa familiar-comunal con elevado ndice de autorreproduccin. El crecimiento poblacional, que no puede ser retenido en el trabajo agrcola; la variacin de los consumos alimentarios propiciada por el Estado, la Iglesia e instituciones; el aumento de las rutas de transporte; la ampliacin de la demanda urbana y de la oferta industrial que, en conjunto, modicaron los ujos de intercambio y las expectativas de ascen- so social, han creado nuevas necesidades de consumo, de trabajo 49 Xavier Alb (comp.), Races de Amrica: el mundo aimara, Madrid, Alianza y Organizacin de las Naciones Unidas para la Educacin, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), 1988; Silvia Rivera, Estructura agraria contempornea y efectos a largo plazo de la Reforma Agraria boliviana, en Danilo Paz Ballivian, Estructura agraria en Bolivia, La Paz, Popular, 1979; Silvia Rivera, Oprimidos pero no ven- cidos. Luchas del campesinado aimara y quechua de Bolivia. 1900-1980, La Paz, Instituto de Historia Social Boliviana (HISBOL) y Confederacin Sindical nica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), 1984; Danilo Paz Ballivian, Estructura agraria en Bolivia, op. cit. 50 William Carter y Mauricio Mamani, Irpa Chico, La Paz, Juventud, 1988; M. Mamani, Agricultura a los 4000 metros, en Xavier Albo, Races de Amrica: el mundo aimara, op. cit.; Enrique Mayer y Ralph Bolton (comps.), Parentesco y matrimonio en los Andes, Lima, Universidad Catlica, 1980; Miguel Urioste, La economa del campesino altiplnico en 1976, La Paz, CEDLA, 1989; Pierre Morlon (comp.), Comprender la agricultura campesina en los Andes centrales: Per-Bolivia, Lima, Instituto Francs de Estudios Andinos (IFEA) y Centro Bartolom de las Casas (CBC), 1996; Alison Spedding y David Llanos, No hay ley para la cosecha, La Paz, Programa de Investigacin Estratgica en Bolivia (PIEB) y Sinergia, 1999; Hans Van den Berg, La tierra no da as noms, La Paz, HISBOL, 1994; Flix Patzi, Economa comunera y explotacin capitalista, La Paz, Edcom, 1996. 396 y de ingresos, que en estas ltimas cuatro dcadas han llevado a una mayor estraticacin ocupacional 51 y a un crecimiento de la vinculacin, bajo relaciones de dominacin, de la produccin familiar-comunal con la economa mercantil, agraria y urbano- capitalista dominante. En cambio, otras comunidades, algunas ubicadas en las pro- vincias de Franz Tamayo, Muecas, Bautista Saavedra, Loayza, pese a los cambios de 1952, no han logrado la plena consolidacin de la base para cualquier autonoma econmica, la soberana de la posesin territorial, y por consiguiente mantienen vnculos de dependencia con hacendados o sus descendientes, que an con- trolan el poder comercial y poltico local. Sin embargo, la mayora de las comunidades-ayllus que han sostenido las movilizaciones son estructuras productivas, cul- turales y de liacin que combinan modos de organizacin tra- dicionales con vnculos con el mercado, la migracin urbana y pausados procesos de diferenciacin social interna. La tenencia de la tierra mezcla formas de propiedad o posesin familiar con la comunal; las reglas de posesin territorial estn engranadas con responsabilidades polticas dentro de la comunidad-ayllu; los sistemas de trabajo asentados en la unidad domstica mantienen formas no mercantiles de circulacin de la fuerza de trabajo y de la laboriosidad colectiva para la siembra y la cosecha; el sistema ritual y de autoridades locales vincula la responsabilidad rotativa de cada familia en el ejercicio de la autoridad sindical y el ciclo de celebraciones locales con la legitimidad y continuidad de la tenencia familiar de las tierras de cultivo y pastoreo, y las tcnicas productivas bsicas, que estn dirigidas por patrones culturales de reproduccin de la unidad comunal. Si bien es creciente la parte del producto familiar que se incor- pora al mercado y del consumo que es necesario complementar con productos urbanos, no estamos ante campesinos plenamen- 51 Pablo Pacheco y Enrique Ormachea, Campesinos, patrones y obreros agrcolas: una aproximacin a las tendencias del empleo y los ingresos rurales, La Paz, CEDLA, 2000; vase tambin, Pablo Pacheco, La dinmica del empleo en el campo. Una aproximacin al caso boliviano, La Paz, CEDLA, 1998. 397 te mercantilizados, ni ante comunidades resultantes de la mera agregacin de propietarios privados. La comunidad se presenta como una entidad social de vnculos tecnolgicos, formas de cir- culacin de bienes y personas, transmisin de herencia, gestin colectiva de saberes y recursos, sedimentacin de experiencias, funciones polticas y proyeccin de porvenir que se antepone y dene a la propia individualidad. El mercado de tierras que lentamente se viene practicando en el altiplano est regulado por compromisos y responsabilidades comunales; la fuerza de trabajo no circula de manera prioritaria como mercanca, y si bien existen formas primarias de mercanti- lizacin recubierta por la ideologa de la reciprocidad, la princi- pal fuente de abastecimiento de fuerza productiva son las redes parentales, en funcin de un complejo sistema de ujos laborales medidos por la cercana social, la necesidad mutua, el tiempo de trabajo y el resultado del trabajo, adems del hecho de que ms de la mitad de las necesidades de reproduccin comunal son autoabastecidas. De ah su posicin social como comunarios y no como campesinos, que ya supone la mercantilizacin de la produccin del consumo y la privatizacin parcelada de la tierra. En conjunto, hablamos de las comunidades y los ayllus como estructuras civilizatorias portadoras de sistemas culturales, tem- porales, tecnolgicos, polticos y productivos estructuralmente diferenciados de las constituciones civilizatorias del capitalismo dominante. 52 El encuentro de estas conguraciones societales, y la formacin de relaciones de subsuncin de las primeras a las segundas, se dio inicialmente como colonialismo poltico y mer- cantil (colonialismo espaol), para luego desembocar en un colo- nialismo estatal productivo y cultural (la repblica). La manera en que esta arbitraria relacin de dominacin-explotacin fue soma- tizada, primero, y luego naturalizada, fue a travs del racismo. 52 Sobre la dinmica del proceso civilizatorio que acompaa a la instauracin de la sociedad moderna, vase Norbert Elias, The Civilizing Process: The Development of Manners, New York, Urizen, 1978. 398 En toda la zona andina, la colonizacin estructur dos repbli- cas: la de indios y la de espaoles; ambas con legislaciones separa- das, pero tambin con funciones sociales diferenciadas: las tierras, el poder poltico, la cultura y el idioma legtimos, el control de las minas, las empresas y los negocios en manos de los espaoles; en tanto que el trabajo servil, el tributo, la obediencia, el lenguaje proscrito, los dioses clandestinos y la cultura estigmatizada, en manos de los indios. La colonizacin de Amrica, como toda co- lonizacin, fue un hecho de fuerzas que estableci una divisin entre dominados y dominantes, entre poseedores y desposedos; pero con la diferencia de que la naturalizacin de este brutal hecho de fuerzas, su legitimacin, su lectura y justicacin se ha- ce en nombre de la diferencia de culturas (unas ms aptas para el gobierno y otras para la esclavitud); a travs de las religiones (unas ms civilizadas y otras profanas); o a travs de la dife- rencia de razas (unas ms humanas y racionales que las otras). De ah que toda colonizacin sea tambin discursiva y simb- licamente una guerra de razas. La propia modernidad, con sus divisiones sociales, es una continuidad de esta guerra de razas. 53 La repblica boliviana naci bajo estos fuegos, que consagra- ban prestigio, propiedad y poder en funcin del color de piel, del apellido y del linaje. Bolvar claramente escindi la boliviani- dad, asignada a todos los que haban nacido bajo la jurisdiccin territorial de la nueva repblica, de los ciudadanos, que deban saber leer y escribir el idioma dominante (castellano) y carecer de vnculos de servidumbre, con lo cual, desde un principio, los indios carecan de ciudadana. 54 Las constituciones posteriores, hasta 1952, consolidaron una ciudadana de casta para los here- deros del poder colonial, y una exclusin institucionalizada de derechos polticos para las poblaciones indgenas, lingstica, cultural y somticamente estigmatizadas. 53 Michel Foucault, Genealoga del racismo, Buenos Aires, Caronte, 1998. 54 Wolf Grner, Un mito enterrado: la fundacin de la Repblica de Bolivia y la liberacin de los indgenas, en Historias. Revista de la Coordinadora de Historia, No. 4, 2000. 399 Los procesos de democratizacin y homogeneizacin cultu- ral iniciados a raz de la revolucin de 1952, lejos de abolir esta segregacin, la eufemistizaron detrs de una ciudadana diferen- ciada segn el idioma materno, lugar de origen, ocio, apellido y sionoma corporal. As surgi la ciudadana de primera, para las personas que puedan exhibir los blasones simblicos de la blanquitud social (apellido, redes sociales, porte personal), que los colocan en aptitud de acceder a cargos de gobierno, de man- do institucional o empresarial y reconocimiento social; en tanto que la ciudadana de segunda era para aquellos que, por su origen rural, su idioma o color de piel, eran disuadidos para ocupar los puestos subalternos, las funciones de obediencia y los ascen- sos sociales mutilados. Con ello se reconstituy la lgica colonial y el Estado racista. Como en el siglo XVI, despus de 1952, un apellido de alcurnia, la piel ms blanca o cualquier certicado de blanqueamiento cultural que borre las huellas de indignidad cuenta como un plus, como un crdito, como un capital tnico que lubrica las relaciones sociales, otorga ascenso social, agiliza trmites, permite el acceso a los crculos de poder. Precisamente sa fue la denuncia del movimiento indianista- katarista de los aos sesenta y ochenta, 55 que logr unicar a una creciente intelectualidad urbana de origen cultural aimara, y cu- yos integrantes dieron los primeros pasos en la formacin discur- siva y en la inuencia pasiva en las comunidades, por medio del sindicalismo en las mismas comunidades que, veinte aos des- pus, protagonizaran el levantamiento indgena ms importante de los ltimos cincuenta aos. Las reformas estructurales de la economa y el Estado, inicia- das desde 1985 con Vctor Paz Estenssoro y reforzadas durante la gestin de Gonzalo Snchez de Lozada, se centraron priorita- riamente en el mbito formal, contable de la economa: esto es, en aquel minoritario segmento donde predomina la racionalidad mercantil-capitalista de la accin econmica. Relocalizacin y cie- rre de empresas, racionalizacin del presupuesto estatal, libre 55 Javier Hurtado, El katarismo, La Paz, HISBOL, 1986. 400 comercio, reforma tributaria, desregulacin, privatizacin, ca- pitalizacin, exibilizacin laboral, fomento a las exportaciones, e inclusive la ley INRA (que cre el Instituto Nacional de Reforma Agraria), estuvieron centradas en favorecer la racionalidad em- presarial, la tasa de ganancia en la gestin de fuerza de trabajo, de mercancas, dinero y tierras. Sin embargo, con el tiempo, sus efectos se fueron haciendo sentir de manera dramtica en las condiciones de vida de las comunidades. La libre importacin de productos decretada en 1986, ini- cialmente para detener la especulacin, satisfacer una peligrosa demanda insatisfecha de consumidores urbanos que amenaza- ba con trastocarse en conicto poltico y, posteriormente, para adecuar las normas comerciales a los vientos neoliberales que soplaban desde el norte, en la exigencia de abrir las fronteras pa- ra el ingreso de produccin y capitales transnacionales, con el tiempo inici un proceso de desestabilizacin del ujo de trabajo y productos de las unidades familiar-comunales hacia la ciudad. Proveedoras de tres cuartas partes de los productos alimenticios de las ciudades, en funcin de una regulacin de precios en tor- no a estrechos y estables mrgenes de variacin de productivi- dad entre unidades econmicas campesino-comunales, a partir de mediados de los aos ochenta este modo de regulacin de precios, vigente durante cerca de cuarenta aos, fue roto por la creciente productividad industrial (y las distintas formas de renta agraria moderna) aplicada a la agricultura en pases aledaos y, frente a las cuales, por la lgica de la formacin de la tasa de ga- nancia 56 empresarial, la produccin campesino-comunal qued estructuralmente imposibilitada para participar en la regulacin del precio de venta que le permitiera un trecho de renta (en tanto propietaria), un monto de ganancia (en tanto inversionista y admi- nistradora de la produccin). Por el contrario, esta supeditacin a reglas capitalistas en la formacin de los precios, crecientemente habilitada por la libre importacin de productos agrcolas, no slo comenz a entorpecer la reposicin del esfuerzo entregado 56 Karl Marx, El capital. Tomo III, op. cit. 401 (en tanto productor directo), sino que adems ha comenzado a succionar una mayor cantidad de esfuerzo familiar (ya sea de otros parientes o de otras reas de trabajo como la artesanal), a n de permitir la reproduccin simple de la unidad productiva. 57
Ahora, si bien es cierto que la apertura comercial ha permi- tido tambin una disminucin de precios de varios productos industriales, debido a la competencia, sta siempre es proporcio- nalmente menor al promedio que afecta a la produccin campe- sina, ya que ella, por su carcter no-capitalista, estructuralmente carece de facultades para intervenir en la regulacin de la tasa de ganancia y el precio de venta empresarial. En trminos de Niko- lai Bujarin, estaramos ante una riesgosa apertura de la tijera de precios 58 de las producciones campesino-comunales y las industriales, dando lugar a una ampliacin del drenaje del tra- bajo impago de la civilizacin comunal a la urbano-capitalista. Las formulaciones discursivas de una brecha campo/ciudad, presentes en varios de los dirigentes medios de la movilizacin de septiembre-octubre, podran ser ledas como denuncias mo- rales de la violacin de las fronteras toleradas de esta explotacin econmica. Paralelamente a ello, las reformas estructurales han agredido otros dos componentes de la reproduccin comunal, como son la diversicacin econmica urbana, y la ocupacin de tierras de colonizacin en el oriente por miembros de las unidades familia- res y de las comunidades indgenas. En los ltimos aos, debido a la nueva legislacin agraria, principalmente aplicada para el ac- ceso a las tierras en los llanos y a la exibilizacin laboral genera- lizada en todas las actividades mercantiles urbanas, las unidades comunal-campesinas estn sufriendo un cerco, que redobla su anclaje en la economa de autosubsistencia exaccionada por el intercambio desigual. 57 lvaro Garca Linera, Comunidad, capital y explotacin, en Temas sociales, Revista de Sociologa, No. 20, 1998. 58 Nikoli Bujarin, La nueva poltica econmica y nuestros objetivos, en La acu- mulacin socialista, Madrid, Alberto Corazn, 1971. 402 Esta muralla estara dada por la imposibilidad que se le ha im- puesto para ampliar, como lo vena haciendo desde hace dcadas, la frontera agrcola campesina del altiplano hacia los llanos del oriente. Antes, debido a la presin demogrca en el occidente, donde la posesin familiar ha sido reducida a unos pocos metros cuadrados, miles de familias campesinas se dirigan al oriente para sembrar las tierras bajo modalidad de economa de auto- subsistencia y completar los tradicionales ciclos reproductivos de larga duracin, territorialmente fragmentados, de la estructura comunal. Hoy, miles y miles de hectreas han sido concedidas a hacendados, ya no existe tierra de colonizacin, y los pocos in- gresos exitosos a la economa de mercado (produccin de coca y contrabando, que generaban cerca de quinientos millones de dlares anuales) vienen siendo proscritos por el Estado. Pero, adems, la posibilidad de un trnsito estable del cam- po (donde se concentra todava cerca del 45% de la poblacin del pas) hacia la ciudad, ahora tambin se halla bloqueada por la precariedad laboral y el libre comercio que, literalmente, ha arruinado a miles y miles de pequeas actividades informales, ar- tesanales e industriales, que anteriormente cobijaban a la fuerza de trabajo emigrante del campo, poniendo n a muchas de sus expectativas de integracin social, de ascenso y ciudadanizacin plena, a la vez que habilitan un espacio de receptividad y disponi- bilidad a nuevos proyectos de modernizacin, ciudadana e inte- gracin, como, por ejemplo, los que estn siendo articulados por el discurso de la identidad tnico-nacional indgena desde hace dcadas, y con mayor fuerza desde el nuevo liderazgo aimara en la estructura sindical-comunal de la CSUTCB. Precisamente, un intento ideolgico y burocrtico de disua- dir la consolidacin de esta identidad nacional-indgena fue la presencia de un profesional aimara en la vicepresidencia, y el dictado de la Ley de Participacin Popular (PP). Ambos crearon una retrica multicultural en la que supuestamente los pueblos indgenas eran reconocidos en su diferencia cultural, pero con iguales prerrogativas pblicas. Paralelamente, de manera ins- titucional, se crearon ocinas, cargos pblicos centralizados y 403 descentralizados, nanciamientos y opciones de ingreso salarial, que lograron incorporar a una errante intelectualidad citadina que crey hallar, en esta suerte de cruzada civilizatoria de la in- diada, un referente noble para legitimar la venta de sus servicios ideolgicos al nuevo rgimen poltico. Por su parte, la PP dio lugar a una divisin administrativa de municipios, que en gran parte fragment y cre un efecto de descentramiento de las demandas y de la estructura de movili- zacin de estas demandas del movimiento indgeno-campesino, gestado desde los aos setenta. La formacin de trescientos trece municipios con prerrogativas nancieras y recursos econmicos territorializados comenz a condensar, en el mbito local, las demandas anteriormente centralizadas por la CSUTCB, dando lugar a desprendimientos reales no as formales, pues siguen aliados de ncleos poblacionales campesinos y comunales anteriormente articulados de manera directa y movilizable por la Confederacin. Viabilizando este intento de fragmentacin de la fuerza de ma- sa, la racionalidad burocrtico-estatal se descentraliz y ampli a territorios sociales anteriormente desvinculados de un contacto directo con la maquinalidad gubernamental, y de mayor poten- cialidad de autonoma organizativa. Esta recolonizacin estatal de espacios territoriales vino acompaada de una modicacin de lo que se podra denominar la amplitud de ecacia de la accin poltica y la racionalidad institucionalizada de la poltica. En el primer caso, el de los alcances de la intervencin poltica, la PP ha creado, a nivel local, un marco normativo de facultades scalizadoras, de mecanismos de representacin (los partidos), de administracin descentralizada de recursos y de disciplina- miento cultural en torno al poder municipal, que ha creado institucionalmente una segmentacin en el acceso a oportunida- des de gestin de lo pblico nacional para los habitantes de las ciudades, y gestin de lo pblico local-municipal para la gente del campo. Pero esta dualizacin territorializada del espesor de la intervencin poltica sufre una nueva particin, a partir del mo- mento en que el acceso a estos sistemas normativos est regulado 404 por un lenguaje legtimo (comenzando con el idioma castellano, y terminando con el hermtico lenguaje de la redaccin de los Programas Operativos Anuales (POA) y Programas de Desarro- llo Educativo Municipal (PDEM), etc.), por redes de ecacia de la intencionalidad estratgica (vnculos de parentesco con las esferas de poder nacional), y por dinero y tiempo libre para po- ner en marcha los aparatos de escenicacin de representacin poltica (los partidos), que excluyen, por as decirlo, de manera naturalizada, a los comunarios indgenas de un control de la poltica, tanto local como nacional, al tiempo que, sin esfuerzo, estas facultades de administracin de lo general tienden a concen- trarse monoplicamente en manos de redes parentales, centena- riamente administradoras del poder estatal, y la administracin del poder municipal en manos de elites pueblerinas ansiosas de blanqueamiento cultural. Paradjicamente, a travs del lenguaje de la modernizacin poltica, se reconstruyen y renuevan las viejas jerarquas colo- niales, en las que los indios quedan excluidos de cualquier poder que no sea el de la clientelizacin de su voto; las mistis de pueblo se redistribuyen el poder poltico local, y los qaras se ocupan de la administracin nacional. En lo que respecta al segundo componente de la dimensin poltica, que instaura la Participacin Popular, a saber, la lgi- ca y materialidad de la accin poltica, sta en su intencionalidad se asemeja a una nueva extirpacin de idolatras colonial, pero ahora poltica. Consideradas como rudimentos arcaicos y exter- nos de la de por s arbitraria y falseada modernidad poltica, las prcticas y las instituciones polticas comunales se han convertido en objeto de sistemtico desconocimiento, devaluacin y susti- tucin por esquemas procedimentales liberal-representativos, asentados en el voto individual, el sistema de partidos, el merca- do poltico, la autonomizacin de los representantes y la concep- tualizacin de la poltica como renuncia negociada de soberana poltica. Como lo han sealado otras investigaciones, este tipo de prcticas no slo genera procesos de despolitizacin y usurpacin 405 de la responsabilidad pblica, 59 que nada tienen que ver con la virtud republicana del ciudadano y la instauracin de un rgimen democrtico de buen gobierno; sino que, adems, institucionali- za una impostura histrica de querer erigir instituciones polticas modernas (o de subsuncin real) segn los particulares cnones occidentales, en una sociedad que, segn los mismos parmetros, es mayoritariamente no-moderna o pre-moderna (o de subsun- cin formal) 60 y, adems, donde estas elites modernizantes hacen todos los esfuerzos por desmontar lo poco de modernidad que haba, como la gran produccin industrial, los sindicatos obreros y la seguridad social, que garantizaban una ciudadana efectiva. A ello simplemente habra que aadir que tales desencuen- tros reactualizan, en el terreno de la institucionalidad poltica, una razn colonial que legitima y premia un instrumental orga- nizacional, el de la representacin liberal de la voluntad poltica, cercano o perteneciente a una estructura civilizatoria y a unos segmentos poblacionales que descienden por apellido, cultura y poder, de las castas encomenderas; mientras castiga, discrimi- na y destruye unos sistemas polticos comunales, asamblearios, correspondientes a la estructura civilizatoria indgena. La reivindicacin de estos procedimientos polticos y la anu- lacin de su exclusin colonial, instruida por la PP, ser precisa- mente una de las demandas implcitas de la accin del movimiento indgena en septiembre-octubre. Tenemos entonces cuatro componentes bsicos, que han ha- bilitado las condiciones de posibilidad de la formacin del mo- vimiento social indgena: a) caractersticas socioculturales, que permiten hablar de una estructura civilizatoria comn en toda el rea de conicto; b) una intensicacin de la expropiacin-ex- plotacin del trabajo comunal por la civilizacin capitalista, en su 59 Guillermo ODonnell, Democracia delegativa?, en Romeo Grompone (ed.), Instituciones polticas y sociedad, Lima, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), 1995. 60 Patricia Chvez, Los lmites estructurales de los partidos de poder como es- tructuras de mediacin democrtica: Accin Democrtica Nacionalista en el Departamento de La Paz, op. cit. 406 variante neoliberal, a travs de la compraventa de mercancas y la precariedad del mercado de fuerza de trabajo, en comunidades fuertemente vinculadas a los circuitos comerciales entre campo y ciudad; c) una acumulacin, acentuada en los ltimos aos, de politizacin y construccin identitaria en torno a la resignica- cin de la historia pasada, la lengua compartida, el rescate de la herencia cultural poseda, la construccin de mitos unicadores y de un porvenir autnomo y posible (nacionalismo indgena), a raz del trabajo meticuloso de una nueva generacin de militantes de las propias comunidades, formados en el sindicalismo y la vida orgnica de organizaciones polticas radicalizadas; d) fracaso de las polticas estatales de incorporacin de las demandas indge- nas, adems de una marcada reactualizacin de las exclusiones coloniales, que han engendrado un debilitamiento de las pautas de integracin social y una predisposicin a la distancia o desa- liacin de las comunidades con respecto al sistema poltico y cultural dominante. En trminos generales, se puede hablar del mundo indgena contemporneo como de una estructura social sometida a tres modos analticamente diferenciables de injusticia y dominacin: la injusticia de la redistribucin y la injusticia del reconoci- miento, propias de las comunidades bivalentes de las que nos habla Fraser, 61 y de la dominacin civilizatoria, que vendra a ser un conicto de poder en el orden sustantivo de las racionalidades de la integracin social. La rebelin indgena Sin embargo, la suma de estos componentes, por s mismos, no genera rebeliones; cuando ms, produce estados de desmembra- miento societal y estados de nimo predispuestos a mesianismos religiosos o populistas, que tambin son fciles de comprobar 61 Nancy Fraser, De la redistribucin al reconocimiento? Dilemas de la justicia en la era postsocialista, en New Left Review No. 0: Pensamiento crtico contra la dominacin, 2000. 407 hoy en determinados segmentos de la poblacin comunaria y de los barrios perifricos. Las rebeliones sociales como la del alti- plano son, en cambio, procesos de autounicacin comunitaria, portadores de proyectos polticos con alto grado de autonoma, cuya produccin requiere de otros componentes con races en la memoria colectiva y en su capacidad de proyectar horizontes de accin, racionalmente fundados en esta historia colectiva o, al menos, en lo que se imaginan que es su historia. La rebelin aimara del altiplano ha podido acontecer, preci- samente, porque all se han agolpado penurias contemporneas con herencias histricas y representaciones de la vida que leen el pasado, que signican el mundo vivido como un hecho de domi- nacin colonial que debe ser abolido. De ah la profunda carga poltica de la accin de las comunidades, pues en su accin, en su simbolismo, en su discurso corporal y en su manera de escindir el mundo entre qaras y aimaras hay toda una recuperacin de la historia, una denuncia del racismo que acompaa la vida republi- cana y una propuesta de democratizacin del poder, de lo pblico, de la produccin de lo comn. Y precisamente la oportunidad poltica en el sentido propuesto por Sidney Tarrow, que ha permitido gatillar como rebelin social este conjunto de po- tencialidades sociales y de seculares escisiones civilizatorias ha sido, por una parte, la intencin gubernamental de mercantilizar el agua controlada por las comunidades, brindando as un espa- cio de unidad inmediata entre ellas, ante el inminente peligro de muerte, que segn Sartre 62 permite reactualizar los pactos de delidad prctica entre los miembros del grupo. Por otra parte, la presencia de un dirigente sindical-comunal, Felipe Quispe, a la cabeza de la CSUTCB que, por sus caracters- ticas, permiti condensar en estado de insurgencia mbitos de predisposicin y de voluntad colectiva largamente acumulados en las comunidades indgenas del altiplano y valles adyacentes. Es portador de la construccin discursiva y poltica ms elaborada 62 Jean Paul Sartre, Crtica de la razn dialctica. Tomo 1, Buenos Aires, Losada, 1979. 408 de la identidad indgena contempornea, poseedor de una larga trayectoria en la lucha por la autonoma e independencia de las nacionalidades indgenas respecto al tutelaje e incorporacin es- tatal, partidaria e institucional en las que cayeron gran parte de los otros antiguos dirigentes indianistas-kataristas; personica un elevado prestigio por su liderazgo poltico, los aos de crcel como preso poltico, la ferocidad de su lenguaje frente a los po- derosos, a los cuales jams mir desde abajo sino desde arriba; y ha logrado articular antiguas y nuevas delidades de ayllu, en un movimiento social que puso en crisis el ordenamiento estatal y la conguracin republicana. Aqu, la institucionalidad (la CSUTCB) y la personalidad del dirigente sistemticamente vinculado con las comunidades, las cuales visit una por una para consultar la accin conjun- ta lograron traducir la complicidad tcita del sufrimiento y la discriminacin, aisladamente soportada por todos, en una viven- cia comunitariamente resistida. En este caso, su palabra desem- pe el papel de la palabra del portavoz, de la que nos habla Bourdieu, 63 como explicitador de la situacin de las comunida- des, y con la fuerza para constituir pblicamente la situacin de interunicacin de esas comunidades, para hacer existir esa uni- cacin y para movilizarlas. Las tecnologas sociales del movimiento comunal El levantamiento aimara de septiembre-octubre no slo ha sido una explosin de descontento, ni siquiera un recordatorio de que Bolivia es un pas donde estn dominadas otras naciones. Ante todo, en l se han desplegado, de una manera intensa, una serie de mecanismos de movilizacin social que, al igual que lo que sucedi en abril en la ciudad de Cochabamba, marcan pautas y tendencias para una regeneracin de la poltica y el buen gobierno en el pas, en este caso a travs del ayllu en accin o movilizacin actuante de una estructura civilizatoria comunal-andina. 63 Pierre Bourdieu, El campo poltico, La Paz, Plural, 2001. 409 1) Sustitucin del poder estatal por un poder poltico comu- nal suprarregional descentralizado en varios nodos (cabildos). A pocos das de la movilizacin, el sistema estatal de autoridades (subprefecturas, corregidores, alcaldas, retenes policiales, ad- ministracin estatal) fue disuelto en toda el rea de movilizacin comunal (Sorata, Cambaya, Achacachi, Huarina, Ancoraimes, Pukarani, etc.) y reemplazado por un complejo sistema de auto- ridades comunales (denominadas dirigentes sindicales, pero que en verdad funcionan bajo la lgica comunal de la responsabilidad pblica rotativa, ligada a la legitimidad de la tenencia familiar- comunal de la tierra). Este armazn de poder poltico alternativo tena a las asambleas de comunidad (sindicato campesino) como punto de partida y soporte de la movilizacin. Es aqu donde se toman las decisiones e, internamente, la nica fuerza capaz de movilizarlas es el convencimiento asambleariamente decidido de la justeza de la demanda y del objetivo de la accin colectiva. Por encima de l, los representantes de decenas de comunida- des (subcentrales); por encima de ellas, representantes de varias subcentrales agrupadas en una federacin provincial, que es el nivel organizacional hasta donde llega el control de las bases co- munales sobre la accin de sus dirigentes, pues son miembros que siguen labrando las tierras en sus comunidades. En esta red recay la capacidad de movilizacin de las cerca de diez provincias pace- as que concentran la mayor parte de la poblacin aimara rural del pas, apoyadas por las comunidades quechuahablantes del norte del departamento y de las zonas de altura de Cochabamba. Dado que el bloqueo dio lugar a la formacin de grandes concentraciones, se conformaron cuatro Cabildos interprovin- ciales, que llegaron a agrupar cada uno hasta veinticinco mil co- munarios, y que deliberaban permanentemente, al margen de que otros se mantuvieran en los bloqueos a lo largo de los cientos de kilmetros de las carreteras que conuan en la ciudad de La Paz. Como fruto de estos cabildos, se formaron Comits de Blo- queo con representantes destacados de las zonas ms aguerridas y movilizadas, y que constituyeron el autntico Estado Mayor de la movilizacin, pues coordinaba a las comunidades de base con 410 los dirigentes mximos, que se movan por otras provincias o se hallaban en la ciudad para entablar las mesas de negociacin con el gobierno; y por ltimo, Felipe Quispe y algunos dirigentes de la CSUTCB, que se movan entre las comunidades movilizadas, las reuniones de coordinacin con otros sectores (maestros rura- les, transportistas, gremiales), y las negociaciones ociales con el gobierno. Durante los dieciocho das, nada se mova, nadie transitaba por los caminos y ninguna decisin se tomaba si no era a travs de estas redes de poder, que ocuparon carreteras, pueblos inter- medios y medios de comunicacin. En los hechos, la autoridad territorial de la zona de rebelin se desplaz, del Estado, a las estructuras sindicales de la comunidad y a sus cabildos, y duran- te quince das stas se mostraron como ecientes y coordinadas formas de ejercicio de poder gubernamental en una extensa re- gin del pas. 2) Sistema comunal productivo, aplicado a la guerra de movi- mientos. La posibilidad de que tanta gente pudiera mantenerse durante tantos das en las carreteras se sostuvo por el sistema de turnos mediante el cual, cada veinticuatro horas, la gente mo- vilizada de una comunidad era sustituida por la de otra comu- nidad, a n de permitir que la primera descansara, se dedicara durante unos das a sus faenas agrcolas y regresara nuevamente a la movilizacin cuando le tocara su turno. Por cada cien per- sonas movilizadas, en uno de los cientos de bloqueos haba un crculo de otras mil o dos mil personas que esperaban su turno para desplazarse. De ah el clculo conservador de que, slo en el altiplano, se movilizaron cerca de quinientos mil comunarios. La logstica del bloqueo estuvo tambin asentada en las pro- pias comunidades. Cada grupo movilizado traa su alimentacin comunal, que luego era reunida con la de otras familias y comu- nidades, en un aptapi 64 que consolidaba solidaridades y cohesio- naba, a travs del alimento, lo que se vena haciendo en la guerra. 64 Comida colectiva comunal en la que cada participante contribuye con alimentos (N. del E.). 411 Por otra parte, la tcnica de bloqueo que inviabiliz cualquier intento de desbloqueo militar fue el traslado de la institucin del trabajo comunal, en el que todas las familias trabajan colectiva- mente en la tierra de cada una de las familias, al mbito guerrero. A lo largo de los caminos, unas poderosas mquinas humanas productivas se ponan en movimiento, sembrando de piedras y tierra cada metro de asfalto. No bien pasaban los tractores y los soldados, esta poderosa fuerza productiva agrcola, que permite la roturacin o la siembra en corto tiempo, ahora serva para ta- pizar la carretera de innitos obstculos. Objetivamente, los comunarios aimaras ocuparon militarmen- te el espacio y ejercieron su soberana sobre l a travs del tensa- miento de instituciones comunales, tanto polticas y econmicas como culturales. El Estado, mientras tanto, donde asomaba la cara, lo haca como un intruso inepto, a quien la geografa y el tiempo se le presentaban como fuerzas ajenas e incontrolables. La nica manera de querer conjurar esta soledad fue a travs de las muertes, que lo arrojaban a una mayor adversidad, pues con el recuento de los muertos, los aimaras comenzaron a proponerse desalojar los cuarteles que se hallaban en las provincias rebeldes. En trminos militares, el Estado perdi la iniciativa; perdi el control del tiempo, perdi el control del territorio y fracas en su intento de represin. Esta derrota militar del ejrcito estatal es un acontecimiento que seguramente tambin marcar los siguientes pasos que emprenda el movimiento indgena en la construccin de su autonoma poltica. 3) Ampliacin de la democracia comunal al mbito regional- nacional y la produccin de una moral pblica de responsabilidad civil. La pedagoga de democratizacin de la vida pblica, en este caso de la decisin de desplazar la institucionalidad estatal, de conservar el agua como un bien comn y de abolir el colonialismo republicano, fue sin duda extraordinaria, y se ejerci mediante la aplicacin de los saberes democrticos practicados en el m- bito de las comunidades campesinas a escala superregional, que permiti acordar nes colectivos, consultar reiteradamente a las bases acerca de la continuidad de la movilizacin, lograr consen- 412 sos acerca de las demandas, coordinar la defensa territorial de las comunidades movilizadas ante el avance del ejrcito, y controlar la vida poltica en las zonas sublevadas. Bajo esta nueva forma de poder poltico, las prcticas demo- crticas mediante las cuales la poblacin recuper su capacidad de intervencin y gestin en la formulacin del bien comn y el uso de la riqueza colectiva fueron: a) Los cabildos y las asambleas, que funcionaron como orga- nismos pblicos de intercambio de razones y argumentos de los cuales nadie estaba excluido, ni siquiera los funcionarios estatales, pero como iguales frente a los comunarios indgenas; es decir, las asambleas y cabildos funcionaron como espacios de produccin de igualdad poltica real y de formacin de opinin pblica, am- bos componentes bsicos de lo que se denomina democracia deliberativa, pero no como complemento del Estado de derecho, como lo hubiera deseado Habermas, 65 sino precisamente como interpelacin a un Estado que ha institucionalizado la desigual- dad entre hombres y mujeres pertenecientes a distintas culturas. b) Los participantes de estas condensaciones de cultura de- mocrtica ejercieron un principio de soberana, en la medida en que no obedecan a ninguna fuerza externa distinta a la decisin colectivamente acordada por todos, y de ah la radicalidad con la que sus decisiones eran recibidas por el Estado. c) Las deliberaciones entre iguales se sustentaron en movi- mientos sociales (las comunidades movilizadas), portadores de una moral de responsabilidad pblica (local), en la que rigen formas de accin normativamente reguladas. 66 Ciertamente, es- to lleva a que muchos de los valores colectivos que guan los comportamientos de sus integrantes estn regidos por principios previos y obligatorios que pudieran limitar la generacin de nue- vos consensos sustanciales, como sucede, por ejemplo, a escala comunal, donde lo pblico tiene la misma dimensin territorial 65 Jrgen Habermas, Facticidad y validez, Madrid, Trotta, 1998. 66 Jrgen Habermas, Teora de la accin comunicativa. Tomo II, op. cit. 413 que el espacio de ecacia de los valores normativos. De ah que se pueda hablar de la presencia de un principio de comunidad, 67
que obliga a las personas a actuar dentro de la colectividad, bajo el supuesto implcito de que esos lazos de unidad ya existen con anterioridad a cualquier actitud que se tome respecto a ellos. Sin embargo, es en el marco de las acciones colectivas a gran escala donde la esfera pblica, lo comn que interconecta a los sujetos colectivos, rebasa el marco de las regulaciones normativas locales y tiende a ser fruto de una nueva interaccin comunicativa, pro- ductora de nuevos consensos y normas colectivas. La democracia comunal fusiona, entonces, la accin comunica- tiva, mediante la cual los comunarios deliberan sus acuerdos para formar discursivamente un horizonte de accin comn, con la accin normativa, que hace que los acuerdos as producidos cuen- ten con un carcter obligatorio respecto a los sujetos colectivos e individuales partcipes en su elaboracin. Esto tiene que ver con la preponderancia de lo comn por encima de lo individual en las estructuras sociales tradicionales. Sin embargo, las asambleas buscan, ante todo, la produccin de consenso a travs de largas sesiones de mutua persuasin; y si bien no falta la formacin de disensos minoritarios, estas minoras no pierden su derecho a la voz disidente y a aprobar en una nueva asamblea un cambio en la correlacin de fuerzas. Lo decisivo no radica, por tanto, en la coercin para el cumplimiento, muchas veces simbolizada por la amenaza de usar el chicote, 68 sino en una moral de responsabi- lidad pblica, que exige a quienes han acordado una eleccin a cumplirla, a refrendarla con la accin. 4) Poltica de la igualdad. Uno de los componentes ms im- pactantes de la movilizacin social, tanto en las declaraciones de 67 Ranajit Guha, Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India, Oxford, Oxford University Press, 1983; vase tambin Partha Chatterjee, La nacin y sus campesinos, en Silvia Rivera y Rossana Barragn (comps.), Deba- tes post coloniales; una introduccin a los estudios de la subalternidad, La Paz, Historias, Sephis y Aruwiyiri, 1997. 68 Ltigo de cuero trenzado (N. del E.). 414 sus portavoces como en la gestualidad colectiva de los comuna- rios bloqueadores, fue el derrumbe simblico del prejuicio de la desigualdad entre indios y qaras, entre aimaras y mistis. He de negociar de presidente a presidente, inquilinos, asesinos y carniceros fueron frases lanzadas por un indgena que, armn- dose como tal, usaba los tonos, los eptetos y las representaciones discursivas anteriormente reservadas a las elites dominantes. Y por ello se lo acus de racista, esto es, por asumir precisamente la norma de la igualdad frente a cualquier habitante. La estructura simblica colonial, que haba acostumbrado a colonizados y colonizadores a que los indios se dirigieran a los qaras en actitud de sumisin, de peticin, de genuexin o de reclamo lloroso, de golpe se quebr ante la impronta de un diri- gente indgena que no les tena miedo, que les deca que l poda gobernarlos, y que no rogaba sino que impona. Paralelamente, en los caminos bloqueados, algo parecido suceda pues, en vez de ancianos y nios mendicantes a la vereda de las rutas, haba insolentes comunarios que no hacan caso a la voz de paso lanzada desde los lujosos Mitsubishis raibanizados. La indiada se haba alzado y, con ello, el miedo, el pavor se apoder de familias que, por si acaso, reservaron boletos de avin para Miami o Madrid. En el fondo, mientras los indgenas ocupaban la geografa como prolongacin de su cuerpo colectivo, los otros, los qaras, asumie- ron la conciencia de la impostura de su soberana real; para ello, el territorio se present como un inmenso cuerpo sospechoso de emboscadas, cuyo control se dilua a medida que se opacaban las luces de sus shoppings. La incursin punitiva, con tanques y aviones para despejar caminos bloqueados, o para rescatar a la esposa del vicepresidente de la mancha indgena que se despren- da de los cerros que rodean a las lujosas residencias del sur, fue el lenguaje fundador que volva a renacer en las elites dominantes. Las palabras, los gestos, la corporalidad y la estrategia de es- tos indios insurgentes haban roto una secular jerarqua tnico- cultural, por medio del ejercicio y la reivindicacin del derecho bsico de la igualdad. El pedido no era extremo, sin embargo, era lo sucientemente poderoso como para provocar un cataclismo 415 en el sistema de creencias dominantes y reinventar el sentido de lo poltico. 69 En el fondo, lo que se ejerca por la va de los hechos era una economa de derechos de igualdad ciudadana. Derecho a hablar, a ser odo y a ser reconocido por los poderes instituidos; de ah que todos los delegados de las comunidades exigieran hablar, elaborando interminables listas de oradores, una vez que las, hasta entonces inaccesibles, autoridades de gobierno se vieron obligadas a sentarse frente a frente con la direccin indgeno- campesina. Derecho a participar de los benecios del intelecto social general, 70 del conocimiento universal y de las creaciones tecnolgicas de la modernidad, por parte de una estructura social que sostiene su productividad econmica sobre el antiguo arado egipcio; de ah el reclamo sobre la ausencia de Internet en Pata- manta y sobre la falta de traccin motorizada para las faenas agr- colas. Derecho a prerrogativas pblicas similares entre el campo y la ciudad, entre los productores del campo y los habitantes de la ciudad; de ah el reto a negociar, no slo en brillantes edicios urbanos, sino en las destartaladas ocinas sindicales de Achaca- chi. Derecho a la ciudadana plena entre indgenas y criollos, en- tre aimaras y qaras; de ah el convencimiento irrenunciable del mallku 71 de que un indio podra ser presidente de todos los bo- livianos. En n, derecho a formular las pautas de la modernidad colectiva y la igualdad entre culturas, idiomas, colores y apellidos. Curiosamente, la demanda de igualdad no estaba presente en la larga lista de demandas al gobierno, pero s se explicitaba a 69 No hay poltica porque los hombres, gracias al privilegio de la palabra, ponen en comn sus intereses. Hay poltica porque quienes no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre stos e instituyen una co- munidad por el hecho de poner en comn la distorsin, que no es otra cosa que el enfrentamiento mismo, la contradiccin de dos mundos alojados en uno solo: el mundo en que son y aqul en que no son, el mundo donde hay algo entre ellos y quienes no los conocen como seres parlantes y contabilizables y el mundo donde no hay nada. Jacques Rancire, El desacuerdo: poltica y losofa, Buenos Aires, Nueva Visin, 1996. 70 Antonio Negri y Michael Hardt, Imperio, Barcelona, Paids, 2000. 71 Autoridad comunal aimara, literalmente signica cndor (N. del E.). 416 travs de unas sosticadas estrategias simblicas que recurran a la textura del cuerpo colectivo, a la manera de ocupar el espacio, al dramatismo de los gestos, al rumor, al desplante, a la broma, al discurso de asamblea y a los relatos radiales que, al tiempo que cubran de una manera memorable la informacin pblica y los planes de accin colectiva en idioma aimara, sin que las autori- dades gubernamentales y militares se dieran cuenta, ayudaron a crear un tipo de espacio pblico paralelo al ocial urbano, exi- giendo en la prctica tambin el reconocimiento de otras textua- lidades en la construccin de las narrativas sociales de la nacin. 5) Poltica de la identidad y la alteridad. La rebelin de abril, pero ante todo de septiembre-octubre, ha sido en primer lugar una guerra simblica, una lucha por las estructuras de repre- sentacin, jerarquizacin, divisin y signicacin del mundo. A medida que los esquemas mentales dominantes (coloniales) eran impugnados, otros se interponan y se levantaban, orientando la accin movilizada de los objetores del orden establecido. Es por ello que la dinmica de la rebelin indgena y su programa, su estrategia orientadora, no debe buscarse slo en los papeles es- critos, sino en los otros smbolos que produjo la rebelin y que, a su vez, la produjeron. Ah est, en primer lugar, el uso del idioma aimara o quechua para tejer pblicamente, en medios de comunicacin, en asam- bleas y dilogos, el tejido, la intensidad, la amplitud y los pasos del levantamiento. En segundo lugar, el conocimiento comunal del territorio, de sus rutas, de su importancia, de los modos de cubrirlo y de usarlo en su favor. En tercer lugar, el uso de sistemas de deliberacin asamblearia, que cre un sistema de consulta y ejecucin colectiva a gran escala. En cuarto lugar, la lgica de una economa comunal con alto grado de autosustentabilidad, que permiti controlar el tiempo de guerra en funcin de los dilatados ciclos de siembra-cosecha, y de quebrar la sustentabilidad de los tiempos de produccin-consumo mercantil-capitalista. Pero es sabido que el idioma, el territorio, la lgica organi- zativa o econmica diferentes pueden ser asumidos como com- ponentes particulares, regionales o folclricos de una estructura 417 social mayor, como pertenencias devaluadas de las cuales es me- jor desembarazarse, o como manifestaciones de una identidad separada, diferenciada irreductiblemente de las que la rodean y la dominan. Slo en este caso, la lengua, el territorio, o la cultura y la organizacin devienen componentes de una identidad na- cional; por lo tanto, lo que importa de ellas es cmo son ledas, interpretadas, signicadas, deseadas o, lo que es lo mismo, su forma de politizacin. 72
En la rebelin indgeno-campesina de septiembre, dirigida por la CSUTCB, esto fue precisamente lo que pas: el conocimiento territorial devino materialidad de soberana que separ dos mun- dos, el de ellos y el de los qaras. El idioma, de medio de comuni- cacin, devino medio de diferenciacin entre un nosotros y un ellos, vericable por el saber lingstico y su modo de adquisi- cin. Por su parte, la participacin en las tcnicas organizativas y los saberes productivos aplicados a la accin de movilizacin se convirtieron en medios de rearmacin electiva de una perte- nencia a una colectividad que les precede a todos, y los empuja a la imaginacin de un porvenir igualmente comn y autnomo, esto es, de una nacin. En conjunto, estos componentes del movimiento social, tal como tendieron a ser resignicados, comenzaron a re-crear los ejes de una identidad cultural contrapuesta (escindida de la do- minante), de un sentido de liacin colectiva, de alteridad irre- ductible y que, por la dimensin de disputa territorial y de auto- noma poltica que adquiri esta construccin comunal de destino compartido, tiene todas las caractersticas de una rearticulacin 72 Sobre la formacin de la identidad tnica en el caso del movimiento indgena ecuatoriano, vase Pablo Ospina, Reexiones sobre el transformismo: movili- zacin indgena y rgimen poltico en el Ecuador (1990-1998), en Julie Massal y Marcelo Bonilla (eds.), Los movimientos sociales en las democracias andinas, Quito, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) e IFEA, 2000. Vase tambin Jorge Len, El levantamiento indgena: de campesinos a ciudada- nos diferentes, Quito, Centro de Investigacin de los Movimientos Sociales del Ecuador (CEDIME), 1994. 418 de identidad nacional indgena, mayoritariamente aimara, cuya vitalidad o existencia efmera se medirn en los siguientes aos. En general, las naciones son artefactos polticos, construccio- nes polticas que crean un sentido de pertenencia a un tipo de entidad histrica capaz de otorgar espritu de colectividad tras- cendente, de seguridad histrica ante los avatares del porvenir, de adhesin familiar bsica entre personas, a las cuales seguramente nunca se podr ver, pero con las cuales se supone se comparte un tipo de intimidad, de cercana histrica, de potencialidades de convivencia que no se tienen con otras personas que conforman la otredad, la alteridad; de ah la importancia y el papel destacado que pueden jugar, en la formacin de las identidades nacionales, las construcciones discursivas y los liderazgos, en su capacidad de articular demandas, disponibilidades, expectativas y solidari- dades, en esquemas simblicos de agregacin y accin poltica, autnoma del campo de competencias culturales, territoriales y polticas dominantes. 73 Las naciones son fronteras sociales, territoriales y culturales, que existen previamente en las cabezas de los connacionales, y que tienen la fuerza de objetivarse en estructuras materiales e institucionales. En ese sentido, las naciones son comunidades polticas en las que sus componentes, los que se asumen de la na- cin, se reconocen por adelantado en una institucionalidad a la que conciben como propia y dentro de la cual integran sus luchas sociales, sus competencias y mentalidades. 74 Precisamente, la for- mulacin de estas fronteras simblicas en el imaginario colectivo, a partir de la visualizacin y politizacin de las fronteras reales de la segregacin colonial ya existente, parecera ser la primera de una serie de tareas nacionalitarias del actual movimiento social 73 Terry Eagleton, El nacionalismo y el caso de Irlanda, en New Left Review No. 1: El nacionalismo en tiempos de globalizacin, 2000; tambin, David Miller, So- bre la nacionalidad: autodeterminacin y pluralismo cultural, Barcelona, Paids, 1997. 74 tienne Balibar, La forma nacin: historia e ideologa, en Immanuel Wallerstein y tienne Balibar, Raza, nacin y clase, Madrid, Instituto de Estudios Polticos para Amrica Latina y Africa (IEPALA), 1991. 419 indgena que, por ello, simultneamente se presenta como un movimiento de construccin nacional indgena. 75 En la medida en que las formaciones nacionales inicialmente son discursos performativos 76 con la fuerza de generar proce- sos de construccin de comunidades de consentimiento poltico, mediante las cuales las personas denen un nosotros separa- do de un otros a travs de la reinterpretacin, la enunciacin o la invencin de algn o algunos componentes sociales (por ejemplo, el idioma, la religin o la etnicidad, la historia de domi- nacin), que a partir de ese momento pasan a ser componentes de diferenciacin y adscripcin a la comunidad, que garantiza a sus miembros una seguridad colectiva en el porvenir igualmente comn, se trata de un tipo de interaccin comunicativa que produce, o desentierra, o inventa una hermandad extendida, un parentesco ampliado capaz de crear: a) un efecto de atraccin gravitatoria hacia ciertos sectores poblacionales que se sentirn atrados, y b) un efecto complementario de repulsin hacia los 75 Las luchas sobre la identidad tnica o regional, es decir, respecto a propiedades (estigmas o emblemas) vinculadas con su origen al lugar de origen y sus seales correlativas, como el acento, constituyen un caso particular de las luchas de clases, luchas por el monopolio respecto al poder de hacer creer, hacer conocer y hacer reconocer, imponer la denicin legtima de las divisiones del mundo social y, a travs de eso, hacer y deshacer los grupos: en efecto, lo que se ventila en esas luchas es la posibilidad de imponer una visin del mundo social a tra- vs del principio de divisin que, cuando se imponen al conjunto de un grupo, constituyen el sentido y el consenso sobre el sentido y, en particular, sobre la identidad y la unidad que hace efectiva la realidad de la unidad e identidad de ese grupo. Pierre Bourdieu, Qu signica hablar? Economa de los intercambios lingsticos, Madrid, Akal, 1999. 76 El discurso tnico o regionalista es un discurso performativo, que pretende imponer como legtima una nueva denicin de las fronteras y hacer conocer y reconocer la regin as delimitada frente a la denicin dominante y descono- cida como tal. El acto de categorizacin, cuando consigue hacerse reconocer o es ejercido por una autoridad reconocida, ejerce por s mismo un poder: como las categoras de parentesco, las categoras tnicas o regionales instituyen una realidad utilizando el poder de revelacin y de construccin ejercido por la objetivacin en el discurso. Pierre Bourdieu, Qu signica hablar?, op. cit. 420 que se sentirn excluidos; por todo ello, se dice que las naciones son comunidades imaginadas. 77
Pero, a la vez, en tanto se trata de procesos de remodelacin de la subjetividad colectiva que crea un sentido de nosotros, las naciones son tambin una forma de producir lo comn, el bien comn que une al grupo y lo diferencia de los otros gru- pos y, en ese sentido, se trata de comunidades polticas, pues su fuerza articulatoria es precisamente la gestin, la distribucin, la conservacin de ese bien comn. En ese sentido, la poltica de las necesidades vitales, que disputa la forma de gestin de los bienes comunes imprescindibles para la reproduccin social, en la actua- lidad es una fuerza social que en unos casos (la Coordinadora del Agua) est conduciendo a una regeneracin de la vida democrti- ca y plebeya de la nacin boliviana, mientras que en otro caso (la CSUTCB), est permitiendo la formacin de una identidad nacional indgena separada de la identidad boliviana. Parecera que estas dos fueran las formas de accin colectiva ascendente con mayo- res probabilidades de erosionar las estructuras de dominacin, y ampliar las prcticas de politizacin y democratizacin de la vida colectiva en los siguientes aos. De ser as, estaramos ante la irradiacin de dos nuevas formas de autodeterminacin social. 77 Ernest Gellner, Naciones y nacionalismos, Madrid, Alianza, 1994; Benedict An- derson, Comunidades imaginadas, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1989; Montserrat Guibernau, Los nacionalismos, Barcelona, Ariel, 1998.
El Cambio Social Son Las Variaciones de Una Estructura Del Sistema Social Producidos Por La Aceptación o Incorporación de Una Innovación y en Un Sentido Sociológico Es Una Interpretación de Lo Justo y Lo Injusto