Cioran - Breviario de Los Vencidos
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No ver en las cosas ms de lo que tienen.
Vedas tal y como son. No ser en ellas. Objeti-
vidad es el nombre de esa calamidad, que es la
calamidad del conocimiento.
El mal del alma es espiritual. Es la lucidez
instalada en el corazn. No puedes elegir de nin-
guna de las maneras, pues a tus inclinaciones se
opone la visin absoluta del espritu. Si te incli-
nas a un lado, te revela el mundo como un es-
pacio de equivalencias. Todo es idntico, lo nue-
vo es lo mismo. La idea de reversibilidad es una
daga terica.
y entonces surge la Pasin. Esta hace flo-
recer nuestros pramos internos. La furia palpi-
tante del error elige. Gracias a ella respiramos.
Pues nos redime del peor de los males: del mal
de la imparcialidad.
No puedes vivir siendo clarividente, no pue-
des tomar partido por nadie, no puedes tomar
parte en nada. Cuando se es parcial, o sea,
cuando se crean falsos absolutos, la savia del
devenir renace en las venas. Adaptarse a las cir-
cunstancias del mundo es un acto de subjetivi-
dad, de hostilidad frente al conocimiento. La ob-
jetividad es el asesino de la vida y la vida del
espritu.
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Pensar, es decir, quitarse uno pesos de en-
cima. Sin el respiradero de los pensamientos, la
razn y los sentidos se sofocaran.
La expresin nace de una plenitud enferma.
Se est invadido positivamente de ausencias. El
pensamiento nace de la persistencia de una insu-
ficiencia. No tienes necesidad de nada, y llevas
contigo un alma de mendigo. Algo se ha desequi-
librado en el espritu. Como un arco de lucidez
sobre las ruinas de un beso, lo que la naturaleza
elabor no encuentra apoyo en tu olvido. Otoo
de la Creacin, ocaso inicial.
La nica escapatoria del alma es el desatino.
De un alma que haya perdido sus dimensiones,
que haya apresurado su fin. Y de un pensador
de la posibilidad infinita, de un pensador de la
imposibilidad.
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Durante la enfermedad, nos expresamos a
travs de nuestro cuerpo. Hablamos fisiolgica-
mente. Como las voces interiores no pueden su-
surrar todo el mal que almacenamos, el cuerpo
asume la tarea de comunicamos directamente las
innumerables desgracias a las que hemos sido
incapaces de hallarles un nombre. Sufrimos en
propia carne de una imposibilidad de expresin.
Tenemos demasiado veneno, pero no el sufi-
ciente remedio en la palabra. La enfermedad es
un mal inexpresado. As comienzan los tejidos
a hablar. Y su palabra, al hurgar el espritu, se
vuelve su materia.
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Desde que naciste se cierne sobre ti la dulce
maldicin de la existencia privada. Incapaz de
finitud, ests perpetuamente frente a ti mismo y
a lo infinito. Como no comprendes las tribula-
ciones ajenas, nadie te aparta del ilimitado
egosmo de la respiracin que tienes en tu apo-
sento. Siempre soaste con un hogar donde pe-
netrara el universo. Bajo tus prpados se pudren
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las mujeres, muertas por el vicio de lo infinito.
se es el mal de los sentidos. l asesina al amor
y presume de engaarlo. Dos ojos te miran, t
miras ms lejos; una sonrisa se insina en tu cuer-
po, t languideces hacia los astros.
Nadie es la sombra que lo infinito lanza al
corazn. Aqul es la base ltima de la existencia
privada. Y tambin la fundamentacin del juego
en el amor, del teatro en las pasiones. Te crees
que vas engaando a muchachas y mortales
(nada sugiere tanto un absoluto mortal como una
jovencita) y te ests engaando a ti mismo. Estar
atolondrado a causa de lo infinito ...
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Recuerdo haber sido una vez un nio. Eso
es todo. La memoria no me ayuda a reencarnar
la suavidad del sueo de la vida. Antes me veo
gimiendo bajo los fragmentos del pensamiento
que delante de l. Nada sobrevive al tiempo en
el que esperbamos el sentido ...
Huyendo de la infancia, me encontr con el
miedo a la muerte. As empec a saber. Y ese mie-
do se alivi con el deseo de morir. Y ese deseo
se purific aniquilando terriblemente la felicidad
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del pensamiento intil. Si hubieses permanecido
en la ignorancia no habras puesto la corona al
intelecto sobre la carroa vertical y el orgullo
negativo no habra roto los hilos que te ligaban
a la infancia. El tiempo no habra sacudido los
pilares de la esperanza ni se habra desarrollado
de forma parasitaria en tu savia. Pero l ha so-
segado el mosto de tu existencia y el ardor lo
ha hecho languidecer en las regiones del tedio.
Un corazn abstracto es el secreto del hasto.
Un corazn por donde ha pasado el tiempo y en
el que todava moran solamente ideas a las que
acecha el moho, contaminadas en su frialdad in-
maculada.
Dnde estn los albores de la vida, analfa-
beto del Bien, omnisciente por el Mal?
... y a veces me pregunto: cmo me atrev
a ser nio?
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Estar solo hasta el pecado, prolongar la se-
paracin hasta la culpa, conocer el estremeci-
miento slo en el aislamiento. Estar categorial-
mente solo.
Una pasin homicida, surgida del espritu,
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exacerba tu individualidad al mximo. El propio
universo se vuelve individuo. Te alcanza. O t
lo alcanzas a l...
El concepto de personalidad, que nos frag-
menta en tanto que figuras humanas, y que en
algunos se desarrolla hasta la exclamacin cs-
mica, engendra la adversidad en el ser. El sujeto
se desequilibra por el exceso de s mismo, es
como un rbol cuya copa tocara el cielo y se
olvidara de sus races ... El volumen del yo cons-
trie lo infinito y la vista difana y critica se
ahoga dentro del individuo unnime.
... Al encariarme con el odio que tengo
contra m, repta la dulzura de mi calamidad bajo
los restos del tiempo. Que ninguna brisa de rea-
lidad me toque ya la frente! Que el diablo sople
su cordura y su sufrimiento en las arrugas de mi
frente, que penetre en mi cerebro la respiracin
del Mal, que los instantes se vuelvan del revs
en la esperanza y entronicen en ella el desen-
freno enloquecido. Que la locura no siga pa-
gando el fielato al espritu, sino que invada a
sus anchas todo el territorio de la mente!
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Yo mido la profundidad de una filosofia por
las ganas de huir que expresa. El sistema de re-
flexiones que no esconde las insuficiencias de
cada lugar, favorece unas respiraciones mediocres,
inquietudes reposadas. Perseguido por otra cosa,
el edificio del pensamiento aminora la pasin por
vagabundear e impone sordina a la obsesin por
el espacio. Pensar es en cierto modo estar. No en
vano se dice: estoy pensando.
El miedo a divagar y el punzante embrujo
de un desconocido otra-parte, revelan instintos
vulgares y nos defendemos de lo infinito del co-
razn mediante tericos refugios. El orden en el
pensamiento es el obstculo del corazn. Es su
muerte. Si lo libersemos, adnde iriamos? Su
leyes ninguna-parte; y su sistema, aqu.
Si encadenamos los pensamientos, el peligro
desaparece. Y tambin la volatibilidad del yo.
Nos solidificamos. Los vapores superficiales del
espritu se cuajan. La inspiracin deshilvanada
cobra forma y la libertad gime. Y los pensa-
mientos se mecen en un largo suspiro del cora-
zn. Se ajustan al cadver de lo infinito. Los
abandonaremos a su suerte sin concluidos, para
largamos nosotros al mundo inconcluso? La ten-
tacin es tan grande como el miedo.
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He aqu mi sangre, he aqu mis cenizas.
y el fnebre titubeo de la mente. El universo
permanece, lecho para la escoria del espritu.
El sol ha encallado en su propia luz y en la
cinaga celestial.
A los supervivientes se les han parado los
ojos. El asombro ya no les dilata las pupilas.
y es que nada se asombra ya en el espacio.
Ya no hay vientos que levanten la polvareda
de mi ser. Las brisas se han helado sobre el
cerebro de los mortales. Y los corazones petri-
ficados susurran codiciando el florido miedo de
ser. Dnde estn los das que inspiren el Error?
En el mundo ya no yerra nada, ya nada es. Por-
que el mundo se ha embalsamado con la Ver-
dad. De tanto saber, el universo ha muerto de
anemia. No hay ya gota alguna de sangre que
nutra una germinacin. En la sangre se ha co-
lado el Conocimiento .
... Asqueado por el desenlace general, el in-
dividuo dice adis muy buenas, y embarca sus
cenizas hacia otro universo.
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Como si llevsemos nuestro Yo a cuestas,
ansiosos de separamos de nosotros mismos, re-
huimos nuestra identidad como si fuera una
carga capital.
El aire que hierve en los pulmones es una
expiracin de Dios y esa bocanada Suya traspasa
el espritu y le envenena el tutano de un infi-
nito enfermo. Bajo el estmulo de la divina des-
composicin, las Ideas languidecen en medio de
un tufo caliente y desabrido. Y ninguna lrica
estupidez envuelve la muerte inmisericorde.
Acaso no maldecir la conciencia al Yo?
No estrangular el espritu a la razn? No cas-
trar la vigilia a la esperanza?
El espritu vierte odio contra su portador,
emponzoa al sujeto que ha querido ser ms que
individuo, reduce a polvo la materia que lo sos-
tiene. El yo es la gran vctima, el yo est mal-
dito.
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Sin el presentimiento del amor y de la
muerte, el individuo se aburrira ya en las entra-
as de su madre, y se pasara el tiempo desen-
gaado chupando pezones sin futuro. Pero l
aguarda sigilosamente las dos tentaciones, ur-
diendo desde la cuna ficciones de existencia. El
amor se acerca, el amor llena los aos. Pero los
ojos escapan por las fisuras de su infinito tarado
hacia Otra cosa. La dolorosa curiosidad con-
densa el tiempo por el que nos arrastramos hacia
el fin. Los instantes se espesan: el tiempo denso
de la muerte ... Y como a travs de los calvero s
del amor descubrimos la lobreguez final, el ena-
moramiento oculta un equvoco que transforma
la pasin en ptridos temblores. Una eternidad
donde se divierten los gusanos es el equvoco de
los amores.
El amor no nos puede curar de lo Otro.
Y ese Otro es la pasin fatal del hombre. Lle-
vada a su trmino, descubre en el fondo un algo
que sera ... una parada desastrosa en el camino
de la curiosidad. Quiz nos inclinaramos hacia
Ello en los otoos del corazn si no fuera una
inmediatez capital, si no soportramos el tedio
de lo contingente. Al buscar perennemente el L-
mite, exasperados por lo arbitrario, la Muerte
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hace honor a su mayscula gracias a nuestra an-
sia de certezas. Pues ella es la ficcin a la que
se lo otorgamos todo, la banalidad irreparable
del tiempo.
Para el espritu, la muerte existe en tan exi-
gua medida como cualquier otra cosa. Pero l
la reconoce, impulsado por la sangre, por viejas
verdades, por las tradiciones del corazn. El es-
pritu se pliega. El yo se lo impone. Y, de esta
suerte, tolera a las ficciones ms de lo que se
merecen. Si todo la reclama, por qu no habra
de existir?, se pregunta el yo con escptica re-
pulsin. Por qu tendra que robarle al hombre
su mentira suprema? Si l la quiere, que la
tenga. Incapaz de imaginar un error confortable,
que robe mis armas para defenderlo! Que
muera para la Muerte!
... As juzga el Espritu y, separado de s
mismo, se sita en el silencio.
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Mi culpa: he depredado lo real. He mordido
todas las manzanas de la esperanza humana. Miro
de soslayo al sol. Rodo por el pecado de la no-
vedad, tambin al cielo lo habra vuelto del revs.
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Cuando clavaba los dientes en los entresijos de la
carne y haca girar ideas en danzas abstractas, los
misterios moran en la boca y en el cerebro .
Dnde est el jugo del devenir que vigorice el
pulso del espritu y de la sangre? Tras de m slo
hay gotas difuntas que inseminan mi pasado como
una va lctea del sinsentido.
La respiracin es un desbarajuste. Y estoy
buscando cuerpos inmaculados para gastar los
restos de mis ardores y espritus intactos para
derrochar mis inflamadas fatigas.
Ojal pudiera aadir a la nada que embriaga
la ausencia del universo el temblor sonoro del
alma, destrozar el silencio con un torbellino de
voz, dejar el desastre de mi msica por los es-
pacios! Ojal fuera el alma del vaco y el co-
razn de la nada!
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Conseguirs sofocar el destino negativo que
te tortura? Jams.
Te curars del mal que devora el ritmo de
tu respiracin? En absoluto.
Seguirs elevando la amargura de los sen-
tidos a la esencia de tus preguntas? Siempre.
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,
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No quieres exprimir tu sentido de lo irre-
parable en dulzura de las creencias? De ningn
modo.
... En tu sangre se deleitan los posos de un
Nunca, en tu sangre se descompone el tiempo y
una rogativa al diablo te salva de la redencin
que supondra tu ahogamiento. y el Diablo se
desliza a hurtadillas por el ojo de Dios y t si-
gues su sombra y su rastro ...
Pars, 1940-1944, Hotel Racine, Rue Racine
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