James Clifford
James Clifford
James Clifford
Cuando entres
Te vers rodeado de crtalos fabricados con nueces,
Un instrumento musical
Del estrecho de-Torres, un sistro de Mirzapur
Conocido como jumka, usado por las tribus
Aborgenes para atraer pequeas piezas de caza
En las noches oscuras, cigarrillos cooles
Y la mscara de Sagga, el Mdico Demonio,
Con sus prpados a rayas.
El poema de James Fenton The Pitt Rivers Museum, Oxford (Children in Exile,
1984), al que pertenece la estrofa, redescubre un lugar para la fascinacin en la
coleccin etnogrfica. A los ojos de este visitante incluso los rtulos descriptivos del
museo pueden acrecentar la sensacin de maravilla (...para atraer pequeas piezas
de caza en las noches oscuras) y miedo. Fenton es un nio-adulto que explora
territorios llenos de riesgo y deseo, pues ser nio en medio de esta coleccin (Por
favor, seor, dnde est la mano muerta?) supone ignorar las sesudas advertencias
sobre la evolucin humana y la diversidad cultural que nos dan la bienvenida en el
vestbulo. Es, por el contrario, interesarse por las garras de un cndor, por las fauces
de un delfn, por el cabello de una bruja, por una pluma de arrendajo usada como
amuleto en Buckinghamshire. El museo etnogrfico de Fenton es un mundo de
encuentros ntimos con objetos inexplicablemente seductores: fetiches personales.
Coleccionismo est aqu inevitablemente unido a obsesin, a memoria. Los visitantes
encuentran el paisaje de su niez jalonado por los montones de recuerdos...
arrumbadero de lo olvidado o de lo apenas posible.
Recorre
Como un historiador de las ideas o un delincuente sexual,
El arte primitivo,
Como un semilogo polvoriento, capaz de desentraar
Las siete partes de la maldicin de la bruja
O la sintaxis de los dientes rotos. Ve
En grupo para poder reirte cuando encuentres algo curioso.
Pero no des un paso en el reino de lo que te prometiste
A ti mismo, igual a un nio que se aventurase en los bosques
Prohibidos de su solitaria hora del recreo.
No pisar esa zona tab en la que te esperan las trampas de la intimidad y la ficcin y
el peligroso tercer deseo. No enfrentarse a esos objetos sino como curiosidades de
las que uno puede reirse, arte que se puede admirar, o documentos que han de ser
Por no dar sino un ejemplo; el 8 de diciembre de 1984 el New York Times informaba
del expolio ilegal generalizado a que estaban sometidos los enclaves arqueolgicos
anasazis, en el suroeste de EE. UU. Tarros y urnas pintados, fraudulentamente
excavados y en buenas condiciones do conservacin, podan alcanzar en el mercado
un precio de 30.000 dlares. En el mismo da, el peridico inclua tambin un artculo
ilustrado con piezas de cermica rescatadas por los arquelogos de un barco fenicio
naufragado frente a las costas de Turqua. La primera informacin so ocupaba de
objetos excavados clandestinamente para obtener un beneficio econmico; la segunda, de una recogida cientfica de objetos, llevada a cabo con o fin de poder
estudiarlos. El juicio moral que merecan ambas formas de rescate era totalmente
opuesto, pero todas las cermicas recuperadas eran importantes, hermosas y
antiguas. Su significado comercial, esttico y cientfico presupona en ambos casos un
sistema de valores dado. Un sistema que encuentra un inters y belleza intrnsecos en
objetos de pocas pasadas, y da por supuesto que coleccionar objetos cotidianos de
civilizaciones antiguas (y preferentemente desaparecidas) compensar ms que
coleccionar, por ejemplo, termos de la China contempornea o camisetas hechas por
encargo procedentes de Oceana. Los objetos antiguos son dotados de un sentido de
profundidad por sus coleccionistas, siempre muy preocupados por la historia. La
temporalidad es rectificada y rescatada para significar origen, belleza y conocimiento.
Este sistema favorecedor de lo antiguo no ha dominado siempre el coleccionismo
universal. Las curiosidades del Nuevo mundo que se coleccionaban y valoraban en el
siglo XVI no eran necesariamente vistas como antigedades, productos de
civilizaciones primitivas o periclitadas. Con frecuencia se incluan en una categora de
lo maravilloso que se corresponda con una Edad de Oro contempornea. Ms
recientemente se ha sometido a examen la tendencia retrospectiva que Occidente
manifiesta a la hora de apropiarse de las culturas del mundo. La autenticidad
cultural o artstica tiene tanto que ver con una inventiva presente como con la
objetualizacin, conservacin o revitalizacin del pasado.
* * *
A partir del ltimo cambio de siglo los objetos de origen no occidental han sido
clasificados en dos categoras principales: cientficos (artefactos culturales) y estticos
(obras de arte)4. Otros objetos coleccionares mercancas de produccin industrial,
arte turstico, curiosidades, etc. han sido valorados de un modo menos
sistemtico; en el mejor de los casos han de conformarse con ocupar un lugar en
exposiciones de tecnologa o artesana popular. Estos y otros emplazamientos
dentro de lo que podramos llamar el sistema moderno de arte-cultura puede ser
visualizado con la ayuda de un diagrama que tiene algo de reductor lecho de Procrusto.
ms, por ejemplo, que a Picasso, cuya valoracin no depende de que sea un artista
espaol. Lo mismo se podra decir, como veremos, de muchas obras de arte tribal
reciente, tanto si proceden de los sepik como si son oriundas de la costa noroeste de
Norteamrica. Tales obras han logrado salir en gran parte de la categora de souvenirs
o de simples mercancas a la que, en razn de su modernidad, las relegaban
frecuentemente los puristas, pero no consiguen entrar en la zona 1, la del mercado
artstico, sin dejar tras de s jirones de autntica cultura tradicional. No se puede pasar
directamente de la zona 4 a la zona 1.
Lo que de vez en cuando s puede producirse es un trnsito entre las zonas 4 y 3, por
ejemplo, cuando un producto o utensilio tecnolgico es considerado como una
creacin extraordinariamente innovadora. El objeto es entonces separado de la cultura
comercial o de masas, seguramente para ser mostrado en un museo de tecnologa.
Pero en ocasiones este tipo de objetos entra de lleno en el terreno del arte: las
innovaciones y productos tecnolgicos pueden ser contextualizados como diseo
moderno, pasando as, tras atravesar la zona 3, a la zona 1 (ste es el caso de los
muebles, electrodomsticos, coches, etc., que se exponen en el Museo de Arte Moderno de Nueva York).
Tambin existe una circulacin regular entre las zonas 1 y 3. Las falsificaciones
artsticas quedan totalmente degradadas cuando son expuestas (pierden hasta el
menor resto d su aura original). Y, al contrario, distintas formas de anti-arte o de
arte que hacen alarde de falta de originalidad, de inautenticidad, son coleccionadas
y valoradas (el bote de sopa de Warhol, la foto de una foto de Walker Evans realizada
por Sherrie Levine, el urinario, el botellero o la pala de Duchamp). Cualquier objeto de
la zona 3 es susceptible de entrar a formar parte del mbito general del arte: son poco
corrientes y resulta imposible tomarlos por productos de una cultura. En cuanto el
mundo del arte se apropia de ellos, pasan a circular, tal y como ocurre con los readymades de Duchamp, dentro de la zona 1.
El sistema de arte-cultura que he representado en el grfico excluye y deja al margen
distintos contextos residuales e inesperados. Mencionar slo uno: las categoras de
arte y cultura, tecnologa y producto son pronunciadamente seculares. Los objetos
religiosos pueden ser considerados como gran arte (un altar de Giotto), como arte
popular (la decoracin de un santuario latinoamericano) o como utensilios culturales
(un instrumento musical de la India). Los objetos de este tipo carecen de poder
individual y de misterio cualidades que los fetiches poseyeron tiempo atrs, antes
de ser reclasificados dentro del sistema moderno como arte primitivo o como utensilios
culturales. Qu valor se le quita a un retablo al sacarlo de una iglesia abierta al
culto (o cuando esa iglesia empieza a funcionar como un museo)? El poder especfico
de su sacralidad es reconducido al terreno general de la esttica. (Esta
contextualizacin secular fue recientemente impugnada por las autoridades de
pueblos nativos norteamericanos que se negaron a que fueran expuestos al pblico
objetos artsticos sagrados.)
* * *
Es importante insistir en el carcter histrico de este sistema de arte-cultura, que por
otra parte tampoco ha alcanzado todava su configuracin ltima: las posiciones y
valores asignados a los utensilios coleccionables no han dejado de cambiar y
continuarn hacindolo. Sin contar con que un diagrama sincrnico es incapaz de
representar zonas de enfrentamiento y transgresin excepto como movimientos y
ambigedades entre polos fijos. Gran parte del arte tribal de nuestros das participa
en el trfico artstico-cultural y en contextos de espiritualidad tradicional no tenidos en
cuenta por el sistema. Cualesquiera que sean sus controvertidos dominios, y hablando
en trminos generales, el sistema hace que todo objeto extico se enfrente a la
disyuntiva de si debe buscar su segundo hogar en un medio etnogrfico o en un medio
esttico. El moderno museo etnogrfico y el museo de arte o la coleccin artstica
privada han desarrollado sistemas de clasificacin diferentes y complementarios. En el
primero de ellos una obra escultrica es exhibida en compaa de objetos de similar
funcin o junto a objetos del mismo grupo cultural que incluyen utensilios como
cucharas, cuencos o lanzas. Una mscara o una estatua pueden ser agrupadas con
objetos formalmente dismiles y explicadas como partes de un complejo ritual o
institucional. Los nombres de los escultores son ignorados o suprimidos. En los
museos de arte una escultura es identificada como la creacin de un individuo: Rodin,
Giacoinetti, Barbara Hepworth. Su papel en la prctica cultural cotidiana resulta
irrelevante en lo que hace a su significado fundamental. Mientras que en el museo
etnogrfico el objeto es cultural o humanamente interesante, en el museo de arte es
ante todo bello u original. Las cosas no siempre fueron de esta manera.
Elizabeth Williams (Art and Artifact at the Trocade-ro, en History of Anthropology,
vol. 3, ed. George Stoc-king, 1985) ha estudiado un revelador captulo en la cambiante
historia de estas discriminaciones. En el Pars del siglo XIX era difcil encontrar
hermosas sin reservas las piezas precolombinas. Una esttica predominantemente
naturalista vea el ars americana como algo grotesco y brutal. En el mejor de los
casos, una obra precolombina poda ser asimilada dentro de la categora de lo antiguo
y apreciada despus de pasar por el filtro medie-valistn de Viollet-le-Duc. Williams
muestra cmo los objetos mayas e incas, con toda la ambigedad de su estatus,
peregrinaron entre el Louvre, la Biblioteca Nacional, el Museo Guimet y (a partir de
1878) el Trocadero, donde al fin parecieron encontrar un hogar etnogrfico en una
institucin que los trat como documentos cientficos. Los primeros directores del
Trocadero, Ernest-Thodore Hamy y Rmy Verneau, mostraron muy escaso inters
por sus cualidades estticas.
La belleza de gran parte del arte no occidental es un descubrimiento reciente.
Antes del siglo XX se coleccionaban y valoraban muchos de los mismos objetos que
siguen sindolo hoy en da, pero por razones diferentes. En los inicios de la poca
moderna lo que se apreciaba era su novedad y su rareza. Dentro de un gabinete de
curiosidades todo estaba junto y revuelto, y cada objeto individual representaba
metonmicamente una regin o una poblacin entera. La coleccin era un
microcosmos, un compendio del universo (K. Pomian, Entre l'invisi-ble et le visible.
La collection, Libre, 78, 1978). El siglo XVIII introdujo una preocupacin ms seria por
la taxonoma y por la elaboracin de series completas. El coleccionismo era cada vez
ms algo propio de naturalistas cientficos y los objetos eran valorados en cuanto
ejemplificaban un orden de categoras sistemticas: alimentacin, vestido, materiales
de construccin, herramientas agrcolas, armas (de guerra, de caza) y as
sucesivamente. Las clasificaciones etnogrficas de E. F. Jomard y las exposiciones
tipolgicas de A. H. L. F. Pitt Rivers fueron, a mediados del siglo XIX, puntos
culminantes de esta visin taxonmica. Las tipologas de Pitt Rivers hacan hincapi
en las secuencias del desarrollo. A finales de siglo el evolucionismo haba llegado a
dominar la forma de disponer los objetos exticos. Estos podan ser ofrecidos como
antigedades, ordenados por regiones geogrficas o por sociedades, dispuestos en
panoplias o agrupados para formar dioramas y representaciones realistas, pero lo que
contaban era invariablemente la historia del desarrollo humano. El objeto haba dejado
de ser antes que nada una curiosidad extica y se haba convertido en una fuente
de informacin totalmente integrada en la historia del hombre occidental. Lo que
determinaba el valor de los objetos exticos era su capacidad para dar testimonio de
un estadio temprano de la Cultura humana, un pasado comn que confirmaba el
presente triunfal de Europa.
Con Franz Boas y la aparicin de la antropologa relativista se consolid la insistencia
en situar los objetos en el contexto de formas de vida especficas. Las culturas as
representadas podan ser dispuestas siguiendo los cambios de una serie evolutiva o
dispersarse para formar parte de presentes etnogrficos sincrnicos. Estos no eran
nunca el presente de la antigedad ni el del siglo XX, sino que ms bien
representaban el autntico contexto de los objetos coleccionados, a me nudo
inmediatamente anterior al momento de su recogi da y su exhibicin. Tanto el
coleccionista como el etn grafo que reuna esos objetos podan pretender que eran
los ltimos en rescatar lo real. La autenticidad aparece cuando objetos y
costumbres son extrados de su sita cin histrica habitual: un presente que se
convierte en futuro.
Con la consolidacin de la antropologa del siglo XX los objetos etnogrficamente
contextualizados eran valo rados porque servan como testigos objetivos de la vid
pluridimensional de una cultura. Al mismo tiempo que surgan nuevas tendencias
dentro del arte y la literatura y que Picasso y otros empezaban a visitar el museo de
Trocadero para tributar a sus objetos tribales una admi racin en absoluto etnogrfica,
volva a discutirse cu era el lugar adecuado para los objetos no occidentales. / los
ojos de la modernidad triunfante al menos algunos d< aquellos objetos podan ser
vistos como obras maestras universales. As hizo su aparicin la categora de arte
primitivo.
Este hecho introdujo nuevas ambigedades y posibilidades en un sistema taxonmico
cambiante. A mediados del siglo XIX los objetos precolombinos o tribales eran
considerados como objetos grotescos o meras antigedades. Hacia 1920 se haban
convertido en testimonios de sus culturas o en grandes obras de arte. Desde entonces
ha tenido lugar una controlada migracin entre estos dos territorios institucionalizados.
Sobre el coleccionismo como estrategia del deseo ver el muy sugerente catlogo (Hainard y Caer, eds.)
de una exposicin celebrada en el Museo de Etnografa de Neuchatel entre junio y diciembre de 1982
bajo el ttulo de La pasin de coleccionar . Esa analtica coleccin de colecciones constituy un tour de
force de la reflexin museolgica. Sobre coleccionismo y deseo ver tambin el brillante anlisis de Donna
Haraway (Teddy Bear Patriarchy. Taxidermy in the Carden, of the Edn, Socia Text, invierno 1985) a
propsito del Museo de Historia Natural de Norteamrica y los peligros con que ste tuvo que enfrentarse
entre 1908 y 1936. Su trabajo sugiere que la pasin de coleccionar, conservar y mostrar se articula en
modalidades que dependen del gnero y estn histricamente determinadas. Beaucage, Gomila y Va-lle
(L'experience anthropologique, 1976) ofrecen algunas reflexiones crticas sobre la compleja experiencia
de los objetos propia de los etngrafos.
2
El ensayo de Walter Benjamn Desembalando mi biblioteca, del que ofrecemos un fragmento en este
mismo nmero de Revista de Occidente (vase la seccin titulada Testimonios), proporciona el punto
de vista de una reflexin partidista. El coleccionismo aparece all como el arte de vivir estrechamente
aliado a la memoria, a la obsesin, n la salvacin del orden. Benjamn ve (obteniendo cierto placer en ello)
la precariedad del espacio subjetivo de la coleccin.
3
Mi forma de entender el papel del fetiche como un signo do otredad en la historia intelectual de
Occidente de De Brosses a Marx, Freud y Deleuze tiene contrada una gran deuda con la obra, en
buena parte indita, de William Pietz; vase su ensayo El problema del fetiche en este mismo nmero.
4
En relacin con los difciles articulaciones del culturalismo etnogrfico y el formalismo esttico, vase
Roy Sieber, The Aesthetics of Traditional African Art, en Art and Aesthetics in Primitive Socie-ties, ed. de
Carol F. Jopling, 1971; Sally Price y Richard Price, Afro-American Arts ofthe Suriname Rain, 1980; Susan
Vogel, introduccin a African Masterpieces from ihe Muse de l'Homme, 1985, y W. Kubin, Primitivism
in Modern Art. Affinity of the Tribal and the Modern, 1984. Los dos primeros trabajos sostienen que el arte
slo puede ser entendido (y no meramente apreciado) en su contexto original. Vogel y Rubin defienden
que las cualidades estticas trascienden la articulacin local de su origen, y que las obras maestras
ejercen su atractivo sobre una sensibilidad humana universal, o cuando menos trans-cultural. Para
hacerse una idea de la forma en que se han sometido a debate las frecuentemente incompatibles
categoras de excelencia esttica, utilidad, rareza o antigedad, entre otras, a la hora de asignar
un valor a los trabajos de las tribus, ver el simposio sobre la Autenticidad en el arte africano organizado
por la revista African Arts.
5
Giacometti y en L' Age d'homme, 1946; para las posibilidades radicales de una teora del fetiche ver en
este mismo nmero El problema del fetiche, de William Pietz, inspirado en Deleuze; y para una
rectificacin del sentido perverso que los semilo-gos dan al fetiche (el punctum) como lugar de
significacin estrictamente personal, no constituido por cdigos culturales (el studium), ver R. Barthes,
La chambre claire, 1980. J. Gomila, en el volumen.