André Green - La Causalidad Psiquica Bet
André Green - La Causalidad Psiquica Bet
André Green - La Causalidad Psiquica Bet
. ,,.,., ,,,,..1
La causalidad psquica
Andr Green ~ 0
~{
-,
Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
., . .,
Lt'\ ~ '
~
~\>
Green, Andr
La causalidad ps!quica : entre naturaleza y cultura 1 Andr Green.
- 1 ed. - Buenos Aires : Amorrortu, 2005.
304 p. ; 23x14 cm.- (Biblioteca de Psicologa y P sicoanlisis dirigida
por Jorge Cola pinto y David Maldavsky)
Traducido por: Laura Lambert
ISBN 950-518-110-8
l. Psicoanlisis. l. Lambert, Laura, trad. II. Ttulo
CDD 150.195
Impreso en los Talleres Grficos Color Efe, P aso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en julio de 2005.
Tirada de esta edicin: 2.000 ejemplares.
lndice general
11
Prefacio
17
24
35
39
42
49
57
77
88
99
104
108
115
121
125
133
136
136
138
149
156
156
158
164
171
178
181
185
191
193
198
201
206
210
217
221
226
230
234
239
241
244
249
251
256
264
266
270
274
Referencias
Prefacio
Hace justo cien aos, Breuer y Freud publicaban su Comunicacin Preliminar, Sobre el mecanismo psquico de fenmenos histtmcos, preludio a los Estudios sobre la histeria. Recordemos que las ideas de Freud, quien luego seguira camino solo, encontraron una fuerte oposicin en los
crculos mdicos y cientficos. No s si alguna vez existi un
perodo en el cual el psicoanlisis, aun pareciendo estar en
expansin, se desarroll sin despertar crticas virulentas.
En cambio, bien s, por haber sido testigo de ello durante
cincuenta aos, que no se cej en predecir su muerte cercana, ya sea en nombre de ideologas en boga o de logros cientficos recientes que, esta vez sin la menor duda, le asestaran un golpe mortal.
Uno tras otro, esos pronsticos fatales ~ue quiz debera llamar anhelos de muerte- tuvieron amplia difusin.
Bajo el estalinismo, las ideas de Pavlov sobre el condicionamiento no tardaran en dar por tierra con un anlisis al que
se identificaba con el capitalismo norteamericano. Ms adelante, el descubrimiento de los psicotrpicos gracias a quimioterapias dotadas de poderes prcticamente ilimitados,
as como a l uso con fines teraputicos de psicodislpticos
(sobre todo el LSD) que supuestamente favoreceran un
s urgimiento acelerado del inconsciente, habran de volver
s uperflua y obsoleta la cura psicoanaltica. Tiempo despus,
la antipsiquiatra ~ue tomaba la posta de los movimien-
11
12
..,
13
caz, hacia el psicoanlisis, reserva que en el mejor de los casos llega a sacarlo del listado de las disciplinas dignas de inters y, en el peor, a condenarlo sin apelacin. No me parece
posible que el psicoanlisis adopte una actitud simtrica de
ignorancia o de rechazo a priori con relacin a tal oposicin.
No se podra imitar aquello que se reprueba. Para muchos
psicoanalistas, la disciplina que practican no pertenece a la
ciencia. Sin embargo, el respeto que ella inspira -aun si en
el captulo de la exploracin del psiquismo hay mucho que
decir sobre la denominacin de ciencia- obliga a comentar
sus procedimientos, s us resultados y sus conclusiones. Si
bien, a diferencia de Freud, ya no estamos tan seguros de
que el psicoanlisis pertenezca a la ciencia, ello se debe, como trat de demostrar, no a que se site por encima de
ella, sino a que sera deseable que la ciencia revisara sus
fundamentos epistemolgicos acerca del psiquismo, inadecuados, en buena medida, para estudiarlo en su especificidad.4
El segundo tipo de crticas atae al orden de la cultura.
En efecto, rma impugnacin para nada desdeable y que, a
diferencia de la anterior, puede invocar una tradicin relativamente antigua acerca del psicoanlisis, es la que emana
de la antropologa. La pretensin del primero de alcanzar
un saber universal a travs de conceptos tales como el complejo de Edipo, encuentra muchos obstculos, sobre todo por
la postura mental que impera actualmente entre los antroplogos. No todos son relativistas, pero slo unos pocos afirman ser universalistas. Las tesis psicoanalticas se confrontan con los eventuales universales postulados en antropologa. Jean Pouillon sostuvo un dia que el hombre era un
social polimorfo, a la manera del nio calificado por Freud
de perverso polimorfo. En Francia, la discusin se situ
bsicamente en torno de las concepciones de C. LviStrauss, las cuales, como sabemos, influyeron en Lacan.
Los tericos de la cultura tienen serias cuestiones que plantearles a los psicoanalistas, si es que alguna vez se prestan
a hacerlo. Porque, en la mayora de los casos, los primeros
ignoran los trabajos de los segundos. Recientes excepciones,
entre las cuales revistan antroplogos de la talla de M. Godelier, B. Juillerat y F. Hritier, reactivan discusiones que
haban quedado en punto muerto luego de que abortaran alh'Unos antiguos intentos.
Es difcil, en efecto, deducir y establecer datos generales
t ransculturales en el plano del significado, por lo impactanle que resulta ser en cambio la variabilidad de los contenidos -o del modo en que se los procesa- en las diversas sociedades conocidas. Por su parte, y hoy ms que nunca, la
historia debe tener en cuenta los periplos de las diferentes
civilizaciones, el ritmo en que evolucionan y el juego variable de los factores determinantes segn las reas geogrficas y los diversos perodos transitados. Es curioso que sea
por el lado del saber fragmentario e incierto de la prehistoria donde los psicoanalistas encuentran interlocutores interesados. Lo importante es reconocer que, tanto en el sector
de las ciencias humanas como en el de las naturales, una
abundante cosecha de fenmenos y de concepciones despierta numerosos interrogantes que la tradicin psicoanaltica
ya no puede seguir desconociendo por ms tiempo. Mientras
que el conocimiento del cerebro est en paales a la fecha
de la muerte de Freud, las disciplinas socioantropolgicas
t!xperimentan ya un importante desarrollo que retiene su
atencin antes de que efecte su memorable incursin en el
t.crreno antropolgico, en 1913, con Ttem y tab. Existe un
importante contencioso entre el psicoanlisis y estas disciplinas que no slo no est agotado, sino que se mantiene
muy vivo, aun cuando se subraye el carcter discutible del
razonamiento freudiano.
Este doble cuestionamiento, que abarca tanto el enfoque
natural como el cultural, concierne al psicoanlisis no slo
nHno una nueva molienda del nature-nurture problem. El
t'oslado radical de los argumentos que se elevan contra la
validez del psicoanlisis pone en cuestin su existencia misllHI y obliga a pensar en su porvenir. Porque siempre puede
1uacticarse la poltica del avestruz y conformarse con el pol ' O efecto que surten esas crticas que no parecen alterar seriamente la existencia de Jos psicoanalistas; pero sera un
~ravc error atenerse a ella, pues si los argumentos sostenidos tienen suficiente validez, cabe temer que, al final, reperculan en el porvenir del psicoanlisis.5 Me pareci que de-
4
Vase A. Oreen, Mconnaissance de l'inconscienl. (Desconocimiento
del inconciente, art. cit.)
14
15
flexivo, corre un peligro an ms grande: el de ser asimilado a esas profesiones que resistieron a todas las pocas por formar parte de un sistema de
creencias donde se asientan oficios cuyo espectro se extiende desde la astrologa hasta el ocultismo.
16
Es la impronta de sus aos de aprendizaje lo que explila fidelidad a las ciencias naturales mostrada por Freud
u lo largo de su vida, puesto que enlaz con ellas sus propios
dt~scubrimientos sobre la naturaleza de lo psquico? Hasta
PI final, en sus escritos terminales, seguir afirmando que
IH psicologa es una rama de dichas ciencias. 1 Cuarenta
nos alejado de cualquier laboratorio y consagrados a la
prctica psicoanaltica, no deberan haber dado por tierra
ron esas pocas temporadas en las cuales se entreg a la biolobra? Sin desconocer la influencia decisiva de las formaciones iniciticas en cualquier persona, me inclinara ms bien
por una eleccin fundamental, precozmente establecida y
nsistente al paso de los aos, fundada en una conviccin in'luebrantable y, por ende, anclada en el pensamiento de
l'reud, mucho ms all de s u efimera actividad en el campo
biolgico. La correspondencia que mantuvo de joven con su
umigo Silberstein lo muestra, ya al comienzo de sus estu' 1ios mdicos, determinado a recelar de las ideas de su maestro de filosofia, Brentano (aun cuando este criticaba a Herhnrt y alababa a Comte), y fuertemente inclinado, por su
eltccin del materialismo y como darwinista convencido, a
Hometer la filosofia al mtodo de las ciencias naturales. Finnlmente decidir rechazar la idea del doctorado en filosofia
que le haba sugerido su profesor.2 Ms que la influencia
posterior de los pocos aos en que fue bilogo, es esa convicc ll
1
Psychology too is a natural science. What else can it be?. Vase Sorne
1.'1.-mt'lltary Lessons in Psychcanalysis, The Standard Edition ofthe Com
d.-t Psychological Worhs of Sigmun.d Freud, Londres: Hogarth Press,
l~lf>7, vol. XXIII, pg. 28, en adelante designada como SE. [Algunas lec' ~t>ncs elementales sobre psicoanlisis, en Obras completas, Buenos Ai, ..H: Amurrorlu editores (AE), 24 vols ., 1978-85, vol. XXIII.)
; Volle S. Freud, Lettres dejeunesse (15 y 27 de marzo de 1875), traduc
,..,111 de C. Hoim. Pars: Gallimard, Con.naissance de l'inconscient., 1990.
17
18
19
permite fundarse en ningn dato inmediato, como es el caso de la conciencia, y, en el mejor de los casos, slo puede
apoyarse e n indicios que lo muestran activado mediante las
de nominadas formaciones del inconsciente. Ese aspecto
hipottico refuerza el car cter azaroso de la especulacin
cuando se afronta la tarea de describir las relaciones consciente-inconsciente, las r elaciones cerebro-inconsciente y
finalmente las relaciones cere bro-conciencia con intervencin, a nivel del guin que los une, del inconsciente. Es que
el problema se desplaza entonces del lado de la naturaleza
d e los fenmenos inconscientes en su diferencia con los
fenmenos conscientes: est su organizacin ms cerca de
la que evidencian los procesos cerebrales? En otros trminos: las hiptesis desarrolladas a partir del conocimiento
del cerebro se aplican con mayor o menor pertinencia a los
fenmenos inconscientes como tambin a los fenmenos
conscientes? Si tenemos presente que estas posiciones fueron expu estas por Freud en momentos en que el inconsciente no era para l otra cosa que una cua lidad psquica
(luego de la reforma que condujo a la segunda tpica del
aparato psquico) y que, de hecho, en ese guin deben ser incluidos el ello, el yo inconsciente y preconsciente y la parte
no consciente del supery, se mide el giro inabordable que
toma la cuestin. En realidad, para Freud, el verdadero intercesor entre cerebro y psiquismo es la postulacin del ello.
Qu recubren estas distinciones si con sentimos en sacarlas de su encuadre metapsicolgico? El estudio del cerebro es pr opio de un enfoque positivista; en forma opuesta, el
estudio de la conciencia slo puede ser subjetivo. La cuestin planteada por el inconsciente (o por lo que toma su relevo en la teora despus de 1923) n o puede definirse ni objetiva ni subjetivamente. El objetivismo n o es lo apropiado
puesto que el inconsciente, por definicin, nunca se vuelve
objeto de un reconocimiento subjetivo. El subjetivismo tampoco puede serie aplicado en razn de que se en cuentra est rechamente ligado a la conciencia. La especificidad epistemolgica del inconsciente -o del ello, del yo inconsciente y
de la parte inconsciente del supery- debe referirse, mediante el pensamiento, a lo que la experiencia del preconsciente permite conocer : el pasaje de un estado no subjetivo
(por cuanto no es consciente) a un estado subjetivo (por el
devenir conscien te del preconsciente). En suma, estamos en
20
presencia de un vnculo importante que sera el de la pretensin de un saber no subjetivo -que por lo tanto presenta
una forma de objetividad, reforzada por el hecho de que
para su puesta en evidencia subjetiva es necesaria otra accin (su devenir consciente)- y que puede ser reconocido
posteriormente como subjetivo. Aqu encontramos una modalidad singular de las relaciones entre enfoque objetivo (el
del analista fuera de la subjetividad del analizante) y su reconocimien to subjetivo posterior por parte del analizante
solo. Eso es lo que se llama toma de conciencia, y que implica la existencia objetiva del fenmeno antes de que se
vuelva objeto de una toma de conciencia. Pero este ejemplo
nclara las cosas slo en parte, ya que el preconsciente no recubre sino una porcin limitada del territorio del inconsciente.
En realidad, la significacin de esta ltima tpica del
aparato psquico introduce entre cerebro y conciencia la representacin de las pulsiones en s u calidad de ancladas en
lo somtico en una forma psquica desconocida para nosotros (Freud) (ah est el verdadero guin articulador: la
misin definida como concepto lmite e ntre lo psquico y
lo somtico); la del yo, en gran parte inconsciente; y por ltinw, como modo de representacin totalmente distinto por
su naturaleza, la del supery, que implica una inscripcin
dl' la cultura en ese nivel. Este conjunto tan h eterogneo
m mplica singularmente la concepcin que podemos hacernos de las relaciones cerebro-conciencia. Y el cu estionamiento podra formularse entonces de la siguiente manera:
;.Qu hay entre cerebro y conciencia cuya descripcin habra de satisfacer los criterios del psiquismo (o de la vida
me ntal) y cuyas relaciones con el sistema nervioso y con la
or~anizacin cerebr al preservaran su vinculacin con la actividad psquica con sciente?. Sobre esta base pueden ser
dl'tinidas las condiciones de un dilogo entre cien cias na111 raJes y psicoanlisis. Pero se entiende as que, habiendo
ptrcibido las dificultades del problema, m s de un investi~ador perteneciente a las disciplinas fundadas en el conocilll iPnto de la naturaleza (incluida la filosofia) prefiera o bien
~quivar la cuestin o bien cortar el nudo gordiano, alegan lo que el psicoanlisis no ofrece s uficientes garantas de valiclt:t. como para ser considerado un interlocutor aceptable
n In di8cusin.
21
Se advierte que, sin siquiera plantear la cuestin del detenninismo en las relaciones body-mind, la simple descripcin choca con problemas que la relacin directa cerebroconciencia no conoce y que, llegado el caso, pueden resucitar
la vieja teora del paralelismo psicofsico {teora nacida en
un momento en que el estado de la ciencia era tal que la informacin sumamente restringida sobre el cerebro permita
hacer ese tipo de hiptesis). Pero, como dice el buen sentido
popular: <~ada se pierde con probar. Por supuesto, toda
continuacin del debate exigira estar en condiciones de
confirmar que el ello o el inconsciente pueden demostrar su
realidad. Si bien an hoy es muy difcil llegar a ese resultado, se puede en cambio constatar que ninguna teora de
reemplazo llega a sustituirlo. Queda claro a qu inconvenientes desastrosos se exponen todos aquellos que no dan
cuenta de lo que recubren estos conceptos.
Sin duda sera eminentemente deseable poder examinar
el sentido que cobran esas propuestas. a la luz de hechos
nuevos descubiertos por la ciencia, limitando en esa forma
la controversia. Pero, por desgracia, nada de eso es posible. Hasta cuando el tema se presta a tal tipo de limitacin
-pienso en el caso particular del sueo, que en principio
puede ser objeto de un debate bien acotado-, es fcil ver
que, en un momento u otro, se esgrimen hiptesis de alcance general que nos remiten a los problemas de fondo.
Adems, en ese mismo captulo inaugural del Esquema, Freud concluye sus observaciones lamentando que la
psicologa animal no haya tocado todava esos problemas.
Porque, efectivamente, cmo no abordar, cuando se debate
un tema como este, la relacin animal-hombre, mientras
que la casi totalidad del material cientfico proviene del animal? Por va de consecuencia, cmo no plantear entonces
la cuestin de la interferencia de la especificidad humana,
no con los resultados de la ciencia, sino con la metodologa
cientfica, que ignora esa especificidad porque sus medios
no le permiten abordarla? Inversamente, basta esa especificidad para recusar todo el saber concerniente al animal y,
si tal es el caso, cmo explicar la influencia de la infraestructura biolgica sobre el psiquismo?3 Se trata de una cuestin
3 Entre el momento en que fueron pronunciadas y la redaccin de estas
conferencias, J. La planche, que segua una direccin ya antigua, denunci
22
23
24
dirigidas a su amigo Silberstein demuestran que, joven estudiante de medicina de apenas diecinueve aos, ya era
evolucionista y darwiniano.6 En el ambiente en que se mova, por lo general hostil a Darwin, se poda ser lo uno sin
ser lo otro. Sin embargo, a esa edad Freud ya se declaraba
materialista y ateo. Pero el problema es su oscilacin entre
Lamarck y Darwin. Si bien es cierto que el estudio de Darwin fue determinante para su orientacin cientfica, tambin lo es que en su obra las alusiones a este ltimo son escasas y deben leerse entre lneas, por ms que cite a neodarwinianos como Weissmann y Haeckel y trabaje algunas
de las ideas de estos. La influencia de Lamarck en Freud es
una cuestin todava ms oscura. Si bien todo el mundo conoce su creencia en la transmisin hereditaria de los caracteres adquiridos, con todo el nombre de Lamarck no aparece
nunca bajo su pluma. A comienzos de la Primera Guerra
Mundial, el tiempo libre que le deja la disminucin de la
clientela hace nacer en l el proyecto de escribir, en colaboracin con Ferenczi, una obra sobre dicho autor. Lee la Filosofa Zoolgica y, en s u correspondencia con Ferenczi, declara compartir el punto de vista de ciertos psico-lamarckianos contemporneos. 7 Pero, terminada la holganza de los
primeros tiempos blicos, el proyecto es abandonado. Una
carta a Abraham muestra la firmeza de sus convicciones de
entonces.
El reciente descubrimiento del manuscrito -de hecho
un borrador- enviado a su corresponsal, muestra que no
haba llegado ms que a un primer bosquejo al que daba poca importancia. En la carta del 28 de julio de 1915 que
acompaa al envo del proyecto de captulo originariamente
destinado a ser incluido en los escritos metapsicolgicos, escribe a Ferenczi: Trelo o consrvelo.. ,s indicio indiscutible
del relativo valor que le otorgaba, hasta el punto de no haber guardado ninguna copia. Este segundo Proyecto es
para m la prueba ms contundente de eso que llam el romanticismo biolgico de Freud, cuya connotacin ima,; Vase S . Freud, Lettres dejeunesse.
7
Vase E. Jones, La uie et l'a!uure de Sigmund Freud, traduccin de
l. Fluurnoy. Pars: PUF, 1969, vol. 3, pgs. 352-7.
"VnHe S. Jo'reud, Vue d'ensemble des niuroses de transfe rt, traduccin de
l'nt rick Locos te (comentarios del traductor y de Ilse G rubrichSimitis ,
qui1n descubri, roment y edit el manuscrito), Pars: Gallimard, 1989.
25
ginativa resulta todava ms acen tuada por una reconstitucin evolucionista que no carece de en canto. Esta ltima
ayuda sin duda a conocer ms a fondo el pensamiento profundo de Freud, pero en nuestros das cumplira mejor su
oficio como guin de alguna superproduccin hollywoodense sobre la pre historia. Esto no impide que se puedan encontrar aqu cantidad de ideas interesantes sobre las neurosis de transferencia r eferidas al contexto terico de 1915.
Como signo de los tiempos, hoy es h abitual que un trabajo consagrado a las r elaciones del psiquismo y el cer ebro
aborde la cuestin remontndose previamente a la creacin
del universo, prosiga con la aparicin de la vida en la tierra
y recorra a buen paso la trayectoria evolutiva.9 Cualquiera
sea la profundida d del campo donde nos ubiquemos y la extensin que alcance la explora cin realizada, el enigma central ms oscuro no es el hombre ni tampoco el cerebro humano, sino el psiquismo, pdicamente no nombrado y confundido con lo anterior. Los datos acum~lados sobre ese trayecto y la clarificacin de todas las etapas encontradas sern, al fin de cuentas , de poca ayuda a l momento de plantea rnos las cuestiones esenciales, es decir, aque llas que
r evelan su verdadero sentido: el de devolver al investigador
a s mismo. No slo como investiga dor, sino en todos los aspectos del sujeto que es, en su investigacin y fuer a de ella,
como ser subjetivo y sin embargo capaz de alcanzar la objetividad. En realidad, se busca una alternativa fundada nicamente en la razn a r espuestas surgidas de la religin o
de las religiones, como si ella re inara en forma indivisible
sobre las conductas humanas. No se trata de oponer aqu al
enfoque parcial de la ciencia un holismo como el que ocupa a
los filsofos, sino ms bien de preocuparse por la compatibilidad de las distintas facetas del psiquismo y la necesidad
de articularlas. Un neurobilogo reconoce sin ambages que:
El objeto ltimo de este proyecto es m uy ciertamente antropomrfico: el hombre quiere entenderse a s mismo y
explicarlo todo, incluidos los procesos materiales (o, como
algunos quieren seguir creyendo, inmateriales) que constituyen su conciencia.10 El sentido de dicha estrategia es
adherir al postulado que se niega a considerar al hombre co9 Vase, por ejemplo, Andr Bourguignon, L'homme impruu, Pars:
PUF,l989.
10 A. Danchin, L'oeufet la poule, Pars: Fayard, 1983, pg. 239.
26
11
1992,
27
28
tunrfl. l!l92.
29
logismo, considerando que la sociobiologa trata de la infraestructura de los fenmenos sociales y que los socioantroplogos slo abordan la superestructura de ese orden de realidades.20
A la inversa, Stephen Jay Gould, quien prolonga el pensamiento de Darwin, sostiene que la seleccin opera en forma azarosa y que las especies sobrevivientes son aquellas
que gozaron de buenas condiciones, sin que de ello pueda
desprenderse un modelo general de seleccin. Sin embargo,
a nadie se le ocurre negar que esta ltima se efectu con
miras a favorecer la complejidad. En realidad, tal como lo
precisa F. J acob, la adaptacin no es un componente necesario de la evolucin, y en un organismo no todo tiene necesariamente vocacin de ser til. Mejor conocidos son los
mecanismos por los cuales se opera el cambio en el nivel molecular, y que hacen intervenir la fragmentacin de genes
de estructura y la presencia, en muchos ejemplares, de
elementos transportables con propieqades de diseminacin
y transferencia al genoma, procediendo as a incesantes
combinaciones y recombinaciones. Esas operaciones fabrican tambin lo intil. Pero cuando una estructura revela ser til, la presin selectiva ejercida por los cambios de
comportamiento ocasiona ajustes bioqumicos o transformaciones moleculares. De hecho, el 1 % que hace la diferencia entre el chimpac y el hombre traducira cambios en los
genes de regulacin. Aqu juega la neotenia, el retraso del
desarrollo segn Bolk (citado tambin por Freud). Alargamiento de la infancia y dependencia de los padres combinan
sus efectos en el hombre y se abren a la influencia de la cultura merced a la transmisin de quienes cran al nio. Porque la presin selectiva opera slo en el perodo de la vida
anterior a la reproduccin. De paso se mide hasta qu punto
es determinante la dimensin temporal y cmo la memoria, .
en todas sus formas, se vuelve un componente esencial en
lo que hace a la especificidad humana. En realidad, dos dimensiones se reparten los efectos de lo que luego ser el espritu: la representacin del presente y la complejizacin de
las memorias. Por su parte, Freud ya haba opuesto los sistemas percepcin y memoria.
E. Mayr mostr el factor de progreso observable en las
especies donde la epignesis es favorecida por la longitud
20 E . WLlson, SocWbWlogy, Cambridge, MA: Harvard University Press, 1971.
30
' 1 .. Enlicndo por reconocimiento la puesta en correspondencia, adapta' "'" v ,.,ntinua, de los elementos de un mbito fisico dado con las noveda,, .., ouuul,cida!< en elementos de otro mbito fisico, ms o menos indepenoluulo chl primer ajuste habido en a usencia de toda instruccin previa~
; M Jo:clclmnn, pg. 100). Esta definicin se podr aplicar sin mayor
ol>lll'ulrnd uln concepcin de la relacin de objeto en la relacin madre-hijo.
N.. lon.v dtmn~>iuda nr.'ccsidad de insistir sobre la base comn constituida
1 ,. n tunucimicntu cnt.rc s mismo y no sf mismo.
31
32
"" ' falta elecciones que estn lejos de deducirse todas ellas
clo una experimentacin convincente, y que ante todo deri-
'
'
33
teme afirmar.25 La aplicacin de esos conceptos a una teora adaptativa del psiquismo no retrocede ante afirmaciones osadas como aquella segn la cual la seleccin ser realizada poniendo a prueba su realismo, tanto desde el punto
de vista cognitivo como afectivo. El aspecto ingenuo de esa
visin sale a la luz en propuestas como la siguiente: La regla que gobierna el comportamiento es el principio de racionalidad.26 A lo cual por mi parte agrego: <<Tal como lo evidencian nuestras informaciones sobre el estado del mundo?. El proyecto de arquitectura neural de la razn sirve
para edificar una utopa. Changeux no tiene las mismas
reticencias que Edelman acerca de la referencia a la computadora, pero elude el problema. El autor se inscribe en una
visin simplista del psiquis mo (la memoria entendida como
seleccin darwinista semnticamente conducida), tratado
de un modo tributario del puro verbalismo. Se est en la
filiacin de J. Monod, que hablaba de la cognitividad de la
clula, poco permeable .a las exhortaciones a una mayor circunspeccin por parte de F. Jacob o a ~a mayor complejidad como las de Edelman. Ms adelante veremos que el problema capital reside en el uso pautado de un estilo discursivo que permitira la traduccin de una lengua (la usada por
los fi-los filsofos- y los <<psi) a otra (la utilizada por los
neurobilogos y los cognitivistas). El ejemplo ms claro de
esta inspiracin est representado por la siguiente formulacin: El cerebro no sera slo una mquina semntica
(Dennet t) sino una m.q uina intencional. E s visible que
una ascensin irrefrenable hacia el cielo de las ideas sostiene el impulso de estos alpinistas del pensamiento.
Es intil precisar las diferencias entre Edelman y Changeux. Si bien el segundo parece compartir las reticencias de
su maes tro Monod respecto del psicoanlisis, recordemos
que el primero dedic su libro a Darwin y a Freud. Pero h ay
25 J .P. Changoux, Les neurones de la raison, La Recherche, junio de
1992; vase nuestra respuesta, Un psychanalyste face aux neuroscien cieso, La Recherche, octubre de 1992.
26 J .-P. Ch angeux y S. Deha en e, Modeles neuronaux des fonctions
cognitives, en Philosophie C! l'esprit et science du cerueau, Pars: Vrin,
pg. 56. Dicho artculo debe ser ledo tamizando las propuestas de sus
autores, quienes, basndose de la manera ms discutible en datos cientficos, aprovechan la situacin para hacer pasar una pesad a car ga ideolgica
de pretensiones tericas totalmente abusivas.
34
35
' 1:1d) fue sobre todo la cuestin de las diferencias con el homt,,c. Resummoslas.
En el animal:
36
37
del reconocimiento de s, propicindole de ese modo un campo enteramente nuevo al poder de las prohibiciones con la
aparicin del sentimiento de culpa. Esto se ve facilitado por
el papel de la relacin con el otro, pero no debe desconocerse
la del otro del otro, por donde se abre la referencia a lo divino (nosotros diramos relacin con el otro-semejante y el
otro del objeto [Green] o con el Gran Otro [Lacan]). Sin embargo, esos aspectos no son disociables de la relacin entre
deseo y prohibicin. Adems, la relacin con la herramienta
est en el origen del formidable desarrollo tecnolgico en
tanto extensin de los medios del yo, si bien este ltimo est
ampliamente subordinado al deseo que subyace en sus funciones mucho ms all de lo utilitario.
Los aprendizajes realizados por D. y J. A. Premack31 son
tan interesantes por las carencias que revelan como por sus
inesperadas y asombrosas realizaciones, las cuales, adems, fueron obtenidas introduciendo artificios en el modo
de vida de los sujetos de experimentacin, artificios cuya
importancia no siempre se seala o a los que en cualquier
caso se subestima. Todos los autores acostumbran a insistir en la desespecializacin humana. En psicoanlisis se
habl de descalificacin del instinto (Laplanche) para
designar a la pulsin. Y si la meta de la pulsin deja de presentar la rigidez que caracteriza al instinto (relativizada
parcialmente hace poco), el empuje permanece en los dos
casos. Por el lado del lenguaje, si bien el chimpac puede adquirir el medio para expresar su apetencia -por ejemplo,
que el experimentador le d una manzana-, se muestra en
cambio incapaz de invertir la frmula, es decir, de sealarse
como dador de una manzana al experimentador. Adems, el
chimpanc nunca le pide nada a otro animal o a un experimentador ausente. Falta la categora de ausencia, lo cual en
mi opinin tiene consecuencias que superan en mucho la
esfera del lenguaje. En cambio, parece que si se presenta la
oportunidad, el chimpanc puede mentir en inters propio,
o sea, no hace falta decirlo, con el fin de gozar de una ventaja
ligada a una satisfaccin. Es importante sealar que los
monos pueden aprender a usar un dispositivo por encargo
(con una recompensa como premio), pero ese aprendizaje
31 D. y
38
<h In:< ideas de Bol k; vase La naissance exorcis1!, Pa rs: Denoel, 1975.
39
40
mente el lugar de la vieja idea de localizacin, hoy ya perimida. Aqu encontramos concepciones caras a Edelman. Se
entiende mejor entonces el proceder de un Thom en busca
de categoras del Ser, que el autor termina por encontrar en
Aristteles .. . La nocin de categoras supone la existencia
de grupos organizados y no tanto la referencia a elementos fijos aislados. De ah las operaciones de clasificacin
emprendidas por el cerebro. Estos hechos aclaran tambin
los problemas de reconocimiento perceptivo. Pero lo importante es el cambio de paradigma: el valor central es ahora delegado a un conjunto diferenciado. Sin embargo, estas
cuestiones no estn reguladas de una vez por todas y siguen
despertando preguntas y controversias acerca de las relaciones de las formas superiores con las formas elementales
modulares (Marr). La representacin del funcionamiento
cerebral se ve, con todo, modificada en tanto se admite que
el cerebro debe poseer - frente a la multiplicidad de situaciones a tratar- un marco rector para la interpretacin de
los estmulos. Permanece la idea de un organizador aplicable a la memoria y a la percepcin. De hecho, el tema de los
organizadores adquiere un sentido diferente segn que
intervenga en un -sistema sin memoria (percepcin) o en
uno que s la tenga. Las ideas de Marr se consideran importantes en el estudio de todas estas cuestiones. Es que se
esfuerzan en fundar la objetividad a travs de la modularidad, y oponen a las ideas modernas sobre la memoria la necesidad de concebir tambin la existencia de categoras fijas
que sera un error olvidar. En este caso no puede minimiznrse la diferencia de contenido en el uso de trminos, smbolos y mucho ms de representaciones, tanto en cognitivismo como en psicologa. Las sofisticaciones de los PDP (parallel distributed processors) nos acercan muy poco a aquello
que es objeto de exploracin psicoanaltica en las relaciones,
por ejemplo, entre los principios de placer-displacer y de
realidad. La intervencin de estos principios es manifiesta
Pll la forma en que el deseo afecta a la percepcin (alucinarin negativa, desmentida, etc.). Es innegable que se ha
progresado en el estudio del reconocimiento de formas
pPrceptivas por parte del cerebro. Aun as, no sera lcito
ufirmar que tales progresos esclarezcan siquiera un poco
uqucllo que explora especficamente el campo del psicoanlisis. Falta todava tratar el inters de la nocin de catego-
41
42
nes sobre la formacin reticulada empezaron a poner en jaque ese monopolio. Pero entonces se trataba ms de vigilancia que de conciencia. En pocas ms cercanas, G. M. Edelman propondra una teora biolgica, brillantemente expuesta, de la conciencia fundada en la evolucin, donde se
vinculaban embriologa, morfologa, fisiologa y psicologa.
Impugnando cualquier comparacin con la computadora, el
autor ubica el nacimiento de la conciencia en las relaciones
entre percepcin, formacin de conceptos y memoria, y ofrece para cada uno de ellos modelos fundados en la biologa.
Distingue as dos niveles de conciencia. Uno, primario y que
rene percepcin, formacin de conceptos y memoria, se
establece sobre la nocin de reentrada (relacin afirmada
entre varios tipos de mapas cerebrales), est ligado a una
memoria de valores-categoras y desemboca en la constitucin, segn el espacio y el tiempo, de escenas correlacionadas (al respecto pensamos en la dimensin narrativa,
e incluso en libretos fantasmticos, aun cuando no se trate
aqu sino de representacin del nivel ms elemental). El
otro nivel de la denominada conciencia superior implica la
adquisicin dellenguaje.37 En este punto, la originalidad de
~:delman consiste en postular un primer vinculo entre fontica y semntica, con la sintaxis interviniendo slo como un
resultado ulterior. 'Ibdo esto culmina en el tratamiento de
los smbolos como evocacin de un mundo independiente y
sometido a categorizaciones suplementarias. <<Una explosin conceptual y una revolucin ontolgica -nos r epresentamos un mundo y no simplemente un entorno-- se hacen
posibles por la interaccin de los centros conceptuales y lingsticos.38 Categorizaciones y recategorizaciones son conceptos clave en Edelman. El pensamiento de este autor no
despierta mayores objeciones en un psicoanalista - al menos no en m- ni ninguno de esos tipos de irritacin causados por los h bitos reduccionistas corrientes en la materia. Por otra parte, es interesante notar que Edelman -aun
guardando discrecin en sus desarrollos sobre el temaacepta el concepto de inconsciente y su incidencia en el
'17
obra.
"" (:. M. Edclma n, pg. 196.
Hu:<mu
43
pg. 199.
M. Gauch et, L'inconscient crbral, Pars: Seuil, 1992: Esto no
autoriza a proclamar que en realidad Freud invent menos de lo que se
cree, y que en el fondo se limit a prolongar una herencia que represen
tara su logro ms indiscutible. Y, considerado a la letra, no dice nada en
cuanto a la naturaleza del psicoanlisis" (pg. 31).
41 /bid., pg. 102.
40
44
siologa.42 Especulando sobre las razones del sueo, M. Jouvet considera que este podra tener la funcin de reforzar la
programacin gentica borrando las huellas del aprendizaje, si el aprendizaje se efecta en sentido contrario a aquella. En el transcurso del sueo se estara expresando la memoria gentica de cada uno de nosotros. 43 Sin embargo, al
estudiar dos mil quinientos veinticinco recuerdos de suei'ios, el autor acaba en descripciones que se limitan a los caracteres de los contenidos manifiestos con relacin al estado
de vigilia, pero sin aportar esclarecimiento alguno en cuanto a los puntos desarrollados por el psicoanlisis ni sobre
la organizacin interna de los fenmenos onricos. Con ello
confirma que esos dos enfoques no tienen nada en comn y,
por ende, tampoco nada que compartir. En otros trminos:
no dice palabra sobre lo que hay de psquico en el sueo,
sobre qu significa y cmo significa, salvo desde un punto
de vista filogentico del que est ausente toda especificidad concerniente a un posible sentido. Los estudios sobre
ol sueo basados en el despertar de sujetos dormidos que
presentan signos elctricos de sueo paradjico, son poco
reveladores. Sin embargo, M. Jouvet se declara de acuerdo
con las crticas acerbas de Mac Carley y H obson, que a menudo se apoyan en un anlisis superficial de Freud -contrastando con los hbitos de rigor cientfico y segn una ar~umentacin acomodada a veces a las necesidades de la
eausa- y que dan suma importancia a puntos de detalle.
l:n realidad, los autores parecen querer ignorar en forma
deliberada la diferencia entre el Proyecto, publicado pese a
la opinin contraria de Freud, dado que el manuscrito fue
l1allado aos despu s de su redaccin, y su obra princeps sobre la cuestin, La interpretacin de los sueos, que s fue
plenamente asumida. Ellos tampoco distinguen entre una
('onstruccin imaginaria que es deductiva en Freud, compamda con los resultados de trabajos experimentales que se
invocan como si estuvieran adquiridos para siempre y no
tuvieran que revisarse nunca ms. En suma, no susceptihl(s de falsacin.44 uFreud must go" (A. Hobson) parece ser
~~
45
Otros investigadores se sirvieron del sueo para encontrar nexos entre el inconsciente psicoanaltico y los datos
que proporciona la neurobiologa. Las vas de comunicacin
ms importantes del cerebro abarcan el circuito somatosensorial (que atae a las relaciones con el exterior) y el circuito neurovegetativo (puramente interno); el primero de
conduccin rpida y el segundo en progresin de menor velocidad. Edelman ve en ellos las estructuras que forman el
soporte de los sistemas no s mismo y S mis mo. Los
sistemas sensoriales estn bajo dependencia de neurotransmisores mal identificados, pero en ningn caso comportan
una monoamina primaria del tipo de aquellas (son alrededor del 1%) sobre las cuales r;;e ejercen los psicotrpicos, y
que por lo tanto se relacionan ms probablemente con los
desrdenes psquicos. Las dems neuronas estn en paralelo con las anteriores, son de conduccin lenta y poseen
neurotransmisores que encontramos en las quimioterapias
psiquitricas (dopamina, noradrenalina, serotonina). Y
jugaran el rol de moduladores de la trans misin de mensajes. A diferencia de las otras, las neuronas dopaminrgicas
mantienen su actividad cuando dormimos. Segn J .-P. Tas45
Hemos podido comprobar personalmente las carencias de las reseas
experimentales de A. Hobson, en el simposio sobre el dormir que nos reuni con motivo de un congreso realizado en Bolonia (1983); vase tambin
Psychology of Dreaming, M. Bosinelli, P. Cicogna editores, CLUEB Editrice.
4 6 M. Jeannerod, Le cerveau rruu:hiTU!, Pars: Fayard, 1983: ..El proceso
onrico comienza cuando algn suceso de la experiencia diurna excita un
deseo reprimido en el in consciente (citado en Jouvet, pg. 152). El inconsciente estara "compuesto de elementos psquicos que estn en contacto con los instintos (citado en Jouvet, pg. 151). Es indicativo el silencio
guardado en el captulo VI sobre el trabajo del sueo.
46
'" /bid., pg. 432. Sealamos que la bibliografa del autor no incluye La
,,,,.,.mturin de los sueos de Freud.
47
l'icl ll
49
48
llormonas y afectos
Todos estos enfoques se centran -teora de la informaobliga- en los aspectos <<lgicos del comportamiento.
Y por eso ellos mismos se ahorran las dificultades que despicrta el estudio de los afectos. Pero existe tambin una
hiolob'a de las pasiones,, como dice Jean-Didier Vincent.
49
51 J .-D. Vincent, Biologie des passions, Pars: O. Jacob, 1986, pg. 40.
Nos remitimos a esta obra para toda informacin subsiguiente acerca de
los humores.
111 itndc cmo podra negarse la existencia de dife rentes niveles estructur11lmcntc scpnrados.
~.:!
51
52
pg. 156.
placer en sus construcciones sobre el psiquismo. El ascetismo del mtodo cientfico inclina a defender una idea del
humano donde aparece la subestimacin sistemtica del
placer y de su poder movilizador. Esta infravaloracin se
refuerza mer ced a la invocacin del dominio de las representaciones que le estn vinculadas: el deseo dominado del
ser superior. Es necesario acompaarlo con una exaltacin
poco convincente, pero que es conveniente imponer para
conjurar quin sabe qu peligro de descontrol. De ah surge
la idea de una inteligencia que nada debera a sus fundamentos pulsionales. 54 De todas maneras, habr que reflexionar sobr e el hecho de que este lugar preponderante del
placer -que los cientficos tienen dificultad para reconocer
en toda su amplitud- es resultado de la evolucin de las especies y de la seleccin natural. La adaptacin no podra entenderse desde el ngulo estrecho de un utilitarismo objetivista que conduce a defender una idea de la ciencia pura y
dura, adornada de virtudes que los cientficos estn lejos de
ilustrar sin fallas.
Se conocen experiencias de autoestimulacin en ratas
destinadas a obtener placer y que las llevan a la muerte
<Olds). Apuntemos que las sustancias relacionadas con la
qumica del placer -las catecolaminas- tambin intervienen en el metabolismo de las enfermedades mentales. La localizacin anatmica de las estructuras cerebrales vinculadas con el placer (hipotlamo lateral) es una va de pasaje
que no contiene ninguna de las redes cableadas res ponsables de los comportamientos>,55 as como esta regin cerebral no guarda trazas de las experiencias pasadas y de los
mapas cognitivos diseados por el aprendizaje. Es un aguijn sin objetivo (Panksepp), pero un aguijn imperioso que
no sufre demora ni retencin, que procede a u n tensionamiento (J.-D. Vincent) disociado del objetivo y empuja a un
r,., Es llamativo que el psicoanlisis norteamericano se haya mostrado
prndive a seguir la misma va - unindose en ese punto a Piaget- cuando
llnrtmann defendi la idea de un yo autnomo y de una esfera denominad u ~libre de conflictos. Apuntemos que los psicoanalistas franceses se
mustraron muy refractarios a esta nueva psicologa del yo.
~.r. J.-D. Vincent, pg. 192. Algunos neurobilogos subrayaron que todos
J,,, cmnportamientos (incluidas las dimensiones cognitivas) se inscriben
n un t"ampo de fuerzas opuestas. Finalmente el placer no es nada sin el
olisplncer !ibid., pg. 195).
53
despertar movilizador para su satisfaccin; pero que tambin induce comportamientos de fuga o de frustracin. El
placer suscita apego a los objetos que lo posibilitan y aprendizaje para la constitucin de las r eservas de objeto que le
estn ligadas. Un sistema de antagonismos enlaza en forma
indisociable los extremos: placer y dolor. Excitacin e inhibicin alternan s us efectos; la inhibicin de la inhibicin
permite la excitacin , esta excitara un agente inhibidor, y
as sucesivamente...
Por obra de las circunstancias, nuestra poca fue llevada
a conocer, ms de lo que ella misma habra querido, cambios
nefastos en relacin con el uso de parasos artificiales. El estudio de la toxicomana fue el camino para descubrir receptores de analgsicos de accin h ednica. Sabemos adems
que, h asta en las funciones relacionadas con la simple autoconservacin, h ay quienes pueden sufrir desviaciones adictivas o inhibiciones capaces de acarrear la muerte (bulimia,
anorexia).
El desarrollo de la dialctica de las r elaciones necesidadplacer-deseo es parte integrante de cualquier reflexin sobre la sexualidad. He aqu un dato, ahora familiar gracias al
psicoanlisis, y sobre el cual no hay necesidad de demorarse
como no sea para recordar las consecuencias incalculables
que puede traer la prdida de su carcter peridico en punto
a la seleccin natural. Al saltar el candado temporal, tambin el candado espacial deja de encerrar a la sexualidad
dentro de lmites circunscriptos, idea sostenida por Freud
ya en 1930 luego de observar el comportamiento y el psiquismo humanos. Sin embargo, esta mutacin, cuyas consecuencias en la cultura observaremos en pginas posteriores, debe ser recordada tambin desde el ngulo de sus efectos en las modificaciones que afectan al cerebro hu mano.
Insistiremos en la importancia de los esteroides sexuales,
siempre presentes en el cerebro para dirigir primero su construccin y para despus modular su expresin, como destacan los neurobilogos, al menos aquellos que no ceden a la
obsesin del cableado neuronal.56 Como para asegurar mejor su propia eficacia, dichos mecanismos son objeto de una
verdadera redundancia. El deseo, dice Jean-Didier Vmcent,
est en la cabeza. Nos preguntamos si las elaboraciones
56 /bid.,
54
pg. 257.
55
)!1!1\!. Jllll(. 4 .
56
57
58
llo de las ciencias cognitivas dio nacimiento a lo que se denomin cognitivismo sibilino, vanguardia de ese movimiento que llev tan lejos la especulacin, que se qued casi sin
adeptos: el neuroclculo. Si repensamos el significado de la
cognicin, a primera vista esta podra estar muy cerca de las
preocupaciones de los psicoanalistas. Acaso no ponen ellos
en el centro de sus teorizaciones el concepto de representaciones, concebidas, adems, al modo interno y simblico? De
~e~ho, el cor~tenido .que se le da a esa palabra rene a cognitlVIStas y pstcoanahstas nada ms que en virtud de la comunidad de letras que la componen.
Entonces, cmo situar la diferencia? Podra decirse que,
para los cogn:itivistas, slo valen como representaciones las
que satisfacen la exigencia de una indisociabilidad espritucerebro. Es aqu donde una sutil confusin refuerza el malentendido: lisa y llanamente se identifican Cerebro -hiptesis heurstica fundada en derecho- y saber sobre el
cerebro, producto de un criterio que, por ser cientfico, no es
m~nos ideol~co, y esto por las relaciones internas que l
mtsmo mantiene entre intelecto y psiquismo. Los estados
internos o mentales no son del orden de la representacin
ms que por ser ~valuables semnticamente, dicen. Semntico se identifica entonces con lgico, reductible a un pequeo nmero de operaciones primitivas cuya ejecucin por
parte de una mquina va de suyo, .62 Tanto como va de suyo
que la mquina significa las operaciones cerebrales del espritu del constructor como paradigma del hombre en actividad psquica.
'
Nada nos parece resumir mejor el meollo del debate que
las lneas que siguen, reflejando el dilogo de sordos (sic)
que se produce entre Fodor y Putnam: A uno le basta, para
poder hablar de representacin, con el mediuro sobre el cual
opera el mecanismo materializador del clculo (las marcas
l'll la cinta y su combinatoria rudimentaria); para el otro, la
,epresentacin compromete de entrada la interpretacin la
utribucin de sentido, y de eso la teora del clculo no ti~ne
nada que decir, o ms bien nada ms all de una combinatoria de sentidos elementales.53 John Searle hizo un balance
decisivo, desde el punto de vista filosfico, de las pretensio,;~
li:l
59
60
61
que otros (los psicoanalistas, por ejemplo) consideran esencial para entender la determinacin de las acciones humanas? Sobre todo cuando los desarrollos ms avanzados de
esos puntos de vista (el conexionismo) exacerban todava
ms la sensacin de tal desconocimiento. La crtica no puede caer sobre la esencia inhallable del cognitivismo sino sobre aquello que lo representa: las ciencias cognitivas, a partir de las cuales se construye la idea del espritu que de
ellas resulta. A los representantes de las ciencias cognitivas
no les basta con elegir sus objetos de estudio a travs de esa
seleccin: todava falta demostrar -dadas las ambiciones
relativas al <<espritu-cerebro- de qu manera ese acoplamiento puede sostener un discurso de mayor consistencia
que otros para abordar la cuestin del cerebro-psiquismo.
Freud y el psicoanlisis hicieron dar un salto decisivo al conocimiento del psiquismo el da en que lo libraron de s u
abordaje por la psicologa de las facultades, que no slo atomizaba la vida del espritu sino que la conceba a travs de
abstracciones indemostrables. Se hizo descender la exploracin hacia los fenmenos de la vida concreta y cotidiana
de las personas, sacando as a la luz el sentido de las acciones y de la vida interior de los seres humanos, a veces en sus
aspectos ms modestos, a veces en otros, reconocidos por los
interesados o por sus congneres como patolgicos, siempre
dentro de manifestaciones que tienen en comn el hecho de
traducirse en los fenmenos menos controlados, sentidos
en su mayora como irracionales y cuya explicacin exhala
un fuerte aroma a racionalizacin suficiente para despertar sospechas. El retomo efectuado por el cognitivismo demuestra que se deseara volver, como quien no quiere la
cosa y so pretexto de ciencia, a una mentalidad cercana a
la que reinaba antes del psicoanlisis, como si no hubiera
pasado nada . Es imposible sustraerse al cuestionamiento
reflexivo sin precisar la relacin que mantiene la teora de
ese espritu-cerebro con lo que deliberadamente ella elige
dejar de lado. Al primer choque habr un estruendo, y no
slo con los psicoanalistas: porque algunos sectores (el de
los deseos y las creencias) no puede ser ni incluido ni esclarecido desde afuera por dicho espritu-cerebro, y bastar
con decretar su inexistencia. Bien, apliquemos entonces los
resultados del tan mentado espritu-cerebro al anlisis de
las manifestaciones, acciones y representaciones del psi-
62
63
nacer un materialismo eliminativo que se aboc al problema de la psicologa popular (o psicologa comn, e incluso de
sentido comn, acerca de la cual Freud recordara sin duda
esa psicopatologa de la vida cotidiana que describi en
1901). Al chocar con el problema de los deseos y las creencias, pero sin encontrar con qu darles respuesta en el marco de sus propias teoras, hay entonces quienes, frente a la
imposibilidad de reducirlos a los conceptos neurobiolgicos,
pr oponen reemplazarlos o directamente eliminarlos. Si bien
la tesis eliminatista tiene muchos seguidores, fue posible
defender la distincin entre concepto de un estado cerebral
y concepto de un estado mental (P. Jacob). Pero, como contrapartida, es justo pensar que, en ese contexto, la concepcin funciona lista de los estados mentales corre el riesgo de
caer en el epifenomenalismo.
El blanco de los cognitivistas son los temas tradicionales
de la filosofia moderna, como es el caso ejemplar de la intencionalidad. Si, a cambio de esta, nos referimos al modelo de
la accin, al haber en toda accin una implicacin intencional, nos evitamos tener que abordar el tema como si dicho
modelo pudiera cubrir todo el campo de la intencionalidad o
bien lo esencial de este. El hombre es examinado a partir de
un conjunto de programas de accin, con lo cual todo se reduce a activar los sistemas motivacionales de dicha accin.
Estos sistemas, una vez implementados, pondran al descubierto al mismo tiempo la intencin y la accin. De ah la
idea de la computadora como mquina intencional. Ya hemos visto que J .-P. Changeux no tema calificar al cerebro
de mquina semntica. La razn biolgica lleg a crear extraos seres tericos: especies de aves submarinas, suertes
de quimeras nacidas de los amores entre sinapsis y micropr ocesadores, destinados a servir de contrafigura al hombre
de la calle, siempre tan mediocre y tan obstinadamente incomprensible.
F. Varela presenta una visin recapitulativa de las ciencias cognitivas.69 El autor se propone aclarar la forma en
que el conocimiento se vincul a la tecnologa, abordando el
problema sin prejuicios pero esclarecindolo a travs de su
historia. En esa historia, la mutacin operada por interferencia de la ciencia con el conocimiento del espritu por s
69
64
mismo o a travs de la tradicin cultural que lo marca, parece alimentar la esperanza en un saber independiente del
subjetivismo latente que infiltra dichas tradiciones basndose en decisiones arbitrarias. Ya llegara el momento en
que una hiptesis de esa ndole fuera descartada. Pero de
inmediato otra ideologa iba a infiltrarse a su vez en el
seno de la ciencia. A diferencia de las anteriores, fcilmente
identificables y cmodamente cuestionadas, esta acta en
forma ms oculta y solapada debido a que se la considera
trivial con relacin al potencial de verdad del que la ciencia
es portadora. Vareta reconoce sin mayor dificultad la marca de cierta mentalidad norteamericana tras esa aparente
objetividad. Y, para contrarrestarla, el autor connota sus
propias concepciones con las ideas de Piaget, Husserl y
sobre todo de Merleau-Ponty, lo cual le permite guardar distancia. Pero volvamos al problema histrico.
Al comienzo (1943-1953), dominaba la preocu pacin
epistemolgica. En ese marco se inscribe la ciberntica epistemolgica experimental, coexistente con la epistemologa
l{entica de Piaget y la epistemologa evolutiva de Lorenz.
Apuntemos que estas dos ltimas son tomadas en una
dimensin histrica ontogentica y filogentica, mientras
que la ciberntica se inscribe de hecho dentro de una perspectiva servomecnica, pues en nada se la podra vincular
con una visin marcada por el tiempo. Esto queda claramente revelado con la comparacin entre clculo lgico y
11ctividad nerviosa (Me Culloch). Sin embargo, Grey-Walter
Pra consciente de la necesidad de evitar esquematizacioIWS que sirvieran para dar una imagen del cerebro humano
peligrosamente simplificada. Se nota que la funcin de la
npurona es definida desde el principio por su actividad l~ica. Con la introduccin de la memoria, el aparato conceptual queda fundado en una idea que hace del rgano de la
mnducta hu mana un aparato psquico, y este, a diferencia
dPI freudiano, funciona empero por informacin: aqu, la
:-;umisin de la memoria como tal a la lgica es la finalidad
dPI aparato (Von Neumann). Ya estaba todo dicho y lo dicho
Hnunciaba las fallas de perfeccionamientos ulteriores que
:-;uHcitaran debates tormentosos. El cognitivismo propianwnte dicho an no haba nacido, digamos que slo haba
:-;ido concebido. La gestacin anterior a su nacimiento ve flot<er sistemas de pensamiento sin relacin directa con esto
65
que acabamos de describir, pero donde un experto en evolucin identificara la presencia de taxones que explican la
transicin. Del robot ciberntico se pas a la computadora y
de la lgica inicial a la computacin. A partir de ah, el malentendido ira creciendo a ms y mejor. La introduccin del
smbolo pasa del plano sintagmtico (el de su articulacin
matemtica) al plano paradigmtico (el smbolo computacional es el smbolo referencia del cual las otras formas simblicas son simples aproximaciones). Diferente por su objeto, la lingstica de Chomsky ser considerada ms tarde
como la que abri la va al desarrollo de las ciencias cognitivas. Durante algn tiempo esta domin a las dems teoras del lenguaje hacindolas pasar a un segundo plano. Se
forma as un conglomerado que incluye lgica, informtica,
lingstica, inteligencia artificial y psicologa, y que sera interesante definir no slo por lo que expresa o refuta, sino por
el frente que justamente opone a aquello por lo cual no
quiere ser molestado. Toda psicolog~ que no se inscriba
en ese horizonte debe ser reprimida. El vocabulario de las
disciplinas que tratan ese aspecto de la actividad psquica
humana vista des de un ngulo no cientfico -en la perspectiva de esas mismas ciencias- (por ejemplo representacin simblica, intencionalidad) es lisa y llanamente
anexado, es decir, negado en su identidad propia, a la que se
considera puro artefacto. En cuanto al cerebro, la asimilacin con la mquina es cada vez ms extrema. En adelante,
los aspectos fisicos y semnticos pasan a ser las dos caras
de una misma moneda. Las ciencias cognitivas resultan del
conocimiento de ciertos sistemas que son la faz fenomnica,
el anverso, de los sistemas fisicos. Aqu se puede hacer un
paralelo con la r evolucin que vio fundar a la lingstica
estructural en el mero estudio del significante, cuando en
realidad este ltimo representa el elemento material del
signo. Sistema fsico y elemento material son autosuficientes para designar en forma indirecta aquello que remite a la
proyeccin semntica en la computadora y al significado en
el signo. En los dos casos se trata del mismo problema: la
semntica es demasiado indefinida , demasiado ilimitada,
demasiado imprecisa, y es por eso que se la debe calibrar a
travs de la sintaxis, que supuestamente basta para acotarla con eficacia, sin resto. Lo que se pierde en la operacin
se considera desdeable y es barrido por la embriaguez de
66
67
ciencia, y el smbolo cede lugar a la red de vnculos gener adores de Conjuntos en interaccin que suponen la presencia de atractores. De todas maneras, debemos insistir en
que las aplicaciones de todas estas ideas no superan el plano de las actividades elementales. El anlisis de verdaderos
comportamientos demanda otros montajes tericos (sensoriomotricidad). A partir de ese momento, el sentido, excluido al principio, resurge con fuer za cada vez que se examinan las actividades y funciones del estado global del sistema. Forzados a reconocer sus lmites, los cognitivistas defienden su territorio invocando la existencia de un paradigma subsimblico, transicin hacia la computacin simblica. Se impone un cambio de actitudes mentales: a la vieja
idea de programa le sucede la de realizaciones sin instruccin previa ni referencia a un intrpr ete simblico. Se intenta evacuar todo lo que pueda parecerse, incluso de lejos, a la
nocin de programa, ese hombrecito que est en el hombre. La contrapartida es la integracin de un nivel simblico intrnseco (sin traductor especiallzado, interpretante
exterior ). Las dificultades son de tal magnitud que Varela
--<:uya deuda con la epistemologa gentica y la fenomenologa ya conocemos- cr ee necesario introducir el concepto
de enaccin, que se supone terminar de una vez por todas
con la idea de un mundo predefinido, puesto que un mundo
as se construira median te acciones emergen tes. La actividad se hace hacindose, deca en el pasado J. de Ajuriaguerra, con una inspiracin de pensamiento bastante par ecida. Ese es el espritu con que Varela vincula enaccin y
emergencia. A diferencia de lo que sostiene el au tor, no pensamos que la nocin de representacin -que en su opinin
remite a un mundo predefinido- haya caducado. Muy por
el contrario, la polisemia de dicho concepto en el pensamiento de Freud escapa a la limitacin de una representacin- !
reflejo.70 Pasemos por sobre esa objecin y alegrmonos de
que los problemas encontrados desde los primeros ensayos
de la ciberntica hayan hecho reaparecer todas las cuestiones que se pretenda evitar merced al progreso esperable de
esas nuevas perspectivas: la significacin, la ambigedad,
la r epresentacin, la Construccin del pensamiento, la
10 Vase A. Creen, La reprsentation de chose entre pulsion et langagc, Psychanalyse a l'Un iuersit, n 12, 1987, pgs. 357-72.
68
creatividad, etc. Para decirlo en otros trminos: la interpretacin. La perspectiva estructural -que quiso evacuar la
historia as como otras disciplinas quisieron evacuar la interioridad o el sentido- tropez con sus lmites inevitables.
Pero esa es -y tambin implica- otra historia.
Las ideas de Varela dependen en mucho de sus opciones
filosficas (Merleau-Ponty, Heidegger, Husserl). Es lamentable que la cultura psicoanaltica de este autor no est, ni
mucho menos, a la altura de la que posee en el terreno de la
fenomenologa contempornea.71 La gran oleada del cognitivismo - asombra ver cmo, en tan poco tiempo, autores
que haban renegado de su disciplina de origen se convirtieron a esta!- dio a veces nacimien to a una crtica informada
desde el seno del propio movimiento. Pascal Engel72 lo demostr a propsito de la psicologa popular al exponer, uno
por uno, los argumentos de quienes estn a favor de incluirla en las ciencias cognitivas (Fodor) y de los que adoptan
una posicin eliminatista (los Churchland). De ese mismo
naturalismo, Pascal Engel ya haba mostrado presupuestos
que pueden formularse en dos tesis: (a ): no hay otros hechos o entidades que los hechos o entidades naturales y (b)
no hay otras explicaciones que las explicaciones causales
como las que se encuentran en las ciencias naturales.73 Es
notable que esta ltima opinin aleje an ms de la experiencia al denominado cognitivismo <sibilino (conexionista). Las discusiones internas entre partidarios y opositores de la psicologa popular dan a veces la impresin de un
bizantinismo cuyos fundamentos descansan en la negacin
de una parte -y slo Dios sabe cul- del funcionamiento
psquico humano que a toda costa se intenta hacer papilla.
No aquella que por reduccin se llama afectiva, sino la
que puede ser calificada de potencialmente pasional o incluso de racion alizante. En ese punto hay que sacar a la luz
una circularidad viciosa. La decisin fue interesarse por las
relaciones entre la inteligencia fundada en la teora de la infi,rmacin y el estudio del cerebro, para lo cual -y no simplemente por lo cual- se elimin todo aquello que no pudie71
"'
69
70
71
72
73
Aunque dos individuos posean una identidad gentica absoluta, jams tendrn dos sistemas nerviosos idnticos.
Epi(gnesis) traduce el aumento, la sucesin, el contacto y
la inflexin de una trayectoria...78 Esto concierne al juego
entre el determinismo gentico y todo aquello que no est
determinado por los genes. Pero he aqu al neurobilogo defendiendo el rol de la historia afectiva e intelectual del sujeto en su r elacin con sus semejantes. Ms an, Prochiantz
considera que ha llegado la hora del dilogo entre bilogos
(neuro o psi) y psicoanalistas, y en tal sentido homenajea, al pasar, los conceptos de Freud.79 La invocacin actual
del paradigma que proponen las ciencias naturales se plantea como garante absoluto en la reflexin de los sabios, a la
manera del lugar que Dios ocupaba en la antigua metafisica. Esta referencia tiene por funcin brindarle cobertura a
la ambicin fundamental de esta orientacin: desubjetivar.
Si no hay sujeto, queda abierta la va hacia una lgica natural en un universo carente de sentidQ, ni siquiera el sentido
que le da el hombre, posicin honorable que de por s justifica el r echazo de toda transcendencia. Para los representantes extremos de las ciencias naturales, lo esencial es tapar los huecos vacantes con una concepcin fsica -en
sentido amplio- n ecesaria y suficiente para el conocimiento del psiquis mo. No sera justo englobar en esta denuncia a
todos los representantes de las ciencias naturales. Es tranquilizador, pero tambin previsible, dado su objeto de estudio, ver a Jean-Didier Vincent defender la subjetividad, la
importancia del sentido y de la semntica, ese permanente
proceso de creacin que es la vida y que acompaa a la evolucin de las formas dndole todo su lugar al afecto.80
78 Alain Prochiantz, La construction du cerueau, Pars: Hachette, 1989,
pg. 36.
79 lb id., pgs. 84-5.
80 El sentido del humor de J ean-Didier Vincent parece primar sobre cualquier otra consideracin, incluso sobre el espritu de seriedad de
nuestra austera ciencia. Con el ttulo de Celui qui parlait presque, el cientfico public en octubre de 1993, en ediciones Odile J acob, una obra dedicada a Lucy -nombre que no oculta algn amor secreto del autor sino a
la Eva prehistrica- y abundantemente ilustrada con collages dignos de
Max Ernst . Se trata de una fantasa neurobiolgica que pone en escena a
una inglesa rica, un cientfico grun, un mono bonobo y un joven de fuertes sentimientos religiosos, reunidos en un castillo provenzal enclavado
precisamente en ese Lubern que alberga las propiedades del marqus de
74
Pero la crtica de mayor virulencia sin lugar a dudas proviene de Edelman.81 El autor r ecuerda que el cerebro es el
objeto ms complejo del universo entero y que, efectivamente, es imposible encarar una concepcin del espritu sin
hacer referencia a l. Por desgracia, si bien afirma que las
concepciones cognitivistas s on peligrosamente seductoras, no precisa en qu lo son. Ya hemos visto que alimentahan ciertas ilusiones a propsito de la idea que los cognitivistas se hacen del funcionamiento psquico humano. En
rambio, Edelman sita correctamente el absurdo [. ..] de la
nnaloga entre pensamiento y lgica. Pero esas teoras tienen en menos la variabilidad estructural entre individuos.
1)e hecho, los sistemas conexionistas se oponen a los sistemas selectivos debido a que estos ltimos aportan respuestas fundadas en valores. No podemos ms que estar de
ucuerdo con el autor cuando su crtica se vuelve autocrtica:
..Nos engaamos en parte a causa de los xitos que obtuvimos en las ciencias "duras" al sacar al espritu de la naturaleza. Cometimos el error de atribuir las caractersticas de
las construcciones mentales humanas (tales como la lgica
u las matemticas) al r azonamiento humano y al mundo
macroscpico en el-quevivimos.82 Al respecto debemos conduir, sin la ms mnima vacilacin y sin dejarnos impresionar ni por las declaraciones de sus partidarios ni por las innumerables profesiones de fe que jalonan los escritos de
todos ellos, que las ciencias cognitivas se han transformado
1'1\ el ms reciente y ms inatacable de los refugios, dado
que este se disfraza con otros oropeles que son los del idealismo intelectualista. Los cognitivistas reniegan, en efecto,
cltl papel de la diversidad estructural (yo la llamo heteroJ.{c'neidad), que obliga a recordar sin des canso la existencia
clt conflictosy de los efectos de aquello que Freud denomina
.. pulsiones, afectos (con los cuales no deben ser confund:;udt. Este pastiche del sueo de D'Alembert oculta en realidad la m s
75
dos), mecanismos de defensa contra la angustia, el inconsciente en el fundamento de la estructura psquica y sus relaciones con la historia (individual y colectiva). Hoy ningn
psicoanalista se atrevera a escribir las lneas siguientes y
que, en verdad, corresponden a algo que todos ellos piensan:
[. ..] algn da los practicantes de la psicologa cognitiva
ms en boga y los neurobilogos empicos ms arrogantes
entendern por fin que, sin saberlo, han sido vctimas de
una estafa intelectual.83 Esencialmente, Edelman protesta contra el aspecto cristalizado e incluso fijista de esas teoras. Una vez ms, son los sistemas de valores establecidos
en el curso de la evolucin los que rigen el aparato conceptual edificado sobre sus premisas, a partir de lo cual todo debe ser repensado. La obsesin objetivista, igualmente enemiga de esa ambigedad que algunos enfoques lingsticos
se esfuerzan por reducir, olvida -aunque ms justo sera
decir quiere desconocer- que el lenguaje es el medio a tra- 1
vs del cual los seres humanos, que piensan con independencia del lenguaje, se transmiten lo que piensan y pro- :
ducen sentido. La existencia de este tipo de posibilidad, al :
margen del lenguaje, est en el centro del debate con filso- l
fos y psiclogos, aun cuando el desafio que entraa no se for- '
mule en forma explcita. Con los bilogos, la cuestin cambia de sentido porque de lo que se trata es de hacer recono-
cer que esa posibilidad no se reduce al saber de la biologa.
La teora de la gramtica generativa parece cada vez menos suficiente, insensible tanto al aspecto intencional como t
intersubjetiva. Dos locutores y un acto de conciencia que
permita vincularlos en comn por medio de un smbolo: tal l
es, segn Walker Percy, la esencia de la comunicacin lin- f
gstica. Parece que tanto metonimia como metfora fueran
esenciales para la construccin de modelos lingsticos. No
basta con incluir en el modelo lingstico la relacin intersubjetiva, todava falta hacer intervenir, junto a las restricciones naturales, los efectos de la imaginacin y de las interacciones sociales.84
.-1'
pg. 302.
84 Segn Lakoff y Langacker, citados por Edelman, pg. 328.
83 /bid.,
76
l 'uut.tnt of Religious Experience, pgs. 245-77, lo mismo que la corresHntdcncia que mantuvo con filsofos como Boutroux y Bergson, muy elonwulcH dCI!dc CRC punto de vista.
77
78
90
u:l
91
Mii{K.
80
14
!
81
una perspectiva lineal (comparada con la escritura occidental) para entender el ADN, y el surgimiento de una concepcin que l mismo califica de atmica y que deja de lado la
intricacin de los niveles diversos y la consideracin de los
lugares espaciales de la expresin gentica. Aqu se nota
la fuerza de las metforas aplicadas al cdigo gentico, tales
como lenguaje, lectura, escritura, y que pueden estar sujetasa confusin y malentendidos. La referencia a la teora de
la comunicacin nos devuelve al tiempo de la ciberntica,
que conoci su auge victorioso con las ciencias cognitivas y
no hizo ningn caso de las reservas que inspiraban sus generalizaciones. De todo esto surgi una crtica a la aplicacin de la idea de cdigo al sistema nervioso. Danchin, que
particip con Changeux en investigaciones sobre estabilizacin selectiva, es muy consciente de los abusos perpetrados al momento de transponer conceptos de una disciplina
a la otra. Es como si se quisiera hacerle decir al cerebro que
se comporta segn sistemas ms simples. Tal es la idea
de cdigo: la lengua es un sistema mucho ms complejo que
la cifra.
De hecho, al no poder conocer la verdad nos reducimos a
producir modelos cuyo fin ltimo, como ya dijimos, es comprender al hombre que modeliza. Se trata as de encontrar
el modelo del modelizador, olvidando que ese modelo debe
dar cuenta de lo que hace ese hombre cuando no modeliza!
Es aqu donde se vuelve necesaria la comprensin jerrquica y donde recurrir al concepto de integracin -bien
oscuro, por cierto- resulta indispensable.
Las etapas de este proceso de complejizacin, tomado ,
desde sus orgenes, estn marcadas por la posibilidad de
crear molculas compuestas por un gran nmero de tomos
contemporneos de la aparicin de la vida (macromolculas). En la etapa siguiente aparece la membrana, condicin
de una separacin adentro-afuera gracias a la cual la clula
existe con sus modos particulares de intercambio. En estas
etapas, las descripciones macro y microscpicas interactan cada una con sus propias leyes. Debe subrayarse el papel de catalizadores especficos que cumplen las macromolculas, donde las consideraciones espaciotemporales (rol
de las configuraciones espaciales y del tiempo de reaccin)
tienen una determinante funcin de estabilizacin y constitucin de formas. Las fronteras, que se transforman en lu-
82
gares de intercambio entre el adentro y el afuera de la clula, son selectivas. Recordemos las interrelaciones entre
los diversos movimientos de integracin. As, estamos ahora
en el nivel del organismo, el cual demanda una coordinacin
consider able a fin de asegurar actividades que exigen la
participacin de diversos sistemas encargados de efectuar
el pasaje desde el nivel microscpico hasta el macroscpico.
Qu decir entonces de los comportamientos humanos fundados en montajes que comportan varios sistemas (primario, secundario) del orden del deseo y sus diversas modalidades de representacin? De molculas a clulas y de clulas a rganos y sistemas, se cree llegar finalmente al pensamiento sin saber bien lo que es, al tiempo que, en general, se
rechaza lo que la filosofia pudo decir de l. <<Es en vano querer dar cuenta del pensamiento solamente por medio de
anotaciones sobre los comportamientos, las emociones, la
atencin o la voluntad.96 Molculas pequeas y macromolculas (formadas por combinatoria) edifican arquitecturas
estables; se forman membranas moleculares constitutivas
de la unidad celular, y aqu estamos, lanzados a definir
nuestra envoltura corporal constitutiva del lmite del individuo que somos. Habremos llegado al fin del recorrido?
Thdava faltan los grupos humanos sociales que, tambin
ellos, se delimitan a veces segn fronteras que no siempre
corresponden a los grupos tnicos y que cambian al comps
de las guerras.
La emergencia nace de la oposicin de estructuras <<inesperadas que llegan a la existencia como formas complejas
y especficas a partir de estructuras menos complejas.
H . Atlan echa luz sobre el problema cuando examina las
diferencias entre estado inicial y estado final, tratando de
circunscribir 'l os cambios registrados. Permaneciendo en el
marco de la teora de la informacin, el autor se a boca a los
problemas de creacin de significaciones y de emergencia de
lo nuevo con relacin al determinismo, y por ltimo se instala en el rol de observador, segn los postulados de la objetividad. Cmo hablar de algo para lo cual carecemos de un
lenguaje adecuado?, 97 se pregunta el autor con la mayor
~; Ibid.,
pg. 249.
H . Atlan, L'mergence du nouveau et du sens, en Thories de la
mmplexit, pgs. 115-30.
117
83
.!
una obra escrita en colaboracin; v ase J.-L. Donnet y A. Green, L'enfant de c;a. Pour introduire la psychos
.
blanche, Pars: Minuit, 1973.
100 F. Varela, . Qrganism. A Meshwork of Selfless Se~ves, en Orgamsm
and the Origin o{Self, New Jers~y: Princeton Univers1ty Press, 1990.
98 /bid., pg.
125.
84
85
86
87
esa va el autor llega a la invencin de saliencias y pregnancias, idea, esta ltima, que evoca muchas de las caractersticas vinculadas con el concepto freudiano de pulsin.
Thom no teme aventurarse en senderos que para otros
llevaran directamente al vitalismo. En una definicin de
apariencia viciosa, dira que lo que caracteriza a la vida es
el apego a la vida; hay algunas formas a las cuales les resulta relativamente indiferente desaparecer, y son las formas
inertes; otras, al contrario, defienden su existencia con astucia y habilidad (cualidades humanas a las que tal vez no
sea ilusorio encontrarles definiciones combinatorias) y son
las formas vivas,,_l06 Permitmonos agregar que algunas
estn dispuestas a pagar con su vida la realizacin de sus
deseos, llegando incluso a darse muerte ellas mismas: los
seres humanos.
Las conclusiones de Thom merecen ser citadas: De hecho, creemos que la realidad macroscpica usual, la realidad de las comunicaciones interhumana$. es ms importante y ms fundamental que la descripcin de las entidades
ltimas (molculas, tomos, fermiones y bosones, etc.) que
descubre la fsica. El lenguaje parece ser ms til que las
teorizaciones matemticas construidas para dar cuenta de
fenmenos sumamente fugitivos y ltimos en nuestra visin de la realidad.107
Elogio de la clnica
1974,
10/18~.
pg. 186.
107 R. Thom, ~Saillance
88
'
La nocin que surge del modelo seleccionista es que existira una relacin directa entre la actividad nerviosa y la forma en que se organiza el cerebro en el transcurso de la maduracin. Puede intentarse generalizar dicha nocin ms
all del establecimiento de conexiones sinpticas? Se llegara entonces a poitular que el individuo, por su propia actividad, se construye a s mismo (biolgica y psquicamente) a
partir del material disponible al nacimiento. Esta hiptesis
de una autoorganizacin (en el sentido de autoseleccin ) podra representar otra manera de encarar las relaciones entre biologa y psicologa. En el plano del funcionamiento
sinptico, la actividad nerviosa reforzara la eficacia de la
tra~misin. En el plano del comportamiento, la motricidad
activa permitira el aprendizaje, consolidara la coordinacin sensorio-motriz, estabilizara las imgenes perceptivas. En los planos cognitivo y psquico, la interrogacin por
medio del lenguaje, la exploracin curiosa del entorno construiran las relaciones intersubjetivas. Existira una continuidad en la autoorganizacin del individuo en todos los
niveles de funcionamiento. La idea general de ese modelo de
s ubjetividad sera, finalmente, que no es el mundo el que
nos invade y nos impone s u ley, sino que somos nosotros
quienes construimos nuestra propia representacin del
mundo ! la confrontamos luego con la realidad, por medio
eh una mteraccin en cierto modo intencional con el entorno. As se ve reforzada la posicin del individuo en el origen
89
90
91
nalidad muy relativa, siempre hostigada por la racionalizacin; experta esta ltima en hacerse pasar por razn verdadera para disimular a qu amo est sirviendo: esa irracionalidad pulsional-pasional que no retrocede ante nada para
obtener las satisfacciones en pos de las que corre.109 Sin
embargo, la forma en que el psicoanlisis propone soluciones a los problemas es irritante para los cientficos, porque
la metapsicologa no es la metafisica. Algunos se sienten
inermes y desconcertados por las respuestas que ofrece
debido a que no pueden abrevar en el fondo tradicional que
aliment la controversia en el pasado -tanto para que les
sirva de apoyo como para criticarlo- y porque el psicoanlisis, lejos de prolongar el enfoque filosfico y psicolgico, en
realidad rompe con ellos. Y tambin porque desarrolla una
concepcin del sentido inconsciente que, como tal, es problemtico, polismico y adems inverificable. No slo eso: el
psicoanlisis encuentra sus puntos de apoyo por el lado de
lo unlu!imlich, la inquietante extrae~... esto es, la locura,
e incluso esa locura del cuerpo que es la psicosomtica y que
se querra ver aplanada> sobre su mera vertiente som tica. Por otra parte, esos puntos de apoyo se resisten a ser integralmente traducidos al lenguaje de la conciencia. Al final, cuando el pensamiento es alimentado por el lenguaje
fenomenolgico, eso mismo le da al psicoanalista la enojosa
impresin de que de ah no se desprende ningn 80lisis" '
propiamente dicho.
Segn el psicoanlisis, la intencionalidad est lejos de
ser evidente a la intuicin directa (referencias segn la dualidad de los principios de placer-displacer y realidad, oposicin realidad psquica-realidad material, coincidente con
la que existe entre verdad histrica-verdad material, etc.),
herramientas epistemolgicas, todas estas, sin derecho de
ciudadana ni tampoco con equivalentes en filosofia . Adems, la por momentos sibilina discusin entre psicoanalistas, recuerda fastidiosamente las querellas teolgicas
(Freud-Klein, Hartmann-Lacan, Klein-Winnicott, Bion-Lacan, etc). Por ltimo, las diversas tendencias del psicoanlisis se muestran poco precisas en la manera de plantear las
relaciones entre lo biolgico, lo social y lo psquico.
109 Al lector que dude de esto, le aconsejo recordar el ltimo noticiero
que haya visto. El primero que le venga a la cabez.a, tal como requiere el
analista a su interlocutor.
92
93
coanalistas no dan mucha imagen de normalidad o de excelencia y apuesto a que los cientficos tampoco, si damos crdito a esos escndalos que los progresos cientficos no ven
decrecer. Y aun cuando el comportamiento de los cientficos
sea irreprochable en sus disciplinas, sus actitudes pblicas
muchas veces resultan sorprendentes.
Es frecuente que los psicoanalistas -como es el caso
de Hochmann en el debate que sostiene con J eannerodapelen a la nocin de metfora para aclarar sus conceptos.
Esto merece una explicacin: sin entrar en detalles, digamos que se expresan as porque sienten necesidad de marcar distancia en ms de un nivel. El primero es entre lo fisico y lo psquico (tanto como para seguir en el campo de la
conciencia), el otro entre lo neurobiolgico y lo psicoanaltico (por hacer alusin al inconsciente). 110 Pero ocurre que el
pensamiento metafrico le resulta sospechoso al hombre de
ciencia. La referencia a la metfora implica un pensamiento
ligado al atravesamiento de que es obj~to por parte del lenguaje pero, desde el punto de vista metapsicolgico, podra
ser que la metfora se alojara en la distancia que separa a
la representacin consciente de la representacin incons- .
ciente. Conceptos como los defendidos por Atlan y Varela ;
sobre la creatividad y la poiesis del viviente, son fuente para 1
el psicoanalista de un innegable potencial reflexivo. Pero la J
especificidad del mtodo psicoanaltico reside en el recurso .
a la asociacin libre, que implica levantamiento de la censu-
ra, no slo moral sino tambin racional, y por lo tanto una ;
autodesorganizaci6n controlada gracias a la cual le es posi- :
ble, ms all del par ligazn-desligazn, operar religazones '
dotadas de propiedades emergentes.
De hecho, esta larga exploracin tendr el mrito de ensearnos que tenemos que vmoslas con lenguajes. Lenguajes que son procesamientos de pensamiento para decir
-y decirse- producciones de sentido resultantes de tal
procesamiento. Dichos lenguajes constituyen materialidades (corpus) transformadas en objeto de conflictos, vnculos,
acordes (en el sentido musical), disonancias, desacuerdos,
rupturas de equilibrio, etc. Per o lo esencial es del orden de
la pluralidad de lenguas que mantienen entre s relaciones
110 Vase J . Hochmano y M. Jeannerod, captulo VII, donde el primero
le consagra un captulo entero a esta cuestin.
94
95
verdaderamente un cientfico, apenas un artesano que intenta utilizar -chapucear es la palabra de moda- eso
que los cientficos de pleno derecho ponen a su disposicin y
que naci de una labor rigurosa e inflexible. La clnica es un
arte -dicen- pero apoyado en un uso cientfico aproximativo; uso sobre el que los cientficos echan una mirada condescendiente y muchas veces desolada, tan impreciso es y a
tantos errores conduce.
Ahora me gustara -tal vez porque para m ella es insoslayable- hacer un elogio de la clnica. No por la elevacin de sus metas (no slo conocer, tambin curar), cosa que
aqu no est en cuestin, sino porque son otros los aspectos
que tengo en vista. La clnica no le da alternativas al clnico,
que no puede sustraerse ni eludir los problemas que le pre- 1
senta su objeto. La clnica lo interroga por ser quien Se
supone que sabe lo que hace, y tambin (sobre todo si es
psicoanalista) quien se supone que est en condiciones de
evaluar su poder y la forma en que lo ej~rce en relacin consigo mismo, con su propia subjetividad. La clnica confronta al clnico con sus elecciones tericas, ideolgicas, no en
el cielo puro de las ideas sino en el campo de batalla de la
prctica. Aqu es inevitable encontrarse con la complejidad.
Aunque est presente todo el tiempo, no por ello obliga a
pensar. El hecho es que, si decidimos h acerlo rigurosa y
honestamente, a lo cual por otra parte nadie est obligado,
no hay ninguna escapatoria a la vista. Sin embargo, tambin en ese punto la sancin ser mayor desde el ngulo del
pensamiento terico. No sin beneficios, este ltimo podr .1
seducir por algn tiempo, pero no mucho. En ese sentido, si ~
bien la clnica no est sujeta a falsacin, la falsedad que .
comporta se verifica a lo largo de la experiencia por poco que 1
nos rehusemos a ser complacientes. En la mayora de los l
.
casos, es una simple cuestin de paciencia.
En un trabajo anterior,111 nos hicimos eco de las reser- :
vas y decepciones de los psiquiatras por lo mucho que espe- :
raron -vanamente- de las neurociencias. Algunos llega- J
ron a decir incluso que la psiquiatra -aun cuando se la ;
engalane con el pomposo ttulo de psiquiatra molecular!-
96
97
99
100
101
siempre fue bien entendido. Para terminar, nos interrogaremos acer.ca del actual malestar en la cultura, que despus
de Freud VlO nacer formas de violencia extrema necesitadas
de una urgente reflexin. Todas estas cuestiones debern
ser confro?tadas ~~n interpretaciones distintas de las que
hace el ps1coanlists y provenientes de disciplinas con las
cuales puede entablarse una fecunda discusin.
~e hec~o, antes de iniciar este amplio debate deberemos
prec~ar Ciertos elementos previos. Vista en forma retros~e~tlva, la obra de Freud parece reflejar un doble romanticismo. En efecto, en ella se percibe sin demasiada dificultad un romanticismo biolgico donde el inventor del psicoanlisis disea una gran epopeya que va del protista al
ho~bre -vase Ms all del principio de placer-, bosqueJ~do un panorama de inspiracin evolucionista. Aunque Jams lo diga y se refiera siempre a Darwin Freud habra compartido el pensamiento de Lamarck ~ travs de
s':l a?he~in .a la. idea de herencia de caracteres adquiridos.
S1m1lar m~prractn se hara visible en lo atinente a la cultura, concebtda des?e ese mismo ngulo romntico, e inscrip~ en la trayectona que describe a una humanidad llevada,
sm saberlo, por un proceso civilizadof)> mtico. As se construy.e ante nuestros ojos una leyenda grandiosa en la que se
reahzan las obras de sublimacin del gnero humano, aun
cuando nada en la naturaleza del hombre lo predestine a
esa tarea.
Hoy en da, las grandes sntesis de ese tipo generan desconfian~a o sospecha porque su vasto horizonte se despliega
en detn~ento de la exac.titud y la precisin que siempre
~an .por berr~ con cualqUier generalizacin simplificadora.
He tiene por tmposible que un solo espritu, por penetrante
que sea, pueda abarcar con la mirada un campo tan extenso: Cuando consideramos un deber recordar la amplitud de
m1ras de Freud, no lo hacemos para darnos el lujo de una
Weltanschauung que l mismo habra desestimado. Si mant.en:mos abierto el abanico de los puntos de encuentro entre
socwantropologa y psicoanlisis, es porque algunos de los
tonc~ptos que desarrolla y que nacen de esa relacin tanl{~mclal, parecen entenderse de veras slo cuando se los reuluca en ese contexto terico. En ese momento importar po1'0. que el saber contemporneo recuse elementos de esas
msmas construcciones conceptuales, ya que se dar priori-
102
103
104
cia es un ello para el cual el objeto es contingente y sustituible- a la que se le otorga preeminencia. Para Freud, slo
ella merece atencin dadas las propiedades din micas,
econmicas y tpicas que presenta. Hoy es casi inaceptable
esa posicin, como justamente lo demuestra la importancia
creciente de las referencias al concepto de objeto. Todo indica que en un momento absoluta mente capital, el objeto primario, es decir, la madre, se distingue del entorno. Mejor
an: lo significa por entero, a punto tal que la investidura
del no-yo de la realidad externa es connotada por la investidura del objeto primario calificado de bueno o malo, de favorable u hostil. Pero las cosas no terminan ah: por momentos, el objeto primario ser sucesivamente uno y otro, arrastrando as a la totalidad del mundo externo en la estela de
su connotacin positiva o nega tiva. No h ay mundo e.x temo
del que deban esperarse beneficios, sino en coexistencia con
un objeto benfico en el seno de un espacio, es decir, remitiendo a una estructura subjetiva que antes haya procedido
a la divisin entre bueno y malo y distribuido sus proyecciones sobre el mundo y sobre el objeto emergente de tales operaciones.
Cualesquiera sean las diferencias de apreciacin sobre
sus modalidades de accin y sobre las diversas maneras de
concebir su papel, ningn analista actual sostendr en forma absoluta la tesis de una contingencia del objeto. Por otra
parte, si este es el caso del objeto correspondiente al modelo
tomado de la perversin , Freud mismo, cuando trata la melancola (y por va de consecuencia propone una hiptesis
sobr e la fijacin del melanclico a las etapas libidinales ms
antiguas), h abla de un objeto muy distinto cuyo carcter se
opone a los anteriores puesto que es todo menos contingente
y sustituible. Muy por el contrario: lo que se subraya es el
carcter vital, nico e irreemplazable del objeto. E sto merece una aclaracin debido a que sin duda se apoya en la distincin-<> indistincin- del objeto respecto del yo. Aqu se
tornan impropios los calificativos usuales; el objeto no es ni
parcial ni total, porque la referencia a la parcialidad, tomada en el marco de la relacin narcisstica primaria, est ligada a lo que todava no conoce la unidad y se confunde con lo
que todava no fue distinguido.
'lbdo lleva a creer que Freud opt por una solucin discutible al no querer distinguir entre realidad externa del m un-
105
do fisico y realidad externa social (humana), porque las relaciones de esta ltima con la realidad psquica del mundo
interno no eran fcilmente definibles. No distinguirlas tal
vez haya sido una negligencia, pero, desde el punto de vista
terico, insistir en la diferencia podra haber comportado
muchos inconvenientes capaces de llevarnos hacia una va
psicolgica. Hoy una distincin de ese orden parece necesaria, sobre todo porque los avances posteriores a Freud se
ubican mayoritariamente en el rubro de las relaciones de
objeto, que implican una posicin muy contraria a muchas
de sus opiniones.
La profundizacin de las relaciones trnsfero-contratransferenciales, ya tratadas sucintamente por Freud, permiti medir la amplitud de l$)5 intercambios con el otro: semejante o diferente, e incl1:so trascendente para algunos
(Gran Otro de Lacan). Aqu no hay nada subsumible bajo el captulo de las relaciones con la realidad externa del
mundo fisico.
Pero entonces la cuestin se invierte: qu pensar de la
realidad del mundo fisico? Muchas cosas: la relacin con la
naturaleza, con sus leyes, con las manifestaciones del mundo fisico, con las categoras del espacio y el tiempo, con nuestra galaxia, con el universo, etc. Slo que entonces tenemos
que dar marcha atrs. Es privilegio de una minora, dice
Freud, no ceder -<:on o sin interpsita divinidad- a la tentacin antropomrfica. Por ejemplo, no interpretar una
catstrofe natural o una desgracia histrica (una derrota
blica, por caso) como un castigo divino. Aceptar la austera
realidad de una explicacin en trminos puramente materiales desprovistos de cualquier intencin sobrenatural, no
est al alcance de cualquiera. Del mismo modo, la proyeccin <<personalizante de las divinidades socializa, por as
decir, la naturaleza adjudicndole un alma, una voluntad y
deseos en consonancia con los nuestros. Pensemos en el favor de que hoy goza la astrologa. Puede decirse que la realidad social invade por va de antropomorfismo. Pero aun
as debemos especificar que se trata de una realidad ms
humana que social. Social, podra decirse, a imagen y semejanza de los dioses del Olimpo, que forman un socieda~con
funciones especficas, alianzas, antagonismos, conflictos de
intereses o de prestigio. Tal vez quepa decir lo mismo de
otros sistemas paganos. Pero, en su mayor parte, concep-
106
ciones como esas nacen de un imaginario humano que mantiene relaciones complejas con lo social, y no de una dimensin verdaderamente social de la realidad as creada.
Lo importante no est ah: lo importante est en determinar qu es propiamente cultural en la <<cra>> humana.
Las relaciones entre innato y adquirido son un tema tradicional de los debates biolgicos. Ahora bien, lo que debe subrayarse en el estado actual de nuestros conocimientos es
que resulta rigurosamente imposible establecer qu parte
le corresponde a uno u otro en el hombre. Una vez instaurada la primera relacin de un nio con su progenitor -o
para el caso con quien lo tenga a su cargo- en el ejercicio de
las funciones ms naturales, toda la cultura que porta el
criado~ marca a partir de entonces la relacin entre el
nio y el adulto. Las costumbres modelan la naturaleza y al
hacerlo le confieren el rostro que tendr a partir de ah, antes de que intervenga especficamente la ms mnima
concepcin etiquetada de cultural. Esto no slo es insistir en
la importancia de los factores culturales, sino ocuparse de
entender el papel estructurante y organizador de lo que yo
llamo el otro semejgnte, denominacin que alcanza su pleno
sentido incluso antes de que, aun vagamente, sea aprehendida la diferencia de sexos. Es ms: se sabe que en su origen
la diferencia entre el s y el otro se establece en forma harto
nebulosa. Sin embargo, para que sea posible un fenmeno
como la sonrisa, la aprehensin de esa mismidad parece
ms que plausible. La proyeccin no es suficiente. La sonrisa supone algo compartido. Se entiende entonces que si
queremos instalar la idea de una realidad social situada
en la base de una causalidad del mismo nombre, distinta de
la biolgica, conviene buscar sus fundamentos en la relacin que determinar las futuras relaciones sociales: menos
las perceptibles en el funcionamiento grupal que las que
ligan a los hombres entre s. Aqu no debemos limitarnos a
la relacin entre dos, con lo cual estaramos dando pie a un
reduccionismo de tintes sumamente engaosos. De entrada, la unidad grupal es la unidad de la triangulacin, que de
por s comprende necesariamente relaciones entre generaciones diferentes y sexos diferentes. Esa doble diferencia
constituye el fundamento del complejo de Edipo en su dimensin antropolgica.
107
La familia puede ser considerada como sociedad originaria o como matriz social simblica; las problem ticas individuales y grupales son en ella indisociables. Desde ese tronco
comn que ella misma constituye, los factores de causalidad
socioantropolgica se diversificarn hasta adquirir nuevas
potencialidades. Ante todo nos interesa subrayar que la
familia debe a su vez entenderse dentro del grupo del cual
es parte integrante. Argumento inatacable en derecho, que
no obstante supone poner en segundo plano a los verdaderos organizadores de la estructura psquica vista desde ese
ngulo: la vectorizacin por el juego alternado de deseos e
identificaciones -por otra parte extendidos ms all de la
matriz socioantropolgica- y qpe fija las ulteriores direcciones en que se localiza la experiencia cultural en la estructura subjetal (Winnicott). Ser en vano oponerle aquellas estructuras familiares diferentes que las sociedades sin
escritura n os permiten observar o que las propias sociedades contemporneas han experimentado, como el caso de los
kibutz, por ejemplo. 'lbdo esto no pasa de ser un incentivo
para la reflexin, ya que no se trata de oponer un tipo - histricamente fechado y geogrficamente localizado- como
modelo que imponga su norma a los dems, sino de considerar al espacio familiar como crisol natural de determinaciones favorables a la constitucin del Edipo, tema al que volveremos.
la quinta pata al gato. Sin embargo, la historia de la socioantropologa, tal como sucede en muchos otros campos, vio
enfrentarse escuelas de pensamiento que interpretan de
manera opuesta la n aturaleza de lo social, as como las determinaciones que pesan sobre los fenmenos relativos
a este campo. En ese aspecto, la socioantropologa puede
invocar una antigua tradicin por haber producido teoras
consistentes que dieron lugar a nutridos debates. Como se
ve, la situacin no es comparable a lo que ocurre en las neurociencias y en las ciencias cognitivas, que parecen ser la
manifestacin sintomtica de una fiebre eruptiva o de una
sbita epidemia recientemente aparecida.
Puestos en evidencia algunos hech os biolgicos, la situacin es ahora motivo de reflexin. Tales hechos biolgicos resaltaron los caracteres generales del reino animal, como son, entre otros, la identidad de los constituyentes qumicocelulares y el cdigo gentico nico. Cmo no afectara
esto a la categora de lo social, que conoce esa gran mutacin
en el hombre? Ante la unidad de lo viviente, hombre incluido, debemos enfrentrarnos a las diferencias biofisicas de los
grupos humanos.repartidos en la superficie de la tierra y,
an ms, a gran nmero de diferencias culturales. Acerca
de las primeras, hoy sabemos que la idea de raza no resiste
ningn examen, ms all de la obstinada nostalgia de quienes querran fundar sus convicciones polticas sobre un racismo que, habiendo probado su realidad objetiva, independiente de toda propuesta poltica, ya no se avergonzara
de s mismo. Queda el pluralismo cultural. Pero si queremos
correlacionar biolgicamente naturaleza y cultura, forzoso es reconocer que no existe ningn paralelismo entre grupos humanos biofisicamente diferenciados y culturas que se
correspondan con tales diferencias de naturaleza fisica. En
caso de admitirse lo superfluo del razona miento, debido a la
inanidad que de por s demuestra el concepto de raza, nos
hallaramos ante un misterio an ms espeso que debe dar
cuenta de este simple hecho: hay un hombre, pero mltiples
culturas cuyo nmero supone una gran variabilidad estructural. Todava falta entender las posibles causas de tal multiplicidad y el sentido de sus expresiones arborescentes.
Existen pocas razones para pensar que meras diferencias
bioantropolgicas pudieran explicar, no slo la diversidad
109
al formalismo para salvaguardarse mejor del reproche subjetivista (Lvi-Strauss). Con relacin a este ltimo p~to de
vista -que tan slo posterga el problema- toda'?a ~alta
explicar las relaciones entre es~s ~spect~s d~l. pstqwsmo
colectivo y el modelado de los pstqwsmos mdivtduales. E~
algn momento habr que precisar dnde y cmo se arrwgan esas causalidades colectivas en individuos q.ue c~mpar
ten y se reconocen en tales premisas. No es arbttr~o pensar que, para constituirse y mantenerse, las creenCias grupales deban enraizarse en un fondo comn q~e los hom~res
de un mismo conjunto social puedan compartir, aun hactndole sufrir, por razones locales, todo un juego de variaciones
y transformaciones en sus ejes centrales. Aq~ e.ncontraii_los
una nocin que algunos bilogos usan en distmto sentido
pero coincidente con el saussuriano: la nocin de Valor. Y
es en este punto donde una palabra-valija, como es simbolizacin viene a estrellarse contra el muro de los hechos.
Hechos ~ue hacen saltar en pedazos la pretensin de hacerle jugar una funcin ecumnica que le permitir~ extenderse del cdigo gentico a las conductas ceremomales o a la
creacin de divinidades: es decir, a lo sagrado. Es bastante
curioso adems q~e una poca como la nuestra, volcad.a sobre todo a estudiar las diferencias, vea flaquear esa eXIgencia metodolgica por tender frgiles puentes analgicos entre la antropologa y, llammoslo as, las cie~~ias natural~s.
Esa mitologa que, en vez de disolver, LVI-Strauss hizo
suya, es la fisicoqumica.
.
Volviendo a lo esencial, admitamos que la causahdad
biolgica juega un rol muy limitado en la causalidad socioantropolgica. Esto significa que deber buscarse en la estructura humana la parte del hombre responsable del gran
desarrollo que lo caracteriza. Y ya que el ~po es el. ambiente donde se despliegan los efectos de dicha causalidad,
sale a la luz que los fundamentos atmicos de esos mismos
efectos deben buscarse en el estudio de las relaciones entre
individuos as fuesen miembros de un grupo, mnimo exigible para fundar el concepto del otro semejante que, po.r
obra de la diferencia de sexos, funda a su vez, en forma radical, la categora del otro diferente. Como adems_en la conciencia de la muerte se reconoce un rasgo espectficamente
humano, esto remite a la dimensin de reparto segn las generaciones y, ms all de la estructura del presente, de rela-
111
110
cin con el antepasado. Entonces no nos sorprende encontrar aqu categoras pertenecientes al psicoanlisis, como el
complejo de Edipo, que tienen la rara virtud de ligar solidariamente sus aspectos: doble diferencia de sexos y de generaciones. As es como la causalidad socioantropolgica devela dos de sus ejes constitutivos: el primero concierne a la
necesaria divisin en categoras diferenciales; el segundo,
a la relacin con el tiempo. Diferencia sexual y diferencia
generacional articulan aqu sus efectos.
Los hechos sociales no son cosas,., deca Durkheim.
Tan olvidado qued ese concepto como para que hoy debamos volver a ponerlo sobre el tapete, quiz por influencia
de la sociobiologa de E. Wilson? En suma, se trata simplemente de recordar que, entre otras cosas, la estructura humana se define por el hecho de requerir, a los efectos de tomar forma y desarrollarse, contacto y relaciones con otros
humanos, y esto desde el nacimiento hasta la plena participacin en la sociedad adulta. Tal vez s~a esa su principal
diferencia -cualitativa y cuantitativa- respecto de las
dems especies vivientes. Este acontecimiento filogentico
debe considerarse fundador de la causalidad psquica, que
sin embargo no se reduce totalmente a l. En cambio, un
acontecimiento de esas caractersticas no puede ser enteramente abarcado por la causalidad biolgica. Con relacin a
esta ltima, los factores socioantropolgicos tienen la particularidad de mostrarse con mayor grado de evidencia en la
composicin de lo que determina a la causalidad psquica,
aun cuando la interpretacin de tales factores no tenga na-
da de simple. En todo caso, slo el mixto indispensable que :
forman en el hombre puede llevar a decir que la causalidad .
psquica es lo que emerge de las relaciones entre naturaleza :
y cultura. Aqui se anuda todo un conjunto de relaciones. Si '
bien la estructura humana implica, para aparecer y desa- !
rrollarse, interacciones entre humanos -entre las cuales la ;
fase de dependencia prolongada del cachorro humano es la .
mediadora privilegiada en la adquisicin de propiedades '
que, de otro modo, jams veran la luz, como es el caso del
lenguaje-- importa subrayar que tambin gracias a la organizacin intrapsquica del hombre y a la dependencia de esta respecto de ciertos factores de la causalidad biolgica, esa
epignesis puede dar los resultados conocidos. Esto no se limita al lenguaje: tambin concierne a fijaciones primitivas
112
segn el modelo de la impronta -pero con diferente mecanismo- que sellan el destino de funciones tales como el
apego. Simple ejemplo, ms legible que otros pero que no
conviene invocar sin ton ni son antes de haber calibrado lo
que en verdad se busca demostrar ms all de los hechos,
explcita o implcitamente, por reenvo a un tipo de causalidad que no es la que caracteriza al psiquismo.
Queda en claro la necesidad de conocer mejor los efectos
de estructura, no totalmente censados hasta la fecha y donde tal vez eso que Freud describi en el pasado como fantasmas originarios encuentre su lugar en el futuro; pero esto
implica una nueva concepcin de la historicidad y, por ende,
de la temporalidad como efectos de una seleccin cultural.
Cuando habla de estructuras relacionadas con esos fantasmas que, segn postula, seran objeto de transmisin hereditaria, Freud est proponiendo tambin una ontognesis
original. Dice que tienen predisposicin a ser readquirid?s. ~notros trminos: que constituyen algo as como orgamzacrones latentes que se activan en un momento preciso
del desarrollo, sucediendo a la excitacin de determinados
estmulos. As se explicara, por ejemplo, que numerosos hechos evoquen un contexto psicolgico de escena primitiva
(observacin del coito animal) o de castracin (observacin
del sexo de la nia en el varoncito o del sexo de este en la
nia), sin aparicin de efectos inmediatos que ms adelante
no dejarn de producirse estrepitosamente en diferido. Y si
bien la seduccin -resultante de los cuidados matemosdata de la primera infancia, el esquema correspondiente slo tomar verdadero efecto despus. En otros trminos: hay
un difasismo biolgico de la sexualidad humana, pero habra tambin un difasismo pstquico organizado conjuntamente por las modalidades del aprescoup. Esto equivale a
afirmar que los factores estructurales (materializables por
la hiptesis de los fantasmas originarios) tienen verdadera
efectividad nicamente cuando se acoplan a los factores
histricos (incluyendo en ellos la hiptesis del aprescoup);
al combinarse, podrn adquirir unos y otros su verdadero
modo de accin. 'Ibdos estos problemas sern examinados
ms adelante. Podemos presentir desde ahora que la causalidad psquica no se reduce ni a una causalidad de orden
biolgico ni a una de tipo antropolgico. Es ms: no vamos a
buscar el cumplimiento de la evolucin por el lado social, co-
113
114
115
116
117
118
venientes de la ciencia son irrisorios. Cmo entender enton~es la parte que puede tomar el psicoanlisis en la explicaCin de esos hechos y de esas cuestiones?
Recordar algunas verdades primeras:
l. Es necesario repensar el terreno atribuido a las pulsiones, ya que estas, poco domesticables y menos sensibles de
1~ que se cree a la accin civilizadora, constituyen el fin ltimo de nuestr.as acciones y en su esencia son conservadoras, tal como dice F:eud. Porque ah donde nos sorprende o
choca el comportamtento de nuestros semejantes, ah donde
v_emos la actua~in cnica y sin reservas de un ilimitado apetito de g<><:e~ ah donde la apropiacin de ganancias no reco~~e condi;tones, ah donde causa estragos el fanatis mo rehgoso, aht donde el podero rechaza el ms minimo contrapoder, ah donde ~a dominacin es absoluta, pues bien, ah
habla nuestra rnttologa: la teora de las pulsiones, sealada en esa forma por Freud.
119
120
La civilizacin cuestionada
El cuadro que acabamos de bosquejar es de una diversidad tal que desafia todo anlisis, y los factores que rigen la
causalidad socioantropolgica no se expresan en l con claridad. Pero al menos algo es seguro: la interpretacin marxista que prevaleci tanto tiempo muestra su total insuficiencia. Ms an: importantes pensadores encolumnados
en ese sistema explicativo modificaron sus propios puntos
de vista una vez que se acercaron al psicoanlisis. Tal es el
caso de Cornelius Castoriadis, autor que no cesa de resaltar
la parte que desempea lo imaginario en la creacin de la
sociedad.7 Dentro de ese orden de ideas, todava no le hemos
7
1975.
121
123
122
que hablaba Freud ya se volvi enfermedad. 10 Este desencanto es resultado de una reflexin sobr e la sociedad de hoy,
por confusas que sean las conclusiones que se puedan sacar.
Confusas por lo complejas, confusas por lo rebeldes a cualquier visin idealista o simplificadora, confusas tambin
porque una real sordera respecto de las ideas y conceptos
adelantados por Freud parece afectar a aquellos cuya tarea
consiste en teorizar las r azones de tal estado de cosas. Y a
veces hasta en las propias filas de los psicoanalistas.
Occidente, que fue por largo tiempo el faro de la civilizacin, alcanz durante la ltima guerra mundial un punto de
no-retorno. En el suelo de un pas que por ms de una razn
poda enorgullecerse de su aporte a la cultura europea, vio
nacer campos de exterminio de siniestra eficacia. De ese
modo mostr que su civilizacin poda negarse a s misma.
No porque antes de eso, o en otros lugares, no hubiera sido
culpable de exacciones y crmenes execrables. Pero hasta
ese momento nunca haba testimoniado su capacidad de
darse vuelta como un guante hacia una barbarie muy dificilmente contenida. Nunca en su historia, que sin embargo
conoci alternancias donde fue peridicamente jaqueada
por el retorno de prcticas contrarias a sus ideales, la civilizacin mostr la superficialidad y el carcter aleatorio de
sus logros en apariencia ms definitivos. Y cuando, para rematarlo todo, las vctimas de la Alemania nazi olvidan su
pasado para comportarse, si no a imagen de sus verdugos,
en todo caso de tal forma que su diferencia con ellos disminuye, no es ni la poltica, ni la historia, ni la organizacin
social lo que est en tela de juicio, sino algo relativo a lamader a de que est hecho el hombre.
Detengmonos un momento en lo que puede ensearnos
esta situacin extrema de la causalidad socioantropolgica.
124
125
ra~les cuyos _efectos prosiguen hasta mucho tiempo despues. El fenomeno guerra no puede ser considerado como
un_fenmeno s~al_ de igual rango que cualquier otro y reqwere una explicaCin especfica. Luego de haber estudiado
en detalle -sin descuidar los recursos que brinda la comparacin con el animal, y los insectos parecen ser los ms indicados para establecer paralelos con el hombre- Gastn
Bou~houl concluye, ms all de toda apariencia, a favor de
explicar ese fenmeno por la necesidad de la relajacin demogrfica.11 Desde luego, una hiptesis as est lejos de situarse en el mismo eje de aquella que da cuenta de la guerra
como resultado extremo de conflictos entre adversarios irreconciliables, conclusin que interviene con considerables
variables. Aun cuando fuera necesario admitir este punto
de vista, faltara preguntarse de qu modo la guerra puede
acarrear tal mutacin de las mentalidades cuando matar se
vuelve de pronto el objetivo primero de la existencia. Sera
imposible explicarlo entera mente aduciendo que el asesinato se vuelve la nica respuesta adaptada a la amenaza de
ser muerto uno mismo. Cmo puede ser tan fcil obtener
esa transformacin brutal de los espritus que empuja a los
humanos a aceptat volverse meros agentes de la muerte?
Adems, cmo explicar, remontndonos muy atrs en la
historia o girando hacia las sociedades menos evolucionadas de nuestro tiempo,la presencia permanente y constante
de la guerra en todos los grupos humanos?
Si q~isiramos orientarnos hacia una interpretacin
naturaliSta, es decir, si quisiramos invocar la inscripcin
de comportamientos agresivos en el nivel de las estructuras
cerebrales, los estudios recientes estn lejos de explicar la
comple~idad de un fenmeno como la guerra. Tratar de poner en Juego el concepto de pulsin de destruccin, tal como
11
G: Bouthoul, phMmene guerre, Pars: Payot, PBP, 1962. El caso
de los msectos, que se organizan en verdaderas sociedades, no es el funda"?ento de la comparacin. Sus comportamientos bajo estricta dependenCia de un cdigo gentico dejan poco espacio para la intervencin de otros
f~cto~s. El pa~lelo con el hombre es sugerido por la existencia de especializaciOnes Y de ;era rquas en las sociedades animales y por el silencio a
que se reduce el apetito individual para obedecer a tareas colectivas..: una
hormiga renuncia a comerse a las vctimas que logr matar en combate
para cumplir en prioridad el objetivo estr atgico de la invasin de una colonia extral\iera. Los intereses del individuo se borran en beneficio de los
intereses del grupo.
126
127
lo presenta Freud, tiene la ventaja de que, sin salir del campo del psiquismo, es posible estudiar sus aplicaciones en el
orden colectivo. Es una tarea considerable y los resultados
concluyentes se hacen esperar.
En cambio, se han realizado estudios muy avanzados
acerca de un aspecto puesto de relieve por la Segunda Guerra Mundial: el genocidio. A fuerza de polmicas, es justo
decirlo, hoy se emplea el trmino en forma extensiva. No es
nuestro propsito discutir su definicin. Si bien las observaciones siguientes deben mucho a los estudios sobre el
genocidio judo durante la ltima contienda, no es por pretender el monopolio exclusivo de los judos en la materia,
sino porque fue el ms marcado, el ms radicalmente concebido, el ms perfeccionado en su ejecucin y el ms racionalizado en cuanto a la organizacin del asesinato colectivo.l2 Y en apariencia tambin el ms absurdo, aunque
tal vez tambin preanunciador de una solucin radical a
problemas demogrficos y de superp.oblacin , envejecimiento, aumento del promedio de vida, excedente de la
poblacin trabajadora ante los progresos tecnolgicos, etc. .
El genocidio aparece as como una situacin lmite de la i
soluciones posibles frente a un enemigo derrotado: suprimirlo, haciendo desaparecer cualquier amenaza de su par- 1
te, lo que en contrapartida implica la renuncia del vencedor
a utilizar la fuerza de trabajo del vencido, o bien salvarle_la
1
vida pero sometindolo, y ahor:arse de ese m~o 1~ eJe ,l
cucin de tareas penosas aun a n esgo de que la s1tuac1n se 1
revierta. En forma general, y por razones de necesidad, el
vencedor recurre a esta ltima solucin. Con el genocidio, lo
que se busca es la total eliminacin fisica de una comuni
dad. Esa comunidad forma parte de su propio campo tanto como del campo enemigo. Se advierte que no slo debe
1
desaparecer el adversario as designado, sino tambin su :
quintaesencia. El enemigo interno y externo debe ser a la 1
vez perseguido y aniquilado hasta la anulacin de su ser
mismo.
Vamos a deternernos en un ejemplo bien estudiado ltimamente, cuya interpretacin dio lugar a posiciones contro-
vertidas por ser muy ilustrativo de los problemas que despierta la causalidad histrica. De su examen se desprenden
dos hiptesis totalmente opuestas. Raul Hilberg desmonta
la dialctica temporal que condujo del antisemitismo al
genocidio, escalonando su proceso de realizacin durante
un largusimo perodo. El autor describe las tres fases de
una empresa antisemita iniciada mucho antes del nazismo.
En el primer tiempo se les dice a los judos: Ustedes no pueden vivir entre nosotros con su religin. A partir de ah se
produce la conversin forzada. En un segundo tiempo, el
mandato es ms breve pero de mayor severidad: Ustedes
no pueden vivir entre nosotros. De ah al gueto no hay ms
que un paso. Por ltimo: Ustedes no pueden vivir. Es la
Solucin Final. 13 Hilberg muestra que el nazismo no invent nada, y que lo nico que hizo para cumplir sus fines
fue poner a punto una maquinaria formidablemente sofisticada. Si nos limitamos al examen de la causalidad histrica, nos damos cuenta de que es imposible tener una visin
lineal de las cosas. Quiere decir que Hitler no inventa el antisemitismo sino que le da un nuevo sentido. Radicaliza la
idea del judo como agente diablico, no le interesa para nada la idea de pueblo deicida y la transforma en la de pueblo
germanicida. En 1921, <<Psicologa de las masas y anlisis
del yo anuncia lo que Hitler realizarla despus de 1933 en
su relacin con el pueblo alemn. Si queremos interpretar
este tipo de mecanismos psicopatolgicos a la luz del psicoanlisis, tal vez haga falta tomar en consideracin algunas
otras hiptesis sobre la temporalidad. De ese modo, habra
que interpretar una decisin de tanta importancia como
resultado de un largo trabajo, una de cuyas partes se efecta en forma subterrnea durante aos. En el caso presente
se trata de todo el itinerario que separa a las formulaciones
incendiarias de Mein Kampf. en 1927, de la aplicacin del
exterminio de los judos europeos en 1941. Un buen ejemplo
de apres-coup, puesto que Hitler pasa al acto en medio de
las peripecias de la Segunda Guerra Mundial, realizando de
esa manera los fantasmas expresados en su obra, escrita en
funcin directa de las consecuencias de la derrota sufrida en
la guerra del14-18. En el libro, Hitler llora por el destino de
los soldados gaseados en el frente . . . por culpa de los judos,
13
12
128
129
14
Vase A. Mayer, La solution finale dans l'histoire. Prlogo de P. Vid al
Naquet, P ars: La Dcouvertc, 1990 (edicin original, 1988). Es conocido el
rol de las crticas de los revisionistas que se alzan contra las pruebas negando su validez para desculpabilizarse. Llegado el caso, no vacilan e n poner otra vez en circulacin el mito de judos todopoderosos y manipulado
res de la opinin pblica. Hace muy poco, Jean-Claude Pressac, que en un
principio tuvo dudas pero fue impactado por las tesis revisionistas, estudi
130
131
132
cuestiones atinentes a una dimensin propiamente psquica. Me estoy refiriendo a un tipo de investigacin que va
ms all de la psicologa de los actores de la historia para
ocuparse de ella como tal. El temor entonces es ver resurgir
la idea, recusada en forma unnime en nuestros das, de
una naturaleza humana. Una reflexin ms cercana a nosotros vio la luz gracias a Ferdinand Braudel, quien, contrariamente a los historiadores marxistas, abre espacio al estudio de las mentalidades, punto de vista defendido a partir
de entonces por la Escuela de los Annales. Adems, Braudel
no teme reconocer el inters del psicoanlisis. 15 El pensamiento relativo a la civilizacin se fue alejando poco a poco
de la perspectiva centrooccidental que marcaba sus inicios.
Si bien es cierto que el perodo posterior a la Primera Guerra Mundial vio nacer esa reflexin, es posible que los desarrollos de la entreguerra, y sobre todo la aparicin de los regmenes nacionalsocialistas, fascismo y nazismo, haya _sido
tan brutal para los historiadores adversos a estos regmenes que les cost admitir los horrore~ perpetrados por p<>?-eres cuya amplitud haban estado leJOS de prever. Tambin
los regmenes comunistas fueron objeto de idealizaciones
denegatorias. Cuando lleg la hora de revelar la verdad que
se ocultaba detrs de las apariencias, el sacudn fue tal para aquellos que las sostenan desde afuera en no~bre de un
pensamiento que se deca fundado en el humanismo, ~ue
ese tema de reflexin fue abandonado en bloque, como Sl se
hubiera perdido toda referencia. A partir de ah, el tei_D~r a
caer en errores groseros, e incluso ms tarde en el ndtculo, 16 inclinara a algunos a abstenerse de cualquier mencin
15 Una civilizacin alcanza su verdad cuando lanza aquello que le molesta a la oscuridad de las tierras limtrofes y ya extranjeras. Su historia
es la decantacin a lo largo de los siglos, de una personalidad colectiva capturada, como toda personalidad individual, entre un destino consc.ien~ Y
claro y un destino oscuro e inconsciente, que sirve deba?~ y de mot1vac1D
esencial al otro, aunque sin hacerse conocer nunca. Es VISible que los estudios de psicologa retrospectiva quedaron marcados al pasar p~r .l ~s d~scu
brimientos del psicoanlisis (F. Braudel, Grammaire des ctutlLSattons,
1987, ed., 1963; Le monde actuel, ciuilisations , S. Baille, F. Braudel,
R. Philippe, cap. liT, E. Belin).
16 Pienso en Michel Foucault saludando el reinado de los ayatols en
Irn, con Jomeini a la cabeza, para anunciar las virtudes desde ese momento revolucionarias de la religin, ciego a aquello que se transformarla
en el ms radical de los fanatismos. El filsofo no vivi lo suficiente como
para conocer la fatwa de que es objeto Salman Rusbdie.
134
al respecto. Por otra parte, muchos anlisis severos deberan haber llevado a la autocrtica, pero esto result imposible de asumir, tan vivo permaneca el recuerdo de ese rostro perverso en su utilizacin por los regmenes comunistas.
Quienes haban consentido con ellos a travs de su palabra
o de su silencio, dejaron que se instalara el cinismo ideolgico. Despus de la impensable revelacin de los campos nazis y, sin abusar de las comparaciones, de los campos del
comunismo sovitico, despus de la indignacin y la imprecacin, quedaba por cumplir la tarea ms importante: pensar. Si bien Hannah Arendt no la esquiv, no podemos olvidar la dudosa defeccin de Heidegger. El choque retrospectivo de las exacciones nazis, el develamiento irrecusable de
los crmenes estalinistas, donde tantos de los mejores espritus se haban dejado entrampar, fueron algunas de las
razones que llevaron a abandonar el terreno decididamente incierto de una causalidad socioantropolgica desconcertante tal como la haba revelado nuestra poca. En parte,
'
.
esto explica la sbita difusin con que se benefici una antropologa estructural que pona la reflexin al abrigo de las
dolorosas desilusiones provocadas por el materialismo histrico y dialctico, as como las de un Dasein que se ausenta cuando es cuestin de hablar de campos de exterminio.
<<Olvido del ser, amnesia simulada o silencio a la espera de
que pase el temporal? La nueva historia>> prestara atencin a fenmenos ms modestos, como el descubrimiento de
la vida cotidiana de los hombres. En adelante se guardara
mayor distancia con los grandes hechos histricos, que siguen siendo enigmas del comportamiento humano. El presente se encargara muy pronto de reactivar la reflexin:
trampas de la descolonizacin, asesinatos polticos misteriosos, carrera armamentista, ascenso del fanatismo, trfico de drogas, etc., todos esos llamados de atencin obligaban
a interrogar la realidad a todas luces imprevisible del hombre en sociedad; en pocos aos, todos esos alegatos a favor
de la idea de una causalidad especfica de la dimensin sociohistrica se encogieron como piel de zapa. Pero, como ese
no es nuestro terreno, tendremos que asumir el riesgo de
aventurarnos en l pese a no estar bien pertrechados. Vamos a tener que considerar dos grandes corrientes de pensamiento: la antropologa estructural y la corriente de la
historia ms remota. Un pensamiento psicoanaltico debe
135
El pensamiento estructuralista
La estructura antes del estructuralismo
Vamos a abordar la cuestin del estructuralismo, ms
all de la antropologa, desde el ngulo de sus incidencias
en la psiquiatra y en el psicoanlisis. Es importante hacer notar que hubo una vida de la estructura antes de que el
estructuralismo naciera como movimiento intelectual. Por
entonces, el uso de la palabra estructura estaba impregnado de una gran ambigedad. Se sabe que las posiciones ms
antiguas en el origen de la idea se remontan a la Gestalttheorie. Sus aplicaciones sirvieron para interpretar, fuera
del contexto psicolgico en que haba nacido, manifestaciones clnicas relacionadas con lesiones cerebrales, y tambin
para caracterizar entidades nosogrficas en psiquiatra. En
una obra ya clebre titulada La estructura del organismo, 17
Kurt Goldstein haba estudiado la afasia y las consecuencias de ciertas afecciones cerebrales sobre la conducta (reacciones de catstrofe) para instalar una perspectiva holstica
contraria a la de lesiones localizadas. El debate entre ~ali17 La structure de l'organisTTII!, Pars: Gallimard,1951, traducido del alemn por E. Burckhardt y Jean Kurtz (ed. orig., 1934}. Esta obra tuvo una
importante influencia en M. Merleau-Ponty.
136
.
:
1
137
El estructuralismo antropolgico
A partir de entonces, con la obra de Lvi-Strauss el psicoanlisis encuentra su interlocutor privilegiado, esperando renovar el dilogo, interrumpido en el pasado, con la antropologa. Dilogo es una palabra inapropiada, ya que
por mucho tiempo ser un simple monlogo. Cuando LviStrauss toma la pluma mucho ms tarde para precisar su
posicin, sera verdaderamente excesivo pretender que lo
anima algn deseo de dialogar. En realidad, su respuesta a
los psicoanalistas se entendi ms bien .como una total desestimacin. En cambio, Lacan26 menciona muchas veces a
Lvi-Strauss, dando la sensacin de buscar en l una caucin para sus propias ideas. Como es sabido, Jakobson sirve
de nexo entre los dos hombres. Sin embargo, la referencia
de Lvi-Strauss a la lingstica es mucho menos coercitiva
que aquella a la que se cie Lacan. Al final, la lingstica
terminar llevando a este, por va del anlisis combinatorio,
al proyecto de una matemtica del significante. Sus numerosas invitaciones a hacer causa comn con l no encontraron eco en Lvi-Strauss, quien slo despus de muerto Lacan abordar el litigio que mantiene con el psicoanlisis
- ms bien con Freud, adems-- en La alfarera celosa. Hace poco se quiso mostrar que, pese a las menciones sobre la
influencia de Freud en los inicios de la obra de Lvi-Strauss,
las visiones del antroplogo estructuralista y del inventor
25 Anthropologie
Escritos.
Nosotros mismos analizamos en 1963la controversia entre Sartre y LviStrauss, tal como est expuesta en La pense sauuage (cap. IX. Histoire et
dialectique ), en . La psychanalyse devant l'opposition de l'histoire et de la
structure, Critique, n 194, pgs. 649-62. Tiempo despus debimos intervenir en el seminario de Lvi-Strauss; vase Atome de parent et relations redipiennes, en L'ickntit, Pars: Grasset, 1976, pgs. 81-99.
26 Lvi-Strauss aparece citado diez veces en el ndice de los
138
139
la imperiosa exigencia objetivista y formalizante, en ocasiones extremada hasta la caricatura en ese tipo de estructuralismo. Cuando Lvi-Strauss constata que los celos con~gales pueden constituir un motor esencial -el primero,
dice- de algunos relatos mticos, precisa, para esclarecer
su tesis:
Si definimos los celos como un sentimiento resultante del
deseo de retener una cosa o un ser que nos es arrancado, o
bien de poseer una cosa o un ser que no tenemos, puede decirse que los celos tienden a mantener o a crear un estado de
conjuncin cuando existe un estado del que surge una amenaza de disyuncin.so
Es llamativo el parentesco de estilo, si no de pensamiento, entre las posturas de Lvi-Strauss y las de algunos
neurobilogos -tal como lo mostramos pginas atrs a propsito de una cita de M. Jeannerod- cu.ando la descripcin
perteneciente al terreno especfico de un fenmeno psquico
es sustituida por otra, afanosa en dar una idea tan completa como sea posible del fenmeno estudiado, traducida a
una lengua ficticia y expresada en trminos biolgica o lgicamente procesables. Como si nada fuera, la neolengua descalifica a su objeto para adecuarlo a sus propios objetivos,
consistentes en acondicionarlo para poder manejarlo. As es
como, a los fines de un mejor acondicionamiento, los huevos
pasan a ser cbicos. La nueva descripcin pretende contener todo lo que estaba incluido en la antigua acaso el huevo
no sigue siendo un huevo y adems inmediatamente comestible, sin prdida? Esta nueva descripcin estara justificada y presentara la venU:\ja de ser compatible con un tratamiento que permite desarrollos lgicos imposibles con la
antigua. Lvi-Strauss quiere ignorar las diferencias entre
celos normales y celos delirantes, as como ignora la existencia de la lgica afectiva descripta por Freud. Se ve que la caracterizacin de los rasgos celosos mediante el uso de conjunciones y disyunciones escamotea lo ms particular de estos fenmenos: su carcter apremiante, torturante, ilgico e
invasor, que hace totalmente ineficaz cualquier persuasin
basada en el razonamiento intelectual y puede llevar al
30
140
crimen. Nos preguntamos qu luz aporta a los celos humanos una interpretacin de este orden, pues nadie negar
que de eso se trata en la fbula narrada por el mito. Ese es el
tipo de bromas que gustan a Lvi-Strauss, lo mismo que la
de encontrar el complejo de Edipo en una obra de vodevil (El
sombrero de paja de Italia). 31 Ya en otra oportunidad hice
notar que no era muy probable desencadenar un efecto
cmico cuando Edipo reaparece en escena una vez que le es
revelada su condicin de parricida y de incestuoso, con el
rostro ensangrentado y los ojos hundidos por su propia mano. Significar no es otra cosa que establecer una relacin
entre trminos, dice nuestro hombre como buen saussuriano, los trminos en s mismos son indiferentes. Indiferente
es tambin la diferencia entre el significante y el Chamn
como intercesor de un tipo singular de significancia. Segn
l, establecer la relacin entre las propias acciones y la realizacin, ignorada, del incesto y el parricidio, en sus fundamentos no difiere para nada de la operacin de permutar los
trminos de una ecuacin. No es que la parfrasis invocada
sea absolutamente falsa, pero cmo ignorar que defiende su
justificacin mediante la lisa y llana supresin de los parmetros que acompaan a ese afecto y cuya omisin arruina todo intento de comparacin. Veamos este paralelo:
una manipulacin matemtica como la inferida por LviStrauss da cuenta de su necesidad a travs de su eficacia y
productividad en su propio terreno. Aplicada al de los celos,
incluso reducida a ser apenas el motor de un mito, ese tipo
de manipulacin carece de toda eficacia, ya que si tuviera
alguna sera al precio de desfigurar lo que son los celos, lo
cual equivale a decir que la introduccin de estos en el mito ya no responde a ninguna necesidad y menos todava al
ms elemental afn de metaforizar la realidad. Pero no nos
equivoquemos: el afecto no es la apuesta del debate, sino el
punto limite donde cierto tipo de argumentacin roza el absurdo cuando el antroplogo toca tierra.
Ah encontramos una inspiracin emparentada con
aquella q~e tiende a naturalizar el pensamiento. En la epistemologa moderna, la referencia a la conciencia es severamente criticada como fuente de error y de ilusin. En ese
punto hay acuerdo entre los enfoques natural y cultural del
31 !bid. pgs.
259-63.
141
psiquismo. Ese acuerdo se opone a la concepcin de causalidad psquica segn el psicoanlisis. Las vas se separan
entonces en lo que hace a las relaciones que mantienen
conciencia e inconsciente. En elaboraciones no psicoanalticas, ambas entidades se deslizan una hacia la otra sin ningn conflicto, como si la accin engaosa o embaucadora de
la conciencia jugara apenas un rol de mscara pero no tu viera una funcin precisa respecto del nivel inconsciente
que recubre. Conciencia e inconsciente se desenvuelven en
forma paralela, de la misma manera que fenmenos psquicos Y fisicoqumicos lo hacen segn las vas de modelos compatibles entre s pero sin relacin directa. En este segundo
caso, est bien claro que el conflicto entre fenmenos psquicos (conscientes) y fenmenos biolgicos carece de relevancia. Lo psquico no podra luchar contra lo fisicoqumico,
como tampoco lo consciente podra oponerse a lo inconsciente, ya sea concebido al modo estructuralista (antropolgico,
lingstico, etc.), o neurobiolgico. Iotil.es decir que, en la
r eferencia a la computadora como modelo cerebral esta
posibilidad es an menor, dada la homogeneidad del dispositivo informtico y su uniformidad sincrnica por oposicin
a la heterogeneidad de las estructuras jerarquizadas y temporalmente escalonadas del sistema neuronal, segn la div~rsidad funcional producida por la evolucin y la filogneSIS. En nombre de semejante desconocimiento puede sostenerse la omnipresencia de las estructuras y su equivalencia
con un sistema constituido por cdigos plurales. E st claro
q_ue la base del malen tendido es la imposibilidad, para los
Sistemas de pensamiento recin citados -y que tienen en
comn el hecho de u bicarse a distancia del psicoanlisis-,
de un concepto como el de represin.32 En ese punto es capital subrayar a la vez el modo en que dicho concepto marca el
verdadero punto de partida del pensamiento psicoanaltico
en Freud, y cmo, a lo largo de su obra, este nunca dej de
discutir su sentido y su funcin, lo cual muchas veces lo oblig a diversificar sus aspectos. Por va de consecuencia esto permiti diferenciar mejor las diversas categoras d~ los
fen?m~nos psquicos, posibilitando articular variedades y
vanac10nes. Llevando an ms lejos las sospechas sobre la
32
Tal como por su parte lo entendi la helenista y psicoanalista Laurence Khan (comunicacin personal).
142
143
144
145
146
147
148
149
tan pronto afirma su diferencia como busca apoyo en quienes considera sus aliados, pese a que ninguno de los que libran un combate similar al suyo parece caucionar esa autocooptacin. Sin embargo, en la pluma de Lvi-Strauss no es
raro encontrar proP.uestas que pueden reflejar un parentesco. con ciertas tesis ~acanianas, en la (muy laxa) medida en
que las palabras de ambos presentan algunas oposiciones
comunes. As, cuando Lvi-Strauss propone la imagen de
un inconsciente puramente continente y ajeno a sus propios
contenidos, diciendo que se limita a imponer leyes estructurales40 a elementos <<inarticulados, no est muy lejos de
Lacan ni tampoco es ruficil adivinar la silueta de Jakobson
en un segundo plano de la frase. En verdad, para liberamos
de esta confusin sera til que nos remitiramos al fondo
comn de donde surgen las ideas directrices tanto de LviStrauss como de Lacan, para confrontarlas con lo que no se
acomoda a ellas en Freud. Queda claro que la reflexin acerca de los sistemas simblicos -que en Lacan dan nacimiento al adjetivo sustantivado lo simblico- es una idea de
ese orden . Hay una especie de ecuacin implcita en la atmsfera reinante que tiende a identificar el espritu humano con la funcin simblica (versin estructural y no <<cassirerianB.~t). Sin embargo, a diferencia de Lacan, ms proclive
a una discontinuidad radical entre naturaleza y cultura,
Lvi-Strauss se muestra ms cercano a Freud cuando, tardamente, defiende la continuidad entre ambas, buscando
las modificaciones de estructura y funcionamiento cerebral
correlativas a la aparicin de los hechos culturales.41 Podra
decirse que del corpus freudiano surgen dos interpretaciones: la de Lvi-Strauss y la de Lacan, muy distintas a pesar
de las apariencias. En realidad, no se parecen por reunirse
alrededor del pensamiento freudiano sino por sus referencias comunes a disciplinas que supuestamente lo aclaran: la
lingstica, la lgica, etc. Las coincidencias resultantes pueden prestar a confusin, como en lo relativo al complejo de
Edipo. La distincin entre las concepciones de ambos pensadores no se limita a la comprobacin de desacuerdos que,
curiosamente, muestran a un Lvi-Strauss cercano a autores psicoanalticos de quienes nunca oy hablar. Por eso,
cuando atribuye actividad estructural a los rganos sensoriales, sus ideas evocan las de Frances 'IUstin, psicoanalista
que hizo importantes aportes al problema del autismo infantil.42 Esto se opone a las tesis de los lacanianos que
vinculan la estructura con el lenguaje y recprocamente.
De todas maneras debemos subrayar la existencia de un
movimiento comn a ambos autores. Al igual que Lacan,
Lvi-Strauss intenta liberarse del peso de un historicismo
abusivo, por lo cual la hiptesis de una razn dialctica
pasar a cua rteles de invierno. A su vez, Lacan critica la
moda, en psicoanlisis, de una perspectiva ontogentica
que ignora el peso del significante y de s us relaciones con la
estructura. Ambos autores manifestarn igual desconfianza respecto del significado y el contenido. Al final de su vida,
Lacan esperaba que alguno de los suyos presentara un
significante sin significacin . Como ya sealamos, los dos
sienten la misma irritacin cua ndo se les reprocha su negativa a referirse al afecto. Sin embargo, Lvi-Strauss no se
priva de querer hacemos vibrar con acentos wagnerianos,
y basta leer la prosa de Lacan para darse cuenta de que s u
batera de significantes.., por ms que diga, est lejos de
ser puro clculo. Y a veces uno se pone a pensar que pretende dar nicamente un alcance estratgico a algunas de sus
palabras con el fin de hacer pasar -redoblndolas en su
eficacia al despojarlas de toda subjetividad- ciertas bajezas de lenguaje destinadas a aquellos con quienes est en
desacuerdo.
Lacan no se atrevi a deshacerse totalmente de la pulsin, aunque s minimiz su importancia negndole intervencin en los fundamentos del psiquismo, tal como Freud
postulaba, y hacindole jugar el rol protagnico al significante. Lvi-Strauss, ajeno por supuesto a estas cuestiones,
salt por encima de esa piedra angular de la teora freudiana para interpretar a su manera la relacin de un inconsciente al que conceba ante todo como organizador de
V.ease C. LVI
. Strauss, ~tructurahsme
c:o
40
150
42
151
152
153
psquica que se desenvuelven fuera de la conciencia (paradigma del sueo); y, extremando la hiptesis, hasta los ltimos confines del psiquismo y el sentido, hasta los mrgenes
de lo que se define como somtico. Acerca de este ltimo trmino, conviene precisar que lo as definido por comodidad
de lenguaje es aquello que no presenta ningn rasgo de organizacin psquica, es decir, la modalidad ms compleja de
organizacin del soma.
Estas ideas son difciles de admitir porque fuerzan a
tomar en consideracin la heterogeneidad imperante en el
psiquismo y sus relaciones con lo somtico. Entonces se prefiere -al menos hasta hace muy poco- partir en busca de
la naturaleza de lo psquico en direccin al lenguaje, que
ofrece a la teorizacin mayor asidero que la antigua idea de
conciencia, ya abandonada por la filosofia.
De hecho, estas orientaciones traducen la bsqueda de
un modelo. Pero se trata de una bsqueda orientada. Si se
persigue el modelo en determinada d:eccin, es porque
tiene ciertas cualidades que lo hacen atractivo, as como
otros son repulsivos. Y, tanto como para seguir en el campo
del lenguaje, tal vez no sea casual que la pragmtica haya
terminado suplantando a las ideas estructuralistas, como lo
revelan las posiciones posestructuralistas. Con la pragmtica, el acto retoma a la psique en el seno del lenguaje sin
que por eso su recorrido se tope con el de la pulsin, eterna
incomprendida del pensamiento no psicoanaltico; incomprensin que, desde no hace mucho, se extiende a una fraccin de los psicoanalistas.
Laurence Kahn percibi los desafios de un problema que
el psicoanlisis debe situar por el lado de la universalidad.44
Lo que garantiza el sentido invocado por Freud contra el reproche de arbitrariedad o relativismo, es que al del psicoanlisis se lo supone enraizado en los fundamentos del psiquismo por intermedio del inconsciente, al menos tal como
permite concebirlo su anclaje pulsional, en sentido freudiano, o lo que hace sus veces. En cambio, Lvi-Strauss se saltea ese eslabn y concibe lo universal slo en relacin directa con hechos correspondientes a las ciencias naturales.
Es aqu donde se justifica el papel reservado a la sexualidad, enca~algada sobre los reinos de la naturaleza y la cultura. La piedra angular que, respecto de lo sexual, distingue
~ l~ antropologa y el estructuralismo respecto del psicoanlisis, n? est slo en la prohibicin del incesto, que siempre
puede ~terpretarse de diversas maneras. Adems, es preciso definir lo que constituye el objeto de la prohibicin y tambin lo que permite a esta asegurarse su mantenimiento
incluso ?~ta hoy. De todo esto da cuenta la represin, cuy~
desc.ubnrmento, a cargo de Freud, coincide con el verdadero
co~enzo del psi~oanlisis. Con ella, no slo la prohibicin
del mcesto mantiene eficacia simblica, sino que tambin
cobra otro sentido el proceder del antroplogo que la teoriza.
~orque el verdadero problema es el pasaje del sistema
continuo de la pulsin al discontinuo de los procesos discretos del pensamiento secundario. Tal como yo mismo lo hice,
L. Kahn subraya que tanto el pensamiento de Lvi-Strauss
como el de otros estructuralistas pertenecientes a diversas
r~as ~el saber, se funda en un anlisis sin resto que no
se mqweta por la suerte de lo que fue Sustrado y dejado
de lado por constituir la oposicin primera y originaria de
todas las dems~ Operacin que confirma la decisin de
~rivilegiar la. ligazn sintctica por sobre la ligazn semntica. Ahora bien, cul es la diferencia? Mientras que la primera se efecta sobre elementos reducidos, homogeneizados, con potencial de accin unificado y escaso o nulo valor
energtico, gracias a la semiologa la segunda procede a
~ fun~onamiento simblico diversificado, heterogneo, de
dinamtsmo variable y efectos que sobrepasan la esfera del
lenguaje. En ese sentido, el campo de lo semntico se extiende de la ~'!lsin al ~ensamiento, lo cual significa que cubre
la e~ns10~ de la vida psquica y engloba al lenguaje sin reducuse a el. Llegar un da en que el estructuralismo se
muestre como una de las manifestaciones ms seductoras y
engaosas de esa ilusin Significante a la que sucumbi
buena parte del psicoanlisis.
154
155
Acerca de Lvi-Strauss
En tomo de la obra de Lvi-Strauss se ha escrito una importantsima literatura que expresa una gran variedad de
puntos de vista. Estos van desde una adhesin ms o menos
total hasta una crtica ms o menos radical. No es nuestra
intencin, ni est dentro de nuestras posibilidades, recorrer
esa obra por entero. S nos interesan, sobre todo, las relaciones del autor con el psicoanlisis.45 Las posiciones crticas
pueden dividirse en diferentes tpicos. Algunas de ellas, a
veces ponen en paralelo o en oposicin sistemas de pensamiento opuestos al suyo, salidos del mismo terreno cultural o bien de algn terreno vecino. La crtica tambin puede
provenir de antroplogos como l, aunque no necesariamente. En ocasiones, las crticas surgen de disciplinas que tradicionalmente han mantenido relaciones de intercambio intelectual con la antropologa, como es el caso del psicoanlisis.
156
.
{
,
,
hace algn tiempo a Philippe Lhritier, Fran~ois Jacob, Roroan Jakobson y Claude Lvi-Strauss, donde fueron los
bilogos quienes, con el debido respeto a sus eminentes interlocutores, no cesaron de atemperar tanto ardor comparatista. El objeto de los trabajos de Dumzil y Lvi-Strauss difiere profundamente. Dumzil est en busca de la ideologa
social de los pueblos indoeuropeos, cuya influencia se extiende hasta nuestros das, mientras que el objeto de estudio de Lvi-Strauss son las sociedades sin escritura, cuya
palabra mtica, por rica que sea, casi no atraves los siglos
para penetrar en nuestro sistema de pensamiento. En mltiples circunstancias, Dumzil da la impresin de haber
sentido por Lvi-Strauss esa indulgencia risuea que despierta el entusiasmo iconoclasta de los jvenes. En cuanto
a lo que es la tierra prometida de todo estudio ideolgico, en
particular de toda "mitologa comparada", es decir, el descubrimiento de leyes en el funcionamiento del espritu hun;tano, dejamos a otros la esperanza de que est al alcance,
s1 no en la palma de nuestras manos, escribi.47 Queda claro que no puede llegarse al fondo de la discusin sin antes precisar los diferentes usos duros o blandos de la nocin de estructura y del anlisis estructural, tal como dicen
Smith y Sperber. De manera general, una estructura es el
resultado de poner en relacin un conjunto de propiedades
sobre un conjunto de objetos, de tal modo que ese conjunto
de objetos pueda ser descripto (al menos en parte) por el
conjunto de propiedades. Dicho nivel no es todava el del
anlisis estructural. Para llegar a l, no basta con demostrar que un conjunto de objetos constituye un sistema. En
sentido estricto, slo hay anlisis estructural cuando, habindose llegado a un nivel de abstraccin ulterior, las propiedades del primer nivel son procesadas como objetos cuyo carcter se demuestra nuevamente sistemtico. Es propio del anlisis estructural estudiar las relaciones entre estructuras.48 Tanto aqu como en otros lugares encontramos el dispositivo que implica siempre dos niveles y donde
el segundo aparece como una nueva versin que hubiera
sufrido un proceso de abstraccin para volver sobre las ope47
G. Dumzil, Les dieux souuerains des lndo-Europens, Pars: Gallimard, 1977, pg. 209.
48 Ibid.
157
re-
158
159
des denominadas ms primitivas, propuse el trmino primordial. En este ltimo campo, el psicoanlisis podra tener
algo que decir dado que trata de categoras generales comunes a la humanidad en un terreno donde naturaleza y cultura entran en mutua resonancia: la cultura se encarga de
teorizar la naturaleza y la naturaleza se vuelve imperativamente un objeto de interrogacin y una materia que debe
ser estructurada por la cultura, fuente de un incansable
cuestionamiento infinitamente fecundo. La experiencia demostr que en el marco de esa comprensin de s us recprocas interrelaciones, el dilogo, esta vez plenamente asumido, era no slo posible sino sumamente enriquecedor.52
Bernard Juillerat toma el relevo de una serie de antroplogos que intentaron, antes de Malinowski, tender un puente entre antropologa y psicoanlisis. Me refiero a W. H. R.
Rivers y C. G. Seligman, cuyos esfuerzos se detuvieron rpidamente pues el camino que haban tomado, al llevar la
cuestin hacia una interpretacin biologizante de las concepciones freudianas, condujo a un callejn sin salida. Con
Juillerat, el dilogo se entabla sobre bases mucho ms fecundas que tocan los puntos centrales del psicoanlisis. Juillerat vuelve a poner en pie los conceptos. Sostiene, por
ejemplo, que el sentido determina a la estructura, y no a la
inversa. Sus trabajos de campo lo convencieron de que, en :
sus observaciones (un ritual de fertilidad en Papa-Nueva
Guinea), el sentido est principalmente ligado a la sexualidad y a la reproduccin. Es poco decir que tales manifesta-
ciones sociales son productoras y generadoras de sentido; ;
ms apropiado sera sostener que producen el sentido. Per- 1
teneciente a una filiacin distinta a la de Lvi-Strauss, Jui- ~
llerat no comparte todas las referencias estructuralistas de J
este ltimo. Si bien reconoce en los elementos presentes en ~
el ritual y en el anlisis de los mitos datos sociolgicos cer- j
canos a la psicologa, considera imposible distinguirlos del 1
material psicoanaltico universal. Entre otras cosas, esto 1:
quiere decir que no basta con teorizar la filiacin para acla- '
rar ese tipo de material, porque a esta ltima debe distingursela de la sexualidad, verdadero objeto de las ceremo-
52
160
161
162
163
164
165
cadora demuestra un profundo desconocimiento de las realidades clnicas ms significativas. Porque es fcil responder que cuando analizamos una fijacin ms o menos exclusivamente materna, donde parece no haber parricidio, este
se esconde tras la imagen de una madre que llev a cabo, de
manera secreta, silenciosa y con una violencia sin contacto,
el asesinato del marido y del genitor. En otros trminos: un
parricidio delegado y disfrazado donde el sujeto estara privado de la posibilidad de fantaseado, pero donde la culpabilidad por el anhelo de muerte se ejerce doblemente detrs
de su aparente ausencia. Deberemos recordar, ante esas
estructuras supuestamente sin Edipo atestiguado, que un
Edipo no observable no es un Edipo ausente sino un Edipo
fuente de graves disfunciones que afectan a la causalidad
psquica?
Desde luego, la problemtica edpica individual no podr
responder a las preguntas que plantea su traslado al plano colectivo. Para Freud, psicologa ~dividua! y psicologa
de masas se corresponden estrechamente. Hay en l todo un
encadenamiento de factores que hablan de caractersticas
biolgicamente determinadas, como hiptesis, y expresadas
a travs de las huellas mnmicas filogenticamente inscriptas, en relacin con las pulsiones. Estas empujan a actos, ya
sean actuados o meramente fantaseados. En este ltimo caso, el hecho de no realizarse hasta el final no desmiente el
poder de tales actos. Haya habido acto en la realidad ex- .
tema o se trate de una produccin fantaseada que ingres 1
en la realidad psquica, tanto en el individuo como en el grupo se instala un trabajo de lo negativo donde religin, moral
y arte son resultado de una elaboracin. El conjunto cons- .
tituye la materia prima del tejido cultural. Vemos que en j
esa concepcin, his~ria y estruc~ura son indisociabl~s; no J
se trata aqu de occ1dentalo-centrtsmo, puesto que el hbreto i
de los hechos reales o fantaseados toca a las estructuras '
de la humanidad. Poco importa adems la fecha exacta en
que apareci ese libreto, slo cuenta el poder de conviccin que pueden suscitar dichos conjuntos semnticos. Por
eso la denominacin de primordial, y no de primario, me
parece ser un buen fundamento para designar esos semantemas situados en el cruce de lo individual y lo colectivo, en
el de la naturaleza y la cultura, o incluso de lo cultural y lo
social.
166
167
168
pg. 236.
dades, sin por ello justificar que se las considere fundamentales. Ejemplo: las alusiones en que Freud compara ciertos
aspectos de la vida psquica de los <<primitivos con la neurosis obsesiva. Pero el pensamiento obsesivo es un clasificador
descollante, y puede decirse que se extena en esta labor
debido a su propia obstinacin. Ningn clnico dudar de
que la sistemtica clasificatoria de los obsesivos refleja otra
cosa que la superestructura consciente de su organizacin
psquica. El enfoque analtico encontrar ah formalizadas
las defensas del obsesivo y buscar, por el lado de la vida
pulsional (ertica, agresiva, sdico-anal), las claves de ese
sistema aislado, tabicado, extensivo e intelectualizante. Las
propiedades clasificatorias son cabalmente propiedades de
lo humano y se ejercen tambin respecto del mundo. El
<pensamiento salvaje no puede encontrar en ellas argumento como para aspirar a una actividad natural que omita
totalmente otros aspectos de la vida mental de los pueblos
sin escritura a los que Freud alude, tal vez en forma aproximativa, pero que no hay derecho a eliminar. Entre la vida
pulsional y sus realizaciones se instrumentan interdicciones que intervienen en la estructuracin del orden humano
y en la organizacin formal del conjunto considerado.
A esta visin, Godelier, prximo a Freud en muchos
puntos, le opondr otra teorizacin. El autor subraya que
los hombres no slo viven en sociedad sino que producen sociedad. Ms an: esa produccin de sociedad es una necesidad regida por un cambio de orden natural. En efecto, slo
despus de la mutacin de lo sexual, que libera al deseo de
su subordinacin a la periodicidad del celo en el animal, la
sexualidad, en razn de su constante empuje, se vuelve factor de desorden social agravado por la inmadurez del cachorro humano al nacer, generadora de fijaciones infantiles
al cuerpo materno. Hasta ah las tesis del antroplogo no se
alejan en absoluto del punto de vista psicoanaltico. Para
Godelier, que no vacila en apoyarse en la neurobiologa, las
mutaciones somticas, es decir, impregnacin del cerebro
por las hormonas sexuales e inversamente cerebralizacin
de las funciones corporales, estn en el origen de los cambios psquicos. A partir de ese momento, la supervivencia
del grupo social exige que la sexualidad humana sacrifique
algo: la necesidad se hace ley. La sociedad se edifica sobre
ese negativo con la energa sustrada a la sexualidad, cons-
169
170
No obstante, si giramos ahora hacia las sociedades contemporneas, no podemos sino asombrarnos por la importancia de la violencia y su relacin con el goce. Desde luego,
en apariencia ya no se trata tanto de violencia sexual. De
hecho, es por el lado de la droga donde vemos instalarse
el carcter implacable, irreprimible e ilimitado de la necesidad de obtener esa satisfaccin indispensable que ninguna
prohibicin podra suprimir. Y es la bsqueda de ese goce lo
que explica tanto la acumulacin de enormes fortunas en
quienes saben explotar los recursos para obtenerlo, como el
desencadenamiento de violencias insospechadas en quienes
nunca hubiramos pensado que pudieran estar habitados
hasta tal punto por ellas, con el solo objeto de subvenir, en la
forma que sea, al logro de su irreemplazable paraso artificial. Ningn obstculo podra impedrselo.
Si nos apoyamos en este ejemplo para entender el nudo
de las relaciones que se constituyeron en las sociedades huroanas originarias, ya no nos asombrarn las consecuencias relativas a la frustracin de los ms antiguos e intensos deseos humanos: incesto y parricidio. Estos nacen en la
impotencia de la infancia para dominarlos. Se expresan a
travs de la omnipotencia que anima los deseos surgidos en
la infancia dentro de una cultura que toma su relevo, fija las
modalidades de sus desplazamientos y sustitutos, regula lo
que ella misma decreta autorizar y prohibir y reverbera sus
ecos en forma insistente, excitante y permanente para el
espritu. Esa cultura busca conjurar sus finales trgicos con
una metaforizacin incesante destinada a disfrazar su poder, siempre al acecho entre bambalinas y siempre capaz de
desencadenarse. Seria imposible examinar todas sus implicaciones con la simple mirada de un pensamiento que siga
las tradiciones conceptuales, encerrando e inmovilizando
las cuestiones aqu mencionadas en un collar de hierro que
banaliza la evocacin de su carcter amenazante.
171
la obra de Lvi-Strauss cumpli el papel de referente sociolgico. El campo de la socioantropologa es tan extenso y la
variedad de puntos de vista tan diversa, que slo podremos
discutir a algunos de los autores que defienden ideas cercanas al pensamiento psicoanaltico. Nuestra eleccin no pretende legitimar la representacin que ofrece ms que en relacin con sus incidencias en el psicoanlisis y con la comprensin del psiquismo derivada de ella.
En su conjunto, el curso que sigui la sociologa la alej
de una explicacin de tipo materialista o funcionalista,
por lo cual se vio obligada a examinar atentamente el aspecto epistemolgico del desarrollo de sus conocimientos. La
deuda con los grandes pensadores de las disciplinas histricas o sociolgicas est doblemente reconocida: en su propio
aporte y en la manera indirecta en que influyeron sobre las
concepciones de su poca. Al lado de Max Weber o de Coling-
wood, y aunque sus anlisis se critiquen punto por punto,
Freud no es ignorado en las orientacion~ que se tomaron.
Frente a certezas que no siempre resistieron la prueba del
tiempo, la expresin de dudas y la deteccin de contradiccio-
nes no son slo testimonios de modestia por parte de las figuras que hoy en da dominan esas ciencias. De hecho, tra- ;
ducen la necesidad de un movimiento reflexivo donde la dis- ~
ciplina se vuelve sobre s misma para autoevaluarse, postu- ;
ra por cierto inhabitual en el mbito de las ciencias natura- ;
les. Hoy sera poco probable ver publicado un titulo como ;
aquel que en el pasado llev la firma de Malinowski, autor !
que mantuvo una clebre controversia con los psicoanalis- 1
tas, y me refiero a Una. teora cient!fica de la cultura. 60 El ;
caso opuesto, tambin muy infrecuente, corresponde a una .i
anexin de la sociologa por la perspectiva naturalista. Jus- ;
tamente por oponerse a este tipo de inspiracin es valiosa la ;
obra de Geertz; es decir, la sociologa aplicndose a s misma ;
la mira da relativista que dirige a sus objetos: es imposible .
escapar a las cuestiones que plantea la construccin de ca- '
tegoras antropolgicas. La plena reinsercin de la antropologa en la cultura -es decir, tambin entre los autores de
la cultura, lo cual supera los lmites de la antropologa- lle60 B. Malinowski, A
172
173
du
structuralis me, Les Temps Mockrnes, 22, 1966, n 246. Es importante
consultar el nmero entero.
174
historia, a la historia no le queda ms que actuarse a ciegas, desprovista de un sistema explicativo autnomo, cuando en realidad tambin podra afirmarse que la dimensin
del despliegue histrico aclarara el modo de organizacin
de la estructura. Cmo excluir la intervencin de la historia en la constitucin -y no slo la revelacin- de estructuras para dar cuenta de las ligazones y relaciones que se
operan entre los elementos que las constituyen o que intervienen en la transformacin de una estructura a otra? Podemos guarecemos en una explicacin surgida de una comparacin con la naturaleza a la hora en que la causalidad
natural est enteramente impregnada por la teora de la
evolucin?
Dedicndose a precisar algunas relaciones entre estructura e historia, Sahlins demostr la necesidad de distinguir
categoras en reposo y categoras en trabajo. Resumiendo: hay una dinmica activa que cuestiona y conmueve esas
categoras hasta en el sentido que se les atribuye observndolas en la prctica: a riesgo de ser desmentida por la realidad, planea una amenaza de divorcio entre sentido y referencia. Este es un buen ejemplo de la forma en que el trabajo del espritu es puesto a prueba por el funcionamiento
efectivo de sus relaciones con el fragmento de realidad al
cual es aplicado. Pues muchas veces, al leer ciertos trabajos
estructuralistas, se tiene la impresin de que la materia que
les sirve de ilustracin slo sabe aprobar dcilmente el tratamiento que se le dispensa. Del mismo modo, en Sahlins la
concepcin de smbolo ensancha la perspectiva tradicional
en que generalmente se lo incluye: Un smbolo dado representa un inters diferencial para sujetos diversos segn el
lugar que ocupa en la vida de estos. El inters y el sentido
son los dos lados de una misma moneda, de un mismo signo,
respectivamente ligados a personas y a otros signos...65 Se
mide aqu toda la diferencia de esta perspectiva con los
dems enfoques del smbolo. Este se define por el inters
que suscita (la investidura) y que se manifiesta por una distancia. Un smbolo lleva entonces la marca de una distincin que instituye su lugar privilegiado en la importancia
65 Citado por G. Lenclud, Le monde selon Sahlins, Gradiva, 1991,
pgs. 49-62. Este art culo es una excelente exposicin de las ideas del
antroplogo.
175
cin de vincular los aspectos materiales y sociales. Se esfuerza en comprender -en el sentido etimolgico del trmino- la relacin del hombre con la naturaleza y con sus
semejantes, slo que no con el fin de mezclarlo todo sino de
distinguir distintas finalidades. Recordar que inevitablemente cada uno de nosotros es devuelto a s mismo, es decir,
llegado el caso, a hacer sociedad consigo mismo, es de buena
prctica. La insoslayable cuestin de las relaciones entre
causalidad natural y causalidad cultural reactiva la reflexin sobre las ideas de seleccin cultural y seleccin natural. La primera precede a la segunda por seleccin de las
series naturales pertinentes. Como puede verse, al autor no
se le escapa ningn cuestionamiento... salvo el relacionado
con el psicoanlisis, el gran ausente del debate. Segn Sahlins, la accin de la naturaleza se desarrolla segn los trminos de la cultura, es decir, en una forma que ya no es la
suya propia sino que se realiza como significacin.67
Encontramos en esta obra el papel de las categoras.
G. Lenclud hizo notar que Sahlins no define tanto categoras reales como especulaciones imaginarias cuyo rol consiste sobre todo en ser "buenas para pensar. Al tomar partido
por el modelo lingstico, Sahlins parece adherir a las concepciones de la pragmtica, que ha pasado a ser el nuevo paradigma de las ciencias humanas. Y Lenclud observa que en
un modelo de ese tipo -donde decir es hacer- ya no hay
ninguna distancia ontolgica entre representacin y actividad, operaciones conceptuales y mbitos de la prctica.
Ese modelo pragmtico que instaura a la accin en posicin
referencial y cuyas prolongaciones pueden encontrarse por
el lado de la causalidad natural, se efecta, como vimos, en
detrimento del modelo fundado en la representacin, cuya
declinacin arrastrara en su cada a la interpretacin psicoanaltica. Ahora bien, la concepcin psicoanaltica de representacin es mucho ms rica, ms diversa, ms sutil que
su uso tradicional. Porque la representacin concierne a la
pulsin, al objeto, al lenguaje, e incluso a la percepcin.68
Si bien la teora de la representacin est llena de trampas, una concepcin que tiene en cuenta la heterogeneidad
176
177
de los sistemas representativos, coexistentes sin embargo, ofrece posibilidades de teorizacin donde armonizan
profundidad y extensin. Esa concepcin no se limita a la
relacin con el mundo externo sino que busca la representacin en la delegacin de mensajes corporales y se extiende,
ramificada, hasta el pensamiento. Concibiendo al lenguaje
como percepcin de los procesos de pensamiento a travs de
las representaciones de palabra, esta teora articula numerosos campos que tradicionalmente se consideran por separado y sin relacin entre s.
178
-sin saberlo- del lado opuesto, y con las mejores intenciones. Por sabidura entiendo aqu tomar en cuenta nuestro
comportamiento y el saber relativo a la totalidad del ser sistmico.69 Bateson aboga entonces por un ensanchamiento de la conciencia con cierta altura de miras. Aun asf nos
preguntamos qu idea se hace del inconsciente en los tres
niveles que propone. No diluye su accin al considerarla
con tan vastas perspectivas? Porque, cmo abogar por el
ensanchamiento de la conciencia si antes no se encara en
forma prioritaria el obstculo que se le opone? Y cmo querer salvar el ecosistema cuando su destruccin no responde
a la ignorancia o la negligencia sino al despliegue de pulsiones destructivas y a la explotacin sin lmite de la naturaleza para saciar el apetito de lucro y el deseo de dominar y
avasallar?
Similar inspiracin puede encontrarse en Edgar Morin y
su intento de reubicar al hombre en el marco del mundo
natural y cultural. Aqu nos enfrentamos a una verdadera
apora. Porque, si bien parece tericamente legtimo relativizar lo humano en el seno del mundo, es del hombre de
quien parte todo conocimiento y toda ciencia. El hombre no
puede considerarse a la vez como fuente de toda ciencia y como parte del sistema del mundo, sin plantear el problema
de los obstculos y los lmites de la posicin objetiva.
El retorno de la naturaleza puede cobrar las formas ms
radicales a travs de la perspectiva bioantropolgica, que,
aun reconociendo formalmente ciertos lmites a las ciencias
biolgicas, en ltima instancia abre paso a la transmisin
gentica. Desde luego, el hombre es reconocido en su situacin de animal cultural, pero a ojos de nuestros etno-neurobilogos, ese reconocimiento, al fin de cuentas, cae bajo el
peso del determinismo gentico. Los sociobilogos se valen
de una imagen: la de una bolilla que, o bien corre cuesta
abajo por el plano sobre el que est, o bien se ve frenada por
la curva ascendente que la hace volver a caer en el fondo.
La teora de la evolucin es llevada aqu hasta los extremos ms inesperados. Consciente del peligro que representa semejante tendencia, Marshall Sahlins critic la inva69
179
La conviccin estructural
La larga argumentacin que dedicamos a Lvi-Strauss
est lejos de satisfacer completamente nuestra necesidad
de claridad. Quedan todava por explicar los poderosos fundamentos de la adhesin a la posicin estructuralista, pero
no podemos extendernos en detalle sobre los pormenores
de dicha opcin. A guisa de conclusin provisoria, algunas
observaciones aclararn nuestras reflexiones. A poco de
nacida, la antropologa descubri la sistematicidad de ciertos aspectos de la vida social. Una observacin de esta ndole est en el origen del estudio del parentesco, inaugurado
por L. H. Morgan. El descubrimiento fue primero confirmado por otros investigadores y luego completado por la revelacin de sistemas que no haban sido estudiados por Morgan. Perpetua recuperadora, la ideologa no tard en meterae en la conversacin, alcanzando al propio Morgan, quien
180
181
sin embargo primero tuvo las mejores intenciones respecto de esos queridos indios que haban suscitado sus reflexiones. No necesit mucho tiempo para convertirse en el adalid
de una teora racista segn la cual la raza blanca representaba la culminacin del recorrido evolutivo, y eso pese a la
exactitud con que haba descripto el sistema de parentesco
crow-omaha.72 Los hechos demostraran que tambin otros
aspectos de la vida social podan interpretarse en forma de
poner en evidencia uno o varios sistemas: las Mitolgicas
nacieron de esta inspiracin y el genio de Lvi-Strauss, a
pesar de algunas oposiciones en orden disperso, logr imponer ampliamente sus puntos de vista. En pginas anteriores hemos mostrado algunos motivos del desacuerdo que los
psicoanalistas mantenan con l, pero nunca pretendimos
impugnar la validez de sus descubrimientos. En verdad,
nos hemos limitado a sealar nuestro disenso respecto de
las conclusiones generales que l sacaba al extrapolar en
demasa la enseanza de los hechos.
En ese punto, el pensamiento de Lvi-Strauss, que se
pretende ejemplar y de una cientificidad sin fallas, sobrepasa un poco los lmites de su rigor. Existe una comuni
dad cientfica de gran vastedad (no es esa la marca misma
del estilo cientfico y de las exigencias del mtodo?) que
-cuando se trata de conocer el psiquismo humano- pretende encontrar la salvacin slo en el austero y virtuoso
desarrollo de una razn analtica (Kant retoma con toda su
fuerza, y con l la razn, cuando no es prctica, es pura). La
razn pura, esa que supuestamente da cuenta de la esencia
de lo cognoscible en materia de psiquismo, slo tiene realidad en el espritu de sus adeptos. Y si de buscar garantes y
cauciones se trata, no es cuestin de ponerse bajo el paraguas de alguien ms cientfico que uno. Porque, si leyramos mejor a los autores que nos sirven de padrinos, veramos que sostienen ideas totalmente opuestas a las que queremos promover. As R. Thom, en quien querra apoyarse
Lvi-Strauss, sita la afectividad en el plano inicial de lo
humano y de ningn modo pretende que la actitud formalizante del espritu del hombre la canalice>>.73 Al contrario,
72 Vase M. Godelier, L'Occident, miroir bris. Une valuation partielle
de l'anthropologie sociale assortie de quelqucs perspeclives, Annales,
septiembre-octubre 1993, n 5.
78 Vase C. Lvi-Strauss, Une petite nigme mythico-littraire, Le
temps de la rflexicn, 1, 1980, pgs. 133-41, que trata de los clquidos y
182
183
184
185
186
187
pasional. El monotesmo hizo brotar un sagrado trascendente, padre y juez de todas las oosas.so Se subraya el rol
del pueblo judo en la invencin de la culpa. El conflicto es la
esencia misma de lo social, afirma Enriquez, muy freudiano en ese punto. La construccin institucional no escapa al
deseo inverso de destruir las instituciones. A la tendencia
unificadora del mundo le responde su incesante fraccionamiento. La relacin con el otro es, en efecto, fuente de todas
estas contradicciones. Relacin con el otro, mnima e irreductible a los efectos grupales, que espolea siempre a la sociologa y nos enfrenta a otras virtualidades de nuestro sistema de pensamiento.
Volviendo al caso de la sexualidad, y sin atender a las diferencias de costumbres y prcticas segn las sociedades,
veremos por ejemplo que en una cultura distinta a la nuestra, como es el caso de la India, el mximo valor sexual es
adjudicado a la excitacin sexual retenida, sin descarga. En
otros trminos: lejos de identificarse con el acm de la sexualidad, la eyaculacin signa su declinacin. Esto por no
hablar de las funciones fantasmticas atribuidas al esperma en algunas sociedades primitivas muy alejadas de nuestro modo de pensar. Ejemplar al respecto es el caso de Siva,
luminosamente explicado por el trabajo de Wendy Doniger.
Ms all de las oposiciones entre ascetismo y deseo, para
el caso ms asociadas que contrapuestas, la divinidad encarna la funcin de opuestos correlativos que actan como
identidades intercambiables en las relaciones esenciales.81
Por cierto, la solucin no consiste en imponer una tradicin
cultural que domine a las otras, as como no se conformara con una simple coexistencia. Lo que debe explicarse es
la posibilidad, contenida en el concepto, de producir formas
aparentemente tan alejadas unas de otras. El abordaje sociolgico de la sexualidad jams podra sustituir a las perspectivas psicoanalticas, incluso aplicadas a amplia escala,
pero la lectura de una obra epistemolgica e histrica como
la de Thomas Laqueur contribuira a que los psicoanalistas
reflexionaran sobre sus propias conclusiones, siempre susceptibles de ser revisadas con el cambio de normas sociales,
188
T. Laqueur, Making Sex, Body and Gender, from the Greeks of Freud,
Cambridge, MA: Harvard College, 1990; t raduccin de M. Gautier, La fa
brique du sexe, Pars: Gallimard, 1992.
83 G. Obeyesekere, The Work of Culture, Chjcago: Chicago University
Press, 1990,pg.286.
189
cardamos que el autor centra su idea de un trabajo de la cultura en la cuestin de lo simblico, poniendo en perspectiva
el simbolismo individual, tal como lo profundiz el psicoanlisis con el estudio de las neurosis, y el simbolismo cultural,
especficamente tributario del trabajo cumplido en el nivel
colectivo y tradicional. Desde luego, Obeyesekere formula
numerosas crticas a la teora freudiana (tampoco se priva
de cuestionar los postulados biologizantes del maestro de
Viena, que se explican mejor si se los refiere a la psicopatologa) y subraya cierta incapacidad del pensamiento psicoanaltico para pensar lo cultural. Pero el debate que abre
este autor, al reconocerle un lugar central al psicoanlisis,
valoriza este pensamiento en un contexto donde muy raramente se lo tiene en cuenta.
Partiendo del presente, es decir, de la realidad en que
estamos inmersos, del mundo que escapa a nuestra influencia dada la insondable complicacin que lo gobierna, hemos
considerado aspectos que ponen en evid~ncia los progresos
de la ciencia y de la tcnica, muchas veces utilizados con
fines de dominio y destruccin. Tambin prestamos la mayor atencin a hechos relativos a los pueblos sin escritura,
sobrevivientes de una historia fra, lo cual significa dbil. mente evolutiva, examinando algunas de las teoras que se
esforzaron en dar cuenta de su condicin, su organizacin,
y del sentido que vehiculan hasta llegar a nosotros. Todo esto dio lugar a ricos debates encaminados a delimitar una ,
realidad no menos compleja. Es imposible ignorar las referencias indirectas de las sociedades sin escritura que sobrevivieron a una historia en perpetua transformacin a la
cual esos pueblos lograron escapar, ofreciendo de este modo
a nuestra observacin un pasado que casi no ha sufrido modificaciones. Ahora vamos a trasladarnos al polo opuesto del
balancn: el de la historia, e incluso la prehistoria. Porque,
as como el psicoanlisis da enorme importancia a los primeros aos de la vida, es lgico que se interese por las huellas que dejaron las primeras pocas del hombre. En este
aspecto, hasta los propios prehistoriadores se interesaron
por el pensamiento psicoanaltico.84
190
Pueblos y lenguas
Hace unos cuarenta aos, L. Cavalli-Sforza se propuso
localizar la cuna de las poblaciones humanas y tratar de reconstituir las vas migratorias que estas recorrieron al dispersarse por el globo.85 Esto equivale a erigir un rbol genealgico de la humanidad estableciendo los grados de parentesco entre aquellas poblaciones. El autor descubri que
el rbol concordaba con otros dos. El primero inclua un
nmero menor de poblaciones determinado sobre bases genticas, y el segundo constitua un rbol de las familias de
lengua. Durante la mayor parte de su prehistoria y su historia, la especie humana se organiz en tribus formadas por
grupos de personas estrechamente emparentadas. Las lenguas suelen servir para identificar tribus y estas a su vez
permiten una clasificacin poblacional (aproximada). Lo
que diferencia a las poblaciones es la frecuencia con que se
observan ciertos genes. La diferencia (o distancia) gentica
entre dos pueblos es ms grande a medida que su separacin es ms antigua. L. Cavalli-Sforza y A. Edwards estudiaron quince poblaciones que presentan un Camino gentico mnimo. Cuando se proyecta el rbol en cuestin sobre
un mapa del mundo para situar en sus extremos los hbitats actua les de los pueblos, este rbol corresponde aproximadamente a las antiguas migraciones reconstituidas por
los antroplogos. Se cree que la difusin con origen enAfrica
(menos de cien mil aos)86 habra llegado a Asia (menos de
sesenta mil), luego a Europa (menos de treinta y cinco mil),
al Nuevo Mundo (menos de quince mil/treinta/cinco mil)
y al Pacfico (inferior a cuarenta mil). La ampliacin del
muestreo sobre los genes (ms que sobre los caracteres que
expresan) confirma los resultados a nteriores. Incluso es
posible determinar la parte correspondiente a los genes matemos (transmitidos por las mitocondrias), lo cual facilita
mucho los clculos (rbol mitocondrial). No obstante, algunos piensan que el hombre moderno apareci ms temprano y simultneamente en varias poblaciones del Viejo Mundo. Las migraciones fueron causadas por cambios ambien85
L. Cavalli-Sforza, Des genes, des peuplcs, des langues, Pour la
science, n 171, enero de 1992.
86
Recordemos que la especie humana se separ del chimpanc hace
cinco millones de aos.
191
tales. El hombre moderno habra aparecido antes de las primeras migraciones asiticas hacia el continente americano
por el estrecho de Bering, mientras que la colonizacin del
Pacfico debi esperar hasta el descubrimiento de la navegacin martima. La colonizacin europea habra sido iniciada por los vascos y se debera a agricultores neolticos llegados de Medio Oriente, que importaron consigo las lenguas indoeuropeas.
Aunque registre fracasos -o sencillamente no aclare demasiado las cosas- a veces el mtodo se muestra notablemente eficaz. As, las cuatrocientas lenguas de la familia
bant se corresponden con las fronteras tribales y con las
afiliaciones genticas.
En 1988, Cavalli-Sforza construy el rbol representante del emparentamiento gentico y lingstico de cuarenta y
dos poblaciones, que mostraba una coincidencia sorprendente: ..Por qu es tan grande el paralelismo de las evoluciones lingsticas y genticas? La resp1,1esta est en la historia de las poblaciones y no en la gentica, puesto que, si
bien los genes no determinan el lenguaje, las circunstancias
que rodean el nacimiento de los individuos determinan la
lengua que aprendern>>.87 Los genes y las lenguas de cada
subgrupo evolucionan conservando huellas de su origen comn, de modo tal que la correspondencia entre genes y lenguas queda establecida. Se ve entonces que la causalidad
biolgica no es directamente determinante de las lenguas y,
por ende, de las culturas.
Dos casos particulares merecen ser examinados: la sus- ~
titucin de lenguas (abandono de la lengua ancestral en be- ;
neficio de una nueva, por ejemplo en el caso de la inmi- l
gracin) y sustitucin de genes (mezcla de poblaciones). La ;
primera es brutal; la segunda, gradual. La sustitucin lin- ,
gstica es el resultado de migraciones conquistadoras pero,
si bien el fenmeno juega tambin por el lado gentico, depender de la proporcin entre conquistadores y conquistados. Se observa otra vez la diferencia entre causalidad socioantropolgica y causalidad biolgica. Sin embargo, la correspondencia entre genes y lenguas subsiste pese al efecto
de sustitucin, pero, mientras que la transmisin gentica
es exclusivamente vertical, la cultura se transmite vertical
87
192
193
den percibirse las huellas del denominado sentimiento religioso (Leroi-Gourhan). Pero se trata de un arte de duracin limitada, pues desaparece al cabo de veinte mil aos.
Es reemplazado en la distante regin de Siria y Palestina,
donde tiene lugar la revolucin neoltica, hacia el ao
8000. Con el Neoltico sobreviene un cambio caracterizado
por la aparicin de divinidades, contempornea a su vez
de cambios socioeconmicos y tcnicos (primeros poblados,
nacimiento de la agricultura y la ganadera, trabajos en piedra y arcilla). '!\memos la posibilidad de conocer esa ideologa,. gracias a las producciones que ella misma dej. Lejos de
ser esttica, cambia desde el Paleoltico superior europeo, al
que le sigue el arte de los ltimos cazadores-recolectores del
Cercano Oriente y, finalmente, el del Neoltico de la misma
regin. Estas exploraciones son importantes no slo por
brindamos un singular universo mental, sino por permitirnos comprobar el nacimiento de fenmenos interiorizados y
elaborados psquicamente, lo cual brinda_de paso las claves
del simbolismo primitivo y de las proyecciones sobre el medio natural en determinadas condiciones.
Ahora bien, gracias a A Leroi-Gourhan aprendimos a
desconfiar de las conclusiones simples. Las especies ms representadas en las paredes de las grutas del arte francocantbrico no coinciden con las especies ms cazadas (el argumento utilitario pasa detrs de otro, ms enigmtico). Adems, de conjuntos que parecen librados al azar emerge
un orden que remite a un sistema coherente de significaciones.89 El primer eje clasificatorio opone dos mitades
masculina y femenina, con lo cual el psicoanalista ve
confirmadas sus ideas. Sin embargo, las representaciones
no sugieren la presencia de elementos divinos propiamente
dichos: los animales estn inactivos, hay escasez de figuras
humanas, y cuando es representado, el hombre aparece dbil, amenazado, herido. En cambio, la imagen femenina es
estilizada -se habla de una Venus aurignaciana- y se
marcan los atractivos femeninos, caderas y torso, mientras
89 J . Cauvin, L'apparition des premieres divinits, La Recherche,
1994, no 18, diciembre de 1987, pg. 1474. En cuanto a lo que s igue,mitad
masculina, mitad femenina, se trata de denominaciones concernientes
a una clasificacin simblica, no a una distribucin basada en las diferencias sexuales biolgicas.
194
195
'1
dimensin de fecundidad no es la nica. Hay humanizacin de la figura. Se impone a la observacin ese carcter
divino del cual caba dudar en el pasado. La asociacin de la
representacin femenina con una pantera sugiere la idea de
una <<Reina de los animales salvajes. Hay jerarquizacin
del universo simbolizado. A veces, la diosa se representa
sobre crneos de toro superpuestos. En otros casos aparece desdoblada, dando a luz a un segundo personaje. En ocasiones un cuerpo tiene dos cabezas. Subordinada a la diosa
aparece una segunda figura: la de un hombre barbudo cabalgando un toro, prefiguracin del dios de la tormenta. La
gran deidad reina de los animales salvajes tiene el poder de
domar a las potencias peligrosas y mortales para el hombre.
Es altamente significativo que la aparicin de las nuevas figuras sea anterior y no posterior a las conmociones de orden material: la ideologa se est anticipando a los cambios
reales.
En apariencia, el arte refleja un hecho de carcter psquico. Lo sagrado ya no se percibe en el 'mismo nivel del
hombre sino por encima de l.91 La divinidad madre domina aquello que el hombre teme. Ms an: que posea ciertos
atributos animales (la piel de pantera como adorno) le confiere la potencia del animal temido y vencido. Tambin ah
el arte parece reflejar un hecho de carcter psquico. La elaboracin simblica se sita ms all, en el encuentro de los
contrarios vida y muerte.
En el Neoltico pierde vigencia cualquier duda respecto
de un pensamiento autnticamente religioso; la complejidad de lo simblico parece ser testigo de la constitucin de
un nuevo orden de signos que en adelante se llamar lo religioso, como organizacin de lo sagrado. 'lbdo esto manifiesta la formidable potencia de lo imaginario, sin el cual lo
simblico no tendra nada que significar. Est claro que los
mitos y las creencias religiosas deben formar parte de cualquier teorizacin sobre el psiquismo.
Tampoco podra silenciarse la a usencia de elementos relacionados con el tema del asesinato de la divinidad paterna. Cronolgicamente, la madre est primero. Pero no se
puede postergar ms la pregunta por la disimetra en la representacin de los sexos: la divinidad madre es figurada
como mujer, pero su contrapartida masculina es el toro, an91
196
197
Destino de lo religioso
Un largo trecho separa lo religioso originario de lo religioso actual. No ser en pocas lneas como podremos abordar la amplitud de un problema como este. Tampoco corresponde dejarlo pasar, aunque ms no sea en razn de la firme
conviccin atesta de Freud. Hoy, los tres grandes monotesmos se reparten el planeta y estn fuertemente institucionalizados segn las diferentes modalidades de cada uno de
ellos. Pero su situacin registra profundas diferencias: el ju94 A. Gibeault y R. Uhl, .symbolisation et reprsentation graphique
dans la prhistoire.. (comunicacin personal).
198
dasmo lucha por una supervivencia constantemente amonazada, el cristianismo, pese a su expansin en el tercer
n;tundo, se encuentra ~s bien en retroceso y el islam expenmenta un auge considerable. Este auge tiene incidencias
polticas y los movimientos islmicos parten a la conquista
del poder. Sin embargo, cualquiera sea el lugar, el extremismo religioso, judo, cristiano o musulmn, muestra las mismas caractersticas: fanatismo, justificacin de cualquier
crimen en nombre de la fe jurada, intolerancia, rechazo de
soluciones democrticamente negociadas, ignorancia de la
ley poltica en beneficio de la ley religiosa, exclusivismo
(slo hay un Dios verdadero, y es el mo, el tuyo es un falso
dios), invocacin mesinica, ignorancia del presente intemporalidad, etc. La aparente mayor tolerancia del cri~tianis
mo encuentra su contrapartida en la infalibilidad papal.
Si bien el pensamiento religioso fue por mucho tiempo
un poderoso mvil de crecimiento espiritual, de lo que la
cultura es alta~ente deudora, hoy el extremismo religioso,
como el extrennsmo del pensamiento totalitario, es ante
todo el agente todopoderoso de una prohibicin de pensar.
Eso mismo que Freud ya denunciaba en El porvenir de una
ilusin fue ampli~ente confirmado por los hechos.
Los valores democrticos, por precarios y critica bles que
sean - y vaya si lo son- se ven seriamente amenazados por
el resurgimiento de los movimientos religiosos. A decir verdad, el cristianismo no es el ms virulento, y en cambio el
judasmo y el islamismo se muestran sumamente activos.
Pero si comparamos el nmero relativamente escaso de
adeptos al judasmo, la masa de islmicos pas a ser una
fuente de preocupaciones en un contexto de subdesarrollo.
La causalidad psquica no tiene ah ninguna realidad:
porque si bien la psique remite al alma, para los creyentes el alma est y no puede estar sino en manos de Dios. Por
nuestra parte, abogamos por un alma laica que denominamo~ como tal por oposicin a la maquinaria cerebral, plida cancatura de lo que es realmente el psiquismo. Esa psique jams podra ser confundida con el alma religiosa de
esencia divina. A favor de tales amalgamas, los neurobilogos quieren relegar a sus adversarios al rango de espiritualistas, echndoles la culpa, en intencin o en acto de las
exacciones cometidas por el brazo armado de instit~ciones
religiosas que no retroceden ante el asesinato de opositores
199
95 Vanse
200
La arquipoesa mtica
En alguna otra oportunidad sostuve que el mito se poda
entender como un objeto transicional colectivo.96 Esto no
concierne slo a la tradicin oral de las sociedades sin escritura, sino que tambin puede aplicarse a la mitologa escrita. Remontmonos al poema ms antiguo, a la arquipoesa
de la ms vieja epopeya conocida. Dos tercios de ese poema
llegaron hasta nosotros, donde se cuenta la historia del gran
hombre que no quera morir.97 Es una lectura prodigiosa.
La obra fue escrita en Babilonia (el Irak actual) hace ms de
treinta y cinco siglos, en el pas de los acadios, semitas del
sur de la Mesopotamia. Estos fueron precedidos por los sumerios, y entre ambos pueblos fundaron una brillante civilizacin. No es nuestro propsito analizar en detalle la historia de Gilgams, quinto rey de Uruk, ni tampoco volver a situar el universo de los dioses de quienes naci y que son, entre otros, Anu e Inana, ms conocida por su denominacin
acadia de Istar. Por otra parte, los mesopotmicos, en especial los sumerios, casi no hacan diferencias entre hroes y
dioses. La divinizacin era conferida a los grandes hombres
una vez muertos. La leyenda no se construy de un da para
el otro. Antes hubo relatos - hasta hoy se conocen cinc~r-
que tratan cada uno de un aspecto particular de la vida del
hroe. En estos textos que datan del segundo cuarto del 11
milenio, esto es, la antigua versin babilnica, se exponen
abundantes hazaas heroicas segn las leyes del gnero
y algunos rasgos retienen la atencin del psicoanalista. La
versin ms reciente, denominada ninivita>, sera contempornea de los ltimos siglos del II0 milenio, siete u ocho siglos despus de la primera, y contiene numerosos episodios
ignorados por ella. Ya en los textos ms antiguos sale a la
luz la importancia de los sueos. En la mayora de los casos,
estos son interpretados por la madre del hroe, madre omnisciente, como si slo ella poseyera las claves del alma de
su hijo, incluidos tanto los s ueos de siniestro contenido
96 A. Green, Le mythe: un objet transitionnel collectif , Le temps de la
rflexion, 1, 1980, retomado en La dliaison, Pars: Les Belles Lettres,
1992,pgs. 147-79.
9 7 L'epope de Gilgams; le grand homme qui ne voulait pas mourir;
disponemos de la bellsima edicin y traduccin de Jean Bottro, Pars:
Gallimard, 1992.
201
Y siete noches,
En[kidu] excitado,
Le hizo el amor
A la [felizP8
202
203
n . l.
204
205
La maraa de historias
Ser suficiente con referirse a los orgenes para profundizar la causalidad histrica? No lo creo, aunque tampoco
me siento capaz de ofrecer un cuadro claro de la forma en
que esta opera e~ la causalidad psquica. Mis observaciones, llegado el caso, sern por lo tanto sumamente reduci-
206
207
208
en otra forma. Antes, morir a corta edad era habitual, apenas un destino entre tantos otros. Hoy, este desenlace, aun
sobreviniendo a una edad avanzada, en los pases desarrollados se considera casi un error imperdonable que se imputa a los guardianes que se supone velan eternamente por
la vida. Por tarde que se muera, ser todava muy pronto.
Siempre se es potencialmente salvable.
Pero salgamos de la esfera individual, siempre sujeta a
ilusiones, proyecciones y dems. Pensemos en esa Grecia
antigua de la que nos separan dos mil quinientos aos.
Comparando ese tiempo con el nuestro, se observa una
considerable distancia tecnolgica. En nada se asemeja la
nuestra a la vida de los atenienses del siglo de Pericles. Y
s in embargo, seguimos reflexionando sobre los escritos de
Platn. Por referirnos a textos ms accesibles, a ninguno de
nosotros le asombra demasiado emocionarse con las tragedias de Esquilo, Sfocles y Eurpides. Nos reconocemos en
las estructuras mentales de los personajes de sus obras y
siempre que los analizamos encontramos algo esclarecedor
sobre nosotros mismos. Puede concluirse que el tiempo psquico no camina al mismo paso que el tiempo de la tcnica y
la ciencia. El proy~cto marxista tena por finalidad transformar al hombre en unas pocas generaciones. En algunos pases, la solucin fue quemar a Confucio. El resultado lo conocemos todos.
Estas breves puntuaciones muestran la amplitud del
trabajo que resta hacer para empezar a pensar la causalidad histrica. Si bien la colaboracin entre prehistoriadores y psicoanalistas parece fructfera para ambas partes, la
de los historiadores y los psicoanalistas sigue estando en el
mejor de los limbos. Sin embargo, algo est claro. La idea de
una finalidad histrica -promovida por el marxismo- que
subtienda la de una historia progresiva, es decir, orientada hacia el progreso, ya cumpli su tiempo. Porque esa es
tambin la enseanza de la gran Historia: que una nacin
ubicada entre las ms cultas caiga en la barbarie y, peor
an, que determinadas corrientes sociales o determinados
grupos tnicos muestren aspirar todava a ello, prueba que
esa regresin humana ya no es interpretable como un accidente excepcional y definitivamente concluido. Del mismo
modo, el hecho de que la revolucin que supuestamente
pondra fin a la explotacin del hombre por el hombre haya
209
-lo cultural es el conjunto organizado de rasgos distintivos entre el animal y el hombre. Deben precisarse las continuidades y discontinuidades entre naturaleza y cultura;
-las culturas son especficas de cada grupo o de cada sociedad, y suscitan un enfoque comparativo;
- las civilizaciones renen culturas y pueblos segn
agrupamientos geogrficos e histricos operados bajo la direccin de factores que an deben determinarse en forma
clara;
- la civilizacin tiende a establecer relaciones h umanas
que favorezcan el eros de las pulsiones de amor y de vida,
oponindose al predominio de las pulsiones destructivas. La
civilizacin se vincula con la funcin de los ideales. Es siem
pre susceptible de regresiones, consecutivas a crisis o acom-
210
211
produccin al consumo. Estamos en presencia de un organismo completo al que nada se le resiste. Al fin de cuentas,
la neo-necesidad de adiccin -algunos de cuyos aspectos
estn biolgicamente determinados- barre a su paso con
todo obstculo para su satisfaccin.
Se puede objetar aqu la singularidad del fenmeno Y
prohibir que se saquen conclusiones generales? El ejemplo
elegido tiene la ventaja de iluminar ms fcilmente aspectos muchas veces ocultados o enmascarados. En realidad, si
bien el anlisis de otros fenmenos no es tan revelador, las
estructuras develadas s estn presentes, creo yo. Y cmo
ignorar la propaladora meclitica, la mezcla de informacin
y desinformacin que difunde, la comedia de la verdad que
propone, el afn de acallar s iempre activo en los ero prendimientos ms provocadores que pretendidamente se dan por
finalidad divulgar lo que se quiere esconder?
'lbdo indica aqu una funcin coordinada, activa, estructurada, defendida, que funciona como un organismo conocedor, por cierto, de deterioros y resbalones, como todo organismo algo complejo, pero capaz tambin de recuperaciones y correcciones para mantener tanto su potencia como su
eficacia. De ese modo se asegura crecimiento y progresin,
a la vez que desbarata toda maniobra que atente contra su
empresa sistemtica.
Este r etorn o sobre nosotros mismos en nada recusa
nuestra reflexin sobre las teoras socioantropolgicas e histricas. No tiene sino la virtud de llevamos a lo esencial. La
complejidad de la maquinaria que procesa a la vez los factores intervinientes en el enfoque socioantropolgico y los
pertenecientes a la Historia, hace aparecer, al menos en mi
opinin, el ncleo duro en tomo del cual se constituye el tejido social: la vida pulsional, siempre, y en formas que tan
pronto acrecientan los vnculos humanos como, por desgracia, se inclinan a diluirlos en provecho de quienes saben
apoderarse del poder en funcin de sus intereses y de sus
apetitos.
Si el amor es el valor que rige la vida privada, la bsqueda de poder domina la vida pblica, dndole al sadomasoquismo infinitas posibilidades de desarrollo. El poder no podra ejercerse ni libre ni directamente, porque necesita una
red de canalizaciones a travs de la cual pasar disimulando
sus objetivos. Al distribuir los efectos de su potencia logra
212
crear un ovillo inextricable de formaciones gracias a las cuales se vuelve muy dificil hacerse una idea de los verdaderos
agentes que mueven el tablero. La justicia demuestra que,
cuando alguna de esas redes queda al desnudo, no siempre
es sancionada, y que las que se llevan a conocimiento pblico son apenas una minora.
La pulsin, para qu?, se preguntaba un grupo de psicoanalistas. Para hacer eso, les respondo. Es decir, para
ofrecer goce.
Estamos habilitados para sacar conclusiones de este
vasto panorama del campo de las disciplinas socioantropolgicas e histricas? estamos habilitados para precisar el
sentido y el alcance de lo que pertenecera a una causalidad
cultural desde la ptica del psicoanlisis? Nos da la sensacin de estar apenas en los balbuceos.
Desde el punto de vista psicoanaltico, parece imposible
encarar el tipo de causalidad producido por la cultura sin
plantear el problema de su relacin con la denominada causalidad natural o biolgica. Nada ms discutible, sin embargo, que imaginar un fondo primitivo sostenido en un ncleo
biolgico al que se sumara lo cultural. Intentemos examinar las cosas en otra forma. Consideremos el campo histrico-social como el terreno de los acontecimientos y de las acciones humanas en las colectividades. En parte, los mueve
un determinismo coercitivo: el que hace depender la supervivencia de la satisfaccin de algunas necesidades gracias
a la intervencin y el concurso de los dems seres humanos
sobre el mundo externo. Durante las operaciones r elativas a
tales necesidades se entabla con lo real una relacin fundada en el deseo productor de significaciones. Si bien es fundamentalmente individual, la experiencia tiene su anclaje en
formaciones colectivas, como si los hombres se reconocieran
entre s por repartirse estos sistemas significativos. El campo histrico-social podra entonces concebirse como la esfera donde se despliega esta doble dimensin de las acciones
humanas.
A diferencia de la causalidad biolgica, que ante todo se
padece, diramos que la causalidad cultural es sobre todo
actuante. En otros trminos: el hombre no slo est bajo influencia de una causalidad previa (como la que corresponde
a la naturaleza), sino que en ese terreno es creador de causalidad abierta, tal como lo deja entender el relativismo cul-
213
214
el tiempo. En tal sentido, no siempre salen ganando las dimensiones del psiquismo individual. De ah la necesidad de
constituir un sistema que no conozca ninguna de esas limitaciones: el inconsciente. Su contrapartida es la angustia.
Al fin de cuentas, si debiramos insistir en un solo aspecto de la causalidad cultural, el acento tendra que recaer
sobre su creatividad. Pero esa creatividad no se expresa en
el vaco. Para existir necesita instrumentos que saca del
lenguaje y de los recursos de la psique: la imaginacin mtica y la legislacin del supery, productoras del sistema religioso, del arte, el derecho, etc., todos ellos campos especficamente culturales. En contrapartida, de esto resultar la
constitucin de una segunda naturaleza,, de Otro mundo
que casi nos hara olvidar las diferencias entre causalidad
natural y causalidad cultural mediante la creacin de un
tercer orden.
215
El estado actual del psicoanlisis impone a muchos psicoanalistas la necesidad de una reformulacin general de la
teora, por efecto de las presiones ejercidas desde distintas
reas. Primero est la evolucin de la prctica, que con su
cosecha de enseanzas extradas de estas ltimas dcadas
obliga a repensar una gran cantidad de problemas. Luego el
volumen del saber psicoanaltico por acumulacin de puntos de vista sobre diversas cuestiones, surgidos en ocasiones
de cuerpos tericos constituidos algunos de ellos en tiempos
de Freud y desarrollados despus de su muerte. Esto con
relacin al seno mismo del psicoanlisis. Agregumosle
- puesto que en nombre de su originalidad el psicoanlisis
no debe bregar por ninguna insularidad o extraterritorialidad respecto del saber general-, todo aquello que la ciencia y la reflexin contemporneas han venido produciendo. 'lbdo esto es materia de reflexin para los psicoanalistas
cuidadosos de la coherencia, el rigor y la exactitud, deseosos
al mismo tiempo de perfeccionar su teora sin renunciar a
la esencia singular del pensamiento psicoanaltico. Por lo
tanto, y sin nimo de ser exhaustivos, es de gran importancia reexaminar los conceptos freudianos ms problemticos,
situndonos con relacin a ellos y procediendo a su eventual
modificacin a travs de una comparacin con aquello que
debera reemplazarlos segn los sucesores de F reud. El objetivo de una puesta al da, cuando no de un nuevo giro del
psicoanlisis cuyo ejemplo nos lleg de manos de su inventor en 1920, si bien no puede cumplirse de buenas a primeras, ya podra ir despuntando. Desde luego, ello no consistira en optar a favor de uno u otro de los corpus tericos
posfreudianos, creados en funcin de hiptesis distintas de
aquellas en que Freud se apoyaba, sino en someter a examen algunos pilares tericos que, con el tiempo, fueron despertando muchas crticas. Estas consideraciones explican el
217
Green, La folie p rive. Psychanalyse des cas limites, Pars: Gallimard, 1990. [..El analista, la simbolizacin y la ausencia en el encuadre
analticO, en De locuras privadas, Buenos Aires: Amorrortu, 1990.)
218
cas, una de cuyas mayores consecuencias fue haber favorecido la aparicin ulterior de un tercer grupo que adopt una
posicin independiente. Las actas del debate, publicadas no
hace mucho, dieron lugar al documento ms importante de
la historia del psicoanlisis.2 Hoy el kleinismo ha dejado de
ser hertico hasta en los Estados Unidos. Y hay otro ejemplo
an ms presente en nuestra memoria como es la disidencia lacaniana. A partir de 1953, fecha de la primera escisin
producida en la Sociedad Psicoanaltica de Pars, el lacanismo fue combatido en el seno de la API (aunque sin discutirse la teora lacaniana misma), bsicamente con argumentos -por lo dems bien fundados- referidos a la formacin de candidatos, a la tcnica psicoanalt ica, etc. El
aspecto marcadamente francs de la controversia cobrara
tiempo despus giros internacionales, ya que las condenas,
tanto de kleinianos como de lacanianos, por sus tendencias
cismticas no impidieron prosperar a unos y otros.3 Si bien
en menor grado, anlogas observaciones podran hacerse
con referencia a los partidarios de Bion, Winnicott, Kohut,
etctera.
Bien mirado, no puede decirse que las discusiones sobre
el kleinismo o el lacanismo hayan girado siempre a favor de
los propulsores de las nuevas ideas. En todo caso, esa es la
impresin que se desprende de las actas de Londres y de los
debates parisinos. Nada de esto impidi en absoluto la proliferacin del k.leinismo en el movimiento internacional, ni
dellacanismo por fuera de este. En uno y otro caso, parece
que lo fructfero fue la posicin militante.
H oy, ante la cantidad de psicoanalistas y la proliferacin
de movimientos separatistas fraccionados o marginales,
ya nadie se pregunta por la legitimidad del kleinismo, el
lacanismo u otras corrientes nacidas despus como modos
de pensamiento psicoanaltico. Quienes buscan arrimar la
discusin a los temas que provocaron desacuerdos y conflic2 The Freud-Klein Controuers~s 194145, Pearl King y Riccardo Steiner,
eds., Londres: &utledge, 1991.
3 Este paralelo no s ignifica e n absoluto que ponga en el mismo plano
kleinismo y lacanismo. Este ltimo se separa del conjunto de los dems
movimientos psicoanalticos sobre todo por su tcnica y por las libertades
que se toma con las normas por lo comn admitidas. Sin embargo, kleinismo y lacanismo comparten, lamentablemente, un mismo carct er militante.
219
tos radicales, ven que sus propsitos son tildados de polmicos, como si hiciera falta denigrar o negar el fondo del debate atribuyndolo al mero afn de pelear. En cuanto al fondo,
una actitud de esas caractersticas parece esconder un gran
escepticismo. Despus de todo, no pensamos que todo sea
cuestin de gustos. Pero, como todos sabemos, sobre gustos
no hay nada escrito... En definitiva, todo da igual y ni
siquiera es necesario separar lo bueno de lo malo, lo derecho de lo torcido, lo verdadero de lo falso y lo aceptable de lo
inaceptable. Los conflictos que llevaron al divorcio de los
padres no les importan a los hijos, y mucho menos a los nietos. Nunca se sealar lo suficiente que ese <no quiero saberlo que hace prosperar, crecer y embellecerse en la sombra, amordaza a quienes insisten en examinar el problema.
Para ellos, si se obstinaran en hacerles entender de dnde
viene el problema, slo obtendran indiferencia. Al fin de
cuentas, esta actitud supuestamente liberal expresa una
profunda y tenaz ambivalencia respec~ del psicoanlisis.
Llegamos as a una gran heterogeneidad de prcticas y
teoras que concurren a crear un cuadro preocupante. Ellnternational Journal of Psychoanalysis convoca a analistas
del mundo entero (y de todas las tendencias) para que hablen de su prctica diaria y los rene en un mismo nmero con el fin de dar la imagen ms acabada del estado del
psicoanlisis en el mundo.4 Lo que se dice, un verdadero
embrollo.
Tanto como para ir resumiendo, digamos que algunos
movimientos se constituyeron en agrupaciones lo bastante bien estructuradas como para que la comunidad psicoanaltica les diera una denominacin especfica. Las razones que dieron lugar a dichos movimientos fueron muy diversas. De algunas de ellas, fundadas en opciones diferentes a las freudianas, el tiempo sac a la luz los puntos de
desacuerdo con el pensamiento de Freud. Otras aaden una
concepcin de la prctica netamente distanciada de las reglas consensuadas y compartidas por los analistas. La discusin tcnica -siempre abierta a controversias internastoc aqu un punto de ruptura con las condiciones bsicas
4 Fifteen Clinical Accounts of Clinical Psychoanalysis, The Jnternational Journal o{Psychoanalysis, vol. 72, 1991, 3" parte.
220
221
Por difundida que est en el mundo, la prctica psicoanaltica se ejerce en direccin a un nmero nfimo de personas.
Dentro de la actividad psicoanaltica actual, salta a la vista que la proporcin del llamado psicoanlisis puro con relacin a sus formas modificadas podra no ser mayoritaria.
Ms an: la cantidad de pacientes tratados por los psicoanalistas es irrisoria si se la compara con la de aquellos que
reciben atencin psiquitrica. Adems, las tesis del psicoanlisis pretenden aplicarse a dominios ubicados mucho
ms all de cualquier referencia teraputica, pese a los esfuerzos de algunos que querran verlas limitadas al saber
surgido de la prctica. El psicoanlisis extiende su campo a
una importante franja de la cultura, quiero decir, al campo
de los conocimientos relativos a esta. Y aunque se niegue a
convertirse en una Weltanschauung, tampoco puede decirse
que renuncie a su deseo de ser una concepcin del hombre,
por mucho que a Freud le haya disgustado la idea. Sin embargo, no deja de sorprender la desproporcin entre el pequeo nmero de personas que por diversas razones mantienen contacto con el psicoanlisis y la extensin de su influencia moral, al menos en las sociedades occidentales. Nos
preguntamos qu pudo haber justificado la comparacin
con teoras de incidencias polticas como el marxismo, que
al menos por algn tiempo cambiaron la faz del mundo. Se
sostuvo que en ambos casos esas teoras parecan ofrecer
un sistema explicativo comparable con los propuestos en el
pasado por las religiones: prometer felicidad a travs de la
liberacin del hombre de sus prisiones internas o de la ruptura de las cadenas sociales. De hecho, el marxismo no cumpli sus promesas. Y el psicoanlisis, aun en aquellos casos
en que escap al triste destino de parecer estar sirviendo a
los fines de una adaptacin social que rebaja la tarea que se
propone cumplir, ya no suscita la desmesurada esperanza
que se haba depositado en l. Los tericos de la cultura casi
ni lo mencionan y el entusiasmo de que fue objeto demostr
haber sido coyuntural y efimero. Pero as y todo, sigo creyendo en esas cualidades revolucionarias que todava nos
sigue costando tanto reconocerle.
Se puede medir esto por la persistente sordera de que el
psicoanlisis sigue siendo objeto en la cultura, a pesar de las
apariencias o los malentendidos que est obligado a seguir
manteniendo. .. para ser escuchado.
222
No podemos evitar preguntarnos por las fronteras efectivas de la actividad psicoanaltica -ni siquiera hablo de su
eficacia-, por la necesidad de delimitar el terreno donde
se ejerce su mtodo, ni tampoco, ms all de ese territorio limitado, por la de examinar en qu se funda su vocacin de
teora general.
Tambin debe tenerse en cuenta la relacin de coexistencia que mantiene con otros sistemas tericos, algunos de los
cuales recortan la misma realidad, o con otros aspectos de
esa realidad evidenciados con mtodos diversos o basados
en otros parmetros.
No obstante, ninguno de estos llamados al orden lesiona
mi conviccin de que, pese a todos los argumentos que acabo
de enumerar, el psicoanlisis tiene relacin con la verdad.
Pero de qu vale una conviccin frente a la obstinada negativa a reconocerla? Aun admitiendo que, como toda verdad,
tambin esta sea parcial y provisoria, sigo pensando que
todava no lleg el momento de declarar perimida la verdad
que defiende el psicoanlisis. Aqu estoy entonces, obligado
a utilizar lo que l me ense -la escisin- para confrontar mi fe en l y en su potencial de verdad, que s inevitablemente limitado y efmero, con la dura prueba de la realidad de su rechazo. Me parece que la validez del psicoanlisis puede extraer argumentos de su acercamiento intensivo,
profundo, paciente, duradero y escrupuloso, a cierto nmero de pacientes con estructuras de valor paradigmtico que
muestran, en ciernes, lo que organizaciones psquicas situadas ms all de su influencia teraputica manifiestan en
forma mucho ms explcita. Y reconoceremos sin embargo
que el abordaje directo de estas estructuras inaccesibles a
la investigacin psicoanaltica revela sin duda una complejidad de ms alto nivel que aquella que dic4a investigacin
es capaz de encarar. Pero tambin deber reconocerse que
ninguna otra teora del psiquismo llega a la complejidad
descripta por el psicoanlisis, por insuficiente que sea. Porque no hay nada que describan los trabajos psicoanalticos
que no encuentre su lugar en un universo que lo desborda
ampliamente, tanto sea patolgico como normal. Tal vez
porque, como dice Borges, lo que le pasa a un hombre les pasa a todos los hombres, o porque, como dice Sartre, cada uno
est hecho de todos los otros.
223
224
ra desentenderse de la pertinencia de estos cuando su objeto pasa a ser el funcionamiento psquico no cientfico del
hombre, o aquello en que se basa el r azonamiento cientfico.
La cuestin sera relativamente simple si se limitarn n
apoyarse en ese solo factor. Pero existe otro, no de menor potencia, que se opone misteriosamente al anterior. Quiero
h ablar de un orden de datos referido a la cultura: aquel que
Freud llam con el ttulo algo pomposo de proceso civiliza d or y cuya toma de conciencia lo oblig a crear la instancia
del supery. As como no estamos en condiciones de determinar el origen de las pulsiones o s u fundamento biolgico,
tampoco podemos establecer el fundamento socioantropolgico del proceso cultural. Es que el psiquismo nace del entrecruzamiento de ambos.
Por eso sostengo que con la obra de Freud se dio un paso
irreversible hacia la verdad en lo concerniente a la organizacin psquica del hombre. Y es ms: creo que si bien mereceran reformularse a la luz de los n uevos conocimientos y
completarse o bien modificarse, los postulados fundamentales en que se asienta la teora freudiana siguen siendo, en
el fondo, irreemplazables a la hora de consider ar los problemas epistemolgicos en que se sustentan . Sigo pensando
asimismo que la principal fuente de r esistencia al psicoanlisis --que dista de hallarse ausente aun entre los psicoanalistas- es la herida narcisstica que inflige a la imagen que
el hombre se hace de s mismo. Ni el deseo de desconocer ni
el rechazo a saber son para echar slo a cuenta del trabajo
de lo negativo: todava falta salvar una imagen del hombre
no d emasiado alter ada por revelaciones que puedan herir
su orgullo, sin hablar del golpe que se asestara a sus ilusiones y a s u esper anza de una mejora que no debera hacerse
esper ar indefinidamente. En este aspecto, si bien vivimos
en una era cientfica que r eleg la r eligin al pasado, nos espera una sorpr esa no menor: la de comprobar que lo nuevo
y l'viejo son cmplices en su negativa a escuchar el discurso psicoanaltico cuando no se presenta engalanado con encantos que permitan encontrar en l un consuelo esttico.
Opuesto al psicoanlisis en casi todos sus puntos, el discurso de la ciencia revela la mism a idealidad que el de la religin. El cientfico y el religioso se dan la mano para cerrarle la ruta al psicoanalista. Hombre neuronal u hombre de
Dios, en todo caso no podra ser hombre pulsional, pese a las
225
226
227
228
rencia a un mundo cultural equivale a condenar al pensamiento psicoanaltico a una psicologizacin o a una vulgarizacin que no puede sino resultarle daina. Lean las obras
de M. Klein, Bion, Winnicott, H artmann, Kohut o Lacan
-por no citar ms que esas- y vern que en ninguno de
esos autores encontrarn el pleno reconocimiento del rol de
los diversos componentes. A diferencia de la teora freudiana, ninguna de esas obras los presenta en una articulacin
convincente.
Ese es para m el sentido del reto lanzado a la obra de
Freud: el guante ser recogido por aquella teora que logre una representacin de conjunto y una articulacin comparable. Porque es muy fcil radiar a muchas de ellas con
diversos pretextos y privilegiar otras. Pensndolo bien, suprimirlas por comodidad terica plantea tantos ms problemas que la oscuridad que las rodea, lo cual permite reconocer la necesidad de clarificarlas sin renunciar a conservarles el lugar que ocupan. Esto significa acaso retornar a posiciones que merecieron la crtica de las concepciones globalizantes totalizadoras? Lo importante no es abarcar un
campo tan grande que el pensamiento no pueda ceirlo,
sino seguir haciendo presentes esas diversas dimensiones e
intentar comprender la intricacin de sus funciones a propsito del fenmeno ms local que se pueda imaginar y en
los estudios ms puntuales. Todo esto es reconocible en
Freud hasta en su estilo, resultante de sus concepciones de
fondo y del afn de mantener el mejor rumbo posible ante
los vientos y corrientes opuestas que desvan el curso de su
nave terica. Aunque tal vez se trate, ante todo de una cuestin de lgica.
Por qu Freud triunf all donde tantos otros fracasan?
La respuesta no es fcil y siempre pueden discutirse los argumentos ofrecidos. Retomando una de sus expresiones,
contestar que es a causa de la imparcialidad de su intelectof., apreciacin que, convengo, se presta a discusiones. Serge Viderman intent demostrar que se trata de una ilusin
anclada en nuestro saber como esos frutos maduros que
penden de los rboles y a los cuales apenas una hbil sacudida o un oportuno soplido bastan para hacerlos caer. Y sin
embargo... en las construcciones tericas de los sucesores
son tan potentes los preconceptos o prejuicios, que en comparacin su falta de imparcialidad es todava mayor. Por
229
Consecuencias de Un recentramiento: la
reduccin
La extensin del campo trabajado por Freud -concebido
en su espritu antes de que tomara forma en sus escritosse tradujo por la construccin de una teora del psiquismo
que, como ya hemos dicho, le vali la crtica-de pensamiento totalizador. A diferencia de lo que hoy ocurre, una franja
no desdeable de la teora freudiana descansaba en datos
nacidos del psicoanlisis aplicado, denominacin concebida
en su acepcin ms amplia. De ah el trecho que va de la biologa a la cultura; Freud, en efecto, se senta como pez en el
agua tanto en una como en otra, situacin a la cual ninguno
de los autores posteriores poda aspirar.
/ En razn de una serie de dificultades esta visin de conjunto no se pudo mantener. Pocos analistas tenan la cultura y la amplitud de miras de Freud. La actitud indiferente, por no decir hostil, de algunas de las disciplinas que se
sintieron colonizadas por el psicoanlisis desalent rpidamente a sus mulos, entre otras cosas porque los desaciertos y negligencias de algunas plumas psicoanalticas
nos valieron a algunos de nosotros verdaderos azotes. Estas
contribuciones carecan de informacin suficiente sobre los
terrenos abordados y practicaban interpretaciones descomedidas. Hubo que batirse en retirada y replegarse en orden cerrado. Por otra parte, la evolucin de la concepcin del
saber hacia terrenos cada vez ms acotados -locales, como
se dice hoy- llev a los psicoanalistas, a usanza de los representantes de otras disciplinas, a recentrarse nicamente '
en la prctica. La experiencia surgida directamente del encuadre, campo a todas luces privilegiado pa~ abordar el in-
230
231
las Freud-Klein:S Controuersies (Londres 1941 a 1945), donde la teora de la relacin de objeto busca destronar a la teora freudiana edificada sobre la hiptesis de las pulsiones.
El saber es extrado casi por entero de la experiencia de la
cura, lo cual sera aceptable si a su vez no implicara una
nueva manera de interpretarla en trminos de transposicin directa de la experiencia infantil en el marco de una
concepcin extensiva de la transferencia. Como en la experiencia de la cura necesariamente siempre hay relacin entre paciente y analista, y dado que el nuevo objeto.de conocimiento es el anlisis de estructuras clnicas ms regresivas
que la neurosis, supuestamente la transferencia repite la
relacin madre-hijo y la situacin analtica no tiende sino a
esta actualizacin. Cmo podra ser entonces que en la infancia hubiera un estado donde esa relacin no existiera?
Desde 1941, los kleinianos pretenden que para comprobar
la legitimidad de sus posiciones tericas es suficiente con remitirse a las observaciones de bebs realizadas por pediatras y especialistas de nios. A partir de ese momento se observa un claro retroceso de todo concepto no ligado a l modelo infantil, a su vez ampliamente modificado por diversos
mtodos de conocimiento del nio, que algunas veces poco
tienen que ver con el psicoanlisis. Por ejemplo, la angustia
arcaica relacionada con las pulsiones destructivas reemplaza al paradigma de la realizacin alucinatoria del deseo.
Melanie Klein y sus discpulos (sobre todo S. Isaacs) interpretan la sexualidad como un intento de reparar la destructividad originaria. Las problemticas tan ricamente polismicas de Freud sobre la representacin o el tiempo, para
atenernos a estos dos ejemplos, se diluyen en un flujo de
nuevas ideas que buscan sacarse de encima complicaciones
intiles y enarbolan un acceso directo a la experiencia, como
si esta tuviera valor de evidencia y no dependiera de una
interpretacin que aclare su sentido o de una concepcin a
partir de la cual orientar la escucha .
As, no slo caen tramos enteros de referencias extrateraputicas del pensamiento freudiano -imaginemos tan
slo por un instante a Melanie Klein escribiendo Ttem y tab . .. -sino que adems se pone en tela de juicio la legitimidad de eventuales referencias exteriores a la cura. No nega)
mos que haga falta apelar a disciplinas externas a la prctica clnica para apuntalar el saber, pero e?s disciplinas ya
232
233
.r
pronto resultar inaceptable a los investigadores de la siguiente generacin. La controversia dar nacimiento a los
resultados, considerados ms rigurosos, de la teora interactiva, basada en registros filmicos derrwstrativos de la existencia del objeto desde el principio y de la afinacin entre
el beb y su madre. Esta novedosa actitud (D. Stern) se apo\ ya alternativamente en una visin pragmtica de la teora
(antiespeculativa) que privilegia la observacin (en desmedro del inters por la representacin) dentro de una ptica
.fenomenolgica (ms que psicoanaltica). Ella ejerce una se1.duccin manifiesta en quienes encuentran demasiado compleja o demasiado dificil la teorizacin psicoanaltica. Adems, alguien vio alguna vez una pulsin en el divn? Conviene transformru: en aparato psquico>>a esa persona que
viene a contarnos el drama de su vida? Menos preguntas se
hacen algunos sobre la relacin que existe entre la escucha
psicoanaltica y los cuentos de nieras en la observacin de
bebs.
"
234
235
segunda. Tambin hice notar que la diferencia entre la primera y la segunda tpica consiste en que las pulsiones estn
ausentes del primer modelo (una pulsin no es consciente,
ni preconsciente ni inconsciente y slo sus representantes
pueden ser calificados as),7 mientras que son parte integrante del aparato de la segunda, a travs del ello que las
cobija. La definicin que da Freud en las Nuevas conferencias no hace mencin alguna de la r epresentacin. Toda referencia a la conciencia desaparece del aparato. Procediendo en esa forma, Freud acenta la heter ogeneidad de este,
puesto que ahora estn incluidas en l las races biolgicas
del psiquismo, con el ello. En contraposicin, tambin figuran como constitutivas del aparato las dimensiones culturales a las que remite el supery. Aqu la conflictividad se
exacerba. Ms an: ese tipo de heterogeneidad no puede
sino favorecer la negatividad. El trabajo de lo negativo, ya
presente con la primera tpica, cobra aqu formas ms radicales, lo cual deriva de la falta de una ref~rencia unitaria
simple y de las contradicciones r elativas a diferencias de
estructura entre las instancias.
Como corolario, de ah en adelante lo nico que podr
h acer el aparato es funcionar mal. Ni la mejor madre del
mundo podra hacer nada: ya la cosa andaba mal con el inconsciente de la primera tpica y ahora va peor con las instancias todava ms inconciliables de la segunda. Los lmites formados por las representaciones inconscientes de la
primera tpica, siempre ms o menos deducibles, son repelidos por lo irrepresentable pulsional de la segunda y el conflicto que acarrean ms all del yo, con las demandas del supery. O, por decirlo en otros trminos: las representaciones de cosa y de objeto de la primera tpica estn bajo dependencia del vnculo con la pulsin como representante
psquico de las excitaciones endosomticas de la segunda; alos deseos de la primera tpica les hacen lugar las mociones
pulsionales de la segunda y, sucediendo al interdicto que supuestamente asegura la autoconservacin de la primera, el
7 .E stimo efectivamente -escribe Freud- que la oposicin de consciente e inconsciente no encuentra aplicacin a la pulsin. Una pulsin nunca
puede volverse objeto de la conciencia, slo puede hacerlo la representa- '
cin que la representa (S. Freud, L'inconscient , en Mtapsycholo~
Oeuures completes, Pars: PUF, 1988, vol. Xlll, pg. 216. [..Lo inconcient e ,
en AE, vol. XJV.)
236
237
238
239
240
El yo y el objeto
Si consideramos la actividad pulsional como formadora
de la base del psiquismo -fondo calificado de conservador
por Freud porque, si no lo fuera, la'estructura ps quica entera correra el ridsgo de ser pulverizada por las fluctuaciones
del cambio-, sk entiende entonces que dichos cimientos
tengan doble direccin y doble funcionamiento. Una direccin apuntara a unificar la polaridad del yo: su accin se
ejercera en forma difusa, no expresara ninguna necesidad
que satisfacer pero estara consagrada a tejer la tela del yo
que asegurara a este la sensacin de existir en estado separado, de individualidad y de voluntad propia. Y, agregar,
especulando un poco ms, su apego al ser. La otra direccin,
llevada hacia el qbjeto, busca.r a satisfacciones por el lado
de aquello (o a quel) que fuera capaz de dispensarlas. Al contrario de las an teriores, estas actividades pulsionales se
manifestaran en forma aguda contra un fondo de tensiones empujadas a veces a un estado crtico que exige distensin, buscando, en caso de r esultarle imposible alcanzar sus
metas, hallar objetos sustitutos para cumplir, a cualquier
precio, lo esencial de su tarea, haciendo jugar los recursos
de su plasticidad constitutiva. Mientras que en el caso anterior, y me refiero al de las pulsiones afectadas al yo, prcticamente no hay sustitucin posible, salvo intercambiando
el yo (entero) contra el de un objeto, se trata no slo de la
identificacin sino de la alienacin , que es renunciamiento
ificons d ente a s mismo. Por eso no opongo, como hacen
otros, las puls iones al yo (o al narcisismo, o al self), sino que
*Je, forma del pronombre de primera persona singular, traducible por
..YO, como tambin sucede con el francs moi. A diferencia de este ltimo,
je slo puede cumplir funcin gramatical de sujeto. Para muchos autores,
241
concibo diferentes modos de actividad pulsional segn que
esta afecte al yo o al objeto. Me gustara que no se confundiera el funcionamiento pulsional del yo al que acabo de hacer alusin, con las pulsiones de meta inhibida, que son otra
cosa, por ejemplo soportes de sentimientos tales c?mo la
ternura o la amistad, etc. Aqu se trata del yo como mstancia de individualidad, del yo como <Voluntad o, si se quiere,
del yo como portador de la pulsin, lo cual no le impide entrar en conflicto con ella cuando no puede beneficiarse de su
dinamismo o de su proyecto. Quiere decir que una parte de
esta actividad se consagra a la tarea de servir de basamento
-y hasta podra hablarse de apuntalamiento pulsional- a
la otra, llevada por la necesidad a salir de s en direccin al
objeto, sin tener los medios apropiados para realiz~r 1~ tarea que le fijan sus propias metas. Al es donde Wmrucott
podra tener razn cuando afirma que las ~ulsiones (e~ ,el
sentido habitual del trmino) son secundanas con relaCion
al yo, o, como l mismo sigue diciendo, que ~ace falta un yo
para verificar la existencia del ello. Donde difiero de l es
cuando pienso que en realidad se trata de otra forma de
investidura pulsional ocupando el espacio de lo opuesto al
no-yo. Adems, el funcionamiento de las pulsiones puede
muy bien prescindir de cualquier comprobacin por parte
del yo. Es la madre quien cumple ese oficio ~p?rtando .su
granito de arena. Eso permite conservar la untctdad bstca
de la funcin pulsional en toda la psique, y su relacin con el
asiento constante del yo. Las pulsiones son la condicin de
la movilidad y el dinamismo interno que permiten al yo salirse en parte de sus lmites para buscar por el lado del objeto algo que le falta y que no puede encontrar en l mismo.
Y tambin. las soluciones del autoerotismo, pese a ser estructuralmente importantes, enfrentan serias limitaciones.
La simultaneidad de las construcciones del yo y del-objeto pasa por ese doble desfiladero, y es entonces cuando
puede instalarse una jerarqua en el sujeto. Citemos, en orden de importancia creciente: el objeto externo otro (como
otro del objeto), el objeto (transferencia!, primario y materno sin duda) y por ltimo el objeto-s, que tiene la particularidad de ser un condensado, una mezcla del objeto primario y del yo. Una paciente me hizo entender .esa je~arqu~ '
cuando dijo: est Pierre, su nuevo amor - pnmera mvestl,:dura amorosa producto del anlisis tras un silencio afectivo
242
243
Psique
El sentido es la categora propia del psicoanlisis y, segn se dice, los conceptos psicoanalticos son metafricos.
244
245
246
---
247
248
Lo negativo
Lo pulsional, entonces, se aprehende por deduccin y
nunca en forma directa, puesto que debe transitar por sus
representantes. Pero es as no solamente a causa de la mediacin representativa. Para ser ms exactos, es dificil
concebir dicha mediacin sin que intervenga una negativizacin pulsional por intermedio de mecanismos de defensa
de los que quiz la representacin misma sea un reflejo.
Por qu esa negativizacin? Porque, segn dicen, esa negativizacin defensiva supuestamente previene la aparicin
de angustia. Creo que esa respuesta hoy ha dejado de ser
suficiente: Aun habindose acrecentado la accin de la amenaza angustian te por extensin de la angustia de castracin
a las angustias arcaicas, parece haber otros factores en
juego. Y a mi entender se juega demasiado con la hipottica existencia de angustias inconscientes, arcaicas, confundindose as uniformemente los casos en que estas son perceptibles con otros en los cuales gratuitamente se las supone entre bastidores, pese a que otras hiptesis daran cuenta en forma ms acabada de la necesidad de lo negativo. Lo
249
...
250
puede extraer de ella. Y es muy raro que la destructividad no i~pliq?e el. conc~rso de ~as 'fpnciones superiores en
su total1dad: mteligenCia, preVIsin:Sagacidad, astucia, e
incluso la creacin de leyes h ech as para justificarla. El
trabajo de lo negativo no tiene por nica funcin contener
la pulsionalidad: tambin protege contra la subversin que
esta puede ejercer sobre el psiquismo entero. Hasta aqu
hemos considerado lo negativo desde el punto de vista de la
actividad defensiva. Pero hay otro aspecto que nos permite
examinarlo desde el ngulo de una categora psquica propia del hombre: la categora de la virtualidad o de la potenci~dad. Esto. no responde al simple ejercicio de un imaginano que extienda el campo de los posibles, sino tambin
a aquello que Winnicott describe como espacio intermedio
espacio creador del campo lgico de lo transicional. En esu;
punto, negatividad y terceridad se unen porque lo transicionallogra sobrepasar las dicotomas del s y el no, de lo real y
lo imaginario, de lo existente y lo no-existente.
Vmculado con el sentido anterior, podra decirse que la
defensa operada por lo negativo no se limita a impedir la
satisfaccin directa de la pulsin: tambin le proporciona un
seuelo de igual modo, por as decir, que la racionalizacin
acta entre razn e irracionalidad, en el orden intelectual.
Todo esto para demostrar la forma en que el campo de la
pulsionalidad, anclado en el orden natural, se despliega a
gran distancia de sus races - a las cuales no obstante contina apegado-- creando un espacio que le es propio, gracias al trabajo de lo negativo. Este ltimo no es slo obra del
yo, sino que aade a sus investiduras los efectos de las infiltraciones pulsionales que lo invistieron.
Estas caractersticas se perciben mejor todava con referencia a lo 'CUltural.
251
quien en tal sentido cita el 'AvVKTJ y A(yyoc,. La pareja invocada por l tiene connotaciones de acento ms grandioso
que recuerdan los aforismos presocrticos. En cuanto a razn y necesidad, quin no estara de acuerdo en ubicarlas
en posicin tutelar? Pero la pareja naturaleza y cultura tiene una funcin distinta: marca por sobre todo aquello por lo
cual ha de pasarse para alcanzar lo que es constitutivo del
hombre. Razn y necesidad, s, pero ocurre que Montaigne,
freudiano sin saberlo, prefera decir placer y necesidad,
mientras que Demcrito, anticipadamente darwiniano, se
refera a azar y necesidad, que es la forma utilizada por Monod. Como puede verse, naturaleza y cultura son trminos
ms neutros y de ellos surgen los dems. Obligan a tomar
en consideracin la relatividad del hombre en el seno de lo
viviente y la especificidad que lo marca, dndole pleno sentido a su designacin como humano. En cuanto al resto, todo
depender de lo que pongamos en esta interseccin. El hombre no podra escapar de la necesidad, pero quin, sin temor a equivocarse, nombrara aquello que conviene ponerle
enfrente: azar, razn, placer, contingencia, libertad, arbitrariedad, virtualidad? Tal vez, nada de todo esto sea imperativo. La nica salida que me es posible entrever va por el lado
de ese lujo que es la locura: la nica en desplegar sus propias coacciones, dignas de serie contrapuestas en forma absolutamente contraria a aquellas que le hacen sentir el peso
de su precariedad.
Muchas de las desdichas del pensamiento psicoanaltico
contemporneo derivan sin duda del hecho de que las nuevas formulaciones, ideolgicamente ms marcadas, producen como contrapartida la excrecencia --en algunos casos
monstruosa- de lo que ellas mismas reprimieron. Es por
eso que tanto el k.leinismo como la ego psychology_ no pudieron sino dar nacimiento allacanismo, que es eltepresentante ms calificado de esa polaridad de lo cultural tantas
veces mantenida a distancia.
Cmo se traduce en psicoanlisis esta referencia a lo
cultural? A travs de la posicin dominante concedida a determinados conceptos que me parecen articularse en s u
totalidad en torno de la prerrogativa a favor del padre en la
obra de Freud, y que Lacan retrabaja hasta transformarlos '
en profundidad. Es as como el lugar central que ocupa en-la
historia de la civilizacin el asesinato del padre primitivo,
252
253
\
1
254
255
que les brinden los del conjunto de que forma parte; eso les
da un valor y una consideracin que les asegura supervivencia ms all de la inexistencia que les adjudicamos.
La sacralizacin de la palabra toma la posta con la mayor naturalidad cuando lo sagrado ya no se dirige a las cosas, para apuntar a una realidad expresada por el trabajo
de lo negativo en su ms alto grado de perfeccionamiento.
Es fcil imaginar la manera en que la omnipotencia
puede llegar a habitar ese poder conferido a la ausencia, a la
no-realizacin del deseo, a la preferencia de la palabra y no
de la cosa, a la renegacin de todas las sanciones de lo real.
Por eso, la nica garanta para volver fecundos sus efectos
est en mantener el vnculo entre el polo cultural y el polo
natural. Como Freud nunca dej de hacer.
256
257
258
259
dar nacimiento a una tercera forma de cHwmlidnd dili.!rcnte de ellas. De todas maneras, subrayar esa mczcln que la
constituye no quiere decir que el psiquismo sea la combinacin de los efectos de una y otra. Su especificidad hace que
no se la pueda reducir a ninguna de las dos, as ~mo tampoco es resultado de la simple mezcla de ambas. Sm em_bargo, no debera concluirse de lo anterior q_ue la causahdad
psquica nazca ex nihilo o tenga una esencta tra~cendente a
una y otra. Diramos ms bien que, aun r econOClen?o su d':
pendencia de la naturaleza y la cultura, la_causalidad pstquica es una creacin original de datos surg.dos de estas dos
polaridades. Desde luego, habra mucho por hacer hasta estar en condiciones de ofrecer un cuadro claro y completo sobre ella. Dentro de los mltiples enfoques que intentan delimitar qu es el psiquismo, debe brind~e ~ lugar prepo~
derante a aquellos que renen una practica y una teona
fundadas en un conocimiento largo, detallado Y que haya
pasado la prueba de la variacin de circunstancias, qu~ est
anudado en funcin de la fuerza del lazo de amor Y odio durante una franja de vida, que sea compartido dentro de un
encuadre analtico en busca de la proximidad ms estrecha
posible y respetuoso de aquel que se somete a _una ex~~en
cia de tan alta exigencia. Por el lado del pstcoanhsts, la
acumulacin de conocimientos nacidos de la experiencia, al
igual que su teorizacin, desde Freud has~ nues~os das,
es la piedra sobre la cual edificar nuestras h1ptes1s Y nuestras construcciones. Pero como ya dijimos, la progresin terica a travs del tiempo, acompaada por la proliferaci?n de
corpus conceptuales ms o menos alejad~ de la obr~ maugural de Freud, como tambin la disparidad ~e lo.s tipos de
pacientes en que se basaron esas mismas teonzac10nes, ~os
ponen hoy ante un conjunto heterogneo donde un ~bamco
de opciones diferentes se divide los favores de los psicoanalistas contemporneos. Por consiguiente, en nuestros das
falta unanimidad para defender una teora capaz de agrupar al conjunto del saber psicoanaltico. De ah que todo
intento de proponer una concepcin unificadora resultar
imperfecto y discutible. Sin embargo, si adoptamos la ~e~
pectiva limitada de buscar lo que constituye l~ especi~~I
dad de la concepcin del psiquismo segn el psicoanlisiS,
tal vez podamos arriesgamos a hacer algunas propuestas
mnimas.
__
260
Es indudable que el lazo que une a todos los psicoanalistas, cualquiera sea la tendencia en que se inscriban, est
dado por la existencia de una organizacin psquica que seguir llamndose inconsciente pese a todas las limitaciones
que Freud le impuso al concepto a partir de 1923. El hecho
es que son varias las cosas que queremos significar cuando
hablamos de inconsciente. La primera es la existencia de
una actividad psquica que escapa a la a prehensin del sujeto. Esa perogrullada consistente en repetir que se trata de
una actividad psquica es necesaria para oponer el inconsciente de los psicoanalistas a la no-conciencia de los mecanismos biolgicos o al inconsciente puramente formal que
propugnan los lingistas o los antroplogos. Pese a no ser de
tipo biolgico, este ltimo inconsciente est organizado sin
embargo de manera muy distinta al de los psicoanalistas,
dado que en lo concerniente a este ltimo la idea central es
que en l obra la represin. Y esto aunque junto al inconsciente reprimido exista un inconsciente que no se confunde
con lo reprimido y que puede afectar la operatoria misma de
la represin (el yo inconsciente de sus propias defensas).
Pero lo que saca a la luz el examen del concepto de represin
es que esta no tiene lugar en las concepciones biolgicas o
formalistas del inconsciente, como tampoco en los sistemas
filosficos ms diversos. Ponerla en relacin con los representantes de la actividad pulsional, como fuerza y como sentido, tampoco tendra cabida en las categoras de la ciencia o
la filosofia contemporneas, cuyo contenido supuestamente viene a remediar fallas imputables a la conciencia que ya
fueron descubiertas (ocultando, desde luego, el rol que el
psicoanlisis pudo haber jugado en ese cuestionamiento).
Fuerza y sentido, entonces, cuya conjuncin significa un
poder de subversin expresado en diversas modalidades y
que demandar la creacin de modelos de funcionamiento
distintos al modelo de la represin y a los cuales quedan
ligados (escisin, renegacin, forclusin, etc.). Su necesidad
responde al carcter tan relativamente eficaz de la represin, que se podr medir al analizar el papel de la nocin de
defensa, poco teorizada pero siempre tenida en cuenta por
las reflexiones que orientan el pensamiento del psicoanalista que constata cada vez ms de qu manera se aleja el
inconsciente del pensamiento del sentido comn, que acenta el divorcio de la comunicacin con los no-analistas.
261
La existencia del inconsciente psicoanaltico trae aparejadas diversas consecuencias. Su naturaleza psquica sugiere que lo que la conciencia juzg inaceptable deriva a la vez
de lo que para la organizacin psquica est prohibido o es
peligroso. Podemos concluir que la represin es parte integrante de una perspectiva que implica intencionalidad. En
un aspecto, obedece al deseo de acallar y alejar de la conciencia algo que se considera peligroso o prohibido; en otro,
el progreso de la experiencia psicoanaltica nos permiti
considerar a la represin como el prototipo de otras formas
de defensa capaces de asegurar de distinta manera funciones comparables (trabajo de lo negativo). En realidad, la represin no habra tenido ninguna probabilidad de ser descubierta si no diera por supuesto su fracaso total o parcial,
lo cual justifica la idea de retorno de lo reprimido como fuente de conocimien to posible del inconsciente. La defensa nos
permite darnos cuenta de la divisin que afecta a la actividad psquica y, ms an, del carcter conflictivo que tironea
al yo entre sus funcionamientos conscientes e inconscientes.
Ahora bien, si hay conflicto es porque el inconsciente no
slo est hecho de pensamientos distintos de los que se producen en el escenario de la conciencia, sino de anhelos, deseos, mociones pulsionales, subyacentes y dinamizados por
fuerzas internas que se ponen en movimiento para obtener
satisfaccin y que con tal motivo deben conocer alguna forma de realizacin efectiva. Eso_)lS lo que justifica la denominacin de pulsin. La pulsin nos empuja en el sentido
en que el trmino implica induccin a actuar. Por ende, la
represin debe oponerle a la potencia expresiva pulsional,
tanto como a su exigencia de realizacin, una contrafuerza
adversa. La represin no es asimilable, pues, a una simple
actividad de negacin, sino que necesita ser considerada
desde el ngulo de la contrainvestidura de la fuerza y de la
investidura del sentido.
Debe reexaminarse la naturaleza de esas mociones a
reprimir o a suprimir? Cobran sentido slo en funcin de la
prematuracin en la organizacin psquica humana. Por
eso ya hablamos en estas mismas pginas de la necesidad
de amor presente en los albores de la vida. Esa misma necesidad de amor a la que nunca ser posible responder en for- . .
ma perfectamente adecuada, esa misma necesidad de ainor
siempre a la espera de una satisfaccin absoluta y definitiva
262
263
1990.
264
265
Apertura a la clnica
Habr podido notarse, o al menos as esper o, el foso
que separa a la causalidad natural de la causalidad psquica. Y si bien la causalidad cultural parece menos distante en
cuanto a iluminar el psiquismo, serian innegables las importantes diferencias que todava siguen dividiendo a los
psicoanalistas y a los antroplogos ms sensibles a las tesis
psicoanalticas. Porque, si hemos ubicado a la naturaleza y
la cultu@ en las fronteras de la causalidad psquica, no por
ello consideramos equivalente y simtrico el peso de sus
respectivas determinaciones. Y si bien estas restricciones
todava son dificiles de evaluar, de todas maneras debemos
hacer notar que la medicin proveniente del orden cultural, portadora de los valores ya citados -sujeto, intencionalidad, sentido- permite adivinar con mayor facilidad los
efectos de su intervencin, mientras que, en lo relativo a la
causalidad natural, pocos elementos -ms all de las aseveraciones de algunos neurobilogos- permiten captar en
forma convincente su accionar preciso. Para nosotros era
importante abrir el juego de preguntas y dejar constancia
de las respuestas, de unos y otros, a problemas que nos son
comunes, todo ello sin olvidarnos de situar las especificidades correspondientes. Ahora bien, sabemos qu es la causalidad psquica luego de un interrogante de tal magnitud?
Nada es menos seguro, pero no obstante convengamos en
que la interrogacin a su respecto se modific. Es de esperar
que seamos ms conscientes de los parmetros a considerar,
y tambin ms conscientes de las importantes lagunas que
nos resta colmar. Si el lector se convenci de lo que el psiquismo no es ni podra ser como las disciplinas ajenas a l
tratan de presentrselo para adecuarlo ms a sus posibilidades de anexarlo, habremos alcanzado parcialmente nues- ,
tro objetivo. La contribucin del psicoanlisis al escla~i
miento de los problemas planteados por el psiquismo es hoy
266
267
268
nmeno de la locura -con su espectro agitado por la histeria- no poda quedar circunscripto a los lmites del asilo. Ya no se trataba de locos encerrados y de cuerdos en
libertad. Basta con pensar por un instante en el itinerario
de M. Foucault: Historia de la locura, Nacimiento de la clnica, Las palabras y las cosas, Arquelog:L del saber, Vtgilar
y castigar, Historia de la sexualidad, para damos cuenta de
que se trata de una obra programtica. Que quien para muchos fue el filsofo ms destacado de su poca haya elegido
esos temas -al margen de las razones personales que puedan haber guiado su decisin- me parece un indicio de la
entrada en epistemologa de la mirada clnica como forma fundamenta] de anlisis, con la locura como objeto de
aplicacin privilegiado, hasta desembocar en el caso de
segregacin ms generalizado, cuyas relaciones se buscarn en el terreno de pr cticas discursivas donde anudan sus
efectos sexualidad, r epresin e inconsciente. Y sin embargo,
pese a la discrecin de sus declaraciones, la obra de Foucault r evelar la hostilidad de su autor con respecto al psicoanlisis. El tambin fue de aquellos que se empearon en
promover un pensamiento sin inconsciente ni resto. Aun
reconociendo la ver<lad de los problemas planteados por el
psicoanlisis, era indispensable encontrarles otras respuestas a cualquier precio.
En resumen, hubo mutacin de la clnica, promovida al
rango de concepto, defensa contra la locura en todos, y por
ltimo una oscura conciencia de que la atencin no es slo
para los enfermos. Cada cual se atiende como puede a travs de lo que hace. As analicemos sentados detrs de un divn, prescribamos antdotos, nos dediquemos al estudio de
Digenes Laercio o al de los bosones y quarks, se trata siempre del mismo combate teraputico, ignorado. El psicoanlisis h aba operado la gran mutacin mucho tiempo antes. A
partir del concepto de inconsciente, la frontera entre normal y patolgico se iba haciendo cada vez ms difusa. Clnica quiere decir en la cabecera del enfermo. En el terreno que nos interesa, clnica significa en el divn del psicoanalizante. Transcurrida la hora, se abandona el divn, se
vuelve al mundo y el criterio de enfermedad deja de ser pertinente.
269
270
271
272
273
Freud procedi a la inversa. En primer lugar, decidi interrogar las relaciones de la actividad psquica con aquello de
lo cual depende, es decir, el objeto o el otro, cuya relacin se
ubica bajo el signo de la necesidad y del placer. La posicin
capital ocupada por el placer hizo pasar a segundo plano esa
demarcacin con respecto a la filosofia tradicional. En efecto, Freud interroga ante todo la relacin con el otro, previamente a la relacin con el mundo o con el pensamiento. Esto
da cuenta del ms formidable golpe de fuerza del pensamiento psicoanaltico, que consisti en postular la anterioridad del juicio de atribucin por sobre eljuicio de existencia.
Est claro que una reversin de tal naturaleza era posible
slo por la posicin inicial del otro instaurado en ese lugar
bueno o malo, antes de decidirse si es existente o inexistente. En cuanto a las consecuencias que pueden extraerse del
a priori del juicio de existencia, que en definitiva puede extenderse hasta la interrogacin sobre la supervivencia del
sujeto, Freud, bien consciente de esto, delega las tareas de
supervivencia en el objeto y en el otro que todava no existe
como tal. Esto no significa considerarlo inexistente en ese
tiempo porque lo as transmitido por l es la propiedad ms
valiosa del humano, sin la cual no podra establecerse el juicio de atribucin: la investidura, soporte de toda actividad
psquica fundada en el ejercicio de las pulsiones, concepto
radical previo a toda teorizacin de lo psquico.
De la representacin: especificidad de la
concepcin psicoanaltica
Hemos venido esforzndonos por bosquejar el cuadro
ms elocuente posible de esta realidad psquica sin la cual
ninguna teora de la realidad supera las aporas del mundo
soado u objetivado ocultando esa doblez que esta se impone Sin duda ni grado en la certeza. Con el concepto de realidad psquica se est expresando el podero del inconsciente, al mismo tiempo que se reubica en su propio universo el
fundamento de la subjetividad. Digo el fundamento, no la ,
totalidad del campo. Ese suelo es la base donde se edifictu:.
la subjetividad para lanzarse a otras conquistas sin por ello
274
275
el fin de penetrar justamente ah donde se detenia la mirada del psicoanalista de ayer: ante el umbral de ciertos misterios.
Por mi parte, destacar dos terrenos favorecidos por el
progreso de los conocimientos psicoanalticos. El primero
corresponde a la denominada patologa psicosomtica. Esta
vez ya no se trata del terreno limitado de la conversin donde, por va de fantasmas inconscientes, pueden encontrarse
las estructuras de un cuerpo imaginario que libra su secreto
a travs de la interpretacin, sino de un tipo de organizacin mental de gran singularidad que fue descripta por la
Escuela psicosomtica de Pars conducida por Pierre Marty.
Aun siendo controvertida y criticada, dicha teora logr
constituir una base de reflexin hoy insoslayable donde en
el funcionamiento psquico a parecen singularidades muy
diferentes de las estructuras con que por lo comn trabaja el
psicoanalista. Entre el psiquismo y el soma se han venido a
insertar entidades nuevas como lo son las nel.Jl'()sis del comportamiento, y a desplegarse desrdenes desconocidos de la
vida psquica (vida operatoria, depresin esencial, desorganizacin progresiva) que merecen la reflexin de todo aquel
que quiera entender las relaciones entre la organizacin somtica y lo que Marty denomina mentalizacin. De todas
maneras, sealemos que, para el a utor, el fondo mismo de
esta ltima estaba constituido por la actividad representativa.
El otro gran terreno de extensin del psicoanlisis es el
de la psicosis. Es sabido que las exploraciones de Freud en
esa direccin fueron escasas, pese a algunos textos fundamentales que hoy han dejado de satisfacer plenamente
nuestra curiosidad. Examinar los trabajos de los psicoanalistas por el lado de la psicosis obliga a admitir algunas reservas. Nadie pretendera confundir pacientes que han sido
objeto de trabajos psicoanalticos en ese campo con psicticos graves para quienes, por desgracia, hasta ahora no existe otro recurso que la artillera pesada de la psiquiatra. Y
eso, aun considerando ciertos trabajos de Harold Searles
sobre experiencias tera puticas extraordinarias en pacientes h ospitalizados en instituciones y con perfil muy similar a los pacientes internados en hospitales psiquitricos. ,
Sin embargo, pese a admitir diferencias entre la mayor p~
te de los que recibieron tratamiento analtico y los asilados,
276
277
el sueo, lo cual no podra dejar intacto al conjunto de la estructura psquica. De ese modo se hace patente el paralelismo entre los desbordamientos del espacio onrico y el observado en estructuras no neurticas y que exigen acondicionamientos apropiados del encuadre. Tampoco en estos
ltimos casos est dicho que sea imposible algn tipo de trabajo analtico, por ms que hiciera falta renunciar a la pureza de la cura clsica. En aquellos casos donde el anlisis
puede realizarse sin variar el encuadre, la tcnica de la interpretacin introduce modos de pensamiento que dan espacio al destino de las pulsiones destructivas, las cuales
estn lejos de limitarse a las expresiones ordinarias de la
agresividad.
Interpretar no es solamente dar un sentido, tambin
puede implicar contraponerse a la amenaza que pesa sobre
el acto de significar y sobre el pensamiento que lo sustenta.
Sin embargo, me parece que nos hemos acercado al corazn de la experiencia psicoanaltica. La re(erencia al sueo
nos remite a la estructura del inconsciente. As como Freud
sostuvo que el inconsciente est constituido nicamente por
representaciones de cosa o de objeto, por las primeras investiduras, que en cierto modo son las nicas verdaderas, de
igual forma puede decirse que, de entre todas las formaciones del inconsciente, el sueo tendra el privilegio de asegurarnos un mejor contacto con este. Ya en pginas anteriores
abordamos el tema, planteado por Lacan, de las relaciones
entre el inconsciente y el lenguaje; este punto an exige
grandes elaboraciones, aunque es improbable que lleguen a
confirmar la hiptesis lacaniana, por interesante que sea.
Pasando ahora a la cuestin de la cura, no nos costar mucho reconocer que si, en forma anloga, buscamos descubrir
cul es su corazn usando el filtro de la experiencia transferencia!, sera tentador hacerle jugar ese rol al fantasma inconsciente. El universo comn a sueos y fantasmas es el de
la representacin. Sin embargo, de Bion en adelante entendimos la necesidad de superar el plano de los fantasmas
-as sean los ms arcaicos- para tomar la plena medida
de los pensamientos (pensamientos y aparato de pensar los
pensamientos). Ya antes que este autor, Freud haba sostenido que la funcin del lenguaje era hacer perceptibles los ...
procesos de pensamiento. Y es as como entramos de fumo
en el plano de las representaciones de palabra. 'Ibdo nos in-
278
279
280
Una vez arribados al campo de la conciencia, vemos encontrarse en l otras dos formas de representacin: la representacin de cosa o de objeto consciente, asociada a las representaciones de palabra que le corresponden. Sin embargo, y
tal como ya dijimos, en ese nivel existe un orden propio de
las representaciones de palabra, segn nos lo indica cualquier reflexin sobre el lenguaje. Finalmente, en sus relaciones con lo real, los principales referentes a examinar son
la percepcin y la accin.
Aparece entonces claramente ante nosotros que, dados
sus dos aspectos consciente e inconsciente, la representacin de cosa juega un rol privilegiado entre pulsin y lengua. El afecto por el lado de la pulsin, y el pensamiento por
el lado del lenguaje, acrecientan las relaciones entre los
componentes e intensifican las capacidades elaborativas de
estos.
Proponemos englobar desde el ngulo de la actividad
representativa algunos elemen tos de esta descripcin en
principio no clsicamente incluidos. As ocurre con el afecto
consciente e inconsciente que sugerimos llamar representante-afecto (de la pulsin). El afecto sera ese resto pulsional que en sentid estricto la representacin no podra reducir. Igualmente estamos encaminados a hacer que tanto la
percepcin como la accin ingresen en el mismo marco representativo con la denominacin de representantes de la
realidad. La representacin de la realidad es un sistema
complejo que hasta el momento no fue suficientemente estudiado por los psicoanalistas. Parece ser clara la necesidad
de agregar a nuestras observaciones precedentes el rol del
juicio y la parte del lenguaje que interviene en el proceso.
Segn puede apreciarse, cabe proponer un esquema
coherente que permita considerar a la representacin como un proceso caracterstico del psiquismo, que a su vez da
cuenta de las variadas formas en que este se presenta y se
inscribe en estructuras diferenciadas. El aspecto esencial
que le confiere su valor conceptual es la innegable mediacin que implica su intervencin.
Ahora bien, cmo dar cuenta de tales variaciones? Ese
trabajo de elaboracin sera imposible si antes no supusiramos la existencia de zonas fronterizas, verdaderos espacios de elaboracin que separan territorios donde el trabajo
281
Si ahora retornamos a la actividad psquica inconsciente, el lugar que asignamos al trabajo de la representacin
nos obliga a considerar las regulaciones de las cuales ha de
ser objeto en sus despliegues fantasmticos. Dejaremos de
lado la intervencin de factores llegados de la realidad, y
que Freud llamaba prueba de realidad, para atender slo
a la regulacin de las producciones de lo imaginario. Aqu
parece ser necesario invocar la existencia de cierto nmero
de representaciones clave que Freud denominaba fantasmas originarios para dar cuenta de la forma en que se distribua en el inconsciente la proliferacin lujuriosa de fantasmas. Tal vez convenga ms hablar de una categorizacin
localizada ms bien en el preconsciente. Desde luego, hoy en ,
da ya no podemos seguir alinendonos detrs de esa terizacin brindada por Freud, quien en esos fantasmas origi-
282
283
pansin de las estructuras significantes. Pero por qu ubicar a la pulsin en posicin referencial? Por qu no admitir
que el desarrollo podra haber impreso esas transformaciones en el estado primero, o hipotticamente tenido por
tal? Eso es lo que, en mayor o menor medida, implican todas
las concepciones modernas basadas en el desarrollo. Estas
ltimas tienen por corolario el hecho de concluir, a posteriori, en la inutilidad de hacer referencia a la pulsin: porque el concepto terico es indemostrable, porque es oscuro, porque otras concepciones no tan especulativas pueden
reemplazarlo con mayor utilidad, porque as se termina de
una vez por todas con el biologismo freudiano, etc. Las soluciones ms realistas, formuladas a su vez en trminos de
una tecnociencia no demasiado exigente en cuanto a lo que
ella misma se da por finalidad suplir, hablarn de esquemas de accin (D. Widlocher) o de asociacin de actos de
pensamiento, vocabulario que obedece al deseo de adecuarse a determinada forma de expresin, pero que en mi opinin no aporta nada nuevo sobre lo que se 'quiere reemplazar, y en cambio aplana lo que el concepto de pulsin conservaba en tanto hiptesis heurstica. Qu significan actos
potenciales en espera de circunstancias favorables para. . .
pasar al acto? Ignoro por qu sera ms fecundo pensar en
un acto potencial que en un deseo que primero aspirara a
su realizacin intrapsquica antes de recurrir a una accin
especfica, y que previamente debiera ser interpretado
desde la perspectiva de una medida de exigencia de trabajo
impuesta a lo psquico como consecuencia de su vnculo con
lo corporal. De hecho, cada vez que se intenta superar este
modelo de la pulsin freudiana, slo se lo consigue volviendo
a un pensamiento que se aleja de esta, no para adaptarse al
saber presente sino para respaldarse en la teora del reflejo,
que data de hace ms de un siglo.
Pasemos ahora a nuestra modernidad. Conocemos la
forma en que las teorizaciones centradas en el objeto contribuyeron a devaluar la teora de las pulsiones. Por nuestra
parte, propusimos darle a la dupla pulsin-objeto un carcter nuclear. Limitmonos a algunas indicaciones sumarias.
Para m, poner el objeto en el nivel de un referente conceptual no significa en absoluto renunciar a una teorizacin del
n~cisismo ~rimario que no he dejado de suscribir. Per~e- . .
gwr reconOCiendo el valor del narcisismo primario no signi-
284
285
1
es recordar que la concepcin psicoanaltica de representacin no podra quedar encerrada entre los lmites de una actividad ideica pura. En otros trminos: es preciso arraigarla tanto en la came como en el espritu.
El psicoanlisis es una teora que cumple la exigencia de
conjugar fuerza y sentido, as como su posible disyuncin. A
su vez, mostrarse fiel a la teora de las pulsiones es evocar ese poder de la vida que hace alternar, en la bsqueda de
un equilibrio efmero y siempre cuestionado, creacin y
destruccin. Las avanzadas de la teorizacin contempornea giran sin tesar en torno del problema de la simbolizacin, entendida segn los parmetros de una concepcin del
psiquismo que haga intervenir no slo sus races corporales
y sus desarrollos espirituales, sino adems sus formas individuales y sus expresiones colectivas. A esta forma de concebir la simbolizacin parece indispensable sumarle la dimensin de la investidura, porque si bien es posible sacrificar la
propia vida en defensa de un smbolo, una actitud de esa ndole exige que el smbolo no sea una abstracCin sino la encarnacin de una verdad a la cual prestamos fe. Es probable
que de eso haya querido hablar Freud cuando, al igual que
otros investigadores antes y sin duda despus de l, dijo estar animado por el amor a la verdad.
Conclusin
Llego al final de esta introduccin al psicoanlisis con la
idea de no haber cumplido con el programa anunciado. Y si
bien lamento no haber podido precisar mi posicin acerca de
muchas cuestiones capitales imposibles de silenciar en esta
reevaluacin crtica exigida por el estado actual del psicoanlisis, considero que el recorrido de la exposicin habr
sacado a la luz un eje rector. El eje rector al que me refiero es
la situacin del psiquismo segn la forma en que aparece
en la teora freudiana, como emergente de la doble influencia de sus componentes naturales y culturales. Desde luego,
ese doble determinismo no se hace evidente dentro del conjunto de los escritos psicoanalticos, situados desde un pri- ,
mer momento en el propio corazn del psiquismo. Pero a~
que examinemos la discusin del psicoanlisis por parte de
286
otras disciplinas, desde las neurociencias hasta la antropologa, seguimos necesitando una reflexin que responda con
total pertinencia tanto al rechazo de que somos objeto por
parte de nuestros vecinos como tambin, y contrariamente
-lo cual a veces es lo mismo-, a las tentativas de anexin
que estos emprenden. En este libreto, no debemos conformamos con el papel de vctimas, ni tampoco replegarnos en
los inaccesibles misterios que nuestra prctica parece tener
para los dems. En cambio, debemos seguir interrogndonos para saber cmo situarnos con relacin a las cuestiones
que se nos plantean y preguntarnos si nuestra teora est
capacitada para hacerles frente. Precisar la axiologa de
nuestra reflexin debera cuestionar, en cambio, a quienes
en determinados momentos nos dan la impresin de acechar el momento en que nos h ayamos vuelto intiles.
Es inevitable que nos remitamos a las contradicciones
internas del psicoanlisis actual, tironeado entre sus diversas fracciones. Por lo tanto, tambin debemos interrogarnos
acerca de las diversas interpretaciones a que dio lugar la
evolucin de la prctica y del pensamiento psicoanalticos.
Justamente por haber sentido que las formulaciones ms
recientes no SUP.eraban a las antiguas, me entregu a una
tarea para muchos ingrata y rida dado el esfuerzo de abstraccin que exige: examinar, y en la medida de lo posible,
reescribir las bases conceptuales del psicoanlisis.
Espero que el ttulo Introduccin al psicoanlisis haya
resultado, para el lector, no tan provocador como justificado.
Introduccin a, y no Esquema del psicoanlisis. No se trata
de un resumen de conceptos indispensables sino de un primer procedimiento de puesta al da, que considero indispensable realizar con otros, aun cuando me distinga de los intentos, cuestionamientos y respuestas que ellos ofrecen. Dejo al lector en el umbral, invitndolo, si es que se despert
su curiosidad, a proseguir solo su recorrido a travs de las
obras del psicoanlisis viviente, ese psicoanlisis que se escribe hoy, ese psicoanlisis que anuncia el porvenir de la
causalidad psquica.
287
Referencias
RENTHOM
Los descubrimientos del psicoanlisis ya no permiten conformarse con la metodologa de los cientficos y los filsofos de la ciencia, ni siquiera con los refinamientos metodolgicos que ellos han
producido para poner remedio a su propia insatisfaccin. El psicoanalista se halla en la extraa situacin de estudiar un tema que
esclarece la ms indesarraigable fuente de investigacin no cientfica, es decir, el espritu humano, utilizando ese mismo espritu como s u propio instrumento cientfico y debiendo cumplir esa tarea
sin tener el consuelo de pensar que sus observaciones son hechas
por una mquina inanimada que, aun teniendo la virtud de estar
muerta, debe ser objetiva.
Cogitatwns, Karnac Books, pg. 224 (t raduccin personal).
289
DONALD
W. WINNICO'IT
'
1 Nombre
290
291
W ILLIAM SHAKESPEARE
La palabra es mitad de quien h abla y mitad de quien la escucha. Este ltimo debe prepararse a recibirla segn el giro que ella
tome. Como e ntre quienes j uegan al frontn, aquel que sostien e su
accin y se apresta segn cmo vea moverse a quien le lanza el gol
pe y segn la forma del golpe.
Essais, ITI, cap. XIII, De l'exprience,., Arla, pg. 831.
Yo que me jacto de abrazar tan curiosamente las comodidades
de la vida, y tan particularmente, no veo en ellas cuando las miro
as finamente, otra cosa que viento. Pero en fin, somos viento en
todas partes. Y el viento, an ms sabiamente que nosotros, gusta
de zumbar, de agitarse y se contenta en sus propios oficios, sin desear la estabilidad, la solidez, cualidades estas que no son suyas.
/ bid., pg. 845.
Los placeres puros de la imaginacin, as como los displaceres,,
dicen algunos, son los ms grandes [. ..] P ero yo [que soy] de CQI\dicin mixta, grosero, no puedo morder tan a fondo ese solo obje to
292
298
/
extrae del goce de una joven y bella esposa es el placer de las conciencias de realizar una accin segn el orden, tal como nos calzamos nuestras botas para dar una til cabalgata. No tuvieran sus
seguidores derecho, nervios ni jugo en la desfloracin de sus mujeres como los tiene su leccin!
/bid., pg. 850.
Entre nosotros son cosas que siempre he visto con singular
acuerdo; las opiniones supercelestiales y las costumbres subterrneas.
Ibid., pg. 851.
HIPcRATES
Unico es entonces el principio motor primero: el objeto deseable. En efecto, si dos principios, el intelecto y el deseo, estuvieran
en el origen del movimiento, slo en virtud de un carcter comn
serian motores. Pero en verdad, as se lo constata, el intelecto no
mueve sin deseo (pues la volicin es una especie de deseo y cuando nos movemos segn el razonamiento, nos movemos tambin
por volicin). En cambio, el deseo puede moverse contra el razonamiento, pues el apetito es una especie de deseo [...) As pues, tal
potencia del alma es principio del movimiento: aquella que lleva el
nombre de deseo; la cosa es clara [. . .) Pero lo sabemos: los deseos nacen chocando unos contra otros y eso se produce cuando
razn y apetito militan en sentido contrario: es lo propio de los seres que tienen percepcin del tiempo [.. .) Por lo tanto, el principio motor debe ser especficamente uno: la facultad deseante
como tal.
De l'me, 433 a , trad. E. Barbotin, Belles Lettres, pg. 11'2-
294
'