Risas, Lágrimas y Sedas
Risas, Lágrimas y Sedas
Risas, Lágrimas y Sedas
BARÓ N BIZA
Chile 1923
EN PREPARACIÓ N
“Manón” – (Novela).
1
Nota de los Restauradores: con la intención de mantener la configuración original del libro, se consignan los
títulos de las dos obras anteriores de Barón Biza, no editadas en la Argentina. La anunciada “Manón” no llegó a
publicarse, ya que con posterioridad al presente volumen se publicó “Por qué me hice revolucionario”.
PRÓ LOGO
Para ser artista hay que sentir la vida, hay que vivirla en todas sus
múltiples manifestaciones, ponerse a tono con sus multiformes elementos y analizar
justamente sus derivaciones. El artista lo será tanto más cuando sienta con mayor fuerza
y acierte a exteriorizarlo con más belleza.
Hay en la vida claroscuros, medias tintas, esbozos y perfiles, cuya
separación o deslindamiento es tarea reservada al espíritu selecto de los artistas, quienes
han de descubrir sus variantes, sus rasgos, el génesis de su razón de ser, la esencia
misma que lo anima y lo diferencia de lo uniforme.
Como el químico descompone en sus retortas los diferentes cuerpos hasta
llegar a los elementos simples de que están compuestos, así el artista va puliendo,
ahondando, diseccionando psicológicamente todo aquello que ha herido su retina,
penetrando al corazón y condensándose en el cerebro.
Nada debe ser inaccesible al espíritu y al sentimiento del artista. Lo bello
hermanado con lo grosero; lo sublime con lo ridículo. Las risas con las lágrimas, los besos
de una mujer o de la novia buena, con las mentiras de la pérfida o las caricias falsas de la
pecadora.
El análisis del artista ha de penetrar hasta el corazón mismo de esas
manifestaciones humanas y extraer el “motivo”, el “elemento vital” que les dio razón de
ser, que les calificó al darles vida.
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habla, quien ríe y quien blasfema. Todas las heroínas de sus escritos hablan con ÉL… con
Barón.
“RISAS, LÁGRIMAS Y SEDAS” es un libro matizado de incorrecciones
de concepción y de estilo. Pero es hermoso, es bello: ¡Tiene pasión, tiene alma, tiene
corazón!
Unas veces blasfema, reniega de la Fe; otras entona himnos de gloria. Tan
pronto maldice a la mujer que un día le mintió cariño, como después le teje guirnaldas
para embellecer aquellas mentiras. Todo lo hace siguiendo los neuróticos vaivenes de su
carácter.
Las páginas de “RISAS, LÁGRIMAS Y SEDAS” son páginas de amor,
de tristezas, de escepticismos, de rebeldías, de locuras, de carcajadas y, también, en
muchas ocasiones, de lágrimas. Son páginas llenas de humana belleza. Páginas de un
espíritu de golondrina, con alma de artista. En ellas se deja ver el espíritu de una mujer.
Es la muñeca que Barón invoca, que ríe y llora, que besa y engaña, que ama y traiciona…
Es la mujer inconstante y perjura como todas las mujeres…
Raúl Barón, al publicar éste su tercer libro, nos ha dado a conocer, sin
dobleces, en un gesto de natural rebeldía su alma sensible de artista. Nos ha mostrado su
corazón adolorido, lacerado, que ríe y sangra a la vez.
B. DE LA PARRA.
ETERNA ESPERA
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muy gratos recuerdos. Allí volveré. Sólo allí puedo vivir. Es aquello como una
segunda madre para mí.
-Lo celebro. No sabes lo que me alegran tus palabras. Ese triunfo
tuyo me lo hago mío. Te lo confieso con toda la sinceridad. Te habrás casado,
¿verdad?
-No. Tampoco he pensado aún en ello. Si así soy feliz, ¿para qué
buscar otra felicidad que muy bien pudiera destrozarme ésta que ahora siento,
ésta que conozco, ésta que sé que no me engaña?...
-Continúas con tu filosofía.
-Llámalo como quieras. Pero si soy grandemente feliz con ésta mi
vida, ¿para qué anhelar otra felicidad que no está en mí, que por no depender de
mi voluntad, puede traicionarme y hacerme desgraciado?
-Tienes razón. Pero te habrás acordado alguna vez de una mujer
que aquí dejaste y que te quería de verdad. Una mujercita que tantas veces la
encontrastes llorando al regresar a tu casa, en aquellas madrugadas, cuando
desesperado y sin amor a nada, encontrabas en sus brazos el abrazo de una
madrecita buena y, en sus labios, el beso que lleva el consuelo al espíritu y la risa
a los labios…
El semblante de Eduardo adquirió una expresión dura y me
respondió:
-¿Carmen? Sí, la recuerdo. La he recordado mucho. Pero no quiero
saber nada de ella. Hacen ya cinco años que no le escribo. Me cansaban sus
cartas. Siempre me decía en ellas que anhelaba el verme sin un centavo. Que
deseaba que regresara a su lado completamente arruinado. ¡Fíjate qué buenas
intenciones para que yo la quisiera! Hubiera acabado por darme mala suerte y,
como buen jugador, soy supersticioso. No me hables más de ella. Desde que no
le escribo todo me sale bien.
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EL SOL LADRÓ N
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CARTA A UN AMIGO
Querido Alberto:
juveniles nos miman dulcemente... Es, entonces, la risa de los cansados, de los
amargados de tanto esfuerzo, de los que dejando jirones de su piel en las zarzas
del camino y gotas de sangre del corazón en las luchas por el Triunfo, llegan a la
meta, cuando ya la vida camina hacia su ocaso y la juventud se ha trastocado en
hilos plateados en las sienes y en un renunciamiento a todo lo artificial y canalla
del mundo.
He recorrido mucho. Muchísimo. Bien lo sabes tú. Como en el
kaleidoscopio desfilan por ante mi vista todo ese recuerdo del pasado. En mi
cerebro, palpitan aún las emociones que sentí al recorrer por vez primera
Francia, el Brasil, Portugal, Chile...
Cada nombre de estos pueblos significa una cantidad enorme de
esfuerzos, de renunciamientos, de hambre y, también, algunas veces, de
lágrimas. Todo mi bagaje consistía en ilusiones y en un montón considerable de
cuartillas escritas. Y tú, buen amigo, ya comprenderás que con ese equipaje y ese
talonario de cheques, la vida no puede entregársenos como una querida
apasionada y mimosa.
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angustiosa la situación que acudimos a Jacques Lemount. Éste nos recibió como
correspondía a su elevada cultura y a su altruista espíritu de ayudar a los que
empiezan...
Le contamos algunos jirones de nuestra vida nómada. Se
compadeció, nos ayudó materialmente y nos dio las instrucciones para empezar
los trabajos necesarios a objeto de fundar una revista que se titularía “Nuevos
Rumbos”.
Alma y corazón pusimos en la tarea. Ocho números sacamos de la
indicada Revista. Muchos francos le costó al querido maestro la tal publicación.
Para nosotros fue un éxito, nos abrió las puertas de la popularidad por los
cenáculos periodísticos y literarios. Conocí a los grandes escritores, a los
desconocidos pintores y poetas. “Nuevos Rumbos” me llevó a los cabarets de
lujo, en los que mi misión de redactor artístico, me dio motivo y ocasión de
tratar a las estrellas más solicitadas y mejor pagadas...
En el “Moulin Rouge” conocí a una francesita con la que más tarde
tuve íntima amistad. Viví con ella, y con ella gocé amorosamente la vida. Era
culta, sensible, delicada como una figurita de biscuit... La vida empezaba a
sonreírme. Algunos diarios solicitaron mis traducciones; otros me pedían una
colaboración semanal, escrita en castellano. Jaques Lemount me presentó en una
casa editora, la que me daba las traducciones de Ramón Gómez de la Serna, y de
Osorio y Gallardo.
Carlos.
SACRIFICIO DE ENAMORADO
muy duras mis condiciones. Hay recuerdos que no se abandonan para nada.
Pero, ¿qué quiere? Yo soy así”.
¡Dura confesión de la mujer que Luis tanto quería! Pero se sintió
débil. Se dejó vencer por su magnífica hermosura. Cedió a todo. ¡Le concedió su
tesoro, lo único que salvara del tesoro de su juventud y de sus ideales! Le
entregó aquel manojito de cartas, aquellas cartas que representaban el recuerdo
de otra mujer. De una mujer buena, que había sabido amarle, que por él se había
sacrificado, que le entregó todo lo que una mujer puede darnos: alma, corazón,
cariño... ¡todo!
Estaban allí. Desde aquella primera, con sus largos párrafos
temblorosos de emoción y de cariño, en que juraba amarle eternamente... hasta
la última, breve, doliente, suspirante de pena y amargura. Asomando sus hojas
amarillentas de los rotos sobres, parecía como que le invitaban a repasarlas por
última vez... A dar el adiós de despedida a las viejas amigas del tiempo pasado...
Trató de leer algunas. Fue en vano. Las letras danzaban en confusión horrible.
Los apretados renglones separábanse a veces, agolpándose en otras en una sola
línea negra, en la que sus ojos nada podían ver, pero en la que su espíritu
adivinaba una súplica doliente y un cariñoso reproche...
Con tenacidad implacable perseguía su vista las líneas fugitivas,
con el afán del que pretende de una vez colmar la medida de su dolor y de su
infamia. Porque en aquel cortísimo renglón, en que se confundían todos, había
un largo discurso que le anonadaba y cuyas palabras no comprendía, pero que
en su cerebro resonaba con el lenguaje del alma. ¿Qué vas a hacer? –decía-. ¡Vas
a dar en pago de un amor liviano lo que no te pertenece!... ¡Vas a entregar el
espíritu, el alma de una mujer que te amó mucho!...
Aquellas cartas hablaban. Las lágrimas se transparentaban a
través de los renglones.
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las pavesas, luciendo un instante en el aire como ilusiones engañosas, para caer
convertidas en leve ceniza.
-Ya estarás satisfecha –le dijo- De todo aquel recuerdo que tanto
odiabas... mira ya lo que queda. Ahora podrás amarme sin tener el recelo de que
mi corazón se vuelque hacia el pasado...
Ella, riéndose con coquetería despiadada, contestó:
-¡Qué necios son los hombres! Para convencerme de que me amas
no has tenido mejor idea que acceder a un capricho vano, del que quizás mañana
no hubiera hecho ya memoria, sacrificando toda una historia de amor puro. ¡No
comprendes que es mal sistema, para asegurar la constancia de una mujer, ser
infiel hasta con los muertos! ¿Si yo hubiese cometido la tontería de escribirte
alguna vez, podría estar segura de que respetarías mis cartas?
Estas palabras no sabía cómo calificarlas, penetraron en su espíritu
con la frialdad de un acero. Allí dentro, junto al corazón, había algo que
desgarraban brutalmente aquellas frases despiadadas. Entonces, por extraño
fenómeno de comprensión, vio con claridad indudable que valía más la
nostalgia dulcísima del pasado que la realidad despreciable del presente. La
otra, la pura, la santa, la muerta, no había hablado nunca así. No hubiera
maltratado jamás su corazón, aunque delante de ella hubiera quemado
montañas enteras de papeles de amor...
Y ella seguía hablando. Hablaba mucho. Pero nada comprendía ya
Luis. Sus ojos, fijos en los de ella, se empeñaban en ver detrás de sus negras
pupilas su alma. Sí, su alma estaba allí, detrás de las miradas, asomándose
burlona para verle y reírse locamente de la candidez del loco de amor.
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LA MODISTILLA
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EL DEBUT
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EL ABRAZO
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BESOS DE MUERTE
aún esas pupilas maravillosas, enigmáticas, esos ojos que nos sonrieron al
acercarnos?
No. He dicho mal. Fue a mí, únicamente a mí, a quienes
miraron mal y rieron, quién sabe sino inconscientemente, por costumbre.
La examiné con cierto temor. Hubiese querido no sentir
dentro de su pecho, el rugido de la muerte, aquel seco golpear de la descarnada.
Pero no; al primer momento se notaban cavernas, grandes y profundas cavernas
que nada, ni nadie, cerrarían.
-Doctor –interrogóme ella, arreglando los blondos cabellos
con sus dedos finos, alargados, aristocráticos- séame franco, ¿Curaré?
-¡Bah!... –mentí- Dentro de un mes la echo a Vd. de aquí.
Ella me miró ingenuamente, llena de confianza, sonriendo
ante aquellas palabras en que creía.
-Gracias –murmuró- yo tengo fe en usted.
Desconcertado, temeroso de una traición de mis facciones,
sólo atiné a salir de la sala atropelladamente. Me siguió el practicante, un buen
muchacho, bonachón y alegre.
-Yo creo –me dijo éste- que antes de un mes va al Depósito.
¿Verdad, maestro?
Yo me volví iracundo contra él… Pero no, no tenía derecho
a protestar contra aquella verdad.
¡El Depósito! ¡Qué crueldad tenía para mí en aquella ocasión
esa palabra! ¡El Depósito!... El anfiteatro de la muerte, el palacio de los cadáveres
aún calientes, de los seres que un instante antes sonreían, pensaban, sufrían…
-¡Es lástima! –murmuré por decir algo.
-Es joven, bonita –y, después, a manera de filosofía, agregó:
-La muerte es irrespetuosa. Mujeres bellas como ella, no deberían morir, ni
deberían, tampoco, llegar hasta nosotros por ese camino. ¿Verdad, maestro?
-Verdad –contesté.- No debían… El mundo está mal hecho.
Dios es malo como arquitecto…
-O nosotros como habitantes.
Al llegar a la dirección, llamé un enfermero, y, obedeciendo
a una fuerza superior a mi voluntad, sobrepasando los límites de mis
atribuciones, ordené se habilitase para ella un pequeño cuarto, contiguo a la sala.
Había llegado sola, sin más recomendación que su suave
belleza de enferma, hospitalizándose tranquilamente, simulando estar habituada
a ese ambiente de pobreza. Y digo simulando, porque más tarde tuve la
certidumbre en mi suposición de su rango.
Era demasiado delicada, demasiado muñeca, para
pertenecer hasta a una clase media. Mi curiosidad ¿era el interés que despierta
todo ser ante el laberinto de la noche eterna y fría, o porque adivinaba en ella
una hermanita de dolor o sacerdotisa de Venus, expulsada del templo? Hay
sentimientos y atracciones imposibles de definir…
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AMOR DE APACHE
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PARÁ BOLA
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PAPELES VIEJOS
Raúl:
Amalia.
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Amalia:
El estilo de tu carta es sencillamente maravilloso. Vayan hacia ti,
mis felicitaciones. No te conocía bajo esa forma. Eres sutil, cariñosa, provocativa,
irónica; sí, más que todo, irónica; pero en una forma desconcertante, de una
manera que produce lástima y rabia a la vez. Insultas cuando llamas bueno, y te
quejas cuando te dices feliz.
Si yo te hablase de mis sufrimientos, si yo te dijese que he sufrido
siempre, tú reirías. ¡Bah!... y harías bien. ¡Total!...
Por ello, al escribirte esta carta, no llamaré a mi corazón, sino a mi
cerebro. Es él quien te aconsejará. Ignoro si hago mal contestándote, tú nada me
dices al respecto, pero yo figúrome, y casi en la seguridad de no equivocarme,
que mis cartas siempre han de tener para ti un interés. Ahora bien, que ésta por
ser la última, más que las anteriores.
No son pretensiones. Creo que nos hemos querido mucho, y digo
querido mucho, porque ya hoy no te quiero –perdona mi brutalidad- para que
deje de tener interés para ambos lo que aún nos atañe a cada uno.
Tu carta está llena de acusaciones que te juro, no intentaré
destruir. Son demasiado estúpidas, demasiado imbéciles, para que descienda yo
a analizarlas: “Me dijeron tal cosa”… Está tu criterio de mujer para no creerlas.
Me conoces lo suficiente para saberme malo, nunca cretino.
Te han penetrado demasiado los aires de Cruz del Eje, te has
contaminado con las miasmas de sus habitantes. Es necesario que te alejes, si no
quieres ver romperse, pudrirse en ese ambiente, tu fibra de artista, tu exquisita
sensibilidad de mujer.
Acuérdate de mi consejo: Deja el pueblo. Los pueblos enferman las
almas como la tuya, atrofian el cerebro, matan la sensualidad.
¿Tienes acaso miedo a la ciudad? Ella siempre, en la bestial
indiferencia de sus habitantes, te será más benévola que el pueblo.
Ahora bien, en tu carta, invocas tu vida destruida y me la
reprochas. Haces mal. No es a mí a quien debes reprocharlo. No soy yo quien la
destruí. Es la sociedad, los convencionalismos, los intereses creados. ¡Acusa a
ellos!
Si tomé tu cuerpo, a la vez te entregué el mío. Si tus labios al
besarme, tu voz, tus caricias, produjéronme placer, las mías, esos locos besos con
que cubrí tu cuerpo ¿no te produjeron también placeres?...
¿Por qué, entonces, como una queja, me echas en cara el haberte
entregado a mí? ¿Es realmente sacrificio lo que nos produce sólo placer?
En el amor, el macho no toma, ni la hembra da. Sólo hay un
préstamo mutuo y constante de ambos cuerpos. ¿Por qué, entonces, debe existir
una víctima y ser ésta, precisamente, la mujer?
Aclarada la parte material, queda la moral. ¡Ingenua!... Otro que
no fuese yo, sería capaz de creerte. Amor es sinónimo de deseo. Mientras existe
Raúl.
LA CONFESIÓ N
RAQUEL, LA CIEGA
Una llovizna muy lenta y fina cae de un cielo negro, sin estrellas.
Los transeúntes caminan apurados. El asfalto de la calle semeja un
gran espejo empañado, en cuya luna oscura, proyecta las siluetas de los coches al
resplandor de las luces que irradian en saetas, desde el centro de la gran arteria.
Allí, arrimada en el quicio de una fastuosa mansión señorial,
empapados sus andrajos por la tenaz llovizna y tiritando de frío, está Raquel, la
ciega: una muchacha que recorre las calles implorando la caridad. Cuando
alguien se le acerca, ella, esperando el socorro, entona con voz triste y ronca una
sentida canción.
Ella tiene su público que le aplaude. Es como un personaje de
tragedia que está siempre en carácter. Protagonista de un triste drama en el
teatro de la realidad, y cuyo desenlace tendrá lugar en la sala fría de un hospital
y sobre la mesa de disección de la Morgue. ¡Divina apoteosis de miseria y de
olvido!
Un grupo de hombres entretiénense, oyéndola.
-Muy bien, Raquel, muy bien. Has cantado admirablemente.
Y ella creyendo en la sinceridad de aquellas palabras, continúa
sonriente.
-Che, Raquel –la alude un bestia de los del grupo- andas por ahí
porque te da la gana. Si tú quisieras… Mira, para ti es esto, ¿ves?
-¿Qué cosa? – pregunta ella.
-¿No lo ves?
-Y, usted no sabe que yo soy ciega.
Los del grupo lanzan una carcajada. Están en tren de risa. Había
que divertirse, de cualquier manera.
-Entonces, oye –e hizo sonar una moneda de níquel.
-Usted me engaña…
-Hijita, no seas tonta, para ti es todo esto si me quieres.
La ciega vaciló sobre sus plantas y comenzó a llorar.
-La culpa la tenemos nosotros de darle limosna –agrega otro.- A
una mujer hermosa no se le debe socorrer nunca. Ella puede venderse y nosotros
comprarla.
¡VENCIDO!
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INDICE
Prólogo… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .. 9
Eterna espera… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … . 14
La modistilla… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … ... 30
El debut… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .40
Amor de apache… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .. 52
Parábola… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .... 60
La confesión… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … 67
Vencido!.........................................................................................................71
Los restauradores.