El Fruto Y La Flor - Historia de Una Maga Negra
El Fruto Y La Flor - Historia de Una Maga Negra
El Fruto Y La Flor - Historia de Una Maga Negra
Mabel Collins
EDITORIAL HIPERBREA
LA FLOR Y EL
FRUTO
(HISTORIA DE UNA MAGA NEGRA)
Mabel Collins
Hiperbrea
NDICE
NDICE ................................................................................................ 3
PREFACIO ......................................................................................... 6
INTRODUCCIN .............................................................................. 8
CAPITULO I .................................................................................... 25
CAPITULO II ................................................................................... 37
CAPITULO III ................................................................................. 48
CAPITULO IV.................................................................................. 63
CAPITULO V ................................................................................... 74
CAPITULO VI.................................................................................. 88
CAPITULO VII .............................................................................. 118
CAPITULO VIII ............................................................................ 128
CAPITULO IX................................................................................ 139
CAPITULO X ................................................................................. 150
CAPITULO XI................................................................................ 160
CAPITULO XII .............................................................................. 178
CAPITULO XIII ............................................................................ 190
CAPITULO XIV ............................................................................. 198
CAPITULO XV .............................................................................. 214
CAPITULO XVI ............................................................................. 224
CAPITULO XVII ........................................................................... 241
3
Mabel Collins
PREFACIO
Este libro ha sido titulado Historia de una maga negra,
porque en l se narran las luchas y los errores de una extraa
mujer que, habiendo sido maga negra, se esforz, sin embargo,
grande pero ciegamente, en pertenecer a la Hermandad de la
Magia Blanca, estudiando y practicando el bien en lugar del
mal. Fleta, la herona de esa lucha, quien en su inmediata
encarnacin anterior adquiri por s misma poderes egostas,
se convirti en una maga negra, empleando practicas ocultas
en provecho propio, para fines egostas. La veremos en el primer
captulo esforzndose en atraer hacia ella, por medio de sus
artes, al compaero de muchas de sus pasadas vidas Y lo
hace porque as le atrae a la vez bajo la influencia de Ivn
quien, perteneciendo a la Blanca Hermandad, haba tendido
hacia ella su mano llena de profunda compasin. Su objetivo al
comenzar su gran obra ocultista es salvar a los dems,
especialmente a aquellos a quienes ella injuriara en otros
tiempos. Pero por qu terribles experiencias atraviesa ella y
los que la rodean en sus tentativas! La veremos caer en sus
antiguas prcticas negras y en el uso de sus antiguos poderes,
como veremos a Horacio arrastrado por sus sentidos y sus
pasiones. Fleta olvida que la flor del Loto no puede florecer
sino en el propio espritu; pero, lector, no juzgues a Fleta; no
6
INTRODUCCIN
Conteniendo dos tristes
vidas sobre la tierra y los
dulces ensueos en el
cielo
UNA VIDA
Por encima, las ramas de los rboles entremezcladas
ocultan el azul profundo de los cielos y los abrasadores rayos
del sol. Y las ramas salpicadas de blancas flores asemejan una
bveda de la que pendiesen a manera de nevados copos
teidos suavemente de un delicado rosa. Es una floresta
natural, un privilegiado lugar de la naturaleza, en el que
crecen espontneos frutales. Entre los rboles, desde la
claridad a la sombra, vaga una forma solitaria Una figura
juvenil, una salvaje de la terrible e indmita tribu que habita
en lo ms apartado del espeso bosque Es morena y hermosa.
Sus
cabellos,
de
un
negro
azulado,
se
deslizan
***
Las florecillas del albaricoque han cado y en su lugar ha
nacido el fruto; cayeron las hojas tambin, los rboles estn
desnudos. En lo alto el cielo est gris y turbulento, la tierra
hmeda, blanda, alfombrada con las hojas cadas Ha
cambiado el aspecto de aquel sitio, pero el sitio es el mismo; ha
cambiado el rostro y la forma de la mujer, pero tambin es la
misma. De nuevo est sola en el huerto silvestre, vagando
instintivamente por el sitio donde muriera su primer adorador.
Lo ha encontrado. Qu hay ya de l all? Unos cuantos
huesos an reunidos; un esqueleto. Los ojos de la joven, fijos,
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UNA VIDA
Cantando, sentada sobre las gradas de un viejo palacio,
chapoteando con sus pies en el agua de un ancho canal, una
delicada criatura permanece. Es una muchachita que apenas
est en el umbral de la vida, despertando a las sensaciones.
Una muchacha de spera cabellera dorada e inocentes ojos
azules, en cuyas resplandecientes profundidades aparece la
extraa y viva mirada de una criatura salvaje. Es tan sencilla y
aislada en su felicidad como cualquiera otra creacin animada
de los bosques. La luz del sol la suave brisa tenuemente
impregnada con el sabor de la sal, su pura voz clara y juvenil y
alguna alegre cancin popular son placeres suficientes para
ella.
El tiempo de inconsciente felicidad o desdicha que
anunciaban los sucesos reales de la vida, acababa ya. La gran
ola que ella promoviera creca incesantemente: Cunto
tardara en llegar a la orilla y romper sobre la lejana costa?
Nadie podra saberlo excepto aquellos cuya vista es ms
penetrante que la humana. Nadie podra decirlo; y ella es
inculta, desconocedora. Ms aunque nada sabe, est dentro
del curso de la ola y hasta que su alma despierte ser
impotente para obtenerla.
15
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20
***
Un profundsimo sueo
de reposo, un ms vigoroso
despertar.
24
CAPITULO I
Hay en los bailes de mscaras una atmsfera de aventuras
que atrae a los osados de ambos sexos, a los brillantes e
ingeniosos espiritas, Horacio Estanol reuna las condiciones
precisas para ser el hroe de una de estas brillantes fiestas. Era
un hermoso joven de rostro bellsimo y ojos profundamente
tristes. Su rostro en reposo, no dejaba de resultar en cierto
modo afeminado por su blancura, ms la fra brillantez de su
sonrisa y el especial ligero escepticismo que lata en su
conversacin, le daban un aspecto completamente distinto. No
haba, sin embargo, razn que explicara el escepticismo de
Horacio, harto natural por otra parte para que pudiera
suponrselo adoptado por afectacin o por moda. El origen de
aquella innecesaria frialdad e indiferencia estaba dentro de l
mismo.
Aquella noche recaa sobre l toda la atraccin de los
salones de Madame Estanol. El baile de mascaras se daba para
celebrar su mayora de edad. Nunca Horacio haba resultado
tan joven como cuando estuvo entre sus amigos recibiendo sus
parabienes y admirando sus regalos. Vesta un traje de
trovador, que le sentaba admirablemente, no tan slo por lo
pintoresco de su forma, sino por lo bien caracterizado. Reuna
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Estanol
sonriendo,
despus
de
saludarla
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CAPITULO II
Dos das despus, Horacio se decidi a visitar a la Princesa.
Pens que no poda parecerle prematura dicha visita. A l le
pareca que haban transcurrido dos meses desde que la viera.
Viva la Princesa en una posesin a dos o tres millas de la
ciudad, all en el campo. Nunca le haba agradado su palacio
paterno de la corte, al que solamente acuda cuando fiestas o
ceremonias hacan necesaria en l su presencia. All, en el
campo, sola, con su acompaanta y sus doncellas, era libre
para hacer lo que quera. Sus criadas la teman y miraban su
laboratorio con el mayor respeto. Ninguna de ellas, a no, ser
por evitar algn terrible desastre, hubiera entrado en tal
estancia.
Horacio fue conducido al jardn a presencia de la Princesa.
sta se paseaba en una avenida de rboles cubiertos de flores
suavemente olorosas. Dio la bienvenida a Horacio con ademn
encantador, y la hora que ste pas all bajo el ardiente sol, fue
de una inexplicable influencia. Entregados al delicioso paseo y
apartados de ajenas miradas, la Princesa le permiti que
olvidara que perteneca a un distinto rango. Cuando se cans
de pasear:
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la
piel
coloreada,
38
los
ojos
correctamente
sombreados,
el
pelo
de
apariencia
humana.
Horacio
que no han sido vistos por ms ojos que los mos. Quisierais
verlos, verdad? No lo afirmis, sin embargo, precipitadamente.
Obtener el dominio de tales criados representa un largo y
penoso aprendizaje. Si no les dominis, no podris verme a
menudo. Os odiarn si permanecis mucho tiempo junto a m
y su odio sobrepujar a vuestro poder de resistencia.
La
Princesa
hablaba
ahora
seriamente
Horacio
de
ser
su
esclavo,
de
cederle
su
vida
43
44
***
Un deseo irresistible le arrastraba todos los das por aquel
camino bordeado de setos florecientes hacia la casa del jardn.
Pero tan slo algunas veces tena el valor suficiente para entrar
en ella. Las ms de las veces slo se atreva a detenerse ante la
estrecha puerta rodeada de flores, a travs de la cual miraba
ardientemente. La primera vez, despus de aquella visita en la
que encontrara su secreto escrito ante su vista, descubri a la
Princesa al otro lado de la puerta. Le tendi la mano
dicindole:
Saba que vendrais y os he preparado algo. He
persuadido a mi ta de que nada terrible os suceder aunque
permanezcis algn tiempo en mi laboratorio. Venid, pues.
Lo que la Princesa denominaba su laboratorio, estaba
brillantemente iluminado. La extraa vasija estaba en el centro
de la habitacin, debajo de la luz, exhalando humo y
llamaradas. Llenaba el ambiente un fuerte y penetrante
perfume. Y aquel humo gris azulado que brillaba a la luz como
si fuera de plata se detena en lo alto de la estancia en forma de
nube.
45
hago
dao
volvi
contestar
la
Princesa
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CAPITULO III
En la ciudad, en la capilla de la gran Catedral, diariamente
un monje acostumbraba a dar consejos a quien se los peda.
Horacio acudi a l poco tiempo despus. Haca algunos das
que no vea a la Princesa. Su espritu desorientado vagaba de
una idea en otra. En su pasin, la mujer hermosa le atraa,
pero el horror por la maga le haca retroceder. Acudi, pues, a
la Catedral dispuesto a revelar al monje todas sus penas.
El Padre Amyot se encontraba en la sacrista, pero alguien
deba estar con l porque la puerta estaba cerrada. En tanto
salan, Horacio se arrodill en un pequeo altar. Un momento
haca que estaba en aquella posicin cuando oy un suave
ruido y volviendo la cabeza por ver si ya el superior se
encontraba libre, se encontr con que la Princesa Fleta estaba
a su lado con sus ojos fijos sobre l. Era ella, pues, la que un
momento antes consultaba con el superior. Horacio, mudo de
asombro, apenas pudo hacer otra cosa que contemplarla. La
Princesa le observ an algunos momentos, despus tom otra
direccin y con suaves y rpidos paso abandon la Iglesia.
Horacio qued clavado en el suelo, absorto en un especial
estado de asombro y de ensimismamiento. Aquella mujer no
era, por lo visto, lo que l haba pensado. No se conceba que
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vez
aquella
mujer
extraa
usaba
sus
poderes
49
queris
decir
con
eso?
exclam
Horacio
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CAPITULO IV
El Padre Amyot envi, a la maana siguiente, un recado
rogando a Horacio que viniera. ste acudi inmediatamente
perplejo ante lo inexplicable de aquel aviso. Se dirigi sin
titubear a la Catedral, donde esperaba encontrar al asceta.
Estaba all, en efecto, postrado en la misma actitud que no
poda menos de hacerle recordar la de la mgica figura que
viera en el laboratorio de Fleta. Transcurrieron algunos
instantes y Horacio toc suavemente al solitario para despertar
su atencin. ste se incorpor y, silenciosamente, con la
cabeza inclinada, se dirigi hacia fuera de la Catedral a travs
de los claustros que la unan con el prximo monasterio.
Horacio le sigui.
No tardaron en llegar a una desnuda celda en la que no
haba
sino
un
crucifijo,
una
lmpara
perennemente
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significativamente,
dirigiendo
Horacio
su
penetrante mirada,
Llamadla como queris repuso el joven. Sois mi
Soberana y os juro fidelidad desde este momento.
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70
si
aquellas
palabras
le
hubieran
privado
de
conocimiento.
No respondi tristemente la Princesa, no me amis. Si
verdaderamente me amarais, no calcularais si era virtuosa o
no, o si descenda de un rey o de las estrellas. Os repito,
Horacio, que si fuerais capaz de amarme de verdad, podrais
encontrar conmigo la senda que conduce a la esfera de los
dioses y hasta sentaros entre ellos. Pero no, Horacio, vacilis y
vuestro amor vacila. No os abandonis por completo y esto
significa para vos dolor, pues no podis encontrar placer
perfecto en una cosa que aceptis con desconfianza y devolvis
a medias. Viajaris sin embargo conmigo, y seris mi amigo y
mi compaero. A nadie ms que a vos se le present tal
circunstancia. Cmo me recompensaris? Oh, demasiado lo
s! Ahora idos, pero estad preparado para cuando os avise.
Y diciendo esto se volvi y entr en la casa, dejndole en el
jardn. Durante unos momentos permaneci all, turbado e
indeciso Pero no estaba humillado y molesto en su vanidad,
como lo hubiera estado en cualquier otra ocasin al escuchar
tan altivas palabras. Estaba ms bien consternado y lleno de
horror. Era aquella la mujer que amaba? Era a tal espritu
tirano y soberbio a quien amaba? Aquella extraa mujer que
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73
CAPITULO V
Se dice que las aventuras son dulces para los jvenes. De
ser as Horacio debi encontrar el colmo del placer ante tantas
y tan extraordinarias como se le presentaron. Durante los
varios das que siguieron a su partida apenas transcurri una
hora sin que algn acontecimiento grande ocurriera. No se ha
de decir que estuvo pronto a la hora indicada por Fleta y
preparado para cualquier contingencia posible. Pensando que
tendran que subir a montaas durante el viaje y conociendo la
anti aristocrtica repugnancia de la Princesa por las cosas
superfluas, redujo lo ms que pudo su equipaje.
No le hubiera extraado ver que la Princesa parta con su
traje de amazona por todo equipo. Lo nico que tema era la
sorpresa de su madre cuando le viera partir sin tanta cosa
necesaria. Pero la buena suerte fue otra cosa? hizo que
saliera aquel da. Un amigo de fuera de la ciudad, gravemente
enfermo, la llamaba y se vio precisada a despedirse de Horacio
antes de su marcha. De modo que ste hizo sus preparativos
sin ser molestado por inquisitorias y preguntas.
Hacia el medio da, un muchacho se present en casa de los
Estanol con una nota que dijo habra de entregar a Horacio en
propia mano. ste, adivinando que era de Fleta, sali a
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por
cuatro
caballos
con
sus
correspondientes
extraaba
grandemente
Horacio
aquella
77
palabras.
Para
Horacio,
sin
embargo,
78
que
los
postillones
y
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otros
hombres,
ordinarios
84
habis
de
entregaros
m,
completamente,
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CAPITULO VI
Aquel da la jornada comenz muy temprano y se prolong
bastante. Tan slo dos veces se detuvieron brevemente con
objeto de proporcionar alimento a los caballos. Por la tarde
entraron en la parte ms desierta de aquel bosque de que se
vanagloriaba el pas. El Palacio de caza del Rey estaba all,
pero mucho ms lejos de aquella salvaje regin que
atravesaban. Horacio no haba estado jams en aquellos
lugares a los que muy pocas gentes de la ciudad se
aproximaban excepto las que formaban parte de la comitiva
del Rey. De esta regin salvaje apenas se conoca nada
positivamente y el espritu aventurero de Horacio se llenaba
de regocijo al observar que aquella jornada les obligaba a
cruzar tan despoblada comarca. Su curiosidad por conocer el
objeto del viaje se haba aminorado, ante las distintas
sensaciones por que estaba atravesando, suficientes por s
solas para procurar su atencin. Por otra parte, se daba cuenta
del gran abismo que se haba abierto entre la Princesa y l y
conoca que sta le era superior por todos conceptos. Conoca
tambin que estaba separado de ella no slo por su distinta
posicin ante la sociedad, sino por algo ms, por la distancia
de sus pensamientos, ms determinada an en aquella ocasin.
Se sinti feliz, sin embargo, cuando una mirada de la Princesa
88
***
Era muy entrada la noche cuando termin aquella jornada
y los caballos se hallaban fatigados. Mas era preciso llegar
hasta cierto lugar, y los postillones les hicieron an avanzar.
Fleta pareci manifestar alguna ansiedad, levantndose
frecuentemente para observar por las ventanas del carruaje, y
una o dos veces pregunt a los postillones si estaban seguros
de no haberse extraviado en el camino. Estos respondieron
afirmativamente, con sorpresa de Horacio, para quien
resultaba esto incomprensible despus de haber estado
durante largo tiempo atravesando confusos e intrincados
senderos llenos de hierba, imposibles de distinguir entre s.
Pero los que guiaban tenan sin duda seales que slo ellos
podan distinguir, o conocan perfectamente su camino; al fin
se detuvieron. Entonces vio que estaban ante una puerta
inmediata al camino, una puerta lo suficientemente ancha para
poder entrar en coche por ella, pero de muy sencilla
construccin. Pareca, por su aspecto, colocada para defender
alguna plantacin de rboles o cosa semejante y cerraba un
rstico vallado casi enteramente oculto por espesas matas de
arbustos salvajes. La Princesa Fleta sac un pequeo silbato
que hizo sonar con agudas notas. Despus aguardaron. A
Horacio le pareci que esperaban mucho tiempo, aunque lo
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era
el
de
Fleta.
Indudablemente
Horacio
lo
replic
Horacio
abandonando
la
estancia.
En el recibidor haba una gran puerta doble, de encina
ricamente labrada. Esta puerta, que Horacio viera cerrada
cuando pas a su cuarto, permaneca ahora abierta, y por ella
entr Marco indicndole el camino. Entonces se encontr en
una vasta habitacin, cuyo suelo estaba abrillantado como un
espejo. Dos figuras permanecan en medio de la sala,
adornadas de iguales encajes blancos; eran las dos Fletas que
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cmo
estis
jugando
conmigo!
exclam
quisiera
que
me
amase
dijo
Horacio
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CAPITULO VII
Pas la nube y pas dejando aparecer el rostro de Fleta.
Esta permaneca inclinada sobre Horacio y con su rostro
inmediato al suyo.
Oh amado, amado mo! deca con suavsima y
murmuradora voz. Ha sido un golpe muy fuerte? Dmelo,
Horacio, hblame! Conservas an tus sentidos?
Pero Horacio no contest. Con una mirada de extraeza
contemplaba su rostro. Cuando sali de aquel estado interrog
ansiosamente:
Y amis a ese hombre?
Ah, pobre Horacio; hablis de lo que desconocis! Le
amo, s, le amo con un amor tan profundo que no podis
imaginaros.
Y me decs a m esto? Decs esto al hombre que os ha
consagrado su vida entera? Necesitis volverme loco?
Una vida! exclam Fleta con extrao acento lleno de
tristeza a la vez que de desprecio. Qu es una vida?, nada en
suma. Nuestros grandes propsitos van siempre ms all de
estas consideraciones.
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yo
para
quien
todas
estas
desdichas
resultan
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CAPITULO VIII
En el largo corredor, a travs del cual Fleta condujera a
Horacio al cuarto del Padre Ivn, haba otra puerta cerrada de
una muy extraa manera. Estaba encajada en su sitio mediante
unos travesaos de hierro que extraaran al contemplador,
pues sujetaban por la parte de afuera, dando casi idea de
asegurar la puerta de una prisin ms que de defender a quien
pudiera estar detrs de ellos. En aquella habitacin era donde
Fleta pasaba la noche. Oh, si Horacio hubiera sabido esto,
cunta no hubiera sido su angustia! Qu deseos no hubiera
sentido de arrancar aquellas barras y de libertar a su hermosa
prisionera!
No se vio, empero, bajo la influencia de tan aguda pena ni
era probable que se viera. Un extrao centinela paseaba a lo
largo del corredor con andar montono el mismo Padre
Ivn. Aquel original centinela iba y vena constantemente
ante la puerta.
Sera muy cerca de la media noche cuando el Padre Ivn
penetr en su cuarto.
Horacio, por su parte, hallbase echado sobre la cama,
aunque despierto y dando vueltas sobre sus lujosas ropas en
espera tal vez de un sueo que no llegaba. Haba andado
128
aproximar.
Comenzaba
desanimarse
cuando
131
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ventanas
del
templo.
Repentinamente
se
detuvo,
exclamando:
Acaso todo esto es un sueo?
No, no lo es, no estis dormida replic Ivn sonriendo.
Continuaron caminando. Muy pronto estuvieron sobre la
llanura y avanzaron con gran rapidez hacia el templo. Fleta
era naturalmente atrevida; pero ahora le pareca que hasta la
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conmiseracin!
No
se
ablandaron
aquellos
rostros
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CAPITULO IX
Le pareca que durante largas edades haba estado sola. Su
mente trabajaba como nunca. Haba comprendido su ligereza,
su falta. Un da antes, tal vez no hubiera credo todo aquello ni
hubiera tenido significacin, pero ahora lo comprenda todo.
Comprenda adems cun terrible era su castigo. Estaba
postrada, sin ayuda, con los ojos cerrados, agotada Haba
perdido toda fe, toda esperanza. Estaba castigada.
Una leve presin sobre su mano la despert a la realidad,
aunque en su indiferencia no abri los ojos. Qu le poda
importar lo que sucediera a su lado! Lo nico que haba real
para ella era la lucha de su propio espritu
Mas una voz que le pareca extraamente familiar acarici
sus odos. Aquella voz que oyera en otra ocasin, airada y
rebelde, se deslizaba ahora suave, dulce y llena de un
abrumador asombro y piedad.
Vos aqu? Vos, Princesa Fleta, en este sitio? Oh Dios!
Qu puede haber sucedido? Mas, seguramente no estis
muerta. No! Qu es esto, entonces?
Fleta abri sus ojos lentamente. Quien estaba all era
Horacio, arrodillado, con el sol de la maana sobre su cabeza,
139
Oh
Princesa!,
creo
que
estos
malhadados
141
no
indicaba
ahora
sino
fuerza.
Resultaba
siempre
era
la
Princesa.
Horacio
no
so
vacilantes
pasos.
Descansar!
Descansar!
147
decreto
un
momento
despus
haba
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CAPITULO X
Mucho avanz el da antes de que Fleta saliera de su
habitacin. Pareca haber recobrado su natural modo de ser y
aspecto y, sin embargo, cualquiera hubiera podido observar
que un profundo cambio se haba operado en ella.
No haba salido a las dems habitaciones, ni haba saludado
al resto de los huspedes. Su rostro estaba lleno de resolucin
y pareca sosegada, por lo menos exteriormente.
Sin pasar por las habitaciones del resto de sus compaeros,
ni por el saln de entrada, march por detrs de la casa hacia
donde haba una pequesima puerta, casi oculta en el ngulo
de la pared. Aquella puerta excepcionalmente slida y firme
pareca conducir a los subterrneos de la casa. Fleta dio en ella
un golpe especial con su abanico y la puerta se abri
inmediatamente, apareciendo tras de ella el Padre Amyot.
Me necesitis? pregunt.
S, podrais prestarme un gran servicio llevando un recado
mo.
A dnde?
No lo s; pero vos lo sabris tal vez. Tengo necesidad de
hablar a uno de la Blanca Hermandad.
150
tiempo,
ensimismada
aparentemente
en
hondos
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CAPITULO XI
Era el da de la boda de la Princesa Fleta y la ciudad entera
estaba de gala.
Horacio Estanol vagaba sobreexcitado por las calles en un
estado de trastorno indescriptible. No haba visto a Fleta
desde el da que saliera del oculto monasterio. No confiaba en
s mismo lo bastante para atreverse a verla, porque sabia que
el ser salvaje de dentro se sobrepondra a todas las
consideraciones ante tan crueles ocasiones de provocacin.
Se contena cuanto le era posible. No quera aventurarse a
estar bajo el mismo techo con la mujer a quien amaba tan
extraordinariamente y en la cual haba depositado todo su
cario, mientras ella se entregaba a otro hombre. Ella!
Horacio no se haba dado cuenta de todo lo que representaba
aquel hecho hasta entonces Hasta aquellos momentos en
los que oa repicar las campanas de boda! Hasta ahora, que
Fleta iba a ser entregada de una manera absoluta! Fleta
entregada a otro hombre! Sera posible? Horacio se detena
de cuando en cuando en medio de las concurridas calles
tratando de recordar las palabras que Fleta le dijera en el
bosque, aquel amanecer en que acept su amor Qu le
arrebato Fleta aquel da, a partir del cual haba dejado de ser
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novia
taxi
extraamente
hermosa!
Su
traje
intrigantes
hubiesen
pensado
an
menos
haban
saludado,
sonredo
contestado
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hasta
que
se
hubieron
marchado
los
ahora
sois
mi
mujer
os
lo
prohbo.
maestro
aquel
preceptor?
interrumpi
175
propsito
que
perseguira
si
fuera
la
iniciada
del
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CAPITULO XII
Era una noche esplndida, una noche de ambiente saturado
por el aroma de las flores, una noche llena de brisas
perfumadas.
Horacio estaba en el umbral de la puerta, apoyado en ella y
contemplando el cielo en el que unos dbiles matices indicaban
la futura salida del sol. Era aquella una noche clara,
luminosa mas sin las claridades de la luna Una de esas
calurosas noches serenas en las que se divisan los caminos y
nos se ven los rostros de las personas inmediatas Una de
esas noches en las cuales se pasea como en un ensueo, por
entre sombras que vagan En las que el misterio del ambiente
y la oscuridad del espritu son iguales. Horacio haba
caminado hasta la puerta en donde esperaba a la mujer que
amaba, a la mujer que cualquier otro hombre que la conociera
no hubiera podido menos de amar y estaba all tranquilo, sin
fiebre en sus venas, sin alteracin alguna en su corazn o en su
cerebro. All permaneca ensimismado, sumergido en sus
propios sentimientos, aunque con una tranquilidad tal que le
pareca como si hubiera muerto el da anterior cuando aquel
inconsciente grito se escapara de su alma.
178
179
para ver que el objeto que tanto odiaba no estaba all presente.
Aquella inexplicable y extraa forma que antes le horrorizaba
haba desaparecido. Una sensacin de placidez haba ahora en
aquella atmsfera.
Dnde est? fue su primera pregunta.
Preguntis por la figura? Oh! De nuevo hacis una
pregunta a la que estoy obligada a contestar. Os dir, pues,
que no puedo usar de aquel poder ahora; tengo que ganar de
nuevo el derecho.
Cmo lo ganasteis antes de ahora? pregunt Horacio
con inters vivsimo.
Fleta se estremeci y durante un momento la arrogante
majestad de siempre volvi a surgir en su rostro Pero en
breve desapareci, y permaneci de nuevo tranquila, gentil,
sublime.
Os lo dir repuso, y con una clara y dulce voz le susurr
al odo:
La gane tomando vuestra vida.
Horacio
la
mir
con
una
indescriptibles.
183
perplejidad
asombro
No
recordis
aquellas
florecillas
de
184
deseaba.
Pero
no
en
186
seguida,
necesit
sufrir
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CAPITULO XIII
Aquel mismo da, Horacio recibi asombrado la noticia de
que tena un puesto oficial en la corte, un puesto que le
permitira estar continuamente al lado a Fleta. Apenas fue
nombrado hubo de arreglar su equipaje por tener que seguir a
Fleta a sus dominios. Nadie pudo decir cmo esto fue
realizado y Horacio menos que nadie, y ms cuando observ
que al ser presentado al rey Otto, ste le miraba con antipata
y desconfianza. Antes de pertenecer a la corte, el rey Otto no
se haba fijado en l, ms ahora no suceda as. Horacio, sin
embargo, ya saba que servir a Fleta era una dura servidumbre
y la haba aceptado con todas sus consecuencias. Ningn otro
camino le quedaba fuera de ste; la vida era inconcebible sin
ella y an sin el dolor producido por su penoso servicio.
Prefera sufrir de aquella manera a gozar cualquier otro
gnero de placer. Qu placer poda existir apartado de Fleta?
Sin embargo, dudaba de ella.
Fleta haba escogido una compaera de sangre real para
que viajase con ella; una joven Duquesa que llevaba su mismo
apellido. Esta joven, recin salida del colegio, desde donde
directamente fue llevada a la corte, haba reunido en torno
suyo una corte de admiradores. No era muy hermosa y
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CAPITULO XIV
El gran saln del Palacio estaba esplndidamente iluminado
por grandes dragones de oro, colocados a cierta altura sobre
las paredes; dentro de las extraas figuras haba poderosas
lmparas que despedan luz, no slo por los ojos y las abiertas
bocas, sino tambin por las agudas garras. Estaba el amplio
saln iluminado por todo aquel resplandor y los trajes de la
servidumbre reunida abajo parecan asimismo de luz. Era
tarde y Otto se haba negado a autorizar otra manifestacin
ms de fiesta durante aquella noche. Pero cuando Fleta se
despoj de su manto y su velo de viaje, pudiera haber sido ella
sola el centro de cualquier apoteosis. No mostraba huella
alguna de cansancio, ni an de la extraa emocin por la que
acababan de pasar. Estaba plida, pero su rostro sereno
ostentaba su altiva y majestuosa expresin. Su vestido de
encaje negro rodeaba sus formas como una nube. Otto se llen
de orgullo al ver su belleza y dignidad supremas, pero tambin
se llen de odio al observar que sus ojos nunca buscaban a los
suyos y que le trataba con la misma cortesa que pudiera
emplear con un extrao. Nadie poda notar esto sino l mismo
y acaso Horacio, si ste hubiera podido fijarse en algo distinto
de Fleta.
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205
207
212
213
CAPITULO XV
No puedo entrar sola. No puedo entrar por m misma.
Necesito conducir conmigo un alma en cada mano, necesito
estar purificada, preparada a ofrecerlas en el altar, de tal
modo, que ellas mismas puedan pertenecer a la Gran
Hermandad. Mientras esto no suceda me habr de contentar
con volver atrs y sentarme en los escalones del templo. Lo he
pensado, lo comprendo, pero que viva despus de ello, que lo
llegue a hacer, es otra cosa. Ah, Horacio!, dnde encontrar
esos dos grandes corazones, esas dos almas lo suficientemente
fuertes para pasar por la primera iniciacin?
Decidme; cuando lleguen a aquella puerta pregunt
Horacio con un confuso y extrao tono de temor, habrn de
estar prestos a traspasar sus umbrales dejndoos a vos fuera?
S contest Fleta. Seguramente.
Ah!, en ese caso no ser yo uno de ellos. Os amo y no
quiero perderos, aun cuando sea por el propio Paraso. Os
servir si queris, pero ser estando con vos.
Sin ms palabras se levant y se alej a travs del prado,
como si no pudiera soportar la conversacin por ms tiempo.
Unos momentos despus haba desaparecido entre los rboles.
214
Tendi hacia l sus manos con la misma dulce sonrisa con que
no haca mucho le haba saludado; inmediatamente se acerc a
ella.
He estado pensando dijo. He estado all, sobre la
montaa, desde que os dej anoche. He estado pensando
fervorosamente, Fleta. No me considero juramentado a esa
Hermandad a la que tan fielmente obedecis.
La mirada de Fleta se llen de asombro y casi de dureza.
Cmo es posible que os podis engaar de ese modo,
cuando tan poco tiempo hace que habis salido de la esclavitud
que se impone al novicio?
En qu he podido engaarme a no ser en acercarme a
vos? Sois una maga, bien lo s; es completamente intil que
tratis de ocultrmelo; porque os he visto hacer uso de vuestro
poder. Esos hermanos os han enseado algunos de sus no
sagrados secretos. Tal vez podrais ahora mismo formar un
circulo a vuestro alrededor, dentro del cual no pudiera entrar.
Os lo he visto hacer. Pero qu importa eso? He ledo y he
pensado mucho sobre estas materias. Lo sobrenatural no es
ms extraordinario que lo natural, una vez que se acostumbra
uno a su existencia. Slo un ciego y loco materialista podra
sustentar que lo sobrenatural no existe o que la naturaleza
216
217
218
palabras
fueron
pronunciadas
tan
viril
Su propia conciencia!
Aquellas palabras repercutan en la mente de Fleta
conforme se diriga a la ventana sin haber contestado a Otto!
Tengo yo, acaso se deca lo que se llamara conciencia?
Me reprocho a m misma hechos perversos o pasadas
ligerezas? No; no poda vivir si as fuera yo que tengo la
memoria mstica, la memoria negada a la generalidad de los
hombres, yo que puedo verme viajando a travs de mis vidas y
ver cmo las he vivido y cules fueron los actos que en ellas
realizara. Otto sufrir; no es lo suficientemente fuerte para
reclamar su memoria, ama al mundo de la vulgar naturaleza
humana; el mundo en el que no se reconoce lo inevitable y el
Destino es una fuerza desdeada. Ah, mi pobre Otto, esposo,
amigo, adorador, si pudiera evitarte el sufrimiento!
En tanto, haba llegado a sus habitaciones en donde la
esperaban sus doncellas y no pocas grandes damas, que haban
sido elegidas para acompaarla en aquel da. Se mostr amable
con todas ellas, pero estaba tan profundamente sumida en sus
meditaciones, que apenas distingua a las unas de las otras,
hablando con la misma protectora amabilidad a las doncellas
que a las encopetadas bellezas de la Corte. Todo aquello
pareca muy extrao. El rostro entristecido de Fleta daba, por
221
223
CAPITULO XVI
Todo se haba cerrado ante ella, atada en las tinieblas; no
poda tomar ya ningn camino. Todos nosotros hemos
experimentado esta sensacin; y an los nios sufren esta
amargura cuando la oscuridad se posa sobre sus almas. En el
adulto, sin embargo, suele ser tan fuerte la impresin que le
dura a veces aos enteros. Para quien caminaba por un
sendero tan peligroso y tan escarpado como el que Fleta
segua, era comparable a un horror, a una desesperacin, a
una vergenza. Ella posea inteligencia y conocimientos
mayores que la generalidad de los seres humanos, que no han
levantado an sus ojos o sus esperanzas de los simples goce de
la tierra. Sus conocimientos pesaban sobre ella como una
terrible carga aplastando su propio espritu, cuando como
ahora,
no
saba
cmo
haba
de
emplearlos.
Saba
227
vestido
un
manto,
se
alej
del
cuarto
234
236
como
debis
hacerlo
exclam
Fleta,
240
CAPITULO XVII
Al da siguiente o, mejor dicho, aquel mismo da pues la
aurora sorprendi a Fleta cuando regresaba al palacio, las
profecas de Etrenella comenzaron a cumplirse. Fleta haba
entrado en el Palacio con toda facilidad, aunque no hubiera
podido decir de qu modo, y a la hora en que de ordinario
acostumbraba a estar entre las flores, yaca sobre su lecho en
un sopor indescriptible, llena de cansancio y desesperacin.
As hubiera continuado a no llegar de improviso un mensaje
del Rey en el que ste deca que necesitaba verla. Pareca
ocultarse una tal urgencia en aquella orden que Fleta crey
necesario acudir a pesar de su cansancio extraordinario. Se
levant y se visti rpidamente con una suave bata de encaje.
Entr en el pequeo gabinete que daba al jardn para esperar
en l la llegada del Rey. Pero el canto de los pjaros la
molestaba y se retir del ventanal al que se haba acercado por
costumbre, dirigindose al fondo de la estancia. All estaba
cuando el Rey Otto lleg. ste no pudo reprimir un
movimiento de sorpresa al observar el rostro de Fleta. No
haba ahora en l aquella frescura de la maana que le era
propia, sino la palidez que ocasionaran las emociones de la
pasada noche; sus cabellos negros, cayendo sobre la espalda, la
241
243
la
estancia,
entrando
en
su
cuarto
sali
de
la
habitacin
diciendo:
Estoy
preparada.
Dios mo! exclam Otto; sois en verdad prodigiosa.
Sois brillante y veinte veces ms hermosa que nunca. Oh,
245
247
***
El primer movimiento fue enviar una divisin destacada a la
frontera, en la que haba una gran llanura propia para que
acampase el ejrcito. Se supona que all tendran lugar las
primeras acciones. El Rey y el General marcharon en este
cuerpo de ejrcito. Fleta se les reunira ms tarde. Todo el
mundo envidiaba a aquellos hombres afortunados que estaban
casi seguros de perder sus vidas, pero sobre los que, sin
embargo, caera la sonrisa de la joven Reina. Tan salvajes son
los sentimientos que despierta la guerra! Todos aquellos
sentimientos pareca que estaban despiertos en la misma Fleta.
Una fiera relajacin haba entrado en sus venas y hacia hervir
su sangre. La pareca como si hubiera llegado una oportuna
ocasin para evitar que se volviera loca a consecuencia de la
tirantez en que viva. Cuando tal pensamiento surgi en su
mente se detuvo ante aquello que estaba haciendo y llev sus
manos a la cabeza. Sera posible se deca que una vida
entera pudiera ser perdida en una casa de locos? Aquella
fiebre de guerra no habra venido como un descanso? As, no
pudiendo pensar mientras dure se deca me agitar en medio
de la pasin y vivir en ella.
248
Fleta
aguant
en
la
silla,
balancendose
252
CAPITULO XVIII
La aurora comenz por fin a colorear el cielo para
tranquilidad de Horacio, cuyo mayor trabajo fue guiarse
durante toda la noche a travs de aquellos senderos. Ahora
podan caminar con sosiego. El mayor peligro haba por el
momento desaparecido. En la extraa quietud de los primeros
destellos de la aurora se volvi en su silla y mir a Fleta. Le
devolvi sta tranquilamente su mirada, pero continu
pensativa absorta
Estamos a salvo! fue la primera exclamacin de
Horacio. Slo l conoca la ansiedad y la angustia que por ella
haba pasado; slo l poda conocer la desesperacin que
soportara cuando la vio inmvil y serena bajo el fuego del
enemigo.
Podais haber sido muerta de un tiro aadi, con un
ligero temblor en su voz. Vuestro valor es indomable, lo s,
pero exponerse a servir de blanco es una locura, no es valor.
Tengo an que realizar algo contest Fleta; no estoy en
peligro de muerte. Habis sepultado toda la ciencia que
habais adquirido bajo una capa tan espesa Horacio, que ni
aun siquiera podis encontrar un poco de fe en la que
apoyaros.
253
sentirlo
ella?
Podra
258
alguna
vez
amarle?
Tal
remordimiento
infinito
por
haberse
convertido
en
el
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264
CAPITULO XIX
S dijo el Padre Amyot, os sorprende verme?
En verdad me sorprende replic lentamente Fleta.
Entonces estis perdiendo rpidamente vuestra ciencia?
Podrais haber olvidado que hay deberes que cumplir a la
muerte de un ciego esclavo de la Gran Hermandad y mucho
ms a la muerte del que ha formado ya uno de los votos
elementales?
Fleta le miraba segn hablaba con la misma expresin
dudosa que haba tenido desde la entrada del Padre Amyot.
Luego exclam de pronto:
Os refers a Otto? exclam. Apoyando repentinamente
su cabeza entre las manos cay en un estado de congoja y
solloz profundamente.
Horacio se sinti atravesado como si un golpe le hubiera
dejado mudo; nunca haba visto llorar a Fleta, no hubiera
credo nunca haberla visto en tal estado. Haba llegado a
considerar que su apoyo en s misma y su serenidad
inconmovibles eran las condiciones esenciales de su carcter.
Cmo ahora, al or el nombre de su esposo muerto se abata
265
266
273
haba
adquirido
un
carcter
perfectamente
276
CAPITULO XX
Erguida all, en silencio, Fleta aguard la completa
ejecucin del encanto. Pero su feliz conclusin exiga que una
tranquilidad profunda siguiera a las vibraciones que ella haba
artificiosamente producido.
El pequeo cuarto pareca estar ahora lleno de un humo
gris. La forma que sus ojos haban descubierto se coloc
enfrente de ella.
Eres t? pregunt fleta.
Yo, que acudo a vuestra invitacin contest una voz que
pareca proceder de una gran distancia. Por qu detenis
mis esfuerzos para penetrar en la felicidad?
Acercaos ms fue la respuesta, dicha en un tono tan
imperativo que no pareca ser posible la resistencia.
Un momento despus la forma que haba aparecido hasta
entonces, como una nube algo ms densa que la del humo, se
hizo ms definida y Otto, el difunto Rey, apareci vestido
como lo haba estado en la batalla y con el rostro cubierto de
sangre.
Dejadme marchar exclam airadamente, a qu
hacerme volver a los dolores de la muerte? Necesito placer y
277
***
Hasta muy entrada la noche no llegaron al campo de
batalla. La luna esparca su luz en el cielo plido, iluminando
la escena de forma terrible. Se detuvieron y, despus de haber
sujetado al caballo en un tronco, comenzaron a caminar a pie
examinando los cadveres. Poco tiempo despus el Padre
Amyot, levantando su mirada hacia Fleta, vio que sta
caminaba
resueltamente
en
281
una
direccin
definida;
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288
289
290
CAPITULO XXI
Era ya medioda cuando llegaron a la puerta de la casita.
Amyot no haba querido marchar muy de prisa porque tema
que el movimiento del rudo carro que les conduca molestara
demasiado a Fleta. Tres veces se desmayo sta durante el
trayecto, hasta que por ltimo cay en un profundo trance, del
cual no pudo ser despertada.
Sin salir de tal estado, fue conducida por el Padre Amyot
desde el carro hasta el interior de la estancia, en la cual fue
colocada suavemente sobre unas esteras, con una pequea
almohada bajo la cabeza.
El Padre Amyot, despus de desenganchar, volvi en
seguida al interior.
No dio a Fleta calmante ni restaurador alguno, sino que,
arrodillndose a su vera, despus de clavar su penetrante
mirada sobre ella, tom sus manos entre las suyas. Aquello fue
bastante para que Fleta se levantara repentinamente
exhalando un suspiro.
Se pondr muy enferma dijo en alta voz. Dudo que
viva. Apenas parece posible ahora. Pero lo que ha de suceder,
suceder.
291
293
301
303
CAPITULO XXII
Fleta volvi en s de nuevo y se encontr tendida en el suelo
de aquella morada; su cabeza se haba escurrido de la
almohada que el padre Amyot pusiera debajo de ella y
descansaba ahora sobre las baldosas. Probablemente aquella
incomodidad de la postura haba contribuido no poco a
reanimarla. Trat de incorporarse, pero vio que estaba
demasiado dbil. Entonces volvi a dejarse caer sobre la
almohada y desde all lanz una mirada d asombro alrededor
de la pequea habitacin. Penetraba, a travs de la pequea
ventana de sta la luz del da, acompaada de una brisa suave
y agradable. Con dbil alegra mir al sol que jugueteaba sobre
el piso. Una felicidad profunda llenaba su alma. Nada deseaba,
nada pensaba ni conoca. Pero su cerebro no poda
permanecer inactivo; al primer movimiento de su mquina
despertaron los recuerdos del campo de batalla. Un recuerdo
confuso, tenebroso, ininteligible, pero lleno, sin embargo, de
horrores, y un grito incoherente se escapo de su garganta.
Despus pronunci el nombre de Amyot una y otra vez. Ces
de llamar y sus ojos se cerraron debilitados ante aquel
esfuerzo. Pero la memoria era demasiado fuerte en ella, de
nuevo volvi el recuerdo del ltimo horrible episodio e
instantneamente volvi a abrir los ojos Haba sido todo
304
305
levant
al
pronunciar
estas
ltimas
palabras
311
***
313
314
CAPITULO XXIII
Cuan larga y terrible jornada era aquella en que entraba
Fleta!
El caballo y el pequeo carro haban desaparecido del
establo. No tena dinero con el cual obtener medio alguno de
transporte. Pero tena valiosos anillos en sus dedos y un collar
de piedras sin labrar que era su favorito, tal vez por su tosca
simplicidad. Le llevaba siempre con ella con un pequeo
relicario en el que guardaba algn preciado objeto. En el
primer pueblo con que tropez vendi una de sus sortijas en la
vigsima parte de su precio, con el importe compr un ajuar
completo de campesina. Vestida con l y envuelta en su manto
y con el velo sobre la cara, poda caminar por aquellos lugares
sin causar extraeza. Compraba alimentos en el camino;
necesitaba fuerzas para la obra que tena que realizar; no
dorma ni descansaba bajo techado y caminaba lo mismo de
da que de noche. Perdi una gran parte de su camino dando
un rodeo por no atravesar el campo de batalla, aquel teatro de
su gran falta cuando, en su ansia por encontrar a Ivn, olvid
la obra que haba emprendido, precipitando as en la ruina al
Rey Otto y su ejrcito Pareca como si no quisiera poner a
315
318
del
laboratorio.
Todas
las
huellas
del
viaje
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CAPITULO XXIV
Dos horas despus Fleta se presentaba a la puerta del
Palacio. El banquete haba terminado y los invitados entraban
en tropel en el saln de baile. No se trataba de un baile de
mscaras como aquel en que us de su disfraz por primera vez,
por lo cual fue necesario apelar a un plan ms complicado para
obtener la admisin. Reconoci a todos los sirvientes que
esperaban a los convidados en la entrada redonda y en la gran
escalera de roble. Escogi a uno del grupo y, dirigindose a l,
le dijo:
Decid al Rey que deseo hablar con l.
El servidor, al ver la encorvada figura de aquella aparente
vieja, se ri.
Esta noche no podis dijo.
Pues ser esta misma noche cuando le hable replic Fleta
mirndole fijamente con sus maravillosos ojos.
La sonrisa del criado desapareci.
Es imposible, en verdad dijo entonces. Venid por la
maana.
Deseo entrar en el saln de baile dijo Fleta. Divertir a
los convidados si agrada a S. M.
322
323
contenida
exclamacin.
Aquella
mano
no
poda
328
330
333
CAPITULO XXV
Su poca acab dijo Fleta despus de unos momentos.
Tiene que marcharse.
Pero quin? Qu quiere decir esto? En qu locura
estis ahora obstinada?
Sabed dijo Fleta tranquilamente, que esta muchacha,
pobre campesina, ha ocupado aqu mi lugar antes de ahora.
Eso me habais dicho pero nunca lo cre.
Seguramente lo creeris ahora. Visteis mi mano y me
reconocisteis inmediatamente cuando entr disfrazada?
Ciertamente. Pero, por qu entregarse a todas estas
farsas?
Adems, os dir que no es por mi causa por lo que est
aqu, sino por su propia osada; lo cual merece un castigo.
Pero, cmo es posible todo esto a mis propios ojos?
Fleta, me estis engaando!
En verdad que habis sido engaado dijo Fleta
framente,, pero no lo hubierais sido tan fcilmente si
hubierais escuchado la voz de nuestros instintos y sentidos
ms altos. Edina podra engaar al mundo y aun al mismo
334
dejando
caer
sobre
su
cabeza.
Estaba
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CAPITULO XXVI
Fcil en extremo le fue a Fleta representar el papel de una
persona dominada por el dolor. Se encontraba cerca de la
crisis, cerca del ms amargo sufrimiento de su vida, y el
terrible sentimiento del pasado estaba en su camino. Cuando al
da siguiente, una vez levantada se vio en el espejo, encontr
su rostro gastado, macilento, con los ojos rodeados de sombras
y una nueva arruga de dolor en su frente. Vio todo esto, pero
sin extraarse. Era lo que esperaba ver, pues haba dejado
desencadenarse la tormenta en su alma durante la noche.
Ahora se deca a s misma: La expiacin se acerca Tiene
que comenzar la expiacin.
Era una maana clara, lozana y fresca. Fleta se haba
levantado muy temprano y haba abierto de par en par su
amplio ventanal. Desde ste se vea la ciudad y a lo lejos las
azules crestas de los montes. Fleta estuvo en la balaustrada
largo tiempo, bebiendo la frescura de la maana y dejando
henchir su alma de una paz tenue y confusa que pareca llegar
del amplio cielo. De pronto un ruido producido en su cuarto
atrajo su atencin y la oblig a volverse. Una figura haba en
l. La mir dudosamente; era su padre, era el Rey.
341
342
me
permanecido
amaban,
y
siguen
quieren
amndome
seguir
todava.
permaneciendo
Han
en
el
347
CAPITULO XXVII
Fleta despert tres horas despus. Haba quedado sumida
en un sueo tan profundo que pareca como si volviera de la
muerte. Su mente estaba descansada y su fuerza interna
restablecida. Encontrase, pues, dispuesta para continuar su
obra.
Se levant y llam a la camarera que haba vigilado la
puerta. Penetr en la habitacin y, cuando supo que Fleta
deseaba vestirse, sali un instante volviendo con unas cuantas
costureras que haban estado trabajando toda la maana
laboriosamente. En un corto espacio de tiempo Fleta se ba y
fue peinada y vestida de negro de luto por el esposo de un
da.
Su brazo quemado haba sido envuelto en seda negra y
cuidadosamente sujeto. Cuando se mir en el espejo sonri.
Fleta, la hermosa, la radiante, desfigurada y vestida de aquel
modo! Se retir de all arrastrando tras ella la negra cola de su
traje.
Haba preguntado por Horacio y saba que estaba
esperndola en su antiguo gabinete aquel retiro de su
pubertad que aun permaneca como en los tiempos en que por
capricho o necesidad lo habitaba brillante decorado de
348
momento
que
pareca
haber
llegado
tan
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CAPITULO XXVIII
A la maana siguiente Fleta tuvo una larga conversacin
con el Rey. Durante todo aquel da en el cual haba tenido la
entrevista con Horacio, no quiso hablar con nadie, ni aun con
su padre. Haba permanecido sola y nadie supo si estuvo
durmiendo o despierta; si estuvo descansando y sufriendo.
Pero aquella maana entr en el gabinete de su padre, con su
enlutado traje y alterada por las horas de soledad. Cuando la
vio el noble anciano, crey que la juventud y la belleza haban
vuelto a su rostro. Pero una segunda mirada le demostr que
se haba engaado. El encanto delicado y femenino que hasta
entonces ejerciera haba desaparecido de su rostro. Estaba
ante l, esbelta, hermosa, arrogante como siempre, pero sin su
antigua belleza. Sus ojos estaban tristes, su extraa y dulce
sonrisa haba abandonado, al parecer para siempre, su boca. Si
un pintor hubiera intentado reflejar su expresin, se hubiera
valido del rostro de uno de aquellos ngeles que los primeros
italianos saban pintar.
Voy a Inglaterra fueron sus primeras palabras. Me
ayudaris?
Es mi deber fue la contestacin del Rey. Decidme lo
que deseis.
354
355
CAPITULO XXIX
Algunas partes de la costa Nordeste de Inglaterra son
singularmente desoladas, salvajes y extraamente desiertas
con relacin a lo pequeo de la isla. Apenas pudiera uno
figurarse encontrar retiro alguno en un pas tan populoso
como las Islas Britnicas. Mas la vida se concentra en las
ciudades y las gentes no comprenden que en la orilla del mar o
en medio de los campos puedan estar rodeados de huestes
areas que han estado asociadas a aquellos lugares desde que
las pequeas islas surgieron de los turbulentos mares. Han
sido, sin embargo, aquellas comarcas un centro de carcter
especial (para aquellos que leen entre lneas) durante todas las
edades de la tierra, de las que nosotros tenemos algn
conocimiento.
Tan extrao como esto es, que hay quienes conocen y
sienten los poderes y las fuerzas invisibles a los ojos materiales,
y aun saben emplearlos.
Fue en una casita de aquella costa En una casita
protegida por un alto cerro y un espeso cinturn de rboles,
donde sucedieron las escenas que se conocern.
La tierra sobre la que estaba enclavada, formaba parte de
una posesin muy extensa que fue vendida sucesivamente por
356
su
nombre.
Pocos
momentos
despus
era
361
362
363
CAPITULO XXX
El antiguo castillo de los Veryan edificio extrao,
espacioso, laberntico y aunque no hermoso, fuerte y
extensamente cubierto de hiedra, estaba situado en una
cumbre desde la que se vea gran extensin de tierra y de mar.
No estando protegido como la casa dotal, se encontraba
expuesto a toda clase de riesgos y entregado a su propia
resistencia. No haba rbol alguno cerca de l. Todo aquel sitio
pareca castigado por la inclemencia de los elementos. Pero
jardines (que en un tiempo fueran bellos y que aun
conservaban restos de su pasada glora), se extendan por
todas partes. Aquellos jardines tenan el encanto supremo,
desconocido en los modernos, de no estar nunca sin flores.
Durante todo el ao, aun en el ms agitado tiempo, lneas y
estrellas de color se extendan por el suelo embellecindolo.
A lo largo de escarpadas rocas haban sido construidas altas
paredes, y entre ellas estaba el Paseo de la Seora, sitio de
deleite para cualquiera que llegara a tan desierto lugar. Una
ancha senda arenosa se extenda en el centro y a lo largo del
paseo formando un camino maravillosamente cmodo. A cada
lado crecan esplndidos lechos de flores y de plantas raras
resguardndole, y los muros estaban cubiertos por hermosos
364
rosas,
mostrando
365
sus
encendidos
capullos
366
como las lgrimas, tan hermoso como la luz del sol. El placer
ms intenso llen el alma de Fleta Escuch largo tiempo
apoyada en el muro. Un pensamiento brot repentinamente en
su mente: El silencio perdura Slo mi imaginacin es la
que llena este espantoso vaco!. Ante esta idea, de nuevo
reapareci el silencio. Fleta cay de rodillas. Era el primer
movimiento que hacia desde que estaba en aquel sitio. Aquel
movimiento despert en ella una impetuosa oleada de
emociones, de sentimientos, de alucinaciones, de fantsticas
escenas que pasaban huyendo. Vio a Ivn a su lado, mas sin ni
siquiera moverse para mirarle comprendiendo que no era sino
una creacin de su deseo. Vio el lugar en que se encontraba,
iluminado repentinamente, y se vio rodeada de seres, en un
saln vasto y sombro. Multitud moviente de personas
brillantemente vestidas la rodeaba.
Ah! exclam con desesperado acento que haya de ser
as engaada por mi propia fantasa, es demasiado terrible!
Con el sonido de su voz, volvi la oscuridad an ms espesa
que antes. Se levant resueltamente. Comprenda todo lo que
en
aquellos
momentos
estaba
372
experimentando
su
373
374
familiaridad
en
aquella
voz
que
hasta
no
376
CAPITULO XXXI
Una puerta se abri y pasando Fleta por ella se encontr en
un espacio iluminado por dbil luz roscea. Era all el
ambiente tibio y suave. Al entrar no pudo distinguir los objetos
que tenia ante ella, pero no tard en ir recobrando su vista
ordinaria.
Se encontraba en un cuarto extraamente amueblado.
Como en el cuarto que Ivn habitaba, las paredes estaban
cubiertas con tapices, en los que haba dibujadas figuras de
tamao natural, tan diestramente trabajadas que parecan ser
reales a primera vista y siempre producan el efecto de estatuas
ms bien que el de figuras dibujadas. El suelo no estaba
alfombrado, sino completamente cubierto de helechos y hojas
marchitas. Una gran alfombra de lana de cordero y una piel de
tigre extendida cubran el pavimento. No lejos, en un ancho
hogar, arda un fuego de lea cuyo calor, aun no siendo
grande, pareci delicioso a Fleta, cuyos miembros estaban
ateridos. La luz proceda de una lmpara que arda sobre un
pie de madera fijo en la pared encima de la chimenea. Enfrente
del hogar haba un taburete de madera de tres pies, sobre el
que brillaba una gran bandeja de plata repujada, conteniendo
377
troneras
imaginndose
las
Fleta
se
horribles
estremeci
tragedias
del
ligeramente,
pasado
que
380
384
CAPITULO XXXII
Toda la nobleza de su naturaleza se haba despertado para
resistir aquella feroz y terrible tentacin que se levantaba ante
ella en el momento de su mayor debilidad. Ser su esclava! Lo
saba ahora como nunca lo haba sabido; saba que le amaba.
Ella, que haba interpretado a Horacio y a Otto los ms altos
misterios! Ella, que haba abrasado su alma ante el altar! S,
as era. Completamente purificada, limpia de toda cualidad
grosera y, sin embargo, sujeta al amor.
Qu tentacin aquella tan repentinamente suscitada,
cuando acababa casi de volverse loca con sus desesperados
esfuerzos! Qu confusin de sentimientos se levantaba
impetuosamente en ella! Aquello era insoportable. Tena el
poder y el valor de desecharlo antes de que sucumbiera a la
emocin producida.
Cuando de nuevo despert fue para darse cuenta repentina
de todo aquello. Al despertarse sufri una sensacin
desconocida para ella mientras haba sido Fleta, la fuerte.
Sinti la aguda punzada de su corazn torturado. Y cun
horrible era en aquel momento del despertar!
Durante el sueo haba recobrado alguna fuerza. No tena
idea del tiempo que haba transcurrido. Despert para
385
no
contest,
aunque
se
detuvo.
Miraba
vuestros
propios
pensamientos.
Rehusasteis
390
391
Ivn,
tranquilamente
ante
Fleta,
permaneca
contemplndola gravemente.
Ese es uno de los seres de los que quiero libertar a la raza
de los hombres dijo, y poco despus se alej del cuarto.
Triste y cansada, Fleta se ech sobre las pieles que
formaban su lecho y cerrando los ojos trat de descansar. Pero
inmediatamente aquella creacin que haba visto volvi a ella y
apareci ms vivida y real que antes.
Pero su forma haba cambiado, o mejor an: estaba
gradualmente cambiando. Aquel cambio era como una
horrible pesadilla, pues Fleta comprenda que eran su
pensamiento y emocin contenidos los que formaban en aquel
momento semejante figura. Era Ivn quien estaba ante ella
392
393
CAPITULO XXXIII
Cun oscuro, cun triste, tranquilo y reposado!
Fleta pareci despertar llegando a este conocimiento. Todo
fuego, toda vida y esperanza parecan haber abandonado el
mundo. Por qu? Esto era lo que se preguntaba en su
despertar. Pero antes de intentar responder a semejante
pregunta, otra ms extraa se le apareca: de qu era de lo
que haba despertado? No haba sido un sueo. Qu especie
de inconsciencia haba sido?
Un momento despus llegaba al pleno conocimiento de
aquellas dudas.
Estaba como quien hubiera visto de repente la muerte y
hubiera sido privada por ella de la nica creacin amada. Este
y no otro era el significado de su inexplicable pena.
Mir hacia atrs y se vio a s misma cunto tiempo
haca?, no podra decirlo, desterrando de ella al ser que tan
tiernamente haba amado y desterrndole de manera tan
decisiva que quedaba de hecho muerto para ella. Le deseaba
ahora como maestro, no como adorador ni an como amigo.
Muchas veces haba hablado de aquel acto de renuncia
como sucede con todo acto grande de la vida, no haba tenido
394
398
un
gran
nmero
de
personas
por
el
mismo
400
402
CAPITULO XXXIV
Fue aquella para Fleta una noche de paz, como no la haba
experimentado haca mucho tiempo. Se acost sobre la piel de
tigre en la esquina de la estancia encantada, sitio en el que
ningn hombre del pas hubiera entrado solo por nada del
mundo y se durmi como un nio rendido.
Cuando despert amaneca y una tenue luz penetraba en la
estancia.
Una
profunda
sensacin
de
ternura
de
comenz
ver
innumerables
rostros
406
CAPITULO XXXV
Fleta sali del castillo y atraves el prado que conduca al
Paseo de la Seora, donde haba encontrado a Ivn a su
llegada. Estaba ahora desierto y el sol lo haca agradable. Fleta
pase por l lentamente durante algn tiempo reflexionando.
De qu sirve pensar? pregunt de repente He
aprendido y realizado algo en mi vida por el pensamiento? No,
tengo que buscar algo ms alto que me gue.
Abandon el paseo y descendi por un tramo de escaleras
talladas en la roca que la llevaron a orillas del mar.
Oh qu encanto mgico el de aquella maana con su
frescura y su dulce y clara luz! El corazn de Fleta palpitaba
como el de un nio ante el espectculo del mar. En la misma
orilla de las olas distrada con sus movimientos se olvid de
toda ansiedad y de todo cuidado propio y ajeno. Poco despus,
levantando la vista, pudo observar que alguien paseaba sobre
la roca. Era una figura extraa, negra, que contrastaba
raramente con la luz del sol. Un momento despus reconoci
al Padre Amyot, vistiendo su traje de monje. Era muy natural
que estuviese all estando tambin Ivn.
Mi pobre servidor! se dijo Le haba olvidado!
407
416
palabra
llenaba
el
horizonte
entero
de
sus
desconocida
Tena
las
vibraciones
de
una
419
EPILOGO
Dos meses despus, el agente visit la entonces desierta
casa dotal y luego el castillo. Encontr la puerta del cuarto
encantado, abierta por vez primera. Mir dentro con timidez.
No haba en el interior sino unas cuantas hojas de otoo,
arrojadas all, al parecer, por el viento Cerr la puerta
sobrecogido y se march.
Un impulso caprichoso le hizo bajar al paseo de la Seora
cuando se retiraba. Pero no lo vio, pues en el momento en que
entr en el paseo, vio una figura que yaca entre las flores y
que atrajo toda su atencin. Era una mujer inmvil, ricamente
vestida y con hermosos cabellos que haban cado sueltos,
esparcidos sobre el suelo. Instantneamente vio que estaba
muerta y con un estremecimiento de terror, volvi hacia arriba
su rostro. Oh, qu espectculo! Nadie podra decir que
aquello haba sido un rostro humano, excepto por los huesos.
Dnde estaba ahora la belleza de Fleta? Dnde Fleta
misma?
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