Buscando El Mar
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Cuento 51
BUSCANDO EL MAR
por Mamerto Menapace, osb
Monasterio Santa Mara de Los Toldos
Como todos los ros, tambin l se haba puesto en movimiento buscando el mar. No lo conoca.
Simplemente lo intua, como un destino. Como un llamado.
Cuando la primavera de la vida puso su nieve en movimiento, contra lo primero que chocaron sus
aguas alertadas fue precisamente con las rocas que hasta ese momento le haban cobijado. Tal vez
le result difcil encontrar su cauce y ubicar un rumbo. Pero haba una fuerza imperiosa que lo
pona en movimiento. Siempre hacia abajo, siguiendo su instinto de agua en movimiento, senta
estar respondiendo al misterio de su existencia, buscando un encuentro.
Los ros son agua en movimiento que busca el encuentro con el mar. El mar lejano y an no
conocido los atrae. Y respondiendo a esta profunda y misteriosa atraccin, arrastran su pecho por
la tierra, embarran su caudal, atropellan los obstculos y abren surcos que sern su propio cauce.
Pero hay ros que renunciar a llegar al mar. Hay algunos que lo hacen porque no les alcanza el
caudal y terminan por morir en los arenales. Otros, en cambio, abandonan su tensin por el mar y
se convierten en lagunas: las lagunas son ros que olvidaron su tensin por el mar. Cansadas de
andar y vencer obstculos, prefieren construir su propio ocano en el hueco de alguna hondonada,
o en los esteros de la tierra anegadiza. Y all se quedan, engandose a s mismos, creyendo haber
llegado cuando en realidad simplemente se han detenido. Seal de que no fueron muy lejos.
Pero hay otro tipo de ros que tampoco llegan al mar. A stos ni les ha faltado caudal, ni han
abandonado su tensin por el mar. Al contrario. All donde su cauce se embreta y corres ms
apasionadamente pudiendo las rocas, han aceptado un dique los sofrena. Sus aguas tumultuosas,
al no poder seguir su curso normal, se arremolinan acorraladas y comienzan a trepar lentamente
las laderas acumulando toda su energa. Se parecen a las lagunas. Pero hay algo importante que
las diferencia: anidan en la altura y aceptan una turbina que las desangra.
Insisto que no han abandonado su tensin por el mar. Al contrario. Al sentirse contenidas por el
dique que se interpone en su libre carrera instintiva, su mpetu se acumula y se potencializa cada
vez ms. Incluso su fuerza puede llegar a ser peligrosa, si el dique cede. Entonces todo su caudal
liberado e golpe se convierte en avalancha de piedras, barro y agua, asesinando todo lo que
encuentra a su paso. Ha habido ciudades destruidas por las aguas desenfrenadas.
Pero si el dique resiste, porque se ha asentado sobre la roca, entonces la fuerza acumulada se
canaliza a travs de la turbina y se convierte en luz, en energa, en calor. El caudal se desfleca por
las acequias y va a regar los surcos, creciendo por los viedos hacia el vino, por los trigales hacia
el pan, por los olivares hacia el aceite que alumbra, suaviza o unge. Gracias a su fuerza
acumulada, entra en cada casa para el humilde servicio de abrevar, refrescar o lavar.
Nuestro ro es de este tipo. Aceptando el dique que frena sus instintos de correr libremente hacia
el mar, se hizo lago. No tena mucho caudal, pero lo alimentar las nieves de la cordillera
patagnica, y tiene cerros en su camino. Y en los Cerros Colorados su curso fue interceptado.
Encorv su lomo gredoso al sentir frenado su mpetu, y actualmente sigue buscando
ansiosamente el mar a travs de la turbina que canaliza toda su energa. Y buscando el mar, llega
hasta mi mesa hecho luz. La luz que alumbra mi celda de monje y me permite escribirles a
ustedes su parbola de tensin y servicio. Porque este ro no est esclavizado. De ninguna
manera. Ha sido liberado para ser puesto al servicio.
El mar es amar.
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