Historia de Una Ex Pandillera
Historia de Una Ex Pandillera
Historia de Una Ex Pandillera
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Mayola
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L
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Lourdes Mayola Narvez siente algo parecido a un latigazo en el estmago, el deseo punzante de regresar
corriendo, de acurrucarse en su cama, de olvidarse otra
vez de todo. Sin saber cmo, logra contenerse. Aprieta
los dientes y se las arregla para cruzar entera los torniquetes que dividen el recibidor de las oficinas.
Su salida estaba programada hace cuatro horas, pero
una firma de ms, un documento de menos, una copia
faltante, la obligaron a quedarse sentada en una oficina
gris, con su mochila al hombro, sola, paladeando la ansiedad. Ahora son casi las 11 de la noche del 25 de noviembre de 2014 y aunque est acostumbrada a que su
tiempo sea administrado siempre por los otros, estas
horas de espera pesaron casi lo mismo que todos los 10
aos anteriores.
Diez aos. Diez redondos aos de vivir bajo vigilancia, de pasar lista todos los das, de vestir siempre del
mismo color, de mirar a las mismas personas, el mismo
alambre de pas, los mismos barrotes. Diez aos del
mismo aire viciado. Todo eso est a punto de terminar
y Mayola, quien durante tanto tiempo se pregunt cmo
sera este da, no siente nada, ni un poquito de alegra
o de entusiasmo al acercarse a la puerta de salida; tiene
la mirada hueca, inexpresiva, el cabello salpicado de
franjas cobalto, las manos temblorosas, los nervios a
punto de reventarle. El futuro aterra siempre, piensa,
sobre todo cuando se le mira demasiado cerca.
Es hora. Durante un breve, muy breve segundo, se
detiene y mira con pasmo el cristal de la puerta. All
afuera no hay nada. Un estacionamiento vaco, unas
casuchas debajo de unos cerros baldos, sombras paralizadas debajo de los rboles. Pero no es la visin del
exterior lo que la hace dudar. Tampoco el hecho de que
ningn familiar ni uno solo haya venido a recibirla.
Lo que la detiene es que no puede abrir la puerta a la
que se acerca, pues tiene las manos ocupadas en cargar
una pequea mochila y cuatro bastidores, las ltimas
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obar en la calle era un orgullo. Asaltar mayoristas en Tepito, encaonar a los pasajeros de los
microbuses que corran en las calles de su barrio, La Pastora, arriba del cerro del Chiquihuite, no era
slo una manera de ganarse la vida; era su identidad
entera, el nico modo de sentirse a gusto. Lo haca bien,
tanto que sus asaltos quedaron siempre impunes; cuando se emperr en robar autos fue que todo se empez
a ir al diablo.
Lo chistoso es que yo ni s manejar dice ahora,
enfadada an por el absurdo de su historia. Al principio quise robar autopartes, pero se me rompan todos
los espejos que birlaba. La primera vez que ca a la Correccional fue por algo muy extrao: yo estaba en Tepito cuando llegaron unos cuates con un carro. Te lo
vendemos a 50 pesos, dijeron. Ni lo pens, porque
vendiendo las partes poda sacar una buena lana. Le
llam a una amiga para que me ayudara a manejarlo. A
las pocas cuadras vimos una patrulla y mi amiga, del
miedo, se subi a la banqueta. Luego meti la reversa y
arras con un puesto de comida. Los tiras ni nos haban
pelado pero igual salimos corriendo. Entonces yo dije:
Esprate, vamos a ver si trae algo. Me agarraron sacando un extinguidor de la cajuela. La segunda vez que
ca fue porque quisimos asaltar un taxi. De repente vimos a la polica y salimos corriendo. Pero era de noche,
yo tengo miopa: corr directo hacia la patrulla.
Parece el relato de la ladrona de autos ms tonta
del mundo.
Despus de su fallido intento de suicidio, Mayola se
apresur a entender y acatar las reglas de su nuevo hogar: el penal femenil de Santa Martha Acatitla. Si en
libertad Mayola era una delincuente incapaz de conseguir un buen golpe, en reclusin se convirti en una
fiera. A la crcel hay que llegar a imponer. Si le tienes
miedo a los putazos, vales madre. Tienes que provocar
miedo, aunque pierdas, ves? Darte a respetar.
Y pocas cosas, dice, otorgan tanto respeto como consumir y vender vicio. Participar en el negocio de la droga, dentro de prisin, significa tener el dinero y los contactos para poder ingresarla, la inmunidad para
venderla y los arrestos para enfrentarse a las distintas
bandas que se disputan el mercado de adictas. Poco
tiempo tard en descubrir su habilidad en el negocio.
En sus mejores das, venda una onza como mnimo; es
decir, unos 10 mil pesos a la semana; mucho ms dinero
del que nunca tuvo en libertad.
Todo iba bien, hasta que me apandaron con la duea de una tienda rival. Empezamos a platicar y luego a
drogarnos. Se nos fueron las patas y empezamos, pus
a pelear, no? Cuando ya le iba ganando en el tiro, porque la verdad yo le iba ganando, se me aventaron todas
las de la estancia: todas trabajaban con ella. Se hizo un
despapaye. Haban pagado a las jefas las custodias
para que no me abrieran. Era una trampa.
Esa tarde, Mayola termin hospitalizada. Sin embargo, la intromisin de los jefes del penal en los negocios
clandestinos, su preferencia hacia una de las pandillas,
desat al otro da una batalla campal en los patios del
penal. De las varias horas de golpes, la sangre, las patadas y los picahielos clavados en la carne de algunas de
las casi 200 mujeres que participaron en la ria, Mayola se enterara ms tarde.
La directora del penal, muy inteligente, dijo: La
bronca aqu es esa chamaca. Y pues s, era cierto.
Dos aos y medio bastaron para que se convirtiera en
lder de uno de los 10 grupos que operaban en aquel
tiempo en Santa Martha. Las autoridades consideraron
que esa veinteaera pequeita era una bomba de tiempo
y decidieron no esperar a que les estallara en las manos.
Cuando Mayola se enter de que sera trasladada al
Centro de Rehabilitacin Femenil de Tepepan, quiso
morirse otra vez. Ms que perder el poder y el dinero
acumulado, le aterraba su destino. La esperaban tiempos negros.
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COQUETERA
BRAVA
Uno de los
muchos tatuajes
que Mayola se
hizo en la crcel.
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Siqueiros? Cmo iba a saber que eso que senta se llamaba xtasis?
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varias veces ha rechazado la plaza sueldo fijo, prestaciones de ley, una vida resuelta que le ofrece el sistema penitenciario de la Ciudad de Mxico, acept.
Fue entonces que conoci a Mayola.
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os ltimos aos, Mayola ha compartido su dormitorio con tres compaeras: una colombiana de
piel morena y apretados rulos negros, que cada
noche se despierta con hipo; Teresa, una anciana con
cncer terminal que lo nico que hace es bordar; y Rosario, una mujer diagnosticada con esquizofrenia, a
quien todos los das le cuesta separarse de la cama.
Yo nunca quise admitir que tena miedo. En la
crcel una no debe mostrarse frgil. Rosario ahora
est estable, ha evolucionado. Pero, sabes? Yo siempre tem que se le botara algo y quisiera ahorcarme en
la noche.
Le muestro a Mayola un par de fotografas que su
maestro ha compartido conmigo. La primera le arranca
un suspiro tierno. Muestra a una mujer regordeta, inclinada sobre un cuaderno de hojas blancas donde dibuja
algo que parece una historieta. Hace exactamente un
mes, Mayola gan el Primer Lugar Nacional en el Concurso de Cuento Penitenciario Jos Revueltas por una
historia titulada Obituario clnico inconcluso, dedicada
a tres de sus compaeras del Pabelln de Psiquiatra.
Ella es La Gallo dice y toma la foto, impresa en
blanco y negro sobre papel bond, como si fuera un ala
de mariposa. Fue una de las primeras personas que
conoc aqu. Al segundo da, despus de ser trasladada,
fui a lavar mi ropa. Junto a los lavaderos, haba una doa
gigantesca. Cuando me vio, grit: Squenle las corneas!. Yo me hice la que no entenda nada. Nada ms
me alej despacio. Lo siguiente que vi fue a una chava
con un cajn de bolear que empez a kikirikear apenas
me vio. En dnde estoy?, pens. La chica que kikirikeaba era La Gallo. Ella haca eso: se levantaba temprano
y kikirikeaba por los pasillos, bien chistoso. La ltima
historieta que hizo, antes de salir, fue sobre el acoso
sexual de los mdicos y custodios a las internas. Ellos
le decan cosas, le gritaban cosas. Eso hacen los mdicos
en psiquiatra: las joden todo el tiempo porque piensan
que, como estn locas, no van a decir nada. La historieta que hizo ella desapareci.
Y ella quin es Mayola? pregunto y sealo la
segunda fotografa, la que muestra el rostro de una
mujer igual de regordeta, con una sonrisa del tamao
de una ventana.
Ella es la Barney responde con la tristeza a punto
de escurrirle. Ella muri aqu. Mi cuento se llama Obituario psquico inconcluso porque creo que existe una
gran injusticia en este lugar. Es inconcluso porque sigue
ocurriendo. Mi cuento se lo dedico a tres compaeras
de psiquiatra que murieron aqu
El acoso sexual por parte del personal, las negligencias
mdicas, el maltrato forma parte de las denuncias de
cualquier crcel femenil y de cualquier clnica psiquitri-
Sentencias como la suya representan un castigo doble. La primera parte fue pasar los mejores aos de su
vida dentro de la crcel. La segunda parte est por comenzar. Lourdes Mayola Narvez, 30 aos, el cabello
corto, la mirada a punto de inundarse, lleva una pequea mochila en la espalda y cuatro bastidores debajo de
sus brazos. Cuando la puerta se abre ella da un paso,
aprieta el cuerpo entero, da otro paso ms, todos los
msculos tensos, y slo entonces deja que un aluvin
de lgrimas le cubra el rostro.
El llanto le estalla en la cara como a un recin nacido.
Ya no recuerda cundo fue la ltima vez que llor; en
una crcel hay pocas cosas ms denigrantes que manifestar el dolor en pblico. Sus lgrimas, su tristeza, su
dolor, todo eso que ha estado tanto tiempo encerrado,
encuentran tambin su libertad.
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el Bosque de Chapultepec junto a su ex maestro, Ricardo Caballero. Parece disminuida; de su coquetera pendenciera, queda poco. Viste un abrigo que le llega a las
rodillas, unas botas altas y unos jeans deslavados. La
barbilla que antes apuntaba siempre al cielo, ahora se
esconde entre los hombros.
Caballero la recibe con ms curiosidad que alegra;
le pregunta cmo ha estado, cmo van sus trmites, por
qu una venda le cubre el brazo. Todo bien, dice ella,
despreocupada a pesar de su desventura. Caballero desconfa de esa aparente estabilidad. Sabe que Mayola ha
aprendido a esconder su costado frgil.
Te acuerdas que me contaste de cuando en un Anexo de AA te rompieron una pierna?
S re Mayola, como si fuera una travesura. Nunca pens que eso fuera grave, hasta que t te escandalizaste. Para m era no s, cualquier cosa.
Mayola, eso no es normal! Tampoco que te atropellen apenas sales de la crcel.
Es medioda. El sol de diciembre no logra suavizar el
aire helado. De vez en cuando, los ojos de Mayola se
abren en extremo, como los de un gato cachorro. Las
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Mayola seala algo en el segundo piso. All, con tipografa negra y dura, una frase parece haber sido rotulada slo para que ella pudiera leerla.
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pesos. En la cocina haba un mango Y a m no me gustan los pinches mangos! Un amigo me contact hace una
semana; necesitamos una vieja para un taln, qu
pedo?, me dijo. Chingue su madre, pens, me voy a robar. Cuando mi hijo necesitaba tenis, yo dije: Tan fcil
que sera robrmelos. Por supuesto que ha pasado por
mi mente.
Es triste escucharla. Dentro de la crcel, Mayola recuper su alma. Los premios, todo lo aprendido en su
reclusin, su rehabilitacin entera se han convertido en
un hito en la crcel de Tepepan; de alguna manera, la
institucin se adjudica sus mritos en un intento de demostrar que el sistema penitenciario funciona.
Cuando el cautiverio termin, sin embargo, el rechazo, la miseria seguan ah. Despus de aprender a admirar el lado ms virtuoso del ser humano, el mundo
de la productividad y las cosas prcticas parece exigirle
no aspirar a mucho, resignarse.
Te sentas ms libre dentro de la crcel?
Supongo que s. Aqu estamos atados a lo inmediato,
a la sobrevivencia. Yo extrao la cantidad de tiempo del
que una goza en la crcel. Ahora me tengo que levantar
a las seis o siete, lavar el bao, abrir el negocio, esperar
clientes. Y yo soy la que lleva todo, la que carga, la que
trae, la que hace las notas, la que cobra. Voy a recoger
madera. Estoy tan cansada que cuando llego a la casa lo
nico que quiero es mirar una pelcula, perder el tiempo
en Facebook. Aqu afuera el tiempo no existe. No existe.
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Yo quisiera tener el coraje y el arrojo de Siqueiros. Su genio. Todos tenemos talento para algo, no? Pero no
todos podemos comunicar algo as,
aterrizar nuestras ideas con tanta potencia. Siqueiros lleg hasta donde
quiso llegar. Pese al gobierno, pese a
todo. Tena huevos, no? Hizo lo que
quiso y eso lo transmite su pintura. Eso
es lo que ms me inspira de l.
Parece ms tranquila. En su cuerpo,
en su actitud, algo ha cambiado de
nuevo. Si bien ya no es la mujer que, en
la crcel de Tepepan, se apoltronaba
sobre la silla para hablar como si se
tratara de un duelo, tampoco luce tan
desdibujada como en sus primeros das
de libertad.
Anochece. Mayola cierra el negocio.
La jornada ha concluido, al menos la de
este 5 de marzo de 2015. Dice que esto
es un proceso, que ha aprendido que
cualquier xito requiere tiempo. Le hubiera gustado entender eso hace 15
aos, cuando exiga satisfaccin
inmediata con la violencia o el consumo
de substancias. No hay prisa, dice como
si por fin comenzara a encontrarle el
gusto a esto de ser libre.
Ahora, por ejemplo, puede usar
tacones, shorts, lentes oscuros, todo
eso que en prisin le estaba negado: El
otro da me compr una gorra roja y no
me la quit en una semana.
Parece tonto, pero quizs como
con muchas otras cosas la libertad
sea una palabra tan grande, tan abstracta, que slo pueda entenderse a partir
de esos detalles aparentemente nimios.
Le pregunto si ha terminado ya la
pintura del gato, la laguna oscura, la
mujer sin cara; aquella que, hace casi un
ao, cuando hablamos por primera vez,
dijo que representaba el futuro. Niega
con la cabeza. Tal vez algn da, aunque
preferira no hacerlo. De todas formas,
dice, el futuro siempre est incompleto.
Ahora entro a las siete de la maana
y salgo a veces hasta las ocho. No me
quejo. Pero, sabes qu me da mucho
miedo? Que me roben. Temo que alguna
pinche chamaca se suba una noche al
microbs para asaltarme, que me quite
el dinero por el que tanto me chingu.
Mayola re, consciente de la irona.
Levanta la mano y le hace la parada a
un microbs destartalado.
La avenida, la ciudad entera, es un
ocano de luces rojas.
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