La Oración Del Corazon - Un Cartujo

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La Oracin del Corazn

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Por un Cartujo
PRLOGO
Hace ya unos aos que me habas pedido que te hablara de
la oracin del corazn aunque yo te contest que no quera
lanzarme a hablar sobre un tema que no conoca
suficientemente. Desde entonces ha pasado tiempo. He
adquirido cierta experiencia basada en lo que he podido
constatar en los dems y a partir de los descubrimientos que
he podido hacer en mi propia bsqueda del Seor. Te voy a
confiar pues unas reflexiones pidindote que no les atribuyas
demasiada importancia.
Ya sabes que la oracin del corazn es fruto de la larga
experiencia de la espiritualidad de la Iglesia Oriental. Lo que
voy a decir yo tiene seguramente puntos en comn con esta
tradicin aunque soy consciente de que tengo una manera
demasiado personal de hacerlo. Por eso, de lo que te voy a
hablar, a lo mejor no es la verdadera oracin del corazn.
Mi intencin no es dibujar un cuadro rgido o una estructura
estable. Es ms bien una direccin que quisiera indicar, un
camino hacia el que hay que dirigirse sin prever por
adelantado exactamente dnde vas a llegar. La oracin del
corazn no es un objetivo a obtener, sino una forma de ser,
una forma de ponerse a la escucha y de avanzar.
Antes de empezar a leer, si ests de acuerdo, ponte a rezar y
pide al Espritu del Seor que nos ilumine a los dos porque
mi nico deseo es ayudarle a que alumbre nuestros
corazones.
ABBA, SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

Cuando me pongo a rezar no me dirijo al Dios de los


filsofos, ni siquiera, en un cierto sentido, al Dios de los
telogos. Me dirijo a mi Padre o mejor dicho a nuestro Padre.
Aun ms exactamente me dirijo a quien Jess en plena
intimidad llamaba: Abba. Cuando los discpulos pidieron al
Seor que les enseara a rezar, l les dijo
sencillamente: Cuando oris, decid: Abba.
Llamar as a Dios significa tener la certeza de que nos quiere.
Una certeza que no forma parte de ideas muy sabias, sino de
una conviccin muy ntima. Tenemos la impresin de haber
llegado a esta certeza, a la fe, al trmino de una serie de
reflexiones, meditaciones y voces interiores pero, al fin y a
cabo, esta certeza es un don. Creemos en el amor en
nuestro corazn porque es el mismo Padre quien ha enviado
a su Espritu y desde entonces su Hijo est glorificado.
Porque el Padre me ama, yo puedo dirigirme a l con plena
seguridad y confianza. No me presento respaldado por mis
mritos o razones sino que confo en la ternura infinita del
Abba de Jess por su Hijo que es tambin mi Abba.
l es el Padre. Qu significa esto? Que da la vida. Pero no
la da como un objeto diferente de l mismo. La da
entregndose a s mismo. El nico regalo que puede hacer
es su propia persona y el resultado de este regalo es su Hijo,
un hijo al que quiere infinitamente, por el cual siente ternura y
a quien el Hijo en respuesta tambin siente lo mismo por su
padre.
Ese es el Abba a quien me dirijo yo. El nico que me puede
dar una vida que es copia exacta de la suya; l me exige que
sea su propia imagen y semejanza en este momento y no por
una cierta apariencia exterior a mi mismo sino porque l me
ha engendrado a partir de su propia subsistencia.
Eso es lo que quiero decir cuando le pido: Santificado sea tu
nombre, Abba. Que seas t mismo, Abba, dentro de m. Que
tu nombre de Padre se realice a la perfeccin en la relacin
que se establece entre nosotros. Abba, te pido que seas mi

Padre, que me engendres a tu imagen y semejanza por puro


amor para que yo en respuesta pueda llegar a ser, por pura
gratuidad tuya, ternura hacia ti.
La oracin del corazn consiste simplemente en encontrar el
camino que me permita tener respecto al Padre una actitud
gracias a la cual l mismo pueda santificar su nombre en m.
En mi y en todos sus hijos. En su nico hijo compuesto de s
mismo y de todos sus hermanos.
Rezar es acoger al Padre, participar en esta vida que l nos
da por gracia. Acoger al Padre es permitirle engendrar al Hijo
y hacer nacer su reino en mi corazn. De esta manera, el
Espritu podr establecer entre yo y el Padre lazos que no se
pueden destruir, relaciones de unidad que se extendern a
todos mis hermanos.
VER A TRAVS DEL CORAZN
Qu camino debemos tomar para llegar a ese encuentro
con el Padre al que aspiramos? Qu facultades ha puesto a
nuestra disposicin para esto? Ser la inteligencia, como
capacidad de conocer y de reflexionar? Escuchemos la
respuesta de Jess:
Te doy gracias, Padre, Seor del cielo y de la tierra, por
haber escondido estas cosas a los sabios y habrselas
revelado a los pequeos. S, Padre, porque as te ha
parecido bien (Mt 11, 25-26).
Esto parece extrao: el camino est cerrado a los inteligentes
y a los que saben pensar y calcular. No es a ellos a quienes
Dios ha decidido revelar sus secretos.
Sin embargo, no nos ha dado Dios la cabeza y la capacidad
de reflexionar, de ver las cosas, de imaginrnoslas, como
medio para ponernos en contacto con los dems?
Efectivamente, estas facultades nos las ha dado Dios. Son
buenas. Son indispensables. No debemos odiarlas ni

despreciarlas. Pero debemos, sin embargo, reconocer sus


lmites.
Cuando pienso en un problema -o con ms precisin en una
persona muy cercana- con mi cabeza y no con mi corazn, la
mantengo a distancia. La manipulo de manera que la puedo
analizar a mi voluntad sin comprometerme con ella. En el
fondo, no me implico, mantengo mis distancias, conservo mi
seguridad respecto a esa persona.
Hago todo lo que puedo para conocerla sin dejar que me
lleve o contamine el dinamismo que podra emanar de su
corazn. Quiero permanecer libre respecto a ella. En ciertos
casos, este mtodo de actuar quizs sea bueno. Pero si lo
que yo quiero es amar, seguro que no es ste el camino a
seguir.
Jess nos sigue enseando:
Todo me lo ha dado el Padre y nadie conoce al Hijo sino el
Padre y nadie conoce al Padre salvo el Hijo y aquel a quien
el Hijo decide revelarlo (Mt 11,27).
Todo me lo ha dado el Padre. Esto quiere decir que entre el
Padre y el Hijo estn suprimidas todas las distancias.
Ninguno de los dos ha buscado conservar su seguridad ante
el otro. Han asumido implicarse recprocamente. Y de esta
manera pueden conocerse uno a otro con un conocimiento
de amor que se presenta como un misterio del que solo los
iniciados pueden participar. Nadie conoce al Hijo sino el
Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo. Nadie le conoce
porque nadie le abre su corazn. Si queremos conocer al
Padre hay que aceptar el hecho de que vamos a recibir este
conocimiento del Hijo en la medida en que l vea que nuestro
corazn est preparado para acogerle.
Para conocer de verdad a Dios tendr que renunciar pues a
mis seguridades. Tengo que eliminar las distancias que el
pensamiento y el mundo material me permiten guardar
respecto a l. Tengo que reconocer que soy vulnerable. Este

hecho que yo suelo esconder tan bien, lo tengo que aceptar a


plena luz del da, vivirlo, es decir dejar que se expresen las
verdaderas reacciones de mi corazn. A partir de este
momento tendr la oportunidad de ponerme en relacin con
el Padre y el Hijo y con todos mis hermanos.
Esto significa -en la realidad concreta- que tengo que aceptar
situarme al nivel de mi corazn. Le tengo que dar el derecho
a existir, a manifestarse, a expresarse segn su propio modo,
es decir a travs de sentimientos profundos: confianza,
alegra, entusiasmo, pero tambin miedo, a veces angustia,
rabia. Esto no quiere decir que hay que vivir al nivel de la
sensibilidad superficial. Al contrario, significa que tenemos
que aceptar que se estn desarrollando en nosotros esos
movimientos profundos que nos llevan a encontrar la
verdadera cara del otro. Eso es ser pequeo: expresarse
espontneamente y dejarse querer por el que est ante
nosotros. Qu difcil es tener el valor de ser pequeos!
Estas reflexiones que se sitan en el contexto del Evangelio
tambin encuentran su sitio en un proceso psicolgico
normal. Los dos niveles son evidentemente distintos, pero se
completan y compenetran. Tenemos que aprender a llegar a
todo a travs de la mirada de amor de Jess hacia todas sus
criaturas e incluso hacia las personas divinas. Eso es lo que
yo llamo ver con el corazn: aceptar que el Hijo me revela
al Padre si yo soy capaz de asumir esta revelacin, es decir
siempre y cuando, y segn mi capacidad de ser humano, que
haya en m y en mi corazn una imagen de la relacin de
intimidad que existe entre el Hijo y el Padre.
PURIFICACIN DEL CORAZN
No es necesaria una larga experiencia de la existencia
humana y menos todava de la vida espiritual para saber que
estamos presos en un mundo inmerso en un desorden casi
sin arreglo: pecados, desequilibrios emocionales, heridas no
cicatrizadas, costumbres malsanas, etc. Todo esto constituye
las impurezas de nuestro corazn.

Continuamente vemos que el lenguaje de nuestro corazn


est situado al nivel de las emociones. Todos los
desequilibrios que acabo de enumerar se convierten en
emociones fuera de lo normal; aparecen casi sin que nos
demos cuenta, nos mandan, nos destruyen, nos cierran a
Dios, nos unen a una especie de automatismo del mal. Y
todo esto viene de nuestro corazn.
Lo que sale de la boca proviene del corazn y eso es lo que
ensucia al hombre. Del corazn provienen las malas
intenciones, los asesinatos Esas son las cosas que
manchan al hombre (Mt 15, 18-20).
Si quiero quitar la suciedad de mi ser, primero tengo que
purificar mi corazn.
Ante esta urgente necesidad de rectificacin, normalmente
acudimos a lo que podemos llamar la ascesis clsica. Es
una tcnica probada y practicada por numerosas
generaciones de monjes cristianos, hombres de buena
voluntad, decididos a liberarse de la esclavitud en la que
estamos apresados. Es una forma de accionar que apela a
todos los recursos de nuestra voluntad, de nuestra energa y
de nuestra perseverancia iluminados por la fe y el amor. La
ascesis tiene sus mritos y no hay por que abandonarla, pero
tambin tiene sus lmites.
En particular, en lo que se refiere a la autntica purificacin
del corazn, hay que ir ms all de las tcnicas humanas.
Releamos la invitacin que hace San Bruno a su amigo Ral:
Qu hacer entonces, querido amigo? Qu hacer sino
creer en los consejos divinos, creer en la verdad que nunca
engaa? Efectivamente sta avisa a todo el mundo: Venid a
mi todos los agobiados y yo os aliviar. No es cierto que es
una pena horrible e intil estar atormentados por los propios
deseos, castigarse sin piedad por las preocupaciones y las
penas, el miedo y el dolor que dan vida a esos deseos?
Qu carga ms aplastante que sta puede haber, cuyo peso

rebaja el espritu injustamente de su sublime dignidad hasta


lo ms bajo de este mundo? (A Ral, 9).
Existe pues una manera de purificacin donde, antes que
cualquier otra, hay que dirigirse a Jess, llegar a l con el fin
de recibir alivio. l nos dirige esta invitacin justo despus de
habernos dicho que tenamos que renunciar a ser sabios e
inteligentes para convertirnos en pequeos. Entrar en el
camino del corazn es reconocer que la nica pureza
verdadera es un don de Jess.
Tomad mi yugo y aprended de mi que soy manso y humilde
de corazn y hallaris alivio en vuestras fatigas (Mt 11,29).
La purificacin fundamental se produce a partir del momento
en que las impurezas y los desequilibrios que me afectan los
ponemos cara a cara con Jess. Esto no es una tarea ms
difcil que la ascesis clsica pero es ms eficaz porque nos
obliga a establecernos en la verdad: la verdad sobre nosotros
mismos que nos obliga a abrir los ojos sobre la realidad de
nuestro pecado; la verdad de Jess que es el verdadero
salvador de nuestras almas no solo de manera general y
lejana sino porque tambin entra en contacto inmediato y
concreto con cada una de las suciedades que nos afectan.
Es necesario, pues, que aprenda a ofrecerme a l, a
entregarme a l sin esperar nada, en medio de las
circunstancias o a travs de un movimiento profundo de mi
corazn que quiere por fin re-encontrarse con su verdadera
libertad.
Cada vez que constato en mi la presencia de uno de esos
lazos que me paralizan, me convenzo a m mismo de que lo
ms necesario no es declarar la guerra a esta servidumbre
porque en la mayora de los casos no hara ms que cortar
las ramas sin llegar a la raz. Lo ms importante es sacar
fuera esas races, ponerlas a la luz del da, aunque resulten
muy feas y muy desagradables. Se trata precisamente de
asumirlas tal y como son y poder ofrecerlas al Seor con un
gesto libre y consciente. Desde esta perspectiva, la clsica
invocacin: Jess, Hijo del Dios, ten piedad de m, pecador,

no corre el riesgo de convertirse en una repeticin vana. Es


la constatacin indefinidamente renovada de que va a
producirse un nuevo encuentro entre el corazn purificador
de Jess y mi sucio corazn.
Es evidente que en este proceso hay un elemento de pura
psicologa humana pero qu es entonces lo chocante? No
acta siempre la gracia sobre las estructuras de la
naturaleza? En este caso se convierte en soporte de la
Redencin que realiza en mi corazn la transformacin y
cicatrizacin de las heridas por el encuentro personal con el
Jess resucitado. As nos acostumbramos poco a poco a
dirigirnos a l siempre, sobre todo cuando se trata de lo que
hay de oscuro, tenebroso e inquietante dentro de nosotros.
Esta actitud del corazn en el principio asusta. Demasiadas
veces nos han enseado que lo nico que se le puede
ofrecer al Seor son actuaciones buenas y bellas. Todo lo
dems no forma parte de las virtudes as que no se le puede
presentar. Pero esto no va en contra del Evangelio? El
mismo Jess afirma que ha venido no para curar a los sanos
sino a los enfermos. Habr que aprender pues, sin falsa
vergenza, a ser autnticos enfermos delante del medico
divino que reconocen lealmente todo lo tienen de falso,
engaoso y contrario a Dios. El es el nico que nos puede
curar.
MI CUERPO, LUGAR DE ENCUENTRO CON EL VERBO Y
TEMPLO DEL ESPRITU
A menudo nos gustara tomar la formula oracin del
corazn de manera simblica. Hablar del corazn seria un
modo imaginario de evocar algo de nuestro interior, es decir
algo espiritual. Eso no es correcto. Todos los movimientos del
corazn que representan el soporte de nuestra relacin con
el Padre son movimientos ligados a nuestro ser sensible,
material. Sabemos por experiencia -a veces incluso a precio
de nuestra salud- que las emociones verdaderamente
profundas afectan a nuestro corazn fsico.

Dios nos ha hecho as. En el relato del Gnesis vemos a


Yhav modelando al hombre del barro de la tierra y
afirmando al mismo tiempo que este ser material estaba
hecho a su imagen y semejanza. Nuestro cuerpo no es un
obstculo en la relacin con Dios. Al contrario, es la
mismsima obra del Seor que nos ,ha creado como hijos
llamados a recibirle a El en herencia.
Toda la economa de la encarnacin del Hijo de Dios nos
sita en las mismas perspectivas. La Iglesia, desde los
primeros siglos, ha luchado con mucho empeo por defender
la realidad de que Jess es verdaderamente un hombre.
Naci en la carne y vivi; nos ense, sufri, muri y
resucit.
Estas son las obras humanas del Verbo de Dios que nos han
dado y siguen dndonos la vida cada da. La Palabra de Dios
llega a nosotros con palabras humanas. Nuestro pecado no
ha sido purificado de manera simblica sino a travs de la
efusin de la sangre que brota del cuerpo de Jess. l
verdaderamente ha muerto y resucitado en su carne. Es esta
resurreccin material la que salva nuestras almas igual que
nuestros cuerpos.
En fin, el Espritu se nos dio a partir de la resurreccin
corporal del Hijo. Es l, el hijo de Mara quien nos enva al
Espritu desde el seno del Padre. No es la Palabra increada
sino la Palabra encarnada que ha compartido nuestra
existencia convirtindose en uno de los nuestros.
Experimentamos esta encarnacin cada da a travs de los
sacramentos, la liturgia, la vida en comunidad, la pertenencia
al cuerpo de la Iglesia. Todo esto es el fundamento
inmediato, la presencia en nuestras vidas de la realidad de
Cristo. Sepamos pues acoger a Jess tal y como viene a
nosotros, es decir dirigindose a nosotros en nuestro cuerpo.
No nos precipitemos deshacindonos rpidamente de este
intermediario que a veces consideramos un poco como una
falta de pureza en nuestra relacin con Dios. Eso no es

verdad, no es una impureza, sino el mismsimo lugar de


encuentro con nuestro Abba.
Igual que nos sera imposible imaginar la vida en comunidad
si nuestros hermanos fueran seres sin cuerpo, puros espritus
a los que deberamos de llegar ms all de su envoltura
carnal, de la misma forma sera un rechazo a la realidad del
amor de Dios querer abstraerse de la realidad material y
carnal presente en el Hijo que viene a nosotros.
Efectivamente, la Eucarista que celebramos cada da es la
celebracin de un acto que ha contribuido a llegar en su
Cuerpo y su Sangre a transformaciones profundas sin
abandonarlas ni olvidarlas sino dndoles su plena
significacin: son una realidad material que es el Hijo de
Dios. De la misma manera, nuestro cuerpo es la realidad de
lo que somos nosotros con todo su peso, sus lmites, sus
restricciones. Es mi cuerpo quien entra en contacto con
aquella realidad de la cual Jess dijo:
Esto es mi cuerpo. En el encuentro de las dos realidades
corporales se establece el contacto de vida entre Dios y yo.
Si no comis mi cuerpo y no bebis mi sangre no tendris
vida en vosotros. Igual que el Padre me ha enviado y yo
estoy vivo por l, as el que me come vivir por m (Jn 6,57).
La consecuencia de este estado de cosas es que yo no
podra rezar si no orara en mi cuerpo. No puedo abstraerme
de mi realidad encarnada cuando me dirijo a Dios. Tampoco
es una simple cuestin de disciplina religiosa si hay ciertos
gestos impuestos y si existen condiciones materiales que me
limitan cuando tengo que dirigirme a Dios. Todo esto
corresponde a una nica verdad: que Dios me quiere tal y
como me ha creado. Por qu voy a querer yo ser ms
espiritual que l?
Es necesario, pues, aprender a vivir con mi cuerpo y con
todas las restricciones que me impone. La comida, el sueo,
el sosiego, las enfermedades, los limites de mis fuerzas no
son obstculos entre Dios y yo, al contrario representan la

trama de la tela que establece la continuidad que no puede


fallar entre lo ms ntimo de la realidad divina y lo ms
concreto de mi existencia cotidiana. Quin de nosotros no
ha pasado por esta experiencia a veces terriblemente
dolorosa de sentirse limitado, casi prisionero por culpa, por
ejemplo, de problemas de salud?
Si nuestro corazn es leal no podemos decir ms que una
cosa: que es Dios quien viene a nosotros a travs de esos
contratiempos dolorosos. Ellos son el verdadero punto de
insercin del amor de Dios en nuestra vida. Nuestro corazn
acoge a Dios en la medida en que est atento a esta realidad
que nos gustara poder considerar inferior a nuestra vocacin
espiritual. Tengamos cuidado con las mentiras permanentes
que el Prncipe de las mentiras intenta sembrar en nuestro
corazn. No juguemos a espritus puros; sepamos ser algo
mucho mejor: hijos de Dios.
EL MISMO ESPRITU ORA EN M
Estamos hablando de oracin. Pero sabemos rezar? Me
pregunto si incluso s en qu consiste la verdadera oracin.
Sinceramente tengo que admitir que no. Siento en m un
llamamiento profundo en un sentido, pero sigo en la
oscuridad. Felizmente:
El Espritu viene en ayuda de nuestra debilidad; pues no
sabemos pedir como conviene; pero el Espritu mismo
intercede por nosotros con gemidos indecibles. El que
escudria los corazones sabe cul es la intencin del Espritu
porque conforme a la voluntad de Dios intercede por
nosotros (Rm 8, 26-27).
La oracin est en mi corazn. Brota de mi corazn. Y, por
tanto, no es obra de m solo. El Espritu que me ha sido dado,
ocupa enteramente mi corazn y es el que reza en mi. El
Espritu viene del corazn de Dios deseando encender en mi
propio corazn la misma llama que en el suyo.

Conocemos todos los pasajes de san Pablo que nos repiten


lo mismo pero no tenemos demasiada tendencia a
considerarlos como algo puramente terico? O, por
expresarnos de manera ms noble, como verdades de la fe
es decir algo de lo que se habla con conviccin pero que lo
vivimos en total oscuridad.
Esta presencia del Espritu en mi corazn seria algo que se
situara nicamente al nivel de Dios y con la cual no podra
yo comunicarme ms que a travs de frmulas intelectuales.
La misma realidad escapara totalmente de mi experiencia.
Es esto lo que verdaderamente quiere decir san Pablo?
En reaccin ante lo que esta actitud tiene de excesiva, es
necesario exigir que toda existencia cristiana autntica sea
una experiencia de Espritu, como la de los Apstoles cuando
recibieron las lenguas de fuego el da de Pentecosts? Esto
nunca lo ha enseado as la Iglesia. Pero, entre los dos
extremos, se sita una actitud verdadera, accesible a todos
los cristianos, en la que la presencia del Espritu en nuestras
vidas es una realidad que tiene una influencia directa sobre
nuestra manera de ser, sobre nuestras relaciones de amor
con nuestros hermanos y sobre nuestra oracin.
Si retomamos las diferentes etapas de las que hemos
hablado, constatamos una progresin. Renunciar a
considerar el centro de nuestra actividad de oracin al nivel
de la cabeza, de las representaciones, de los sistemas de
pensar, entrar en nuestro corazn, y descubrir todo un mundo
desordenado de emociones y heridas que emanan de
nuestro corazn y que tienen necesidad de ser purificadas.
Tenemos que descubrir que hay una posibilidad efectiva de
integrar todas las heridas de nuestro corazn en el
movimiento de la redencin, sacndolas a la luz, de manera
que las podamos ofrecer conscientemente a la accin
redentora de Jess.
De esta manera y sin haberlo dicho, hemos conseguido
hablar del movimiento del Espritu en nosotros. Podemos
realizar lo que acabo de decir, o sea que, realmente, el

Espritu del Seor acte en nosotros, que nos permita


desenredar, en la compleja red de nuestras emociones, lo
que podemos ofrecer con paciencia y perseverancia a la
gracia de purificacin y de resurreccin del Salvador. Todo lo
que hemos hablado es ya obra del Espritu.
Sigamos el mismo camino. Ms all de todos los
movimientos caticos del corazn y sobre todo a partir del
momento en que Jess empieza a restablecer el orden en l,
observamos movimientos menos confusos que
progresivamente acaban siendo ordenados y as sin ms
cuidado, el fondo de nuestro corazn aprende a volverse
espontneamente hacia el Seor. Y nicamente ms tarde,
observando lo ocurrido, nos damos cuenta de que, en
verdad, el Espritu del Seor ha estado actuando en lo ms
profundo de nuestro corazn en pleno silencio y con mucha
discrecin. A medida que la paz se instala, nace un cierto
dinamismo misterioso con el que tenemos que aprender a
cooperar.
De esta manera nos acostumbramos a asumir todos los
movimientos de nuestro corazn, los buenos, los menos
buenos y los malos, para orientarlos hacia Dios. Unos
provienen directamente del Padre y vuelven a l. Otros
necesitan estar transformados y asumidos por la muerte y la
resurreccin de Jess. Todos piden estar integrados
conscientemente en este dinamismo del Espritu extendido
en nuestros corazones. Se trata de aprender a estar atentos
a los movimientos de nuestro corazn para llegar a unirlos
voluntaria y conscientemente a la accin del Espritu Santo
que mora en nosotros.
Todo esto no supone ninguna gracia mstica. Es cuestin
nicamente de darse cuenta, con ayuda de la ternura y de la
simplicidad, de que nuestro corazn sigue vivo y que esta
vida la podemos ofrecer al Espritu Santo para que l la lleve
en su movimiento hacia el Padre.
San Pedro dice que el Espritu nos habla con susurros
difciles de expresar. Esto ltimo merece que le prestemos

atencin. La accin normal del Espritu no es darnos ideas


claras, ni iluminarnos, ni nada de esto. La accin del Espritu
consiste en llevarnos hacia el Padre.
Todos los que se dejan llevar por el Espritu de Dios son
hijos de Dios. Porque no habis recibido el espritu de
esclavos para caer en el temor; si no que se os ha dado un
Espritu de hijos adoptivos que os hace gritar: Abba!
Padre! El Espritu en persona se une a nuestro espritu para
confirmar que somos hijos de Dios.
El Espritu es un testigo, un dinamismo que nos arrastra. No
busquemos para nada atraparle, identificarle, asirle con el fin
de poder controlarle. Esto significara expulsarle de nuestro
corazn y apagarle. Dejmosle libertad plena para orar en
nosotros con su manera velada, oculta y misteriosa que
valoraremos luego por los resultados. Cuando empecemos a
constatar que estamos aprendiendo a rezar y que, sin saber
por qu, somos capaces de pedir a Dios y ser acogidos,
podramos considerar que a pesar de todas nuestras
debilidades evidentes, el Espritu ora en nosotros.
MI DEBILIDAD, LUGAR PARA DESCUBRIR Y
ENCONTRAR LA TERNURA DEL PADRE
El reflejo espontneo del ser humano es tener miedo de sus
propias debilidades. En el momento en que constatamos que
no siempre podemos contar con nuestras propias fuerzas,
una cierta inquietud nos invade y corremos el riesgo de
acabar angustiados. De hecho, todo lo escrito hasta aqu nos
lleva a perder la seguridad personal que tenemos, sacando a
la vista nuestra vulnerabilidad, nuestros desequilibrios
escondidos, los lmites de nuestra condicin de criaturas, etc.
Y cada vez decimos: slo hay una solucin que consiste en
reconocer la verdad de lo que somos y entregarla al Seor
para que se ocupe de ella.
Acordmonos del episodio de la tormenta calmada. Los
apstoles estn asustados por la tempestad que sacude el
barco y despiertan a Jess que les pregunta

sorprendido: Por qu tenis miedo, hombres de poca


fe? Luego, con un solo gesto calma las olas.
Por qu tener miedo de mis debilidades? Existen. Durante
mucho tiempo me he negado a mirarlas a la cara. Poco a
poco he empezado a domesticaras. Estoy obligado a
reconocer que forman parte de mi mismo. No son un efecto
exterior del cual podr deshacerme definitivamente un da.
An ms: si tuviera la tendencia a olvidarlas, el Padre se
encargara rpidamente de recordrmelas. Me permitir
algn error, ante el cual no podr negar mi naturaleza de
pecador. Dejar que la salud me falle de tal forma que tendr
que declararme vencido y entregarme sin defensa al amor
del Padre. As me har comprobar, sin posibilidad de duda
alguna, la gran limitacin de mis facultades.
Pero lo nuevo en todo esto es que a partir de ah, en lugar de
representar un peligro para m, mis propias debilidades se
convertirn en una oportunidad para ponerme en contacto
con Dios. Por esta razn tengo que dejarme domesticar por
ellas; dejar de considerarlas como un lado inquietante de mi
personalidad para verlas como una dimensin deseada o
aceptada por el Padre. Esto no supone un paso atrs sino
una estructura fundamental de la vida divina tal y como me
ha sido dada. Cuando me veo inesperadamente enfrente de
una nueva debilidad de mi carcter que todava no haba
descubierto, mi primera reaccin debera ser intentar ver al
Padre en ella en lugar de asustarme.
Entonces, cmo no plantear una pregunta? La
transformacin de la debilidad -parecida en todo a un
fracaso- en victoria del amor podra ser una especie de
recuperacin a travs de la cual Dios transforma el mal en
bien? o, al contrario no estaramos en presencia de una
dimensin fundamental del orden divino?
Muchas cosas se podran decir sobre este punto.
Conformmonos con comprobar simplemente que incluso en
la naturaleza todo autntico amor es una victoria de la
debilidad. Amar no consiste en dominar, poseer o imponerse.

Amar quiere decir acoger al otro sin pensar en defensa o


proteccin, teniendo, por tanto, la certeza de ser acogido de
todo corazn por el otro sin ser juzgado, condenado y, an
menos, comparado. No hay pruebas entre dos seres que se
aman. Hay una especie de inteligencia mutua interior gracias
a la cual no se teme ningn mal que venga del otro.
Esta experiencia, aunque nunca llega a ser perfecta, es
bastante convincente. Y por lo tanto es solo un reflejo de la
realidad divina.
A partir del momento en que empezamos a creer de verdad,
con el corazn, en la ternura infinita del Padre, nos sentimos
en cierto grado
obligados a ir bajando -cada vez ms y ms- hacia una
aceptacin positiva y alegre del hecho de no tener, no saber,
no poder. En esto no hay ninguna autohumillacin malsana.
Simplemente estamos penetrando en el mundo del amor y de
la confianza. Y as, casi sin darnos cuenta, entramos en
comunin con la vida divina. Las relaciones del Padre y el
Hijo en el Espritu son, a un nivel que desborda totalmente
nuestra capacidad de comprender, la encarnacin perfecta
de esta debilidad plenamente asumida en la comunin.
De manera ms cercana a nosotros, se manifiesta la ternura
ntima del tres veces Santo en la relacin del Hijo encarnado
con su Padre. Cmo no asombrarse de la serenidad y de la
infinita seguridad con la que Jess declara tranquilamente
que l no tiene nada suyo, que no puede hacer nada por si
mismo si no fuera por el Padre? Qu hombre aceptara
semejante desposesin? Por lo tanto no es sta la direccin
que estamos obligados a seguir si queremos realmente vivir
en la profundidad de nuestro corazn tal y como lo ha creado
el Padre y tal y como lo ha transformado a travs de la
muerte y la resurreccin de su Hijo?
Mara nos orienta en el mismo sentido. El Magnificat es a la
vez un cntico de triunfo y el reconocimiento de un
desprendimiento total.

Ambos van a la par. Desde el principio ella reconoci y


acept su completa debilidad y as fue capaz de acoger al
Hijo que el Padre le da. Ella se convirti en la Madre de Dios
porque es la que est ms cerca de la pobreza de Dios.
ENTRAR EN EL SILENCIO
Siguiendo el camino del que estoy hablando es normal que,
progresivamente, la actividad intelectual se apacige durante
el tiempo de oracin; en la medida en que las emociones del
corazn estn canalizadas, cualquier distraccin o divagacin
pierde su razn de ser. Es decir, que la oracin del corazn,
de un movimiento casi espontneo, nos orienta hacia el
silencio. Algunos das esta sensacin es ms fuerte y resulta
inevitable no encontrarse expuesto, por as decirlo, a
la tentacin del silencio.
El silencio es un bien que seduce el corazn desde el
momento en que haya tenido una agradable experiencia.
Pero hay muchas formas de silencio y no todas son buenas.
La mayora incluso se pueden considerar deformaciones
antes que autntica oracin de silencio.
La primera tentacin es hacer del silencio una actuacin a
pesar de estar convencido ntimamente de lo contrario. Bajo
el pretexto de que la inteligencia est parada y que el
corazn parece estar en reposo, nos imaginamos que hemos
llegado al verdadero silencio del ser. En realidad, este
silencio, aunque posea una indiscutible autenticidad, es el
resultado de una tensin de la voluntad que al fin y a cabo es
lo ms sutil pero tambin lo ms pernicioso. En lugar de tener
nuestro corazn disponible, eso nos mantiene en un estado
que nos impone una actitud artificial que, en ltima instancia,
no ofrece al Seor una acogida porque nos estamos
apoyando en nuestras propias fuerzas. En el caso de
personas con una voluntad enrgica, esto puede representar
mayor obstculo para una verdadera disponibilidad al Seor.
Hablando materialmente, el silencio es grande pero es un
silencio replegado sobre s mismo, y apoyado en s mismo.

Otra tentacin representa el deseo de hacer del silencio un


fin. Nos imaginamos que la razn de ser de la oracin del
corazn e incluso de cualquier existencia contemplativa es el
silencio. Estamos en una realidad material. No nos paramos
en la persona del Padre o en la de su Hijo, ni en la del
Espritu. Es mi estado el que cuenta y no la relacin real de
amor y de disponibilidad que tengo respecto a Dios. Ya no es
una oracin sino una contemplacin de mi mismo.
Una tentacin anloga a la anterior consiste en hacer del
silencio una realidad en s misma. El silencio es suficiente. A
partir del momento en que todos los ruidos de los sentidos,
de la inteligencia, de la imaginacin han sido calmados, se
instala en nosotros un autntico placer y esto es suficiente.
No necesitamos nada ms. Nos negamos a buscar otra cosa.
Todo lo que introducira una nueva idea, aunque sea sobre el
Seor, aunque venga de l parece un obstculo. La nica
realidad divina en aquel momento es el silencio. Ya no hay
oracin; estamos creando un dolo llamado silencio.
No digo que el autntico silencio no sea una realidad muy
importante a la cual hay que atribuir su gran precio. Pero si
queremos entrar en el autntico silencio habr que renunciar
al silencio en el fondo del corazn. O sea, no hay que
deshonrarle, ni despreciarle, ni siquiera renunciar a buscarle
sino evitar convertirle en un fin.
Sobre todo hay que evitar creer que el verdadero silencio es
el resultado de mi esfuerzo personal. No tengo por qu
construir el silencio pieza a pieza como si fuera un producto
de fbrica. Demasiado a menudo nos imaginamos que el
silencio consiste nicamente en establecer la paz en las
facultades intelectuales, imaginativas y sensuales. Si, esto es
un aspecto del silencio pero no es todo el silencio. Adems,
es necesario que nuestro corazn profundo, en la medida en
que se identifique con la voluntad, est l mismo en silencio y
que est calmado cualquier otro deseo distinto al de hacer la
voluntad del Padre. Es decir, que mi deseo en lugar de estar
dispuesto a imponerse al resto del ser humano, permanezca

en pura disponibilidad, a la escucha y acogedor. Entonces


aparece la posibilidad de entrar en un autntico silencio del
ser entero ante Dios, un silencio que nace de la conformidad
real de mi ser profundo con el Padre, del que es imagen y
semejanza.
Slo Dios basta. Lo dems es nada. El autntico silencio es
la manifestacin de esta realidad fundamental de cualquier
oracin. Hay un verdadero silencio en el corazn a partir del
momento en que han desaparecido todas las impurezas que
se oponen al Reino del Padre. El verdadero silencio se
establece nicamente en un corazn puro, en un corazn
que haya llegado a ser parecido al de Dios.
Por esta razn, un corazn puro de verdad puede guardar un
silencio completo hasta cuando est sumergido en diferentes
actividades porque ya no hay desacuerdo entre l y Dios.
Incluso si su inteligencia y su sensibilidad estn en actividad,
por estar en conformidad con la voluntad de Dios, el
autntico silencio contina reinado en ese corazn.
Bienaventurados los limpios de corazn porque ellos vern
a Dios.
LA ORACIN TEOLOGAL
La oracin del corazn no es ms que la introduccin a un
tema muy amplio, demasiado amplio tal vez, porque es algo
muy sencillo y siempre nos cuesta identificar y formular las
cosas sencillas. Hoy me gustara hablarte de la oracin
teologal que es, en realidad, otra forma de acercarnos a la
oracin del corazn.
Que significa la frmula oracin teologal? La frmula
oracin teologal evoca a una orientacin del corazn que se
apoya en las tres virtudes teologales: fe, esperanza y amor.
Supongo que esto es algo bastante preciso; las virtudes
teologales son, en resumen, las capacidades que nos da
Dios gratis para poder llegar a l directamente, mientras que

las dems virtudes, las morales, tienen que ver con los
medios que nos ayudan a caminar hacia Dios.
Nos reencontramos aqu con una orientacin esencial de la
oracin del corazn que apunta directamente al corazn de
Dios. Es lo ms profundo de mi corazn quien est en la
bsqueda de un encuentro directo con Dios. No solamente es
un encuentro afectivo para experimentar la ternura divina que
viene a satisfacer mis necesidades ms ntimas y secretas,
de probar la bondad de Dios siendo una persona hu-mana,
sino tambin la oportunidad que me ha sido ofrecida por el
Padre: es l quien viene a mi y, ms all de todos los medios
o intermediarios, este encuentro se realiza porque l est de
acuerdo y me da esta oportunidad.
En este momento me pregunto si t no querrs interrumpirme
para decirme: Por qu insistir en algo que parece ms que
evidente? Rezar es buscar a Dios, es ir al encuentro ms
inmediato entre l y yo en el amor.
Efectivamente, me parece que muy a me-nudo en lugar de
rezar as, gastamos el tiempo y la energa en actividades que
tal vez solo se parecen a la oracin. Ya no es Dios sino el yo
de cada uno el que se convierte en el centro de inters de
semejante actuacin. Esto lo experimentamos todos pero
quizs no sacamos las conclusiones que conlleva.
Permteme que te cuente algo de mi vida para ilustrar lo
dicho.
En la evolucin de mi oracin, he vivido una aventura y s
que muchos han pasado por una experiencia anloga; por
eso creo til decir unas palabras sobre lo que ha golpeado y
orientado el resto de mi existencia. Cuando yo era
adolescente, un da, aparentemente por casualidad, encontr
un volumen de las obras de la gran santa Teresa. Y esta
lectura transform mi vida. En cierto modo ella hizo surgir
instantneamente de lo ms profundo de mi corazn una
fuente cuyo contenido me seria difcil de describir aunque yo
sabia que esta lectura estaba estableciendo un vinculo
infinitamente profundo y verdadero entre mi corazn y Dios.

Esta fuente era lo suficientemente abundante como para


regar toda mi vida; ella me llev a mi celda de la Cartuja
donde responda a todas mis necesidades tanto las de
soledad como las de liturgia. Sin ni siquiera hacerme
preguntas, poda volver a mi fuente que nunca me
decepcion.
No obstante, un da se matiz cuando se me present una
duda. Qu es lo que me daba esta fuente? Responda de
verdad a los deseos ntimos de mi corazn? Dicho de otra
manera era Dios lo que encontraba en ella? O tal vez -y es
ah donde se haca dolorosa la pregunta- no era, en ltima
instancia, donde yo me encontraba a m mismo aunque fuera
a travs de ella, como me llegaba el reflejo de Dios que me
cautivaba desde hace aos? La cuestin se haca cada vez
ms clara: esta fuente no era Dios y yo slo tena sed de l.
Debera pues abandonar a mi querida fuente. Si esto haba
sido posible, ahora yo la haba secado y obstruido pues
empezaba a sentirla como un obstculo porque ocupaba el
lugar de Dios en mi corazn. Entonces fue cuando descubr
la necesidad de encontrar el medio, la actitud del corazn a
travs de la cual abrira la puerta directamente a quien desde
haca tanto tiempo estaba llamando en vano porque en mi
oracin, de lo primero que me ocupaba era de m mismo.
He contado este episodio para dar un ejemplo de lo que me
parece que es una trampa inevitable de la soledad: bajo el
pretexto de buscar a Dios, al final acaba uno encontrndose
a s mismo, de manera muy piadosa, y en esto consiste su
felicidad. Cmo escapar a esta emboscada?
El sacramento del hermano
Muchas veces me acuerdo de otra dificultad tanto en mi vida
personal como en la existencia religiosa de los que estn a
mi alrededor. Aunque las relaciones que mantengamos con
nuestro entorno sean cordiales, es difcil afirmar que siempre
estamos dispuestos a establecer con ellos verdaderas
relaciones de intimidad. Si ocurre as con un hermano mo al
que puedo ver cmo no imaginar que este mismo fenmeno

no se produce tambin con Dios al que no veo? Si existe de


verdad un lugar donde el sacramento del hermano sea eficaz
es en el encuentro autntico con nuestro amado Seor. La
ventaja del sacramento del hermano consiste en que se sita
en un nivel en el que nos resulta difcil negar un cierto
nmero de evidencias que escapan fcilmente en nuestro
corazn cuando intentamos preparar los caminos del
Altsimo.
De hecho qu me ensea la experiencia del encuentro con
mi hermano? Soy lo suficientemente acogedor como para
dejarle penetrar en lo ms profundo de mi ser? O, por el
contrario, tal vez estoy demasiado protegido, blindado, lleno
de rechazos? Esas fortalezas interiores forman parte de mi
fisonoma secreta; cumplen pues necesariamente su papel
en la oracin y son obstculo para la marcha del Seor en la
bsqueda del camino que conduce al santuario ntimo de mi
corazn.
Si yo observo la marcha del encuentro con mi hermano en
otro sentido, es decir, cuando yo soy la persona que se
esfuerza en ir hacia l, soy mejor actor? No lo creo. Estoy
pensando por ejemplo en todas las formas de agresividad
que instintivamente se movilizan en m frente a cualquier otro
ser humano: muy a menudo adopto una actitud lejana frente
a la atencin delicada y afectuosa que con razn se espera
de m. A lo mejor esto es una expresin del miedo de otro o
ma pero el hecho es que esos reflejos entran en juego en
mis relaciones con el hermano y con el Seor.
Perdname por haber hablado tanto sobre esas
observaciones que sin lugar a duda te parecern fastidiosas
o descorazonadoras, pero escucha lo que nos aconseja el
mismo Jess:
Quin de vosotros si quiere edificar una torre, no se sienta
primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita
para acabarla? (Lc 14, 28).

Igual ocurre en el presente caso. No parecera una broma


pesada hablar de la construccin de una torre para el
encuentro ntimo con Dios sin ni siquiera preocuparse por
saber si tenemos el terreno libre para echar los cimientos? Es
intil intentar un verdadero encuentro de mi yo con el Padre
en la libertad de los hijos de Dios si desde el principio no me
doy cuenta de que estoy atado a miles de costumbres, y que
liberarme de ellas representara una tarea bastante dura que,
en ltima instancia, es el Seor el nico que puede realizarla
completamente.
Como hijos nacidos de la fe
A decir verdad, tengo la impresin de que no soy un socio
muy atractivo para Dios. Pero es sta la respuesta que
espera de m? Dios ha enviado a su Hijo para encontrarme a
m, tal y como soy en la realidad que estoy viviendo hoy.
Desde este punto hay que intentar tener una mirada de fe de
la situacin. Consistir el proyecto de Dios en ponerse en
contacto con seres sin tacha, sin defectos y sin debilidades?
O ms bien nos dice lo contrario? El Padre ha enviado a su
Hijo para cogernos sobre sus hombros, perdidos y heridos
como estamos, y llevarnos al aprisco donde se puede gozar
de la inmensa alegra de ver cmo los pecadores acogen en
sus corazones a Jess.
Nos estamos aproximando paso a paso a lo que constituye la
oracin teologal: el encuentro en mi ser real de hoy con Dios
que viene a m no para rechazarme ni para condenarme, sino
para hacer de m su hijo nacido en la fe:
A los que creen en su nombre los ha permitido llegar a ser
hijos de Dios (Jn 1,12).
El tres veces Santo no exige como prembulo a nuestro
encuentro que yo sea perfecto, que tenga obras importantes
que ofrecerle ni que sea capaz de servirle en el futuro. Todo
esto no le interesa. No me pone ninguna condicin. El nico
elemento indispensable para que el nacimiento se produzca
es que yo tenga fe en su amor y que desee sinceramente ser

transformado. Si pudiera ofrecerle una huella de esta fe, todo


sera posible.
La dificultad de lo sencillo
Esto es sencillo. Es infinitamente sencillo. Y eso es, tal vez, lo
que hace la cosa tan difcil para m. Se parece un poco a la
historia de Naamn el Sirio que estaba dispuesto a
someterse a cualquier tipo de pruebas difciles pero que no
aceptaba la idea de que Dios le poda curar tan solo con
baarse en el Jordn findose de la palabra de Eliseo.
Me gustara mucho que me dijeran que la calidad de mi
encuentro con Dios es obra ma. Seran mis cualidades, mis
virtudes, las que agradaran a Dios y le atraeran a mi
corazn. Gracias a mis esfuerzos yo llegara a ser santo a
mis propios ojos y ante los ojos del Todopoderoso. No nos
seducira este programa, a pesar de ser costoso y exigente?
Por el contrario, el camino propuesto por Dios nos desva
tanto que dudamos muchsimo antes de lanzarnos en l y, si
empezamos con un paso indeciso, nos quedamos con la
impresin de que falta seriedad en nuestro deseo de gustar a
Dios.
Sin embargo no es ste el sentido de la primera de las
bienaventuranzas? Bienaventurados los pobres de espritu
porque de ellos ser el Reino de los cielos (Mt 5,3). Que
Reino es ste sino el que pedimos una y mil veces en el
Padrenuestro? Padre, santificado sea tu nombre, venga a
nosotros tu reino. El reino que se nos propone es poder
glorificar el nombre del Padre; poder decirle que l es
verdaderamente nuestro Padre porque nos engendra como a
hijos suyos. Pero, para esto, hay que ser pobres y nosotros
tenemos miedo. Estamos expuestos a la tentacin del joven
rico que se retir hundido en la tristeza porque posea
grandes riquezas. Y aunque todas nuestras riquezas sean
falsas, nos sentimos seguros tenindolas porque en lo ms
profundo de nosotros mismos tenemos miedo a ser pobres
en espritu.

Tal vez ste es el principal obstculo que nos disuade de


entregarnos a la oracin del corazn. Parece que es algo que
est por encima de nuestras fuerzas presentarnos ante Dios
sin tener nada ms para ofrecerle que nuestra pobreza, una
pobreza que nos da miedo porque es la de nuestras heridas,
nuestra extrema indigencia espiritual, nuestra incapacidad
para franquear por nuestras solas fuerzas la distancia que
nos separa de la santidad de Dios.
Aspirar al encuentro
ste es pues el camino del cual quiero hablarte porque creo
que corresponde a lo que el Seor nos pide: aspirar a un
encuentro entre l, tal y como es realmente, y yo tal y como
soy de verdad.
Primera pregunta: Cmo llegar a Dios tal y como l es?
Cuando se habla de Dios, nos resulta ms cmodo definirle
de manera negativa que positiva. Es ms fcil decir lo que no
es Dios que lo que es. Simplificando un poco las cosas, al
final incluso admitimos que es imposible saber quin es en
verdad. Nuestras facultades naturales no disponen de ningn
medio para ponerse en contacto directo con l. Estara
entonces perdida la causa por adelantado? No, porque el
Todopoderoso desde siempre desea encontrarnos
implicndose totalmente en esta bsqueda.
Personalmente yo no puedo llegar a l solo por mis medios.
Pero l s puede, cuando quiere, traspasar la infinita distancia
que nos separa. La luz verdadera ilumina a todo hombre
dice Juan. En el fondo de cualquier corazn humano brilla
una llamita que pregunta: Me quieres? y la respuesta
global es como la de Juan: l vino a los suyos (a ti, a m) y
los suyos no le recibieron (Jn 1,11). Entonces el Padre de la
via envi a sus servidores, los profetas, a los que los
viadores asesinaron. Y al final envi a su propio hijo que hoy
todava sigue llamando a la puerta de tu corazn.
Jess, me atrevo a expresarme as, no es nada ms que el
enviado del Padre. Esta es una de las ideas ms relevantes

de la oracin sacerdotal: Ellos han credo que t me


enviaste (Jn 17). Y, a partir del momento en que Jess hace
asumir a sus discpulos la certeza de que es el Enviado del
Padre, ya ha cumplido su misin y l vuelve al Padre. Desde
entonces hay un abismo permanente entre nosotros y l.
La luz que alumbra nuestro corazn
Qu abismo permanente es ste que perfora los cielos y
nos permite llegar a este Dios inaccesible? Es la fe. Ella no
ve la cara del Padre pero en la cara de Jess, la fe de los
discpulos ha visto al Padre. Y de manera anloga nos llega
hasta hoy da el testimonio de Jess transmitido por los
apstoles:
Te pido por ellos, pero no solamente por stos, sino tambin
por los que han de creer en m por la palabra de ellos, para
que todos sean uno; como t, Padre, en mi y yo en ti; que
tambin ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea
que t me has enviado (Jn 17, 20-21).
Nuestra fe es el fruto de la oracin de Jess. Es la conviccin
del corazn, cuya raz es el mismo Dios, de que Dios viene a
nosotros, ahora, a travs de su Hijo, por medio de su
Palabra, su Iglesia, sus sacramentos, en el Espritu que nos
ha sido definitivamente entregado.
All est el punto decisivo: slo la fe nos permite acoger de
verdad al mismo Dios que viene a nosotros. Ella no ilumina
nuestra inteligencia sobre l porque seguimos
permaneciendo en las tinieblas, pero estamos seguros
porque hemos descubierto un ms all de las luces de la
inteligencia: el amor del Padre que la inteligencia no sabra
abrazar pero que descubre la verdad en esta estabilidad que
le da la fe.
En la fe que transforma tu corazn puedes acoger al mismo
Dios presente en ti por su Espritu: El amor de Dios llena
nuestro corazn por el Espritu que se nos ha dado (Ro 5,5).
En esto tienes el verdadero y eficaz medio de llegar a Dios

en la persona del Padre, del Hijo y del Espritu, en su ternura,


fidelidad y misericordia por ti y por todas las criaturas.
Puede ser que hayas tenido una cierta duda sobre lo que he
dicho acerca de la manera por la que la fe se implanta y
crece en nuestro corazn. Es verdad; se trata de un punto
delicado y no quisiera atosigar con largas explicaciones
tericas. En ltima instancia, me he dicho que lo ms seguro
es simplemente observar cmo acta Jess en el Evangelio;
precisamente, los relatos de Pascua nos ofrecen dos
ejemplos notables.
Maria Magdalena y los discpulos de Emas en contextos
aparentemente muy distintos llegaron a la fe en Jess
resucitado por caminos espirituales tan parecidos que se les
podra tomar como una descripcin simblica del camino
hacia la fe plena que todos estamos destinados a recorrer si
queremos ser fieles a la llamada que nos ha llevado al
desierto.
Miremos los discpulos caminando tristemente, al atardecer,
por el camino que lleva de Jerusaln a Emas. Estn
hablando y discutiendo mientras van de camino pero tienen
el corazn triste, sumergido en la oscuridad, abatido y
desanimado. Hasta aquel momento, su vida haba estado
iluminada por la predicacin de Jess y ste acababa de
morir, estaba muerto de verdad. A dnde dirigirse ahora?
Pero, he aqu que Jess est de nuevo a su lado. Ellos no le
reconocen pero, sin ruido, desde las primeras palabras, l
recobra su sitio en sus corazones a los que una nueva llama
convierte en ardientes. Luego, repentinamente, en el
momento en que el misterioso extranjero empieza a partir el
pan, resplandece el rayo. Es l, que desaparece en el acto
aunque en sus corazones brilla la fe, una fe que nunca ms
se apagara.
Algo parecido le ocurre a Maria Magdalena. Desconsolada al
no poder, por lo menos, recuperar el cuerpo del crucificado,
se lamenta a la entrada de la tumba. Tambin parece haber

perdido la autntica fe en Jesucristo vivo. Tiene una nica


preocupacin que no la deja en paz: han robado el cuerpo
del Seor; si pudiera encontrarlo lo cogera porque eso es
todo que queda segn ella de su querido Seor.
Pero l est aunque ella no le reconoce. Ha intentado por lo
menos verle ya que est obsesionada con sus recuerdos y
con su propsito de encontrar el cuerpo? Es capaz, por lo
menos, de suponer que el extrao que la habla podra ser
Jess? Una sola palabra, Mara, es suficiente para que
resplandezca la luz. Ahora, aunque la enve lejos de l, ya
nada podr arrancarle la certeza que ha llenado el corazn
de la Magdalena.
Es aqu donde el Evangelio del que acabamos de hablar, nos
revela el secreto que permite a la fe nacer en nuestro
corazn. Nos la da el mismo Jess que por su propia
iniciativa viene como si se estuviera escondiendo, sin
hacerse reconocer, se queda en nuestra compaa y
enciende un fuego en nosotros hasta el momento en que
descubramos que l est aqu. Por encima de la muerte est
aqu vivo y resucitado en nuestros corazones.
Apenas hemos tenido tiempo de darnos cuenta de esta
maravilla cuando ya ha desaparecido pero queda la luz que
alumbra nuestro corazn, luz de la fe, puro don gratuito
surgido de su misteriosa presencia y capaz de afrontar la
prueba del tiempo, de las tinieblas, de las contradicciones. La
fe es esa luz que sale del Resucitado que brilla en nosotros e
ilumina a todo lo que tocamos para llevrselo al misterio de la
resurreccin, ms all de las tinieblas mortales de las que
antes hemos sido esclavos.
Por lo tanto, la fe nunca se extiende de golpe a todas las
profundidades de nuestra alma. En cierto modo progresa
como por ondas sucesivas llegando hasta los lugares que
permanecen en la oscuridad y cada vez se repite ms o
menos el mismo escenario. Un da descubrimos que nuestra
oracin parece haber cogido un camino sin salida. Si: los
medios de los que disponemos son insuficientes para llegar

ms lejos; entonces nos invade la incertidumbre y nos


desanimamos. Jess es el nico que nos podr sacar de este
agujero. Cuando esta certeza empieza a crecer en nuestro
corazn, es ya una seal de que el Seor ha vuelto, nos
acompaa en el camino y nos explica lo que dicen de l las
Escrituras (Lc 24,27). De forma misteriosa el Seor destila la
fe en nuestro corazn; cuando desaparece es porque la
oscuridad ha hecho lugar a la paz, a una luz discreta pero
fuerte que no nace de la lgica de nuestros razonamientos si
no que es un don gratuito del Espritu, ms slido y ms puro
que cualquier seguridad humana.
Avanzando en fe
La luz de la fe te introduce en la vida eterna porque es la
nica que puede hacerlo. Todo lo dems queda al lado de
ac de lo que nos ofrece Dios desde el da en que Jess ha
resucitado. Cualquier otra luz intelectual o cualquier otra
experiencia espiritual sobre las que nos gustara apoyarnos
de vez en cuando son res-petables y dignas de estima, pero
al fin y a cabo no son fuentes de vida en la medida en que no
llevan a la fe.
La fe nos ha sido dada por Dios desde el bautismo y es un
don que se multiplica de acuerdo con nuestro deseo de
recibirlo y segn nuestra voluntad de hacerlo fructificar. Si
dejamos nuestra fe desocupada por ignorancia o negligencia,
se oxidar, se volver esclertica mientras gastamos
nuestras fuerzas en ejercicios espirituales que nos gustan
ms pero que no nos van a dar fruto.
Si quieres vivir en fe, tienes que desarrollar la que el Espritu
Santo ya ha depositado en ti: Dios espera que le pidas con
insistencia y perseverancia un crecimiento de tu fe. Es una
oracin que, ms que cualquier otra, puedes estar seguro de
que Dios siempre quiere acoger porque l desea mucho ms
que t verte progresar sobre los caminos de la vida eterna.
Lo que no significa que -sobre todo en el principio- no vas a
tener la sensacin de que el Seor no se da demasiada prisa
en hacer aumentar tu fe. Esto prueba que la tuya es todava

bastante dbil y que primero tienes que plantar las races


antes de ver desarrollarse el tallo. No te desanimes pues
aunque tus primeros pasos parecieran vanos, seguro que no
lo son. Pon en obra la fe de la que eres portador y cree
firmemente que tu Padre del cielo ya te ha acogido.
Entonces podrs empezar a vivir cada vez ms y ms en la
fe. Durante la liturgia, en el tiempo de la oracin, en el
trabajo, tu corazn se pondr ms fcilmente en contacto con
el Seor si recibes de l este amor oscuro, a menudo poco
gratificante pero tan divino; el amor que l te da si t le
entregas tu fe carente de bellas ideas o de los caprichos de
tu sensibilidad. No tengo trucos que ensearte. Tienes que
pedir a Dios con fe viva que te ensee a rezar. Es l quien
ocupar tu corazn, tu atencin, poco importa que no tengas
una imagen exacta en la que fijarte. El Seor est vivo y t
ests en su presencia.
Vivir en esperanza
Sin embargo, si permites a la fe que se desarrolle en tu
corazn, un da llegars a descubrir que la esperanza est
actuando en ti. Ella estuvo ya activa desde el principio en la
medida en que tu fe se basa en la certeza de que Dios te
quiere. Esta certeza es ya un aspecto de la esperanza a
partir del momento en que ya no se trata nicamente de
acceder a la realidad del mundo divino sino de percibir
claramente hasta qu punto t tambin existes para Dios. T
tienes valor a sus ojos y l est dispuesto a regalar universos
enteros solo por ti.
Este es el punto inicial de la esperanza: saber que Dios te
ama a ti de manera irrepetible. Nadie lograr ocupar tu lugar
en su corazn. El ha dado a su Hijo por ti y sigue
entregndolo cada da en la celebracin eucarstica.
Respaldado por esta certeza t puedes pedir a tu Padre todo,
sin cesar y sin vacilar, siempre y cuando reces en el nombre
de Jess. Puedes estar seguro de que te va a escuchar y de
que los frutos que obtendrs de tu oracin van a ser mejores
de lo que esperabas.

La esperanza tiene otro aspecto que a me-nudo pone a


prueba nuestra pobre inseguridad humana. A partir del
momento en que s que Dios me ama de manera nica y
como consecuencia se ha hecho cargo de mi existencia, todo
es diferente. El me enva por caminos desconocidos en los
que yo dependo nicamente de su luz, de su fuerza, de su
amor. Entonces me pide, en el sentido ms banal de la
palabra, confiar en l. A menudo en la oscuridad, en la
incertidumbre, pero finalmente en la paz, siem-pre y cuando
que no me aleje de su mano y de su corazn.
Bienaventurados los pacficos porque ellos se llamarn hijos
de Dios. Por encima de todas las inquietudes -tuyas o de los
dems- el Padre te pide que le ayudes a que reine la paz en
tu corazn por la nica razn , ms slida que cualquier
razn humana, de que l te ama sin cesar y vela sobre ti.
Cuntas tormentas le gustara calmar, si t escucharas su
llamada y confiaras en l. Entonces te llamars hijo de Dios y
lo sers de verdad (cf. 1 Jn 3-1).
Esta esperanza es vlida no solo para ti sino para todos tus
seres queridos, si intercedes por ellos, te identificas con sus
necesidades y tambin con la realidad del amor que
despiertan en el corazn de Dios. Cuanta ms confianza
tengas en este doble amor del Seor por ti y por los que t
amas, mejor acogida tendrs.
Igual que la fe, la esperanza no es una capacidad natural del
corazn. Es tuya pero es un don gratuito, est en ti desde el
bautismo y necesita crecer y llegar a ser operativa bajo la
accin del Espritu Santo y gracias a las ocasiones que se te
presentan para entrenara y ablandarla a fin de que te
mantenga disponible y en alerta en las manos del Seor.
Pero no olvides que tienes que entrenara, hacerla trabajar
fuertemente para llegar a esto. A cambio, qu alegra saber
que el Seor encuentra en ti su felicidad.
Los tres tipos de amor

Nos queda la ltima de las virtudes teologales, la ms grande


segn san Pablo, la caridad, el amor. Ella ejerce en tres
registros: el amor al Seor, el amor hacia el de al lado, el
amor por nosotros mismos. Esos tres amores no son iguales
pero crecen sobre la misma raz: los tres juntos son la
imagen del amor eterno que une al Padre y al Hijo en el
Espritu. Es el mismo Espritu que nos ha sido dado en
Pentecosts el que nos permite amar como aman el Padre y
el Hijo.
Este amor divino tiene, por supuesto, puntos en comn con el
amor humano que es un reflejo de Dios en nuestros
corazones porque Dios es amor. Cualquier amor verdadero,
sean cuales sean sus lmites, nos remite a Dios aunque
muchas veces lo hace de manera lejana. Pero el amor divino
que nos interesa aqu, ms todava que la fe y la esperanza,
es un don nuevo, salido directamente del corazn de Dios.
No es una tcnica a pesar de tener que aprenderlo paso a
paso para introducirlo en nuestra vida real. No es una
tcnica, es el mismo mpetu que viven las personas divinas y
del que participamos para poder vivir a su imagen.
La realidad del amor en ti se reconoce por la calidad de la
mirada que diriges a una persona; es decir, si eres incapaz
de condenarla, de no respetarla, de no admirarla, vivirs en
una pobreza completa ante ella sin retener nada de lo que le
puedes dar. Al mismo tiempo, aspiras a recibir lo mismo de
su parte no como un derecho que podras exigir sino como
un cumplimiento de tu amor.
No hay que confundir el amor teologal con los grandes
impulsos pasionales que despiertan los estratos del fondo del
corazn o de nuestra sensibilidad. No se oponen
necesariamente al verdadero amor pero estn situados a otro
nivel. La verdadera caridad no se acaba en este mundo ni en
el otro. Las grandes pasiones se parecen a las olas del mar,
violentas, a veces poderosas pero cambiantes y que pueden
dar lugar a la tranquilidad absoluta.

Parece ensearnos la experiencia que el amor ms difcil de


desarrollar en nuestro corazn y sobre todo al principio, es el
amor hacia nosotros mismos que no tiene nada que ver con
el egosmo, el amor propio o el repliegue sobre uno mismo.
Es un don del Todopoderoso que nos llega porque somos sus
hijos: cualquiera que sean las miserias que podamos
descubrir en nosotros mismos casi no cuentan al lado de esta
divinizacin. Esto no puede por menos que provocar nuestra
admiracin, alegra, respeto y amor, en la luz y la
transparencia. No dejes jams de cuidar este amor en ti,
porque si fuera demasiado deficiente toda la comunin con
Dios lo padecera.
Hay que leer de nuevo el discurso de Jess en la ltima
Cena y la primera carta de san Juan si queremos escuchar lo
que nos dice el corazn de Dios sobre el amor a los dems.
Todos tenemos la oportunidad de practicarlo en la vida
cotidiana pero hay que desarrollarlo y profundizarlo sin
descanso en la oracin abriendo cada vez ms nuestro
corazn al del Padre y del Hijo.
Hablando del amor a Dios llegamos al nico fin de esas
paginas. Un fin cuyas arras hemos recibido desde el principio
de la vida espiritual, pero que no podremos llevar a su
plenitud antes de la segunda llegada del Seor cuando, en
cuerpo y alma, en la comunin de todos los santos, veremos
a Dios que se nos entrega y seremos capaces de acogerle.
Entregados a quien nos ama
Despus de haber evocado brevemente la cara de las tres
virtudes teologales me gustara decirte una palabra sobre
algo que me parece ser una caracterstica completamente
distinta de la oracin teologal. Al principio de estas pginas te
deca que su objetivo era hacernos llegar directamente a
Dios. Esto es lo que quisiera precisar de manera ms
rigurosa. La oracin teologal nos pone en relacin personal
con Alguien y no con algo: es un verdadero encuentro entre
t y el Padre o su Hijo o su Espritu. Ya no vas a ellos a
travs de la mediacin de las ideas por muy sublimes que

sean o de contemplaciones intelectuales del misterio. La


palabra de Jess, que es el fundamento de nuestra fe, nos
lleva directamente a su corazn sin ningn intermediario,
igual que al del Padre o al del Consolador, en la simplicidad
de la unidad divina.
Te has dado cuenta como a lo largo del evangelio de san
Juan el reproche que Jess lanza constantemente a los
judos, que no pueden o no quieren creer, es siempre el
mismo? Son incapaces o se hacen incapaces de acogerle a
l. Escuchan las mismas palabras que los discpulos, son
testigos de las mismas seales, son herederos de las
mismas promesas pero se quedan lejos de Jess, no entran
en contacto con l. Lo nico que hacen es proyectar sobre l
sus pensamientos y sus teoras en lugar de verle y dejarse
iluminar hasta lo ms profundo de su corazn. No creen.
Quieren mantener una distancia entre las ideas que creen
que son de su propiedad y la realidad del don de Dios que les
obligara a despojarse de todo y abrir sus corazones a la
persona del Hijo.
Eso es ms o menos lo que estamos vivien-do nosotros
tambin en la medida que como los judos nos atamos a las
cosas creadas que nos dan ms seguridad en lugar de
entregarnos a la Persona divina que no puede darnos nada
ms que a ella misma. Y no es la oracin teologal
precisamente este don de nosotros mismos, sin lmite ni
restriccin, al que nos ama?
LA ORACIN DEL PUBLICANO
Siento la necesidad de pararme en el episodio del publicano
algn tiempo porque estamos ante una verdadera oracin
teologal que pone la mirada sobre Dios y nadie ms: Jess,
Hijo de Dios, ten piedad de mi, pecador, tan distinta de la
oracin con la que el fariseo expone sus peticiones,
complacindose en su propia persona. Es una oracin que
gusta a Dios. El mismo Jess nos lo garantiza. Es una
oracin que se refiere a nosotros porque nadie tiene nada

que decir salvo implorar la misericordia divina por nuestra


condicin de pecadores.
Es importante reconocer que nuestros pecados no nos
impiden presentarnos ante el Padre misericordioso. Al
contrario. Solo l puede tener piedad y hacer, por el misterio
de su ternura y poder, que seamos justificados, agradables,
acogidos con benevolencia por haber credo que l est lleno
de compasin y misericordia.
Insisto sobre este punto porque me parece que constituye el
ncleo de nuestra oracin teologal como pobres herederos
de Adn que somos. Algunas tradiciones espirituales falsas y
una educacin cristiana estrecha han conseguido que, en la
inmensa mayora de los casos, el pecador est convencido
de que a los ojos de Dios no tiene derecho a existir y que lo
mejor que puede hacer es huir lo ms lejos posible del
implacable vengador del cielo. Qu caricatura del evangelio!
Dios am tanto al mundo que le entreg a su nico Hijo para
que el mundo sea salvado, no condenado (Jn 316-17).
Podramos aadir numerosas citas en este sentido del
evangelio y de las epstolas. El pecado se ha convertido en el
revelador del amor profundo e infinito del Padre haca sus
hijos.
Todos tenemos vocacin de publicanos porque todos somos
pecadores llamados a buscar la intimidad con Dios. El nunca
nos dir: Vete primero a purificarte y luego presntate ante
m. Al contrario, si reconocemos la verdad de nuestra
pobreza y nos dirigimos a su misericordia l nos dir: Ven
para que te purifique, ven y alegra mi corazn y el cielo
entero.
La paradoja del amor divino es tan fuerte que no me parece
excesivo decir que la ora-cin del publicano es la nica forma
normal de oracin teologal para nosotros. Nunca podremos
presentarnos ante Dios sin llevar en el corazn obstculos,
como pecados, huellas que dejan esos pecados, obstculos

involuntarios pero demasiado reales para dejar obrar a Dios


en nuestra vida, etc. Todos y siempre nos presentamos ante
nuestro Padre como el hijo prdigo seguros de que nos
abrazar antes de que empecemos a darle explicaciones.
Habra mucho que decir en este sentido sobre la oracin de
curacin, la oracin de esos mltiples pecadores, dbiles y
enfermos cuya purificacin se revela en el evangelio a travs
de la presencia de Jess, con una sola palabra de su boca o
un simple gesto de su parte. Y esto siempre es verdad.
Quin puede hablar de esas curaciones rpidas y
progresivas de almas heridas, de corazones presos, de
sensibilidades revueltas que en el secreto de una oracin
dirigida directamente a Jess se han visto curadas y
resucitadas en la medida en que han credo en l, han tenido
confianza y han intentado amarle?
En esos casos realmente se trata de una oracin teologal. Se
produce un encuentro con el Hijo de Dios y un cambio: El
toma sobre s nuestras debilidades (Mt 8, 17) mientras que
la vida divina empieza a brillar en nuestro corazn; no slo
nos da esta consolacin sino que tambin nos hace
partcipes de su propia vida.
No es tambin una oracin de publicano la oracin de Jess
que repiten desde siglos e incansablemente los hesicastas.
El texto de la jaculatoria con la que rezan est parcialmente
tomado de la frmula del publicano: Jess, hijo de Dios, ten
piedad de mi, pecador. Generaciones de monjes no han
tenido otra oracin interior distinta de sta que a su vez les
ha llevado a la intimidad silenciosa con Dios, al fondo de su
pobreza.
Tu rostro busco, Seor, no me escondas tu rostro (Sal 26,89). Este versculo del salmo, entre muchos otros, permite
presentir el profundo deseo del Seor que anima tantos
corazones. Encontrarn el medio de llegar hasta el fin de su
bsqueda? No nos perderemos en el camino o cansados
por la falta de xito, nos sentaremos desanimados al borde
del camino?

Me pregunto si esos buscadores de Dios a la deriva cuentan


con las ayudas suficientes. Saber esto debera causar una
herida en nuestro corazn, Ojal el Padre infinitamente
misericordioso escuche nuestra oracin por ellos.
Para terminar, tengo que reconocer la imprudencia que he
cometido empezando esas paginas cuyo tema desborda
enormemente mi competencia. Gracias por perdonarme.
Amn.
Versin digital extrada de:

Abandono

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