El Sabueso Compulsivo

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VOZ Y ESCRITURA. REVISTA DE ESTUDIOS LITERARIOS. N 20, enero-diciembre 2012.

Contreras,
Alvaro. El sabueso compulsivo. Notas sobre La huella del crimen, de Luis Varela, pp. 73-88.

El sabueso compulsivo. Notas sobre


La huella del crimen, de Luis Varela*
lvaro Contreras
Universidad de Los Andes
Mrida, Venezuela
alconber@gmail.com
Resumen
En 1877 se publica en Buenos Aires La huella del crimen, de Ral
Waleis (seudnimo de Luis V. Varela (1845-1911), considerada por
la historiografa literaria como la primera novela policial en lengua
castellana. Subtitulada por el autor como novela jurdica original,
en ella se cuenta el hallazgo de un cadver por parte de un aldeano.
Se trata del cuerpo de una mujer joven, disfrazada de hombre, la
baronesa Alicia de Campumil, quien es hallada por Juan Picot en el
bosque de Boulogne. Pero no es exactamente el cruce de aventuras
sentimentales y peripecias policiales, de trama folletinesca y relato
policial lo que me interesa por ahora estudiar. Quisiera ms bien
interrogar la figura del detective en este caso, Andrs LArchiduc
no como instancia fundadora sino como efecto de una prctica jurdica
que objetiva una manera de enunciar, como efecto de una relacin
entre conocimiento y poder. Posterior al chevalier Dupin (Poe) y al
inspector Lecoq (Gaboriau), pero anterior al excntrico Holmes (Conan
Doyle), pretendo entonces responder a las siguientes preguntas: a
partir de qu elementos se constituye el detective de Varela y en qu
medida el archivo mdico y legal intervienen en ese proceso autoritario
de subjetivacin que aparece en la figura del detective.
Palabras claves: relato policial, anormal, poder, subjetivacin.
Abstract
The Trail of the Crime by Ral Waleis (pseudonym of Luis V. Varela)
was published in Buenos Aires in 1877 and is considered by literary
* Este artculo forma parte de un proyecto de investigacin adscrito al
CDCHTA de la Universidad de Los Andes (ref. cdigo: H-1344-11-06-B).

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historiography as the first detective story written in spanish. The


novel is subtitled An Original Law Novel by the author himself
and tells the story of a dead body which was found by a villager.
The body belonged to a young woman who was disguised as a
man. Baroness Alicia de Campumil was found by Juan Picot in
the Boulogne forest. I propose to interrogate the figure of the
detective Andrs LArchiduc, in this case not as a pioneering
achievement but rather as the effect of a judicial practice which
objectifies a way of enunciating, as the effect of a relation between
knowledge and power. Varelas detective appears after Poes Dupin
the Knight, and Gaborians Inspector Lecoq but before Conan
Doyles excentric Holmes. I, thus, propose to address the following
questions: What elements make up Varelas novel? To what extent
does the repository of medical and legal knowledge intervene in the
authoritative process of subjectification which we witness in the
figure of the detective?
Key words: detective, abnormal, power, subjectification.

1. El saber bajo sospecha


No es el poder de lo que sucede lo que corta la respiracin,
sino la impenetrabilidad de la cadena causal lo que condiciona
el hecho; no es la realidad de un incendio en un teatro o una
aparicin en un sueo lo que nos llena de miedo y nos paraliza.
En el territorio dominado por la ratio, el pnico se genera
precisamente por la ausencia de toda realidad a la cual pueda
remontarse el hecho que en s mismo no produce un efecto de
terror (Kracaver, 2010: 110).
Este comentario de Kracauer inscribe la nocin de suceso de
la novela policial en el contexto del relato de enigma recordemos
que su libro, La novela policial. Un tratado filosfico, es de 1925,
disfrutado a condicin de dejarnos estremecer por las cualidades de
los hechos, de devolverlos a su condicin de misterio, y denunciado
como el producto de una excesiva disponibilidad de lo causal. Esa

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era la asociacin que estableca el pensador alemn entre el proceso


fisiolgico de cortar la respiracin y el proceso literario de oscurecer
la cadena causal, y en cuya formulacin se trataba de probar la
sensibilidad y la buena salud del lector y de un gnero literario.
Aquello que nos llena de miedo corresponde a una parlisis o un
vaco en la causalidad de los sucesos y, si este fuera el diagnstico
correcto, atae entonces a una especie de lector neurtico la tarea de
tejer las conexiones patolgicas entre los hechos y sus significados.
Resultado? Un territorio dominado por la ratio como dice Kracauer,
exento de pesadillas, de terrores, sin atajos y sin desvos, donde
lo pblico es sometido a un rgimen de clculo y lo privado a un
principio de visibilidad.
Pero la cuestin va ms all de decir que hay un corte en lo
causal porque esa cadena que ataba la significacin de los hechos
era asediada por palabras y acciones ajenas. El corte ocurre en
ese territorio de la ratio. La brecha entre el suceso singular y su
significado, entre aquello que causa angustia y su origen, es algo
que el texto policial se encarga de suturar en el centro mismo del
lenguaje, remitiendo esa antigua brecha al lugar comn de la falta
interpretativa. La causa de la brecha debe entonces reducirse al
principio que consiste en la correcta interpretacin de lo sucedido, de
los hechos particulares, de las huellas de los objetos. Sin embargo,
sabemos que la historia de esta correcta interpretacin ha peregrinado
entre la pesadilla de lo causal y la abolicin de la inocencia. Es en
el teatro de esa correcta interpretacin donde se escenifican los
procedimientos de satisfaccin (Deleuze, 2005: 27-30) propios de
las instituciones y la posibilidad de encadenar acontecimiento e
interpretacin.
En cierto sentido, estos procedimientos institucionales imponen
un orden, un sentido y un valor a las experiencias, pero por la misma
razn que se pretenden absolutos, no impiden la bsqueda de otros
modos de satisfaccin, fuera de la rigidez que ata los sucesos a un
significado, de aquellos objetos inmviles que satisfacen el deseo de
ley. Se tratara de otros modos guiados por las prcticas de la irona,
el humor, la parodia, pulsiones oscuras dispuestas a interrogar ese
cauce donde se une lo causal y la satisfaccin.

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Es posible, por lo tanto, volver a aquel territorio de la ratio


y tratar de la conversin de la informacin en suceso como efecto
del tipo de relacin de causalidad o de coincidencia que une
el acontecimiento a un significado. Si la causalidad, como afirma
Barthes, expresa una cierta normalidad, el acento no recae en la
relacin que une las cosas sino en las dramatis personae; pero si
se trata de un caso aberrante la causalidad afirma su alteridad, se
vuelve inorgnica, como si la causalidad solo pudiese consumirse
cuando empieza a pudrirse, a descomponerse (1983: 228). Dicho de
otro modo, este descomponerse nombra de manera directa la prdida
de una experiencia arraigada en la idea de finalidad, una causalidad
que se advierte en el instante de su descomposicin; define de manera
directa la ausencia de realidad sealada por Kracauer, la idea de
una realidad suspendida por una perturbacin, el vaco que instala
un momento de indeterminacin en la verosimilitud causal de la
representacin. Resolver el misterio es asumir el riesgo de enfrentar
ese algo que separa un suceso de su causa, encontrar aquello que
traza la ausencia en el lenguaje y hace cesar la brecha causal. Lo
que dota a los indicios de un habla es, como seala Barthes, el deseo
de calmar la frustracin y el desasosiego interpretativo (229).
Es posible entonces desplazar aquella ausencia sealada por
Kracauer por esta descomposicin barthesiana, tratar el asunto del
corte en la respiracin y la impenetrabilidad del suceso no como efecto de
una ratio asediada por fantasmas, sino como una carencia explicativa,
la exigencia de una escritura que ate lo sucedido a una significacin,
que busque aquello que escapa a lo significante, precisamente porque
evade lo causal. As, el detective se hace presente como la figura que
trabaja con la insignificancia de las cosas, con aquello que no tiene
causa. Sostiene Barthes: el objeto se oculta detrs de su inercia de
cosa, pero en realidad ello es para mejor emitir su fuerza causal (1983:
231). Esta zona de lo insignificante plantea un problema clave del
relato policial decimonnico: la cuestin de la visibilidad de las cosas,
la manera en que los objetos se ocultan mostrando su inercia, la forma
como los objetos inertes emiten su deseo de significar. Estas derivas
de lo indicial, guiadas por la lgica de lo insignificante, nacen, pues,
de operaciones de conocimiento que son a la vez puestas en relacin

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con un objeto banal, con un hecho y un sujeto. Sin embargo, as como


los objetos contienen el secreto del enigma que le permite al detective
confeccionar sus hiptesis, as igualmente es posible ver ms all de
esa realidad objetual la puesta en escena de un campo perceptivo que
hace posible confrontar y contrastar, medir y analizar esos objetos.
Esta puesta en escena, que en las condiciones del relato policial es
inherente a los desplazamientos del detective, permite explicar adems
ese juego de profundidad/superficie en el cual se mueven los sucesos,
la relacin entre reflexividad y perspectiva donde episteme y sentidos
se aproximan de manera singular. Todos recordamos a Dupin, el
flneur detective de Poe, su pasin por la lectura, como trabajo y
como ocio, como actividad econmica y privada, en otras palabras,
la lectura como productora de bienes. La primera consecuencia de
este doble valor de la lectura es la correlacin entre visualidad y
racionalidad, la idea de una mirada que mide, segmenta, analiza y
es capaz de construir un espacio desafectado, impersonal, asptico
para captar mejor lo irracional, aquello excluido que retorna en forma
de monstruo. La visualidad sutura el espacio, teje causalidades para
reducir el asombro.
Un enigma enredado en una estructura verbal, en una historia:
as podran resumirse muchos casos policiales de la literatura del siglo
XIX. Un enigma es una pregunta que exige respuesta, segn Jolles
(1971: 120), es algo que nos acecha, nos interroga culturalmente, y
eso que nos interroga posee la forma de un monstruo que nos llena
de temor, que nos acosa, nos ahoga (122). La forma del misterio
tiene tambin relacin con el modo de interpretar, con la comprensin
de la lengua del delito, con los signos que rodean la verdad de ese
delito. Para comprender estos signos, hay que intentar entender
cmo el delito le da forma a ese lenguaje que lo nombra. A travs de
las extraas preguntas que formula la transgresin, es posible ver,
en primer lugar, lo monstruoso como signo que interroga lo legal y
lo social y, en segundo lugar, producir los medios para hallar una
respuesta, el tipo de saber visual, olfativo, tctil para percibir lo
monstruoso.
Si recordamos que Los crmenes de la calle Morgue marca una
reflexin sobre las fronteras de lo humano al colocar como centro de

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identificacin el lenguaje, la lengua difusa que habla el criminal; si se


recuerda que el cuento propone esta va del lenguaje como lo especfico
de lo humano, no para despistar sino para abrir una reflexin sobre
el lmite de lo humano, entonces tratar la forma humana del crimen
significar preguntar por la naturaleza humana de los actos. El relato
de Poe, en este sentido, se plantea la bsqueda de una ausencia: la del
animal que desaparece sin dejar rastros, la del crimen como un acto
sin rostro pero con voz, la taxonoma de unos gritos que funcionan
como contrasea de lo humano, la frontera salvaje del lenguaje. El
ncleo de los indicios apunta a una forma humana: a un exceso que
deviene inhumano (outre), a una violencia sin medida, a algo que viene
de afuera pero ya estaba adentro. Se trata de un orang-utan, de un
hombre silvestre, de un animal con forma humana, de un animal que
cruza la frontera de lo humano, abriendo zonas de indiferencia para
interrogar las identidades (Agamben, 2005: 39). El nfasis en esa voz
ruda y extranjera (Poe, 1983: 387), humana pero incomprensible,
sin nacionalidad, sin palabras, privada de todo silabeo inteligible
(394), una voz en cuyos tonos los ciudadanos de las cinco grandes
divisiones de Europa no pudieron reconocer nada familiar (387),
puede considerarse la intervencin radical del relato policial de Poe en
ese umbral de indeterminacin para participar en esa disputa acerca
de lo humano. La mquina antropolgica, como apunta Agamben,
produce una zona de indeterminacin donde se debate la nocin de
lo humano por medio de la oposicin hombre/animal, de un fuera
[que] no es ms que la exclusin de un dentro y un dentro, [que] a
su vez, no es ms que la exclusin de un fuera (2005: 52). En ambos
procesos, lo humano se presupone en todo momento. Si la mquina de
los modernos excluye de s como no humano (todava) un ya humano,
es decir, animalizando lo humano (id.), surgiendo as el hombre-mono,
para la mquina de los antiguos el dentro se obtiene por medio de
la inclusin de un fuera, naciendo de este modo el simio-hombre. El
relato de Poe activa esta mquina antropolgica sealando la distancia
que va del simio-hombre al hombre-mono, de la humanizacin del
animal a la animalizacin de lo humano.
Por ser esta mquina antropolgica una mquina ptica,
es que el relato de Poe crea esas tensiones entre mirar y or. La

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experiencia visual de Dupin, instrumental y abstracta, trata de


penetrar en la oscuridad de esa voz inatrapable. No obstante, en el
fracaso del anlisis de la oralidad podemos suponer una resistencia al
mtodo de anlisis deductivo: este no puede seguir el rastro de la voz.
Ahora bien cmo sujetar o detectar esa palabra ladina? Atendiendo a
lo excesivo, a los desvos de lo normal, mirando esos lmites culturales
donde lo excluido ha dejado sus marcas. La oralidad salvaje se detuvo
en el cuerpo desmembrado de sus vctimas, es all donde la violencia
contenida en esta oralidad se hace inteligible y visible.
2. La huella interrumpida
En esta segunda parte, propongo imaginar otro escenario para el
relato policial del siglo XIX. Hablar de cierta obra considerada por la
crtica especializada como la primera novela policial en Latinoamrica:
La huella del crimen. Novela jurdica original (1877), de Ral Waleis,
anagrama de Luis Varela (1845-1911). Se puede discutir acerca de los
materiales fabulados que integran este nuevo escenario, as como la
propia genealoga que traza Varela respecto al policial Balzac, Poe,
mile Gaboriau (1832-1873), Xavier de Montpin (1823-1902), lo
esencial reside en la valoracin del enigma propuesto, en ese cruce
sealado por Varela entre drama policial e investigacin jurdica
(Waleis, 2009: 23) propio del nuevo romance policial. Varela inscribe
su novela en una lnea didctica tpica del siglo XIX. Su principio es
claro: popularizar el derecho (24), entendiendo que lo pedaggico
encerraba un plus civilizatorio, de ganancia en trminos mdicos y
jurdicos1. Este plus es precisamente lo que quedaba fuera del marco
en el cual funcionaba la lgica deductiva de Dupin, heredero de una
cultura visual y esttica, de un saber sustentado en la jerarqua de
los sentidos, operando en un lugar especial, el Pars de los pasajes
fantasmagricos estudiados por Walter Benjamin.
La novela de Varela fue publicada originalmente en forma
de folletn en el peridico La Tribuna (Buenos Aires), y luego en
forma de libro por la editorial Imprenta y Libreras de Mayo. Ambas
ediciones de 1877. Hasta ahora, es una obra poco conocida. En
ella se cuenta el hallazgo de un cadver por parte de un aldeano.

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Se trata del cuerpo de una mujer joven, disfrazada de hombre, la


baronesa Alicia de Campumil, quien es encontrada por Juan Picot
en el bosque de Boulogne. Las circunstancias del crimen hacen
pensar en un adulterio: una mujer sola, en un bosque, disfrazada
de hombre. Alicia salta esa barrera social que impide a la mujer
abandonar el hogar sin justificacin. Salir del espacio domstico
significaba abandonar tambin sus responsabilidades morales.
El asesino, su esposo, el barn de Campumil, confunde el vnculo
secreto que mantiene Alicia con su padre con una relacin adltera.
La convencin social tambin indicaba que una mujer no debe
mantener relaciones ocultas. La novela relata las argucias del esposo
para borrar las huellas del delito, pero tambin los preparativos
del crimen. Todo ello es reconstruido por el detective. El desenlace
podramos decir que es tpico del folletn: llevado frente al juez y, al
darse cuenta de su error, el barn pierde la razn. Si el mvil del
asesinato han sido los celos, como aclara en dos oportunidades el
detective, queda claro que el amor entre nobles era, desde el punto
de vista moral y social legtimo pero sentimentalmente no; los celos
se muestran como una pasin disolvente.
Pero no es exactamente el cruce de aventuras sentimentales y
peripecias policiales, de trama folletinesca y trama policial lo que me
interesa. Quisiera ms bien interrogar la figura del detective en este
caso, Andrs LArchiduc no como instancia fundadora sino como
efecto de una prctica jurdica que objetiva una manera de enunciar,
como efecto de una relacin entre conocimiento y poder. Posterior al
chevalier Dupin (Poe) y al inspector Lecoq (Gaboriau), pero anterior al
excntrico Holmes (Conan Doyle), pretendo responder a las siguientes
preguntas: a partir de qu elementos se constituye el detective de
Varela y en qu medida el archivo mdico y legal intervienen en ese
proceso autoritario de subjetivacin que aparece en la figura del
detective. Si el detective de Poe cifraba su saber en una relacin
explcita entre reflexividad y perspectiva (el crimen que tiene como
dilema el lenguaje, un acto sin rostro pero con voz), el detective de
Varela muestra las formas de visibilidad del delito que da lo jurdico,
la medicina y la propia literatura: el relato policial deviene en una
mquina que hace visible y hace hablar a los objetos.

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Varela fue autor, adems, de obras teatrales (Capital por


capital, 1872), jurdicas (La cuestin penal. Estudio sobre el sistema
penitenciario, 1876), y de la triloga narrativa La huella del crimen
(1877), Clemencia (1877) y Herencia fatal (esta ltima anunciada pero
nunca escrita). Uno de los principales estudiosos de su obra, Romn
Setton, afirma que la literatura de Varela condena los inoperantes
procedimientos policiales (2009: 292), contribuye al policial con la
compasin del cristiano por el criminal su extraa amalgama entre
cristiano practicante y jurista progresista cuestiona severamente
las leyes de los hombres, promueve la compasin y, en general, una
disposicin comprensiva y emptica respecto del criminal, al que
considera una vctima (293); en sus obras, contina Setton, pueden
percibirse rasgos anticipatorios de un sistema de justicia que protege
con gran nfasis las garantas ciudadanas y tiene por lema el clebre
un dubio pro reo (294).
Es en este punto donde me gustara retomar lo planteado ms
arriba respecto a la figura del detective, y de ese modo pasar de este
lenguaje del optimismo jurdico a la consideracin de la forma en
que Varela organiza el orden causal de su novela, desplazarnos de
esa imagen del buen jurista cristiano hacia esa razn que instruye y
corrige el rostro de la nacin: una razn mdico-legal que trabaja con
las fantasas de las pruebas y los indicios, asociando en lo sucesivo
visibilidad e inteligibilidad. Cmo se plantea la cuestin del saber
en La huella del crimen? Qu plantea el ttulo: acaso el origen de
las huellas, el crimen como relato, como rasgo que tiene el poder de
remitir a otro lugar de sentido? Veamos.
Dos aldeanos encuentran el cadver de un joven degollado
en el bosque de Boulogne. Lo primero que llama la atencin del
narrador es la belleza del cadver: la muerte haba respetado su
belleza, ojos cubiertos por largas pestaas negras, nariz fina,
aristocrtica, boca pequea, una fisonoma desposeda de dolor
y de barbas, cabellos rubios, manos pequeas (Waleis, 2009:
29). Es la belleza de esta escena del crimen la que hace posible
pensar el rostro como escena, como si la verdad del crimen estuviera
escrita en esas lneas anatmicas, como si el rostro fuera el espejo
de la verdad: narices que se dilatan, ojos que brillan, boca que se

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pliega, mejillas que tiemblan, rostros que palidecen, labios que


balbucean. Uno de los aldeanos, Juan Picot, es culpado del crimen:
ante los oficiales que lo detienen, [n]ingn msculo de su rostro
desmenta su calma. Ninguna variacin en el color de su fisonoma
traicionaba su frase (32). Es decir, un rostro que deja leer la verdad
en sus colores y en sus lneas. Este mismo Juan dice ms adelante:
El hombre que ha ledo el crimen en la frente del asesino hallar la
verdad en la cara del inocente (38). Ahora bien, qu hacer con esta
verdad rostrificada. Es ah donde aparece el comisario LArchiduc,
un hombre de cuarenta aos ligado a la institucin policial, apodado
el Lince, portador de una lgica de acero (52), con estudios en
medicina legal y frenologa, un sabueso de buena casta (58): tena
en su fisonoma los dos signos tpicos de la perspicacia: la mirada y
el olfato: ojos que despedan rayos capaces de atravesar una coraza
o se apagaban como se apaga la mirada de los moribundos; [l]a
nariz, larga y aguilea, tena la prodigiosa movilidad que se nota en
las ventanillas de las de los perros de buena casta (35). Estas dos
cualidades definen el comportamiento del comisario en el teatro
del crimen (41): avanz lentamente, fija la mirada en el csped. De
pronto se detuvo, se inclin casi hasta tocar el piso con la faz y luego se
incorpor sonriendo (43). El elemento principal en la transformacin
de la figura del detective no fue la inclusin del olfato en el rastreo
de las huellas, sino la puesta en movimiento de dos sentidos y un
acto hasta ahora separados en la indagacin del delito: mirar, oler y
deducir. No se trat solamente de trazar una continuidad orgnica
entre personalidad y facialidad, de indagar las pasiones en el rostro,
sino adems de una inclinacin hacia el proceso material, de descifrar
los indicios siguiendo un trayecto con los ojos y la nariz, de rastrear
la forma de la verdad tanto en su pureza como su descomposicin2.
El aparato judicial, integrado por jueces, escribanos y mdicos,
aparece rodeando el cadver. Pero para hacer inteligible la escena
del crimen, esta debe dividirse en dos: por un lado, los funcionarios
policiales siguiendo las huellas del asesino y, por otro, los mdicos
Claret y Tarpeau examinando el cuerpo de la vctima, anotando todo:
posicin, medidas y caractersticas del cuerpo, lugar, la clase de
suelo, tipo de temperamento. Dice el doctor Tarpeau:

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Yo creo que es una dama de nuestra alta sociedad. Los


anillos de sus dedos; lo bien ajustado del guante a su mano,
tan primorosamente cuidada, las uas blancas y perfectamente
afiladas; el aseo de sus dientes; la finura de su ropa interior
todo, en un palabra, me revela en esta nia una persona
distinguida (62).
Por consiguiente, es del ajuste de este cuerpo a una medida
eugensica y a un examen en todos sus detalles3, de donde procede
la dimensin mdico-legal del relato. La otra mitad de la escena es
recorrida por el juez y el detective, responsables de formular aquello
que falta en la escena. Para ello es necesario trazar un mapa, que no
se restringe a sus dimensiones geogrficas, como pudiera pensarse;
este mapa est trazado desde el deseo de leer, y es, en este sentido,
efecto de un deseo. La profundidad de este deseo est en la superficie
del teatro: las huellas impresas en la tierra. En la medida en que el
comisario describe la escena del crimen, el juez confirma lo descrito
con las siguientes palabras: lo veo todo muy claro (49). En el
entramado institucional que conforma esta pareja, el control de la
pulsin escpica de capturar, de interpretar, supone el descarte
de otros caminos, otros pasos y otras direcciones. Siguiendo las
huellas del asesino, el detective ha recopilado una serie de objetos,
piezas de conviccin (76): un trozo de lienzo, algunos fsforos,
una herradura de caballo, un cordn de lana encarnada como de
tres pulgadas de largo, la punta de un cigarro habano ya fumado,
una pequea lima para limpiar las uas y un vidrio de ventana,
cuadrilongo, de poco ms de veinte centmetros de largo por diez de
ancho (78). Para el detective, la verdad escrita en el informe policial es
una verdad objetual, la de unos objetos personales que proporcionan
una imagen social del criminal; ir de objeto en objeto, percibir su
legibilidad e identidad, rastrear sus propiedades, en esto consiste la
tarea institucional del sabueso: colocar cada objeto en un casillero
social segn las costumbres, el lenguaje, la escritura y la profesin
de los personajes. Veamos esta breve digresin del narrador sobre
fisiologa criminal:
Mdicos observadores, que han consagrado su vida al estudio
de los fenmenos fisiolgicos que ofrecen los criminales, han

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llegado a colocarles, en muchos casos, en una lnea paralela


a los locos.
Es conocido el medio de curacin de ciertas demencias,
cuyas causas permanecen latentes.
Una fuerte emocin, fsica o moral, producida natural o
artificialmente en el demente, le devuelve la razn, perdida quiz
por otra emocin semejante. Sucede algo igual con muchos
criminales.
La ms hbil investigacin, llevada a cabo con prudencia,
con talento y con meditacin por un magistrado, con frecuencia
no obtiene de un criminal la confesin de su delito.
Un incidente cualquiera; la vista de un cadver; una voz
inesperada; la presencia de una persona olvidada, suele
descubrir el secreto.
Es la emocin, que devuelve al loco la razn y que al criminal
le devuelve la conciencia; la conciencia, especie de Dios que se
encierra dentro del hombre para juzgarle (242-243).
Cmo comprender esta relacin enigmtica que las emociones
delinean entre el rostro y la voz de la conciencia? (125). El camino
trazado por las huellas y los objetos llevaban a un mismo punto:
imaginar la filiacin del asesino, su origen social, sus costumbres,
su profesin, sus medidas, en fin, un retrato fsico y etolgico que
implicaba el estudio de los objetos hallados en la escena del crimen o
en el cuerpo de la vctima. Pero el deseo de interpretar lleva al sabueso
ms all de estas pruebas. Poseedor de un semblante impasible, con
pleno dominio sobre sus ojos y su rostro (150), busca ahora las
pruebas de las emociones: el detective vagaba entre aquellas olas
humanas, buscando que la emocin hiciera traicin a algn rostro
para leer en l la culpabilidad (143). Viendo el cortejo de grandes
seores que acompaan a Alicia, aclara: si tuviera el hombre el
poder de ver estas gentes sin careta!... Tienen callos en la piel del
rostro (147). Y agrega: Nada es capaz de hacer que en ella se traduzca
la emocin (id.). La escritura de los objetos, la que haca posible la
construccin de la historia del asesino y del crimen, se sita ms
all de la cadena deductiva. Esta supona siempre algo exterior: la
capacidad para leer y tambin para espiar la vida urbana, agudizar
la mirada y alucinar con lo mirado.

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Para el texto policial de Luis Varela, todas las emociones


resuenan en el rostro. Este vendra a ser, siguiendo a Deleuze y
Guattari, el agujero de la subjetivacin (2004: 173). La nueva fbula
de las emociones abriendo orificios en el rostro configura la relacin
del detective (el archiduque) con la ley: es esta la que produce la
impasibilidad de su rostro, como si la lengua de la impasibilidad
estuviera atrapada en el rostro de la ley. Qu quiere decir exactamente
ese rostro sin emocin? Cmo pensar ese origen mdico y jurdico
del texto con relacin a ese rostro? Como ustedes saben, exista una
ciencia llamada fisiognmica entre cuyas funciones destacaba el
encadenamiento de esas acciones breves y luminosas que atraviesan
el rostro a una afeccin; las dimensiones de este rostro fundaban una
relacin con la verdad, una categora de sujeto y de delito. El marco
cientfico en el cual operaba aquel encadenamiento estableca una
relacin proporcional entre rostro y pasiones. En otras palabras, la
fisiognmica actuaba como una mquina del saber que pretenda
fundar las relaciones estables entre acciones y significaciones, un
reconocimiento visible entre la causa de ciertos actos y las anomalas
del individuo. Esta es la cuestin que nos plantea la presencia del
rostro, su visibilidad en su articulacin jurdica. La visibilidad se hace
significar mediante una revelacin de sus medidas, como un texto
social donde se cohesiona una inteligibilidad antropolgica y nacional.
Es en el espacio de ese rostro doblemente escrito por la medicina
y la ley donde se producen las vidas delictivas, las imgenes de la
transgresin social y jurdica, donde se gestiona lo normal, lo humano
y las diferencias. Producido mediante la estrategia de lo normativo,
el rostro es siempre un proceso de escisin donde circulan fantasas
raciales y biolgicas.
Ahora podemos comprender el vnculo entre el saber policial
que instaura la figura del detective, y las condiciones en las cuales se
asienta dicha figura: el detective tiene un estatuto legal, encarna la
ley y, por lo mismo, mantiene una posicin institucional, una relacin
de saber con el Estado. Son estas reglas del discurso jurdico las que
transforman la palabra del detective en un discurso de verdad, son
estos modos de subjetivacin jurdica los que objetivan una manera
de enunciar y una forma de control del cuerpo. Precisamente, el

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detective-sabueso de Varela, que rastrea ese lado material de la


intimidad, la forma de subjetividad burguesa en los objetos, que
reconecta los objetos con su intimidad perdida, con su inters privado,
puede pensarse como efecto de estas prcticas jurdicas y mdicas
de finales de siglo.
Apunte final. Genealoga animal
Ya para cerrar, me hago la siguiente pregunta: cmo
concuerdan estas prcticas finiseculares con la imagen del sabueso?
Qu significa esta imagen, que no se conforma con aparecer en los
relatos policiales de fin de siglo, sino que ms bien parece definir un
estilo de investigar? O qu podra significar para el detective adoptar
una forma animal? Que el detective no dude de sus inclinaciones,
de sus instintos, de sus sospechas es algo que le permite evitar
dudar de todo aquello que sostiene y conviene a la eficacia de la ley,
mientras no dude de si evitar dudar de los mecanismos de la ley,
esto no equivale a afirmar lo obvio: que no hay saber sin reducir las
interpretaciones, es sugerir que la dinmica interpretativa exige al
detective instalarse en el terreno de la ley para captar los indicios en
un uso funcional de la lengua, lo cual nos exige repensar la lgica
de la causalidad que construye el delito como efecto de esa cadena
causal. La posicin interpretativa y poltica de Dupin no puede ser
identificada con la del sabueso, pues este implica un punto de vista
de soledad e inclinado, una forma de estar ladeado hacia la tierra.
He ah la imposibilidad de devenir sabueso de Dupin: heredero de una
cultura visual, letrada, interpreta desde su pasin libresca, digamos
que est acostumbrado al juego de palabras propio de la literatura,
resuelve casos cerebrales. Pero no se trata de representar al detective
como sabueso. Lo que hace de sabueso al detective no es el olfato
sino su inclinacin. Se inclina para ver mejor, para aguzar su vista,
no para oler. En verdad, no tiene nada que oler. Es esta inclinacin
la que transforma al detective en sabueso, una figura en la que no
solo la expresin del rostro, sino la posicin del cuerpo se encuentran
animalizadas. En esta inclinacin, la mirada y el olfato actan como
sentidos portadores de intensidades superiores e inferiores; tal
descenso supone otro recorrido, otro mapa pasional.
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Habr que esperar pocos aos despus la aparicin de Sherlock


Holmes, el sabueso de Conan Doyle, actuando en otra ciudad y
rastreando las fortunas del imperio, para advertir los efectos de estos
mapas; o los detectives finiseculares de Eduardo Holmberg, Horacio
Quiroga, Alberto Edwards: todos ellos contienen una variacin en la
figura del sabueso, una variacin que pasa por la remodelacin de
la ciudad y sus clasificaciones morales.
Notas
1

Esta pedagoga al servicio de un pensamiento jurdico no puede


aislarse de otro elemento: la discusin en esta misma poca en toda
Hispanoamrica en torno a la novela de costumbres: si la novela
jurdica de Varela se propone instruir y corregir el cuerpo social, la
novela de costumbres funda sus propsitos en la idea de dar un rostro
singular al cuerpo de la nacin. Sobre la afirmacin de Varela como
fundador del policial en castellano, ver Ponce (1997).

El nombre de Franz Joseph Gall (1758-1828), fundador de la frenologa,


aparece asociado al trabajo del comisario LArchiduc. Gall postulaba
una relacin directa entre la forma del crneo y la forma de la verdad
en el individuo, sus afecciones y su carcter.

Sobre el peso material de las analogas en la ciencia, ver el artculo de


Nancy Leys Stepan (1986). All se seala: It was measure-ments of
the skull, brain weights, and brain convolutions that gave apparent
precision to the analogies between anthropoid apes, lower races,
women, criminal types, lower classes, and the child. It was race
scientists who provided the new technologies of measurement the
callipers, cephalometers, craniometers, craniophores, craniostats, and
parietal goniometers (266).

Referencias
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