Uson, Narciso - El Hombre Corriente
Uson, Narciso - El Hombre Corriente
Uson, Narciso - El Hombre Corriente
CORRIENTE
NDICE
PRIMERA PARTE
Ana y Pablo
Merino
Blanca y Jos
Jos
Blanca
SEGUNDA PARTE
Pablo
La decisin
PRIMERA PARTE
ANA Y PABLO
Saba que ese momento poda llegar. Ahora, sobre el fro y hmedo suelo de un
pequeo patio, contemplaba el cuerpo sin vida de Ana. Su cabello ensangrentado y la
distorsin de sus miembros le llenaban de tristeza pero, al mismo tiempo, sugeran una
realidad ajena a la persona de su hija, como si ella ya no estuviera ah, y aunque intentaba
apartar de su mente un sentimiento de alivio, ste era tan fuerte, que la mezcla con otras
sensaciones contrapuestas le hacan situarse en un estado prximo a la nada.
Pablo haba preferido acudir al lugar de los hechos en vez de esperar en el
instituto anatmico forense. A medianoche haba recibido la llamada de la polica judicial
para informarle de la muerte de Ana y de la necesidad de confirmar su identidad. Todo
muy fro y asptico. Muy de trmite. Al fin y al cabo se trataba de una cocainmana
traficante de poca monta en libertad con cargos. Para encontrar su posicin en el
escalafn social sera mejor empezar por el final. En el tiempo de espera ante los
despachos del juzgado, Pablo intent rememorar tiempos pasados. Record el nacimiento
de su hija, sus primeros pasos, sus brillantes ojos, su ingenua alegra de nia; revivi
cmo haba satisfecho su necesidad de amar. Ana fue una nia feliz o al menos eso crea
l. Tenan lo suficiente para vivir y su trabajo de profesor de matemticas en un instituto
del extrarradio le permita atender los pequeos deseos de cualquier nia y los
requerimientos sociales y de educacin en su etapa de pubertad y adolescencia. El
fallecimiento de su mujer cuando Ana contaba seis aos haba sido una tremenda debacle
pero los dos haban intentado y conseguido reponerse a lo largo del tiempo. l, entonces,
tena a su hija, pero ahora se preguntaba si para ella tenerle a l haba sido suficiente. En
aquellos momentos se trataba de no pensar sino de volver a vivir. Rememor los veranos
en la casa de los abuelos maternos, cuando marchaban al viejo pueblo castellano y su
estancia se resolva en buena parte en enfrentarse al clima extremo que todo lo
condicionaba. Todava senta sobre su cabeza el peso del calor de las cinco de la tarde en
sus salidas para tomar caf, la luz cegadora reflejada por el encalado reciente de las casas,
los breves momentos de tregua cuando se refugiaba en la sombra de algn polvoriento
rbol. Todo era de color blanco sofocante. A Ana, sin embargo, no le importaba; a sus
catorce aos todo lo ajeno a la relacin con sus amigas le resultaba inadvertido. Sus
correras, sus nuevas vivencias, sus primeros escarceos amorosos asomaban a su cara de
forma refulgente, casi todo era genial. La salida en familia tena que esperar hasta
prcticamente la medianoche cuando una pequesima brisa pareca hacer retroceder la
asfixia del da. En ese momento las risas llegaban con facilidad y los helados saban a
gloria, bendita dira la abuela. Tena la sensacin, no obstante, de que ese tiempo haba
durado muy poco; a medida que Ana se hizo mayor su carcter se torn independiente y
el contacto con su padre era cada vez ms de tipo administrativo, burocrtico, de
intendencia, y menos de confianza. Simplemente normal. Pablo, como profesor que era,
no adivinaba ni presenta comportamientos diferentes al del resto de sus alumnos, en los
que contemplaba que el paso por el aula no dejaba de ser sino una mera formalidad en
muchos casos. Dejmonos llevar, todo tiene su momento, pensaba. En realidad, no
estaba equivocado, porque las posibilidades de formar parte de una realidad comn con
su hija eran nulas por definicin. Acaso l no se acordaba de cul era la relacin con sus
padres, de los diecisis a los veintitantos aos? Ciertamente no se acordaba, es ms, crea
que en esa poca haba estado en otro mundo, o mejor dicho, los que haban estado en
otro mundo eran sus padres.
El paso de Ana a la universidad, supuso, si cabe, un mayor enfriamiento de sus
relaciones. Su comunicacin se limit al mnimo imprescindible y cualquier intento de
aproximacin a ella se saldaba frecuentemente con accesos de ira. l, por su parte,
comenz y termin alguna que otra relacin sentimental, con peor y mejor suerte, aunque
el paso del tiempo le estaba conformando como un lobo estepario. Era ms cmodo y no
exiga riesgo alguno ni dar explicaciones a nadie, ni siquiera a s mismo. Su vida no tena
grandes alicientes pero tampoco grandes problemas. En resumen, las horas pasaban lentas
pero los aos deprisa. Ana, cada vez ms, ni siquiera apareca por casa. Se mantena con
algunos trabajos espordicos y en alguna ocasin le peda ayuda a su padre. A los veinte
aos abandon la Universidad aunque Pablo ni lleg a enterarse. Todo eso se rompi el
da en que despus de varios meses sin noticias de ella, Ana apareci completamente
desvalida ante su puerta.
- Hola, pap.
- Hola, cario.
- Perdname.
- Cmo ests? Pasa, por favor.
- Gracias. He pensado si deba venir as sin ms despus de tanto tiempo. Pero,
bueno,
- No te preocupes. Los padres siempre olvidan. Cuntame, cmo te va?
- Ya ves. Apenas he empezado a vivir y estoy en las ltimas. No me encuentro
bien.
La imagen de Ana que l guardaba haba desaparecido. El cabello liso azabache
casi azul refulgente a la luz. La tez blanca y sin accidentes que peda ser acariciada y sus
grandes ojos negros que brillaban con su sonrisa.
Ana comenz a contarle, a retazos, sus ltimos dos aos. Su primer ao de
Universidad absolutamente desbocado, sus salidas nocturnas cada vez ms frecuentes, sus
relaciones con chicos en locales donde las pastillas y la cocana corran como el alcohol.
Cmo, poco a poco, se fue habituando a su consumo. Cmo, para poder adquirir sus
dosis, empez a trabajar de camarera en la barra de uno de los locales y, al ser
insuficiente, tener que dedicarse tambin a trapichear. Cmo haba dejado de estudiar y
ms tarde de matricularse. Le ahorr, no obstante, otros pormenores ms escabrosos. Pero
haba dicho basta. Y solo tena una persona a la que pedir ayuda. Su padre. Estaba
dispuesta a dejarse guiar por profesionales y mantenerse firme en su decisin.
Pablo asimilaba con torpeza toda la informacin y mientras escuchaba no poda
dejar de pensar en los motivos por los que le haba llegado a suceder esto. Hubiera
deseado que al igual que con las ecuaciones que l enseaba, determinados
comportamientos por su parte dieran un resultado fijo y determinado. Pero haca tiempo
que saba que no era as. Que idnticas conductas llevaban a muy diferentes finales. Que
las personas no eran nmeros, para bien y para mal. No mereca la pena repasar actitudes,
porque no llegara a ninguna conclusin y porque, adems, ya eran tiempo pasado. Pens
que haba que ponerse manos a la obra y buscar una solucin. Recorrieron despachos y
consultas, psiquiatras y psiclogos, asociaciones contra la droga. Al cabo de algn
tiempo, pareca que las aguas podan volver a su cauce. La relacin con Ana, aunque
tortuosa, mejoraba o por lo menos tena contenido. Paciencia y tesn. Este periodo de
esperanza haba alcanzado algunos meses, pero al cabo de ellos, poco a poco, se iba
alzando otra vez la muralla del silencio por parte de Ana. Sus visitas al psiquiatra se
fueron espaciando con el pretexto de que ya haban alcanzado los objetivos. Aunque
Pablo saba que algo iba mal, poco poda hacer. Una tarde, a la vuelta del instituto, se
encontr la casa desmantelada de todos los objetos de algn valor: equipo de msica,
televisor, algn reloj,. En su desolacin, observ que al menos tambin se haba
llevado el robot de cocina, el cual dej de utilizar cuando comprob que no preparaba la
comida sino que solamente la calentaba de forma diferente a la tradicional. El
abatimiento se apoder de l en ese momento pero tambin empez a surgir en su interior
un sentimiento de conformismo, de impotencia, en definitiva.
Las ltimas noticias que tuvo de ella fueron una semana antes de la llamada de la
polica. Le llam por telfono, le pidi perdn por ensima vez y le dijo que le quera. Le
cont que estaba metida en algo serio pero que lo iba a solucionar sola y una vez resuelto
lo intentaran de nuevo, esta vez sin trampas. No te preocupes, le dijo ella.
Todo en la antesala del despacho de la polica era de color gris, las paredes, el
suelo, incluso los muebles y las fotografas decorativas. Las luces blancas mortecinas
agrandaban ese efecto y Pablo tena la percepcin de que se trataba de un escenario
preparado y acorde con su estado de nimo.
- Don Pablo Almazn! Pase, por favor.
MERINO
El inspector Merino era un hombre de mediana edad. Llevaba ms de veinte aos
en la polica. Ese tiempo era proporcional a su desencanto. Sus ansias justicieras se
haban modulado y haba constatado a lo largo de su experiencia que los elementos
accesorios a los casos podan llegar a ser determinantes, al margen de la esencia de los
mismos. La burocracia, la poltica, los prejuicios, los corporativismos, la pereza, incluso,
podan condicionar los resultados. A pesar de ello, l se consideraba medianamente
ilusionado, casi ntegro, y al menos intentaba no engaarse a s mismo. Haba pasado por
varios departamentos y al recalar en la polica judicial haba aprendido y asumido, quizs
con gusto, el aspecto liberador del poder de direccin del juez instructor. Tambin l se
haba vuelto perezoso.
La tarde del lunes recibi la llamada de su superior sobre la muerte de Ana.
- Merino?
- S
- Tienes que pasarte por el nmero cuatro de la calle Puente, quinto piso, derecha.
Se ha producido una muerte. Parece que una chica se ha cado por una ventana del patio
cuando la sorprendieron los dueos del piso en su interior. No parece que sea muy
complicado si no fuera por un detalle.
- Cul?
- Que se trata del domicilio de la jueza Fernndez de Ayala, del juzgado nmero 2
de instruccin.
- Joder!
- Ya. Bueno. Trabaja con tacto.
A las ocho menos cuarto Merino acceda al edificio, e iba directamente al patio a
travs del local del bajo, nico punto de entrada. Los agentes de la cientfica estaban
realizando su cometido. Les interrumpi para acercarse al cadver y registrar sus
bolsillos. Un mvil, un juego de llaves ms otra llave suelta, un paquete de tabaco, un
mechero y una pequea cartera con cinco euros, un documento de identidad y una tarjeta
y esper su llegada. Desde luego, comenz a elucubrar, alguien haba facilitado la llave a
Ana o sta la haba sustrado, pero quin o a quin? Para qu? Del juzgado nmero dos
le informaron que en la mesa de la jueza estaba el juego de llaves que ella haba indicado.
Lo poco que haba indagado le estaba dejando un regusto amargo; en su cerebro
rpidamente se instal un desasosiego del que ni l mismo acertaba a comprender la
causa. Aparte del asunto de la llave en el bolsillo de Ana, el cual habra de ser
investigado, haba percibido algo que pareca no encajar. Mientras las llaves de Ana y la
jueza presentaban signos de haber sido usadas desde haca tiempo, la del propietario tena
un brillo que denotaba una reciente fabricacin. Fueron slo unos segundos los que haba
empleado en mirar las llaves pero le haba extraado. Con todo, su inquietud no poda
partir de tales pesquisas, por lo dems normales en cualquier otro caso. Pronto lleg a la
conclusin de que lo verdaderamente especial era la presencia de la jueza Fernndez de
Ayala en la trama. Fernndez de Ayala era jueza y adems no una jueza cualquiera.
Procedente de una saga de juristas, su ms prximo ascendiente en ese mundo era su to,
magistrado del Tribunal Supremo. Se le antojaba que la investigacin, si haba algo que
investigar, no iba a ser fcil.
Pasada la medianoche haba recibido al padre de la fallecida. Un mal trago. La
desolacin se plasmaba en su cara y su aturdimiento era maysculo. Se le vea
completamente perdido. No haba podido sustraerse a un sentimiento de solidaridad. En
cualquier caso era ya muy tarde y estaba cansado. Maana organizara la informacin
recopilada y quizs pudiera trabajar con relativa normalidad. Sali a la calle y camin un
trecho hasta la parada de taxis. El otoo estaba bien entrado y, aunque no llova, poda
aspirar un ligero olor a tierra mojada mezclado con los suaves efluvios de algunos pinos
que jalonaban el bulevar. La temperatura era templada para la poca del ao y una tenue
brisa del sur le acariciaba el rostro y slo por eso se sinti afortunado.
A la maana siguiente acudi pronto al juzgado. El juez instructor le estaba
esperando.
- Buenos das, Merino. Qu tal anoche? Tiene ya alguna opinin?
- De momento, nada.
- Pero, las explicaciones de los propietarios son plausibles?
- En este caso hablar de propietarios parece un eufemismo, estando por medio una
jueza.
- Qu quiere decir? En la cara del instructor surgi una mueca de insolencia-.
- Cosas mas, perdone. Lo nico que parece enturbiar el caso es que la entrada en
el domicilio no fue violenta. Todo parece indicar que la fallecida dispona de la llave del
piso.
- Bien, habr que investigar eso. Pero, por lo dems, teniendo en cuenta el
historial de la vctima me imagino que no habr que buscar tres pies al gato no?
- Yo tambin me lo imagino. -cmo no lo iba a imaginar, pens para sus adentros
Merino-.
- Pues manos a la obra. Teniendo en cuenta los resultados de la autopsia, en una
semana, o como mucho dos, tendra que estar cerrado el asunto. El instructor desvi su
atencin al montn de expedientes que tena sobre su mesa-.
Merino, entendi el gesto y sali del despacho. Acudi de inmediato a las
Se acerc al bar que sola frecuentar para desayunar y comer. Se sent en una
mesa y pidi el men del da. Mientras degluta las lentejas caseras y el filete de pollo, se
puso a leer el peridico. Apenas ech un vistazo a las primeras pginas y por higiene
mental pas directamente a los fichajes del deporte rey. En realidad haca verdaderos
esfuerzos para que le llegara a gustar el ftbol, pero por lo menos leyendo eso, pensaba,
no le sentara mal la comida. La comida le iba a sentar mal, de todas maneras. Cuando
estaba comiendo el yogur desnatado son su telfono.
- Hola, soy la jueza Fernndez de Ayala.
- Buenas tardes, dgame.
- El que me tiene que decir es usted.
- Perdone, no la entiendo.
- Cmo se le ocurre montarle un interrogatorio a mi marido en un bar? Mire, no
voy a discutir con usted, la prxima vez que se extralimite en el procedimiento conocer
las consecuencias directamente, sin aviso alguno. Est claro?
- Clarsimo, seora.
Despus de acordarse de la titular del segundo apellido de la jueza, que por cierto
no conoca porque el primero era compuesto, pidi una copa de Torres 10. De perdidos al
ro, dijo, total, el estmago ya se le haba revuelto. Desde luego, esa vehemencia por
parte de la jueza significaba algo ms que un mero acto de soberbia.
Volvi al despacho, consult en los registros informticos los datos de Ana.
Estaba acusada de trfico de cocana. La pena poda suponer varios aos de crcel,
aunque el proceso estaba todava en fase de instruccin y cualquier desenlace era posible.
Este deba ser el problema que le haba mencionado a su padre en la ltima llamada que
le hizo y del que esperaba una solucin. De momento no poda avanzar, as que resolvi
algunos asuntos de trmite y se fue hacia casa.
Merino viva normalmente solo. Los fines de semana, sin embargo, se reuna con
su pareja, Elisa, con la que llevaba ya casi cinco aos. Cuanto ms pasaba el tiempo ms
se iba consolidando la relacin y la situacin. Ambos eran independientes, y no
pretendan ir ms all, no tendra sentido. Elisa tena un hijo de diecinueve aos fruto de
una anterior relacin, que era su autntica familia; trabajaba en una sociedad de valores y
bolsa, como asesora de inversiones y entre su hijo, su trabajo y Merino vea colmadas sus
necesidades afectivas y materiales. No peda ms y era razonablemente feliz. Merino, por
su parte, entre semana era tal el desorden de horarios que se traa con las investigaciones
que haca tiempo que haba desechado imponerse un cierto grado de organizacin. Su
tiempo libre lo utilizaba en acudir algunas veces al gimnasio para mantener cierta forma
fsica. Aunque cada vez le aburra ms y le resultaba ms costoso, se obligaba a no
dejarlo porque iban apareciendo poco a poco los sntomas de la edad, una pizca de ms
de colesterol, un poquito de hipertensin arterial, algo alto el azcar, un poquito de.....;
pero tambin liberaba adrenalina y al terminar las sesiones se senta con un deber
cumplido y con menos barrenos en la cabeza. Tambin acuda de vez en cuando al cine,
aunque ltimamente espaciaba bastante su asistencia porque le molestaba su carcter de
merenderos de frutos secos, chocolatinas, caramelos, refrescos, palomitas y dems
acompaantes del sptimo arte. Lo vena sustituyendo por algunas exposiciones de
pintura, de fotografa o de escultura, aunque en ocasiones tambin aqu coincida con
El paisaje cambiaba de materia y color a la vez que los accidentes del terreno, con
abundantes y sinuosas curvas, marcaban claramente la singularidad del nuevo territorio.
La tierra arcillosa se converta en protagonista y su semblante granate anaranjado serva
de fondo esta vez a los abundantes rboles frutales asentados en las continuas franjas de
vega que abrazaban los entramados de acequias procedentes de algn afluente del que, ya
en el valle, sera el ro que dio nombre a toda la gran pennsula y sus primeros
pobladores. La arcilla no solo era un elemento primordial de la naturaleza sino que
tambin apareca en las ya ruinosas construcciones de los pueblos entre las que
destacaban las cuadradas torres mudjares como vestigio del paso de la cultura rabe. A
eso de las once decidieron parar a desayunar y estirar las piernas en una ciudad cuyo
nombre se deba a un antiguo recinto fortificado de un gobernador musulmn. En ella
sobresalan las siluetas de varias torres mudjares esta vez de base octogonal y con bellas
labores caractersticas del estilo realizadas con los propios ladrillos. Su primera intencin
fue tomar un frugal refrigerio pero, una vez acomodados en la barra del bar, el apetecible
aspecto de los pinchos, banderillas les llamaban, esparcidos por el mostrador hizo
cambiar sus preferencias. Un surtido de las de bonito en escabeche, anchoas en salmuera,
longaniza y bacalao rebozado, acompaadas de una copa de recio vino les reconfort el
cuerpo y alivi el espritu. Despus dieron un pequeo paseo y al medioda continuaron
su marcha. A medida que se aproximaban a la hondura del valle los cercanos cerros
haban cambiado de aspecto y ofrecan ahora a la vista el tono blanquecino del yeso, del
que brotaban el tomillo y el romero y alguna plantacin de almendros, que en esa poca
semejaban espigados tridentes dirigidos al cielo. Ya en el llano, los extensos campos
todava infecundos envueltos por los polgonos industriales y algo difuminados por la
tenue niebla que ya levantaba formaban un conjunto visual algo desolador. Circunvalaron
la capital de la regin atravesando el gran ro, para al poco tiempo comenzar la suave
ascensin hacia las estribaciones de las altas montaas del norte. Como se avecinaba la
hora de comer pararon en una pequea poblacin antao capital de un condado que haba
sido sede episcopal y conservaba una esplndida catedral romnica. Se acercaron a
visitarla pero estaba cerrada hasta la tarde. All, al lado del propio claustro de la catedral,
en lo que haba sido el antiguo refectorio, haba servicio de restaurante, por lo que
decidieron esperar la apertura de la catedral aprovechando para comer. El men fue una
agradable sorpresa. l eligi jabal estofado y ella un guiso de perdiz, precedidos ambos
de unos manojos de esprragos silvestres y otras verduras. Acompaados de un soberbio
vino de la zona y de una celestial msica barroca, llegaron a los postres y los cafs.
Dobles, por favor. Reiniciaron seguidamente el viaje, hasta que a la media hora se dieron
cuenta que se haban olvidado de ver la catedral, lo que vena a demostrar que a veces el
estmago pleno no es el mejor compaero de la inquietud cultural. La tarde ya se estaba
desplegando y el fro se haca notar. La creciente soledad del coche en la calzada y la
oscuridad sobrevenida les hizo pensar en ellos como si de dos intrpidos viajeros se
trataran.
Ya cerrada la noche y despus de utilizar alguna carretera secundaria llegaron a la
casa rural. Situada en uno de los muchos valles que nacan de las estribaciones de los
altos picos, se encontraba distante casi un kilmetro del ncleo vecinal. Su aspecto era
acogedor y segua el canon de las casas del lugar: fachada en blanco con algunos espacios
sin lucir donde se vea la piedra natural. Destacaba la chimenea con forma de cilindro y
rematada por una especie de cono, del que sala en ese momento una abundante
humarada hacia el estrellado cielo. Hechas las presentaciones con la anfitriona, subieron a
su habitacin. Perfectamente decorada, el nico elemento distorsionador con el ambiente
era el dulce calor que brotaba del propio suelo. Distorsin no solo perdonable sino digna
de agradecimiento. Colocaron sus escasas pertenencias y sin darse un respiro para no caer
en la vagancia salieron bien abrigados y dando un paseo hacia el pueblo para tomar algn
refrigerio. El pueblo estaba prcticamente vaco, slo una par de almas, incluida la del
dueo, estaban acodadas en la barra del bar, una enfrente de la otra pero sin cruzarse las
miradas, que estaban dirigidas a la televisin. Merino y Elisa saludaron y despus de
escuchar como contestacin un murmullo sin inters preguntaron al de detrs de la barra
si les poda preparar algo que echarse a la boca. Consiguieron una par de tortillas con
queso y ensalada. El buen apetito y la cercana del rescoldo todava vivo del viejo hogar
les hizo disfrutar como en el mejor de los restaurantes mientras una discreta alegra se
asentaba en su nimo. Hicieron el camino de vuelta abrazados, en parte debido al spero
fro que creca con cada segundo. Una vez en la habitacin abordaron, aunque sin mucho
detalle, el plan del da siguiente y seguidamente se acostaron. Elisa le pregunt a Merino
por el trabajo. ste le explic someramente el caso recin cerrado; le dijo tambin que a
veces echaba en falta no haber tenido descendencia pero otras se senta fortalecido en su
decisin; despus le pregunt por su hijo. Ambos coincidieron en la inevitable fragilidad
del ser humano, en la vanidad de casi todo lo que le motiva y en la mentirosa sensacin
de control de la que cree disponer. Acurrucados entre las sbanas pensaron, no obstante,
que a pesar de su pequeez existan otros aspectos que hacan que la vida mereciera la
pena. Tambin aqu coincidieron, aunque no lo expresaran, en que el sexo era uno de esos
aspectos. Merino comenz a acariciar con su mano la suave piel templada de Elisa; se
entretuvo con deleite en recorrer lentamente todos sus planos, curvas y rincones,
acudiendo a su tacto la sensacin del terso ncar. Ambos percibieron exaltarse sus
sentidos con desbordada pasin; sus abrazos parecan pretender convertirse en un solo
cuerpo cuando l penetr en el de Elisa y despus de alcanzar la cima de la sensualidad
apreciaron que, efectivamente, la vida mereca la pena.
A la maana siguiente, despus de un copioso desayuno, salieron a la calle. El
ambiente recordaba a los cristales de cuarzo, por el fro penetrante que imperaba, pero
tambin por la luminosidad que envolva el espacio, proveniente del reflejo del sol, ya
sobre las cumbres parcialmente nevadas, ya sobre el gris pelado de las zonas granticas
de las laderas. Ocuparon el da en visitar varios pueblos del valle, cada uno con su
correspondiente iglesia romnica y sus bien cuidadas casas todava adornadas en sus
balcones con las tardas flores del otoo. Ya por la tarde tuvieron la osada de adentrarse
por una de las sendas para caminantes y montaeros del parque natural que daba nombre
al valle. Anduvieron una hora disfrutando del paisaje y la grandiosidad del entorno hasta
que la cercana de abundantes nubes de color nada halageo les hicieron volver sobre
sus pasos. La tormenta se despleg con toda su fuerza justo en el momento que
alcanzaban el coche. Se refugiaron dentro a toda prisa y, aunque con bastante miedo en el
cuerpo, fueron testigos privilegiados de la furia desatada del cielo, que les hizo
estremecer por su poder y su belleza. Cuando la lluvia amain tomaron el camino de
regreso a la casa rural. Ya con la oscuridad del atardecer se refugiaron junto a la chimenea
de la casa que la duea haba recin encendido. El crepitar de las aliagas y el posterior
olor de la madera de castao y las pias fueron un blsamo para sus entumecidos cuerpos.
Haba sido un bonito da.
descuido mi marido logr coger de una mesita una escultura de hierro que tenemos en
casa y le golpe la cabeza. Eso haba ocurrido momentos antes de llegar yo.
- Y t qu hiciste? pregunt el juez instructor esta vez.
- Una locura. Una locura. Dios mo. Al constatar que estaba muerta, por mi cabeza
pasaron a gran velocidad mltiples preguntas y situaciones. El enjuiciamiento de mi
marido, su posible encarcelamiento, mi separacin de l.. Los dos decidimos que dado
que estaba muerta y el dao ya estaba hecho, haramos caer el cadver por el patio. Eso
hicimos. Lo siento, me volv loca. Cmo pude hacer tal cosa? Desde entonces no
duermo. Mi marido y yo apenas hablamos. No s si la separacin de Jos hubiera sido
mayor castigo que el que ahora sufro.
- Est bien, est bien, quieres algo, un caf? intent tranquilizarla el
instructor.
- No, gracias Blanca pareca haberse liberado de un gran peso y haba dejado de
sollozar. Ahora la tristeza invada su rostro.
- Ya sabr que la vctima llevaba encima una llave de su casa.
- S, se la pusimos nosotros porque de alguna manera tena que parecer que haba
entrado en la casa sin estar nosotros y sin forzar la puerta.
Merino, que estaba asistiendo al interrogatorio como si de una distante estatua se
tratase, pens: mira t, por donde viene a resolverse lo de la puta llave. Ninguna
explicacin hubiera sido ms sencilla.
- Tenemos un pequeo problema matiz el fiscal-. Es la primera vez que sale a
colacin la existencia de una pistola, pero entre las pertenencias de la vctima no haba
ningn arma.
- No? contest contrariada Blanca-. Bueno, la verdad es que yo no vi ninguna
pistola. Pero, en ese momento de enajenacin ni me lo plante, por qu iba a dudar de lo
que me haba dicho mi marido? Las cosas ocurrieron muy deprisa, aunque despus de
tirar el cadver por la ventana pens en ello y le pregunt a mi marido por la pistola y me
dijo que la haba vuelto a poner en el abrigo de la vctima. Pero, si no es as, por qu iba
a mentirme mi marido si saba que eso saldra a la luz ms tarde o ms temprano?
- Bueno, a lo mejor nunca sala a la luz. Recuerda, Blanca, que el caso se lleg a
cerrar hizo notar el fiscal.
- Tu declaracin no te deja en muy buen lugar, Blanca. afirm el juez instructorPero desde luego tu marido lo tiene verdaderamente difcil. Le vamos a acusar como
mnimo de homicidio Eres consciente, no?
- Lo s, lo s. Pero fue en legtima defensa estis de acuerdo?
El silencio se escuch hasta en el pasillo. Todos miraron a la jueza enmudecidos.
- Voy a decretar tu libertad con cargos, Blanca, por obstruccin a la justicia al
colaborar en la manipulacin de la escena del crimen. Lo siento. Espero que tu posicin
de cnyuge te ayude le explic el juez.
- Y mi marido? pregunt Blanca.
- Vamos a volver a interrogarle ahora, pero te lo puedes imaginar replic el juez.
Blanca sali cabizbaja del despacho del juez. Ocup el mismo asiento que haba
dejado al entrar y con una mirada de desconsuelo hacia su marido vio como ste entraba
de nuevo a declarar
El juez instructor inform a Jos de su nueva situacin como imputado por la
muerte de Ana. Le recomend la asistencia de un abogado y le explic la posibilidad de
no contestar a las preguntas. Jos pas de la preocupacin al desconcierto. Qu haba
pasado? se pregunt- qu haba declarado Blanca? Ante la ms absoluta de las
incertidumbres decidi callar hasta que no estuviera asistido por un letrado y as se lo
manifest al instructor. Pas a estar preocupado y desconcertado a la vez, aunque todava
no era consciente del cariz que estaban tomando los acontecimientos. De aclarar eso se
encarg el juez al decirle que lo iban a detener sin posibilidad de fianza y que adems le
prohiba hablar con su mujer. Jos se sinti desfallecer y tuvo que ser sujetado por el
fiscal para no caer desde su silla. A duras penas se rehzo aunque su aspecto era el de una
marioneta sin hilos.
- Quiere que avisemos a algn abogado en particular? le pregunt el juez.
- Cmo? replic Jos.
- Que si conoce a algn abogado que le pueda defender.
- No, no. Esto. Mi mujer sabr de alguno, digo yo.
- Est bien, hablaremos con su mujer. En cuanto tengamos el nombre
procederemos a una nueva declaracin. Ahora dos agentes le conducirn al calabozo y
posteriormente a prisin.
A los pocos minutos acudieron al lugar dos agentes de polica que lo esposaron.
Una vez fuera del despacho cruz una mirada de desesperacin con Blanca a la que sta
solo respondi rozndole la mano y dicindole: -No te preocupes, todo se arreglar. Antes
de desaparecer por el largo pasillo flanqueado de despachos, Jos tuvo tiempo de pensar
que Blanca haba dicho algo que no solo variaba la versin que ellos haban mantenido
hasta el momento sino que, adems, le haba incriminado directamente a l, porque de lo
contrario tambin la hubieran detenido a ella. Joder, estoy perdido! lleg a pensar en voz
alta. Los policas le miraron con extraeza y continuaron con su cometido sin decir
palabra.
Merino, despus de apreciar para sus adentros el vuelco que haba dado el asunto,
intent hacer un repaso a la situacin. De momento se haban resuelto algunas cuestiones:
Una. El tema de la llave. Dos. Una explicacin a las salvedades verbales del forense
sobre las causas de la muerte. Tres. El objeto homicida, que habra que confirmar con el
anlisis cientfico de la escultura pero que, en principio, no pareca que resultara
problemtico. Y cuatro y ms importante. Al margen de tener que aclarar lo sucedido en
el piso, era definitivo que Ana no se haba cado al patio sino que la haban tirado. Las
incgnitas, no obstante eran tantas, que no las enumer. Habra que escuchar la versin
de Jos si es que tena alguna diferente de la de su mujer. El problema de la llave ahora se
haba sustituido por el problema de la pistola. Qu objetivo real pretenda Ana al entrar
en el piso? Por qu, si ese era el caso, Jos le haba abierto la puerta de casa a Ana?
Abre cualquiera una puerta de su casa con el solo argumento de que alguien dice ser
sobrina de la vecina? Era real o ficticio el desconcierto que haba mostrado Jos?........
En fin, todo empezaba de nuevo.
BLANCA Y JOS
absoluta dedicacin al estudio le haba hecho perder los preciosos aos de la primera
juventud en lo referido a las relaciones personales y si bien tena pensado desquitarse, su
falta de aprendizaje en ese terreno junto a su apenas agraciada imagen le haban hecho
sentirse insegura. Nuevamente, el orgullo haba tenido que salir en su defensa para
contrarrestar sus decepciones. La estancia en diferentes ciudades como jueza le sirvi
para fortalecer el carcter y asumir su realidad. Una vez alcanzado su propsito
profesional, sus planes pasaban por tener una pareja que, en el mundo en que ella se
mova, supusiera el reconocimiento, tambin en esta faceta, de su triunfo vital. Pronto se
dio cuenta, no obstante, que el prncipe que buscaba podra ser azul pero no de oro. Los
prncipes de oro tambin queran princesas azules y ella no lo era. Despus de algunos
devaneos espordicos vio, pues, en la figura de Jos la posible concrecin de sus
aspiraciones.
Jos, por su parte, era un hombre forjado en mil aventuras sexuales. Desde su
consolidada posicin de falta de compromiso, haba llegado a una edad en que quizs
fuera conveniente, pensaba, establecer una relacin permanente. La persona elegida
debera contar, a estas alturas del camino, con una situacin acomodada que le permitiera
vivir holgadamente y sin sobresaltos. Con ese fin, utilizaba el concesionario como atalaya
desde la que atisbar la codiciada presa, pues la compra de determinados modelos supona
un buen indicio de su capacidad econmica. Despus de varios intentos infructuosos,
vislumbr en Blanca la posibilidad de ver cumplidos sus deseos.
Ante esta conjuncin de circunstancias propicias, la relacin entre Blanca y Jos
fue consolidndose. La argamasa era slida pues ambos daban solucin a las pretensiones
del otro. Con el tiempo, adems, en el nimo de Blanca fue surgiendo algo parecido al
cario aunque con alguna nota de obsesiva posesin hacia Jos. No tardaron en casarse,
oficializando as, por parte de Blanca, su unin con un hombre bello y elocuente al que
mostrar entre sus conocidos, y por parte de Jos, su acceso al crculo de la clase
influyente. Cuando ocurri lo de Ana, llevaban casados tres aos, vivan en un amplio
piso, regalo de boda del padre de Blanca, situado en pleno centro de la capital. Ella estaba
enzarzada en sus aspiraciones a magistrada de la audiencia nacional y l haca ya dos
aos que no trabajaba. Su despido de la empresa concesionaria, coincidente con una de
las recurrentes crisis del sector, haba sido la escusa perfecta para ejercer de buen vividor,
rechazando cualquier trabajo que fruto de las recomendaciones se le ofreca, al no estar a
la altura de sus expectativas, por lo dems, exageradas para su autntica vala. La vida de
su relacin transcurra sin sobresaltos, entre las cenas con amigos o reuniones de
sociedad. El paso del tiempo haba modulado las atenciones y dedicacin que Jos
prestaba a su mujer, aunque sta lo consideraba razonablemente lgico y no le
preocupaba en exceso, siempre y cuando la imagen exterior de la pareja se ajustara al
objetivo primigenio de su constitucin.
Una vez producidos los interrogatorios y la detencin de su marido, Blanca
contact de inmediato con un conocido despacho de abogados cuyos socios eran amigos
de la familia. La primera sugerencia que le hicieron fue la de asignar abogados distintos
para ella y para Jos, porque, vista su declaracin, podran ponerse de manifiesto en
cualquier momento intereses contrapuestos. No obstante, siempre procuraran, le dijeron,
no abandonar una visin de la defensa desde una ptica global, intentando que ambos
salieran lo mejor parados. Blanca estuvo de acuerdo.
A los dos das de su encarcelamiento, Jos recibi la visita de su abogado. ste se
- As es confirm Jos.
- Le informo que se ha producido un examen cientfico de su vivienda, por lo que
le advierto que su exposicin deber coincidir con los resultados obtenidos, ya que de lo
contrario no permitir divagaciones que entorpezcan el proceso. Por otra parte, se le
podrn formular preguntas a las que, como sabe, puede no contestar si ese es su deseo.
- Seor juez contest Jos-. No voy a caer en ninguna contradiccin con las
pruebas que ustedes puedan tener porque voy a contar los hechos tal y como ocurrieron.
- Adelante, seal el juez.
Jos comenz a exponer su versin:
- Aquella tarde me encontraba en casa esperando a mi mujer, como una tarde
cualquiera. A eso de las siete son el telefonillo del portal y escuch a una mujer que
pregunt si estaba Blanca, as, tal como lo digo, por su propio nombre. Deca ser la
sobrina de nuestra vecina de planta, Adela, y que aunque a m no me conoca s que
conoca a Blanca y Blanca a ella. Me dijo que haba sufrido un accidente con el coche y
que necesitaba algo de dinero para volver a su casa, en una alejada urbanizacin de una
localidad del extrarradio. El coche lo haban retirado al taller y en ese momento no
llevaba nada de dinero encima. Bueno, desde la distancia temporal, puede parecer una
actitud ingenua pero le abr la puerta. Su forma de hablar denotaba una gran ansiedad que
se ajustaba a los pormenores de su historia: el accidente, su imagen desvalida aunque
bien vestida, en fin, .la cre. Una vez que accedi al piso y ya en el saln, cuando me
dispona a preguntarle por su estado, de repente, sac una pistola y apuntndome con ella
me conmin a que le llevara a la caja fuerte. Bueno, no me avergenza decir que la
valenta no es mi punto fuerte. Les aseguro que no habra hecho falta mucho ms que un
abrelatas para que yo cumpliera sus requerimientos. Y de verdad que de forma autmata,
pens en una caja fuerte para abrirla inmediatamente. No me dio tiempo a reflexionar ni
siquiera que nosotros no tenemos caja fuerte, cuando de forma absolutamente inopinada
vi a mi mujer que se acercaba por detrs de la fallecida con un objeto en la mano
alzada y con el que seguidamente le golpe en la cabeza. El golpe fue seco y fuerte. La
chica se desplom como un pesado fardo. El momento fue de una gran confusin.
Realmente yo no entenda nada. Aturdido y perplejo, no saba cmo reaccionar. Blanca
tom los mandos de la situacin. Mir el pulso de la muchacha y me dijo que estaba
muerta. Me indic que tenamos que hacer algo. Que toda nuestra vida poda cambiar,
nuestra posicin, su carrera, la crcel. Que tenamos que desprendernos del cadver. A
partir de ah, tomamos, o ms bien, tom la decisin de arrojar el cuerpo por la ventana
del patio ya que otra forma de hacerlo desaparecer sera dificultosa y con muchas
posibilidades de no pasar desapercibidos. La muerte no tena remedio, me dijo, y al fin y
al cabo haba intentado robar en la casa por lo que no resultara difcil argumentar que se
haba matado al ser descubierta por nosotros e intentar huir por el patio. En aquel
momento hubiera hecho cualquier cosa que mi mujer me hubiera sugerido pues el
raciocinio haba desaparecido de mi cabeza. Entre los dos llevamos el cuerpo al
tendedero y desde la ventana y previamente colocado con la cabeza hacia abajo y
sujetado por los pies lo dejamos caer al vaco.
Se vio a Jos profundamente aliviado despus de terminar su alocucin al tiempo
posteriormente. Otro elemento de distorsin era la zona del crneo en que Ana haba
recibido el golpe. Segn las impresiones que el forense le haba manifestado, la posible
lesin previa a la cada estaba en la parte trasera de la cabeza. Ello quera decir que la
persona que haba golpeado a Ana se encontraba detrs de ella. Esa posicin no pareca
resultar muy acorde con que dicha persona fuera Jos, pues no era razonable que
apuntndole con una pistola, Ana se diera la vuelta y Jos aprovechara para golpearle.
Pero claro, la pistola solo apareca en la versin de Jos. En la versin de Blanca solo se
haca referencia a la pistola como parte de la narracin que Jos le haba efectuado a ella.
En conclusin, si hubiera habido pistola, la versin de Jos sera ms ajustada, pero si no
exista pistola el golpe se poda haber ejecutado por cualquiera de los dos, aunque
instintivamente todo apuntaba a Jos. El hecho es que de momento no haba aparecido
ninguna pistola. Una tercera consideracin, que ya haba salido a colacin en la confesin
de Blanca, era porqu Jos iba a argumentar su inocencia con base en la amenaza de la
pistola si saba que dicha pistola no iba a aparecer. Era como ponerse la soga al cuello. En
su supuesto relato a Blanca ese argumento ya no tena mucho sentido, pero volver sobre
lo mismo en su declaracin judicial supona colocarse la etiqueta de culpable. Merino
concluy, o lo de la pistola era verdad o Jos era idiota.
Despus de la metedura de pata del juez instructor al haber dado por buena la
versin del robo, huida y cada de Ana, tena cierta prisa en resolver el asunto con la
culpabilidad solvente de alguien. Practic con diligencia todas las pruebas adicionales
para fundamentar el caso. Orden la exhumacin del cadver de Ana, lo que permiti
verificar la lesin craneal producida por la escultura. Efectu un careo entre Jos y
Blanca sin ningn resultado destacable. Ambos se ratificaron en sus declaraciones,
aunque vista la postura de Jos, Blanca en esta ocasin no mantuvo el tono de disculpa
hacia su marido que haba expresado la primera vez, aunque bien es cierto, tampoco
carg las tintas contra l, sino que mantuvo una postura asptica. Por su parte, el rencor
era la nota definitoria de la posicin de Jos hacia su mujer. Respecto a la pistola, la nica
actuacin que se realiz, porque era la nica posible, fue el registro del despacho de
Blanca sin resultado alguno.
Una fra maana de invierno, pasadas ya las fiestas navideas, comenz el juicio
contra Jos Cifuentes por el asesinato de Ana Montalbn. Blanca Fernndez de Ayala
tambin estaba acusada por ocultacin de pruebas y obstruccin a la justicia. El jurado
asisti a las sesiones con inters pues se trataba de un caso que haba trascendido a la
opinin pblica dado el cargo de la esposa del presunto culpable. Blanca se situ en su
papel de esposa enamorada, cuya actuacin de colaboracin con Jos tena la til
coartada del amor sin condiciones. Jos mantena un estado de nimo que fluctuaba desde
el abatimiento por la consciencia de su situacin hasta la exasperacin que le provocaban
las contestaciones de Blanca. l mantena una y otra vez su versin de los hechos hasta el
exabrupto. Aunque poco caba esperar que no se supiera por el sumario, en el juicio se
produjo una novedad significativa. En la fase final del juicio el abogado defensor de
Blanca pregunt a Jos si alguna vez le haba sido infiel a su mujer. ste, absolutamente
contrariado, contest que no. A continuacin el abogado llam a declarar a una nueva
testigo, la asistenta del piso del matrimonio. Se trataba de la chica joven a la que Merino
haba visitado para preguntarle por los juegos de llaves. Con signos de temor en su
mirada huidiza, Mara, que as se llamaba, subi a colocarse en su silln. El abogado de
Blanca no esper ni un segundo cuando le espet:
JOS
La crcel adonde trasladaron a Jos para cumplir los quince aos de condena
estaba a unos veinte kilmetros de la ciudad. Rodeada de secos pramos donde apenas
crecan algunas especies de matorrales y arbustos de monte bajo, se divisaba desde la
distancia como si se tratara de algn tipo de fortaleza de otros tiempos abandonada por
sus moradores. Slo los aparatos de alta tecnologa que descollaban sobre sus altas
fachadas, rematadas por varas lneas de espino, hacan vislumbrar la existencia de
personas dentro del recinto. El color gris del edificio se mimetizaba con el paisaje,
formando una unidad apenas diferenciable. Estaba claro que en su construccin haba
pesado la idea del camuflaje. Su nica va de acceso en vehculo rodado era una pequea
carretera que sala directamente de la autova y que llegaba a la prisin serpenteando los
montculos, de tal forma que solo era perceptible si el punto de observacin se encontraba
a cierta altura del terreno. Jos lleg al da siguiente del juicio. Los primeros das se
mantuvo en estado de ofuscacin: la realidad no poda sino estar equivocada; l no estaba
en la crcel; todo era un mal sueo. Al principio no prob la comida. Su obstinacin fue,
con el paso del tiempo, diluyndose en la rutina y, tambin, con la ayuda de sus visitas a
la psicloga del centro. Su nimo era cambiante, atravesando a menudo por crisis
depresivas y alternando con momentos de resignacin. Los primeros seis meses estuvo
acompaado por un preso de confianza. ste le iba introduciendo en los pormenores de la
vida carcelaria, ayudndole a relativizar su fracaso vital e intentando que la realidad
llegara a formar parte de su pensamiento, pero sobre todo tena asignada la funcin de
evitar el suicidio de Jos. La psicloga haba sido clara al respecto: Jos no aceptaba su
posicin. Repeta una y mil veces su inocencia. Ella, haba llegado a dudar sobre ello,
pero saba, no obstante, que su misin no era cuestionar sentencias sino velar por la salud
mental de los internos. Difcil tarea cuando el reo se consideraba no culpable. Cmo
aceptar la expiacin de la culpa alguien que no la admite? Su labor se dirigi a buscar
actividades alternativas para Jos que fueran forjando poco a poco un entramado vital que
arrinconara su obsesin sobre, segn l, la injusticia producida. Al principio esas
actividades estuvieron claramente marcadas por la actividad fsica. Deporte hasta la
extenuacin. Era importante que al llegar la noche el cansancio indujera a un profundo
sueo que evitara infinitas divagaciones sobre su condena. De manera paulatina, fue
asignndole otras actividades de corte intelectual, como lecturas recomendadas o terapias
de grupo. A finales de verano le propuso iniciar el bachillerato. Jos dud sobre la
decisin. Se vea mayor para empezar nada, aunque por otro lado qu otra cosa mejor
podra hacer que aprovechar el tiempo con el estudio, eso le supondra un esfuerzo que le
hara olvidar sus obsesiones y, por qu no, incluso si se animaba poda continuar con una
carrera. De lo que estaba seguro es que no sera la de Derecho. Ya haba tenido bastante
en su relacin con ese mundo. Por el contrario, la economa y la empresa le resultaban
atractivas. Al fin y al cabo l haba sido un buen vendedor y el marketing no le resultaba
tan ajeno. Escogi el bachillerato de ciencias sociales aunque reconoca que las
matemticas seran un obstculo de cierta dificultad pues su base de la educacin general
bsica era claramente mejorable. No importaba, mejor si tena que fijarse metas de cierta
envergadura. La psicloga le felicit por su entusiasmo y cuando empez el curso habl
en su favor con cada una de las profesoras y de los profesores. Se trataba personas que
trabajaban en institutos, normalmente de la capital, que se ofrecan voluntariamente para
realizar esa actividad suplementaria de marcado carcter social.
Las expectativas de Jos se vieron confirmadas por la realidad. Aunque tuvo que
enfrentarse a los fundamentos del Derecho, del jodido Derecho, el resto de asignaturas le
resultaban agradables. La historia econmica y de los movimientos sociales llenaba sus
neuronas de las dialcticas ms variadas; pensaba, discuta, llegaba a acuerdos en los
debates, en fin, casi viva las revoluciones que en el mundo haban sido. La asignatura de
lengua le pareca un mal necesario aunque la literatura cada vez le pareca ms atractiva.
Con todo, y para su sorpresa, las matemticas fueron todo un hallazgo; al igual que la
historia, provocaban el debate interno, pero a diferencia de aqulla, el contraste con el
exterior no resultaba necesario; eran la introspeccin y el recogimiento el terreno donde
se llegaba a la comprensin de los dilemas. El estudio de las matemticas era un acto
ntimo y de reencuentro consigo mismo. Las formulaciones que de jovencito le parecan
inalcanzables ahora las perciba ingeniosas como si fueran los utensilios de un divertido
juego. Sus obligaciones escolares junto con otras actividades del centro comenzaron a
llenar sus huecos vitales de tal forma que al fin del primer ao de bachillerato haba
logrado alcanzar un alto grado de equilibrio conductual, apenas alterado por los trmites
del divorcio que Blanca haba planteado y al que l no haba puesto ninguna objecin. Su
contacto, de nuevo, con el mundo de Blanca le haba supuesto un claro desasosiego
aunque la levedad del procedimiento haba ayudado a su relativamente temprana vuelta a
la normalidad. Una nica vez vio a Blanca, acompaados ambos de sus abogados. l solo
le pregunt a ella un simple porqu y ella, sostenindole la mirada, le replic con un
silencio duro y pendenciero. Ese fue su nico trato con ella en los casi dos aos que
llevaba encerrado. Los exmenes finales le ayudaron a no volver a obsesionarse con el
origen de su situacin. Las notas no haban podido ser mejores. Aparte de aprobar el resto
de las asignaturas, en historia y matemticas haba obtenido un sobresaliente. Haba
alcanzado su meta, o mejor dicho su etapa, de forma ms que honrosa y ello le ayudaba a
continuar en sus esfuerzos. Sus relaciones con los reclusos eran ms bien escasas, a
excepcin de los compaeros que, como l, se dedicaban al estudio, con los que mantena
un contacto ms fluido con base en su identidad de objetivos. Los estudiantes eran, no
obstante, pocos y no pocas veces la relacin se extenda, en la medida que el tiempo lo
permita, a los propios profesores. As ocurri, sobre todo, con la profesora de historia y
con el de matemticas. La profesora de historia era una mujer ms joven que l. Alegre y
envolvente, a su lado el tiempo volaba. Nunca les alcanzaba el tiempo para dar por
zanjado un debate. Aunque, es cierto que cada vez se fijaba menos en los cambios
histricos y ms en los centelleantes ojos de ella. Las miradas iban supliendo a las
muerte de Ana como ocasin para vengarse de m? o, madre ma! Haba planeado ella
la ocasin? Jos apart la primera opcin porque no crea en las casualidades pero, al
mismo tiempo, se negaba a dejarse convencer de la segunda alternativa. Cmo era
posible que alguien llegara tan lejos por celos? Al llegar a esta encrucijada no avanz ms
en sus razonamientos, lo que no impidi que siguiera casi toda la noche dndole vueltas
al asunto, hasta que ya casi en el amanecer el agotamiento lo llev a un aliviador sueo.
A la maana siguiente se levant a duras penas con el aviso del personal de
prisiones. Despus del aseo y ya en el desayuno, recapacit en la noche pasada. Una
acuciante necesidad de compartir sus sospechas se apoder de l. Con desasosiego,
descubri que slo haba una persona a la que poda hacer partcipe de sus
especulaciones. El profe, adems, le ayudara a enfocar el asunto de una forma
organizada, no en balde era matemtico.
Pasaron tres das hasta que lleg la clase de matemticas. Esos tres das Jos
estuvo nervioso e impaciente. Se apunt a todos los servicios del centro para minimizar
los tiempos en los que tema quedarse solo con sus especulaciones. Por fin lleg el
sbado. Despus de la clase se acerc al profesor como cualquier otra ocasin, pero ste
ya haba adivinado en el desarrollo de la clase que algo inquietaba a Jos.
- Que ocurre Jos, te he notado distrado.
- Tengo que comentarte una cosa.
- T dirs.
- El ltimo da, cuando te cont porqu estaba aqu, estuve pensando y dndole
vueltas al asunto.
Jos le explic sus reflexiones; concluyendo con la posibilidad de que todo lo
ocurrido hubiera estado planificado de antemano por Blanca.
- Qu puedo hacer ahora? pregunt Jos- Me dijiste que no habas vuelto a hablar con ella de esto.
- En efecto, desde el juicio solo nos hemos visto una vez para el tema del
divorcio. He intentado hablar por telfono con ella pero nunca me ha respondido. Sabr
que es el nmero de la crcel, supongo.
- No es normal que no haya intentado contactar contigo.
- Por qu?
- Me imagino que si alguien acta por venganza siempre querr que la persona
contra la que acta conozca el motivo de esa venganza. No es razonable que quede
satisfecho solo con la accin sino que es preciso adems que el otro sepa por qu se ha
actuado as.
- Entonces no me crees?
- Creo en lo que me has contado sobre lo que aconteci. Pero lo que t deduces
sobre la planificacin de tu mujer es slo una posibilidad. Ahora bien, si es cierto tu
razonamiento, habra que explotar esa falta de culminacin de la venganza, e intentar que
ella te lo contara todo. Es posible que aunque ha pasado tanto tiempo no haya tenido la
oportunidad. No habr querido arriesgarse con visitas a la crcel en las que, aunque con
una remota posibilidad, pudieran grabar las conversaciones. Si es como me cuentas, tu
ex-mujer debe ser muy calculadora y, por ende, precavida. En fin, Jos, no s qu ms
puedo decirte. Ella no creo que aparezca por aqu aunque t se lo pidas. A lo mejor, fuera
del recinto..
- Llevo aqu encerrado ms de dos aos. No he dado ningn problema, al
contrario. Me imagino que podr solicitar algn permiso, aunque solo sea de horas no?
- No s. Ni idea.
- Lo voy a intentar. Pero alguien tendr que hablar primero con Blanca para
concertar una cita.
- Quin es Blanca?
- Perdona, se trata de mi ex-mujer. No te haba dicho todava como se llamaba.
- Bueno, yo podra intentarlo, lo de la cita. Espero que no me metas en ningn lo.
- Tranquilo, profe. Muchas gracias por ofrecerte.
Una vez que se hubieron despedido, Jos volvi a su rutina diaria, pero ahora
tena un claro objetivo. Lograr que le concedieran un permiso sera, de ahora en adelante,
su nico propsito.
La luz, en esa poca del ao, duraba prcticamente hasta la hora de acostarse. Esa
noche, vislumbrando los paulatinos cambios de color del cielo, Jos, tumbado sobre su
catre, so despierto sobre su nuevo empeo. Quiz algn da se supiera la verdad.
BLANCA
Blanca se acerc a la cafetera donde haba visto entrar a Ana. Sentada a una de
las mesas se la encontr tomando un vaso de leche. Su esquiva mirada y su atencin,
ensimismada en la nada, se vieron sobresaltadas cuando se le acerc Blanca.
- Hola, perdona que te moleste, eres Ana Almazn?
- T quin eres? replic contrariada Ana.
- Alguien que te puede ayudar.
- Pues t dirs.
- Djame que me presente. Soy la jueza que va a instruir tu caso. -Le ense, a
continuacin, su tarjeta identificativa con su fotografa, pero cubriendo con su dedo
pulgar el nombre.
- Y qu quieres?
- Quiero proponerte algo que puede resultar beneficioso para las dos. Despus
del tcito asentimiento de Ana para que continuara, Blanca prosigui-. Como imagino
que sabes, la acusacin que han formulado contra ti lleva aparejada una condena de al
menos tres aos, y digo al menos
Blanca hizo una pausa para que Ana fuera
interiorizando su mensaje-. Eres consciente de eso, no?
- S contest Ana, asumiendo abiertamente su desventajosa posicin.
- Eso se puede arreglar. Depende de m. Podra quedar en una simple falta
sancionable con algn trabajo social, nada ms. Qu te parece?
- Depende de qu tengo que hacer a cambio.
- Es sencillo para ti. Se trata de entrar en un domicilio.
- Y cmo entro?
- Preguntando por la mujer de la casa, que no estar, y soltando el rollo del
accidente con el coche, ya sabes .
- Ya s el qu?
- No te hagas la tonta, Ana. Conozco todo tu historial
Blanca observ cmo Ana bajaba la mirada, completamente entregada.
- Pero, y luego qu ms?
- En la casa estar el marido. Una vez dentro, lo nico que tienes que hacer es
exigirle que te lleve a la caja fuerte y te entregue un dossier azul que hay dentro
- Joder, ta, pero cmo me lo va a dar as, sin ms?
- No ser as sin ms, llevars una pistola, pero descargada.
- Hostia, pero qu me ests pidiendo? Yo nunca he manejado un arma.
- Y seguirs sin utilizarla, slo tienes que empuarla. T misma comprobars que
no lleva ninguna bala. Sern cinco minutos. Te vas con el sobre y yo te estar esperando
en el coche abajo, me das el sobre y adis. Yo tengo el sobre y t la libertad.
- Y el to, qu pasa? que se deja hacer cualquier cosa?
- Te aseguro que no har nada. Mira, Ana, el sobre es importante para m. Si he
preparado este plan es porque s que l no va a reaccionar, le conozco perfectamente.
Incluso podras amenazarlo con cualquier arma blanca, una pequea navaja, por ejemplo,
pero creo que con ella, aunque fuera muy poco probable, podras lastimarte. Con un arma
descargada es imposible que te pase nada
- Joder, no s. Yo nunca he hecho nada parecido. Si entraba en las casas les peda
dinero, normalmente me lo daban, pero si no lo hacan, me largaba y punto.
- Pinsalo bien. Cinco minutos por tres o cuatro aos de libertad. Est todo dicho.
Maana a esta hora pasar por aqu. T decides. Si no apareces, esta es la ltima vez que
nos vemos..fuera del juzgado, claro.
Blanca recordaba esta conversacin el ltimo da del juicio.
La maana del ltimo da del juicio, despus del veredicto del jurado, Blanca
sali del edificio del tribunal cabizbaja, pero ya en la calle su semblante se torn relajado,
descubriendo, al tiempo, una mnima mueca de altanera. Se la vea contenta aunque
pretendiera disimularlo. Caminaba en medio de su padre y su to, el magistrado; Merino,
que no haba dejado de observarla, defini acertadamente su figura como la de un general
victorioso despus de la batalla, junto con su Estado Mayor. Suspendida en el ejercicio de
sus funciones mientras dur su imputacin, la sentencia le haba permitido volver a sus
tareas jurisdiccionales. Retom su vida sin ms sobresaltos que los derivados de haberse
visto envuelta en un asunto tan abrupto. Los comentarios, noticias y opiniones, no
obstante, apenas hicieron mella en su espritu. Todava era joven, pensaba, para
reconducir su carrera profesional y en lo personal haba aprendido muchas cosas, la
principal, que la determinacin es la herramienta ms til para cualquier empeo.
El da de la sentencia comi con sus familiares y, despus de despedirse de ellos,
se dirigi a su casa. Ya dentro de ella, se sirvi un buen vaso de bourbon acompaado por
un relajante muscular. Recostndose en el suave sof de piel canela no pudo evitar
rememorar lo acontecido.
Lo acontecido haba comenzado unos meses antes de la entrada de Ana en su
domicilio. Recordaba, como si lo estuviera viviendo en ese momento, el da en que una
terrible jaqueca le haba hecho abandonar el juzgado a media maana e irse a su casa para
tomar algn analgsico y descansar. Cuando entr en la vivienda se extra de no ver a la
asistenta en sus tareas. De repente escuch cierto murmullo procedente del dormitorio.
No era una conversacin sino algo parecido a un jadeo entrecortado y lejano. Con sigilo
se acerc a la habitacin. La puerta estaba entreabierta y desde fuera se podan ver,
reflejados en el espejo de la pared contraria a la cama, dos cuerpos desnudos
entrelazados. Uno era el de su marido, el otro el de la asistenta. Un repentino fuego le
golpe su cara y en un acto de puro instinto volvi sobre sus pasos y sali
apresuradamente del piso sin hacer apenas ruido. Ya en la calle, pens, qu horror! Qu
vergenza! Qu hijo de la gran puta! En mi propia casa! En mi propia cama! Pero
cmo se atreve el mierda ste? Desconcertada y fuera de s, con la cabeza a punto de
estallar, busc una farmacia y all mismo se tom dos analgsicos. -Le pasa algo,
seora? Le pregunt el dependiente. -No, no, perdone, es que me duele mucho la
cabeza. Si me pudiera dar un vaso de agua, por favor. El auxiliar le dio el vaso de agua un
poco azorado. Blanca sali a continuacin de la farmacia y deambul sin destino por las
calles. Se sinti herida en lo ms profundo de su ser. Un ser no repleto precisamente de
cario sino de orgullo. Ella intua desde hace tiempo que Jos poda haber tenido alguna
otra aventura. Nunca se lo haba planteado abiertamente a l. Mientras la nota dominante
fuera la discrecin y su imagen no se viera salpicada, se trataba de un tema relativamente
menor para ella. No le apeteca hacer ms indagaciones que en ltimo trmino la forzaran
a tomar una decisin que pondra en evidencia, precisamente, la imagen que quera evitar.
Pero esto se haba pasado de la raya. Con la asistenta, y en su propia casa. Su imagen no
estaba maltrecha, no, estaba absolutamente destrozada. Desde ese mismo momento saba
que le iba a joder la vida a ese hijo de puta. Ya pensara cmo. Joder! Joder! Joder!.
Ese da, a la hora prevista de su llegada procedente del trabajo Blanca apareci,
como cualquier otra ocasin, en su vivienda. Su actitud con Jos no transluca ningn
cambio respecto a otro da cualquiera. Tena que ser fra, actuar con calma, con tesn y
eficacia. Desde ese mismo momento empez a fraguar su venganza, comenzando por
definirla. Tena que suponer para Jos un sufrimiento que no se agotara en un solo acto,
sino que fuera duradero, agotador, de desgaste hasta lograr su aniquilacin personal
aunque no su completa desaparicin fsica. En relacin con los dems, deba de lograr la
destruccin de su imagen. Para consigo mismo, tena que conseguir eliminar lo ms
esencial de la naturaleza humana: la libertad. La crcel, pens, sera una solucin
perfecta. Su relacin con el entramado judicial poda, adems, resultar de gran ayuda. El
plan tendra sus riesgos, pero actuando con inteligencia sera factible. Todas sus fuerzas
iban a estar destinadas a ese empeo. El capullo se iba a enterar quien era Blanca
Fernndez de Ayala.
Despus de una mnima lucha con su propia conciencia, Blanca pens que el
delito que deba atribuirse a Jos sera el de asesinato. Cualquier otro, supondra una
pena, a su juicio, insuficiente. La primera tarea que deba acometer era buscar una
vctima propicia. Tena que ser una persona con escasos vnculos personales o familiares,
para evitar en lo posible las complicaciones derivadas del inters que hacia la vctima
pudieran tener otras personas.
Al da siguiente, comenz a indagar en las bases de datos judiciales. Despus de
varios anlisis sobre un conjunto de expedientes localiz a Ana Almazn. Estaba en
libertad con cargos, lo que le permitira contactar con ella fuera del mbito judicial.
Segn los datos no tena relacin con familiares, de los que solo se conoca la existencia
del padre, aunque no mantena contacto alguno con l; la drogodependencia llevaba
aparejada muchas veces la absoluta soledad fuera del mundillo del trfico y el menudeo.
Su probable pena era lo suficiente importante como para que el chantaje fuera efectivo.
Tena un historial de entradas en domicilios aunque nunca con violencia sino a travs de
engaos y trucos para conseguir algo de dinero. Por ltimo, no haba estado nunca en la
crcel, lo que haca pensar que el desasosiego ante su posible primera entrada la hara
ms vulnerable y receptiva a su propuesta. En fin, resolvi, recopilaba muchas de las
entrada, para justificar cmo se haba introducido en el piso, y recogiendo la pistola del
suelo la meti tambin en el bolsillo de Ana. Envi a Jos a abrir la ventana del patio,
momento que aprovech Blanca para volver a coger la pistola y guardarla en su bolso.
Recogi la escultura y la lav con abundante agua, la sec y la coloc en la mesa del
saln, su lugar habitual. El golpe haba sido certero y mejor incluso de lo que podra
haber esperado: no haba provocado salida de flujo sanguneo al exterior, al menos
aparentemente. Eso redujo de forma considerable las tareas de limpieza, que fueron
mnimas. Al da siguiente volvi a dejar el arma en el cajn de pruebas de un caso que
ella estaba instruyendo, de donde la haba retirado el da anterior.
Blanca haba contemplado varias fases en el plan, que haran ms verosmil su
ltima versin sobre lo sucedido. Era conveniente entretejer un devenir del proceso que
no tuviera un perfil plano y simple. En un primer momento formularan una versin que
les exculpara a ella y a su marido. No obstante, deba de introducir algn elemento,
aunque fuera, o, mejor an, que necesariamente fuera, dbil y controvertido, pero que
dirigiera alguna sospecha sobre Jos. A ese empeo responda el hecho de haber realizado
varios das antes una llave nueva del piso e intercambiarla por la que utilizaba
habitualmente Jos. Esa llave nueva no poda llevar a ninguna conclusin lgica, pero s
que hara fijar la atencin sobre l. En una segunda etapa, resultaba absolutamente
conveniente efectuar una defensa cerrada de su marido, si es que haba logrado que las
sospechas recayeran sobre l. Aqu jugara un papel importante su posicin de jueza.
Intentara obstaculizar el proceso poniendo as de manifiesto el auxilio y apoyo a su
marido. Esperaba que el corporativismo judicial ayudara a dilatar los plazos permitiendo
as realzar su figura de escudo frente a los que intentaran inculpar a Jos. Confiaba, no
obstante, que dicho corporativismo no fuera tan fuerte como para impedir de forma
definitiva la prctica de pruebas o interrogatorios, que en ltima instancia hiciera
imposible formular su versin final, es decir, la de que, en realidad, era Jos quien haba
matado a Ana.
El plan iba cumpliendo sus objetivos de forma razonable. La investigacin, aparte
de la direccin del juez instructor, al que conoca y con el que comparta cierta lejana
amistad por haber coincidido en varios cursos de especializacin, la llevaba un tal
inspector Merino. El tal Merino no dejaba de entrar en su terreno e ir cumpliendo sus
expectativas. As ocurri cuando intent preguntar a su marido sobre el tema de las llaves
y sobre qu haban hecho l y ella antes de entrar en el piso. Pero el inspector era perro
viejo y junto a la previsible actitud sobre Jos denotaba por sus comportamientos que en
su pensamiento rondaban otras alternativas de esclarecimiento de los hechos. De ello se
enter Blanca, por los comentarios que al respecto le haca el juez instructor, los cuales
constituan una inestimable ayuda para ella. Conoca todos los pasos que se estaban
dando en la investigacin y la postura de todos los intervinientes, incluido, por supuesto,
Merino. As conoci los resultados de la autopsia y el informe forense. Los
acontecimientos se iban desarrollando incluso demasiado bien. Todo se ajustaba a las
declaraciones de ella y Jos a la polica. Pero lleg un momento en que vio peligrar su
estrategia. Cmo era posible que el corporativismo del juez instructor fuera tal que se
llegara a cerrar el caso sin realizar ms pruebas e investigaciones? Sus temores se vieron
confirmados cuando supo de la negativa del juez a ordenar un careo entre ella y su
marido. Vea cmo sus previsiones se alejaban cada vez ms de la realidad y que la
oportunidad de inculpar a su marido se tornaba remota. Cuando el propio juez le dijo que
iba a cerrar el caso, dando por buena la versin de la huida de Ana y su cada al patio,
Blanca sinti que se le acababa el tiempo y que tena que buscar una salida rpidamente.
Vea cmo sus esfuerzos iban a resultar baldos. La salida tena que estar en la nica
persona que, a su juicio, tena dudas sobre la versin ofrecida y que haba dado muestras
de desconfianza hacia el entramado judicial: el inspector Merino. Decidi enviar un
annimo a su domicilio indicando que Ana estaba muerta antes de caer. De momento,
pens, eso bastara para continuar el caso. Lo que tena que hacer era no perder la primera
oportunidad que se le ofreciera, para presentar el relato inculpatorio contra su marido.
Todo volvi a empezar. A los pocos das del envo del annimo recibi la citacin del
juez para ir a declarar. Por fin lo haba conseguido. Su declaracin no pudo tener otro
resultado que la detencin de Jos. A partir de ese momento cort todo contacto personal
con l. Tena que verse perdido, desorientado, sin respuestas. Aunque l ofreciera ahora la
verdad de lo ocurrido, tendra muy difcil que alguien lo creyera. La ausencia de la pistola
ayudara a hacer todava ms inverosmil su versin. An quedaba el juicio, como
elemento definitivo, pero se daba por satisfecha por cmo se estaban desarrollando las
cosas. En el juicio habra que dar otro empujn adicional de cara al jurado. Ya pensara en
qu consistira y el momento ms adecuado. Por ahora le convena mantener la imagen de
defensora de su marido.
En la vista oral tena que ofrecer algn elemento novedoso que ayudara a
comprender el porqu de su cambio de versin. Las primeras declaraciones obedeceran
al estado de enamoramiento. Las segundas, al arrepentimiento provocado por su mala
conciencia, y las ltimas y definitivas del juicio, al desengao sufrido y al sentimiento de
traicin. Para ello, ya en los momentos finales ante el tribunal, resolvi contar lo de la
asistenta y proponer a sta como testigo de las relaciones extraconyugales de Jos. La
jugada fue perfecta. No haba ms que mirar la cara de los componentes del jurado. La
sentencia, por ltimo, cumpli sus expectativas. Quince aos de crcel para su marido y
la absolucin para ella. La venganza estaba servida. A partir de ahora no tendra ms
relacin con Jos ni le dara ninguna explicacin del porqu de sus actos. Con ello
aadira un punto ms de sufrimiento a su situacin. Se vera encerrado, sin futuro, y
adems, aunque presumiera las razones, nunca obtendra de su parte una confirmacin de
las mismas. Estara en el infierno sin la certeza de la causa.
Blanca retom su vida volviendo a sus quehaceres profesionales y, con el apoyo
de su familia, reinici sus contactos sociales. Sus relaciones con el otro sexo fueron poco
a poco recuperndose, aunque esta vez desde la atalaya del control y la frialdad. Nadie,
nunca, la volvera a herir como lo haban hecho.
SEGUNDA PARTE
PABLO
Mi nombre es Pablo Almazn. Hace ya algunos aos mi hija Ana apareci muerta
en el patio de una casa. La primera lectura que se hizo de tal hecho consisti en
considerar que Ana entr en el domicilio de un matrimonio para robar y que al verse
sorprendida intent huir por la ventana del patio y se precipit al vaco. Posteriormente,
ante la existencia de una carta annima recibida por el inspector del caso, en la que se
afirmaba que Ana ya estaba muerta cuando cay al patio, se incrimin al matrimonio
teniendo en cuenta las declaraciones contradictorias del marido y la mujer. En resumen,
el marido argument que su mujer mat a Ana cuando sta le estaba amenazando a l con
una pistola y posteriormente tiraron el cadver por la ventana del patio. El arma utilizada
fue una escultura con la que, por la espalda, atac a mi hija. La mujer, antes de la
declaracin de su marido y por el contrario, adujo que cuando lleg a casa Ana yaca
muerta en el saln de su casa y su marido le haba contado que la haba golpeado con la
escultura para defenderse ante la amenaza de su encaonamiento. Lo cierto es que la
pistola, cuya existencia solo asegur el marido, nunca apareci. El resultado del juicio fue
la absolucin de la mujer y la condena al marido por homicidio. Viv el desenlace del
juicio con una mezcla de sentimientos. Por un lado, el encarcelamiento de Jos, el
marido, me produjo cierto alivio pero, por otro, el desarrollo de las versiones de ambos
acusados me llenaba de desconcierto. Desde mi perspectiva, lo que para los dems no era
sino un cabo suelto en el que apenas mereca la pena detenerse salvo para evidenciar
todava ms la culpabilidad de Jos era para m una imposibilidad manifiesta. Pens en la
ausencia de la pistola. Era imposible que sin haber ninguna pistola Jos la hubiera sacado
a colacin en su declaracin para exculparse, una vez sabido que su mujer lo estaba
acusando a l de haber matado a Ana. Su declaracin, precisamente por razn de la
pistola, se converta ms bien en una inculpacin hacia su persona. Era imposible que l
adujera su existencia si l mismo hubiera sabido que no exista. Por lo tanto, era verdad
que en los hechos hubo una pistola. Y si la pistola no apareci es porque otra persona la
hizo desaparecer. Y esa persona no poda ser otra que su mujer. En definitiva, observaba
cmo una culpable o, por lo menos, cmplice de la muerte de mi hija sala indemne y sin
castigo.
Decid a partir de ese momento dedicarme a confirmar mis sospechas. Siempre le
he dado vueltas a esa decisin. Es cierto que por razones que no vienen al caso apenas
tena relacin con mi hija aunque parece que antes de su fallecimiento poda estar
asistiendo a un punto de inflexin. Al menos eso me haba dicho mi hija, que
normalizara su relacin conmigo una vez solventado un problema que la acuciaba. Como
digo, he reflexionado acerca de las razones de mi proceder. Creo, en ltima instancia, que
he intentado redimirme. Al principio pens que era por mi hija. Pero cmo iba a ser por
mi hija, si estaba muerta? No, se trataba de m. Siempre he sido lo que se ha venido en
llamar un hombre corriente. En terminologa neoliberal, una persona mediocre. Nunca me
ha preocupado eso, pienso que la mediocridad es un resultado estadstico. Existe lo que se
llama triunfo en la medida que coexiste con la mediocridad. El xito o el fracaso siempre
se miden en relacin con los dems y un mundo en el que la mayora fueran triunfadores
es imposible por definicin. Aparte de imposible sera insufrible. Alguien se imagina un
mundo repleto de personajes exitosos? En el que adems todos dieran consejos sobre
cmo alcanzar el xito? Cabe entender un mundo en el que el noventa por ciento de sus
habitantes impartieran charlas, cursos, o escribieran libros sobre inteligencia emocional?
Otra cuestin sobre la que habra que reflexionar son los indicadores del xito, en verdad
bastante discutibles, aunque no voy a discutir sobre eso. Tampoco soy un maniqueo. No
creo en una divisin entre buenos y malos. Y menos, que esa divisin obedezca a una
circunstancia concreta, entindase clase social, religin, sexo o nacionalidad. Opino, sin
embargo, que tales circunstancias s que pueden determinar las conductas. Pienso que
somos producto de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestra educacin, en
definitiva, de nuestro entorno. Lo que nunca he soportado es la falta de respeto hacia el
otro: el emplazamiento del otro en una inferior categora por su distinta posicin, ya sea
social, intelectual o cualquier otra. Analizando el asesinato de mi hija he llegado a
concluir que esa falta de consideracin fue el caldo de cultivo en el que se fragu su
eleccin como vctima. Ello se debi al ntimo convencimiento de alguien de que su
desaparicin no era una prdida social sino un acto de pulcritud del sistema. A mi hija no
solo la asesinaron sino que previamente sufri una profunda degradacin desde la
conciencia de la asesina.
En cuanto supe que Jos fue destinado a la crcel del sur de la ciudad me inscrib
como profesor de matemticas en el programa de instruccin de reclusos. Hasta bien
transcurridos varios meses y despus de varias charlas con la psicloga del centro no tuve
la oportunidad de pasar a ser profesor del condenado por el homicidio de mi hija. En un
principio mi relacin con l fue absolutamente neutra, sin intentar por mi parte ninguna
artimaa de acercamiento salvo el normal contacto acadmico. Transcurrieron algunos
meses antes de conseguir un atisbo de confianza por su parte. Aunque ella no lo supo, la
profesora de historia fue una herramienta decisiva para iniciar un trato con Jos que con
el tiempo se podra calificar de amistoso. Sin duda, su extrema soledad fue el sustrato
sobre el que se sustent esa relacin. Supongo que nunca sospech ni quin era yo ni mis
verdaderas intenciones, puesto que siempre dej que nuestras conversaciones sobre el
asesinato, cuando llegaron a producirse, fueran dirigidas por l. En realidad tales
conversaciones no dejaban de ser sino la espita emocional de su angustiosa situacin.
Conoc as todos los detalles del asesinato de Ana. Sus testimonios eran absolutamente
camino de no retorno pero tengo que reconocer que su recorrido es intenso y apasionante.
Me robaron no solo la esperanza, la posibilidad de reconciliarme con mi hija; sino
tambin la ocasin, aunque efmera, de volver a disponer de un mbito de emocin. La
venganza por el asesinato de mi hija no deja de ser un acto de salvacin. De mi salvacin.
Cuando escribo estas notas apenas quedan cuarenta y ocho horas para que todo acabe. Me
siento inquieto, nervioso, sin sosiego. Llevo varios das tomando doble dosis de
bromazepam, el nombre tiene su gracia, y an as no logro tranquilizarme del todo. Mejor
as, de lo contrario podra desistir ahora, al final.
Ayer, por fin, lleg el momento esperado. Ya temprano por la maana hice todos
los preparativos, entre ellos cargar el revlver que hace ya algn tiempo me agenci no
sin dificultad. Para familiarizarme con l anduve disparando en recnditos parajes; parece
que ya no me daba el miedo que sent el primer da. Recog las dos tarjetas donde tena
apuntados sendos telfonos y junto a ellas coloqu la llave del domicilio de la jueza.
Parecer mentira, pero resulta que la llave que encontraron en el bolsillo de mi hija me la
dieron con todas sus pertenencias cuando acab el juicio. Todava es ms increble que la
jueza no hubiera cambiado la cerradura; aunque pensndolo bien tampoco es tan raro,
dada la seguridad y soberbia de esta gente. No conciben que algo pueda suceder al
margen de su voluntad. Estuve en su casa una sola vez para probar la llave. En cualquier
caso, no dejan de ser circunstancias aprovechables pero no imprescindibles, pues de no
existir la llave hubiera usado otra argucia para entrar en la vivienda. Realmente la gente,
en general, tiene la mano bien dispuesta para abrir sus puertas a personas ajenas con
cualquier pretexto ms o menos razonable. Todava recuerdo cmo entr mi hija en el
lugar que se convertira en su cadalso. Haca ya algn tiempo que no haba vuelto a ver a
Jos. Nos habamos despedido para siempre con un abrazo, desendole por mi parte que
su deseo de conocer la razn de su destino se viera cumplido. l, lo nico que tena que
hacer era esperar la llamada de su ex-mujer el da de su permiso. Si esta le llamaba, bien,
y si no, tendra que empezar de nuevo a intentar el contacto, esta vez sin mi ayuda.
Normalmente ella llegaba todos los das a su casa alrededor de las cuatro y media
despus de salir del juzgado y comer. Esperaba que todo fuera como reiteradamente da
tras da yo haba comprobado con anterioridad. A las tres en punto de la tarde me
introduje en el domicilio de Blanca. All estaba, en el mueble de la entrada, como testigo
mudo, la escultura que haba servido para matar a mi hija. Despus de ponerme unas
calzas y guantes de plstico recorr el pasillo que daba al tendedero por cuya ventana la
haban arrojado. Fue para m un autntico va crucis. Sent un paulatino ahogo que iba
creciendo dentro de mi pecho. Tom dos tranquilizantes. Pens que no iba a ser capaz de
seguir con mi plan y estuve a punto de darme la vuelta y salir despavorido. Al cabo de
diez minutos logr tranquilizarme y retomar el control. Aguard sentado en una butaca
del saln. Poco antes de lo esperado escuch el trasiego en la cerradura de la puerta.
Blanca entr en el recibidor, deposit las llaves en el mueble de la entrada y se dirigi a
su dormitorio para cambiarse de ropa. Despus fue a la cocina, se oy el correr del agua
en un grifo, y al instante apareci en la entrada del saln con un vaso de agua en la mano.
- Qu pasa!!! se sobresalt al verme sentado en la butaca. El vaso de agua
cay estrepitosamente al suelo- Quin eres t? pregunt asustada.
- Eso no importa. yo intentaba hablar pausadamente, quera evitar cualquier
connotacin violenta en la escena. Aunque levant de forma ostensible el arma para
sin que ella lo notara. Ella sigui avanzando, de espaldas a m. Cada decmetro era una
eternidad.
- Tengo miedo exclam la jueza.
- Lo s le repliqu.
- Perdneme implor Blanca.
- Tendra que perdonar a demasiadas personas contest mecnicamente.
A esas alturas, mi comportamiento era el resultado de un guin aprendido y no
poda apartarme ni un pice de ese guin. No poda ni siquiera pararme a pensar en sus
palabras. Todo estaba decidido.
- Adnde vamos? pregunt sollozando.
En ese momento decid no prolongar la agona. Met el revlver en mi bolsillo y
levant con ambas manos la escultura. Le asest un gran golpe en la parte posterior de la
cabeza. Su cuerpo cay como un fardo pesado contra la madera del suelo.
Inmediatamente, restitu la escultura al mueble de la entrada. Volv sobre mis pasos, abr
la puerta del tendedero y desplegu enteramente la ventana del patio. Con gran esfuerzo
recog a Blanca del entarimado y una vez en la ventana fui descolgando su cuerpo hacia
el exterior hasta que slo la tena sujeta por los pies. Lanc una efmera mirada al patio y
la arroj al vaco.
Sal a toda prisa del piso, tornando la puerta pero sin llegar a cerrarla, lo mismo
hice con la de acceso al portal, colocando una goma adhesiva en el pestillo que impidiera
su cierre; una vez alcanzada la calle, tom una bocanada de aire fresco. Estaba a punto de
vomitar pero logr contenerme. Con paso lento pero firme me alej del portal, cruc la
avenida que lo separaba de la acera de enfrente y aguard la llegada del juez instructor y
su entrada en el edificio. Acud, despus, apresuradamente, a retirar la goma del pestillo
del portal y volv a esperar en la acera opuesta. A los tres minutos, acudi Jos. Mi papel
haba terminado.
Martes, 23 de abril, desde mi cobijo
Postdata: Esta declaracin est dirigida al inspector Merino, de la polica judicial.
Cuando esto escribo ya he abandonado mi domicilio. Estoy en un lugar no enteramente
seguro pero, al menos, de enrevesada localizacin. Ello me permitir hacer seguimiento
de las actuaciones policiales. En ltima instancia s que lograran descubrir mi paradero.
Pero si eso ocurre, y su intencin es la de detenerme, no me encontrarn vivo. Soy el
dueo de mi vida, porque no tengo nada que perder.
En cualquier caso, todo depende de la decisin que el inspector Merino tome
sobre este escrito. Tiene dos opciones: una, destruirlo, otra, sacarlo a la luz. El conoce
mis razones. S que le sito en una encrucijada de su conciencia. Pero a veces los
hombres corrientes han de decidir. Yo lo he hecho. He decidido castigar a los culpables y
cooperadores en la muerte de mi hija, a las personas que han pasado por encima de su
pobre vida, a las que no les ha importado nada, a los que han callado. Ahora le toca el
turno al inspector Merino. A las buenas personas que no se comprometen, pero que en
ciertos momentos no les queda otra salida que hacerlo. Espero que me perdone.
LA DECISIN
le dijo que esperara y llam inmediatamente a la polica; luego le abri el portal. Pensaba
que el ex-marido, si ese era el caso, no intentara nada porque la polica estaba a punto de
llegar. En los escasos segundos que estuvieron solos el ex-marido solo tuvo tiempo de
decirle que acababa de recibir una llamada de Blanca para que fuera a su casa. Eso era
todo.
El relato de Jos coincidi sustancialmente con el del juez Freire. En un principio,
la polica pens de forma inmediata que Jos haba acudido a casa de Blanca y la haba
asesinado. Pero su forma de comportarse no delataba precisamente ninguna inquietud, al
contrario, se mostraba firme y seguro en sus contestaciones y sin signos de duda ni de
excitacin. Le preguntaron cmo era posible que Blanca supiera su nmero de telfono.
Les contest que el mismo se lo haba facilitado para poder hablar con ella. Eso reafirm
a la polica en sus primeras impresiones. Pero, posteriormente, todo se desmoron cuando
comprobaron que, segn les haba relatado Jos, en el nico lapso de tiempo posible para
el asesinato, es decir, los diez minutos transcurridos desde la ltima llamada de Blanca al
telfono de Jos hasta poco antes de la llegada del juez Freire a la vivienda, l estaba en
un bar cercano esperando la llamada de Blanca. Varios camareros lo haban confirmado.
Las cosas se ponan feas para el juez Freire y para la polica. nicamente caba pensar
que algo haba pasado entre Blanca y el juez instructor del caso de Ana Montalbn
cuando ste acudi al domicilio, que haba acabado de la peor manera posible. Pero eso
era, sencilla y absolutamente, imposible de demostrar.
Jos, gradualmente, se fue encontrando fuera del foco de las pesquisas de la
polica hasta que no volvi a ser requerido por sta. Tena muy poco clara una cosa: que
el juez instructor poda tener algo que ver con el homicidio. Tena, a su vez, una cosa
muy clara: salvo circunstancias excepcionales en su contra, jams hablara de su profesor
de matemticas. En esencia, no le pareca mal el resultado final. l estaba en la crcel,
pero algn da saldra, lo ocurrido en nada empeoraba su situacin; en cambio, Blanca no
volvera a ver la luz del da. No es que estuviera contento, pero se dejaba llevar por la
dulce impresin de que al final las culpas y los castigos se haban equilibrado.
La polica y el juzgado recabaron la opinin del inspector que haba llevado el
caso de la muerte de Ana Montalbn. ste no les prest el mnimo caso. No se le ocurra
ninguna nueva lnea de investigacin que las ya emprendidas por sus compaeros, les
dijo. Estaba de acuerdo con todo lo concluido hasta el momento. Slo cuando le
preguntaron si pensaba que Jos haba matado a Ana Montalbn contest: nunca lo pens.
Y cuando le sugirieron que aportara su criterio sobre la muerte de Ana solo replic:
pregntenle al juez Freire.
El padre y el to, por su parte, no estaban dispuestos a permitir que el crimen de
Blanca quedara impune. Fijaron sus colmillos sobre el juez Freire. Si bien eran
conscientes de la dificultad insalvable de acusarlo de homicidio, s pensaban que su
actuacin en el antiguo caso de asesinato no haba sido adecuada y que, quiz, con otra
forma de dirigir aquel proceso, el actual desenlace no habra tenido lugar. Requirieron la
intervencin del Consejo del Poder Judicial. Se revisaron los pormenores del caso de Ana
Montalbn, los informes periciales, las declaraciones, los resmenes policiales, las
diligencias llevadas a cabo. Se habl con el forense, el cual, asustado, detall las sutiles
presiones del juez Freire. Se llam a informar al inspector de la polica judicial que haba
hecho las investigaciones. Como resultado del expediente instruido, el juez Freire fue
expulsado de la carrera judicial. El caso de la muerte de Blanca qued archivado y sin
aclarar. Pablo Montalbn fue requerido una sola vez para ser interrogado, pero dentro de
una actuacin de mero trmite. Haca tiempo que haba abandonado la docencia y se
haba jubilado anticipadamente. No se acordaba lo que hizo la tarde del suceso supongo
que estara en casa, como casi todos los das a esas horas-, les explic. Nunca
relacionaron al padre de Ana con el profesor de la crcel. l, por si acaso, haba tenido en
su da la precaucin de inscribirse en el programa carcelario con otro nombre y ahora se
haba afeitado la poblada barba teida que llev durante todo el tiempo que estuvo dando
clases en la crcel. Tambin se haba quitado las contundentes gafas que se pona todos
los sbados para acudir al centro penitenciario.
galera podra venderlas por un precio, al menos, tres veces superior, aunque no convena
tampoco ajustar en demasa el precio de compra, porque el sobrino poda estar un poco
descolocado pero no era tonto, le dijo. Para reafirmar la voluntad del neoyorquino le
ense un catlogo modificado en el que figuraban entremezcladas las falsas esculturas.
Le sugiri, asimismo, que para confirmar la identidad del sobrino poda ponerse en
contacto con el ayuntamiento del lugar de nacimiento del artista y que si al final se
convenca y decida hacer la operacin que le llamara. A l no le debera pagar hasta que
no tuviera la mercanca en su poder, lo que alejaba toda pretensin de estafa. A las dos
semanas del viaje, recibi la llamada del galerista. Estaba conforme. El precio sera
treinta mil por cada escultura. Al final llegaron al acuerdo de cuarenta mil cada una. Para
evitar problemas de autorizacin del Ministerio de Cultura lo mejor era camuflar el
precio y la identidad del material, aduciendo que se trataba de una serie de trabajos en
forja. El dinero legalmente recibido sera el relativo a dichos envos y se correspondera
con el porcentaje del quince por ciento exigido. El resto debera entregarse en mano
cuando le hicieran entrega de la mercanca en el puerto de salida. La realidad es que
cuando la entrega se realiz, la galera ya tena vendidas las obras a coleccionistas por
una sustancial suma que hacan el negocio absolutamente seguro. El diseo de las
esculturas era prcticamente calcado al de algunas preexistentes del artista, con algunas
variaciones, suficientes para visualizar su distincin pero sin que pudieran llegar a
cuestionar su homogeneidad con la obra original. Hasta pasado un buen tiempo no
surgieron problemas. Pero ocurri que una de las esculturas fue destinada por su
comprador a un lugar de su mansin que estaba parcialmente al aire libre. El resultado
fue que la superficie de la base de la escultura se oxid. El forjador haba realizado una
imprimacin de zinc a las piezas para evitar su oxidacin, pero haba pasado por alto la
base de las mismas. Las esculturas situadas en los interiores no sufrieron de momento el
efecto de la humedad y el aire, pero s la situada en una zona semiabierta. Este error,
impensable en el artista, llev a cuestionarse el origen real de las piezas. Las
investigaciones concluyeron que efectivamente las obras no eran autnticas. Sin embargo,
la denuncia por estafa no prosper. El forjador se defendi manifestando que haban sido
un encargo de la galera, sin ningn nimo de engao por su parte, ni pretendiendo ser de
otro autor. Mostr la factura por el precio recibido, exactamente veinticuatro mil euros. Si
el galerista las haba vendido como obras del conocido artista y por un importe que
superaba el medio milln no era asunto suyo. El estafador era el galerista y l no tena
nada que ver. El sobrino dijo no saber de qu le hablaban. En fin, una historia curiosa. A
Merino le asombraba que no pasaran ms episodios del mismo cariz. Cuando acuda a las
exposiciones observaba cmo, ms que estar ante un conjunto de obras, pareca
encontrarse con una sola pieza repetida varias veces. En realidad no haba varias obrasideas sino que la idea era nica y se manifestaba en el conjunto. Desde un punto de vista
del proceso artstico y expositivo tena todo el sentido, pero, el papanatismo de muchos
compradores poda hacer fciles estos episodios de estafa o, ms bien, de
aprovechamiento de la estupidez humana.
El lunes de Pascua, 22 de abril, aunque no era festivo, Merino y Elisa iniciaron su
vuelta ya que haban pedido permiso para que su retorno no coincidiera con un masivo
movimiento en las carreteras. El martes, el inspector acudi a su trabajo y en el desayuno
alguien le coment lo ocurrido a la jueza Fernndez de Ayala. Un escalofro recorri sus
venas. En un principio pens en personarse en el juzgado para interesarse por lo ocurrido,
pero al fin pens que sera mejor mantenerse al margen hasta que, en su caso, fuera
requerido para algo. Era indudable que le llamaran ms tarde o ms temprano. Sali
temprano con el nimo de almorzar y despus irse a su casa. La noticia le haba dejado
mal cuerpo y apenas s comi un pincho de tortilla con una caa de cerveza en su sitio
habitual. Ya en su portal abri descuidadamente el buzn y se encontr con un sobre sin
franqueo dirigido a su nombre. Un calambre recorri su estmago. Subi a su
apartamento y sin quitarse el gabn abri, nervioso, el sobre y comenz a leer: Mi
nombre es Pablo Almazn. Hace ya algunos aos mi hija Ana apareci muerta en el
patio de una casa. La primera lectura que se hizo de tal hecho.
La inmediata reaccin de Merino fue exclamar en voz alta: -pero qu hijo de
puta!-. A partir de ah empez a reflexionar: -por qu me tiene que meter a m en esto?
Yo hice lo que pude. O no? Creo que hice lo que pude, dentro de lo razonable. Desde
luego, no era mi hija. Bien, ahora debo decidir qu hago-.
Llam a Elisa y le pregunt si podan tomar un caf. Elisa le pregunt si pasaba
algo. Nada especial- le contest l. Ella estaba con su hijo en casa. Mejor- replic
Merino, -que nos acompae si puede-. Pens que una visin fresca, sin demasiados
convencionalismos ni vicios interiorizados podra resultar conveniente. Quedaron en una
hora en una cafetera. Cuando se vieron, Elisa le pregunt:
- Qu es tan urgente?
Se acomodaron en una mesa en un discreto rincn la cafetera
- Quiero plantearos una cuestin comenz a hablar Merino-, pero no har
referencia a ningn caso concreto ni vosotros plantearis preguntas al respecto
- De acuerdo dijo Elisa.
- Vale dijo su hijo.
- Se trata de lo siguiente: imaginaros que vosotros, policas, sabis que alguien ha
cometido un crimen. Un asesinato. Pero, se trata de un acto de venganza, en principio,
proporcionado. La vctima, que haba sido absuelta en juicio, haba matado previamente a
otra persona inocente y muy querida de ese alguien. La pregunta es la siguiente: Debis
ir a denunciar al asesino? O, por el contrario, guardarais silencio?
El hijo de Elisa, respondi inmediatamente: -Yo, guardara silencio.
Elisa, despus de un tiempo de reflexin, habl pausadamente:
- Hay que resolver varias cuestiones. La primera: La polica debe defender la ley,
con independencia del juicio moral que le merezca el hecho en s? La segunda: es moral
quitar la vida a otra persona, aunque sta haya matado antes? A la primera cuestin te
responder que si el hecho es delictivo de acuerdo a la ley, la polica debera denunciarlo,
porque precisamente sa es la razn de su existencia: defender la ley. A la segunda
cuestin no puedo responder. La moral subjetiva no permite ser evaluada por alguien
distinto al que la posee. La moral colectiva es, precisamente, la ley, y estaramos en la
primera pregunta. La tercera cuestin es que el propio hecho de no denunciarlo sera un
delito. En ese caso, habra una contradiccin entre el silencio y la denuncia, que el propio
agente debera resolver de acuerdo a su conciencia, es decir, su moral, y valorando sus
consecuencias.
- Joder, mam, vaya rollo salt el hijo de Elisa-. El que la hace la paga y ya est.
Si la persona haba matado a alguien y no haba sido castigada por el propio sistema legal
se tratara de enmendar un error judicial. T defiendes la inmunidad legal frente a la
justicia ilegal.
- Tiene sentido lo que dices. Pero la propia ley fija el cauce para subsanar esos
errores judiciales replic Elisa.
- Y si se vuelve a repetir el error? respondi su hijo.
Merino, intermedi, pues no quera que la discusin fuera ms all. Por otro lado,
las claves para tomar su decisin ya estaban planteadas. Dirigindose a ambos, les dijo:
- Creo que ya me habis contestado. Es posible que lo ms adecuado sea que el
polica o la polica, si no quiere denunciarlo, deba abandonar la institucin. Tiene razn
tu madre mir en ese momento al hijo de Elisa- cuando dice que nadie puede valorar la
moral de cada uno salvo la ley. El o la agente que decida mantener su moral sobre la ley
debe dimitir y si esa preponderancia de su conciencia, que en este caso tiene como
resultado el guardar silencio, constituye, a su vez, un delito, habr que enfrentarse
tambin a la ley, pero ya como persona ajena a la institucin policial y si le descubren.
Tomaron los cafs y la coca-cola en silencio como si cada uno estuviera rumiando
las opiniones que acababan de lanzar. Despus salieron a la calle y Merino les acompa
hasta su casa, despus cogi el metro y volvi a la suya. Ya en soledad empez a analizar
las consecuencias de abandonar la polica. Era, sin duda, una decisin dolorosa. Llevaba
ms de veinte aos en el negocio. Volvi en numerosas ocasiones sobre sus
razonamientos. Era proporcionado tirar por la borda toda una vida profesional por una
cuestin tica, pero que a nadie daaba? En realidad, no denunciar a Pablo no perjudicaba
directamente a nadie que no lo mereciera. Se pregunt eso muchas veces pero siempre se
daba la misma respuesta: -si no lo denuncio, nunca podr actuar como polica en libertad;
en todos y cada uno de los casos en los que pueda compartir con el delincuente una
justificacin para el crimen me asaltarn las dudas de si yo tengo derecho a detenerlo-.
Por otra parte, estaba determinado a no denunciar a Pablo. Desde el primer momento en
que ley su escrito. Y no era tanto por librarle de una pena, que a Pablo ni le asustaba ni
pareca importarle demasiado. Como l deca, no tena nada que perder, ya no le quedaba
nada. Era, sobre todo, por colocar al sistema en una situacin sin salida, de la que el
sistema era el propio culpable.
Tena buenos amigos en la empresa privada, donde se haban integrado en puestos
relevantes dentro del rea de seguridad. Les pedira ayuda se dijo-. Quiz no fuera mala
idea volver a empezar. Pens que, al igual que Pablo, su determinacin supona el acto de
coraje de un hombre corriente, aunque, con una triste sonrisa en su cara, medit que sera
un acto annimo, sin espectadores. Bueno, eso no era del todo cierto. Lo sabra la persona
que ms le importaba en el mundo, Elisa. Y sobre todo, lo sabra l mismo.
El verano lleg sin avisar. Otra vez, en la ciudad, volva a ser agobiante el calor
en las calles. Merino agradeca su rutinaria actividad dentro de las cmodas y frescas
instalaciones de su nueva empresa. Para el fin de semana prepar una huida, con Elisa,
hacia la sierra prxima. Sentiran la fortuna de tener que ponerse alguna prenda de abrigo
y pasearan entre el granito y los ralos arbustos, casi siempre en silencio. Porque ellos no