URIEL DA COSTA - Espejo de Una Vida Humana
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cervices. Advertles que, en todo caso, no indicaran nada a los judos en nombre
mo; y as me lo prometieron. Aquellos hombres malignos, con intencin del
torpe lucro que esperaban recibir de inmediato a modo de agradecimiento,
fueron a contrselo a mis carsimos amigos los fariseos. De inmediato se
congregaron los prncipes de la Sinagoga, tronaron los rabinos y la turba
petulante grit a grandes voces: crucifcalo, crucifcalo. Fui convocado al gran
consejo, me comunicaron qu era lo que tenan en mi contra, con voz sumisa y
triste, casi como si mi vida se hallase en juego, y, finalmente, sentenciaron que
yo deba, si era autntico judo, aguardar su juicio y cumplir su sentencia, y que,
en caso contrario, quedaba nuevamente excomulgado. Oh jueces egregios que
no lo sois sino para hacerme dao! Si realmente yo precisara de vuestro juicio
para que me librarais de alguna violencia e ileso me mantuvierais, no serais ya
entonces jueces, sino los ms viles de los siervos de un gobierno extranjero.
Cul es ese juicio vuestro al que queris que me someta? Fume entonces dada
lectura de un [112] escrito en el que se explicaba cmo, vestido de luto y
portando un cirio negro, deba entrar en la Sinagoga y vomitar ciertas palabras
por ellos dictadas, palabras deliberadamente infames, mediante las cuales
resonaran hasta el cielo las iniquidades por m cometidas. Tras de lo cual deba
sufrir, en la Sinagoga, pblica flagelacin con ltigo de cuero o palo,
extenderme luego sobre el suelo para que todos pasaran sobre m y, finalmente,
guardar ayuno durante algunos das. Cuando me hubieron ledo el decreto, me
ardieron las entraas, y mi interior se desgarraba en una ira inextinguible;
retenindome, sin embargo, respond, simplemente, que no poda cumplir tales
condiciones28. Una vez oda mi respuesta, decidieron excomulgarme
nuevamente, y, no contentos con esto, muchos de ellos me escupan al cruzarse
conmigo, cosa que tambin hacan sus hijos, por ellos adoctrinados; y si no fui
lapidado fue porque no entraba ello en su potestad. Dur esta lucha siete aos,
durante los cuales sufr lo indecible. Como se suele decir, luchaban contra m
dos ejrcitos; uno el del pueblo y otro el de mis parientes29, que buscaban mi
ignominia para obtener venganza de m. No pararon stos hasta provocar mi
hundimiento. Dijronse entre s: nada har a no ser coaccionado, debemos, pues,
coaccionarlo. Si caa enfermo, en soledad transcurra mi enfermedad. Que
cualquier nueva carga cayese sobre m, era lo nico que ellos esperaban. Si
propona que algn juez de su propio medio resolviera nuestros pleitos, se
cerraban en banda. Intentar llevar tales negocios ante el magistrado, como trat
de hacerlo, era asunto muy ingrato. Largo era el camino a seguir por va judicial,
ya que, adems de muchas otras cargas, las dilaciones y retrasos le son
inherentes. Me dijeron reiteradamente: somos como padres para ti, no pienses
ni temas que podamos tratarte en modo infame. Dinos de una vez que ests ya
listo para cumplir todo cuanto te impongamos y deja el asunto en nuestras
manos, nosotros lo arreglaremos del modo ms decente. A m lcito es tener
dudas sobre [113] esta cuestin, tales sumisin y aceptacin, obtenidas
mediante la violencia, me resultaban ignominiosas, pero para acabar de una vez
y comprobar el resultado con mis propios ojos, me sobrepuse a m mismo,
dispuesto firmemente a aceptar y realizar todo lo que quisieran30. Si me era
impuesto algo infamante y deshonroso, justificaran mi causa contra la suya y
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azotado por mandato de los jueces, valientes jueces, ms bien los ms abyectos
de los siervos son que verdaderos jueces. Con cun grande dolor, considrese,
ca a los pies de tan enconados enemigos, de quienes tantas desdichas e injurias
he recibido, y me prostern en tierra para ser por ellos hollado. Pinsese (lo que
es an peor: milagro portentoso, [115] horrenda monstruosidad cuya visin
indigna horroriza e incita a huir de ella) que mis naturales y carnales hermanos,
hijos de los mismos padre y madre y educados conmigo en la misma casa,
hicieron todo de su parte para ponerme en semejante trance, olvidando hasta
qu punto me fueran siempre dilectos, con un amor en m innato, y
olvidndose de los muchos beneficios que de m recibieron a lo largo de mi vida,
como sola retribucin me devolvieron ignominias, perjuicios, males,
indignidades y abominaciones que me da vergenza contar39.
Dicen, mis nunca suficientemente detestados enemigos, haberme
infligido con justicia tales penas para que nadie, en adelante, ose oponerse a sus
designios, ni escribir contra sus sabios40. Oh, los ms prfidos de los mortales y
padres de todo engao! Con cunta mayor razn podra yo infligiros penas
ejemplares para que no osrais, en adelante, tales actuaciones contra los
hombres amantes de la verdad, enemigos de fraudes, amigos por igual de todo
el gnero humano, del cual sois los comunes enemigos, puesto que a todas las
dems naciones las estimis en menos de nada y entre las simples bestias las
contis, mientras desvergonzadamente os atribus en exclusiva el acceso al
cielo41, halagndoos a vosotros mismos con mentiras, cuando es as que nada
tenis de lo que en verdad podis gloriaros, a no ser tal vez que gloria sea para
vosotros el estar desterrados, de todos sometidos al desprecio y el odio, a causa
de vuestras ridculas y rebuscadas costumbres, mediante las cuales buscis
separaros de los dems hombres42. Puesto que si quisirais gloriaros de vuestra
sencillez de vida y justicia, ay de vosotros!, cun inferiores a otros muchos
aparecerais con toda transparencia. Digo, pues, que hubiera podido con
justicia, si hubiera tenido las fuerzas necesarias, tomar venganza por los
gravsimos males y atrocsimas injurias con que me abrumaron y tras de las
cuales he llegado a detestar mi vida43. Quin, en efecto, que aprecie su honor
podra sostener de buen grado el curso de una vida ignominiosa? Y, como
alguien bien dijera, conviene al noble linaje vivir bien o morir honestamente.
Tanto ms justa es mi causa que la suya, cuanto superior es la verdad a la
mentira. En fa[116]vor de la mentira luchan ellos, que toman hombres y hacen
de ellos esclavos: mientras que yo lucho por la verdad y la libertad natural de
los hombres, a quienes conviene en el ms alto grado liberarse de falsas
supersticiones y vansimos ritos44, para llevar una vida que no sea indigna de
los hombres. Confieso que me hubieran ido mejor las cosas si guardando desde
el primer momento silencio y sabiendo lo que pasa en el mundo, hubiera
optado ms bien por callar; conviene saber, en efecto, lo siguiente a quienes
comparten el trato de los hombres sin aceptar, como es de uso, ni la opresin de
la multitud ignorante ni la de los tiranos injustos: que aquel que da odos a su
comodidad, trata de oprimir la verdad y, tendiendo insidias a los ms dbiles,
pisotea la justicia. Pero, tras haber descendido, como un incauto, a la arena
frente a ellos, bajo el engao de una vana religin, ms sabio es cumplir con
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gloria, o al menos morir sin el dolor que es compaero, para los hombres de
honor, de la torpe huida o la inepta sumisin. Suelen ellos alegar en su favor el
nmero. T, que eres uno, debes ceder frente a nosotros que somos muchos.
Amigos, ciertamente que es til que uno ceda ante la muchedumbre, si no se
quiere ser despedazado. Pero no todo lo que es til es, al mismo tiempo, hermoso. No es, ciertamente, hermoso batirse ignominiosamente en retirada y
dejar insignias y estandartes en manos de los violentos e injustos. Debis, pues,
reconocer que es virtud digna de alabanza resistir a los soberbios cuanto sea
posible, para evitar que, actuando con maldad y obteniendo utilidad de su
malicia, ensoberbezcan cada da ms. Hermoso es, sin duda, y digno de un
hombre po y generoso, ser dbil con los dbiles, oveja con las ovejas; pero
tambin estpido, culpable de ignominia y reprehensin, revestirse de la
mansedumbre de la oveja, cuando se combate con leones. Pues, si se considera
la ms hermosa entre las cosas combatir por la patria hasta la muerte, ya que la
Patria es algo nuestro, por qu razn no habra de serlo combatir por el propio
honor, que es personalmente nuestro y sin el cual no podemos vivir
buenamente, a no ser que nos revolquemos en el inmundsimo fango del lucro,
como los ms inmundos de los cerdos? Pero dicen mis abominables burladores,
asentando todo su derecho sobre la muchedumbre: qu puedes t, uno solo,
[117] frente a tantos? Confieso, y deploro, que vuestra muchedumbre me ha
abrumado; pero, a medida que oigo esos pensamientos y sermones vuestros,
ms fuerte hierve la ira en mis entraas y clama que 5 impo es actuar
piadosamente con los impos, soberbios, contumaces y testarudos. Slo dije una
cosa: me faltan las fuerzas45.
Bien s que para despedazar mi nombre ante la inculta plebe, suelen mis
adversarios decir: se no tiene religin alguna, no es judo, ni cristiano, ni
mahometano46. Cuida de lo que dices, fariseo; ests ciego y, a pesar de tu
abundante malicia, como un ciego golpeas. Te ruego que me digas: si yo
hubiera sido cristiano, qu habras dicho? Evidentemente, segn tus palabras,
yo sera el ms inmundo de los idlatras y acreedor, junto al doctor de los
cristianos, Jess Nazareno, de las penas impuestas por el verdadero Dios, del
cual habra desertado. Si fuera mahometano, todo el mundo sabe de cules
honores me habras colmado. As pues, jams podr escapar a tu lengua,
quedndome, por tanto, un solo refugio, postrarme a tus rodillas y besar tus
inmundos pies, me refiero a tus abominables y vergonzosas instituciones. Te
ruego ahora que me instruyas: no irs a conocer alguna otra religin adems
de aquellas que mencionaste, y de las cuales tienes a las dos ltimas por
corruptas, por lo que las llamas no tanto religiones cuanto alejamiento de la
religin? Ya te estoy oyendo proclamar que una sola religin conoces, por el
momento, que sea verdadera y por cuyo medio puedan los hombres agradar a
Dios. Si, en efecto, todas las naciones, salvo los judos (preciso es que vosotros
os separis siempre de los dems47, para que no os mezclis con la plebe y la
gente innoble) cumplen los siete preceptos que, segn vosotros, No
cumpliera48, como tantos otros que existieron antes de Abraham, esto les
bastara para salvarse. As pues, hay, segn vosotros mismos, otra religin en la
que puedo apoyarme, aun cuando proceda por mi origen de los judos: os
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suplico, pues, que soportis que me mezcle con la dems gente, o bien, si no
obtengo esta licencia de parte vuestra, la tomar por cuenta propia. Oh, ciego
fariseo, que olvidando la ley primera, que fue desde un principio y [118]
siempre ser, slo haces mencin de otras leyes surgidas con posterioridad, y a
todas las cuales condenas salvo la tuya, acerca de la cual, sin embargo,
quiraslo o no, otros juzgan de acuerdo con la recta razn, que es verdadera
norma de la ley natural49 aquella de la que andas olvidado y que gustosamente
quisieras enterrar para imponer sobre las cervices de los hombres tu
pesadsimo y detestabilsimo yugo y perturbar su sana mente y transformarlos
en parejos a los locos! Pero ya que estamos en ello, conviene recordar un poco, y
no callar completamente, las alabanzas de esta ley primera. Digo, pues, que esa
ley es comn e innata para todos los hombres, por el hecho mismo de ser
hombres. Ella liga a todos entre s con mutuo amor, es ajena a la divisin, la cual
es causa y origen de todo odio y de los mayores males. Ella, la maestra del bien
vivir, discierne lo justo de lo injusto, lo abominable de lo bello. Lo mejor que
haya en la Ley de Moiss, como en cualquier otra, est todo perfectamente
contenido en s por la ley natural; y en la medida misma en que uno se aparte
de esta norma natural, se inicia la disputa, se produce la divisin de los
espritus y no puede hallarse la calma. Y si uno se aparta mucho de ella, quin
sabr compilar los males y horrendas monstruosidades que toman en esta
bastarda su origen y sus secuelas? Qu tiene de mejor la ley de Moiss, o
cualquier otra, que incumba a la sociedad humana, para que los hombres vivan
buenamente entre s y entre s estn acordes? Ciertamente, lo primero es honrar
a los padres, despus, no apoderarse de los bienes ajenos, ya residan estos en la
vida o en el honor o en otros bienes tiles para la vida. Cul, pregunto, de estas
cosas no est contenida en s por la ley natural y la recta norma nsita en la
mente? Por naturaleza amamos a los hijos, y los hijos a los padres, el hermano al
hermano, el amigo al amigo. Por naturaleza queremos que todo lo nuestro est
salvaguardado, y sentimos odio contra aquellos que disturban nuestra paz y
contra quienes tratan de quitarnos lo nuestro mediante fuerza o [119] fraudes.
De esta voluntad naturalmente nuestra se sigue con toda evidencia que no
debemos cometer aquello que en los otros condenamos. Si, en efecto,
condenamos a los otros cuando violan nuestras propiedades, nos condenamos
ya a nosotros mismos en el caso de que violemos las propiedades ajenas. Y aqu
tenemos ya, con suma sencillez, lo que constituye lo principal de cualquier ley50.
En lo concerniente a la alimentacin, abandonamos esto a los mdicos; stos, en
efecto, nos ensean bastante adecuadamente qu alimento es saludable, cul,
por el contrario, nocivo. Pero, en cuanto concierne a los dems ceremoniales,
ritos, estatutos, sacrificios, diezmos (insigne robo, mediante el cual el ocioso
goza del trabajo ajeno), ay, ay, lloremos por ello, puesto que en innumerables
laberintos hemos sido arrojados a causa de la malicia de los hombres. Los
verdaderos cristianos que se han dado cuenta de esto, son dignos de gran elogio,
por haber mandado todas esas cosas a paseo, reteniendo tan slo aqullas que
se refieren al vivir moralmente bueno. No vivimos bien cuando hacemos caso
de numerosas vanidades, sino que vivimos bien cuando vivimos de acuerdo
con la razn51. Dir alguno que tanto en la ley mosica como en la evanglica se
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Pero slo sirven tales cosas mientras el nio es nio; tan pronto como abra, sin
embargo, los ojos de la mente, se reir del engao y ya no temer al fantasma.
Igual de ridculos son vuestros planteamientos, slo capaces de asustar a un
nio o a un estpido; los dems, por el contrario, que conocen vuestras maas,
se ren de vosotros. Renuncio ahora a tratar acerca de la justicia de ese engao,
ya que vosotros mismos, que tales cosas simulis, tenis entre las reglas de
vuestro derecho que no se puede hacer algo malo para conseguir algo bueno. A
no ser que no contis entre los males el mentir en grave perjuicio de los dems,
dando ocasin de enloquecer a los dbiles. Pues si hubiera en vosotros la
sombra slo de una religin verdadera, o hubiera temor [de Dios] en vosotros,
fuera de duda est que deberais inquietaros no poco, siendo as que habis
expandido tales males sobre la faz de la tierra, tales conflictos excitado, tales
iniquidades e impiedades instaurado, hasta el punto de no haber dudado en
incitar impamente a padres contra hijos e hijos contra padres. Slo quisiera
preguntaros una cosa: si no es cierto que, al simular esas cosas contra la malicia
humana, para mantener a los hombres en el deber por medio de simulados
terrores, ya que de no ser as difcilmente saldrais victoriosos, no os vino a la
mente que rais iguales a los hombres repletos de malicia, puesto que nada
podis hacer por el bien, nada que no sea perseguir eternamente el mal,
perjudicar a los dems y no ejercer con nadie la misericordia. Os estoy ya
viendo montar en clera contra m, que soy culpable de preguntaros tales cosas,
y a cada uno de los vuestros defender con denuedo la justicia de sus acciones.
Ninguno hay que no diga ser po, misericordioso, amante de la verdad y la
justicia. As pues, o bien ments cuando tales cosas decs de vosotros mismos, o
bien acusis falsamente la maldad de todos los hombres, a quienes con vuestros
fantasmas y ficticios terrores pretendis curar, injuriadores de Dios, a quien
presentis como cruelsimo carnicero y horrible torturador ante los ojos de los
hombres, injuriadores de los hombres, a quienes pretendis presentar como
nacidos para una tan deplorable miseria, que parece como si aquella que
encuentran a lo largo de la vida no fuera ya bastante. [122] Pero, sea: reconozco
que grande es la maldad humana, y vosotros mismos me sois prueba de ello,
como quiera que sois de una extrema maldad, a falta de la cual no hubirais
pretendido imaginar tales ficciones. Buscad remedios eficacsimos que, sin
producir mayores lesiones, expulsen esa enfermedad para siempre de todos los
hombres, y dejaos de fantasmas que slo sobre nios y estpidos tienen fuerza.
Y si tal enfermedad es en verdad incurable en el hombre, dejaos de mentiras y
no prometis, ineptos mdicos, una cura que no podis prestar. Contentaos con
instaurar entre vosotros leyes justas y razonables, con laurear con premios a los
buenos e infligir a los malos la pena merecida; liberad a aquellos que padecen
constriccin por parte de los violentos, que no tengan que gritar que no se hace
justicia sobre la tierra. Y que no hay quien arranque al dbil de manos del ms
fuerte. En verdad que si los hombres quisieran seguir la recta razn y vivir
segn la naturaleza humana, todos mutuamente se amaran, todos
mutuamente se compadeceran. Cada uno, en la medida de sus posibilidades,
aliviara la desdicha ajena o, al menos, nadie ofendera gratuitamente a su
prjimo. Todo lo que se haga contra esto, se hace contra la humana naturaleza;
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y mucho se hace en este sentido, puesto que los hombres han creado para s
diversas leyes aborrecibles para la naturaleza y mtuamente se hostigan
hacindose dao. Muchos hay que andan disfrazados y se fingen
extremadamente religiosos y engaan a los incautos con el envoltorio de la
religin, para, aprisionando a cuantos puedan, explotarlos. Puede con justeza
comparrselos al ladrn nocturno que insidiosamente ataca a quienes, vencidos
por el sueo, nada de tal sospechan. Estos suelen tener las siguientes palabras
en la boca: soy judo, soy cristiano, cree en m, no te traicionar, Oh, bestias
malditas! Aquel que nada de todo eso dice y limtase a proclamarse hombre, es
mil veces mejor que vosotros. As pues, si no queris creer en l en tanto que
hombre, podis guardaros de l; pero de vosotros, quin podr guardarse?, de
vosotros que, envueltos en el ficticio manto de la santidad, como nocturnal
ladrn, penetris por los resquicios y miserablemente estrangulis a los
incautos y dormidos.
De una cosa entre muchas me admiro, y en verdad que es asom- [123]
brosa: cmo puedan hacer uso de tanta libertad los fariseos que actan entre los
cristianos, hasta el punto de poder realizar juicios55, y puedo, en verdad, decir
que si Jess Nazareno, a quien los cristianos tanto veneran, predicara hoy en
Amsterdam y pluguiere a los fariseos azotarlo de nuevo a latigazos por haber
combatido sus tradiciones y sealado su hipocresa, podran hacerlo con toda
libertad. Es ciertamente ignominioso esto, y algo intolerable en una ciudad libre
que declara proteger a los hombres en la libertad y la paz, y que, sin embargo,
no los protege de las injurias de los fariseos. Y cuando alguien no tiene ni
defensor ni vengador, nada tiene de asombroso que trate de defenderse por s
mismo y de vengar las injurias recibidas. Aqu tenis la verdadera historia de
mi vida; y el personaje que en este vansimo teatro de la vida he interpretado a
lo largo de mi vansima y siempre insegura vida ante vosotros lo exhibo. Juzgad
ahora rectamente, hijos de los hombres, y sin afecto alguno, libremente, emitid
un juicio verdadero. Es esto algo particularmente digno de los hombres que
realmente merecen ese nombre. Y si algo hallreis que os arrastre a la
conmiseracin, reconoced la humana miseria y deploradla, puesto que de ella
misma sois partcipes. Para que nada falte, mi nombre, el cristiano que tuve en
Portugal, fue Gabriel da Costa. Entre los judos, ojal que nunca me hubiera
encontrado con ellos, ligeramente modificado, fui llamado Uriel56. [61]
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