Textos Revista Doble Filo

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El oficio

Editorial

Este, nuestro primer nmero, est formado por verdaderas proezas de la


mente y de la memoria. En un esfuerzo por ofrecer un panorama claro del
mundo del acero y los instrumentos punzocortantes, hemos creado un
producto editorial que pretende rebasar las meras expectativas de un tiempo
humano: quiere trascender y ser recordado como el corte profundo del acero
en la piel.
Hemos trabajado en una coleccin de textos que promete ser un inventario
futuro para los nmeros prximos. El arte del cuchillo, las espadas, los
cuchilleros y los afiladores. Todo confluye en esta primera prueba que slo
estar completa hasta pasar por sus ojos querido lector: es usted el objetivo de
todos nuestros esfuerzos
Esperamos que as como nosotros disfrutamos de su hechura, disfrute usted de
sus textos y su diseo. Todo est planeado para herir la mente y quedarse ah
colgado, como una profunda cicatriz de posibilidades.
Disfrute su lectura y haga esta publicacin suya.

LOS EDITORES

El arte del cuchillo


Julio Villamar
El arte del cuchillo es un sistema que forma parte de una de las doce
categoras del arte del kali: la cuarta, denominada baraw-baraw. En tiempos
antiguos, el trabajo ms avanzado era reservado exclusivamente a aquellos
que haban demostrado su destreza en el uso del palo. Los antiguos maestros
se dieron cuenta entonces, que los principios de movimiento con los palos
pueden ser aplicados a los cuchillos.
Debido a estas consideraciones tendremos que recortar los movimientos al
extrapolar las tcnicas al cuchillo: la habilidad y el conocimiento en el manejo
del cuchillo pueden llegar a ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Siendo realistas, incluso siendo un experto en el manejo del cuchillo en un
entrenamiento real, la posibilidad de salir sin ningn rasguo es de cero. Para
comprobar esto slo hay que hacer un pequeo ejercicio: coger dos rotuladores
como si fueran cuchillos y hacer un combate; hay que procurar hacerlo en
pantaln corto y una vez finalizado se descubrirn las marcas en el cuerpo.
Existen bsicamente dos formas de empuar un cuchillo (con la hoja hacia
arriba y con la hoja hacia abajo). Las posibilidades de movimiento son infinitas:
hay tres tipos de ataque que pueden efectuarse sobre el patrn de movimiento
(cortar, clavar, golpear). Combinaciones mltiples sobre los tres tipos de
ataque se pueden realizar de forma fluida sobre un oponente usando este
patrn de movimiento.
En el entrenamiento con cuchillo encontraremos distintos ngulos de ataque y
defensa, debemos familiarizarnos con ellos y posteriormente mezclarlos con
ataques de puo y patadas bajas, puesto que el combate no debe estar
limitado nicamente al cuchillo, ya que si no estaramos psicolgicamente en
desventaja, pues el que piensa slo en el cuchillo olvidar las dems armas
como puos y patadas.
Una vez familiarizado con el desarrollo de sensibilidad y analizando los ataques
dentro de los ngulos y acoplar las distintas respuestas defensivas a estos,
deberemos trabajar como en las tcnicas de defensa personal, aprendiendo un
abecedario para luego pasar a formar letra y oraciones, con el tiempo,
podremos dar respuestas propias dependiendo de las circunstancias del
ataque.
Y recordar: si conozco a qu me enfrento tendr ms posibilidades de salir
airoso de un enfrentamiento; sern inteligentes si extrapolan esto a sus vidas.

LA MENTE ES COMO UN PARACAIDAS SOLO FUNCIONA CUANDO ESTA ABIERTO

Fotorreportaje
El primer corte es el ms profundo
Desde hace milenios las espadas y sus formas intempestivas han maravillado a
la humanidad. Muchas culturas incluso se funden con la forma de una espada y
es as como identificamos al Islam con la cimitarra, al cristianismo con la
espada del cruzado o a la cultura japonesa con la katana. Ofrecemos un
compendio de imgenes que nos maravillar.

Gua de compra de cuchillos y navajas


Tipos de filos
Alberto Hurim
Los cuchillos y navajas tienen distinto tipos de filos. Como siempre, lo primero
que te debes preguntar es el uso que le vas a dar. La finalidad de los filos es
conseguir un ngulo de corte que corresponde a una funcionalidad que le
queramos dar al cuchillo o navaja. Los distintos tipos de filos pueden cambiar
notablemente la forma de cortar del cuchillo o navaja.
Los tipos de filos ms comunes son estos:
Filos rectos: Son los ms simples y ms extendidos de los distintos filos de
cuchillos. Tienen la tpica forma en V. Incrementan notablemente la superficie
de trabajo y permiten cortes limpios. Los filos rectos de ms 30 o ms son
ngulos para machetes y hachas, para cortes por impacto, y los de menos de
30 permiten mayor manejo para trabajos ms finos.
Filos convexos: Este tipo de filos tiene un gran nmero de seguidores, pero
tambin lo tiene de detractores. Es un perfil muy robusto, permite un borde
muy fuerte a la vez que aporta un alto grado de nitidez. En un borde convexo
el bisel de cada lado de la hoja es redondeado a medida que se estrecha para
formar el borde. Es el perfil ms apropiado para machetear, pero requiere
cierto grado de habilidad para afilarlo. Son extremadamente durables.
Filo scandi: Tambin es un filo muy popular gracias a su facilidad de afilado. El
filo baja recto aproximadamente desde la mitad de la hoja y no desde el lomo
como sucede en los filos rectos. El resultado es un borde muy afilado que
ofrece un gran control en el corte. Perfecto para tareas de talla de madera, no
tiene ningn bisel secundario, de ah su facilidad de afilado, solo hay que
apoyar la hoja en la piedra y seguir el ngulo del filo.
Filo serrado: Su funcin es bsicamente desgarrar, cortar cuerdas, cinturones
Es un filo apropiado para trabajos rudos y poco delicados y son difciles de
afilar debido a su irregularidad.
Filo mixto: Una de las mejores opciones para cuchillos y navajas de rescate
gracias a la versatilidad que ofrecen, capaces tanto de realizar cortes limpios
en madera como de desgarrar cuerdas o cinturones.

Juan Muraa
Jorge Luis Borges
Durante aos he repetido que me he criado en Palermo. Se trata, ahora lo s,
de un mero alarde literario; el hecho es que me cri del otro lado de una larga
verja de lanzas, en una casa con jardn y con la biblioteca de mi padre y de mis
abuelos. Palermo del cuchillo y de la guitarra andaba (me aseguran) por las
esquinas; en 1930, consagr un estudio a Carriego, nuestro vecino cantor y
exaltador de los arrabales. El azar me enfrent, poco despus, con Emilio
Trpani. Yo iba a Morn; Trpani, que estaba junto a la ventanilla, me llam por
mi nombre. Tard en reconocerlo; haban pasado tantos aos desde que
compartimos el mismo banco en una escuela de la calle Thames. Roberto
Godel lo recordar.
Nunca nos tuvimos afecto. El tiempo nos haba distanciado y tambin la
recproca indiferencia. Me haba enseado, ahora me acuerdo, los rudimentos
del lunfardo de entonces. Entablamos una de esas conversaciones triviales que
se empean en la busca de hechos intiles y que nos revelan el deceso de un
condiscpulo que ya no es ms que un nombre. De golpe Trpani me dijo:
Me prestaron tu libro sobre Carriego. Ah habls todo el tiempo de
malevos; decime, Borges, vos, qu pods saber de malevos?
Me mir con una suerte de santo horror.
Me he documentado le contest.
No me dej seguir y me dijo:
Documentado es la palabra. A m los documentos no me hacen falta; yo
conozco a esa gente.
Al cabo de un silencio agreg, como si me confiara un secreto:
Soy sobrino de Juan Muraa.
De los cuchilleros que hubo en Palermo hacia el noventa y tantos, el ms
mentado era Muraa. Trpani continu:
Florentina, mi ta, era su mujer. La historia puede interesarte.
Algunos nfasis de tipo retrico y algunas frases largas me hicieron
sospechar que no era la primera vez que la refera.
A mi madre siempre le disgust que su hermana uniera su vida a la de
Juan Muraa, que para ella era un desalmado: y para Ta Florentina un hombre
de accin. Sobre la suerte de mi to corrieron muchos cuentos. No falt quien
dijera que una noche, que estaba en copas, se cay del pescante de su carro al
doblar la esquina de Coronel y que las piedras le rompieron el crneo. Tambin
se dijo que la ley lo buscaba y que se fug al Uruguay. Mi madre, que nunca lo
sufri a su cuado, no me explic la cosa. Yo era muy chico y no guardo
memoria de l.
Por el tiempo del Centenario, vivamos en el pasaje Russell, en una casa
larga y angosta. La puerta del fondo, que siempre estaba cerrada con llave,
daba a San Salvador. En la pieza del altillo viva mi ta, ya entrada en aos y
algo rara. Flaca y huesuda, era, o me pareca, muy alta y gastaba pocas
palabras. Le tena miedo al aire, no sala nunca, no quera que entrramos en
su cuarto y ms de una vez la pesqu robando y escondiendo comida. En el
barrio decan que la muerte, o la desaparicin, de Muraa la haba trastornado

La recuerdo siempre de negro. Haba dado en el hbito de hablar sola.


La casa era de propiedad de un tal seor Luchessi, patrn de una
barbera en Barracas. Mi madre, que era costurera de cargazn, andaba en la
mala. Sin que yo las entendiera del todo, oa palabras sigilosas: oficial de
justicia, lanzamiento, desalojo por falta de pago. Mi madre estaba de lo ms
afligida; mi ta repeta obstinadamente: Juan no va a consentir que el gringo
nos eche. Recordaba el caso que sabamos de memoria de un surero
insolente que se haba permitido poner en duda el coraje de su marido. Este,
en cuanto lo supo, se coste a la otra punta de la ciudad, lo busc, lo arregl
de una pualada y lo tir al Riachuelo. No s si la historia es verdad; lo que
importa ahora es el hecho de que haya sido referida y creda.
Yo me vea durmiendo en los huecos de la calle Serrano o pidiendo
limosna o con una canasta de duraznos. Me tentaba lo ltimo, que me librara
de ir a la escuela.
No s cunto dur esa zozobra. Una vez, tu finado padre nos dijo que no
se puede medir el tiempo por das, como el dinero por centavos o pesos,
porque los pesos son iguales y cada da es distinto y tal vez cada hora. No
comprend muy bien lo que deca, pero me qued grabada la frase.
Una de esas noches tuve un sueo que acab en pesadilla. So con mi
to Juan. Yo no haba alcanzado a conocerlo, pero me lo figuraba aindiado,
fornido, de bigote ralo y melena. bamos hacia el sur, entre grandes canteras y
maleza, pero esas canteras y esa maleza eran tambin la calle Thames. En el
sueo el sol estaba alto. To Juan iba trajeado de negro. Se par cerca de una
especie de andamio, en un desfiladero. Tena la mano bajo el saco, a la altura
del corazn, no como quin est por sacar un arma, sino como escondindola.
Con una voz muy triste me dijo: He cambiado mucho. Fue sacando la mano y lo
que vi fue una garra de buitre. Me despert gritando en la oscuridad.
Al otro da mi madre me mand que fuera con ella a lo de Luchessi. S
que iba a pedirle una prrroga; sin duda me llev para que el acreedor viera su
desamparo. No le dijo una palabra a su hermana, que no le hubiera consentido
rebajarse de esa manera. Yo no haba estado nunca en Barracas; me pareci
que haba ms gente, ms trfico y menos terrenos baldos. Desde la esquina
vimos vigilantes y una aglomeracin frente al nmero que buscbamos. Un
vecino repeta de grupo en grupo que hacia las tres de la maana lo haban
despertado unos golpes; oy la puerta que se abra y alguien que entraba.
Nadie la cerr; al alba lo encontraron a Luchessi tendido en el zagun, a medio
vestir. Lo haban cosido a pualadas. El hombre viva solo; la justicia no dio
nunca con el culpable. No haban robado nada. Alguno record que,
ltimamente, el finado casi haba perdido la vista. Con voz autoritaria dijo otro:
'Le haba llegado la hora'. El dictamen y el tono me impresionaron; con los aos
pude observar que cada vez que alguien se muere no falta un sentencioso para
hacer ese mismo descubrimiento.
Los del velorio nos convidaron con caf y yo tom una taza. En el cajn
haba una figura de cera en lugar del muerto. Coment el hecho con mi madre;
uno de los funebreros se ri y me aclar que esa figura con ropa negra era el
seor Luchessi. Me qued como fascinado, mirndolo. Mi madre tuvo que
tirarme del brazo.

Durante meses no se habl de otra cosa. Los crmenes eran raros


entonces; pens en lo mucho que dio que hablar el asunto del Melena, del
Campana y del Silletero. La nica persona en Buenos Aires a quien no se le
movi un pelo fue Ta Florentina. Repeta con la insistencia de la vejez:
Ya les dije que Juan no iba a sufrir que el gringo nos dejara sin techo.
Un da llovi a cntaros. Como yo no poda ir a la escuela, me puse a
curiosear por la casa. Sub al altillo. Ah estaba mi ta, con una mano sobre la
otra; sent que ni siquiera estaba pensando. La pieza ola a humedad. En un
rincn estaba la cama de fierro, con el rosario en uno de los barrotes; en otro,
una petaca de madera para guardar la ropa. En una de las paredes
blanqueadas haba una estampa de la Virgen del Carmen. Sobre la mesita de
luz estaba el candelero.
Sin levantar los ojos mi ta me dijo:
Ya s lo que te trae por aqu. Tu madre te ha mandado. No acaba de
entender que fue Juan el que nos salv.
Juan? atin a decir. Juan muri hace ms de diez aos.
Juan est aqu me dijo. Quers verlo?
Abri el cajn de la mesita y sac un pual.
Sigui hablando con suavidad:
Aqu lo tens. Yo saba que nunca iba a dejarme. En la tierra no ha
habido un hombre como l. No le dio al gringo ni un respiro.
Fue slo entonces que entend. Esa pobre mujer desatinada haba
asesinado a Luchessi. Mandada por el odio, por la locura y tal vez, quin sabe,
por el amor, se haba escurrido por la puerta que mira al sur, haba atravesado
en la alta noche las calles y las calles, haba dado al fin con la casa y, con esas
grandes manos huesudas, haba hundido la daga. La daga era Muraa, era el
muerto que ella segua adorando.
Nunca sabr si Le confi la historia a mi madre. Falleci poco antes del
desalojo.
Hasta aqu el relato de Trpani, con el cual no he vuelto a encontrarme.
En la historia de esa mujer que se qued sola y que confunde a su hombre, a
su tigre, con esa cosa cruel que le ha dejado, el arma de sus hechos, creo
entrever un smbolo de muchos smbolos. Juan Muraa fue un hombre que pis
mis calles familiares, que supo lo que saben los hombres, que conoci el sabor
de la muerte y que fue despus un cuchillo y ahora la memoria de un cuchillo y
maana el olvido, el comn olvido.

El afilador, oficio que se resiste al tiempo


Rafael Romero
A sus casi 51 aos, para Rafael Zamudio rodar por calles de las colonias
Centro, Guerrero y Buenavista a bordo de su bicicleta para dar filo a utensilios
y herramientas, sigue siendo el trabajo ms dignificante que pudo haber
tenido.
Con su trabajo por cuenta propia, afilando cuchillos, tijeras o herramientas
varias da vida a un oficio que va en desuso y obtiene el ingreso con el que
busca mejorar sus condiciones de vida.
Estudie hasta quinto de primaria, pero no me fui de vago como mis amigos,
prefer trabajar. Fui albail, cargador, hasta de jardinero le hice, pero despus
conoc a un amigo de la Merced que me ense a darle filo a los cuchillos,
tijeras, palas y machetes, recuerda en entrevista para Notimex.
Con su bicicleta y a la mano silbato con el que despliega las inconfundibles
notas, desde hace 20 aos recorre calles y mercados para afilar herramientas
utilizadas en el hogar y negocios, principalmente de cocina.
Inicia su labor a las 09:00 de la maana y termina entre las 17:00 y 18:00
horas. Orgulloso, comenta que ha llegado a afilar hasta ocho cuchillos al da y
por cada uno cobra entre 15 y 20 pesos, segn el tamao.
Lo que ms se afila es el cuchillo, tambin las tijeras en los mercados, pero los
cuchillos es lo que ms afilo.
En su labor no hay un contrato de por medio que le garantice un ingreso fijo, ni
acceso a las prestaciones sociales que s recibe un trabajador asalariado.
Su oficio, que al igual que otros como el de organillero, zapatero, mecangrafo
o relojero, se ha visto afectado con la llegada de la modernidad y la
globalizacin, est a punto de extinguirse de no ser por personas que, como l,
mantienen la tradicin a pesar de los cambios.
Su bicicleta est provista de una estructura plegable sobre la que eleva la
llanta trasera para poder pedalear sin desplazarse. As, hace girar su rueda y
rotar la piedra de esmeril con la que desgasta una orilla de los objetos
metlicos que cada vez son de menos calidad.
Ya no son como antes que eran de verdadero acero -afirma Don Rafa-, ahora
son ms delgados, como de papel y si se amellan es ms fcil tirarlos que
volverlos a afilar. Por eso casi no hay trabajo, ms que con las seoras que
tienen sus buenos utensilios, o en los mercados.
El prximo mircoles, para l ser un da normal, de recorrer calles haciendo

sonar el silbato que identifica sus servicios; mientras millones de trabajadores,


tanto en el pas como en diferentes partes del mundo, conmemorarn el Da
del Trabajo con marchas y actos para reivindicar derechos.
Pues est bien que celebren marchando, pero para m es como cualquier otro
da, sigo trabajando. Slo cuando estoy mal, o cuando ya no pueda, ya no
saldr. La mejor forma de celebrar el da es trabajando, considera desde su
trinchera.

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