El Che Mi Hijo
El Che Mi Hijo
El Che Mi Hijo
pasado ya muchos aos y era muy difcil reconstruir los sucesos. La mayora
de los pobladores ya no estaban all, y los que quedaban, poco queran hablar
de ello. Y de lo que fueran construcciones para viviendas y cuarteles, poco era
lo que quedaba en pie.
ERNESTO DIRIGE LA PALABRA A LOS OBREROS
Una tarde asista a una conferencia anunciada en un local obrero, donde hara
uso de la palabra el comandante Che Guevara. El local estaba atestado de
gente, la mayora vestida de uniforme y otros con ropas de obreros.
Nunca habla odo hablar a Ernesto en pblico. l no saba que yo estaba.
Habl cerca de dos horas expresando sus ideas con claridad y exactitud, y en
un tono de voz mesurado. No us la mmica ni el ademn y con las manos
apoyadas sobre el pupitre habl como si lo hubiese estado haciendo consigo
mismo. Hizo un anlisis profundo de los principios de la Revolucin Cubana.
Ya Ernesto se perfilaba como un estadista.
LA PARTIDA
Cuando llegu a la Habana le mostr a Ernesto el reloj de pulsera que tena en
la mueca. -Te acuerdas? -le dije.
-Si -me contest- el reloj de abuelita y me lo vas a regalar.
El quera mucho a su abuela. Ella tena un viejo reloj de oro; en su tapa
delantera llevaba una circunferencia que permita ver el crculo horario. Era un
reloj de los que usaban las seoras haca setenta aos. En la contra tapa tena
sus iniciales. Lo llevaba siempre pendiente de una cadenita. El reloj era
precioso. Cuando muri mi madre, mi familia me lo regal y yo hice de l un
reloj de pulsera.
-Cuando me vaya -le dije- te lo dejo.
Haba llegado la hora de la partida. Mis ocupaciones en Buenos Aires me
llamaban. De repente decid el viaje. Le avis telefnicamente a Ernesto que
me embarcaba esa noche. Fue a despedirme al aerdromo en compaa de
Ral Castro. All estuvimos hablando de cosas banales, como suele suceder
cuando uno tiene que despedirse de alguien que quiere y que no sabe si
volver a ver.
La Revolucin haba triunfado, pero la lucha seguramente no haba terminado.
Si bien ya no se combata con tropas regulares, yo saba que la Isla no estaba
pacificada y adems pensaba preocupado que estos dirigentes cubanos eran
muy descuidados. Se mezclaban entre la muchedumbre cuidndose poco o
nada.
Ernesto detestaba la escolta y siempre que poda se les escapaba. Los propios
escoltas me lo contaron. Pero era muy difcil llevarle la contra. Cuando quera
andar solo, los dejaba atrs. Pero teniendo en cuenta que la Revolucin iba a
perjudicar grandes intereses de cubanos y extranjeros, haba que pensar que
tambin aquellos intereses buscaran el medio de perpetuarse. Y el medio ms
fcil era la eliminacin de los jefes de la Revolucin.
Habamos estado un mes en Cuba. Habamos visto tantas cosas distintas! y
habamos pasado por bellsimos lugares y captado el desbordamiento de un
pueblo que se senta liberado. Nosotros en aquellos pocos das nos habamos
contagiado de esa euforia del pueblo cubano. Tambin a nosotros, al principio,
nos pareca fcil el camino que tenan por delante los revolucionarios. Pero,
meditando nuevamente sobre este tema, se llegaba a la conclusin de que la
lucha con las armas en la mano iba a convertirse ahora en una ardua lucha sin
tregua y de todo orden para poder lograr su independencia aquella pequea
repblica que estuvo hasta ayer dominada poltica y econmicamente por el
gran coloso norteamericano, del cual la separaban ochenta millas.
En el aerdromo de Rancho Boyeros una gran cantidad de gente esperaba la
salida de los aviones. Era un pblico internacional. Alguien que estaba entre
ellos comenz a mirar a Ernesto y descubriendo quin era, con paso rpido se
acerc a l y pregunt:
-El comandante Che Guevara? Ernesto asinti con la cabeza, y el
desconocido dijo en perfecto lenguaje porteo:
-Permtame, comandante, que un compatriota le estreche la mano.
Ernesto sonri sin decir palabra y alarg su mano.
Nuestro compatriota busc una libreta en sus bolsillos y sacndola la ofreci a
Ernesto, dicindole: -Por favor, me firma un autgrafo?
Ernesto, mientras se volva dndole la espalda, le contest:
-No soy artista de cinematgrafo.
Ahora estaba frente a Ernesto y deba despedirme.
-Aqu tienes el reloj de tu abuela -le dije, y me lo quite dndoselo.
Tom mi reloj y sacndose de la mueca el suyo, me lo entreg y me dijo:
-Gurdalo como recuerdo, este reloj me lo dio Fidel Castro el da que me
nombr comandante, despus de un combate.
Lo coloqu en mi mueca. Nunca me he separado de l.
Pocos minutos despus, empezaba el avin a corretear sobre la pista de
Rancho Boyeros y en breves segundos de La Habana slo quedaba un
montoncito de luces titilando all abajo.
Me iba muy triste. Haba llegado eufrico y contento y ahora comprenda que la
separacin con Ernesto deba ser larga. Yo tena mi trabajo en Buenos Aires y
Ernesto sus obligaciones aqu.
Unos instantes ms y habamos dejado Cuba envuelta en la oscuridad.
Fuente: Revista Cuba Internacional, septiembre 1987.