El Che Mi Hijo

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MI HIJO EL CHE

Por Ernesto Guevara Lynch*


EN VIAJE
El 6 de enero supe, por intermedio
del doctor Beruff, que un avin
enviado, segn decan, por el
comandante Camilo Cienfuegos,
deba transportar a mi familia a La
Habana, junto con algunos exilados
cubanos.
Comenzamos apresuradamente a prepararnos para viajar. Un mes antes no
hubiera soado con hacer este viaje, y ahora tenamos que apresurarnos
porque el avin acababa de salir de Cuba con destino a Buenos Aires.
En representacin de nuestra familia bamos a viajar Celia y yo, con mi hija
Celia y mi hijo Juan Martn. Mis otros dos hijos, Roberto y Ana Mara, no podan
hacerlo porque sus ocupaciones no se lo permitan.
Y lleg la hora de la partida. ()
Pocos minutos despus nos despedamos de los amigos y familiares.
Tomamos altura sobre nuestra ciudad y pronto enfilamos hacia Mendoza. El
cruce de la cordillera se hizo de forma impecable. Yo la conoca bien por
haberla cruzado en parte a lomos de mula cuando slo tena veinte aos.
Ahora, en breves minutos, recorrimos lo que antes tard varios das en hacer.
Aparecan bajo las alas del avin lugares que inmediatamente reconoc. Y
dejamos atrs, con sus cimas nevadas, el Tupungato y el Aconcagua; y
minutos despus el avin tomaba tierra en el aeropuerto de Santiago de Chile,
donde nos esperaban muchos periodistas y curiosos.
Almorzamos en el mismo aeropuerto y levantamos vuelo enseguida. Yo no
haba efectuado nunca un viaje tan largo en avin. Mientras pensaba en
Ernesto, en la gran suerte que haba tenido, en lo contento que estara en La
Habana y en todo lo que bamos a presenciar all, me entretena viendo
deslizarse bajo las alas del avin esta nueva geografa que no conoca.
Ya de noche, volbamos sobre Per, y a la madrugada unas cuantas
sacudidas nos hicieron saber que el avin aterrizaba. Estbamos en el
aeropuerto de Quito. Salimos fuera del avin. All hacia un calor insoportable.
Estuvimos cuatro horas y despus supe que esa demora obedeci a que
estaban tratando de arreglar el tren de aterrizaje. El pasaje no estaba enterado.
A las seis de la maana partimos nuevamente y poco despus pasbamos a
ms de veintids mil pies sobre el canal de Panam.
Hubo un instante en que desde nuestra nave se divisaban los dos ocanos, el
Pacfico y el Atlntico. Abajo, una lnea quebrada indicaba el canal y unos

puntitos negros los barcos navegando. A los costados, puntitos rojos


mostraban los techos de algunos chalets. Poco despus volbamos viendo
slo agua y nubes.
Cerca del medioda la azafata, usando los micrfonos, recomend ajustarse los
cinturones, diciendo que dentro de quince minutos llegaramos a Rancho
Boyeros, aeropuerto principal de La Habana. Hasta aqu habamos volado con
mucha visibilidad, pero ahora el cielo se haba cubierto y espesas nubes
impedan ver el suelo. El avin comenz a volar describiendo grandes crculos.
Ya haban pasado los quince minutos y pasaron veinte, y treinta y el avin
segua haciendo giros. Todo el pasaje comenz a inquietarse. La azafata no
dijo nada ms. Yo divis por entre las nubes, en algunos de sus huecos, unos
techitos colorados. De pronto, en un gran claro que se hizo, se zambull
nuestro transporte y segundos despus tocbamos tierra sin ningn
inconveniente.
Apenas pusieron la escalerilla, salt del avin y poniendo una rodilla en tierra,
bes suelo cubano.
LA LLEGADA
Inmediatamente nos rodearon unos cuantos soldados barbudos, con sus
uniformes bastante sucios y armados con fusiles o ametralladoras. Vinieron los
saludos de rigor y, apresurados, nos dirigimos al interior del aeropuerto, en
donde Ernesto nos esperaba. Tengo entendido que quisieron darle una
sorpresa y slo supo
nuestra llegada minutos
antes.
Mi mujer corri a sus brazos
y no pudo contener el llanto.
Un montn de fotgrafos y
cmaras de televisin
registraron la escena. Poco
despus abrazaba a mi hijo. Haca seis aos que no lo vea. (...)
CONVERSACION CON ERNESTO
Fueron para nosotros unos das Inolvidables. Veamos a Ernesto todas las
veces que l nos lo permita, o mejor dicho, que sus ocupaciones le permitan
poder charlar con nosotros. Pero l siempre encontraba un momento para
poder hacerlo.
Una tarde Ernesto fue a visitarnos a nuestro hotel. Aprovech la oportunidad y
le ped que se encerrase conmigo en una habitacin. Quera hablar a solas con
l, sin que nadie nos molestase. Otras veces haba querido hacerlo, pero
siempre andaba ocupado, cumpliendo rdenes o zarandeado por sus
ocupaciones.

Entramos en la habitacin y se sent muy tranquilo. Haba cambiado mucho.


Cuando se fue pareca un imberbe, y ahora una barba rala le cubra parte de la
cara. Estaba muy delgado y quemado por el sol. Hablaba pausadamente, pero
sus ojos eran sus mismos ojos de siempre, escrutadores, burlones. Antes sola
apurarse para hablar, las ideas se le amontonaban y no tena tiempo para
expresarlas, y entonces sola charlar nerviosamente y a veces se tragaba las
palabras. Ahora lo vea frente a mi, ms aplomado; meditaba antes de
contestar, cosa que nunca hizo. Le pregunt qu iba a hacer con su medicina.
Me mir de soslayo, se qued pensando un momento y luego, esbozando una
sonrisa, me contest.
-De mi medicina? Mir, viejo, como vos te lIams Ernesto Guevara como yo,
en tu oficina de construcciones colocs una chapa con tu nombre y abajo le
pons MEDICO y ya pods comenzar a matar gente sin ningn peligro.
Y se rea de su chiste.
Yo insist en la pregunta y entonces, ponindose serio, me contest:
-De mi medicina puedo decirte que hace rato que la he abandonado. Ahora soy
un combatiente que est trabajando en el apuntalamiento de un gobierno.
Qu va a ser de m? Yo mismo no s en qu tierra dejar los huesos.
No comprenda cabalmente lo que me deca Ernesto. Acababa de entrar
triunfante con el ejrcito revolucionario en La Habana. Esperaba que me dijese
que all se quedara algn tiempo para hacer tal o cual cosa, pero Ernesto me
contest que no saba qu sera de l.
Nunca olvidar esta frase, porque en su contenido est el enigma que tanta
gente ha querido descifrar con respecto a su desaparicin de Cuba y su
aparicin en lejanas tierras como combatiente. Hablamos despus de cosas
familiares. Le dije:
-Che, viejo, vos ya te has dado el gusto. Saliste por esos caminos del mundo y
los has trotado durante seis aos; ahora me toca a mi. Por qu no te volvs a
la Argentina, te hacs cargo de la familia y me das a mi un fusil viejo para
tirarme al monte?
El se rea. En las horas que estuvimos hablando repasamos muchos viejos
episodios familiares y nos pusimos al da en cuanto a noticias nuevas.
Yo lo vea como un hombre distinto. Me costaba reconocer en l al Ernesto de
mi casa, al Ernesto cotidiano. Pareca flotar sobre su figura una tremenda
responsabilidad. No era mise en scene, nunca la supo hacer. Para comprender
todo esto que entonces no comprenda, desgraciadamente he necesitado que
pasara mucho tiempo y pasar muchas horas reflexionando.

Ernesto, a su llegada a la Habana, ya conoca el fin de su destino. Tenia


conciencia de su personalidad y se estaba transformando en un hombre cuya
fe en el triunfo de sus ideales llegaba al misticismo.
Pero su manera de ser con nosotros no haba cambiado. Fue muy carioso en
todo momento con toda la familia.
ERNESTO SE PRESTA A UN REPORTAJE
Los diarios, la mayora de los cuales hablan sido batistianos, venan plagados
de noticias. Naturalmente ahora haban cambiado su postura poltica, tratando
de fraternizar con aquella revolucin.
Desfilaban por sus pginas Infinidad de personajes revolucionarios a los cuales
se les hacan reportajes. All pude enterarme de muchos actos heroicos
efectuados por algunos de ellos a quienes conoca a travs de los partes de
guerra llegados a Buenos Aires desde el Comit 26 de Julio de Nueva York.
En un peridico de La Habana se public una entrevista al entonces
comandante Ernesto Che Guevara. El periodista, entre otras preguntas, le hizo
la siguiente:
-Cul fue, comandante, el momento ms emocionante de su vida de
guerrillero?
Ernesto contest sin vacilar: -Cuando o la voz de mi padre en el telfono, que
hablaba desde Buenos Aires. Haca seis aos que yo estaba ausente de mi
pas.
Me emocion al leer esta publicacin. Comprend cul debi de haber sido la
decisin de Ernesto que lo impuls a llevar hasta el fin su permanencia en una
guerra por la liberacin de uno de los pueblos oprimidos de Amrica. Y este
pueblo no era el suyo, sino un pueblo hermano.
Tantos aos de separacin haban cortado un poco la comunicacin entre mi
hijo y su familia. Ahora las palabras de Ernesto, precisas y casi secas,
denunciaban el inmenso cario que siempre nos tuvo; no obstante ello, haba
dejado una hija, mujer, padres, hermanos y amigos para entregarse totalmente
a una causa que l crea justa.
UN RELATO DEL CHE EN EL CUARTEL DE LA CABAA
Estando en el cuartel de la Cabaa, donde l era jefe en el ao 1959, me
cont, hablando en general de los episodios de la guerra, muchos relatos
concernientes a ella. Le pregunt:
-Decime, Ernesto, cul fue el momento en que te viste ms en peligro durante
la invasin a Cuba? Me mir sonriendo y me dijo:

-Cuando vi ms cerca de mi la muerte fue en Oriente, en una loma de la Sierra


Maestra; yo estaba al frente de una guerrilla y hostilizaba al comandante
Snchez Mosquera. Vos sabs que ste fue uno de los hombres ms feroces
de aquellos que estaban al servicio del ejrcito de Batista. Cumpliendo una
misin de atacar y retirarme, "cuando quise hacerlo, un tremendo ataque de
asma me volte. Viendo que no poda correr, me tir al suelo y orden a mi
gente que se dispersase y me dejasen solo. Tuve que repetir la orden porque
nadie quera moverse, pero al fin lo hicieron. Uno de ellos, un muchacho joven,
se escondi muy cerca de donde yo estaba y sin que yo supiera esper para
ayudarme. Pasaron las horas, el chico se hizo presente, yo lo ret, pero ya no
lo poda mandar de nuevo al campamento porque me daba cuenta de que las
tropas de Snchez Mosquera estaban batiendo el cerro por todos los costados,
con la esperanza de hallarme. Nunca supe cmo lo supieron, pero en el frente
enemigo ya se conoca el hecho de que no hubiese regresado al campamento.
"Sin hacer el menor ruido, junto con mi compaero, nos quedamos escuchando
cmo la gente de Batista revisaba palmo a palmo todo el monte y as pasaron
las horas y tambin un par de das. Yo tena un ataque tan fuerte de asma que
crea entonces morir vctima de ste. Se me haba acabado el calmante que
echaba en mi vaporizador y estaba prcticamente a merced del ataque
asmtico.
Bueno -me dijo despus-, en ese instante cre que no volva ms al
campamento, pero no por causa de las balas enemigas, sino porque el asma
acabara conmigo, pero afortunadamente aqulla fue aflojando y algunas horas
despus, ayudado por mi acompaante, con toda precaucin, pude retirarme
hasta lograr salir del cerco y llegar al campamento donde me esperaban".
VIAJE FRUSTRADO
Cuando llegamos a La Habana llevbamos poco dinero. El viaje fue apresurado
y slo tenamos escasos dlares.
Nos haban puesto un automvil a nuestra disposicin con un soldado que
haca de chofer, pero Ernesto haba dado orden terminante de que la gasolina
la pagramos nosotros y no el gobierno. La gasolina costaba muy cara y se
pagaba en dlares. Saqu la cuenta y llegu a la conclusin de que no bamos
a poder estar mucho tiempo usando ese "carro".
Yo tena inters en conocer toda la Isla y, especialmente, en hacer el mismo
recorrido que haba hecho el ejrcito revolucionario desde su desembarco en
Las Coloradas. Quera pasar por Piln, La Plata, Uvero e internarme en la
Sierra y conocer todos los lugares donde se haban desarrollado combates. A
Ernesto la idea le pareci magnfica y me expres: "Pongo un Jeep a tu
disposicin, con un soldado que ya hizo todo ese recorrido, pero eso s, tens
que pagarte la gasolina y la comida". Para mi esto era imposible y tuve que
dejar pasar esa oportunidad.
Slo diez aos despus, en 1969, cuando viaj nuevamente a la Isla, hice todo
ese recorrido, en Jeep, en avin, a caballo, en mula y a pie. Pero haban

pasado ya muchos aos y era muy difcil reconstruir los sucesos. La mayora
de los pobladores ya no estaban all, y los que quedaban, poco queran hablar
de ello. Y de lo que fueran construcciones para viviendas y cuarteles, poco era
lo que quedaba en pie.
ERNESTO DIRIGE LA PALABRA A LOS OBREROS
Una tarde asista a una conferencia anunciada en un local obrero, donde hara
uso de la palabra el comandante Che Guevara. El local estaba atestado de
gente, la mayora vestida de uniforme y otros con ropas de obreros.
Nunca habla odo hablar a Ernesto en pblico. l no saba que yo estaba.
Habl cerca de dos horas expresando sus ideas con claridad y exactitud, y en
un tono de voz mesurado. No us la mmica ni el ademn y con las manos
apoyadas sobre el pupitre habl como si lo hubiese estado haciendo consigo
mismo. Hizo un anlisis profundo de los principios de la Revolucin Cubana.
Ya Ernesto se perfilaba como un estadista.
LA PARTIDA
Cuando llegu a la Habana le mostr a Ernesto el reloj de pulsera que tena en
la mueca. -Te acuerdas? -le dije.
-Si -me contest- el reloj de abuelita y me lo vas a regalar.
El quera mucho a su abuela. Ella tena un viejo reloj de oro; en su tapa
delantera llevaba una circunferencia que permita ver el crculo horario. Era un
reloj de los que usaban las seoras haca setenta aos. En la contra tapa tena
sus iniciales. Lo llevaba siempre pendiente de una cadenita. El reloj era
precioso. Cuando muri mi madre, mi familia me lo regal y yo hice de l un
reloj de pulsera.
-Cuando me vaya -le dije- te lo dejo.
Haba llegado la hora de la partida. Mis ocupaciones en Buenos Aires me
llamaban. De repente decid el viaje. Le avis telefnicamente a Ernesto que
me embarcaba esa noche. Fue a despedirme al aerdromo en compaa de
Ral Castro. All estuvimos hablando de cosas banales, como suele suceder
cuando uno tiene que despedirse de alguien que quiere y que no sabe si
volver a ver.
La Revolucin haba triunfado, pero la lucha seguramente no haba terminado.
Si bien ya no se combata con tropas regulares, yo saba que la Isla no estaba
pacificada y adems pensaba preocupado que estos dirigentes cubanos eran
muy descuidados. Se mezclaban entre la muchedumbre cuidndose poco o
nada.
Ernesto detestaba la escolta y siempre que poda se les escapaba. Los propios
escoltas me lo contaron. Pero era muy difcil llevarle la contra. Cuando quera

andar solo, los dejaba atrs. Pero teniendo en cuenta que la Revolucin iba a
perjudicar grandes intereses de cubanos y extranjeros, haba que pensar que
tambin aquellos intereses buscaran el medio de perpetuarse. Y el medio ms
fcil era la eliminacin de los jefes de la Revolucin.
Habamos estado un mes en Cuba. Habamos visto tantas cosas distintas! y
habamos pasado por bellsimos lugares y captado el desbordamiento de un
pueblo que se senta liberado. Nosotros en aquellos pocos das nos habamos
contagiado de esa euforia del pueblo cubano. Tambin a nosotros, al principio,
nos pareca fcil el camino que tenan por delante los revolucionarios. Pero,
meditando nuevamente sobre este tema, se llegaba a la conclusin de que la
lucha con las armas en la mano iba a convertirse ahora en una ardua lucha sin
tregua y de todo orden para poder lograr su independencia aquella pequea
repblica que estuvo hasta ayer dominada poltica y econmicamente por el
gran coloso norteamericano, del cual la separaban ochenta millas.
En el aerdromo de Rancho Boyeros una gran cantidad de gente esperaba la
salida de los aviones. Era un pblico internacional. Alguien que estaba entre
ellos comenz a mirar a Ernesto y descubriendo quin era, con paso rpido se
acerc a l y pregunt:
-El comandante Che Guevara? Ernesto asinti con la cabeza, y el
desconocido dijo en perfecto lenguaje porteo:
-Permtame, comandante, que un compatriota le estreche la mano.
Ernesto sonri sin decir palabra y alarg su mano.
Nuestro compatriota busc una libreta en sus bolsillos y sacndola la ofreci a
Ernesto, dicindole: -Por favor, me firma un autgrafo?
Ernesto, mientras se volva dndole la espalda, le contest:
-No soy artista de cinematgrafo.
Ahora estaba frente a Ernesto y deba despedirme.
-Aqu tienes el reloj de tu abuela -le dije, y me lo quite dndoselo.
Tom mi reloj y sacndose de la mueca el suyo, me lo entreg y me dijo:
-Gurdalo como recuerdo, este reloj me lo dio Fidel Castro el da que me
nombr comandante, despus de un combate.
Lo coloqu en mi mueca. Nunca me he separado de l.
Pocos minutos despus, empezaba el avin a corretear sobre la pista de
Rancho Boyeros y en breves segundos de La Habana slo quedaba un
montoncito de luces titilando all abajo.

Me iba muy triste. Haba llegado eufrico y contento y ahora comprenda que la
separacin con Ernesto deba ser larga. Yo tena mi trabajo en Buenos Aires y
Ernesto sus obligaciones aqu.
Unos instantes ms y habamos dejado Cuba envuelta en la oscuridad.
Fuente: Revista Cuba Internacional, septiembre 1987.

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