Grandes Contemporáneos de Winston Churchill
Grandes Contemporáneos de Winston Churchill
Grandes Contemporáneos de Winston Churchill
sobre personas famosas escritas por Winston Churchill. La coleccin original fue
publicada en 1937, pero fueron escritos principalmente entre 1928 y 1931.
Los protagonistas de los ensayos fueron: El conde de Rosebery, el Kaiser
Guillermo II, George Bernard Shaw, Joseph Chamberlain, Sir John French, Sir
John Morley, Hindenburg, Herbert Asquith, Lawrence de Arabia, el Conde de
Birkenhead, Mariscal Foch, Alfonso XIII, Douglas Haig, Arthur James Balfour,
Adolf Hitler, George Curzon, Philip Snowden, Clemenceau, Jorge V, Lord Fisher,
Charles Parnell y Baden Powell.
Winston Churchill
Grandes contemporneos
ePub r1.0
JeSsE 16.11.14
PREFACIO[1]
EL CONDE DE ROSEBERY
Podra decirse que Lord Rosebery se anticip diez aos a su porvenir y sobrevivi
ms de veinte a su pasado. Las brillantes perspectivas que fulgan ante l hasta el
momento en que lleg a Primer Ministro en 1894 se desvanecieron con la cada de su
Gobierno y la derrota del Partido Liberal en 1895. La parte que tom como
imperialista y patriota en apoyo de la guerra sudafricana, cuatro aos ms tarde, le
enajen el prestigio, la autoridad y la confianza de que disfrutaba en un amplio sector
de las masas radicales. Su dimisin de la jefatura del Partido Liberal ya haba relajado
la obediencia de aqullas. Por su terminante declaracin contra la Autonoma
Irlandesa hecha en momentos en que la cada de Balfour en 1905 estaba prxima, se
excluy a s mismo deliberada y resueltamente de toda participacin en el inminente
triunfo liberal y en su largo disfrute del Poder. Separse de sus amigos y secuaces por
preconcebido propsito. Contento por dejar pasar la ocasin, se retir de toda
disputa por el puesto de jefatura en la arena poltica; erigi barreras que estorbasen su
regreso y se propuso que fuesen infranqueables; se aisl en un desvo glacial y
francamente desdeoso. Todos saban muy bien que cualquier intento de
aproximacin sera intil. En 1905 su carrera poltica estaba terminada para siempre.
Pero an tuvieron que pasar bastantes aos hasta que su vida se extinguiese en 1929.
Morando en sus extensos y hermosos dominios, trasladndose con frecuencia de
una casa deliciosa y de una rica biblioteca a otra, lleg a vivir hasta sostener el peso de
los ochenta aos, aligerado por conocimientos literarios de alto vuelo, entretenido por
los lances del hipdromo, alegrado por la compaa de sus hijos y sus nietos. Las
pesadumbres de la vejez fueron cayendo sucesivamente sobre l en su retiro cada vez
ms profundo; y cuando muri, su nombre y sus hechos se haban borrado de la
memoria pblica y slo resucitaron y se hicieron presentes a los ojos de una nueva
generacin por las noticias del obituario. Pero aquellos hechos, y an ms el carcter y
la personalidad que laten detrs de ellos, son dignos de ms detenido estudio no slo
por razn de su gran mrito, sino al menos tanto por sus limitaciones.
Lord Rosebery fue probablemente el ms grande amigo de mi padre. Fueron
contemporneos, en Eton y en Oxford. Aunque aparentemente separados por el
partido poltico, se movan en la misma sociedad, tenan los mismos amigos comunes,
cultivaban los mismos gustos y deportes, de los cuales el de las carreras de caballos
fue siempre el soberano. Su correspondencia fue animada y continua, y sus ntimas
relaciones personales jams fueron menoscabadas por el encono de las contiendas
polticas de 1880 al 90 ni por las vicisitudes de la fortuna.
Yo hered esta amistad, o ms bien la posibilidad de renovarla en otra generacin.
Senta ansiedad por cultivarla en virtud de muchas razones, la primera de las cuales
era la de saber ms acerca de mi padre, por conducto de su contemporneo, su
compaero y su igual. Con alguno por lo menos de aquellos sentimientos de atraccin
y respeto que llevaron a Boswell ante el Dr. Johnson, busqu las ocasiones de
transformar mi conocimiento de la infancia en una creciente amistad. Al principio no
pareca gustar mucho de m; pero despus de la guerra sudafricana, cuando logr por
fin adquirir nombrada y ser uno de los jvenes miembros del Parlamento, empez a
mostrarme marcado afecto. La Biografa de mi padre, por la cual me encontr pronto
absorbido abri un ancho y frtil campo de comn inters. Me asisti activamente en
la empresa, descubri para m sus ricos caudales de selectas reminiscencias, reuni
cartas y documentos, ley pruebas, critic simptica pero agudamente el tema y la
obra. Form ello un objeto de inters para entrambos y tendi un puente sobre el
abismo de dos diferentes generaciones.
Durante los aos de mi tarea literaria desde 1900 hasta 1905, fui a menudo su
husped en todas sus casas, en Mentmore, en Berkeley Square, en los Durdans, en el
Firth of Forth de Dalmeny, en su residencia de caza de Rosebery, y tambin
coincidamos ao tras ao en largas visitas a amigos comunes en el delicioso otoo de
las Altas Tierras escocesas. La poltica nos proporcionaba adicionales lazos y
eslabones, pues ambos bamos en nuestros partidos un poco a la deriva. l haba
perdido su simpata por los liberales; yo pronto estuve a la grea de los tories. Ambos
podamos entretenernos en el sueo de algn nuevo sistema que agrupase hombres e
ideas, y en el cual se pudiese ser Imperialista sin tener que tragar el Proteccionismo, y
reformador social sin Pequeo britanismo o lucha de clases. Disponamos sin duda de
esa slida base de concordia y armona sobre la apreciacin de los trminos medios
que es compartida por muchas gentes sensibles, pero que era aborrecida entonces por
los partidos autmatas. Se precisa aadir que esta clase de partidos resultaron
siempre los ms fuertes?
como de piedra, y sus ojos perdan su luz y su fuego. Crea uno hallarse en presencia
de distinta persona. Pero al cabo de un rato, se daba uno cuenta de que el verdadero
hombre estaba all durante todo el tiempo, aunque ocultndose maliciosamente detrs
de una cortina, y era lo ms agradable el verle aparecer de nuevo.
Ms difcil resulta hacer revivir la impresin que produca en sus oyentes cuando
trataba los ms importantes temas. Su vida transcurri en un ambiente de tradicin.
Siempre tuvo a su alcance el Pasado y ste fue el consejero del que ms se fi. Pareca
estar asistido por la Erudicin y la Historia y llevar a los sucesos corrientes un aire de
antigua majestad. Su voz era melodiosa y grave, y a menudo, al escucharle, se senta
uno en vivido contacto con las centurias pretritas y se revelaba la larga continuidad
de la Historia de nuestra isla.
Lord Rosebery fue, por espacio de muchos aos, el primer presidente del Consejo
que jams tuvo asiento en la Cmara de los Comunes. Probablemente ser el ltimo.
Puede cada uno tener la opinin que quiera sobre el gobierno democrtico, pero es
tambin justo que quien lo ejerce tenga experiencia prctica de sus desaliados y
rudos fundamentos. Ninguna parte de la educacin de un poltico es ms
indispensable que la lucha electoral. En ella se pone uno en contacto con toda clase de
personas y con todas las corrientes de la vida nacional. Sents la Constitucin
formndose en un proceso primario. La dignidad puede sufrir, el lustre superfino se
marchita pronto, gratos particularismos y especiales y privadas normas resultan
rozados; muchas cosas tienen que aceptarse con un encogimiento de hombros, una
mirada o una sonrisa; pero al fin y a la postre se sale sabiendo muchas cosas acerca de
lo que pasa y por qu pasa.
Rosebery no experiment nada de esto. Diriga la palabra a grandes asambleas y
las cautivaba; consegua aplausos de turbulentas multitudes. Sigui a Mr. Gladstone a
travs de todo el entusiasmo popular de la campaa midlothiana. Pero stas eran
ocasiones aparatosas en las que los ardientes partidarios eran arrastrados por un
influjo avasallador. Grandemente diferan de la experiencia tumultuosa de una
propaganda electoral con sus desordenadas reuniones, sus oposiciones organizadas,
sus pequeos y hostiles mtines, sus muchedumbres escarnecedoras, su raudal de
desagradables y a veces estpidas preguntas.
El preceptor de Rosebery en Eton, con cierto espritu proftico, dijo de l que
buscaba la palma sin el polvo. Ello no es verdad en el sentido en que la frase es
usada con frecuencia: esquivar un trabajo difcil. Rosebery era capaz de una ardua
labor y de muchas horas de concentracin diaria, lo mismo en poltica que en
literatura. Busc en efecto la palma, pero nunca hubo polvo en su camino; y cuando
en un albergue del camino, que llevara a cabo la paz con los valientes y
desesperados comandos boers. Ello fue un factor estimable para conducir a feliz
trmino el Tratado de Vereeniging. Rosebery tom parte preeminente en la lucha por
la defensa del sistema librecambista, y por algn tiempo pareci que volvera a ocupar
su puesto en una restauracin Liberal. Pero perdi contacto con sus amigos, o stos
con l; y siempre repiti que no volvera a asumir de nuevo el Poder. Y as, el gran
Gobierno de 1905 se form sin l, y durante casi un cuarto de siglo permaneci
voluntaria, resuelta, pero incmodamente siendo espectador de formidables y
venturosos acontecimientos. Fue en el campo de los Negocios Extranjeros donde
Rosebery levant sus tiendas. Aqu fue maestro. Combin los conocimientos del
historiador o del alto funcionario del Ministerio del Exterior con la prctica y el hbito
de mando de un hombre de Estado. No tuvo que fundar su opinin en los recortes de
peridicos puestos ante l. Se saba al dedillo la historia de la vida de estas naciones
durante dos o trescientos aos, por qu haban luchado, cules haban sido
subyugador y ardan en aejos rencores bajo la blanda superficie del modernismo.
Abrigaba fecundas convicciones sobre muchas materias que otros estadistas en
Inglaterra y podemos aadir que en los Estados Unidos solamente descubrieron
durante la Conferencia de la Paz y despus de ella. No slo conoca la participacin de
Inglaterra en los acontecimientos pretritos sino la total Historia de Europa. Yugoslavia
y Checoslovaquia nonatas entonces, los decaimientos y vitalidades de la repartida
Polonia y el desaparecido Imperio de Esteban Doshan, eran, sin duda, bajo otro
smbolo, realidades vivientes para l. Senta en los huesos, tocaba con las yemas de
los dedos todo aquel subterrneo y subconsciente movimiento mediante el cual se
iban congregando lenta, implacablemente, inexorablemente, los vastos antagonismos
de la Gran Guerra. Haba inspeccionado laboriosamente los cimientos de la Paz
europea; vea dnde estaban sus fallos y los sitios en que un hundimiento producira
una catstrofe. Su corazn responda instintivamente a todo reajuste o perturbacin en
la balanza del poder. En los tiempos de Rosebery, los Asuntos Extranjeros y los
peligros de la guerra estaban investidos de un falso hechizo y abismados en opaca
ignorancia. Pero cuando cierto maestro de escuela fue destituido en Alta Silesia,
Rosebery me dijo: Toda Prusia se ha conmovido. Cuando Delcass se vio obligado
a dimitir, dijo que los Cuerpos de Ejrcito alemanes estaban apercibidos. Y cuando
Lord Lansdowne firm el Convenio anglo-francs de agosto de 1904, con todo el
prestigio del Partido Conservador detrs de l y entre los homenajes de liberales y
pacifistas de todo el mundo, Rosebery dijo en pblico que era mucho ms probable
que condujese a la guerra que no a la paz.
Considero que esto ltimo es la mayor prueba de su profunda visin. Yo era muy
joven entonces, pero recuerdo vvidamente la situacin. El dominio conservador
estaba en su apogeo. Pero subsista la perenne querella con Francia: lanchas caoneras
en Bangkok; ms tarde los resentimientos franceses por lo de Fashoda; todos los
liberales clamando por paz, por reconciliacin con Francia, por la desaparicin de un
estado de peligrosa y vibrante animosidad. Arreglmonos con nuestros ms
prximos vecinos. Hagmonos mutuas concesiones y no abriguemos ms temores de
una guerra con Francia. Raras veces ha sido ms completo el acuerdo nacional. El
secretario del Exterior haca su labor entre el general aplauso, mejor dicho, entre el
aplauso casi universal. El pacto entre Inglaterra y Francia se concert, y todas las
pequeas disputas fueron acalladas entre sincero jbilo. Slo una voz la de
Rosebery se elev discordante: en pblico, mucho ms probable que conduzca a la
guerra que a la paz; en privado, la lucha por la guerra.
No debe pensarse que yo lamento las decisiones que fueron en efecto tomadas. No
creo que ningn movimiento en el tablero europeo pudiese haber evitado la amenaza
para la paz mundial que representaba ms pronto o ms tarde el cada da ms
presuntuoso podero militar de Alemania y su carcter. Pudo haber sido diferente la
ocasin, aplazada la hora, distinto el grupo de Potencias; pero dada la situacin del
mundo al principio del siglo XX, dudo que algo pudiese haber impedido la horrenda
colisin. Y pues que tena que venir, debemos dar gracias a Dios de que viniese en
forma de que el mundo estuviese con nosotros en el conflicto.
Hubo otra esfera de actividades en la que Rosebery se movi con soltura y
distincin. Fue uno de esos hombres de negocios que aadi al incierto prestigio de
un ministro y al xito tornadizo de un orador las empresas ms duraderas de la
literatura. Algunas de sus ms pulidas obras se encuentran en sus discursos rectorales
y en su crtica de grandes poetas y escritores, como Burns y Stevenson. Sus cartas
particulares, de las que escribi tantas, estn animadas de un color y de un ingenio
byronianos. Su estilo, lcido, agudo, musical y sobrio, era un admirable vehculo para
presentar al mundo su tesoro de investigacin histrica. Ha enriquecido nuestra lengua
con una serie de estudios biogrficos, tersos, interesantes, autorizados, que seguirn
siendo ledos con placer y provecho a ambos lados del Atlntico. Pitt, Peel, Randolph
Churchill, son joyas literarias, y en mayor escala Chatham y Napolen aportan tiles
y precisas contribuciones al juicio de la Historia. Sin embargo, aun en este mismo
campo, presenta algunas limitaciones caractersticas, por l mismo impuestas. Nunca
plane ni ejecut una obra de primera magnitud, una de esas obras que pueden
disputar el campo a todos los que vayan llegando durante un siglo. Su gusto,
Otro rasgo ms debe recordarse: su amor a Escocia y su orgullo por la raza y por
la Historia escocesa. Sus palabras pronunciadas un cuarto de siglo antes con motivo
del acto conmemorativo dedicado a los oficiales y soldados de los Royal Scots Greys,
muertos en frica del Sur, puede servir muy bien como eplogo a su propia vida.
Honor a los bravos que no retornarn. Jams volveremos a ver sus rostros. En el
servicio de su soberano y de su pas han sufrido el filo de la muerte y duermen su
eterno sueo a miles de millas de distancia, en las verdes soledades de frica. Sus
lugares, sus camaradas, sus monturas, no los conocern ms porque nunca volvern a
nosotros en la forma en que los conocamos. Pero en un sentido ms alto y ms noble:
no han vuelto hoy a nosotros? Vuelven a nosotros con un mensaje de valor, de
deber, de patriotismo. Vuelven a nosotros con un recuerdo de elevado deber fielmente
cumplido; vuelven a nosotros con la inspiracin de su ejemplo. Paz, pues, a sus restos;
honor a su memoria. Viva por siempre Escocia!.
EL EX KAISER
Nadie debera juzgar la carrera del emperador Guillermo II sin hacerse antes esta
pregunta: Qu habra hecho yo en su caso?. Imaginaos que habais sido educados
desde la niez en la creencia de que estabais sealados por el dedo de Dios para ser
soberano de una nacin poderosa y de que la virtud inherente a vuestra sangre os
elevaba muy por encima del nivel ordinario de los mortales. Suponeos heredando en
vuestros veinte aos el acervo de presas en provincias, en poder, en orgullo
atesoradas durante las tres sucesivas y victoriosas guerras de Bismarck. Imaginaos
percibir a la magnfica raza alemana congregndose bajo vosotros en oleadas cada vez
ms numerosas y plenas, ms ambiciosas, ms ricas, ms fuertes, y suponed
elevndose por todas partes el clamoroso tributo de las muchedumbres fieles y la
incesante y hbil lisonja de la cortesana adulacin.
Sois os que os dicen la Soberana Alteza. Sois el Supremo Seor de la
Guerra, que, cuando el prximo conflicto estalle, conducir al combate todas las tribus
germnicas y a la cabeza del ms esplndido y ms fuerte de los ejrcitos del mundo
renovaris an en mayor escala los marciales triunfos de 1866, de 1870. A vos os
incumbe elegir el canciller y los ministros del Estado; a vos compete la designacin de
los jefes del Ejrcito y la Armada. No hay cargo en el Imperio, por grande o pequeo
que aqul sea, a cuyo ocupante no podis destituir. Todas las palabras que pronunciis
sern recibidas por todos los presentes con entusiasmo, o por lo menos con respeto.
Os basta formular un deseo para que sea concedido. Cada uno de vuestros pasos, ir
acompaado de riqueza y esplendor ilimitados. Sesenta palacios y castillos esperan la
llegada de su propietario; centenares de rutilantes uniformes llenan vuestro
guardarropa. Si las formas bastan de adulacin os fatigan, pronto sern sustituidas por
otras mucho ms delicadas. Estadistas, generales, almirantes, jueces, adivinos,
filsofos, sabios y hacendistas, estn ansiosos de comunicar su acumulada sabidura y
de recibir con profundo reconocimiento cualquier observacin que en sus varias
declaraciones, que slo sirven para halagar las pasiones de las multitudes victoriosas.
Habra encubierto este melanclico destierro bajo veladuras ms solemnes que los de
una culpa mortal, ms adecuadas a una responsabilidad humana, y se habra
adelantado hacia un cadalso de expiacin redentora. Sobre la frente despojada de la
diadema imperial se habra puesto la corona del martirio; y la Muerte, con un gesto de
supremo olvido, habra restaurado la dinasta de los Hohenzollern sobre la tumba de
una vctima.
Pero tan lgubre ceremonial no tuvo que ser aplicado. Los consejos prosaicos
prevalecieron. El emperador cado vivi una vida segura, burguesa, confortable. El
transcurso de los aos prest dignidad a su retiro. Sus virtudes privadas
desempearon, por primera vez, su espontneo papel. Vivi para ver cmo los odios
feroces de los victoriosos se helaban en el desprecio y ltimamente se desvanecan en
la indiferencia. Vivi para ver cmo un gran pueblo, a quien l haba conducido a un
horrendo desastre, atravesaba las ms adustas tribulaciones de la derrota. Vivi para
recibir en sus manos millones de monedas que Alemania tuvo la fuerza moral de
entregarle antes que sentirse culpable de rehusar el pago de dbitos legales.
Sobrevivi en excelente salud, ejemplar conducta y feliz domesticidad, mientras la
Flota por l creada con tan imprudente empeo se precipitaba al fondo de un puerto
escocs; mientras el orgulloso Ejrcito, terror del mundo, ante el cual tanto se haba
pavoneado en tiempo de paz, era dispersado y abolido; mientras sus fieles servidores,
oficiales y soldados veteranos, languidecan en la penuria y el abandono. sta fue,
acaso la ms dura responsabilidad.
Pero an vivi ms; y el Tiempo le otorg una sorprendente y paradjica venganza
sobre sus vencedores. Alcanz una fase durante la cual la mayor parte de Europa, y
especialmente sus ms poderosos enemigos Inglaterra y Francia, hubieron de
considerar la restauracin de los Hohenzollern, por aquellos pases en otro tiempo
aborrecidos ms all de todo encomio, como un evento relativamente propicio y como
seal de que el peligro se haba alejado. Si ello fuera acompaado de limitaciones
constitucionales, todo el mundo lo habra acogido como una seguridad de paz exterior
y de tolerancia interna. Esto no obedece a que su luz personal arda con ms brillo o
mayor fuerza: se debe a la creciente intensidad de las tinieblas que nos cercan. Las
democracias victoriosas, al derrocar a sus soberanos hereditarios, creyeron que
avanzaban por la senda del progreso; pero, en realidad, han ido ms all, y por una
ruta peor. Una dinasta regia que a la vez contempla las tradiciones del pasado y
columbra la continuidad del futuro, ofrece un elemento de seguridad para las
libertades y de felicidad para las naciones que jams puede proporcionar el dominio
de los dictadores, por capaces que sean. Y as, mientras la rueda del timn da una
vuelta, el destronado emperador, sentado en Doorn al amor de la lumbre, puede
encontrar irnico consuelo.
Cuando sobrevino el colapso final en el frente del Oeste, voces tentadoras le
apremiaban a preparar un ataque y caer al frente de los ltimos oficiales que se le
mantuvieron fieles. l nos dio las razones que tuvo para rechazar ese pagano consejo.
No quera sacrificar ms vidas de hombres bravos simplemente para que le
proporcionase el medio de realizar su propio trnsito. Nadie puede dudar ahora de
que tena razn. Despus de todo, siempre hay algo que objetar sobre el seguir hasta el
fin.
BERNARD SHAW
Mr. Bernard Shaw fue una de mis ms tempranas antipatas. En efecto; casi mi
primer desahogo literario, escrito cuando serva como subalterno en el Ejrcito de la
India en 1897 (y que jams vio la luz pblica), era un feroz ataque contra aqul, con
motivo de un artculo suyo en que denigraba y ridiculizaba al Ejrcito britnico en
alguna guerra de menor importancia. Pasaron cuatro o cinco aos antes de que yo lo
conociese personalmente. Mi madre, siempre en grato contacto con crculos teatrales y
artsticos, me llev un da a comer con l. Me sent instantneamente atrado por la
chispeante alegra de su conversacin, e impresionado al no verle comer ms que
vegetales y frutas y no beber ms que agua. Refirindome a este ltimo hbito, le
pregunt: De veras no bebe usted nunca vino alguno?. Soy lo suficiente contumaz
para encontrarme bien as. Quiz tuviese noticias de mi juvenil prejuicio contra l.
De aos posteriores, y especialmente despus de la Guerra, puedo recordar varias
agradables y, para m, memorables charlas sobre poltica, principalmente acerca de
Irlanda y del socialismo. Supongo que tales encuentros no habrn sido desagradables
para l, pues tuvo la bondad de regalarme un ejemplar de su magnus opus, The
Intelligent Womans Guide to Socialism, advirtindome (a continuacin y
errneamente): Es el medio mejor para impedir que usted lo lea. Al contrario, poseo
una tan vivida imagen de ese brillante, gil, fiero y comprensivo ser que se llama Jack
Frost bailando entre cabrilleos de luz solar, que sentira mucho perder el libro.
Uno de sus bigrafos, Edward Shanks, dice de Bernard Shaw: Es ms importante
recordar que empez a florecer al final del siglo XIX que su nacimiento en Irlanda; y
es cierto, porque las influencias irlandesas slo las descubren en l aquellos que
quieren encontrarlas. Por el contrario, la influencia del fin de siglo es fuerte: no el
plido influjo de los decadentistas, sino el mpetu ardiente del Nuevo periodismo, el
bastan; algo ms debi de haber para inclinarse a reponer la religin como la fuerza de
direccin y de freno. Mr. Shanks dice: Toda su vida ha sufrido un handicap: el de su
timidez para usar el nombre de Dios, a pesar de no poder encontrarle adecuado
sustituto. Sin embargo, habr de inventar la Fuerza-Vida, convertir al Salvador en un
socialista no del todo cordial, y crear un cielo a su propia imagen poltica.
Las Bellas Artes declara nuestro hroe en otro inciso son el nico maestro,
excepto el dolor. No obstante, y como suele, l no se somete a la disciplina de su
maestro. l nunca se para en minucias en cuestiones que estima de poca monta, y
pocos aos ms tarde escribe: Todo mi empeo en favor del Arte por el Arte se ha
venido abajo; me resultaba lo mismo que clavar hojas de papel con clavos de diez
peniques. Su gusto verstil le lleva a asociarse con Schopenhauer. Shelley, Goethe,
Morris y otros diversos guas. En un momento en que su facultad crtica parece
dormitar, llega al extremo de parangonar a William Morris con Goethe!
Mientras tanto, contina atrayendo toda la atencin que puede. Dejo las delicias
del retiro escribe en Diabolonian Ethics para aquellos que son seores primero y
trabajadores literarios despus. Qudense para m el carro y la trompeta; y como la
trompeta sirve para despertar y llamar, con ella difunde grandes cantidades de
retumbantes absurdos como aquel de La quintaesencia del Ibsenismo: Hay tantas
buenas razones para quemar a un hereje en la hoguera como para rescatar a la
tripulacin de un buque nufrago; en realidad, las hay mejores.
El xito real, vivo y esplendoroso no le lleg hasta fines del siglo XIX, y desde
entonces no le abandon un momento. A discretos intervalos y con seguridad
creciente, sus obras teatrales triunfaban una tras otra. Cndia, Mayor Brbara y
Hombre y Superhombre atraan con intensidad redoblada la atencin del mundo
intelectual. En el vaco dejado por la anulacin de Wilde, avanza armado de un genio
ms agudo, un dilogo ms tenso, unos temas ms atrevidos, una construccin ms
fuerte, una comprensin ms natural y profunda. Las caractersticas y la idiosincrasia
de los dramas de Shaw tienen fama mundial. Sus producciones escnicas se
representan hoy no slo dentro de las anchas fronteras de la lengua inglesa, sino fuera
de ellas, con ms frecuencia que las de cualquier otro dramaturgo, excepto
Shakespeare. Todos los partidos y todas las clases, en todos los pases, tuvieron que
aguzar mucho el odo la primera vez que las oyeron, y se felicitaron de volverlas a or.
Sus obras resultaban al principio un poco alarmantes. Ibsen haba roto con las
comedias bien construidas hacindolas mejor que nunca: Bernard Shaw rompi con
ellas no construyndolas de ninguna manera. En una ocasin le dijeron que Sir James
Barrie haba elaborado muy cuidadosamente la trama de Shall We Join the Ladies?
que aqul que tenga ms que otro es un culpable inconsciente quiz de vileza,
sino de fraude; siempre ha predicado el dominio por el Estado de todas las formas de
riqueza; y, sin embargo, cuando el presupuesto de Lloyd George impuso por primera
vez la iniciacin modesta de una sobretasa, nadie puso el grito en el cielo con ms
vigor que ste ya opulento fabiano[4]. Es al mismo tiempo un adquisitivo capitalista y
un comunista sincero. Hace hablar alegremente a sus personajes de matar hombres por
una idea; pero l pondr mucho reparo en matar una mosca. Parece ser que igual
placer le reporta el cultivo de hbitos, posiciones y actitudes contrarias. Se ha redo de
su propio y brillante camino a travs de la vida; se complace en reprobar con sus
palabras y con sus actos las tesis y argumentos que ha empleado en circunstancias
anlogas; gusta de adoptar el pro y el contra de las cuestiones; se goza en atormentar y
contrariar a su pblico presentndose como el debelador burln de las propias causas
que ha defendido. El mundo lleva mucho tiempo contemplando con tolerancia y
regocijo los giles sarcasmos y las bufonadas de este nico camalen de dos cabezas,
mientras la criatura se afana en que la tomen en serio.
Supongo que los bufones, que tan importante papel desempeaban en las Cortes
de la Edad Media, salvaran su piel de ser desollada y sus pescuezos de ser retorcidos,
por la imparcialidad con que distribuan en todas direcciones y en igual medida para
todos, sus satricos golpes levantadores de ampollas. Antes de que un mandarn o un
potentado pudiesen sacar su tizona para reparar una burla sangrienta, la risa
convulsiva les privaba acaso de toda accin al ver la posicin desairada en que el
sarcasmo dejaba a sus compaeros o a su rival. Todos estaban tan ocupados en frotar
la propia espinilla, que nadie tena tiempo para castigar el puntapi del agresor. Por
eso supervivi el bufn; por eso tuvo acceso a los crculos ms encopetados y pudo
permitirse la libertad de mofa bajo la mirada atnita de la tirana y de la barbarie.
Una vez que la vaca de Shaw para cambiar de ejemplo ha rendido el ntegro
producto de sus ubres, vuelca a patadas el cubo de la leche sobre el sediento
ordeador absorto. Rinde excepcional homenaje a la obra del Ejrcito de Salvacin, y
pocos minutos despus lo pone en ridculo y lo abandona. En La otra isla de John
Bull, tan pronto somos cautivados por el encanto y el ambiente de Irlanda como
vemos a una raza irlandesa atrabiliaria, entregada a ruines patraas y reducida a
mezquinos propsitos. El autonomista liberal que tan confiadamente esperaba de
Bernard Shaw justificacin y aplauso por su causa, se encontr en un tris de ser
objeto de la stira ms difcilmente igualada en el escenario. Las emociones intensas
que suscitan en nuestros corazones la sentencia y el martirio de Juana de Arco se
de semejante jocunda arlequinada. Los rusos han sido siempre aficionados a los circos
ecuestres y a los cmicos de la legua. Y he aqu que llegaba a sus puertas el ms
famoso Clown internacional, y Pantaln al mismo tiempo, de todo el mundo y la ms
encantadora Colombina de la pantomima capitalista. Ah!, pero no debemos olvidar
que el objeto de la visita era educativo e investigador. Nada ms importante para
nuestras figuras pblicas que comprobar por s mismas la verdad acerca de Rusia;
descubrir por inspeccin personal los resultados de la aplicacin del plan quinquenal.
Cun necesario es saber si el comunismo es realmente mejor que el capitalismo y
enterarse de cmo les va a las ingentes masas rusas bajo el nuevo rgimen en su
lucha por la vida, la libertad y la felicidad. Quin rehusar dedicar unos cuantos
das a tan arduas tareas? Para el viejo Bufn, con su helada sonrisa y su capital muy
seguramente colocado, se presentaba una magnfica ocasin para dar una serie de
desconcertantes pisotones a los callos de sus apasionados huspedes.
Santo, sabio y clown; venerable, profundo e irreprimible, Bernard Shaw recibe, si
no las salutaciones, por lo menos los aplausos de una generacin que lo honra como
un eslabn ms en la cadena de los pueblos y como el mayor maestro entre vivos de
las letras inglesas.
JOSEPH CHAMBERLAIN
Es una nota caracterstica de los grandes hombres la de causar duradera impresin
en las personas a quienes han tratado. Otra es que las cuestiones en que intervinieron
durante su vida conservan a travs del curso de los acontecimientos posteriores el
sello de su personalidad. Treinta aos han pasado desde que Chamberlain era an
capaz de expresarse en pblico, casi veinticinco han transcurrido desde que reposa en
su sepulcro, y, sin embargo, ha resistido victoriosamente ambas difciles pruebas.
Quienes le han conocido en sus das de juventud y madurez tienen viva su penetrante
impresin, y todos nuestros asuntos britnicos estn en la actualidad enlazados con
sus actuaciones, transidos por ellas o en ellas inspirados. Encendi faros que
alumbran todava; hizo sonar dianas cuyos ecos an llaman obstinadamente soldados
a la palestra. Las controversias de carcter fundamental sostenidas por Chamberlain
repercuten todava vivaces no slo en Inglaterra, sino en todo el mundo poltico de
nuestros das. El mpetu que dio al sentido de Imperio en nuestro pas, y an ms por
el reflejo, a travs del mundo entero, marca profunda huella en las pginas de su
Historia.
Su bigrafo, Mr. Garvin, ha dedicado a esta tarea el fruto de sus pensamientos
durante diez aos. Se dio clara cuenta de la responsabilidad que le incumba como
historiador personal de un hombre notable cuyos anales se iban a confiar a sus manos.
Aunque admirador ardiente de Joe[5] Chamberlain y un batallador en pro de su
causa, Mr. Garvin supo elevarse por encima de las querellas de partido y de los
rencores de las pasiones, y ha hecho surgir ante nosotros con la mayor buena fe y el
mejor buen deseo un relato monumental de la vida y poca del hroe. Es evidente que
ha producido una obra ejemplar que todo estudioso del ltimo perodo Victoriano
debe tratar no slo de leer, sino de conservar en los estantes de su biblioteca[6].
Se form Chamberlain en Birmingham en una poca en que el mundo poltico era
un dominio bien defendido de las aristocracias Whig y Tory en Inglaterra y de sus
gastarlo en una lucha sin ms objeto que el de alcanzar el campo de batalla. Recuerdo
haberle odo un da, con ocasin del conflicto arancelario de 1904, a Sir Michael Hicks
Beach, caballero tory de la ms alta intelectualidad, que consumi su vida en el
servicio del Estado, siendo durante treinta aos ministro de la Corona: Ya era yo
imperialista cuando la poltica de Mr. Chamberlain no iba ms all de Birmingham.
Era verdad; en lo que concierne al principio de la contienda, era justo; pero
Chamberlain no tena la culpa de alcanzar los puntos de mira del mando en la madurez
de su vida. Tuvo el propsito de llegar a ellos en todo tiempo, pero la ruta fue larga y
cada paso estorbado por nuevos obstculos.
La relacin empieza con la historia de Joe el Radical. Vemos a este robusto,
agresivo y viril campen del cambio subversivo adelantndose a dar la batalla contra
todas las venerables y aceptadas instituciones de la poca victoriana. Le vemos
combatir tan pronto esgrimiendo una tizona tan pronto un garrote, para lograr el
establecimiento de nuevos niveles para la ascensin social y poltica de la masa
popular. En su lucha no se arredra ante nada ni esquiva ningn antagonista. La
monarqua, la Iglesia, la aristocracia, la Cmara de los Lores, el partido agrario, la
sociedad de Londres, la franquicia limitada, los grandes intereses y las privilegiadas
profesiones: a todo le llega la vez de servirle de blanco.
Pero no se trataba de una campaa de mera demagogia, de gritos y amenazas, de
palabrera y empellones. Era el esfuerzo arduo, fro, profundamente consciente de un
hombre que, aunque elevado sobre las masas por una educacin superior y una renta
adecuada, se da perfecta cuenta de la vida del pueblo, de las presiones que lo
oprimen, de las injusticias y desigualdades que incuban el rencor en su pecho, de los
apetitos y las aspiraciones a que suele responder; y que, con resolucin cordial, se
ofreci a las masas populares como su gua al que nada poda intimidar.
Consciente o inconscientemente se haba preparado para esta aventura mediante
dos distintas clases de ejercicios y experiencias, cada una de las cuales ha servido a
menudo a otros hombres como una carrera completa por s misma. Haba logrado
fundar, con la desenvuelta sagacidad que estima la competencia en los negocios, y en
contra de todos sus rivales domsticos y extraos, una nueva y considerable industria
capaz de proporcionarle medios de vida sin tener que recurrir al favor o a la
proteccin. El xito de su negocio fue tan firme, brillante y tenaz como los tornillos
que fabricaba. Y despus de treinta aos de trabajo como fabricante de tornillos de
Birmingham, le fue dable retirarse de la firma Chamberlain y Nettlefold con 120 000
libras de capital bien ganado. El dinero ya no le interes ms. Haba logrado liberarse
de su propio esfuerzo. En lo sucesivo hallbase revestido de una armadura completa
abolirlos.
A los cuarenta y nueve aos, Chamberlain se asom al umbral de un cambio
completo. Su visin de nuestra vida nacional que, aunque siempre intensa, haba sido
hasta entonces estrecha y corta, se ensanch y se alarg; y le hizo posible percibir que
el desarrollo inexorable de los acontecimientos se haba mostrado contrario a los
anhelos expectantes de su juventud y de sus comienzos polticos. El resto de su vida
hubo de ser gastado en la lucha contra las fuerzas que tan ampliamente haba
contribuido a poner en accin. En 1870 haba combatido ardientemente el proyecto de
ley de enseanza de Forster. Rechazado por la Iglesia y por Gladstone al mismo
tiempo, vivi lo bastante para defender con repugnancia, sin duda el acta de
enseanza de Balfour, en 1902, que estableci en definitiva la educacin sectaria como
un elemento vital de la vida inglesa. Crey en su primera fase que la monarqua
britnica tena sus das contados; vivi para verla convertida en el broche de la
estructura total del Imperio a cuya edificacin dedic los ltimos aos de su
existencia. Como presidente del Board of Trade formul las ms conspicuas
condenaciones contra la Proteccin y el impuesto sobre artculos alimenticios que
jams se han odo; pero su memoria quedar unida a su adopcin.
En ms amplias esferas, su poltica condujo a resultados que no haba previsto.
Fue el promotor de los acontecimientos que provocaron la guerra sudafricana, y hay
quien dice que esa guerra inaugur la era de armamentos y violencia que desemboc
ltimamente en la suprema catstrofe. Fue un precursor en la denegacin de la
autonoma irlandesa, con el resultado de que una generacin despus se lleg a un
acuerdo en trminos ante los cuales el mismo Gladstone retrocedera y tras episodios
de los ms odiosos en memoria viviente.
Le ser difcil a la generacin actual darse cuenta de la parte abrumadora que jug
el conflicto autonmico en la vida de sus padres y abuelos. La rebelde Irlanda, que
ahora vemos simplemente como una reunin de condados de deficiente cultivo
agrcola, ajena al desarrollo de los asuntos britnicos, lleg en los aos 1880 a 1890 a
imponerse al Parlamento Imperial. Las pasiones irlandesas, los ideales irlandeses, los
caudillos irlandeses, los crmenes irlandeses conmovan la estructura ntegra de la vida
pblica inglesa. El partido parlamentario irlands, con su ingenio, su elocuencia y su
malicia, destruy el antiguo y caracterstico procedimiento de la Cmara de los
Comunes. Sus diputados atraan la atencin del mundo, fijndola en sus actuaciones.
Hacan y deshacan Gobiernos y estadistas. Como los pretorianos de la antigedad,
pusieron el Imperio, en subasta para entregarlo al mejor postor. Por eso el problema
de Irlanda fue durante ms de veinte aos el supremo recurso. Fue el eje en torno al
cual giraba toda la vida poltica de Inglaterra, y los hombres pblicos alcanzaban el
poder y la fama o los perdan segn fuesen capaces de comprender cmo tal problema
poda resolverse o yugularse.
En el conflicto, Mr. Gladstone barri, simplemente, a Mr. Chamberlain de su
puesto de jefe de la democracia liberal y radical. Fue uno de los ms extraos y al
mismo tiempo de los ms significativos duelos que jams se rieron. La Historia se
abre con el Chamberlain campen de las masas radicales o, como ahora diramos,
socialistas. Nadie jams, en nuestra moderna Historia concit con ms eficaz llamada a
los millones de desamparados y descontentos. Su programa annimo del otoo de
1885 fue desarrollado en una serie de discursos que por su trabazn, su dominio de
tema, su equilibrio, su autoridad y su valenta supera a cuantas propagandas
constitucionales de los polticos de nuestros das puedan ponerse en parangn. Mr.
Lloyd George en Limehouse fue mucho ms all de un perodo en que los viajes eran
mucho ms difciles, y gran nmero de personas recuerdan el asombro que les
produjo. Pero Chamberlain tena una tenacidad de argumentacin, una perfeccin,
una agudeza que sobrepujaba al ltimo y supremo reformador de estos tiempos de
tolerancia.
Mr. Gladstone reinaba majestuosamente sobre la Inglaterra liberal; nico en su
tradicin y oratoria, a sus sesenta y siete aos erguase dominando el turbulento
escenario. Era el gigante de una poca pasada. Simpatizaba poco con las concretas
demandas de mejoramiento formuladas por las clases trabajadoras. Todas esas
cuestiones de reformas sociales, de trabajo, de vivienda, salubridad, luz, agua potable
suscitaban en l solamente un fro, aunque benvolo, inters. Habitaba en un plano de
trascendencia mundial y saba que el corazn de la Gran Bretaa late impulsado por
sentimientos ms que por intereses egostas, por razones mejor que por ganancias. El
gran Partido Liberal, de cuya alma haba sido intrprete durante tantos aos, no poda
desviarse de su fidelidad ante un advenedizo de Birmingham, por competente y
popular que fuese y por grande que resultase su adaptacin a la Nueva Edad. As,
mientras Chamberlain haca para los dems trabajadores una poltica de abastos, el
Gran Anciano ideaba generosas cruzadas libertadoras en el amplio mundo o a travs
del Canal de Irlanda, y desdeaba el lado material de las cosas.
No era demasiado lo que Chamberlain peda. Todas sus reformas, entonces tan
alarmantes, han sido realizadas y dejadas muy atrs en nuestro presuroso caminar.
Constituye ahora un axioma para el partido Tory, que el bienestar del pueblo, la
felicidad de los hogares humildes es el primer deber de un gobernante una vez
preservada la seguridad del Estado. Pero en 1886, Mr. Gladstone bati a Joe en su
propio campo radical, y lo dej maltrecho. Hasta el punto, que lo lanz al desierto.
Durante el resto de la carrera poltica del Gran Anciano, jams volvi Chamberlain a
desempear cargos pblicos. La batalla fue dura, y aunque Mr. Gladstone venci en
su partido, qued herido mortalmente en la esfera imperial y tambin l tuvo que dejar
el Poder. En menos de seis meses, Chamberlain logr que la empingorotada alianza de
Gladstone y Parnell terminase en una derrota ante el Parlamento y en un desastre en
los distritos electorales. El Gran Anciano expuls a su antagonista del hogar liberal a
costa nada menos que de inaugurar lo que se convirti virtualmente en veinte aos de
dominio tory y unionista.
Chamberlain no comprendi nunca el movimiento nacionalista irlands, y sus
personalidades le fueron siempre antipticas. Todos los polticos ambiciosos deseaban
establecer contacto con Parnell. La casa del capitn OShea, oscuro diputado irlands,
presentaba el espectculo conocido como el eterno tringulo. Parnell era el amante
de la mujer de OShea, y ste, alternativamente amenazador y complaciente, sacaba el
partido posible de las forzadas sonrisas y del esquivo patronazgo poltico del jefe
separatista irlands.
Chamberlain estuvo durante mucho tiempo en contacto con Parnell a travs del
capitn. Cuando Gladstone quera estar bien informado, consegua un medio seguro
de comunicacin valindose de la dama. De manera anloga, Chamberlain ofreci a
Irlanda proyectos extraordinariamente bien concebidos acerca de un Gobierno
autnomo sobre la base de un sistema federal. Al decidirse Gladstone por ltimo, se
pronunci a favor de un parlamento irlands. En ambos casos, Gladstone daba en el
corazn del problema, pero no vio ms que una parte del mismo. Estaba ciego ante las
demandas y el pleito del Ulster protestante. Se neg a arrostrar el hecho de la
resistencia ulsteriana. Se revisti de indiferencia ante los derechos de la poblacin de
Irlanda del Norte e inculc esa indiferencia suya al Partido Liberal, predominando en
su espritu por toda una generacin. Elev sta miopa al nivel de un principio
doctrinal. A la postre, lo que todos alcanzamos fue una Irlanda quebrantada y un
Reino Unido deshecho.
La lucha contra la Home Rule no fue de ningn modo lo mejor de la carrera de
Chamberlain. Como en la vida acontece, ningn bando sostena una clara posicin.
Chamberlain haba puesto gran empeo en atraerse al nacionalismo irlands, pero
haba sido rechazado. Gladstone se haba enajenado Irlanda por su empleo de la
violencia, pero volvi a ganarla por opuestos mtodos que implicaban un completo
desprecio de las consecuencias. La burla y el sarcasmo tenan ancho campo para
combatir ambas tendencias. Sin embargo, a esa distancia de tiempo y ya despojada la
Historia de primarias impurezas, podemos apreciar que los dos hombres eran
naturales y sinceros. Sus puntos de vista nunca pudieron ser coincidentes. Segn la
expresiva frase de Hartington, jams se propusieron la misma cosa. Gladstone no
comprendi nunca la fuerza de Chamberlain hasta que se enfrent con l en esta lucha
a muerte. Nunca habl as cuando habl por nosotros, dijo quejndose, despus de
uno de los implacables ataques de Chamberlain contra el proyecto de autonoma
irlandesa. Con frecuencia debi Gladstone de reprocharse a s mismo el no haber
puesto personalmente ms empeo en atraerse a su rebelde lugarteniente. Pero
nosotros podemos ver ahora que ello habra sido intil. La raz estaba cortada a
cercn.
Entre los inviernos de 1885 y 1886 sufri Chamberlain una serie de abrumadores
golpes como pocas veces cay en el lote de un hombre pblico de nuestro pas. Toda
la obra poltica de su vida fue deshecha. Todo su predominio sobre la democracia
radical, perdido. Sus camaradas y amigos ms ntimos se convirtieron en lo sucesivo y
a travs de toda su vida en sus adversarios. La ruptura poltica con John Morley, la
tragedia de Charles Dilke rompieron el crculo no slo de su vida pblica, sino de su
pensamiento y de su vida privada. Su amistad con Morley logr conservarse a travs
de la sima del antagonismo poltico. Su amistad con Dilke fue tenaz, pero vanamente
prolongada sobre el abismo del personal desastre. Tuvo que hacerse amigos y trabajar
durante largos y sombros aos en un reducido grupo con aquel mismo Hartington y
aquellos mismos whigs que estuvo a punto de desterrar de la escena parlamentaria.
Tuvo que aprender el lenguaje de aquellos mismos tories contra los que haba tratado
de lanzar el nuevo electorado.
Los irlandeses fueron sus ms pertinaces enemigos. stos introdujeron en su
poltica britnica una corriente de odio que les era tpica y cuya genealoga se
remontaba a siglos, que Inglaterra ha dejado felizmente atrs. Saban que
Chamberlain, ms que cualquier otro, haba hundido a Mr. Gladstone y frustrado la
Home Rule. La perversidad de su resentimiento jams fue rebasada por nada de
cuanto he podido ver en este mundo de confusiones. Chamberlain les replicaba con
sarcasmo y largo, lento y paciente antagonismo. Se convenca de que, en efecto,
tenan razn en odiarle.
En estos debates, Chamberlain demostraba su grandeza. Su incomparable
cordialidad, su constancia, su perfecto dominio de s mismo, su genio de la amistad,
segn calificacin de Morley hecha aos ms tarde, todo lo iluminaba entre tantos
afanes. Fue un amigo fiel. Nadie disinti de l ms, o le resisti con mayor tenacidad
que su camarada y colega John Morley. La autonoma de Irlanda, el librecambio, la
Pero un largo y spero intervalo sigui. Desde 1886 hasta 1892 Chamberlain se
sent primero con Hartington, despus (una vez que ste lleg a ser duque de
Devonshire) solo, al frente de los bancos de la oposicin, entre los murmullos de
reproche de los derrotados gladstonianos y el odio implacable del nacionalismo
irlands. All se sentaba mientras sostena al Gobierno unionista en el Poder. Jams
fluctu. La dimisin de Lord Randolph, ocurrida casi al principio, pareca privar a
Chamberlain de su nico eslabn con el gabinete. Fue un ejemplo de esplndido
aislamiento. La administracin salisburiana, a travs de muchos errores, prosegua
afanosa y obstinada. Inmensa paciencia y dominio de s mismo se precisaban.
Chamberlain no careca de ambas cosas. Hasta 1895 no alcanz su ltima y ahora ms
famosa fase como secretario de Colonias y como gran imperialista.
Conservo muchos vividos recuerdos del famoso Joe. Fue siempre muy bueno
conmigo. Haba sido amigo, enemigo y otra vez amigo de mi padre. Fue, a veces, su
enemigo en los das de triunfo, y a veces su amigo en tiempos de adversidad; pero
siempre haba subsistido entre ellos una camaradera batalladora y una personal
inclinacin. En el tiempo en que terminaba mi servicio militar y me senta atrado por
la poltica, Mr. Chamberlain era sin comparacin la figura ms briosa, ms brillante,
ms rebelde, ms batalladora de la vida pblica inglesa. Sobre l en la Cmara de los
Lores reinaba augusto, venerable, Lord Salisbury, presidente del Consejo desde Dios
saba cundo. A su lado, en el banco del Gobierno, Arthur Balfour, prudente, cauto,
pulido, comprensivo, intrpido, diriga la Cmara de los Comunes. Pero Joe era la
figura relevante. Era el hombre a quien las masas conocan. Era quien tena soluciones
para los problemas sociales; el que estaba dispuesto a avanzar, sable en mano si era
preciso, contra los enemigos de la Gran Bretaa; aquel cuyos acentos resonaban en los
odos de todas las juventudes del Imperio y en multitud de jvenes de Inglaterra.
Seguramente he sostenido con Chamberlain muchas ms conversaciones de
verdadera importancia que con mi propio padre, muerto tan joven. Aunque fue
siempre de lo ms perspicaz, ello no le impeda ser extraordinariamente ingenuo y
franco. Mi primer recuerdo data del verano anterior a la guerra sudafricana. Ambos
ramos invitados de Lady Saint Helier, que tena una agradable casa a orillas del
Tmesis; pasamos la tarde navegando por el ro en una lancha. Estuvo sumamente
amistoso conmigo, hablndome de igual a igual y despus como su hijo Austen
sola referir me hizo toda clase de recomendaciones. Las negociaciones con el
presidente Kruger hallbanse entonces en un momento delicado. Yo comprenda
indudablemente que deba conquistarse una posicin ms firme, y recuerdo sus
palabras. Es intil sonar el clarn para dar la carga si al volver la vista en torno vemos
que nadie nos sigue. Pasamos despus ante un anciano sentado muy tieso en una
silla, en su prado a la orilla del ro. Lady Saint Helier dijo: Miren ustedes, all est
Labouchere. Un montn de trapos viejos, fue el comentario de Chamberlain
mientras le volva la espalda a su virulento adversario poltico. Me sorprendi la
expresin de desdn y enojo que adquiri su rostro, breve pero intensamente. Me di
cuenta, instantneamente, de cun mortales eran los odios que mi amable, corts y
animado compaero haba contrado y excitado en sus querellas con el Partido Liberal
y con Mr. Gladstone. Nada se les haba quedado por decir a sus antiguos secuaces y
correligionarios. Judas, traidor, ingrato, trnsfuga, sos eran los trminos corrientes
con que a cada momento era atacado por la difamacin radical.
Seis aos ms tarde, despus que hubo escindido al Partido Conservador y agitado
convulsivamente el pas al preconizar la solucin proteccionista, sostuve con l mi
ltima conversacin importante. Yo estaba escribiendo entonces la Biografa de mi
padre y me dirig a Chamberlain para pedirle los originales o las copias de las cartas
que tuviese en su poder. Nos encontrbamos a la sazn en plena batalla poltica, y
aunque mi significacin fuese pequea, le haba atacado con toda la fiereza de la
juventud, cara a cara en el Parlamento y a travs de todo el pas. Yo era uno de
aquellos conservadores ms jvenes y destacados en su oposicin a la poltica en que
l haba puesto su corazn y los ltimos arrestos de su vida.
Con gran sorpresa ma, me contest invitndome a ir a pasar una noche con l en
Highbury para ver los documentos. Y as lo hice, no sin cierta inquietud; cenamos
solos. A los postres una botella de Oporto de 1834 fue descorchada. Slo se hizo
una brevsima alusin a las controversias en curso. Creo que tiene usted razn me
dijo, pensando como piensa, en unirse a los liberales. Debe esperar que le lancen
los mismos ultrajes que yo he sufrido. Pero si un hombre est seguro de s mismo,
slo sirven para estimularle y hacerlo ms eficaz. Fuera de esto, nuestra conversacin
recay en los debates y en las personalidades de veinte aos antes.
Estuvimos charlando hasta las dos. Joe exhibi diarios, cartas y notas de los
aos 1880 a 1890, y como cada fragmento evocaba memorias de los pasados das, l
hablaba con una animacin, una simpata y un encanto que me deleitaban. Me parece
un cuadro interesante el de este viejo estadista en la cspide de su carrera y en lo ms
duro de sus luchas tratando con tan generoso desprendimiento a un juvenil, activo,
truculento y, como l saba muy bien, irreconciliable adversario pblico. Dudo que la
tradicin inglesa de no llevar la poltica a la vida privada haya podido ir mucho ms
lejos.
Observad ahora cun rpidamente puede la Fortuna cambiar la escena y dar luz a
la batera! Quince das despus de este melanclico viaje, Sir John French realizaba su
sueo favorito. Era generalsimo el mejor y ms grande Ejrcito que jams haba
enviado Gran Bretaa al extranjero, y ello al empezar la mayor guerra que jams
haban reido los hombres. Cuando le volv a ver fue en el crtico y trascendental
Consejo del 15 de agosto de 1914, en el que, habiendo sido declarada la guerra de
Alemania, se decidi enviar a Francia las fuerzas expedicionarias, ntegras, bajo su
mando. Y diez das ms tarde, una vez realizada segura y puntualmente por el
Almirantazgo esta gran operacin, vino solemne, radiante y con brillantes ojos a
despedirse de m antes de embarcar en el rpido buque que lo esperaba en Dover.
Pero el fin de la guerra es triste!
French era soldado por naturaleza. Aunque careciese de la capacidad natural de
Haig y hasta quiz de su inagotable resistencia, tena una visin militar ms profunda.
No era igual a Haig en precisin o en detalle; pero tena ms imaginacin, y jams
habra expuesto al Ejrcito ingls a una tan larga y continuada serie de matanzas.
El primer choque de la guerra fue dramtico hasta el ms alto grado de intensidad.
Sir John French ri muy pronto con el general Lanrezac, que mandaba el Quinto
Ejrcito francs, el ms avanzado hacia la izquierda. Lanrezac era un oficial de mrito,
un maestro de la ciencia militar en la ms alta escala. Durante aos haba sido profesor
en la Escuela de Estado Mayor de Francia. Era uno de esos franceses que sienten una
aversin casi fsica, nacida de siglos de tradicin, por los ingleses. Experimentaba
desdn por el Cuartel General britnico y consideraba como un favor que se
permitiese a su dbil Ejrcito venir a ayudar a Francia. Sus maneras, no slo para con
sus aliados, sino para con su propio Estado Mayor, eran odiosas y lo condujeron
rpidamente a la ruina. Sin embargo, Lanrezac, desde el principio mismo, se percat
de la locura del Plan XVII de Joffre. Vio el enorme movimiento hacia la derecha
que realizaban los alemanes a travs de Blgica y lo juzg avasallador. Sus mapas
reservados acusaban da tras da el desarrollo de esta prodigiosa operacin
envolvente. Clam a voces e incesantemente ante el Gran Cuartel General desde la
primera semana de agosto que su Ejrcito debera moverse hacia el Sambre y el Mosa
y ser reforzado hasta el extremo posible. Al fin se le permiti dirigirse hacia el Norte y
emprendi la marcha con sus tropas durante una semana. Lleg a las proximidades de
Charleroi. Aqu puso su ala izquierda en contacto con los ingleses y se mantuvo con
ellos en el camino de la invasin de Blgica contra una superioridad numrica de dos
a uno.
Sir John French, que tambin alcanzaba aquella zona a marchas forzadas, no tena
otro pensamiento que cooperar con l. El general Spears, entonces teniente, nos ha
ilustrado sobre este escenario en su brillante obra Liaision 1914. El generalsimo
ingls fue a ofrecer sus respetos al Alto Mando del Quinto Ejrcito. El francs que
hablaba French representaba el lmite del esfuerzo britnico en esa lengua. En armona
con la moda inglesa del siglo XVIII, pronunciaba las palabras francesas del ms brutal
modo ingls. Sola llamar Compiayny a la confluencia del Yny y del Weeze. En
este momento era punto de importancia estratgica el paso del Mosa en Huy. Sir John
inici la conversacin de cumplido preguntando si Lanrezac crea que los alemanes
trataran de forzar el Mosa en Huy. Huy era uno de los peores nombres que pudo
haber intentado pronunciar. Indica Spears que Huy puede lograrse imitando
simplemente un silbido! Sir John lanz un Hoy. Lanrezac, agobiado por su
profundo conocimiento de la situacin general, no pudo evitar su desprecio ante tan
grosera ignorancia. Cuando la pregunta de Sir John le fue al cabo traducida en
trminos inteligibles, replic de manera insultante: Oh, no; los alemanes vienen al
Mosa slo a coger peces. Sir John, que tena muchos aos de servicio activo y
mandaba cinco Divisiones de Infantera y una de Caballera, todas ellas de soldados
profesionales, comprendi en seguida que estaba siendo tratado con rudeza. En estas
condiciones, y uno al lado de otro, fueron reidas por los dos generales las extensas e
importantes batallas de Charleroi.
El peso de las masas alemanas en una regin tan quebrada y fragosa, donde la
artillera francesa slo poda desempear un pequeo papel, hundi el frente del
Quinto Ejrcito. Lanrezac, con clarividente comprensin, orden una inmediata y
continua retirada. Que salv la situacin por esta retirada, es incuestionable; pero
tambin lo es que el Ejrcito expedicionario britnico pudo muy bien haber sido
copado o destruido. Los ingleses, que se haban mantenido con tesn en la batalla de
Mons, se encontraron en peligro de ser desbordados por ambos flancos. Sir John
French nos ha dicho ingenuamente en sus Memorias que sinti por un momento la
tentacin de lanzarse contra Maubeuge con la esperanza de poder restaurar el frente. A
lo lejos se ergua la fortaleza con sus circulares aproches de alambradas y trincheras.
Sir John nos refiere que le disuadi de su propsito el recuerdo de una frase de
Hamlet: El jefe de un ejrcito en retirada que se encierra en una fortaleza, procede
como aquel que cuando el navo zozobra se agarra al ancla. En realidad, nunca
consider en serio el dar tan absurdo paso. Al contrario, tan pronto le fue posible se
dirigi hacia Pars. Las rdenes que tena de su pas lo hacan independiente y le
Estado Mayor general francs) que con un poco ms de audacia para lanzar hacia
delante el ala izquierda francesa, se habra arrojado a los alemanes de gran parte de
sus conquistas. En este sentido resultaba de gran importancia la retencin de Amberes;
pues, entonces, la lnea podra asentarse sobre los puntos Amberes-Gante-Lila. Sir
John French tuvo empeo en que as se hiciese y se esforz en conseguirlo. Partiendo
de las cercanas de Saint-Omer avanz hacia Armentires e Ypres. Pero los alemanes
tenan preparado su contragolpe. Cuatro Cuerpos de Ejrcito de reserva, compuestos
de jvenes, pero no inexpertos voluntarios, fuertemente encuadrados, fueron
arrojados frente al avance ingls. Sir John, dentro de la ms exacta concepcin de la
guerra, corra ahora tremendo riesgo. Distendi su frente hasta un desesperado lmite.
Con su ala derecha luchaba en Armentires, con la izquierda trataba de abrirse paso
hacia Menin. Una serie de tremendos, penosos combates, fueron su consecuencia.
Hubo momentos en que nos vimos reducidos tan slo a una lnea de bocas de fusil
mantenida por hombres aguerridos y de bateras exhaustas de municiones. Pero la
lnea demostr ser impenetrable y los cuatro bisoos Cuerpos de Ejrcitos alemanes
mordieron el polvo. Esta horrible lucha debe figurar en los anales del Ejrcito ingls.
Y nadie, si los generales pueden poner algo en las batallas modernas, puso ms que el
generalsimo britnico.
Un invierno benigno descendi sobre el torturado frente y el agotamiento paraliz
a ambos ejrcitos en sus blicas trincheras. El supremo episodio de la vida de French
haba concluido. El resto de su mando fue consumido en vanos intentos para romper
la acerada barrera de alambre, ametralladoras y artillera, sin el nmero ni los aparatos
necesarios para una ofensiva. En marzo (1915), Foch perdi cien mil franceses en el
Artois. Sir John, en abril y mayo, perdi veinte mil ingleses en Neuve-Chapelle y
Festubert. Pero su desastre fulminante fue la batalla de Loos. A ella fue Sir John
French forzado por Joffre. Iba a hacer pareja en el Norte con el ataque de cincuenta
Divisiones francesas en Champaa.
Yo haba intimado con French en el curso del ao y siempre trabaj para que las
cosas fueran lo mejor posible entre l y Kitchener. Le rogu que no accediese a la
ofensiva de otoo de 1915. Su opinin segua siendo la misma. Me opuse a la batalla
en el seno del Gabinete, hasta que fui excluido de l. No haba medio de romper el
frente fortificado alemn hasta que tuvisemos abrumadora cantidad de caones
pesados, masas de obuses, una gran superioridad de infantera y, desde luego, la
mquina imprescindible para aquel empeo: el tanque. Pero nada prevaleci contra la
tenacidad de Joffre y la apreciacin del Estado Mayor francs. Prdidas brutales, que
se elevaron quizs a un cuarto de milln de bajas, fueron sufridas en la ltima
del frente y juntos fuimos en automvil durante las horas del da de ejrcito a ejrcito,
de Cuerpo a Cuerpo. Entr en todos los cuarteles y se despidi de todos los generales.
Yo le esperaba en el coche, como personaje desprovisto de toda representacin oficial.
Almorzamos en una choza arruinada las vituallas que, excelentemente combinadas,
una cestilla contena. Era agudo su pesar, por tener que ceder su alto mando. Hubiera
preferido entregar antes su vida. Tena, no obstante, una creencia firme en la
inmortalidad del alma: si estuvieseis mirando sobre el parapeto, pensaba, y una bala
os atravesase el crneo, todo lo ms que podra sucederos es que ya no pudieseis
comunicar con vuestros semejantes y camaradas, pero estarais all; sabiendo (o quiz
slo viendo) todo lo que pasaba; formando vuestras ideas y vuestros deseos, aunque
totalmente incapaces de comunicarlos. Lo lamentarais en tanto estuvieseis interesados
en los asuntos terrenales. Despus de cierto tiempo vuestro centro de inters
cambiara.
Estaba seguro de que haban de lucir para todos nuevas auroras; mejores, ms
brillantes, ms lejanas.
Sin embargo, si al mirar sobre el parapeto lo hacais de propsito muy mal, os
habrais de ver en el nuevo mundo.
Llovi incesantemente todo el da, y esta conversacin qued impresa en mi
memoria.
JOHN MORLEY
John Morley fue un Victoriano. Creci y floreci en la dilatada era de paz,
prosperidad y progreso que llen el famoso reinado de la reina Victoria. Fue esa poca
la Edad Antonina de Inglaterra. Los que fueron hijos suyos no pudieron entender por
qu no haba empezado antes o por qu habra de tener que acabar. La Revolucin
francesa termin sumindose en la tranquilidad; las guerras napolenicas acabaron en
Waterloo; la Marina britnica se calent al duradero sol de Trafalgar, y todos los
navos del mundo juntos no podran competir con su serena fuerza. La ciudad de
Londres y su Patrn Oro dominaban las finanzas del mundo. El vapor multiplic la
energa humana: Algodonpolis se estableci en Lancashire; ferrocarriles, inventos,
provisiones inigualadas de carbn superior abundaban en la isla; la poblacin creca;
aumentaba la riqueza; disminua el coste de la vida; las condiciones de las clases
trabajadoras mejoraban al ritmo de su creciente nmero.
Los ingleses se sentan seguros de haber alcanzado soluciones satisfactorias para la
resolucin de los problemas materiales de la existencia. Sus principios polticos
haban resistido a todas la pruebas. Todo lo que se requera era aplicarlos ms
completamente. Libertad personal y de Prensa, libertad de trfico, extensin de la
tolerancia, perfeccionamiento del Gobierno representativo y del sistema
parlamentario, supresin de privilegios y abusos todo ello pacfica y
constitucionalmente realizado eran las tareas que tenan ante ellos. Estadistas,
escritores, filsofos, sabios, poetas, todos avanzaban esperanzados y optimistas,
plenos de confianza en que muchas cosas iban bien y en que todo ira mejor.
La labor era atractiva, escaso el riesgo. En un pas
Donde la libertad se expande lentamente
de precedente en precedente,
a las prximas elecciones. Tena demasiada experiencia de la derrota para abrigar una
confiada esperanza. Habl de la fuerza innata del ascendiente conservador sobre
Inglaterra. Yo le habl animndole. Habr una gran mayora, una de las ms grandes
que se han conocido. Y, en efecto, la hubo.
En la Oficina de la India era un autcrata y casi un martinete[7]. Despus de varios
aos, elabor los primeros y modestos proyectos para el Gobierno representativo de la
India, conocidos como las reformas Morley-Minton. l, ardiente apstol del
Gobierno autonmico irlands, no adverta el sentido de contradiccin que
representaba su hostilidad en cuanto se pareciese a la autonoma India. Se apart de
su camino para desafiar a la opinin radical sobre esa solucin, y en sensacional
discurso advirti a sus propios partidarios de los peligros de aplicar al vasto escenario
indio los principios que aplauda en Irlanda y en frica del Sur. S que hay un sector
de opinin que dice que nosotros, obrando cuerdamente, podramos ir abandonando
la India, y que los indios pueden manejar mejor sus asuntos que lo hacemos nosotros.
Cualquiera que se d cuenta de la anarqua, del caos sangriento que de ello se seguira,
bien podra estremecerse ante tan siniestra decisin. Y otra vez: Cuando a travs de
tenebrosas lejanas oigis el spero fragor y los gritos de la matanza, vuestros
corazones os reprocharn lo que habis hecho. Esta perspectiva y estos juicios me
causaron fuerte impresin. Pero los tiempos han cambiado y he vivido para ver a los
jefes del Partido Conservador lanzarse hacia aquellas sendas que el radical Morley
tena miedo de pisar. Slo el tiempo puede decir si sus temores eran infundados.
Su produccin literaria fue muy vasta. Gan su vida con la pluma. Su celebrado
ensayo titulado Compromiso fue durante muchos aos una gua de la juventud liberal,
y su insistencia sobre el deber de mantener un juicio individual independiente en
todas las esferas de la vida y con respeto a todos los credos e instituciones, es un
formidable tnico en estos das de hereja totalitaria. Fue un formidable crtico y
publicista. Edit la serie de Doce Estadistas ingleses, de la que form parte el Pitt de
Rosebery. Entre el coro general de alabanzas con que fue aclamado este libro, el
comentario de Morley da la nota discordante: Nada se puede leer con ms agrado, ni
estar ms brillantemente escrito, a despecho de cierta pesadez debida, de una parte, a
exceso de sustantivos, y, de otra, al excesivo deseo de realzar no slo la opinin del
autor, sino su significacin. Mordaz!
Otra serie mayor fue Literatos ingleses, a la cual contribuy l mismo con Burke.
Su amistad con mi padre, con cuya compaa se haba deleitado, le indujo a echar una
ojeada al borrador de mi Vida de Lord Randolph Churchill. Como Lord Rosebery,
tom gran inters por esta obra, y poseo un montn de largas e instructivas cartas de
comentarios y sugerencias sobre ella, todas escritas con su magnfica caligrafa. Sus
propios libros llenan un buen estante en cualquier selecta biblioteca moderna. Su Vida
de W. E. Gladstone no slo es una esplndida Biografa, sino tambin el ms
autorizado informe contemporneo acerca de la lucha por la autonoma de Irlanda.
Como tal ocupar lugar permanente en nuestros anales, lo mismo que en nuestra
literatura. Sus Cromwell, Cobden y Walpole son contribuciones de la ms alta calidad.
Buce profundamente en la Historia moderna de Francia, desde los das de los
Enciclopedistas y de la Revolucin, de la que fueron heraldos Diderot, Voltaire y
Rousseau. Son, y probablemente sern dice el general Morgan en su grato
homenaje[8], los ms agudos, los ms simpticos y los mejor informados estudios
en lengua inglesa. Su estilo dice el mismo autor es austero. Tiene ms gracia
que encanto; difunde luz, pero nunca genera calor Es el ms impersonal de todos
nuestros grandes prosistas. Es realmente cierto que el calor que prodiga en su
oratoria lo regateaba en sus escritos.
Comparta con mi padre su sentimiento de confianza en el pueblo ingls. Cuando
le record un da las palabras de Lord Randolph: Nunca he temido a la democracia
inglesa y Confiad en el pueblo y le manifest que yo haba sido educado en ello,
me dijo: Est muy bien. El obrero ingls no es dialctico como el rojo francs, al
que tambin conozco. No piensa en nuevos sistemas, sino en conseguir mejoras
dentro del que tiene. He comprobado que esto es cierto.
Desde 1908 en adelante mi asiento en el Gabinete estuvo al lado del suyo. Seis
aos de constante, cordial y para m estimulante proximidad! Semana tras semana, a
menudo varias veces por semana, considerbamos, uno al lado del otro, los negocios
e incidentes nacionales, de partido o personales, durante un perodo de dura lucha
poltica. Los vecinos de Gabinete, si adems son amigos, experimentan la natural
tendencia a comunicarse sus confidencias, especialmente acerca de sus colegas y de su
actuacin. Comentarios en voz baja, o rpidamente escritos, pasan de uno a otro.
Fsicamente contemplan desde el mismo punto de vista el escenario del Consejo.
Personalmente llegan a estar mucho ms ligados entre s. Y John Morley para m fue
siempre un compaero encantador, un hombre unido al pasado, el amigo y
contemporneo de mi padre, el representante de grandes doctrinas, un protagonista en
histricas controversias, un maestro de la prosa inglesa, un erudito til, un estadistaautor, un archivo de vastos conocimientos sobre la casi totalidad de las materias de
prctico inters. Fue para m un honor y un privilegio el poder consultar y tratar con
l en pie de igualdad, a travs del abismo de treinta y cinco aos en que su edad
exceda de la ma, en aquella poca de rpida sucesin de formidables y confusos
acontecimientos.
Semejantes hombres no se encuentran hoy. Desde luego, no existen en la poltica
inglesa. Yo no veo ninguna figura que se parezca o recuerde a los estadistas liberales
de la poca victoriana. Para hacer frente al predominio aristocrtico de aquellos
tiempos, un muchacho de Lancashire, hijo de un mdico de Blackburn, sin favor ni
fortuna, tena necesidad de toda clase de armas intelectuales, de las mayores aptitudes,
de todo, en fin, lo que la ilustracin y la cortesa, la dignidad y la constancia pueden
otorgar. Hoy en da, cuando todo hombre es tan bueno como otro o mejor, como
irnicamente observaba Morley en cierta ocasin, algo har. El predominio de los
privilegiados ha pasado; pero no ha sido sustituido por el de los eminentes. Los
pedestales que durante varios aos permanecieron vacantes han sido ahora demolidos.
Pero de todos modos el mundo sigue su marcha, y la sigue tan de prisa que son pocos
los que tienen tiempo para preguntar a dnde va. A esos pocos slo una Babel
responde.
Pero en la juventud de John Morley, la corriente era clara y consciente y su flujo
no tan grande que pudiese exceder del humano dominio.
En 1910 mi amigo empez a sentir el peso de los aos. Tena entonces ms de
setenta, y el Departamento de la India lleg a constituir para l tan pesada carga, que
ya no poda soportarla fcilmente. Se lo confi a Mr. Asquith. Sin duda, ste saba las
divergencias sobre la poltica exterior existentes entre Morley y Grey. Lo cierto es que
asinti. Cuando me enter sent gran pesadumbre. Bajo tal impresin escrib al primer
ministro lo siguiente:
Departamento del Interior
Octubre, 22-1910
No sin cierto recelo le escribo sobre un asunto que puede usted considerar como
ajeno a mi incumbencia. Ayer habl con Morley me pareci descubrir claramente en
su estado de espritu algo as como el sentimiento ntimo de haberse dejado ir
demasiado lejos. Le enojar mucho, sin duda alguna, el saber que yo he llegado a tal
conclusin, y an mucho ms el saber que se la comunico a usted. Pero lo hago
porque creo firmemente que la separacin absoluta de Morley del Gobierno, en esta
ocasin, podra resultarnos desventajosa, y, en segundo lugar, porque le profeso
lucha de Lieja, los horrores de Lovaina? Personalmente creo que, si hubiese esperado
cuarenta y ocho horas, se habra puesto con el alma y el corazn a la cabeza de sus
conciudadanos. Pero al volver la vista atrs me alegro de no haber prevalecido sobre
l. Fue mejor as para su reputacin y para el gran perodo de convicciones que
encarnaba, que fuese slo testigo inoperante y levantase intilmente sus manos en
protesta y censura contra el diluvio inminente. El Viejo Mundo de cultura y calidad de
jerarqua y tradicin era digno de sus campeones. En el tormento en que pereca, no le
fall su portaestandarte.
Al cabo dejaron a Morley irse solo. La presin de los acontecimientos, que yo
haba tratado de advertirle, pronto proporcion razones, oportunidades y excusas
bastantes a los colegas que lo haban proclamado como su mentor. Permanecieron en
sus puestos con varia suerte y diferentes explicaciones, y Lloyd George se adapt tan
afortunadamente a las nuevas circunstancias, que se convirti en el principal e
inflexible propugnador de la Guerra, apstol del golpe demoledor y amo
indiscutido del triunfo. Fue para estos colegas apstatas para quienes reserv Morley
en su Memorndum sus ms acerbas censuras. Winston, al cual siempre mir con
paternal benignidad, no fue nunca objeto de su reproche. Mucho lo celebro.
Mantener intenso antagonismo con un respetado amigo en el momento de una
decisin suprema y no perder ni su amistad ni su comprensin, proporciona
duraderos elementos de consuelo cuando uno vuelve la vista atrs a lo largo del
prolongado, fatigoso sendero de la vida.
Morley alcanz el prestigio y la ancianidad en un mundo brillante y lleno de
esperanzas. Vivi para ver a aquel mundo hecho pedazos y sus esperanzas rotas y su
riqueza disipada. Vivi para ver el temido Armageddon (la visin colrica de esta
guerra horrible), las naciones lanzadas una contra otra en la ms grande, la ms
devastadora y acaso la ms feroz de todas las humanas querellas.
Vivi para ver hecho pedazos todo aquello en que crey, todo aquello por lo que
se afan. Sufri el cataclismo del hierro y del fuego; pero tambin sobrevivi para ver
la isla por l tan amada emerger de nuevo victoriosa de la prueba suprema. Vivi an
para darse cuenta de los inmensos, fascinadores, aunque misteriosos e incontables
retoos que por doquiera brotan entre las ruinas de las organizaciones que l haba
conocido.
HINDENBURG
Hindenburg! Ya el mismo nombre es macizo. Armoniza con aquel alto,
corpulento personaje de espesas cejas y gruesas facciones y colgantes mejillas que, a
fuer de conocido, es familiar para el mundo moderno. Es un rostro que podra
agrandarse diez veces, cien veces, mil veces, y ganara en dignidad y an mejor en
majestad; un rostro tanto ms solemne cuanto ms gigantesco. En 1916 los alemanes
hicieron su estatua en madera, colosal, erguida sobre el gnero humano; y los fieles
admiradores, por veintenas de miles, entregaban sus monedas al Prstamo de Guerra,
por el privilegio de clavar un clavo en el gigante que sostena a Alemania contra el
mundo. En la agona de la derrota, la estatua fue derribada para lea. Pero quedaba en
efecto: un gigante; tardo de pensamiento, tardo de movimiento, pero seguro, firme,
fiel, guerrero y, sin embargo, benigno, ms grande que el nivel ordinario de los
hombres.
Su vida fue la de un soldado y su juventud una preparacin para las armas. Luch
como subalterno en todas las batallas que sirvieron a Bismarck para establecer por fin
el podero indestructible del pueblo alemn despus de centurias de pequeos feudos
formidablemente unidos. Luch contra Austria en Kniggrtz en 1866. Luch contra
Francia en 1870. Sobre las ensangrentadas laderas de Saint Privat, tumba de la
Guardia Prusiana, Hindenburg marchaba con intrpido paso. La mitad del regimiento
de la Guardia a que perteneca sucumbi. Luch en Sedn. Advirtiendo el inmenso
crculo de bateras prusianas que abrasaban sin remisin a los franceses, observ con
gusto: El mismo Napolen se est cociendo en esa caldera.
Amaba el viejo mundo prusiano. Vivi en la tradicin famosa de Federico el
Grande. Toujours en vedette, segn el dicho militar alemn: Siempre de centinela.
Encarnaba el viejo y buen espritu prusiano de Potsdam; el elemento oficial pobre,
sobrio, pero conservando el honor con fidelidad feudal y consagrando toda su
existencia al rey y a la patria: la clase ms respetuosa con la aristocracia y las
los ejrcitos rusos en el Norte; los invasores fueron barridos del suelo alemn por un
ejrcito que contaba poco ms que un tercio del ruso. Las prdidas de stos
excedieron del doble del efectivo total de sus vencedores.
Las asombrosas victorias en el Este acaecieron en el momento preciso en que el
pueblo alemn se percataba de que sus tropas haban sido rechazadas de Pars y de
que la poderosa embestida que iba a terminar la guerra en las primeras seis semanas
haba fracasado. Se consolaron y animaron al recibir las buenas noticias de que
Hindenburg haba aplastado a los rusos. Desde aquel momento, Hindenburg, con su
asombroso jefe de Estado Mayor, Ludendorff, se convirti en el pilar ms fuerte de la
esperanza alemana. Los historiadores militares ingleses han usado el signo cabalstico
I-L para representar esta famosa combinacin que, durante la guerra, y para el mundo
exterior al menos, se present como una rplica de la camaradera de Lee y Jackson, y
an ms remotamente de la fraternidad de Marlborough y Eugene. I-L lleg a ser muy
pronto rival del Gran Cuartel General. Moltke haba desaparecido con la quiebra del
Marne, y un nuevo jefe, quizs el ms capaz de los caudillos alemanes, Falkenhayn,
diriga los Ejrcitos tudescos. Segua mirando al Oeste como el escenario en el cual
habra de obtenerse la decisin. Aqu estaban las mayores fuerzas; aqu, los odiados
franceses; aqu, sobre todo, y segn sus propias palabras, nuestro ms peligroso
enemigo Inglaterra, con el cual la conspiracin contra Alemania se sostiene y se
cae.
Pero la guerra en el Este domina, aunque de diferente modo. Crean que con seis u
ocho Cuerpos de ejrcito adicionales podran destruir inmediatamente el poder militar
de Rusia. Si hubiesen dispuesto de esta fuerza o an de menos, si la hubieran utilizado
en un gran movimiento envolvente haciendo girar hacia el Norte su ala izquierda,
habran copado ms de un milln de tropas rusas en el saliente de Varsovia y
provocado la retirada fulminante de los ejrcitos moscovitas del Sur que estaban
empeados con los austracos. Una vez conseguido esto podran todos volverse hacia
el Oeste y acabar con los franceses. Tal era la diferencia en la concepcin estratgica.
Haba tambin en litigio una discrepancia de intereses, as como ciertas rivalidades
honorables en la causa comn.
Estas divergencias, aunque veladas bajo las formas estrictas de la disciplina militar,
se hicieron pronto agudas. Falkenhayn dispona en el Oeste de siete veces las fuerzas
de Hindenburg. Aqul era el generalsimo alemn; el emperador le prestaba odos;
predominaba sobre el Estado Mayor General. I-L vivan de lo que queran darles; eran
los compaeros novatos. Pero as como los jefes rusos en lucha contra los alemanes
no tenan ms que horrorosos desastres que contar, as los alemanes en el frente
nervios se precisaban!
El relato que hace Hindenburg de lo que pas a continuacin es caracterstico:
Frente el castillo de Pless encontr a mi Supremo Seor de la Guerra esperando
la llegada de Su Majestad la emperatriz El emperador me salud inmediatamente
como jefe del Estado Mayor General del ejrcito de operaciones, y al general
Ludendorff como a primer lugarteniente general. Tambin se present el canciller
Imperial que acababa de llegar de Berln y pareca estar tan sorprendido como yo del
cambio de jefe de Estado Mayor General, cambio que Su Majestad le anunci en mi
presencia.
En lo sucesivo, la direccin ntegra de la mquina blica alemana caa en manos de
la temible pareja. Y no solamente esto, sino que por aadidura asuman la principal
autoridad poltica de Alemania. Estabilizaron el frente austraco contra Rusia.
Destruyeron a Rumania. Mantuvieron sin romperse sus lneas contra los ingleses en
espera de que llegasen los ansiados das de invierno. Con el nuevo ao hicieron una
prudente retirada en el Oeste que desconcert por completo los planes de los Aliados.
De pronto, rpida y silenciosamente, los alemanes se retiraron a las recientes e
inmensas fortificaciones de la Lnea Hindenburg, y ganaron un respiro de cuatro
meses. De pronto, abrironse de nuevo las compuertas por ambas partes y la furia de
la Guerra se intensific. Rusia se desintegr en revolucin y en ruina. La paz de BrestLitovsk fue firmada. I-L pudo entonces columbrar una vasta y suprema oportunidad
en 1918. Sus planes no se interrumpieron por la carnicera de las luchas con los
ingleses en Passchendaele. Se saban en situacin de poder traer un milln de
hombres y cinco mil caones de refuerzo desde el frente ruso y de tener en 1918, por
primera vez desde el principio mismo de la guerra, una grande y definitiva
superioridad en el frente del Oeste.
Pero estas grandes medidas de tctica iban acompaadas de un fatal error. El par IL lleg a creer que una campaa submarina en gran escala hambreara a Inglaterra y
obligara al Imperio britnico a pedir la paz. Contra el deseo del Kaiser, contra las
indicaciones del canciller alemn y el Ministerio del Exterior, insistieron en una guerra
submarina ilimitada, y el 6 de abril de 1917 los Estados Unidos declararon la guerra a
Alemania. En todo esto Hindenburg actuaba fuera de la esfera militar en la que l y su
colega eran expertos. Confiaban con exceso en un dispositivo estrictamente mecnico.
Apenas se fijaron en las tremendas reacciones que la aparicin de un nuevo y
poderoso antagonista entre las fuerzas contra Alemania iban forzosamente a provocar
un talento y una fuerza que no fueron igualados por ninguna mujer en la poltica
inglesa. Una custica frase de un discurso de 1922 ser suficiente: El Gobierno de
Lloyd George, acusado de tendencias perturbadoras y belicistas, haba cado, siendo
sustituido por Bonar Law, que vena llamado a cumplir un mandato de tranquilidad.
Tenemos que escoger dijo la joven dama a un inmenso auditorio entre un
hombre que sufre del mal de San Vito y otro que padece la enfermedad del sueo.
Debi de haber sido el ms grande de los humanos goces de Henry Asquith en su
ocaso el encontrar a su lado este admirable ser que haba trado al mundo, armado,
vigilante y activo. Sus hijos son su mejor recuerdo, y sus vidas reproducen y reviven
sus cualidades.
En la poca en que lo conoc mejor, estaba en lo ms alto de su poder. Grandes
mayoras le apoyaron en el Parlamento y en el pas. Contra l estaban concitadas todas
las fuerzas conservadoras estlidas de Inglaterra. El conflicto incesante creca ao tras
ao y llegaba a adquirir peligrosa intensidad en el interior mientras fuera se
congregaban sombra y tercamente las fuerzas de la tempestad que iba a hacer
zozobrar nuestra generacin. Nuestros das se gastaban en luchas de partido en torno a
la Autonoma de Irlanda y el veto de la Cmara de los Lores, mientras sobre el
horizonte fatales y constantes sombras se espesaban o palidecan, y hasta en los
momentos en que el sol brillaba pareca notarse un susurro en el aire.
Siempre fue Asquith muy carioso conmigo y form buen concepto de mis
facultades intelectuales; fue evidentemente llevado a ello por razn de los mltiples
documentos oficiales que yo redactaba entonces. Un tema cuidadosamente
desarrollado, primorosamente impreso, ledo por l a gusto, generalmente mereca su
aprobacin. Y en lo sucesivo poda otorgar su decisivo apoyo. Su ordenado y
disciplinado espritu se deleitaba con el razonamiento y su adecuada expresin. Bien
vala siempre la pena de gastar muchas horas en exponer un asunto en la forma ms
eficaz y concisa para su examen por el primer ministro. En realidad, yo creo que deb
los repetidos ascensos a los altos puestos que l me otorg ms bien a mis informes
reservados sobre asuntos de gobierno que a ninguna impresin producida por
conversaciones o discursos en la tribuna popular o en el Parlamento. Uno se daba
cuenta de que el caso iba a ser sometido a un alto tribunal y de que la repeticin, el
verbalismo, la retrica, los argumentos falsos iban a ser impasible, pero
inexorablemente dados de lado.
En Consejo era marcadamente silencioso. Es seguro que jams pronunci una
palabra en el Gabinete como viese el medio de pasar sin decirla. Se sentaba, como el
gran Juez que era, para or con disciplinada paciencia el caso expuesto por cada parte,
intercalando de vez en cuando una pregunta o un comentario breve, instigador o
fecundo, que daba ocasin para hacer un giro hacia la meta que quera alcanzar; y
cuando al fin, entre todas las perplejidades y contrarias corrientes de la opinin hbil y
con vehemencia expuesta, l decida, era muy raro que el silencio que haba guardado
hasta entonces no volviese a caer sobre todo.
Le disgustaba hablar de negocios fuera de las horas de despacho y jams iniciaba
triviales conversaciones sobre temas polticos ni tomaba parte en ellas. La mayor parte
de los grandes parlamentarios que he conocido hallbanse siempre dispuestos a hablar
de poltica y a dar su nota personal en la movida y cambiante escena; Balfour,
Chamberlain, Morley, Lloyd George, se lanzaban con gusto a la discusin de los
sucesos de actualidad. En cuanto a Asquith, o el Tribunal estaba abierto o cerrado; si
estaba abierto, toda su atencin se concentraba en el pleito; si estaba cerrado era intil
llamar a la puerta. Tambin esto puede ser una limitacin en ciertos aspectos. Los
hombres que pasan su vida dedicados a un solo trabajo aprenden por medio de l
muchas otras cosas; y aunque es una gran condicin tener a la vez absorbente inters
por un asunto y poder prescindir de l en horas ms frvolas, en el caso de Asquith
haba ocasiones en que pareca que se desinteresaba demasiado fcilmente, demasiado
completamente. Trazaba una lnea tan estricta entre Trabajo y Recreo, que uno casi
llegaba a pensar que el trabajo haba cesado de atraerle. Persista el hbito adquirido
en una vida de abogado de gran ejercicio; el caso, una vez resuelto, era abandonado;
formado el juicio, entregado el dictamen, no haba que volver a l. El pleito siguiente
entrara en turno a su hora. Desde luego que comunicara profundamente consigo
mismo, pero yo creo que menos que la mayora de los hombres que estn en la cima
de los negocios de una nacin. Su mente era tan gil, tan lcida, tan bien provista, tan
perfectamente disciplinada que una vez que haba odo y desmenuzado todo el asunto,
la solucin surga de golpe; y la solucin, en cuanto de l dependa, era definitiva.
En los negocios tena ese lado insensible sin el cual no pueden manejarse los
grandes asuntos. Cuando en 1908 me ofreci un puesto en su Gobierno, me repiti la
frase de Gladstone: Lo ms esencial para un primer ministro es ser un buen
carnicero, y aadi: Hay varios que deben ser decapitados ahora. Y lo fueron. Leal
como siempre fue con sus colegas, nunca vacil, si el tiempo y la necesidad lo
requeran, en prescindir de ellos, de una vez y para siempre. La amistad personal
poda sobrevivir, ms el consorcio poltico haba terminado. Pero de qu otro modo
puede gobernarse un Estado?
Sus cartas a sus colegas eran lo mismo que su direccin de los negocios pblicos.
Eran el contrapunto de sus discursos. ntimamente conservador y a la vieja usanza,
aborreca y despreciaba telfonos y mquinas de escribir. Quien hablaba tan
fluidamente en pblico no haba aprendido nunca a dictar. Todo tena que ser
redactado por l. Una escritura a la vez bella y til, rpida, correcta y clara, con la
menor cantidad posible de palabras y la imposibilidad de equivocaciones; y si la
rplica, o el epigrama o el humor encontraban all su sitio, era porque se haban
escurrido de la pluma antes de que pudiese refrenarlos. Escribi otras cartas en las que
no se utilizaban tales reservas. Fueron dirigidas a ojos ms brillantes que los que
miran a travs de los anteojos de los polticos.
Una vez terminado el trabajo, se diverta. Goz de la vida ardientemente; se
deleitaba con la sociedad femenina; siempre estaba interesado por encontrar una
nueva y encantadora personalidad. Mujeres de todas las edades desvivanse en ser
invitadas a comer con l. Les fascinaba su alegra y su ingenio y el evidente inters
que pona en sus asuntos. Sola jugar al bridge todas las noches durante varias horas
sin preocuparle que la tormenta iluminase la casa con sus relmpagos ni que a la
maana siguiente se viese sometido a rudas y apremiantes pruebas.
Tuve ocasin de tratarlo con la mayor intimidad en las ms favorables
circunstancias. l, su mujer y su hija mayor fueron nuestros invitados por espacio de
un mes en el yate del Almirantazgo los tres veranos anteriores a la Guerra. Azules
cielos y radiantes mares: el Mediterrneo, el Adritico, el Egeo; Venecia, Siracusa,
Malta, Atenas y la costa dlmata; grandes Flotas y enormes muelles; los soberbios
apostaderos de la Marina britnica; seria labor y un deleitoso crucero ocuparon las
horas de estos felices espacios de respiro. En un mes completo que estuve con l, y a
pesar de compartir comunes responsabilidades y ser creciente la inquietud de nuestro
pas y las aprensiones en el extranjero, mantuvo conmigo impenetrable reserva en
todos los asuntos graves. Slo de vez en cuando invitaba a discusin. Cambios
importantes en el Gobierno estuvieron pendientes; me pregunt mi opinin sobre
hombres y puestos y expres su conformidad o discrepancia de la manera ms
confidencial. Pesaba en una balanza de precisin los mritos de las personas de
quienes se trataba, despus cerraba el asunto bajo llave, meta la invisible llave en el
bolsillo y continuaba el estudio de un tratado sobre los monumentos e inscripciones
de Spalato, ante cuya localidad acababa el yate de soltar anclas. Pero unas semanas
ms tarde se haban hecho los nombramientos en el sentido estricto de la discusin.
Fuera de eso no habrais podido suponer que tena un cuidado en el mundo.
Dominaba el Baedeker, interrogaba a las damas acerca de l, explicaba y aclaraba
Pero no hubieran llegado las cosas al extremo que llegaron, ni nunca la hermandad
entre los ingleses hubiera estado a punto en apariencia, al menos de romperse en
una guerra civil, si no fuera por la extraa, funesta influencia de la enemistad
irlandesa. Fue en esta ruda batalla, con toda la fiereza y la injusticia combativa de
ambas partes, donde Asquith mantuvo por la fuerza y la destreza el papel preeminente.
Un vigor como el de su conducta al tiempo de estallar la Gran Guerra no se
encuentra con frecuencia. Que Asquith quiso llevar ntegro al Imperio britnico a la
guerra contra Alemania no slo por la agresin de sta a Blgica, sino tambin a
Francia, ya no ofrece duda. Ni por un momento vacil en su apoyo a Sir Edward
Grey, y nadie sostuvo ms tenazmente en los ocho anteriores aos que la supremaca
naval garantizaba a la vez nuestra seguridad y nuestro poder de intervencin. Como
director de guerra mostr en varias ocasiones notables su capacidad, lo mismo para la
accin meditada que fulminante. Slo a l confi la intencin de desplazar la Flota a
su base de guerra el 30 de julio. Fij en m una mirada hosca y lanz una especie de
gruido. No necesit ms. Desvaneci casi con un gesto los recelos de Lord Fisher
sobre los Dardanelos. Estuvo cerca de un mes sin convocar el pleno del Gabinete
antes del intento de forzar los Estrechos el 18 de marzo de 1915. Y ello no era
ciertamente por olvido. Es que quera someter la cuestin a prueba. Despus de la
primera repulsa estaba dispuesto a insistir. Desgraciadamente para l mismo y para
todos los otros, no agot el alcance de sus convicciones. Cuando Lord Fisher dimiti
en mayo y las oposiciones amenazaban con una interpelacin, Asquith no vacil en
dispersar su Gabinete: pidi la dimisin de todos los ministros, acab con la vida
poltica de la mitad de sus colegas, arroj Haldane a los lobos, ech sobre m la carga
de los Dardanelos y l se dio a la vela, victorioso, al frente de un Gobierno de
coalicin. No lo haca todo por bondad! No todo era agua de rosas! Eran los
esfuerzos convulsivos de un hombre de accin y de ambicin que lucha a muerte
entre las garras de los acontecimientos.
Segn la descripcin que hace Mr. Spender de la ruptura de la coalicin en 1916,
se imaginara uno a Mr. Asquith como una especie de san Sebastin resistiendo
impvido, con beatfica sonrisa, la lluvia de flechas con que lo acribillan sus
perseguidores. Pero lo cierto es que defendi su autoridad con todos los recursos de
su poderoso arsenal. La posicin eminente de primer ministro, su autoridad y la
independencia que de ella emana, le permitieron utilizar el potente instrumento del
Tiempo para resolver con frecuente ventaja la cada de su Gobierno o la dimisin de
ministros importantes, negndose a permitir que se tomase una decisin. Lo que
hemos odo hoy da mucho que pensar; reflexionemos antes de reunimos de nuevo de
Nunca cesar de preguntarme por qu Mr. Asquith, con una gran mayora liberal a
su espalda, no apel en la crisis de 1916 al recurso de una sesin secreta y no busc el
auxilio de la Cmara de los Comunes. sa es la ltima ciudadela de un primer
ministro en apuro. Nadie puede negarle su derecho, lo mismo en la paz que en la
guerra, a recurrir ante la gran Asamblea contra las intrigas del Gabinete, concilibulos,
clubs y peridicos, y entregar su dimisin solamente en sus manos. Sin embargo, el
Gabinete Liberal que cay en 1915, la Coalicin de Asquith que cay en 1916, la
Coalicin de Lloyd George que cay en 1922; todos fueron derribados por secretos,
oscuros, internos procedimientos de los cuales an ahora el pblico slo conoce lo
ms grueso de su historia. Soy de opinin de que en todos aquellos casos el confiado
recurso al Parlamento habra comportado el triunfo de los respectivos primeros
ministros.
Pero no fue as. El Parlamento escuchaba confuso los sofocados rumores del
conflicto que se desarrollaba detrs de las cerradas puertas y sumisamente aclamaba al
que las traspona vencedor. As gan Lloyd George el bastn de mando del Estado.
Alto Condestable del Imperio britnico, lo hizo marchar al ritmo de su paso.
Mr. Asquith fue probablemente uno de los ms grandes primeros ministros de
tiempo de paz que ha habido. Su inteligencia, su sagacidad, su amplia visin y su
valor cvico lo mantuvieron a la mxima altura de la vida pblica. Pero en la guerra
careca de los recursos y de la energa, de la previsin y de la direccin asidua que
deben presidir en el poder ejecutivo. Mr. Lloyd George tena todas las cualidades que
a aqul le faltaban. La nacin, por algn instintivo, casi oculto proceso, lo haba
descubierto. Mr. Bonar Law fue el instrumento que separ a Mr. Asquith y puso a otro
en su sitio. Asquith cay cuando la enorme tarea estaba an a medio hacer. Cay con
dignidad. Soport la adversidad con compostura. En el Poder o fuera de l la
inflexible integridad y el desinteresado patriotismo fueron sus nicos guas. No se
olvide nunca que estuvo siempre al lado de su pas en todos los peligros y que jams
vacil en sacrificar sus intereses personales o polticos a la causa nacional. En la
Guerra de los Boers, en la Gran Guerra, bien como primer ministro o como jefe de la
Oposicin, en el ultraje constitucional de la Huelga General: en todas estas grandes
crisis se mantuvo firme e inquebrantable al lado del rey y de la Patria. Los fulgurantes
honores, su Condado y su Jarretera, que le confi el soberano al fin de su existencia,
no eran sino la justa recompensa de su vida de trabajo; y el lustre y el respeto con que
la nacin ilumin la ruta de su ocaso fueron la medida de los servicios que haba
prestado y an ms del carcter que haba sostenido.
LAWRENCE DE ARABIA[14]
No conoc a Lawrence hasta despus de terminar la Guerra. Fue en la primavera
de 1919, cuando los padres de la Paz, o por lo menos los padres del Tratado, se
hallaban reunidos en Pars, y toda Inglaterra experimentaba la fermentacin del
rebrotar. Tan ingente haba sido la presin de la Guerra, tan enorme su escala, tan
absorbentes las grandes batallas en Francia, que slo tena una vaga idea del papel
desempeado en la campaa de Allenby por los rabes rebeldes del desierto. Pero
entonces alguien me dijo: Debe usted conocer a ese admirable joven. Sus hazaas
son picas. Y as, un da, Lawrence vino a almorzar con nosotros. Sola en aquel
tiempo usar en Londres y en Pars su vestimenta rabe para identificarse con los
intereses del emir Feisal y con las reclamaciones rabes que estaban a la sazn en
spero debate. En aquella ocasin, sin embargo, vesta corrientemente y pareca a
primera vista uno de los muchos elegantes oficiales jvenes que haban ganado en el
conflicto alta jerarqua y distincin. La comida era de hombres solos, y la
conversacin, general, pero de pronto alguien, ms bien malvolamente, cont la
historia de su conducta en una investidura que se haba celebrado pocas semanas
antes.
La impresin que recib fue la de que se haba negado a aceptar las
condecoraciones que el rey iba a conferirle en una ceremonia oficial. Yo era secretario
de Estado para Guerra, y por tanto me apresur a decir que esta conducta era
detestable, impropia para con el rey como caballero e irrespetuossima para su calidad
de soberano. Todo el mundo poda rehusar un ttulo o una condecoracin, todo el
mundo, al rehusarlos, poda manifestar las razones o los principios en que fundaba su
negativa, pero escoger la ocasin en que Su Majestad, en cumplimiento de sus deberes
constitucionales, se hallaba a punto de realizar el acto de gracia de investirlo
personalmente, para hacer una manifestacin poltica, era monstruoso. Como era mi
invitado no pude decir ms, pero en mi posicin oficial no poda decir menos.
No fue sino hasta hace poco cuando me enter exactamente de los hechos. La
negativa se realiz, en efecto; pero no en la ceremonia pblica. El rey recibi a
Lawrence el 30 de octubre con objeto de celebrar una conversacin con l. Al mismo
tiempo, Su Majestad juzg conveniente concederle la Comendadura de la Orden del
Bao y la Orden del Servicio Distinguido, para la cual ya haba sido propuesto.
Cuando el rey iba a entregarle las insignias, Lawrence rog que le fuera permitido no
aceptarlas. El rey y Lawrence estaban solos entonces.
Si Lawrence se percat o no de que yo estaba mal informado del incidente, lo
cierto es que no hizo el menor esfuerzo para aminorar su importancia o disculparse.
Acept la reprimenda con buen humor. Dijo que era el nico medio que tena a su
alcance para llamar la atencin de las ms altas autoridades del Estado sobre el hecho
de que el honor de la Gran Bretaa estaba en juego al dar un trato leal a los rabes, y
de que apoyar las demandas francesas sobre Siria sera un borrn en nuestra Historia.
Era preciso que el mismo rey tuviese conocimiento de lo que se estaba haciendo en su
nombre y l no tena otro medio de lograrlo. Yo contest que ello no constitua la
menor excusa del mtodo empleado, y despus hice cambiar la conversacin hacia
otros y ms agradables temas.
Pero debo admitir que este episodio excit mi inters por conocer ms detalles
acerca de lo que pasaba en el desierto, y me abri los ojos sobre las pasiones que
entonces hervan en los pechos rabes. Ped referencias y reflexion sobre ellas. Habl
con el primer ministro. Me dijo que los franceses queran quedarse con Siria y
gobernarla desde Damasco, y aadi que nada podra disuadirlos; que el acuerdo
Sykes-Picot, concertado durante la guerra, haba hecho confusa en grado sumo la
solucin en principio, y que solamente la Conferencia de la Paz podra decidir las
reclamaciones y compromisos en discordia. Esto era incontestable.
No volv a ver a Lawrence durante varias semanas. Estaba, si mi memoria me es
fiel, en Pars. Usaba su traje rabe y con l se revelaba por completo la magnificencia
de su continente. La gravedad de su porte, la precisin de sus opiniones, la categora y
calidad de su conversacin: todo pareca realzado por el esplndido turbante y el total
atavo rabe. Entre aquellas flotantes vestiduras sus nobles facciones, sus bien
cincelados labios, sus relampagueantes ojos llenos de fuego e inteligencia, brillaban
ms. Pareca lo que era: uno de los ms grandes prncipes de la Naturaleza. Nuestro
encuentro fue ms agradable esta vez, y yo empec a formar aquella impresin de su
calidad y de su fuerza que desde entonces perdura en m. Desde entonces, llevase los
prosaicos vestidos de la vida diaria inglesa o el uniforme de mecnico de la Real
Fuerza Area, ya le vi siempre como aparece en el brillante boceto debido al lpiz de
Augustus John.
Empec a enterarme de muchas ms cosas suyas por amigos que haban
combatido a sus rdenes y por las charlas sin fin que acerca de l se oan en toda clase
de crculos: militares, diplomticos y acadmicos. Resultaba ser a un mismo tiempo
sabio y soldado, arquelogo y hombre de accin, brillante hombre de letras y
partidario rabe.
Pronto lleg a hacerse evidente que su causa no marchaba bien en Pars.
Acompaaba por todas partes a Feisal, como amigo e intrprete. Y bien lo
interpretaba. Despreci sus vnculos ingleses y todas las cuestiones de su carrera ante
lo que consideraba como su deber para con los rabes. Choc con los franceses. Se
enfrent con Clemenceau en largas y repetidas controversias. Encontr un adversario
digno de su temple; el viejo Tigre tena un rostro tan fiero como el de Lawrence, una
mirada tan inabatible, una fuerza de voluntad pareja. Clemenceau senta
profundamente el Oriente, amaba al paladn, admiraba las hazaas de Lawrence y
reconoca su genio. Pero las aspiraciones francesas sobre Siria eran viejas, de cien
aos. La idea de que Francia, sangrada a fondo en las trincheras de Flandes, saliese de
la Gran Guerra sin su parte de territorios conquistados, era insoportable para l y
jams habra sido tolerada por sus compatriotas.
Todos saben lo que sigui; despus de largas y agrias controversias en Pars y en
Oriente, la Conferencia de la Paz otorg a Francia el mandato sobre Siria. Cuando los
rabes se opusieron por la fuerza, las tropas francesas arrojaron al emir Feisal de
Damasco tras una lucha en la cual los ms bravos jefes rabes resultaron muertos;
dispusieron la ocupacin de esta esplndida provincia, reprimieron las subsiguientes
revueltas con la mayor severidad y la gobernaron hasta hoy con ayuda de su poderoso
Ejrcito[15].
Mientras esto aconteca no volva a ver a Lawrence, y precisamente cuando tantas
cosas fallaban en el mundo de la posguerra, el trato que se daba a los rabes no
pareca excepcional. Pero al pensar en Lawrence me daba cuenta de lo intensas que
tendran que ser sus emociones. Sencillamente, no saba qu hacer: iba de un sitio a
otro, desesperado y como si aborreciese la vida. En algunos de sus escritos publicados
nos manifiesta que toda ambicin personal haba muerto en l antes de su triunfal
entrada en Damasco durante la fase final de la Guerra. Pero estoy seguro de que su
suplicio al observar el desamparo de sus amigos rabes, a los cuales haba empeado
su palabra, y al ver mancillada esta palabra que era, segn l lo entenda, la palabra de
Inglaterra, fue la causa principal de su renuncia definitiva a toda intervencin en los
grandes asuntos. Su trabajada naturaleza haba sido expuesta durante la Guerra a las
ms extraordinarias tensiones, pero entonces su espritu le sostena. Ahora era el
espritu el que estaba herido.
En la primavera de 1921 fui designado para el Departamento de Colonias a fin de
activar los asuntos del Oriente Medio y poner las cosas en cierto orden. Por entonces
acabbamos de sofocar una peligrosa y muy sangrienta rebelin en el Irak, y ms de
40 000 hombres, con un gasto de 30 000 000 de libras al ao, se requeran para
conservar el orden. Esto no poda seguir. En Palestina, el conflicto entre rabes y
judos amenazaba a cada momento con adquirir caracteres de violencia. Los cabecillas
rabes arrojados de Siria con muchos de sus secuaces todos ellos aliados anteriores
nuestros acechaban furiosos en el desierto, ms all del Jordn. Egipto estaba en
fermentacin. De esta manera, el Oriente Medio ofreca en su totalidad un lastimoso y
alarmante cuadro. Yo establec una nueva dependencia del Departamento de Colonias
para descargarlo de estas nuevas responsabilidades. Media docena de hombres muy
capacitados, procedentes unos de la Oficina de la India y reclutados otros entre los
que haban servido durante la Guerra en el Irak y en Palestina, formaban el ncleo.
Resolv agregar a Lawrence a ese nmero, si era posible persuadirlo. Todos lo
conocan bien, y varios haban servido con l, o a sus rdenes, en la campaa, cuando
les revel mi propsito se quedaron francamente atnitos: Pero qu! Queris
ponerle riendas al asno salvaje del desierto?. Tal fue la actitud dictada en no pequea
parte por la envidia o por subestimar las cualidades de Lawrence, pero tambin por la
sincera conviccin de que, dada su manera de ser y su temperamento, jams podra
acomodarse al trabajo rutinario de una oficina pblica.
Sin embargo, yo persist. Ofrec a Lawrence un puesto importante, y con gran
sorpresa de casi todos, aunque no con la ma, acept inmediatamente. No es ste el
sitio oportuno para entrar en detalles acerca de los embrollados y espinosos problemas
que tenamos que resolver. Un escueto perfil bastar. Era necesario palpar la cuestin
en su mismo centro. Por lo tanto, convoqu una Conferencia en El Cairo, a la cual,
prcticamente fueron citados todos los expertos y todas las autoridades en los asuntos
del Oriente Medio. Acompaado por Lawrence, Hubert Young y Trenchard, ste del
Ministerio del Aire, part para El Cairo. Aqu y en Palestina, permanecimos cerca de
un mes. Sometimos al Gabinete las siguientes proposiciones principales:
Primeramente, repararamos el agravio inferido a los rabes y a la Casa de los Jerifes
de la Meca colocando en el trono del Irak, como rey, el emir Feisal y confiando al
emir Abdulla el gobierno de Transjordania. En segundo lugar, retiraramos
prcticamente todas nuestras tropas del Irak y encargaramos su defensa a la Real
Fuerza Area. Por ltimo, sugeramos un arreglo de las dificultades surgidas entre los
judos y los rabes de Palestina, que podra servir de base para lo futuro.
Tremenda oposicin se alz contra las dos primeras propuestas. El Gobierno
francs, se resinti profundamente del favor mostrado hacia el emir Feisal, a quien
consideraba como un rebelde derrotado. El ministro de la Guerra ingls se extraaba
de lo referente a la retirada de tropas y auguraba matanzas y ruina. Yo ya haba
advertido, sin embargo, que cuando Trenchard se propona hacer algo extraordinario,
sola llevarlo a cabo. Nuestras proposiciones fueron aceptadas, pero necesitamos un
mes de las ms difciles y activas gestiones para llevar a la prctica lo que habamos
tan rpidamente decidido.
La actuacin de Lawrence como funcionario civil fue una fase nica en su vida.
Todo el mundo estaba asombrado de su calma y de su tacto. Su paciencia y
disposicin para trabajar con otros sorprenda an a aquellos que lo conocan mejor.
Tremendas confabulaciones debieron de haberse concertado entre estos expertos, y
hubo veces en que la tensin debi de haber sido extrema. Pero en lo que a m se
refiere, recib siempre el consejo unnime de dos o tres de los hombres con que he
tenido la fortuna de trabajar en mi vida. No sera justo atribuir slo a Lawrence todo el
crdito por el gran xito que la nueva poltica asegur. Lo ms admirable era que
resultaba capaz de inhibir su propia personalidad, de cohibir su imperiosa voluntad y
de anegar sus propios conocimientos en el fondo comn. Eso es una de las pruebas de
la excelencia de su carcter y de la variedad de su genio. Tena la esperanza de cumplir
en una amplia medida las promesas que haba hecho a los jefes rabes y de instaurar
una relativa paz en aquellas extensas regiones.
En aquella causa fue capaz de llegar a ser me atrevo con la palabra un tozudo
funcionario. El esfuerzo no fue en vano. Sus propsitos prevalecieron.
Al terminar el ao, las cosas empezaron a mejorar. Todas nuestras medidas se
aplicaron una tras otra. El Ejrcito abandon el Irak, las Fuerzas Areas se instalaron
en un recodo del ufrates, Bagdad aclam a Feisal como rey. Abdulla se estableci
tranquila y cmodamente en Transjordania. Un da le dije a Lawrence: Qu querra
usted hacer cuando todo esto quede arreglado? Los mejores destinos estn a su
disposicin si le interesa continuar su nueva carrera en el servicio colonial. Sonri
con su blanda, radiante, enigmtica sonrisa y dijo: Dentro de muy pocos meses mi
tarea aqu habr terminado. El trabajo est hecho y perdurar. Bueno, pero y
usted?. Todo lo que usted ver de m es una pequea nube de polvo en el
horizonte.
Cumpli su palabra. En aquel tiempo se encontraba, creo yo, carente de recursos.
contra Egipto dependan del ferrocarril del desierto. La estrecha va frrea corra a
travs de centenares de millas de abrasadora arena. Si se les cortaba definitivamente,
los ejrcitos turcos deban fatalmente sucumbir, arrastrando con ello la ruina de
Turqua y subsiguientemente el derrumbamiento del enorme poder teutnico que
escupa su odio por la boca de diez mil caones en las llanuras de Flandes. Aqul era
el tendn de Aquiles y sobre l diriga sus audaces, desesperados, romnticos ataques
aquel joven de veintids aos. Hay en el libro descripciones de esos asaltos en serie
numerosa. Montonas marchas en camello sobre tierras calcinadas y ardientes, donde
la desolacin de la naturaleza aterra al viajero. Con un automvil o un aeroplano
podemos inspeccionar ahora esas inhspitas soledades, sus arenas sin fin, las
abruptas, caldeadas rocas azotadas por el vendaval, los desfiladeros montaosos que
parecen los de la luna calentada al rojo. Pero entonces, unos hombres montados sobre
camellos, con infinitas privaciones y abrumador afn, atravesaban estas tierras
transportando dinamita para destruir puentes de ferrocarril, ganar la guerra y, como en
aquella poca esperbamos, libertar al mundo.
Aqu vemos al Lawrence soldado. No solamente soldado, sino estadista:
levantando los feroces pueblos del desierto, penetrando en los misterios de sus
pensamientos, conducindolos a los puntos escogidos para la accin y, de vez en
cuando, poniendo l mismo fuego a la mina. Detallados relatos se nos ofrecen de
feroces batallas, con miles de hombres y poco cuartel, libradas sobre esos infernales
paisajes de lava. No hay efectos de masas. Todo es intenso, individual, ntimo y, sin
embargo, fundido en circunstancias exteriores que parecan prohibitivas de la humana
existencia. Sindolo todo, una mente, un alma, una voluntad. Una epopeya, un
prodigio, un cuento de terror, y, en el corazn de todo ello, un Hombre.
La impresin de la personalidad de Lawrence perdura vigorosa y viva en el
espritu de sus amigos, y el sentimiento de su prdida no se ha desvanecido en manera
alguna entre sus compatriotas. Todos se sienten ms infortunados desde que se ha ido
de entre nosotros. En estos das en que peligros y dificultades se ciernen sobre
Inglaterra y su Imperio, nos damos cuenta de la carencia de figuras eminentes capaces
de vencerlos. Aqul era un hombre en el cual exista no solamente una gran capacidad
de servicio, sino ese toque del genio que todo el mundo reconoce y nadie puede
definir. Lo mismo en su gran perodo de mando y aventura que en los ltimos aos de
autosupresin y voluntario eclipse, siempre prevaleci sobre aqullos con quienes
estuvo en contacto. Sentanse en presencia de un ser extraordinario. Se percataban de
que sus latentes reservas de fuerza y voluntad excedan de toda medida. Si se lanzaba
a la accin, quin poda decir qu crisis sera capaz de vencer o reprimir? Y si las
cosas iban muy mal, cunto se alegrara uno de verle aparecer a la vuelta de la
esquina! Parte del secreto de este poderoso ascendiente radica en su desdn por la
mayor parte de los premios, placeres y halagos de la vida. Es natural que todo el
mundo mire con cierto respeto a un hombre que se presenta totalmente ajeno e
indiferente al hogar, al dinero, a las comodidades, a la posicin social y hasta al poder
y a la fama. El mundo siente, no sin cierto recelo, que ante l aparece alguien que est
fuera de su jurisdiccin; alguien para quien son vanas sus seducciones; alguien
extraamente manumitido, indomado, desligado por conviccin, movindose
independientemente de las corrientes ordinarias de las acciones humanas; un ser
realmente capaz de rebelin violenta o de supremo sacrificio; un hombre solitario,
austero, para quien la existencia no es ms que un deber, pero un deber para ser
fielmente cumplido.
Era en realidad un morador de las cumbres de montaa donde el aire es fro,
enrarecido y estimulante, y donde la vista, en das claros, domina todos los reinos del
mundo y sus glorias.
Lawrence fue uno de esos seres cuyo paso por la vida fue ms rpido y ms
intenso que de ordinario. De igual modo que un aeroplano slo vuela por su
velocidad y su presin contra el aire, as l volaba mejor y ms fcilmente en el
huracn. No estaba en completa armona con lo normal. La furia de la Gran Guerra
elev el pice de la vida al nivel de Lawrence. Las multitudes fueron empujadas hacia
delante hasta acomodar su paso al ritmo del suyo. En este perodo heroico se encontr
en perfecto acorde con los hombres y los acontecimientos.
Algunas veces me he preguntado qu sera de Lawrence si la Gran Guerra hubiese
durado unos aos ms. Su fama se extenda rpidamente y con el mpetu de lo
fabuloso a travs de Asia. La tierra temblaba en el crisol de las naciones en guerra.
Fundanse todos los metales. Todo estaba en conmocin. Nadie poda decir lo que era
imposible. Lawrence pudo haber realizado el sueo juvenil de Bonaparte de
conquistar el Oriente; pudo haber llegado a Constantinopla en 1919 1920, llevando
en pos de s muchas de las tribus y razas de Asia Menor y Arabia.
Pero el viento tempestuoso ces tan sbitamente como haba empezado. Despejse
el cielo. Tocaron las campanas del Armisticio. El gnero humano retorn con alivio
indescriptivo a su vida ordinaria, tan largo tiempo interrumpida, tan profundamente
amada, y Lawrence se qued solo, movindose en diferente plano y a distinta
velocidad.
Cuando su obra maestra literaria fue escrita, perdida y vuelta a escribir; cuando
cada ilustracin haba sido detenidamente ponderada y todo incidente ortogrfico y
tipogrfico resuelto con meticuloso cuidado; cuando Lawrence en su bicicleta haba
llevado su precioso volumen a los pocos, a los poqusimos, a quienes se dign leerlo,
encontr a mano otra tarea que alegr y confort su alma.
Vio tan claramente como cualquiera el poder de la navegacin area y todo cuanto
podra significar para el trfico o la guerra. Encontr en la vida de aviador aquel
blsamo de paz y equilibrio que ninguna gran posicin, ningn mando podran
haberle otorgado. Sinti que viviendo la vida de un soldado raso de Aviacin
dignificara esa honorable vocacin y ayudara a traer, a la esfera que ms
urgentemente lo necesitara, la ms despierta juventud masculina. Por este servicio y
ejemplo al que consagr los doce ltimos aos de su vida, tenemos contrada con l
una deuda aparte. Constituy por s misma un presente principesco.
Lawrence posey en gran medida la versatilidad del genio. Tena en su mano una
de esas llaves maestras que abren las puertas de muchas clases de tesoros. Fue sabio y
soldado; arquelogo lo mismo que hombre de accin; perfecto literato igual que
partidario rabe; mecnico al mismo tiempo que filsofo. Su fondo de sombra
experiencia y reflexin, pareca acusar con ms brillantez el gozo y el encanto de su
camaradera y la generosa majestad de su naturaleza. Los que lo conocieron mejor lo
echan ms de menos; pero la patria es quien ms siente su ausencia, y en estos graves
momentos sobre todo.
Porque ste es un tiempo en que los grandes problemas sobre los que tan
dilatadamente concentr Lawrence su trabajo y su pensamiento; problemas de defensa
area, problemas de nuestras relaciones con los pueblos rabes, ocupan en nuestros
asuntos un espacio cada da mayor. Viendo sus reiteradas renunciaciones, pens
siempre que era un hombre que se mantena dispuesto a una nueva vocacin a una
nueva llamada. Mientras Lawrence vivi, creyse siempre y yo profundamente
que alguna exigencia imperiosa lograra arrancarlo del modesto sendero que decidi
pisar y situarlo de nuevo en plena accin y en el centro de memorables
acontecimientos.
No pudo ser as: la intimacin que a l lleg, y para atender la cual estaba
igualmente preparado, fue de otro orden. Vino como l hubiera querido, rpida y
sbita, en alas de la Velocidad.
Haba dado el ltimo y veloz paso en su valiente carrera a travs de la vida.
All is over! Fleet career,
F. E.
PRIMER CONDE DE BIRKENHEAD
Hace cien aos, Thomas Smith era el mejor corredor y el ms temible pgil del
distrito Oeste de Yorkshire. Se ganaba la vida como minero. En aquellos das, los
mineros formaban una clase aparte. Estaban ligados a sus patronos por contratos
cuyas clusulas recordaban la servidumbre de la Edad Media; vivan en su mayor
parte en comunidades aisladas una vida de grandes privaciones, y eran mirados por
otros obreros ms afortunados poco menos que como salvajes. Conforme a la rutina,
el pozo con su oscuridad, sus mil peligros en acecho y su batalladora camaradera
se tragaba al hijo de una familia minera.
Pero Thomas Smith decidi que su hijo, por una vez, seguira una vida diferente.
Con grandes sacrificios logr darle cierta instruccin y el joven, aprovechando la
oportunidad, consigui una plaza de maestro de escuela, primero en Wakefield y
despus en Birkenhead. Devoto no conformista independiente de la ms dura y
estrecha doctrina, este Thomas Smith haba trado a casa como esposa una extraa,
selvtica criatura de vivos y fieros modales, y de una voluntad pareja a la suya. Se
dice que era de raza gitana; posea en efecto, la morena, pero brillante belleza que
acompaa a veces a la sangre roman. Un curioso, pero feliz consorcio, y con notables
consecuencias, pues los aficionados a estudios sobre herencia pueden tomar nota de
que el nieto de Thomas y Betsab Smith lleg a ser Lord Canciller de Inglaterra: fue
Frederick Edwin Smith, primer conde de Birkenhead.
Nuestro pas saca su fuerza de muchos manantiales. Y en el siglo y medio ltimo
ha descubierto frescas reservas de direccin en las nuevas clases medias, creadas por
la expansin de empresa y por la riqueza que sigui a la revolucin industrial. Sin
nombre o influencia que les apoyase, a menudo sin ms dinero que el ganado por su
propio esfuerzo, estos hijos de comerciantes e industriales, de mdicos, abogados y
clrigos, de autores, maestros y tenderos, se han abierto paso en la vida pblica hasta
ponerse a la cabeza tan slo por su nativo valer de casi todos los grandes
negocios. Su contribucin al Gobierno del pas ha sido rica y variada. Al echar una
mirada retrospectiva es imposible imaginar lo que habra sido de nosotros sin su
concurso. Borradlos de sus pginas, y qu queda en la Historia poltica de los siglos
XIX y XX? Peel, Gladstone y Disraeli; Bright, Cobden y los Chamberlain; Asquith,
Bonar Law y Baldwin han desaparecido todos de la escena.
Frederick Edwin Smith fue uno de estos tipos, aunque surgido a travs del ms
rudo esfuerzo. Su padre, el hijo de Thomas, segn nos refiere su filial bigrafo en un
grato y ameno libro[17], huy de casa a la edad de diecisiete aos a consecuencia de
una disputa sobre el patinaje en domingo. Se alist en el Ejrcito, sirvi en la frontera
del Noroeste y lleg a sargento mayor a los veintin aos. Cuando volvi a Inglaterra
se consagr por algn tiempo a los asuntos de familia; despus estudi Derecho, y fue
recibido en el Foro. Intervino en poltica y pareca llamado a seguir una distinguida
carrera jurdica y parlamentaria cuando falleci de repente a los cuarenta y tres aos.
Y como Frederick Edwin tena a la sazn diecisis, ello implica que tuvo que abrirse
paso en el mundo. Un to se brind a ayudarle a estudiar en Oxford, pero slo a
condicin de que ganase una beca. La gan. Despus de la gozosa holganza y del
placentero optimismo de su vida universitaria, encontrse lleno de deudas y sin otra
perspectiva que extricarse de sus dificultades como no consiguiese una calificacin de
primera clase en la escuela. Se encerr en su alojamiento y durante seis meses estudi
catorce horas diarias. Logr su propsito, y al ao siguiente lleg a ser discpulo
Vineriano de Derecho y Miembro del Colegio Merton. Fue recibido en el Foro en
1899. En 1904 ganaba seis mil libras anuales, y en 1908 tom la investidura de
Consejero de la reina. Su reputacin parlamentaria ya estaba cimentada firmemente.
Se haba convertido en una figura nacional con slo su primer discurso.
Aquel discurso fue un atrevido azar. Saba que lo era. Mientras se diriga en coche
con su mujer hacia Westminster la tarde en que esperaba hacer sus comienzos
parlamentarios, le habl de su resolucin de colocarlo todo en este juego y de que ya
haba calculado el coste del fracaso.
Si fracaso dijo no tendr ms remedio que permanecer callado durante tres
aos, hasta que se olvide mi desgracia.
Tienes que arriesgar tanto?, le pregunt ella.
El discurso fue un triunfo. Slo o la ltima parte; pero desde el momento en que
entr en la atestada Cmara tuve la impresin de que los Comunes estaban
escuchando a una nueva figura de primera lnea. Tim Healy, el nacionalista irlands,
un maestro en la inventiva y uno de los ms brillantes polemistas de la Cmara,
escribi una nota mientras el joven diputado se sentaba entre una tempestad de
aplausos. Fue pasada entre los escaos. Soy viejo y usted es joven deca pero
me ha derrotado en mi propio juego.
No llegu a conocerlo hasta que tena treinta y cuatro aos. Conservador ardiente,
estaba disgustado conmigo por abandonar el partido con motivo de la solucin
proteccionista. Su propio padre haba sido de 1880 a 1890 un gran administrador de
Lord Randolph Churchill y le haba enseado a abrazar no slo las concepciones de la
democracia Tory, sino a pensar con agrado en aquel que haba trabajado por
convertirla en fuerza actuante en la moderna poltica. F. E., para usar sus famosas
iniciales, experimentaba fuerte animosidad hacia m por haber quebrantado una
continuidad. No quiso tratarme. Slo cuando el Parlamento de 1906 llevaba varios
meses de vida, fuimos presentados por un amigo comn en ocasin en que ambos
estbamos en el bar de la Cmara de los Comunes momentos antes de un enconado
debate. Pero desde aquella hora nuestra amistad fue perfecta. Fue una de mis ms
preciadas adquisiciones, jams perturbada por luchas partidistas, jams quebrantada
por la ms ligera diferencia personal ni por ningn equvoco. Creci ms fuerte a
travs de casi un cuarto de siglo y no termin sino con su prematura muerte. El agrado
de su trato y las enseanzas que reportaba eran del mayor grado. El mundo de los
negocios y el pblico en general vean en F. E. Smith una robusta, batalladora
personalidad, atravesando a zancadas el campo de batalla de la vida, capturando sus
presas cuando caan y regocijndose con sus proezas. Vean su aspecto arrollador.
Amigos y adversarios sentan el aguijn de sus sarcasmos y de sus rplicas, lo mismo
en la Cmara de los Comunes que en el Foro. Muchos propendan a considerarlo
como un simple demagogo cuyo ingenio haba sido aguzado en el aspern legal. Es
una opinin en la que suelen incurrir quienes practican las artes populares ante
auditorios de obreros en pocas de faccin. Las cualidades que detrs se ocultaban no
fueron comprendidas por sus compatriotas hasta los ltimos diez aos de su vida.
Pero sus amigos ntimos y yo, desde luego, le aclamamos por lo que era: un
sincero patriota; un estadista sabio, grave, prudente; un verdadero gran jurista; un
literato de gran preparacin; y un ser alegre, brillante, leal, amable. Juntos hicimos
importantes viajes. Ambos servimos durante muchos aos en los Hsares de
Oxfordshire. Nos hallamos entrambos reiteradamente en Blenheim. Nos encontramos
y charlamos en multitud de ocasiones: jams me separ de su lado sin haber
aprendido algo y sin haberme divertido, adems. Siempre estaba de broma; pero por
encima de eso siempre dejaba ver un macizo buen sentido y una sagaz comprensin
que hacan su consejo inapreciable, lo mismo en la contienda pblica que en el
embrollo privado. Posea todas las virtudes caninas en notable grado: valor, fidelidad,
vigilancia, amor de la caza. Haba llegado a estables y algo sombras conclusiones en
una porcin de materias sobre las que muchas gentes se contentan con permanecer
suspensas. Hombre de mundo, hombre de negocios, hombre de ley; aficionado a la
palabra hablada o escrita, atleta, deportista, biblifilo; pocos tpicos haba por los que
no se interesase, y, que, al atraerle, no pudiese exponer y embellecer.
Pero, con toda su volubilidad, fue uno de los hombres ms constantes que jams
he conocido. Su actuacin poltica, entre todas las convulsiones de nuestro tiempo,
fue de una pieza. Gravitaba sobre el mismo plano y avanzaba por idntico proceso
mental hacia el mismo fin. Fue siempre uno de aquellos tories que unieron el orgullo
de las glorias de Inglaterra a una sincera simpata hacia las masas asalariadas y los
hogares campesinos. Insista con orgullo sobre su humilde origen, lo exageraba, se
jactaba de l. Se encontraba a sus anchas en la libre y civilizada sociedad que abra las
ms amplias oportunidades al talento, por desprovisto que se encontrase de bienes o
de favor. Jams fue un hombre de partido tan rgido como podra inferirse de sus
discursos de antes de la Guerra, por sectarios y enemigos de alianzas con otras
facciones que apareciesen. Al contrario: la idea de un partido o de un Gobierno
nacional siempre le excit y le atrajo. Su inquebrantable amistad y admiracin por Mr.
Lloyd George databa de nuestro intento de formar, en el ao 1910, una coalicin
nacional para concertar las soluciones de los problemas constitucional e irlands,
entonces en juego, y para prepararnos contra los peligros europeos que ya empezaban
a ser visibles para sus ojos. Jams su inteligencia estuvo cerrada a una poltica de
Autonoma de Irlanda, con tal de que los derechos del Ulster quedasen realmente
garantizados. La ltima parte de su vida vio muchas cosas realizadas con su concurso
y que su corazn haba deseado, o que por lo menos su mente no haba rechazado
nunca.
Hace veintids aos, cuando se form la primera coalicin y yo volv a colaborar
con los tories, y en todo menos en la Proteccin, nos encontramos siendo colegas:
primero en la guerra, en la paz despus. Por cerca de diez aos nos sentamos en el
Gabinete uno al lado del otro, y apenas puedo recordar algn asunto, y desde luego
ninguno de importancia, sobre el cual no hubisemos estado cordial y
espontneamente de acuerdo. Lo que ms deploro es su ausencia durante aquellos
aos en que me pareci que el porvenir de la India estaba en riesgo. Con su ayuda
creo yo distintas y superiores soluciones podan haber sido adoptadas.
mental de fixer les objets longtemps sans tre fatigu. No es extrao que presumiese a
menudo en su trabajo profesional de su gran rapidez para dominar una materia difcil
y llegar a su entraa. Jams quedaba prendido entre las zarzas del detalle. Recuerdo
haber odo de Smith, despus de tomar la investidura del Consejero Privado y de
haber llegado a las primeras filas del Foro, lo que estaba de moda entonces en los
crculos del Gobierno Liberal: que careca de verdadero dominio de los fundamentos
del Derecho. Pero yo llegu a verle ocupar su asiento entre los grandes Lores
Cancilleres, que interpretaban la maravillosa estructura del buen sentido ingls y del
sentido jurdico.
Su hijo nos habla de su elevacin a Canciller privado en la Coronacin de 1910.
Algo tuve yo que ver en ello. Saba que Mr. Asquith tena un alto concepto de F. E., y
estimaba sus facultades con refinada apreciacin profesional. Yo inst su inclusin
como Canciller privado en la lista de honor ajena a los partidos. El autor nos refiere la
curiosa reaccin producida en el jefe de la Oposicin, Mr. Balfour, cuando el primer
ministro hizo la propuesta. No creo que dimanase de envidia ni del temor a ulteriores
complicaciones. Mr. Balfour tena maduradas sus ideas acerca de cmo la proteccin y
los ascensos deben ser distribuidos entre los miembros del partido sobre el cual l y
su to han reinado durante una generacin. De todos modos, se opuso, y para llevar
adelante la propuesta se crey necesario conferir otra Cancillera privada a Mr. Bonar
Law. Esto, probablemente, hizo oscilar la balanza a favor de la jefatura de Mr. Bonar
Law con su subsiguiente alteracin del curso de la Historia. Pero de todos modos ese
curso se est siempre alterando por una cosa o por otra.
Mirando al pasado, creo que los aos de la posguerra de la Coalicin deben ser
considerados como el gran perodo de la vida de F. E. Y lo mejor dentro de ellos es la
parte que desempe en el arreglo definitivo del difcil y peligroso conflicto irlands
que perturb la poltica inglesa por ms de treinta aos.
El pblico en general, y especialmente la fraccin que sustentaba los principios
conservadores, an le recordaban como Galopador Smith y uno de los ms speros y
capaces adversarios de la Autonoma irlandesa en los aos anteriores a la guerra. Los
esfuerzos que hizo para asegurar una solucin de la cuestin irlandesa sobre la base de
la exclusin del Ulster, o no fueron conocidos o se han olvidado. Hasta entonces, la
Rebelin del Easter haba revelado a los Sinn Feiners como agresores del Imperio
britnico slo en caso de extremo; y despus empezaron los asesinatos y el terrorismo.
F. E. estim que era su deber el ayudar en el esfuerzo definitivo para terminar la
larga, terrible, aeja querella. Tom parte principal en las negociaciones con los
delegados Sinn Fein. Fue uno de los firmantes del Tratado con Irlanda.
Los que han hablado en contra del presente proyecto, dicen, con el mejor
propsito, pero con pernicioso resultado: Te negamos toda esperanza en este mundo.
Si un joven honrado te ama, el pecado ser el precio de tu unin y la bastarda la
suerte de tus hijos. No puedo creer y no creo que la sociedad, tal cual hoy est
constituida, se avenga por mucho tiempo a una conclusin tan despiadada.
De este modo convenci a la Cmara de los Lores; pero la de los Comunes,
cediendo a organizadas presiones, opin de otro modo. Hoy, despus de dieciocho
aos, esta cuestin, con todas sus consecuencias de moralidad pblica y felicidad
privada, ha alcanzado solucin de acuerdo con las lneas que l, audazmente, trazara.
F. E. fue el nico de mis contemporneos cuyo trato me report tanto deleite y
provecho como me proporcionaron con el suyo respectivo Balfour, Morley, Asquith,
Rosebery y Lloyd George. Despus de una conversacin con tales hombres uno senta
que las cosas eran ms fciles y sencillas y que la Gran Bretaa era lo suficientemente
fuerte para vencer todos sus trastornos. Smith se ha ido cuando ms penosamente se
le necesitaba. Su recuerdo persiste. No es en todos los aspectos un modelo para que
todos le imiten. Pareca tener una doble dosis de naturaleza humana. Quemaba todas
sus bujas por los dos cabos. Su constitucin fsica pareca capaz de soportar
indefinidamente todas las formas del esfuerzo a la vez mental y fsico. Cuando se
quebr, el fin fue rpido. Entre el ocaso y la noche no hubo ms que un brevsimo
crepsculo. Fue mejor as. Una enfermedad prolongada, con privacin de todas las
actividades que constituan su vida, le hubiera sido insoportable.
Seguramente servir de aliento a la juventud el aprender en la carrera del primer
conde de Birkenhead, como en otras figuras de estas pginas, que no hay barrera de
clases, privilegios o riquezas que impidan en nuestra isla la plena fruicin de una
capacidad sobresaliente.
Algunos hombres, al morir, despus de una vida atareada, afanosa y de xito,
dejan gran acopio de cdulas bancarias y plizas de seguros, o tierras, o fbricas, o el
porvenir de grandes empresas. F. E. coloc su tesoro en los corazones de sus amigos y
a stos les ser grata su memoria todo el tiempo que dure su vida.
EL MARISCAL FOCH
Una singular proporcin de integridad y armona preside la vida del mariscal
Foch. El drama del conflicto entre Francia y Alemania ha fascinado la atencin del
mundo entero y arruinado la prosperidad de buena parte de l. La vida del mariscal
Foch se sita en el centro de este drama. Sinti sus pasiones y sus angustias acaso ms
intensamente que todo otro humano ser; y empu el mando ejecutivo supremo en el
momento lgido de la crisis y la decisin. Tena la edad precisa para haber podido
servir como voluntario con grado de teniente en la guerra franco-prusiana en 1870;
pero las tropas en que formaba eran tan tiernas y bisoas que no llegaron nunca a
estar expuestas al fuego del enemigo. Foch vio, sufri y comprendi; pero no pudo
hacer nada. El ardiente joven por cuyas venas flua sangre gascona y guerrera, cuya
despierta inteligencia revelaba ya su poderoso alcance, cuya aguda sensibilidad
vibraba a todo contacto, estaba forzado a ser testigo inactivo del derrumbamiento de
su pas. Nadie ms adecuado para sentir en grado ms profundo la agona de su patria
al mismo tiempo que su propia impotencia.
Pero tambin estaba especialmente dotado para alimentar dentro de s aquellas
penetrantes y en ciertos aspectos msticas fuerzas que eran las resultantes de su
sufrimiento. Fortalecido por una sencilla y prctica, pero intensa conviccin religiosa;
animado del natural amor hacia su patria, y esclarecida su mente por las ms altas
formas del intelectualismo profesional militar, Foch encarnaba desde el ao 1870 en
adelante, dentro del cerebro y la contextura de un mortal, el espritu de lo que llaman
los franceses La revanche y que traduce mal la palabra venganza. Y la traduce mal
porque en esa venganza no haba nada que trascendiese a rencor o crueldad, no exista
el ansia de ganancias materiales ni de personales esplendores, ni el deseo, por
recndito que fuese, de humillar o maltratar el enemigo alemn; sino tan slo, y a
travs de la vida, el deseo, el propsito y el afn de ver a Francia, que haba cado en
tierra el ao 1870, restaurada en el puesto de honor que le corresponda. Empez su
carrera como un pequeo cachorro barrido a un lado por las tropas alemanas en su
marcha triunfal hacia Pars y la victoria. Vivi para ver todo el podero de la valiente
Alemania postrado y suplicante ante la punta de su lpiz. Cuando era su posicin ms
dbil y modesta sufri con su patria los trances peores; en la cspide del poder dirigi
su absoluto triunfo.
Tracemos primero los rasgos ms amables de este eminente y, bien puede
afirmarse, predestinado ser. Su personal atractivo, su competentsima direccin,
ejercieron siempre profundo influjo sobre cuantos estuvieron en contacto con l. Su
fidelidad a la patria, cualquiera que fuese su forma de Gobierno, y a su religin,
cualesquiera que fuesen los obstculos que le impona su carrera militar, constituyeron
para l un permanente elemento de fuerza. Su indomable y perseverante energa
combativa, como hombre en contacto con otras personalidades y con detalles de
implacable apremio, como jefe supremo de un frente que vacila y cruje ante la masa
germnica, se demostr inextinguible an en la misma Gran Guerra. Su capacidad de
resistencia fra hizo par con su activo vigor. Mantuvo un respeto estricto por la
Constitucin de su pas y por la posicin de los jefes ministeriales de un rgimen que
no era el suyo. Se mantuvo en inteligencia, aunque imparcial y framente debemos
admitirlo, con los sentimientos de los pases y ejrcitos reunidos bajo su mando; y, en
fin, mostr una gran caballerosidad propia de un gran soldado con el antiguo y
terrible enemigo bajo cuyo pie se haba debatido antao y sobre cuya cabeza se
elevaba hoy, victorioso. Cuando, despus que los duros trminos del armisticio fueron
aceptados por Alemania, un prudente y vigilante consejero civil aconsej la inmediata
urgencia del desarme de las tropas alemanas de combate, Foch exclam: Han
combatido bien, dejadles conservar las armas!.
Es demasiado pronto, sin duda alguna, para medir la talla militar de Foch. Estamos
demasiado cerca de los acontecimientos, y ellos fueron totalmente distintos de todas
las anteriores experiencias blicas. Las condiciones en que Armageddon[18] se ejerci
el alto mando no guardaron relacin con aqullas en que probaron su suerte
Alejandro, Anbal, Csar, Gustavo de Suecia, Marlborough y Napolen. Todas las
presiones y todos los esfuerzos de aquellas gentes actuaban en estos tiempos, pero de
manera tan difusa que aparecan como borrachos y no presentaban ni el compendio
de la accin que se desplegaba en las batallas de otrora. Comparada con Cannas,
Blenheim o Austerlitz, la vasta batalla mundial de 1918 es una escena cinematogrfica
de movimiento retardado. Mientras nosotros permanecemos sentados en habitaciones
tranquilas, ventiladas, silenciosas, expuestas al sol y abiertas sobre los verdes prados,
sin que otros ruidos se perciban como no sean los del agro en esto, siete millones de
hombres, diez mil de los cuales seran bastantes para aniquilar los antiguos ejrcitos,
libran batalla incesante desde los Alpes al Ocano. Y esta batalla no dura una hora, ni
dos o tres horas: prosigue incansable desde hace cerca de un ao. Estas pruebas son
evidentemente de distinta clase; pero es demasiado pronto para decir que sean de
superior calidad.
Conoc a Foch en unas maniobras, antes de la guerra. Durante sta, estuve en
contacto con l en tres ocasiones distintas, muy a propsito ciertamente para ilustrar
sus diversos azares. La primera vez fue en 1917, cuando, no obstante hallarme alejado
de todo cargo ministerial, hice una importante visita al frente francs, amablemente
invitado por Mr. Painlev. Era aqul para Foch un perodo de eclipse. La reaccin y
las recriminaciones que siguieron a las pavorosas matanzas del Somme, y los
disgustos que llevaron consigo y que fueron en definitiva fatales para Joffre, hicieron
que su lugarteniente Foch participara en su disfavor y le siguiera en la desgracia. El
brillante papel que haba desempeado en las batallas del Marne y del Iser, en 1914,
haba sido oscurecido por las espantosas prdidas sufridas por el Ejrcito francs en
su obstinada y mal dirigida ofensiva en el Artois durante la primavera de 1915.
Francia se estremeca ante la merma terrible de su vigor y buscaba ansiosa otros
hombres y otros mtodos. Designse a Foch para un alto puesto consultivo en Pars, y
fue en una modesta oficina cerca de los Invlidos donde fui recibido por l. Nadie, sin
duda, presentara un aspecto menos abatido o que menos exteriorizase el ser objeto de
una pretericin. Discuti con la mxima franqueza y energa el total escenario de la
guerra, y particularmente el de aquellos sectores orientales por los cuales yo tena
grande inters. Sus actitudes, sus cautivadoras maneras, sus vigorosos y a veces
pantommicos gestos cmicos, si no hubiesen sido enormemente expresivos, la
energa de sus ideas cuando excitaban su inters, causaron en m profunda impresin.
l luchaba siempre, fuesen ejrcitos o ideas lo que tuviese que lanzar al combate.
He descrito en otra parte mi segundo encuentro con l. Fue en Beauvais, el 3 de
abril de 1918. Era entonces generalsimo de todos los Ejrcitos Aliados. El desastre de
21 de marzo y la amarga experiencia de la Conferencia de Doullens haban obligado a
Haig a proponer, y a Ptain, generalsimo francs, a aceptar el mando supremo de
Foch. La herencia en que suceda era en realidad pavorosa. Una amplia brecha haba
sido practicada en el frente Aliado; el Quinto Ejrcito ingls hallbase derrotado y casi
destruido; los refuerzos franceses no haban llegado an, tan slo una lnea estrecha y
precaria de Caballera derrotada, de improvisados destacamentos procedentes de las
arrogancia del dicho de Foch: No ceder ni en una cosa ni en otra (Ni lun ni
lautre) result una realidad merced a la sangre inglesa. Corri un valiente caballo
hasta el punto de casi matarlo. Casi, no por completo. El corcel vivi y aquella
singular carrera fue ganada. Y quin podr decir jams que no estuvo acertado? Al
contrario, aunque nos correspondi sufrir tan horriblemente, ahora debemos decir
que Foch tena razn. Pero la tensin que lleg a existir entre el mando ingls y el
generalsimo alcanz lmites extremos. Aun despus de terminada la batalla del Norte,
un sentimiento amargo perduraba. En los ms elevados crculos gubernamentales y
militares de Inglaterra se pensaba que los franceses estaban utilizando el mando nico
para gravar tan desproporcionado esfuerzo al principal de sus aliados. Terrible idea,
que brotaba del conocimiento, del sufrimiento intenso y de la fra experiencia!
Mientras los jefes ingleses se hallaban en esta tesitura, otro golpe peor sobrevino.
El frente francs fue sorprendido el da 27 de mayo en el Camino de las Damas y una
enorme incursin del enemigo fue su consecuencia. Cuatro o cinco Divisiones
britnicas, todas las cuales haban perdido ms de la mitad de sus efectivos en la
batalla septentrional, haban sido llamadas por Foch para cubrir un sector inactivo del
frente francs, donde podran descansar y reponerse. Estas unidades mutiladas y
torturadas volvieron a encontrarse en el centro de choque del nuevo asalto y quedaron
casi destruidas. El desastre del 27 de mayo, al mismo tiempo que agravaba la tensin
entre el Alto Mando britnico, y Foch, minaba tristemente su prestigio en Pars.
Quedaba como flanco moral Ptain, soldado experto, fro, cientfico, con la completa
y admirable mquina del Estado Mayor francs a su disposicin. Se saba que las
opiniones de Ptain diferan de las de Foch en puntos de importancia.
El perodo de seis semanas comprendido entre el primero de junio y la mitad de
julio de 1918 debe ser recordado como aqul en que lleg a su pice la ruda prueba a
que Foch vena sometido. Hasta entonces no presentaba en su balance ms que un
desastre francs de primera clase y una profunda sensacin entre los ingleses de una
mala utilizacin de fuerzas. Su derecho a gozar de un duradero renombre de militar
grandeza hay que fundarlo ampliamente en su conducta con respecto a esta ltima
experiencia. Pero acaso su fama no habra perdurado si detrs de l no se hallase un
ser de un orden diferente, aunque de igual valor y de mayor fuerza personal.
Clemenceau, el fiel y temido Tigre, rondaba la capital de Francia y la guardaba contra
toda subversin de la autoridad del general en jefe. Fue en esta situacin cuando,
deprimido, discutido, minado, disminuido en su prestigio, el mariscal Foch,
enfrentndose con la nueva ofensiva alemana del 12 de julio, no vacil en reducir a
Ptain, en retirar las reservas situadas entre Pars y el enemigo y lanzarlas bajo el
ALFONSO XIII
Nacer rey! No haber sido jams otra cosa que rey; haber reinado durante
cuarenta y seis aos, y despus ser destronado! Empezar una nueva vida en la
madurez de la edad, en condiciones diferentes y reducidas, en una situacin y en un
estado de nimo nunca hasta entonces experimentados, excluido de la nica actuacin
a la que toda la vida se haba consagrado! spero destino, ciertamente! Haber dado
lo mejor de s mismo, haber arrostrado inquietudes y peligros, haber realizado grandes
cosas, haber estado al frente de su pas durante todos los riesgos del siglo XX; haber
visto a su patria crecer en prosperidad y reputacin; y despus ser violentamente
rechazado por la nacin de que estaba tan orgulloso, cuyas glorias y tradiciones
encarnaba; la nacin que haba tratado de simbolizar en las ms bellas acciones de su
vida, no hay duda que es bastante para poner a prueba el alma de un humano
mortal.
Las vicisitudes de los polticos no guardan relacin con semejante prueba. Los
polticos se elevan a travs de afanes y luchas; esperan caer; esperan levantarse de
nuevo. Casi siempre, en el Poder o fuera de l, estn rodeados y sostenidos por
grandes partidos. Tienen con ellos muchos compaeros de desgracia. Su labor, con
toda su variedad e inters, contina. Los polticos saben que no son ms que criaturas
de un da. No sostienen en sus manos el ureo joyero que encierra los tesoros de las
centurias y cuya prdida sera irreparable. Estn prontos a alternar lo favorable con lo
adverso a lo largo del sendero que han escogido en la vida. Y an los mismos
polticos sufren sus angustias. Mr. Birrell, ingenioso y prudente, tuvo que salir del
Gobierno en 1916 a causa de los sucesos de la rebelin de Dubln, y, ms tarde, dentro
del mismo ao, su jefe, Mr. Asquith, cay bajo las presiones de la Gran Guerra. Al
considerar este ltimo acontecimiento, deca Birrell: Debe de haberle sido muy
penoso. An a m, que no hice ms que caer de un burro (la Secretara de Irlanda), no
me gust nada, para cuanto ms a Asquith que ha sido derribado de un elefante a la
vista de todo el Imperio britnico. Pero ser rey y luego ser destronado, es una
prueba incomparablemente ms acerba.
Alfonso XIII fue hijo pstumo. Su cuna fue un trono. Hubo un tiempo, durante la
regencia de su madre, en que a los filatlicos les deleitaban los sellos de Espaa, que
ofrecan la imagen de un beb. Ms tarde aparecieron los rasgos angelicales de un
nio, despus el perfil de un joven, y, por ltimo, la cabeza de un hombre. Una
educacin severa: ayos, preceptores y una reina-madre lo instruyeron en la profesin
de rey. La educacin de los prncipes es muy exigente. La disciplina escolstica, la
religiosa y la militar oprimen entre sus garras al chico. Profesores, obispos y generales
se presentan a cada hora y se apostan en cada sendero de la vida juvenil. Todos le
inculcan el sentimiento de la majestad, todos le encarecen la idea del deber, todos
insisten en la norma del decoro. Los verdaderos reyes tienen un punto de vista nico.
Ni an el ms eminente de sus sbditos posee el mismo engarce con la vida de todo su
pueblo. Elevados muy por encima de los partidos y de las facciones, personifican el
espritu del Estado. Pero que alguien tan encumbrado, con tal preparacin, tan
henchido de honores, llegue a ser un verdadero y perfecto hombre de mundo, de
noble postura, pero sin la menor presuncin ni fatuidad, demuestra que ha sido
dotado al nacer de personal atractivo.
Delicado principito, educado sin las asperezas de la enseanza pblica, Alfonso
templ su carcter y su naturaleza en una vida al aire libre. Su niez de consciente
realeza habra echado a perder a la mayora de los nios; pero l se preocup de ser un
nadador, un jinete y un escalador de montaas. Practic primero el alpinismo
trepando a las cumbres prximas al palacio de Miramar. Esbelto, gil, optimista, su
mente y su cuerpo se armonizaban. Jams ha sido dado a la ostentacin o a la molicie;
sus placeres han sido siempre los de un hombre, su comportamiento el propio de un
rey. Su aficin por el polo modific sin duda al oficial espaol de Caballera. Es difcil
imaginar al Ejrcito espaol sin su impetuoso y valiente caudillo.
Apenas haba alcanzado Alfonso la virilidad, cuando un nuevo maestro, llamado
El Peligro, uni sus lecciones a las del curso ulico. En los sombros bajos fondos de
la poltica espaola, hay muchas sociedades secretas sobre las cuales la pistola y la
bomba ejercen horrible, dramtica atraccin. Todo el mundo recuerda la tragedia que
perturb y estuvo a punto de convertir en su ltimo da el da de la boda: el largo,
esplndido cortejo, las jubilosas multitudes; en su carroza real el joven monarca y la
hermosa princesa britnica que acababa de ser su esposa; la lgubre, furtiva figura
asomndose a la ventana ms alta, el pequeo paquete de monstruoso poder, la
destructora explosin, la calle hecha una carnicera, decenas de hombres y mujeres
Unidos, y la prdida definitiva de los ltimos restos del Imperio colonial espaol dej
un vaco doloroso en los pechos de una raza altiva. La aristocracia estaba a favor de
Alemania; la clase media, contra Francia. Y as deca el rey: Slo yo y la plebe
estamos por los Aliados. Era lo mejor que poda suceder para que Espaa
permaneciese neutral en la contienda; y prosper, ciertamente, gracias a su abstencin.
El rey me habl de otros atentados contra su vida. Recuerdo particularmente, uno.
Regresaba a caballo de una parada, cuando un asesino surgi de pronto ante su
caballo, empuando un revlver, a escasamente un metro de distancia. El polo
resulta muy til para estas ocasiones dijo el rey: Puse la cabeza de mi caballo en
su direccin y me lanc sobre l mientras disparaba. De esta manera logr salir ileso.
En total fueron cinco atentados consumados y muchas conjuraciones abortadas. El
conocimiento que hice con l en 1914 fue renovado en sus mltiples visitas a
Inglaterra, y siempre pude observar en l una preocupacin vigilante por los intereses
de su patria y un sincero deseo por el bienestar material y el progreso de su pueblo. El
autgrafo del rey Alfonso es un smbolo verdaderamente notable. Expertos en
grafologa proclaman descubrir en l profundos recursos de firmeza e iniciativa; posee
ciertamente un peculiar estilo. Pocos soberanos, empero, habrn sido menos
pomposos. La sombra, solemne etiqueta de la Corte espaola ha producido, en su
ltimo maestro, un democrtico hombre de mundo, movindose fcil y naturalmente
en toda clase de sociedad. Disociar el rey del hombre, separar las funciones pblicas
de los goces de la vida privada, fueron siempre deseo y hbito en Alfonso XIII. Ha
sido observado que este prncipe, cabeza de todos los Grandes de Espaa, sola
retratarse lo ms frecuentemente en trajes ligeros, jerseys de polo y atavos sencillos.
El hombre y el escenario eran ricos en contrastes.
Nada poda privar al rey de su natural alegra y buen humor. Los largos aos de
ceremonial, los cuidados del Estado, los peligros que le rodeaban, haban dejado
intacta aquella fuente de jovialidad y alegra juvenil. Cuando lo encontr en una de sus
recientes visitas a Londres, acababa de salir de una de las ms graves crisis polticas de
su reinado. Habl de esto con sencilla modestia y cierta clase de imperturbable
confianza en s mismo. Pero lo que pareca ocupar su pensamiento era la eleccin
parcial inglesa de San Jorge, entonces en su apogeo.
Los pasquines en las casas y en los automviles; la excitacin poltica de sus
numerosos amigos de Mayfair; las propagandas de la Prensa conservadora con sus
consecuencias: muidores y oradores aristocrticos de ambos sexos; todo aquel
vocero y aquella algazara excitaban su natural inters. Le pareca una gran diversin y
un juego en que le gustara tomar parte. Gozaba callejeando de incgnito, viendo las
las multitudes, o en ir solo, sin escolta, adnde le pareca bien. En todos los viajes de
su vida encontraba muchos amigos, y, siempre, cuando era reconocido, alcanzaba
ovaciones y respeto. Sentase, pues, seguro de tener tras s la constante fidelidad de la
nacin; y habiendo trabajado continua y lealmente en su servicio, entenda haber
merecido su afecto. Un relmpago ilumin la sombra escena. Vio en torno suyo una
extensa, arraigada y, aparentemente, casi universal hostilidad personal hacia l.
Pronunci entonces una de aquellas expresiones, que se le atribuan en aquel
interesante perodo, y que muestran la fuerza y la calidad de su comprensin de la
vida: Me parece como si hubiese ido a visitar a un viejo amigo y me encontrase con
que haba muerto. El episodio fue, realmente, una triste decepcin. Explicadlo como
queris: la dureza de los tiempos en todo el mundo, la incapacidad poltica del partido
monrquico, la tendencia de la poca, la propaganda de Mosc; pero lo cierto es que,
sin disfraz, fue un gesto de repulsa de la nacin espaola que llega al corazn.
A todo el mundo le ha chocado el contraste entre la sbita y feroz aversin de los
espaoles por su rey, y su notable popularidad en el momento de su cada entre las
democracias de Francia y de Inglaterra. En la patria, todo rostros ceudos; en el
extranjero, todo aplausos. Soberanos derribados de sus tronos bajo la acusacin de
despotismo han solido recibir asilo en tierras extraas; pero jams hasta entonces
haban sido acogidos en Pars y en Londres con amplias, espontneas manifestaciones
de respeto y aprobacin. Cmo explicarlo? Los espaoles, para quienes las
instituciones democrticas llevaban consigo la esperanza de nuevos y grandes
progresos y mejoras, miraban a Alfonso como un obstculo para su avance. Las
democracias francesa e inglesa, que ya gozan de todas sus ventajas, saben ms acerca
de ello. Ellas consideraban al rey como un deportista, los espaoles le conocan como
gobernante. Las fuerzas organizadas de Francia, Inglaterra y, sin duda, de los Estados
Unidos, se sentan ms atradas por el carcter y la personalidad del rey Alfonso que
por el carcter y la personalidad del pueblo espaol. Les sorprenda que la nacin no
quisiese tal soberano. El pueblo espaol vea las cosas a su manera; y esta visin era la
que deba prevalecer. El mismo Alfonso no quera que fuese de otro modo.
Los hombres y los reyes deben juzgarse por los momentos crticos de sus vidas. El
valor es apreciado, con razn, como la primera de las cualidades humanas porque,
como se ha dicho, es la que garantiza todas las dems. Alfonso XIII ha probado, en
todas las ocasiones de personal peligro o de poltica urgencia, su valor fsico y moral.
Hace muchos aos, frente a una difcil situacin, Alfonso hizo la arrogante declaracin
jactancia no fcil en Espaa de: Yo he nacido en el trono y morir en l. Que
esto era una ntima, personal e intensa resolucin y una norma de conducta, es
indudable. Tuvo que abandonarla, y hoy, joven an, est en el destierro. Pero no debe
suponerse que esta decisin, la ms penosa de su vida, fue tomada tan slo en el
ltimo momento o bajo apremiante imposicin. Bastante ms de un ao antes, haba
dado a conocer que, como rey, no se opondra a la voluntad explcita del pueblo
espaol, constitucionalmente expresada, acerca de la cuestin de repblica o
monarqua. Pero despus de todo qu rey moderno deseara reinar sobre un pueblo
que no lo quisiera? En caso de que las elecciones generales de Espaa diesen como
resultado una fuerte mayora republicana en las Cortes, todo el mundo habra de
entender que ellas daban nacimiento a una Asamblea Constitucional. Entonces, y de
manera ms legal, el rey habra abdicado sus poderes y se habra puesto a la
disposicin del Gobierno deseado por sus anteriores sbditos.
Pero no iba a ser as. La efectiva crisis sobrevino sbita, inesperadamente, con
solucin impensada, como resultado de unas simples elecciones municipales en las
que nunca deberan haber entrado las cuestiones fundamentales, elecciones,
adems, en que las fuerzas adictas a la monarqua no se haban preparado para una
eficaz accin poltica. Aun as, hubo una gran mayora monrquica; pero nadie esper
el resultado definitivo. La crisis vena acompaada de toda clase de vehemencias e
insultos. Por su comportamiento en esta odiosa prueba, el rey Alfonso demostr que
antepona el bienestar de su pas a sus personales sentimientos de orgullo y a sus
propios intereses. La solucin fue impropia, el procedimiento injurioso. Los medios
de resistencia armada no faltaban; pero el rey comprendi que el caso haba llegado a
ser tan personalmente suyo que no justificaba el derramamiento de sangre espaola
por manos espaolas. l fue el primero en lanzar en el palacio el grito de Viva
Espaa!. Hizo despus otra notable manifestacin: Espero que no habr de volver,
pues ello solamente significara que el pueblo espaol no es prspero ni feliz. Tales
declaraciones nos facilitan medios para juzgar su reinado. Se equivoc; cometi sin
duda tantos errores como los regios o parlamentarios gobernantes de otros pases;
tuvo tan poco xito como la mayora de stos en satisfacer los vagos apremios de esta
moderna Edad. Pero observamos que el espritu que lo gui a travs de estos largos
aos de dificultades no ha sido otro que el de leal servicio a su pas, y que siempre ha
sido impulsado por el amor y el respeto hacia su pueblo.
DOUGLAS HAIG
Al principio del ao 1919, Lord Haig desembarcaba en Dover despus de la total
derrota de Alemania y desapareca en la vida privada. Hubo un intervalo de pomposas
ceremonias, de conmemoraciones marciales, de Liberacin de Ciudades, de banquetes
y actos anlogos; pero, en realidad, el generalsimo de los Ejrcitos ingleses en Francia
pasaba, cuando dej la pasarela del navo y puso pie en el muelle, de una posicin de
casi suprema responsabilidad y glorioso poder a la vida ordinaria de un gentilhombre
campesino. Ttulos, recompensas, honores de todas clases, los smbolos de la gratitud
nacional llovieron sobre l: lo que no se le dio fue trabajo. No se uni a los consejos
de la nacin, no fue invitado a reorganizar su Ejrcito, no fue consultado acerca de los
Tratados, ninguna esfera de la actividad pblica estuvo abierta para l.
Sera exagerado pretender que no lo sinti. Tena cincuenta y ocho aos: una edad
en la cual, a Marlborough, le quedaban cinco campaas que librar; estaba en el ms
pleno goce de sus dotes y facultades; hallbase acostumbrado durante toda la vida a
trabajar desde por la maana a la noche; encontrbase pletrico de energa y
experiencia, y, precisamente en el momento en que su xito era mayor, no se le
encomendaba nada que hacer; ya no se le necesitaba. No le quedaba otra cosa que irse
a su casa, sentarse a la lumbre y evocar sus batallas. Lleg a ser el perpetuo
desocupado.
Y como tal se puso a mirar en torno a su pequea casita de Bemersyde, al otro
lado de la frontera, y vio que muchos de sus soldados y compaeros de armas se
encontraban en su misma condicin en cuanto a trabajo se refiere, y que, adems,
muchos se resentan de sus heridas, y que a muchos ms les costaba muchsimo
trabajo sacar sus casas adelante. Entonces l se consagr a su causa y a su suerte. Le
aceptaron por su caudillo en las contrariedades de la paz as como en las amargas
pruebas de la guerra. Adquiri gran influencia sobre esa inmensa y poderosa masa de
hombres. Sirvindoles de ejemplo y gua los apart de todo rumbo perjudicial o
peligroso para el Estado y se desvivi para mejorar las condiciones materiales. Reuni
dinero en beneficio suyo, prest su auxilio personal en casos graves, asoci a los
soldados distantes a travs del Imperio en la camaradera de un ejrcito victorioso. Y
de esta manera logr Haig tener una ocupacin; y el universo sigui su marcha; y los
polticos continuaron ocupndose de todos los tpicos que iban surgiendo; e iban
arreglando los asuntos, o crean que los arreglaban; y todo el mundo pareca muy
satisfecho.
Pero debemos saber que las grandes masas de trabajadores asalariados, cuando les
quedaba tiempo en su atareada vida para pensar acerca de cosas, se admiraron de que
el jefe cuyo nombre estaba enlazado con la ardua pero ilimitada victoria, no tuviese
puesto en la jerarqua del Estado. Sin embargo, no saban qu hacer para ello, y l no
deca nada: segua con su obra en pro de los excombatientes. Esto, aunque alegraba su
corazn, de ninguna manera una vez que la organizacin estuvo en planta
ocupaba su tiempo ni daba empleo a sus facultades. Y as pasaron los aos.
La gente empez a criticar sus campaas. Tan pronto como la censura de guerra,
efectiva y moral, fue levantada, las plumas corrieron libremente. No carecan de
material. Exista un profundo resentimiento contra las matanzas en gran escala que, en
muchas y notables ocasiones, se disputaban innecesarias y estriles. Todo ello seguir
siendo discutido durante mucho tiempo. Haig, empero, no deca nada. Ni escriba ni
hablaba en su propia defensa. Algunos oficiales de su Estado Mayor, sin conocimiento
suyo, publicaron un alegato de rplica. El volumen fue extraordinariamente mal
recibido por la Prensa y el pblico. Pero ni la seria crtica ni la ineficaz defensa
arrancaron de Haig la menor declaracin pblica.
La ltima noticia que se tuvo del mariscal fue la de que haba cado muerto como
un soldado en el campo de batalla y probablemente por causas de ese lugar
dimanadas. Produjronse entonces manifestaciones de pesar y respeto brotadas del
mismo corazn del pueblo a travs de todo el Imperio. Fue entonces cuando todo el
mundo apreci lo admirable de su conducta desde la Paz. Envolvale una aureola de
majestad que demostraba una excepcional grandeza de carcter. Revelaba un hombre
capaz de resistir extraordinarios esfuerzos, exteriores e ntimos, aunque se
prolongasen durante treinta aos; descubra un hombre vaciado en un molde clsico.
Las cualidades puestas de manifiesto por su vida y conducta despus de la guerra,
arrojan nueva luz sobre su contribucin a la victoria. Se puede ver desde diferente
ngulo y en distinto medio la fuerza de voluntad y de carcter que le capacitaron para
resistir las varias e intensas presiones a que se vio sometido: con su frente
desmoronndose bajo el mayor de los asaltos alemanes, o con su propio ejrcito
guerra que no fuese el Frente Occidental. All estaban los alemanes en sus trincheras.
Aqu estaba l a la cabeza de un Cuerpo de Ejrcito, despus de un Ejrcito y, por
ltimo, de un grupo de poderosos Ejrcitos. Lanzarlos contra el enemigo o
mantenerlos resistindose de la mejor manera posible, tal era su guerra. Era
indudablemente, un modo de hacer la guerra, y al final, se consigui, por cierto, una
abrumadora victoria. Pero tales mtodos simplistas jams lograrn ser aceptados por
la Historia como concluyentes.
Si el entendimiento de Haig era mediocre, tambin su carcter desplegaba las
cualidades de un hombre razonable y vulgar, concentrado y magnificado. Esto no es
ms que una parte del equipo de un general, pero no es precisamente una parte
desdeable. Su actitud no se derrumbaba ante la violencia de los acontecimientos
externos. Apenas era capaz de elevarse a gran altura, pero tambin era incapaz de caer
por debajo de la talla de sus modelos. As, el Ejrcito, compendio de nuestra raza
insular, reunido a travs de todas las partes del mundo, miraba a su general con
confianza, an a lo largo de muchos costosos fracasos; y la jerarqua militar, muy
complicada casi una iglesia, y, en tiempo de guerra, de suprema importancia,
senta que en el generalsimo tena alguien en quien descansar. Y stas son cosas muy
importantes.
Hasta el verano de 1916 las fuerzas expedicionarias inglesas desempearon
forzosamente slo un papel secundario en la estupenda lucha franco-alemana.
Nosotros participamos con orgullo en Mons y Le Cateau, en la vuelta al Marne, en la
gloriosa defensa del Iser y del Lis, en Neuve-Chapelle y, con nuestros esfuerzos en
Loos, contribuimos de manera importante a la batalla de la Champaa. Eran aquellos
tiempos en que nuestro personal combatiente exceda en mucho a nuestras
posibilidades en municiones. Pagbamos en sangre y en lgrimas nuestra carencia de
caones y explosivos. Sir John French, que es a veces indebidamente menospreciado
por los admiradores de Haig, llev la culpa de esto. Pero podemos decir ciertamente
que si el Ejrcito ingls no hubiese estado en el frente. Francia habra sido vencida.
An al final del ao 1915 no ramos ms que una sexta parte, numricamente, y acaso
slo una cuarta, moralmente, del frente Aliado. Hasta el Somme, en julio de 1916, no
constituimos un factor de mayor importancia en el vasto conflicto en tierra. El
esfuerzo blico de Inglaterra se demostr en los dos aos siguientes en los que las
bajas y la voluntad de victoria igualaron a las de Francia, y, ltimamente, las
sobrepujaron.
Este postrer perodo fue presidido por Haig. Nadie puede decir que no lo termin
victoriosamente.
embarazado ni cohibido en parte alguna, sino que pareca transmitir este don a la
sociedad en que se encontraba. Su intervencin sacaba del atolladero a los que en l
estuviesen, y sala con ellos suavemente de las ms desconcertantes y penosas
situaciones. l saba cmo decir lo que fuese preciso en un momento dado, y cuando
otros, torpemente, emitan necias u ofensivas apreciaciones, saba defenderse o
vengarse con gracejo, justicia o severidad. A su debido tiempo y lugar supo decir y
dijo, con dignidad y suavidad, cuantas cosas duras fue menester. Tales ocasiones
fueron raras. Fue siempre el ms agradable, afable y entretenido de los invitados o de
los compaeros; su presencia era un placer y su conversacin un regalo.
Posey y practic el arte de mostrar siempre inters en todos los temas que se
suscitasen o por cualquier persona que estuviese hablando. Acaso careciese en la
conversacin de las vividas, vibrantes cualidades de John Morley, o de la brillantez, a
veces desconcertante, de Rosebery; pero superaba a ambos en el placer que produca.
Su intervencin era menos preponderante. Dejaba que la conversacin fluyese al
arbitrio de su interlocutor, escuchando con la mayor benevolencia sus apreciaciones,
fijndose en cada uno de sus puntos y siguiendo el dilogo paso a paso, aunque a lo
mejor l hablase muy poco. Todos los que le hablaban salan de su lado creyendo que
haban estado muy bien, y dado con una persona que, conforme o disconforme con
ellos, comprenda su punto de vista. Generalmente, recordaba mejor las cosas que le
haban dicho, y que parecan haber sido escogidas por l, o con las que haba estado
de acuerdo, que las que Balfour haba contestado. Le gustaba la conversacin general
y conoca exactamente el modo de regirla; a fin de que nadie dejase de participar en
ella y no degenerase en el maldito monlogo.
Poltica, Filosofa, ciencia en todas sus ramas, Arte, Historia, eran temas que
abordaba tan gustoso como los de una conversacin frvola. Pareca preferir aquello
en que su interlocutor era ms diestro. Lo pondrais al lado de un contrario en poltica,
de un partidario despechado, de una seorita no entrada en los veinte aos, de un
capitn de marina, de un explorador, de un inventor, de un profesor competente en
cualquier materia, y a los pocos minutos observabais una animada conversacin que
creca en gusto y en inters por ambas partes.
Nadie escapaba a su atractivo; y todos ostentaban sus ms valiosos tesoros
mentales orgullosos y encantados de que hubiesen sido tan generosamente admirados
por un hombre de semejante distincin. Sin embargo, estaba pronto a hacer notar,
mediante alguna juiciosa y desconcertante pregunta, cualquier desviacin de la
verdad, del sentimiento o del gusto, tal cual l los conceba. Si el viejo Scrates le
hubiese gastado algunos de sus trucos dialcticos, es seguro que nuestro amigo
terminara muy pronto por invertir las tornas, poniendo al gran filsofo en su lugar.
Cuando yo vaya al Cielo, procurar enzarzarles sobre cualquier tema, con tal de que
no sea demasiado abstruso para m.
Se pas la vida en tertulias de amigos que lo admiraban. Fue durante muchos aos
la rueda catalina de un crculo brillante de hombres y mujeres conocidos por el
remoquete de Las Animas, que coman juntos, viajaban juntos y estaban
constantemente los unos en las deliciosas moradas de los otros. Aceptaba, adems, las
invitaciones de toda clase de gentes, jams faltaba a una cita por asistir a otra ms
tentadora, y dejaba tras l una estela de satisfaccin y hasta de dicha.
Pero bajo todo esto haba una fra inexorabilidad en lo concerniente a los asuntos
pblicos. Raramente, permita que el antagonismo poltico constituyese una barrera en
la vida privada, ni jams consinti aun en mayor medida que Asquith que la
amistad personal, por ntima y slida que fuese, embarazase sus soluciones de los
problemas de Estado. Hubiese transcurrido su vida entre el laberinto de intrigas del
Renacimiento italiano, y l no habra precisado estudiar las obras de Maquiavelo.
Hubiese vivido en la Revolucin francesa, y habra enviado a la guillotina, cuando
ello fuese absolutamente necesario, a un peligroso enemigo de su Gobierno o de su
partido o hasta a algn extraviado colega. Y lo hubiera hecho con complacencia,
aunque, eso s, de la manera ms atenta e impersonal.
Muchos aficionados a las cuestiones polticas opinaron que este rasgo de su
carcter se manifest en el caso de George Wyndham. Wyndham era uno de sus
mejores amigos. Durante muchos aos estuvieron unidos por cuantos vnculos
pueden establecer el trato social y la camaradera poltica entre dos hombres cuyas
edades son bastantes diferentes. Pero lleg el da en que Wyndham, como secretario
para Irlanda, tuvo ciertos coqueteos con los autonomistas irlandeses, que
comprometan las bases polticas del Partido Conservador. Le pareci al pblico que
Balfour, como primer ministro, dej traslucir que exiga su misin y lo abandonaba a
su extincin poltica sin volver la cabeza ni levantar el dedo.
Pero esta impresin ampliamente aceptada, est contradicha por el peso de
testimonios de primera mano. Las personas ms allegadas y caras a George Wyndham
declaran que el primer ministro lo sostuvo con todas sus fuerzas, que se neg
reiteradamente a admitirle la dimisin, y que solamente la admiti cuando, a la postre,
la salud y los nervios de Wyndham se resintieron gravemente de las variadas tensiones
a que estuvieron sometidos, y la esposa de George, apoyada resueltamente por los
mdicos, se lo rog. Lo cierto es que Wyndham continu siendo hasta el da de su
muerte amigo entusiasta de Balfour, y que su madre, a quien tanto adoraba, Mrs.
primer ministro, en las que se convino que, con objeto de mantener la coherencia del
partido, se aceptara su dimisin. Sobre estas bases, slo conocidas por Chamberlain y
Balfour, se reuni el Gabinete los das 14 y 15. Los militantes librecambistas, que
consideraban que Balfour estaba resueltamente al lado de Chamberlain, presentaron
sus dimisiones en la creencia lgica de que les seran admitidas. Devonshire
permaneci silencioso, pero daban por supuesto que estaba con ellos.
Ha sido generalmente credo hasta ahora que Balfour ocult deliberadamente a los
tres ministros librecambistas el hecho, de mxima importancia, de que Chamberlain
tambin haba dimitido, y que esta dimisin haba sido definitivamente aceptada, que
se tom un da entero de plazo a fin de impedir que llegara a ser efectiva la dimisin
de sus tres colegas complicados en la cbala, y que slo despus de esto llam a
Devonshire a su despacho, y le dijo que Chamberlain se haba ido y le inst a
quedarse. Se supuso que por este mtodo separaba al duque de sus colegas, sindole
fcil persuadirle a permanecer en el Gobierno y ayudarle a contrarrestar la poltica
proteccionista de Mr. Chamberlain. Tal fue la ancdota.
Pero esta versin no debe tener cabida en la Historia. Ante todo, Chamberlain
dimiti entonces ante el Gabinete, es decir, expres algo semejante a que le sera
mejor marcharse, o que se deba ir. Su hijo Austen escribi a un amigo mo lo
siguiente: Regres de una corta vacacin en el extranjero la noche anterior a la sesin
crtica, y no vi a mi padre hasta que me encontr con l en el Consejo. No tuve, por
tanto, conocimiento de su carta a Balfour, ni de su intencin de dimitir. Le o anunciar
esta decisin al Gabinete[20], y al salir del Consejo nos fuimos en coche a los
Jardines del Prncipe, donde le reproch el haber tomado tal resolucin sin decirme
una palabra, pero l aadi que yo habra hecho lo mismo en su caso.
No cabe recusar tal testimonio. Sucede a menudo, sin embargo, en conversaciones
entre caballeros, que no todos los presentes sacan de ella la misma impresin. Y ello
sucede especialmente cuando algunos sienten la preocupacin natural de sus propias
oposiciones. Los ministros librecambistas abandonaron sin duda la Cmara del
Consejo sin tener la menor idea de que Chamberlain haba dimitido y de que su
dimisin haba sido aceptada.
Balfour disput como imperativo de la unidad del partido el que se derramase el
mismo da sangre proteccionista y librecambista. Saba perfectamente que ninguno de
los ministros partidarios del Libre Cambio habra dimitido de haber sabido que el
supercampen del proteccionismo haba tomado espontneamente el camino del
desierto. Al contrario, se habran regocijado de quedarse y verlo partir. Pero no era
ste el plan de Balfour. Supuso que haban odo la declaracin de Chamberlain y que
haban presentado su dimisin a la luz de este hecho esencial. No par mientes en que
las palabras de Chamberlain tenan diferente significado para l nico que estaba en
antecedentes que para sus colegas disidentes. No se crey obligado a informar a
quienes haban l as lo juzgaba intrigado contra l, contra su posicin. Se
reserv para s propio el derecho a optar entre las diversas dimisiones que le
amenazaban. Entenda que era incumbencia exclusiva suya al tratar de persuadir a
alguien a permanecer en el puesto. Pero an queda la cuestin del aplazamiento en
decrselo al duque de Devonshire. Sobre este punto la explicacin es completa.
El duque sali del Gabinete quiz bajo la impresin de que Chamberlain haba
ofrecido su dimisin, sin gran empeo; pero que la oferta haba sido rechazada. Lord
Derby, entonces Lord Stanley, de quien tengo esta referencia, era secretario de
Hacienda para el Ministerio de la Guerra. Era yerno del duque, y muy ntimo suyo.
Tomaron juntos el coche para ir a comer con Mr. Leopold de Rothschild en los
arrabales de Londres, en Gunersbury. Mientras estaban a la mesa lleg el cofre rojo de
la valija del Gabinete. El duque se volvi a su yerno y le dijo: Me dej la llave del
Gabinete en Londres, prstame la tuya. Como Stanley no estaba an facultado para
poseer una llave de Gabinete, as lo dijo. La caja qued cerrada y aquella noche lleg
tarde a Londres.
A la maana siguiente, Lord Stanley fue al despacho de Whips, en el nmero 12
de Downing Street, donde se le dijo que Chamberlain haba dimitido, y que el primer
ministro haba aceptado su dimisin. A la hora del almuerzo, Lord Stanley encontr
casualmente a un amigo que le dijo que el duque estaba muy solo e inquieto, con su
mujer fuera y nadie con quien hablar, y que le gustara recibir la visita de su yerno.
Fui (escribe Lord Derby) a casa del duque, y lo encontr pasendose por su
habitacin. Me dijo: Como es natural, he escrito dimitiendo. Le pregunt qu
razones haba dado para ello, y me contest que no poda permanecer en el mismo
Gabinete que Joe Chamberlain. Mi respuesta fue: Pero como Joe ha dimitido, se ya
no es un pretexto posible. Dio un salto, como si lo hubiera pinchado, y exclam: No
s una palabra de eso. Me asalt entonces la idea de que la valija de la noche anterior
contena la noticia dentro de la caja que mi suegro por lo visto no haba llegado
an a abrir. Se lo dije, abri el duque la caja y encontr, como yo supona, una carta
de Balfour dicindole que Joe haba dimitido y deseando que el duque permaneciese
en su puesto.
Quedse entonces en gran perplejidad, porque ya haba enviado, a mano, su
aspectos y las posibles fallas de todas las disposiciones de cuya adopcin o defensa
era responsable. Como jefe de partido, su costumbre era la de llevar personalmente el
debate. Hablaba ordinariamente por espacio de una hora, y su guin consista
simplemente en cuatro o cinco puntos, sealados con sus correspondientes epgrafes,
que comprendan treinta o cuarenta palabras, anotadas sobre dos grandes sobres.
Dentro de estos lmites dejaba a sus palabras fluir. A veces haca una pausa para
encontrar el vocablo que mejor expresase su pensamiento. En tales ocasiones, la
asamblea le acompaaba simpticamente en la bsqueda. Era como si hubiese dejado
caer sus lentes en el momento en que estaba leyendo un despacho importante.
Entonces, amigos y enemigos, acudan solcitos a recogrselos. Y todos se alegraban al
ver que l mismo los encontraba y los sacaba, con su mano derecha, del bolsillo del
chaleco. Era el momento en que surga la palabra precisa, entre grandes aplausos o
fuertes alaridos y general satisfaccin. Esta facultad de atraerse la totalidad del
auditorio, lo mismo el lado adverso que el favorable, en el momento de pronunciar
sus oraciones, era un don poderoso; y l, con sus intervenciones, domin siempre la
Cmara de los Comunes hasta el lmite en que una asamblea puede ser influida por un
discurso.
Es bastante curioso que, siendo el ms fcil, seguro y fluyente de los oradores, fue
el escritor ms tmido y laborioso. Sola encaminarse a un mitin de diez mil almas, en
el que sus palabras y la manera de ser recibido podan tener importantes
consecuencias, sin otra preparacin que un simple coloquio, sobre importantes temas,
sostenido en el vehculo que lo conduca al acto pblico. Cuando perciba con los ojos
del espritu una proposicin razonable, estaba seguro de poder desarrollarla, clara y
distintamente; pero, cuando coga la pluma se echaba a temblar y tachaba y
enmendaba y volva a escribir hasta lo indecible. Sola invertir horas en redactar un
prrafo, y das en un artculo. Pareca una cosa al revs. La palabra hablada, proferida
desde la cumbre del poder, lanzada irrevocablemente, no le daba miedo alguno; pero
entraba, en cambio, en el tabernculo de la literatura bajo la doble dosis de humildad y
respeto que le es adecuada. Estaba seguro del curso de su pensamiento, estaba
inseguro del movimiento de su pluma. La Historia de todos los pases abunda en
brillantes y ledos escritores que se amilanan y tartamudean cuando tienen que hablar
en pblico o que salen completamente empequeecidos de la prueba. Balfour era el
reverso de la medalla, y ello nos proporciona una revelacin importante de su
carcter. Era un espritu minucioso, ponderado, de los que miden el pro y el contra, y
miden, sobre todo, sus propias limitaciones y defectos. La coercin y el apremio de un
discurso publicado le obligaba a exponer sus pensamientos a cierta elevada velocidad.
Su inteligencia estaba en accin y a cada segundo tena que tomar decisiones mentales;
pero en su dormitorio, en su cartapacio sobre el regazo y la estilogrfica oscilando
pausadamente sobre las cuartillas, una veintena de argumentos contra cada caso,
contra cada frase, y casi contra cada palabra, se le ofrecan a todo instante y avanzaban
y retrocedan ante su especulativa contemplacin. Todo cuanto escribi fue de alto
nivel; pero su excelencia fue comprada al precio de inconcebible trabajo.
Y as suceda que, en poltica, decida ms fcilmente sobre grandes que sobre
pequeas cuestiones. Era ms eficaz en una solucin de general importancia que en
esas definidas resoluciones administrativas que constantemente se requieren de los
altos funcionarios del Poder Ejecutivo en pocas de perturbacin. No serva para dar
rdenes; y hay tiempos en que el dar muchas rdenes, claramente expresadas,
armnicamente concertadas, es un don apetecible en un gobernante. No le gustaba
precipitarse y dar pasos en falso; pero, en momento de guerra, los jefes no tienen ms
remedio que precipitarse. Odiaba tomar una decisin sin pleno y perfecto
conocimiento; pero, en pocas de violencia, la mayora de las cosas ms importantes
tienen que hacerse con una informacin imperfecta e incierta, y el olfato basado sobre
el previo estudio es a menudo el ms seguro gua. Un da, en 1918, cuando el Consejo
Supremo de los Aliados celebraba sesin en Versalles bajo el tronar y casi al alcance
de los obuses alemanes, Balfour habl durante diez minutos de una cuestin
importante, y cuando termin, el viejo Clemenceau volvi hacia l sus ojos
chispeantes y le dijo speramente Pour ou contre? Donde su entendimiento se hallaba
a gusto era en la eleccin de principios y en el discernimiento de proposiciones sobre
los asuntos mundiales. Deseaba tener a su disposicin personal competente y de un
grado inferior, capaz de traducir sus casi invariablemente profundas concepciones en
accin prctica.
No es ste el lugar adecuado para tratar de los mltiples y memorables actos
polticos cuya responsabilidad le incumbe ampliamente. Me limitar a escoger
solamente unos pocos entre los principales. Toda su juventud fue gastada en oponerse
a las aspiraciones autonomistas irlandesas. Como secretario para Irlanda y, despus,
como jefe de la Cmara de los Comunes, trabaj por gobernar a la verde Ern justa,
benfica y firmemente. Despus de su derrota en 1905 dejaba a aquella isla ms
tratable polticamente, y a su pueblo en mejores disposiciones que nunca. Desde el
momento, sin embargo, en que el Ulster se constituy en provincia autnoma, Balfour
se interes menos de los azares y del destino de la Irlanda meridional. Cabalmente
creo que no se hubiese apurado mucho aunque el Estado libre de Irlanda quedase
excluido del Imperio Britnico. Siempre consider tal exclusin como el ltimo
recurso que quedaba a disposicin de Inglaterra.
Cuando los Estados Unidos declararon la guerra a Espaa, despus de los
prolongados disturbios en Cuba, Balfour ocupaba accidentalmente la cartera de
Negocios Extranjeros. La amistad entre Inglaterra y Espaa era antigua y preciada.
Ninguna querella separaba a los dos pases desde que habamos luchado juntos contra
Napolen. Quiz la ms arraigada conviccin de Balfour era la de que los pueblos de
lengua inglesa deben mantenerse unidos. De acuerdo con ella, y en una sola noche,
acab con la benvola simpata de que gozaba Espaa en el Foreign Office y
transform la estricta neutralidad en una actitud de marcada simpata hacia los Estados
Unidos. Los espaoles tienen buena memoria, y por eso no me caus sorpresa el que,
durante la Gran Guerra, se mostrasen extremadamente fros hacia una combinacin
que inclua a los descendientes de los invasores napolenicos, a los Estados Unidos,
que los haban despojado de los ltimos restos de su imperio colonial, y a la Gran
Bretaa, a la que no profesaban gran amistad, y que seguan detentando Gibraltar. Sin
embargo, la decisin de Balfour ha resistido la prueba del tiempo.
En aquella funesta semana de la guerra de los Boers, en que el conflicto present
graves caracteres, Balfour estuvo a la altura de las circunstancias. Era el nico ministro
que se hallaba en Londres cuando recibi el telegrama de Sir Redvers Buller
proponiendo el abandono de la operacin de socorro a Ladysmith y la capitulacin de
las importantes fuerzas que guarnecan esta ciudad, despus de hacer explotar las
municiones. Sin esperar a consultar con su to, el primer ministro, ni con sus colegas,
Balfour contest, tajantemente a Buller que perseverase en el socorro de Ladysmith o
entregase el mando del Ejrcito y regresase a Inglaterra. Ladysmith fue liberada.
Yo desempe algn papel en los acontecimientos que le llevaron a la cabeza del
Almirantazgo durante la Gran Guerra. Despus que hubo cesado de ser jefe del
Partido Conservador en 1911, y cuando la sombra de un peligro cercano se cerna
sobre nosotros, induje al primer ministro, Mr. Asquith, a que le nombrase miembro
permanente del Comit de Defensa Imperial. Experimentaba una intensa necesidad de
or su opinin en las cuestiones navales y militares de vida o muerte que se planteaban
en aquellos aos de zozobra. Quera poder tratar con l los diferentes aspectos del
peligro alemn, en la forma libre y desembarazada que slo puede y debe dar la
conexin oficial y pblica, cuando se trata de asuntos secretos. Cuando estall la
guerra logr asociarlo lo ms posible a la marcha de los asuntos del Almirantazgo, y
como todo el mundo sabe, fue partidario decidido de la empresa contra los
Dardanelos. Por eso me qued satisfecho, cuando tuve que dejar el Almirantazgo, de
que esta operacin, entonces en dolores de alumbramiento, fuese proseguida por l.
l persever, resueltamente.
No era, sin embargo, un puesto administrativo y directamente ejecutivo como el
Almirantazgo, el ms adecuado para su temperamento y su formacin intelectual. Fue
al ser trasladado al Departamento de Negocios Extranjeros cuando su memorable
participacin en el conflicto empez. Su visita a Washington, al entrar los Estados
Unidos en la guerra, revel la plenitud de sus facultades. Jams tuvo Inglaterra un
embajador y un plenipotenciario ms persuasivo ni imperioso. Despus de la guerra,
evit que la Conferencia de la Paz naufragase en un mar de palabrera, durante
aquellas crticas semanas en que el presidente Wilson y Mr. Lloyd George tuvieron
que regresar a sus pases por exigencias de la poltica interior. Por lo dems, ah est la
declaracin sionista y la nota de Balfour sobre los dbitos de los interaliados. Estas
decisiones, que siempre mantuvo, estn prximas y ligadas con los problemas actuales
para que pueda recaer sobre ellas un juicio imparcial.
En medio de universal simpata y general afecto, celebr Balfour sus ochenta aos.
Pero desde entonces, el Tiempo, hurao, empez a vengarse de quien, durante tanto
tiempo, haba desdeado su amenaza. Quebrantse su cuerpo, pero su espritu
conserv hasta el fin su visin clara y serena sobre el escenario de la vida humana y
su complacencia inextinguible por las nobles manifestaciones del pensamiento.
Tuve el privilegio de visitarlo varas veces en los ltimos meses de su vida. Vi con
pesadumbre acercarse la eterna partida y para todo efecto humano la total
extincin de un ser cuya elevacin era tan grande sobre el nivel corriente. Al
contemplarlo mirando con firme, tranquila y alegre mirada la Muerte que vena a su
encuentro, yo pensaba cun necios eran los estoicos al hacer tanto ruido en torno a un
suceso tan natural y tan indispensable al gnero humano.
Pero tambin senta la tragedia que robaba al mundo todo el tesoro de saber y
experiencia acumulado a travs de la vida de un gran hombre, y pasaba su lmpara a
manos de algn mozalbete indisciplinado e impetuoso, o la dejaba caer, hecha
pedazos, sobre el suelo.
HITLER Y SU OPCIN
No es posible formular un juicio justo sobre una figura pblica que ha alcanzado
las enormes dimensiones de la de Adolfo Hitler mientras no tengamos ante nosotros,
ntegra, la obra de toda su vida. Aunque las malas acciones no pueden ser condenadas
por posteriores actuaciones polticas, la Historia est repleta de ejemplos de hombres
que han escalado el poder valindose de procedimientos feos y crueles, y hasta
espantosos, pero que, sin embargo, al apreciar su vida en conjunto, se les consider
como grandes figuras cuyas vidas han enriquecido los anales del gnero humano. Tal
puede suceder con Hitler.
Esa visin total nos est vedada hoy[21]. An no podemos decir si Hitler ser el
hombre que desencadenar de nuevo sobre el mundo otra guerra en la que la
civilizacin sucumbir irremisiblemente, o si pasar a la Historia como el hombre que
restaur el honor y la paz de espritu de la gran nacin germnica y la reintegr serena,
esperanzada y fuerte a la cabeza del crculo familiar europeo. Es sobre este misterio
del futuro sobre el que la Historia se pronunciar. Baste decir que ambas posibilidades
estn abiertas en el momento presente. Y pues la Historia est sin terminar, porque sus
ms azarosos captulos no han sido escritos an, nos vemos obligados a tratar de la
parte sombra de la carrera y la obra hitleriana, sin olvidar la posibilidad de una
alternativa luminosa ni cesar de esperarla.
Adolfo Hitler fue hijo del dolor y la rabia de una raza y un Imperio poderoso que
haban sufrido en la guerra abrumadora derrota. Fue l quien exorciz el espritu de
desesperacin de la mente alemana sustituyndolo por el no menos funesto, pero
mucho menos mrbido, espritu de venganza. Cuando los terribles Ejrcitos alemanes,
que haban tenido media Europa entre sus garras, retrocedan en todos los frentes y
solicitaban un armisticio de aquellos mismos pueblos cuyas tierras ocupaban an
como invasores, cuando el orgullo y la obstinacin de la raza prusiana se quebraban
en rendicin y revolucin detrs de las lneas de combate, cuando aquel Gobierno
imperial, que durante ms de cincuenta espantosos meses, haba sido el terror de casi
todas las naciones, se desplomaba ignominiosamente en colapso, dejando a sus leales
sbditos indefensos y desarmados ante la clera de los gravemente heridos, pero
victoriosos Aliados, entonces fue cuando un cabo, un austraco, antes pintor de
puertas y ventanas, se lanz a recobrarlo todo.
En los quince aos que transcurrieron desde esta resolucin, Hitler ha logrado no
solamente restaurar a Alemania en su ms poderosa posicin en Europa, sino que ha
conseguido, adems, y en muy grande medida, invertir los resultados de la Gran
Guerra. Sir John Simon dijo en Berln, que, como secretario de Negocios Extranjeros,
no haca distincin entre Vencedores y Vencidos. Tal distincin, cabalmente, existe
an, pero los vencedores estn en camino de llegar a ser vencidos, y los vencidos,
vencedores. Cuando Hitler comenz, Alemania estaba postrada a los pies de los
Aliados. Puede llegar un da en que vea, postrado a los pies de Alemania, lo que
quede de Europa. Sea cualquiera la opinin que se tenga de tales hazaas, lo cierto es
que se sitan entre las ms notables de la Historia del mundo.
El xito de Hitler, y, por descontado, su persistencia como fuerza poltica, no
habra sido posible si no fuera por el letargo y la insensatez de los Gobiernos
franceses e ingleses de despus de la Guerra, y, especialmente, de los tres ltimos
aos[22]. Ningn sincero intento se hizo para llegar a una inteligencia con los varios
Gobiernos moderados que tuvo Alemania bajo un sistema parlamentario. Durante
mucho tiempo los franceses acariciaron la absurda ilusin de que podran sacar de los
alemanes cuantiosas indemnizaciones que les compensasen de las devastaciones de la
guerra. Fijronse cifras de reparaciones econmicas, no slo por los franceses, sino
por los ingleses; pero no tenan la menor relacin con ninguno de los procedimientos
que existen o pueden existir para transferir la riqueza de un pas a otro. Para imponer
el sometimiento a estas insensatas demandas, los Ejrcitos franceses volvieron a
ocupar el Ruhr en 1923. Para conseguir una dcima parte tan slo de lo que
primeramente haba sido pedido, un Comit interaliado, presidido por un
norteamericano competente, intervino por espacio de varios aos las internas
operaciones financieras de Alemania, renovando as, y perpetuando el amargo
recuerdo de la derrota en las mentes alemanas. En realidad nada se gan a costa de
estos rozamientos, pues aunque los Aliados extrajeron casi mil millones de libras de
fondos alemanes, los Estados Unidos y la Gran Bretaa, aunque sta en menor
cantidad, prestaron a Alemania al mismo tiempo ms de dos mil millones. Y de este
modo, mientras los Aliados derramaban su riqueza sobre Alemania para levantarla y
vaciedades sobre los beneficios de la paz y ganar los aplausos de la isla de sus
bienintencionadas, pero mal informadas mayoras. An tan tarde como en 1932, el
Gobierno ingls ejerca sobre Francia las mayores presiones para obligarla a reducir su
fuerza armada, cuando al mismo tiempo Francia saba los inmensos preparativos que
se llevaban a cabo en todas partes de Alemania. Yo expliqu y expuse ante la Cmara
de los Comunes repetidamente y con todo detalle la locura de este proceso. En
definitiva, todo lo que sali de las Conferencias del Desarme fue el Rearme de
Alemania.
Mientras todas estas formidables transformaciones ocurran en Europa, el cabo
Hitler estaba riendo su larga, agotadora batalla por el corazn alemn. No puede
leerse la historia de esa lucha sin sentir admiracin por el valor, la perseverancia y la
fuerza vital que le permitieron, amenazador, desafiar, conciliar o vencer a todas las
autoridades o resistencias que obstruan su camino. Hitler y las legiones siempre
crecientes que trabajaban con l mostraron entonces, en su patritico ardor y en su
amor al pas, que no haba nada que no hiciesen o no osasen, ni sacrificio de vida,
miembro o libertad que no estuviesen propicios a realizar o a infligir a sus contrarios.
Los principales episodios de la Historia son bien conocidos: los mtines tumultuosos,
los fusilamientos de Munich, el encarcelamiento de Hitler, sus varias detenciones y
procesos, sus conflictos con Hindenburg, su campaa electoral, la inestabilidad de
Von Papen, la conquista de Hindenburg por Hitler, el abandono de Brning por
Hindenburg: he ah las piedras miliares de esa marcha incontenible que llev al cabo
austraco a la dictadura vitalicia sobre toda una nacin de cerca de setenta millones de
almas, que constituyen la raza ms industriosa, manejable, fiera y marcial que existe
en el mundo.
Hitler lleg al supremo Poder de Alemania a la cabeza de un movimiento
nacionalsocialista que borr todos los Estados y antiguos reinos de Alemania y los
fundi en uno solo. Al mismo tiempo, el nazismo suprima y obliteraba por la fuerza,
donde era necesario, cualesquiera otras partes del Estado. Fue en este mismo
momento cuando encontr que la organizacin secreta de la industria y aviacin
alemanas que el Estado Mayor alemn, primero y ltimamente el Gobierno de Brning
haban elaborado, se encontraba, en efecto, absolutamente preparada para ser puesta
en actividad. Hasta entonces, nadie se haba atrevido a dar este paso, por temor a que
los Aliados interviniesen y lo marchitasen todo en agraz. Pero Hitler haba surgido por
violencia y pasin, estaba rodeado de hombres tan crueles como l. Es probable que,
cuando derrot al Gobierno constitucional existente en Alemania, no supiese hasta
qu punto le hubiesen preparado el terreno para su accin; es seguro que jams les ha
Alemania al fin de la Gran Guerra, fueron tambin acusados de ser el principal sostn
del comunismo y los autores de toda clase de doctrinas derrotistas. Por cuya razn, los
judos de Alemania, una comunidad que ascenda a muchos cientos de miles, fue
despojada de todo poder, arrojada de toda posesin en la vida pblica y social
expulsada de las profesiones, silenciada en la Prensa y declarada raza odiosa e infame.
El siglo XX ha contemplado con sorpresa no slo la promulgacin de estas feroces
doctrinas, sino su corroboracin prctica, violenta y brutal realizada por el Gobierno y
el populacho. Ni los servicios anteriores, ni el patriotismo probado, ni siquiera las
heridas sufridas en la Guerra pudieron proporcionar inmunidad a unas personas cuyo
nico crimen consista en que sus padres los haban trado al mundo. Toda clase de
persecuciones, graves o leves, infligidas a grandes o a chicos, desde los sabios,
escritores y artistas de fama mundial hasta los pequeos y mseros nios judos de las
escuelas pblicas, fue practicada, fue glorificada, y an est siendo glorificada y
practicada.
Proscripcin anloga se abati sobre socialistas y comunistas de todo color. Las
Uniones de trabajadores y las agrupaciones liberales sufren el mismo trato. La ms
ligera crtica es una ofensa contra el Estado. Los tribunales de justicia, aunque se les
permite actuar en las causas de delitos comunes, son remplazados, en los casos de
delitos polticos, por los llamados Tribunales Populares, compuestos de ardientes
nazis. Al lado de los campos de instruccin de los nuevos ejrcitos y de los grandes
aerdromos, los campos de concentracin manchan, como pstulas, el suelo alemn.
En ellos miles de alemanes son reducidos a sumisin rebaega por el poder irresistible
del Estado totalitario. El odio a los judos lleva, por lgica transicin, a un ataque a las
bases histricas del Cristianismo. De este modo, el conflicto se extendi rpidamente,
y los sacerdotes catlicos y los pastores protestantes cayeron bajo al anatema de lo que
est llegando a ser la nueva religin de los pueblos alemanes, es decir, la adoracin de
Alemania bajo los smbolos de los antiguos dioses del paganismo nrdico. Tambin es
aqu donde hemos llegado hoy.
Qu clase de hombre corresponde a esta hosca figura que ha realizado esos
soberbios trabajos y ha desencadenado tan espantosos males? Sigue compartiendo
las pasiones que ha suscitado? A la luz cenital de su mundial triunfo, a la cabeza de la
gran nacin que ha levantado del polvo, contina atormentado por los odios y los
antagonismos de su desesperada lucha o se habr despojado de ellos, como de la
armadura y de las armas crueles del combate, bajo la suavizadora influencia del xito?
He aqu una pregunta evidentemente inquietante para los hombres de todas las
naciones! Aquellos que se han encontrado frente a frente con Hitler en los asuntos
Pero a todas esas proezas una un carcter fuerte, rebelde e insolente que le haca a la
vez admirado y temido de sus maestros. Armado de su terrible capacidad de trabajo, y
de su rpida y fcil asimilacin, rechazaba toda clase de favor y prefera vencer contra
viento y marea. Lleg a dejar de asistir a las clases de los profesores de francs,
italiano e Historia, y dedicarse a intensa preparacin privada, para darse el gusto de
arrebatar a los alumnos ms estimados de aqullos los primeros premios.
Pero a pesar de todo esto, su encanto, su aspecto, su risa y su natural ascendiente
le granjearon sin disputa la aceptacin de los muchachos y quebrantaron el respeto a
los entonados profesores. No fue precisamente el alumno modelo, pero fue, con
mucho, el ms aprovechado. Madur a velocidad increble. Antes de los diecisiete
aos su vocabulario ya era abundante, sonoras sus frases, pulido su gusto en el
empleo de las palabras. Sus inscripciones en el registro de acontecimientos llevado
por el Capitn de los Ciudadanos son una leyenda estudiantil de ampulosidad y
grandilocuencia. Sus ideas y su caudal de conocimientos corran parejas con su
facundia para exponerlos de palabra o por escrito. Anim e inspir la sociedad
etoniana de controversias, y llev a Mr. Gladstone, en la cspide de su carrera, como
dcil cautivo, a dirigirle la palabra. Todo el mundo reconoca los mritos del joven
Curzon y vaticinaba su fama futura.
Sus cuatro aos de Oxford no fueron menos notables. All dedic preferente
atencin a la poltica. Sus estudios acadmicos ocuparon un segundo plano en su
inters y en los exmenes obtuvo solamente una segunda clase. Pero lleg muy
pronto a ser el jefe de la juvenil opinin tory. Fue miembro de los clubs Chatham y
Canning. Alcanz la presidencia de la Unin. Escriba copiosamente y hablaba sin
cesar. Infunda energa a cuanto tocaba. Su reputacin naciente trascenda de la
Universidad y llegaba a los crculos aristocrticos que dominaban la escena poltica. A
los veintids aos era notorio como El hombre de maana.
La palabra notorio est usada aposta, pues con todo aquel brillo juvenil de
Curzon se mezclaba una inocente, pero no por eso menos seria, opacidad de hombre
de nota. Su facilidad le llevaba de un salto a la prolijidad; su ceremoniosa diccin
tenda a lo pomposo; la amplitud de sus conocimientos se motejaba de superficialidad;
su natural preeminencia iba acompaada de aires de superioridad. Pero todo eso no
era sino un tributo de corrientes subalternas a un raudal que avanzaba impetuoso y
lleno de esperanzas.
Era fcil entonces afortunadamente an lo es hoy para un hombre de tales
prendas e influencia entrar en la Cmara de los Comunes, como el representante
libremente elegido, de un gran distrito electoral. Pero aqu, por primera vez, tuvo que
enfrentarse con una serie de pruebas que no se avenan bien con sus dotes. La Cmara
de los Comunes, en la penltima decena del siglo pasado, era muy diferente en su
nivel social a las asambleas de nuestros das. Pero era entonces, como ahora, el ms
competente y comprensivo juez de un hombre. Encontr que le faltaba algo a Mr.
Curzon. No era precisamente informacin ni aplicacin; no era facilidad de palabra ni
atractivo de maneras y de aspecto. Todo eso estaba en su equipo. Podrais abrir su
mochila y hacer inventario minucioso: nada faltaba en la lista. Sin embargo, algo o
todo estaba incompleto. Haciendo toda clase de concesiones a su juventud y a sus
excepcionales facultades, la Cmara le consider desde el primer da de su investidura
como un peso ligero. Suscit admiracin y envidia, pero no hizo nacer mucho amor
ni mucho odio. Podra exponer un asunto con precisin y dar una rplica eficaz.
Empuaba la daga parlamentaria con perfeccin y estilo; y trabajaba, y viajaba, y lea,
y escriba (slo sobre Persia escribi un libro de mil trescientas pginas) y haca todo
lo que era preciso sin llegar a ser capaz de cambiar el rumbo de la opinin ni el curso
de los acontecimientos. Gentes ms sencillas, con dura fuerza interior y convicciones
talladas a pico por la experiencia prcticamente adquirida, tartamudeaban discursos
que contaban mucho ms que sus superfluas peroraciones. En la Cmara de los
Comunes encontr su igual; y, comparado con las grandes figuras parlamentarias de
aquel tiempo, nunca fue considerado, ni aun en su hora, como un combatiente igual o
un rival futuro. En teora, y ello pudiera zanjarse solamente con un examen, tena
mucho de comn con Pitt, el joven. En la realidad, sin embargo, quedara eclipsado
por ste.
Llevaba el Partido Conservador cinco aos seguidos en el poder antes de que
Curzon fuese nombrado subsecretario. La derrota de Lord Salisbury en 1892 ofreci a
Curzon amplias oportunidades desde los bancos de la Oposicin. Puede decirse con
seguridad que ningn parlamentario de primera fila, con toda la ventaja de haber sido
ya miembro del Gobierno, y a menos de una descalificacin definida, no dejara de
reclamar un puesto de categora en el Gabinete a la vuelta de su partido al Poder. Sin
embargo, en 1895, Lord Salisbury no tuvo reparo en ofrecer, ni Mr. Curzon repar en
aceptar el importante, aunque de todos modos subordinado puesto, de subsecretario
de Estado para Negocios Extranjeros. Debemos concluir que, a pesar de sus perfilados
discursos y acabadas intervenciones, su perfeccin de frase y prontitud de epigrama,
sus relaciones sociales y su intachable reputacin, Curzon result completamente
derrotado en la Cmara de los Comunes. Fue una ruda prueba.
Es justo decir que l nunca se dio por vencido. Quiso luchar y acampar, y luchar
de nuevo, en la Cmara de los Comunes. Vea con pesadumbre y alarma la
Slo tuve con l una discusin pblica. Cuando Mr. Baldwin estaba planeando su
ataque para derribar al Gobierno de coalicin de Mr. Lloyd George, en 1922, y la crisis
se acercaba en el otoo, hubo varias comidas en mi casa, en las cuales, Lloyd George
y yo, discutamos las crecientes dificultades con Austen Chamberlain, Balfour, Curzon
y Birkenhead, tratando de hallarles solucin. sta giraba sobre el tema de si era
correcto pedir el decreto de disolucin sin convocar al Parlamento ntegro, o esperar a
la prxima reunin de la Unin Nacional de Asociaciones Conservadoras. Se
descontaba que Mr. Lloyd George no continuara como primer ministro despus de las
elecciones, a menos que la mayora del Partido Conservador as lo desease. Los que
ramos miembros liberales de la coalicin nos encontrbamos en terreno firme,
porque tenamos varios meses por delante del trmino establecido para dimitir y
apoyar una situacin puramente conservadora. Recuerdo perfectamente que, en
presencia de todos, Curzon se levant de la silla, para marcharse, diciendo: Muy
bien, yo soy de la partida. Esto significa que quera ir con nosotros en una apelacin
al pas.
Cuando se celebr el trascendental mitin del Carlton Club, algunas semanas
despus, nos encontramos un tanto sorprendidos al ver que Curzon inclinaba su peso
en contra nuestra, retena la Cartera de Negocios Extranjeros en el nuevo Gobierno y
nos atacaba con toda su energa. No hay duda de que odiaba a Lloyd George. Pero
subsista su cordial promesa hecha a todos nosotros. Esta defeccin dio un tono agrio
a nuestros discursos electorales. Curzon inici el encuentro con la declaracin de que
el mensaje dirigido a los Dominios invitndoles a apoyarnos en Chamak ante el
peligro de una nueva invasin turca en Europa, haba sido planeado y publicado sin
que se le consultase a l como secretario de Negocios Extranjeros. Yo acababa de
sufrir, pocos das antes, una grave operacin de apndice, pero no pude dejar pasar
esto. Y, as, escrib largo y tendido para decir, en sntesis, refirindome al mensaje
famoso, que, a despecho de la crtica situacin, Lord Curzon haba salido de Londres
la noche del viernes para una de sus residencias del campo, y no regres hasta el
martes siguiente. El domingo, Lord Curzon fue apremiantemente requerido por Mr.
Lloyd George y Mr. Chamberlain (es decir, por el primer ministro y por el jefe de su
propio partido) para que regresase a Londres. Contest que permaneca en el campo
porque su casa de Londres no estaba en condiciones adecuadas para recibirlo. Se le
inst, en definitiva, para que retornase el lunes. Ignoro cmo se resolvi, al fin, el
problema de la instalacin de Su Seora. No le pareci bien esto: era natural que no
le pareciese bien. Replic en The Times que mis manifestaciones se caracterizaban por
copiosas inexactitudes y no pequea malevolencia, y dio una dilatada explicacin
acerca de cun enfermo haba estado. Hasta entonces no habamos tenido noticia de
semejante enfermedad. Repliqu diciendo que haba tenido que admitir los
argumentos esgrimidos contra l.
Pasaron nueve meses sin vernos. Nos encontramos en una cena privada, en
Londres. l era uno de los principales ministros, nosotros habamos quedado fuera de
combate; no me mostr muy solcito con l. Pero cuando las damas abandonaron el
comedor, l vino a m, y, con gesto vehemente y magnfico, que lo desvaneca todo,
me tendi la mano. ste era el hombre verdadero.
En la primavera de 1923, la salud de Mr. Bonar Law se derrumb. Un crucero por
el Mediterrneo no logr restaurar sus fuerzas, y decidi abandonar la presidencia del
Consejo.
Varias cuestiones de prctica y recta interpretacin constitucional surgieron.
Cuando un partido est en la oposicin y su jefatura queda vacante, puede elegir
libremente entre las varias personalidades de talla. Pero, si el partido est en el Poder,
la opcin hecha por el soberano puede anticipar y, en cierto sentido, prevenir, la
decisin del partido. La prerrogativa es absoluta. A ningn partido le es dable ofrecer
al monarca un primer ministro. Una vez que un ministro tiene el encargo de formar
Gobierno, es libre de hacerlo, si puede. Sin embargo, acaso est ms en armona con
el espritu de la Constitucin, que el rey permita al partido dominante elegir su propio
jefe antes de ser l mismo quien haga recaer la designacin en un individuo
determinado. Es inherente al sistema poltico ingls que la Corona no tenga que
exponerse a dirimir con su decisin la controversia poltica, salvo en un caso de
extrema urgencia o de grave oclusin que no permita otra salida. La Corona sufrira
un choque innecesario si, por ejemplo, el primer ministro no fuese aceptado como
jefe del partido que posee mayora en la Cmara de los Comunes. Y aun en el caso
de que por deferencia a la regia decisin, pero en contra de su inclinacin natural, un
partido aceptase como jefe al primer ministro designado, muy bien podra suceder que
la posicin de ste fuese difcil y muy corta la vida del Gobierno. Nada pierde la
Corona con esperar unos das y dar lugar a que el pleito poltico pendiente se arregle
por s mismo. La Corona actuar entonces sobre un hecho cierto mejor que sobre uno
que est en tela de juicio, no obstante su buena informacin para resolverlo.
Cabalmente, es costumbre que el primer ministro saliente, que es de presumir sea
la convocatoria que estaba seguro de que no poda faltar. Al fin lleg. A la cada de la
tarde le entregaron un telegrama de Lord Stamfordham llamando al secretario de
Estado a Londres. El regreso a la capital, el martes, estuvo todo l ocupado en la
elaboracin de planes. No hubo por un solo momento la menor duda en el nimo de
Curzon ni exista razn porque la hubiera sobre el significado del llamamiento.
Iba a ser primer ministro.
Pero como las consultas del rey haban continuado, lo que al principio pudo
parecer una eleccin descontada apareci despus a una nueva y dudosa luz. La gran
influencia de Lord Balfour se ech en el platillo de la balanza contrario a la del
anterior virrey. Fue llamado con urgencia a su casa de Sheringham, en Norfolk, donde
estaba enfermo de flebitis. Los mdicos declararon que el viaje poda ser peligroso.
Pero Balfour decidi hacerlo. Comprenda que tena un deber que cumplir. Llegado a
palacio, manifest con conviccin su criterio de que en estos tiempos un primer
ministro debe pertenecer a la Cmara de los Comunes. Redujo su dictamen
estrictamente a ese punto, y se cuid de no emplear ningn otro argumento. Era
bastante. Cuando ya bien entrada la noche, Balfour retornaba a su lecho de enfermo
de Sheringham, despus de su fatigosa jornada, alguno de los ntimos amigos que le
acompaaban le pregunt: Ser elegido el querido George?. No replic
plcidamente, el querido George no lo ser.
Mientras Curzon viajaba hacia Londres, preguntndose lo que hara en el nmero
10 de Downing Street, el rey llamaba a Mr. Baldwin. Cuando aquella tarde le
anunciaron en su casa de Londres la visita de su amigo Lord Stamfordham, fue slo
para decirle que Mr. Baldwin estaba todava en el palacio de Buckingham. El golpe era
duro y, por el momento, abrumador.
El curso de la Historia sufri una violenta desviacin con la eleccin hecha por la
Corona. El Partido Conservador habra aceptado sin duda la jefatura de Curzon si ste
hubiera recibido el encargo del rey. La prematura disolucin de 1923 se habra
evitado. El Parlamento recin elegido habra agotado la mayor parte de su vida
normal: los socialistas no habran llegado al Poder en el otoo con una votacin
minoritaria; las elecciones generales de 1923 y 1924, con su gran estrago en el personal
parlamentario y sus agravios a la economa y a la Administracin pblica, no se
habran celebrado. El principio de que un primer ministro perteneciente a la Cmara
de los Lores era un anacronismo como lo era, en efecto fue reconocido por la
Corona. Actualmente, es una cuestin que slo el Parlamento puede decidir en
presencia de las personalidades y circunstancias del caso.
Ahora que esas cuestiones pueden ser contempladas a la luz del pasado, la opinin
PHILIP SNOWDEN
Cmo se representan la generalidad de los hombres y mujeres a las figuras
polticas de hoy? Esa representacin est muy lejos de la verdad? Hasta dnde
resulta una caricatura? La mayora del pblico forma su opinin en las caricaturas y
comentarios de Prensa? O tienen un profundo instinto que les capacita para descubrir
el verdadero valor y el carcter real de los hombres pblicos?
Indudablemente, cuando los polticos, o los estadistas, como les gusta ser
llamados, han estado mucho tiempo en escena, sus conciudadanos llegan a formarse
una bastante sagaz idea de sus cualidades y mritos. Pero respecto de la gente joven,
rpidamente encumbrada a la nacional preeminencia por la Prensa o los concilibulos
o por ambas cosas a la vez, los hombres y mujeres del nivel medio (tenemos que decir
siempre o mujer porque ahora tienen voto) pueden equivocarse fcilmente y, por
ello, estn, como es natural, recelosos. Por eso nuestro vasto electorado, al igual que
sus ms reducidos antecesores, gusta de ser gobernado por personalidades bien
conocidas o hasta por bien conocidos nombres. Les gusta ser representados por
hombres cuyas huellas se han dejado sentir a travs de un cuarto de siglo. Estiman que
con tal perspectiva les es ms fcil decidirse por unos o por otros, y, justipreciando
sus valores, alistarse en un movimiento de apoyo o de oposicin.
Sera errneo juzgar a Mr. Snowden como la vindicativa y rencorosa calavera de
sus caricaturas, como el verdugo jurado que usaba gustoso el torcedor y la rueda y el
potro de la tasa sobre sus vctimas. En realidad era un hombre blando de corazn,
incapaz de matar un mosquito, a menos que su partido y la Tesorera se lo ordenasen,
y aun as habra de hacerlo compungidamente.
Philip Snowden fue la notable figura de nuestro tiempo. Figur entre los
principales fundadores del Partido Laboral Socialista. Fue el primero, y hasta ahora el
nico, socialista, canciller de la Real Hacienda. Desempe un papel decisivo en la
convulsin poltica que arroj a los socialistas del poder en 1931 e inaugur el
atrajeron. Nada de lo que pueda ser ofrecido por las fuerzas directoras de nuestro
Imperio desvi su juicio ni su accin.
Vencida la crisis, se desprendi de sus nuevos amigos con la misma resuelta
energa que lo haba hecho de sus amigos antiguos. La violacin de sus denuncias
contra el socialismo en 1931 corri parejas con sus vituperaciones al Gobierno
Nacional en 1935. Esta aparente catolicidad de animosidades le dio la apariencia de
una especie de perro de presa que morda a unos y a otros por el nico afn de
morder. Pero ello surga de su extraordinaria integridad de personales convicciones,
de las cuales slo poda desviarle, justificada y temporalmente, una suprema urgencia
nacional. Tal hombre, de haber sido espaol, habra ahorrado a Espaa los horrores
de la guerra civil metiendo en un puo de hierro al Gobierno democrtico y
parlamentario. Un hombre semejante fue el socialista Noske que salv a Alemania del
comunismo en 1919. Snowden saba exactamente adonde quera ir, y cuando se vea
empujado ms all de ese lmite reaccionaba con una violencia a la vez saludable y
asombrosa.
La narracin que ha escrito de los primeros aos de su vida nos hace a todos no
slo respetar su carcter, sino admirar la libre y tolerante Constitucin de Inglaterra
bajo la cual se elev de una humilde choza de una aldea de Yorkshire hasta el puesto
de canciller de la Real Hacienda del pas ms rico del mundo, y si ello puede ser un
ascenso a vizconde entre su antigua aristocracia. Esa historia nos revela la dignidad
y la capacidad de una humilde choza inglesa. Snowden despliega ante nosotros los
tesoros que encierra la pobreza cuando est asistida de estrictos principios, fe religiosa
y penetrante inters en la evolucin social. Oigamos las discusiones entre su padre y
su to acerca de la predestinacin, la gracia y el fuego del infierno, y el decisivo
resumen de la madre:
Deca que Dios nos ama como nosotros amamos a nuestros propios hijos.
Creis que yo arrojara a uno de mis hijos al fuego del infierno? No! Jams, por
malo que hubiera sido.
Vemos a este puado de campesinos, que se surtan del agua de un pozo
enclavado en un campo prximo, alzndose en pblica revuelta contra el intento del
guarda de la heredad de hacerles pagar aquel consumo. Quin puede extraarse de
que aquel espectculo y aquella experiencia impriman a la mente de un nio
determinada inclinacin? Philip fue un muchacho inteligente y pronto lleg a ser el
primero de la escuela de su aldea. Para aqullos a quienes era tan familiar su achacosa
figura les resulta extrao enterarse de que nadie pudo vencerle a correr ni a saltar.
Lleg a ser un alumno auxiliar del maestro. Aprob sus exmenes para subalterno de
la Administracin civil, ascendi hasta inspector de aforos en los servicios de Rentas
pblicas de la Tesorera, donde lleg despus a ser dos veces jefe ministerial.
Pero es la tercera fase de su existencia la que ms vivamente excita nuestra
simpata. Baldado irremisiblemente a causa de una afeccin a la columna vertebral
dimanada de un leve accidente, se vio obligado a abandonar su destino administrativo.
Su padre haba muerto. Se volvi con su madre a su aldea nativa de Ickornshaw,
ahora mencionada en su paira. Durante diez aos recorri la isla en todas direcciones,
como conferenciante y agitador socialista. Decir que fueron sos unos aos de lucha
contra la pobreza, sera desconocer su temple. Philip Snowden venci a la pobreza
desde que naci por el simple procedimiento de reducir sus necesidades a tan corto
lmite que de los treinta chelines a la semana que era todo lo que le proporcionaban
sus conferencias, poda dedicarse a propagar sus soluciones en favor de un gran
mundo y llevar una vida de altiva independencia. Era un fraile predicador sin abad a
quien obedecer, como no fuese a su propia inteligencia. En estos ltimos tiempos, en
que la riqueza cuesta tanto y el temor a la pobreza a tantos acosa, ese modesto relato
contiene lecciones morales del mayor valor para todas las clases sociales.
Le conoc hace muchos aos, siendo yo un joven ministro liberal y l uno de los
hombres del pequeo grupo de laboristas independientes que, a pesar de su
significacin, se vieron forzados a conformarse con los puntos principales de la
poltica del Gobierno de Asquith. Viajamos juntos durante cuatro horas en direccin a
Lancashire. Entonces vi por primera vez, en el fondo de este espritu aparentemente
amargo y de esta mirada desdeosa algo de la atraccin y ternura de su naturaleza. Su
rostro, aunque surcado por el dolor, la enfermedad y la rebelda, estaba iluminado por
una sonrisa cautivante, comprensiva y apacible. Despus, y durante siete aos, me
cupo en suerte contender con l sobre finanzas como ministro de Hacienda, o en la
oposicin sindolo l; y nos combatimos con toda la dureza que nos fue dable dentro
de las amplias reglas de la correccin. Pero jams experiment contra l ningn
sentimiento que destruyese la impresin de que era un hombre generoso y de corazn.
La aberracin marxista jams obsesion su clara inteligencia. Uno que le conoca bien
me dijo un da: Nadie sabr nunca cmo ser un Gobierno laborista hasta que vean
uno sin Snowden en el Ministerio de Hacienda. Llegado a este puesto, se enfrent
con sus correligionarios en tan tenaz oposicin a sus burdas y cenagosas, aunque
populares extravagancias, que los dej atnitos. No obstante verse sojuzgado en
algunos puntos, continu luchando por lo que consideraba como los principios
CLEMENCEAU
Muchos vanos lamentos han corrido impresos acerca de las querellas entre
Clemenceau y Foch. El mundo que lee fue invitado reiteradamente a deplorar mutuos
reproches que se hicieron estos dos grandes y gemelos salvadores de Francia en
momentos de mximo peligro. Entrambos disputantes eran ancianos gloriosos,
prximos al sepulcro. Uno y otro pertenecen ya a la Historia, y una pgina inmortal de
la Historia les pertenece. Por qu habra de desgarrar esa pgina? Aun admitiendo
que Clemenceau hubiese tratado a Foch speramente y lo hubiese barrido de la arena
poltica tan pronto como se logr la victoria, o que Foch se hubiese apresurado a
enviar a Clemenceau su busto en yeso para propiciarse su favor, nos es forzoso
reconocer como preferible conforme algunos desean el haber guardado silencio
sobre tales historias. Debiera cuidarse se aade de presentarlo todo
decorosamente a las generaciones venideras, y no permitirse cubrir de escoria el
monumento sobre el cual slo deben esculpirse las buenas y grandes cosas que los
hombres han hecho.
Pero yo no puedo estar conforme con eso. La Musa de la Historia no debe ser
melindrosa. Debe verlo todo, palparlo todo y, si es posible, olfatearlo todo. No debe
asustarse de que esos detalles ntimos le hurten el romance y le aminoren el culto al
Hroe. Las frusleras y las bagatelas pueden y hasta deben empequeecer y anular
a los pequeos, pero carecen de efecto permanente sobre quienes han sostenido con
honor el puesto preeminente entre las mayores tempestades. Cuando pase una
generacin o dos con toda seguridad cuando pase un siglo las verdaderas
proporciones de estos hombres aparecern con todo vigor. El juicio de nuestros
descendientes ya no estar enturbiado por sus querellas finales. Poco ms ricos son
nuestros conocimientos por saber que Foch lanza su jabalina a Clemenceau desde ms
all de la tumba, y que ste, al descender a su vez al sepulcro, le devuelve el arma con
su ltimo estertor.
todo, lo que en realidad se debata era si Dreyfus era traidor o no. Y era inocente. La
nacin entera tom su partido en favor o en contra. Rompanse las amistades y
dividanse las familias. Pero el genio de Francia no se eclips. La Verdad y la Justicia
avanzaron; y a lo largo del camino que para ellas libr de obstculos, Clemenceau
pudo recobrar su propia senda. Y hasta lleg a ser por algn tiempo presidente del
Consejo de ministros.
Tal era el hombre que, armado de experiencia y cargado con los odios de media
centuria, fue llamado al puesto de timonel de Francia en el peor perodo de la guerra.
Muchos de los generales franceses estaban desacreditados y todos sus planes
resultaron fallidos. Extensos movimientos sediciosos haban sido difcilmente
reducidos en el frente. Pars era presa de profundas y tortuosas intrigas. Gran Bretaa
haba sufrido en Passchendaele una sangra a fondo. Rusia caa en colapso, Italia se
hallaba en trance agnico, y los norteamericanos estaban muy lejos. El gigantesco
enemigo erguase broncneo y, en cuanto nos era dable advertir, invulnerable. Fue en
este momento cuando despus de ensayadas todas las combinaciones concebibles, fue
el feroz anciano llamado a ejercer lo que de hecho era la Dictadura de Francia. Volvi
al poder como Mario haba vuelto a Roma: con la desconfianza de muchos, con el
temor de todos, pero fatal, inevitablemente.
Fue entonces cuando empec a conocerlo. Lo haba encontrado antes varias veces,
pero siempre de manera casual. Mi cometido de ministro de Municiones me haca ir
con frecuencia a Pars y relacionarme constantemente con los ministros franceses. Mi
estrecha colaboracin con Mr. Lloyd George me procur adicionales, ntimos
contactos. Pas media hora con Clemenceau la maana misma en que formaba su
Ministerio. Escuch su discurso de presentacin ante la Cmara. Mi amigo, colega y
correlativo en orden ministerial, Albert Thomas, dur solamente un par de das en el
Gabinete antes de perder su cargo en el cataclismo que sobrevino. Habamos estado
tan estrechamente unidos en los detalles de nuestros respectivos asuntos, que me
atrev a solicitar del Tigre una tregua en la crisis de mi colega a fin de no perturbar un
transporte que cautelosamente atravesaba el Canal de la Mancha. Cre que mi
intervencin haba hecho efecto; pero mientras tanto Thomas, apoyado por los
socialistas, declaraba pblicamente que Clemenceau, como primer ministro, era un
peligro para la defensa de la Nacin. Esto, como es de suponer, fue para mi
compaero, mortal de necesidad.
O tambin la rplica de Clemenceau en la Cmara. Resulta muy difcil para un
los congregase a todos en torno suyo, y se olvidasen viejas querellas. Hay gentes
distinguidas que sostienen antiguas posiciones porque les es imposible abandonarlas
por s mismas. En Inglaterra solemos ayudarles a descender de esas engaosas alturas.
Alguna confusin se crea, pero al fin y al cabo siempre nos conservamos ms o
menos unidos. Gui sus ojos, movi su cabeza, su comprensiva y chusca sonrisa
ilumin su curtido rostro monglico.
Un da me dijo: No tengo un sistema poltico, he abandonado los principios
polticos. Soy un hombre que afronta los acontecimientos tal cual se presentan a la luz
de la experiencia o quiz mejor, segn veo que las cosas van ocurriendo. Me
acord de la carta del conde de Camors a su hijo: Todos los principios son
igualmente verdaderos o igualmente falsos, segn las circunstancias.
Clemenceau tena plena razn. Lo nico que importaba era derrotar a los
alemanes.
Sobrevino entonces la crisis suprema. Los alemanes estaban otra vez en el Marne.
Desde las alturas de Montmartre poda verse un horizonte vivaz al reflejo de los
relmpagos de la artillera. Los norteamericanos estaban atorados en Chteau-Thierry.
Yo tena importantes fbricas de municiones y aeroplanos en los alrededores de Pars.
Nos era preciso prepararnos a trasladarlas e improvisar refugios hacia el Sur: por esta
razn era frecuente mi presencia en la capital de Francia. Antes de empezar la guerra
se suele decir: Soy fuerte, pero tambin lo es el enemigo. Cuando la guerra se
desarrolla, uno dice: Estoy agotado, pero el enemigo tambin lo est. Lo difcil es
pronunciar estas frases en el momento oportuno. Hasta el momento mismo en que se
derrumbaron en colapso, los alemanes parecan invencibles; pero igualmente lo era
Clemenceau. En su despacho del Ministerio de la Guerra me dijo estas palabras, que
despus repiti en la tribuna: Luchar delante de Pars; luchar en Pars; luchar
detrs de Pars. Todos saban que no era vana arrogancia. Podra haber sido Pars
reducido a ruinas como Ypres, como Arras; ello no habra afectado la resolucin de
Clemenceau. Quera expresar con ello que manejara la vlvula de seguridad hasta que
l ganase o hasta que su mundo estallase en pedazos. Careca de esperanza ms all
del sepulcro, se rea de la muerte, haba alcanzado setenta y siete aos de vida. Feliz
el pueblo que cuando su suerte oscila en la balanza del destino puede encontrar
semejante tirano, tal campen!
Cuando se logr la victoria, Francia apareci como ingrata ante los ojos ajenos.
Ech a un lado y arrumb lo ms pronto posible al viejo cubiletero del juego poltico.
Y en otra ocasin:
Cuando yo estuve en la India vi algunas cosas que vuestro pueblo no ve. Yo sola
ir a los bazares y a las fuentes pblicas. Tena una buena intrprete, y mucha gente
vena a hablar conmigo. Vuestros oficiales ingleses son speros como los indios; no se
mezclan en absoluto con ellos; en cambio, transigen con sus opiniones polticas. ste
es precisamente el camino equivocado. Los franceses intimaramos mucho ms con
ellos, pero no les toleraramos que discutiesen nuestros principios de gobierno.
Mr. Lloyd George es ahora un enemigo de Francia. l mismo me dijo un da que
los ingleses no sern nunca amigos de Francia, excepto si la ven dbil o en peligro.
Estoy disgustado con l, pero de todos modos me complaci verlo en el puesto que
ocupaba mientras aquellas cosas sucedan.
Yo mencion el nombre de un estadista francs:
No dijo, yo no puedo discutir con un extranjero los polticos franceses.
Perdneme, pero hay algunos nombres que jams pronuncio. Venga a esta casa
cuando quiera.
Y ya en el umbral: Adis.
Recib de su hija la nota siguiente:
Hay una leyenda en torno a la memoria de mi padre que se enlaza con la de mi
abuelo, Benjamn Clemenceau, segn la cual habra querido ser enterrado en posicin
vertical. Si tal hubiese sido su deseo, fielmente se le habra cumplido con todo el
respeto que se guarda por cuanto fue suyo, por todas cuantas cosas estuvieron en
contacto con l, y principalmente me incumbira a m cumplirlo, que soy la mayor de
sus hijas y he trabajado diariamente a su lado, en estrecha relacin con l, llegando a
conocer sus pensamientos ntimos. Precisamente fue l mismo quien dispuso con
meticuloso cuidado cuantos detalles se relacionan con su lugar de descanso eterno. Si
usted va algn da a visitar su tumba sin nombre, sin inscripcin alguna, creo que se
sentir conmovido en aquel sencillo y solitario lugar donde slo se oye el viento en
los rboles y el murmurar de un arroyo en el barranco prximo. Pero l haba querido
volver slo al lado de su padre, a la tierra de donde sus antepasados, les Clemenceau
du Colombier, procedan despus de haber salido del corazn de las tierras boscosas
de la Vende, hace siglos.
EL REY JORGE V
El reinado de Jorge V ser considerado como uno de los ms importantes y
memorables de toda la Historia de Inglaterra y del Imperio britnico. En ningn
perodo similar han acaecido en el mundo cambios tan tremendos; en ninguno han
sido ms decisivamente alterados sus regmenes, sus modalidades y sus perspectivas;
en ninguno han adquirido tan rpida y vasta extensin los conocimientos, la ciencia, la
riqueza y la fuerza del gnero humano. Es evidente que la velocidad a que marcha la
evolucin social sobrepuja toda comparacin. Estos grandes choques y perturbaciones
han sido fatales a la mayor parte de los imperios, monarquas y organizaciones
polticas de Europa y Asia. Una gran parte del Globo, que en los tiempos victorianos
se calentaba apaciblemente al tibio sol de la tranquilidad y de la ley, se ve azotada hoy
por la tempestad de la anarqua. Poderosas naciones que conquistaron su libertad en el
siglo XIX y, llenas de esperanza, erigieron parlamentos para preservarla, han cado o se
entregan al dominio de los dictadores. Sobre inmensas regiones habitadas por las
mejor dotadas e instruidas razas, al igual que en los pases brbaros, todo goce de
libertad individual, toda afirmacin de los derechos del individuo frente al Estado han
desaparecido. La democracia, neciamente, ha dado de lado los tesoros conquistados a
travs de centurias de lucha y sacrificio. Con un grito salvaje, no slo el viejo
feudalismo, sino todos los ideales liberales, han sido barridos.
An queda un gran rgimen en el que la ley es respetada y la libertad reina, donde
cualquier ciudadano puede defender sus derechos contra el Poder Ejecutivo y criticar
como le plazca a sus agentes y sus polticos. En el corazn del Imperio britnico hay
una institucin, entre las ms antiguas y venerables, que muy lejos de caer en desuso o
en desfallecimiento, ha puesto el pecho al torrente de los acontecimientos y hasta ha
salido vigorizada del esfuerzo. Inconmovible a los temblores de tierra, inclume ante
las corrientes demoledoras, mientras todo va a la deriva, la real e imperial monarqua
britnica permanece firme. Tal notable proeza, hecho tan prodigioso, tan contrario a la
hereditaria en una escala seguramente fatal para la misma institucin de la paira. Pero
la constitucin estaba hecha para cumplirse y actuar, y ante el caso de no encontrar
una Cmara de los Comunes que quisiese seguir sometida al veto ilimitado de los
Lores, este lamentable expediente deba ser arrostrado.
Hacia el fin de 1910, el primer ministro, Mr. Asquith, pidi al rey el decreto de
disolucin la segunda dentro del ao y, adems, una garanta para el caso de que
la nueva Cmara de los Comunes tercera de la serie sostuviese la misma opinin
que las anteriores con respecto a la limitacin del veto; una garanta que le permitiese
sofocar la actitud de la Alta Cmara y echar abajo su enorme mayora conservadora
mediante una hueste de nuevos pares.
No hay duda de que el rey experiment un profundo disgusto. Y agrav su
pesadumbre la circunstancia de que el primer ministro no acudi a la cmara regia,
sino que llev consigo al jefe ministerial de la Cmara de los Lores, Lord Crewe. Mr.
Asquith lo hizo, sin duda, a causa de ser Lord Crewe amigo personal del rey y
entender que su presencia podra facilitar la penosa discusin. El rey concedi la
eventual garanta. Si no lo hubiera hecho as el ministro habra dimitido, y es casi
seguro que en la votacin siguiente vendra apoyado por la mayora de los electores.
El regio consentimiento permaneci secreto, como es natural, entre el rey y sus
principales ministros.
Se celebraron las elecciones generales. La nueva Cmara de los Comunes aprob
el acto del Parlamento por una mayora de 150 votos. La Cmara de los Lores,
obstinadamente, se aprest a oponerse, y el rey, en cierto momento, autoriz que se
declarase en el debate que l consentira la abrumadora creacin de nuevos pares.
Ante esta intimacin los Lores cedieron y la ley obtuvo entonces la regia sancin. Fue
y signific ser el preludio del estatuto autonmico de Irlanda.
Al volver la vista atrs, debemos concluir que esta actuacin del rey, la ms
decisiva entre las suyas, sobre una materia considerada como el lmite extremo de la
Constitucin, fue justa y prudente. El Acto del Parlamento[27] sigue siendo la ley del
pas. Sucesivas y copiosas mayoras conservadoras han rehusado hasta el presente
tocar a la nueva relacin establecida por l entre las dos Cmaras.
Irlanda, por senderos a veces ms desastrosos que los que entonces parecan
abiertos, conquist la facultad de gobernar o desgobernar sus propios asuntos, y
perdi la facultad de gobernar o desgobernar los del Imperio.
He insistido precisamente en esta transaccin histrica porque debe ser
considerada como una de las aplicaciones ms importantes, si no la ms, del poder
despus el rey Eduardo VIII estuvo reiteradamente en las trincheras bajo el fuego
de caones y fusiles, como oficial de Guardias. Mi padre tiene cuatro hijos deca
, por qu, pues, he de estar condenado?. Pero su hijo segundo, ahora el rey Jorge
VI, tambin estaba en peligro. Serva en la Marina y se hall presente en la batalla de
Jutlandia, el mayor de todos los encuentros navales. El mismo rey Jorge visit con
frecuencia la zona de guerra, y las mltiples fotografas en que se le ve con el casco de
acero atestiguan las numerosas ocasiones en que tambin estuvo bajo el fuego del
enemigo. En una de estas visitas de inspeccin ocurri un accidente desgraciado. Su
caballo, asustado por las estrepitosas aclamaciones de las tropas, se alz de manos y
cay hacia atrs, magullando y contusionando gravemente al rey. Cuando algunos
meses ms tarde me desped de l con motivo de la dimisin de mi puesto en el
Gabinete, me qued sorprendido ante su quebrantado aspecto y evidente debilidad
fsica, ocultados, como es natural, a todo el mundo.
La angustia de la guerra continuaba, y agotaba en su tensin ministros y
gobiernos. El rey estaba siempre propicio a ayudar a la formacin de nuevas
combinaciones que encarnasen y expresasen ms libremente la indomable resolucin
de guerra de su pueblo y de su Imperio. Todo permaneci inclume, ni un solo
eslabn de la cadena se quebr; pero el suelo firme al que se aferraron las anclas del
podero britnico fue la Monarqua hereditaria y la funcin del soberano que Jorge V
comprendi tan cabalmente. La victoria lleg por fin. Victoria absoluta, definitiva,
incuestionable; un triunfo militar rara vez superado en perfeccin y nunca en
magnitud. Todos los reyes y emperadores contra los que el nuestro guerre, huyeron
afuera destronados. De nuevo el palacio de Buckingham se vio rodeado de una
enorme muchedumbre. Ya no era el leal, ardiente, pero inexperto entusiasmo de
agosto de 1914. Con jbilo feroz, con indescriptible alivio y profunda gratitud, el
pueblo y el Imperio aclamaron a su soberano, cuyo trono, cimentado por la ley y la
libertad, haba resistido tan gloriosamente los ms formidables asaltos y los ms
espantosos azares.
La sombra de la victoria es la desilusin. La reaccin del extremo esfuerzo es
postracin. Las secuelas, an de una guerra victoriosa, son amargas y dilatadas. Los
aos que siguieron a la Gran Guerra y a la paz que las enfurecidas democracias
permitieron hacer a sus estadistas, fueron aos de turbulencia y depresin. Voces
estridentes, inaudibles entre el caoneo y el tumulto del nacional esfuerzo, eran ahora
las notas ms altas. Procedimientos subversivos paralizados por el peligro,
continuaron su curso. Pueblos dbiles, amparados por el escudo de Britania de los
peligros de conquista o invasin, usaban ahora sus ahorradas, incrementadas fuerzas
que es la admiracin del mundo. Tal evolucin, que pudo muy bien haber llenado una
tumultuosa centuria, y acaso arruinar en su tramitacin la continuidad y tradiciones de
nuestra vida nacional, fue llevada a cabo por Jorge V en el transcurso de su reinado.
Al hacerlo as vivific la idea de la Monarqua Constitucional a travs del mundo.
Atrajo sobre s mismo y sobre su pas la admiracin envidiosa de muchas naciones.
Vigoriz el espritu nacional, populariz la sucesin hereditaria de la Corona, y se
coloc l mismo en una eminencia desde la cual, como verdadero servidor del Estado,
no slo impuso la obediencia sino que consigui el afecto de sus sbditos,
cualesquiera que fuesen su clase y condicin.
Irlanda fue otra esfera en que puede observarse la mano del rey sin perjuicio de la
responsabilidad directa de sus ministros. Con grave riesgo personal verific la
apertura del primer Parlamento de Irlanda septentrional. En esta ocasin solemne
pregunt a sus ministros qu palabras podran ponerse en su boca que atrajesen a
todos sus sbditos de Irlanda, no slo los del Norte, sino los del Sur. El efecto de esas
palabras fue elctrico. Para bien o para mal yo sigo creyendo que, en definitiva,
para bien, el arreglo de la cuestin irlandesa continu irremisiblemente hacia su
trmino. A la maana siguiente a la firma del tratado, el rey cit a los ministros que
haban tenido intervencin en l, se retrat en medio de sus consejeros en el palacio
de Buckingham y se asoci personalmente a su actuacin de la manera ms pblica y
marcada. Toda esta poltica sigue siendo muy discutida, y muy amargas han sido las
contrariedades de cuantos firmaron el tratado.
La ms controvertida intervencin poltica del rey fue la llevada a cabo durante la
crisis econmica y financiera de 1931. No hay duda de que utiliz su personal
influencia, que entonces haba llegado a ser tan grande, para conseguir una
Administracin nacional, o que se llam as, que salvase al pas del innecesario
colapso y de la injustificable bancarrota. Pero de ninguna manera traspas su
intervencin los lmites de la funcin real. La completa responsabilidad, moral y
prctica, incumbi a Mr. Ramsay MacDonald, primer ministro, y a Mr. Baldwin. Esos
ministros aconsejaron al rey y son, por tanto, responsables de su consejo. Que tal
consejo estuviese de acuerdo con los propios sentimientos y deseos del monarca, no
modifica de manera alguna la posicin constitucional. La formacin de un Gobierno
nacional y el abrumador aval que recibi del electorado, que jams vot en nuestro
pas en tan gran nmero, inaugur un perodo de restauracin econmica y de
tranquilidad poltica que no tuvieron par en ningn otro Estado durante aquellos
difciles y azarosos aos. Puede argirse que aquellas ventajas han sido adquiridas a
costa de la vitalidad y del vigor de nuestra vida poltica y hasta acaso de la eficiencia
de nuestro Gobierno. Pero tan formidables beneficios fueron captados vidamente por
el pueblo, y cuatro aos ms tarde ratific una vez ms su decisiva aprobacin a
cuanto se haba hecho. La ltima fase del reinado de Jorge V le permiti ver el fruto
de lo que su corazn deseaba.
Qu contraste entre estos cuatro ltimos aos y aquellos cuatro primeros
tormentosos de su reinado! Encontr a su pas entre las convulsiones de la lucha de
partidos, y lo dej tranquilo y, en lo esencial, unido. Sobrepuj la ms grande de las
guerras conocidas. Presidi los destinos del Imperio britnico en aos de pavoroso,
mortal peligro. Lo vio salir de l sin la merma de una sola pulgada de su vasto
dominio. Contempl el poder de la Corona y el del soberano fortalecidos hasta su
grado sumo, mientras al mismo tiempo la lealtad de todo el imperio y los derechos y
la libertad de sus sbditos se establecan sobre bases cada vez ms amplias. Vio a la
Corona, que para mentes ignaras e inflexibles y hasta para muchos intelectuales del
siglo anterior, no era ms que un mero smbolo, convertida ahora en el indispensable
y moderno eslabn que enlaza y mantiene unido el conjunto del Imperio britnico o
Comunidad de Naciones. En efecto, por un movimiento contrario a las tendencias de
nuestro pasado y de la poca, la Corona ha sido colocada en relacin directa con
todos los Dominios autnomos, y sus ministros tratan gustosos los altos asuntos
constitucionales personalmente con el soberano, y slo con el soberano.
Muchos fueron los cambios que pudo ver en nuestros hbitos, modos y
costumbres. Las mujeres han adquirido plena independencia poltica y ejercen un
poder poltico enorme. El automvil ha remplazado al caballo, con todo lo que ello
implica. La riqueza y el bienestar de todas las clases ha aumentado en gigantesca
escala. El crimen, la violencia brutal, la embriaguez y el consumo de licores han
disminuido. Somos un pueblo ms decoroso y apacible. La prspera Prensa libre se
ha convertido en un fiel guardin de la Real familia. La Radiodifusin ha permitido al
soberano hablar a todos sus pueblos. En un mundo de ruina y de caos, el rey Jorge V
logr un esplndido renacimiento del gran oficio que le cay en suerte desempear.
Una perfeccin y una armona singulares dignifican su reinado. Sus bodas de plata
dieron ocasin a que se manifestase en todas las partes del mundo el acendrado y
vehemente afecto de sus sbditos. La veneracin por la Corona se fortaleci con el
amor y reverencia por el monarca. Le vimos recibiendo los parabienes de su
Parlamento en Westminster Hall, rodeado de sus cuatro hijos. Le omos dirigiendo su
sencillo y cordial mensaje de optimismo a todos los hombres y mujeres de cuantas
tierras abarcaba su autoridad. Cuando el pice de su reinado haba sido alcanzado,
cuando transcurri el lapso de vida que le toc en suerte, rpida y silenciosamente se
fue de entre nosotros. En los umbrales de la eternidad, con mano vacilante, intent
firmar el nombramiento preciso para un Consejo de Regencia, y muri rodeado de sus
seres queridos, entre el respeto de la Humanidad y el sentimiento de todos sus
sbditos. En su puesto hasta el final, dej en pos de s una inspiracin y un ejemplo
para cuantos interviniesen en el gobierno de los hombres.
El deber, pblico y privado, cumplido lealmente, estrictamente, infatigablemente,
sin ostentacin y con fortuna; y una serena, altiva humildad en la cumbre de los
augustos cometidos: tales fueron las caractersticas que para siempre iluminarn su
fama.
su deber a mi entera satisfaccin hasta el mismo fin de la guerra. Por tres veces
consecutivas le ofrec una preciada oportunidad de servir a su pas activamente en el
momento en que ms lo requera.
Ahora que he consignado todas estas cuestiones, advierto que pueden acarrearme
algunas censuras acerca de mi propia manera de escoger los hombres. Pero no las
creo justas, porque en cada uno de sus empleos el almirante Bacon prest los ms
valiosos servicios. El hecho de ser un tcnico ms bien que un tctico hizo
indudablemente necesaria su remocin del mando de Dover. Lo cual no le exclua de
ser til en otras esferas y funciones. Pero sean cualesquiera los juicios que puedan
hacerse sobre la intervencin civil en los nombramientos de la Marina, en paz o en
guerra, el almirante Bacon es precisamente el menos llamado a ello.
Dejmosle as, feliz sin reconocerlo, consumido por un agravio que no puede
interesar al pblico, y, con su sombro modo, no encontrando otra mano que morder
que la nica que lo ha alimentado.
Esta digresin sobre el almirante Bacon es necesaria para hacer comprender al
lector la clase de atmsfera en la que Lord Fisher se mova y el extraordinariamente
capaz, pero algo discutible cortejo que le segua. La faceta de Bacon refleja un haz
luminoso que se proyecta desde el anciano mismo. En Fisher hubo siempre algo ajeno
a la Marina. Nunca se le consider como uno de los de aquel conjunto fraterno que
la tradicin de Nelson prescriba. Duro, vindicativo, caprichoso, rodo por odios
nacidos del despecho, trabajando secreta o violentamente, segn la ocasin lo
requera, con arreglo a mtodos que lo mismo el tpico gentleman ingls que los
chicos de la escuela estn enseados a aborrecer y evitar, Fisher fue siempre
considerado como el ngel negro de la Marina de guerra. El viejo marino no
hubiera rechazado esta descripcin ni se hubiera sentido ofendido por ella; al
contrario, se gloriaba de ser as. Implacable, inexorable, inflexible: he ah los
eptetos que le agradaba ver asociados a su nombre. Si algn subordinado se me
opusiese sola decir, hara de su mujer una viuda, de sus hijos unos hurfanos y
de su casa un muladar. Y obraba de acuerdo con esas feroces declaraciones. El
favoritismo escribi descaradamente en el Diario de navegacin del Vernon es el
secreto de la eficiencia. Ser un Fisherita, o, como se deca en la Armada, estar en
la pecera[31] fue, durante su primera etapa en el Poder, un requisito indispensable
para el ascenso. En general, sus venganzas y maniobras estaban inspiradas por su celo
en el servicio, y encaminadas, como yo sostuve, al beneficio pblico.
Pero detrs de l y de su profesional progenie, los sabuesos le seguan husmeando
que se ha visto jams. Y, en efecto, desde 1870 a 1880 fueron principalmente asuntos
de poltica inglesa los que Parnell trat en Westminster. Lleg a ser el aliado y, en
cierta medida, la punta de la lanza que se afilaba, aguzaba y surga prominente
entonces, del radicalismo ingls. A Parnell quiz ms que a nadie debe el Ejrcito
ingls la abolicin de la cruel y estpida pena de azotes, considerada entonces
inseparable de la verdadera disciplina militar.
En todos los movimientos de reformas progresivas, ahora ya realizadas y
superadas, Parnell aportaba los votos del partido parlamentario irlands en ayuda de
las ms avanzadas y amenazadoras fuerzas de la vida pblica inglesa. Y, sin embargo,
era un hombre de instintos conservadores, especialmente en cuanto a la propiedad
concerna. Por eso eran tan sorprendentes las paradojas de su seria y sincera vida: un
protestante acaudillando catlicos; un terrateniente inspirando una campaa contraria
a la renta, un hombre de ley y de orden excitando a la revuelta, un humanitarista y un
antiterrorista encauzando y hasta despertando las esperanzas de los Invencibles y
Terroristas.
En la Irlanda nacional, los caudillos se han presentado a menudo a s mismos
como hombres predestinados, como instrumentos del destino. El desdichado pas
pona su alma entera, casi supersticiosamente, en la carrera de cualquier jefecillo
mientras iba ascendiendo.
Hombres como OConnell y Parnell se presentaban, no a la manera de los
caudillos polticos ingleses, sino ms bien como los profetas que guiaron al pueblo de
Israel. Desde sus das de Cambridge, una atmsfera de misterio y leyenda rodeaba a
Parnell. Era el reverso de un demagogo y de un agitador. Estudiaba matemticas y
metalurgia. Era heredero de una extensa hacienda. Era un sheriff y un diestro jugador
de cricket.
Su ambicin permanente consista en descubrir los veneros aurferos de las
montaas de Wicklow, y en medio de sus angustias y triunfos polticos, siempre le era
dable ir a encontrar paz y distraccin a su laboratorio, entre sus balanzas, retortas y
tubos de ensayo. Su nacionalismo irlands, que persisti y creci sobre este desusado
fondo, haba sido trazado por su madre y por la admiracin que sta senta hacia los
idealistas Fenianos[32]. Aborreca el asesinato. Era demasiado prctico para albergar
sueos fenianos de insurreccin contra el podero britnico. Mientras su autoridad fue
en aumento, los Fenianos y los Invencibles tuvieron quietas sus ensangrentadas
manos ante el temor de que Parnell abandonase su puesto.
Cun grande fue su autoridad! Jams se ha visto nada semejante en Irlanda. Hace
revolucin. Si admiti la prctica del boicot fue por hallarse equidistante entre el
incendiarismo y el constitucionalismo. Uno de sus secuaces, Frank ODonnell, sola
decir que Parnell hablaba de puales pero que no los usaba. En la primera fase de
1881, Mr. Gladstone hizo detener a Parnell y lo encerr en la crcel de Kilmainham.
Pero las fuerzas que actuaban dentro del partido Liberal eran tales que obligaron al
primer ministro de la Gran Bretaa a parlamentar con su prisionero poltico. Despus
de muchas dificultades se lleg a un arreglo. Parnell sali de la crcel con redoblado
prestigio.
Pero la actitud de la lucha aumentaba. Hizo naufragar las viejas libertades de la
Cmara de los Comunes. La obstruccin se practic como un arte parlamentario, y la
antigua libertad de debate fue destruida por la posibilidad de terminarlos
fulminantemente por la clausura de la Cmara clture, como la llamaba siempre
Lord Randolph Churchill para hacer ms patente su origen extranjero, y por la
rigidez cada vez mayor de los reglamentos. Parnell dijo que basaba su tctica en la del
general Grant, es decir, eludiendo el servir de buen blanco a los tiros por lo subitneo
del ataque frontal. Hizo frente al odio ingls empleando medios de coaccin y
obstruccin parlamentarias de tal acrimonia que destruyeron las viejas amenidades de
los debates de la Cmara. En Irlanda, ni la Iglesia ni los revolucionarios le queran,
pero una y otros tuvieron que someterse a su poltica. Era un Garibaldi que
compeliera al Papa y a los carbonari a coaligarse en la causa nacional. Cuando se le
reprochaba el instigar la injuria y hasta al homicidio, entenda que le bastaba con
replicar: Yo tengo que responder ante la opinin irlandesa y nada ms que ante la
opinin irlandesa.
No es ste el lugar adecuado de repetir la historia de aquellos tiempos. El ms
escueto sumario ser suficiente. El Gobierno Liberal incorpor todo lo que quedaba
del en un tiempo gran partido Whig, ahora llevado a su extincin en el fuerte oleaje de
la democracia. Los whigs hallbanse tan gravemente ofendidos por la guerra agraria y
por la violacin de las tradiciones parlamentarias como sus adversarios tories. Mr.
Gladstone, el campen de la libertad y de los movimientos nacionalistas en el
extranjero, y amigo de Cavour y de Mazzini, el abogado de la independencia de Grecia
y de Bulgaria, se encontraba entonces forzado por la necesidad a emplear contra
Irlanda los mismos procedimientos de represin que haba denunciado tan
implacablemente (nosotros aadiremos tan ligeramente) en los casos del rey Bomba y
del sultn de Turqua. Su propio jefe de la Secretara de Irlanda fue asesinado en el
Parque Fnix. Las explosiones conmovieron la Cmara de los Comunes, el habeas
corpus fue suspendido en gran parte de Irlanda. Resistencia a la prctica de embargos,
El amor de Charles Stewart Parnell y Kitty[33] OShea mantiene su puesto entre las
novelas de historia poltica. Desde 1880, Parnell amaba a Kitty, o, como l la llamaba,
Queenie[34]. Esta dama era una atractiva aventurera, enemistada con su marido
no es extrao! y rabiando por beber un sorbo del secreto licor de la poltica.
Hermana de un mariscal de campo ingls, no se senta muy inclinada a la causa de
Irlanda. Oy hablar de Parnell, como de un portento naciente, cuando an habitaba en
solitarios alojamientos de Londres. Lo invit a comer, por una apuesta. Le hizo pasar
su tarjeta en la Cmara de los Comunes. Cuando Parnell apareci, ella dej caer una
rosa roja. Parnell la recogi; sus arrugados ptalos fueron enterrados con l dentro de
su atad.
Si alguna vez hubo un mongamo, se fue Parnell. En su mocedad fue engaado
por una coqueta. La poltica la tom siempre tan slo como un calmante. Kitty lleg a
ser para l imprescindible y absorbente. Fue a un mismo tiempo amante y enfermera,
compaera y reina, y el hombre solitario que luchaba contra el podero britnico,
afligido por su mala salud, enderez su vida al conjuro de la sonrisa y la presencia de
la amada. Por una rara telepata se daba cuenta siempre del momento de su entrada en
la tribuna de las seoras de la Cmara. En su extrao libro, ella describe su vida en
comn, primero en Eltham y despus en Brighton. Fue una mezcla de secreto y
despreocupacin. Ya desde los primeros tiempos la complacencia del marido fue
indispensable. La colisin con el capitn OShea se convirti rpidamente en colusin.
OShea acept la postura. Y hasta se aprovech de ella, aunque no en la forma baja
que se dijo a veces. Tambin l sufri el hechizo del grande hombre. Con el apoyo de
Parnell, OShea fue elegido por Galway como diputado nacionalista irlands, aunque
los otros conspicuos del Home Rule lo diputaban menguado campen de la causa de
Irlanda. Cuando se esparcieron rumores en las elecciones ante el ascendiente de este
tibio, incongruente candidato, Parnell los acall con gesto imperioso: Tengo dijo
un Parlamento para Irlanda en mi mano. Prohbo que se discuta mi voluntad.
As vemos a Parnell y a Kitty viviendo ao tras ao como marido y mujer y con
un amor no menos verdadero, aunque fuese ilcito, mientras el capitn, como secuaz
del caudillo irlands, gozaba la oportunidad de ser un correveidile entre Chamberlain,
Dilke y otros hombres eminentes en el gran mundo londinense. Pero en su corazn
acechaba incesante el espritu de la venganza. Unas veces colrica y maldiciente, otras
encalmado y sometido, resisti, en tanto el supremo inters poltico se mantuvo tenso.
Se conoce el incidente del hogar triangular de OShea, cuando Parnell encontr a
ste en el dormitorio de su mujer, coyuntura prohibida por su ley comn no escrita.
muchas gentes crean con toda sinceridad que la vida del Imperio britnico dependa
de la derrota del Home Rule.
Lo mismo Parnell que la seora OShea se mantuvieron al principio tranquilos
ante el procedimiento judicial. Parnell estaba seguro de poder seguir manteniendo su
dominio en Irlanda y hasta en el conservadurismo irlands. En cuanto a Kitty, el
divorcio le prometa el fin de una situacin odiosa y falsa y de prolongada inquietud,
y vea adems en l un medio seguro y rpido de llegar a ser Mrs. Parnell. Si Parnell
se hubiese defendido en el pleito, sin duda lo hubiese ganado, segn la opinin de su
famoso abogado Sir George Lewis, probando el prolongado y tcito consentimiento
del marido. Pero entonces Kitty y l no se podran jams unir en matrimonio ante el
mundo; ms el consejero de Mrs. OShea, Franck Lockwood, hombre de excepcional
brillantez, le aconsej dejar seguir el pleito sin oposicin. Aos despus, dijo
Lockwood: Parnell fue cruelmente agraviado. Hoy hay una gran reaccin a su favor.
Yo mismo no dejo de sentir algn remordimiento.
El feroz mundo poltico de la ltima dcada del siglo pasado se enter con deleite
o consternacin de que Parnell haba sido condenado como adltero. Los detalles del
caso, publicados sin omitir palabra, por todos los peridicos, alimentaron la gazmoa
curiosidad del pblico. Segn una de las referencias, Parnell haba sido encontrado en
una ocasin descendiendo de la habitacin de la seora OShea por la escalerilla de
escape contra incendios; y este cuento excitaba impiadosa hilaridad. Pero la reaccin
que sigui fue diferente de la que Mr. Parnell haba previsto. Mr. Gladstone no
apareci al primer golpe tan escandalizado como podra suponerse de tan santa figura.
Fue slo al comprobar la violenta protesta de los no conformistas ingleses contra un
adltero convicto cuando vio cun considerable era el estrago en sus intereses
polticos y cun inevitable haba llegado a ser su separacin de Parnell. Le repudi,
pues, e Irlanda se vio obligada a escoger de entre los ms eminentes parlamentarios
ingleses al estadista que se hubiese sacrificado ms por la causa irlandesa, aquel que
fuese capaz de lograr la victoria sobre la mayor de las islas, el altivo cabecilla, en fin,
bajo cuyo mando pudiese el pueblo de Irlanda marchar hacia una verdadera y libre
asociacin con el Imperio britnico. La eleccin era difcil, pero el apremio,
inexorable. El partido irlands reunise en virtud de una convocatoria firmada por
treinta y uno de sus representantes. Parnell, reelegido jefe precisamente el da anterior,
estaba en la presidencia mirando dice uno de los que estuvieron presentes como
si furamos nosotros los descarriados y l quien estuviese encargado de juzgarnos.
Requirisele para que se retirara temporalmente, dejando la direccin del partido en
manos de una comisin por l nombrada; luego, una vez que la excitacin hubiese
B. - P.
Los tres ms famosos generales que conoc en mi vida no ganaron ninguna batalla
al enemigo extranjero. Sus nombres, empero, todos los cuales empiezan con B, se
han convertido para nosotros en trminos familiares. Son los generales Booth, Botha y
Baden Powell. Al general Booth le debemos el Ejrcito de Salvacin; al general Botha,
la Unin Sudafricana, y al general Baden Powell el movimiento de los Boy Scouts.
Dada la incertidumbre de este mundo, de nada podemos estar seguros; pero parece
probable que de aqu a uno o doscientos aos, o acaso ms, estos tres monumentos
que hemos visto erigirse en nuestros das seguirn proclamando la fama de sus
fundadores, no en su testimonio silencioso de bronce o de piedra, sino como
instituciones que guan y forman las vidas y los pensamientos de los hombres.
Recuerdo perfectamente la primera vez que vi al hroe de este artculo, ahora lord
Baden Powell. Yo haba ido con mi equipo regimental a jugar la copa de Caballera en
Meerut. Dbanse cita all los crculos sociales y deportivos del Ejrcito ingls en la
India. Por la noche celebrse ante numerosa concurrencia una funcin de vodevil por
aficionados. El rasgo principal de la fiesta lo constitua el animado nmero de canto y
baile encomendado a un oficial de la guarnicin, vistiendo el brillante uniforme de los
hsares austracos, y a una bella dama. Ocupando, entre otros jvenes oficiales, una
butaca de orquesta, me caus sorpresa lo excelente de la representacin, que podra
competir con ventaja con la de cualquiera de nuestros teatros de variedades. Me
dijeron:
se es B.-P. Un hombre extraordinario! Gan la copa Kadir; tiene muchos aos
de servicio activo. Hablan y no acaban de sus mritos como militar; pero no deja de
ser chocante ver a un oficial antiguo moviendo las piernas de esa manera ante tantos
subalternos!.
Tuve la suerte de trabar conocimiento con esta celebridad de varias facetas antes
de que terminase el torneo de polo.
Pasaron tres aos antes de que lo volviera a ver. El escenario y la ocasin eran
totalmente distintos. El Ejrcito de Lord Roberts acababa de entrar en Pretoria, y el
general Baden Powell, que acababa de ser liberado en Mafeking despus de un asedio
de 217 das, recorra a caballo doscientas o trescientas millas desde el oeste del
Transvaal para presentarse al general en jefe y darle cuenta de su gestin. Estim
interesante el tener una entrevista con l a fin de poder proporcionar al Morning Post
un relato autntico de su famosa defensa.
Cabalgamos juntos durante una hora por lo menos, y cuando por fin se decidi a
hablar, fue magnfico. Me conmova su relato, y l gozaba al referirlo. No puedo
recordar los detalles, pero mi telegrama debi de haber llenado casi una columna.
Antes de expedirlo se lo ense. l lo ley con reconcentrada atencin y con ciertas
muestras de embarazo, pero, al terminar y devolvrmelo, me dijo, sonriente: Hablar
con usted es lo mismo que hablarle a un fongrafo. Y no puedo por menos de
reconocer que yo tambin me sent complacido.
En aquellos das a la fama de B.-P. como soldado eclipsaba casi todas las
reputaciones populares. El otro B. P. British Public (el pblico britnico) lo
contemplaba como el hroe culminante de la guerra, y, rindose de los triunfos de los
grandes y bien organizados ejrcitos ingleses contra los campesinos boers, no poda
dejar de aplaudir la larga, obstinada, animosa defensa de Mafeking, encomendada
escasamente a ochocientos hombres, contra las fuerzas sitiadoras constituidas por un
nmero diez o doce veces superior.
Nadie hubiese credo nunca que Mafeking resistira la mitad del tiempo. Por unas
doce veces consecutivas, la nacin, vigilante, mientras el sitio se prolongaba, haba
surgido de la incertidumbre y el desaliento a la esperanza otras tantas veces renovada,
para volver de nuevo a caer en el temor. Millones de personas que no podan seguir
con precisin y detalle los principales acontecimientos de la guerra perseguan
diariamente en la Prensa los azares de los sitiados de Mafeking, y cuando por fin los
peridicos lanzaron a todo el mundo la noticia de su liberacin, las muchedumbres
hicieron imposible el paso por las calles de Londres, y las oleadas del ms puro
patriotismo pazguato se precipitaron en tal inundacin de delirante, infantil y
desenfrenado jbilo como jams pudo verse hasta la noche del Armisticio, en
noviembre de 1918. La noche famosa de Mafeking mantiene insuperada la marca.
NOTAS
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De Martinet, oficial exageradamente ordenancista del ejrcito del rey Luis XIV. (N.
del T.). <<
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Ese juego de palabras, como es natural, slo tiene sentido en ingls donde los
vocablos ver y mar (see y sea), esperar y peso (wait y weight) se pronuncian
respectivamente de igual manera. (N. del T.). <<
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The life of Lord Oxford and Asquith, por J. A. Spender y Ciryl Asquith, 1934. <<
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1932-1935. <<
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Se llama as la ley una vez aprobada por ambas Cmaras y sancionada por el rey
(Act of Parliament). (N. del T.). <<
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