Jesucristo, Vida Del Alma PDF
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Jesucristo,
vida del alma
Hijo de Irlanda
Jos Marmion naci el 1 de abril de 1858 en la Isla de los Santos, en un
ambiente impregnado de fe cristiana. Su padre era irlands, y su madre
francesa. De esta doble ascendencia parte su naturaleza rica y compleja:
muy sensible, exuberante, lleno de jovialidad, pero impresionable; corazn confiado, generoso, comprensivo, tena el sentido y el gusto de la
bondad; inteligencia clara y penetrante, gozaba de la fe inquebrantable
de sus padres. En la medida en que Dios le haba dotado, as tambin
tendra sus destinos sobre l.
Sacerdote
Hacia el fin de sus estudios secundarios en el Belvedere College,
dirigido por los Padres Jesuitas, se siente llamado al sacerdocio. A pesar
de sentir fuertemente la aspereza del sacrificio, se da a Dios con alegra
y sin reserva. Recibe la formacin sacerdotal en el Seminario de Clonliffe,
cerca de Dubln, y luego en Roma, donde termina brillantemente sus
estudios teolgicos. Es ordenado sacerdote en el Colegio Irlands el 16
de junio de 1881. Reintegrado a su pas, ejerce durante algunos aos el
ministerio pastoral en su dicesis y ensea filosofa en Clonliffe. Dondequiera que va se aprecia vivamente su celo ardiente y su abnegacin a toda
prueba.
Monje benedictino
Pero Dios le quera en otra parte. Como tantos otros antiguos monjes
de su raza, el presbtero Jos Marmion dej su amada patria. Recibe el
hbito monstico y el nuevo nombre irlands de Columba, en la abada de
Maredsous (Blgica). Monje ya, lo ser totalmente durante toda su vida.
Irradiacin espiritual
Dios que le haba dotado tan ricamente de cualidades naturales, de luces
y gracias no quiso que su influencia espiritual se limitara a aquellos a
quienes pudiera llegar su palabra. Sus conferencias publicadas a partir
del 1917, traducidas a ms de diez lenguas, conocieron en seguida a travs
del mundo un xito inmenso que ha continuado desde entonces. As ha
podido l revelar a los cristianos la autntica e integral espiritualidad de
la Iglesia que se centra en el Seor Jess y en sus misterios de salvacin.
Buenos jueces no han dudado en reconocer en l un maestro de la vida
interior y un doctor de la adopcin divina. El Papa Benedicto XV que
utilizaba personalmente sus libros, declar en el curso de una audiencia
al mismo Dom Marmion, mostrndole sobre el estante de sus libros
familiares, Jesucristo, vida del alma... Habis escrito un hermoso libro.
Y dirigindose un da a Mons. Szepticky, arzobispo de Lemberg, le dijo:
Leed esto, es la pura doctrina de la Iglesia. Po XII, para celebrar el
centenario del nacimiento de Dom Marmion, escriba en 1958 en una
carta: Las obras publicadas de este gran hijo de san Benito, tan notables
por la justeza de la doctrina, la claridad de su estilo, la profundidad y
riqueza del pensamiento, han sido una preciossima aportacin al tesoro
de los escritos espirituales de la Iglesia.
Hacia la beatificacin
Este carisma de influencia larga y profunda que acompaa a la doctrina
de Dom Marmion, la impresin viva que dej en numerosos testigos de
su vida, que proclaman haber encontrado en l un hombre de Dios, un
santo que era un hombre (segn la feliz expresin de un sacerdote oyente
de su predicacin); numerosos favores espirituales y temporales recibidos por su intercesin, todo esto pareca evidenciar un designio especial
de Dios. En consecuencia, de todos los mbitos del mundo y de todos los
ambientes sociales, se ha elevado un llamamiento al juicio oficial de la
Iglesia sobre esta reputacin de santidad.
Su excelencia Mons. Charue, obispo de Namur, quiso aceptar la misin
de instruir la causa de Dom Columba Marmion. As, los procesos
diocesanos para la beatificacin del Siervo de Dios comenzaron en Namur
el 7 de febrero de 1957, y terminaron en Maredsous el 20 de diciembre
de 1961. Actualmente la Causa se halla bajo el juicio de la Santa Sede.
Dgnese el Espritu Santo, el Espritu de adopcin de los hijos de Dios
en Jesucristo, cuyo misterio vivi el Siervo de Dios tan intensamente y
del cual habl en forma tan esplndida, manifestar claramente con
milagros su valiosa intercesin cerca del Padre de las Misericordias.
Presentacin
de esta edicin
En el rbol nico de la Teologa cristiana la Teologa Espiritual ha sido la rama
ltima en nacer, sintetizando as en s misma, en orden a la vida espiritual, todos
los dems conocimientos dogmticos o morales, litrgicos, cannicos o histricos.
En efecto, el papa Benedicto XV, en 1919, expresaba en una carta a la universidad
Gregoriana su alegra por la creacin de una ctedra dedicada a procurar una ms
profunda formacin religiosa del clero mediante el estudio cientfico y prctico de
las principales cuestiones concernientes a la perfeccin cristiana. El estudio
cientfico de la teologa espiritual podra as corregir aquel ascetismo vago y
sentimental o aquel errneo misticismo en el que fcilmente derivan quienes no
conocen suficientemente los verdaderos principios de la vida espiritual. La
espiritualidad cristiana, por tanto, debe ser estudiada como una ciencia teolgica, y concretamente bajo la orientacin y gua segura del Aquinate, quien, como
en las dems disciplinas sagradas, tambin en sta se manifiesta como el gran
Doctor y gran Santo.
Poco despus Po XI, en la encclica Studiorum duce (1923), daba rango acadmico a este mismo planteamiento de la Teologa espiritual, encomendndola tambin a la orientacin de Santo Toms de Aquino. Y a lo largo de nuestro siglo el
Magisterio apostlico ha vuelto a insistir en ocasiones importantes en la necesidad de arraigar siempre la Teologa, tambin por supuesto la Teologa espiritual,
en sus races bblicas y tradicionales, tomando precisamente como maestro a
Santo Toms. En cuanto a la concreta orientacin tomista de la teologa catlica
recordaremos que ha sido impulsada, por ejemplo, por el Concilio Vaticano II (OT
16, GE 10), por la Sagrada Congregacin para la Educacin Catlica (instruccin
de 1976 sobre La formacin teolgica en los Seminarios, n.48) o por el mismo Cdigo
de Derecho Cannico de 1983 (c.252).
PRIMERA PARTE
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Plan divino de nuestra
predestinacin adoptiva
en Jesucristo
Importancia para la vida espiritual
del conocimiento del plan divino
Dios nos ha elegido en Cristo desde antes de la creacin del mundo, para
que seamos santos e irreprensibles delante de El; segn el beneplcito de
su voluntad, nos ha predestinado amorosamente para ser hijos suyos
adoptivos por Jesucristo, en alabanza de la magnificencia de su gracia, por
la cual nos ha hecho agradables a sus ojos, en su querido Hijo (Ef 1,4-6).
En estos trminos describe el plan divino sobre nosotros San Pablo, que
haba sido arrebatado hasta el tercer cielo y fue escogido entre todos por
Dios para poner en su verdadera luz como l mismo dice, la economa
del misterio escondido en Dios, desde la eternidad; y vemos al gran
Apstol trabajar sin descanso en dar a conocer este plan eterno,
establecido para realizar la santidad de nuestras almas. Por qu se
encaminan todos los esfuerzos del Apstol, como l mismo nos dice, a
poner bien de manifiesto esta economa de los designios divinos? (ib. 3,89).
Porque slo Dios, autor de nuestra salvacin y fuente primera de
nuestra santidad, poda darnos a conocer lo que de nosotros desea, para
hacernos llegar hasta El.
Entre las almas que buscan a Dios, hay quienes no llegan a El sino con
mucho trabajo.
Unas no tienen nocin precisa de lo que es la santidad; ignoran o dejan
a un lado el plan trazado por la Sabidura eterna, hacen consistir la
santidad en tal o cual concepcin que ellas mismas se forman, quieren
dirigirse nicamente por su propio impulso, adhirense a ideas puramente humanas, elaboradas por ellas y que no sirven ms que para extraviarlas.
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Podr ser que avancen, pero fuera de la verdadera va por Dios trazada:
son vctimas de sus ilusiones, contra las cuales prevena ya San Pablo a
los primeros cristianos (Col 2,8).
Otras tienen nociones claras sobre puntos menudos de poca importancia, pero les falta la vista del conjunto; pirdense en los detalles sin llegar
a tener una visin sinttica, sin poder salir nunca del atolladero; su vida
est llena de trabajos, y sometida a incesantes dificultades; se fatigan sin
entusiasmo, sin optimismo y con frecuencia con poco fruto, porque esas
almas atribuyen a sus actos una importancia mayor o les dan un valor
menor que el que deben tener en conjunto.
Es, pues, de extrema importancia correr en el camino, no a la ventura
(1Cor 9,26), como dice San Pablo, sino de manera que toquemos la meta
(9,24); conocer lo ms perfectamente que podamos la idea divina de la
santidad, examinar con el mayor cuidado el plan trazado por Dios mismo
para hacernos llegar hasta El, y adaptarnos rigurosamente a ese plan.
Slo de esta manera conseguiremos nuestra salvacin y nuestra santidad.
En materia tan grave, en cuestin tan vital, debemos mirar y pesar las
cosas como Dios las mira y las pesa Dios juzga todas las cosas con plena
inteligencia, y su juicio es la norma ltima de toda verdad. No hay que
juzgar las cosas segn nuestro gusto, deca San Francisco de Sales, sino
segn el de Dios: esto es capital. Si somos santos segn nuestra voluntad,
nunca llegaremos a serlo de verdad; semoslo segn la voluntad de Dios
(Carta a la presidenta Brulart, Sept. 1606: Obras, Annecy XIII, 213). La
Sabidura divina sobrepasa infinitamente toda la sabidura humana; el
pensamiento de Dios est dotado de fecundas energas que no posee
ningn pensamiento creado; por tanto, el plan establecido por Dios
encierra una sabidura tal que nunca ser frustrado por su insuficiencia
intrnseca, sino nicamente por culpa nuestra. Si dejamos a la idea,
divina entera libertad para obrar en nosotros, si nos adaptamos a ella con
amor y fidelidad, ser extraordinariamente fecunda y nos conducir a la
ms sublime santidad
Contemplemos, pues, a la luz de la Revelacin, el plan de Dios sobre
nosotros. Esta contemplacin ser para nuestras almas una fuente de luz,
de fuerza, de alegra.
Ante todo voy a daros una idea general del plan divino; despus,
siguiendo las palabras de San Pablo citadas al principio de esta conferencia, me ocupar de los detalles.
1. Idea general de este plan: La santidad a que Dios nos llama por
la adopcin sobrenatural es una participacin en la vida revelada
por Jesucristo
La razn humana puede demostrar que existe un ser supremo, causa
primera de toda criatura, Providencia del mundo, remunerador soberano, fin ltimo de todas las cosas. De este conocimiento racional y de las
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relaciones que entre las criaturas y Dios nos descubre, se siguen para
nosotros ciertos deberes con respecto a El y con respecto a nuestro
prjimo; deberes que en conjunto constituyen la ley natural y en cuya
observancia se funda la religin natural.
Pero por muy poderosa que sea nuestra razn, no ha podido descubrir
con certeza nada de lo referente a la vida ntima del Ser Supremo: la vida
divina aparece infinitamente distante en una soledad impenetrable
(1Tim 6,16).
La Revelacin ha venido en nuestra ayuda con su esplendorosa luz.
Ella nos ensea que hay en Dios una Paternidad inefable. Dios es
padre: he aqu el dogma fundamental que presupone todos los otros,
dogma magnfico, que llena de asombro a la razn, pero que cautiva a la
fe y colma de gozo a las almas santas. Dios es Padre. Eternamente,
mucho antes que la luz creada brillase sobre el mundo, Dios engendr un
Hijo, a quien comunica su naturaleza, sus perfecciones, su beatitud, su
vida: porque engendrar es comunicar [por la donacin de una naturaleza
semejante] el ser y la vida. Hijo mo eres t; hoy te he engendrado (Sal
2,7; Heb 1,5). Antes de la aurora de los tiempos, yo te he engendrado de
mi seno (Sal 109,3). La vida, pues, est en Dios, vida comunicada por el
Padre y recibida por el Hijo. Este Hijo, semejante en todo al Padre,
llamado con toda propiedad unignito (Jn 1,18) es nico, porque tiene
[mejor, porque es] con el Padre una naturaleza divina nica e indivisible,
y uno y otro, aunque distintos entre s (a causa de sus propiedades
personales de ser Padre y de ser Hijo), estn unidos con un abrazo de amor
poderoso y sustancial, del cual procede la tercera persona, a quien la
Revelacin llama con un nombre misterioso: el Espritu Santo.
Tal es, en cuanto la fe puede conocerlo, el secreto de la vida ntima de
Dios; la plenitud y fecundidad de esa vida es la fuente de la felicidad
inconmensurable que posee la inefable sociedad de las tres divinas
Personas. Pero he aqu que Dios, no para acrecer su plenitud, sino para
enriquecer con ella a otros seres, va a extender, por decirlo as, su
paternidad. Esa vida divina tan poderosa y abundante, que nicamente
Dios tiene el derecho de vivir, esa vida eterna, comunicada por el Padre
al Hijo nico y por los dos a su comn Espritu, quiere Dios que sea
participada tambin por las criaturas, y por un exceso de amor que tiene
su origen en la plenitud del ser y del bien que es el mismo Dios, esa vida
va a desbordarse del seno de la divinidad para comunicarse y hacer felices,
elevndolos sobre su naturaleza, a los seres sacados de la nada. A esas
puras criaturas, Dios les dar el dulce nombre de hijos y har que lo
sean. Por naturaleza, Dios no tiene ms que un Hijo; por amor, tendr
una muchedumbre innumerable: he ah la gracia de la adopcin sobrenatural.
Este decreto de amor, realizado en Adn desde la aurora de la creacin,
desbaratado despus por el pecado de nuestro primer padre, que arrastra
en la desgracia a toda su descendencia, ser restaurado por una interven-
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nos hacemos iguales, sino semejantes a Dios; por eso nuestro Seor deca
a los judios: Acaso no est escrito en vuestros Libros Santos: Yo he
dicho: Vosotros sois dioses? (Jn 10,34).
Por tanto, nuestra participacin en esta vida divina se realiza por medio
de la gracia, en virtud de la cual nuestra alma recibe la capacidad de
conocer a Dios como Dios se conoce, de amar a Dios como Dios se ama,
de gozar de Dios como Dios est henchido de su propia beatitud, y de vivir
as de la vida del mismo Dios.
Tal es el misterio inefable de la adopcin divina. Pero hay una profunda
diferencia entre la adopcin divina y la humana. Esta no es ms que
exterior, ficticia, garantizada, sin duda, por un documento legal, pero sin
llegar hasta la naturaleza de aquel que es adoptado. Dios, por el
contrario, al adoptarnos, al darnos la gracia, llega hasta el fondo de
nuestra naturaleza; sin cambiar lo que es esencial en el orden de esa
naturaleza, la levanta interiormente por su gracia hasta el punto que
llgamos a ser verdaderamentc hijos de Dios; este acto de adopcin tiene
tal eficacia, que nos hace de una manera realsima, mediante la gracia,
participantes de la naturaleza divina, y porque la participacin de la
gracia divina constituye nuestra santidad, esta gracia se llama santificante.
La consecuencia de ese decreto divino de nuestra adopcin, de esa
predestinacin tan llena de amor por la que Dios se digna hacernos hijos
suyos, es dar a nuestra santidad un carcter especial. Qu carcter es
se? Que nuestra santidad es sobrenatural.
La vida a que Dios nos eleva es, con respecto a nosotros como con
respecto a toda criatura, sobrenatural, es decir, que excede las proporciones, los derechos y las exigencias de nuestra naturaleza. No hemos,
pues, de ser santos como simples criaturas humanas, sino como hijos de
Dios, por actos inspirados y animados por la gracia. La gracia llega a ser
en nosotros el principio de una vida divina. Qu es vivir? Vivir, para
nosotros, es movernos en virtud de un principio interior, fuente de
acciones que nos impulsan a la perfeccin de nuestro ser. En nuestra vida
natural se injerta, por decirlo as, otra vida cuyo principio es la gracia; la
gracia viene a ser en nosotros fuente de acciones y operaciones, que son
sobrenaturales y se encaminan a un fin divino: poseer a Dios algn da y
gozar de El, como El se conoce y goza en sus perfecciones.
Es este punto de capital importancia, y deseara que nunca le perdieseis
de vista. Dios poda haberse contentado con aceptar de nosotros el
homenaje de una religin natural; sta hubiera sido la fuente de una
moralidad humana, natural tambin, de una unin con Dios conforme a
nuestra naturaleza de seres racionales, fundada en nuestras relaciones
de criaturas con el Creador y en nuestras relaciones con los semejantes.
Pero Dios no quiso limitarse a esta religin natural. Nos hemos
encontrado ciertamente con hombres que no estn bautizados, y que, sin
embargo de ello, son rectos, leales, ntegros, equitativos, justos y
compasivos, pero all no hay ms que una honradez natural [hay que
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aadir, adems, que a causa de los malos instintos, secuela del pecado
original, esta honradez, puramente natural, raras veces es perfecta]. Sin
rechazarla, todo lo contrario, Dios no se contenta con ella. Porque ha
decidido hacernos partcipes de su vida infinita, de su propia beatitud
lo cual representa para nosotros un destino sobrenatural por el hecho
de habernos otorgado su gracia, Dios quiere que nuestra unin con El sea
una unin, una santidad sobrenatural, que tenga a esa gracia como origen
y principio.
Fuera de este plan, no hay para nosotros ms que la perdicin eterna.
Dios es dueo de sus dones, y desde toda la eternidad ha decretado que
no llegaremos a ser santos delante de El sino viviendo por la gracia como
hijos de Dios. Oh Padre Celestial, concdeme que guarde mi alma la
gracia que hace de m un hijo tuyo! Presrvame de todo el mal que podra
alejarme de ti!
5. El plan divino desbaratado por el pecado, restablecido por la
Encarnacin
Como sabis, Dios realiz su designio desde la creacin del primer
hombre: Adn recibi para s y para su descendencia la gracia que haca
de l un hijo de Dios. Mas por culpa suya perdi, tanto para s como para
su descendencia, ese don divino; despus de su desobediencia todos
nacemos pecadores, despojados de esa gracia que nos hara hijos de Dios.
En vez de hijos de Dios somos hijos de ira (Ef 2,3), enemigos de Dios, hijos
condenados a su indignacin: El pecado ha destruido todo el plan de Dios.
Pero Dios, dice la Iglesia, se ha mostrado ms admirable en la
restauracin de sus designios que en la creacin misma. Oh Dios, que
de un modo maravilloso creaste la excelsa dignidad de la naturaleza
humana, y de forma aun ms maravillosa la restauraste! [Deus qui
human substanti dignitatem mirabiliter condidisti et MIRABILIUS
reformasti. Ofertorio de la misa.].
Cmo!, qu maravilla es sta?
Este misterio es la Encarnacin.
Dios va a restaurarlo todo por el Verbo encarnado. Tal es el misterio
escondido desde los siglos en la mente divina (Ef 3,9), que San Pablo viene
a revelarnos: Cristo, HombreDios, ser nuestro mediador; El nos reconciliar con Dios y nos devolver la gracia. Y como este gran designio ha
sido previsto desde toda la eternidad, tiene razn San Pablo cuando nos
habla de l como de un misterio siempre presente. Este es el ltimo rasgo
con que el Apstol acaba por darnos a conocer el plan divino.
Oigmosle con fe, porque tocamos aqu en el corazn mismo de la obra
divina.
El pensamiento divino es constituir a Cristo jefe de todos los redimidos,
de todo lo que tiene un nombre en este mundo y en el siglo venidero (ib.
1,21), a fin de que por El, con El y en El lleguemos todos a la unin con
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Hijo de Dios. Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero.
Eres el Hijo muy amado del Padre, aquel en quien El tiene todas sus
complacencias. Yo te amo y te adoro [venite, adoremus!].
Pero esta plenitud de la vida divina que habita en Jesucristo, debe
derramarse hasta nosotros y llegar a todo el gnero humano, y sta es una
revelacin admirable que nos llena de gozo.
La filiacin divina que pertenece a Cristo por naturaleza y que le
convierte en el Hijo propio y nico de Dios debe extenderse hasta
nosotros por la gracia, de manera que Jesucristo, en el pensamiento del
Padre, no es sino el primognito de una multitud de hermanos que son
hijos de Dios por la gracia como El lo es por naturaleza. Nos predestin
para que seamos conformes a la imagen de su Hijo, para que El llegue a
ser el primognito entre muchos hermanos (Rm 8,29).
Nos hallamos ahora en el punto central del plan divino: La adopcin
divina la recibimos de Jesucristo y por Jesucristo. Dios ha enviado a su
Hijo al mundo, para darnos su adopcin (Gl 4,5). La gracia de Cristo,
Hijo de Dios, se nos comunica a fin de que sea en nosotros el principio de
la adopcin. Y todos nosotros debemos recurrir a la plenitud de la vida
divina y de la gracia de Jesucristo. San Pablo despus de haber dicho que
la plenitud de la divinidad habita corporalmente en Cristo, aade a modo
de consecuencia: En El lo tenis todo plenamente, porque El es vuestro
jefe (Col 2,10; Ef 4,15). Y San Juan, despus de habernos mostrado al
Verbo hecho carne, lleno de gracia y de verdad, aade: Todos nosotros
hemos recibido de su plenitud (Jn 1,16).
As, no solamente nos ha elegido el Padre en Cristo desde la eternidad:
Elegit nos in ipso notad el trmino: in ipso: nos ha elegido en Cristo;
todo lo que hay fuera de Cristo no existe, por decirlo as, en el pensamiento
divino; sino que hasta la gracia misma, instrumento de la adopcin a que
estamos destinados, la recibimos por Jesucristo. Dios nos ha predestinado para ser adoptados como hijos por medio de Jesucristo (Ef 1,5).
Somos hijos como Jess: El por naturaleza, nosotros por gracia; El, Hijo
propio y natural; nosotros, adoptivos (ML 68, 701). Por medio de
Jesucristo entramos en la familia de Dios; de El y por El nos viene la gracia
y con ella la vida divina: Yo soy la vida... vine para que tengan la vida y
muy copiosa (Jn 10,10).
Tal es la fuente misma de nuestra santidad. Como todo Jesucristo puede
resumirse en la filiacin divina, as todo el cristiano se resume en la
participacin, por Jesucristo y en Jesucristo, de esta filiacin. Nuestra
santidad no es otra cosa; cuanto ms participemos de la vida divina por
la comunicacin que Jesucristo nos hace de su gracia, cuya plenitud posee
El perpetuamente, ms elevado ser el grado de nuestra santidad. Cristo
no es slo santo en s mismo, es nuestra santidad. Toda la santidad que
Dios ha destinado a las almas ha sido depositada en la humanidad de
Cristo, y de esta fuente debemos nosotros beberla.
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y agradarle. Tenemos, pues, en primer lugar, que para vivir como hijos
de Dios. basta abrir los ojos con fe y amor y contemplar a Dios en Jess.
Hay en el Evangelio un episodio magnfico, en medio de su soberana
sencillez; ya lo conocis, pero ste es el lugar de recordarlo. Era la vspera
de la Pasin de Jess. Nuestro Seor haba hablado, como saba hacerlo,
de su Padre a los Apstoles; y ellos, extasiados, deseaban ver y conocer
al Padre. El apstol Felipe exclama: Maestro, mustranos al Padre y esto
nos basta (Jn 14,8). Y Jesucristo le responde: Cmo! yo estoy en medio
de vosotros hace tanto tiempo y no me conocis? Felipe, quien a m me
ve, ve a mi Padre (Jn 14,9). S; Cristo es la revelacin de Dios, de su
Padre; como Dios, no forma con El ms que una cosa; y quien a El mira,
ve la revelacin de Dios.
Cuando contemplis a Cristo, rebajndose hasta la pobreza del pesebre,
acordaos de estas palabras: Quien me ve, ve a mi Padre. Cuando veis
al adolescente de Nazaret, trabajando obedientsimo en el taller humilde
hasta la edad de treinta aos, repetid estas palabras: Quien le ve, ve a
su Padre, quien le contempla, contempla a Dios. Cuando veis a Cristo
atravesando los pueblos de Galilea, sembrando el bien por todas partes,
curando enfermos, anunciando la buena nueva cuando le veis en el
patbulo de la Cruz, muriendo por amor de los hombres objeto del ludibrio
de sus verdugos, escuchad: Es El quien os dice: Quien me ve, ve a mi
Padre. Estas son otras tantas manifestaciones de Dios, otras tantas
revelaciones de las perfecciones divinas. Las perfecciones de Dios son en
s mismas tan incomprensibles como la naturaleza divina; quin de
nosotros, por ejemplo, ser capaz de comprender lo que es el amor
divino? Es un abismo, que sobrepuja a cuanto nosotros podemos
comprender. Pero cuando vemos a Cristo, que como Dios es una misma
cosa con el Padre (Jn 10,30), que tiene en s la misma vida divina que el
Padre (ib. 5,26), cuando le vemos instruyendo a los hombres, muriendo
en una Cruz, dando su vida por amor nuestro, e instituyendo la Eucarista,
entonces comprendemos la grandeza del amor de Dios.
As sucede con cada uno de los atributos de Dios, con cada una de sus
perfecciones. Cristo nos las revela, y a medida que adelantamos en su
amor, nos hace calar ms hondo en su misterio. Si alguno me ama y me
recibe en mi humanidad, ser amado de mi Padre; yo le amar tambin,
me manifestar a l en mi divinidad y le descubrir sus secretos (ib. 14,21).
La Vida ha sido manifestada, escribe San Juan, y nosotros la hemos
visto; por esto somos testigos de ella y os anunciamos la vida eterna, que
estaba en el seno del Padre y que se ha hecho sensible aqu abajo (1Jn
1,2), en Jesucristo. De suerte que, para conocer e imitar a Dios, no
tenemos ms que conocer e imitar a su Hijo, Jess, que es la expresin
humana y divina a la vez de las perfecciones infinitas de su Padre: Quien
me ve, ve a mi Padre.
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previa, esta gracia santificante, que es el signo fundamental de semejanza con Jess, el Padre Eterno no nos reconocer por suyos, y todo lo que
hagamos en nuestra existencia, sin esa gracia, no tendr ningn mrito
en orden a hacernos participar de la herencia eterna: no seremos
coherederos de Cristo si no llegamos a ser sus hermanos por la gracia [O
si cognovisses Dei gratiam per Iesum Christum Dominum Nostrum
ipsamque eius Incarnationem, qua hominis animam corpusque suscepit,
summum esse exemplum grati videre potuisses! San Agustn, De Civit.
Dei X,29.].
3. Cristo nuestro modelo en sus obras y virtudes
Cristo es tambin modelo por sus obras.
Ya hemos visto con cunta verdad fue hombre y sera menester decir
tambin con cunta verdad obr cmo hombre.
Tambin en esto es nuestro Seor para nosotros un modelo acabado,
y al mismo tiempo accesible, de toda santidad; practic en grado
incomparable todas las virtudes que pueden adornar la naturaleza
humana o al menos todas aquellas que eran compatibles con su naturaleza
divina.
Bien sabis que, con la gracia santificante, el alma de Cristo recibi el
cortejo magnfico de las virtudes y de los dones del Espritu Santo; estas
virtudes brotaban de la gracia como de una fuente, y se exteriorizaban en
toda su perfeccin durante la existencia de Jess.
Cierto, no tuvo la fe; esta virtud teologal no se da ms que en el alma
que no goza todava de la visin de Dios; el alma de Cristo contemplaba
a Dios cra a cara, no poda, por tanto, creer en el Dios a quien vea; pero
s tuvo esa sumisin de voluntad que es necesaria a la perfeccin de la fe,
esa reverencia, esa adoracin de Dios, verdad primera e infalible; esa
disposicin exista en el alma de Cristo en grado muy elevado.
Jesucristo no tena tampoco, propiamente hablando, la virtud de la
esperanza: no le era posible esperar lo que ya posea. La virtud teologal
de la esperanza nos hace suspirar por la posesin de Dios, dndonos al
mismo tiempo la confianza de recibir las gracias necesarias para poder
conseguirla. El alma de Cristo estaba llena de la Divinidad, merced a su
unin con el Verbo, y no poda, por tanto, tener esa esperanza. La
esperanza no exista en Cristo sino en cuanto que poda desear, y deseaba,
efectivamente, la glorificacin de su santa humanidad, la gloria accidental
que deba disfrutar despus de su Resurreccin: Padre glorifcame (Jn
17,5). Esta gloria la tena ya en s, como en germen y raz, desde el
momento de la Encarnacin; consinti que apareciera un instante en su
transfiguracin en el monte Tabor, pero su misin entre los hombres le
obligaba a encubrir ese esplendor hasta despus de su muerte. Tambin
haba ciertas gracias que Jess peda a su Padre; as, por ejemplo, en la
resurreccin de Lzaro le vemos dirigirse al Padre con la ms absoluta
confianza: Padre, s que siempre me escuchas (ib. 11,42).
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Jesucristo, autor de nuestra
redencin y tesoro infinito de
gracias para nosotros
Causa satisfactoria y meritoria
Cristo, por sus satisfacciones, nos merece la gracia de la filiacin
divina
La imitacin de Jesucristo, en su ser de gracia y en sus virtudes,
constituye la sustancia de nuestra santidad; esto es lo que he tratado de
haceros ver en la anterior conferencia. Para que conozcis mejor a Aquel
a quien debemos imitar, he tratado de presentar a vuestras almas el
divino modelo, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. La
contemplacin de nuestro Seor, tan adorable en su persona, tan
admirable en su vida y en sus obras, habr sin duda encendido en vuestros
corazones un deseo ardiente de asemejaros a El y de uniros a su
sacratisima persona.
Puede acaso la criatura tener la pretensin de reproducir los rasgos
del Verbo encarnado y participar de su vida?; puede encontrar la fuerza
necesaria para seguir ese camino nico que lleva al Padre? S, la
Revelacin nos dice que esa fuerza se halla en la gracia que nos merecieron
las satisfacciones de Cristo.
Nuestro Dios lo hace todo con sabiduria; ms an, es la sabidura
infinita. Siendo su pensamiento eterno hacernos conformes a la imagen
de su Hijo, debemos estar ciertos que, con el fin de conseguir ese objeto,
ha establecido medios de absoluta eficacia, y no solamente podemos
aspirar a la realizacin del ideal divino en nosotros, sino que el mismo Dios
nos invita a ello: Nos predestin para que furamos como un trasunto
fiel de la imagen de su Hijo (Rm 8,29); quiere que reproduzcamos en
nosotros los rasgos de su Hijo muy amado aunque no podamos hacerlo
sino de una manera limitada. Desear reproducir ese ideal no es ni orgullo
ni presuncin, sino una respuesta al deseo del mismo Dios: escuchadle
(Mt 17,5). Basta nicamente con que utilicemos los medios por El
establecidos.
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ojos del mundo el amor inmenso que su Hijo le profesa, para que conozca
el mundo que amo al Padre (Jn 14,31), y la caridad inefable de ese mismo
Hijo para con nosotros ningn amor supera a este amor (ib. 15,13); para
hacernos palpar por modo ms vivo y sensible cun infinita es la santidad
divina y cun profunda la malicia del pecado, y por otras razones que no
podemos vislumbrar [sacramentum absconditum. Ef 1,9; 3,3; Col 1,26],
el Padre Eterno reclam como expiacin de los crmenes del gnero
humano todos los padecimientos, la pasin y muerte de su divino Hijo; de
manera que la satisfaccin no qued completa sino cuando desde lo alto
de la cruz, Jess, con voz moribunda, pronunci el Todo est acabado.
Slo entonces su misin personal de redencin en la tierra qued
cumplida y su obra salvadora totalmente acabada.
3. Cristo merece, no slamente para s, sino para nosotros. Este
mrito tiene su fundamento en la gracia de Cristo, constituido
Cabeza del genero humano; en la libertad soberana y el amor
inefable con que Cristo arrostr su Pasin por todos los hombres
Por estas satisfacciones, as como por todos los actos de su vida, Cristo
nos mereci toda gracia de perdn, de salvacin y de santificacin.
Porque en qu consiste el mrito? En un derecho a la recompensa.
[Hablamos del mrito propiamente dicho, de un derecho estricto y
riguroso que en Teologa se llama mrito de condigno]. Cuando decimos
que las obras de Cristo son meritorias para nosotros, queremos indicar
que por ellas Cristo tiene derecho a que nos sean dadas la vida eterna y
todas las gracias que conducen a ella o a ella se refieren. Es lo que nos dice
San Pablo: Somos justificados, es decir, devueltos a la justicia a los ojos
de Dios, no ya por nuestras propias obras, sino gratuitamente, por un don
gratuito de Dios, es decir, por la gracia, que se nos concede en virtud de
la redencin obrada por Jesucristo (Rm 3,24). El Apstol nos da a
entender con esto que la Pasin de Jess, que corona todas las obras de
su vida terrena, es la fuente de donde mana para nosotros la vida eterna:
Cristo es la causa meritoria de nuestra santificacin.
Pero cul es la razn profunda de ese mrito? Porque todo mrito
es personal. Cuando estamos en estado de gracia, podemos merecer para
nosotros un aumento de esa gracia; pero tal mrito se limita a nuestra
persona. Para los otros, no podemos merecerla; a lo ms, podemos
implorarla y solicitarla de Dios. Cmo, pues, puede Jesucristo merecer
por nosotros? Cul es la razn fundamental por la que Cristo, no slo
puede merecer para s, por ejemplo, la glorificacin de su humanidad, sino
que tambin puede merecer para los dems para nosotros, para todo
el gnero humano la vida eterna?
El mrito, fruto y propiedad de la gracia, tiene, si as puedo expresarme,
la misma extensin que la gracia en que se funda. Jesucristo est lleno
de la gracia santificante, en virtud de la cual puede merecer personalmente para s mismo. Pero esta gracia de Jess no se detiene en El, no posee
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Cuando se estudia el plan divino, sobre todo a la luz de las cartas de San
Pablo, se ve que Dios no quiere que busquemos nuestra salud y nuestra
santidad sino en la sangre de su Hijo; no hay ms Redentor que El, no hay
bajo el cielo ningn otro nombre que haya sido dado a los hombres para
que puedan salvarse (Hch 5,12), porque su muerte es soberanamente
eficaz: Con un solo sacrificio consum la salvacin de los elegidos (Heb
10,14). Es voluntad del Padre que su Hijo Jess, despus de haber
sustituido a todo el gnero humano en su dolorossima Pasin, sea
constituido jefe de todos los elegidos, a quienes ha salvado por su sacrificio
y su muerte.
Por esto el gnero humano redimido hace que resuene en el Cielo un
cntico de alabanza y accin de gracias a Cristo: Nos has redimido con
tu sangre, a los de toda tribu, lengua, pueblo y nacin (Ap 5,9). Cuando
lleguemos a la eterna bienaventuranza y nos hallemos unidos al coro de
los santos, contemplaremos a nuestro Seor y le diremos: T eres el que
nos has rescatado con tu sangre preciosa; gracias a Ti, a tu Pasin, a tu
sacrificio sobre la Cruz, a tus satisfacciones, a tus mritos, hemos
triunfado de la muerte y eludido la eterna reprobacin. Oh Jesucristo!
cordero inmolado, a Ti la alabanza, el honor, la gloria y la bendicin
eternamente (Ap 5, 11-12).
4. Eficacia infinita de las satisfacciones y de los mritos de
Cristo; confianza ilimitada que de ellos dimana
Pero la Pasin y muerte de nuestro divino Redentor nos revelan su
eficacia, sobre todo en sus frutos.
San Pablo no se cansa de enumerar los beneficios que nos reportan los
infinitos mritos adquiridos por el Hombre-Dios con su vida y padecimientos. Cuando habla de ellos, alborzase el gran Apstol; no encuentra
para expresar este pensamiento otros trminos que los de abundancia,
sobreabundatncia y riquezas, que declara inagotables (Rm 5,17 ss. 1Cor
1, 6-7; Ef 1, 7-8, 18,19; 2,17; 3,18; Col 1,27; 2,2; Fil 4,19; 1Tim 1,14; Tit 3,6).
La muerte de Cristo nos redime (1Cor 6,20), nos acerca a Dios, nos
reconcilia con El (Ef 2, 11-18; Col 1,14), nos justifica (Rm 3, 24-27), nos
comunica la santidad y la vida nueva de Cristo (Tit 2,14; Ef 5,27). Y para
resumirlo todo, el Apstol traza una anttesis entre Cristo y Adn, cuya
obra vino a reparar; Adn nos trajo el pecado, la condenacin, la muerte;
Cristo, segundo Adn, nos devuelve la justicia, la gracia, la vida (1Cor
15,22): Hemos sido trasladados de la muerte a la vida (Jn 3,14), la
redencin ha sido abundante (Sal 129,7). Porque no sucede lo mismo con
el don gratuito la gracia que con la culpa... y si por la culpa de un solo
hombre la muerte rein aqu abajo, con mayor razn los que reciben la
abundancia de la gracia reinarn en la vida nicamente por Jesucristo;
donde el pecado haba abundado, sobreabund la gracia (Rm 5, 15-21; hay
que leer todo el pasaje); por eso no hay condenacin para aquellos que
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es sta una razn para desmayar; cuando no son queridas estas miserias,
son ms bien un ttulo a la misericordia de Cristo. Fijaos en los
desgraciados que quieren excitar la piedad de aquellos a quienes piden
limosna: en vez de ocultar su pobreza, descubren sus harapos y muestran
sus llagas; ste es su ttulo a la compasin y a la caridad de los transentes.
Lo mismo para nosotros que para los enfermos que le presentaban cuando
viva en Judea, lo que nos atrae la misericordia de Jess es nuestra
miseria reconocida, confesada y exhibida a los ojos de Cristo. San Pablo
nos dice que Jesucristo quiso experimentar todas nuestras debilidades,
excepto el pecado, a fin de aprender a compadecerlas; y de hecho varias
veces leemos en el Evangelio que Jess se senta movido a piedad (Lc
7,13; Mc 8,2. +Mt 15,32) a la vista de los dolores que presenciaba. San Pablo
aade expresamente que ese sentimiento de compasin lo conserva en su
gloria, y concluye: Acerqumonos, pues, confiadamente al trono de
Aquel que es la fuente de la gracia; porque si as lo hacemos, obtendremos misericordia (Heb 4, 14-16).
Por otra parte, obrar de este modo es glorificar a Dios, es rendirle un
homenaje muy agradable. Por qu? Porque es designio divino que lo
encontremos todo en Cristo, y cuando reconocemos humildemente
nuestra debilidad y nos apoyamos en la fortaleza de Cristo, el Padre nos
mira con benevolencia y con agrado, porque con eso proclamamos que
Jess es el nico mediador que a El le plugo establecer en la tierra.
Ved cmo el gran Apstol estaba convencido de esta verdad. En una de
sus Epstolas, despus de haber manifestado cun miserable es y cuntas
luchas ha de sostener en su alma, exclama: De buena gana me gloriar
de mis debilidades (2Cor 12,9). En lugar de lamentarse a causa de sus
enfermedades, de sus debilidades, de sus luchas, las convierte en ttulo
y motivo de santo orgullo, esto parece extrao, no es verdad? Pero San
Pablo nos da una razn convincente: A fin de que no sea mi fuerza, sino
la fuerza de Cristo, la gracia de Cristo que habita en m, la que me haga
triunfar (ib.) y que a El se dirija toda gloria.
Notad ahora hasta dnde llega San Pablo cuando habla de nuestra
debilidad: No somos capaces de pensar nada por nosotros mismos (2Cor
3,5). Llega hasta decir que no podemos ni siquiera tener un buen
pensamiento, un pensamiento que nos merezca algo para el cielo, por
nosotros mismos. No hay duda que cuando escribi estas palabras estaba
inspirado por Dios; somos incapaces de producir un buen pensamiento
que salga de nosotros como de su fuente. Todo lo que es bueno, todo lo
bueno que hay en nosotros, todo lo que es meritorio para la vida eterna,
viene de Dios, por Cristo. Nuestra suficiencia de Dios nos viene (ib.
3,5). Dios es quien nos da, no slo el obrar sino tambin el querer, por
pura benevolencia, porque as le place (Fil 2,13). Por tanto, de nosotros
no podemos sobrenaturalmente ni querer, ni tener un buen pensamiento,
ni obrar, ni rezar. No podemos absolutamente nada. Sin m nada podis
(Jn 15,5). Somos por eso dignos de lstima? De ninguna manera.
Despus de haber puesto de relieve nuestra flaqueza, aade San Pablo:
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Jesucristo, causa eficiente
de toda gracia
Causa efficiens
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que sepis que el Hijo del Hombre notad la expresin, Hijo del Hombre;
nuestro Seor la emplea intencionadamente en lugar del trmino Hijo de
Dios tiene sobre la tierra poder de perdonar los pecados, yo te lo mando,
dice al paraltico: Levntate, toma tu lecho y vuelve a tu casa. Y al punto
aquel hombre se levanta en presencia de toda la gente, toma la cama sobre
la que se le haba llevado, y trnase a su casa, glorificando a Dios (Lc 5,
18-25).
As obra Cristo milagros, perdona los pecados y distribuye la gracia con
libertad y poder soberanos, porque siendo Dios, es la fuente de toda gracia
y de toda vida; pero lo hace sirvindose de su humanidad; la humanidad
de Cristo es vivificante, a causa de su unin con el Verbo divino [Carnem
Domini vivificatricem esse dicimus quia facta est propria Verbi cuncta
vivificare prvalentis. Concil. Ef., can.2].
Lo mismo se verifica en la Pasin y muerte de Jess. Jess padece, expa
y merece en su naturaleza humana; la humanidad es el instrumento del
Verbo, y los padecimientos de la santa humanidad obran nuestra
salvacin, son causa de nuestra redencin, y nos vuelven a la vida [+Santo
Toms, III, q.8, a.1, ad 1]. Estbamos muertos en el pecado, pero Dios
nos ha vuelto a la vida con Cristo, a causa de Cristo, perdonndonos todas
nuestras culpas (Col 2,13). Santo Toms nos lo dice claramente [Citemos
esta bella proposicin del Doctor Anglico: Verbum prout in principio erat
apud Deum vivificat animas sicut agens principale; caro tamen eius, et
misteria in ea patrata operantur instrumentaliter ad anim vitam. III,
q.62, a.5, ad 1. +III, q.48, ad 6; q.49, ad 1; q.27. De veritate, art.4]. En el
momento en que, por amor de su Padre y nuestro, iba Cristo a entregarse
para dar la vida divina a todos los hombres, pide al Padre que glorifique
a su Hijo, puesto que le ha dado autoridad sobre toda carne, a fin de que
d yo la vida eterna a todos aquellos que T has puesto en mis manos (Jn
17, 1-2). Jess ruega a su Padre que realice ya en principio su plan eterno.
El Padre ha constituido a Cristo jefe del gnero humano; slo en Cristo
quiere que el hombre encuentre su salvacin; y nuestro Seor pide que
as se haga, puesto que por su Pasin y muerte, ocupando nuestro lugar,
va a satisfacer por todos los crmenes del linaje humano y merecer para
l toda gracia de salud y de vida.
La oracin de nuestro Seor ha sido escuchada. En premio de haber
llevado a cabo por sus padecimientos y sus mritos la salvacin del gnero
humano, Cristo ha sido confirmado como dispensador universal de toda
gracia. Se ha anonadado, y por esto en el da de la Ascensin su Padre
le ensalz y le dio un nombre sobre todo nombre (Fil 2, 7-9). Le constituy
heredero de todas las cosas (Heb 1,2); le dio las naciones en herencia,
porque El las haba ganado con su sangre: Pide, y yo te dar en herencia
todas las gentes (Sal 2,8). En beneficio de ellas ha sido dado a Cristo todo
poder de gracia y de vida en el cielo y en la tierra (Mt 28,18). Finalmente,
puso todas las cosas en sus manos por el amor que le tena (Jn 3,35).
As, modelo nico, pontifice supremo, Redentor del mundo y mediador
universal, Jesucristo fue adems constituido dispensador de toda gracia.
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salud. Pues bien, esa eficacia instrumental que la humanidad de Cristo tena para
producir efectos corporales, ejercala tambin en el orden espiritual; su sangre, derramada por nosotros, tiene una virtud santificadora para lavar los pecados; la humanidad de
Jess es, pues la causa instrumental de la justificacin, y esta justificacin se nos aplica
espiritualmente por la fe, y corporalmente por los sacramentos porque la humanidad de
Cristo es espritu y cuerpo; de este modo recibimos en nosotros el efecto de la santificacin,
que est en Cristo. Por eso el ms perfecto de los sacramentos es el que contiene realmente
el cuerpo de nuestro Seor, es decir, la Eucarista, fin y consumacin de los dems. En
cuanto a los dems sacramentos, reciben algo de esa virtud por la cual la Humanidad de
Cristo es el instrumento de la justificacin; de suerte que, el cristiano santificado por el
Bautismo es tambin santificado por la Sangre de Jesucristo. Por tanto, la Pasin del
Salvador opera en los sacramentos de la nueva ley, y stos concurren como instrumentos
a la produccin de la gracia.
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La Iglesia,
cuerpo mstico de Jesucristo
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su nombre estos cnticos que suben hasta el Padre. En torno del sacrificio
de la Misa, centro de toda nuestra religin, la Iglesia organiza el culto
pblico, que ella sola tiene derecho a ofrecer en nombre de Cristo su
Esposo, y, de hecho, establece todo un conjunto de oraciones, de frmulas,
de cnticos, que engastan su sacrificio; en el curso del ciclo litrgico, ella
es quien distribuye la celebracin de los misterios de su divino Esposo,
de modo que sus hijos puedan cada ao vivir de nuevo aquellos misterios,
y dar por ellos gracias a Jess y a su Padre, y beber en ellos la vida divina
que iluye de ellos por haber sido vividos antes por Jess. Todo su culto
converge en Cristo. Apoyandose en las satisfacciones infinitas de Jess,
en su calidad de mediador universal y siempre vivo, la Iglesia termina sus
plegarias: Por Jesucristo Nuestro Seor que contigo vive y reina, y del
mismo modo, pasando por Cristo, toda adoracin y toda alabanza de la
Iglesia sube al Padre Eterno y es acogida con agrado en el santuario de
la Trinidad: Por El, y con El y en El, te tributamos a Ti, Dios Padre
omnipotente, juntamente con el Espritu Santo, todo honor y toda gloria
(Ordinario de la Misa).
Tal es, pues, el modo con que la Iglesia fundada por Jess prosigue ac
abajo su obra divina. La Iglesia es la depositaria autntica de la doctrina
y de la ley de Cristo, la dispensadora de sus gracias entre los hombres,
la esposa, en fin, que en nombre de Cristo ofrece a Dios por todos sus hijos
la alabanza perfecta.
Y as, la Iglesia est tan unida a Cristo, posee de tal modo la abundancia
de sus riquezas, que bien puede decirse que ella es el mismo Cristo
viviente en el transcurso de los siglos. Cristo vino a la tierra no ya slo
por los que en su tiempo moraban en Palestina, sino por todos los hombres
de todas las edades. Cuando priv a los hombres de su presencia sensible,
les dio la Iglesia, con su doctrina, su jurisdiccin, sus sacramentos, su
culto, cual si quedara El mismo: en la Iglesia, por consiguiente, encontramos a Cristo. Nadie va al Padre y en el ir al Padre consiste toda la
salvacin y la santidad sino por Cristo (Jn 14,6). Pero grabad bien en
vuestra memoria esta verdad no menos capital: nadie va a Cristo sino por
la Iglesia, no somos de Cristo si no somos, de hecho o por deseo, de la
Iglesia; no vivimos la vida de Cristo sino en cuanto estamos unidos a la
Iglesia.
2. Verdad que pone de relieve el carcter particular de la
visibilidad de la Iglesia: Dios quiere gobernarnos por los hombres:
importancia de esta economa sobrenatural, resultante de la
Encarnacin. Por ella se glorifica a Jess y se ejercita nuestra
fe. Nuestros deberes con la Iglesia
La Iglesia es visible, como sabis.
La constituye en su jerarqua el Sumo Pontfice, sucesor de Pedro, los
Obispos y los Pastores, que, unidos al Vicario de Cristo y a los Obispos,
ejercen sobre nosotros su jurisdiccin en nombre de Cristo, pues Cristo
nos gua y nos santifica por medio de los hombres.
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estar sentado con El; reinar con El; asociarse a su vida; coheredero,
coparticipante, concorporal, coedificado, y algunas otras por el estilo que
no expresan directamente la unin de los cristianos entre s en Cristo].
Somos una misma cosa con Cristo en el pensamiento del Padre celestial.
Dios, dice San Pablo, es rico en misericordia; porque cuando estbamos
muertos, a consecuencia de nuestras culpas, nos ha hecho vivir con Cristo,
nos ha resucitado con El, nos ha hecho sentar juntamente con El en los
cielos, a fin de mostrar en los siglos venideros los infinitos tesoros de su
gracia en Jesucristo (Ef 2, 4-7. +Rm 6,4; Col 2, 12-13); en una palabra,
nos ha hecho vivir con Cristo, en Cristo, para hacernos coherederos suyos.
El Padre, en su pensamiento, no nos separa nunca de Cristo. Santo Toms
dice que por un mismo acto eterno de la divina sabidura hemos sido
predestinados Cristo y nosotros [cum uno et eodem actu Deus
prdestinaverit ipsum et nos. III, q.24, a.4]. El Padre hace, de todos los
discpulos de Cristo que creen en El y viven en su gracia, un mismo y nico
objeto de sus complacencias. Nuestro Seor mismo es quien nos dice: Mi
Padre os ama porque me habis amado y credo que soy su Hijo (Jn 1427).
De ah que San Pablo escriba que Cristo, cuya voluntad estaba tan
ntimamente unida a la del Padre, se ha entregado por su Iglesia: Am
a su Iglesia y se entreg por ella (Ef 5,25). Como la Iglesia deba formar
con El un solo cuerpo mstico, se entreg por Ella, a fin de que ese cuerpo
fuera glorioso, sin arruga ni mancha, santo e inmaculado (ib. 27). Y
despus de haberla rescatado, se lo ha dado todo. Ah! Si tuviramos ms
fe en estas verdades! Si comprendiramos lo que supone para nosotros
el haber entrado por el Bautismo, en la Iglesia, lo que es ser miembro del
cuerpo mistico de Cristo por la gracia!. Felicitmonos, deshagmonos en
hacimiento de gracias, dice San Agustn. [CHRISTUS facti SUMUS; si enim
caput ille, nos membra, totus homo, ille et nos... Trat. sobre San Juan, 21,
8-9. Y en otra parte: Secum nos faciens unum hominem caput et
corpus. Enarrat. in Ps. LXXXV, c. I. Y tambin: Unus homo caput et
corpus, unus homo Christus et Ecclesia, vir perfectus. Enarrat in Ps.
XVIII, c. 10], porque no slo hemos sido hechos cristianos, sino parte de
Cristo. Comprendis bien, hermanos mos, la gracia que Dios nos hizo?
Admirmonos, saltemos de jbilo, porque formamos parte de Cristo; El
es la cabeza, nosotros los miembros; El y nosotros, el hombre total. Quin
es la cabeza? Quines los miembros? Cristo y la Iglesia. Sera esto
pretensin de lm orgullo insensato, contina el gran Doctor, si Cristo
mismo no se hubiera dignado prometernos tal gloria, cuando dijo por boca
de su apstol Pablo: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros.
Demos, pues, gracias a Jess, que se dign asociamos tan estrechamente a su vida; todo nos es comn con El: mritos, intereses, bienes,
bienavenluranzas, gloria. No seamos, por tanto, miembros de esos que se
condenan, por el pecado, a ser miembros muertos; antes bien, seamos por
la gracia que de El recibimos, por nuestras virtudes, modeladas en las
suyas, por nuestra santidad, que no es sino participacin de su santidad,
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El Espritu Santo,
espritu de Jess
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Vedlo, si no: en casi todos los textos donde expone los pensamientos
eternos sobre nuestra adopcin sobrenatural, y siempre que trata de la
gracia y de la Iglesia, habla San Pablo del Espritu de Dios, del Espritu
de Cristo, del Espritu de Jess. Hemos recibido un Espritu de
adopcin que nos hace exclamar dirigindonos a Dios: Padre, Padre!
(Rm 8,15). Dios envi el Espritu de su Hijo a nuestros corazones para
que le pudiramos llamar Padre nuestro (Gl 4,5). No sabis, dice en
otra parte, que por la gracia sois templo de Dios, y que el Espritu de Dios
mora en vosotros? (1Cor 3,16). Y tambin: Sois el templo del Espritu
Santo que habita en vosotros (ib. 6,19). En Cristo se eleva todo el edificio
bien ordenado para formar un templo santo en el Seor: en El tambin
estis vosotros edificados para ser por el Espritu Santo morada de Dios
(Ef 2, 21-22).
De suerte que as como no formis ms que un solo cuerpo en Cristo,
as tambin os anima un solo Espritu (ib. 4,4). La presencia de este
Espritu en nuestras almas es tan necesaria, que San Pablo llega a decir:
si alguno no tiene el Espritu de Cristo, se no es de El.
Veis ahora por qu el Apstol, que nada tomaba tan a pechos como ver
a Cristo vivir en el alma de sus discpulos, les pregunta si han recibido el
Espritu Santo? Es que slo son hijos de Dios en Jesucristo los que son
dirigidos por el Espritu Santo (Rm 8,9 y 14).
No penetraremos, pues, perfectamente el misterio de Cristo y la
economa de nuestra santificacin, mientras no fijemos la mirada en este
Espritu divino, y en su accin sobre nosotros. Hemos visto que la
finalidad de nuestra vida consiste en tratar de someternos con gran
humildad a los pensamientos de Dios- adaptarnos a ellos lo mejor posible
y con la sencillez de un nio. Siendo divinos esos designios, su eficacia es
intrnsecamente absoluta; y producirn, sin duda alguna, sus frutos de
santificacin, si los aceptamos con fe y con amor. Ahora bien; para encajar
en el plan divino, es menester no solamente recibir a Cristo (Jn 1,12),
sino que, como lo hace notar San Pablo, es preciso recibir al Espritu
Santo y someterse a su accin, a fin de ser uno con Cristo. Ved cmo
el mismo Seor, en el admirable discurso que pronunci despus de la
Cena, en el que revela a los que llama sus amigos los secretos de la vida
eterna, les habla varias veces del Espritu Santo, casi tantas como de su
Padre.
Les dice que este Espritu suplir sus veces entre ellos cuando haya
subido al cielo; que este Espritu ser para ellos el maestro interior, un
maestro tan necesario que Jess rogar al Padre para que se lo d y viva
en ellos. Por qu, pues, nuestro divino Salvador puso tanto cuidado en
hablar del Espritu Santo en momentos tan solemnes, en trminos tan
apremiantes, si todo ello haba de ser para nosotros como letra muerta?
No sera ofenderle y causarnos a la vez grave perjuicio el no prestar
atencin a un misterio tan vital para nosotros?
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perfecta del Padre! Por eso se dan el uno al otro, y ese amor mutuo que
deriva del Padre y del Hijo, como de fuente nica, es en Dios un amor
subsistente, una persona distinta de las otras dos, que se llama Espritu
Santo. El nombre es misterioso, mas la revelacin no nos da otro.
El Espritu Santo es, en las operaciones interiores de la vida divina, el
ultimo trmino: El cierra si nos son permitidos estos balbuceos,
hablando de tan grandes misterios el ciclo de la actividad ntima de la
Santsima Trinidad, pero es Dios lo mismo que el Padre y el Hijo posee
como Ellos y con Ellos la misma y nica naturaleza divina, igual ciencia,
idntico poder, la misma bondad, igual majestad.
Este Espritu divino se llama Santo y es el Espritu de santidad, santo
en S mismo y santificador a la vez. Al anunciar el misterio de la
Encarnacin, deca el Angel a la Virgen: El Espritu Santo bajar a ti: por
eso el Ser santo que de ti nacer ser llamado Hijo de Dios (Lc 1,35). Las
obras de santificacin se atribuven de un modo particular al Espritu
Santo. Para entender esto, y todo lo que se dir del Espritu Santo, debo
explicaros, en pocas palabras, lo que en Teologa se llama apropiacin.
Como sabis, en Dios, hay una sola inteligencia, uns sola voluntad, un
solo poder, porque no hay ms que una naturaleza divina; pero hay
tambin distincin de personas. Semejante distincin resulta de las
operaciones misteriosas que se verifican alla en la vida ntima de Dios y
de las relaciones mutuas que de esas operaciones se derivan. El Padre
engendra al Hijo, y el Espritu Santo procede de entrambos. Engendrar,
ser Padre, es propiedad exclusiva de la Primera Persona, ser Hijo es
propiedad personal del Hijo, as como el proceder del Padre y del Hijo,
por va de amor, es propiedad personal del Espritu Santo. Esas
propiedades personales establecen, entre el Padre, el Hijo y el Espritu
Santo, relaciones mutuas, de donde proviene la distincin. Pero fuera
de esas propiedades y relaciones, todo es comn e indivisible entre las
divinas Personas: la inteligencia, la voluntad, el poder y la majestad,
porque la misma naturaleza divina indivisible es comn a las tres
Personas. He ah lo poquito que podemos rastrear acerca de las
operaciones ntimas de Dios.
Por lo que atae a las obras exteriores, las acciones que se terminan
fuera de Dios (ad extra), sea en el mundo material, como la accin de
dirigir a toda criatura a su fin, sea en el mundo ds las almas, como la accin
de producir la gracia, son comunes a las tres divinas Personas. Por qu
as? Porque la fuente de esas operaciones, de esas obras, de esas
acciones, es la naturaleza divina, y esa naturaleza es una e indivisible para
las tres personas; la Santsima Trinidad obra en el mundo como una sola
causa nica. Pero Dios quiere que los hombres conozcan y honren, no
slo la unidad divina, sino tambin la Trinidad de Personas; por eso la
Iglesia, por ejemplo, en la liturgia, atribuye a tal Persona divina ciertas
acciones que se verifican en el mundo, y que, si bien son comunes a las tres
divinas Personas, tienen una relacin especial o afinidad ntima con el
lugar, si as puedo expresarme, que ocupa esa Persona en la Santsima
Trinidad, con las propiedades que le son peculiares y exclusivas.
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bondad, longanimidad, dulzura, confianza, modestia continencia y castidad (Gl 5, 22-23). Esos frutos, dignos todos del Espritu de amor y de
santidad, son dignos tambin de nuestro Padre celestial, que encuentra
en ellos su gloria: Mi Padre resultar glorificado si vosotros dais
abundante fruto (Jn 15,8); dignos, en fin, de Jesucristo, que nos los
mereci, y a quien el Espritu Santo nos une. si alguno permanece en m
y yo en l, ese dar abundante fruto (ib. 5).
Hallbase Nuestro Seor en Jerusaln por la fiesta de los Tabernculos,
que era una de las ms solemnes de cuantas celebraban los judos, cuando
levantando la voz en medio de las turbas, exclam: Si alguien tiene sed
venga a M y beba, el que cree en M, como dice la Escritura, ros de agua
viva fluirn de sus entraas. Y aade San Juan: Esto lo, dijo Jess del
Espritu que haban de recibir los que creyeran en El (ib. 7, 37-39). El
Espritu Santo, que nos es enviado por los mritos de Cristo, que como
Verbo es el encargado de transmitirle, viene a resultar en nosotros el
principio y el manantial de esos ros de aguas vivas de la gracia que sacia
nuestra sed hasta la vida eterna, esto es, que produce en nosotros frutos
de vida perdurable [Huiusmodi autem flumina sunt aqu viv quia sunt
continuat suo principio scilicet, Spiritui Sancto inhabitanti. Santo
Toms, In Joan., VII, lec. 5].
En espera de la bienaventuranza suprema, esas aguas regocijan la
ciudad de las almas que baan. La impetuosidad de la corriente del
torrente refresca la ciudad de Dios (Sal 45,5). Por eso dice San Pablo que
todas las almas fieles que creen en Cristo beben en un mismo Espritu
(1Cor 12,33). De ah tambin que la liturgia, eco de la doctrina de Jess
y del Apstol, nos haga invocar al Espritu Santo, que es a la vez el Espritu
de Jess, como a fuente de vida (Fons vivus. Himno Veni Creator).
6. Nuestra devocin al Espritu Santo: invocarle y ser fieles a sus
inspiraciones
Tal es, pues, la accin del Espritu Santo en la Iglesia y en las almas;
accin santa como el principio divino de donde emana, accion que nos
impulsa a santificarnos. Ahora bien, cul no ser la devocin que hemos
de tener a este Espritu que mora en nuestras almas desde el Bautismo
y cuya actividad en nosotros es de suyo tan honda y eficaz?
Ante todas las cosas, debemos invocarle con frecuencia. El es Dios,
como el Padre y el Hijo; El tambin desea nuestra santidad, y es conforme
al plan divino que acudamos al Espritu Santo como acudimos al Padre
y al Hijo ya que tiene el mismo poder y la misma bondad que ellos. La
Iglesia, en esto, como en todo, nos sirve de gua, puesto que cierra el ciclo
de las fiestas en las cuales se van como descorriendo los misterios de
Cristo, con la solemnidad de la venida del Espritu Santo, Pentecosts,
y emplea, para implorar la gracia del Espritu divino, oraciones admirables aspiraciones caldeadas de amor, cual es el Veni Sancti Spiritus.
Debemos acudir a El y decirle: Oh amor infinito, que procedes del Padre
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SEGUNDA PARTE
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La fe en Jesucristo, fundamento de
la vida cristiana
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juzgar al mundo, sino para que por su medio el mundo se salve; quien cree
en El, no es condenado, pero el que no cree, ya est condenado por lo
mismo que no cree en el nombre del Hijo unignito de Dios (Jn 3, 16-18).
Juzgar tiene aqu, como hemos traducido, el sentido de condensar, y San
Juan dice que quien no cree en Cristo ya est condenado; fijaos bien en
esta expresin: Ya est condenado; lo que equivale a ensear que el que
no tiene fe en Jesucristo en vano procurar su salvacin: su causa est
va desde ahora juzgada. El Padre Eterno quiere que la fe en su Hijo, por
El enviado, sea la primera disposicin de nuestra alma y la base de nuestra
salvacin. Quien cree en el Hijo tiene la vida eterna, mas quien no cree
en el Hijo no ver la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre l (ib.
3,36).
Atribuye Dios tal importancia a que creamos en su Hijo, que su clera
permanece ntese el tiempo presente: permanece desde ahora y
siempre sobre aquel que no cree en su Hijo. Qu significa todo esto? Que
la fe en la divinidad de Jess es, en conformidad con los designios del
Padre, el primer requisito para participar de la vida divina; creer en la
divinidad de Jesucristo implica creer en todas las dems verdades
reveladas. Toda la Revelacin puede considerarse contenida en este
supremo testimonio que Dios nos da de que Jesucristo es su Hijo; y toda
la fe, puede decirse que se halla igualmente implcita en la aceptacin de
este testimonio. Si, en efecto, creemos en la divinidad de Jesucristo, por
el hecho mismo creemos en toda la revelacin del Antiguo Testamento que
encuentra toda su razn de ser en Cristo; admitimos tambin toda la
revelacin del Nuevo Testamento, ya que todo cuanto nos ensean los
Apstoles y la Iglesia no es sino el desarrollo de la revelacin de Cristo.
Por tanto, el que acepta la divinidad de Cristo abraza, al mismo tiempo,
el conjunto de toda la Revelacin; Jesucristo es el Verbo encarnado; el
Verbo expresa a Dios, tal cual Dios es, todo lo que El sabe de Dios; este
mismo Verbo se encarna y se encarga de dar a conocer a Dios en el mundo
(ib. 1,18). y cuando mediante la fe recibimos a Cristo, recibimos toda la
Revelacin.
De modo que la conviccin ntima de que nuestro Seor es verdaderamente Dios constituye el primer fundamento de toda la vida espiritual;
si llegamos a comprender bien esta verdad y extraemos las consecuencias
prcticas en ella implicadas, nuestra vida interior estar llena de luz y de
fecundidad.
3. La fe en la divinidad de Jesucristo es el fundamento de
nuestra vida interior; el Cristianismo es la aceptacin de la
divinidad de Cristo en la Encarnacin
Insistamos algo ms en esta importantsima verdad. Durante la vida
mortal de Jesucristo, su divinidad estaba oculta bajo el velo de la
humanidad; era objeto de fe hasta para quienes vivan con El.
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las tres palabras del Padre Eterno que el mundo escuch: por ellas quiere
glorificar a Jesucristo, su Hijo y su igual, honrando su humildad: aporque
se ha anonadado, hale el Padre ensalzado y ddole un nombre superior
a todo nombre, a fin de que toda rodilla se doble ante El, y toda lengua
proclame que nuestro Seor Jesucristo comparte la gloria de su Padre
(Fil 3, 7-9). Debido a eso, cuanto ms se humill Cristo hacindose
pequeito, ocultndose en Nazaret, sobrellevando las flaquezas y miserias humanas que eran compatibles con su dignidad, padeciendo como un
malvado la muerte en el madero (Is 53,12) y ocultndose en la Eucarista,
cuanto ms atacada y negada es su divinidad por parte de los incrdulos,
tanto ms elevado ha de ser el lugar en que nosotros le situemos en la
gloria del Padre y dentro de nuestro corazn; ms profundo el espritu
de intensa reverencia y completa sumisin con que debemos darnos a El
sin reservas, y ms generoso el trabajo con que nos consagremos sin
descanso a la extensin de su reino en las almas.
Tal es la verdadera fe, la fe perfecta en la divinidad de Jesucristo, la que,
convertida en amor, invade todo nuestro ser, abarcando prcticamente
todas las acciones y todo el complejo de nuestra vida espiritual, y
constituye como la base misma de nuestro edificio sobrenatural, de toda
nuestra santidad.
Para que sea verdaderamente fundamento, es preciso que la fe informe
y sostenga las obras que llevamos a cabo y se convierta en el principio de
todos nuestros progresos en la vida espiritual [Iustificati... in ipsa
iustitia per Christi gratiam accepta, cooperante fide bonis operibus
crescunt ac magis sanctificatur. Conc. Trid., Sess. VI, c. 10]. Yo, dice San
Pablo en su carta a los Corintios, segn la gracia que Dios me ha dado, ech
en vosotros, cual perito arquitecto, el cimiento del espiritual edificio,
predicndoos a Jess, mire bien cada uno cmo alza la fbrica sobre ese
fundamento (1Cor 3,10).
Son nuestras obras las que forman y levantan este edificio espiritual.
San Pablo dice adems que el justo vive de la fe (Rm 1,17) [Es digno de
notarse que San Pablo insiste en esta verdad en tres ocasiones: +Gl 3,
11, y Heb 10, 38]. El justo es aquel que, mediante la justificacin recibida
en el Bautismo, ha sido creado en la justicia y posee en s la gracia de Cristo
y, conjuntamente, las virtudes infusas de la fe, la esperanza y el amor; ese
justo vive por la fe. Vivir es lo mismo que tener en s un principio interior,
fuente de movimientos y operaciones. Es cierto que el principio interior
que ha de animar nuestros actos para que sean actos de vida sobrenatural,
proporcionados a la bienaventuranza final, es la gracia santificante; pero
la fe es la que introduce al alma en la regin de lo sobrenatural. No seremos
partcipes de la adopcin divina mientras no recibamos a Cristo, ni
recibiremos a Cristo, sino por la fe. La fe en Jesucristo nos conduce a la
vida, a la justificacin, mediante la gracia; por eso dice San Pablo que el
justo vivir de la fe. En la vida sobrenatural la fe en Jesucristo es un poder
tanto ms activo cuanto ms profundamente arraigada se halle en el alma.
La fe comienza por aceptar todas las verdades que constituyen materia
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El bautismo, sacramento
de adopcin y de iniciacin,
muerte y vida
El Bautismo, primero de todos los Sacramentos
La primera disposicin de un alma frente a la Revelacin que se le hace
del plan divino de nuestra adopcin en Jesucristo es, como lo hemos visto,
la fe. La fe es la raz de toda justificacin y el principio de la vida cristiana,
y se adhiere, como a su objeto primordial, a la divinidad de Jess enviado
por el Padre para llevar a cabo nuestra salvacin: En esto consiste la vida
eterna: en conocerte a Ti, oh solo Dios verdadero! y a Jesucristo a quien
has enviado (Jn 17,3).
Partiendo de este acto inicial, que consiste en creer en Cristo, se ampla
y extiende, si as podemos decirlo, sobre todo aquello que concierne a
Cristo: los Sacramentos, la Iglesia, las almas, la Revelacin entera,
llegando a la perfeccin cuando bajo la inspiracin del Espritu Santo se
transforma en amor y adoracin, mediante la entrega total de nuestro ser
al cumplimiento fiel de la voluntad de Jess y de su Padre.
Pero la fe sola no basta.
Cuando enva a sus Apstoles el divino Maestro a que continen en la
tierra su misin santificadora, dice que el que no creyere ser condenado; y nada ms aade con respecto a los que se niegan a creer, porque
siendo la fe raz de toda santificacin, todo lo que se hace sin ella est
completamente desprovisto de valor ante Dios: Sin fe es imposible
agradar a Dios (Heb 11,6); pero para quienes creen, aade Cristo, como
condicin de incorporacin a su reino, la recepcin del Bautismo: El que
creyere y se bautizare, se salvar (Mc 16,16). San Pablo afirma igualmente que quienes reciben el Bautismo estn revestidos de Cristo (Gl 3,27).
Este Sacramento, pues, es la condicin de nuestra incorporacin a Cristo.
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para luego tambin resucitar (Sermo., LXII, c. 11). Esto no es sino el eco
de lo que nos dijo antes San Pablo: Debis consideraros cual muertos para
el pecado, al que habis renunciado, para no vivir sino para Dios. [Ita et
vos existimate. Vivir para el pecado, morir para el pecado son expresiones corrientes de San Pablo; significan: permanecer en el pecado,
renunciar al pecado].
Al contemplar a Cristo, qu vemos en El? Un misterio de muerte y
de vida: Fue entregado a la muerte a causa de nuestros pecados y ha
resucitado para nuestra santificacin (Rm 4,25). El cristiano revive
durante su existencia este doble misterio que le hace semejante a Cristo.
Oigamos a San Pablo tan explcito sobre este particular: Sepultados, nos
dice, con Cristo, en el Bautismo, habis sido por el mismo Bautismo
devueltos a la vida eterna, luego de haberos perdonado todas vuestras
ofensas; vosotros que, por vuestros pecados, estabais muertos a esa vida
(Col 2, 12-13). Del mismo modo que Cristo dej en el sepulcro los sudarios
que envolvan su santo cuerpo, y que constituan como un smbolo de su
muerte y de su vida pasible, as tambin nosotros dejamos en las aguas
bautismales todos nuestros pecados, y como Cristo sali vivo y libre del
sepulcro, salimos igualmente nosotros de la pila sagrada, no solamente
purificados de toda falta, sino con el alma adornada con la gracia
santificante, gracia que debemos a la operacin del Espritu Santo, y que,
con su cortejo de virtudes y dones, viene a ser para nosotros germen y
principio de vida divina. El alma se ha transformado en templo donde
habita la Santsima Trinidad y en objeto de las divinas complacencias.
4. Toda la vida cristiana no es ms que el desarrollo prctico de
la doble gracia inicial conferida en el Bautismo; muerte al
pecado y vida para Dios. Sentimientos que debe despertar en
nosotros el recuerdo del Bautismo: gratitud, alegra y confianza
Hay una verdad ya insinuada por San Pablo, verdad que no debemos
perder de vista, y es que esta vida divina otorgada por Dios, solamente
la recibimos en germentiene que crecer y desarrollarse, del mismo modo
que nuestra renuncia al pecado y nuestra muerte para el pecado tienen
que renovarse y mantenerse incesantemente.
Lo perdimos todo de una vez con el pecado de Adn, pero Dios no nos
devuelve de una vez en el Bautismo toda la integridad del don divino, sino
que deja en nosotros, para que se convierta en fuente de mritos,
mediante las luchas que provoca, la concupiscencia, foco del pecado, que
propende a disminuir y a destruir la vida divina; de tal modo que nuestra
existencia entera debe perfeccionar lo que el Bautismo inaugura; mediante el Bautismo, participamos del misterio y de la virtud de la muerte y
de la vida resucitada de Cristo. La muerte para el pecado se ha
realizado; pero, a causa de la concupiscencia que permanece, tenemos que
mantener esa muerte con nuestro continuo renunciar a Satans, a sus
inspiraciones y a sus obras y a las solicitaciones del mundo y de la carne.
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[Vase una hermosa oracin de la Iglesia que contiene toda esa doctrina;
ntese que se dice el sbado de Pentecosts, un poco antes de la bendicin
solemne de la fuente bautismal y de la administracin del bautismo a los
catecmenos: Dios todopoderoso y eterno, que has dado a conocer a tu
Iglesia por tu nico Hijo, que eres el viador celeste, que cuidas con amor,
con el fin de que produzcan ms abundantes frutos, los sarmientos que
su unin a este mismo Cristo, verdadera vid, vuelve fecundos; no
permitan que invadan las espinas del pecado los corazones de tus fieles,
a quienes has hecho pasar por la fuente bautismal, cual via trasplantada
de Egipto; protgelos por tu Espritu de santificacin a fin de que en ellos
abunden las riquezas de una incesante cosecha de buenas obras].
Mediante la fe en Cristo, le recibimos en el bautismo; su muerte es
nuestra muerte para Satans, para sus obras, para el pecado; su vida se
convierte en nuestra vida; ese acto inicial, que nos hace hijos de Dios, nos
ha hecho igualmente hermanos de Cristo, incorporados a El, miembros
de su Iglesia, animados de su Espritu. Bautizados en Cristo, hemos
nacido, mediante la gracia, a la vida divina en Cristo. Por esta razn, dice
San Pablo, tenemos que caminar in novitate vitae. Debemos emprender
un nuevo tenor de vida (Rm 6,4). Caminemos, pues, no por la va del
pecado, al que renunciamos, sino por el camino de la luz y de la fe, bajo
la accin del Espritu divino, que nos permitir producir con nuestras
buenas obras frutos copiosos de santidad.
Renovemos a menudo la virtud de este sacramento de adopcin y de
iniciacin, renovando las promesas, a fin de que Cristo, engendrado en
nuestras almas por la fe, crezca ms y mas en nosotros ad gloriam Patris.
Es una prctica muy til de piedad. Mirad a San Pablo: en la Epstola a
su discpulo Timoteo le suplica que resucite en su alma la gracia de su
ordenacin sacerdotal. Lo mismo quiero deciros a vosotros respecto de
la gracia que recibisteis en el Bautismo: hacedla revivir, renovando los
votos entonces formulados por el padrino que nos representaba.
Cuando por la maana, verbigracia, al hallarse presente Nuestro Seor
en nuestro corazn despus de la comunin, renovamos, con fe y amor,
las disposiciones de arrepentimiento, de renuncia a Satans, al pecado,
al mundo, para no adherirnos sino a Cristo y a su Iglesia, entonces la gracia
del Bautismo brota, por decirlo as, del fondo del alma, en la que queda
grabado indeleble el carcter de bautizado; y esta gracia produce, por la
virtud de Cristo, que habita en nosotros, con su Espritu, como una nueva
muerte para el pecado; nuevos bros para resistir al demonio; como un
nuevo infiujo de vida divina y un mayor estrechamiento de los lazos que
nos ligan a Jesucristo.
As, cada da, dice San Pablo, el hombre terrestre, el hombre natural,
se acerca ms y ms a la muerte; en cambio, el hombre interior, que ha
recibido la vida mediante el nacimiento sobrenatural del Bautismo, y que
ha sido recreado por segunda vez en la justicia de Cristo, el hombre nuevo,
se renueva de da en da (2Cor 4,16).
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PARTE II-A
La muerte para el pecado
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misterio que ningn alma podr nunca sondear. Jess abandonado por
su Padre! Acaso hizo otra cosa durante toda su, vida que cumplir la
adorable voluntad del Padre? No ha llevado a cabo fielmente la misin
que recibiera de manifestar su nombre al mundo? He dado a conocer tu
nombre a los hombres (Jn 17,6). Por ventura, no fue el amor para que
conozca el mundo que amo al Padre (ib. 14,31) lo que le decidi a
entregarse? Sin duda algna. Entonces, por qu, Padre Eterno, atormentis as a vuestro amado Hijo? A causa del pecado de mi pueblo (Is.
53,8). Desde el momento en que Jesucristo se ha entregado por nosotros
a fin de dar plena y entera satisfaccin por nuestras culpas, el Padre ya
no ve en El sino el pecado de que se revisti, hasta tal punto, que pareca
que el verdadero pecador era El. Al que no haba conocido pecado, le
transform en pecado (2Cor 5,21); entonces llega a convertirse en un
maldito (Gl 3,13); le abandona su Padre, y aun cuando en las esferas
superiores de su ser conserva Cristo la alegra inefable de la visin
beatfica, semejante abandono por parte del Padre sume al alma de Jess
en un dolor tan profundo, que le arranca este grito de insondable angustia:
Dios mo! Por qu me habis abandonado? La justicia divina, dispuesta
a castigar el pecado de los hombres, se ha lanzado a manera de torrente
impetuoso sobre el propio Hijo de Dios: No perdon a su propio Hijo,
entregndole por todos nosotros (Rm 8,32).
Si queremos ahora saber lo que piensa Dios del pecado no tenemos sino
contempiar a Jess en su Pasin. Cuando veo a Dios castigar a su Hijo,
a quien ama infinitamente, con la muerte en cruz, comienzo a comprender
lo que es el pecado a los ojos de Dios. Oh! Si pudiramos comprender, con
el auxilio de la oracin, todo el significado de este hecho: que durante tres
horas estuvo Jess suplicando con gritos al Padre: Padre, si es posible,
aparta de M este cliz, y que la respuesta del Padre fue siempre: No!;
si entendiramos que Jess ha tenido que pagar nuestra deuda hasta con
la ltima gota de su sangre; que a pesar de sus gemidos y gritos de
angustia, a pesar de su llanto (Heb 5,7), Dios no le perdon; si
pudiramos comprender todo esto, ah, entonces s que tendramos un
santo horror al pecado!
Cmo nos revela la malicia y fealdad del pecado todo ese conjunto de
oprobios, ultrajes y humillaciones por que hubo de pasar el alma de Jess!
Cun poderosa tena que ser la repugnancia y cun grande el odio de Dios
al pecado para castigar a Jess ms all de toda ponderacin, hasta
aniquilarle bajo el peso del padecimiento y de la ignominia!
El alma que comete deliberadamente el pecado, aporta su parte a esos
dolores y ultrajes que llueven sobre Cristo; contribuye a acibarar el cliz
que se presenta a Jess durante la agona; se suma a Judas para
traicionarle a la soldadesca, para cubrir el rostro divino de salivazos,
vendarle los ojos y darle golpes en la cara; a Pedro, para renegar de El;
a Herodes, para convertirle en objeto de mofa y escarnio; a la turba, para
reclamar insistentemente su muerte; a Pilatos, para condenarle cobardemente por medio de una sentencia inicua; acompaa asimismo a los
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Nuestro Seor mismo nos advierte que vendr como un ladrn, cuando
menos lo pensemos (ib. 3,3). El estado de aversin de Dios se hace
entonces inmutable: la depravada disposicin de la voluntad, fija ya en su
objeto, no puede cambiarse; el alma no puede ya tornar al bien ltimo del
cual se ha separado para siempre [+Santo Toms, IV Sentent. 50,9, q.2,
a.1; q.1], la eternidad no hace ms que ratificar y confirmar el estado de
muerte sobrenatural, libremente elegido por el alma que se aparta de
Dios. No es ya tiempo de prueba y misericordia; es la hora del juicio y de
la justicia. Dios entonces es el Dios de las venganzas (Sal 93,1). Y esa
justicia es terrible, porque Dios, que reivindica entonces sus derechos
hasta aquel momento desconocidos y obstinadamente despreciados, a
pesar de tantas treguas y divinos llamamientos, tiene la mano poderosa.
Porque Dios es vengador poderoso (Jer 51,56).
Jesucristo, para bien de nuestras almas, ha querido revelarnos esta
verdad: Dios conoce todas las cosas en su intimidad y esencia, y las juzga
por lo mismo infaliblemente con infinita exactitud: Hay peso y medida
en los juicios de Dios (Prov 16,11), porque lo juzga todo desapasionadamente (Sab 12,18). Dios es la sabidura eterna, que lo regula todo con peso
y medida; es la bondad suprema; acept las satisfacciones abundantes que
ofreci Jess sobre la cruz por los crmenes del mundo.
Con todo, al llegar la hora de la eternidad, Dios persigue con odio al
pecado en los tormentos sin fin, en aquellas tinieblas, donde, segn la
afirmacin de nuestro benditsimo Salvador, no hay ms que llanto y
crujir de dientes (Mt 22,13); en aquella gehena, donde no se extingue el
fuego (Mc 9,43); donde Cristo nos mostraba al rico malvado y de corazn
duro suplicando al pobre Lzaro que depositase sobre sus labios consumidos por el ardor de las llamas la extremidad del dedo humedecido en
el agua, porque padeca crudelsimamente (Lc 16,24). Tal y tan grande
es el horror que inspira a Dios, cuya santidad y poder son infinitos, el
No! con que la criatura ha respondido con toda deliberacin y obstinadamente a sus mandamientos; esta criatura, ha dicho el mismo Jess, ir
al suplicio eterno (Mt 25,46).
[Esa palabra odio no indica un sentimiento existente en Dios, sino el
resultado moral producido por la presencia de Dios en la criatura fijada
para siempre en el estado de pecado y de rebelin contra la ley divina; el
odio de Dios es el ejercicio de su justicia. Es el ejercicio de las leyes eternas
que siguen su libre curso].
Esta pena de fuego, que jams se extingue, es por cierto terrible; pero,
qu comparacin tiene con la de verse privado para siempre de Dios y
de Cristo? Qu comparacin tiene con aquel sentirse arrastrado con toda
la energa natural de su ser hacia el goce divino, y verse eternamente
rechazado? La esencia del infierno es aquella sed inextinguible de Dios,
que atormenta al alma creada por El y para El. Aqu abajo, el pecador
puede apartarse de Dios, ocupndose en las criaturas; pero una vez en
la eternidad se encuentra solamente frente a Dios, y esto para perderle
para siempre. Slo los que saben lo que es el amor de Dios pueden
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oracin al pie del crucifijo, que nos comunique ese aborrecimiento del
nico verdadero mal de nuestras almas.
No es mi nimo querer cimentar nuestra vida espiritual sobre el temor
de los castigos eternos, pues, como dice San Pablo, no hemos recibido el
espritu de temor servil, el espritu del esclavo que tiene miedo al castigo,
sino el espritu de adopcin divina. Con todo, no olvidis que Nuestro
Seor, cuyas palabras, como El mismo dice, son todas principio de vida
(Jn 6,64) para nuestras almas, nos recomienda el temor, no de los castigos,
sino del Todopoderoso, que puede perder para siempre en el infierno
nuestro cuerpo y nuestra alma. Y notad bien que cuando Nuestro Seor
inculca a sus discpulos este temor de Dios, lo hace porque son sus
amigos (Lc 12,4), les da una prueba de amor, haciendo nacer en ellos este
saludable temor. La Sagrada Escritura llama bienaventurados a aquellos
que temen al Seor (Sal 111,1), y hay muchas pginas sagradas llenas de
semejantes elogios. Dios nos pide este homenaje de santo temor filial
lleno de reverencia, y no faltan, a pesar de ello, malvados cuyo odio a Dios
raya en locura y querran desafiar al Todopoderoso. Hubo un ateo que
deca: Si hay Dios, me atrevo a soportar su infierno por toda la eternidad,
antes que doblegarme ante El. Insensato, no sera capaz de aproximar
un dedo a la llama de una buja sin tener al instante que retirarlo! Ved
tambin cmo insista San Pablo con los cristianos para que se guardasen
de todo pecado. Conoca las incomparables riquezas de misericordia que
Dios atesora para nosotros en Jesucristo. Rico en misericordias (Ef 2,4);
nadie las ha cantado mejor que l; nadie como l ha sabido alentar nuestra
flaqueza recordndonos el poder triunfante de la gracia de Jess; nadie
como l ha sabido, adems, hacer nacer en las almas tanta confianza en
la sobreabundancia de los mritos y satisfacciones de Cristo, y, con todo,
habla del pavor que el alma experimenta despus de haber resistido con
obstinacin a la ley divina, cuando el ltimo da cae en manos del Dios vivo
(Heb 10,31). Oh Padre celestial, lbranos del mal!...
4. Peligro de las faltas veniales
Por qu hablaros, me diris, de esta manera? No tenemos por ventura
horror al pecado? No tenemos acaso la dulce confianza de no hallarnos
en ese estado de apartamiento de Dios? Verdad es; y puesto que vuestra
conciencia os da ese ntimo testimonio, dirigid abundantes acciones de
gracias al Padre, que os ha trasladado del reino de las tinieblas al de su
Hijo (Col 1,13); que os ha dado parte, por medio de su Hijo, en la herencia
de los santos, en la luz eterna (ib. 12-13). Regocijaos tambin de que os
haya librado Jess de la ira venidera El, pues por la gracia, dice San Pablo
estis salvados en esperanza (1Tes 1,10) es ms, tenis prenda segura de
la vida bienaventurada (Rm 8,24). Sin embargo de ello, hasta que no
resuene la palabra de Jess: Venid, benditos de mi Padre, sentencia
dichosa, que fijar nuestra permanencia en Dios para siempre, tened
presente que llevis en vasos frgiles este tesoro de la gracia. Nuestro
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Seor mismo nos invita a velar y orar, porque el espritu est pronto, pero
la carne es flaca (Mt 26,41). No slo hay cadas mortales, existe tambin
y aqu tocamos un punto muy importante el peligro de las faltas
veniales.
Verdad es que las faltas veniales, aun repetidas, no impiden por s
mismas la unin fundamental y esencial con Dios, pero, con todo, entibian
el fervor de esta unin, porque constituyen un principio de apartamiento
de Dios, que nace de cierta complacencia en la criatura, de cierta debilidad
en la voluntad, de una disminucin de nuestro amor para con Dios. En esta
materia es menester hacer una distincin; hay faltas veniales en las que
nos deslizamos como por sorpresa, que son resultado las ms de las veces
de nuestro temperamento, que sentimos y procuramos evitar; son faltas
o miserias que no impiden en modo alguno que el alma se halle en un grado
elevado de unin divina; estas faltas se nos remiten por un acto de caridad,
con una buena comunin; y, adems, nos mantienen en la humildad. [No
se puede dudar que la Eucarista remite y perdona los pecados leves que
ordinariamente llamamos veniales. Todo cuanto ha perdido al alma,
arrastrada por el ardor de la concupiscencia, en orden a la vida de la
gracia, cometiendo faltas leves, devulvelo el Sacramento borrando esas
manchas... As y todo, esto slo se aplica a los pecados cuyo sentimiento
y atractivo no conmueven al alma. Catecismo del Concilio de Trento, c.
XX, 1].
Mas lo que verdaderamente hemos de temer son las faltas veniales
habituales o plenamente deliberadas, ya que son un verdadero peligro
para el alma, un paso por desgracia muchas veces bien efectivo, hacia la
ruptura completa con Dios. Cuando un alma se habita a responder
prcticamente, aunque no sea de boca, un no deliberado a la voluntad de
Dios (en materia leve, puesto que se trata de pecados veniales), no puede
pretender salvaguardar en ella por mucho tiempo su unin con Dios. Que
por qu? Porque de esas faltas framente admitidas, tranquilamente
cometidas y que, sin sentir el alma remordimiento alguno, pasan al estado
de hbito no combatido, resulta necesariamente una disminucin de la
docilidad sobrenatural, un relajamiento de la vigilancia, un debilitamiento de nuestra capacidad de resistencia a la tentacin. [No decimos una
disminucin de la gracia misma, pues en tal caso acabara la gracia por
desaparecer con el nmero siempre creciente de pecados veniales, sino
una disminucin del fervor de nuestra caridad; semejante disminucin
puede, ello no obstante, producir en el alma tal languidez sobrenatural,
que el alma se encuentre desarmada ante una tentacin grave y sucumba
al mal]. La experiencia ensea que de una serie de negligencias voluntarias en cosas pequeas nos deslizamos insensible pero casi fatalmente en
las faltas graves. [+Santo Toms, I-II, q.87, a. 3].
Supongamos un alma que en todas las cosas busca sinceramente a Dios,
que le ama de verdad, y a la cual le ocurre consentir voluntariamente, por
pura debilidad, en lma falta grave: el caso puede darse, pues en el mundo
de las almas existen debilidades abisales, como existen cimas de santidad.
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de los cuerpos de los posesos, los arroj tambin de las almas cuando
perdon los pecados de la Magdalena, del paraltico y de tantos otros; pero
fue sobre todo con su benditisima Pasin con lo que derroc el imperio del
demonio; precisamente en el momento mismo en que, haciendo morir a
Cristo a manos de los judos, contaba el demonio triunfar para siempre,
es cuando reciba l mismo el golpe mortal. Porque la muerte de Cristo
ha destruido el pecado y conquistado para todos los bautizados el derecho
a recibir la gracia de morir al pecado.
Apoymonos, pues, mediante la fe, en la cruz de Jesucristo: su virtud
es inagotable y nuestra condicin de hijos de Dios y nuestra calidad de
cristianos nos dan derecho a ello. Por el Bautismo fuimos marcados con
el sello de la cruz, hechos miembros de Cristo iluminados con su luz
participantes de su vida y de la salud que con ella nos consigui. Por tanto,
unidos como estamos con El, qu podemos temer? (Sal 26,1). Digamos,
pues: Dios ha ordenado a sus ngeles que te guarden en todos tus caminos
para impedirte caer; mil enemigos caen a tu mano siniestra y diez mil a
tu diestra, sin que puedan llegarse a ti. Por haberse adherido a M, dice
el Seor, le librar, le proteger, porque conoce mi nombre; me invocar
y ser atendida su demanda; estar a su lado en el momento de la
tribulacin para librarle y glorificarle; le colmar de das felices y le
mostrar mi salvacin (Sal 90, 11-12; 14-16). Roguemos, pues, a Cristo
que nos sostenga en la lucha contra el demonio, contra el mundo su
cmplice y contra la concupiscencia que reside en nosotros. Prorrumpamos como los Apstoles zarandeados por la tempestad: Slvanos, Seor,
que perecemos, y extendiendo Cristo su mano, nos salvar (Mt 8,25).
Como Cristo, que para darnos ejemplo y para merecernos la gracia de
resistir quiso ser tentado, aunque, debido a su divinidad, la tentacin
fuese puramente exterior, obliguemos a Satans a que se retire, dicindole en el momento en que se presente: No hay ms que un solo Seor
a quien yo quiero adorar y servir; eleg a Cristo en el da del Bautismo,
y a El solo quiero escuchar. [He aqu en qu trminos, llenos de
sobrenatural seguridad, quera San Gregorio Nacianceno que todo
bautizado rechazase a Satans: Fortalecido con la seal de la cruz con
que fuiste signado, di al demonio: Soy ya imagen de Dios, y no he sido, como
t, precipitado del cielo por mi orgullo. Estoy revestido de Cristo; Cristo
es, por el Bautismo, mi bien. A ti te toca doblegar la rodilla delante de m.
San Gregorio Nacianceno, Orat. 40 in sanct. baptism., c. 10].
Con Cristo Jess, que es nuestro Jefe, saldremos vencedores del poder
de las tinieblas. Cristo reside en nosotros desde que recibimos el
Bautismo, y, como dice San Juan, es, sin comparacin, muchsimo mayor
que el que domina en el Mundo, esto es, Satans (1Jn 4,4). El demonio
no ha vencido a Cristo; pues, como dice Jess, el prncipe de este mundo
no tiene en M nada que le pertenezca (ib. 14,30), por lo mismo, no podr
vencernos, ni hacernos caer jams en el pecado, si, vigilantes sobre
nosotros mismos, permanecemos unidos a Jess, si nos apoyamos en sus
palabras y en sus mritos. Confiad: yo he vencido al mundo (ib. 14,33).
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Un alma que procura permanecer unida con Cristo por la fe, est muy por
encima de sus pasiones, por encima del mundo y de los demonios; aunque
todo se soliviante dentro de ella y alrededor de ella, Cristo la sostendr con
su fuerza divina contra todas esas acometidas. Llmase a Cristo en el
Apocalipsis Len vencedor, nuevamente victorioso (Ap 5,5) porque con su
victoria adquiri para los suyos la fuerza necesaria para salir ellos tambin
a su vez vencedores. Por eso San Pablo, despus de haber recordado que la
muerte, fruto del pecado, qued destruida por Jesucristo, que nos comunica
su inmortalidad, exclama: Gracias, Dios mo, te sean dadas por habernos
concedido la victoria sobre el demonio, padre del pecado; victoria sobre el
pecado, fuente de muerte; victoria, en fin, sobre la misma muerte por
Jesucristo Nuestro Seor (1Cor 15, 56-57).
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4
El sacramento y la virtud
de la penitencia
Explicando San Pablo a los primeros cristianos el simbolismo del
Bautismo, les escribe que no deben ya aniquilar en ellos por el pecado la
vida divina recibida de Cristo: No sirvamos ms al pecado (Rm 6,6). El
Concilio de Trento dice que Si nuestro agradecimiento para con Dios, que
nos ha hecho hijos suyos por el Bautismo, estuviese a la altura de ese don
inefable, guardaramos intacta e inmaculada la gracia recibida en este
primer sacramento(Sess. XIV, cap.1). Hay almas privilegiadas, verdaderamente benditas, que conservan la vida divina, sin perderla jams,
pero hay otras que se dejan arrastrar por el pecado. Ahora bien, disponen
estas ltimas de algn medio para recuperar la gracia, para resucitar de
nuevo a la vida de Cristo? S, el medio existe; Cristo Jess, el Hombre
Dios, ha establecido un sacramento, el Sacramento de la Penitencia,
monumento admirable de la sabidura y misericordia divinas en el cual
Dios ha sabido armonizar las dos cosas: su glorificacin y nuestro perdn.
1. Cmo, por el perdn de los pecados, manifiesta Dios su misericordia
Conocis aquella hermosa oracin que la Iglesia, regida por el Espritu
Santo, pone en nuestros labios el dcimo Domingo despus de Pentecosts: Oh Dios, que haces resaltar tu omnipotencia sobre todo perdonndonos y teniendo piedad de nosotros: derrama con abundancia esta
misericordia sobre nuestras almas.
He aqu una revelacin que Dios nos hace por boca de la Iglesia;
perdonndonos, parcendo, apiadndose, miserando, Dios manifiesta
principalmente, maxime, su poder. En otra oracin, dice la Iglesia que
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tu sangre preciosa (Ap 5,9), fue tal la piedad que con nosotros tuviste,
que derramaste tu sangre para salvarnos de nuestras miserias, para
librarnos de nuestros pecados, como lo repetimos a diario, en nombre
tuyo en la santa Misa: He aqu el cliz de mi sangre que ha sido derramada
para remisin de los pecados. S, resulta para Dios una gloria inmensa
de esta misericordia que usa con los pecadores que se acogen a las
satisfacciones de Su Hijo Jesucristo, y por lo mismo se comprende que
una de las mayores afrentas que podemos hacer a Dios es dudar de su
misericordia y del perdn que se nos concede en atencin a los mritos
de Jesucristo. Sin embargo despus del Bautismo ese perdn va condicionado a que nosotros hagamos dignos frutos de penitencia (Lc 3,8).
Existe, dice el Santo Concilio de Trento, una gran diferencia entre el
Bautismo y el Sacramento de la Penitencia. Verdad es que, para que un
adulto pueda recibir dignamente el Bautismo se requiere que el bautizado
sienta aversin al pecado y abrigue un propsito firme de huir a toda costa
de l; pero no se le exige ni satisfaccin ni reparacin especiales. Leed las
ceremonias de la administracin del Bautismo; no hallaris mencin
alguna de obras de penitencia que haya que practicar; es una remisin
total y absoluta de la falta y de la pena en que se incurri por la falta. Por
qu esto? Porque este sacramento, que es el primero que recibimos,
constituye las primicias de la sangre de Jess, comunicadas al alma. Pero,
contina el Concilio: si despus del Bautismo, una vez unidos con
Jesucristo, libres de la esclavitud del pecado y hechos templos del
Espritu Santo, recaemos voluntariamente en el pecado, no podemos
recuperar la gracia y la vida sino haciendo penitencia; as lo ha establecido, y no sin Conveniencia, la justicia divina (Sess. XIV, caps. II y III).
Ahora bien, la penitencia puede considerarse como sacramento y como
virtud que se manifiesta por medio de actos que le son propios. Digamos
algunas palabras del uno y de la otra.
2. El sacramento de la penitencia; sus elementos: la contricin,
su particular eficacia en el sacramento; la declaracin de los
pecados constituye un homenaje a la humanidad de Cristo; la
satisfaccin no tiene valor si no es unida a la expiacin de Jess
Este sacramento, instituido por Jesucristo para la remisin de los
pecados y para devolvernos la vida de la gracia, si la hemos perdido
despus del Bautismo, contiene en s mismo, en cuanta ilimitada, la
gracia que confiere el perdn. Mas para que el sacramento obre en el alma,
deber sta derribar todo obstculo que se oponga a su accin. Ahora bien,
cul puede ser aqu el obstculo? El pecado y el apego al pecado. El
pecador deber hacer declaracin de su pecado, declaracin ntegra de
las faltas mortales; adems deber destruir el apego al pecado mediante
la contricin y aceptacin de la satisfaccin que le fuere impuesta.
Ya sabis que de todos estos elementos esenciales que se refieren al
penitente, el ms importante es la contricin aun cuando la acusacin de
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PARTE II-B
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La verdad en la caridad
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nuestras obras a los ojos de Dios: Quien afirma que conoce a Dios y no
guarda sus mandatos, es mentiroso y en l no est la verdad (1Jn 2,4).
Para obrar como cristianos, debemos antes obrar como hombres, lo cual
es de gran importancia, pues no cabe duda que un cristiano, si es perfecto,
cumplir necesariamente con sus deberes de hombre, porque la ley
evanglica contiene y perfecciona la ley natural; pero encuntranse almas
cristianas, o mejor, que se dicen cristianas, y no slo entre los simples
fieles, sino entre religiosas, religiosos y sacerdotes, que, exactas hasta el
escrpulo en la observancia de las prcticas de piedad que ellas mismas
han escogido, hacen caso omiso de ciertos preceptos de la ley natural.
Tales almas pondrn empeo en no faltar a sus ejercicios de devocin, lo
cual es digno de loa; pero no renunciarn a desacreditar al prjimo en su
reputacin, ni a propalar falsedades, ni a dejar de cumplir la palabra dada,
ni a tergiversar el pensamiento de otro; no se preocuparn de respetar
las leyes de la propiedad literaria o artstica, importndoles poco diferir,
a veces con detrimento de la justicia, el pago de deudas o la observancia
exacta de las clausulas de un contrato. En esas almas, segn las palabras
clebres del estadista ingls Gladstone, la religin debilita la moralidad;
no han comprendido el precepto de San Pablo: Obras verdaderas. Hay
falta de lgica, hay falsedad en su vida espiritual, falsedad que tal vez en
muchas almas sea inconsciente, pero no por eso menos perjudicial,
porque Dios no encuentra en ellos ese orden que quiere ver reinar en todas
sus obras.
[Este mismo pensamiento vienen a expresar aquellas palabras de
Bossuet: Hay quien se inquieta si no ha rezado el rosario y dems
oraciones, o si se le ha pasado alguna avemara en alguna decena. Me
guardar de reprender a tal persona, alabo esa religiosa exactitud en los
ejercicios de piedad; pero quin podr tolerar que cada da pase por alto,
sin la menor dificultad, la observancia de cuato o cinco preceptos, que sin
el menor escrpulo eche por tierra los deberes ms santos del cristianismo? Extraa ilusin con la cual nos fascina el enemigo del gnero humano.
Como no puede extirpar del corazn del hombre el principio de la religin,
que tan profundamente va grabado en l, hace que haga de dicho principio,
no su legtimo empleo, sino un peligroso entretenimiento, a fin de que,
engaados con esta apariencia, creamos que con esos insignificantes
cuidados, ya hemos satisfecho las imperiosas obligaciones que la religin
nos impone; no os engais, cristianos. Al realizar esas obras de
supererogacin, no olvidis las que son de necesidad. Sermn de la
Concepcin de la Sma. Virgen].
As, pues, debemos ser veraces; ste es el primer requisito para que
la gracia pueda comenzar a operar en nosotros. Como sabis, la gracia no
destruye la naturaleza. Aunque por la adopcin divina hayamos recibido
como un nuevo ser, nova creatura, la gracia, que en nosotros debe
convertirse en fuente y principio de nuevas operaciones sobrenaturales,
supone la naturaleza y operaciones propias que de ella se derivan. En vez
de oponerse la gracia y la naturaleza en lo que esta ltima tiene de bueno
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pero esas gracias no se unen en el alma que est en pecado como en la que
posee la gracia santificante a el concurso divino de que hablamos y que
conserva la gracia santificante en el alma de los justos. El Espritu Santo
excita al pecador a la conversin, no habita en su alma].
Tal es, expuesta esquemticamente, la ley fundamental del ejercicio de
nuestra vida sobrenatural. Sin cambiar nada de lo que es esencial a
nuestra naturaleza, de lo que requiere nuestro estado de vida particular,
debemos vivir de la gracia de Cristo, orientando por la caridad, toda
nuestra actividad a procurar la gloria de su Padre. La gracia se injerta
en la naturaleza, en sus energas nativas, y desarrolla sus operaciones
propias, sta es la primera razn de la diversidad que encontramos en los
Santos.
3. Maravillosa variedad de los frutos de la gracia en las almas;
la raz de que procede es sin embargo para todos la misma
Ams de esto, el grado mismo de gracia vara en las almas. Verdad es,
como ya lo he dicho, que no existe ms que un modelo nico de santidad,
como no hay ms que una fuente de gracia y de vida: Cristo Jess; la
justificacin y la bienaventuranza eterna son, especficamente, en su raz
y en su sustancia, las mismas para todos: Un solo Seor, una sola fe, un
solo bautismo, dice San Pablo (Ef 4,5).
Pero del mismo modo que todos los que poseen la naturaleza humana,
se diversifican en sus cualidades, as Dios distribuye libremente sus dones
sobrenaturales, segn los amorosos planes de su sabidura. A cada uno
de nosotros, dice San Pablo, es otorgada la gracia en la medida del don
de Cristo (ib. 7). En el rebaiio de Cristo, cada oveja lleva su nombre de
gracia: El buen pastor, deca Jess, conoce a sus ovejas y las llama por
su nombre (Jn 10,3), como el Creador conoce la multitud de estrellas
y las llama a todas por su nombre (Sal 146,4), pues cada una tiene su
forma y su perfeccin [+Bar 3, 34-35: Las estrellas brillan en su puesto
y estn contentas; el Seor las llama y ellas dicen: Henos aqu! Y
continan brillando alegremente en honra de quien las cre].
Cada alma recibe dones diversos del mismo Espritu, dice San Pablo;
las operaciones de Dios en las almas son mltiples v diversas, pero es el
mismo Dios quien obra todo en todos. A uno se le concede el don de
sabidura, a otro un don elevado de fe; a ste el de las curaciones, a aqul
el poder de obrar milagros; el uno es evangelista, el otro profeta, el otro
doctor, pero el que produce todos esos dones es uno y el mismo Espritu
Santo, distribuyndolos a cada uno en particular como le place (1Cor 12,
4-11).
Y cada alma responde a la idea divina de una manera que le es propia;
cada uno de nosotros cultiva los talentos confiados a su libertad,
reproduce en s mismo, por medio de una cooperacin que lleva su
impronta individual, los rasgos de Cristo.
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lanzase tan terribles anatemas contra los que, por escndalos, arrastran
un alma al pecado y la privan de la gracia: Ms les valdra que se les atara
al cuello una rueda de molino y se los lanzase al mar (Lc 17,2).
Comprendemos, finalmente, por qu las almas santas que llevan una vida
de trabajo, de oracin, de penitencia o de expiacin por la conversin de
los pecadores, para que se les restituyera el bien de la gracia, son tan
gratas a Jesucristo.
Nuestro divino Maestro mostr un da a Santa Catalina de Siena un
alma cuya salud haba conseguido por su oracin y su paciencia. La
hermosura de esta alma era tal, refiri la Santa al bienaventurado Ramn,
su confesor, que no hay palabra que la pueda expresar. Y, sin embargo,
esta alma aun no estaba revestida de la gloria de la visin beatfica, no
tena mas que la claridad de la gracia recibida en el Bautismo. Mira, deca
Nuestro Seor a la Santa, mira que por ti he recuperado yo esta alma
perdida. Y despus aadi: No te parece muy graciosa y bella? Quin,
pues, no aceptara cualquier pena para ganar una criatura tan admirable?... Si te he mostrado esta alma es para animarte ms a procurar la
salvacin de todas y para que muevas a otros a ocuparse en esta obra,
segn la gracia que te ser dada (Vida de Santa Catalina de Siena, por
el Bto. Raimundo de Capua).
Pongamos, pues, esmero en guardar celosamente en nosotros la gracia
divina; apartemos de ella con cuidado todo lo que pueda debilitarla hasta
dejarla indefensa contra los golpes mortales del demonio; esas resistencias deliberadas a la accin del Espritu Santo, que habita en nosotros y
que sin cesar quiere orientar nuestra actividad hacia la gloria de Dios.
Permanezca nuestra alma arraigada en la caridad, como dice San Pablo
(Ef 3,17); pues poseyendo en ella esa raz divina de la gracia santificante
y de la caridad, los frutos que produzca sern frutos de vida. Permanezcamos unidos por la gracia y la caridad a Cristo Jess, como el sarmiento
a la vid: Que estis enraizados en Cristo, dice en otro sitio el Apstol
(Col 2,7). El Bautismo nos ha injertado en Cristo (Rom 11,16), y desde
entonces poseemos la savia divina de su gracia, y merced a ella nuestra
actividad llevar un sello divino, porque divino es su principio ntimo.
Y cuando este resorte sea ya tan poderoso que llegue a ser nico, de
forma que toda nuestra actividad derive de El, entonces realizaremos las
palabras de San Pablo (Gl 2.20): Vivo yo, es decir, ejerzo mi actividad
humana y personal; o, ms bien, no yo, sino que es Cristo quien vive en
m; es Cristo quien vive, porque el principio de donde dimana toda mi
actividad propia, toda mi vida personal, es la gracia de Cristo; todo viene
de El por la gracia, todo vuelve a su Padre por la caridad: yo vivo para Dios
en Cristo Jess (Rom 6,2).
NOTA. Podemos saber si estamos en estado de gracia, en la amistad divina? A
ciencia cierta, de forma que se excluya hasta la sombra de toda duda, no; pero podemos
y aun debemos suponerlo si no tenemos conciencia de pecado mortal y si buscamos
sinceramente servir a Dios con firme y buena voluntad; esta ltima seal la expone Santa
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Magdalena de Pazzi en alguno de sus escritos. En las almas generosas y dciles a las
inspiraciones de lo alto, el Espritu Santo aade a veces su testimonio: Ipse Spiritus
testimonium reddit spiritui nostro quod sumus filii Dei (Rm 8,16). Hay, pues, una
certeza prctica que no excluye el temor, pero que debe bastarnos para que vivamos con
confianza de la vida divina a la que Dios nos llama Y para que gustemos la alegra
profunda que hace nacer en el alma el pencamiento de ser, en Jess, el objeto de las
complacencias del Padre celestial.
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Nuestro progreso sobrenatural
en Jesucristo
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motivo tornasola, por decirlo as, los actos de las dems virtudes, y sin
quitarles nada de su mrito particular, aade uno nuevo (Santo Toms,
II-II, q.23, a.8).
Qu se sigue de esto? Esta consecuencia, que acaba de poner de relieve
la excelencia de la caridad: que nuestra vida sobrenatural y nuestra
santidad aumentan y progresan en razn del grado de amor con que
ejecutamos nuestras acciones. Cuanto ms perfecto, puro, desinteresado, intenso, sea el amor a Dios que nos mueve a realizar un acto (supuesto,
claro est, que ese acto sea, como lo hemos visto, sobrenatural y conforme
al orden divino), ejercicio de piedad, de justicia, de religin, de humildad,
de obediencia, de paciencia; es decir, cuanto ms inspirada est nuestra
actividad en el amor a Dios, a sus intereses y a su gloria, tanto ms elevado
ser el grado de mrito inherente a todas nuestras acciones y, desde
luego, ms rpido el aumento de la gracia y el desarrollo de la vida divina
en nosotros.
Escuchad lo que dice San Francisco de Sales, el Doctor eminente de la
vida interior, que tan bien ha tratado de estas materias: En la medida
en que la caridad que anida en un alma sea ardiente, poderosa y pura, en
esa misma medida contribuir a enriquecer y perfeccionar los actos
ejecutados a impulso de las otras virtudes. Se puede padecer la muerte
y el fuego sin tener la caridad, como lo presupone San Pablo; con mayor
razn se podr padecer con una exigua caridad: Segn eso, digo, Tetimo,
que muy bien puede suceder que un pequeo acto de virtud ejecutado por
un alma en la que reina ardiente la caridad, tenga ms valor que el mismo
martirio soportado por otra en la que el amor divino es lnguido, flojo y
tibio... As, las pequeas naderas, abyecciones y humillaciones en que los
santos se han complacido tanto para ocultarse y poner su corazn al abrigo
de la vanagloria, por haber sido hechas a impulsos de un puro y ardiente
amor divino, fueron ms agradables a Dios que las grandes y llamativas
obras de muchos otros que fueron hechas con poca caridad y devocin
(Tratado del amor de Dios, L. XI, c. 5).
En la misma pgina, San Francisco nos propone como ejemplo a Nuestro
Seor Jesucristo; y con mucha razn. Contemplad un instante al divino
Salvador, por ejemplo, en el taller de Nazaret. Hasta la edad de treinta
aos vivi en la oscuridad y el trabajo, tanto que, cuando comenz sus
predicaciones e hizo sus primeros milagros, sus compatriotas se extraaban de ello, y aun se escandalizaban: No es se el hijo del carpintero
que hemos conocido? De dnde, pues, le vienen estas cosas? (Mt 13,55).
En efecto, durante aquellos aos, Nuestro Seor no hizo nada de
extraordinario que atrajese sobre El las miradas; vivi trabajando, un
trabajo humildsimo. Sin embargo, aquel trabajo era infinitamente
agradable a Dios su Padre. Por qu? Por dos razones: primera, porque
Aquel que trabajaba era el mismo Hijo de Dios; en cada instante de aquella
vida oscura, poda decir el Padre: He ah a mi hijo muy amado en quien
tengo todas mis complacencias. Adems, Cristo Tess no slo pona en
su, trabajo una gran perfeccin material, sino que lo haca todo nicamen-
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Como lo indica el nombre, virtudes morales son las que regulan nuestras
costumbres, es decir, los actos libres que debemos ejecutar para que
nuestra conducta concuerde con la ley divina (Mandamientos de Dios,
preceptos de la Iglesia, deberes de estado), para de este modo conseguir
nuestro fin ltimo. Ya veis que el objeto inmediato de estas virtudes no
es Dios en s mismo como en las virtudes teologales.
Las virtudes morales son muy numerosas: la paciencia, la obediencia,
la humildad, la abnegacin, la mortificacin, la piedad, y muchas otras;
pero todas se reducen o se encierran en cuatro principales llamadas
cardinales [de la palabra latina cardo, quicio, eje, gozne; estas cuatro
virtudes constituyen como el eje o quicio sobre el que gira y se apoya toda
nuestra vida moral] (fundamentales), y que son: prudencia, justicia,
fortaleza y templanza. Estas virtudes cardinales son, a la vez, naturales
(adquiridas), y sobrenaturales (infusas), y stas se corresponden con
aqullas; hay una templanza adquirida y otra infusa, una fortaleza
adquirida y otra infusa, y as las dems. Cul es su relacin mutua?
Tienen tolas el mismo campo de accin, y el concurso de las virtudes
adquiridas es necesario para el pleno desarrollo de las virtudes morales
infusas. Por qu as?
Despus del pecado original, nuestra naturaleza est viciada; hay en
nosotros inclinaciones depravadas que resultan del atavismo, del temperamento y tambin de los malos hbitos que contraemos y que son otros
tantos obstculos para el perfecto cumplimiento de la voluntad divina.
Quin va a suprimir esos obstculos? Acaso esas virtudes morales
infusas que Dios deposita en nosotros con la gracia? No, stas, de por s
no tienen esa eficacia.
Sin duda que son admirables principios de operacin; pero es una ley
psicolgica que toda destruccin de los hbitos viciosos y la correccin de
las malas inclinaciones no pueden realizarse sino por hbitos contrarios,
y estos mismos no se adquieren sino con la repeticin de actos; de ah las
virtudes morales adquiridas. A stas corresponde destruir los malos
hbitos y crear en nosotros la facilidad para el bien: facilidad que las
virtudes morales adquiridas aportan como un auxilio a las virtudes
morales infusas, las cuales aceptan este concurso, muy humilde, s, pero
necesario, y en cambio, elevan los actos de la virtud natural al nivel divino
y les convierten en meritorios. Retened esta verdad; ninguna virtud
natural, por vigorosa que sea, es capaz de remontarse por s misma al nivel
sobrenatural, pues esto es propio de las virtudes infusas y constituye su
superioridad y su eminencia.
Un ejemplo aclarar ms la exposicin de esta doctrina. Como consecuencia del pecado original, llevamos en nosotros mismos una inclinacin
a los placeres sensuales. Puede un hombre, obedeciendo a su razn
natural, hacer esfuerzos para abstenerse de los desarreglos y del abuso
de estos placeres; multiplicando los actos de templanza, adquiere una
facilidad, cierto hbito, que constituye en l una fuerza (virtus) de
resistencia. Esta facilidad adquirida es de orden puramente natural; si
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expone al alma a cadas graves. Ahora bien, para combatir las faltas
veniales deliberadas o de hbito, se necesita el ejercicio de las virtudes
morales que nos hacen resistir a las mltiples solicitaciones de la
concupiscencia.
Nuestra voluntad qued debilitada despus del pecado original; es de
gran versatilidad y propende fcilmente al mal. Para que se incline al bien,
es preciso una fuerza esa fuerza es la virtud, es un hbito que inclina
constantemente al alma hacia el bien. Es un hecho, probado por la
experiencia, que obramos casi siempre, por no decir siempre, segn la
inclinacin de nuestros hbitos; de un hbito, sobre todo no combatido,
salen sin cesar chispas, como de un ardiente foco.
Un alma inclinada al vicio del orgullo caer constantemente, si no lo
combate, en actos de orgullo y de vanidad.
Lo mismo pasa con las virtudes: son hbitos de donde proceden sin cesar
los actos correspondientes. Las virtudes morales, adquiridas e infusas,
sirven, pues, principalmente para remover todos los obstculos que nos
detienen en la marcha hacia Dios; nos ayudan a usar de los medios que
nos son necesarios para cumplir nuestras diversas obligaciones en la vida
moral y de esa manera salvaguardan la existencia en nosotros de la
caridad. Tal es el servicio que las virtudes morales deben rendir a la
caridad. En correspondencia, la caridad, sobre todo all donde ella reina
poderosa y ardiente, perfecciona los actos de las otras virtudes, confirindoles un brillo especial y aadindoles un nuevo mrito.
La influencia de la caridad va an ms lejos: puede de tal modo dirigir
todas nuestras acciones, que, en caso necesario, ella har que florezcan
en el alma las virtudes morales adquiridas; el alma, empujada por la
caridad, ejecuta poco a poco los actos cuya repeticin provoca el nacimiento de las virtudes morales adquiridas. El impulso viene en tal caso de la
caridad; pero ella no puede ejercer todos los actos de cada virtud, y a cada
facultad le incumbe su papel propio y su especial ejercicio.
Esto sucede a las almas adelantadas en la vida divina. En ellas la caridad
ha llegado a tan gran perfeccin, que no anida solamente en los labios ni
en lo recndito del corazn, sino que se traduce en obras. Si amamos
verdaderamente a Dios, guardaremos sus Mandamientos. Si me amis,
guardad mis mandamientos (Jn 14,15).
El amor afectivo es necesario para la perfeccin de la caridad; cuando
amamos a uno, le alabamos, le ensalzamos, nos felicitamos de sus buenas
cualidades; y el alma que ama a Dios, se complace en sus infinitas
perfecciones repite constantemente como el Salmista: Quin es semejante ati, oh Dios mo? Oh Seor, cun digno de admiracin es tu nombre,
escrito en todas tus obras! (Sal 76,14, y Sal 8,2). Se entrega con ardor
a cantar la gloria de Dios de su corazn sube su alabanza a los labios:
Cantar es propio de quien ama [Cantare amantis est. San Agustn,
Sermn CCCXXXVI, c. 1]. Porque amaban, compusieron, San Francisco
de Ass, sus admirables Cnticos, y Santa Teresa sus ardientes Exclamaciones.
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Pero, son suficientes estos afectos? No, porque el amor, para ser
perfecto, necesita manifestarse en las obras; el amor afectivo debe
enlazarse con el efectivo, que se identifica con la voluntad divina y a ella
se entrega totalmente; sa es la verdadera seal de que hay amor.
[Tenemos dos principales ejercicios de amor para con Dios, el uno
afectivo, y efectivo el otro; por aqul amamos a Dios y a lo que El ama;
por ste le servimos y hacemos lo que ordena; el uno nos hace deleitar en
Dios; el otro nos hace agradables a Dios. San Francisco de Sales, Tratado
del amor de Dios, L. IV, cap.1]. Y cuando ese amor es ardiente y est bien
arraigado en el alma, rige a las dems virtudes y a las buenas obras, pues
es el soberano, y como tal, inclina continuamente la voluntad al bien, y a
Dios. [+San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, L. XI, cap.8].
El amor efectivo se traduce por una constante fidelidad al querer divino,
a las inspiraciones del Espritu Santo. A esas almas llenas de amor pudo
decir San Agustn: Ama y haz lo que quieras (Dilige, et quod vis fac. In
Epist. Joan. Tract., VII, cap.4), porque esas almas no admiten ms que
lo que agrada a Dios, y, a ejemplo de Jesucristo, pueden ellas decir: Yo
hago siempre lo que agrada a mi Padre celestial. En eso consiste la
perfeccin.
6. Aspirar a la caridad perfecta por la pureza de intencin
Ahora bien, cmo adquirir ese amor perfecto? Cmo aumentarle en
nosotros de manera que vivamos de l? Porque, cuando es verdadero,
contiene el germen de todas las virtudes; a todas pone en movimiento,
a cada una en el momento oportuno, como hace un capitn con sus
soldados (San Francisco de Sales, Introduccin a la vida devota, L. III,
cap.1). La caridad lo cree todo, lo espera todo, lo sufre todo y lo soporta
todo (1Cor 13,7). Cada paso que damos en el amor es un paso que damos
en la santidad, en la unin con Dios.
[He aqu lo que escriba Santa Juana de Chantal a propsito de San
Francisco de Sales: La divina bondad haba puesto en esta santa alma una
caridad perfecta, y como l dice que, entrando la caridad en un alma, se
aloja en ella todo el cortejo de virtudes, no hay duda que las haba trado
y colocado en su corazn con un orden admirable, cada una en el puesto
y autoridad que le pertenece, y tan ordenadas, que la una no emprenda
nada sin la otra, pues vea el santo claramente lo que convena a cada una
y los grados de su perfeccin, y todas producan sus acciones segn las
ocasiones que se presentaban y a medida que la caridad le excitaba a ello
dulcemente y sin ruido. Cta. al Rv. P. D. Juan de San Francisco, Feuillant,
Abrg de lesprit intrieur... de la Visitation, Ruan 1744, 95].
Cmo podremos llegar a esa perfeccin de la santidad? Cmo sostener
en nosotros la intensidad del amor?Por el sacramento de la Eucarista,
que es el sacramento de la Unin, es como principalmente se intensiica
ese amor, segn veremos pronto detalladamente; aqu consideramos la
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una vez esta misma locucin en todo, que est llena de sentido. Qu
quiere decir San Pablo con ese: crecer en todas las cosas?
Que ninguna accin, desde el momento que es verdadera en el sentido
que hemos dicho, se sustraiga al dominio de la gracia, de la caridad y del
mrito; que no haya ninguna que no pueda servir para aumentar en
nosotros la vida de Dios. San Pablo mismo explic esta frase per omnia
en su primera Epstola a los de Corinto: Ya comis, dice, ya bebis o
hagis cualquier cosa, hacedlo todo por la gloria de Dios (1Cor 10,31); y
a los Colosenses: Todo lo que hagis en palabras y en obras, hacedlo todo
en nombre del Seor Jess, dando por El gracias a Dios Padre (Col 3,17).
Ya lo veis; no slo los actos que por su naturaleza se refieren directamente a Dios, como los ejercicios de piedad, la asistencia a la santa Misa,
la comunin y la recepcin de los dems sacramentos, las obras de caridad
espiritual y corporal, sino tambin las acciones ms ordinarias y comunes,
los incidentes ms vulgares de nuestra vida cotidiana, como tomar
alimento, ocuparse en los propios negocios o trabajos, desempear en la
sociedad las distintas obligaciones necesarias o simplemente tiles, de
hombre y de ciudadano; descansar, dormir; en una palabra, todas las
acciones que se repiten cada da y tejen literalmente, en su montona y
rutinaria sucesin, la trama de toda nuestra vida, pueden ser transformadas, por la gracia y el amor, en actos agradabilsimos a Dios y muy ricos
en merecimientos. Es como el grano de incienso, un poco de polvo
disgregado; pero cuando se arroja al fuego, se convierte en perfume
agradable. Cuando la gracia y el amor lo impregnan y colorean todo en
nuestra vida, entonces toda ella es como un himno perpetuo a la gloria
del Padre celestial; es para El, por nuestra unin con Cristo, como un
grauo de incienso, que exhala suaves aromas: Somos para Dios el buen
olor de Cristo (2Cor 2,15). Cada acto de virtud reporta una alegra
inmensa al corazn de Dios, pues es una flor y un fruto de la gracia que
nos ha sido procurada por los mritos de Jess: En alabanza de la gloria
de su gracia [In laudem glori grati su (Ef 1,6). Las menudencias
de cada da: un dolorcillo de cabeza, de dientes, de fluxin, la quebradura
de un vaso, el menosprecio, la mofa, en suma, cualquier ligero padecimiento, todo esto y mucho ms que puede tener lugar todos los das,
tomndolo y abrazndolo con amor, contenta en gran manera de la divina
bondad, la cual por un solo vaso de agua prometi un mundo de felicidad
a todos sus fieles... Las grandes ocasiones de servir a Dios se presentan
rara vez, pero las pequeas son frecuentes... Haced, pues, todas las cosas
en nombre de Dios y estarn bien hechas. San Francisco de Sales,
Introduccin a la vida devota, III parte, cap.35].
No est, pues, exceptuado ningn acto bueno; toda clase de esfuerzo,
trabajo u obra, toda renuncia, todo padecimiento, toda pena o lgrima,
recibe, si queremos, la influencia saludable de la gracia y de la caridad.
Oh, cun sencilla y sublime es la vida cristiana! Sublime porque es la vida
misma de Dios, que teniendo en El su principio nos ha sido dispensada
por la gracia de Cristo y nos lleva hacia Dios: Reconoce, oh cristiano, tu
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Si lo hacemos as, Dios nos mirar con agrado, porque podr contemplar
en nosotros la imagen de su Hijo, imagen que va perfeccionndose ms
y ms. Con el aumento de la gracia, de la caridad y de las dems virtudes,
los rasgos de Cristo se reproducen en nosotros cada da con mayor
perfeccin para gloria de Dios y alegra de nuestra alma.
8. Fruto de la caridad y de las virtudes que ella rige: hacernos
crecer en Cristo, para completar su cuerpo mstico
En efecto, para que seamos semejantes a Cristo, debemos vivir en todas
las cosas, por la caridad: Crezcamos por todos los medios en Aquel que
es nuestra cabeza, esto es, Cristo. El fin que perseguimos con el desarollo
de la vida sobrenatural en cada uno de nosotros, no es sino el de llegar
a la perfeccin de la edad de Cristo. Os dije, al tratar de la Iglesia, que
Cristo, en su realidad personal y fsica, es perfecto; pero forma con su
Iglesia un cuerpo mstico que todava no ha conseguido su completa
perfeccin. Esta perfeccin se realiza poco a poco en las, almas en el
transcurso de los siglos, segn la medida de la gracia de Cristo, que Dios
da a cada uno (Ef 4,7) pues en un cuerpo hay muchos miembros, y todos
no tienen la misma funcin ni la misma nobleza. Este cuerpo mstico forma
una sola cosa con Cristo, que es la cabeza; nosotros formamos parte de
l por la gracia, pero debemos ser miembros perfectos, dignos de la cabeza
divina; esto es lo que buscamos con nuestro perfeccionamiento sobrenatural. Cristo es el fundamento de ese progreso, porque es la cabeza. No
lo olvidemos jams: Jesucristo, despus de haberse revestido de nuestra
naturaleza, santific todas nuestras acciones y sentimientos; su vida
humana fue semejante a la nuestra, y su corazn divino es el foco de todas
las virtudes. Jesucristo ejercit todas las formas de la actividad humana,
pues no hay que imaginarse que estuviera inmovilizado en xtasis, por lo
contrario, en la visin beatifica de las perfecciones de su Padre encontraba el estmulo para su actividad; quiso glorificar a su Padre, santificando
en su persona las formas de actividad en que nosotros mismos tenemos
que ejercitarnos. Si nosotros rezamos, tambin El pas noches en oracin;
trabajamos, mas El tambin se fatig en el trabajo hasta la edad de treinta
aos; comemos, y El se sent a la mesa con sus discpulos; tenemos que
soportar contrariedades de parte de los hombres, pues El tambin las
conoci, porque, acaso le dejaron tranquilo los fariseos? Padecemos, y
El derram lgrimas, padeci por nosotros, antes que nosotros, en su
cuerpo y en su alma, como nadie lo har jams; disfrutamos alegras, y
su santa alma las sinti inefables, nos entregamos al descanso, y el sueo
tambin cerr sus prpados. En una palabra, hizo todo lo que nosotros
hacemos. Y todo ello, para qu? No solamente para darnos ejemplo,
puesto que es nuestro Jefe, sino tambin para merecernos, por estas
acciones, la gracia de poder santificar todos nuestros actos; para darnos
la gracia que nos hace agradables a su Padre. Esta gracia nos une a El,
nos hace miembros de su cuerpo, y no necesitamos, para crecer en El, y
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El sacrificio eucarstico
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Padre Eterno, dignaos echar una mirada sobre este altar, sobre vuestro
Hijo, que me ama y se entreg por m en la cima del Calvario, y que ahora
os presenta en favor mo sus satisfacciones de valor infinito: mirad al
rostro de vuestro Hijo (+Rom 5, 8-9), y dad al olvido las faltas que yo
comet contra vuestra soberana bondad! Os ofrezco esta oblacin, en la
que encontris vuestras complacencias, como reparacin de todas las
injurias inflingidas a vuestra divina majestad. Semejante oracin indudablemente ser atendida por Dios, por cuanto se apoya en los mritos
de su Hijo, que por su Pasin todo lo ha expiado.
Otras veces lo que nos embarga es la memoria de las misericordias del
Seor: el beneficio de la fe cristiana que nos ha abierto el camino de la
salvacin y hecho participantes de todos los misterios de Cristo, en espera
de la herencia de la eterna bienaventuranza; una infinidad de gracias que
desde el Bautismo se van escalonando en el camino de toda nuestra vida.
Al echar una mirada retrospectiva, el alma sintese como abrumada a la
vista de las gracias innumerables de que Dios, a manos llenas, la ha
colmado; y entonces, fuera de s por verse objeto de la divina complacencia, exclama: Seor, qu podr daros yo, miserable criatura, a cambio
de tantos beneficios? Qu os dar que no sea indigno de Vos? Aunque
Vos no tengis necesidad de mis bienes (Sal 15,2), sin embargo, es justo
que os muestre gratitud por vuestra infinita liberalidad para conmigo;
siento esta necesidad en lo ntimo de mi ser cmo, pues, satisfacerla,
Seor y Dios mo, de una manera digna a la vez de vuestra grandeza y de
vuestros beneficios? (ib. 115,12). Con qu corresponder al Seor por
todos los beneficios que de El he recibido? Tal es la exclamacin del
sacerdote despus de la suncin de la Hostia. Y, cual es la respuesta que
en sus labios pone la Iglesia? Tomar el cliz de la salud... La Misa es
la accin de gracias por excelencia, la ms perfecta y la ms grata que
podemos ofrecer a Dios. Leemos en el Evangelio que, antes de instituir
este sacrificio, Nuestro Seor dio gracias a su Padre: eujaristesas. San
Pablo usa de la misma expresin, y la Iglesia ha conservado este vocablo
con preferencia a cualquier otro, sin querer con esto excluir los otros
caracteres de la Misa, para significar la oblacin del altar: sacrificio
eucarstico, esto es, sacrificio de accin de gracias. Ved cmo, en todas
las misas, despus del ofertorio y antes de proceder a la consagracin, el
sacerdote, a ejemplo de Jesucristo, entona un cntico de accin de
gracias: Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, Seor
santo Dios omnipotente, el tributaros siempre y en todo lugar acciones
de gracias... Por Jesucristo Seor nuestro (Prefacio de la Misa). Tras
esto, inmola la Vctima Sacrosanta: Ella es quien rinde las debidas gracias
por nosotros y quien agradece en su justo valor, pues Jess es Dios, los
beneficios todos que desde el cielo, y del seno del Padre de las luces
descienden sobre nosotros (Sant 1,17). Por mediacin de Jesucristo, nos
han sido otorgados, y por El asimismo, toda la gratitud del alma se
remonta hasta el trono divino. Finalmente, la Misa es sacrificio de
impetracin.
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Nuestra indigencia no tiene lmites: necesidad tenemos incesantemente de luz, de fortaleza y de consuelo: pues en la Misa es donde hallaremos
todos estos auxilios. Porque, en efecto, en este sacramento est
realmente Aquel que dijo: Yo soy la luz del mundo; Yo soy el camino; Yo
soy la verdad, Yo soy la vida. Venid a M todos los que andis trabajados,
que Yo os aliviar. Si alguien viniere a M, no lo rechazar (Jn 7,37). Es
el mismo Jess, que pas por doquier haciendo bien (Hch 10,38); que
perdon a la Samaritana, a Magdalena y al Buen Ladrn, pendiente ya
en la Cruz; que libraba a los posesos, sanaba a los enfermos, restituia la
vista a los ciegos y el movimiento a los paralticos; el mismo Jess que
permiti a San Juan reclinar su cabeza sobre su sagrado corazn. Con
todo, es de advertir, que en el altar se halla de modo y a ttulo especial,
a saber, como vctima sacrosanta que se est ofreciendo a su Padre por
nosotros; inmolado y, con todo, vivo y rogando por nosotros. Siempre
vivo para interceder por nosotros (Heb 7,25). Ofrenda tambin sus
infinitas satisfacciones a fin de obtenernos las gracias que nos son
necesarias para conservar la vida espiritual en nuestras almas; apoya
nuestras peticiones y nuestras splicas con sus valiosos mritos; as que
nunca estaremos ms ciertos que en este momento propicio de alcanzar
las gracias que necesitamos. San Pablo, al hablar precisamente del
Pontfice soberano que penetr por nosotros en los cielos y que est lleno
de piedad para con aquellos a quienes se digna llamar hermanos suyosn,
dice refirindose al altar donde Cristo se inmola que es uel trono de la
gracia, al que debemos acercarnos con plena confianza, a fin de alcanzar
la gracia y ser socorridos en la hora oportuna (Heb 4,16).
Notad estas palabras de San Pablo: Cum fiducia: confianza, es la
condicin imprescindible para ser atendido. Hemos, pues, de ofrecer el
santo sacrificio, o asistir a l con fe y confianza. No obra en nosotros este
sacrificio a la manera de los sacramentos, ex opere operato; sus frutos son
inagotabies, pero, en general, son proporcionados a nuestras disposiciones interiores. Cada Misa contiene un infinito potencial de perfeccin y
santidad; pero segn sea nuestra fe y nuestro amor, as sern las gracias
que en ella obtengamos. Habris reparado en que cuando el celebrante
hace memoria, antes de la consagracin, de aquellos que quiere recomendar a Dios, termina mencionando a todos los asistentes, pero con la
particularidad de que indica las disposiciones propias de cada uno.
Acordaos, Seor... de todos los fieles aqu presentes, cuya fe y devocin
os son conocidas [Et omnium circumstantium quorum tibi fides cognita
est et nota devotio. Canon de la Misa]. Estas palabras nos dicen que las
gracias que fluyen de la Misa nos son otorgadas en la medida de la
intensidad de nuestra fe y de la sinceridad de nuestra devocin. Tocante
a la fe, ya os he dicho lo que es; mas esa nota devotio, qu puede ser?
No es otra cosa que la entrega pronta y completa de todo nuestro ser a
Dios, a su voluntad y a su servicio; Dios, que es el nico que escudria el
fondo de nuestros corazones, ve si nuestro deseo y nuestra voluntad de
serle fieles y de ser todo para El son sinceros. Caso de que as sea,
formaremos parte de aquellos cuya fe y devocin os son conocidas, por
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no obstante, es el mismo; todos ofrecemos con el sacerdote; nos solidarizamos con todo lo que l hace, con todo lo que l dice... Ofrezcamos, s,
pero ofrezcamos con l, ofrezcamos a Jesucristo, y ofrezcmonos a
nosotros mismos con toda la Iglesia catlica, diseminada por todo el orbe
(Bossuet, Meditaciones sobre el Evangelio).
No es el nico punto de semejanza que tenemos con Jesucristo el que
acabamos de enunciar. Cristo es pontfice, pero tambin es vctima, y es
deseo de su divino corazn el que compartamos con El esta cualidad.
Precisamente esta disposicin de vctimas es lo que principalmente nos
capacita para llegar a la santidad.
Detengamos por un momento nuestra consideracin en la materia del
sacrificio, a saber, en el pan y en el vino que han de ser transmutados en
el cuerpo y la sangre del Seor. Los Padres de la Iglesia han insistido sobre
el significado simblico de ambos elementos. El pan est formado por
granos de trigo molidos y unidos para formar una sola masa; el vino, por
las uvas reunidas y prensadas para fabricar un solo lquido: ved ah la
imagen de la unin de los fieles con Cristo y de los fieles todos entre s.
En el rito griego, esta unin de los fieles con Jesucristo en su sacrificio,
se patentiza con toda la viveza de las figuras orientales. Al comienzo de
la Misa el celebrante, con una lanceta de oro, divide el pan en diferentes
fragmentos y asigna a cada uno de stos, con una oracin especial, la
misin de representar a las personas o a las distintas categoras de
personas en cuyo honor, o en cuyo beneficio, se ofrecer el sacrificio
augusto. La primera porcin representa a Jesucristo; la segunda a la
Santsima Virgen como corredentora; otras a los Apstoles, Mrtires,
Vrgenes, al Santo del da y a toda la corte de la Iglesia triunfante. Siguen
los fragmentos reservados a la Iglesia purgante y a la Iglesia militante;
al Soberano Pontfice, a los Obispos y a los fieles asistentes. Acabada esta
ceremonia, el sacerdote deposita todas las porciones sobre la patena y las
ofrece a Dios, ya que todas sern luego transformadas en el cuerpo de
Jesucristo. Esta ceremonia simboliza lo ntima que debe ser nuestra unin
con Cristo en este sacrificio. Si la liturgia latina es ms sobria en este
particular, no es menos expresiva. As, conserva una ceremonia de origen
muy antiguo, que el celebrante no puede omitir so pena de falta grave,
y que muestra a las claras que debemos ser inseparables de Jesucristo en
su inmolacin. Me refiero a lo que hace, al tiempo del ofertorio, mezclando
un poco de agua con el vino que puso en el cliz. Cul es el significado
de esta ceremonia? La oracin de que va acompaada nos proporciona la
clave para comprender su significado: Oh Dios, que formaste al hombre
en un estado tan noble y, por la obra de la Encarnacin, lo restableciste
de un modo aun ms admirable, haz, te suplicamos, que por el misterio
de esta agua y de este vino seamos participantes de la divinidad de Aquel
que se dign formar parte de nuestra humanidad, Jesucristo, Hijo tuyo
y Seor nuestro que, siendo Dios, vive y reina contigo en unidad con el
Espritu Santo, por todos los siglos. Al punto, el celebrante ofrece el cliz
para que Dios lo reciba in odorem suavitatis: como suave aroma. As,
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pues, el misterio que simboliza esta mezcla del agua con el vino es, en
primer lugar, la unin verificada, en la persona de Cristo, de la divinidad
con la humanidad; misterio del que resulta otro que seala tambin esta
oracin, a saber, nuestra unin con Cristo en su sacrificio. El vino
representa a Cristo, y el agua figura al pueblo, como ya lo deca San Juan
en el Apocalipsis, y confirm el Concilio de Trento [Aqu populi sunt. (Ap
17,15). Hac mixtione, ipsius populi fidelis cum capite Christo unio reprsentatur. Sess XXII, c. 7].
Debemos, pues, asociarnos a Jesucristo en su inmolacin y ofrecernos
con El, para que nos tome consigo, e inmolndonos, en unin suya, nos
presente a su Padre, en olor agradable; la ofrenda que, unida con la de
Jesucristo, hemos de donar, no es otra que la de nosotros mismos. Si los
fieles participan, por el Bautismo, del sacerdocio de Cristo, es, dice San
Pedro, para ofrecer sacrificios espirituales que sean agradables a Dios
por Jesucristo (1Pe 2,15). Tan cierto es esto, que repetidas veces en la
oracin que sigue a la ofrenda dirigida a Dios, antes del solemne momento
de la consagracin, la Iglesia atestigua esta unin de nuestro sacrificio con
el de su divino Esposo. Dgnate, Seor son sus palabras, santificar
estos dones, y aceptando el ofrecimiento que te hacemos de esta hostia
espiritual, haz de nosotros una oblacin eterna para gloria tuya por
Jesucristo Nuestro Seor [Propitius, Domine, qusumus, hc dona
sanctifica, et hosti spiritualis oblatione suscepta, NOSMETIPSOS tibi
perfice munus ternum. Misa del lunes de Pentecosts. Esta oracin
(secreta) est tambin en la Misa de la fiesta de la Santsima Trinidad].
Mas, para que as seamos aceptos a los ojos de Dios, preciso es que
nuestra oblacin vaya unida a la que Jesucristo hizo de su persona sobre
la Cruz y que renueva sobre el altar; porque Nuestro Seor, al inmolarse,
ocup nuestro lugar, nos reemplaz; y por esta razn, el mismo golpe
mortal que lo hizo sucumbir, nos dio mstiea muerte a nosotros. Si muri
uno por todos, luego todos murieron (2Cor 5,14). Por lo que a nosotros
toea, slo moriremos con El si nos asociamos a su sacrificio en el altar.
Y cmo nos uniremos a Jesucristo en esta condicin suya de vctima?
Muy sencillo: imitndolo en ese total rendimiento al beneplcito, divino.
Dios debe disponer con entera libertad de la vctima que se le inmola;
y por lo mismo, nuestra disposicin de nimo debe ser la de abandonar
todas las cosas en las manos de Dios, debemos realizar aetos de
renunciamiento y mortificacin, y aceptar los padecimientos, las pruebas
y las cruces cotidianas por amor de El, de tal suerte que podamos decir,
como dijo Jesucristo momentos antes de su Pasin: Obro de este modo
para que conozca el mundo que amo al Padre (Jn 14,31). Esto ser
ofrecerse verdaderamente eon Jesueristo. As, pues, cuando ofrecemos
al Eterno Padre su divino Hijo y realizamos al mismo tiempo la oblacin
de nosotros mismos con la de la sagrada hostia en disposiciones
semejantes a las que animaban al defico Corazn de Jess sobre el ara
de la Cruz, como son: amor intenso a su Padre y a nuestros prjimos,
ardiente deseo de la salvacin de las almas, total abandono a la voluntad
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Panis vit
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sarmientos; la gracia es la savia que del tronco pasa a las ramas para que
den fruto. Pues bien, es sobre todo al entregarse a nosotros en la
Eucarista, cuando Jesucristo nos colma de sus gracias.
Contemplemos con reverencia y fe, con amor y confianza, este misterio
de vida, en el cual nos unimos con Aquel que es a un mismo tiempo nuestro
divino modelo, nuestra satisfaccin y aun la fuente misma de nuestra
santidad (Catecismo del Concilio de Trento, cap.XX, 1).
Luego veremos cuales han de ser las disposiciones para recibirle, si
hemos de llegar a la perfecta unin a la que Cristo aspira al darse as a
nosotros.
1. La Comunin es el convite en que Cristo se da como pan de vida
Cuando, al orar, pedimos al Seor que nos diga por qu, en su eterna
sabidura, se dign instituir este inefable sacramento, qu nos responde
el Seor?
Nos dice lo que por vez primera dijo a los judos, al anunciarles la
institucin de la Eucarista: Como el Padre que vive me envi, y yo vivo
por el Padre, as el que me comiere vivir por m (Jn 6,58). Como si dijera:
Todo mi anhelo es comunicaros mi vida divina. A m, el ser, la vida, todo
me viene de mi Padre, y porque todo me viene de El, vivo nicamente para
El; as, pues, yo slo anso que vosotros tambin, que todo lo recibs de
m, no vivis ms que para m. Vuestra vida corporal se sustenta y se
desarrolla mediante el alimento; yo quiero ser manjar de vuestra alma
para mantener y dar auge a su vida, que no es otra que mi propia vida.
[Sumi autem voluit sacramentum hoc tamquam spirituale animarum
cibum quo alantur et confortentur viventes vita illius qui dixit: et qui
manducat me et ipse vivet propter me. Conc. Trid., Sess. XIII, cap.2]. El
que me comiere, vivir mi vida; poseo en m la plenitud de la gracia, y de
ella hago partcipes a los que me doy en alimento. El Padre tiene en s
mismo la vida, pero ha otorgado al Hijo el tenerla tambin en s (Jn 5,26);
y como yo poseo esa vida, vine para comunicrosla abundante y plena (ib.
10,10). Os doy la vida al darme a m mismo como manjar. Yo soy el pan
de vida, el pan vivo que baj del cielo para traeros la vida divina; ese pan
que da la vida del cielo, la vida eterna, cuyo preludio es la gracia (Jn
6,35,48,51). Los judos en el desierto comieron el mana, alimento corruptible; pero yo soy el pan que siempre vive, y siempre es necesario a
vuestras almas, pues si no le comiereis, pereceris sin remedio (ib.
6,54).
Tales son las palabras mismas de Jess. Luego Cristo no se hace
realmente presente sobre el altar tan slo para que le adoremos, y le
ofrezcamos a su Eterno Padre como satisfaccin infinita; no viene tan slo
a visitarnos, sino para ser nuestro manjar como alimento del alma, y para
que, comindole, tengamos vida, vida de gracia en la tierra, vida de gloria
en el cielo.
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vimus et sanguini. Postcomunin del sbado de la 3 semana de Cuaresma]. Pero la unin del cuerpo y del alma es tan honda e ntima, que a la
vez que acrecienta la vida del alma y la hace desear ardientemente las
delicias de lo Alto, la Eucarista mitiga los ardores de la carne y pone en
paz todo nuestro ser.
Los Padres de la Iglesia [San Justino, Apolog. ad Anton. Pium, n.66. San
Ireneo, Contra haereses, lib.V, c.2. San Cirilo de Jerusaln, Catech., XII
(Mystag. IV), n.3; Catech., XIII (Mystag. V), n.15] hablan de una influencia
aun ms directa; y qu tiene esto de particular? Cuando Jesucristo viva
en el mundo, bastaba el solo contacto con su Humanidad para sanar los
cuerpos. Y, habr disminuido esta virtud curativa porque Cristo se
esconda tras los velos de las especies sacramentales? Pensis, deca
Santa Teresa, que no es mantenimiento, aun para estos cuerpos, este
santsimo manjar, y gran medicina aun para los males corporales? Yo s
que lo es, y conozco una persona de grandes enfermedades, que estando
muchas veces con grandes dolores, como con la mano se le quitaban, y
quedaba buena del todo... Cierto, nuestro adorable Maestro no suele mal
pagar la morada que hace en la posada de nuestra alma cuando recibe buen
hospedaje (Camino de perfeccin, cap.34). [La Santa es an ms explcita
en el cap.30 de su Vida]. Antes de comulgar, el sacerdote suplica a Cristo
que la recepcin de su carne santsima aproveche para defensa del alma
y del cuerpo. La misma oracin nos hace repetir la Iglesia en varias de
sus postcomuniones, al dar gracias a Dios por el don celestial que nos
otorga: Purifica, Seor, nuestras almas, renuvalas por tus celestiales
sacramentos, para que aun nuestros cuerpos experimenten tu virtud
todopoderosa as en esta vida como en la otra [Sit nobis, Domine,
REPARATIO mentis ET CORPORIS cleste mysterium. Postcomunin 8 domingo de Pentecosts; Purifica qusumus, Domine, mentes nostras et renova
clestibus sacramentis: ut consequenter et CORPORUM PRSENS pariter et
futurum capiamus AUXILIUM. Postcomunin 16 dom. de Pentecosts].
No echemos en olvido que Cristo est siempre vivo, siempre activo;
cuando viene a nosotros, une nuestros miembros a los suyos; purifica,
eleva, santifica, transforma en cierto modo nuestras facultades, de
suerte que, conforme al hermoso pensamiento de un autor antiguo,
amamos a Dios con el corazn de Cristo, le alabamos con sus labios,
nuestra vida es su vida. La presencia divina de Jess y su virtud
santificadora impregnan tan ntimamente todo nuestro ser, cuerpo y
alma con todas sus potencias, que llegamos a ser otros Cristos.
Tal es el efecto verdaderamente sublime de nuestra unin con Cristo
en la Eucarista, unin que cada Comunin tiende a estrechar ms y ms.
Si conocisemos el don de Dios! Porque los que en esta fuente beben el
sgua de la gracia no tendrn ya ms sed quedan satisfechos (Jn 4,13);
hallan en esa fuente todos los bienes. Cmo, juntamente con El, no nos
dar todas las cosas? (Rm 8,32). Del altar fluye para nosotros toda
bendicin y toda gracia.
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Catecismo del Concilio de Trento nos dice que recibimos toda la plenitud
de los dones de Dios cuando recibimos la Eucarista con corazn bien
dispuesto y perfectamente preparado (Cap. XX, 3).
5. Disposiciones remotas: absoluta donacin de uno mismo a
Jesucristo: orientar todas nuestras acciones en orden a la comunin
Hay, con todo, una disposicin general muy importante, fundada en ]a
misma naturaleza de la unin, y que sirve admirablemente de preparacin
habitual a nuestra unin con Cristo, y muy particularmente a la perfeccin de esa unin: es la donacin total de uno mismo a Jesucristo,
renovada con frecuencia. Esa donacin al Verbo humanado comenz en
el Bautismo; all, por vez primera, Cristo tom posesin de nuestra alma,
y nosotros empezamos por la gracia a asemejarnos a Dios y a vivir unidos
a El. Pues bien, cuanto ms arraigo tenga en nosotros esa disposicin
fundamental, iniciada con el Bautismo, de morir para el pecado y vivir
para Dios, tanto mejor ser nuestra preparacin remota para recibir la
abundancia de la gracia eucarstica. Guardar apego al pecado venial, a
imperfecciones deliberadas, a negligencias voluntarias, a inlidelidades
meditadas, son cosas que desagradan al Seor que viene a nosotros. Si
ansiamos esa unin perfecta, no hemos de regatear a Cristo nuestra
libertad de corazn; ni reservar en ese corazn un lugar, por angosto que
sea, a la criatura amada en cuanto tal. Hemos de vaciarnos de nosotros
mismos, desasirnos de las criaturas, suspirar por el advenimiento
perfecto del reino de Jesucristo a nosotros mediante la sumisin de todo
nuestro ser a su Evangelio y a la accin del Espritu Santo.
Es sta una de las mejores disposiciones. Qu es lo que impide a Cristo
el identificarnos completamente con El cuando viene a nosotros? Son tal
vez nuestras flaquezas de cuerpo y de espritu, las miserias inherentes
a nuestra condicin de desterrados, las servidumbres a que est sujeta
nuestra naturaleza humana? Cierto que no; esas imperfecciones. aun las
mismas faltas en que caemos, que lamentamos y procuramos corregir, no
detienen a Cristo; al contrario, viene a nosotros para ayudarnos a corregir
esas faltas y a llevar con paciencia esas flaquezas; es pontfice compasivo
que conoce de qu barro estamos formados (Sal 102,14), y que ha
cargado con todas nuestras dolencias (Is 53,4).
Lo que pone trabas a la perfecta unin son los hbitos malos, conocidos
y de los que no queremos despegarnos, y a los que, por falta de
generosidad, no nos atrevemos a combatir; es el apego voluntario a
nosotros mismos o a las criaturas. Mientras no trabajemos eficazmente
por desarraigar esos malos hbitos y por romper esas ligaduras a fuerza
de una constante vigilancia sobre nosotros mismos y de la mortificacin,
Cristo no podr hacemos participantes de la plenitud de su gracia.
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tierra, a montes y collados, plantas, mares y rios; a los peces, aves y fieras;
a los hombres, a los sacerdotes, a los humildes de corazn y a los santos,
a que glorifiquen a la Trinidad, a quien todo honor le es tributado por
medio de la humanidad santa de Jess. Qu admirable cntico el de la
creacin cantado de este modo por el sacerdote en el momento en que est
unido al Pontfice Eterno, al mediador nico al Verbo divino, por quien
todo fue creado!
Otros, sentados como Magdalena a los pies de Jess, se entretienen
familiarmente con El, escuchando sus palabras en el fondo del alma y
dispuestos a darle todo cuanto les pida; pues en esos momentos en que
mora en nosotros la luz divina, suele Jess, no pocas veces, mostrar al
alma lo que de ella quiere y reclama. Este, pues, es buen tiempo, dice
Santa Teresa, para que os ensee nuestro Maestro, para que le oigamos
y besemos los pies, porque nos quiso ensear, y le supliquemos no se vaya
de con nosotros (Camino de Perfeccin, cap.34).
Tambin puede leerse reposadamente, como si escuchsemos a Cristo,
el magnfico discurso despus de la Cena, cuando Jesucristo hubo
instituido este Sacramento: Creed que yo estoy en el Padre y el Padre
est en M...; el que guarda mis mandamientos, se me ama, y quien me
ama, ser amado de mi Padre, y Yo tambin le amar y me manifestar
a l... Como mi Padre me am, as tambin Yo os he amado; permaneced
en mi amor... Os he dicho estas cosas para que mi gozo est en vosotros
y vuestro gozo sea cumplido... Os he llamado mis amigos, porque todo
cuanto he escuchado de mi Padre os lo he manifestado... El mismo Padre
os ama porque vosotros me habis amado y habis credo que Yo he salido
del Padre... Estas cosas os he dicho para que en M tengis paz; el mundo
os perseguir, pero confiad en M; Yo he vencido al mundo (Jn 14 y 15).
Tambin podemos conversar mentalmente con Nuestro Seor, como si
estuviramos al pie de la cruz, o bien orar vocalmente rezando los salmos
referentes a la Eucarista. El Seor me gobierna, nada me faltar; El me
hace descansar entre sabrosos pastos; me ha conducido junto a las aguas
refrescantes y hace revivir mi alma. Aunque anduviese envuelto por las
sombras de la muerte, no temer ningn mal, pues t, Seor, ests
conmigo (Sal 23, 1-4).
Todas esas disposiciones del alma son excelentes; la inspiracin del
Espritu Santo es infinitamente variada. Todo estriba en que reconozcamos la magnitud del don divino, que San Pablo llama inefable (2Cor 9,15)
y vayamos a sacar de los tesoros de ese don infinito cuanto necesitamos
nosotros, nuestros hermanos y la Iglesia entera; pues el Padre ama al
Hijo y todo lo ha puesto en sus manos (Jn 3,35) para que nos lo comunique.
Cristo, pues, al darse, nos da todas las cosas con El; igualmente nosotros
debemos entregarnos a El enteramente, repitindole, desde lo ntimo del
corazn, aquellas sus palabras: Quiero obrar siempre lo que es grato a
sus ojos (ib. 8,29); o tambin aquellas palabras de Jess a su Padre en
la ltima Cena, palabras que son la expresin acabada de la unin
perfecta: Todas mis cosas son tuyas, como las tuyas son mas (ib. 17,10).
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Vox spons
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siempre vivo, ora e intercede por nosotros. Media entre los dos una
distancia como entre el cielo y la tierra, y, con todo, la Iglesia salva esta
distancia con la fe y une su voz a la de Cristo in sinu Patris; es una misma
y nica oracin, la oracin de Jess unido a su cuerpo mstico y dando con
ella un solo y nico homenaje a la adorable Trinidad. Cmo semejante
oracin dejar de agradar a Dios, toda vez que es el mismo Cristo quien
la eleva? Qu no podr sobre el corazn de Dios? Cmo un lenguaje tal
no va a ser una fuente de gracia para la Iglesia y para todos sus hijos?
Cristo es quien suplica y Cristo tiene siempre el derecho a ser escuchado.
Padre, saba que siempre me oyes (Jn 11,42).
Ved cmo ya en el Antiguo Testamento la oracin del jefe del pueblo de
Israel era todopoderosa sobre el corazn de Dios, y, con todo, esta nacin,
elegida por Dios, no era mas que una figura y una sombra de la Iglesia.
Se ha entablado un fiero combate entre los hebreos y los amalecitas, sus
enemigos (Ex 17, 8-16). La lucha se prolonga largo rato, con varias
alternativas, ora ceden los de Israel, ora aparecen vencedores, y a la
postre la victoria se decide a su favor. Ahora bien, cul fue el hecho
decisivo que determin la victoria? Figurmonos por unos momentos que
los jefes que dirigieron el combate nos hubiesen dejado relaciones
detalladas acerca de las diferentes vicisitudes de la lucha, y que estos
relatos se someten a un general moderno para conocer su juicio. Dicho
general hallara que se haba cometido tal falta de tctica, que tal otra
medida de estrategia no se llev a cabo, que tal maniobra fall, aquel otro
ataque fue muy mal resistido y dara todas las razones, menos la buena.
Cul es sta? La razn de las diferentes alternativas y del feliz resultado
final de la lucha nos la dio a conocer el mismo Dios. En la vecina montaa,
Moiss, el jefe de Israel, oraba, con los brazos elevados al cielo, por su
pueblo. Cuantas veces Moiss, cansado, dejaba caer los brazos, llevaban
la mejor parte los amalecitas; en cambio, cuando Moiss volva a levantar
sus manos suplicantes, la victoria se inclinaba a favor de Israel. Al fin,
Aarn y su compaero sostuvieron los brazos de Moiss hasta que la
victoria se gan por los de Israel... Grandioso espectculo el ver a este
capitn que obtiene del Dios de los ejrcitos, por medio de la oracin, la
victoria para su pueblo! Si nosotros mismos hubisemos dado esta
explicacin, muchos espritus sonreiran con sorna; pero quien nos ha
dado esta versin de los hechos ha sido Dios mismo, el Dios de los
ejrcitos, Aquel de quien Israel era pueblo escogido y de quien Moiss era
amigo [Las manos levantadas a Dios hunden ms batallones que las que
hieren. Bossuet, Oracin fnebre de Mara Teresa de Austria].
Ciertamente, esta leccin podemos hacerla extensiva a toda oracin,
pero con mucha ms verdad a la oracin de Cristo, Cabeza de la Iglesia,
que ora, por la voz de la Iglesia, en favor de su cuerpo mstico, que milita
en la tierra contra el prncipe de este mundo (Jn 12,31) y de las tinieblas
(Ef 6,12), renovando todos los das sobre el altar la oracin que por
nosotros haca, con los brazos levantados al cielo, en el monte del Calvario,
y ofreciendo a su Padre los mritos infinitos de su Pasin y muerte. Fue
odo en atencin a su dignidad (Heb 5,7).
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lemur eis, ipsi compatiantur nobis, militent pia intercessione. San Bernardo, Sermo V, In festo omnium sanctorum].
En fin, no pudiendo la Iglesia festejar a cada uno de los santos en
particular, al fin del ciclo litrgico, estableci la solemne fiesta de Todos
los Santos, en la cual multiplica y extrema, si as puede decirse, sus
alabanzas jubilosas.
Transportndonos al cielo en seguimiento del Apstol San Juan, nos
presenta aquella gloriosa porcin del reino de su Esposo; las legiones
innumerables de los escogidos, aquella muchedumbre de santos que
nadie podr contar, que asisten al trono de Dios, revestidos de blancas
tnicas, con palmas en las manos, de cuyas filas se levanta la grandiosa
aclamacin: Gloria a Dios, gloria al Cordero inmolado por nosotros que
con su sangre nos rescat de toda tribu, de toda lengua, de todo pueblo,
de toda nacin (Ap 7, 9-10; 5,9).
Ante tan gloriosa visin, la Iglesia experimenta transportes de alegra.
Od con qu expresiones se dirige a sus hijos triunfantes: Bendecid al
Seor, vosotros todos que sois sus escogidos; disfrutad das dichosos y
cantad sus alabanzas; pues el cantar es la herencia de todos los santos,
del pueblo de Israel, del pueblo que constituye su corte; es la gloria propia
de todos los santos [Benedicite Domino, omnes electi eius; agite dies
ltiti et confitemini illi; hymnus omnibus sanctis eius... gloria hc est
omnibus sanctis eius. Antfona de las Vsperas de Todos los Santos. +Tob
13,10; Sal 148,14; ib. 149,9].
Tambin nosotros estamos llamados a participar de este triunfo; a
formar el cortejo de Cristo... en los esplendores de los santos, a
participar en el seno del Padre, de la gloria del Hijo, despus de habernos
asociado en la tierra a sus misterios. Anticipmonos a esta meloda de los
cielos donde resuena el eterno Alleluia, asocindonos cuanto podamos
desde ahora, con gran fe y abrasado amor, a la oracin de la Iglesia, Esposa
de Cristo y madre nuestra.
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La oracin
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mo, San Pablo nos exhorta a elevar en todo tiempo continuas oraciones
y splicas poniendo por intercesor al Espritu Santo (Ef 6,18).
Es, pues, evidente que la oracin vocal de impetracin resulta un medio
muy poderoso para atraernos los dones de Dios.
Pero de lo que ahora quiero hablaros es de la oracin mental; de lo que
vulgarmente se llama meditacin. Es asunto de suma importancia el que
vamos a tratar.
La oracin es uno de los medios ms necesarios para efectuar aqu en
la tierra nuestra unin con Dios y nuestra imitacin de Jesucristo. El
contacto asiduo del alma con Dios en la fe por medio de la oracin y la vida
de oracin, ayuda poderosamente a la transformacin sobrenatural de
nuestra alma. La oracin bien hecha, la vida de oracin, es transformante.
Ms an; la unin con Dios en la oracin nos facilita la participacin ms
fructuosa en los otros medios que Cristo estableci para comunicarse con
nosotros y convertirnos en imagen suya. Por qu esto? Es acaso la
oracin, ms eminente, ms eficaz, que el santo sacrificio, que la recepcin
de los sacramentos, que son los canales autnticos de la gracia?
Ciertamente que no; cada vez que nos acercamos a estas fuentes,
obtenemos un aumento de gracia, un crecimiento de vida divina, pero este
crecimiento depende, en parte al menos de nuestras disposiciones.
Ahora bien, la oracin, la vida de oracin, conserva, estimula, aviva y
perfecciona los sentimientos de fe, de humildad, de confianza y de amor,
que en conjunto constituyen la mejor disposicin del alma para recibir con
abundancia la gracia divina. Un alma familiarizada con la oracin saca ms
provecho de los sacramentos y de los otros medios de salvacin, que otra
que se da a la oracin con tibieza y sin perseverancia. Un alma que no acude
fielmente a la oracin, puede recitar el oficio divino, asistir a la Santa
Misa, recibir los sacramentos y escuchar la palabra de Dios, pero sus
progresos en la vida espiritual sern con frecuencia insignificantes. Por
qu? Porque el autor principal de nuestra perfeccin y de nuestra
santidad es Dios mismo, y la oracin es precisamente la que conserva al
alma en frecuente contacto con Dios: la oracin enciende y mantiene en
el alma una como hoguera, en la cual el fuego del amor est, si no siempre
en accin, al menos siempre latente; y cuando el alma se pone en contacto
directo con la divina gracia, verbigracia, en los sacramentos, entonces,
como un soplo vigoroso, la abrasa, levanta y llena con sorprendente
abundancia. La vida sobrenatural de un alma es proporcionada a su unin
con Dios, mediante la fe y el amor; debe, pues, este amor exteriorizarse
en actos, y stos, para que se reproduzcan de una manera regular e
intensa, reclaman la vida de oracin. En principio, puede decirse que, en
la economa ordinaria, nuestro adelantamiento en el amor divino depende
prcticamente de nuestra vida de oracin.
Determinemos, pues, qu es oracin, es decir, cul es su naturaleza, y
cules sus grados; luego, qu disposiciones exige para producir todos sus
frutos.
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y el alma, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos
ama (Santa Teresa, ib. cap.8).
Mas este trato o conversacin del hijo de Dios con su Padre celestial se
verifica bajo la accin del Espritu Santo. En efecto, Dios, por medio
del profeta Zacaras, haba prometido que, en la Nueva Alianza, derramara sobre las almas el espritu de gracia y de oracin (Zac 12,10). Este
espritu es el Espritu Santo, el Espritu de adopcin, que Dios enva a los
corazones de aquellos que tiene predestinados a ser sus hijos en Cristo
Jess. Los dones que este Espritu divino infunde en nuestras almas el
da del bautismo, juntamente con la gracia, nos ayudan en nuestras
relaciones con el Padre celestial. El don de temor nos llena de reverencia
ante su divino acatamiento; el don de piedad hace compatible con esa
reverencia la ternura propia de un hijo hacia su padre; el don de ciencia
presenta al alma con nueva luz las verdades de orden natural, el don de
inteligencia la hace penetrar en las profundidades ocultas de los misterios
de la fe; el don de sabidura le da el gusto, el conocimiento afectivo de las
verdades reveladas. Los dones del Espritu Santo son disposiciones muy
reales a las que no prestamos bastante atencin; por ellos el Espritu
Santo, que mora en el alma del bautizado, como en un templo, la ayuda
y gua en sus relaciones con el Padre celestial: El Espritu Santo fortalece
nuestra flaqueza... El mismo ruega por nosotros con gemidos inenarrables.
(Rm 8,26) [El Espritu Santo es el alma de nuestras oraciones; El nos las
inspira y hace que sean siempre admisibles. Catec. del Conc. de Trento,
4 parte, c. 1, 7].
El elemento esencial de la oracin es el contacto sobrenatural del alma
con Dios, mediante el cual el alma recibe aquella vida divina que es la
fuente de toda santidad. Este contacto se establece cuando el alma,
elevada por la fe y el amor, apoyada en Jesucristo, se entrega a Dios, a
su voluntad, por un movimiento del Espritu Santo: El sabio se ocupa
desde el alba en velar ante el Dios que le ha creado, y eleva sus oraciones
ante el Altsimo (Ecli 39,6). Ningn raciocinio, ningn esfuerzo puramente natural puede producir este contacto: Nadie puede decir: Seor
Jess, si no es movido por la gracia del Espritu Santo (1Cor 12,3). Este
contacto se verifica en las oscuridades de la fe, pero llena el alma de luz
y de vida.
La oracin es, pues, el despliegue, bajo la accin de los dones del Espritu
Santo, de los sentimientos propios de nuestra adopcin divina en
Jesucristo; y por eso debe ser asequible a toda alma bautizada, de buena
voluntad. Adems, Jesucristo invita a todos sus discpulos a aspirar a la
perfeccin para ser hijos dignos del Padre celestial. Sed pues, perfectos,
como perfecto es vuestro Padre celestial (Mt 5,48). Ahora bien, la
perfeccin, prcticamente, no es posible si el alma no vive de la oracin.
No resulta, pues, evidente que Cristo no pudo desear que la manera de
tratar con El en la oracin fuese complicada y fuera del alcance de las
almas ms sencillas que le buscan con sinceridad? Por esto dej dicho que
la oracin puede definirse: una conversacin del hijo de Dios con su Padre
celestial: Padre nuestro, que ests en los cielos.
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Amaos los unos a los otros
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de padecer (Lc 22,15). Haba comido la Pascua con sus discpulos, pero
reemplazando las figuras v smbolos por una realidad divina, acababa de
instituir el sacramento de la unin y de dar a los Apstoles el poder de
perpetuarle, y antes de entregarse a la muerte, abre su Corazn Sagrado
para revelar los secretos a sus amigos, es ste como el testamento de
Jess. Un mandamiento nuevo os doy, les dice: que os amis unos a otros
como yo os he amado (Jn 23,34); y al final de su discurso renueva el
precepto: Este es mi mandamiento: que os amis los unos a los otros (ib.
15,12).
Dice, en primer lugar, Nuestro Seor, que el amor que debemos
tenernos los unos a los otros es un mandamiento nuevo. Por qu le llama
as?
Cristo llama nuevo el precepto de la caridad cristiana, porque no
haba sido explcitamente promulgado, al menos en su acepcin universal,
en el Antiguo Testamento. Es cierto que el precepto del amor de Dios
estaba explcitamente promulgado en el Pentateuco, y el amor de Dios
lleva implcitamente consigo el amor del prjimo; algunos grandes Santos
del Antiguo Testamento, ilustrados por la gracia, comprendieron que el
deber del amor fraterno abarcaba a toda la raza humana, pero en ninguna
parte de la Antigua Ley se halla el mandato expreso de amar a todos los
hombres. Los israelitas entendan el precepto: No odiars a tu hermano... No guardars rencor contra los hijos de tu pueblo; amars a tu
projimo como a ti mismo (Lev 19,15,18), no a todos los hombres, sino al
prjimo en sentido limitado (la palabra hebrea indica que prjimo significa
los de su raza, compatriotas, congneres). Adems, como Dios mismo
haba prohibido a su pueblo toda clase de relaciones con ciertas razas, y
aun mand exterminarlas (a los cananeos) [se comprende este rigor de
Yav para con las ciudades sumidas en la ms grande inmoralidad e
idolatra; su contacto hubiera sido irremisiblemente fatal a los israelitas],
los judos aadieron, en una interpretacin arbitraria, no inspirada por
Dios: Amars a tu prjimo y odiars a tu enemigo. El precepto explcito
de amar a todos los hombres, incluidos los enemigos, no estaba, pues,
promulgado y ratificado antes de Jesucristo. Por eso le llama mandamiento nuevo y su mandamiento.
Y en tanto aprecio tiene la guarda de este mandamiento, que pide a su
Padre que infunda en sus discpulos esa mutua dileccin: Padre santo,
conserva en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como
nosotros somos uno; yo estoy en ellos y T en M, para que sean
consumados en la unidad (Jn 17,11 y 23).
Notad bien que Jess hizo esta oracin, no slo por sus Apstoles, sino
por todos nosotros. No ruego slo por ellos, dice, sino tambin por todos
aquellos que creern en M, para que todos sean una sola cosa, como T,
Padre mo, ests en M y yo en Ti, a fin de que ellos tambin sean uno en
nosotros (ib. 20,21).
As, pues, este precepto del amor a nuestros hermanos es el supremo
anhelo de Cristo; y de tal modo desea le pongamos en prctica, que hace
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camino el Seor le derriba al suelo y Saulo oye una voz que le dice: Por
qu me persigues? Quin eres Seor, pregunta Pablo. Y le responden:
Soy Jess, a quien t persigues. Cristo no dice: Por qu persigues a
mis discpulos? No; se identifica con ellos, y los golpes que el perseguidor
descarga sobre ellos recaen en el mismo Cristo: Soy Jess, a quien t
persigues (Hch 9,4-5).
Rasgos parecidos abundan en la vida de los Santos. Mirad a San Martn;
es soldado, sin bautizar todava; en el camino encuentra a un pobre:
movido a compasin, parte con l su capa. A la maana siguiente, Cristo
se le aparece vestido con la parte del manto dado al pobre, y Martn,
maravillado, escucha estas palabras: T eres quien me ha vestido con
este abrigo. Mirad tambin a Santa Isabel de Hungra. Cierto da,
ausente el duque su marido, encuentra a un leproso abandonado de todos.
Tmale y le lleva a su misma cama. Sbelo el duque a su vuelta, y lleno
de ira quiere arrojar de casa al pobre leproso. Pero al acercarse al lecho,
ve la imagen de Cristo crucificado.
Se lee tambin en la vida de Santa Catalina de Sena que un da se hallaba
en la iglesia de los Padres Dominicos: llegse a ella un pobre y le pidi
limosna por amor de Dios. Nada tena que darle, pues no sola llevar nunca
ni oro ni plata. Rog, pues, al pobre que esperase a que volviese a casa,
prometindole darle entonces con largueza limosna de cuanto hallase en
casa. Pero el pobre insisti: Si tenis alguna cosa de que podis disponer,
os la pido aqu, pues no puedo aguardar tanto tiempo. Perpleja Catalina,
discurra cmo hallar algo con que poder remediar su necesidad; hall por
fin una crucecita de plata que llevaba consigo, y gozosa se la dio al pobre,
que se march contento. En la siguiente noche, Nuestro Seor se apareci
a la Santa llevando en la mano la crucecita adornada con piedras
preciosas. Hija, reconoces esta cruz? Cierto, la reconozco, respondi
la Santa, mas no era tan hermosa cuando era ma. Y el Seor replic: Me
la diste t ayer por amor a la virtud de caridad; las piedras preciosas
simbolizan ese amor. Yo te prometo que en el da del Juicio, delante de
la asamblea de los ngeles y de los hombres, te presentar esta cruz tal
como t la ves, para que tu alegra sea cumplida. En aquel da, en que
manifestar solemnemente la misericordia y la justicia de mi Padre, no
dejar sin publicar la obra de misericordia que has realizado conmigo
(Vida, por el B. Raimundo de Capua, lib. II, c. 3).
Cristo se ha convertido en nuestro prjimo, o por mejor decir, nuestro
prjimo es Cristo, que se presenta a nosotros bajo tal o cual forma. Se
presenta a nosotros: paciente en los enfermos, necesitado en los
menesterosos, prisionero en los encarcelados, triste en los que lloran. Por
la fe, le vemos as en sus miembros; y si no le vemos, es porque nuestra
fe es tibia y nuestro amor imperfecto. He ah la razn por la que San
Juan dice: Si no amamos a nuestro prjimo, a quien vemos, cmo
podremos amar a Dios, a quien no vemos? Si no amamos a Dios en la
forma visible Con que se presenta a nosotros, es decir, en el prjimo,
Cmo podremos decir que le amamos en s mismo, en su divinidad? (+Santo Toms, II-II, q.24, a.2, ad 1).
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cuerpo mstico. Andemos con cautela. La menor tibieza o desvo voluntario hacia un hermano, deliberadamente admitidos, sern siempre un
estorbo, ms o menos grave, segn su grado, a nuestra unin con Cristo.
Por ello Cristo nos dice que si en el momento de presentar nuestra
ofrenda en el altar, recordamos que nuestro hermano tiene algo contra
nosotros, debemos dejar all la ofrenda, ir a reconciliarnos con l, y volver
luego a ofrecer nuestros dones al Seor (Mt 5, 23-24). Cuando comulgamos, recibimos la sustancia del cuerpo fsico de Cristo, debemos recibir
tambin y aceptar su cuerpo mstico: es imposible que Cristo baje a
nosotros y sea un principio de unin, si guardamos resentimiento contra
alguno de sus miembros. Santo Toms llama mentira a la comunin
sacrlega. Por qu? Porque al acercarse a Cristo para recibirle en la
comunin, uno declara por ese mismo acto que est unido a El. Estar en
pecado mortal, es decir, alejado de Cristo, y acercarse a El, constituye una
mentira [Cum peccatores sumentes hoc sacramentum cum peccato
mortali significent se Christo per fidem formatam unitos esse, falsitatem
in sacramento committunt. III, q.80, a.4]. Igualmente, habida cuenta de
la proporcin, acercarse a Cristo, querer llevar a cabo la unin con El, y
excluir de nuestro amor a cualquiera de sus miembros, es cometer una
mentira, es querer dividir a Cristo, debemos estar unidos a lo que San
Agustn llama Cristo total (De Unitate Eccles., 4). Escuchad lo que a este
propsito dice San Pablo: El cliz de bendicin (es decir, la copa
eucarstica), no es una comunin de la sangre de Cristo, y el pan que
comemos una participacin de su cuerpo? Porque hay un solo pan, siendo
muchos, formamos un solo cuerpo todos cuantos participamos de un solo
pan celestial (1Cor 10, 16-17).
Por eso, al gran Apstol, que haba comprendido tan bien y explicaba con
tanta viveza la doctrina del cuerpo mstico, dbanle horror las discordias
y disensiones que reinaban entre los cristianos. Os conjuro, hermanos,
deca, en el nombre de Nuestro Seor Jesucristo, que todos hablis del
mismo modo, y no haya disensiones entre vosotros, sino que todos estis
enteramente unidos en un mismo sentir y un mismo parecer (1Cor
1,10). Qu razn da el Apstol? Como el cuerpo es uno y tiene muchos
miembros y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son, no
obstante, slo un cuerpo, as Cristo. Pues todos, judos o griegos, libres
o esclavos, habis sido bautizados en el mismo Espritu, sois el cuerpo de
Cristo, sois sus miembros (ib. 12, 12-14 y 27).
3. Ejercicios y formas diversas de la caridad; su modelo ha de ser
la de Cristo, siguiendo las exhortaciones de San Pablo: Ut sint
consummati in unum
De principio tan elevado recibe la caridad su razn ntima; basados
tambin en ese prncipio, trataremos de establecer las cualidades de su
ejercicio.
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mismo que rogar por la conversin de los infieles, de los pecadores, para
que lleguen a la luz de la fe o vuelvan a ponerse en gracia de Dios. Cuando
en la oracin encomendamos a Dios las necesidades de las almas, o cuando
en la Misa cantamos el Kyrie eleison por todas las almas que aguardan
la luz del Evangelio, o la fuerza de la gracia para vencer las tentaciones,
o cuando rogamos por los misioneros para que sus trabajos fructifiquen,
hacemos actos de verdadera caridad, muy agradables a Nuestro Seor.
Si Cristo prometi no dejar sin recompensa un vaso de agua dado en su
nombre, qu no dar por una vida de oracin y de expiacin empleada
en procurar que su reino se extienda ms y ms? Aun hay otras
necesidades. Aqu un pobre que necesita ayuda; all un enfermo que hay
que aliviar, curar o visitar; ora un alma triste para alentar con buenas
palabras; ora otra rebosante de un gozo que quiere que nosotros compartamos con ella: Alegrarse con los que estn alegres; llorar con los que
lloran (Rm 12,15); la caridad, dice San Pablo? se hace todo para todos
(1Cor 9,22).
Mirad cmo Cristo Jess practic esta modalidad de la caridad, para
ser nuestro modelo. A Cristo le gustaba complacer. El primer milagro de
su vida pblica fue cambiar el agua en vino en las bodas de Can, para
evitar un bochorno a sus huspedes, a quienes les faltaba el vino (Jn 2,
1-2). Promete aliviar a los que padecen y estn cargados de trabajos, con
tal que vayan a El (Mt 11,28). Y, qu bien cumpli su promesa! Los
Evangelistas refieren a menudo que, movido por la compasin (Lc 7,13),
obraban sus milagros, por esa causa cura al leproso y resucita al hijo de
la viuda de Nam. Apiadado de la turba que durante tres das le sigue sin
cansarse y padece hambre, multiplica los panes. Siento pena por esta
gente (Mc 8,2). Zaqueo, jefe de alcabaleros, de aquella clase de judos que
los fariseos tenan por pecadores, suspira por ver a Cristo. Su corta talla
le impide conseguirlo, pues la gente se agolpa por todos los lados en
derredor de Jess; sube entonces a un arbol, que est al borde del camino
por donde Cristo ha de pasar; y Nuestro Seor previene los deseos de ese
publicano. Al llegar junto a l, le manda bajar, pues quiere hospedarse en
su casa; Zaqueo, lleno de alborozo al ver cumplidos sus deseos, le recibe
solcito (Lc 19, 5-6). Mirad tambin cmo en provecho de sus amigos pone
su poder al servicio de su amor. Marta y Magdalena lloran en su presencia
la muerte de Lzaro, su hermano, ya enterrado; Jess se conmueve, y de
sus ojos corren lgrimas, verdaderas lgrimas humanas, pero que a la vez
son tambin lgrimas de un Dios. Dnde lo pusisteis?, pregunta al
punto, pues su amor no puede estar ocioso, y se marcha a resucitar a su
amigo. Y los judos, testigos de este espectculo, decan: Mirad cmo le
amaba! (Jn 11,36).
Cristo, dice San Pablo que se complace en usar esta expresin, es
la benignidad misma de Dios que se ha manifestado a la tierra (Tit 3,4);
es Rey, pero Rey lleno de mansedumbre (Mt 21,5), que manda perdonar
y proclama bienaventurados a los que, a ejemplo suyo, son misericordiosos
(ib. 5,7). Pas, dice San Pedro, que vivi con El tres aos, derramando
beneficios (Hch 10,38). Como el buen Samaritano, cuya caritativa accin
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La Madre del Verbo encarnado
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in Sabbato]; bendita seas entre todas las criaturas; bendita porque creste
en la palabra divina y porque en ti se han cumplido las promesas eternas.
Para alentarnos en esta devocin, no tenemos ms que mirar la
conducta que sigue la Iglesia. Ved cmo la Esposa de Cristo ha multiplicado aqu en la tierra sus testimonios de honor a Mara, y cmo practica
ese culto, especial por su trascendencia sobre el de los dems Santos, que
se llama hiperdula [A todos los santos les debemos homenaje de dula,
palabra griega que significa servicio; la Madre del Verbo encarnado
merece, a causa de su dignidad eminente, homenajes enteramente
particulares, lo que se expresa con la palabra hyper-dula].
La Iglesia ha consagrado numerosas fiestas en honra de la Madre de
Dios; durante el ciclo litrgico celebra su Inmaculada Concepcin, su
Natividad, su Presentacin en el Templo, la Anunciacin, la Visitacin,
la Purificacin, la Asuncin.
Mirad tambin como, en cada uno de los principales tiempos del ciclo
litrgico, dedica a la Virgen una Antfona especial, cuyo rezo impone a
sus ministros al fin de las horas cannicas. Habris observado que en cada
una de esas antfonas la Iglesia se complace en recordar el privilegio de
la maternidad divina, fundamento de las de mas grandezas de Mara.
Madre augusta del Redentor, cantamos en Adviento y Navidad, engendraste, con asombro de la naturaleza, a tu mismo Creador, Virgen al
concebir, permaneces Virgen despus del parto; Madre de Dios, intercede por nosotros. Durante la Cuaresma la saludamos como la raz de
la que ha salido la flor, que es Cristo, y como la puerta por donde la luz
ha entrado en el mundo. En tiempo Pascual brota de nuestros labios un
himno de alegra, en el que felicitamos a Mara por el triunfo de su Hijo,
y renovamos otra vez el gozo que inund a su alma en la aurora de esa
gloria: Algrate, Reina del cielo, porque ha resucitado Aquel que llevaste
en tus entraas: s, algrate, oh Virgen!, y llnate de jbilo, porque Cristo,
el Seor, ha salido en verdad triunfante y glorioso del sepulcro. Luego,
de Pentecosts a Adviento, tiempo que simboliza el de nuestra peregrinacin en este mundo, la Salve Regina llena de confianza: Madre de
misericordia, vida, esperanza nuestra, a ti suspiramos en este valle de
lgrimas... Despus de este destierro, mustranos a Jess, fruto bendito
de tu vientre... Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, para que seamos
dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo. No hay, pues, da en que
la voz de la Iglesia no resuene alabando a Mara, ensalzando sus gracias
y recordndole que, si es Madre de Dios, nosotros somos tambin sus
hijos.
Mas no es esto todo, no. Todos los das la Iglesia canta en Vsperas el
Magnficat; nese a la misma Santsima Virgen para alabar a Dios por sus
bondades para con la Madre de su Hijo. Repitamos, pues, a menudo con
ella y con la Iglesia: Mi alma, glorifica al Seor y mi espritu estalla de
gozo en el Dios Salvador mo, porque ha puesto los ojos en la bajeza de
su esclava... En adelante, todos los pueblos me llamarn bienaventurada,
porque el Todopoderoso ha realizado en m cosas maravillosas. Al cantar
305
esas palabras, ofrecemos a la beatsima Trinidad un cntico de reconocimiento por los privilegios de Mara, como si esos privilegios fuesen
nuestros.
Tenemos adems el Oficio Parvo de la Santsima Virgen; tenemos el
Rosario, tan grato a Mara, porque la ensalzamos unida siempre a su
Divino Hijo, repitiendo sin cesar, con amor y cario, el saludo del celestial
mensajero el da de la Encarnacin: Ave, Maria, gratia plena. Es prctica
excelente rezar cada da devotamente el rosario, contemplando as a
Cristo en sus misterios para unirnos a El, felicitando a la Santsima Virgen
por haber sido tan ntimamente asociada a ellos, y dando gracias a la
Santsima Trinidad por los privilegios de Mara. Y si cada dia hemos dicho
muchas veces a la Virgen: Madre de Dios, ruega por nosotros... ahora y
en la hora de nuestra muerte, cuando llegue el instante en que el nunc
y el hora mortis nostr sean un solo y el mismo momento, estemos ciertos
de que la Virgen no nos abandonar. Tenemos adems las Letanas;
tenemos el Angelus, mediante el cual renovamos en el corazn de Mara
el inefable gozo que hubo de experimentar en el momento de la Encarnacin; hay, por fin, otras muchas formas de devocin a Mara.
No es menester cargarse con muchas prcticas, hay que escoger
algunas, y una vez hecha la eleccin, ser fieles a ellas, ese obsequio diario
tributado a su Madre ser tambin, no cabe duda, muy grato a Nuestro
Seor.
4. Fecundidad que reporta al alma la devocin a Mara. Mara
inseparable de Jess en el plan divino; su crdito todopoderoso;
su gracia de maternidad espiritual. Pidamos a Mara que forme
a Jess en nosotros
La devocin a Mara, adems de ser muy agradable a Jesucristo, es para
nosotros fecundsima. Y eso por tres razones, que ya habris adivinado.
Primero, porque, en el plan divino, Mara es inseparable de Jess, y
nuestra santidad estriba en acomodarnos lo ms perfectamente que nos
sea posible a la economa divina. En los pensamientos eternos, Mara
entra de hecho esencialmente en los misterios de Cristo, Madre de Jess,
es Madre de Aquel de quien todo nos viene. Segn el plan divino, no se
da la vida a los hombres sino por Cristo, Dios-Hombre: Nadie viene al
Padre si no es por M (Jn 14,26), y Cristo no fue dado al mundo sino por
Mara: Por nosotros los hombres y por nuestra salvacin, descendi de
los cielos encarnndose de la Virgen Mara (Credo de la Misa). Ese es el
orden divino. Y ese orden es inmutable. En efecto, notad que no vale slo
para el da en que se realiz la Encarnacin; su valor contina subsistiendo
por la aplicacin a las almas de los frutos de la Encarnacin. Por qu as?
Porque la fuente de la gracia es Cristo, Verbo encarnado; pero su cualidad
de Cristo, de mediador, permanece inseparable de la naturaleza humana
que tom de la Virgen Santsima. [Habiendo Dios querido una vez darnos
a Jesucristo por medio de la Santsima Virgen, ese orden ya no puede
306
cambiar, pues los dones de Dios no estn sujetos a mudanza. Siempre ser
cierto que habiendo recibido por su caridad el principio universal de toda
gracia, habiendo recibido por su caridad el principio universal de toda
gracia, recibamos tambin por su mediacin las diversas aplicaciones en
todos los diferentes estados que componen la vida cristiana. Como su
caridad maternal ha contribuido tanto a nuestra salvacin en el misterio
de la Encarnacin, que es el principio universal de la gracia, as contribuir tambin eternamente en todas las dems operaciones que no son
ms que su corolario. Bossuet, Sermon pour la fte de la Conception.
Citemos asimismo las palabras del Papa Len XIII: Del magnfico tesoro
de gracias que Cristo nos gan, nada nos ser dispensado si no es por
Mara. Por tanto dirigindonos a ella es como hemos de llegarnos a Cristo,
as como por Cristo nos acercamos a nuestro Padre Celestial. Encclica
sobre el Rosario, 1891].
La segunda razn, que guarda relacin con la anterior, es que nadie tiene
ante Dios tan gran crdito para obtenernos la gracia, como la Madre de
Dios. Como consecuencia de la Encarnacin, Dios se complace, no para
amenguar el poder de mediacin de su Hijo, sino para extenderlo y
ensalzarlo, en reconocer la solvencia de los que estn unidos a Jess,
cabeza del cuerpo mstico; esa solvencia es tanto mayor cuanto mayor y
ms ntima es la unin de los santos con Jesucristo.
Cuanto ms se acerca una cosa a su principio, dice Santo Toms, ms
experimenta los efectos que ese principio produce. Cuanto ms os
acercis a una hoguera, ms sents el calor que irradia. Pues bien, aade
el santo Doctor; Cristo es el principio de la gracia, puesto que, en cuanto
Dios, es autor de ella y, en cuanto Hombre, es instrumento; y como la
Virgen es la criatura que ms cerca ha estado de la humanidad de Cristo,
puesto que Cristo tom en ella la naturaleza humana, sguese que Mara
recibi de Cristo una gracia mayor que la de todas las criaturas.
Cada cual recibe de Dios (habla el mismo Santo Toms) la gracia
proporcionada al destino que su providencia le ha sealado. Como
hombre, Cristo fue predestinado y elegido para que, siendo Hijo de Dios,
tuviese poder de santificar a todos los hombres; por tanto, deba poseer
El solo tal plenitud, que pudiese derramarse sobre todas las almas. La
plenitud de gracia que recibi la Santsima Virgen tena por fin hacerla
la criatura ms allegada al autor de la gracia; tan allegada, en efecto, que
Mara encerrara en su seno al que est lleno de gracia, y que al darle al
mundo por su parto virginal, dara, por decirlo as al mundo la gracia
misma, porque le dara la fuente de la gracia [Ut eum, qui est plenus omni
gratia, pariendo, quodammodo gratiam ad omnes derivaret. III, q.27,
a.5]. Al formar a Jess en sus punsimas entraas, la Virgen nos ha dado
al autor mismo de la vida. As lo canta la Iglesia en la oracin que sigue
a la antifona de la Virgen del tiempo de Navidad, honrando el nacimiento
de Cristo: por ti se nos ha dado recibir al autor de la vida; y adems,
invita a las naciones a cantar y ensalzar la vida que les ha procurado esa
maternidad virginal.
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mstico. Est tan unida de alma y de corazn con su divino Hijo, que ahora
en la gloria no anhela ms que una cosa: que la Iglesia, reino de los
escogidos, precio de la sangre de Jess, aparezca ante El gloriosa, sin
mancha ni arruga, santa e inmaculada (Ef 5,27).
Por eso, cuando nos dirijamos a la Virgen, hagmoslo unidos a Jess y
digmosla: Oh Madre del Verbo encarnado, vuestro Hijo ha dicho: Todo
cuanto hiciereis al menor de mis pequeuelos a m me lo hacis: yo soy
uno de esos pequeuelos entre los miembros de Jess, vuestro Hijo; en
su nombre me presento delante de Vos para implorar vuestro auxilio.
Si rehusase peticiones as presentadas, Mara rehusaria algo a Jess.
Vayamos, pues, a ella, pero vayamos con confianza. Hay almas que
acuden a ella como a una madre, le confan sus intereses, le descubren
sus penas, sus dificultades; a ella recurren en las necesidades, en las
tentaciones, pues nentre la Virgen y el demonio hay eterna enemistad;
y con su planta Mara quebranta la cabeza del dragn infernal (Gn 3,15);
tratan siempre con la Virgen como con una madre; las hay que se
arrodillan delante de sus estatuas para exponerle sus deseos y anhelos.
Son nieras, diris. Acaso; pero, sabis lo que dice Cristo? Si no os
hiciereis semejantes a los nios, no entraris en el reino de los cielos (Mt
18,13).
Pidamos a Mara que de la humanidad de su Hijo Jess, que posee la
plenitud de gracia, iluya sta con abundancia sobre nosotros, para que por
el amor nos vayamos conformando ms y ms con el Hijo amantsimo del
Padre que es tambin su Hijo. Esta es la mejor peticin que podemos
hacerle. Nuestro Seor deca a sus Apstoles en la ltima Cena: Mi Padre
os ama porque vosotros me habis amado y habis credo que he venido
de El (Jn 16,27). Lo mismo podria decirnos de Mara: Mi Madre os ama
porque vosotros me amis y creis que he nacido de ella. Nada resulta
ms grato a Mara que or confesar que Jess es su Hijo y verle amado
de todas las criaturas.
El Evangelio, como ya sabis, no nos ha conservado sino muy contadas
palabras de Mara. Acabo de recordaros algunas: las que dijo a los criados
de las bodas de Can: Haced cuanto mi Hijo os diga (ib. 2,5). Estas
palabras son como un eco de las del Padre Eterno: Este es mi querido
Hijo, en quien tengo todas mis complacencias, escuchadle (Mt 17,5; +2Pe
1,17). Podemos tambin nosotros aplicarnos esas palabras de Mara:
Haced cuanto os dijere. Ese ser el mejor fruto de esta conferencia: ser
tambin la mejor manifestacin de nuestra devocin para con la Madre
de Dios. El mayor anhelo de la Virgen Madre es ver a su Divino Hijo,
obedecido, amado, glorificado, ensalzado; como para el Padre Eterno,
Jess es para Mara el objeto de todas sus complacencias.
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Coherederos de Cristo
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mo. Mi alma est sedienta de Dios, del Dios vivo (Sal 41, 1-3). Pues no
me ver saciado sino cuando me sean reveladas las delicias de tu gloria
(Sal 16,15).
As tambin, cuando Cristo habla de esa bienaventuranza, nos dice que
Dios hace entrar al siervo fiel en el gozo de su Seor (Mt 25,21). Ese gozo
es el gozo de Dios mismo, el gozo que Dios siente conociendo sus infinitas
perfecciones, la felicidad de que disfruta en el inefable consorcio de las
tres divinas personas; el sosiego y bienestar infinito en que Dios vive: Su
gozo ser nuestro gozo. Para que tengan mi gozo cumplido en s mismos
(Jn 17,13): su felicidad nuestra felicidad y su descanso nuestro descanso,
su vida nuestra vida, vida perfecta, en la que todas nuestras facultades
se vern plenamente saciadas.
All disfrutaremos de esa plena participacin en el bien inmutable,
como acertadamente le llama San Agustn (Epist. ad Honorat., CXL, 31).
Hasta ese extremo nos ha amado Dios. Oh, si supiramos lo que Dios
reserva para los que le aman!...
Y porque esa bienaventuranza y esa vida son las de Dios mismo, sern
eternas tambin para nosotros. No tendrn trmino ni fin. Ni habr
ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni dolor, sino que Dios enjugar las
lgrimas de los ojos de aquellos que entren en su gloria (Ap 21,4), dice
San Juan. No habr ya pecado, ni muerte, ni miedo de muerte; nadie nos
quitar ese gozo; estaremos para siempre con el Seor (1Tes 4,16). Donde
El est, estaremos nosotros.
Od con qu palabras tan expresivas nos da Cristo esta certidumbre:
.(Yo doy a mis ovejas la vida eterna, y no se perdern jams, y ninguno
las arrebatar de mis manos. Pues mi Padre, que me las dio, es superior
a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre; mi Padre y
yo somos una misma cosa (Jn 10, 28-30). Qu seguridad la que nos da
Cristo Jess! Estaremos siempre con El, sin que nada pueda jamas
separarnos; y en Ell gozaremos de una alegra infinita que nadie nos podr
quitar, porque es la alegra misma de Dios y de Cristo su Hijo: Al
presente, deca Jess a sus discpulos, padecis tristeza, pero yo volver
a visitaros, y vuestro corazn se baar en gozo, y nadie os quitar vuestro
gozo (Jn 16,22). Digmosle con la Samaritana: Oh Seor Jess, divino
Maestro, Redentor de nuestras almas (ib. 4,15), dadnos esa agua divina
que nos saciar para siempre, que nos dara la vida; haced que aqu en la
tierra permanezcamos unidos a Vos por la gracia, para que algn da
merezcamos estar donde Vos estis, para que podamos ver eternamente, como lo pedisteis para nosotros al Padre (ib. 17, 24-26), la gloria de
vuestra humanidad, y gozar de Vos para siempre en vuestro reino!.
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felicidad est muy lejos; no es cierto; cada da, cada hora, cada minuto,
nos acerca ms a ella.
Buscad, os repetir con San Pablo, buscad las cosas que son de arriba,
de all donde Cristo est sentado a la diestra de Dios Padre; poned vuestro
corazn en las cosas del cielo, no en las de la tierra, como las riquezas, los
honores, los placeres; pues muertos estis ya a todas esas cosas que
pasan; vuestra vida, vuestra verdadera vida, la de, la gracia, prenda de
la felicidad eterna, est escondida con Cristo, en Dios. Sin embargo,
cuando aparezca Cristo que es vuestra vida, triunfante en el da
postrero, entonces apareceris tambin vosotros con El en su gloria
(Col 3, 1-4), de la que participaris como miembros que sois suyos. No
desmayis por ningn dolor ni padecimiento; porque las aflicciones, tan
breves y tan ligeras de la vida presente, nos reportan una medida colmada
de gloria eterna (2Cor 4,17). No os desaliente ninguna tentacin; pues si
sois fieles en el tiempo de la prueba, vendr la hora en que recibiris la
corona que sealar vuestra entrada en la vida prometida por Dios a los
que le aman (Sant 1,12). No os seduzcan las vanas alegras, porque las
cosas que se ven son transitorias, mas las que no se ven son eternas (2Cor
4,17. +Rm 8,18); el tiempo es corto y el mundo pasa (1Cor 7, 29-31). Lo
que no pasa es la palabra de Cristo (Lc 21,33); esas palabras son para
nosotros manantial de vida divina (Jn 6,64).
En el curso de estas conferencias he tratado de mostraros que la vida
divina en nosotros no es ms que una participacin, mediante la gracia,
de la plenitud de vida que existe en la humanidad de Jess, y que rebosa
sobre cada una de nuestras almas para hacerlas hijas de Dios: Todos
participamos de su plenitud (ib. 1,16). La fuente de nuestra santidad est
ah y no en otra parte: esa santidad, ya os lo he dicho a menudo y quiero
repetirlo ahora al terminar, es de orden esencialmente sobrenatural; no
la hallaremos sino en la unin con Cristo. Sin m nada podis (Jn 15,5).
Todos los tesoros de gracia y de santidad que Dios destina a las almas se
encuentran como embalsados en Jesucristo. No vino al mundo sino para
darnos parte en ellos con larga mano: Veni ut vitam... abundantius
habeant: el Padre Eterno no nos da su Hijo sino para que sea nuestra
redencin, nuestra sabidura, nuestra santificacin (1Cor 1,30), nuestra
vida.
De modo que, aunque sin El, nada podemos, en El somos ricos y nada
nos falta (ib. 1,7). Estas riquezas, dice San Pablo, son incomprensibles
porque son divinas, pero si nosotros queremos, nuestras son y nos las
apropiamos. Qu se requiere para eso? Que apartemos los estorbos, el
pecado, el apego al pecado, a las criaturas, a nosotros mismos, que pueden
entorpecer la accin de Cristo y de su Espritu en nosotros; que nos
entreguemos a Cristo con todas las fuerzas de nuestro cuerpo y de
nuestra alma, para tratar de agradar, como El lo hizo por un amor
constante, a nuestro Padre celestial.
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Indice
PRIMERA PARTE
Economa del plan divino
1. Plan divino de nuestra predestinacin adoptiva en Jesucristo
-Importancia para la vida espiritual del conocimiento del plan divino, 9. -1. Idea
general de este plan: la santidad a que Dios nos llama por la adopcin sobrenatural
es una participacin el la vida revelada por Jesucristo, 10. -2. Dios quiere hacernos
partcipes de su propia vida para hacernos santos y colmarnos de felicidad: en qu
consiste la santidad de Dios, 13. -3. La santidad en la Trinidad: plenitud de la
vida a que Dios nos destina, 15. -4. Realizacin de este decreto por la adopcin
divina mediante la gracia: carcter sobrenatural de la vida espiritual, 18. -5. El
plan divino desvaratado por el pecado, restablecido por la Encarnacin, 20. -6.
Universalidad de la adopcin divina: amor inefable que manifiesta, 23. -7. Fin
primordial del plan de Dios: la gloria de Jesucristo y de su Padre en la unidad del
Espritu Santo, 25.
2. Jesucristo, modelo nico de toda perfeccin. Causa exemplaris
-Fecundidad y aspectos diversos del misterio de Cristo, 28. -1. Necesidad de
conocer a Dios, para unirse a El: Dios se revela a nosotros en su Hijo Jess: Quien
le ve, ve a su Padre, 31. -2. Cristo, nuestro modelo en su persona: Dios perfecto;
Hombre perfecto; la gracia, signo fundamental de semejanza con Cristo, considerado en su condicin de Hijo de Dios, 33. -3. Cristo nuestro modelo en sus obras y
Indice
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virtudes, 36. -4. Nuestra imitacin de Cristo se realiza: a) por la gracia b) por esa
disposicin fundamental de dirigirlo todo a la gloria de su Padre. Christianus
alter Christus, 39.
3. Jesucristo, autor de nuestra redencin y tesoro infinito de gracias
para nosotros. Causa satisfactoria y meritoria
-Cristo, por sus satisfacciones, nos merece la gracia de la filiacin divina, 42. 1. Imposibilidad para el linaje humano, descendiente de Adn pecador, de reconquistar la herencia eterna; slo un Dios hecho hombre puede dar una satisfaccin
plena y suficiente, 43. -2. Jess salvador; valor infinito de todos los actos del Verbo
Encarnado. Sin embargo de ello, de hecho, la Redencin no se opera sino por el
Sacrificio de la Cruz, 45. -3. Cristo merece, no slamente para s, sino para
nosotros. Este mrito tiene su fundamento en la gracia de Cristo, constitudo
Cabeza del gnero humano; en la libertad soberana y el amor inefable con que
Cristo arrostr su Pasin por todos los hombres, 47. -4. Eficacia infinita de las
satisfacciones y de los mritos de Cristo; confianza ilimitada que de ellos dimana,
50. -5. Ahora, Cristo sin cesar aboga junto al Padre en favor nuestro. Cmo
glorificamos a Dios al hacer valer nuestros derechos a las satisfacciones de su Hijo,
52.
4. Jesucristo, causa eficiente de toda gracia. Causa efficiens
-1. Durante la existencia terrena de Jesucristo, su humanidad era, como
instrumento del Verbo, fuente de gracia y de vida, 58. -2. Cmo obra Cristo despus
de Ascensin. Medios oficiales: los sacramentos producen la gracia por s mismos,
pero en virtud de los mritos de Cristo, 60. -3. Universalidad de los sacramentos;
se extienden a toda nuestra vida sobrenatural; confianza ilimitada que debemos
tener en estas fuentes autnticas, 64. -4. Poder de santificacin de la humanidad
de Jess fuera de los sacramentos, por el contacto espiritual de la fe. Importancia
capital de esta verdad, 67.
5. La Iglesia, cuerpo mstico de Jesucristo
-El misterio de la Iglesia, inseparable del misterio de Cristo. Los dos no forman
ms que uno, 72. -1. La Iglesia, sociedad fundada sobre los apstoles: depositaria
de la doctrina y de la autoridad de Jess, dispensadora de los sacramentos,
continuadora de su obra de religin. No se va a Cristo sino por la Iglesia, 73. -2.
Verdad que pone de relieve el carcter particular de la visibilidad de la Iglesia:
Dios quiere gobernarnos por los hombres: importancia de esta economa sobrenatural, resultante de la Encarnacin. Por ella se glorifica a Jess y se ejercita
nuestra fe. Nuestros deberes con la Iglesia, 76. -3. La Iglesia, cuerpo mstico;
Cristo es la cabeza, porque tiene toda primaca. Profundidad de esta unin;
formamos parte de Cristo, todos una cosa en Cristo. Permanecer unidos a Jess
y entre nosotros mismos por la caridad, 79.
6. El Espritu Santo, espritu de Jess
-La doctrina sobre el Espritu Santo completa la explicacin del plan divino:
importancia capital de este asunto, 85. -1. El Espritu Santo en la Trinidad:
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procede del Padre y del Hijo por amor, se le atribuye la santificacin, porque sta
es obra de amor, de perfeccionamiento y de unin, 87. -2. Operaciones del Espritu
Santo en Cristo: Jess es concebido por obra y gracia del Espritu Santo; gracia
santificante, virtudes y dones conferidos por el Espritu Santo al alma de Cristo;
la actividad humana de Cristo dirigida por el Espritu Santo, 90. -3. Operaciones
del Espritu Santo en la Iglesia; el Espritu Santo, alma de la Iglesia, 94. -4. Accin
del Espritu Santo en las almas donde mora, 96. -5. Doctrina de los dones del
Espritu Santo, 99. -6. Nuestra devocin al Espritu Santo: invocarle y ser fieles a
sus inspiraciones, 103.
SEGUNDA PARTE
Fundamento y doble aspecto de la vida cristiana
1. La fe en Jesucristo, fundamento de la vida cristiana
-La fe, primera disposicin del alma, y cimiento de la vida sobrenatural, 107. 1. Cristo exige la fe como condicin previa de la unin con l, 110. -2. Naturaleza
de la fe: asentimiento al testimonio de Dios proclamando que Jess es su Hijo, 112.
-3. La fe en la divinidad de Jesucristo es el fundamento de nuestra vida interior;
el Cristianismo es la aceptacin de la divinidad de Cristo en la Encarnacin, 114.
-4. Ejercicio de la virtud de la fe; fecundidad de la vida interior basada en la fe, 117.
-5. Por qu debemos tener fe viva, sobre todo en el valor infinito de los mritos de
Cristo. Cmo la fe es fuente de gozo, 120.
2. El Bautismo, sacramento de adopcin y de iniciacin, muerte y vida
-El Bautismo, primero de todos los Sacramentos, 124. -1. Sacramento de adopcin divina, 125. -2. Sacramento de iniciacin cristiana; simbolismo y gracia del
Bautismo explicados por San Pablo, 128. -3. Cmo la existencia de Cristo encierra
el doble aspecto de muerte y de vida, que reproduce en nosotros el Bautismo,
131. -4. Toda la vida cristiana no es ms que el desarrollo prctico de la doble gracia
inicial conferida en el Bautismo; muerte al pecado y vida para DIos. Sentimientos que debe despertar en nosotros el recuerdo del Bautismo: gratitud, alegra y
confianza, 133.
II-A parte
La muerte para el pecado
3. Delicta quis intelligit?
-La muerte para el pecado, fruto primero de la gracia bautismal, primer aspecto
de la vida cristiana, 139. -1. El pecado mortal, desprecio en la prctica de los
derechos y perfecciones de Dios; causa de los padecimientos de Cristo, 140. -2. El
pecado mortal destruye la gracia, principio de la vida sobrenatural, 144. -3.
Expone el alma a la privacin eterna de Dios, 145. -4. Peligro de las faltas veniales,
148. -5. Vencer la tentacin con la vigilancia, la oracin y la confianza en Jesucristo,
151.
325
II-B parte
La vida para Dios
5. La verdad en la caridad
-El Cristianismo, religin de vida, 174. -1. Carcter fundamental de nuestras
obras: la verdad; obras conformes a nuestra naturaleza de seres racionales:
armona de la gracia y de la naturaleza en conformidad con nuestra individualidad
y especializacin, 175. -2. Realizar nuestras obras en la caridad, en estado de
gracia; necesidad y fecundidad de la gracia para la vida sobrenatural, 179. -3.
Maravillosa variedad de los frutos de la gracia en las almas; la raz de que procede
es sin embargo para todos la misma, 183.
6. Nuestro progreso sobrenatural en Jesucristo
-La vida sobrenatural est sujeta a una ley de progreso, 187. -1. Aparte de los
sacramentos, la vida sobrenatural se perfecciona con el ejercicio de las virtudes,
189. -2. Las virtudes teologales. Naturaleza de esas virtudes; son caractersticas
de la cualidad de hijo de Dios, 191. -3. Por qu debe ser dada la preeminencia a la
caridad, 193. -4. Necesidad de las virtudes morales adquiridad e infusas, 196. -5.
Las virtudes morales salvaguardan la caridad, la cual a su vez las preside y las
perfecciona, 198. -6. Aspirar a la caridad perfecta por la pureza de intencin, 200.
-7. La caridad puede informar todas las acciones humanas; sublimidad y sencillez
de la vida cristiana, 202. -8. Fruto de la caridad y de las virtudes que ella rige:
hacernos crecer en Cristo, para completar su cuerpo mstico, 205. -9. El progreso
sobrenatural puede ser continuo hasta la muerte: donec occurramur omnes... in
mensuram tatis plenitudinis Christi, 206.
7. El sacrificio eucarstico
-La Eucarista, fuente de vida divina, 210. -1. La Eucarista considerada como
sacrificio; trascendencia del sacerdocio de Cristo, 212. -2. Naturaleza del sacrificio; cmo los sacrificios antiguos no eran ms que figuras; la inmolacin del
Calvario, nica realidad, valor infinito de esta oblacin, 213. -3. Se reproduce y
renueva por el sacrificio de la Misa, 216. -4. Frutos inagotables del sacrificio del
altar; homenaje de perfecta adoracin, sacrificio de propiciacin plenaria; nica
326
accin de gracias digna de Dios; sacrificio de poderosa impetracin, 218. -5. Intima
participacin en la oblacin del altar por nuestra unin con Cristo, Pontfice y
vctima, 222.
8. Panis vit
-La Comunin eucarstica es el medio ms eficaz para mantener en nosotros la
vida sobrenatural, 227. -1. La Comunin es el convite en que Cristo se da como pan
de vida, 228. -2. Por la Comunin, Jesucristo mora dentro de nosotros y nosotros
dentro de l, 229. -3. Diferencia entre los efectos del sustento corporal y los frutos
de la manducacin eucarstica; cmo Cristo nos transforma en El; influencia que
en el cuerpo ejerce este maravilloso alimento, 231. -4. La preparacin es necesaria
para asimilarse los frutos de la Comunin, 234. -5. Disposiciones remotas: absoluta
donacin de uno mismo a Jesucristo: orientar todas nuestras acciones en orden a
la Comunin, 236. -6. Disposiciones prximas: fe, confianza y amor; cmo premia
el Seor tales disposiciones: la Comunin constituye la ms alta participacin de
la divina filiacin de Jesucristo. Diversidad de frmulas y disposiciones interiores en la preparacin inmediata, 239. -7. Accin de gracias despus de la Comunin: Mea omnia tua sunt et tua mea, 244.
9. Vox Spons
-La alabanza divina es parte esencial de la misin santificadora que Cristo confa
a la Iglesia, 247. -1. El Verbo Eterno, cntico divino; la Encarnacin asocia el
gnero humano a este cntico, 248. -2. La Iglesia encargada de organizar, guiada
por el Espritu Santo, el culto pblico de su Esposo; empleo que en l se hace de
los Salmos; cmo esos cnticos inspirados ensalzan las perfecciones divinas,
expresan nuestras necesidades, y nos hablan de Cristo, 250. -3. Gran poder de
intercesin de esa alabanza en labios de la Esposa, 253. -4. Cuantiosos frutos de
santificacin; la oracin de la Iglesia, manantial de luz, nos hace participar de los
sentimientos del alma de Cristo, 255. -5. Tambin nos hace partcipes de sus
misterios: senda segura e infalible para asemejarnos a Jess, 256. -6. Por qu y
cmo la Iglesia honra y celebra a los santos, 260.
10. La oracin
-Importancia de la oracin: la vida de oracin es transformante, 262. -1. Naturaleza de la oracin: conversacin del hijo de Dios con su Padre celestial bajo la
influencia del Espritu Santo, 264. -2. Dos factores afectarn a los trminos de esta
conversacin: primer factor: la medida de la gracia de Cristo; suma discrecin que
debe observarse a este propsito; doctrina de los principales maestros de la vida
espiritual; el mtodo no es el mismo que la oracin, 268. -3. Segundo elemento:
estado del alma. Las distintas fases de la vida de perfeccin caracterizan, de una
manera general, los diversos grados de la vida de oracin. Trabajo discursivo de
los principios, 271. -4. De cuanta importancia sea en la va iluminativa la contemplacin de los misterios de Cristo: el estado de oracin, 272. -5. La oracin de fe;
la oracin extraordinaria, 276. -6. Disposiciones indispensables para hacer fructuosa la oracin; pureza de corazn, recogimiento del espritu, abandono, humildad y reverencia, 277. -7. Slo la unin con Cristo por la fe puede hacer fecunda la
vida de oracin; alegra que produce en el alma, 279.
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