La Estrategia de Chochueca

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La estrategia de Chochueca

COLECCIN LA MONTAA DE PAPEL


La estrategia de Chochueca
Primera edicin, 2003
Segunda edicin, 2004
Tercera edicin, 2006
Cuarta edicin, 2008
ISBN 1-932271-17-1
Rita Indiana Hernndez
Para esta edicin:
Editorial Isla Negra
Prohibida la reproduccin total o parcial sin previa autorizacin
Diseo grfico y diseo de cubierta:
Jos Mara Seibo
Correccin:
Lucinda Ausente Arte de portada:
Ral Recio Foto de solapa:
Hanne Gutknecht
Editorial Isla Negra
P.O.Box 22648
Estacin de la Universidad
San Juan, Puerto Rico 00931-2648
www.islanegra.com

Impreso en la Repblica Dominicana


PRLOGO

Bajo la mirada de Dios y de los perros


La escritora dominicana Rita Indiana Hernndez tiene
25 aos, 6 pies con 3 pulgadas de estatura y una excelente
novela: La estrategia de Chochueca. Aunque el libro se
agot, al poco tiempo de salir, en las libreras de la capital
dominicana a juzgar por los medios culturales establecidos,
no ha existido. Sin embargo, ya es objeto de un culto
literario fundado en la fotocopia furtiva. Segn el crtico
Nstor E. Rodrguez se trata de "la contribucin ms
importante a la novelstica dominicana de los ltimos 20
aos". Y Emilio Winter Montalvo lo considera una tentativa
de aprehender la posmodernidad propia de las sociedades
perifricas.1* El ttulo nos recuerda la "estrategia de lo
peor" preconizada por Jean Baudrillard para estos tiempos
del paroxismo.
Silvia, la joven protagonista y narradora del relato,
asume, en efecto, una "estrategia de Chochueca" (as se
llama un personaje de la cuentstica popular que roba
atributos y prendas a los muertos). Ella sigue la corriente
de lo que le acontece sin otra resistencia que un discreto
terrorismo de la irona y la distancia. Algunos le llaman a
eso "pasividad radical". Las aventuras de Silvia discurren
por una zona gris de la ciudad primada de Amrica,
habitada de ravers, cyber-freaks y poetas dedicados a la
rola, el sexo, el perico y, en sus lmites, la delincuencia
ocasional tpica frontera nebulosa entre la alta clase
media americanizada y el lumpenato, dria un socilogo.
Pero la novela celebra a su modo los cuerpos jvenes y las
mentes privilegiadas enfrascadas en la fuga paradjica de
la ruptura y el placer. Son "bravos del placer", como peda
el alejandrino Cavafis, hedonistas ilustrados en el desgaste
de la cultura moderna arrancada a pedazos en una ciudad
tropical que encarna la anti-utopa tan temida. En vez de
las palmeras, el cielo azul y el mar que en la distancia
parece que se unen, y de los resorts todo-incluido, destacan
las vecindades miserables, los cafetines tiernamente tacky
de una bohemia espectral, las calles atestadas de turistas,
mendigos y vendedores minusvlidos, el fango callejero
1 Ver El mono adivino 2, revista electrnica en www.monoadivino.org
que se adhiere a las ruedas del vehculo todo-terreno y que
los nios de las barriadas corren a remover con palitos. Pero
ah mismo Silvia y sus amigos cultivan un sofisticado estilo
cool de subsistencia y creacin, unas situaciones que los
definen en su intimidad profunda de una nueva manera, en
imperceptible ruptura con las generaciones todava
adheridas a un proyecto agotado de sociedad. Esas
situaciones incluyen tambin una sexualidad otra bastante
demarcada en la novela, para la cual la palabra queer sera
ridcula.
Desencajados del magma social, solos en sus rituales
exquisitos de cool-idad, los personajes se acompaan por la
avenidas de Santo Domingo labrando un sensorium propio.
Urden esas estructuras nuevas de la sensibilidad que
gustaba invocar Walter Benjamn. Dice Silvia: "Porque
cuando estbamos juntos el da se sacuda el polvo de
encima y se volva una lucirnaga enorme sobre la que t y
yo recorramos la ciudad en crculos perfectos e inservibles,
escarbando este laberinto de pelusas que es Santo
Domingo". Actuar con cierto estilo y actitud en tales
condiciones proporciona una distincin existencial, sin
importar la invisibilidad del acto. "Por un momento es
delicioso saberse sola en este subdesarrollo de mierda",
cavila la protagonista mientras camina con su secreto por
las calles. Y tal secreto, aparte de la conspiracin "cool" del
momento, incluye la escritura. Este texto revela a una gran
artista de la palabra escrita y del arte de contar. Ese es el
mximo gesto contenido en la obra, un tesoro espiritual
ms de nuestro "subdesarrollo" supuesto. Es digna de
disfrute la delicadeza literaria con que se trabaja el habla
juvenil citadina de la R.D., incorporando sus vivos
criollismos y anglicismos, adems de la gracia con que se
hilvanan ritmos orales y escriturales en episodios cclicos
que acompaan la leve progresin de la intriga.
A mi juicio esta obra comunica de modo especial con
Que viva la msica! (1976), del colombiano Andrs
Caicedo. Quiz el personaje de Silvia encama un avatar de
aquella Mara del Carmen Huerta, la roquera loca de Cali
que Caicedo mismo secretamente ansi ser hasta el
instante del suicidio. Ambas, Mara del Carmen y Silvia, son
rubias melmanas que deambulan por ciudades afrolatinas,
acechantes y calurosas. El texto de Rita Indiana Hernndez
tambin pasa por el trance de la msica, el morbo nihilista
de la ruptura y la celebracin de una juventud abierta,
literalmente, a la herida de la experiencia. Vibra la misma
sexualidad otra. Sin embargo la explosin contra-cultural y
el impulso de transgresin quedan atrs en La estrategia
de Chochueca. Para Caicedo la experiencia era fatalmente
imposible porque siempre degeneraba en experimento.
Para Rita Indiana Hernndez la experiencia se trueca en
actitud. Aquella era una rebelda roquera, agnica,
tropezante bajo "la marcha del progreso". sta es una
indiferencia pop, cool-mente agresiva, divertida y
desgajada con el desfondamiento del
"progreso" en nuestras sociedades.
Emilio Winter Montalvo sita a la autora entre
narradores como Pedro Gutirrez, el autor de la Triloga de
la Habana (de hecho, esta novela corta o nouvelle de Rita
Indiana Hernndez, tambin integra una virtual triloga
urbana, junto a dos volmenes que le suceden: Santo
Domingo No Problem y Ciencia- succin). Tal vez ambos
autores coincidan al abordar con cierto hiperrealismo la
ingobernabilidad social y moral del Caribe posmodemo,
pero Rita Indiana Hernndez no participa del gesto
transgresor del escritor cubano y su muy vendido "shock
valu". En el relato de Rita no hay un gran Otro al cual
impresionar con una histeria maldita propia de una
sensibilidad moderna ya perimida. Para ella, al menos en
este mundo, parece que todos somos los domini cani,
nombre en latn de la orden religiosa que significa "los
perros de Dios" y que sirve de gentilicio a su nacin. Ella
adopta "la estrategia de Chochueca", en la cual no hay
nada que transgredir sino "hacer caminar los zapatos de un
muerto", asumir poses cool por dignidad y creatividad
propia sin ninguna autoridad u ojo paterno al cual provocar
en este mundo. Como dice Silvia: "s que pululamos bajo la
mirada de Dios y de los perros nicamente, pero eso ya es
algo".

Juan Duchesne Winter


a Cuki
Uno
Haban matado a alguien afuera. Poda or los gritos y
el correteo de la muchedumbre. Loca por saber algo, yo
tambin corr.
Un camin de cerveza haba arrastrado a un
muchacho dejando la autopista cubierta de visceras y
sangre. La gente quera tirarse de los balcones, corra
morbosa a presenciar las excecrables artesanas de la
muerte. Yo me abra paso entre doas en bata y nios que
explicaban el accidente con lujo de detalles, camin hasta
que pude porque cuando lograba acercarme otra turba me
detena y me haca escuchar las voces de asco. Lo que
escuch aquella noche qued pululando mis sueos. El
cuerpo deformado del muerto, y sus mil versiones, se me
apareca en medio de la conversacin ms despreocupada,
el real se qued detrs del crculo que los vecinos y los
peatones hicieron alrededor de l.
Cuando todo termin y la gente se fue a acostar
camin adormilada por muchas calles, una u otra me
parecan la misma.
La sola accin de andar ofrece posibilidades
inevitables, se camina sin pensar que se camina, ms bien
tintineamos las caderas acompasando las piernas a la
cadencia autmata. Por un momento es delicioso saberse
sola en este subdesarrollo de mierda. Buscaba un telfono
para llamar a Julia, a quien no vea desde haca un ao. Mi
abuela me haba dado un mensaje suyo: deba de llamarla
a las nueve de la noche desde un telfono pblico.
Desde ese momento deb sospechar que algo grande e
intil como el Obelisco caera sobre m, pero no, as que
segu las instrucciones que Julia haba hecho escribir a mi
abuela en un pedacito azul de papel; marqu el nmero y
enseguida lo levant la loca:
Y entonces?- le pregunt.
Tienes que ir ahora mismo a donde Saturnino, l te
va a dar lo que t le prestaste, te acuerdas? Dile al sobrino
de don Saturnino que te lleve en su camioneta hasta un
sitio donde guardar lo que l te d, lo que t le prestaste, lo
que l te va a devolver Ok? OK? Maana te llamo, no, no,
mejor llmame t.
Y colg.
De que Octaviano estaba involucrado no me caba la
menor duda. Lo vea como una vez me cont: cuando era
nio y lo llevaban a la playa correteaba horas al amanecer
detrs de un cangrejo, de esos naranjas que se meten en
las cuevitas de los arrecifes. Me cont que persegua estos
cangrejos y cuando atrapaba alguno le cortaba las patitas y
un ojo, dejando al pobre animal, manco y tuerto, arras-
trndose sin avanzar en la arena. Ahora era yo el cangrejo,
enterrndome enceguecida en arenas ms complicadas
que las de la playa.
Saba que Saturnino era el dueo de la casa de
empeo donde iba a parar todo lo que caa en manos de
Octaviano. All le conocan y tambin a Julia porque se
pasaban pocos das sin aparecer para empear el collar de
la mam o el aparato de msica del pap o de la amiga,
quien estuviera cerca en momentos de desesperacin.
Algo haban dejado all que haba que devolver
inmediatamente. Alguna prenda de oro quiz. "La ltima
vez trajeron unos relojes de muertos, se meten en el
cementerio a quitarles los relojes a los difuntos, con eso no
se juega, eso muchachito tan como mal de la cabeza", me
dijo Saturnino cuando me identifiqu. "Te estaba
esperando", aadi y me hal hasta un almacn en la parte
de atrs donde haba de todo. Huacales llenos de armas
blancas, grandes y pequeas dagas al servicio de la
poblacin, televisores, tres o cuatro bicicletas,
enciclopedias, planchas y tostadoras, bates de baseball, un
espejo con el marco labrado fesimo, un lo de ropa en una
funda, cajitas de msica, muebles que olan a mocato,
cajas fuertes, discos compactos usados y nuevos, todo en
un supremo desorden, cada cosa encima o al lado de la
otra, en una sinfona barroca de metal, mierda y fibra de
vidrio; y al fondo una gran cosa cubierta con una lona azul:
las bocinas.
Todo estuvo bien hasta que vi el tamao de aquellas
bocinas; pude, en medio de la sonrisa nerviosa que me
atac, tener una nocin de en qu estaba metido
Octaviano. Por supuesto, Saturnino muy buena gente y
todo, no me dejara llevrmelas as como as. Sal a la calle.
Necesitaba dinero. Un vientecillo a ras del suelo arrastraba
dos o tres basuritas, llam por segunda vez y lo cogi Julia,
ahora ms torpe:
Quin me habla? Silvia Usted quiere hablar con mi
hermano? Ok Fue a buscar el mandado de papi? Se lo
dieron, el mandado de papi? Consigui dnde llevarlo?
Julia, de qu coo t me ests hablando? Hblame
claro, de quin son estas bocinas?
Nmero equivocado, llam mal- me dijo y colg.
Primero pens que Julia estaba ya completamente
loca, nunca haba estado muy bien. Pero ah estaban, como
pruebas irrebatibles, las bocinas que adems no tena idea
de donde iba a meter luego de sacarlas de all. Llam a
Lorena, una jevita muy cool que haba conocido por Salim,
tena dinero porque su mam haba muerto de cncer
cuando ella era pequea y le haba dejado un tesorito.
Lorena viva en Naco en un apartamentazo, a unas cuadras
de las Galeras, all celebraba unos bonches apotesicos
que siempre terminaban en desastre, una riquita intoxicada
vomitando por la nariz sobre un violador de quince aos
que soba a su amigo dormido por el Lorezepan y el Brugal.
Su papi era un negociante de telas o algo as, la cosa es
que nunca estaba en el pas y cuando estaba no le
importaba mucho lo que hiciera o no hiciera la Gran Lore
que invitaba de boca en boca, con semanas de antelacin,
a un dae colectivo, bandejas de Tiamn y jarabes
codeinosos por todos lados. La mayora de sus invitados
eran chamaquitos del Liceo Francs, muy orgullosos de
tener amigos de la clase trabajadora que no tenan carro ni
piscina ni carnet del Country, pero s muchas historias, y
amigos que traqueteaban con yerba y cidos, y un temblor
seguro en el hablar que por ms que nos imitaran no les
sala. En el fondo, los envidibamos a ellos tambin, la
ropita ntida, los cd's siempre nuevos y acabados de salir, el
bronceado perfecto y el ingls sin acento.
Lorena no estaba, pero s Eduard, su primo, con el que
jangueamos todos, inclusive Julia, por mucho tiempo.
Eduard y yo nos acostamos todo un verano. Si lograba darle
pena seguro me ayudara. Me dijo que no, que por "el
mamaguevo de Octaviano" no mova un dedo. Me dijo que
haba odo algo de una fiesta, un rave o algo, donde se
haban robado todos los equipos de sonido. Clucky haba
organizado el party y estaba como el diablo.
Llam a Clucky. "Si veo al Robin y a Octaviano los
mato".
1) Yo s que fueron ellos
2) A lo pana no se le hace eso.
3) La polica est en eso.
4) Se van a joder
Y me qued con el telfono pegado al odo cuando
Clucky ya haba colgado. "La Polica est en eso", me haba
dicho. En qu?, pens. Y ya antes de poner el auricular en
su sitio saba que iba a seguir en aquella aventura estpida
porque soy as, un poco por el cabrn de Octaviano, un
poco por la neurastnica de Julia, un poco por todo por lo
que cualquiera hubiera abandonado all mismo y se hubiera
ido a acostar a la camita con el abanico y la almohada.
Sola, a unas cuadras del INVI, tom la decisin de continuar
con la firmeza de al que un fuego sagrado lo recorre. Era
tarde y no tena ms de veinte pesos, pero tena diecisiete
aos y me aburra insoportablemente.
Cuando Amanda deca que Octaviano era un maldito
loco, yo haca movimientos afirmativos con la cabeza
aunque en el fondo supiera que l estaba viviendo por
nosotros, los pendejos annimos.
Conoc a Amanda una noche a principios del verano
anterior. Tantas veces la vi mirarme y mirarse y despertarse
de algn misterio escandinavo que en algn segundo, entre
cuento y cuento y paseto por el Mirador, supo que era yo,
que yo era su versin descansada, su reflejo en un espejo
torpe, en el que de una u otra forma ramos la misma: ella
de medio lado, llena de risas sin sentido, yo un poco
pesada antes de las cinco de la tarde. La encontr a ella y a
los otros muchachos, harta de que la llamaran rubia los
dominican assholes, harta de que la llamaran rubia
mientras ella sacuda su melenota marrn, ms caoba que
marrn, que pareca un aplauso aplaudiendo toda la calle El
Conde.
Los encontr en el Century lanzndose cubos de hielo
y servilletas mojadas, y cuando Bernardo, un flaco
desgarbado y con hierros en los dientes, intent subirse a
la mesa para hacer un striptease, el dueo, nos sac a
todos y que "de ahora en adelante son y salsa es lo que se
va a or, y se acab ese ruido de la porra y que no
consumimos nada y que irrespeto, que delincuentes dnde
estn sus paps".
Al da siguiente tendra que aceptarnos de nuevo porque ya
el bar tena fama de antro de raros, y no era slo fama.
Pero cerr las puertas y nos sentamos en las escaleras y la
acera. Las botellas de Presidente se apilaban entre las
piernas y pasaban turistas, espaoles que venan al Museo
del Jamn a traer a la esposa y a la hija, alcohlicos y
sonmbulos, hurfanos vendedores de man, entonces un
amigo nos present y hablamos de Cobain y Meat Puppets
y bla bla bla nos vemos el sbado.
A los muchachos, a los otros, los conoc despus. En
unas semanas estbamos todos, los suyos y los mos, de
arriba para abajo, haciendo bulla, bebiendo, fumndonos
entre diez un cigarro, arrebatndonos cuando podamos.
Por las tardes nos metamos en el apartamento de Franco y
nos sentbamos entre los cassettes de video y las cajas de
cmics, y la paranoia de Franco con los malditos vecinos,
que no fumen que lo huelen los vecinos, que no hablen tan
alto que lo oyen los vecinos. El incienso que se volva una
bola apestosa y nos ahogaba, el incienso cuando Franco no
estaba de mal humor y nos dejaba tocando la puerta una
hora o no abra nunca, porque siempre acababan
botndonos l o sus vecinos; siempre acababan
echndonos de todos lados, no es que furamos tan necios,
era algo en la forma de sonrer, como si con nosotros y
nuestro entrar en los baos de tres en tres, nuestro
besarnos en la boca hombres y mujeres, nuestro rer con la
boca llena, salpicramos a los que nos miraban con una
sustancia insoportable, hacindolas ms mortales an,
porque en nuestra irritante cofrada slo cabamos
nosotros, porque nos habamos matrimoniado sin saberlo,
gracias al Brugal, bajo un aguacero que nos agarr en la
avenida Independencia buscando un carro pblico en que
cupisemos todos.
No todo era tan cool. Lamentablemente, cuando los
acompabamos a comprar a las tiendas de regalos para
los turistas un sentimiento desagradable se me colgaba del
brazo, quiz verlos all, de pie ante un montn de objetos
made in Dominican Republic era verlos ante nosotros, los
otros que somos los mismos assholes que gritan: "Rubia,
rubia, psst! Prate ah". A lo mejor nos vean como
muecos de caoba que se ponen en un estante o sobre la
chimenea y cae la nieve y se est tan bien con la
calefaccin y el cuarto lleno de recuerdos, recuerditos de
Santo Domingo y nada ms. Compraban collares de coral
para la mam, ceniceros de hueso para el to, un dolo taino
para el hermano...
Luego el haitiano en la calle que viene a ofrecerle una
estatuica de madera, que mejor comprrsela que aguantar
esa mirada de nio que odia y que le llena a uno el pecho
como de miedos, no porque un vecino me dijera que los
haitianos se coman a los nios, pues eso lo super despus
de que los vi construir la mitad de la ciudad con sus brazos.
Enfrente de la casa de la abuela trabajaban en una
obra del gobierno, se baaban desnudos detrs de un
cordel con varios sacos a modo de cortina y yo sola
mirarlos desde la segunda planta, el miembro como una
lengua tranquila entre las piernas, echndose unos a otros
cubetas de agua para quitarse esa pasta griscea del sudor
y el caliche. A m no me dejaban ir a jugar por las tardes a
la construccin, pero a los varones s, y volvan a sus casas
enteros y vivos. Este es otro miedo como un ojo abierto por
un mandarriazo y todo en un segundo. Recuerdo a la abuela
que contaba lo que le haban hecho a una sirvienta haitiana
durante la matanza. Mi abuela estaba sola en la casa con la
chica que tena unos meses de embarazo y al or los gritos
en creol se haba metido debajo del fregadero, pero cuando
la gente esa lleg, "como con el diablo adentro, la sacaron
all..." y se me engarrota el corazn, y entonces es voltear,
chupar rpido el refresco o comprarle la jodida escultura,
de lo ms bonita, un anciano con los ojos abiertos, mirando.
Por lo dems la pasbamos muy bien mis amigos y los
de Amanda, mientras Salim los relajaba por fundidos del
caco: "Eto tipo tan fundi de dnde t lo sacate? T ere
otra loca anyway, mi pana, que totao que fundi tan eto
tigre, pero no te panique jevita".
Salim, t siempre en el medio, listo para salvarme de
todo, salvarme de mi propia prudencia, de mi forma de
hacer literatura con la boca cerrada, de decirme cllate
coo, de hacer versiones ms reales de la vida, la vida tan
putita como se nos abra cualquier lunes mal puesto en el
calendario. Porque cuando estbamos juntos el da se
sacuda el polvo de encima y se volva una lucirnaga
enorme sobre la que t y yo recorramos la ciudad en
crculos perfectos e inservibles, escarbando este laberinto
de pelusas que es Santo Domingo. Y as, despus de un
cllate mo, callbamos media hora sentados en el carro,
mirando a la gente, dicindole cosas a la gente. Yo
avergonzndome siempre, tirando fotos a los perros y a los
letreros en las paredes: un cristo viene, un balaguer
asesino, un se vende hielo, un susana maldito cuero, primo
y haydee, se matan puercos, no botar basura en este
lugar... Nos reamos hasta de una piedra, una seora
sentada en la cola de un motor, medio agarrada, medio
salida, medio culo sentado en el aire; otra risa, remos de-
todo^como ganndole ventaja a la tristeza, asomndose
siempre la maldifairruja, mostrando su pezua de casi
vengo, casi llego, esperando a que una nia de nueve aos
con el pecho desnudo entre los hoyos del vestidito se nos
acerque, aturdida de cemento, nos mire un segundo y,
metiendo la nariz entera en el pote, en el fondito de
cemento, se ra con nosotros que ya no remos ms, ya
listos para saltar al Ozama, porque este maldito mundo tan
podrido y que mierda de vida panita... Luego nos
olvidbamos y encontrbamos a Bernardo en una esquina,
camino a su trabajo, con la vicera y el poloshirt de Wendy's,
y le vocebamos: "Trabaja, pendejo!", el pobre rabiaba y
nos gritaba hijos de la gran puta corriendo tras el carro
como un chivo rabioso.
El mismo verano en que conocimos a Amanda y a los
muchachos, fuimos al Mercado Modelo muchas veces, no a
comprar nada, a ver, como veamos la mayora de las
cosas, con un placer de eso basta, eso basta, ver digo. Los
collares, las botellas de mamajuana, el olor a madera por la
multitud de adornos y mecedoras, las vendedoras que
sonren casi siempre, las canastas, los turistas en
chancletas de cuero, machetes, joyas de larimar, aguas
para el mal de amor, cajitas de todos los tamaos,
disparates que la gente compra, azabaches, escapularios,
muecas de cermica y gente.
Un da una muchacha te pregunt si ramos novios, y
le dijiste un poco nervioso, que no, cmo habamos
establecido ese paralelismo sin desgracirnoslo todo con
un tcame all? Saber cmo le contabas a una de tus
mujeres que era la nica y caerle a otra con otro recital de
flechas y corazoncitos me pareca asqueroso, pero ante
todo, ramos cmplices del absurdo, cuando andbamos
las calles a pie, la gente siempre tan necia y poco delicada,
probablemente pensaba: "Mira esa pobre gringuita cay en
las manos de ese sanki", y era como escucharlos aunque
no abrieran la boca. Por eso cuando cruzbamos cortando
tumultos en las aceras y la gente se volteaba a mirar a la
blanquita y al negro, yo suba la voz como un carro de
bomberos, con un acento capitaleo que dejaba flaco al de
cualquier tigre de Villas Agrcolas, y mi propio espaol
vociferado me haca una pared muy alta muy alta donde t
y yo seguamos caminando entre la gente que no nos vea.
A veces el hambre y la sed se refugiaban como un
hombre enfermo en la piedra llena de agujeros que ramos
y nos haca recorrer una y otra vez la misma cuadra detrs
de un fro fro o un vendedor de maz salcochado, metemos
en comedores de mala muerte e inflarnos de arroz y
habichuelas, esperar por horas a un manicero, llenamos en
fin de cualquier porquera que nos hiciera felices. Entre
tanto carbono y caras de estreimiento, entre tanto
pendejo y tumbe y resolver, buscbamos como topos,
mientras araabas por una ventana en que reposar la
cabezota de negro y decirme: "Has pensado que todos los
das, millones de nios se levantan, se cepillan los dientes y
van a la escuela? Hasta yo fui". T parado en un slo
mosaico con un pie en el aire, molestndome, criticando
mis gustos; yo a tientas, tratando de devolverte la bola,
quedndome callada, desesperndote tan
papimamirichardclayderman.
Un da te acompa a recoger un paquete, uno de
tantos que te mandaban las nias engaadas del mundo
entero. Al llegar a la oficina de correos, que estaba llena de
tipos de esos amigos tuyos que gracias a un mayor grado
de melanina y culipandeo reciban regalos y cartas de
mujeres de todas partes del mundo, me qued a esperarte
en el carro y cuando entraste al edificio vi las llaves
pegadas al suiche y sent unas ganas terribles de encender
el carro y robarlo, desaparecer, a una velocidad
desesperada, de viento en la cara y la ropa y la boca, y
como la jonda del diablo coger carretera, una o todas la
carreteras que parten esta puta isla en mil, visitar parientes
desconocidos, lugares desconocidos del sur, el bal lleno de
ron y un machete o un bate de bisbol, cruzar la frontera,
cometer delitos, rerme como un demonio lo hara
levantando el polvo en los caminos vecinales, alojarme con
campesinos que prenden guayacn para aromatizar sus
ranchos, seguir recorriendo esta tierra que tantos pisan,
manejar tanto tanto hasta que se me deshaga el mapa de
infiernos que aguarda ms all de Villa Altagracia, fuera de
esta ciudad y sus barrios, escuchar una madrugada, en una
calle desierta de Puerto Plata, una cancin de Fausto Rey,
respirar su voz un segundo, hasta detenerme un minuto y
escuchar, y volver a empezar en cualquier pedazo de
autopista, todo un solo asfalto de yo y carroyo y yo...
aunque un da la isla se acabara. Y despus qu? El mar
insoportable por todos lados. Regresaste enseguida, el
paquete envuelto en papel manila bajo el brazo derecho,
levantaste el puo cerrado en seal de triunfo, una seal de
triunfo como una trompada.
El sobrino de Saturnino result ser una loca, yo lo
haba visto a menudo en casa de Franco, traqueteando con
pastillas y otras vainas, se tea el pelo y se pona unas
camiseticas apretadas que le quedaban muy mal. Cuando
lleg a la compraventa me vio y me hizo una mueca con el
hombro y la cara, yo me preguntaba si era para que no
hiciera ningn comentario sobre la vendedera de tuercas
delante de su to, o qu se yo... Me dijo que me llevara la
camiona, sin problemas, "para los amigos de Franco todo"...
Y me lanz las llaves con un guio.
Haca mucho calor. Haba montado las bocinas en la
cama de la camioneta que rodaba sin sentido preciso, no
tena idea de qu hacer hasta que de repente pens en el
Tony. Tony tena todos los trucos del mundo, saba de
mecnica, fotografa, buceo, astronoma, y cmo enrolar un
tabaco, manejando y con una cerveza en una mano. Llegu
hasta su casa, estaba en shorts sentado en la
computadora. Tena un ao viviendo en el ciber-espacio, se
haba pelado a caco y empezaban a crecerle los toconcitos
de cabello negro. "Yo no brego con gente, Silvia, ya no", me
dice con la mano nerviosa sobre el mouse.
La sala ola a colchn orinado y haba pedazos de
comida vieja debajo de los muebles. Mi amigo ahora
conviva con fantasmas, la luz azul en la cara y el pecho,
los ojos vacos y endurecidos, la boca entreabierta. "Aqu no
hay piel, ni perfumes, mi ropa, ni colores, slo palabras...
LA PALABRA..." me deca, sondose consigo mismo
despierto y feliz, mientras el cuerpo, el de verdad, se le
entumeca y se le llenaba de arrugas. El cigarro con una
larga cola de ceniza entre los labios, las uas de los pies
negrecitas y las manos como la ltima vez que vi a
Mohammed Al en televisin, cuando todos lo vimos
temblar y temblar como un perro con fro... "Acustate", me
dijo el Tony y me seal, por primera vez sin temblor, un
sof donde haban montones de revistas y piezas de
computadora. Tir todo al suelo y me ech un rato.
Comenz a preguntarme, sin despegar la cara de la
pantalla, todo lo que yo saba. Dur unos minutos con la
boca cerrada, tecleando con un ritmo de undotr
mariposita e, como esperando, como rindose. A m me
coma el sueo, le deca: "Me voa dorm, me voa dorm".
"Aguntate, ya casi, ya casi", me responda, pero mis
prpados eran cortinas con forros de esas que pesan y
tienen borlas y otros adornos chopsimos, entonces por
alguna razn, estbamos yo y unos conocidos en una isla,
o era la luna en cuarto menguante? Bueno, estbamos
irremediablemente fuera de lugar, adems haban unos
canales de agua teida rebosantes y dispuestos a
ahogarnos en cualquier momento.
La voz de la antimateria, que as le llambamos, nos
apresuraba y vigilaba a pesar de su escasez de hueso y
pelo, mandaba y obedecamos. Nos dispuso por grupos en
las distintas aulas, porque aquel sitio estaba organizado en
aulas de kinder o pre-primero. En las paredes haban
estanteras de madera de pino llenas de muecos de hule.
Se nos dijo que construyramos balsas con ellos porque
para salir de all haba que cruzar el Mar Caribe donde los
tiburones hacen fiesta con la carne de la gente. Yo sal a
gatas del aula que se me asign y entraba en las otras a
convencer a los otros de cualquier cosa (buscaba
tranquilidad espiando la actividad de los dems esperando
ver sus avances en el proyecto, pero todos estaban igual de
desesperados que yo). Vi a un enano vestido de kaki, iba y
vena abriendo las esclusas de los canales de agua roja y
verde, pero todava no nos ahogbamos. Entonces, me dio
por partir en dos los muecos, un perrito de orejas cadas y
un dinosaurio. Luego de cada intento me quedaba con los
pedazos de sus cuerpecitos gomosos en mis manos y
senta una impotencia ronca en la barriga porque crea que
lograra mi balsa de esta forma, pero Federico, a quien no
vea desde la graduacin del bachillerato y que estaba ms
gordo que nunca, me explic, sealndome burln, que
haba que aprovechar que los muecos tenan aire dentro,
que esto los hara boyar. Atando un manojo de ositos
rosados podramos hacer flotadores para los brazos, segua
explicndome segursimo, e inmediatamente era yo el
tiburn que vea ese bulto largo pataleando en la superficie
a unas cuantas pulgadas de mi boquita de sierra, y el bulto
que tambin era yo, slo los brazos cubiertos de muecos
inflados como los salvavidas de los nios pequeos, el
cuerpo desprotegido en altamar, en el agua agria de peces
colmilludos.
Ya me entraba la angustia, poda ver la otra orilla
desde la nuestra. Aquel sitio a donde debamos llegar no
auguraba ms confort que el de unas torres hechas del
mismo material blando y horrible.
Atardeca. Me qued sentada en una de las aulas, los
otros zumbadores a mi alrededor confeccionando sus
barcuchas de juguete (entre el calor y las gentes que
corran con nuevas ideas, me so como en una visin:
salvada sobre la fibra de una tabla de surf, guiando a los
otros por entre el mar picado hacia la tierra prometida,
donde segua atardeciendo). Me qued sentada en el piso
de granito de una de las aulas, con un dinosaurio de hule
verde en una mano, mientras ya se nos llenaban las bocas
de agua tintosa.
Cuando despert, vi en en el screen saver de la
computadora encendida una foto de Bob Marley, Tony
estaba en la cocina preparando unos sandwiches de huevo
frito. Me cont que las bocinas eran de un rave que haba
organizado un tal Clucky. Yo saba todo eso, lo que no saba
era que la polica andaba tras Octaviano y Julia, que no
poda hablar porque le tenan intervenido el telfono
porque Robin, que se haba quedado con la mejor parte del
equipo, estaba metido en un lo de tarjetas de crdito y
vainas as, tena a gente muy dura encima de l. Para
decorar el pastel estaban, como cerecitas, un aire
acondicionado y un VHS que Octaviano tena en la
conciencia y dos o tres menores con sus papis que haban
ido a denunciarlo, carajitas del Colegio Apostolado que
Octaviano enamoraba, visitaba, fascinaba, singaba y
robaba. l deca que aquello no era robo, las bobas le
llevaban ellas mismas los radios y los compactos de Pat
Metheny del pap, lo que l pidiera, dizque para sacar a un
pana de un lo o una medicina para su mam. Cuando ya
no tenamos dinero para seguir el bonche, llamaba a las de
turno de casa de Franco; se aparecan all, las pobres, con
un bollito de cien pesos en la mano y l las mandaba de
vuelta cuando ya tena el dinero en el bolsillo.
La vaina es que Tony chate con unos panas; le dijeron
que a Robin no lo haban dejado entrar en el rave, estaba
encojonadsimo con Clucky que no haba hecho nada para
dejarlo entrar, y por semejante idiotez se fue a buscar a
Octaviano e inmediatamente decidieron quin se iba a
quedar con qu: "...porque Clucky se lo merece, qu es lo
que ese chopo se cree?". Se llevaron los equipos de sonido
cuando slo estaba el guachimn, que ahora estaba preso,
pobre guachimn; y se haban ido cada uno por su lado,
pero dnde se meten unas bocinas de ese tamao?
Y Octaviano slo atin a empearlas e irse con el dinerito;
irse (seguro se haba ido a Sosa) para cuando la cosa se
pusiera agria y la polica le cayera a su mam, llamar a Julia
y pedirle que lo salvara, como siempre.
Devolver las bocinas, era la nica solucin a tanto
traque, pero Julia no poda devolverlas porque tambin
andaban detrs de ella, por un asunto de carros alquilados
a los que les sacaban algunas piezas antes de devolverlos.
Polica y todo, dej la camioneta con las bocinas en
casa del Tony, porque ahora confiaba en que amanecera
pegado al monitor como un idiota y no se ira por ah a
darse devueltos con Bernardo, porque ahora Bernardo
militaba en las filas de Cristo.
Camin hasta la casa, la gente empezaba a encender
los bombillos porque no haba luz suficiente tan temprano
para entrar a los baos y cepillarse los dientes. La gente
siempre tan pulcra con hilo dental, aftershave, gotas y
pastillas en el botiqun.
Dos
Me alivi profundamente al ver mi casa en la misma
esquina de siempre, siempre estuvo todo muy oscuro en
esta casa. No s si a lo mejor es un defecto de diseo o una
dejadez catacumbesca del arquitecto, la cosa es que en la
maana y en das nublados slo entra una debilucha luz a
travs de las puertas de madera que dan al patio. A pesar
de las escasas corrientes de aire, el piso se mantiene
bastante fresco, tanto que en los Ochenta, cuando nunca
haba luz elctrica, nos acostbamos en el piso con la
camiseta levantada para sentir el friito en la espalda. En el
patio hay ms claridad, un rbol de guayaba y un
flamboyn, yo sola despertarme temprano para encontrar
a mi abuela bebiendo caf y me esperaba un rato junto a
su mecedora para que me dejara el fondo de azcar de su
taza, que me coma con el dedo viendo como los lagartos
se mordan unos a otros. Despus del accidente en que
murieron mi padre y el abuelo, la abuela no estuvo muy
bien, tampoco el to, que dej de dar consultas y empez a
costarle trabajo irse a baar o responder una pregunta
elaborada. Cuando era pequea y mi padre an viva, el to
Manolo me llevaba a patinar. Cuando me abrazaba, su
barba me picaba, pero yo no deca nada porque el to tena
mucha paciencia conmigo y mis torpezas, y me contaba
cuentos en donde siempre nosotros dos, junto a Simbad el
marino, ramos vencedores y regresbamos a la casa con
la mochila llena de esmeraldas para la abuela. La verdad
era que las esmeraldas eran semillas, piedras, tapitas,
botones que l me haca recoger de la calle y clasificar por
orden de tamao y color. Organizaba las esmeraldas un da,
colocndolas una por una en una caja de zapatos,
agachada en el cuarto de la abuela. De repente pequeas
cositas fras comenzaron a golpearme la nuca y la espalda
cayendo luego hacia el piso con un ruidillo de gotas o de
vidrio, pero el ruido era de monedas que me caan del cielo,
me las tiraba el dios al que rezaba todas las noches, o era
uno de los que la vecina tena en un cuartucho, unos sobre
otros, vela sobre vela, uno pisando a un monstruo, uno en
un caballo, cualquiera poda ser.
La abuela me lo aclar todo. Haba sido papadios y
sanseacab, y si me coma toda la comida seguro me
caeran ms monedas del cielo. Eso no sera tan fcil ya
que era un fenmeno comn el que la carne se me volviera
una bola seca en la boca y peda permiso para ir al bao
con los bolsillos llenos de comida masticada. Pero papadios
result ser muy tolerante o lo que deca doa Pepe de que
Dios est en todas partes, cosa que an no entenda del
todo, era mentira, porque precisamente la maana en que
acababa de aprender a amarrarme los cordones y
perfeccionaba mis logros presa de una precoz obsesin,
algo slido tintene sobre mis omplatos. No me mov,
creyendo que con cualquier gesto mo cerrara la llave
celestial. Sonre, la abuela tambin sonrea, haba visto el
regalo que me ganaba por rezar todas las noches, por
comerme la comida, por no refunfuar, en fin, por creer.
Durante las vacaciones de aquel ao me llen de un
salpullido persistente. Me aliviaban con algodones en agua
helada para que no me rascara hasta sacarme sangre, y un
sbado de agosto la fuente medalaganaria de monedas
chorre sus favores sobre mi cuerpecito veteado de
ungentos y pomadas, y levant la cabeza con la certeza
de que vera la cara de Dios. Lo que vi en su lugar fue an
ms desconcertante: un familiar vestido marrn y dentro de
l una seora alta y rubia sosteniendo entre las manos el
monedero abierto. "Sabes quin es Dios?", le escuch
decir. "Quin?", escuch invisible mi hilillo de voz. Y
clavando el perfecto y delgado ndice en el centro de su
pecho: "Yo", proclam mi abuela omnipotente.
Ya se haban levantado cuando llegu, el to me mir
sin muchas ganas y volvi a clavarse de cuerpo y alma en
la televisin, la abuela, que no se acostumbrara nunca a
m, a mi poco hablar, poco comer, poco rer, tampoco hizo
mucho esfuerzo en sermonearme y se qued callada con
los ojos en el caf con leche. Di unas cuantas vueltas en la
casa como una estpida, agarr una toalla limpia y entr al
bao, no muy segura de nada... Ya desnuda, la baera
duerme con la panza hmeda y transparente hasta que mi
pie la parte en pedacitos ondulantes. El lquido tibio me
lame las heridas y respiro capaz de tragarme todo el aire
del mundo. Estoy hasta el cuello y el agua me dio, como a
Frida, toda una serie de memorias. Es como ver el lbum de
fotos de un desconocido en el que nos parece reconocernos
sobre las rodillas de un seor de barba y gorra verde. Nos
descubrimos en aquellas mmicas ajenas, porque al final
son slo un puado de gestos de los que hemos abusado
los humanos para interpretar nuestros papeles una y otra
vez, recurriendo a los ademanes de un aborigen australiano
ante un didjeridoo, cuando estamos sentados frente a un
cnsul tras una visa cualquiera.
La piel es ahora de un ncar incorruptible, podra estar
llena de monstricos libidinosos y la piel permanecera
quieta, Titanic inerte bajo el cloro y las bacterias del
acueducto de Santo Domingo. Tranquila, trato de imaginar
otras cosas, pero los sesos se me llenan de burbujotas,
aplausos quedos, el recuerdo de la voz de Lucecita Bentez,
y la cara de mi mam cuando deca nena nena la Bentez,
ruidos del alma que acuden a la superficie cuando el
cuerpo se recuesta. Hago buches con el agua y admiro,
tremendos, mis pies al otro lado de la tina con sus
respectivas carencias de carne, flacos como espadas, los
dedos largos, anunciando una venida del cielo.
Fuera del bao, existen otras cosas: un mundo
aparatoso y terriblemente rido. Un espacio instalado sobre
el movimiento, el infame cabalgar de la gente, gente sola
que no va a ninguna parte, que coinciden meneando la
cabeza con la gran sinfona del desencanto y el escndalo.
Las guaguas atestadas por la turba ciega, la muchedumbre
endemoniada, vida de otros, los otros, porque el otro es la
nica versin del todo que podrn manosear.
Hay que truquear; volverse una bola pequea miope;
mojarse hasta dentro de los odos y por debajo de los
prpados, para descansar. El agua est muda. Se ha
llenado del polvo triste con que se nos llenan los das en la
calle, all afuera.
Salgo babeando vapor, salgo del bao para
encontrarme al to Manolo sentado en su sof (lo mand a
buscar por catlogo) frente a un Pavarotti obeso y ridculo
dentro del televisor, pero sigue siendo Pavarotti. Y sigue el
to llorando, como llora cada vez que escucha al tenor, y en
el clmax de la interpretacin la abuela se ha montado en
una silla arrastrando la osteoporosis y, temblorosa sobre el
dedo gordo del pie, ha empezado a martillar las bisagras de
un ventanal que llevaba cerrado siglos. El to la mira y la
hubiera podido hacer sangrar con aquellos ojos mocosos y
ella, de espaldas a aquel odio momentneo que le
provocaba a su hijo, sigue martillando pum pum pum sobre
Verdi y toda su infame Traviatta y con que gusto pum pum
el mazo seco sobre el metal y el xido.
Yo nunca estoy en la casa, a lo sumo duermo, aunque
el sueo se me pueble de tarareos desagradables en esta
cama en la que el abuelo y la abuela hicieron sus ocho
hijos. La abuela adopt su ancianidad de profeta torpe,
rodeada, como una aparicin, de florecitas podridas y
vainas del flamboyn del patio, y con las perlas y las cejas
pintadas hasta las mejillas y las canas fosforescentes entre
la maraa negra recogida en un moo. Ahora est doblada
buscando los nmeros de la lotera en las pintas de una
planta de hojas acorazonadas, le he preguntado algo y me
ha contestado, meciendo la cabeza, que estaba muy fresca
la tarde y que haba que ponerse una estola para salir y
vuelve a sentarse en su mecedora, pum pum.
Fui a casa de Tony, donde las bocinas haban pasado
la noche, pero no hay nada tan desafortunado como un
dedo enfermo, no estaba El Tony, no estaban las bocinas y
de la camioneta, slo una mancha de grasa en la
marquesina. Y como dicen que ven los que estn a punto
de morirse, vi la vida de Octaviano en un segundo: el
estupro, el hambre, el sucio, la oscuridad... comenc a
ponerme amarilla y me sent en la acera a esperar que me
llovieran pedazos de nspero podrido.
Silvia, qu te pasa jevita?
Ah estaba el Tony, con lo mejor de Lee "Scratch" Perry
en la cassettera, los ojos semi-cerrados por los punzones
del sol; me mont en la camioneta y arranc.
Al bajar la Lincoln hacia el Malecn vi por el rabillo del
ojo los puestos de muecos inflables en la acera del
Hospital Angelita, jirafas, aviones, betty boops, conejos
enormes, todos colgados de un cordel. Record una noche
por el '81. Me haban comprado una mueca de estas, fue
durante el Festival del Merengue, yo rea viendo desinflarse
mi bailarina plstica y alguien, metindome el pitillo
baboso en la boca, me enseaba a inflarla de nuevo. En
Semana Santa nos compraban a todos los nios de la casa
muecos de estos, que nunca regresaban a la ciudad, se
quedaban pinchados en la rama de algn rbol o en las
puyas de una verja. A todos nos compraban muecos
frente al hospital donde las camitas estn llenas de nios
hinchados por la fiebre y la raquia; nios lisiados,
diarreosos, ulcerados; nios y nias deformes, llenos de
pstulas y sucio; bebs sobre sbanas manchadas de
marrn; madres enflaquecidas y ojerosas que abandonan a
sus hijos cuando ya no pueden pagar la receta; madres
enfermas de hijos, cansadas, llenas de muertes como
muecos de plstico.
Me llen la boca con el aire del Malecn y me sent
mejor, ahora sentada en la parte de atrs de la camioneta
junto con mis bocinas, sin que nadie que las vea se imagine
ni la mitad de la historia. La camioneta da saltos tuc-tuc
cada metro y medio, cuando las gomas pisan por encima
de las ranuras de la avenida.
Las cuatro de la tarde y el mar picadsimo. Olas
fantasmagricas, olas que vienen y se entregan a otras
ms grandes, otras perfectas listas a convertirse en un
salpiconazo de gotas histricas y luego aire, agua
milimtrica en la avenida y en mi cara... De lejos las crestas
de leche se ven en cmara lenta acercndose a los
arrecifes a lamer. De cerca son garras que estallan siempre
en las piedras escupiendo agujas de sal sobre la ciudad.
Y estn los policas que mantienen el hilo que separa el orden
de la orga en el Malecn: separan a los novios que se
besan pegados a los almendros, esconden a los palomos
adictos al cemento para que no los vean los turistas y
tumban a los choferes alguna borona.
En Gibia, los surfin apean sus tablas de los carros o
bajan en manadas descalzas desde Gazcue con un vaho a
salitre y a agua de colonia que vence las canillas de las
jevitas de Arroyo Hondo. La melenita metindoseles en la
boca con la brisa del mar, los cuerpos tostados o con pecas
o con cicatrices horadadas por los corales y las botellas de
vidrio que descansan junto a otras basuras en el fondo de
la playa.
Y luego esa parte antes de llegar a Montesinos, esa parte
donde todo sali de una foto, los edificios de quin sabe
que gentes, edificios que siempre han estado pululando
entre heladera y cueva de crackeros, hasta que se llega al
parque ssssssss donde estn jugando bsquet los morenos
que le gustan a Franco, que cuando sudan se secan con el
pulgar o con la parte de debajo de la camiseta y van
dejando charquitos de sudor y saliva, porque escupen y se
empujan y se les escurre el agua como un jugo delicioso
con el que cubren la cancha.
Franco y yo venamos a contemplarlos, los mirbamos
jugar, los mirbamos brincar como en un circo de pulgas.
Franco, que tena en su cabecita una versin ampliada y
revisada del Marqus de Sade, rogaba a un dios de carne
que le concediera uno de aquellos culitos negros, tan duros
y espigados, mejillas de cielo, deca. Yo trataba de no rer
como trate de no rer cuando encontr a uno de los
muchachos en su apartamento.
El muchacho se present y me sonro con una
mariconera aprendida. Ya se lo habra metido, porque
Franco era tenaz y haban dos manchas pegajosas en el
cubrecama. Leo, que as le gustaba que le dijeran, tena
diecisis aos y en Ciudad Nueva, una noviecita que se lo
mamaba muy bien, aunque no se lo dejaba meter, "porque,
linda, yo lo tengo como un burro" y se pona la mano en la
entrepierna para confirmar el comentario. Franco le
preparaba batidas de lechoza con leche y le acariciaba la
cabeza como a un perrito de peluche.
Todava Julia no viva con Franco cuando todo se
descontrol. Fue casi al final de ese ao que Julia se le
instal en la pieza y compartan la cama y los hombres, el
bao y los sandwiches de salami Genoa. Cuando caamos
todos en aquella cueva alfombrada, Franco cocinaba pailas
de moro de habichuelas negras que comamos en platos de
cartn, viendo pelculas de Bette Davis o de cualquier otra
diva del Hollywood de oro, fumbamos un fino tras otro, y
atrs de cada uno Franco nos echaba encima un spray con
olor a gardenia para que a los vecinos no les diera el tufo a
yerba, y qu fabulosa la Davis con su cara que hay que
joderse, con su boca redonda, cmo dice: "...fasten your
seatbelts, it's gonna be a bumpy night...", cmo re hasta
de la muerte, porque si la muerte tuviera algn rostro sera
el suyo. Llegara ms gente acalorada y la cueva crecera
como un globo, feliz purgatorio de goma donde dormamos
unos sobre otros, a menos que Franco nos sacara
adormilados porque vena un bugarroncito a ofrecerle
servicios que siempre pondra por encima de nuestra
compaa.
El Tony y yo nos fuimos metiendo en callejones cada
vez ms angostos, la acera empez a desaparecer, las
calles se volvieron estrechos caminos de lodo amarillo que
se queda pegado de las gomas de los carros volvindose
duro o arenoso, luego vendran los nios con un palito a
despegarlo. Nos detuvimos en un colmado, el nico
telfono en un barrio entero, llam a Julia que al fin
coherente me dijo: "Llvale las bocinas a Manuel, l me
debe unos favores (favores), dile que llame a la polica
(polica) para que pasen a buscar las bocinas".
Manuel trabajaba en un sitio donde pasaban trabajos
a computadora, sacaban fotocopias y por unos varos ms
te vendan los trabajos de otra gente para la universidad.
Era un stano pintado de azul bolita, se le quemaban a uno
los ojos con aquel color y aquellas gentes tan deformes
frente a sus teclados, gente como l, gorda o calva, tiqui,
tiqui, tiqui, o repugnantemente fea, tuc, tiqui, tuc, alguno
sin un diente, tic... Al vernos, a Manuel le dio un mareto, no
me dej abrir la boca el imbcil, se cagaba de miedo
porque ya lo saba todo. "Yo no tengo nada que ver". Nada
nada nada, repeta movindose como un ratn, sonriendo
sin ganas, yo me imaginaba como se lo haba metido a Julia
una y otra vez y ahora se cagaba de miedo, yo no lo
dejaba, lo jod al imbcil, no tanto por las bocinas que yo ya
haba aceptado como se acepta un absceso, si no por todas
las veces que se lo meti a Julia, los favores de entrada y
salida por los que ahora no quera pagar, maldito imbcil.
Y no lo dejaba, hasta que le vi algo como una lagrimita en un
ojo, y me fui, maldito pendejo, me fui con mi encargo
decidida a llamar yo a "la gente", la gente que usa cascos y
porras, esa gente que yo no s de donde coo sale, esa.
Volvimos al colmado, el Tony deca que era ms
seguro. Julia sola decir esas mismas palabras en los
centros comerciales, me deca: "Es ms seguro... es ms
seguro robar en tiendas medianas, porque las grandes
tienen una seguridad muy buena, y las pequeas tienen
dueos paranoicos que vigilan a todo el mundo" y me
miraba con esos ojos de huevo. "Pero las medianas..." y
mirando a ambos lados se meta un puo de pintalabios o
de lpices o una pieza de ropa interior embollada en el
bolsillo, cuando no era algo peor, como si nada. Yo
murindome y ella saliendo de la tienda con un bulto de
vainas debajo de la camisa, si alguien la agarraba yo no
tena que ver, entonces entend al imbcil de Manuel: nada
que ver como una faldita rosada.
Del colmado llam de nuevo a la polica, haciendo
vocecitas extraas, porque pens que si me haban odo
hablando con Julia reconoceran mi voz. Vocecitas
rarsimas, tanto que las primeras veces me colgaron
enseguida: "Al, al, al, tengo las bocinas, las bocinas que
se robaron el mircoles al, al..."
El lado de la calle estaba lleno de piedras fofas que
estallaban bajo los carros y los motoconchos. Los vecinos
empezaron a salir a verme, a ver la flaca que anda con un
tipo y unos bocinones, los tigres del barrio me hacan
preguntas que yo no responda, las doas se decan todo
entre ellas, y el colmadero, que haba odo mis vocecitas, se
qued callado delante de un saco de arroz del que sala
media coja una cucaracha.
Tres
"A m lo que me gusta es joder", dijo una vez Salim.
Seran las ocho de la maana, y nos haba amanecido en el
Parque Mirador, los rayos blancos de sol entre los rboles,
uno all otro aqu como palitos chinos de comer, la hierba
un poco hmeda, no demasiado, y Salim y yo con los pies
descalzos sobre la hierba y una florecita amarilla, la ltima
botella vaca en el bolsillo del jean. "Joder, t sabes -me
deca- es como la gente que le gusta que le lean la mano,
la taza, las barajas, los vasos de agua, a m no me interesa
que me lean nada, no quiero saber nada, yo lo que estoy es
tripiando aqu abajo", y deca abajo como si en algn
momento hubiera conocido algo mejor, algo con algo de
olimpo, a lo que pretenda regresar en cuanto se terminara
su misin.
Amanda acab tambin acostndose con l,
borrachsima porque no se meta drogas, en un bonche en
casa de Franco que esa noche nos recibi con los ojos
pintados y una faldita de chifn verde. El muy maricn, nos
meti en la cocina, atiborrada de botellas y nos prepar un
traguito morado, y lo deca as cuando lo pasaba a cada
invitado: "Un traguito", con cierta cualidad de hormiguita
samurai en el acento, porque Franco era de padre japons y
despus de las seis de la tarde, que para esa hora por lo
general ya estaba bastante bateado, se le meta un acento
franco san, que no haba para nadie, y tililn tililn con el
legado familiar. Ya en la madrugada era ms placentero
verlo con el maquillaje vuelto sopa, la ropa deshecha, y la
risa de Marlene Dietrich. Eso cuando no lloraba y te
abrazaba y te quera y te haca meterte con l varios
gramos de perico y te contaba cmo su ltimo amor le
meta pedazos de manguera olinternas por el culo...
Despus del primer trago morado Amanda empez a
moverse como una puta. Le quedaba muy bien, por aquello
de que era extranjera, y que a pesar de que bailaba encima
del merengazo de los Rosario como si fuera algo de Dexter
Gordon, era tan bella que poda mearse all delante de
todos y le hubisemos aplaudido con gusto... nos
quedamos mirndola idiotizados, bueno, yo me qued
mirndola, mirando su cuello sobre aquellos hombros y
aquellos labios helicoidales y hmedos por los que la
lengua pasaba siempre o de vez en cuando, lengita,
moviendo suavecito las caderas que no eran muy anchas, y
la cara que siempre estaba como al borde de una sonrisa
diablica, solo al borde, porque sonrea muy poco. Salim no
se aguant y se par a bailar con ella que tena los ojos
cerrados y la boca entrabierta. La empez a tocar, y yo con
l desde mi asiento, la punta de los dedos en su costado, la
otra mano en la cintura luego en la cadera, como un dolor
fro cuando sus labios rosiblandos en mi dedo pulgar que
era el de Salim, la espalda de queso, el vientre bajo la
mano bajo la blusa, la mano que resbala murindose, ya
parecan dos babosas, casi chorreando, mientras yo, yo
meneaba unos hielitos en el vaso...
Pero el da del Mirador Salim no se haba acostado con
nadie y hablbamos de la libertad: "La libertad asume
formas tan extraas. Una vez en una exposicin -me
contaba- en una exposicin, en un sitio muy chic, t sabes,
yo voy con mi trajecito, recin pelato, a ver si se me pega
algo, pero me estaba cagando, cuando busco el bao,
preguntndole a la gente fabulosa y sin un pelito mal
puesto que hay en estos sitios, vieja qu fuerte. Lo
encuentro al baito, muy lindo por cierto, pero slo hay uno
porque como son gente tan evolucionada, no hay que poner
un bao para las hembras y otro para los varones como
Dios manda, no, hay que ser el ms cool, y poner uno slo,
para que las mujeres vean a los hombres apoyados de la
pared cuando mean. Y entonces entro al bao, que adems
no tiene pestillo, y me siento a hacer pup en proporciones
majestuosas. Al terminar el bao qued hediondsimo, y
afuera esperaban unas tipas que estaban para comrselas,
dos bombones te digo. Poda quedarme ah adentro a
esperar que se fuera el bajo, pero iban a pensar que estaba
estreido y lo vea pujar con su trajecito de saco y corbata,
mientras las jevitas se rean afuera con las rodillas juntas
aguantndose los miaos- as que sal y las tipas estas
entraron, pero no pasaron de la puerta, porque el bajo era
increble y huyeron con las narices entre los dedos
haciendo aspavientos como dos guineas. Que fuerte, por
eso digo lo de la libertad...".
Y fue un poco por joder que me qued en aquel colmado
asqueroso, a ver si se jodan ellos o yo, mientras el Tony
segua hablando con la gente que preguntaba y
preguntaba; eso s me molestaba. Me molesta que la gente
hable, me toque, me diga cosas como si me conociera, por
eso le doy dinero a los que piden, por eso no me quejo
cuando me traen menos sopa o una pizza de ajes cuando
yo la haba pedido de jamn, porque a la gente quiero
hablarle lo menos posible. De queso? S, Hasta donde
llega seorita? Hasta la Mximo Gmez. El hamburguer
con papas o con tostones? Y yo qu s. De repente, a
veces, me sale una simpata asquerosa: Hola, hola. Est
todo bien pero slo a veces, es que la gente..., no toda por
supuesto, estn mis amigos, don Eusebio...
Deca que la gente se acumulaba en el colmadn, yo
llamaba y llamaba a la polica, que no me crea nada,
entonces llam a Julia que estaba de nuevo con la paranoia
del telfono, pero quedamos a las cinco en casa de
Bernardito que ahora era predicador de la palabra del
Seor. Tena una casa en Los Praditos donde viva junto con
su esposa, otra evanglica esquizoide. La sala la haban
llenado con posters de citas de Isaas y de los Salmos y
fotos de atardeceres, siempre los atardeceres como si
fueran la creacin ltima de Dios. Coo, te apuesto que no
se aguantan viendo un atardecer de verdad ms de cinco
minutos, y la Biblia usadsima, bajo unos lentes de ver en la
mesa de la sala. O un nio llorando en otra casa cuando
Bernardo me abri la puerta y entr sin saludarlo buscando
el telfono, "Si son cosas de Satans, te me vas", me dijo.
"S", le dije, "voy a llamar al Tony para que venga a traerte
las cositas que te gustan". Se qued callado y me dio pena,
siempre me da, lo vi en aquella esquina con su camisa
blanca y el pantaln de gabardina del pap, all,
arrepentidsimo de todo...
"El Seor me habl, Silvia, yo estaba en la cocina,
yo haba cado en lo ma sucio, no me acordaba ni de mi
nombre, de nada, una semana de bonche pesao, t sabe, y
el Seor vino esa tarde y me sac del cuerpo, y me habl,
yo no te puedo decir cmo, pero me ense el que estaba
abajo y lo vi, me vi as como con la cabeza llenecita de
demonio, de culebra, como con colores y cosas. Feo feo feo
feo, yo tena to eso demonio viviendo adentro de m, t
sabe y me lo sac to, el deseo de la cosa mala me lo quit".
Yo empezaba a saber, a querer rerme, pero no poda
vindolo sacudirse cada vez que deca la palabra Seor.
Deca Seor y se le erizaban los vellos y sacaba la lengua
con una elegancia epilptica y yo viendo en mi cabeza
como se le llenaba la cocina de monstricos a Bernardo,
como se le llenaba la sala de atardeceres, de profetas
tergiversados, de cosas feas.
A Julia, cuando lleg, le entr una preguntadera. El
nio segua llorando en el patio de los vecinos. La
tranquilic a la Julia y le cont, ella rio un poco, sintindose
aliviada de Octaviano alguna vez, y l probablemente bien
gracias en Sosa con una jevita de ojos azules y cuarto con
aire acondicionado y que mejor para un demonio como l.
"Soy un prfugo", le dira a la jevita que se imaginara un
banco asaltado o un asesinato con unas tijeras. Julia todava
se crea la historia de que pasaba hambre y le mandaba
dinero por Metro, o siempre supo y se haca porque tambin
estaba como para trancarla y botar la llave. Me dijo que
Robin se haba ido a Hait porque estaba muy caliente el lo
de las tarjetas y Octaviano, bueno a Octaviano lo buscaban
por las bocinas y por otras cosas... dejando los ojos en
blanco lo deca, como quien no sabe nada, Bernardo con la I
Biblia entre las manos sentado, mirndonos como quien ve
alguna cosa extraa. La gente es encantadora.
Tony y yo volvimos al colmado donde nos recibieron
con un poco de miedo un par de seoras que compraban
verduras con una ponchera en la mano. La ms vieja de las
dos le meta la ua a una auyama para comprobar la
madurez de la vianda y el banilejo dueo del colmado le
deca: "Doa, no sea abusadora". Ped un refresco rojo, por
pedir algo y en eso lleg Roco, la novia de Tony.
"Qu t haces con esta tipa?", entr diciendo, con su
pelo planchado que se hace bolitas de alambre en la nuca.
Despus vi a la enana que la acompaaba, una enana que
tena ms maquillaje que ella. Roco le salt a Tony encima
como un leopardo. La enana sonrea y yo con ganas de
estrangularla, maldita enana con las uas de los pies
pintadas como la gente grande. La otra estaba como una
bestia, gritaba y se le brotaba una vena en la garganta, se
le iba a brotar la vena verde, daban ganas de tocrsela con
un dedo de tan gorda que estaba la vena. El Tony como un
nio, nada ms le faltaba llorar al pendejo. "Cllate, Roco,
cllate", le deca con una voz de manotazo en el aire para
espantar una mosca, pero Roco era una fiera rabiosa, que
deca que yo era una puta, que yo era una tecata, que yo
era una una una una. Ya no saba que ms decir, la chopa
con aquellos dientes de Bugs Bunny. Y la enana, ay la
enana, que se rea con la esqunita del diente y pona un
pie arriba del otro con sus chancletas de plstico y sus
uitas pintadas. Tony las sac poco a poco, empujndolas
con el cuerpo hacia fuera del colmado que pareca ms un
circo de enanos y todo. Yo me qued adentro, esperando.
O un chillido como de burro y al salir lo vi al Tony
tumbado en la cuneta con una mano en la frente donde le
salan chorros, verdinegros o rojos, de sangre porque Roco
le haba dado con un pen que le pas la maldita enana,
y ahora se iban las dos en la camioneta; volte a mirar
cmo se alejaban con la camioneta ajena, y al doblar la
esquina, la lona azul que cubra las bocinas sali volando,
como diciendo adis, adis.
La verdad, ya no me importaba.
Who gives a damn? Uno es Clark Gable cuando se
tiene una abuelita con el tocador lleno de Valiums y
Diazepam.
Me siento as, como shhh, no hay mente panita, con la
lmpara apagada y dos Diazepanes abajo, bebindonos
despacio una Cocacola.
"Silvia, hay que llamar a Roco. Perdnala, que es que
a ella le falta litio en el cerebro y cuando no se toma la
vaina se le confunden lo cable", me deca el pobre Tony. Y
yo lo oa lejos y vea en su cabezota el golpe, ahora bajo
una fundita de hielo, mientras escuchaba a Bjork con su
pop de burbujotas ready para el 2015. Tony estaba
histrico con las bocinas, yo no, yo cantaba feliz de mi
Cocacola y de mi Bjork con hielo, sintindome como una
princesa del bien, como una renunciadora, con una sonrisa
estpida en la cara que se me derreta. Tony deca que
Roco... que Roco..., yo no quera orlo y casi lo logro
cuando record la noche del choque.
bamos muy rpido, el Octaviano y yo, por Las
Amricas volando en el carrito azul que tena Octaviano en
aquel entonces. "Una bala, jevita", me deca loqusimo, y
nuestra conversacin era una baba sin fin, una telaraa
fotogrfica. Octaviano tratando de meterse la botella de
cerveza en la boca como Madonna, "...pero esa es una
perra", y lo deca con un gusto, "...se la meta hasta la
mitad esa perra", y Madonna y Darwin y las jirafas y de
qu hacen los detergentes? Y Platn y Plotino y el Conde de
Saint ^- Germain y Henry Miller y Pollock, coo que
Franco hizo unos crpes el otro da mortales y la yerba que
no aparece... la sequa quiz, la sequa, y sentimos los dos
un golpe seco como de caja llena de cajas en la esquina
derecha del carro, un golpe slido que empuj algo con un
estruendo de bal lleno de plumas... Octaviano meti la
pierna en el acelerador y el carro rod haciendo escndalo.
Las palmas horribles, manimuertas espinas hacia la noche.
"Lo viste como sonrea?", me pregunt Octaviano con una
voz que no era suya, una voz que masticaba piedras, no
respond y ya nunca nos dijimos nada.
Tony pudiera ser autista, se queda solo cuando est
conmigo, pensar en idioteces de las que dice o no, quiz
es un genio enfermizo con un plan para conquistar el
mundo. Lo vea junto a m, cuando caminamos hasta su
casa para tripiarnos la nota del Diazepam y no dormimos,
con un leve reflejo de luna en la cabeza rapada y en la
herida que le haba hecho Roco, moviendo la cabeza
diciendo que s a nadie, porque nadie hablaba con l. Dios
quiz le secreteaba cositas.
Me sent tan sola, tan asquerosamente sola, con aquel
subnormal por cmplice en aquel museo de bestias y
bocinas, quise aguantarme pero bajaron hacindome
cosquillas dos lagrimones enormes por mi Octaviano de
mierda, de quien me haba disfrazado las ltimas horas.
Pero no es fcil ser el Octaviano, hace falta cojn, hace
falta una amnesia absurda y consecuente, hace falta way
para ponrsele al lado en su mundo de l, en su infierno de
ltex y hormign armado, sus zapatos... Habra que ser
Chochueca para ir mendigndole un ratito de vida, i
"Chochueca, Chochueca, ilumname", rogu mareada
por la brisa y el sereno y el mareo exquisito del Diazepan.
Quise irme a dormir, escuchar de la abuela,
historias de ahogados y misterios o arrastrar el colchn
hasta su cuarto y rogarle que me contara del viejo
Chochueca: un viejo loco que acosaba a los enfermos
terminales y a sus familiares todo por una donacin de
trapos: "que le dieran la ropita del difunto despus del
funeral". Y andaba as vestido con la ropa de los muertos,
de los otros muertos, porque ya l haca rato que no
andaba este lado, un no s qu de almidn y de huesos en
la sonrisa, buscando candidatos de la parca, en esta ciudad
de serpientes, cadveres de nylon como signos en la cara
de la gente, en la calle, que son ojos que son dagas que
son pies amoratados que sonren, escondindose detrs de
las esquinas una tras otra que la muerte que est siempre
cerca el martes, el jueves, el domingo ms que nunca, no
te agarre la muy puta, que te agarra y te hace polvo y te
condena a mil aos de aburrimiento como ella, y
Chochueca detrs, mendigando una camisa a los dolientes.
Qu cojones Chochueca, todo el mundo llora, se muerde los
labios de pena, se hala los pelos, t tranquilo Chochueca,
t a tu vaina que no hay pa nadie cono que el mundo | se
acaba y los muertos con tierra tienen. Magia la tuya
Chochueca, la de hacer caminar los zapatos de un muerto,
con tu macutico de ropa calle arriba y calle abajo, mete la
pierna Chochueca, acelera.
Cuatro
La ciudad en llamas es un sueo que siempre tengo, el
de un fuego apocalptico que se come a Santo Domingo.
Hay otro en el que la isla se hunde por aquello de Duarte.
Nadie me cree cuando les digo que arde, que los fuegos
llegan a los techos del Alczar de Coln y que el Obelisco
es una inmensa vela ennegrecida. De todos modos se
mueren todos cuando yo ya me he despertado, siempre se
quedan parados haciendo fila para entrar a una venta de
pasillos, me despierto antes de que se joda definitivamente
la cosa.
La abuela deca que la pesadilla tena en la mano un
agujero por donde deba uno aprender a escurrirse, como
las lombrices de tierra.
La abuela tena siempre solucin a todo porque todo
era tan simple despus de su cocina y sus pltanos al
caldero. Todo era una continuacin de la pulpa, el azcar, la
canela de sus pltanos, que eran una delicia. La isla
hundindose le cuento, que se va a hundir, y ella "come mi
hija, come", metindome la cuchara en la boca como si los
pltanos flotaran.
Hay gente que no se da cuenta de nada. En la
cafetera una vez vi a unos turistas comindose las
habichuelas como si fuera sopa. Me dio una rabia tan pura
que me pregunt si no estara exagerando, pero no, verlos
as, tan tranquilitos tomndose su pozuelo de habichuelas
rojas como si fuera sopa. No me aguant y le dije a Salim:
"Mralos que estpidos como si fuera sopa". "Pero es rico",
me ripost muy poco apoyador. S, pens, pero ellos no
saben que no es sopa, no saben que se deben de comer
con el arroz, es como un elefante, como montarse en un
elefante y creer que se est en un caballo entiendes? Uno
creyndose el matatn del mundo Marlboro con el culo en
un elefante, me entiendes, y la gente vindote el cigarrito
en la boca, sombrero, botas y una pose y la parte, as el
vaquerito frente a un tazn de habichuelas.
Me imagino que todos alguna vez hemos estado
encima de un paquidermo sin darnos cuenta, nobody's
perfect, aunque s que la perfeccin no es una ficcin
patolgica, slo demanda de unas cualidades especficas
en el visionario, una sensacin de propiedad, de momento
exacto y lugar adecuado. El Parque Independencia a las
6:15 de la tarde, es una opcin exquisita. La posicin es
importante, no va uno a colocarse donde cualquier otro
peatn. Lo del Parque tiene sus requisitos; debe de
caminarse toda la calle El Conde, toda, sin mirar ni una sla
vez hacia atrs, sin dedicar los ojos a las pulseritas de los
peruanos, calaveritas de plata en collares de cuero, dulce
de guayaba debajo de la sombra cuadrada de un balcn al
que dejaron mudo cementndole la puerta, unos carajitos
pidindote cigarrillos frente a las maquinitas, un amigo, as
de todo, bonito y barato, pasas italianas buscando
morenitas que les hagan la vida imposible, pero no te
detengas a mirar porque te come este asunto de zapatos y
papel crepe, camina, camina que al llegar a la Palo Hincado,
cruzas la calle cuidando de no maltratarte las canillas entre
los bompers de la chatarra para ya del otro lado, con la
Puerta del Conde en la cara, un poco hacia la izquierda,
esperar un segundo y empezar a escuchar un goteo, entre
los gritos y la bulla maravillosa. Se voltea uno por primera
vez desde la Catedral y ya no se sabe qu hacer con tanto.
El ruido sale ahora como del piso y es una sustancia comn
entre los nios con uniforme, miles, que intentan
avalanzarse hacia la calle con resonancia de rbol que cae,
con el sonido de esos rboles enormes que tumban en el
Amazonas. La puerta del Burger King que se cierra y se
abre, un nio que corre corre con la boca llena de dulce,
siete estudiantes de Bellas Artes con los pinceles en un
puo, los chferes de los carros pblicos asomando la
manecita, anunciando, el ndice en una catatona graciosa,
la direccin que llevan, arriba, Marin, Feria, el ndice loco
como otra antena en el techo del carro, derecho, derecho,
derecho? Los vendedores de todo, que se te viene arriba
este polen destartalado, todo tan pequeito, entrndome
agujas y pinchos de acupuntura en cada chacra. Y todo se
empieza al caminar hacia la avenida Bolvar compartiendo
con la turba un gozor tembloroso, un temblor que tiene
algo de algodn de azcar. Se sigue caminando hasta que
todo vuelve a partirse en pedacitos inconexos, como
siempre, es lo normal... la ciudad debera quemarse pero no
lo hace, bullendo, silbando con una cosa de gato, de homo
medieval, de corbatas mal amarradas y trasvestis que se
comen un mango agarrndose las tetas, la ciudad
quemndose ciega, partindose en pedacitos.
Me dola la cabeza. Tony me oprima con dos dedos un
punto que est, supuestamente, entre mi pulgar y mi
ndice. Si se oprime duele y se te quita el dolor de cabeza.
Doa Victoria deca que eran disparates, sin despegar la
cara de su telenovela, pero Tony me apretaba y me dola el
punto donde yo imaginaba un corazoncito redondo que
mora cada vez que me hunda la ua. Pens despus que
no recordaba un dolor en las manos, lo que s hacen es
sudarme caos cuando la gente me las sostiene ms de la
cuenta.
Una noche estbamos en la cafetera, por lo general
nos sentbamos afuera donde hacia fresco, y veamos a la
gente que iba y vena del Conde y del puerto, pero estaba
lloviendo y nos quedamos adentro donde dispusimos dos o
tres mesas para que cupisemos todos, ordenamos
Cocacolas y Presidentes, un jugo de pia para Amanda,
chicharrones de pollo, derretidos de queso, una sopa y
cigarrillos; estbamos fumadsimos todos y con la ropa
mojada. Despus de comer lo que pedimos lleg una mujer
y se sent en nuestra mesa. Una mujer de las que se
atreven a todo, llevaba una batolita naranja de una tela
muy fina, el pelo hasta los hombros con rizos y un perfume
rico, que ola a limpio. Se sent con nosotros porque no
haba otra mesa desocupada o qu s yo por qu vaina.
Salim que no perda tiempo habl con ella un ratito antes
de cogerle la mano. Tanya se llama, nos inform Salim, y su
cara era ya un poema morboso. "Que nombre tan bello
verdad?", preguntaba el demonio. Luego la vi, a Tanya,
ponerle la mano a l, con la palma hacia arriba sobre la
mesa, como si fuera a clavarle un filo. Y luego, peor,
empez a cuchichearle mientras le pasaba un dedo por el
centro de la palma como dibujndole, como acaricindole,
pero Salim no rea ya, tena la cara como una cicatriz en el
lomo de un perro. La mujer le pegaba la boca al odo,
bellsima, pero algo lo haca brincar de la silla al borde de
las lgrimas, la mano, la mano sobre la mesa, me acerqu
y ella dicindole cosas de su viejo, a nadie le gusta que le
digan cosas as, aunque uno se quede pegado por el morbo
y escuchando, le deca que sera famoso, pero que su viejo
y que aquello que le hacan cuando chiquito, no aguanto
ms, se puso a llorar recordando cmo su ta en Ban le
clavaba agujas y lo haca dormir con una anciana bruja
para que se le quitaran los ataques de gota, pero sera
famoso, le deca. A Bernardo le dijo que era un hurfano,
tomndolo por la mueca nos mostraba unas lneas gordas
y rotas que le cruzaban la palma. Julia no se aguant y se le
tir encima con las manos abiertas, las dos manos se las
puso en la cara y Tanya que no quera ni siquiera
tocrselas, Julia joda y joda, que le dijera voy a tener
dinero? Dime, dime.
Tanya se qued un momento callada y la mir como
suplicndole que no preguntara, luego le dijo que no
tendra dinero, ni un talento especial, ni siquiera hijos. Y ya
no hubo para nadie, vimos como emergi Godzila para
comerse a la intrusa y nadie hizo nada, porque no hubo que
hacerlo, Tanya se qued callada, mirndola como si la
conociera ms que nosotros y la Julia, que no perda nunca
una batalla, se fue maldicindonos a todos. Bernardo
suspir y yo me levant para buscarla, pero volv a
sentarme enseguida.
Amanda se rea de todo esto, no entenda que nos
creyramos esa vaina, se rea mucho y empez a
molestarme, entonces me levant para largarme con la risa
de Amanda entre las cejas. Cuando recoga mis cosas de la
mesa, Tanya me atrap una mano, las haba tenido todo el
tiempo bajo el mantel para que no me dijera nada, me la
apret suavemente, nada que ver con los pinchazos de
Tony, y me dijo: "Tus manos brillan".
Me encontr con Julia a unas esquinas del caf, se
haba tropezado y al caer se le haban roto dos dientes, y
all estaba, borracha sentada al lado de un limpiabotas,
buscando los trocitos de diente en el asfalto. Estaba sucia
por el resbaln, y me dio un poco de pena. "No creo esas
cosas", le dije. "Yo no creo", me dijo su boca sin dientes,
"Esa tipa no sabe...", intent decir y la dej all agachada
mientras yo tena mis manos dentro de los bolsillos, mis
manos que brillan, calientitas en los bolsillos.
Nos llegaba un bullicio de avispas de la tele encendida
de doa Victoria, mientras esperbamos a que algn buen
samaritano le metiera a Roco su dosis en la boca y la
trajera por la grea a devolver la camioneta. Doa Victoria
vea su telenovela con actores que hacen que uno sienta un
erizo debajo del hgado. El protagonista con un shagui de
los Ochenta y la prota con ms pelo y ms spray todava,
pero a alguien le faltaba descubrir quin era su verdadera
madre. Esa era la vaina, saber quin es la verdadera madre
de uno, que si no, no se resuelve nada y hay esperar un
ao con el maldito hombre del shagui frizado como
alambre, que no se le mueve el pelo, llora, duerme, hace el
amor y hasta descubre quin es su verdadera madre, y no
se le mueve un pelo ni se le corre el makeup, y doa
Victoria llorando, buena sinvergenza.
Son el telfono y ni se volte, era Roco, diciendo que
Susy, que as se llama la enana, la manipulaba, y me
imaginaba a la enana con un control remoto ms grande y
perverso que el de doa Victoria. Esperando a Roco nos
metimos una caja de Macarroni & Cheese, el Tony y yo, con
ese queso salado que le gusta a los nios, queso en polvo.
Cinco
..porque el violn salta como un ojo...
LEZAMA LIMA

La cara de Octaviano se me desfigura, una risa con la


bocaza abierta como una foto cuando quiero recordarlo. El
pelo cortado como a machetazos y el pantaln de corduroy
marrn (eso s) que llevaba la ltima vez que lo vi.
Fue en casa de Franco. Aquella noche al entrar al
apartamento lo primero que percib fue la nube de diversos
humos y olores que flotaba cerca del techo. Franco me
abri la puerta y sin decirme todava nada me condujo
entre una masa de gente bastante estimulada, que gritaba
al unsono, y por un pasillo donde al final haba un bao
donde Bernardo y una gorda, que no me gust nada, con un
colador plstico rojo, cernan la coca encima de la tapa del
inodoro. "Qu bien", dije, por decir algo, adoptando ese
tono que ya es l solo, el tono que viene a ponerse en mi
boca desde que veo la cosa blanca. Es un reflejo, alguien
me ofrece un pase e indefectiblemente comienzo a
pronunciarlo todo como con cosquillas en la lengua, como
haciendo lagartijas con la lengua. He tratado de evitarlo,
pero las palabras slitas salen as: "Qu bien", y la E es una
A resacada, mientras el BIEN se extiende unos segundos
ms de la cuenta, y la N de BIEN, la N, es casi una M a la
que le brota una G indestructible. "Haca date unos pases,
toma...". "Siia, ahoraee mismoa, eso estae bbiieeeang!
Queea biieeeanmng! Y, pum, uno dos tres, toma, pasa,
otro, pa, pa, pa!"
"Encindeme un cigarro", le digo a un tipo que no
tiene ms de catorce aos y que est sentado en el borde
de la baera, un rubito lleno de pecas con los ojos
estralladsimos por la yerba o la conjuntivitis. Se ha redo y
arrodillado frente al inodoro ha vuelto a lo del pa, pa, pa, y
yo con l, pa, el amargo, la cara, los hombros, la espalda,
otro pase, pa, toma, y salgo del mundo de los vivos, alguien
ha cometido la temeridad de poner a Talking Heads en el
equipo de msica, "Memories can't wait", la guitarra que
tiembla y habla por una boca seca, pa, pa, ...never woke up
had no regrets... Han llegado unos tipos de esos que Salim
y yo llamamos "la gente" con el tonito retorcido, porque
hay otro "la gente" que suena a hermandad y espuma de
cerveza. La gente sta, recorre la sala mendigando un
tabaco, nadie les hace caso porque el que no pega, no
pega, pa, Cmo introducirse en un muro de cocainmanos,
megalmanos, hermanados en la histeria ms deliciosa? T
sabe que yo soy yo que yo soy como soy yo no cojo corte
yo no tengo que ver yo no yo digo whatever y no siento
nada yo pienso que veo la ventana que se cierra yo quiero
un Daihatsu como el del tipo que se sienta en la silla de
enfrente yo tambin retengo poca informacin yo escuch
una cancin djala ah yo creo que soy una artesana la
ventana que se cierra yo imbcil yo adoro esa palabra la
anterior a la oracin yo adoro esa palabra que es la anterior
a la anterior la anterior a la oracin yo adoro esa palabra yo
me canso yo tambin yo ms yo tengo anemia yo tengo
pnico yo estoy esperando a una raza superior que nos
derrame shampoo en la pupila yo no sufro por nadie yo
tambin yo tengo pnico yo no comprendo los letreros que
escriben los japoneses yo vencer a pesar de todo somo lo
mejore somo lo mejore somo lo mejore yo percibo t
percibes yo no soy l yo soy el que ser yo no retengo
mucho los nombres de las personas que me presentan
cuando estoy empericada yo conocer los secretos del
universo yo no s si permitir a alguien yo respiro rpido y
despacio con el abdomen o por la boca cuando yo quiero
maldito budista zen de la mierda yo soy una atleta del mal
yo soy la que yo vine pa que me y el otro tambin yo, me
dice yo y yo no me callo yo cuando me responde que yo
que yo, yo voy a buscar un trago encendiendo un cigarro
con el anterior, pa, ...take a walk through the land of
shadows..., y la voz de David Byrne que es la voz de un
bandido, pa, ...everything is very quiet..., su guitarrn que
se contrae y se dilata, ...everyone has gone to sleep...
"Aqu estn los pana fuerte, aqu est el verdadero
way", esto lo dice un tipo brutal con la cara llena de
arrugas por la mueca constante de la boca, como
querindose llenar un carrillo con el otro, la camisa abierta
sobre el pecho lampio, las gotas de sudor recorrindole un
camino irregular de la frente a los pezones. No me lo han
dicho, pero ha de traer varios gramos del pirn que pican
todos como sabuesos en esta fiestecita, pa, y se lo
celebramos todo. "Aqu s hay way!", grita y aplaudimos en
coro, entrando por tumos al bao. Bernardo y Julia se lo
meten todo ah mismo sin colarlo, pa, pa, pa, delante de
todos, sobndose la punta de los dientes de arriba con la
punta de los dientes de abajo. La gorda que no me gust
nada, pasadsima de todo, pa y no pa, baila debajo de la
escalera a punto de lamer la pared, de lo ms decadentica
la pobre, y el way subiendo de tono, la azotea repleta de
desconocidos. En la sala haba que cuidarse de no pisar los
brazos y las piernas de algunos invitados que ya no
aguantaban el peso de sus extremidades y se haban
acomodado como ratas apelotonadas entre las patas de la
masa y las colillas de cigarrillos, porque despus de cierta
hora es imposible hacer que la gente eche las cenizas en
los recipientes hechos para este menester, puede uno
forrarlo todo con ceniceros y la gente seguir echndolo
todo al piso, lo digo por m que tambin soy gente. Se me
acerca Adrin, tambalendose, a darme un abrazo. Yo
siempre despertando fraternalidades a deshora, me pasa
un pase, pa, y no me suelta, y pa y pa, y me zarandea, y
siento su pelvis ms cerca de lo necesario y sin soltarme
para nada, pa, y vi a Octaviano, lo vi primero por encima
del hombro de Adrin, estaba sentado en posicin de loto
frente a la mesa de la salita, metindose tres o cuatro
rayas, pa, pa, pa o pa, de las que luego queda un escaso
polvillo untado en el cristal de la mesa que volver a
cubrirse con otras lneas ms largas, de este blanco como
leche endurecida, como esta otra cosa dura que me golpea
el pubis a travs del jean y me dice: "T tan cool". Adrin,
con el miembro como una piedra, me dice: "Amiga, t eres
la de verdad" y el "verdad" tiene algo de lamida viscosa;
Octaviano tiene el sorbetico de menear los tragos metido
en la nariz y pa. "T si tienes way, panita", me dice Adrin
ya casi con la lengua en mi odo. La gorda se abalanza
sobre nosotros en su nube, obligando a Adrin a apretarme
duro y pegarme su paquete.
Y entonces vi a Octaviano, entre la melena de la gorda y la
cara de idiota de Adrin, lo vi solo, sentado con las botas
sobre la mesa. Ha sonado el timbre y casi le da un infarto,
se ha pellizcado la cara, que probablemente no se senta
porque yo no me la senta tampoco, slo un fro gomoso
entre la nariz y los pmulos, y la lengua de Adrin ya
definitivamente en mi cara, tratando a cada lamida de
llevarse en su saliva algo de mi way, tanto way que yo
tengo, que cool que yo soy yo que yo que pa...
Y despus no lo vi ms.
A Amanda la vi por ltima vez en el caf. Habamos
quedado con los muchachos. Eran las seis cuando sal con
Eduard de un motel frente a Manresa. Eduard y yo
hacamos el amor como pendejos sin que los otros
muchachos lo supieran, escondidos en los baos de las
fiestas o encontrando alguna excusa para quedarnos
cuando todos queran, irse. Esa vez me dibuj por toda la
espalda, smbolos redondos y ovalados de ceniza,
tringulos de distintos tamaos, dos cruces en los muslos,
luego, con las cifras de polvo todava enteras en la piel, me
cogi como un dios, tena un lunar en el pecho izquierdo en
el que yo fijaba la vista mientras l meta y sacaba de mi
cuerpo aquel indestructible guevo, que apenas se vaciaba
en mi boca o mi pecho o mi espalda, volva a endurecerse,
para volver a menearse alpasito, para volver a babearme
con la puntita a veces, o para desaparecer entero dentro de
m como una bestia pulposa. Supimos divertirnos y
amarnos sin darnos cuenta, tocarnos sin lastimarnos las
heridas, lamernos, lamernos, lamernos... Hipnotizados en el
sobar y en la nica verdad, el momento en que la carne se
come a s misma. "Porque todo lo dems son palabras, cada
momento es una combinacin, de una combinacin, de una
combinacin", me deca tratando de impresionarme. "Todo
es decir. Un mundo, el mundo, el mundo lo hemos
inventado de tanto decirlo, escribirlo, disearlo perfecto en
el mapa de las letras, cada ser humano una slaba secreta,
indescifrable para las otras, infinitamente iguales e
irrepetibles".
El Parque Coln estaba lleno de palomas y locos,
llegamos y los otros nos recibieron alborotados. A Julia, y su
mechn rosado que le quedaba fatal, la haban sentado
donde nadie la viera. Los turistas salan de debajo de las
piedras e invadan la zona con sus cuerpos de
marshmallow. "Ahora que vienen los cruceros el caf
siempre est lleno de sala- manquejas", repeta Salim
cuando vea venir a una pareja de suecos, una pareja de
pelcula. l tendra sesenta aos, ella como la misma edad,
una pareja perfecta que vena a sentarse en la mesa donde
antes los poetas de la ciudad refunfuaban. Aunque
algunos amigos nuestros tuvieran las mismas cualidades de
anfibio que los turistas (la piel transparentosa y cruzada de
verdes y azules) no andaban el mundo en tour, como un
circo de cucarachas, comprando cigarros de moda y
fumndolos en este caf, en esta ciudad, en este tercer
mundo... Quh bonitou nou?
Estamos entreteniendo a alguien- deca Bernardito. -
T no te la llevas, no te das cuenta de que estamos
rodeados de hologramas? No te da la sensacin de que no
tienes nada que ver con lo que pueda o no pueda pasar?
Por ejemplo aquel tipo... (se refera a un hombre que estaba
sentado en un banco del parque con una camisa de rayas
rosadas y las medias mustias en los mocasines) aquel tipo
tranquiln, no dice nada, slo observa, esperando que pase
el transente adecuado para incrustarle un destornillador
en la nuca.
Por favor.
No?, qu seguridad tienes de que yo no sea otro
manitico, de que el mundo no sea una gran comparsa de
enfermos esperando el minuto exacto para debutar?
Y buruburuburu... Bernardo segua elaborando sus teleraas
como poda... "Aquel otro... (ahora sealaba a un gua
turstico con la corbata apretada y la camisa pegada a la
espalda por el sudor) ese otro puede derrepente cansarse,
decir a la mierda, hartarse, agarrar una sombrilla de estas
(un sombrilln que haba en la mesa) y sacarte un ojo con
el tubo, porque qu tienes t que estar sentada y
limonada en mano, la sonrisa de oreja a oreja, mientras l
bajo este sol cabrn tiene que perseguir desteidos de
estos que vienen en los cruceros, lamberles el culo casi por
unos dolaritos, por eso te saca el ojo". Por un momento cre
que era l quien me lo sacara, agarraba el tenedor y volva
a ponerlo en la mesa, y como muchas veces, Bernardo
disparaba sus mugrientas paranoias y yo pensaba en otra
cosa.
Entonces comenz todo a batirse por un viento
insoportable, la brisa reg por toda la plaza sombreros de
cana que orbitaron inexactos, amarillos, verdes, como
locos, mientras el vendedor de sombreros, que haba
perdido las piernas en un derrumbe, se arrastraba por el
suelo con las palmas de las manos detrs de los sombreros
que se elevaban llenos de aire. La gente se cubra los
brazos con las manos, porque el viento era fro y levantaba
faldas y peridicos, y hacia rodar las colillas de cigarrillos y
las bolitas que la gente hace con las servilletas. Pasaron
dos hombres cargando una mesa y los vi bambolearse, una
muchacha en camisilla murindose en ese viento que se
mete debajo de la ropa como una mano flaca, todos con el
pelo revuelto y la cara descompuesta.
Cuando ms necio se haca el ventarrn, cuando ms
pareca emerger de algn abanico infernal, ces, y la calle
El Conde se vaci de estridencias y marchantes, y desde
all, desde aquel vaco perfecto donde slo su propio reflejo
en las vitrinas le haca compaa, vena Amanda caminando
como comentando con alguien, sin muchas ganas,
sonriendo, una mano aguantando la funda y la otra
tocndose las puntas del pelo. Como ahora caminar en
Oslo, ensendole a la gente las cosas que no ven por estar
mirndose los pies, en vez de levantar la cabeza y abrir
muy bien los ojos y encontrar un balcn que nunca haba
uno visto antes.
"Lleg la incorruptible", le o decir a Julia con una
mueca en los labios, se caan mal, muy mal. Porque mis
amigos siempre llegan a odiarse, dejndome en medio
como una veleta. A Julia le caa mal todo el que le
preguntara ms cosas de la cuenta, todo el que se fijara en
que despus de cada comida lo vomitaba todo en el bao,
porque era una bulmica de mierda, pero lo que la pona
histrica era ver como Amanda nos fascinaba a todos, cada
vez que abra la boca para decir cualquier cosa,
babebamos oyndola hablar de Nietzsche como si fuera
un amigo muerto. Julia mientras tanto, la pobre, sufra
porque nadie le haca caso, mechn rosado y todo.
Cuandose hizo de noche me fui con Salim a la casa
de Don Eusebio. Salim me inici en estas caceras urbanas
tras fantasmas o magos, personajes de la gran obra que
logran sobrevivir acrobticamente. Qu buscbamos all?
n milagro. Siempre hallbamos muchos. Ahora como otras
veces venamos a una cita especial con un seor que regala
prodigios como espuma, un ngel cae cada vez que habla.
Esta noche hemos llegado a su casa, una casa vieja
y fuerte, ampliada y remodelada varias veces. Entramos al
comedor, la mesa desapareca bajo unas siete columnas de
libros de diferente grosor y una computadora cubierta con
un trapo. A un lado un sof azul y una mesita cuadrada
manchada con un polvo spero y achocolatado. Don
Eusebio estaba sentado en los escalones que bajan al patio
pelando una naranja con los dientes, el pelo menos canoso
que la ltima vez. Hemos salido al patio que est lleno de
arbustos inservibles y botellas de cerveza en montones de
dos o tres metros que recostados de la casa parecen a
punto de comrsela. Eusebio se ha levantado para
saludarnos, envolvindonos con su sonrisa de la nueva
trova, su sonrisa it could happen to you, entonces nos
empuja hacia adentro y nos hace sentar en la salita.
No estuvimos solos mucho tiempo antes de que
saliera su mujer a saludarnos. Se me revolvieron un poco
las tripas, tena los ojos incrustados en dos cuencas
moradas; curtida y desgreada. Traa una lata de galletas
llena de collares de bolas de plstico y masilla cocinada,
baratijas de las que venden en las merceras. Las
acariciaba, las sacaba, se las colgaba y las volva a meter y
a tapar en la lata que sonaba recia y destartalada.
Ya me haban contado que Eusebio la haba recogido
de la calle. Una loca como muchas, desnutrida y enferma,
cuando la trajo y la ba y le hizo ponerse un vestido verde
y le regal muchos otros y muchas otras cosas adems de
los collares. Salim con menos miedo que yo, le dice:
Marina, te diste los hongos hoy?
No. Yo ayer me di un viaje de hongo y le vi a Eusebio
cmo le creca un caracol en la sien, y todo lo que deca era
como un merengue, t entiende muchacha? Eta no se ha
dao lo hongo, velda Salim? Mira tiene que dtelo, porque
t lo va a sabe todo depu de eso, la cosa que no se
pueden eplic son de Dio. T lo ve todo claro depu de eso,
como si t fuera Dio, t ve? T no me entiende, tiene que
dtelo, hasta la mata te hablan y t la ve menendose
adentro, t va a ve, yo me doy lo hongo avece, si no me lo
como. Dtelo,dtelo, lo hongo longo longo longo long lon lo
llll..
La mujer acerca una cajita de hueso y extrae con sus
manazas bblicas unos joints amarrados con un hilo, su
esposo los prende y fumamos apurndonos en pasarlos,
hablamos durante mucho tiempo de mitos brahamnicos.
Luego, Eusebio nos sac unas fotos que se haba hecho en
la India; estaba barbudo en el Ganges, podrido de
oscuridad y fetidez. "Los templos son el sucio de las uas
de Dios, pero no dejan de formar parte de l", coment.
Ped permiso para ir al bao y encontr una ponchera llena
de agua con una tortuga en el fondo, al bajarme el
pantaln, los ojitos del animal se volvieron ventanas,
ventanas negras donde el mundo se mova y respiraba
agitado; dos ventanas por las que el mundo entero me vea
y yo slo vea una tortuga como una mancha negra en un
fondo de agua sucia, un poco como lo que ve Dios cuando
ve el universo.
Seis
Cuando apareci la camioneta fuimos a dejar las
bocinas en una plaza comercial. Pensbamos apearlas y
largarnos, llamar a la polica de otro sitio
oalgo as. Recorrimos la Lincoln hasta que Tony se decidi
por una de las infinitas plazas comerciales en forma de caja
que hay por todas partes.
Conseguimos desmontarlas con la ayuda de un
guachimn y un muchacho de una tienda de zapatos. Yo
diriga desde lejos, obviamente, hasta que sali Don xxxxx,
el pap de Salim, de una tienda de discos, Don xxxxx ahora
trabaja en el gobierno y tiene en la mirada esa cosa rara de
los que fueron torturados en los doce aos y ahora trabajan
junto a sus torturadores. Me hace seas y en su mueca me
molesta el reflejo necio del sol en un Cartier, me dice: "Mi
hija, y esos armatostes?", sealando las bocinas. Est un
poco pasado de peso y vestido con un traje carsimo, nada
que ver con lo que me contaba Salim...
"Mis paps, Silvia, eran como anormales. Sus fiestas
eran para elaborar estrategias: aqu van los afiches, aqu
los panfletos, aqu las bombas, y ponan sus bombitas s. T
tena que ver a mi vieja cuando el viejo estaba preso, tena
un tiro en la rodilla que le dieron en la loma, y con to y eso
aguant, un pesao el viejo, un hroe, y en el concierto de
siete das con el pueblo. T tena que ver eso, pidiendo
libertad para los presos polticos y mi mam me levantaba
del piso del estadio olmpico y yo le vea los ojos morados
de llorar y me deca en secreto: 'Tu pap, tu pap'. Yo no
entenda nada, pero la gente lloraba y cantaba y como en
trance, vieja, igualito, y marcha paqu pall.
Pasaba Silvio Rodrguez con una camisita de rayas y
me cargaba un hombre altsimo y le deca a unos jvenes
que yo era el hijo, que yo era el hijo..., y los presos, los
presos, los presos, mi mam desgaitndose con una
consigna y yo con los bracitos alrededor de su cuello."
Y cuando Salim me contaba todo eso yo no poda
evitar sentir una ligera envidia, hasta que vea a su pap y
me daba cuenta de que todo da igual, al final todo es
mentira, todos queremos un carrito japons y una piscina.
Cuando Don xxxxx me preguntaba por mi abuela yo
empec a ver un carro de la polica que pasaba por la plaza.
"No temas", me dije y continu mi digna conversacin con
Don xxxxx que con la mano que haba agarrado el fusil
ahora sealaba un restaurancito de lo ms lindo. "Ve mi
hija, ve cuando t quieras. Dile al dueo, Oscar se llama,
que t eres mi sobrina", y yo vea el carro de la polica
pasar como un animal carioso muy cerca de la acera.
Pens en salir corriendo, pero vi al Tony, todava bajo
el peso salomnico de aquellos aparatos, y al guachimn,
asido a una esquina, tratando de desencajar la bocina de la
camioneta; Tony haca muecas mientras yo hablaba con
Don xxxxx de sitios donde la comida tiene un yo no s qu.
La polica volva a pasar, ya era descarado. Que si
sushi... "Sushi?, s, lo he probado". "Pues ven con nosotros,
cuando llegue Salim, a un restaurante de comida japonesa
que es una locura". La polica de nuevo, Tony, pujando con
la heridota en la frente, bajando la ltima bocina l solo,
porque lo haban dejado solo, la gente siempre te deja solo.
"Donxxxxx s, s, sushi s, sushi cuando usted quiera
comandante", le dije por salir corriendo. Tony vena a
saludarlo, pero yo lo empuj hasta la camioneta que tena
la puerta cerrada con seguro, la llave que no aparece. "El
sushi acurdate, cuando venga Salim", me vocea Don
xxxxx con una cara feliz porque le he dicho comandante.
"Sushi, sushi", le voceo y arrancamos sin mirar hacia atrs,
sin hablar de la sonrisa que nos rascaba la boca a Tony y a
m mientras dejbamos atrs las bocinas como monolitos
en crculo, frente a una tienda a la que le han colgado un
letrero que dice: NOS TRASLADAMOS PARA OFRECERLE UN
MEJOR SERVICIO.
Llegamos a casa de Franco que era la que quedaba
ms cerca y nos abri medio resacado con una bata de
seda amarilla, preparaba t.
Ya no haba que llamar a la polica, pensamos ambos
sin decirnos nada, las recogeran y las devolveran a su
dueo y colorn colorado...
Cog mi taza de t y lo beb despacio comentndole a
Franco lo limpia que estaba la madriguera. Cuando Julia
viva con l le tena el apartamento de capa cada, un
reguero de pushers y rockeritos que estaban del otro lado.
Por eso empez lo de los raves, ese afn de Franco por
armar fiestas fuera de su casa, y empezamos todos a
habitar un mundo ya definitivamente nocturno, menos
Bernardo que se quedaba solo bebiendo hasta que salamos
de aquel hoyo a quemamos las pupilas con el sol de las
ocho de la maana y lo encontrbamos, al Bemardito,
comprando cativias en un chinchorro de vainas llenas de
grasa y embicndose una Presidente para la resaca, all
parado con el uniforme de Wendy's que se dejaba puesto
para no tener que ir a cambiarse a la casa; y desde nuestro
sueo manilargo de dos das lo mirbamos lavarse la boca y
la cara en la llave abierta de un jardn y coger un carro
pblico como si no fuera con l, directito hasta el Wendy's
de la porra.
El sitio que Franco alquilaba para los bonches se
llamaba Dokos, era un stano redondo que sola funcionar
como un nightclub al que iban los seores a estrujarse con
los cueros.
La msica estaba brutal. El dj diminuto detrs de sus
platos tena una cabeza afeitada perfecta, el dj y su zug
zigui zug, el dj como el sacerdote de alguna secta de titanio
ante los monigotes que bailaban en la pista, un valo
pintado de rosado peptobismol. El local aquel empezaba a
llenarse de gente como a la una: chamaquitos hermosos,
todava sin barba, bailoteando en esta gelatina absurda que
nos han dejado nuestros padres, despus de tanto que
queremos, tanto we want the world and we want it, tanta
carcajada historica tanto Marx y compaero para esto, esta
brincadera d pequeas bestias sin idea, este mac universo
en el que o te tumbas a contemplars burbujas en el
screensaver o te tumbas... sofs cubiertos de muertos
extasiados masajendose los hombros unos con otros,
oliendo Vic's vaporub para tripiar, porque se siente como en
el alma el Vic's, que lindos todos, y zigui zug la msica.
"Ven, vamos a movernos un poco", me deca Amanda que le
fascinaba esa vaina. "Get up, you slimy frog", me deca, y
cuando me tocaba era una ducha tibia que me suba, luego
bolitas de agua con puntitas de alambre en las palmas,
luego orugas dulces en la punta de la lengua y sed mucha
sed o algo as, quiero bailar con todo el mundo, sed mucha
sed o algo..., "Amanda, Amanda, Amadsima", le deca yo y
le besaba los labios con paciencia, comindome una noticia
perfecta, la eternidad deliciosa de su lengua, jugando
despacito, zugui zig zig sigue la msica, ahora con un boom
boom que hace como boom all atrs et la conciencia, esa
que segn el viejo Hamlet nos hace cobardes.
Despus del beso, fue la nada, despus la nada. Nos
echbamos con las manos enlazadas, tumbando la cabeza
en las piernas de Octaviano que dorma junto con los otros
en un sof de vinyl.
Franco ensea los dientes con una sonrisa fingida, me
imagino que espera a alguien y suena el timbre: un moreno
con una gorra de los Mets que trata de imitar el acento
boricua cuando habla, toda la pinta de los prostitutos que
van al Pent House. Yo ya s lo que va a pasar, as que
levanto a Tony que habla por telfono con la loca dicindole
que la ama.
Y sacamos los pies.
Siete
La casa est en silencio, no as mi cabeza que tiene un
runrn de pavos y ruidos metlicos. Me tiro en la cama
despacio para no despertar a la abuela que duerme en la
habitacin de al lado. Se escucha el correspondiente aullido
de sprines cuando caigo en el colchn, cierro los ojos y veo
la figura de una seora gorda que se encoge sobre un
fondo amarillo para deshacerse luego en pequeas estrellas
naranjas y puntos que luego, con los ojos abiertos, contino
viendo proyectados en el techo.
Escucho el telfono, doy un salto y mi voz suena como
la de una anciana; me he dormido cien aos como esos
hermitaos arrastrando barbas que salan de una cueva
despus de un sueo como la muerte, pero es que no he
despertado del todo. Es de la Clnica Gmez Patio, le
cayeron a batazos a Franco: el bugarrn de la cachucha de
los Mets, segurito. "Ya voy", le respondo a la voz
desconocida que me dice que vaya.
Bajo hasta la Independencia y espero a que pase un
carro pblico, s que a esta hora no tengo chance de
encontrar uno, pero espero unos minutos antes de irme
caminando. Est refrescando y tengo puesto un t-shirt que
no me abriga nada, un t-shirt rojo con el logo de Shell.
Puedo devolverme, todava estoy a tiempo de coger un
jacket, pero no lo hago y enciendo un cigarrillo viendo el
dibujo del humo en la oscuridad curtida de luces, pequeas
luces de nen y bombillos en los chimis. Los rboles de la
avenida que han estado siempre aqu, dejan caer unas
gotitas fras de sereno, la camiseta, el fro. Cmo habrn
dejado a Franco? A lo mejor lo amarraron de un poste y le
hicieron un par de cositas, por mi culpa, por mi culpa; y me
sacudo el morbo de encima como puedo, abrazndome a
los brazos de la brisa. Camino mirndome los jeans que han
recogido toda la tierra y la ceniza del mundo, enciendo otro
cigarro, no tengo un reloj que mirarme en la mueca y veo
unos tigres conversando en la esquina prxima, saco las
llaves de la casa para que piensen que tengo un carro
parqueado cerca, que no voy a caminar sola todo este
trecho. Cuando me acerco muevo las llaves haciendo ruido
y pienso que es peor, que seguro les interesa ms un carro
que una flaca con dos pesos para el pasaje, pero ya es muy
tarde, estoy entre los tigres y clavo las llaves en la pierna
que ah no se ven, me digo. Camino tan rpido que me
duelen las rodillas porque debo correr caminando, para que
no se den cuenta de que corro; cuando ya los he dejado
atrs, no se han volteado siquiera, me ro de los pobres
tigres con ms miedo de m y de mi cara de loca. Ahora s
me vuelvo a meter el llavero en el bolsillo, y siento una
cajita de chicle que haba comprado en el colmado, no, otro
cigarrillo, mejor y ms clsico, porque siempre, y esto no lo
sabe nadie, juego como que estoy en una pelcula, por eso
la moriqueta como de tarde en Pars (aunque nunca haya
estado en Pars) aunque s que pululamos bajo la mirada
de Dios y de los perros nicamente, pero eso ya es algo.
La clnica es horrible. Una vez fue una exquisitez
hipocrtica, despus vino el descascare y dejaron la pintura
agrietarse por la humedad. Son todos horribles estos
templos a la enfermedad, con la asepsia correspondiente y
el color verde everywhere. El ascensor tiene un letrero que
dice: No usar en caso de incendio o terremoto, y s que el
letrero es para m, que bajara en ascensor en medio de un
terremoto riendo con la boca abierta.
En el piso tres est el machacado Franco, la habitacin
tiene cortinas rosadas. "Qu apropiadas", le digo
metindoles un dedo por el ruedo deshecho y se re con el
labio hinchado y el pecho lleno de moretones antes, de
empezar a toser. No me dice quin ha sido y yo no
pregunto.
Me mira y le paso la mano abierta por la frente que
est hirviendo de fiebre, se duerme enseguida y yo
aprovecho para meterme a la ducha y tumbarme todo el
sucio de arriba, en una gaveta encuentro unos pantalones
de Franco, unos pantalones anchos de algodn con bolsillos
en los lados que le habr trado algn amiguito. Me pongo
sus pantuflas y me peino el pelo mojado frente al espejo
adalmatado de manchas de esas que se les hacen a los
espejos, y veo al Franco y pienso que est a mi merced,
vulnerable sobre la seda blindada del sueo, bastara un
golpe con el florero de la mesita y bye bye baby bye bye.
Empieza a roncar, y pienso que en algn momento
tendr que llamar a su madre y tambin, que olvid
devolver la camioneta.
En una esquina del piso como escondindose de
alguien veo los Newports de Franco que habrn cado de la
ropa cuando se la quitaban para ponerle la bata. Tardo un
minuto antes de doblarme a recogerlos y sacar uno, lo
enciendo en la puerta y le echo un ltimo ojo al maricn
que duerme tranquilo encogido entre las sbanas.
En el pasillo el olor a cido muritico es casi
insoportable, las enfermeras de guardia hablan de ovnis y
profecas de fin de siglo. Alguien ha muerto en el piso de
arriba, me comentan; oigo los gritos y los golpes de rabia
en la madera de alguna puerta, un hombre dando voces de
auxilio, los gritos de las mujeres de nuevo; una enfermera
me dice bye con su dulce mano amiga en un guante,
cuando cruza de una habitacin a otra con una bandeja de
sueros en el regazo.
La puerta 321 ...322,323, y el cigarro calientito 326,
entre los dedos...y de repente me quedo sola con esta paz
de formol toda para m...328,330, los gritos desaparecen
dibujando virutas diminutas en el silencio.
Una gota de agua salta de mi pelo y se aplasta
redonda contra el piso cuando levanto la cabeza para
escuchar el zumbido de las lmparas llenas de moscas,
asquerosos montoncitos de moscas atrapadas bajo el
plstico.
Esta cuarta edicin de La estrategia de Chochueca de Rita Indiana Hernndez
se termin de imprimir en el mes de marzo de 2008 en Santo Domingo,
Repblica Dominicana.

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