Desfasados - Carlos Scolari (Artículo)
Desfasados - Carlos Scolari (Artículo)
Desfasados - Carlos Scolari (Artículo)
Carlos A. Scolari*
A Bruno de Vecchi
* Universitat de Vic.
Como nos enseña la semiótica, los textos dialogan entre sí. Sin ir demasiado
lejos, este texto que el lector tiene en sus manos ya desde el título conversa con
otro. El autor ha decidido dialogar con un gran texto, un libro que, según uno
de sus reseñadores, es “una joya, una pequeña obra maestra donde brillan la
elegancia y la honestidad”. Da gusto dialogar con libros así, un texto polémico
–en su contenido, no tanto en su estilo– que genera nuevas conversaciones y
nos obliga a buscar nuevos interlocutores.
Con el correr de las páginas este diálogo se convertirá en un menage a trois.
En un contexto de promiscuidad teórica sumaremos a la tertulia intertextual
otro libro publicado hace más de tres décadas. El objetivo de estas alquimias
textuales se puede resumir en pocas palabras: establecer un microcampo
conversacional que nos ayude a pensar algunas de las transformaciones
sociocognitivas que se están produciendo por la difusión de nuevas especies
textuales interactivas y multimediales en el ecosistema mediático.
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Primera fase
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Existe un orden de los sentidos, según el cual la vista y el oído son las
vías principales del conocimiento. Cada uno de ellos tiene sus deberes y
sus límites, cada uno ha contribuido al nacimiento de una facultad de la
mente, pero, en cuanto a riqueza de informaciones, el que prevalece es la
vista. A pesar de los peligros que presentan, la mirada, el mirar, el observar,
carácter mítico: por ejemplo los antiguos griegos ponían en práctica un sistema mnemotécnico
–vigente todavía en la Alta Edad Media– que consistía en la elaboración de “palacios de
la memoria”, una arquitectura imaginaria en la cual el sujeto debía aprender a moverse
como si se tratara de un espacio físico real. Cada escuela filosófica, al elaborar sus propias
reglas de construcción de este espacio virtual destinado a optimizar la memoria, colocaba la
imaginación visual al servicio de la expresión oral (Ong, 1987; Illich, 1994).
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Segunda fase
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Pero al mismo tiempo los ambientes, las técnicas y los modos de producción
textual fueron desde el inicio nuevos e incomparables respecto de los del pasado.
Esta absoluta novedad técnica determinó también “nuevos mecanismos de
difusión y una nueva relación con el público, pero no modificó (como se llegó
a sostener) la relación visual de lectura o –al menos en los inicios– el repertorio
de textos ofrecidos al público” (Petrucci, 1990:136). Desde la perspectiva de
los procesos de producción, la imprenta desarticuló el trabajo unitario del
copista y lo transformó en un proceso grupal, donde comenzó a verificarse la
fundamental división del trabajo entre operadores intelectuales (escritores) y
operadores manuales industrializados (tipógrafos).
Con el correr de los años, el voluminoso codex medieval, leído en voz baja
por el monje mientras lo copiaba, fue abandonando su lugar en los procesos
de enseñanza en favor del texto reproducido mecánicamente. Después de
Gutenberg se consolidó la lectura como proceso silencioso e individual
y el objeto-libro adoptó dimensiones más pequeñas que facilitaban su
manipulación. Este libro liviano y portátil generó un nuevo desplazamiento
en los espacios tradicionales de lectura y conservación del saber (las bibliotecas
monásticas o estatales) ya que consentía la lectura del texto en las más diversas
situaciones y lugares. Las transformaciones en la compaginación (el “triunfo de
los blancos sobre los negros” al decir de Henri-Jean Martin) y la fragmentación
del texto en apartados visibles fueron delineando un nuevo orden del discurso
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escrito: con estas mutaciones los editores de los siglos XVI y XVII sugerían
“una nueva lectura de las mismas obras o de los mismos géneros, una lectura
que fragmentaba los textos en unidades separadas y que reencuentra, en la
articulación visual de la página, la articulación intelectual o discursiva del
argumento” (Chartier, 1996:31).
Este libro pequeño y portátil fue adoptado por la moderna escuela pública
como fuente indiscutible del conocimiento en el marco de una concepción
reproductiva del saber, un conocimiento que –en esto no hubo cambios
respecto al Medioevo– se transmitía en modo jerárquico y vertical desde
el maestro al alumno. El libro era literalmente “una máquina didáctica,
mientras que el manuscrito había sido sólo una rústica forma de instrumento
para la enseñanza” (McLuhan, 1976:199). Esta situación –el libro al centro
del proceso educativo escolar– permanecerá inmutable hasta nuestros días,
pese a los continuos “ataques” de los medios audiovisuales y de la tecnología
digital.2
Los últimos quince o veinte años del siglo XX nos han embarcado en una
Tercera Fase, hasta ahora (como es obvio) inmensamente más breve que
las dos anteriores, pero no por ello menos importante. De momento, se ha
producido un drástico cambio cuantitativo: hoy día, la cantidad de cosas
que sabemos porque las hemos leído en alguna parte es mucho menor que
hace treinta años. Sabemos muchísimas cosas que en realidad nunca hemos
leído en ninguna parte, y mucho menos en los libros: las hemos podido
simplemente “ver” –en la televisión, en el cine, en un periódico o en uno
de los numerosos soportes impresos que existen en la actualidad– o quizá
las hayamos “leído” con una forma especial de lectura en la pantalla de
un ordenador. También las hemos podido “escuchar”, y no de viva voz de
nadie, sino en una radio, o más probablemente a través de un amplificador
2 El uso de las lenguas vulgares en desmedro del latín y el abaratamiento de los costos de
producción contribuyeron a la difusión del libro impreso en el ámbito educativo. A partir del
siglo XVI se evidenció la disolución del mercado internacional restringido –la élite clerical
que leía en latín– y se asistió a la conformación de extensos mercados nacionales de carácter
laico y en lengua local.
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Tercera fase
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Lectura Visión
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[...] ha sido poco más que un objeto doméstico hasta que fue absorbida por
el territorio de la informática y la telemática. Lo mismo le está sucediendo,
y le sucederá cada vez más, al teléfono, otro objeto “benigno” que se ha
transformado en una potentísima estación de salida hacia otros mundos
[2001:16].
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era del libro tratan de adaptarse para sobrevivir, los nativos digitales se sienten
a sus anchas en el nuevo entorno. La distancia que separa a Simone de una
pantalla interactiva es la misma que separa a los jóvenes del objeto-libro.
Pensar en red
Uno de los elementos más reivindicados por los teóricos del hipertexto ha
sido la ruptura de la linealidad de los textos impresos. Lo que para Simone
es una derrota, para otros es un triunfo: poder superar las aristotélicas formas
de pensamiento, ir más allá del relato lineal para inventar nuevas estructuras
narrativas y de pensamiento. Según George Landow
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3En este aspecto se evidencia el verdadero desfase entre las instituciones educativas y la
cultura de los jóvenes. Véase Castells (2007).
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directa ni con una recolección de una tradición oral” (1992:134). Lévy sostiene
que la simulación es un nuevo estilo de razonamiento que no pertenece a la
esfera de la deducción lógica ni a la inducción que se deriva de la experiencia. La
simulación aparece de esta manera como una extensión cognitiva de los modelos
mentales. En este sentido, Lévy considera a la simulación como un proceso de
“imaginación asistida por la computadora” (Computer-Aided Imagination), un
instrumento que sirve de soporte al razonamiento “mucho más potente que la
vieja lógica formal que se fundaba en el alfabeto” (1992:136).
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Bibliografía
Belpoliti, M. (2000), “Dalla lettura alla visione, cambiano le forme del sapere:
dobbiamo piangere la fine dell’Homo sapiens”, La Stampa, Turín, 18 de marzo
[http://lgxserver.uniba.it/lei/rassegna/000318a.htm].
Bettetini, G. (1988), La conversazione audiovisiva, Bompiani, Milán.
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