La Jangada 800 Leguas Por El Amazonas
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Jules Verne
ePub r1.0
hoshiko 21.01.14
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Ttulo original: La jangada. Huit cents lieues sur l'Amazonees
Jules Verne, 1880
Traduccin: J. M. Huertas Ventosa
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Primera parte
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Captulo I
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ciertas razones de economa poltica haban retardado la hora de la emancipacin
general, el negro tena ya el derecho de rescatarse y los hijos que tena nacan libres.
No estaba muy lejano el da en que en aquel magnfico pas, en el cual caben las tres
cuartas partes de Europa, no se haba de contar un solo esclavo entre sus diez
millones de habitantes.
Ya antes se adverta que en breve plazo, el cargo de capitn del bosque estaba
llamado a desaparecer y los beneficios producidos por la captura de los fugitivos
haban disminuido considerablemente. Muy distinto, pues, del largo perodo en que
fueron bastante considerables los productos del oficio; entonces los capitanes del
bosque constituan un mundo de aventureros, formado ordinariamente de manumisos
y desertores merecedores todos de poca estimacin.
En efecto, los tales cazadores de esclavos slo pertenecan a la hez de la sociedad
y con seguridad que el hombre del documento que hemos presentado, no desmereca
la poco recomendable milicia de los capitaes do mato.
Torres se llamaba el hombre y no era mestizo, ni indio, ni negro, como la mayor
parte de sus compaeros. Se trataba de un blanco de origen brasileo y que haba
recibido algo ms de instruccin que la necesaria para su situacin actual. En
realidad, pareca ser uno de esos hombres, venidos a menos, que tanto abundan en el
Nuevo Mundo, sobre todo en una poca en que la ley brasilea exclua todava de
ciertos empleos a los mulatos y otros individuos de sangre mezclada; a pesar de que
si esta exclusin le alcanzaba, no deba atribuirse a su origen, sino a su contextura
moral.
En aquellos momentos Torres se hallaba fuera de Brasil. Haba pasado haca poco
la frontera y desde haca algunos das andaba vagando por los bosques de Per, a
travs de los cuales deslizase el curso del Alto Amazonas.
Torres era un hombre de unos treinta aos. Bien constituido, de temperamento
excepcional y salud de hierro, no pareca haber hecho mella en su organismo la fatiga
de una existencia harto problemtica.
Era de mediana estatura, ancho de hombros, de facciones regulares, tostadas por
el aire abrasador de los trpicos y su paso era rpido, seguro. Usaba una espesa barba
negra y sus ojos ocultos bajo las cejas que se juntaban, lanzaban esa mirada viva,
pero dura, de las naturalezas imprudentes. Era evidente que all donde el clima no
haba impreso su tinte bronceado, su rostro, en vez de sonrojarse, ms bien deba
contraerse bajo el influjo de las malas pasiones.
Torres apareca vestido al uso muy rudimentario de corredores de los bosques.
Las prendas que llevaba demostraban tener muy largo uso. Cubra su cabeza un
sombrero de fieltro de anchas alas puesto a travs y un ancho pantaln de lana gruesa
se esconda entre las caas de unas fuertes botas, que constituan la parte ms slida
de aquella vestidura. Tapndolo todo, llevaba un poncho desteido y amarillento, que
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no permita ver si usaba chaqueta o chaleco que le cubriesen el pecho.
Lo evidente era que, aun cuando Torres fuese un capitn del bosque, no ejerca
aquel oficio, al menos en las condiciones en que se encontraba en tales momentos,
por lo que tocaba a sus medios de ataque o defensa para la persecucin de negros. No
llevaba armas de fuego; ni fusil ni revlver. Solamente se vea en su cintura uno de
esos tiles que tiene ms de sable que de cuchillo de caza y a los que se les da el
nombre de machete. Aparte, Torres se hallaba provisto de una enchada, especie de
azada, que suele emplearse sobre todo para la persecucin de los armadillos y agutes
que abundan en las selvas del Alto Amazonas, donde los flavos son por lo comn
escasamente temibles[2].
De todos modos, aquel da, 4 de marzo de 1852, aquel aventurero, o se hallaba
singularmente absorto en la lectura del documento que tena ante los ojos, o,
acostumbrado a recorrer los bosques de la Amrica del Sur, le tenan sin cuidado sus
esplendores. En efecto, nada poda distraerle de su lectura. Ni el grito prolongado de
los monos aulladores, que Saint-Hilaire equipara justamente al ruido del hacha de
leador cuando cae sobre las ramas de los rboles; ni el seco retintn de los anillos del
crtalo, serpiente en realidad poco agresiva, pero s extraordinariamente venenosa; ni
el croar chilln del sapo cornudo, merecedor de la palma de la fealdad en el gnero de
los batracios; ni el canto a la vez sonoro y grave de la rana bramadora, que si no
puede pretender semejarse al buey por la corpulencia, le iguala al menos por el
estrpito de su croar parecido a los mugidos.
Torres, repetimos, no se daba cuenta de aquellos ruidos, que son como la voz
compleja de los bosques del Nuevo Mundo. Tumbado al pie de un rbol magnfico, ni
se haba fijado en el alto ramaje de aquel admirable pao ferro, o rbol de hierro,
oscuro y descortezado, de apretada fibra y duro como el metal, de quien haca antao
las armas y los tiles el indio salvaje. No! Abstrado en su pensamiento, el capitn
del bosque segua examinando el singular documento. Con la clave que posea,
conceda a cada letra el sentido real que tena, leyendo aquellas palabras,
incomprensibles para los dems. Precisamente en aquellos momentos sonrea con
expresin maligna.
Tras la sonrisa, comenz a murmurar algunas frases, que nadie poda or en aquel
desierto lugar del bosque peruano y que, por otra parte, nadie hubiera podido
comprender.
He aqu deca un centenar de lneas claramente escritas y que tienen para
quien yo s una importancia indudable. Alguien que es rico. Esta es una cuestin de
vida o muerte para l y en todas partes esto se paga caro.
Volvi a mirar el documento con ojos vidos y sigui monologando:
A un conto de reis solamente por cada una de las palabras de esta ltima frase,
ascendera a una buena suma. Y esa frase resume todo el documento! Da su
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verdadero nombre a los personajes Mas antes de probar a comprenderla, ser
bueno contar el nmero de palabras que contiene.
Y diciendo esto, Torres se puso a contar mentalmente.
Suma cincuenta y ocho palabras exclam luego, lo que har cincuenta y
ocho contos. Nada! Qu con esto se puede vivir en Brasil, en Norteamrica y en
todas partes donde se quiera y vivir sin hacer nada! Y a cunto ascendera si todas
las palabras del documento me fueran pagadas a este precio? Podra calcular
entonces por centenares de contos! Voto a diablos! Ah tengo una fortuna que
realizar, o soy el mayor de los tontos!
Y ya le pareca que sus manos tocaban la enorme suma y que empuaba los
cartuchos de monedas de oro.
Bruscamente, su pensamiento tom un nuevo giro.
Como sea murmur ya toco el fin de este viaje, que me ha trado desde las
orillas del Atlntico a las mrgenes del Alto Amazonas. Lo malo es que este hombre
puede haber dejado Amrica, puede estar al otro lado de los mares y entonces, cmo
har yo para encontrarle? Pero no, l est aqu y con slo subirme a la cima de uno
de estos rboles, podr descubrir el techo de la casa donde mora con su familia.
Despus, agarrando el papel y agitndolo con un gesto febril, continu:
Antes que pase maana estar en su presencia! Y ya sabr que su honor y su
vida estn encerrados en estas lneas. Cuando quiera conocer la clave que le permita
leerlas, de muy buena gana pagar esta clave, si yo quiero, con toda su fortuna, como
la pagara con toda su sangre. Ah, diantre! El compadre que me entreg este
precioso documento, que me ha proporcionado el secreto, dicho dnde encontrara a
su antiguo colega y el nombre bajo el que se oculta despus de treinta aos, no poda
sospechar que labraba mi fortuna.
Torres mir por ltima vez el viejo papel y despus de haberlo doblado
cuidadosamente, lo guard en una slida cajita de cobre, que le serva tambin de
portamonedas.
Advirtamos que, si toda la fortuna de Torres se hallaba contenida en aquella
cajita, que era del tamao de una tabaquera, en ningn pas del mundo habra pasado
por rico. Tena en ella unas pocas de todas las monedas de oro de los Estados
circunvecinos. Dos cndores dobles de Colombia; una cantidad similar en bolvares
venezolanos; doble nmero de soles de Per; algunos escudos chilenos y otras
pequeas piezas; todo lo cual compona una cantidad insignificante. No obstante ello,
Torres se hubiera visto muy embarazado para dar cuenta de dnde y cmo haba
adquirido dichas monedas.
Lo que haba de cierto era que Torres, despus de algunos meses de haber
abandonado su oficio de capitn del bosque, que ejerca en la provincia de Par,
haba subido por la cuenca del ro Amazonas y atravesado la frontera para entrar en el
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territorio peruano.
A este aventurero, por otra parte, le hacan falta muy pocas cosas para vivir.
Qu cosas le eran necesarias? Nada para vivienda y poco para vestirse. El
bosque le facilitaba su alimento, que preparaba sin gastos, al uso de los corredores de
las florestas. Le bastaban algunos reis para su tabaco que compraba en las Misiones o
en las pequeas aldeas, as como para el aguardiente de su calabaza. Con muy poco
poda ir bastante lejos.
Cuando el papel estuvo encerrado en la cajita de metal, cuya tapa se cerraba
hermticamente, Torres, en lugar de volverla a poner en el bolsillo de la chaqueta que
cubra su poncho, le pareci ms conveniente, por un exceso de precaucin,
depositarla cerca de l, en el hueco de una raz del rbol a cuyo pie se hallaba
tendido.
Esto era una imprudencia, que le iba a costar cara.
Haca mucho calor. El tiempo era pesado. Si la iglesia de la aldea inmediata
hubiese tenido reloj, hubiera dado entonces las dos de la tarde y Torres lo habra odo,
merced al viento, porque slo se encontraba a dos millas de la poblacin, aunque,
desde luego, la hora le era indiferente. Acostumbrado a guiarse por la altura, ms o
menos bien calculada, del sol bajo el horizonte, un aventurero no sabra llevar con
exactitud militar los actos de la vida. Desayunaba o coma cuando le pareca
conveniente o cuando le era posible. Dorma donde y cuando le vena el sueo. Si la
mesa no estaba siempre puesta, el lecho, en cambio, en todo momento lo tena
dispuesto al pie de un rbol, en la espesa maleza y en pleno bosque. Torres no era
descontentadizo en las cuestiones de comodidad. Como haba caminado una gran
parte de la maana y comido un poco, la necesidad de dormir se dejaba sentir
impetuosamente. Le convenan, pues, dos o tres horas de descanso que le pondran en
disposicin de poder continuar su camino. Se acost, pues, sobre la hierba lo ms
cmodamente que le fue posible y procur conciliar el sueo.
Sin embargo, Torres no era de esas personas que se duermen sin algunas
precauciones elementales. Tena, en primer lugar, la costumbre de tomar algunos
sorbos de licor fuerte y tras esto fumarse una pipa. El aguardiente sobreexcita el
cerebro y el humo del tabaco se mezcla bien con el humo de los ensueos. Por lo
menos, tal era su opinin.
Torres empez, pues, por acercarse a sus labios una calabaza que llevaba
pendiente del costado y que estaba llena de aquel licor al que se da en Per el nombre
de chicha, y ms particularmente el de caysuma en el Alto Amazonas y que es el
producto de una ligera destilacin de la raz de yuca dulce despus que se ha
producido la fermentacin, al cual el capitn del bosque, como hombre cuyo paladar
estaba bastante estragado, crea deber aadir una buena dosis de aguardiente de caa.
Cuando hubo bebido unos cuantos sorbos de aquel licor, agit la calabaza,
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convencindose, no sin pesar, de que se hallaba casi vaca.
Ser preciso llenarla de nuevo dijo simplemente.
Despus, sacando una pipa corta de raz, la llen de este tabaco acre y fuerte de
Brasil, que es el antiguo tabaco de hoja, introducido en Francia por Nicot, a quien
debemos la vulgarizacin de la ms productiva y ms conocida de los solanceas.
Ese tabaco no se pareca en nada al que se produce en la actualidad; pero Torres
no era muy exigente sobre este punto, como tampoco sobre otros. Tras golpear el
pedernal con el eslabn, inflam un poco de esa substancia viscosa, a la que se da el
nombre de yesca de hormigas y es segregada por ciertos himenpteros. Con la
inflamada yesca encendi su pipa.
Habra dado nueve o diez chupadas, cuando sus ojos se cerraron y la pipa se
escap de sus dedos. Se haba quedado dormido o, mejor dicho, sumido en una
especie de sopor que no llegaba a sueo verdadero.
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Captulo II
El ladrn robado
Casi media hora haca que dormitaba Torres, cuando bajo los rboles se percibi
un rumor de pasos ligeros, como de alguien que caminase descalzo y con ciertas
precauciones para no ser odo.
De haber estado despierto, el primer cuidado del aventurero habra sido ponerse
en guardia contra toda visita sospechosa. Pero, como no era as, el que avanzaba pudo
llegar a su lado, sin que el durmiente se pusiera en guardia.
Entonces se vio que no se trataba de un hombre, sino de un guariba.
De cuantos monos abundan en los bosques del Alto Amazonas y cuya cola tiene
la propiedad de asirse a cualquier parte, el guariba es, sin duda alguna, el ms
original. Los sahus son de graciosas formas, los sajes cornudos ofrecen su pelo
bellamente gris y los samioles o saguinos parece que llevan una mscara sobre su
rostro gesticulante. Sin embargo, lo repetimos, no hay ninguno como el guariba. De
instinto sociable, poco feroz y, muy distinto en esto del mucura, fiero y asqueroso,
gusta de la sociedad y anda generalmente en manadas. Su presencia se anuncia desde
lejos por un concierto de voces montonas, que recuerdan las oraciones salmodiadas
de los chantres. Pero, si la Naturaleza no le ha creado perverso, no se le debe atacar
sin precauciones. En todo caso, un viajero dormido no deja de hallarse bastante
expuesto, cuando un guariba le sorprende en esta situacin y fuera de estado de
defenderse.
Este mono, que se llama tambin barbado en Brasil, es de gran estatura. La
agilidad y la fuerza de sus miembros hacen de l un animal vigoroso, tan apto para
luchar en tierra como para saltar de rama en rama hasta la cima de los gigantes de la
selva.
Pero entonces ste avanzaba poco a poco y con prudencia. Miraba a todos lados y
agitaba rpidamente su cola. A estos individuos de la raza smica, la Naturaleza no se
ha contentado con darles cuatro manos, de donde les viene el nombre de
cuadrumanos, sino que ha querido mostrarse ms generosa concedindoles
verdaderamente cinco, puesto que la extremidad de su apndice posee una gran
fuerza de aprehensin.
El guariba se aproxim sin hacer ruido, blandiendo un grueso palo, que, manejado
por su brazo vigoroso, poda llegar a ser un arma temible. Pasados algunos minutos
desde que viera al hombre echado al pie del rbol, la inmovilidad del que dorma le
alent, sin duda, para venir a verle ms de cerca. Avanz, pues, no sin algo de
vacilacin y se detuvo por fin a tres pasos de l.
En su rostro barbudo apareci un gesto que descubri sus dientes acerados,
blancos como el marfil y agit la estaca de un modo poco seguro para el capitn del
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bosque.
El contemplar a Torres no despertaba, desde luego, en el guariba, muy benvolas
ideas. Deba tener, pues, algunos motivos particulares para querer mal a aquella
muestra de la raza humana que la casualidad le presentaba sin defensa? Tal vez. Es
sabido cunto conservan algunos animales la memoria de los malos tratos que reciben
y era muy posible que aqul tuviese algn motivo de rencor contra los corredores de
los bosques.
En efecto, para los indios sobre todo, el mono es una caza que llama mucho la
atencin, sea cualquiera la especie a que pertenezca y se les caza con todo el ardor de
un Nemrod, no solamente por el placer de cazarle, sino tambin por el gusto de
comrselo.
Pero si el guariba no pareca dispuesto a invertir esta vez los papeles ya que la
Naturaleza slo ha hecho de l un simple herbvoro; si no trataba de devorar al
capitn de los bosques, por lo menos s pareca dispuesto a destruir a uno de sus
naturales enemigos.
As, despus de haberle contemplado algunos instantes, principi a dar vueltas en
torno del rbol. Caminaba lentamente, conteniendo su aliento y aproximndose ms y
ms. Su actitud era amenazadora; su fisonoma, feroz. Nada le era ms fcil que
matar de un solo golpe a aquel hombre inmvil y era lo cierto que en aquel instante la
vida del capitn del bosque penda de un hilo.
En efecto, el guariba se haba detenido por segunda vez junto al rbol,
colocndose de modo que pudiera dominar la cabeza del hombre que dorma y
levant la estaca para descargar el golpe.
Pero si Torres haba cometido un imprudencia ocultando en el hueco de la raz la
cajita que contena su documento y su fortuna, esta imprudencia, sin embargo, fue la
que le salv la vida.
Por las ramas se desliz un rayo de sol que vino a herir la cajita, cuyo metal
bruido brillaba como un espejo.
El mono, con esa veleidad propia de los de su especie, inmediatamente se
distrajo. Sus ideas, si es que un animal puede tenerlas, tomaron otro giro. Se agach,
cogi la cajita, retrocedi algunos pasos y levantndola hasta sus ojos la contempl
con sorpresa.
Tal vez lo que le produjo ms admiracin fue el or resonar las piezas de oro que
contena. Aquel sonido le encant. Era como un chupn en manos de un nio, porque
se la llev a la boca, apretndola fuertemente con los dientes, pero sin lograr ni
siquiera hacer mella en el metal.
Indudablemente, el guariba crey encontrar en aquello alguna fruta de nueva
especie. Una gran almendra brillante, con un hueso que flotaba libremente dentro de
su cscara. Mas, aunque bien pronto comprendi su error, no crey que por esto deba
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abandonar la caja. Por el contrario, la cogi fuerte mente con la mano izquierda y
solt la estaca, que al caer rompi una rama seca.
Al ruido que hizo, Torres se despert y con la prontitud de las personas que
siempre estn alerta y para quienes es cosa fcil la transicin del sueo a la vigilia, al
momento se puso en pie.
En seguida se dio cuenta Torres de quin tena delante.
Y tomando el machete, que se encontraba junto a l, se prepar para la defensa.
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Y esta vez, queriendo recobrar a toda costa su caja, se lanz en pos del guariba.
Harto conoca que no era muy fcil detener a aquel gil animal. En tierra se le
escapara muy pronto y por las ramas ms pronto todava. Un tiro quiz bastara a
detenerle en su carrera o en su vuelo; pero Torres no tena ningn arma de fuego. Su
machete y su azada slo podan servirle contra el guariba en caso de poder acercarse.
Bien pronto comprendi que el mono no poda ser detenido sino merced a la
astucia o la sorpresa. Y era mejor usar la primera con el malicioso animal. Detenerse,
ocultarse bajo el ramaje, e incitar al guariba ya a detenerse ya a volver sobre sus
pasos, era lo nico que poda intentarse. Esto fue lo que hizo Torres y la persecucin
comenz bajo tales condiciones; mas cuando el capitn del bosque desapareca, el
mono se paraba, pero slo a contemplar lo que haca, sin moverse, por lo que en este
ejercicio Torres se fatigaba sin resultado.
Condenado guariba! exclam al fin. No acabaremos nunca y es capaz de
volverme a llevar as hasta la frontera brasilea! Si al menos soltase mi caja! Pero
no! El sonido de las piezas de oro le divierte! Ah, ladrn, si yo te llegara a echar
mano!
Y Torres volvi a emprender la persecucin y el mono a escaprsele con nuevo
ardor.
Una hora transcurri de tal guisa, sin obtener ningn resultado. Torres senta una
preocupacin muy natural. Cmo no, si con aquel documento poda nadar en
dinero?
La clera se apoder de l. Jur, pate el suelo y hasta amenaz al guariba. El
terco animal le contest con una especie de risa burlona, la ms a propsito para
ponerle fuera de s.
Torres volvi a lanzarse a la persecucin; corri hasta perder el aliento
enredndose entre aquellas altas hierbas, aquellas espesas malezas y aquellas lianas
entrelazadas, a travs de las cuales el guariba pasaba fcilmente.
Las gruesas races ocultas entre las hierbas borraban de vez en cuando los
senderos. Tropezndose, levantndose, al final principi a gritar socorro!, como si
pudiera ser odo.
Luego, acabndosele las fuerzas y faltndole la respiracin, se vio obligado a
detenerse.
Mil diablos! exclam. Cuando persegua a los negros cimarrones a travs de
las malezas, no me causaba tanto disgusto. Pero he de atrapar a este mono maldito!
Ir tras l, s, ir tras l, mientras mis piernas puedan sostenerme y ya nos veremos!
El guariba se haba quedado inmvil, viendo que el aventurero cesaba de
perseguirle y se aprovechaba de este intervalo para descansar, aunque estaba muy
lejos de haber llegado a aquel grado de fatiga que privaba de todo movimiento a
Torres.
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Permaneci en tal estado unos diez minutos, mascando algunas races que haba
arrancado a flor de tierra y haciendo sonar de tiempo en tiempo la caja junto a su
oreja.
Torres, exasperado, le tir algunas piedras que llegaron a tocarle, aunque sin
hacerle ningn dao a causa de la distancia.
Era preciso, sin embargo, tomar un partido. Por una parte, pareca insensato
continuar la persecucin del mono sin una seguridad de cogerle; y por otra, aceptar
con todas sus consecuencias aquel capricho de la casualidad era quedar no solamente
vencido, sino tambin engaado y burlado por un despreciable animal, lo cual
bastaba para causar la desesperacin de cualquiera.
Y, sin embargo, Torres comprenda que cuando llegase la noche el ladrn se
escapara cmodamente y l, el robado, tendra mucha dificultad para volver a
encontrar su camino a travs de aquel espeso bosque. En efecto, la persecucin le
haba alejado bastantes kilmetros de la orilla del ro y le sera ya muy difcil volver a
ella.
Aunque titubeando, procur resumir sus ideas con sangre fra y finalmente,
despus de haber proferido la ltima imprecacin, se resolvi a abandonar toda idea
de volver a recobrar su caja; pero ansiando todava, a pesar de su aparente
conformidad, tener aquel documento en que estaba basado su porvenir, segn el uso
que pensaba hacer de l, se dijo que era preciso intentar un ltimo esfuerzo.
Conque se levant y el guariba le imit. Dio el hombre algunos pasos hacia
delante. El mono hizo otro tanto hacia atrs. Pero esta vez, en lugar de internarse en
lo profundo del bosque, se detuvo al pie de un gran ficus, rbol cuyas variedades son
tan numerosas en toda la cuenca del Alto Amazonas.
Asirse al tronco con sus cuatro manos; trepar por l con la agilidad de un payaso
que imitase a un mono; agarrarse con la cola a las primeras ramas extendidas
horizontalmente a once metros del suelo; subirse despus hasta la cima del rbol,
hasta el sitio en que sus ltimas ramas se inclinaban sobre l, todo esto slo fue un
juego para el gil guariba y tarea de algunos instantes.
Instalado all con la mayor comodidad, continu su interrumpida comida,
cogiendo las frutas que se hallaban al alcance de su mano. Torres tambin tena gran
necesidad de comer y de beber; pero le era imposible! Su morral estaba limpio y su
calabaza vaca!
Sin embargo, en lugar de retroceder, se dirigi hacia el rbol, por ms que la
posicin adoptada por el mono fuese entonces muy desfavorable para l. No poda ni
aun soar en trepar a las ramas de aquel ficus, que su ladrn habra muy pronto
abandonado por otro.
Y siempre la cajita, que no poda recuperar, resonaba en su odo!
Llevado por su furor y su locura, el aventurero apostrof al guariba. Sera
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imposible decir la serie de invectivas que le dirigi.
No se limit a llamarle mestizo, lo cual es una grave injuria en boca de un
brasileo de raza blanca, sino que tambin le llam curiboca, esto es, mestizo de
negro y de india, pues de todos los insultos que un hombre puede dirigir a otro, era el
ms cruel en aquella latitud ecuatorial.
Pero el mono, que no era ms que un simple cuadrmano, se burlaba de todo lo
que pudiera gritarle un ser humano.
Torres entonces comenz a tirarle piedras, races y todo lo que poda servirle de
proyectiles. Tena esperanza de herir gravemente al mono? No ya ignoraba lo que
haca. A decir verdad, la rabia que le causaba su impotencia le privaba de la razn.
Quiz esperaba el instante en que, al hacer el guariba un movimiento para saltar de
una rama a otra, arrojase la cajita y aun que, para imitar los ademanes del agresor,
llegase a tirrsela a la cabeza.
Pero no; el mono procuraba retenerla y aunque tena ocupada una mano con ella,
aun le quedaban tres para manejarse.
Torres, desesperado, iba ya a abandonar la partida y volverse hacia el Amazonas,
cuando se dej or un rumor de voces No era ilusin, no! Se trataba de voces
humanas.
Se hablaba a unos veinte pasos del sitio en que se encontraba parado el
aventurero.
El primer cuidado de Torres fue ocultarse entre un espeso ramaje. Como hombre
prudente, no quera dejarse ver sin saber, al menos, ante quin poda hacerlo.
Palpitante, turbado, escuchaba con atento odo, cuando de repente se oy la
detonacin de un arma de fuego.
Un grito la sigui y el mono, mortalmente herido, cay pesadamente al suelo,
teniendo siempre la cajita de Torres en la mano.
Diablo! exclam. He aqu una bala que llega a muy buen tiempo.
Y esta vez, no importndole que le vieran, sali de entre el ramaje a tiempo que
dos jvenes aparecan bajo los rboles.
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Se trataba de dos brasileos en traje de caza, con botas de cuero, ligero sombrero
de palma, chaqueta, o ms bien casaca, ceida a la cintura y prenda ms cmoda que
el poncho nacional. Por sus facciones y su color, claramente se conoca que eran de
sangre portuguesa.
Cada uno estaba armado con un largo fusil de fbrica espaola, que recuerdan
algo las armas rabes; fusiles de largo alcance y de una gran precisin y que los
habitantes de los bosques del Alto Amazonas manejan con sumo acierto.
Lo que acababa de suceder era la prueba. A una distancia oblicua de ms de
ochenta pasos, el cuadrmano haba sido herido en medio de la cabeza.
Adems, los dos jvenes llevaban a la cintura una especie de cuchillo-pual, que
se llama faca en Brasil y el cual los cazadores no vacilan en emplear contra la onza[3]
y otros animales, si no tan terribles, por lo menos bastante numerosos en aquellos
bosques.
Evidentemente, Torres nada tena que temer de aquel encuentro y se apresur a
correr hacia el cuerpo del mono.
Pero los jvenes, que avanzaban en la misma direccin, tenan menos camino que
andar y se haban aproximado algunos pasos cuando se encontraron ante Torres.
Este haba recobrado su presencia de nimo.
Muchas gracias, seores! les dijo alegremente, quitndose el sombrero. Me
habis hecho un gran servicio matando a este perverso animal.
Los cazadores se miraron, sin comprender, desde luego, por qu se les daba las
gracias.
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En pocas palabras, les puso Torres al corriente de lo que ocurra.
Habis credo matar a un mono concluy y en realidad habis matado a un
ladrn.
Si os hemos sido til respondi el ms joven de los dos, ha sido sin
sospecharlo; mas no por esto nos consideramos menos dichosos por haberos prestado
el servicio.
Y dando algunos pasos atrs, se inclin sobre el guariba y le arranc, no sin
esfuerzo, la cajita de su mano.
Ved lo que, sin duda, os pertenece, seor agreg.
Esto es dijo Torres, que tom apresuradamente la cajita, sin poder contener
un gran suspiro de consuelo. A quin debo agradecer, seores, el servicio que se me
acaba de hacer?
A mi amigo Manuel, ayudante mayor de mdico en el ejrcito brasileo
inform el que hasta entonces hablara.
Si yo he sido el que ha tirado al mono replic Manuel, t fuiste quien me
lo hizo ver, querido Benito.
En ese caso, seores replic Torres a ambos me hallo obligado; tanto al
seor Manuel como al seor
Benito Garral hizo saber Manuel.
Mucha fuerza de nimo necesit el capitn del bosque, para no estremecerse al
or aquel nombre y sobre todo cuando el joven aadi con galantera:
La granja de mi padre Juan Garral se halla a tres millas de aqu[4]. Si os place,
seor
Torres manifest el aventurero.
Si os place, seor Torres, venir con nosotros, seris bien recibido.
Yo no s si podr contest Torres, que, sorprendido por aquel encuentro
inesperado, vacilaba en tomar una decisin. Temo, a la verdad, no poder admitir
vuestra oferta. El incidente que me acaba de ocurrir me ha hecho perder tiempo
Tengo que volver prontamente hacia el Amazonas, porque cuento con bajar hasta
Par.
Entonces, seor Torres repuso Benito, es muy probable que nos volvamos
a ver, porque antes de un mes mi padre y toda su familia habrn tomado el mismo
camino que vos.
Ah! exclam vivamente Torres. Vuestro padre trata de cruzar la frontera
brasilea?
En efecto, en un viaje de varios meses respondi Benito. Al menos, nosotros
confiamos llegar a decidirle. No es as, Manuel?
El aludido hizo un signo afirmativo.
Entonces, seores manifest Torres, es tal vez posible que volvamos a
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encontrarnos. En cambio ahora, aun cuando lo siento mucho, no puedo, en este
instante, aceptar la oferta que me hacis. Os lo agradezco, sin embargo y me
considero doblemente obligado.
Y, tras de decir esto, salud a los dos jvenes, los que, despus de corresponderle,
tomaron el camino de su granja.
Torres los contempl alejarse. Cuando los hubo perdido de vista, coment en voz
alta y enronquecida:
Ah! De manera que va a cruzar la frontera! Mejor, que la pase y as se
encontrar por completo a merced ma Buen viaje, Juan Garral!
Y dichas estas palabras, el capitn del bosque emprendi la marcha hacia el sur.
Iba en busca de la orilla izquierda del ro por el camino ms corto. No tard en
desaparecer entre la espesa arboleda.
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Captulo III
La familia Garral
Situada la aldea de Iquitos cerca de la orilla izquierda del Amazonas, se alza poco
ms o menos sobre el 74 meridiano, en aquella parte del gran ro que an lleva el
nombre de Maran, cuyo lecho separa Per de la Repblica del Ecuador, unos
trescientos kilmetros hacia el oeste de la frontera de Brasil.
Al igual que todas las casas, aldeas y lugarejos que se alzan en la cuenca del
Amazonas, Iquitos fue fundada por los misioneros. Hasta el ao decimosptimo del
siglo diecinueve, los indios iquitos, que formaron por el momento su nica poblacin,
vivan retirados hacia el interior, bastante lejos del ro. Pero un da los manantiales de
su territorio se secaron de resultas de una erupcin volcnica, vindose entonces
obligados a establecerse en la orilla izquierda del Maran. La raza se alter bien
pronto, a consecuencia de los enlaces que contrajeron con los indios ribereos,
ticunas u omaguas y hasta hoy da Iquitos slo cuenta con una poblacin mixta, a la
cual se deben aadir algunos espaoles y dos o tres familias de mestizos.
Unas cuarenta chozas, bastante miserables, cuyo techo de blago apenas las haca
dignas del nombre de cabaas, componan toda la aldea, aunque, por otra parte, se
hallaban pintorescamente agrupadas en una explanada que dominaba las orillas del
ro a unos sesenta pies de elevacin. Una escalera hecha de troncos, transversalmente
colocados, daba acceso a la aldea; pero se esconda tanto a los ojos del forastero, que
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ste no se determinaba a trepar por ella, porque la bajada le pareca imposible. Mas
una vez en lo alto, se vea ante una cerca, poco resguardada, de arbustos variados y
plantas arborescentes, liadas por cordones de lianas que se extendan aqu y all,
desde las copas de los bananos y de palmeras de la ms elegante especie.
En aquella poca, la moda haba de tardar mucho tiempo en modificar el traje
primitivo: los indios de Iquitos iban poco menos que desnudos. Solamente los
portugueses y mestizos, que miraban con gran desdn a sus conciudadanos indgenas,
iban vestidos con una simple camisa, un pantaln ligero de telilla de algodn,
cubrindose la cabeza con un sombrero de paja. Por lo dems, todos vivan
miserablemente en este lugarejo, tratndose y juntndose poco; y si alguna vez se
reunan, era nicamente en las horas en que la campana de la Misin los llamaba a la
casa medio derruida que serva de iglesia.
Pero si la vida se hallaba en estado casi rudimentario en el lugarejo de Iquitos,
como en la mayor parte de las aldeillas del Alto Amazonas, no haba ms que andar
una legua bajando hacia el ro, para ver en la misma ribera un rico establecimiento,
donde se encontraban reunidos todos los elementos para gozar una vida cmoda.
Esta era la granja de Juan Garral, hacia la cual volvan los dos jvenes, despus
de su encuentro con el capitn del bosque.
All, sobre un recodo del ro, en la confluencia del Nanay, ancho de quinientos
pies, haca bastantes aos que estaba fundada aquella granja, aquella alquera, o para
emplear la expresin del pas, aquella fazenda, entonces en plena prosperidad.
Baada al norte por las aguas del Nanay en un espacio de una pequea milla, tena
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una anchura igual al este, por donde tocaba la orilla del gran ro. Al oeste, pequeas
corrientes de agua tributarias del Nanay y algunas lagunas de mediana extensin, la
separaban de la sabana y de las campias destinadas a pasto de los animales.
All era donde Juan Garral, en 1826, veintisis aos antes de la poca en que
comienza esta historia, fue acogido por el propietario de la fazenda.
Era un portugus, llamado Magallanes, que no tena ms industria que la de
explotar las maderas del pas; y su establecimiento, recientemente fundado, ocupaba
entonces una media milla en la ribera del ro.
All, Magallanes, hospitalario como todos los portugueses de antigua raza, viva
con su hija Yaquita, que desde la muerte de su madre haba tomado el gobierno de la
casa. Magallanes era un buen trabajador, de los duros; pero careca de instruccin.
Aunque saba dirigir algunos esclavos que posea y la docena de indios cuyos
servicios ajustaba, se mostraba poco apto en las operaciones exteriores de su
comercio. As, pues, por su ignorancia, el establecimiento de Iquitos no prosperaba y
los asuntos del negociante portugus se encontraban bastante confusos.
En aquellas circunstancias fue cuando Juan Garral, que contaba entonces
veintids aos, se encontr un da con Magallanes. Haba llegado al pas al cabo de
muchos esfuerzos y apuros. Magallanes le haba encontrado en un bosque vecino,
medio muerto de hambre y de fatiga. Aquel portugus tena un gran corazn y no
pregunt al desconocido de dnde vena, sino lo que necesitaba. El noble y altivo
rostro de Juan Garral, a pesar de su debilidad, le haba interesado. Le recogi,
ayudndole a ponerse en pie y le ofreci, desde luego y por algunos das, una
hospitalidad que deba durar toda su vida.
Vase, pues, por qu circunstancias entr Juan Garral en la granja de Iquitos.
Era brasileo y se encontraba sin familia ni fortuna. Los disgustos, deca l, le
haban obligado a expatriarse y a renunciar a toda idea de volver a su patria y rog a
su husped que no le preguntase nada sobre sus desgracias pasadas, desgracias tan
graves como inmerecidas. Lo que l buscaba, lo que l quera, era una vida nueva,
una vida de trabajo. Haba andado un poco a la ventura con la idea de establecerse en
alguna hacienda del interior. Era instruido, inteligente y tena en toda su presencia ese
no s qu que revela al hombre sincero, de alma pura y recta. Magallanes qued
seducido y le rog que permaneciese en la hacienda, donde poda hacer lo que no
saba el digno granjero.
Juan Garral acept sin vacilar.
La intencin haba sido entrar, desde luego, en un seringal, explotacin de
caucho, donde un buen obrero ganaba en aquella poca cinco o seis piastras diarias y
poda esperar encontrar patrn por poco que la suerte le favoreciese; pero Magallanes
le hizo observar justamente que, si la paga era crecida, no se hallaba trabajo en el
seringal ms que en la poca de la recoleccin, es decir, durante algunos meses
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nicamente, lo cual no iba a resultar una situacin estable y tal como l deba
desearla.
El portugus tena razn. Juan Garral lo comprendi y entr resueltamente al
servicio de la fazenda, decidido a consagrarle todas sus fuerzas.
No tuvo Magallanes motivo para arrepentirse de la buena accin que ejecutara.
Sus negocios se restablecieron. Su comercio de maderas, que por el Amazonas se
extenda hasta Par, adquiri muy pronto, bajo la direccin de Juan Garral, una
extensin considerable. La fazenda no tard en aumentar en proporciones y se
desarroll sobre la ribera del ro hasta la desembocadura del Nanay. De la casa se
hizo una hermosa morada, con un segundo piso al que rodeaba una galera cubierta y
medio encerrada entre hermosos rboles, como mimosas, higueras y paulinias, cuyos
troncos desaparecan bajo un enrejado de granadillas, de bromelias de flores escarlata
y multitud de lianas enredaderas.
A lo lejos, detrs de los gigantescos rboles y de un espeso matorral de plantas
arborescentes, se ocultaba el conjunto de las construcciones donde habitaba el
personal de la fazenda. Las habitaciones comunes a todos, las chozas de los negros,
las cabafias de los indios. Desde la ribera del ro, guarnecida de caas y otras plantas
acuticas, no se vea ms que la casa forestal.
Una vasta campia, cuidadosamente desmontada a lo largo de las lagunas, ofreca
excelentes pastos y los animales abundaban. Esto fue una nueva fuente de
importantes ganancias de aquellas ricas comarcas, donde un rebao se duplica en
cuatro aos dando un diez por ciento de inters solamente con la venta de la carne y
de las pieles de los animales sacrificados para consumo de los ganaderos. Se
establecieron algunos sitios o plantaciones de yuca y de caf en aquellas partes del
bosque despejadas por la tala de rboles. Los plantos de caa de azcar exigieron
bien pronto la construccin de un ingenio de azcar para la fabricacin de la melaza,
el aguardiente y el ron. Brevemente, diez aos despus de la llegada de Juan Garral a
la granja de Iquitos, la fazenda se haba convertido en uno de los ms ricos
establecimientos del Alto Amazonas. Gracias a la buena direccin dada por el joven
encargado a los trabajos del interior y a los negocios de fuera, su prosperidad iba en
aumento de da en da.
El portugus no haba tardado mucho tiempo en reconocer lo que deba a Juan
Garral. A fin de recompensarle segn su mrito, le haba interesado desde luego en
los beneficios de su explotacin y al cabo de cuatro aos de su llegada le hizo su
socio, con las mismas atribuciones que l y con igual participacin.
Pero an meditaba premiarle mejor. Yaquita, su hija, haba reconocido, como l,
en aquel joven silencioso, dulce con los otros, duro consigo mismo, importantes
cualidades de corazn y de talento. Ella le amaba; pero aunque, por su parte, Juan no
hubiera sido insensible a los mritos y a la bondad de aquella hermosa joven, fuese
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por orgullo o fuese por reserva, no pareca dispuesto a pedirla en matrimonio.
Un desgraciado suceso resolvi el asunto.
Dirigiendo Magallanes, cierto da, una tala de rboles, fue herido mortalmente por
la cada de uno de ellos.
Transportado casi moribundo a la granja y sintindose perdido, levant a Yaquita,
que lloraba a su lado, le tom la mano y la uni a la de Juan Garral, haciendo jurar a
ste que la tomara por esposa.
Has rehecho mi fortuna le dijo y no morir tranquilo si por medio de esta
unin no dejo asegurado el porvenir de mi hija.
Es que puedo quedar siendo su servidor ms adicto, su hermano, su protector,
sin ser su esposo haba contestado, desde luego, Juan Garral. Os lo debo todo,
Magallanes y no lo olvidar jams; el precio a que queris pagar mis servicios es muy
superior a su mrito.
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La prosperidad del establecimiento no poda menos de aumentarse dirigido por
aquellas dos inteligencias reunidas en un solo corazn.
Un ao despus de su enlace Yaquita dio un hijo a su marido y dos aos ms
tarde, una hija; Benito y Minha, los nietos del viejo portugus, haban de ser dignos
de su abuelo y los hijos dignos de Juan y Yaquita.
La nia se criaba hermosa, sin salir un solo instante de la fazenda. Educada en
aquel lugar puro y sano, en el centro de aquella naturaleza hermossima de las
regiones tropicales, la educacin que le daba su madre y la instruccin que reciba de
su padre fueron suficientes para ella. Qu ms hubiera podido aprender en un
convento de Manaos o de Belem? Y dnde podra haber encontrado mejores
ejemplos de todas las virtudes privadas? Su corazn y su talento seran ms
delicadamente formados lejos del hogar paterno? Si el destino le reservaba el suceder
a su madre en la administracin de la fazenda sabra colocarse a la altura que
conviniera a aquella situacin.
En cuanto a Benito ya fue otra cosa. Su padre quiso y con razn, que recibiese
una educacin tan slida y tan completa como se daba entonces en las grandes
ciudades de Brasil. El rico granjero no tena nada que negarle tratndose de su hijo.
Benito manifestaba felices disposiciones, un talento claro, una inteligencia viva y
cualidades del corazn iguales a las del ingeniero. A la edad de doce aos se le envi
a Par, a Belem y all, bajo la direccin de excelentes profesores, adquiri los
elementos de una educacin que deba hacer de l un hombre distinguido. Nada le fue
difcil en las letras, las ciencias y las artes y se instruy como si la fortuna de su padre
no le hubiera permitido vivir ocioso. No era de los que se imagina que la riqueza
dispensa del trabajo; contrariamente, era uno de esos nobles espritus, firmes y rectos,
que creen que nada se debe sustraer a aquella obligacin natural, si se quiere hacerse
digno del ttulo de hombre.
Durante los primeros aos de su permanencia en Belem, Benito se haba
relacionado con Manuel Valds. Este joven, hijo de un comerciante de Par, segua
sus estudios en el mismo instituto que Benito. La similitud de sus caracteres y de sus
gustos no tard en unirlos con una estrecha amistad y fueron dos inseparables
compaeros.
Manuel, nacido en 1832, tena un ao menos que Benito. No tena ms que a su
madre, que viva de la modesta fortuna que le haba dejado su marido. As, cuando
termin sus primeros estudios, sigui la carrera de medicina. Tena un entusiasmo
decidido por esta noble profesin y era su intento entrar en el servicio militar, hacia el
cual se senta inclinado.
En la poca en que le venimos a encontrar con su amigo Benito, haba obtenido
ya su primer grado y haba venido a disfrutar algunos meses de licencia a la fazenda,
donde tena la costumbre de pasar sus vacaciones. Este joven, de buen rostro, de
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fisonoma distinguida y de cierta arrogancia natural, que le sentaba muy bien, era un
hijo ms que Juan y Yaquita contaban en la casa. Pero si esta cualidad de hijo le haca
el hermano de Benito, semejante ttulo no le haba parecido suficiente con Minha y
bien pronto deba unirse a la joven con un lazo ms estrecho que el que une a una
hermana y a un hermano.
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Por qu pareca no poder ser dichoso, cuando procuraba que los dems lo fuesen?
Deba atribuirse esta disposicin a algn secreto pesar? Esto era un motivo de
constante preocupacin para su esposa.
Yaquita tena entonces cuarenta y cuatro aos. En aquel pas tropical, donde sus
semejantes eran ya viejos a los treinta, ella haba podido resistir a las disolventes
influencias del clima. Sus facciones, un poco duras, pero hermosas todava,
conservaban ese altivo trazo del tipo portugus, en el que la nobleza del rostro se une
a la dignidad del alma.
Benito y Minha correspondan con un cario sin lmites, que se demostraba en
todas las ocasiones, al amor que sus padres manifestaban por ellos.
Benito, de veintin aos entonces, vivo, animoso, simptico, todo sencillez,
contrastaba en esto con su amigo Manuel, ms serio, ms reflexivo. Haba sido un
placer extraordinario para l, despus de un ao pasado en Belem, lejos de la quinta,
volverse a hallar con su joven amigo en la mansin paterna, haber vuelto a ver a su
padre, su madre y a su hermana y encontrarse, en fin l, que era un cazador temerario,
en medio de los soberbios bosques del Alto Amazonas de los que el hombre an
tardar muchos aos en conocer sus secretos.
Minha tena entonces veinte aos. Era una hermosa joven morena, con ojos
azules, de esos ojos que hablan al alma. De mediana estatura, bien formada y de una
gracia vivaz, recordaba el bello tipo de Yaquita.
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todos. Sobre este punto poda preguntarse sin temor a los ms nfimos criados de la
granja. En cambio, a quien no se hubiera podido preguntar era al amigo de su
hermano, a Manuel Valds. Este se hallaba muy interesado en la cuestin y no habra
podido responder sin algo de parcialidad.
La pintura de la familia Garral no estara bien acabada y le faltaran algunas
pinceladas si no se hablase del numeroso personal de la hacienda.
En primer lugar, debemos nombrar a una vieja negra, de sesenta aos, llamada
Cibeles, libre por la voluntad de su amo y esclava por el afecto que a l y a los suyos
profesaba y que haba sido la nodriza de Yaquita. Ella perteneca ya a la familia y
trataba con toda familiaridad a la madre y a la hija. Toda la vida de esta excelente
criatura se haba pasado en aquellos campos, entre aquellos bosques y junto a aquella
ribera del ro, que limitaba el horizonte de la quinta. Haba venido muy nia a Iquitos;
en el tiempo en que an se haca la trata de negros, no sali jams de la aldeita donde
se cas, habiendo quedado viuda muy temprano y perdiendo a su nico hijo, se
consagr enteramente al servicio de Magallanes. No conoca ms del territorio del
Amazonas que lo que se desplegaba ante su vista.
Con ella y ms especialmente consagrada al servicio de Minha, se vea una linda
y alegre mulata de la edad de la joven y que le era adicta por completo. Responda al
nombre de Lina y era una de esas preciosas criaturas, un tanto consentidas, a las
cuales se les permite una gran familiaridad en gracia a la adoracin que demuestran
por sus seoras. Viva, traviesa, cariosa, todo le era consentido en la casa.
El resto de los sirvientes pertenecan a dos clases. Los indios, que figuraban en
nmero de un centenar, estaban empleados a sueldo en los trabajos de la quinta y los
negros, que sumaban el doble que los indios y que si bien todava no eran libres, por
lo menos sus hijos ya no eran esclavos. Juan Garral se haba anticipado con esto al
gobierno brasileo. Bueno es advertir, sin embargo, que en Brasil, mayormente que
en ningn otro pas, los negros trados de Benguela, del Congo y de la costa de Oro,
eran siempre tratados con dulzura.
Hubiera sido vano buscar en la hacienda de Iquitos aquellos tristes ejemplos de
crueldad, tan frecuentes en las plantaciones de otros pases.
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Captulo IV
Dudas
El futuro mdico amaba a la hermana de su amigo Benito y Minha corresponda a
su cario. Haban podido apreciarse y realmente eran dignos uno del otro.
Manuel, cuando estuvo seguro de la ndole de sentimientos que experimentaba
por Minha, lo hizo saber a su amigo Benito.
Querido Manuel le haba contestado al punto el entusiasta joven, tienes
sobrados motivos para querer casarte con mi hermana. Djame hacer. Empezar por
hablar a nuestra madre y creo poderte ofrecer que su consentimiento no se har
esperar.
Al cabo de media hora, el ofrecimiento estaba cumplido. Benito no haba
descubierto nada con lo que le dijera; la buena Yaquita haba ledo antes que ellos en
el corazn de ambos jvenes.
Diez minutos despus Benito se hallaba ante Minha. Forzoso es convenir que no
tuvo necesidad de emplear con ella grandes recursos de elocuencia. A sus primeras
palabras, la nia inclin la cabeza en el hombro de su hermano y el consentimiento
vino directamente de su corazn con esta palabra:
Consiento.
La respuesta lleg casi antes que la pregunta. Benito no pidi ms.
Respecto al consentimiento de Juan Garral, no haba que abrigar la menor duda.
Si Yaquita y sus hijos no le hablaron al punto de aquel proyecto de unin, fue porque
con el asunto del casamiento queran tratar al mismo tiempo una cuestin que poda
ser muy bien difcil de resolver. Esta era en qu lugar se celebrara el matrimonio.
En efecto, dnde se celebrara? En aquella modesta cabaa que serva de iglesia
a la aldeita? Por qu no, puesto que en ella Juan y Yaquita haban sido casados por el
padre Passanha, que era entonces el cura de la parroquia de Iquitos? En aquella
poca, como en la actual, se confunda en Brasil el acto civil con el religioso y los
registros de la Misin bastaban para hacer constar la regularidad de una situacin que
ningn oficial del estado civil se haba encargado de legalizar.
Era muy probable que ste fuese el deseo de Juan Garral: que el matrimonio se
celebrase en Iquitos, con gran ceremonia y con asistencia de todo el personal de la
quinta. Pero si tal era su pensamiento, deba sufrir un fuerte ataque con tal motivo.
Manuel haba dicho la joven a su prometido, si yo fuese consultada, no
ser aqu, sino en Par, donde se celebre nuestro matrimonio. La seora de Valds
est enferma; no puede trasladarse a Iquitos y yo no querra ser su hija sin haberla
conocido antes y sin que ella me conociera a m. Mi madre piensa como yo en todo
esto. Por eso quisiramos decidir a mi padre a que nos lleve a Belem, al lado de
aquella cuya casa va a convertirse en ma. Os parece bien?
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A esta pregunta haba respondido Manuel estrechando la mano de Minha. Era
para l el ms ardiente deseo que su madre asistiera a la ceremonia de su casamiento.
Benito haba aprobado este proyecto sin reserva y ya no se trataba ms que de decidir
a Juan Garral.
Y si aquel da los dos jvenes haban ido a cazar al bosque fue con objeto de dejar
solos a Yaquita y a su marido.
Al medioda, se hallaban ambos en la sala de la casa.
Juan Garral, que acababa de entrar, se encontraba tendido en un divn de bamb
finamente tejido, cuando, un tanto conmovida, vino Yaquita a colocarse junto a l.
Lo que le preocupaba no era manifestar a Juan cules eran los sentimientos que
animaban a Manuel respecto de su hija. La dicha de Minha no poda mas que
asegurarse con este matrimonio y Juan se considerara feliz abriendo los brazos a este
nuevo hijo, cuyas formales cualidades conoca y apreciaba. Pero Yaquita conoca que
decidir a su marido a dejar la hacienda era una gravsima cuestin.
En efecto, desde que Juan Garral, joven an, haba llegado a aquel pas, jams
estuvo ausente ms de un da.
Aunque la vista del Amazonas, con sus aguas dulcemente conducidas hacia el
este, invitasen a seguir su curso; aunque Juan enviaba todos los aos cargamentos de
madera ya fuese a Manaos o Belem o al litoral de Par; aunque vea partir a Benito
despus de las vacaciones para continuar sus estudios, jams pareci tener deseos de
acompaarle.
Se hubiera dicho que no quera franquear con el pensamiento ni con la vista el
horizonte que limitaba aquel edn, donde estaba su vida concentrada.
Se deduca de aqu que si, despus de veinticinco aos, Juan Garral no haba
pasado ni un momento la frontera, su esposa y su hija no haban, an, puesto el pie en
el suelo de Brasil; y, por tanto, no les faltaba el deseo de conocer algo de aquel
hermoso pas, del que Benito les hablaba con frecuencia. Dos o tres veces Yaquita
haba presentado esta consideracin a su marido; pero haba visto que el pensamiento
de dejar la quinta, aunque slo fuese por algunas semanas, imprima en su frente un
tinte de mayor tristeza. Sus ojos se nublaban entonces y deca con un tono de dulce
reproche:
Por qu dejar nuestra casa? No somos felices aqu?
Y Yaquita no se atreva a insistir delante de aquel hombre, cuya bondad activa e
inalterable ternura la hacan tan dichosa.
Esta vez, sin embargo, exista una razn poderosa que hacer valer. El casamiento
de Minha presentaba una ocasin muy natural de conducir a la joven a Belem, donde
deba residir con su marido.
All ella vera y aprendera a amar a la madre de su prometido. Garral no poda
vacilar ante tan legtimo deseo y cmo, por otra parte, no comprendera el deseo,
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que tambin tendra aqulla, de conocer a la que haba sido una segunda madre para
su hijo?
Yaquita haba tomado la mano de su marido y con aquella voz cariosa que haba
sido toda la msica de la vida de aquel duro trabajador.
Juan empez, vengo a hablarte de un proyecto cuya realizacin deseamos
ardientemente y que te har dichoso como lo somos tus hijos y yo.
Dime de qu se trata Yaquita pidi el marido.
Manuel ama a nuestra hija y es amado de ella y con su unin encontrarn la
felicidad.
A las primeras palabras de Yaquita, Juan Garral se haba levantado, sin poder
dominar aquel brusco movimiento. Sus ojos se bajaron en seguida y pareci querer
evitar la mirada de su esposa.
Qu tienes, Juan? pregunt ella.
Que va a casarse Minha murmur Juan.
Amigo mo exclam Yaquita, con el corazn oprimido, tienes, pues,
alguna objecin que hacer a este matrimonio? No habas notado ya, desde hace
mucho tiempo, los sentimientos de Manuel para nuestra hija?
Desde luego Hace cosa de un ao.
Despus, Juan se volvi a sentar sin concluir de expresar su pensamiento. Por un
esfuerzo de voluntad volvi a ser dueo de s. La inexplicable impresin que se
advirti en l qued disipada. Poco a poco sus ojos volvieron a buscar los de su
esposa y se qued pensativo contemplndola.
Yaquita volvi a tomarle la mano.
Juan mo empez. Me habr equivocado? No tenas t el pensamiento de
que esta unin se efectuara algn da y que asegurara a nuestra hija todas las
condiciones de la felicidad?
Juan afirm:
Claro que todas Claro! Sin embargo Yaquita, este matrimonio Cundo
se efectuar, prximamente?
En la poca que t elijas, Juan.
Y se verificar aqu en Iquitos?
Esta pregunta deba llevar a Yaquita a tratar la segunda cuestin que preocupaba
su alma. Sin embargo, no lo hizo sin una vacilacin muy comprensible.
Tras un instante de silencio habl as:
Escchame bien, Juan; con motivo de la celebracin de este matrimonio, deseo
hacerte una proposicin, que me figuro aceptars. Ya dos o tres veces, hace veinte
aos, te he propuesto que nos llevaras, a mi hija y a m, a esas provincias del Bajo
Amazonas y de Par, que nunca hemos visitado. Los cuidados de la hacienda y los
trabajos que reclamaban tu presencia aqu, no te han permitido satisfacer nuestro
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deseo. Ausentarte, aunque no fuera ms que por algunos das, poda entonces
perjudicar tus negocios. Mas ahora que el xito de stos ha superado a nuestras
esperanzas, si la hora del descanso no ha llegado todava para ti, puedes, al menos,
distraerte por algunas semanas de tus quehaceres.
Garral no contest; pero Yaquita sinti que su mano temblaba entre las de ella,
como bajo el choque de una impresin dolorosa; con todo, una semisonrisa se dibuj
en sus labios, como una invitacin muda a su esposa para que concluyese lo que tena
que decir.
Juan sigui diciendo su mujer, he aqu una ocasin que no se te presentar
ms en nuestra vida. Minha va a casarse lejos y a dejarnos! Este es el primer
disgusto que va a darnos y mi corazn se oprime cuando pienso en esta separacin
tan prxima! Quiero hacerte saber que me alegrara mucho poderla acompaar hasta
Belem. No te parece, por otra parte, conveniente que conozcamos a la madre de su
esposo, a la que va a remplazarme y a quien vamos a confiarla? Aadir que Minha
no querr dar a la seora Valds el sentimiento de casarse lejos de ella. En la poca de
nuestra unin, Juan mo, si tu madre hubiera vivido, no te habras alegrado de
casarte ante ella?
A estas palabras de Yaquita, contest Juan Garral con otro movimiento que no
pudo reprimir. Amigo mo continu Yaquita, con Minha, con nuestros dos
hijos Benito y Manuel y contigo, ah, cunto me alegrara visitar nuestro Brasil, bajar
por ese hermoso ro hasta las ltimas provincias del litoral que atraviesa! Me parece
que all abajo la separacin sera menos cruel. A nuestro regreso yo podra ver con el
pensamiento a nuestra hija en la casa donde la aguarda su segunda madre. Ya no la
buscara en lo desconocido. Y no me creera extraa a los actos de su vida.
Garral tena los ojos fijos en su mujer, a la que contemplaba sin decir palabra.
Qu pasaba por l? Por qu aquella vacilacin en satisfacer una peticin tan
justa por s misma? Por qu no pronunciar un s que deba causar tan vivo placer a
todos los suyos? No poda ser una razn suficiente el cuidado de sus negocios.
Algunas semanas de ausencia no les comprometeran de ninguna manera. Su
administrador, en efecto, sabra, sin perjuicio, remplazarle en la granja. Y, sin
embargo, vacilaba siempre!
Yaquita haba tomado otra vez entre sus manos la de su marido y la estrechaba
dulcemente.
Juan mo continu, no es a la realizacin de un vano capricho a lo que te
suplico que accedas. No! Hace largo tiempo que he reflexionado la proposicin que
acabo de hacerte y el cumplirla es mi ms ardiente deseo. Nuestros hijos saben el
paso que doy cerca de ti en este momento; Minha, Benito y Manuel esperan de ti esta
felicidad; que los dos les acompaemos. Y te aseguro que me alegrar de celebrar
este matrimonio en Belem mejor que en Iquitos. Esto tambin ser muy til a nuestra
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hija para su futuro en la situacin que debe tomar en Belem, pues al verla llegar con
los suyos no parecer tan extraa en aquella ciudad, donde deber pasar la mayor
parte de su vida.
Juan haba puesto los codos sobre sus rodillas, ocultando el rostro entre las
manos, como un hombre que siente la necesidad de recogerse a meditar antes de dar
una respuesta. Era evidente que experimentaba una vacilacin, contra la que
pretenda resistirse y al mismo tiempo una turbacin que su mujer adverta, pero que
no poda explicarse. Un gran combate tena lugar bajo aquella frente pensativa.
Yaquita, muy inquieta, casi se reprochaba haber tocado aquella cuestin. En todo
caso, ella se conformara con lo que Juan decidiese. Si aquella marcha le costaba
mucho, ella sabra acallar sus deseos y no hablara jams de dejar la hacienda, ni
jams le pedira cuenta de aquella inexplicable negativa.
Pasaron algunos minutos. Juan se haba levantado y se dirigi, sin volverse, hasta
la puerta. All pareci dirigir una ltima mirada sobre aquella hermosa naturaleza,
sobre aquel rincn del mundo donde, por espacio de veinte aos, haba guardado la
felicidad de su vida.
Despus se volvi hacia su mujer con lentos pasos. Su fisonoma haba adquirido
una nueva expresin. La de un hombre que ha tomado una resolucin suprema y
cuyas indecisiones han concluido.
Tienes razn dijo con voz firme a Yaquita. Este viaje es necesario. Cundo
quieres que marchemos?
Ah, Juan mo! grit Yaquita llena de gozo. Gracias por m, gracias por
ellos!
Y lgrimas de ternura acudieron a sus ojos, mientras que su marido la estrechaba
contra su corazn.
En aquel momento oyronse dos alegres voces a la puerta de la casa.
Un instante despus, Manuel y Benito aparecieron en la puerta, casi al mismo
tiempo que Minha, que Acuda desde su cuarto.
Vuestro padre consiente, hijos mos! anunci Yaquita. Partiremos todos
juntos.
Con el rostro grave y sin pronunciar una palabra, Juan Garral recibi los
apretones de manos de los dos jvenes y los besos de su hija.
Benito pregunt, luego de pasado el primer transporte de jbilo:
Y en qu fecha, padre mo, queris que se celebre el matrimonio?
La fecha, la fecha? repiti Garral. Ya veremos! La fijaremos en Belem.
Ah! Cun contenta estoy! Cun contenta estoy! exclamaba Minha, como
el da que haba conocido el amor de Manuel. Vamos a ver el Amazonas en todo su
esplendor y, sobre todo, su recorrido a travs de las provincias brasileas. Ah, padre,
gracias!
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Y la entusiasta muchacha, cuya imaginacin se lanzaba ya a grandes vuelos,
aadi, dirigindose a su hermano y a Manuel:
Vamos a la biblioteca a buscar todos los libros y cuantos mapas hallemos que
puedan darnos a conocer esta magnfica cuenca! No quiero caminar a ciegas! Deseo
ver y saber todo lo que concierne a este rey de los ros de la Tierra!
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Captulo V
El Amazonas
El ro ms grande del mundo! declar Benito a Manuel Valds.
Era el da siguiente; sentados sobre un ribazo, en el lmite meridional de la
hacienda, vean pasar lentamente aquellas molculas lquidas, que, teniendo su origen
en la enorme cadena de Los Andes, van a perderse a ochocientas leguas de all, en el
ocano Atlntico.
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sur otros ros, nutridos a su vez por otros afluentes sin nmero, comparados con los
cuales los grandes ros de Europa no resultan ms que simples arroyuelos.
Y en un curso donde quinientas sesenta islas, sin contar los islotes o en deriva,
forman una especie de archipilago, que por s solo puede constituir la fortuna de un
reino.
Y en sus orillas se ven canales, lagunas y lagos como no se hallarn en toda
Suiza, Lombarda, Escocia y Canad reunidos.
Un ro que, engrosado por seis mil tributarios, no vierte en el ocano Atlntico
menos de doscientos millones de metros cbicos de agua por hora.
Un ro cuyo curso sirve de frontera a dos repblicas y atraviesa
majestuosamente el reino ms grande de la Amrica del Sur, como si en verdad fuese
el mismo ocano Pacfico, que por su canal, se vertiera entero en el Atlntico.
Y por qu desembocadura! Por un brazo de mar en el cual una isla, la de
Maraj, presenta un permetro de ms de tres mil kilmetros.
Y del que el ocano no logra rechazar las aguas sino levantando, en una lucha
fenomenal, una marea, una pororoca, respecto de las cuales los reflujos, las barras y
las rpidas mareas de otros ros no son, en comparacin, ms que pequeas arrugas
levantadas por la brisa.
Un ro que no son bastantes tres nombres para denominarlo y por el cual los
buques de gran porte pueden subir hasta cinco mil kilmetros de su desembocadura
sin ningn menoscabo de su cargamento.
Un ro que, bien por s mismo, bien por sus afluentes y subafluentes, abre una
va comercial y fluvial a travs de todo el norte de la Amrica del Sur, pasando del
Magdalena al Ortecuaza; del Ortecuaza el Caquet; del Caquet al Putumayo y del
Putumayo al Amazonas. Cuatro mil millas de caminos fluviales, que slo necesitaran
de algunos canales para que la red navegable fuese completa.
En fin, el ms grande, el ms admirable sistema hidrogrfico que hay en el
mundo.
As hablaban, con una especie de mpetu, aquellos dos jvenes, del incomparable
ro. Bien demostraban ser los hijos de aquel ro, cuyos afluentes, dignos de l mismo,
forman los caminos que andan a travs de Bolivia, Per, Ecuador, Nueva Granada,
Venezuela y las cuatro Guayanas, inglesa, francesa, holandesa y brasilea.
Qu de pueblos, qu de razas, cuyo origen se pierde en la oscuridad de los
tiempos! As es el mayor de los grandes ros del mundo. Su nacimiento verdadero
permanece oculto an a todas las investigaciones. Numerosos Estados reclaman el
honor de que nazca en ellos. El Amazonas no poda evadirse de esta ley. Per,
Ecuador y Colombia se han disputado largo tiempo esta gloriosa paternidad.
Hoy da, sin embargo, parece fuera de duda que el Amazonas nace en Per, en el
distrito de Hunuco, intendencia de Tarma y que sale del lago Lauricocha, situado
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poco ms o menos, entre los once y doce grados de latitud sur.
A los que quieren hacerle nacer en Bolivia y caer de las montaas de Titicaca, les
cumple la obligacin de probar que el verdadero Amazonas es el Ucayali, que se
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forma de la unin del Paro y del Apurimac; pero esta opinin debe ser rechazada en
adelante.
A su salida del lago Lauricocha, el naciente ro se eleva hacia el Noroeste, por un
curso de quinientas sesenta millas y no se dirige libremente hacia el este hasta
despus de haber recibido un importante tributario, el Panta. Se llama Maran en los
territorios colombianos y de Per, hasta la frontera brasilea, o ms bien Maranhao,
porque Maran no es otra cosa que el nombre portugus espaolizado. De la
frontera de Brasil a Manaos, donde el soberbio Ro Negro viene a confundirse con l,
toma el nombre de Solimoes o Solimoens, del nombre de la tribu india de los
solimoes, de la cual se hallan todava algunos restos en las provincias ribereas.
Finalmente, de Manaos al mar, es el Amazonas o Ro de las Amazonas, nombre dado
por los espaoles, aquellos descendientes del aventurero Orellana, cuyas relaciones
dudosas, pero entusiastas, hicieron creer que exista una tribu de mujeres guerreras,
establecidas junto al ro Namundha, uno de los afluentes medios del gran ro.
Desde el principio se puede ya comprender que el Amazonas lleva un magnfico
curso de agua. Nada tiene de estorbos ni de obstculos de ninguna clase, desde su
nacimiento hasta el sitio en que la corriente, un poco estrechada, se desenvuelve entre
dos pintorescas colinas. Las cadas no empiezan a batir la corriente sino en el punto
donde oblica hacia el este, mientras atraviesa las estribaciones de Los Andes. All
existen algunos saltos, sin los cuales sera ciertamente navegable desde su
desembocadura hasta su nacimiento. Comoquiera que sea y as lo ha hecho observar
Humboldt, est libre en las cinco sextas partes del curso que recorre.
Y desde su principio, los tributarios, alimentados a su vez por un gran nmero de
afluentes, no le faltan. Uno es el Chinchip, que viene del noroeste por la izquierda. A
la derecha est el Uacubamba, que viene del sudeste. A la izquierda, el Morona y el
Pastaza y a la derecha el Guallaga, que se pierde pronto cerca de la Misin de la
Laguna. Por la izquierda todava llegan el Chambira y el Tigre, que vienen del
nordeste y a la derecha el Huallaga, que desemboca a unas dos mil ochocientas millas
en el Atlntico y del cual las barcas pueden an subir el curso del ro en una longitud
de ms de doscientas millas, para internarse en el centro de Per. A la derecha, en fin,
cerca de las Misiones de San Joaqun de Omaguas y despus de haber paseado
majestuosamente sus aguas por medio de las Pampas de Sacramento, aparece el
magnfico Ucayali, en el sitio donde termina la cuenca superior del Amazonas, gran
arteria engrosada por numerosas corrientes de agua que derrama el lago Chucuito en
el nordeste de Per.
Tales son los principales afluentes antes de la aldeita de Iquitos. Ms hacia abajo,
los tributarios son tan considerables, que el lecho de los ros de Europa sera
ciertamente muy estrecho para contenerlos. Pero de todos los afluentes, Juan Garral y
los suyos haban reconocido las desembocaduras durante sus descensos por el
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Amazonas.
A las bellezas de este ro sin rival, que riega el ms hermoso pas de la tierra,
estando casi constantemente a algunos grados por debajo de la lnea ecuatorial,
conviene aadir an una cualidad que no poseen ni el Nilo, ni el Mississippi, ni el
Livingstone, este antiguo Congo-Zaire-Lualaba.
Nos referimos al hecho de que, a pesar de lo que hayan podido decir viajeros mal
informados, el Amazonas corre por medio de la parte ms salubre de la Amrica
meridional. Su cuenca est incesantemente purificada por los vientos generales del
oeste. No es un valle encajonado entre altas montaas que encierran su curso, sino
una ancha llanura, que mide trescientas cincuenta leguas de norte a sur, apenas
interrumpida por algunas colinas y que las corrientes atmosfricas pueden libremente
recorrer.
El profesor Agassiz se pronuncia, con razn, contra aquella pretendida
insalubridad del clima de un pas destinado, sin duda, a llegar a ser el centro ms
activo de produccin comercial. Segn l, un aire ligero y suave se deja sentir
constantemente, merced a lo cual la temperatura desciende y el suelo no se calienta
excesivamente. La constancia de este aire refrescante hace el clima del ro de las
Amazonas agradable y delicioso al mismo tiempo.
Tambin el abate Durand, antiguo misionero, ha hecho constar que si la
temperatura no baja menos de veinticinco grados centgrados, tampoco se eleva casi
nunca arriba de treinta y tres, lo cual da para todo el ao un trmino medio de
veintiocho a veintinueve, con una variacin de ocho grados solamente.
Despus de estas justificaciones, es permitido, pues, afirmar que en la cuenca del
Amazonas no hay esos calores trridos de las comarcas de Asia o de frica, que
atraviesan los mismos paralelos.
La vasta llanura que les sirve de cauce es completamente accesible a las extensas
brisas que le enva el ocano Atlntico.
Tambin las provincias a las que el ro ha dado su nombre tienen incontestable
derecho de llamarse la ms salubres de un pas que es ya uno de los ms hermosos de
la tierra.
Y no se crea que el sistema hidrogrfico de este ro es desconocido.
En el siglo XVI, Orellana, teniente de uno de los hermanos Pizarro, baj por el Ro
Negro, pas por el gran ro en 1540, se aventur a entrar sin gua por medio de
aquellas regiones y despus de una navegacin de dieciocho meses, de la cual hizo
una maravillosa relacin, lleg hasta su desembocadura.
En 1636 y 1637, el portugus Pedro Texeira subi por el Amazonas hasta el Napo
con una flotilla de cuarenta y siete piraguas.
En 1743, La Condamine, despus de haber medido el arco del meridiano en el
Ecuador, se separ de sus compaeros Bouguer y Godin des Odonais, se embarc en
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el Chinchip, baj por l hasta su confluencia con el Maran; lleg a la embocadura
del Napo el 31 de julio, en el momento de poder observar una emersin del primer
satlite de Jpiter, lo que permiti a este Humboldt del siglo XVIII fijar exactamente la
longitud y latitud de aquel punto; visit las aldeas de las dos orillas y el 6 de
setiembre lleg al fuerte de Par. Aquel inmenso viaje deba producir considerables
resultados; no solamente quedaba establecido de una manera cientfica el curso del
Amazonas, sino que pareca casi seguro que se comunicaba con el Orinoco.
Cincuenta y ocho aos despus, Humboldt y Bonpland completaron los preciosos
trabajos de La Condamine, levantando el mapa del Maran hasta el ro Napo.
Desde aquella poca no ha dejado de ser recorrido el Amazonas y lo mismo sus
principales afluentes.
En 1827, Lister-Man; en 1834 y 35, el ingls Smith; en 1884, el teniente francs
comandante de la Boulounnaise; el brasileo Valds, en 1840; el francs Paul
Marcoy, en 1848 a 1860; el fantstico pintor Biard, en 1858; el profesor Agassiz, de
1865 a 1866; en 1867, el ingeniero brasileo Franz-Keller-Linzenger; en fin, en 1879,
el doctor Crevaux, han explorado el curso del ro, subido por varias de sus afluencias
y reconocido lo navegable de sus principales tributarios.
Pero el hecho ms considerable y que honra en extremo al Gobierno brasileo es
el siguiente:
El treinta de julio de 1850, tras multitud de conversaciones sobre la cuestin de
fronteras entre Francia y Brasil, por los lmites de la Guayana, el curso del Amazonas
fue declarado libre, quedando abierto a todos los pabellones; y a fin de que la prctica
correspondiese a la teora, Brasil trat con los pases limtrofes para la explotacin de
todas las vas fluviales en la cuenca del Amazonas.
Hoy da, las lneas de buques de vapor, cmodamente instaladas, que
corresponden directamente con Liverpool, hacen el servicio del ro desde su
desembocadura hasta Manaos; otras suben hasta Iquitos y otras, en fin, por el
Tapajoz, el Madera, el Ro Negro y el Purs, penetran hasta el corazn de Per y de
Bolivia.
Con dificultad puede imaginarse el vuelo que tomar un da el comercio en toda
esta inmensa y rica cuenca, que no tiene rival en el mundo.
Pero esta medalla del porvenir tiene su reverso. Los progresos no se realizan sin
redundar en perjuicio de las razas indgenas.
S; en el Alto Amazonas ya han desaparecido muchas tribus indias, entre otras,
los curicuros y los solimoes. Si en el Putumayo se encuentran todava algunos yuris,
los yahuas le han abandonado para refugiarse hacia las ms lejanas afluencias y los
mavos han dejado sus orillas para vagar continuamente en corto nmero por los
bosques de Yapur.
S, la orilla de los tonantinos est poco menos que despoblada y ya no hay ms
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que algunas familias de indios nmadas en la desembocadura del Juru. El Teffe est
casi desamparado y slo restan algunos vestigios de la gran nacin umaa junto a las
fuentes del Yapur. El Coary est desierto. Algunos pocos indios muras en las orillas
del Purs. De los antiguos manos slo se cuentan algunas familias errantes. En las
mrgenes del Ro Negro viven algunos mestizos de portugueses y de indgenas, all
donde llegaron a contarse veinticuatro naciones diferentes.
Esta es la ley del progreso. Los indios han desaparecido. Delante de la raza
anglosajona, los australianos y los naturales de Tasmania se han ausentado para no
volver. Delante de los conquistadores del lejano oeste se ocultan los indios de
Norteamrica. Un da, tal vez, los rabes quedarn aniquilados ante la colonizacin
francesa.
Pero volvamos a aquella fecha de 1852. En tales das, los medios de
comunicacin, mltiples actualmente, todava no existan y el viaje de Juan Garral
necesitaba por lo menos cuatro meses, especialmente a causa de las condiciones con
que deba verificarse.
Por eso haba hecho esta reflexin Benito, mientras los dos amigos contemplaban
correr lentamente las aguas del ro:
Puesto que nuestra llegada a Belem no ha de preceder ms que un poco al
momento de nuestra separacin, el tiempo, amigo Manuel, te habr de parecer muy
corto.
Corto es, querido Benito admiti Manuel; pero tambin bastante largo,
puesto que Minha no ser mi mujer hasta el fin del viaje.
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Captulo VI
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y que, cuando el viento es insuficiente o contrario, lo suplen con el empleo de diez
largos palos de virar, que los indios manejan desde lo alto de una especie de castillo
colocado en la parte de delante.
Pero estos diversos vehculos no podan convenir a Juan Garral. Desde el instante
que habra resuelto bajar por el Amazonas, determin utilizar aquel viaje para
transportar un gran convoy de mercancas que deba entregar en Par. Bajo este punto
de vista, importaba poco que la bajada por el ro se hiciese con una corta dilacin.
Vase, pues, qu medio se decidi a emplear, medio que deba reunir todos los votos,
salvo, quiz, el de Manuel. El joven, por su inters, hubiera preferido, sin duda
alguna, algn rpido vapor.
Pero aunque fuese muy primitivo y rudimentario el medio de transporte
imaginado por Juan Garral, permita transportar un personal abundante y abandonarse
a la corriente del ro con las excepcionales condiciones de comodidad y seguridad.
Aquello iba a ser, en verdad, como una parte de la hacienda de Iquitos que se
desprendiese de la ribera y bajase por el Amazonas, con todo lo que constituye una
familia de hacendados, seores y criados con sus habitaciones, sus cuartos y sus
casas.
El establecimiento de Iquitos comprenda en el conjunto de su exploracin varios
de esos magnficos bosques, que son, por decirlo as, inagotables en esta parte central
de Amrica del Sur.
Juan Garral conoca perfectamente el cuidado de estos bosques ricos en especies,
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las ms preciosas y variadas, muy propias para las obras de carpintera, ebanistera,
arboladura de buques y obra gruesa de carpintero y sacaba anualmente considerables
beneficios.
En efecto, no estaba all el ro para conducir los productos de los bosques del
Amazonas con mayor seguridad y economa que pudiera hacerlo un ferrocarril?
Todos los aos cortaba algunos rboles de su reserva, formando una de esas inmensas
balsas de madera flotante, compuesta de tablones, viguetas, troncos apenas
desbastados que se llevaban a Par, conducidos por hbiles pilotos que conocan muy
bien el fondo del ro y la direccin de las corrientes.
Este ao, Juan Garral iba a proceder como haba hecho en los anteriores.
Solamente que, salvo la balsa, pensaba dejar al cuidado de Benito todos los detalles
de aquel importante negocio comercial. Pero no haba tiempo que perder. El
comienzo del mes de junio era la mejor poca para la marcha, puesto que las aguas,
elevadas por las crecidas hasta lo ms alto de la cuenca, comenzaban a descender
poco a poco hasta el mes de octubre.
Los primeros trabajos deban, pues, emprenderse sin tardanza, porque la balsa
deba tener proporciones inusitadas. Se trataba esta vez de derribar una media milla
cuadrada de bosque, situado en la confluencia del Nanay y del Amazonas; es decir,
todo un ngulo del litoral de la hacienda, para formar una inmensa balsa, que sera
una de esas jangadas o almadas de ro, que alcanzara las dimensiones y apariencia
de un islote.
En esta jangada, pues, ms segura que ninguna otra embarcacin del pas, ms
grande que cien egaritas o vigilingas apareadas, era donde Juan Garral se propona
embarcar con su familia, su personal y su cargamento.
Excelente idea! haba exclamado Minha, batiendo palmas, cuando se enter
del proyecto de su padre.
S respondi Yaquita y en semejantes condiciones nosotros llegaremos a
Belem sin peligro ni fatiga.
Y durante las paradas podremos cazar en los bosques de las riberas aadi
Benito.
Esto, quiz, ser un poco largo hizo observar Manuel. No convendra elegir
otro medio de locomocin ms rpido para bajar el Amazonas?
Evidentemente, aquello sera largo; pero la reclamacin interesaba del joven
mdico no fue admitida.
Juan Garral mand entonces venir a un indio, que era el mayordomo mayor de la
hacienda.
Dentro de un mes le dijo es necesario que la jangada se halle pronta y en
estado de ser botada al ro.
Hoy mismo, seor Garral, pondremos manos a la obra contest el
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mayordomo.
Aquello fue una ruda tarea. Haba all un centenar de indios y de negros, que
durante la primera quincena del mes de mayo hicieron verdaderas maravillas. Quiz
algunas buenas gentes, poco acostumbradas a estas grandes talas de rboles, se
hubieran lamentado de ver gigantes que contaban muchos siglos de existencia, caer
en dos o tres horas bajo el hierro de los leadores. Pero haba tanto y tanto en las
orillas del ro, en la parte de abajo, hasta los lmites ms lejanos del horizonte de las
dos orillas, que el derribo de aquella media milla de bosque no deba dejar un vaco
notable.
El mayordomo y su gente, despus de
recibir las instrucciones de Juan Garral,
haban ante todo limpiado el suelo de cuantas
lianas, malezas y vegetacin lo obstruan.
Antes de tomar la sierra y el hacha, se haban
armado del sable de talar, ese til tan
indispensable para cualquiera que pretenda
internarse en los bosques amaznicos; estos
sables son de grandes hojas un poco curvas,
anchas y planas, de dos a tres pies de largo y
slidamente enmangadas, que los indgenas
manejan con notable destreza. En pocas horas,
con la ayuda del sable, desmontan el suelo y
abren anchas calles en lo ms profundo del
arbolado.
As se hizo. El suelo qued limpio por los
leadores de la granja. Se despojaron los
viejos troncos de su vestidura de lianas, de cactos, de helechos, de musgos y de
bromelias y quedaron desprovistos de su corteza, como si se hubieran descortezado a
s mismos.
Despus, toda aquella banda de trabajadores, delante de los cuales huan
innumerables legiones de monos, que no les superaban en agilidad, trep hasta los
ramajes superiores y serr las fuertes horquillas, desgajando el alto ramaje, que deba
ser consumido sobre el terreno. Pronto no qued del bosque condenado a ser
destruido, ms que las races desmochadas en su cima; con el aire, el sol penetr a
raudales hasta aquel suelo hmedo, que tal vez nunca haba recibido su caricia.
No haba uno solo de aquellos rboles que no pudiera emplearse en alguna obra
de fuerza o de carpintera ordinaria. All yacan como columnas de marfil veteadas de
oscuro, algunas de aquellas palmeras de cera, altas de ciento veinte pies y anchas de
cuatro por su base, que producen una madera inalterable; all castaos de
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considerable altura, que dan nueces de tres
cantos; all muriches, buscados para la
construccin de embarcaciones; barrigudos
que suelen medir unos cuatro metros en su
mayor grueso, que se acenta a algunos pies
sobre el suelo, rboles de corteza rojiza y
reluciente y tachonada de tubrculos grises,
cuyo eje agudo sostiene un parasol horizontal;
all bombax de tronco blanco, liso, derecho y
de soberbia altura; y cerca de estas magnficas
muestras de la flora amaznica, caan tambin
cuatibos, cuya cpula rosa domina a todos los
rboles vecinos y que dan frutos parecidos a
pequeos tazones, donde estn dispuestas
hileras de castaas y cuya madera, de un
violeta claro, es muy especialmente buscada
para las construcciones navales. Haba todava
palo de hierro y ms particularmente el ibiriratea, de una madera casi negra y tan
apretada de grano, que con ella fabrican los indios sus hachas de combate; jacarandas,
ms preciosas que la caoba; casalpinas, de las que no se halla la especie ms que en
el centro de aquellos viejos bosques que se han librado del brazo de los leadores;
sapucaias, altas de ciento cincuenta pies, sostenidas por arcos naturales, que brotando
a unos tres metros de su base se renen a unos ocho o diez metros, arrollndose en
torno al tronco, como los hilos de una columna torneada y cuya cabeza se abre en un
ramillete de caprichosos ramajes, que las plantas parsitas colorean de amarillo, de
prpura de violeta y de blanco de nieve.
Tres semanas despus del principio de los trabajos, no quedaba uno solo en pie de
todos aquellos rboles que poblaban el ngulo del Nanay y del Amazonas. La tala
haba sido completa. Juan Garral no se haba detenido a pensar poco ni mucho por la
corta de un grande y espeso bosque que veinte o treinta aos no habran bastado a
rehacer. Ni un vstago de corteza nueva o vieja fue economizado para establecer los
jalones o seales de una corta futura; ni una de aquellas pilastras que marcan los
lmites del descuaje. Aquello era una corta blanca; es decir, que todos los troncos
fueron podados al ras del suelo, esperando el da en que seran extradas sus races,
sobre las cuales la primavera prxima extendera an sus verdes y olorosas
hierbecillas.
No; aquellos nueve kilmetros cuadrados baados por las aguas del ro y su
afluente estaban destinados a ser desmontados, labrados y plantados de semillas y al
ao siguiente, campos de yuca, de rboles de caf, de ames, caas de azcar,
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arrurruz y maz cubriran el suelo que hasta entonces sombreaban y alegraban la rica
plantacin forestal.
An no haba llegado la ltima semana del mes de mayo y todos los troncos,
separados segn su clase y grado de flotabilidad, haban sido colocados
simtricamente en la orilla del Amazonas. En aquel punto iba a ser construida la
enorme jangada, que, con las diversas habitaciones necesarias para el alojamiento de
los empleados en la maniobra, vendra a constituir una aldea flotante.
Despus, a la hora marcada, las aguas del ro, hinchadas por la creciente, vendran
a levantarla y conducirla por cientos de leguas hasta el litoral del Atlntico, donde
tendran que desembarcar.
Durante todo el tiempo ocupado en los trabajos, Juan Garral estuvo
completamente dedicado a ellos. Los haba dirigido por s mismo, desde luego, en el
sitio del desmonte y en seguida, a la orilla de la hacienda, que formaba una ancha
playa, en la cual fueron colocadas las piezas de la almada.
Yaquita se ocupaba en todos los preparativos de la marcha, con la vieja negra
Cibeles, que no comprenda por qu queran sacarla de all, donde tan bien se
encontraba.
Pero t vers cosas que no has visto jams y que te agradarn le deca sin
cesar Yaquita.
Valdrn ms que las que ya estamos acostumbradas a ver? responda
invariablemente la buena Cibeles.
Por su parte, Minha y su doncella favorita pensaban en lo que ms
particularmente les concerna. Para ellas era algo ms que un simple viaje; se trataba
de una marcha definitiva y se ocupaban en los mil detalles de una instalacin en otro
hogar, donde la joven mulata seguira al lado de aquella a quien estaba tan
tiernamente unida. Minha tena el corazn un poco oprimido; pero la alegre Lina no
experimentaba el menor sentimiento porque abandonaba Iquitos. Con Minha Valds
continuara siendo lo que era con Minha Garral. Para cortar su risa hubiera sido
preciso separarla de su ama, cosa que nunca se haba tratado.
Benito ayud a su padre en los trabajos que acababan de concluirse, con lo que
vino a hacer de este modo el aprendizaje del oficio de hacendado, que tal vez sera
algn da el suyo cuando naturalmente su padre faltase.
Por lo que respecta a Manuel, su tiempo estaba dividido, tanto como le era
posible, entre el cuarto donde Yaquita y su hija aprovechaban hasta el ltimo minuto
y el teatro de los desmontes, donde Benito quera detenerle ms de lo que al otro le
interesaba. Pero, en suma, la verdad era que su permanencia en una y otra parte
resultaba muy desigual, cosa que, desde luego, se comprende, pues para l lo
principal era su Minha.
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Captulo VII
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La embarcacin se acerc a un emparrado de magnficos helechos arborescentes,
que estaban coronados, a una altura de treinta pies, por una especie de aureola,
formada de ligeras ramas de verde aterciopelado, de hojas festoneadas de un fino
encaje vegetal.
Y ahora, Manuel dijo la joven, a m me corresponde haceros los honores
del bosque, a vos que no sois ms que un extranjero en estas regiones del Alto
Amazonas. Estamos en nuestros dominios y espero me dejaris cumplir mis
obligaciones de duea de casa.
Querida Minha le contest el joven: Vos no seris menos ama de casa en
nuestra ciudad de Iquitos y all abajo, como aqu
Ea, eh, Manuel y t, hermana ma! exclam Benito. Yo creo que no habris
venido aqu para cambiar tiernas expresiones. Olvidad por algunas horas que sois
prometidos.
Ni por una hora, ni por un momento replic Manuel.
No obstante, si Minha te lo ordena
Minha no me lo ordenar.
Quin sabe! dijo Lina riendo.
Lina tiene razn respondi Minha tendiendo la mano a Manuel. Procuremos
olvidar, olvidemos; mi hermano lo exige; todo est roto, todo! Mientras que dure este
paseo, nosotros no somos prometidos. Ni soy la hermana de Benito ni vos su amigo!
Bravo, bravo! Aqu no hay ms que extraos grit la joven mulata
palmoteando.
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Extraos que se ven por primera vez aadi la joven; que se encuentran,
se saludan.
Seorita! dijo Manuel, inclinndose.
A quin tengo el honor de hablar, caballero? pregunt la joven con la mayor
serenidad.
A Manuel Valds, que se conceptuar feliz si vuestro seor hermano tiene a
bien presentarla.
Al diablo estos malditos cumplidos! grit Benito. Y con l la mala idea que
he tenido. Sed los prometidos, amigos mos; sedlo cuanto tiempo os plazca; por m,
toda la vida!
Siempre! dej escapar Minha tan naturalmente, que hizo redoblar la
carcajada de Lina.
Una mirada de reconocimiento de Manuel recompens a la joven de la
imprudencia cometida.
Si andamos, no hablaremos tanto. Andando, pues! dijo Benito para sacar a
su hermana del apuro. Pero Minha no se encontraba apurada.
Un instante, hermano dijo ella. Lo has querido y obedec. Queras obligarnos
a que nos ignorsemos Manuel y yo, por no estropear tu paseo. Pues bien yo, a mi
vez, pido un sacrificio para no echar a perder el mo. Tanto si te place como si no, t,
Benito, en persona, vas a prometerme olvidar
Olvidar qu?
Que eres cazador, seor hermano.
Es decir que me prohbes
Te prohbo tirar a estos hermosos pjaros, papagayos, cotorras y caciques, que
vuelan tan alegremente por el bosque. La misma prohibicin impongo para la caza
menor, que no debemos buscar hoy. Si alguna onza, jaguar o fiera semejante se
aproximase muy cerca, entonces
Pero
Si no accedes, tomo el brazo de Manuel y nos escapamos, nos perdemos y te
vers obligado a correr tras de nosotros.
Me parece que tienes ganas de que yo rehse dijo Benito, mirando a su
amigo Manuel.
Ya lo creo! respondi el joven.
Pues bien condescendi Benito; no rehso; obedecer para que t rabies.
En marcha!
Y all fueron los cuatro, seguidos del negro, a internarse bajo aquellos hermosos
rboles, cuyo espeso follaje impeda a los rayos del sol penetrar hasta la tierra.
Espectculo magnfico el de aquella parte de la ribera derecha del Amazonas.
All, en pintoresca confusin, se elevaban tantos rboles diversos, que en el espacio
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de un cuarto de legua cuadrada se pueden contar hasta cien variedades de aquellos
maravillosos vegetales. Adems, un presidente de bosque[6] hubiese con facilidad
reconocido que jams el leador haba empleado all el hacha, pues aun tras un siglo
de desmonte, los cortes hubieran sido visibles.
Los nuevos rboles, aun cuando tuvieran ya cien aos de existencia, hubieran
diferido completamente de su primitivo aspecto, a causa de los bejucos y otras
plantas parsitas, cuya especie hubiera variado. Esto es all un sntoma curioso y a la
vista del cual un indgena no hubiera podido equivocarse.
El pequeo grupo se deslizaba, pues, entre las altas hierbas, cruzando las malezas
y los tallares, charlando y riendo. Delante iba el negro, que, con su sable corvo,
trabajaba abriendo camino cuando las matas silvestres eran muy espesas y haca huir
a millares de pjaros.
Minha tena razn al interceder por todo aquel pequeo mundo alado que
revoloteaba en el alto follaje. All estaban los ms hermosos representantes de la
ornitologa tropical. Los papagayos verdes y las cotorras vocingleras parecan ser los
frutos naturales de aquellas gigantescas especies. Los colibres en todas sus
variedades, barbazules y tisauras de largas colas en forma de tijeras, parecan otras
tantas flores arrancadas y que el viento llevaba de una rama a otra. Mirtos de plumaje
color naranja, bordado de listas oscuras; becafigos dorados, sabios, negros como los
cuervos, se reunan con un atronador concierto de silbidos. El largo pico de la picaza
de Brasil parta los racimos de oro de los guirigues, y el pjaro carpintero brasileo
sacuda su pequea cabeza, moteada de puntos de color de prpura. Aquello era un
encanto de la vista.
Pero toda aquella gente se callaba y se esconda cuando en la cima de los rboles
se oa el chirrido, semejante al de una veleta mohosa, del alma de gato, especie de
gaviln de color leonado claro. Si se cerna en los aires, desplegando fieramente las
largas plumas de su cola, hua cobardemente a su vez cuando apareca en las zonas
superiores el gaviao, gran guila de cabeza blanca como la nieve, el terror de los
habitantes alados del bosque.
Minha haca notar a Manuel aquellas maravillas naturales, que l no haba podido
encontrar en su sencillez primitiva en el centro de las provincias civilizadas del este.
Manuel escuchaba a la joven ms con los ojos que con el odo. Por otra parte, los
gritos y los cantos de aquellos millares de pjaros eran tan penetrantes alguna vez,
que no le dejaban or. Slo la risa aguda de Lina tena sobrada intensidad para
dominar con su alegre nota los cloqueos, silbidos y arrullos de toda especie.
Al cabo de una hora, no se haba andado ms de dos kilmetros. En cuanto se
apartaban de la orilla, los rboles tomaban otro aspecto. La vida animal no se
manifestaba en la superficie de la tierra ms que a la altura de sesenta u ochenta pies,
por el paso de bandadas de monos, que se perseguan por medio de las altas ramas.
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Aqu y all, algunos conos de rayos solares penetraban hasta el bajo bosque. En
verdad, la luz en estos bosques tropicales no parece ser un agente indispensable para
la vida. El aire basta para el desarrollo de aquellos vegetales, grandes o pequeos,
rboles o plantas y todo el calor necesario para la dilatacin de su savia la sacan ellos,
no del ambiente de la atmsfera, sino del mismo seno del suelo, donde se almacena,
semejante a un grandioso invernadero.
Y en la superficie de las bromelias, de las lenguas de vbora, de la hierba abejera,
de los cactos y de todos aquellos parsitos, en fin, que forman un pequeo bosque
sobre el grande, qu de maravillosos insectos! Est uno tentado de cogerlos como si
fuesen diminutas flores. Nstores con las alas azules, que parecen hechos de un
muar tornasolado; mariposas leilus, de reflejos de oro; cebras de franjas verdes;
falenas agripinas, de diez pulgadas de largo, con hojas por alas; abejas maribundas,
especie de esmeraldas vivas, engarzadas en una armadura de oro; despus, legiones
de colepteros lampires o piriformes; vagalumes de coselete bronceado y litros
verdes, que lanzan una luz de tono amarillento por los ojos y, al llegar la noche,
iluminan el bosque con sus destellos multicolores.
Qu de maravillas! repeta la entusiasta Minha.
Ests en tu casa, Minha; as al menos lo has dicho y mira cmo hablas de tus
riquezas apunt Benito.
Brlate, hermanito respondi Minha. A m me est permitido alabar las cosas
cuando son bellas. No es esto, Manuel? Proceden de la mano de Dios y pertenecen a
todo el mundo.
Dejad rer a Benito dijo Manuel. Disimula, pero es poeta a ratos y admira
tanto como nosotros todas esas bellezas naturales. Solamente que, cuando tiene un
fusil bajo el brazo, adis a la poesa.
S poeta, pues, hermano! le pidi la joven.
Voy a serlo! asegur Benito. Oh, naturaleza encantadora, sublime!
Hay que convenir, no obstante, que Minha, al prohibir a su hermano el uso de su
fusil, le haba impuesto una verdadera privacin. La caza no faltaba en el bosque y
tena motivos para sentir formalmente desperdiciar algunos buenos tiros.
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En efecto, en las partes menos frondosas y donde se abran anchos claros,
aparecan algunas parejas de avestruces, de la especie de los ands, altos de cuatro a
cinco pies, que iban acompaados de sus inseparables seriemas, una clase de pavos
infinitamente mejores, desde el punto de vista comestible, que los grandes voltiles a
quienes escoltaban.
He ah lo que me cuesta mi maldita promesa! grua Benito, poniendo bajo
el brazo, a un gesto de su hermana, el fusil que, sin darse cuenta, iba a apoyar en el
hombro.
Hay que respetar esos seriemas deca Manuel, porque son grandes
destructores de serpientes.
Como que hay que respetar las serpientes replic Benito, porque stas
devoran los insectos dainos y a stos tambin, porque viven de pulgones, ms
dainos todava, pensando as, hay que respetarlo todo!
Pero el instinto del joven cazador se hallaba expuesto a muy rudas pruebas. El
bosque se mostraba por todas partes muy abundante en caza. Ciervos ligeros, esbeltos
corzos, huan por la floresta y en verdad que una bala bien dirigida les hubiera
detenido en su carrera. Luego, aqu y all, aparecan pavos de plumaje color caf con
leche; los sanos, especie de cerdos salvajes, tan estimados de los aficionados a la
carne montesina, agutes, que son los similares de los conejos y liebres en la Amrica
meridional y armadillos de conchas escamosas dibujadas como un mosaico.
Y, en efecto, Benito mostraba ms que virtud, un verdadero herosmo, cuando
vea algn tapir, de esos que son llamados antas en Brasil; diminutos elefantes, que
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ya casi no se encuentran en las riberas de Alto Amazonas y sus afluentes;
paquidermos tan buscados por los cazadores a causa de su rareza y tan apreciados por
los gastrnomos por su carne, superior a la del buey y, sobre todo, por la
protuberancia de su nuca, que es un bocado de gourmet.
El fusil quemaba los dedos del joven; pero, fiel a su palabra, no lo utilizaba. Le
previno a su hermana que el golpe partira a pesar suyo, si se encontrase a tiro de un
tamandua assa, especie de gran oso hormiguero, muy curioso y que puede ser
considerado como un ejemplar soberbio en los anales cinegticos.
Pero por buena fortuna no apareci el gran oso hormiguero, como tampoco
aquellas panteras, leopardos, jaguares, guepardos, conocidos indistintamente con el
nombre de onzas en la Amrica del Sur y a los que no se les debe dejar que se
aproximen demasiado.
En fin exclam Benito, al detenerse un instante; est muy bien pasearse;
pero pasearse sin objeto
Sin objeto! respondi su hermana. S, tenemos objeto; ver, admirar y
visitar por ltima vez estos bosques de la Amrica central, que no hallaremos en Par
y despedirnos de ellos.
Ah! Una idea!
La que deca esto era Lina.
Una idea de Lina no podr ser ms que una idea loca! asegur Benito,
meneando dubitativamente la cabeza.
Haces muy mal, hermano mo corrigi Minha, en burlarte de Lina, cuando
precisamente ella est buscando dar a nuestro paseo el objeto que tanto sientes t que
no tenga.
Y tanto ms, seor Benito, cuando estoy segura que mi idea ha de agradaros
agreg la joven mulata.
Cul es tu idea? inquiri Minha.
Veis este bejuco?
Y Lina seal una de esas trepadoras de la especie de los cipos, arrollada a una
gigantesca mimosa sensitiva, cuyas hojas, ligeras como plumas, se cierran al menor
choque con ellas.
Qu pasa con ello? indag Benito.
Pues propongo contest Lina que todos sigamos este bejuco hasta su
extremidad.
Buena idea, en verdad! reconoci el joven Garral. Seguir este bejuco,
cualesquiera que sean los obstculos, espesuras, talleres, rocas, arroyos, torrentes; no
detenerse por nada; pasar aunque
Decididamente, tenas razn, hermano exclam, riendo, Minha. Sigamos
ese bejuco!
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No temis nada? hizo observar Manuel.
An ms objeciones? salt Benito. Ah! Manuel, no hablaras as y ya
estaras en marcha, si Minha te esperase al final de ese bejuco.
Bueno, me callo. No digo nada y obedezco. Sigamos el bejuco!
Y partieron gozosos como nios en vacaciones.
Aquel filamento vegetal poda llevarlos muy lejos, si se empeaban en seguirle
hasta su extremidad, como otro hilo de Ariadna; con la diferencia que el hilo de la
heredera de Minos ayudaba a salir del laberinto y el que aqu se trata no poda menos
de extraviarlos ms.
Aquel era, en efecto, un bejuco de la familia de las salsas; uno de esos cipos
conocidos bajo el nombre de japicanga roja, que suele medir a veces varios
kilmetros de longitud. Mas, despus de todo, el honor no estaba menos
comprometido en el negocio.
El cipo pasaba de un rbol a otro, sin solucin de continuidad, tan pronto
arrollndose a los troncos, como formando una guirnalda entre las ramas; aqu
saltando de un almendro a un palisandro; all de un gigantesco castao, el bertholletia
excelsa, a algunas de aquellas palmeras productoras de vino, aquellos bacabas, cuyas
ramas se han comparado por Agassiz a largas varillas de coral matizadas de verde.
Despus estaban los tucumas, aquellos ficus, caprichosamente contorsionados como
olivos centenarios y de los cuales no se cuentan menos de cuarenta y tres variedades
en Brasil; all estaban las especies de euforbiceas que producen el caucho, los
gualtos, hermosas palmeras de liso tronco, fino y elegante; los rboles del cacao, que
crecen espontneamente en las riberas del Alto Amazonas y sus afluentes, y los
melitomos variados, los unos con flores rosadas y los otros adornados de espigas de
bayas blanquecinas.
Mas, qu de paradas, qu de gritos de decepcin, cuando la alegre banda crea
haber perdido el hilo conductor! Se proceda a buscarlo entre la espesura y el
montn de plantas parsitas.
All, all! gritaba Lina. All le veo!
Te equivocas respondi Minha. No es ese, sino un bejuco de otra especie
muy distinta.
Que no; Lina tiene razn! porfi Benito.
No! Lina tiene la culpa contest Manuel.
Con esto surgan disensiones, en las que nadie quera ceder.
Entonces, el negro por un lado y Benito por otro, suban a los rboles y trepaban a
las ramas enlazadas por el bejuco a fin de tomar la verdadera direccin.
Pero nada ms difcil de conseguir entre aquella mezcla de espesuras donde
serpenteaba el bejuco, entre bromelias karatas, armadas de sus punzantes espinas, de
orqudeas con flores rosas y los labelos de color violeta, anchas como un guante y de
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oncidiums ms enredados que una madeja de lana entre las patas de un gatito
juguetn.
Y despus, cuando el bejuco volva a bajar al suelo, qu dificultad para tomarlo
bajo los macizos grupos de licopodios, helicondas de grandes hojas, calandrias de
rosadas mazorcas, rhipsalas que la cercaban como la armadura de un hilo de carrete
elctrico, entre los nudos de grandes hipomeraos blancos, bajo las caas de vainilla y
en medio de aquella confusin de pasionarias chabaccas, vialoca y sarmientos!
Y cuando se haba vuelto a encontrar el cipo, qu gritos de alegra y cmo se
volva a continuar el paseo un momento interrumpido!
Al cabo de una hora, los jvenes estaban lo mismo y nada haca esperar que
estuviesen cerca de llegar al famoso cabo.
Seguan con empeo el bejuco; pero ste no ceda y los pjaros volaban a
centenares y los monos saltaban de un rbol a otro como para ensear el camino a los
despistados.
Interrumpa el paso una maleza? El cuchillo de talar haca un boquete y toda la
banda se introduca por l. O bien, si era una alta roca tapizada de verde, donde el
bejuco se extenda como una serpiente, entonces se suban a ella y se franqueaba el
obstculo.
De pronto, se hallaron en un ancho claro; all, entre el aire libre, que le es tan
necesario como la luz del sol, se mostraba solitario el rbol de los trpicos por
excelencia, el que, segn la observacin de Humboldt, ha acompaado al hombre en
la infancia de su civilizacin, el gran sustentador del habitante de las zonas trridas;
un pltano. El largo festn del cipo, arrollado en sus altas ramas, se igualaba as de un
extremo a otro del claro y se introduca de nuevo en el bosque.
Nos detenemos por fin? inquiri Manuel.
No y mil veces no declar Benito. Adelante, hasta encontrar el extremo de
este bejuco.
Sin embargo objet Minha, pronto ser tiempo de pensar en la vuelta.
No, querida seora! Sigamos un poco ms! pidi Lina.
Cmo un poco? Hasta el fin! aadi Benito.
Y los aturdidos se internaron de nuevo profundamente en el bosque, que, ms
claro entonces, les permita avanzar con menos dificultad.
Adems, el cipo se desviaba al norte y tenda a volver hacia el ro, habiendo
entonces menos inconvenientes para seguirle, puesto que se aproximaba a la orilla
derecha, por la que sera fcil subir en seguida.
Un cuarto de hora despus, en el fondo de una quebrada y delante de un pequeo
afluente del Amazonas, se detuvieron todos. Pero un puente hecho de bejucos, unidos
entre si por una red de ramaje, atravesaba aquel arroyo. El cipo, dividindose en dos
filamentos, le serva de barandilla y pasaba as de una orilla a otra.
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Benito, siempre delante, se haba ya lanzado sobre el suelo de aquel camino
vegetal.
Manuel quiso detener a la joven.
Quedaos, quedaos, Minha le pidi. Benito ir ms lejos si quiere; pero
nosotros le esperaremos aqu.
No, venid, venid, querida seora, venid grit Lina. El bejuco se adelgaza;
vamos a llegar a su extremo!
Son dos nios! dijo Minha. Venid, querido Manuel; ser bueno seguirles.
Y todos atravesaron el puente que se balanceaba encima de la quebrada como un
columpio, internndose de nuevo bajo las copas de los grandes rboles.
Pero habran andado unos diez minutos siguiendo el interminable bejuco en
direccin al ro, cuando todos se detuvieron y esta vez no sin motivo.
Esto es que por fin hemos llegado al final? pregunt Minha.
No respondi Benito; pero haremos bien en no avanzar sino con suma
prudencia Fjate!
Y Benito seal el cipo, que, perdido entre las ramas de un alto ficus, se agitaba
con violentas sacudidas.
Qu motivar esto? inquiri.
Quiz algn animal al que no conviene acercarse sin cautela.
Y Benito, armando su fusil, hizo sea de que le dejasen marchar y se adelant
unos diez pasos.
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Manuel, las dos jvenes y el negro, permanecieron inmviles en el mismo sitio.
De repente, Benito lanz un grito y se abalanz hacia un rbol. Todos le siguieron
en aquella direccin.
Espectculo inesperado y nada a propsito para recrear la vista!
Un hombre colgaba atado por el cuello al extremo de aquel bejuco, flexible como
una cuerda y al que haba hecho un nudo corredizo. Las sacudidas procedan de los
movimientos que haca an en las ltimas convulsiones de la agona.
Pero Benito se haba lanzado sobre el desgraciado, cortando el cipo con su
cuchillo de monte.
El ahorcado cay al suelo y Manuel se inclin sobre l, a fin de auxiliarle y
volverle a la vida si no era demasiado tarde.
Pobre hombre! murmuraba Minha tristemente.
Seor Manuel, seor Manuel! grit Lina. Todava respira, su corazn late
Haced por salvarle!
Ese es mi deseo afirm Manuel y creo que llegaremos a conseguirlo.
El ahorcado era un hombre de unos treinta aos de edad; un blanco muy mal
vestido, muy flaco.
A sus pies haba una calabaza vaca, tirada en el suelo y un boliche de madera,
cuya bola figuraba una cabeza de tortuga y estaba sujeta por medio de una hebra
fibrosa.
Ahorcarse, ahorcarse y tan joven! repeta Lina.
Pero los cuidados de Manuel no tardaron en volver a la vida a aquel pobre diablo,
que abri los ojos, lanzando luego un hum! tan inesperado, que Lina, asustada,
respondi a aquel grito con otro.
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Quin sois, amigo mo? le pregunt Benito.
Un ex ahorcado, segn veo.
Pero vuestro nombre?
Esperad un poco, que me acuerde dijo el infeliz, pasndose la mano por la
frente. Me llamo Fragoso, para serviros y todava soy capaz de afeitaros, peinaros y
componeros, de acuerdo con todas las reglas de mi arte, porque yo soy un barbero, o,
por mejor decir, el ms desesperado de los Fgaros.
Y cmo habis podido intentar?
Bah! Qu queris, mi buen seor? respondi, sonriendo, Fragoso. Un
momento de desesperacin, que hubiera sentido mucho luego, si hay sentimientos en
el otro mundo. Mas teniendo que recorrer ochocientas leguas de camino y sin una
moneda en el bolsillo, esto no era para dar nimo. Desde luego, haba perdido el
valor.
Aquel buen Fragoso tena una buena y agradable figura y a medida que iba
reponindose, se comprenda que su carcter deba ser alegre. Era uno de esos
barberos ambulantes que corren las riberas del Alto Amazonas, andando de aldea en
aldea y poniendo los recursos de su oficio al servicio de los negros, negras, indios e
indias, que les aprecian mucho.
Pero el pobre Fgaro, bien abandonado, bien miserable, no haba comido haca
cuarenta y ocho horas y extraviado en aquel bosque, haba, por un momento, perdido
la cabeza; lo dems ya se sabe. Amigo mo le dijo Benito, vais a venir con
nosotros a la hacienda de Iquitos.
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Con mucho gusto! respondi Fragoso. Me habis descolgado y os
pertenezco! Si no, no haberme descolgado.
Y bien, amita querida exclam Lina, hicimos bien en continuar nuestro
paseo?
Ya lo creo! declar la joven.
En verdad, intervino Benito que jams hubiera credo que acabaramos
por encontrar un hombre al extremo de nuestro ramal!
Y, sobre todo, un barbero en tal apuro! contest Fragoso.
El pobre diablo, recobrado ya por completo, fue puesto al corriente de lo que
haba sucedido. Con el mayor calor dio las gracias a Lina por la feliz ocurrencia que
le diera de seguir aquella rama. Luego todos tomaron el camino de la hacienda, donde
Fragoso fue acogido de tal manera, que se le quitaron hasta las ms remotas
intenciones, si an las hubiera tenido, de repetir su desesperado intento de quitarse la
vida.
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Captulo VIII
La jangada
La media milla cuadrada de bosque haba sido derribada. Los carpinteros eran
ahora quienes tenan el cuidado de colocar, a todo lo largo y en forma de balsa, los
antiqusimos rboles que aparecan tendidos en la explanada que haba junto al ro y
ya despojados de sus ramas.
Esta tarea era realmente fcil. Bajo la direccin de Juan Garral, los indios
empleados en la hacienda haban desplegado toda su habilidad, que resultaba
prodigiosa. En efecto, cuando se trata de obras de albailera o de carpintera
martima, aquellos indgenas resultan, sin disputa, admirables obreros. Sin ms que
un hacha y una sierra, trabajan sobre maderas tan duras, que el corte de su
herramienta llega a mellarse y, no obstante, troncos que resultan imposibles de
escuadrar, viguetas que no se sacaran de aquellos enormes troncos y tablas y
tablones que no sera posible serrarlos sin el auxilio de un aparato mecnico, todo es
realizado por ellos fcilmente con su mano diestra, paciente y dotada de una
prodigiosa habilidad natural.
Los rboles, una vez arreglados, no haban sido lanzados ni mucho menos al
lecho del ro. Todo aquel montn de troncos fue simtricamente colocado sobre una
ancha playa plana que l haba hecho rebajar todava ms, en la confluencia del
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Nanay y del gran ro. All era donde la jangada deba ser construida y all donde el
Amazonas, en su crecida, se encargara de ponerla a flote cuando llegase el momento
de mandarla a su destino.
Diremos aqu una palabra explicativa, acerca de la disposicin geogrfica de
aquel inmenso caudal de agua, que es nico entre todos y a propsito de un singular
fenmeno, que los ribereos haban podido justificar de vista.
Los dos ros, que quiz sean ms extensos que la gran arteria brasilea, o sea el
Nilo y el Missouri-Mississippi, corren, el uno del sur al norte sobre el continente
africano y el otro del norte al sur a travs de Amrica septentrional. Ambos
atraviesan, pues, territorios muy variados en latitud y, por consiguiente, estn sujetos
a muy distintos climas.
El Amazonas, por el contrario, corre casi por completo, o al menos desde el punto
donde se desva ostensiblemente hacia el este en la frontera del Ecuador y de Per,
entre el cuarto y el segundo paralelo sur. As, aquella inmensa cuenca se halla bajo la
influencia de las mismas condiciones climticas.
De esto provienen dos estaciones distintas, durante las cuales caen las lluvias con
una diferencia de seis meses. En el norte de Brasil es por setiembre cuando se
produce el perodo lluvioso. En el sur, al contrario, es en marzo. Y por consecuencia
de esto, los afluentes de la derecha y de la izquierda ven crecer sus aguas con medio
ao de intervalo. Resulta, pues, de esta alternativa, que el nivel del Amazonas,
despus de haber llegado al mximo de su elevacin en junio, decrece sucesivamente
hasta octubre.
Esto es lo que Juan Garral saba por experiencia y ste era el fenmeno de que
intentaba aprovecharse para botar al agua la jangada, despus de haberla construido
cmodamente a la orilla del ro. En efecto, por arriba o por abajo del nivel medio del
Amazonas, puede subir el mximo hasta cuarenta pies y el mnimo bajar hasta treinta.
Tal diferencia daba, pues, al hacendado toda su facilidad para obrar sin error en su
clculo.
La construccin se principi sin demora. Sobre la ancha explanada, los grandes
troncos fueron colocados de acuerdo con su grueso y su grado de flotabilidad, cosa
sta que haba que tener en cuenta. En efecto, en aquellos maderos pesados se
encontraba, con corta diferencia, la densidad especfica igual con la densidad del
agua.
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La primera hilada no deba ser construida de troncos unidos. Se dejaba entre ellos
un pequeo espacio y se unan por medio de viguetas transversales, que aseguraban la
solidez de la unin. Cables de piagaba los aseguraban de un lado a otro con tanta
solidez como un cable de camo. Aquella materia, que se hace de filamento de
cierta palmera, muy abundante en las orillas del ro, es generalmente usada en el pas.
El piagaba flota, resiste a la inmersin y se fabrica muy barato, razones que han
hecho de l un artculo estimable, admitido ya en el comercio del Viejo Mundo.
Sobre aquella doble fila de troncos y de viguetas se colocaban las tablas y los
tablones que deban formar el pavimento de la jangada, que se elevaba treinta
pulgadas por encima de la lnea de flotacin. Haba all una cantidad considerable, lo
cual se concibe sin trabajo, teniendo en cuenta que aquel tren de maderas meda
doscientos ochenta metros de largo por diecisiete de ancho. En realidad, era un
bosque entero el que se iba a entregar al Amazonas.
Aquellos trabajos de construccin estaban hechos bajo la direccin de Juan
Garral; mas cuando estuvieron concluidos, la cuestin del arreglo, puesto en la orden
del da, fue sometida a la discusin de todos, a la cual se invit tambin al valiente
Fragoso.
Una palabra solamente para explicar cul haba llegado a ser su nueva situacin
en la granja.
Nunca, hasta el da que fue recogido por la hospitalaria familia, el barbero se
haba encontrado tan feliz. Juan Garral le haba ofrecido conducirlo a Par, hacia
donde se diriga, cuando aquel bejuco, segn deca l, le haba cogido por el cuello y
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detenido limpiamente. Fragoso haba aceptado agradecido de todo corazn y desde
entonces y por gratitud, procuraba hacerse til de mil modos. Era, por otra parte, un
mozo inteligente y a quien se podra llamar un hombre de dos manos derechas; es
decir, que era apto para hacerlo todo y hacerlo bien. Alegre como Lina, siempre
cantando y fecundo en dichos prontos y agudos, no haba tardado en ser querido de
todos.
Pero con la joven mulata era con quien deca tener una deuda enorme.
Fue una famosa idea la que tuvisteis, seorita Lina repeta sin cesar, de
jugar a la rama conductora. En verdad, lo repito, es un bonito juego, aunque
ciertamente no siempre se encuentra a un pobre diablo de barbero al extremo de ella.
Aquello fue la casualidad, seor Fragoso repeta Lina, riendo; yo os
aseguro que nada me debis.
Cmo nada! Os debo la vida y pido que se prolongue cien aos, para que mi
gratitud sea ms duradera. Ved; mi vocacin no era la de ser ahorcado. Si ensay
hacerlo, fue por necesidad. Lo cierto era que prefera aquello a morir de hambre y a
servir, antes de estar muerto del todo, de pasto a las fieras. As, aquella cuerda es un
lazo entre nosotros.
La conversacin continuaba, por lo regular, en un tono festivo. En el fondo,
Fragoso estaba muy reconocido a la joven mulata por haber tomado la iniciativa de su
salvacin y Lina no era insensible a los testimonios de aquel bravo mozo, tan
sencillo, tan franco y tan bien parecido como ella. La amistad iniciada no dejaba de
motivar algunos alegres comentarios.
Volvamos, pues, a la jangada. Despus de la discusin, fue acordado que la
instalacin sera tan completa y tan cmoda como fuese posible, puesto que el viaje
deba durar algunos meses. La familia Garral estaba compuesta del padre, la madre,
la hija, Benito, Manuel y sus sirvientas Cibeles y Lina, que deban ocupar una
habitacin aparte. A esta pequea poblacin hay que aadir cuarenta indios, cuarenta
negros, Fragoso y el piloto a quien sera confiada la direccin de la jangada.
Un personal tan numeroso no era ms que lo estrictamente suficiente para el
servicio de a bordo. En efecto, se trataba de navegar en medio de las revueltas del ro,
entre aquellos centenares de islas y de islotes que embarazan el paso. Si la corriente
del Amazonas suministraba el motor, no imprima la direccin y de aqu la necesidad
de aquellos ciento sesenta brazos, necesarios para el manejo de largos bicheros
destinados a mantener el grandioso tren de madera a igual distancia de ambas orillas.
Desde luego, se trat de construir la casa del amo en la parte posterior de la
jangada. Se dispuso de modo que contuviese cinco cuartos y un gran comedor. Uno
de estos cuartos era para Juan Garral y su mujer; el otro, que estaba inmediato al de
sus seores, para Lina y Cibeles y el tercero para Benito y Manuel. La joven novia
tendra un cuarto aparte, que no sera el menos cmodamente dispuesto.
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Aquella habitacin fue cuidadosamente construida con anchas tablas bien
impregnadas de resina fundida, lo cual deba hacerlas impenetrables al agua y adems
seran perfectamente calafateadas. Ventanas laterales y ventanas de fachada las
iluminaban. En la parte anterior estaba la puerta de entrada, que daba paso a la sala
comn. Una ligera galera cubierta, que protega la parte anterior contra la accin
directa de los rayos del sol, descansaba slidamente sobre rectos y esbeltos bambes.
Todo haba sido pintado de ocre, que despeda el calor en lugar de absorberlo y
produca en el interior una temperatura media.
Pero cuando la gran obra, como se deca, estuvo terminada, segn los planes de
Juan Garral, Minha intervino diciendo:
Padre; ahora que, por tus cuidados, tenemos paredes y techo, queremos que nos
permitas arreglar esta habitacin a nuestro gusto. Lo de fuera te pertenece, pero lo de
adentro es para nosotras. Mi madre y yo queremos que sea como si la casa de la
hacienda de Iquitos nos siguiera en el viaje, a fin de que puedas figurarte que no has
salido de ella.
Obra a tu gusto, Minha le dijo Garral, sonriendo con aquella triste sonrisa
que algunas veces apareca en sus labios.
Ser muy hermoso.
Me contento con que se vea buen gusto, querida hija.
Ser un honor, padre dijo Minha y ser digno del hermoso pas que vamos
a atravesar, ese pas que es el nuestro y en el que t vas a entrar de nuevo, tras tantos
aos de ausencia.
S, Minha, s contest Juan; esto va a ser como si volviramos de un
destierro voluntario Haz, pues, hija ma, todo lo que quieras. Apruebo, desde
luego, lo que ejecutes.
A la joven y a Lina, a las cuales se unieron de buena gana Manuel por una parte y
Fragoso por otra, corresponda el cuidado de adornar el interior de la casa. Con un
poco de imaginacin y de gusto artstico, deban llegar a hacer muy bien las cosas.
Dentro, desde luego, tuvieron colocacin, como es natural, los ms bonitos
muebles de la hacienda, los que seran vueltos a enviar despus de la llegada a Par,
por medio de cualquier igaritea del Amazonas.
Mesas, sillas de bamb, canaps de caa, rinconeras de madera esculpida, todo lo
que constituye el vistoso mobiliario de una habitacin de la zona tropical, fue
colocado con mucho gusto en la casa flotante. Se conoca bien, sin contar la
colaboracin de los dos jvenes, que la mano de las mujeres haba dirigido aquella
colocacin. Y no vaya a creerse que las paredes de madera quedaron desnudas, no.
Las paredes estaban ocultas bajo colgaduras del ms vistoso aspecto. Estas
colgaduras, hechas de preciosas cortezas de rboles, por ejemplo, del tuturis, se
levantaban en anchos pliegues, como el brocado y el damasco ms suave y las ms
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ricas telas del moblaje moderno. Sobre el suelo de las habitaciones, pieles de jaguar
notablemente labradas y espesas pieles de monos, ofrecan a los pies una delicada y
suave alfombra. Algunas ligeras cortinas de la seda rojiza que produce el suma-una,
pendan de las ventanas. En cuanto a las camas, cubiertas con sus mosquiteros,
almohadas, colchones y cojines estaban llenos de esa sustancia fresca y elstica que
se extrae del bombax en la alta cuenca del Amazonas.
Y luego, por todas partes, sobre las rinconeras, sobre las consolas, esas bonitas
bagatelas tradas de Ro de Janeiro o de Belem, que eran mayormente preciosas para
la joven, cuanto que eran regalo de Manuel. Qu cosa ms agradable a la vista que
aquellos objetos, regalos de una mano querida y que tanto hablan sin decir nada?
En pocos das, el interior estuvo enteramente arreglado de modo que se creera
estar en la misma casa de la hacienda y no se hubiera deseado otra para vivir
sedentariamente bajo algn hermoso bosquecillo de rboles, a la orilla de una
corriente de agua viva. Mientras bajase entre las orillas del gran ro, no desmerecera
de los pintorescos lugares que iban a desfilar por ambos lados.
An hay que aadir que aquella casa no agradaba menos a la vista por fuera que
por dentro. En efecto, en la parte exterior, los dos jvenes haban rivalizado en gusto
e imaginacin. La casa estaba literalmente cubierta de follaje, desde el basamento
hasta el ltimo arabesco del techo. Aquello era un cmulo de orqudeas, de bromelias
y plantas trepadoras, todas en flor, plantadas en cajones de tierra vegetal. El tronco de
una mimosa o de un ficus no se hubiera visto cubierto de un adorno ms
tropicalmente brillante. Qu de caprichosos ramajes, qu de rubelias rojas, de
pmpanos amarillos de oro, qu de racimos multicolores, de sarmientos entrelazados
sobre las curvas que sostenan la extremidad del techo, sobre los arcos del mismo y
las bvedas de las puertas! Todo esto se haba tomado a manos llenas de los bosques
inmediatos a la hacienda. Un bejuco largusimo una entre s todos aquellos parsitos,
dando muchas veces vuelta a la habitacin, enganchndose a todos los ngulos,
formando guirnalda en las partes salientes del edificio, bifurcndose y echando a
diestro y siniestro sus fantsticas ramillas, no dejando ver casi nada de la habitacin,
que pareca estar oculta bajo un inmenso matorral de flores.
Por una atencin delicada y cuyo autor se reconoca fcilmente, el extremo de
aquel cipo se desplegaba en la ventana misma de la joven mulata. Se habra dicho que
aquel largo brazo le ofreca un ramillete de flores, siempre frescas, a travs de la
persiana.
En suma, todo aquello estaba encantador. Intil es decir si Yaquita, su hija y Lina
estaran contentas.
A poco que lo hubierais querido dijo Benito, plantamos rboles sobre la
jangada.
Arboles! exclam Minha.
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Y por qu no? contest Manuel. Transplantados con buena tierra sobre esta
slida plataforma, estoy seguro que prosperaran; tanto mejor cuanto que no haba
que temer por ellos el cambio de clima, puesto que el Amazonas corre
invariablemente bajo el mismo paralelo.
Y, fuera de esto dijo Benito, no se lleva todos los das el agua islotes de
hierbas que arranca de los ribazos de las islas del mismo ro? No los vemos pasar
con sus rboles, sus bosquecillos, sus malezas y praderas, para ir a perderse en el
Atlntico, a ochocientas leguas de aqu? Por qu, pues, nuestra jangada no habr de
transformarse en un bellsimo jardn flotante?
Deseis un bosque, seorita Lina? pregunt Fragoso, que estaba dispuesto a
todo por complacerla.
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oculta bajo las flores, verdad es que mi prometido ha encerrado nuestra casa en un
ramillete de bodas.
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Captulo IX
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por el color, que se reduce a fino polvo y que mezclada con agua proporciona una
excelente bebida.
Y no era esto todo. En aquellas comarcas existe cierta clase de vino de color
violeta oscuro, que se saca del jugo de las palmeras asais y del que los brasileos
estiman mucho el gusto aromtico. De este vino haba a bordo un respetable nmero
de frascos[7], que, sin duda, estaran vacos al llegar a Par.
Adems, la bodega especial de la jangada haca honor a Benito, que se haba
constituido ordenador en jefe de ella. Algunos cientos de botellas de Jerez, Setbal y
Porto, recordaban nombres queridos de los primeros conquistadores de la Amrica
del Sur. Adems, el joven despensero haba colocado en la bodega algunas
damajuanas llenas de aquel excelente tafia, que es un aguardiente de azcar, un poco
ms fuerte que el beiju nacional.
En cuanto al tabaco, no haba nada de aquella grosera planta con que se contentan
los indgenas que viven junto al Amazonas. Vena directamente de Villabela da
Imperatriz, es decir, de la comarca donde se recolecta el tabaco ms estimado de la
Amrica central.
De esta manera, pues, se hallaba dispuesta en la parte posterior de la jangada de la
vivienda principal, con sus anexos, cocina, despensa y bodega, formando el conjunto
una parte reservada a la familia Garral y sus sirvientes.
Hacia la parte media se haban construido las barracas para el alojamiento de los
indios y de los negros. Aquel personal deba estar all en las mismas condiciones que
en la hacienda de Iquitos y dispuestos siempre todos a maniobrar bajo la direccin del
piloto.
Mas para alojar todo aquel personal haba cierto nmero de habitaciones, que
deban dar a la jangada el aspecto de una pequea aldea en marcha. Y a la verdad,
tena ms construcciones y estaba ms habitada que muchas de las aldeas del Alto
Amazonas.
Juan Garral haba reservado para los indios filas de barracas, especie de chozas
sin tapias y cuyo techo de follaje estaba sostenido por ligeras varas. El aire circulaba
libremente a travs de estas construcciones abiertas y mova las hamacas colgadas
dentro de ellas.
All, aquellos indgenas, entre los que haba tres o cuatro familias completas, con
mujeres y nios, estaran alojados como lo estaban en tierra.
Los negros haban encontrado en el tren flotante sus ajupas habituales, que se
diferenciaban de las barracas en que estaban hermticamente cerradas por sus cuatro
fachadas, de las que una sola daba acceso al interior de la casa. Los indios,
acostumbrados a vivir al aire libre y en plena libertad, no haban podido
acostumbrarse a aquella especie de prisin del ajupa, que resultaba mejor a la vida de
los negros.
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En fin, en la parte anterior se encontraban verdaderos docks o almacenes,
conteniendo la mercanca que Juan Garral transportaba a Belem al mismo tiempo que
el producto de sus bosques.
All, en aquellos amplios almacenes y bajo la direccin de Benito, el rico
cargamento haba sido colocado con tanto orden como si hubiese sido estibado en la
cala de un buque.
En primer lugar, siete mil arrobas[8] de caucho componan la partida ms preciosa
de aquel cargamento, puesto que la libra de aquel producto vala entonces de tres a
cuatro francos.
La jangada llevaba tambin cincuenta quintales de zarzaparrilla: esta planta
constituye una importante rama del comercio de exportacin en toda la cuenca del
Amazonas y que va hacindose muy rara en las orillas del ro a causa del poco
cuidado que los indgenas tienen en respetar los tallos cuando la recogen. Habas de
Tonkin, a las que en Brasil se da el nombre de cumarus, y que sirven para extraer
ciertos aceites esenciales; el sasafrs, del que se saca un blsamo para las heridas;
fardos de plantas tintreas, cajas de diversas gomas y cierta cantidad de maderas
preciosas, completaban aquel cargamento, de un fcil y lucrativo despacho en las
provincias de Par.
Quiz se extraar que el nmero de indios y de negros embarcados fuese
nicamente el que exiga la maniobra de la jangada. No hubiera sido mejor haberse
llevado mayor nmero, en la previsin de un ataque de las tribus ribereas del
Amazonas?
Era intil. Aquellos indgenas de la Amrica Central no son temibles y ya han
variado mucho los tiempos en que haba que prevenirse seriamente contra sus
agresiones. Los indios de las orillas pertenecen a las tribus pacficas, pues los ms
feroces se han retirado ante la civilizacin, que se propaga poco a poco a lo largo del
ro y de sus afluentes. Los negros desertores y los fugados de las colonias
penitenciarias de Brasil, Inglaterra, Holanda o Francia, seran nicamente los que
haba que temer. Pero aquellos fugitivos son en muy corto nmero y vagan por
grupos aislados a travs de los bosques y de las sabanas y la jangada estaba en
disposicin de rechazar cualquier ataque de aquellos corredores de bosques.
Por otra parte, hay ya muchos puestos sobre el Amazonas, aldeas, lugarejos y
misiones en gran nmero. Aquello, ms que un desierto que atraviesa la inmensa
corriente de agua, es una cuenca que se coloniza de da en da. De esta manera no
haba que contar con ningn peligro. Ninguna agresin era de prever.
Para acabar de describir la jangada, slo nos resta hablar de dos o tres
construcciones de naturaleza bien diferente y que acababan de darle un aspecto
sumamente original.
En la parte delantera se elevaba el sitio del piloto; precisamente all y no detrs,
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es donde se encuentra el sitio del timonel.
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tanto han hecho por la civilizacin en el corazn de las regiones ms salvajes del
mundo.
Cincuenta aos haca que el padre Passanha viva en Iquitos, en la misin de que
era jefe. Era amado de todos y mereca serlo. La familia Garral le tena en mucha
estima. l era el que haba casado a la hija del granjero Magallanes y al joven
comisionado recogido en la hacienda. l haba visto nacer a sus hijos, los haba
bautizado e instruido y esperaba darles tambin la bendicin nupcial.
La edad del padre Passanha no le permita ejercer ms su trabajoso ministerio. La
hora del retiro haba sonado para l. Acababa de ser remplazado en Iquitos por un
misionero ms joven y se dispona a volver a Par, a fin de acabar sus das en uno de
aquellos conventos que estn reservados a los ancianos servidores de Dios.
Qu otra oportunidad se le poda ofrecer para bajar el ro que en compaa de
aquella familia, que era como la suya? Se le haba propuesto ser del viaje y haba
aceptado y en llegando a Belem, a l estaba reservado unir la joven pareja, Minha y
Manuel.
Aunque el padre Passanha, durante el viaje, deba tomar asiento en la mesa de la
familia, Juan Garral haba querido mandar construirle una vivienda aparte y Dios
sabe con cunto cuidado Yaquita y su hija se haban ingeniado para hacrsela
cmoda. En verdad que el anciano sacerdote jams se haba visto tan bien alojado en
su modesto presbiterio.
Sin embargo, el presbiterio no era suficiente para el padre Passanha. Necesitaba
tambin la capilla.
Y sta le haba sido edificada en el centro mismo de la jangada y un pequeo
campanario la coronaba.
Desde luego que era muy pequea y no poda contener todo el personal que iba en
la almada; pero estaba ricamente adornada y si Juan Garral encontraba su propio
hogar sobre aquel tren flotante, el padre Passanha no deba echar de menos su pobre
iglesia de Iquitos.
Este era el maravilloso aparato que deba bajar por el curso del Amazonas. Se
encontraba varado en la playa, aguardando que el ro mismo viniese a levantarlo, lo
cual tardara poco en ocurrir, segn los clculos y observaciones que se hacan sobre
la crecida.
El da cinco de junio todo qued dispuesto para la marcha.
La vspera haba llegado el piloto, que era un hombre de cincuenta aos, muy
prctico en las cosas de su oficio, aunque un poco aficionado a beber. A pesar de esto,
Juan Garral le tena en mucha estima y le haba utilizado en conducir trenes de
madera a Belem, sin tener jams motivo para arrepentirse.
Por otra parte, conviene aadir que Araujo, que as se llamaba, no vea nunca
mejor que cuando algunos vasos de aquel spero tafia, aguardiente sacado de la caa
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de azcar, le haban esclarecido la vista. Por tanto, jams navegaba sin cierta
damajuana, llena del licor ya mencionado, damajuana a la que haca una corte asidua.
Haca ya algunos das que la crecida del ro se haba manifestado sensiblemente.
Minuto tras minuto se iba elevando el nivel y durante las cuarenta y ocho horas que
precedieron a su mxima crecida, las aguas aumentaron lo bastante para cubrir la
playa de la hacienda, si bien no lo suficiente an para levantar el tren de troncos.
Aunque esto hubiese de ocurrir forzosamente y no hubiera lugar a error posible
acerca de la altura que la crecida haba de tener, levantando la gran balsa, el momento
en cuestin no deba llegar sin causar alguna emocin a todos los interesados.
El cinco de junio, pues, cercana ya la tarde, los futuros pasajeros de la jangada se
hallaban reunidos en una meseta que dominaba la playa, casi en unos treinta metros y
todos esperaban la hora con una ansiedad muy comprensible.
All apareca Yaquita con su hija, Manuel Valds, el padre Passanha, Benito, Lina,
Fragoso, Cibeles y algunos criados indios y negros de la hacienda.
Fragoso no poda permanecer quieto en ningn sitio; iba, vena, bajaba del ribazo,
suba a la plataforma, haca seales y se pona a gritar cuando las aguas llegaban a
tocar los troncos.
El tren que debe conducirnos a Belem exclamaba flotar, flotar, aun
cuando fuera menester que todas las cataratas del cielo se abriesen para hacer
aumentar el caudal del Amazonas.
Juan Garral se hallaba en la jangada en unin del piloto y un crecido
acompaamiento. A l corresponda tomar todas las medidas que fueran precisas en el
momento de la operacin. La jangada, por su parte, estaba bien amarrada a la orilla
gracias a fuertes cables y cuando llegase a flotar no sera arrastrada por las aguas.
Una tribu entera formada por ciento cincuenta o doscientos indios de las cercanas
de Iquitos, sin contar las mujeres y chiquillos de la aldea, haba venido para
presenciar el interesante espectculo.
Toda la multitud all reunida miraba y guardaba un silencio impresionante.
Seran las cinco de la tarde, el agua alcanzaba un nivel superior al de la vspera,
cosa de treinta centmetros y la playa haba sido inundada por la lquida sbana.
Pareci como si un estremecimiento se propagase a travs de las tablas de la
enorme armazn; pero an faltaban algunos centmetros para que desatracase y
levantara completamente el fondo.
Durante una hora, los estremecimientos aumentaron. Crujieron los maderos y
poco a poco los troncos se fueron arrancando de su lecho de arena. Cerca de las seis y
media hubo grandes gritos de alegra.
La jangada flotaba al fin y la corriente la arrastr hacia el centro del ro; pero
merced a sus amarras, volvi tranquilamente a colocarse junto a la orilla, en el
momento en que el padre Passanha la bendeca, como bendeca un buque de mar,
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cuyos destinos iban a ser colocados en las manos de Dios.
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Captulo X
De Iquitos a Pebas
Tras despedirse del intendente y del personal indio y negro que quedaba en la
hacienda, a las seis de la maana del siguiente da, Juan Garral y su familia
embarcaban en la jangada y cada uno tomaba posesin de su camarote, o ms bien de
su habitacin.
Haba llegado el momento de partir. En la parte anterior se coloc Araujo, el
piloto, mientras que los que formaban la tripulacin, armados de sus largos bicheros,
se dirigieron a su sitio de maniobra.
Garral, con la ayuda de Benito y de Manuel, vigilaba la operacin de quitar las
amarras.
A una orden del piloto fueron largados los cables; los bicheros fueron apuntados
contra el ribazo para desbordar la jangada; poco tard la corriente en apoderarse de
ella y bordeando la orilla izquierda del ro dej a la derecha las islas de Iquitos y
Parianta.
Haba comenzado el viaje y quin sabe cmo o dnde acabara. En Par, en
Belem, a cinco mil quinientos kilmetros de aquella pequea aldea peruana, como no
se modificara el itinerario adoptado. El final del viaje era un secreto.
El tiempo apareca magnfico.
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Un agradable pampero templaba el ardor del sol. Era uno de esos vientos de junio
y julio, que proceden de la cordillera, a algunos cientos de kilmetros de distancia,
despus de deslizarse por la in mensa llanura del Sacramento. Si la jangada hubiese
estado provista de mstiles y velas, habra experimentado los efectos de la brisa,
acelerndose su ligereza; pero las sinuosidades y rpidas curvas del ro, hubiesen
obligado a arriar velas, por lo que fue menester renunciar a los beneficios de
semejante motor.
En una cuenca tan aplanada como la del Amazonas, que, en realidad, no es otra
cosa que una planicie interminable, el declive del lecho del ro es muy poco notable.
Se ha llegado a calcular que entre Tabatinga, en la frontera brasilea y el origen de
esta gran corriente de agua, la diferencia del nivel no pasa de un decmetro por cada
cinco kilmetros. No existe ninguna otra arteria fluvial cuya inclinacin sea tan dbil.
De esto puede deducirse que la rapidez de la corriente del Amazonas no debe ser
calculada, en un trmino medio, en ms de doce kilmetros por cada veinticuatro
horas y algunas veces este clculo se reduce a menos en la poca de las sequas.
Tambin es verdad que en el perodo de las crecidas se la ha visto subir hasta treinta y
cuarenta kilmetros.
En tales condiciones iba a navegar la jangada. Sin embargo, por su pesadez, no
poda moverse con la rapidez de la corriente, que se deslizaba con ms velocidad que
ella. Adems era preciso contar con los retrasos ocasionados por los recodos del ro;
las numerosas islas que era menester costear; los escollos que deban ser evitados y
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las horas de parada que sera preciso hacer cuando las oscuras noches no permitiesen
dirigirla con seguridad. Por todo esto era menester calcular veinticinco kilmetros
como mximo en cada jornada de recorrido.
Tambin era cierto que la superficie de las aguas del ro estaban muy lejos de
hallarse completamente libres. Arboles, restos de vegetacin, islotes de hierbas,
arrancados continuamente de las orillas, constituan una flotilla que la corriente
arrastraba y que representaban otros tantos obstculos para una rpida navegacin.
La embocadura del Nanay fue pasada muy pronto, dejando atrs una punta de la
orilla izquierda, con su alfombra de gramneas rojizas abrasadas por el sol, que
venan a ser un primer trmino caluroso que contrastaba con los verdes bosques.
La jangada no tard en tomar el curso de la corriente, entre las pintorescas islas
de las que se cuentan unas doce entre Iquitos y Pucalpa.
Sin olvidarse de recurrir a la damajuana del aguardiente para aclarar su vista y su
memoria, Araujo maniobraba muy hbilmente en medio de aquel archipilago. A una
voz suya, cincuenta bicheros se levantaban simultneamente de cada costado del tren
de maderas, cayendo luego en el agua con un movimiento automtico. Resultaba un
espectculo curioso.
Por su parte Yaquita, ayudada por Lina y Cibeles, haba acabado de ponerlo todo
en orden, en tanto que la cocinera india terminaba los preparativos del desayuno.
En cuanto a los jvenes y a Minha, se paseaban en compaa del padre Passanha
y de vez en cuando aqulla se detena para regar las plantas colocadas al pie de la
habitacin.
Y bien, padre dijo Benito, conocais un modo ms agradable de viajar?
No, hijo querido contest el padre Passanha; esto verdaderamente es viajar
con todo el equipo encima.
Y sin ninguna fatiga aadi Manuel. Se haran centenares de kilmetros.
As dijo Minha, no os arrepentiris de haber tomado pasaje con nosotros.
No os parece que estamos embarcados en una isla y que la isla, separada del lecho
del ro, con sus praderas y sus rboles, sigue tan tranquila su rumbo descendiente?
Solamente
Solamente? repiti el padre.
Que esta isla la hemos hecho nosotros con nuestras propias manos, que ella nos
pertenece y yo la prefiero a todas las islas del Amazonas. Tengo perfecto derecho a
sentirme orgullosa!
S, querida hija contest el padre Passanha y yo te absuelvo de tu
sentimiento de orgullo. Por otra parte yo no me permitira reirte delante de Manuel.
Al contrario respondi alegremente la joven. Hay que ensear a Manuel a
regaarme cuando lo merezca Es muy indulgente para mi humilde persona, que
tiene bastantes defectos.
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Entonces, mi querida Minha dijo Manuel, voy a aprovecharme del
permiso para recordaros
Qu cosa?
Que habis estado asiduamente en la biblioteca de la hacienda y que me
ofrecisteis enterarme de cuanto concierne a vuestro Alto Amazonas. Nosotros le
conocemos muy imperfectamente en Par y ved ah varias islas ante las que pasa la
jangada, sin que hayis pensado decirme el nombre.
Y quin puede hacerlo? exclam la joven.
S, quin podra hacerlo? repiti Benito. Quin puede retener los cientos
de nombres en idioma tupi con los cuales se han adornado todas estas islas? Los
norteamericanos son ms inteligentes para las islas de su Mississippi: las han
numerado
Como han numerado las avenidas y las calles de las ciudades le interrumpi
Manuel. Francamente, pues, no aprecio mucho este sistema numrico. Esto no dice
nada a la imaginacin; la isla sesenta y cuatro, la isla sesenta y cinco, es lo mismo
que la sexta calle de la tercera avenida. No sois de mi parecer, querida Minha?
S, Manuel, pese a lo que pueda pensar mi hermano contest la joven. Pero,
aunque no conozcamos los nombres, las islas de nuestro gran ro realmente resultan
hermosas. Vedlas destacarse bajo la sombra de esas gigantescas palmeras con sus
hojas inclinadas! Y ese cinturn de caas que las rodea a travs de las cuales
apenas podra abrirse paso una estrecha piragua! Y esos manglares, cuyas races
fantsticas y caprichosas vienen a las orillas, como las patas de algunas monstruosas
langostas! En verdad que estas islas son hermosas; sin embargo, por muy bellas
que sean, no pueden cambiar de sitio como lo hace la nuestra!
Mi pequea Minha est hoy un poco entusiasmada observ el padre
Passanha.
Ah, padre! exclam la joven. Es que soy feliz al ver que todos son felices en
torno mo.
En aquel momento se oy la voz de Yaquita que llamaba a su hija al interior de la
casa. La joven se fue corriendo, despidindose con una sonrisa.
Vais a tener muy buena compaera, Manuel afirm el padre Passanha al
joven. Es la alegra de este hogar la que va a huir con vos, amigo mo.
Mi buena hermanita! Cunto la echaremos de menos! El padre tiene
razn! Y si t no te casaras con ella, pues an ests a tiempo, se quedara con
nosotros.
Se quedar de todos modos, Benito afirm Manuel. Creme, tengo el
presentimiento de que el porvenir ha de reunimos a todos.
Aquella primera jornada se pas bien. El desayuno, la comida, la siesta, los
paseos, todo se sucedi como si Juan Garral y los suyos estuvieran an en su cmoda
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posesin de Iquitos.
Durante aquellas veinticuatro horas se pasaron sin novedad las embocaduras de
los ros Bacali, Chochio y Pucalpa en la orilla izquierda del Amazonas y las de los
ros Itinicari, Maniti, Moyoc, Tucaya y las islas del mismo nombre que desembocan
en la derecha. La noche, alumbrada por la luna, permiti economizar una parada y la
enorme almada se desliz tranquilamente sobre la superficie del gran ro.
En la maana del siete de junio, la jangada coste los ribazos de la aldea de
Pucalpa, llamada tambin Nuevo Orn. El antiguo Orn, que est situado a noventa y
tantos kilmetros ms abajo y en la misma orilla derecha del ro, est hoy da
abandonado por aqul, cuya poblacin se compone de indios pertenecientes a las
tribus mayoranas y orejones. Nada ms pintoresco que aquella aldea con sus ribazos,
que se dira estn pintados como las piedras gatas; su iglesia sin concluir, sus casas
cuyo techo de blago sombrean algunas altas palmeras y las dos o tres ubas medio
varadas en la ribera.
Durante todo el citado da siete, la jangada continu siguiendo la orilla izquierda
del ro, pasando por delante de algunos tributarios desconocidos y sin importancia.
Por un momento estuvo a riesgo de encallarse en la punta de arriba de la isla
Sinicuro; pero el piloto, bien secundado por su tripulacin, supo eludir el peligro y se
mantuvo en el curso de la corriente.
Por la tarde se arrib a lo largo de una isla ms extensa, llamada isla Napo, del
nombre del ro que en aquel sitio se interna hacia el noroeste y viene a mezclar sus
aguas con las del Amazonas, por una embocadura de cerca de ochocientos metros de
ancho, tras haber regado los territorios de los indios cotos de la tribu de los orejones.
En la madrugada del da ocho, la jangada se encontr enfrente de la pequea isla
de Mango, que obliga al Napo a dividirse en dos brazos antes de caer en el
Amazonas.
Algunos aos despus, un viajero francs, Pablo Marcoy, deba reconocer el color
de las aguas de este afluente, que, con mucha propiedad, compara al matiz especial
del palo verde, parecido al ajenjo. Al mismo tiempo deba rectificar algunas de las
medidas indicadas por La Condamine. Pero entonces la embocadura del Napo estaba
notablemente ensanchada por la crecida y tena tal rapidez, que su corriente, salida de
las faldas orientales del Cotopaxi, vena a mezclarse burbujeando a la corriente
amarillenta del Amazonas.
Algunos indios vagaban por la embocadura de este ro. Eran de cuerpo robusto y
de elevada estatura; tenan la cabellera flotante y la nariz traspasada con una varilla
de palmera; mostraban el lbulo de las orejas alargado hasta el hombro por el peso de
unos macizos arillos, hechos de maderas finas, que se colgaban en ellas. Aunque
algunas mujeres les acompaaban, ninguno de ellos manifest deseos de pasar a
bordo.
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Se pretende que aquellos indgenas pudieran muy bien ser antropfagos; mas esto
se dice tanto de las tribus ribereas del ro, que si el hecho fuese cierto, se tendran
pruebas de estos hbitos de canibalismo, cosa de la que se carece todava.
Algunas horas despus, la aldeita de Bellavista mostraba sus bosquecillos de
hermosos rboles, que dominaban algunas casas cubiertas de paja, sobre las cuales
bananeros de mediana altura dejaban caer sus largas hojas como las aguas de una
cuba demasiado llena.
Despus, el piloto, con objeto de seguir una corriente mejor, que deba separarle
de los ribazos, dirigi el tren hacia la orilla del ro, a la cual an no se haba
aproximado. La maniobra se verific tras algunas dificultades, que fueron
satisfactoriamente vencidas, despus de algunos besos dados a la damajuana.
Esta permiti ver al paso algunas de aquellas numerosas lagunas de aguas negras,
que estn diseminadas a lo largo de la corriente del Amazonas y que frecuentemente
tienen alguna comunicacin con el ro. Una de ellas, que lleva el nombre de laguna de
Orn, era de mediana extensin y reciba las aguas por un ancho boquete. En medio
de su lecho se sealaban algunas islas y dos o tres islotes curiosamente agrupados y
en la ribera opuesta, Benito hizo notar el sitio en que estuvo construido aquel antiguo
Orn y del cual slo quedan hoy algunos pocos y vagos vestigios.
Durante dos das y segn lo exiga la corriente, la jangada anduvo tan pronto por
la orilla derecha como por la izquierda, sin que su enorme mole sufriera el menor
choque inquietante.
Los viajeros se haban acostumbrado a aquel gnero de vida. Garral, dejando a su
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hijo al cuidado de todo lo que constitua la parte comercial de la expedicin, se
pasaba el tiempo en su habitacin, meditando o escribiendo. A nadie deca nada de lo
que escriba y, sin embargo, aquello tomaba ya las proporciones de unas autnticas
memorias.
Benito, atento a todo, platicaba con el piloto y anotaba la direccin. Yaquita, su
hija y Manuel formaban casi siempre un grupo aparte ya formando proyectos para el
porvenir, o pasendose, como hubieran podido hacerlo en el parque de la hacienda.
Realmente all se haca la misma vida, excepto para Benito, que no haba encontrado
todava ocasin de entregarse al placer de la caza. Si le faltaban los bosques de
Iquitos con sus gamos y rebecos, sus agutes y sus cerdos monteses, los pjaros
volaban a bandadas sobre las orillas y no teman posarse en la jangada. Benito tiraba
a los que en calidad de caza podan figurar dignamente en la mesa y entonces su
hermana no trataba de oponerse, porque era en beneficio de todos; pero si se trataba
de las garzas grises o amarillas, de los ibis blancos o rosados, que frecuentan los
ribazos, eran perdonados por amor a Minha. Slo un gnero de ave acutica, aunque
no es comestible, no hallaba gracia en el joven negociante; sta era aquel cairara, tan
diestro para sumergirse como para nadar o volar, pjaro de chillido desagradable;
pero cuya pluma se pagaba a un alto precio en los diversos mercados de la cuenca del
Amazonas.
En fin, despus de haber pasado la aldeita de Omaguas y la embocadura del
Ambiyacu, la jangada lleg a Pebas, en la tarde del once de junio y qued amarrada
en la ribera.
Como faltaban an algunas horas hasta la noche, desembarc Benito y con l el
siempre dispuesto Fragoso y los dos cazadores fueron a hacer una batida por las
espesuras de las cercanas de la pequea poblacin. Como resultado de tan feliz
excursin, fueron a enriquecer la despensa un agut y adems una docena de perdices.
En Pebas, cuya poblacin cuenta doscientos sesenta habitantes, quiz Benito
hubiera podido hacer algunos cambios con los hermanos lejos de la misin, que son
al mismo tiempo comerciantes al por mayor; pero aqullos acababan de expedir
recientemente fardos de zarzaparrilla y cierto nmero de arrobas de caucho hacia el
Bajo Amazonas y sus almacenes estaban vacos.
La jangada parti de nuevo al romper el da y se engolf en el diminuto
archipilago formado por las islas Iati y Cochiquinas, tras de haber dejado a la
derecha la aldea de este nombre. Multitud de embocaduras de pequeos afluentes sin
nombre fueron pasadas en la citada orilla derecha del ro, a travs del espacio que
separaba las islas.
Unos cuantos indios de cabeza afeitada y tatuados carrillos y frente, que llevaban
en las aletas de la nariz y debajo del labio inferior anillos de metal, aparecieron un
instante armados de flechas y cerbatanas; pero no hicieron uso de ellas, ni trataron de
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ponerse en contacto con la jangada.
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Captulo XI
De Pebas a la frontera
La navegacin prosigui sin incidentes durante los das que siguieron. Las noches
eran tan hermosas, que no se haca alto, sino que el largo tren de maderas se dejaba
llevar por la corriente.
Las dos pintorescas orillas del ro ofrecan constantes mutaciones, como esas
vistas de teatro que se desarrollan de un bastidor al otro. Por una especie de ilusin
ptica, a que inconscientemente se acostumbraban los ojos, pareca que la jangada
permaneca inmvil y que las que avanzaban eran las cambiantes mrgenes.
Benito hubo de quedarse sin cazar por los ribazos de la orilla, por no haberse
hecho ninguna parada. Por fortuna, la caza era ventajosamente remplazada all por la
pesca.
En efecto, se pescaron gran variedad de excelentes peces, paces, surubes y
gamitanas, de exquisita carne y unas cuantas rayas alargadas, de vientre rosado y
negro lomo, que suelen estar armadas de dardos muy venenosos.
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acuticos, que acompaaban por los ros a la jangada, durante horas enteras, como
sirvindole de escolta.
Eran estos gigantescos pirarucs de tres a tres metros y medio de largo,
acorazados de anchas escamas ribeteadas de color escarlata; pero cuya carne no es, en
verdad, nada apetecida por los indgenas; as es que no se procuraba cogerlos, como
tampoco a los graciosos delfines, que venan a retozar a bandadas, sacudiendo con
sus colas las viguetas de la jangada, corriendo y saltando ya ante ella o bien detrs,
animando las aguas del ro con reflejos de colores y con surtidores de agua, que la luz
refractada transformaba en otros tantos arco iris.
El 16 de junio la jangada, despus de haber pasado felizmente algunos puntos de
bajo fondo y aproximndose a los ribazos, lleg cerca de la grande isla de San Pablo
y al otro da, por la tarde, se detuvo en la aldea de Moromoros, que se encuentra
situada en la orilla izquierda del Amazonas. Veinticuatro horas despus pasaron las
embocaduras del Atacoari y del Cocha y luego el furo o canal que se comunica con el
lago de Caballococha, en la ribera derecha, e hizo escala a la altura de la misin de
Cocha.
All estaba el pas de los indios marahuas, de largos cabellos flotantes y cuya boca
se abre en medio de una especie de abanico de espinas de palmera, anchas hasta casi
quince centmetros, lo que les da un aspecto felino y esto, segn la observacin de
Pablo Marcoy, lo hacen con la idea de parecerse al jaguar, del cual admiran, sobre
todo, la audacia, la fuerza y la astucia. Algunas mujeres venan con estos marahuas,
fumando cigarros, de los que tenan el cabo encendido entre los dientes. Todos, as
como el rey de los bosques del Amazonas, iban casi desnudos y tan solamente
tatuados.
La misin de Cocha estaba entonces dirigida por un fraile franciscano, que quiso
visitar al padre Passanha.
Garral dispens la mejor acogida a aquel religioso y le ofreci un asiento en la
mesa de su familia.
Precisamente haba all aquel da una comida que haca honor a la cocinera india.
El caldo tradicional, con hierbas aromticas; pasta generalmente destinada a
remplazar el pan en Brasil, que se compone de harina de yuca, bien impregnada de
jugo de carne y de tomate; gallina con arroz, con una salsa picante, hecha de vinagre
y de malagueta; plato de verduras con pimiento; pastel fro, espolvoreado con canela;
todo esto haba all para tentar a un pobre fraile reducido al pobre trato ordinario de la
parroquia. Se le inst para que se detuviera y Yaquita y su hija hicieron cuanto
pudieron al efecto; pero el franciscano deba ir a visitar aquella misma tarde a un
indio que estaba enfermo en Cocha. Dio, pues, las gracias a la hospitalaria familia y
parti, no sin llevar algunos regalos, que seran bien recibidos por los nefitos de la
misin.
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Durante dos das, el piloto Araujo tuvo mucho quehacer. El lecho del ro se
ensanchaba poco a poco; pero las islas eran ms numerosas y la corriente, sujeta por
aquellos obstculos, creca tambin. Tuvo que tomar grandes precauciones para pasar
entre las islas Caballococha, Tarapote y Cacao; hacer frecuentes paradas y muchas
veces se vio obligado a aligerar la jangada, que amenazaba encallarse.
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zarzaparrilla, amn de distintas clases de frutas.
Benito desembarc con objeto de adquirir, si le era posible, algunos fardos de
aquella esmilcea, que es siempre muy solicitada en los mercados del Amazonas.
Garral, continuamente ocupado en un trabajo que absorba todo su tiempo, no salt a
tierra. Yaquita y su hija se quedaron a bordo de la jangada e igualmente Manuel. Esto
fue porque los mosquitos de Loreto tienen una buen sentada fama de alejar a los
visitantes que no quieren dejar algn poco de su sangre a aquellos temibles dpteros.
Justamente Manuel acababa de decir algunas palabras acerca de estos insectos,
que no daban muchas ganas de arrostrar sus picaduras.
Se asegura aadi que las nueve especies que infestan las orillas del
Amazonas tienen su punto de reunin en la aldea de Loreto. Prefiero creerlo, sin
necesidad de hacer la prueba. All, querida Minha, podrais elegir entre el mosquito
gris, el velludo, el patablanca, el enano, el tocador de trompa, el pequeo pfano, el
arlequn, el gran negro y el rojo de los bosques; o ms bien todos ellos os elegiran a
vos y volverais aqu desconocida. Yo creo, en verdad, que esos encarnizados dpteros
guardan mejor la frontera brasilea que esos pobres diablos de soldados flacos y
macilentos que vemos sobre el ribazo.
Pero si todo sirve en la Naturaleza pregunt la joven, para qu sirven los
mosquitos?
Para hacer la felicidad de los entomlogos respondi Manuel y me vera
muy apurado para poder daros una contestacin mejor.
Lo que Manuel deca de los mosquitos de Loreto era la pura verdad; resultando,
pues, que cuando terminadas sus compras regres Benito a bordo, tena la cara y las
manos tatuadas con un millar de puntos rojos, sin hablar de los aradores, que, a pesar
del cuero del calzado, se haban introducido bajo los dedos de sus pies.
Vmonos, vmonos ahora mismo, o esas malditas legiones de insectos van a
invadirnos y la jangada quedar completamente inhabitable! exclam desesperado
el joven.
Y los importaramos a Par respondi Manuel, que tiene bastantes para su
propio consumo.
Para no pasar, pues, la noche en aquellas riberas, la jangada, separndose de los
ribazos, volvi a tomar el curso de la corriente.
A partir de Loreto, el Amazonas se inclina un poco hacia el sudeste entre las islas
Arava, Cuyari y Urucutca. La jangada entonces se desliz sobre las aguas negras del
Cajaru, mezcladas con las blancas del Amazonas. Despus de haber pasado aquel
afluente de la orilla izquierda, durante la maana del 23 de junio, deriv
tranquilamente a lo largo de la grande isla de Jahuma.
La puesta del sol en un horizonte limpio de toda bruma anunciaba una de esas
hermosas noches de los trpicos, que no pueden conocer las zonas templadas. La luna
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no tard en levantarse sobre el fondo estrellado del cielo y a remplazar, durante
algunas horas, el crepsculo, ausente de aquellas latitudes. Pero en aquel intervalo,
oscuro todava, las estrellas brillaban con una pureza incomparable. La inmensa
llanura de la cuenca pareca prolongarse hasta lo infinito, como un mar y en la
extremidad de aquel eje, apareca en el norte el nico diamante de la estrella polar y
al Medioda los cuatro brillantes de la Cruz del Sur.
Los rboles de la orilla izquierda y de la isla Jahuma, a medio iluminar, se
recortaban en negras manchas. No se podan reconocer ms que por su incierta silueta
aquellos troncos, o ms bien, aquellos fustes de columnas de copaiba, que se
desplegaban en forma de sombrilla; aquellos grupos de sanis, de los cuales puede
extraerse una leche espesa y azucarada, que se dice da la embriaguez, como el vino;
aquellos viaticos de ochenta pies de alto, cuya copa se estremece al pasar la ms
ligera corriente de aire. Qu hermoso discurso pudiera hacerse con justicia de
aquellos bosques del Amazonas!
Los pjaros lanzaban sus ltimas notas de la tarde: bentivis, que suspenden sus
nidos en las caas de la ribera; niambos, especie de perdiz, cuyo canto se compone de
cuatro notas del ms perfecto acorde y que repiten los imitadores de la gente voltil;
kamichis, de cntico lastimero; el martn pescador, cuyo grito contesta como una
seal a los ltimos gritos de sus congneres; canindes, de grito sonoro, que repliegan
sus alas entre el follaje de las jaquetivas, cuyos esplndidos colores vena la noche a
apagar.
En la jangada todo el personal se hallaba en su sitio y en actitud de descanso. Slo
el piloto, de pie en la parte delantera, dejaba ver su alta estatura, apenas bosquejada
entre las primeras sombras. En la guarida de cuarto, con su largo bichero sobre el
hombro, recordaba un campamento de jinetes trtaros. El pabelln brasileo penda
del extremo de su asta, en la delantera del tren y la brisa ya no tena fuerza para
agitarle.
A las ocho se oyeron en el campanario de la capilla los tres primeros taidos del
ngelus. Los tres del segundo y del tercer versculo sonaron a su vez y la salutacin
termin entre los golpes ms precipitados de la primera campana.
Qu hermoso ro es nuestro magnfico Amazonas! exclam Minha, cuyo
entusiasmo por aquella gran corriente de agua no disminua nunca.
Ro incomparable en verdad reconoci Manuel y comprendo yo todas sus
sublimes bellezas! En la actualidad bajamos por l como lo verificaron hace ya siglos
Orellana y La Condamine y en verdad que encuentro pobres, ante la realidad, sus
maravillosas descripciones.
Un poco fabulosas replic Benito.
Hermano mo advirti gravemente la joven, no hables mal de nuestro
Amazonas!
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Esto no es hablar mal, hermanita, sino recordar sus leyendas.
S, es verdad; las tiene y maravillosas! asegur Minha.
Qu leyendas? pregunt Manuel. Porque debo manifestar que todava no
han llegado a Par, o al menos yo las desconozco.
Pues, entonces, qu es lo que aprendis en los colegios de Belem? pregunt
riendo su prometida.
Empiezo a creer que ni s nada ni aprendo nada contest Manuel.
Cmo, caballero! replic Minha con gravedad festiva. Ignoris, entre otras
fbulas, que un enorme reptil llamado el Minhocao, viene alguna vez a baarse en el
Amazonas y que es tan gigantesca la serpiente que las aguas crecen o bajan,
conforme se sumerge o sale de ellas?
Habis visto alguna vez ese Minhocao fenomenal? pregunt Manuel.
No! reconoci Lina.
Qu lstima! crey deber aadir Fragoso.
Y la Mae de Agua prosigui Minha, esa arrogante y temible mujer, cuya
mirada fascina y arrastra bajo las aguas del ro a los imprudentes que la contemplan?
Ah! En cuanto a la Mae de Agua, s que existe exclam la sencilla Lina. Se
dice tambin que se pasea todava por los ribazos; pero que desaparece como una
ondina en cuanto alguien se aproxima a ella.
Pues bien, Lina respondi Benito. La primera vez que t la veas, haz el favor
de avisarme.
Para que ella os atrape y os lleve al fondo del ro? Nunca, seor Benito!
Y se lo cree! grit Minha.
Hay bastantes personas que creen en el tronco de Manao dijo Fragoso,
siempre pronto a intervenir en favor de Lina. El tronco de Manao? pregunt
Manuel. Qu es en realidad ese tronco de Manao?
Seor Manuel contest Fragoso con una gravedad cmica, parece que hay
all o que haba en otro tiempo, un tronco de turuma, que todos los aos, en la misma
poca, descenda por el ro Negro, se detena algunos das en Manao y tambin iba
del mismo modo a Par, haciendo alto en todos los puertos, donde los indgenas le
adornaban devotamente con pequeas banderas. Llegado a Belem, haca alto, volva
pies atrs, suba el Amazonas, despus el ro Negro y tornaba al bosque de donde
haba milagrosamente salido. Un da se trat de sacarle a tierra; pero el ro,
encolerizado, infl sus aguas y hubo que renunciar a apoderarse de l. Otro da el
capitn de un buque le enganch con un arpn y procur remolcarlo; pero esta vez,
aun con todo, el ro, enfurecido, rompi las amarras y el tronco escap
milagrosamente.
Y dnde ha ido a parar? quiso saber la joven mulata.
Parece que en su ltimo viaje, seorita Lina respondi Fragoso, en vez de
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subir por el ro Negro, se equivoc de camino, sigui el Amazonas y no se le ha
vuelto a ver.
Oh, si nosotros pudiramos encontrarle! exclam Lina.
Si nosotros le encontrramos respondi Benito, te colocaramos encima; l
te conducira a su floresta misteriosa y t pasaras tambin al estado de nyade
legendaria.
Por qu no? Sera maravilloso respondi alegremente Minha.
Oh! Todo son leyendas dijo entonces Manuel y confieso que vuestro ro
es digno de alabanza. Mas tiene otras historias que tambin valen bastante. Yo s una
y si no temiera entristeceros, porque ella es verdaderamente lamentable, os la
contara.
Oh!, contadla, seor Manuel exclam Lina. Me gustan tanto las historias
que hacen llorar!
Llorar t, Lina? dijo Benito.
S, seor Benito; pero yo lloro riendo.
Y bien, cuntanosla, Manuel.
Es la historia de una francesa cuyas desgracias han ilustrado estas orillas, en el
siglo dieciocho.
Os escuchamos dijo Minha.
Comienzo contest Manuel. En 1741, cuando la expedicin de los dos sabios
franceses, Bauguer y La Condamine, que fueron enviados para medir un grado
terrestre bajo el Ecuador, se les agreg un astrnomo muy distinguido, llamado Godin
des Odonais.
Godin parti, pues; pero l no iba solo al Nuevo Mundo. Llevaba consigo su
joven esposa, sus nios, su suegro y su cuado.
Todos los viajeros llegaron a Quito con excelente salud. All empezaron para la
seora de Odonais la serie de sus desgracias, porque en algunos meses perdi varios
de sus hijos.
Cuando Godin des Odonais hubo terminado su trabajo, hacia fines del ao 1759,
deban salir de Quito y marchar para la Cayena. Una vez llegado a esta ciudad, dese
que viniera su familia, pero la guerra estaba declarada y se vio precisado a solicitar
del Gobierno portugus una autorizacin que dejase el paso franco a la seora des
Odonais y a los suyos. Se podr creer? Varios aos se pasaron sin que aquella
autorizacin pudiese ser concedida.
En 1765, Godin des Odonais, desesperado con aquellos retrasos, resolvi subir
por el Amazonas para buscar a su mujer en Quito; pero en el momento en que iba a
partir, una repentina enfermedad le detuvo y no pudo llevar a cabo su proyecto.
Sin embargo, los pasos no haban sido intiles y la seora des Odonais supo por
fin que el rey de Portugal le haba concedido el permiso necesario, e hizo preparar
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una embarcacin para ir a reunirse con su esposo. Al mismo tiempo, una escolta tena
orden de esperarla en las Misiones del Alto Amazonas.
La seora des Odonais era una mujer de gran valor, como lo veris muy pronto.
No vacil en absoluto y parti, a pesar de los peligros de un viaje semejante, a travs
de todo el continente.
Ese era su deber de esposa, Manuel dijo Yaquita. Yo habra hecho lo mismo
que ella.
La seora des Odonais pas a ro Bamba, al sur de Quito, llevando a su cuado,
sus nios y un mdico francs. Pretenda llegar a las Misiones de la frontera
brasilea, donde deban encontrar la embarcacin.
El viaje era feliz, desde luego y se haca sobre la corriente de los afluentes;
aumentaron poco a poco los peligros y las fatigas, en medio de un pas diezmado por
la viruela. La mayor parte de los guas que vinieron a ofrecer sus servicios
desaparecieron algunos das despus y uno de ellos, el ltimo que permaneci fiel a
los viajeros, se ahog en el Bodenasa, tratando de auxiliar al mdico francs.
Pronto la canoa, medio destrozada por las rocas y los troncos que bajaban por el
ro, se encontr fuera de servicio. Fue preciso bajar a tierra y all en el lindero de un
bosque impenetrable, construir algunas cabaas de follaje. El mdico se ofreci a
marchar adelante, con un negro que nunca haba querido dejar a la seora des
Odonais.
Partieron los dos y se les esper muchos das; pero en vano. No aparecieron ms!
Entretanto, los vveres se consumieron. Los abandonados intentaron intilmente
bajar por el Bodenasa sobre una almada. Hubieron de regresar al bosque, vindose
en la necesidad de hacer el viaje a pie por medio de aquellas espesuras casi
impracticables.
Aqullas eran muchas fatigas para las pobres gentes! Uno a uno fueron
sucumbiendo, a pesar de los cuidados de la valiente francesa! Al cabo de algunos
das, nios, parientes, criados, todos haban muerto!
Oh, desgraciada mujer! exclam Lina.
La seora des Odonais estaba sola en aquella ocasin. Se hallaba todava a mil
leguas del ocano donde quera llegar. Ya no era la madre que ha perdido a sus hijos
y los ha sepultado con sus propias manos! Era la mujer que quiere volver a ver a su
marido!
Marchando noche y da, encontr, por fin, el curso del Bobonaza. All fue
recogida por unos generosos indios, que la condujeron a las Misiones, donde
esperaba la escolta.
Pero llegaba sola y las etapas de su camino quedaban sembradas de tumbas.
La seora des Odonais lleg a Loreto, ese lugar en que hemos estado hace unos
das. Desde esta aldea peruana descendi por el Amazonas, como lo estamos
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haciendo ahora y al fin encontr a su marido. Haban estado separados diecinueve
aos.
Pobre mujer! dijo, entristecida, Minha.
Y, sobre todo, pobre madre! aadi Yaquita.
En aquel momento apareci en popa el piloto Araujo y dijo:
Juan Garral, nos hallamos ante la isla de la Ronda. Acabamos de pasar la
frontera.
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Captulo XII
Fragoso a la faena
Desde el siglo XII aparece la palabra brasa en la lengua espaola. Es la que ha
servido para formar la palabra brasil, con el que son conocidas ciertas maderas que
proporcionan un tinte encarnado. De ah el nombre de Brasil que se dio a aquella
vasta extensin de la Amrica del Sur, que atraviesa la lnea equinoccial, pues all se
encuentra a menudo la citada madera, que, por otra parte, fue muy pronto objeto de
un comercio considerable con los normandos. Aunque por el lugar de su produccin
se le da el nombre de ibirapitunga, le ha quedado el nombre de brasil, que, como
decimos, ha venido a ser el de aquel pas, que se muestra como una inmensa ascua
que ardiera bajo los rayos de un sol tropical.
Los portugueses lo ocuparon, desde luego. Desde principios del siglo XVI data su
toma de posesin, verificada por el piloto lvarez Cabral.
Si ms tarde Francia y Holanda se establecieron all parcialmente, siempre ha
quedado el portugus y posee todas las cualidades que distinguen a aquel valiente y
pequeo pueblo. Es al presente uno de los estados ms grandes de la Amrica
meridional, teniendo a su frente al inteligente y sabio artista emperador don Pedro
II[9].
Cul es tu derecho en la tribu? preguntaba Montaigne a un indio que
encontr en El Havre.
El derecho de marchar el primero a la guerra! respondi sencillamente el
indio.
Ya se sabe que la guerra fue durante largo tiempo el ms seguro y el ms rpido
medio de civilizacin. Tambin los brasileos hicieron lo que haca aquel indio.
Lucharon, defendieron su conquista, la extendieron.
En 1824, diecisis aos despus de haberse fundado el Imperio luso-brasileo, fue
cuando Brasil proclam su independencia a la voz de don Juan, a quien los ejrcitos
franceses haban echado de Portugal. Faltaba arreglar la cuestin de fronteras entre el
nuevo Imperio y su vecino Per.
La cosa no era fcil.
Si Brasil quera extenderse hasta el ro Napo, en el oeste, Per pretenda
ensancharse hasta el lago de Ega, es decir, ocho grados ms al oeste.
Pero, en este intermedio, Brasil tuvo que intervenir para impedir los robos de los
indios del Amazonas, robos que se hacan en beneficio de las misiones hispano-
brasileas y para reprimir esta suerte de trfico no encontr otro procedimiento mejor
que fortificar la isla de la Ronda, un poco ms arriba de Tabatinga y establecer un
apostadero.
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Esto fue una solucin y desde aquella poca, la frontera de los dos pases pasa por
en medio de dicha isla.
La parte superior del ro es peruana y se llama Maran, como ya se ha dicho.
La de abajo es brasilea y toma el nombre de ro de las Amazonas.
El veinticinco de junio, por la tarde, fue cuando la jangada se detuvo delante de
Tabatinga, la primera poblacin brasilea, situada en la ribera izquierda, en el
nacimiento del ro del cual toma nombre y que depende de la parroquia de San Pablo,
establecida en la parte de arriba, sobre la orilla derecha.
Juan Garral haba resuelto detenerse all treinta y seis horas, al objeto de conceder
reposo a sus hombres.
La marcha no deba, pues, efectuarse hasta el veintisiete por la madrugada.
Esta vez Yaquita y sus hijos, menos amenazados quiz que en Loreto de servir de
pasto a los mosquitos indgenas, haban manifestado intencin de bajar a tierra y
visitar la poblacin.
Se calculaba entonces que la poblacin de Tabatinga era de cuatrocientos
habitantes, la mayor parte indios, comprendiendo, sin duda, a los que andan errantes
antes de fijarse en las orillas del Amazonas y de sus pequeos afluentes.
El puesto de la isla de la Ronda ha sido abandonado hace algunos aos y
trasladado a la misma Tabatinga. Puede decirse, pues, que es una ciudad con
guarnicin, aunque slo se componga de nueve soldados, casi todos indios y un
sargento, que es el verdadero comandante de la plaza.
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Una cuesta que tena unos ocho metros y medio de altura, en la que se haban
hecho unos escalones, formaba en aquel sitio la cortina de la explanada que sostena
el pequeo fortn. La morada del comandante constaba de dos chozas formando
escuadra y los soldados ocupaban un edificio oblongo, construido a cien pasos de all
al pie de un gran rbol.
Este par de cabaas se hubiera asemejado perfectamente a todos los villorrios o
chozas que aparecan diseminados sobre las orillas del ro, si un asta con su bandera,
en la que lucan los colores brasileos, no se hubiese elevado encima de la garita,
siempre falta de centinela y si no estuviesen all cuatro pequeos pedreros de bronce,
destinados a caonear, en caso de necesidad, a toda embarcacin que no avanzase con
la debida autorizacin.
En cuanto a la poblacin propiamente dicha, estaba en la parte de abajo de la
plataforma. Un camino, que no era ms que una quebrada, a la que sombreaban unos
ficus y unos miritis, conduca a ella en pocos minutos. All, sobre un acantilado de
barro, se alzaban unas doce casas con techumbre de hojas de palmera y colocadas
alrededor de una plaza central.
Todo aquello no es nada curioso; pero las cercanas de Tabatinga son hermosas,
sobre todo en la desembocadura del Yavary, que tiene bastante anchura para contener
el archipilago de las islas Aramag. En aquel lugar se agrupan hermosos rboles y
entre ellos gran nmero de ciertas palmeras, cuyas suaves fibras, que se emplean para
fabricar hamacas y re des de pescar, son objeto de un vivo comercio. En suma, aquel
lugar es uno de los ms pintorescos del Alto Amazonas.
Tabatinga, por otra parte, est destinada a ser, dentro de poco tiempo, una estacin
de bastante importancia y tomar, sin duda, un rpido desarrollo. All, en efecto,
deben detenerse los vapores brasileos que suban el ro y los peruanos que lo bajen.
All se efectuar el cambio de cargamentos y pasajeros. No necesitara tanto una
aldea inglesa o americana para llegar a ser en algunos aos el centro de un
movimiento comercial de los ms considerables.
El ro es muy bello en aquella parte de su curso. Evidentemente, el efecto de las
mareas ordinarias no se deja sentir en Tabatinga, que est situada a ms de tres mil
setecientos kilmetros del Atlntico; pero no sucede as con el pororoca, esa clase de
reflujo rpido que durante tres das, en los grandes flujos de las sizigias, hincha las
aguas del Amazonas y las rechaza con una velocidad de diecisiete kilmetros por
hora. Se pretende, en efecto, que esta racha de marea se propaga hasta la frontera
brasilea.
En la maana del veintisis de junio, antes del desayuno, la familia Garral se
dispuso a desembarcar para visitar el pueblo.
Si Juan, Benito y Manuel haban estado ya en ms de una ciudad del Imperio
brasileo, no suceda lo mismo con respecto de Yaquita y de su hija. Esto, pues, iba a
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ser para ellas como una toma de posesin.
Se concibe, pues, que Yaquita y Minha deseasen a toda costa hacer esta visita.
Si, por otra parte, Fragoso, en su calidad de barbero ambulante, haba ya recorrido
las diversas provincias de la Amrica Central, Lina, como su joven ama, no haba
pisado todava el suelo brasileo.
Pero antes de abandonar el tren de maderas, Fragoso fue a buscar a Juan Garral y
tuvo con l la conversacin siguiente:
Seor Garral le dijo, desde el da que me recibisteis en la hacienda de
Iquitos, alojndome, vistindome, mantenindome y, en una palabra, acogindome
tan hospitalariamente, os debo
No me debis absolutamente nada, amigo mo contest Garral. Por lo tanto,
no insistamos ms.
Os aseguro respondi Fragoso que no estoy en situacin de
desempearme con vos. Y hay que aadir que me habis recibido a bordo de la
jangada y facilitado el medio de bajar el ro. En la actualidad, nos vemos en la tierra
de Brasil, que, segn todas las probabilidades yo no deba volver a ver Sin aquel
bejuco
A Lina, a ella tan slo debis dedicar vuestro reconocimiento interrumpi
Juan Garral.
Ya lo s respondi Fragoso y jams olvidar lo que le debo, no menos que
a vos.
Se dira, Fragoso replic Juan, que vais a despediros de m. Es vuestra
intencin quedaros en Tabatinga?
De ninguna manera, seor de Garral, puesto que me habis permitido
acompaaros hasta Belem, donde podr, o al menos as lo espero, volver a tomar mi
antiguo oficio.
Entonces, si tal es vuestra intencin, qu vens a pedirme, amigo mo?
Vengo a rogaros, si en ello no hallis reparo, que me permitis ejercer mi oficio
de paso. Esto har que mi mano no se entorpezca y, por otra parte, no estarn mal en
mi bolsillo algunos puados de reis, sobre todo si yo los he ganado. Ya sabis, seor
Garral, que un barbero que es tambin algo peluquero y no dir algo mdico por
respeto al seor Manuel, siempre encuentra algunos parroquianos en las aldeas del
Alto Amazonas.
Sobre todo, entre los brasileos reconoci Juan Garral; porque para los
indgenas
Perdonad contest Fragoso; entre los indgenas especialmente. Afeitar, no,
porque la Naturaleza se ha mostrado con ellos bastante avara de este adorno; pero
siempre hay alguna cabellera que arreglar a la ltima moda. Estos salvajes, hombres y
mujeres, estiman esto mucho A los diez minutos de instalarme en la plaza de
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Tabatinga, con mi boliche en la mano, pues el boliche es lo que les atrae desde luego
y yo lo juego con bastante desenvoltura, se formar en torno mo un corro de indios e
indias que se disputarn mis favores. Si yo permaneciese un mes aqu, toda la tribu de
las ticunas se haran peinar por mis manos. No se tardara en saber que el hierro que
riza (como ellos me llaman) estaba ya de vuelta dentro de los muros de Tabatinga. He
pasado por aqu ya dos veces y mis tijeras y mi peine han hecho maravillas, aunque
fuerza es reconocer que no podra volver con mucha frecuencia a un mismo sitio. Las
seoras indias no se mandan peinar todos los das como nuestras elegantes de las
ciudades brasileas. Cuando esto se hace, se espera un ao y durante un ao ponen
todo su cuidado en no comprometer el edificio que yo levanto, me atrevo a decirlo,
con cierto talento. Mas como justamente va a hacer pronto un ao que no he
aparecido por Tabatinga, voy, pues, a encontrar todos mis monumentos arruinados; y
si esto no os contrara, deseara volver por segunda vez a hacerme digno de la fama
que he adquirido por este pas. Cuestin de reis, ante todo y no de amor propio,
creedlo!
Hacedlo, pues, amigo mo respondi Garral, sonriendo; pero hacedlo
pronto. No debemos estar ms que un da en Tabatinga y volveremos a marchar
maana al romper el da.
No perder un minuto contest Fragoso; no invertir ms que el tiempo
necesario para tomar los utensilios de mi profesin y desembarco.
Id, Fragoso respondi Garral y que los reis lluevan en vuestro bolsillo.
Ojal ocurra as! Una lluvia benefactora que jams ha cado en abundancia
sobre vuestro humilde servidor.
Y, dicho esto, Fragoso se march rpidamente.
Un instante despus, toda la familia, excepto Juan Garral, tom tierra. La jangada
haba podido acercarse bastante al ribazo y el desembarque se hizo sin trabajo. Una
escalera en bastante mal estado, tallada en el acantilado, permiti a los viajeros llegar
hasta la cima de la plataforma.
Yaquita y los suyos fueron recibidos por el comandante del fuerte, un pobre
diablo, que conoca, sin embargo, las leyes de la hospitalidad y les ofreci
desayunarse en su residencia. Aqu y all iban y venan algunos de los soldados del
puesto, mientras que en el umbral del cuartel asomaban con sus mujeres, que son de
sangre ticuna, algunos muchachos, productos menos que medianos de aquella mezcla
de razas.
En vez de aceptar el desayuno del sargento, Yaquita por el contrario, ofreci al
comandante y a su mujer que fuesen a participar del suyo a bordo de la jangada.
El comandante no se lo hizo repetir dos veces y la cita se fij para las once.
Entretanto Yaquita, Minha y la joven mulata, acompaadas de Manuel, se fueron
a pasear por las inmediaciones del puesto, dejando a Benito arreglarse con el
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comandante para el pago de los derechos de pasaje; porque aquel sargento era a la
vez jefe de la aduana y jefe militar.
Despus de hecho esto, Benito deba, segn su costumbre, irse a cazar en las
arboledas inmediatas. Esta vez Manuel haba rehusado seguirle.
Entretanto, Fragoso, por su parte, haba salido de la jangada; pero en vez de subir
al puesto se dirigi hacia la aldea, tomando por medio de la quebrada que se abra
sobre la derecha a nivel del ribazo. Contaba ms y con razn, con los clientes indios
de la poblacin, que con los de la guarnicin. Las mujeres de los soldados, sin duda,
no hubieran dejado de quererse poner en sus hbiles manos; pero los maridos
encontraban ridculo gastar algunos reis para satisfacer los caprichos de sus coquetas
medias naranjas.
Con los indgenas deba de ser otra cosa; maridos y mujeres, el alegre barbero lo
saba bien, le dispensaran un gran recibimiento.
Fragoso se puso en marcha subiendo por el camino sombreado de hermosos ficus
y llegando al poco rato al barrio central de Tabatinga.
Apenas hubo llegado a la plaza, el clebre peluquero fue visto, conocido y
cercado.
Fragoso no tena bombo, ni tambor, ni corneta de pistn para llamar a sus
clientes, ni menos coche con brillantes dorados, con resplandecientes faroles y
ventanillas adornadas de cristales, ni colosal paraguas ni nada que pudiera llamar la
atencin del pblico, conforme se hace en las ferias.
No, careca de todo aquello, pero tena su boliche; y cmo jugaban sus dedos con
aquel boliche! Con qu destreza reciba la cabeza de tortuga que serva de boya,
entre la delgada punta del mango! Con cunta gracia haca describir a la bola aquella
curva sabia, cuyo valor, quiz, no han calculado an los matemticos, ellos que han
determinado, no obstante, la famosa curva de el perro que sigue a su amo!
Torres
Todava segua all Fragoso a las cinco de la tarde. Verdad es que sin poder ms.
Y si hubiera tratado de satisfacer todas las peticiones, habra debido pasar all la
noche para complacer a la multitud que esperaba.
Justamente a la hora indicada, lleg a la plaza un forastero del lugar, quien al ver
aquella reunin de gentes se adelant hacia la taberna.
Por algunos momentos el forastero estuvo contemplando a Fragoso atentamente y
con cierta circunspeccin. El examen, sin duda, debi satisfacerle, porque al final
entr en la loja.
Pareca ser un hombre como de treinta aos de edad; llevaba un traje propio para
viajar que resultaba muy elegante; pero su abundante barba negra, que las tijeras no
haban cortado haca mucho tiempo, sus cabellos algo largos, reclamaban
imperiosamente los servicios de un peluquero.
Buenos das, amigo, buenos das dijo, tocando ligeramente el hombro de
Fragoso.
Fragoso se volvi al or aquellas palabras pronunciadas en puro brasileo y no en
el idioma mezclado de los indgenas.
Un compatriota? pregunt, sin dejar de retorcer la cabellera rebelde de una
mayorana.
S contest el forastero; un compatriota que necesita vuestros servicios.
Qu? Pues al momento dijo Fragoso; apenas haya concluido con la
seora!
Ro abajo an
El veintisiete de junio, al romper el alba, fueron largadas las amarras y la jangada
continu su deriva en la corriente del ro.
Ya sabemos que haba un nuevo personaje a bordo. De dnde vena aquel
Torres? Se ignoraba realmente. Adnde iba? Segn deca, a Manaos. El tal Torres se
haba guardado bien de dejar sospechar nada de su vida anterior, ni de la profesin
que todava ejerca dos meses antes y nadie poda imaginarse que la jangada hubiese
dado asilo a un antiguo capitn de bosques. Garral no haba querido estorbar con
preguntas indiscretas el servicio que prestaba.
Al admitirle a bordo, el hacendado haba obedecido a un sentimiento de
humanidad. En medio de aquellos vastos bosques y llanuras del Amazonas y sobre
todo en una poca en que todava no surcaban los barcos de vapor el curso del ro,
resultaba muy difcil encontrar medios de transporte rpidos y seguros. No haba un
servicio regular de embarcaciones y la mayor parte del tiempo el viajero se vea
precisado a caminar por entre las selvas. As lo haba hecho y deba haber continuado
hacindolo Torres y result para l una inesperada fortuna poder tomar pasaje a bordo
de la jangada.
Desde que Benito refiriera en qu circunstancias encontr a Torres, la
presentacin haba quedado hecha, pudindose considerar a ste como un pasajero a
bordo de un transatlntico, que est libre de tomar parte en la vida comn, si esto le
convena y libre de vivir aparte, si su carcter era algn tanto insociable.
Se advirti claramente, por lo menos durante las primeras jornadas, que Torres no
buscaba la intimidad con la familia Garral. Se mantena encerrado en una gran
reserva; responda cuando se le diriga la palabra, pero no suscitaba ninguna
conversacin.
Si pareca tener preferencia y manifestarse ms expansivo con alguno, era con
Fragoso. No deba a este alegre compaero la idea de tomar pasaje en el tren de
maderos? En alguna ocasin le preguntaba sobre la situacin de la familia Garral y de
los sentimientos de la joven respecto a Manuel Valds; pero cuando no se paseaba
solo en la parte delantera de la jangada, permaneca en su camarote.
En cuanto a los desayunos y comidas, participaba de ellos en unin de Juan
Garral y de su familia y tomaba muy escasa parte en la conversacin, retirndose en
cuanto se terminaba la comida.
Durante la madrugada, la jangada naveg por medio del pintoresco grupo de islas
que contiene el vasto territorio del Yavary.
Aquel importante tributario del Amazonas presenta, en la direccin del sudeste,
un curso que, desde su nacimiento hasta su desembocadura, no aparece sujeto por
Era un cuadrpedo de color oscuro y que se pareca algn tanto a un gran perro de
Terranova.
Un tamandua hormiguero! grit Benito, arrojndolo sobre el suelo de la
jangada.
Y un soberbio ejemplar que hara muy buen papel en la coleccin de un jardn
Ro abajo siempre
Era la tarde del 15 de julio. La atmsfera, pesada desde la vspera, anunciaba la
proximidad de algunas borrascas. Grandes y rojizos murcilagos cruzaban, batiendo
sus alas, la corriente del Amazonas. Entre ellos podan verse los perros voladores, de
color oscuro y claro por el vientre y por las cuales Minha y la joven mulata
experimentaban instintiva repulsin.
Los tales murcilagos eran horribles vampiros que chupan la sangre de los
animales y tambin suelen atacar al hombre que imprudentemente se queda dormido
por los campos.
Qu animales tan feos! exclam Lina, una vez, cerrando los ojos. Me
causan horror!
Y que son bastante temibles aadi la joven Minha. No es cierto, Manuel?
Muy temibles, en efecto respondi el joven. Esos vampiros poseen un
instinto particular que los gua a picar en los sitos donde la sangre puede correr con
facilidad y principalmente, detrs de la oreja. Durante la operacin, baten
continuamente las alas, provocando as una agradable frescura, que hace ms
profundo el sueo del que se duerme. Se afirma que ha habido personas que,
sometidas inconscientemente a esta hemorragia de muchas horas, no han vuelto a
despertar.
No sigis contando semejantes historias, Manuel dijo Yaquita, si no, ni
Minha ni Lina se van a atrever a dormir esta noche.
No temis nada! asegur Manuel. Si fuese necesario, nosotros velaramos
su sueo.
Silencio! dijo Benito.
Qu hay, pues? pregunt Manuel.
No os un ruido especial por esta parte? contest Benito sealando la orilla
derecha.
En efecto dijo Yaquita.
De dnde procede tal rumor? pregunt Minha. Se dira que lo producen
guijarros que ruedan sobre la playa de las islas.
Hum! Ya s lo que es respondi Benito. Maana, al romper el da, habr
festn para los que les gustan los huevos de tortuga y las pequeas tortugas frescas.
No se haba engaado. Aquel ruido era causado por innumerables tortugas de
todos tamaos a quienes la operacin de la puesta atraa hacia las islas.
En la arena de las playas es donde estos anfibios van a elegir el sitio conveniente
para depositar sus huevos.
La operacin principia cuando se pone el sol, terminando con la llegada de la
Ega
El 26 de julio, a las seis de la maana Yaquita, Minha y Lina, en compaa de los
dos jvenes, se prepararon a dejar la jangada.
Garral, que hasta entonces nunca haba manifestado deseo de bajar a tierra, se
determin a hacerlo esta vez, a ruegos de su mujer y de su hija, abandonando su
absorbente trabajo cotidiano, para unirse a la excursin.
En cambio, Torres no manifest deseos de visitar Ega, cosa sta que caus gran
satisfaccin a Manuel, quien experimentaba verdadera aversin por aquel hombre y
slo esperaba una ocasin para poder manifestrselo.
A Fragoso, que no poda tener para ir a Ega los mismos motivos que le haban
llevado a Tabatinga, no le faltaban razones para querer ser de la partida, si bien
Tabatinga era lugar de poca importancia al lado de la pequea ciudad de Ega.
Esta es una cabeza de partido, de mil quinientos habitantes, donde residen todas
las autoridades que necesita la administracin de una ciudad, es decir: comandante
militar, jefe de polica, juez de paz y juez letrado, de instruccin primario y soldados,
a las rdenes de oficiales de todas las graduaciones.
Por este motivo donde existan tantos funcionarios con sus mujeres y sus hijos ya
se puede suponer que no faltaran los barberos peluqueros. Por lo tanto. Fragoso no
hubiera hecho negocio.
As, pues, no fue de la partida, a pesar de que Lina acompaaba a su joven ama;
pero esto se debi a que en el momento de salir de la jangada se resign a quedarse
en ella a ruegos de la propia mulata.
Seor Fragoso le dijo, llamndole aparte.
Seorita Lina contest Fragoso.
Me figuro que vuestro amigo Torres no tiene intencin de acompaarnos a Ega.
Desde luego, creo que se queda a bordo, seorita Lina; pero os agradecera que
no le llamaseis amigo mo.
No obstante, vos le habis excitado a pedirnos hospedaje antes de que l
hubiese manifestado la intencin de hacerlo.
S y aquel da, si he de manifestaros mi sentir, creo que comet una tontera.
Y bien, si os he de decir yo el mo, ese hombre no me agrada ni pizca, seor
Fragoso.
No me agrada a m mucho ms, seorita Lina y tengo, adems, como una idea
de haberle visto ya en alguna parte. Pero el vagusimo recuerdo que me ha dejado se
concentra en un solo punto: en que la impresin que me causa est muy lejos de ser
buena.
En qu lugar y en qu poca habis encontrado a Torres? No lo podis
Un ataque
A pesar de que Manuel nada deca a fin de no provocar ninguna escena violenta
en la jangada, finalmente decidi hablar con Benito acerca de Torres.
Benito le dijo al tiempo que le llevaba hacia la parte delantera de la jangada
, tengo que hablarte.
Al hermano de Minha, que sonrea segn su costumbre al mirar a Manuel, se le
ensombreci el rostro.
Ya s lo que es contest. De Torres, no?
S, Benito.
Precisamente yo tambin me propona hablarte de l.
Has notado, pues, sus atenciones respecto de Minha? dijo Manuel,
palideciendo.
Eh! A ver si ser un sentimiento de celos el que te mueve contra semejante
hombre? dijo vivamente Benito.
No, ciertamente respondi Manuel. Dios me libre de hacer tal injuria a la
joven que va a ser mi esposa! No, Benito! Ella tiene horror a ese aventurero! Esto
no tiene nada que ver con el asunto de que se trata; pero me repugna ver a ese
aventurero imponerse continuamente con su presencia y su importunidad a tu madre
y a tu hermana, procurando introducirse en la intimidad de una familia que es ya la
ma.
Manuel respondi gravemente Benito; participo de tu repulsin por ese
dudoso personaje y si no hubiese consultado ms que mis sentimientos ya habra
arrojado a Torres de la jangada. Mas no me he atrevido a hacerlo.
No te has atrevido? repiti Manuel, tomando la mano de su amigo. Que no
te has atrevido?
Escchame, Manuel! replic Benito. Te has fijado en Torres? Habrs
notado su empeo hacia mi hermana. Mas mientras veas esto no advertas que ese
hombre que tanto nos inquieta no perda de vista a mi padre, ni de cerca ni de lejos y
que parece tener como un ulterior pensamiento de odio al mirarle con obstinacin tan
inexplicable.
Qu dices, Benito? Tendras motivos para pensar que Torres quiere mal a tu
padre?
Ninguno Y no tengo motivo para creer nada respondi Benito. Esto no es
ms que un presentimiento. Pero observa bien a Torres; estudia con cuidado su
fisonoma, qu modo tan silencioso tiene de sonrerse cuando mi padre se halla al
alcance de su vista.
Y bien exclam Manuel, si esto es as, Benito, razn de ms para que se le
Fragoso pudo retirar su brazo a tiempo; mas no pudo evitar el choque del caimn
y fue arrojado al ro, cuyas aguas se pusieron rojas en un ancho espacio.
Fragoso! Fragoso! grit Lina, que haba cado arrodillada al borde de la
jangada.
Un momento despus, Fragoso reapareca en la superficie del Amazonas; estaba
sano y salvo.
Pero, con riesgo de su vida, haba salvado la de la joven, que volva en s; y como
de todas las manos que le tendan Manuel Yaquita, Minha y Lina, no saba a quin
corresponder, acab por apretar la de la joven mulata.
Sin embargo, si Fragoso haba salvado a Minha, tambin era cierto que Juan
Garral deba su vida a la oportuna intervencin de Torres.
No era, pues, la vida del hacendado lo que aquel aventurero quera. Ante aquel
hecho evidente bien se poda admitir esta consecuencia.
Manuel interpel por lo bajo a Benito.
Es verdad respondi Benito, confuso; tienes razn y desde este punto de
vista, es una preocupacin menos que tenemos. Y, sin embargo, Manuel, mis
sospechas subsisten siempre. Se puede ser el peor enemigo de un hombre y, con todo,
no desear su muerte.
Entretanto, Juan Garral se haba acercado a Torres.
Gracias, Torres! le dijo, tendindole la mano.
La comida de llegada
Despus de una noche que apenas fue suficiente para calmar tantas emociones, al
otro da se soltaron las amarras que unan la jangada a aquella playa de caimanes y se
continu el viaje. Antes de cinco das, de no ocurrir algn contratiempo, la jangada
habra llegado al puerto de Manaos.
Minha se haba ya restablecido del susto. Con los ojos y la sonrisa daba las
gracias a todos los que haban expuesto su vida por ella.
Lina, por su parte, pareca que se hallaba ms agradecida al valiente Fragoso que
si la hubiese salvado a ella misma.
Tarde o temprano os pagar lo que hicisteis, amigo Fragoso le dijo
sonriendo, al verle por la maana.
Y cmo, seorita Lina?
Oh, demasiado lo sabis!
Entonces si es lo que yo s, que sea pronto y no tarde respondi el simptico
mozo.
Y desde aquel da qued convenido que la hermosa Lina era la prometida de
Fragoso. Su boda se efectuara al mismo tiempo que la de Minha y Manuel y que la
pareja se quedara en Belem con los hijos de Garral.
Todo est muy bien repeta desde entonces Fragoso; pero jams hubiera
credo que Par estuviese tan lejos.
En cuanto a Manuel y Benito, haban tenido una larga conversacin con motivo
de los sucesos ocurr dos. No poda haber medio de obtener que Juan Garral
despidiese a su salvador.
Vuestra vida me es preciosa entre todas, haba dicho Torres.
Y esta respuesta hiperblica a la vez que enigmtica, que se le haba escapado a
Torres, Benito la haba odo, retenindola.
Interiormente, los dos jvenes no podan hacer nada. Ms que nunca estaban
reducidos a esperar y a esperar no cuatro o cinco das, sino siete u ocho semanas an;
es decir, todo el tiempo que tardara la jangada en bajar hasta Belem.
Existe en todo esto deca Benito un misterio que no acierto a comprender.
S, pero nosotros estamos seguros respecto de un particular replicaba
Manuel. La verdad es, Benito, que Torres no quiere la vida de tu padre. Por lo dems,
seguiremos vigilando.
Sin embargo, pareca que desde entonces Torres quiso mostrarse ms reservado.
Ya no trataba de imponerse de ningn modo a la familia y al mismo tiempo se
manifestaba menos asiduo respecto de Minha. Se verific, pues, una tregua en aquella
situacin, cuya gravedad conocan todos, excepto quiz Juan Garral.
Y Lina sealaba nimpheas de hojas colosales, cuyas flores tenan botones tan
grandes como nueces de coco. Despus haba en el lugar donde se dibujaban las
Tened cuidado! dijo Torres. Vuestra esposa ignora que es la mujer de Juan
Dacosta! Y tampoco saben vuestros hijos que lo son de un criminal! Vais a
hacrselo saber!
Garral se detuvo. Volvi a adquirir todo su imperio sobre s mismo y sus
facciones recobraron su calma habitual.
Esta discusin ha durado bastante dijo, encaminndose hacia la puerta. Ya s
lo que me resta hacer.
Cuidado, Juan Garral! dijo por ltima vez Torres, que no poda convencerse
de que su innoble proceder hubiese fracasado.
Garral no contest. Atravesando la puerta que se abra sobre la galera cubierta,
hizo sea a Torres de que le siguiera y ambos se dirigieron hacia el centro de la
jangada donde toda la familia se encontraba reunida.
Benito y Manuel se hallaban en pie, presas de la mayor ansiedad. Pudieron notar
que el rostro de Torres apareca amenazador y que el fuego de la clera brillaba en
sus ojos.
La ciudad de Manaos
Manaos se halla exactamente situada a los 3o 8' 4" de latitud austral y a los 67
27' de longitud oeste del meridiano de Pars. Unos dos mil seiscientos kilmetros la
separan de Belem y diez solamente de la desembocadura del ro Negro.
Esto no quiere decir que Jarrquez fuera un mal hombre. Nervioso, bullicioso,
El ltimo golpe
Mientras era objeto del anterior interrogatorio Yaquita, a consecuencia de los
pasos dados por Manuel, se enteraba de que ella y sus hijos podan ver al preso aquel
mismo da, a partir de las cuatro de la tarde.
Yaquita no haba salido desde la vspera de su habitacin, Minha y Lina
permanecan a su lado, aguardando el momento en que le fuera permitido ir a ver a su
esposo. En Yaquita Garral o Yaquita Dacosta, encontrara l la mujer, la valerosa
compaera de toda su vida.
Vendran a ser las once de la maana de aquel da, cuando Benito se uni a
Manuel y a Fragoso, que hablaban en la parte delantera de la jangada.
Manuel, deseo pedirte un favor.
Cul?
Y a vos tambin, Fragoso.
Estoy a vuestras rdenes seor Benito respondi el barbero.
De que se trata? pregunt Manuel, examinando a su amigo, cuya actitud era
la de un hombre que ha tomado una resolucin inalterable.
Vosotros creis siempre en la inocencia de mi padre, no es esto? pregunt
Benito a su vez.
Desde luego! exclam Fragoso. Antes creera que he sido yo quien ha
cometido el delito.
Pues bien; es necesario hoy mismo poner en prctica el proyecto que conceb
ayer.
Buscar a Torres? pregunt Manuel.
S y saber de l cmo ha descubierto el retiro de mi padre. Le ha conocido
antes? No puedo creerlo, porque mi padre no ha salido de Iquitos hace ms de veinte
aos y ese miserable apenas tiene treinta! Pero el da no se acabar sin que yo
sepa esto, o, ay del malvado Torres!
La resolucin de Benito no admita ninguna discusin. As ni Manuel ni Fragoso
pensaron disuadirle de su proyecto.
Yo os ruego, pues sigui Benito, que me acompais los dos Vamos a
partir al instante. No hay que aguardar a que Torres haya salido de Manaos. l no
tiene al presente ms recurso que vender su silencio y puede que conciba esta idea.
Partamos!
Los tres desembarcaron en el promontorio de Ro Negro y se encaminaron hacia
la ciudad.
Manaos no era tan grande que no pudiera registrarse en pocas horas. Se ira de
casa en casa, si era menester; pero vala ms dirigirse a los dueos de las posadas y
Durante una hora, Benito, Manuel y Fragoso recorrieron las calles principales de
la ciudad, preguntando a los comerciantes en sus tiendas y a los taberneros en su
mostrador y hasta a los mismos transentes sin que nadie hubiese visto al individuo
cuyas seas daban con extremada exactitud.
El aventurero habra dejado ya Manaos? Deba perderse toda esperanza de
encontrarle?
Manuel procuraba en vano calmar a Benito, cuya cabeza arda. Costase lo que
costase, deba encontrarse a Torres. La casualidad vino a servirle y Fragoso fue quien
se puso sobre la pista.
En una posada de la calle de Dios Espritu Santo se le dijo, en vista de las seas
que daba del aventurero, que el individuo en cuestin haba parado la vspera en
aquella casa.
Ha dormido en la posada? se apresur a preguntar Fragoso.
En efecto afirm el posadero.
Fragoso no tena que preguntar ms. Algunos momentos despus volva a unirse
con los dos jvenes y les deca:
Ya he dado con el rastro de Torres.
Est aqu? pregunt Benito.
No; acaba de salir y se le ha visto dirigirse a campo traviesa hacia el lado del
Amazonas.
Marchemos! dijo Benito.
Debiendo bajar hacia el ro, el camino ms corto era tomar la orilla izquierda del
Ro Negro hasta su desembocadura.
Benito y sus compaeros dejaron bien pronto atrs las ltimas casas de la ciudad
y siguieron el promontorio, pero dando un rodeo para que no pudieran verles desde la
jangada.
La llanura estaba desierta a aquella hora y la vista poda extenderse a larga
Un segundo golpe del machete lleg esta vez hasta el corazn del aventurero.
Cay hacia atrs y faltndole inmediatamente el suelo sali volando fuera del
promontorio.
Por ltima vez, sus manos se asieron convulsivamente a un haz de caas, que no
pudieron sostenerle y desapareci bajo las aguas del ro.
El joven se apoyaba en el hombro de Manuel y Fragoso le estrechaba las manos;
pero l no quera dar a sus compaeros tiempo para curar su herida, que era bastante
Decisiones
Horas despus, de regreso en la jangada, toda la familia se hallaba reunida en el
comedor. Todos estaban all, menos aquel justo, que acababa de recibir un ltimo
golpe.
Aterrado, Benito se acusaba de haber perdido a su padre. A no ser por las splicas
de Yaquita, de su hermana, del padre Passanha y de Manuel, el desgraciado joven,
llevado por los primeros momentos de su desesperacin, tal vez hubiera cometido un
atentado consigo mismo. No ocurri porque no se le haba perdido de vista, ni le
dejaron solo. Y, sin embargo, su conducta haba sido noble. No era una justa
venganza la que haba ejercido contra el delator de su padre?
Por qu Juan Dacosta no lo haba hecho saber todo antes de abandonar la
jangada? Por qu haba querido reservar slo para el juez el tratar de aquella prueba
material de su inculpabilidad? Triste haba sido que en su conversacin con Manuel,
despus de la expulsin de Torres, callara la existencia de aquel documento que el
aventurero deca poseer. Pero, despus de todo, qu fe deba darse a lo que afirmaba
Torres? Poda haber seguridad de que semejante documento se encontrase en poder
de tal miserable?
Pero, como quiera que fuera, la familia lo saba todo entonces y por boca misma
de Juan Dacosta. Saba que, segn el dicho de Torres, exista realmente la prueba de
la inocencia del condenado de Tijuco; que aquel documento haba sido escrito por la
propia mano del autor del atentado; que este criminal, presa de los remordimientos en
la hora de la muerte, se la haba entregado a su compaero Torres y que ste, en vez
de cumplir la voluntad del moribundo, haba querido hacer de la entrega de dicho
documento un objeto de negocio Pero tambin saba que Torres acababa de
sucumbir en el desafo; que su cuerpo estaba sumergido en las aguas del Amazonas y
que tambin haba muerto sin pronunciar el nombre del verdadero culpable.
Desde entonces y a menos que ocurriese un milagro, Dacosta deba considerarse
como irremisiblemente perdido. La muerte del juez Ribeiro por una parte, la de
Torres por otra, era un doble golpe de que no se poda resguardar.
Hay tambin que advertir aqu que la opinin pblica en Manaos, injustamente
apasionada, como siempre, estaba toda en contra del preso. El inesperado arresto de
Dacosta traa a la memoria aquel horrible atentado de Tijuco, olvidado al cabo de
veintitrs aos. El proceso del joven empleado del distrito diamantino, su
condenacin a la pena capital y su fuga algunas horas antes de ejecutarse la sentencia,
todo fue, pues, vuelto a sacar a la luz, escudriado, comentado. Un artculo publicado
en O Diario d'o Gran Par, el peridico de ms circulacin en aquella regin, era
abiertamente hostil al preso. Por qu haban de creer en la inocencia los que
Primeras investigaciones
Dos poderosas razones aconsejaban que no se demorasen las investigaciones
proyectadas.
La primera y resultaba cuestin de vida o muerte era que la prueba de la
inocencia de Juan Dacosta deba ser presentada antes que llegase la orden que se
esperaba de Ro de Janeiro.
Porque tal orden, verificada ya la identidad del condenado, slo poda ser una
orden de ejecucin.
La segunda razn era que el cuerpo de Torres convena que permaneciese en las
aguas slo el menor tiempo posible, con objeto de que fueran encontrados intactos la
cajita y su contenido.
Araujo demostr en aquellas circunstancias, no slo su celo e inteligencia, sino
tambin un perfecto conocimiento de la situacin del ro en su confluencia con el Ro
Negro.
Si Torres hizo saber a los jvenes ha sido, desde luego, arrastrado por la
corriente, ser menester dragar el ro en un espacio bastante largo; porque esperar que
reaparezca su cuerpo en la superficie a causa de la descomposicin, es asunto de
algunos das.
No podemos aguardar respondi Manuel; es necesario que hoy mismo
hayamos logrado hallar el cadver.
Si por el contrario repuso el piloto el cuerpo ha quedado enredado en las
hierbas y las caas de debajo del promontorio, no pasar una hora sin haberlo
encontrado.
Entonces, manos a la obra exclam Benito.
No pudiendo maniobrar de otra manera, las embarcaciones se aproximaron al
promontorio y los indios, provistos de largos bicheros, principiaron a sondear todas
las partes del ro, en direccin perpendicular de la orilla cuya cima haba sido el lugar
del desafo.
El sitio, por otra parte, fue reconocido fcilmente. Un rastro de sangre manchaba
en declive la parte que bajaba perpendicularmente hasta la superficie del agua. All,
numerosas gotas esparcidas sobre las caas indicaban tambin el paraje en que haba
desaparecido el cadver.
Quince metros ms abajo se destacaba una punta de la ribera, que contena las
aguas inmviles, en un espacio de ella, como un ancho barreo. Ninguna corriente
llegaba por all al pie de la playa y las caas se mantenan en su posicin natural, con
una rigidez absoluta. Poda esperarse que el cuerpo de Torres no hubiese sido
arrastrado hasta medio ro. Por otra parte, si el lecho del ro hubiera tenido el declive
Segundas investigaciones
Antes que amaneciera el veintisiete de agosto, Benito llev aparte a Manuel y le
dijo:
Las investigaciones hechas ayer fueron intiles. De empezarlas de nuevo hoy
bajo las mismas condiciones, es posible que no seamos ms afortunados.
Y, sin embargo, hay que hacerlas afirm Manuel.
Desde luego convino Benito; pero en caso de que no se encuentre el
cuerpo de Torres, podras decirme qu tiempo se necesita para que vuelva a la
superficie de las aguas?
Manuel, tras un momento de reflexin, respondi:
De haber cado Torres al agua vivo y no a causa de una muerte violenta,
transcurriran lo menos cinco o seis das. Pero como se ha hundido luego de ser
herido mortalmente, quiz dos o tres das bastarn para que reaparezca.
Esta respuesta de Manuel, absolutamente exacta, necesita para el profano alguna
explicacin.
Todo ser humano que cae en el agua se halla en trance de poder flotar, a condicin
de que pueda establecer el equilibrio entre la gravedad de su cuerpo y la masa lquida;
esto, tratndose de una persona que no sepa nadar. En estas condiciones, si la persona
se sumerge completamente, no teniendo fuera del agua ms que la boca y la nariz,
flotar, sin duda alguna. Pero lo corriente es que no ocurra tal cosa.
El primer movimiento de un hombre que se ahoga es el de procurar sostenerse
fuera del agua. Levanta la cabeza y agita los brazos y estas partes del cuerpo, que no
estn sostenidas por el lquido, no pierden la cantidad de peso que perderan si
estuviesen completamente sumergidas. De aqu un exceso de pesantez y una
inmersin completa. En efecto, el agua penetra por la boca en los pulmones, toma el
sitio del aire que los llena y el cuerpo se desliza al fondo.
Por el contrario, en caso de que el hombre que cae al agua est ya muerto, se
encuentra en condiciones muy diferentes y ms favorables para flotar, puesto que no
puede hacer los movimientos ya mencionados y al sumergirse, como el lquido no ha
penetrado profundamente en sus pulmones, porque no ha procurado respirar, est en
disposicin de reaparecer prontamente.
Por consiguiente, el joven mdico haca bien estableciendo una distincin entre el
caso de un hombre vivo an y el de otro ya muerto que caen al agua. En el primer
caso, la vuelta a la superficie es necesariamente ms lenta que en el segundo.
Respecto a la reaparicin de un cuerpo despus de una inmersin ms o menos
prolongada, se determina nicamente por la descomposicin, que engendra los gases,
los cuales ocasionan la distensin de sus tejidos celulares; su volumen se aumenta,
Un disparo de can
Se hallaba ya Benito bajo aquella inmensa sabana de agua que conservaba an el
cadver del aventurero. Ah! Por qu no tendra poder para desviar, evaporar, agotar
las aguas del gran ro? De haber podido, hubiese dejado seca la cuenca de Fras,
desde la parte de abajo de la barra hasta la confluencia del Ro Negro, pues
indudablemente con ello aquella caja, oculta entre la ropa de Torres, estara pronto en
su poder y la inocencia de su padre sera reconocida. Y, recobrada su libertad, Juan
Dacosta hubiera vuelto a emprender, en unin de los suyos, el viaje por el ro y
cuntas terribles pruebas se podran evitar!
Benito tocaba ya el fondo con sus pies. Las pesadas suelas que llevaba hacan
rechinar el casquijo del fondo. Se encontraba ya a una profundidad de cuatro a cinco
metros a plomo del promontorio, el mismo sitio en que Torres haba desaparecido.
All se notaba una intrincada red de caas, races y plantas acuticas y
seguramente, durante las investigaciones de la vspera, ninguno de los bicheros habra
podido revolver todo aquel entretejido. Era, pues, muy posible que el cuerpo,
detenido en aquellas espesuras submarinas, permaneciera an en el sitio donde haba
cado.
En aquel paraje, merced a los remolinos producidos por la prolongacin de una de
las puntas de la ribera, la corriente es absolutamente nula. Benito, pues, segua
nicamente los movimientos de la balsa, que los bicheros de los indios hacan
cambiar de direccin encima de su cabeza.
La luz llegaba a una profundidad insospechada en aquellas claras aguas, sobre las
cuales un magnifico sol, brillando en un cielo sin nubes, lanzaba casi normalmente
sus rayos. En las condiciones ordinarias de la visualidad y bajo una masa lquida, una
profundidad de seis metros basta para que la vista quede extremadamente limitada;
pero aqu las aguas parecan estar como impregnadas de un fluido luminoso y Benito
poda descender ms abajo todava sin que las tinieblas le impidiesen ver el fondo del
ro.
El joven coste detenidamente el promontorio. Su bastn herrado registraba las
hierbas y las basuras acumuladas en su base. Las bandadas de peces, si se pueden
llamar as, se escapaban como bandadas de pjaros fuera de un espeso matorral.
El contenido de la caja
Lo ocurrido era un fenmeno puramente fsico que vamos a explicar.
Con destino a Manaos, suba por el Amazonas el caonero Santa Ana y un
momento antes haba franqueado el paso del Fras. Un poco antes de llegar a la
embocadura del Ro Negro, iz bandera, saludando con un caonazo al pabelln
brasileo.
Aquella detonacin produjo un efecto de vibracin, que al propagarse hasta el
fondo del ro bast para levantar el cuerpo de Torres, que ya estaba aligerado por un
principio de descomposicin, que facilitaba la distensin de su sistema celular.
Entonces, naturalmente, el cuerpo del ahogado se remont a la superficie del
Amazonas.
Este conocido fenmeno explicaba la reaparicin del cadver.
Sin embargo, fuerza es convenir que haba habido una feliz coincidencia en la
llegada del Santa Ana al lugar donde se efectuaban las investigaciones.
Manuel dio un grito, al punto repetido por todos sus compaeros y una de las
piraguas se dirigi inmediatamente hacia el cuerpo. Al mismo tiempo se proceda a
subir el buzo a la balsa.
Pero en cuanto ste apareci, Manuel se sinti presa de indescriptible emocin.
Benito, izado hasta la plataforma, haba sido depositado en ella en un estado de
completa inercia y sin que se revelase la vida por un solo movimiento exterior.
No era un segundo cadver que acababan de traer all las aguas del Amazonas?
El buzo fue despojado lo ms pronto posible de su vestido de escafandra.
Eran esos urubus, especie de pequeos buitres, de cuello pelado, de largas patas,
negros como los cuervos, llamados gallinazos en la Amrica del Sur y que son de una
voracidad sin igual. El cuerpo, acuchillado por sus picos, dej escapar los gases que
le hinchaban; su densidad aument, se sumergi poco a poco y por ltima vez, lo que
quedaba de Torres desapareci bajo las aguas del Amazonas.
El documento
Es verdad que aquel era un grave inconveniente que ni Juan Dacosta ni los suyos
haban podido prever.
Nuestros lectores recordarn por la primera escena de esta historia que el
documento estaba escrito en una forma indescifrable, merced a uno de los numerosos
sistemas que suelen usarse en la criptografa.
Pero cul era ste?
Antes de despedir a Benito y sus compaeros, el juez Jarrquez orden fuera
sacada una copia exacta del documento, cuyo original deseaba conservar, dando esta
copia, debidamente confrontada, a los dos jvenes, para que pudieran mostrrsela al
preso.
Despus, quedando convenido que volveran al otro da, se retiraron los dos
amigos y no queriendo tardar un momento en ver a Juan Dacosta, corrieron
inmediatamente a la crcel.
All, en una rpida entrevista con el preso, le enteraron de todo lo que haba
sucedido.
Dacosta tom el documento y lo examin con atencin. Despus, moviendo la
cabeza, se lo devolvi a su hijo.
Quiz dijo en este escrito se halla la prueba que yo nunca he logrado
presentar; pero si esta prueba me falla, si toda la honradez de mi vida pasada no
aboga en favor mo yo no tengo que esperar nada de la justicia de los hombres y mi
suerte est en las manos de Dios.
Todos lo comprendieron bien. Si aquel documento permaneca sin descifrar, la
situacin del condenado no poda ser peor.
La encontraremos, padre mo! dijo Benito. No hay documento de esta
clase que pueda resistir al examen. Tened confianza, s, tened confianza! El cielo,
milagrosamente, por decirlo as, nos ha proporcionado este documento que os
justifica y despus de haber guiado nuestra mano para encontrarlo no rehusar guiar
nuestro conocimiento para leerlo.
Dacosta oprimi la mano de Benito y de Manuel; y luego los dos jvenes,
sumamente conmovidos, se retiraron para volver directamente a la jangada, donde
Yaquita les aguardaba.
All Yaquita fue prontamente enterada de los nuevos incidentes ocurridos desde la
vspera; la reaparicin del cuerpo de Torres; el hallazgo del documento y la extraa
forma en que el verdadero autor del atentado y compaero del aventurero haba
credo conveniente escribirle sin duda para que no le comprometiese, si hubiese cado
en manos extraas.
Esta era tambin la esperanza de Yaquita, Benito, Manuel y Minha. As, los tres,
encerrados en el comedor de la vivienda, pasaron largas horas procurando descifrar
aquel manuscrito.
Pero a la idea de que aquel documento encerraba tal vez la justificacin de Juan
Dacosta, senta despertarse en l todos sus instintos de analizador. Teniendo ante su
vista un criptograma, no pensaba ms que en encontrar su sentido. Hubiera sido
preciso no conocerle para dudar que hasta la comida y la bebida perdonara por
dedicarse a su trabajo.
Luego que se hubieron marchado los jvenes, el juez se instal en su despacho.
La puerta, cerrada para todos, le aseguraba algunas horas de perfecta soledad. Tena
los anteojos sobre la nariz y su tabaquera encima de la mesa. Tom un buen polvo
para mejor desarrollar las sutilezas y las sagacidades de su cerebro; asi el documento
y se absorbi en una meditacin que deba muy pronto materializarse bajo la forma
de monlogo.
C h n y i s g e g g x p d z x e h u q g p g c h n q y e l e o c r h x b f i l l d x h u m
d y r f i 1 1 r x v q o e d h r u v v h ch v e t l l x e e c r f n g r o b p b g r i u l h r g
r l l d q r j i e h z g m n x ch b f t t g c h h o i s r h h m l l r l r e m f p y r u b f l q x
g d t h l l v o t f v m y c r e d g r u z b l q l t x y u d p h o z f f s p f i d h r e q v h v x
g d p v s b g o n l x h t f c n ch h u l l h e g q c h t f n e d f q j p l l v x b f l l r o c h f
n h l u z s l y r f m b o p ch l l u t d r q o k f z s l y r f m b o e p v m r c r u t 1 1 r u
y g o p c h l l u t d r q o k b f u h d f i s r q r g s u v i h d.
Desde luego, el juez Jarrquez observ que las lneas del documento no haban
sido divididas por las palabras, ni aun por frases y que la puntuacin faltaba. Esta
circunstancia no poda menos de hacer ms dificultosa la lectura.
Veamos, no obstante continu dicindose, si alguna unin de las letras
parece formar las palabras, es decir, de esas palabras cuyo nmero de consonantes
relacionadas con las vocales permite la pronunciacin. Y desde luego al principio veo
la palabra isge, luego la palabra eleo Si ser griego? Despus grob, iul, jieh,
hoisr, phoz, rem, hluzsl, suvihd
El juez Jarrquez dej caer el manuscrito y se puso a reflexionar durante algunos
momentos.
Todas las palabras de esta lectura, sumariamente hecha, resultan extravagantes.
a=0, b=10, c=6, d=14, e=14, f=18, g=17, h=21, ch=9, i=9, j=2, k=1, l=8, ll=12,
m=7, n=7, =11, o=11, p=10, q=12, r=25, s=8, t=8, u=15, v=13, x=13, y=8, z=5.
Total 57 vocales.
As continu dicindose en este aparte hay, hecha la resta, cincuenta y
siete vocales contra doscientas treinta y siete consonantes. Esta es casi la proporcin
normal, es decir, casi una quinta parte, como en el alfabeto, donde se cuenta cinco
vocales y la y griega para veintiocho letras.
r=25, h=21, f=18, g=17, u=15, d-e=14, v-x=13, ll-q=12, -o=11, b-p=10, ch-i=9,
l-s-t=8, m-n=7, c=6, z=5, j=2, k=1.
Pero no ley. Qu galimatas, gran Dios! Las lneas que formara con las letras de
su alfabeto no tenan ms sentido que las del documento. Resultaban otra serie de
letras, simplemente, que no constituan ningn valor. En fin, que constituan tambin
otro jeroglfico.
Demonios y ms demonios!
Y se qued abstrado.
He comenzado hizo saber por tratar este documento como deba hacerlo,
el-juez-jarrquez-est-dotado-de-un-talento-muy-ingenioso.
42 3423 423423423 4234 234234 23 42 3423423 423 423423423
Pues bien, seor Manuel; remplazando cada letra por la que resulta al restar su
posicin en el orden alfabtico, con el valor de la cifra que le he asignado, obtengo lo
siguiente:
e-4=a
l-2=j
j-3=h
u-4=q
e-2=c
z-3=v
Y as sucesivamente.
Si por el valor de las cifras que componen el nmero en cuestin llego al fin del
alfabeto, sin tener bastantes letras complementarias que deducir, vuelvo a tomar las
del principio.
Dicho esto, despus de haber empleado hasta el fin este sistema criptogrfico
ordenado por el nmero 423, que, no lo olvidis, ha sido elegido arbitrariamente, la
frase que conocis queda sustituida por sta:
Ahora, cmo est compuesta la fila de las cifras producidas por esta operacin
sencilla? Ya lo veis, por las cifras 423 423 423, etctera, es decir, por el nmero 423
repetido muchas veces.
S, eso es respondi Manuel.
t u y ll t m e j h f p h,
Lo que dio:
i u a n t m g e h f r i
A excepcin de las cuatro primeras letras, otra serie sin significado, sin ningn
sentido, igual que con la formula precedente.
Condenado nmero! exclam. Preciso es renunciar tambin a l. Vamos a
otro. Habr escogido el muy tunante el nmero de contos que representaba el
producto del robo? Veamos; el valor de los diamantes robados haba sido estimado en
la suma de ochocientos treinta y cuatro contos de reis.
La frmula, pues, se estableci de esta manera:
p c o i ch m i b
As es que no ocasion otro resultado que traer a la boca del juez un juramento
tal, que Bobo se apresur a retirarse tan aprisa como le fue posible.
ltimos esfuerzos
Adems del magistrado y con tan intiles esfuerzos, Benito, Manuel y Minha se
esforzaban en comn para arrancar al manuscrito el secreto del cual dependan la vida
y el honor de su padre. A su vez, Fragoso, ayudado por Lina, no haba querido ser
menos; pero hasta entonces no haba obtenido un resultado satisfactorio. El nmero
segua sin aparecer.
Ya lo encontrar aseguraba su novio.
Buscad, Fragoso le repeta sin cesar la mulata; buscad y encontrad!
Bueno es advertir que ste tena el propsito de ejecutar un proyecto del que no
quera hablar ni aun a la misma Lina. El tal proyecto se haba convertido tambin en
una obsesin de su cerebro: se trataba de dirigirse al encuentro de aquella milicia, a la
que haba pertenecido el capitn de bosques y descubrir quin poda ser el autor del
documento cifrado, que se confesaba culpable del crimen de Tijuco.
La parte de la provincia de las Amazonas en la cual operaba esta milicia, el punto
en que Fragoso la haba encontrado algunos aos antes, la circunscripcin a que
perteneca, se hallaba bastante cerca de Manaos. Bastaba descender por el ro unas
cincuenta millas hacia la desembocadura del Madeira, afluente por su orilla derecha y
all, sin duda, se encontrara el jefe de estos capitaes do mato, de los que Torres haba
sido compaero. En dos das, en tres a lo sumo, poda Fragoso ponerse en relacin
con los antiguos camaradas del aventurero.
S, sin duda, puedo hacer esto, pero y despus? Qu resultar de mis
gestiones, aun admitiendo que lleguen a tener buen xito? Cuando tengamos la
certidumbre de que uno de los compaeros de Torres ha muerto recientemente,
probar este hecho que sea l el autor del crimen? Demostrar que ha entregado a
Torres un documento en el cual confiesa su delito descargando de toda culpabilidad a
Juan Dacosta? No. Slo dos hombres conocen la cifra: el culpable y Torres, y stos
no existen!
As razonaba Fragoso. Pareca evidente que su resolucin no poda conducir a
nada. Y, sin embargo, este pensamiento era ms fuerte que l. Un poder irresistible le
impela a partir, aun cuando ni estuviese seguro de encontrar la milicia del Madeira!
En efecto, no poda sta hallarse operando en cualquiera otra parte de la provincia?
Y entonces, para dar con ella necesitara Fragoso ms tiempo del que poda
disponer! Y despus de todo, para obtener qu cosa?
No obstante, al da siguiente, veintinueve de agosto, antes de salir el sol, Fragoso,
sin prevenir a nadie, abandon furtivamente la jangada, lleg a Manaos y se embarc
a bordo de una de las egariteas que descienden diariamente el Amazonas.
A las ocho de la noche, el juez Jarrquez, con la cabeza entre las manos,
destrozado, abatido moral y fsicamente, no tena fuerzas para moverse, hablar,
pensar ni asociar una idea a otra.
De repente, se oy ruido por la parte exterior; casi en el mismo momento, se abri
bruscamente la puerta de su habitacin.
Benito y Manuel se hallaban ante l; Benito desencajado, Manuel sostenindole,
pues el infortunado joven apenas poda sostenerse.
El magistrado se haba levantado vivamente.
Qu hay, seores? Ocurre algo? pregunt.
La cifra! La cifra! grit Benito, loco de dolor. La cifra del documento.
La conocis, pues? exclam el juez.
No respondi Manuel; pero vos
No he hallado nada!
Nada! repiti Benito.
Y, en el paroxismo de la desesperacin, sacando el machete de su cintura, quiso
atravesarse el pecho.
El magistrado y Manuel se lanzaron sobre l, logrando, no sin gran trabajo,
La ltima noche
Lo mismo que siempre, en aquellas horas que haban pasado juntos, haba sido
aquella tarde que resultara imborrable. Yaquita, acompaada de su hija, haba ido a
visitar a Dacosta. En presencia de aquellos dos seres, tan tiernamente amados, el
corazn de aquel hombre sufra no pudiendo desahogarse. Pero el marido, el padre, se
contena. Consolaba como mejor poda a las dos pobres mujeres, a quienes daba un
soplo de esperanza, de la cual le quedaba a l tan poca.
Ambas llegaban con el propsito de fortalecer el nimo del prisionero; pero ay!,
que ellas estaban an ms faltas de consuelos. El verle tan firme, con la cabeza tan
erguida, en medio de tantas pruebas, volva a esperanzarlas.
En aquel mismo da, Juan haba procedido como siempre.
Aquella indomable energa tena su origen, no solamente en el sentimiento de su
inocencia, sino tambin en su fe en ese Dios que ha colocado una parte de su justicia
en el corazn de los hombres.
No! Juan Dacosta no poda ser herido por el crimen de Tijuco.
Casi nunca se refera al documento. Que fuese apcrifo o no; que procediese de la
mano de Torres o estuviese escrito por el verdadero autor del atentado; que
contuviese o no la justificacin tan buscada, Juan Dacosta no pretenda apoyarse
sobre esta dudosa hiptesis. No! l se consideraba a s mismo como el mejor
Los dos jvenes no esperaban esta resistencia. Jams hubieran podido pensar que
los obstculos de esta evasin provendran del mismo prisionero.
Benito avanz hacia su padre y mirndole bien de frente, le tom ambas manos,
no para arrastrarle en pos de s, sino para que le oyese y se dejase convencer.
Jams, habis dicho, padre mo?
Jams!
Padre mo! dijo entonces Manuel. Yo tambin tengo el derecho de daros
este nombre, padre mo, escuchadnos! Si os decimos que es preciso huir sin perder
un solo momento es porque si os quedis seris culpable para con los dems, para con
vos mismo!
Quedarse replic Benito es aguardar la muerte, padre. La orden de
Fragoso
Como bien dijera el juez Jarrquez, haba llegado la temida orden de ejecucin
inmediata de la sentencia pronunciada contra Juan Dacosta.
Como ninguna prueba se haba presentado que pudiera justificar una demora, la
justicia, pues, deba seguir su curso.
El condenado deba morir en el cadalso al da siguiente, treinta y uno de agosto, a
las nueve de la maana.
En Brasil suele conmutarse casi siempre la pena de muerte, a menos que se trate
de aplicarla a los negros; pero esta vez iba a aplicarse a un blanco.
Y es que eran tales las disposiciones en materia de crmenes relativos al
campamento diamantfero que, por inters pblico, la ley no haba querido admitir
ningn recurso de gracia.
Nada poda, pues, salvar a Juan Dacosta, quien adems de perder la vida, perdera
tambin el honor.
En la maana del fatdico treinta y uno, un jinete corra a toda prisa hacia
Manaos.
O r t e g a
ch n y i s g
s u v i h d
o r t e g a
4 3 2 5 1 3
Pero al llegar ante Juan Dacosta no tena fuerzas para hablar, si bien su mano
agitaba el documento. Finalmente, de sus labios se escap esta palabra:
Inocente! Inocente!
El crimen de Tijuco
La fnebre comitiva se detuvo ante la llegada del magistrado Jarrquez. Un eco
inmenso haba repetido con l ese grito que se escapaba de todos los pechos:
Es inocente! Inocente!
Tras esto rein un profundo silencio. No se quera perder una sola de las palabras
que se iban a decir.
El juez Jarrquez se haba desplomado sobre un banco de piedra y all, en tanto
que Minha, Benito, Manuel, Fragoso, le rodeaban; mientras que Dacosta oprima a
Yaquita sobre su corazn, l reconstitua, gracias a la clave, el ltimo prrafo del
documento y a medida que las palabras aparecan claramente, bajo la cifra que
sustitua la verdadera letra a la letra criptogrfica, iba separndolas, luego puntuaba y
lea en alta voz.
He aqu lo que al final ley en medio del ms profundo silencio:
Esta lectura no pudo terminar sin que interminables hurras se elevasen en los
aires.
Qu ms concluyente, en efecto, que el ltimo prrafo que resuma el documento
entero, que de manera tan absoluta proclamaba la inocencia del hacendado de Iquitos,
que arrancaba del patbulo a aquella vctima de un lastimoso error judicial!
Juan Dacosta, rodeado de su esposa, de sus hijos, de sus amigos, no poda
estrechar tantas manos como se tendan hacia su persona.
Cualquiera que fuese la energa de su carcter, no dej de presentarse la reaccin;
lgrimas de alegra se escaparon de sus ojos y, al mismo tiempo, su corazn
reconocido se elevaba hacia aquella Providencia que acababa de salvarle tan
milagrosamente, en el momento en que iba a sufrir la ltima expiacin hacia aquel
Dios que no haba querido que se consumase el peor de los crmenes: la muerte de un
justo.
S, la justificacin de Juan Dacosta no poda ofrecer ya ninguna duda. El
verdadero autor del atentado de Tijuco confesaba l mismo su crimen y denunciaba
todas las circunstancias en que se haba cometido. En efecto, el juez Jarrquez, por
medio de su nmero, acababa de reconstituir toda la narracin criptogrfica.
He aqu lo que Ortega confesaba.
Este miserable era el compaero de Juan Dacosta, empleado como l en Tijuco,
en las oficinas del gobernador del campamento diamantfero. El joven empleado
encargado de acompaar el convoy a Ro de Janeiro fue l. No retrocediendo ante la
terrible idea de enriquecerse por el asesinato y el robo, haba indicado a los
contrabandistas el da fijo en que el convoy deba abandonar Tijuco. Durante el
ataque de los malhechores, que aguardaban el convoy ms all de Villa Rica, fingi
defenderse con los soldados de la escolta; arrojndose despus entre los muertos, fue
retirado por sus cmplices; de modo que el nico soldado que sobrevivi a esta
matanza pudo afirmar que Ortega haba perecido en la lucha.
Pero el robo no deba aprovechar al criminal y poco tiempo despus era a su vez
despojado por los mismos a quienes haba ayudado a cometer el crimen.
El bajo Amazonas
FIN
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la de Humboldt. <<
por Pedro II, que rein hasta 1889, fecha en que se proclam la actual repblica. <<