Parusia - Rusell PDF
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Escrito en 1878
"Creo que la obra de Russell es uno de los importantes tratados sobre escatologa
bblica disponibles para la iglesia en la actualidad. Los puntos de controversia
discutidos en esta obra con respecto a las referencias del marco de tiempo de la
Parusa en el Nuevo Testamento son de importancia vital, no slo para al
escatologa, sino tambin para el futuro debate sobre la credibilidad de las
Sagradas Escrituras". (Dr. R. C. Sproul, president de los Ministerios Ligonier).
"En vista de las maravillosas y penetrantes observaciones del Dr. Russell, ningn
estudiante serio de la escatologa bblica debera intentar construir un esquema
sistemtico de sucesos apocalpticos sin consultar primero esta obra del siglo
diecinueve, La Parusa". Walt Hibbard, presidente de Great Christian Books).
CONTENIDO
Prefacio
PARTE I
Apndice a la Parte I
Nota A.- Sobre la teora de interpretacin del doble sentido
Nota B.- Sobre el elemento proftico en los evangelios
PARTE II
1. La apostasa
2. El hombre de pecado
En las Epstolas a los Corintios
La Primera Epstola a los Corintios
Actitud de los cristianos de Corinto en relacin con la Parusa
Carcter judicial del 'da del Seor' (I Cor. 3:13)
Carcter judicial del 'da del Seor (I Cor. 4:5)
Cercana de la consumacin que se aproxima
El fin del mundo ya ha llegado
Sucesos que acompaan a la Parusa
Los santos (vivos) transformados en la Parusa
La Parusa y la 'final trompeta'
'Maranatha', la contrasea apostlica
La Segunda Epstola a los Corintios
Anticipaciones del 'fin' y del 'da del Seor'
Los muertos en Cristo han de ser presentados junto con los vivos en la
Parusa
Esperanza de la futura bienaventuranza en la Parusa
En la Epstola de Santiago
Vienen los ltimos das
Cercana de la Parusa
En la Epstola de Judas
APNDICE A LA PARTE II
PARTE III
La Parusa en el Apocalipsis
La Primera Visin
Los mensajes a las siete iglesias
La Segunda Visin
Los Siete Sellos
Introduccin a la visin
Apertura del primer sello
Apertura del segundo sello
Apertura del tercer sello
Apertura del cuarto sello
Apertura del quinto sello
Apertura del sexto sello
Sellamiento de los siervos de Dios
La Tercera Visin
Las Siete Trompetas
Apertura del sptimo sello
Las cuatro primeras trompetas
La quinta trompeta
La sexta trompeta
Episodio del ngel y el librito
Medicin del templo
Episodio de los dos testigos
La sptima trompeta
La Cuarta Visin
Las Siete Figuras Msticas
La mujer vestida de sol
El gran dragn escarlata
El hijo varn
La primera bestia
El nmero de la bestia
La segunda bestia
El Cordero en el Monte Sin
El Hijo del Hombre en las Nubes
La Quinta Visin
Las Siete Copas
La Sexta Visin
La gran ramera
El misterio de la bestia escarlata
Los siete reyes
Los diez cuernos de la bestia
Nota sobre Apocalipsis 17
La cada de Babilonia
El juicio de la bestia y sus poderes confederados
El juicio del dragn
El reino de los santos y mrtires
Satans soltado despus de mil aos
La catstrofe de la sexta visin
La Sptima Visin
La santa ciudad, o la esposa
Prlogo a la visin
Descripcin de la santa ciudad
Eplogo
Resumen y Conclusin
PREFACIO
Ningn lector atento del Nuevo Testamento puede dejar de impresionarse con la
prominencia que los evangelistas y los apstoles le dan a la PARUSA, o 'venida
del Seor'. Ese suceso es el gran tema de la profeca del Nuevo Testamento.
Apenas si hay un solo libro, desde el evangelio de Mateo hasta el Apocalipsis de
Juan, en el que la Parusa no se presente como la gloriosa promesa de Dios y la
bendita esperanza de la iglesia. Fue predicha por Nuestro Seor con frecuencia y
solemnidad; fue mantenida sin cesar por los apstoles ante los ojos de los
primeros cristianos; y fue creda firmemente y esperada ansiosamente por las
iglesias de la era primitiva.
No puede negarse que hay una notable diferencia entre la actitud de los primeros
cristianos y la de los cristianos actuales en relacin con la Parusa. Esa gloriosa
esperanza, a la cual se volvieron ansiosamente todos los ojos y todos los
corazones en la era apostlica, casi ha desaparecido de la vista de los modernos
creyentes. Cualesquiera sean las opiniones tericas expresadas en smbolos y
credos, debe admitirse con franqueza que la 'segunda venida de Cristo' casi ha
dejado de ser una creencia viva y prctica.
Se pueden invocar varias causas para explicar este estado de cosas. Los
apresurados vaticinios de los que con demasiada confianza se han dedicado a
interpretar la profeca, y el consiguiente discrdito por el fracaso de sus
predicciones, sin duda han disuadido a hombres reverentes y sensatos de
adentrarse en la investigacin de 'profecas no cumplidas'. Por otra parte, hay
razones para pensar que la crtica racionalista ha engendrado dudas sobre si hubo
alguna vez el propsito de que las predicciones del Nuevo Testamento tuvieran
cumplimiento literal o histrico.
Sin embargo, sta es slo una explicacin parcial. Merece consideracin, ya sea
que haya o no una diferencia fundamental entre la relacin de la iglesia de la era
apostlica con la Parusa predicha y la relacin con ese suceso sostenida en
pocas subsiguientes. Sin duda, los primeros cristianos crean que estaban al
borde de una gran catstrofe, y sabemos cunta intensidad y cunto entusiasmo
inspiraba la esperanza de la casi inmediata venida del Seor; pero, si no puede
demostrarse que los cristianos actuales tienen una actitud similar, habra una falta
de verdad y realismo al simular la ansiosa anticipacin y esperanza de la iglesia
primitiva. Un mismo suceso no puede ser inminente en dos perodos diferentes
separados por casi dos mil aos. Por lo tanto, debe haber alguna grave
equivocacin por parte de los que sostienen que la iglesia cristiana actual tiene
precisamente la misma relacin con, y debera tener la misma actitud hacia, la
'venida del Seor' que la iglesia en los das de Pablo.
1878.
Notas:
Como resultado, el juicio venidero es 'la carga de la palabra del Seor a Israel por
medio de Malaquas'.
Cap. 3:5.- "Y vendr a vosotros para juicio; y ser pronto testigo contra los
hechiceros y adlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en
su salario al jornalero, a la viuda y al hurfano, y a los que hacen injusticia al
extranjero, no teniendo temor de m, dice Jehov de los ejrcitos".
Cap. 4:1.- "Porque he aqu, viene el da ardiente como un horno, y todos los
soberbios y todos los que hacen maldad sern estopa; aquel da que vendr
los abrasar, ha dicho Jehov de los ejrcitos, y no les dejar ni raz ni
rama".
Que esta no es una amenaza vaga y sin significado es evidente a juzgar por los
trminos claros y definidos con que es anunciada. Todo apunta a una inminente
crisis en la historia de la nacin, cuando Dios administre juicio sobre su pueblo
rebelde. "Viene el da ardiente como un horno", "el da grande y terrible de
Jehov". Que este "da" se refiere a cierto perodo y a un suceso especfico no
admite duda. Ya haba sido predicho, y precisamente con las mismas palabras,
por el profeta Joel (2:31): "El da grande y espantoso de Jehov". Y
encontraremos una clara referencia a l en el discurso del apstol Pedro el da de
Pentecosts (Hechos 2:20). Pero el perodo queda definido ms precisamente por
la notable declaracin de Malaquas en 4:5: "He aqu, yo os envo el profeta Elas,
antes que venga el da de Jehov, grande y terrible". La declaracin explcita de
nuestro Seor de que el Elas predicho no es otro que su precursor, Juan el
Bautista (Mat. 11:14), nos permite establecer el momento y el suceso a los que se
hace referencia como "el da de Jehov. grande y terrible". El suceso no debe ser
buscado a gran distancia del perodo de Juan el Bautista. Es decir, la alusin al
juicio de la nacin juda, cuando su ciudad y su templo fueron destruidos, y la
estructura entera del estado mosaico fue disuelta.
Merece notarse que tanto Isaas como Malaquas predicen la aparicin de Juan el
Bautista como el precursor de nuestro Seor, pero en trminos muy diferentes.
Isaas le representa como el heraldo del Salvador venidero: "Voz que clama en el
desierto: Preparad camino a Jehov; enderezad calzada en la soledad a nuestro
Dios". (Isa. 40:3). Malaquas representa a Juan como el precursor del Juez
venidero: "He aqu, yo envo mi mensajero, el cual preparar el camino delante de
m; y vendr sbitamente a su templo el Seor a quien vosotros buscis, y el ngel
del pacto, a quien deseis vosotros. He aqu viene, ha dicho Jehov de los
ejrcitos". (Mal. 3:1).
Que esta es una venida de juicio se pone de manifiesto por las palabras que
siguen inmediatamente despus, y que describen la alarma y la consternacin
causadas por su aparicin: "Y quin podr soportar el tiempo de su venida? o
quin podr estar en pie cuando l se manifieste?" (Mal. 3:2).
Esto queda probado adems por el hecho significativo de que, en 3:1, el Seor es
representado como viniendo "sbitamente a su templo". Entender esto como que
se refiere a la presentacin del Salvador nio en el templo por sus padres, a los
suyos en los atrios del templo, o a los suyos de entre los compradores y
vendedores del sagrado edificio es ciertamente una explicacin de lo ms
inadecuada. sas no son ocasiones de terror y consternacin, como est implcito
en el segundo versculo: "Quin podr estar en pe cuando l se manifieste?" Sin
embargo, la expresin sugiere vvidamente la visitacin final y judicial sobre la
casa de su Padre, cuando habra de quedar "desierta", segn su prediccin. El
templo era el centro de la vida de la nacin, el smbolo visible del pacto entre Dios
y su pueblo; era el lugar en que "el juicio deba comenzar", y que habra de ser
alcanzado por "destruccin repentina". Entonces, tomando en cuenta todos estos
detalles, la "sbita venida del Seor a su templo", la consternacin que acompaa
"el da de su venida", su venida como "fuego purificador", su venida "para juicio",
"viene el da ardiente como un horno", "todos los que hacen maldad sern estopa",
"no les dejar ni raz ni rama", y la aparicin de Juan el Bautista, el segundo Elas,
antes de la llegada del "da grande y terrible de Jehov", es imposible resistirse a
la conclusin de que aqu el profeta predice la gran catstrofe nacional en la cual
el templo, la ciudad, y la nacin perecieron juntas; y que esto es designado como
"el da de su venida".
Tal es la terrible maldicin que dej suspendida sobre la tierra de Israel el espritu
proftico en el momento de partir y guardar un silencio que durara siglos. Es
importante observar que todo esto hace referencia clara y especfica a la tierra de
Israel. El mensaje del profeta es a Israel; los pecados que son reprobados son los
de Israel; la venida del Seor es a su templo en Israel; la tierra amenazada con
maldicin es la tierra de Israel. (3) Todo esto apunta manifiestamente a una
especfica catstrofe local y nacional, de la cual la tierra de Israel habra de ser el
escenario, y sus culpables habitantes las vctimas. La historia registra el
cumplimiento de la profeca, en exacta correspondencia con el tiempo, el lugar, y
las circunstancias, en la ruina que devast a la nacin juda durante el perodo de
la destruccin de Jerusaln.
Los cuatro siglos que transcurren entre la conclusin del Antiguo Testamento y el
principio del Nuevo estn en blanco en la historia de las Escrituras. Sin embargo,
sabemos, por los libros de los Macabeos y los escritos de Josefo, que fue un
perodo agitado en los anales judos. Judea fue, por turnos, vasalla de las grandes
monarquas que la circundaban - Persia, Grecia, Egipto, Siria, y Roma - con un
intervalo de independencia bajo los prncipes macabeos. Pero, aunque durante
este perodo la nacin pas por grandes sufrimientos, y produjo algunos ilustres
ejemplos de patriotismo y de piedad, en vano buscamos algn orculo divino, o
algn mensajero inspirado, que declarase la palabra de Dios. Israel poda decir en
verdad: "No vemos ya nuestras seales; no hay ms profeta, ni entre nosotros hay
quien sepa hasta cundo". (Sal. 74:9). Y sin embargo, esos cuatro siglos no
dejaron de ejercer una poderosa influencia en el carcter de la nacin. Durante
este perodo, se establecieron sinagogas por todo el territorio, y el conocimiento
de las Escrituras se extendi ampliamente. Surgieron las grandes escuelas
religiosas de los fariseos y de los saduceos, cuyos dos grupos profesaban ser
expositores y defensores de la ley de Moiss. En gran nmero, los judos se
asentaron en las grandes ciudades de Egipto, Asia Menor, Grecia, e Italia,
llevando consigo y a todas partes el culto de la sinagoga y la Septuaginta, la
traduccin griega del Antiguo Testamento. Sobre todo, la nacin acariciaba en lo
ms recndito de su corazn la esperanza de un libertador venidero, un heredero
de la casa real de David, que deba ser el rey teocrtico, el liberador de Israel de la
dominacin gentil, cuyo reino fuera tan feliz y glorioso que mereciera llamarse "el
reino de los cielos". Pero, en su mayor parte, el concepto popular del rey venidero
era terrenal y carnal. En cuatrocientos aos, no haba habido ningn mejoramiento
en la condicin moral del pueblo y, entre el formalismo de los fariseos y el
escepticismo de los saduceos, la verdadera religin se haba hundido hasta llegar
a su punto ms bajo. Sin embargo, todava haba un fiel remanente que tena
conceptos ms verdaderos del reino de los cielos, y "que esperaba la redencin en
Israel". Al acercarse el tiempo, hubo indicios del regreso del espritu proftico, y
presagios de que el prometido liberador estaba cerca. A Simen se le asegur
que, antes de morir, vera al "ungido de Jehov"; parece que una indicacin
parecida se le haba hecho a la anciana profetisa Ana. Es razonable suponer que
tales revelaciones deben haber despertado gran expectacin en los corazones de
muchos, y les prepararon para el pregn que poco despus se oy en el desierto
de Judea: "Arrepentos, porque el reino de los cielos se ha acercado".
Nuevamente se haba levantado profeta en Israel, y "el Seor haba visitado a su
pueblo".
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Notas:
PARTE I
Notas:
1. Que l proclam que una gran crisis, o consumacin, llamada "el reino de los
cielos", se haba acercado.
2. Que esta consumacin, aunque cercana, no habra de tener lugar durante el
curso de su vida, ni durante algunos aos despus de su muerte.
3. Que sus discpulos, o por lo menos algunos de ellos, podan esperar presenciar
la llegada de esta consumacin.
Pero el tema entero de "el reino de los cielos" debe ser reservado para una
discusin ms completa en un tiempo futuro.
"Mas, a qu comparar esta generacin?" - esto es, a los hombres de ese tiempo
que no escuchaban ni a su precursor ni a l mismo (Mat. 11:16; Luc. 7:31). Hasta
comentaristas como Stier, que sostiene la interpretacin de "genea" como raza o
linaje en otros pasajes, admite que la referencia en estas palabras es "a la
generacin que estaba viva en ese entonces y en esa poca, que era de lo ms
importante". (1) As que, en el pasaje que tenemos delante, no puede haber
controversia con respecto a la aplicacin de las palabras exclusivamente a la
generacin que exista entonces, los contemporneos de Cristo. Nuestro Seor da
aqu testimonio de la exacerbada y enorme maldad de ese perodo. Jess se
acaba de dirigir a aquella generacin con las mismas palabras del Bautista:
"Generacin de vboras!". Se declara que su culpa supera a la de los paganos; se
la compara con un endemoniado, de quien el espritu inmundo se ha apartado por
un tiempo, pero ha regresado con mayor fuerza que antes, acompaado por otros
siete espritus peores que l, de manera que "el postrer estado de aquel hombre
viene a ser peor que el primero". En el testimonio de Josefo tenemos una
impresionante confirmacin de la descripcin que hace nuestro Seor de la
condicin moral de aquella generacin. "Como sera imposible relatar en detalle
sus enormidades, dir brevemente que ninguna otra ciudad sufri jams
calamidades similares, y que ninguna generacin existi jams que fuese ms
prolfica en el crimen. Confesaban que eran esclavos - y lo eran - la escoria misma
de la sociedad, los engendros espurios y contaminados de la nacin". (2) "Y aqu
no puedo contenerme, y debo expresar lo que mis sentimientos me indican. Soy
de la opinin de que, si los Romanos hubiesen diferido el castigo de estos
miserables, o la tierra se hubiese abierto y se hubiese tragado la ciudad, o sta
habra sido barrida por un diluvio, o compartido el destino de Sodoma. Porque
produjo una raza mucho ms impa que la de los que fueron as visitados. Porque,
por medio de la locura desesperada de estos hombres, la nacin entera se vio
envuelta en la ruina de ellos". (3) "De alguna manera, aquel perodo se haba
vuelto tan prolfico en iniquidad de todo tipo entre los judos, que ninguna obra
mala qued sin ser perpetrada; ... tan universal era el contagio, tanto en pblico
como en privado, y tal la emulacin para superarse los unos a los otros en actos
de impiedad hacia Dios e injusticia hacia sus prjimos". (4)
Tal era la terrible condicin hacia la que la nacin se apresuraba cuando nuestro
Seor pronunci estas palabras profticas. El clmax todava no haba llegado,
pero ya estaba plenamente a la vista. El espritu inmundo no haba regresado a su
casa todava, pero estaba en camino. Como observa Stier: "En el perodo entre la
ascensin de Cristo y la destruccin de Jerusaln, especialmente hacia el fin de
ella, podramos decir que esta nacin aparece como poseda por siete mil
demonios". (5) No es ste un cumplimiento adecuado y completo de la prediccin
del Salvador? Tenemos la ms ligera justificacin para, o la ms ligera necesidad
de, decir que significa alguna otra cosa, o algo ms que esto? Qu razn hay
para suponer un cumplimiento adicional y futuro de sus palabras? No es un
virtual descrdito de la profeca buscar algo ms que el sentido obvio que apunta
tan claramente a una catstrofe inminente que estaba a punto de acontecerle a
aquella generacin? Seguramente mostramos la mayor reverencia a la palabra de
Dios cuando aceptamos implcitamente sus obvias enseanzas, y rehusamos las
especulaciones injustificadas y meramente humanas que los crticos y los telogos
han extrado de su propia fantasa. Concluimos, entonces, que, en el escandaloso
libertinaje de la poca, y las sealadas calamidades que, antes de que terminara,
destruiran al pueblo judo, tenemos el testimonio histrico del exhaustivo
cumplimiento de esta profeca.
ALUSIONES ADICIONALES
A LA IRA VENIDERA
Lucas 13:1-9: "En este mismo tiempo estaban all algunos que le contaban acerca
de los galileos cuya sangre Pilato haba mezclado con los sacrificios de ellos.
Respondiendo Jess, les dijo: Pensis que estos galileos, porque padecieron
tales cosas, eran ms pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no
os arrepents, todos pereceris igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales
cay la torre de Silo, y los mat, pensis que eran ms culpables que todos los
hombres que habitan en Jerusaln? Os digo: No; antes si no os arrepents, todos
pereceris igualmente".
Lucas 13:6-9: "Dijo tambin esta parbola: Tena un hombre una higuera plantada
en su via, y vino a buscar fruto en ella, y no lo hall. Y dijo al viador: He aqu,
hace tres aos que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; crtala;
para qu inutiliza tambin la tierra? l entonces, respondiendo, le dijo: Seor,
djala todava este ao, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere
fruto, bien; y si no, la cortars despus".
No hay duda de que, en sta como en otras parbolas, hay principios generales
aplicables a todas las naciones y todos los tiempos; pero no debemos perder de
vista su referencia original y primaria al pueblo judo. Stier y Alford parecen
perderse en la bsqueda de significados recnditos y msticos en los detalles
menores de las imgenes; pero Neander da una luminosa explicacin de su
verdadera importancia: "Como la higuera intil, que no reconoci el propsito de
su existencia, fue destruida, as tambin la nacin teocrtica, por la misma razn,
despus de habrsele tenido mucha paciencia, habra de ser alcanzada por los
juicios de Dios, y cortada de su reino". (7)
Pero hemos visto que Juan el Bautista predijo un juicio que entonces era
inminente - una catstrofe tan cercana que ya el hacha estaba puesta a la raz de
los rboles - de acuerdo con la profeca de Maalaquas, de que "el da grande y
terrible de Jehov" habra de seguir a la venida del segundo Elas. Llegamos, por
lo tanto, a la conclusin de que esta discriminacin entre justos e impos, este
recoger el trigo en el granero, y quemar la cizaa en el horno de fuego, se refieren
a la misma catstrofe, es decir, a la ira que vino sobre aquella misma generacin,
cuando Jerusaln se convirti, literalmente, en un "horno de fuego", y la era del
judasmo termin en "el da grande y terrible de Jehov".
Esta conclusin est apoyada por el hecho de que hay una estrecha relacin entre
esta gran poca judicial y la venida del "reino de los cielos". Nuestro Seor
representa la separacin entre los justos y los impos como la caracterstica de la
gran consumacin que se llama "el reino de Dios". Pero se haba declarado que el
reino estaba a las puertas. Se sigue, por lo tanto, que las parbolas que tenemos
delante de nosotros se refieren, no a un remoto suceso todava en el futuro, sino a
uno que, en el tiempo de nuestro Salvador, estaba cerca.
Mateo 10:23: "Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto
os digo, que no acabaris de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que
venga el Hijo del Hombre".
Este es el punto de vista del pasaje que asume el Dr. E. Robinson. (10). "La
venida a la que se alude es la destruccin de Jerusaln y la dispersin de la
nacin juda; y el significado es, que los apstoles apenas tendran tiempo, antes
de que sobreviniera la catstrofe, de ir por el pas advirtiendo al pueblo que se
salvara de la destruccin de una generacin desgraciada; de modo que no podan
darse el lujo de demorarse en ninguna localidad despus de que sus habitantes
hubiesen escuchado y rechazado el mensaje".
Baste decir que tal interpretacin de las palabras de nuestro Salvador jams
podra haber pasado por la mente de los que las escucharon. Es tan inverosmil,
intrincada, y artificial, que queda desacreditada por su misma ingenuidad. Pero la
interpretacin tampoco satisface las exigencias del idioma. Cmo podra la
resurreccin de Cristo ser llamada su venida en la gloria de su Padre, con los
santos ngeles, en Su reino, y para juicio? O cmo podemos suponer que Cristo,
hablando de un suceso que habra de tener lugar ms o menos en veinte meses,
dira: "De cierto os digo: Algunos de los que estn aqu no gustarn la muerte
hasta que vean el reino de Dios?" La forma misma de la expresin muestra que el
suceso del que se habla no podra ser dentro del espacio de unos pocos meses, ni
siquiera dentro de algunos aos: es un modo de hablar, que indica que no todos
los presentes viviran para presenciar el suceso del que se habla; que no muchos
lo haran; pero que algunos s. Es exactamente el modo de hablar que encajara
en un intervalo de treinta o cuarenta aos, cuando la mayora de las personas
entonces presentes habran fallecido, pero algunos sobreviviran y presenciaran el
suceso de referencia.
Concluimos entonces:
2. Que el modo de su venida habra de ser glorioso - "en su gloria", "en la gloria de
su Paddre", "con los santos ngeles".
4. Que su venida sera la consumacin del "reino de Dios"; el final de la poca; "la
venida del reino de Dios con poder".
5. Que nuestro Salvador haba declarado expresamente que esta venida estaba
cerca. Lange observa correctamente que las palabras estn "colocadas
enfticamente al principio de la oracin; no es un simple futuro, sino que significan:
El acontecimiento es inminente que l vendr; est a punto de venir". (14)
6. Que algunos de los que oyeron a nuestro Salvador hacer esta prediccin
habran de vivir para presenciar el acontecimiento del cual hablaba, es decir, su
venida en gloria.
Por lo tanto, se deduce que l mismo declar que la Parusa, o la gloriosa venida
de Cristo, ocurrira dentro de los lmites de la generacin que entonces exista, una
conclusin que encontraremos abundantemente justificada en la secuela.
Lucas 18:1-8: "Tambin les refiri una parbola sobre la necesidad de orar
siempre, y no desmayar, diciendo: Haba en una ciudad un juez, que ni tema a
Dios, ni respetaba a hombre. Haba tambin en aquella ciudad una viuda, la cual
vena a l, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y l no quiso por algn
tiempo; pero despus de esto dijo dentro de s: Aunque ni temo a Dios, ni tengo
respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le har justicia,
no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Seor: Od lo
que dijo el juez injusto. Y acaso Dios no har justicia a sus escogidos, que
claman a l da y noche? Se tardar en responderles? Os digo que pronto les
har justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, hallar fe en la tierra?"
El carcter intensamente prctico y de actualidad, si podemos llamarlo as, de los
discursos de nuestro Seor, es una caracterstica de sus enseanzas que, aunque
pasada por alto a menudo, requiere que no se le pierda de vista. l hablaba a su
propio pueblo, en su propio tiempo. Era el mensajero de Dios para Israel; y,
aunque es muy cierto que sus palabras son para todos los hombres en todo
tiempo, se aplicaban principal y directamente a su propia generacin. Por no
prestar atencin a este hecho, a muchos expositores se les ha escapado por
completo la intencin de la parbola delante de nosotros. En sus manos, se
convierte en una prediccin vaga e indefinida de una vindicacin de los justos, en
algn perodo ms o menos remoto, pero sin ninguna aplicacin especial al pueblo
y al tiempo de nuestro Seor mismo. Seguramente, lo que sea esta parbola para
nosotros o para las edades futuras, tena una aplicacin estrecha y directa para
los discpulos a los cuales se les dirigi originalmente. El Seor estaba a punto de
dejar a sus discpulos "como ovejas en medio de lobos"; habran de ser
perseguidos y afligidos, y odiados por todos los hombres, por amor a su Maestro;
y podra muy bien ocurrir que el valor les faltara, y que sus corazones
desmayaran. En esta parbola, el Salvador les anima a "orar siempre, y no
desmayar", mediante el ejemplo de lo que puede hacer la oracin perseverante,
an con los hombres. Si la importunidad de una pobre viuda poda constreir a un
juez sin principios para que le hiciera justicia, cunto ms no sera conmovido
Dios, el Juez justo, por las oraciones de sus propios hijos para que se les
repararan sus agravios. Sin alegorizar todos los detalles de la parbola, como
hacen algunos expositores, es suficiente subrayar su gran moraleja. Es sta. Los
perseguidos hijos de Dios seran vengados con seguridad y prontitud. Dios les
vindicara, y pronto. Pero, cundo? El punto en el tiempo no ha sido dejado
indefinido. Es "cuando venga el Hijo del hombre". La Parusa habra de ser la hora
de reparacin y liberacin del sufriente pueblo de Dios.
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Notas:
1. Reden Jesu, in loc.
9. Hay una verdadera dificultad en este pasaje, que no debera ser pasada por
alto. Parece inexplicable que nuestro Seor, en una ocasin como sta, cuando
envi a los doce en una misin corta, aparentemente dentro de un distrito limitado,
del cual habran de regresar en corto tiempo, les hablase de su venida como
alcanzndoles antes de que concluyeran su tarea. Parece apenas apropiado para
ese perodo en particular, y que corresponde ms a un encargo subsiguiente, es
decir, el que est registrado en el discurso del Monte de los Olivos (Mat. 26;
Marcos 13; Lucas 21). En realidad, una comparacin de estos pasajes har mucho
para satisfacer a cualquier mente sincera de que el prrafo entero (Mat. 10:16-23)
ha sido traspuesto de su conexin original e insertado en la primera misin que
nuestro Seor encomend a sus discpulos. Encontramos las mismas palabras
relativas a la persecucin de los apstoles, que seran entregados a los concilios,
azotados en las sinagogas, llevados ante gobernadores y reyes, etc., que estn
registrados en el captulo dcimo de Mateo, asignado por Marcos y Lucas a un
perodo subsiguiente, es decir, el discurso del Monte de los Olivos. No hay
ninguna evidencia de que los discpulos sufrieran semejante tratamiento durante
su primera gira evangelstica. Hay, por lo tanto, una evidencia tan fuerte como lo
permite el caso, de que el vers. 23 y su contexto pertenecen al discurso del Monte
de los Olivos. Esto eliminara la dificultad que el pasaje presenta en la relacin que
aqu encontramos, y dara coherencia y consistencia al lenguaje que, tal como
est, no es fcil descubrir. Es un hecho aceptado que ni siquiera los evangelios
sinpticos relatan todos los acontecimientos en el mismo orden preciso; por lo
tanto, tiene que haber mayor exactitud cronolgica en uno que en otro. Stier dice:
"Mateo es descuidado en la cronologa de los detalles" (Reden Jesu, vol. iii, p.
US). Neander, hablando de esta misma comisin, dice: "Es evidente que Mateo
conecta muchas cosas con las instrucciones dadas a los apstoles en vista de su
primer viaje, que cronolgicamente corresponde a ms tarde". (Life of Christ, _
174, nota b); y nuevamente, hablando de la comisin encomendada a los setenta,
como aparece registrada en Lucas, dice: "Segn Lucas, toda la caracterstica
coherencia de todo lo que habl Cristo, con las circunstancias (tan superiores a la
disposicin de Mateo)", etc. (Life of Christ, _204, nota 1). El Dr. Blaike observa:
"Se entiende generalmente que Mateo dispuso su narracin ms por temas y
lugares que cronolgicamente" (Bible History, p. 372).
16. Doddridge tiene la siguiente nota sobre "Hallar fe en la tierra?" "Es evidente
que la palabra a menudo significa, no la tierra en general, sino algn territorio en
particular o pas, como en Hechos 7:3, 4, 11, y en otros innumerables lugares. Y el
contexto aqu lo limita al significado menos extenso. Es evidente que los creyentes
hebreos estaban en mayor peligro de cansarse de las persecuciones y las
angustias. Comp. con Heb. 3:12-14; 10:23-39; 12:1-4; Sant. i:1-4; 2:6".
Lucas 19:11-27: "Oyendo ellos estas cosas, prosigui Jess y dijo una parbola,
por cuanto estaba cerca de Jerusaln, y ellos pensaban que el reino de Dios se
manifestara inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un pas lejano,
para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas,
y le dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecan,
y enviaron tras l una embajada, diciendo: No queremos que ste reine sobre
nosotros. Aconteci que, vuelto l, despus de recibir el reino, mand llamar ante
l a aquellos siervos a los cuales haba dado el dinero, para saber lo que haba
negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Seor, tu mina ha ganado diez
minas. El le dijo: Est bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel,
tendrs autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Seor, tu mina ha
producido cinco minas. Y tambin a ste dijo: T tambin s sobre cinco ciudades.
Vino otro, diciendo: Seor, aqu est tu mina, la cual he tenido guardada en un
pauelo; porque tuve miedo de t, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo
que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces l le dijo: Mal siervo, por
tu propia boca te juzgo. Sabas que yo era hombre severo, que tomo lo que no
puse, y que siego lo que no sembr; por qu, pues, no pusiste mi dinero en el
banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y dijo a los que
estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. Ellos le
dijeron: Seor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le
dar; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitar. Y tambin a aquellos mis
enemigos que no queran que yo reinase sobre ellos, traedlos ac, y decapitadlos
delante de m".
La parbola de las minas fue pronunciada por nuestro Seor para corregir una
errnea expectativa de parte de sus discpulos, de que "el reino de Dios" estaba a
punto de comenzar en seguida. No es de sorprenderse que hayan cado en este
error. Juan le Bautista haba anunciado: "El reino de Dios se ha acercado". Jess
mismo haba proclamado el mismo hecho; y les haba comisionado para que lo
publicaran por las ciudades y aldeas de Galilea. Como patriotas israelitas, se
retorcan bajo el yugo de Roma, y anhelaban las antiguas libertades de la nacin.
Como piadosos hijos de Abraham, deseaban ver a todas las naciones bendecidas
en l. Y haba otros sentimientos menos nobles que tenan cabida en sus mentes.
No era su propio Maestro el Hijo de David, el rey que vendra? Qu no podran
esperar ellos, que eran sus seguidores y sus amigos? Esto les haca competir
entre ellos por el lugar de honor en el reino. Esto hizo que los hijos de Zebedeo
ansiaran obtener la promesa de las posiciones ms honorables, a la derecha y a la
izquierda de Jess, cuando l asumiera la soberana. Y ahora se acercaban a
Jerusaln. El gran festival nacional de la Pascua se acercaba; todo Israel acuda a
la Santa Ciudad; y no haba ninguna persona all que no ansiara ver a Jess de
Nazaret. Qu ms probable que el entusiasmo popular pondra a su Maestro en
el trono de su padre David? Lo que deseaban, eso crean; y "pensaban que el
reino de Dios aparecera inmediatamente".
Pero el Seor refren sus entusiastas esperanzas y les indic, en una parbola,
que cierto intervalo deba transcurrir antes de que se cumplieran sus expectativas.
Tomando como base de la parbola un incidente bien conocido de la historia juda
reciente, es decir, el viaje de Arquelao a Roma para procurar del emperador la
sucesin a los dominios de su padre, Herodes el Grande, Jess lo emple como
ilustracin apropiada de su propia partida de la tierra, y su subsiguiente retorno en
gloria. Mientras tanto, durante el tiempo de su ausencia, dio a sus siervos una
tarea que cumplir. "Negociad entre tanto que vengo". Deban ser diligentes y
fieles, hasta que su Seor regresase, cuando los siervos leales seran aplaudidos
y recompensados, y sus enemigos destruidos completamente.
Nada puede ser mejor que la explicacin de Neander de esta parbola, aunque,
en realidad, puede decirse que se explica por s sola. Sin embargo, puede ser
bueno insertar sus observaciones. "En esta parbola, en vista de las
circunstancias en las cuales fue pronunciada, y de la catstrofe que se
aproximaba, se dan indicaciones especiales de la partida de Cristo de la tierra, su
ascensin, su regreso para juzgar a la rebelde nacin teocrtica, y para consumar
su dominio. Describe a un gran hombre que viaja a la corte distante del poderoso
emperador para recibir de l autoridad sobre sus conciudadanos, y regresar con
poder real. As, Cristo no fue reconocido inmediatamente en su posicin real, sino
que primero deba abandonar la tierra, dejar a sus agentes para que adelantaran
su reino, ascender al cielo, ser nombrado rey teocrtico, y regresar nuevamente
para ejercer el poder que se le disputaba". (2)
Tal es la enseanza de la parbola de las minas. Pero, aunque el reino de Dios no
habra de aparecer en el momento preciso en que sus discpulos lo esperaban, no
se sigue de ello que fue pospuesto desde entonces, y que la esperada
consumacin no tendra lugar por cientos o miles de aos. Esto falsificara las ms
expresas declaraciones de Cristo y de su precursor. Cmo podran haber dicho
que el reino se haba acercado si no habra de aparecer durante milenios?
Lucas 19:41-44: "Y cuando lleg cerca de la ciudad, al verla, llor sobre ella,
diciendo: Oh, si tambin t conocieses, a lo menos en este da, lo que es para tu
paz! Mas ahora est encubierto de tus ojos. Porque vendrn das sobre t, cuando
tus enemigos te rodearn con vallado, y te sitiarn, y por todas partes te
estrecharn, y te derribarn a tierra, y a tus hijos dentro de t, y no dejarn en t
piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitacin".
Aqu pisamos terreno que no es debatible. Esta profeca es clara y perspicaz como
la historia. Ningn defensor de la teora de interpretacin del doble sentido ha
propuesto descubrir aqu nada que no sea Jerusaln y la desolacin que se
aproximaba.
"Od otra parbola. Hubo un "Un hombre plant una "Un hombre plant una
hombre, padre de familia, el via, la cerc de via, la arrend a
cual plant una via, la cerc vallado, cav un lagar, labradores, y se ausent
de vallado, cav en ella un edific una torre, y la por mucho tiempo.
lagar, edific una torre, y la arrend a unos
arrend a unos labradores, y labradores, y se fue Y a su tiempo envi un
se fue lejos. Y cuando se lejos. siervo a los labradores,
acerc el tiempo de los para que le diesen del
frutos, envi sus siervos a Y a su tiempo envi un fruto de la via; pero los
los labradores, para que siervo a los labradores, labradores le golpearon, y
recibiesen sus frutos. Mas para que recibiese de le enviaron con las manos
los labradores, tomando a stos el fruto de la via. vacas.
los siervos, a uno golpearon, Mas ellos, tomndole, le
a otro mataron, y a otro golpearon, y le enviaron Volvi a enviar otro siervo;
apedrearon. Envi de nuevo con las manos vacas. mas ellos a ste tambin,
a otros siervos, ms que los golpeado y afrentado, le
primeros; e hicieron con ellos Volvi a enviarles otro enviaron con las manos
de la misma manera. siervo; pero vacas.
apedrandole, le
Finalmente les envi su hijo, hirieron en la cabeza, y Volvi a enviar un tercer
diciendo: Tendrn respeto a tambin le enviaron siervo; mas ellos tambin
mi hijo. Mas los labradores, afrentado. Y volvi a a ste echaron fuera,
cuando vieron al hijo, dijeron enviar otro, y a ste herido.
entre s: Este es el heredero; mataron; y a otros
venid, matmosle, y muchos, golpeando a Entonces el seor de la
apodermonos de su unos y matando a otros. via dijo: Qu har?
heredad. Y tomndole, le Enviar a mi hijo amado;
echaron fuera de la via, y le Por ltimo, teniendo an quizs cuando le vean a
mataron. un hijo suyo, amado, le l, le tendrn respeto. Mas
envi tambin a ellos, los labradores, al verle,
Cuando venga, pues, el diciendo: Tendrn discutan entre s,
seor de la via, qu har a respeto a mi hijo. Mas diciendo: Este es el
aquellos labradores? aquellos labradores heredero; venid,
dijeron entre s: Este es matmosle, para que la
Le dijeron: A los malos el heredero; venid, heredad sea nuestra.
destruir sin misericordia, y matmosle, y la heredad
arrendar su via a otros ser nuestra. Y le echaron fuera de la
labradores, que le paguen el via, y le mataron. Qu,
fruto a su tiempo. Jess les Y tomndole, le pues, les har el seor de
dijo: Nunca lesteis en las mataron, y le echaron la via?
Escrituras: La piedra que fuera de la via. Qu,
desecharon los edificadores, pues, har el seor de Vendr y destruir a estos
ha venido a ser cabeza del la via? labradores, y dar su via
ngulo. El Seor ha hecho a otros. Cuando ellos
esto, y es cosa maravillosa a Vendr, y destruir a los oyeron esto, dijeron: Dios
nuestros ojos? Por tanto os labradores, y dar su nos libre!
digo, que el reino de Dios via a otros.
ser quitado de voostros, y Pero l, mirndolos, dijo:
ser dado a gente que Ni aun esta escritura Qu, pues, es lo que est
produzca los frutos de l. Y habis ledo: La piedra escrito: La piedra que
el que cayere sobre esta que desecharon los desecharon los
piedra ser quebrantado; y edificadores ha venido a edificadores ha venido a
sobre quien ella cayere, le ser cabeza del ngulo; ser cabeza del ngulo?
desmenuzar. Y oyendo sus el Seor ha hecho esto,
parbolas los principales y es cosa maravillosa a Todo el que cayese sobre
sacerdotes y os fariseos, nuestros ojos? aquella pieda, ser
entendieron que hablaba de quebrantado; mas sobre
ellos. Pero al buscar cmo Y procuraban prenderle, quien ella cayere, le
echarle mano, teman al porque entendan que desmenuzar.
pueblo, porque ste le tena deca contra ellos
por profeta". aquella parbola; pero Procuraban los principales
teman a la multitud, y sacerdotes y los escribas
dejndole, se fueron". echarle mano en aquella
hora, porque
comprendieron que contra
ellos haba dicho esta
parbola".
Esta parbola, registrada en trminos casi idnticos por los sinopticistas, apenas
necesita intrpretacin. Su referencia local, personal, y nacional es demasiado
manifiesta para ser puesta en duda. La via es la tierra de Israel; el seor de la
via es el Padre; sus mensajeros son sus siervos los profetas; su nico y amado
hijo es el Seor Jess mismo; los labradores son los judos rebeldes y perversos;
el castigo es la catstrofe venidera en la Parusa, cuando, como bien lo expresa
Neander, "la relacin teocrtica se rompe, y el reino es traspasado a otras
naciones que produzcan los frutos correspondientes". (2)
Aqu tenemos, no una venida, ni la venida de Cristo, pero nada menos que tres
venidas, separadas y distintas, o una venida de tres clases diferentes - una venida
continua que ha estado ocurriendo ya por casi dos mil aos, y puede continuar por
dos mil aos ms, que sepamos. Pero de todo esto no se da ni un indicio en el
texto, ni en ninguna otra parte. Es meramente adorno humano, sin una sola
partcula de autoridad bblica, inventado en virtud de una teora de interpretacin
de doble o triple sentido.
Es lamentable que esta nota, por lo dems acertada y sensata, est estropeada
por las frases "en muchos lugares" y "principalmente", pero es, sin embargo, una
admisin importante. Sin duda, aqu encontramos efectivamente "una clave
importante de las profecas de nuestro Seor", pero la clave maestra es la que ya
hemos encontrado en Mat. 16:27, 28, que sirve para abrir, no slo ste, sino
muchos otros dichos oscuros en los orculos profticos.
Esta parbola guarda un gran parecido con la de la Gran Cena de Lucas 14. Es
posible que las dos parbolas sean slo versiones diferentes del mismo original.
La cuestin, sin embargo, no afecta la discusin actual, y no puede probarse que
estas parbolas no fueron pronunciadas en ocasiones diferentes. La moraleja de
ambas es la misma; pero la naturaleza de la parbola registrada por Mateo es ms
claramente escatolgica que la de Lucas. Apunta claramente a la cercana
consumacin del "reino de los cielos". La venganza que el rey tom de los
asesinos de su hijo y contra su ciudad fija la aplicacin a Jerusaln y a los judos.
Los ejrcitos romanos no eran sino los ejecutores de la justicia divina; y Jerusaln
pereci por su culpa y su rebelin contra su Rey.
En sus notas sobre esta parbola, y aunque reconoce una referencia parcial y
primaria a Israel y a Jerusaln, Alford tambin encuentra que se extiende mucho
ms all de su alcance aparente, y se divide en dos actos, el primero de los cuales
es pasado, y termina en el versculo 10; mientras que un nuevo acto se abre con
el versculo 11, que todava est en el futuro. Esto implica que el juicio de Israel y
de Jerusaln no proporciona un cumplimiento pleno y exhaustivo de las palabras
de nuestro Seor. Por una parte, tenemos las enseanzas de Cristo mismo -
sencillas, claras, y nada ambiguas; por la otra, la especulacin conjetural del
crtico, sin una chispa de evidencia ni autoridad de la palabra de Dios. Algunos se
mofarn diciendo que exponer la parbola de acuerdo con su sencillo significado
histrico es poco profundo, superficial, y poco espiritual, y tratan de encontrar en
ella significados ulteriores y ocultos, enigmas oscuros y profundos, profundidades
msticas, que nadie sino los telogos pueden explorar - esto es perspicacia
crtica, aguda penetracin, gran espiritualidad! En nuestra opinin, todo este
atribuir hiptesis humanas y dobles sentidos a las predicciones de nuestro Seor
es completamente incompatible con la crtica sobria, o con la verdadera reverencia
por la palabra de Dios; esto no es crtica, sino misticismo, y oscurece la verdad, en
vez de aclararla. Entonces, a riesgo de ser considerados superficiales y poco
profundos, nos aferraremos a las sencillas enseanzas de las palabras de la
Biblia, haciendo odos sordos a todas las especulaciones fantsticas y
conjeturales de origen meramente humano, no importa cun instruda o digna sea
la direccin de donde vengan.
Se ver que Lucas da este pasaje como pronunciado en una relacin diferente, y
en una ocasin diferente, de las de Mateo. Si nuestro Seor pronunci las mismas
palabras en dos ocasiones diferentes, o si las palabras fueron transpuestas por
Lucas de su relacin original, no es una cuestin fcil de establecer. La primera
hiptesis no parece probable, y no se recomienda ella misma a la mente crtica.
Los apotegmas y dichos cortos parablicos, como "muchos son los llamados pero
pocos los escogidos", "los ltimos sern los primeros, y los primeros, ltimos",
pueden haberse repetido en varias ocasiones; pero difcilmente puede imaginarse
que discursos relacionados y detallados, como el Sermn del Monte, el discurso
proftico sobre el Monte de los Olivos, y esta acusacin contra los escribas y
fariseos, hayan sido repetidos palabra por palabra en diferentes ocasiones. Como
ya hemos visto, es un error buscar un estricto orden cronolgico en las
narraciones de los evangelistas; se admite de modo general que ellos algunas
veces ponan juntos hechos que tenan una relacin natural, de manera bastante
independiente del orden cronolgico en que ocurrieron.
Stier dice de la cronologa de Lucas en general: "Dos cosas estn suficientemente
claras: Primera, que l menciona ocurrencias individuales sin tener en cuenta
estrictamente la cronologa, an repitiendo e intercalando algunas cosas
registradas en otros lugares", etc.
Neander hace la siguiente observacin sobre el pasaje que tenemos delante: "Del
mismo modo que este ltimo discurso narrado por Mateo contiene varios pasajes
narrados por Lucas en la conversacin de la mesa (cap. 11), Lucas inserta all
este anuncio proftico, cuya correcta posicin se encuentra en Mateo". (5) Sin
embargo, no podemos concordar con la opinin de Neander, de que "este
discurso, como aparece en Mat. 23, contiene muchos pasajes pronunciados en
otras ocasiones" (6). Nos parece imposible leer el captulo veintitrs de Mateo sin
percibir que es un discurso continuo y relacionado, pronunciado en una ocasin,
derivndose sus diferentes partes de, y siguindose, las unas a las otras
naturalmente. Su misma estructura, que consiste de siete ayes (7), pronunciados
contra los hipcritas que pretendan ser santos y eran los guas ciegos del pueblo -
y la solemne ocasin en la que fue pronunciado, siendo el discurso pblico filial
[sic] de nuestro Seor - obligan irresistiblemente la conclusin de que es un todo
completo, y que Mateo nos da la forma original del discurso.
Pero, cmo debemos entender las palabras finales: "No me veris ms, hasta
que digis: Bendito el que viene en el nombre del Seor"? Esta frase: "Bendito el
que viene en el nombre del Seor" es la frmula reconocida que empleaban los
judos al hablar de la venida del Mesas - el saludo mesinico: equivalente a
"Salve, ungido de Dios". Se supone generalmente que fue adoptado de Sal.
118:26. Por lo tanto, vendra un momento en que esta salutacin sera apropiada.
El Seor que sala del templo retornara a su templo una vez ms. Ms que esto,
aquella misma generacin presenciara aquel regreso. Esto se da a entender
claramente en la forma del lenguaje del Salvador: "No me veris ms hasta que
digis", etc. - palabras que estaran desprovistas de la mitad de su significado si
las personas a las que se refiere la primera parte de la oracin no fuesen las
mismas que aqullas a las que se refiere la segunda parte. Nada puede ser ms
claro y explcito que la referencia de principio a fin al pueblo de Jerusaln, los
contemporneos de Cristo. Ellos y l habran de encontrarse otra vez; y el Mesas,
el Seor a quien profesaban buscar tan ansiosamente, vendra sbitamente a su
templo, segn el dicho de Malaquas el profeta. Ellos esperaban aquella venida
como un acontecimiento para ser recibido con gozo; pero habra de ser de muy
distinta manera. "Y quin podr soportar el tiempo de su venida? o quin podr
estar en pie cuando l se manifieste?" Ese da habra de traer la desolacin de la
casa de Dios, la destruccin de su existencia nacional, el estallido de la ira
contenida de Dios sobre Israel. Este era el regreso, el reunirse nuevamente, al
cual el Salvador alude aqu. Y no es sta la mismsima cosa que l haba
declarado una y otra vez? No haba l dicho haca bien poco que "sobre esta
generacin" vendran los siete ayes que l acababa de pronunciar? (Ver. 36). No
haba afirmado solemnemente que algunos que entonces vivan veran al Hijo del
hombre viniendo en gloria, con sus ngeles, "para dar a cada uno segn sus
obras" -- esto es, que vendra a juzgar? Es posible adoptar la extraa hiptesis
de algunos comentaristas de nota, de que con estas palabras nuestro Salvador
quiere decir que nunca volvera a ser visto por aqullos a los cuales hablaba,
hasta que un Israel convertido y cristiano, en alguna poca muy distante en el
tiempo, estuviese preparado para recibirle como Rey de Israel? Esto sera
realmente tomarse injustificadas libertades con las palabras de la Escritura.
Nuestro Seor no dice: "No me veris hasta que ellos digan, o, hasta que otra
generacin diga; sino, "hasta que [vosotros] digis", etc. No se sigue de ninguna
manera que, porque la salutacin mesinica se cita aqu, el pueblo que se supone
que la usa estaba preparado para entrar en su verdadero significado. Aquellas
mismas palabras haban sido exclamadas por multitudes en las calles de
Jerusaln slo uno o dos das antes, pero fueron cambiadas por "Crucifcale,
crucifcale!" en muy breve espacio de tiempo. Aquellas palabras simplemente
denotan el hecho de su venida. Los infelices a quienes nuestro Salvador hablaba
no podan adoptar el saludo mesinico en su sentido verdadero y ms alto; ellos
jams diran: "Bendito el que", etc., pero presenciaran su venida - la venida con la
cual aquella frmula estaba asociada indisolublemente, es decir, la Parusa.
"En armona con el estilo apocalptico, Jess present los juicios de su venida en
una serie de ciclos, cada uno de los cuales muestra el futuro entero, pero de tal
manera, que con cada nuevo ciclo el escenario parece aproximarse a y parecerse
an ms de cerca a la catstrofe final. As, el primer ciclo delinea el curso entero
del mundo hasta el fin, en sus caractersticas generales (vers. 4-14). El segundo
da las seales de la destruccin de Jerusaln que se acerca, y pinta esta misma
destruccin como seal y principio del juicio del mundo, que desde ese da en
adelante contina en silenciosos y reprimidos das de juicio hasta el fin (ver. 15-
28). El tercero describe el sbito fin del mundo, y el juicio que sigue (ver. 29-44).
Luego sigue una serie de parbolas y smiles, en las cuales el Seor pinta el juicio
mismo, que se desarrolla en una sucesin orgnica de varios actos. En el ltimo
acto, Cristo revela su majestad judicial universal. El Cap. 24:45-51 presenta el
juicio sobre los siervos de Cristo, o el clero. Cap. 25:1-13 (las vrgenes prudentes y
las vrgenes fatuas) presenta el juicio sobre la iglesia, o el pueblo. Luego sigue el
juicio sobre los miembros individuales de la iglesia (ver. 14-30). Finalmente, los
vers. 31-46 introducen el juicio universal del mundo". (11)
No muy diferente es el esquema propuesto por Stier, que encuentra tres venidas
diferentes de Cristo, "que en perspectiva se cubren entre s":
"1. La venida del Seor para juzgar al judasmo. 2. Su venida para juzgar a la
degenerada cristiandad anti-cristiana. 3. Su venida para juzgar a todas las
naciones paganas - el juicio final del mundo, todas las cuales juntas son la
segunda venida de Cristo, y con respecto a su similitud y diversidad son
registradas exactamente por Mateo como saliendo de la boca de Cristo". (12)
Se supone por lo general que los discpulos vinieron a nuestro Seor con tres
preguntas diferentes, relativas a diferentes acontecimientos separados entre s por
un largo intervalo de tiempo; que la primera pregunta: "Cundo sern estas
cosas?", se refera a la prxima destruccin del templo; que la segunda y la
tercera preguntas, "Qu seal habr de tu venida, y del fin del mundo?", se
refera a sucesos muy posteriores a la destruccin de Jerusaln y que, de hecho,
todava no han tenido lugar. Se supone que la respuesta de nuestro Seor se
conforma a esta triple pregunta, y que esto da forma a su discurso entero. Ahora,
considrese cun completamente improbable es que los discpulos tuvieran en sus
mentes algn esquema del futuro, como si fuera un mapa. Sabemos que ellos
acababan de ser sacudidos y quedar estupefactos por la prediccin de su Maestro
tocante a la total destruccin de la gloriosa casa de Dios que tan recientemente
haban estado contemplando con admiracin. Todava no haban tenido tiempo de
recuperarse de su sorpresa, cuando fueron a Jess con la pregunta: "Cundo
sern estas cosas?", etc. No es razonable suponer que slo un pensamiento les
posea en ese momento - la portentosa calamidad que esperaba a la magnfica
estructura, gloria y belleza de Israel? Era se un momento en que sus mentes
estaran ocupadas con un futuro distante? No deba su alma entera estar
concentrada en el destino del templo? Y no deban estar ansiosos de saber qu
seales se daran de la proximidad de la catstrofe? Es imposible decir si
relacionaron en su imaginacin la destruccin del templo con la disolucin de la
creacin y el fin de la historia humana; pero podemos, sin peligro, llegar a la
conclusin de que en sus mentes predominaba el anuncio que el Seor acababa
de hacer: "De cierto os digo, que no quedar piedra sobre piedra que no sea
derribada". Por el lenguaje del Salvador, deben haber colegido que la catstrofe
era inminente; y su ansiedad era por saber el momento y las seales de su
llegada. Marcos y Lucas hacen que la pregunta de los discpulos se refiera a un
suceso y una ocasin - "Cundo sern estas cosas? Y qu seal habr cuando
todas estas cosas hayan de cumplirse?" Por lo tanto, no es slo presumible, sino
indudable, que las preguntas de los discpulos se refieren slo a diferentes
aspectos del mismo y gran acontecimiento. Esto armoniza las afirmaciones de
Mateo con las de los otros evangelistas, y claramente lo requieren las
circunstancias del caso.
Pero la objecin decisiva a este esquema es que es evidente que el pasaje entero
est dirigido a los discpulos, y habla de lo que ellos veran, de lo que ellos haran,
de lo que ellos sufriran; todo esto cae dentro de su propia observacin y
experiencia, y no se puede hablar de ellos como si se tratara de un auditorio
invisible en una poca muy distante en el futuro lejano, que an hoy no ha tenido
lugar en la tierra.
La siguiente divisin de Lange, que comprende desde el ver. 15 hasta el ver. 22,
se titula
Sin detenernos a investigar la relacin de estas ideas, es satisfactorio ver que por
fin se introduce a Jerusaln. Pero, cun antinatural es la transicin de "el fin del
mundo" a la invasin de Judea y al sitio de Jerusaln! Podran los discpulos
haber dado tan sbito e inmenso salto? Podra haber sido inteligible para ellos, o
es inteligible en la actualidad? Pero, obsrvese el punto de transicin, como lo fija
Lange en el vers. 15: "Por tanto, cuando veis la abominacin desoladora", etc.
Esto ciertamente no es transicin, sino continuidad: todo lo que precede conduce
a este punto; las guerras, las hambrunas, las pestilencias, las persecuciones, y los
martirios; todo esto preparaba y era la introduccin para el "fin"; esto es, para la
catstrofe final que habra de sobrevenir a la ciudad, al templo, y a la nacin de
Israel.
Luego sigue un prrafo desde el ver. 23 hasta el ver. 28, que Lange llama
Habiendo hecho la transicin del "fin del mundo hacia atrs hasta la destruccin
de Jerusaln, el proceso ahora se invierte, y hay otra transicin, de la destruccin
de Jerusaln al "verdadero fin del mundo". Este fin verdadero ha sido puesto
despus de la aparicin de aquellos falsos Cristos y falsos profetas contra los
cuales eran amonestados los discpulos. Esta alusin a "falsos Cristos" debera
haberle ahorrado al crtico el error en que ha cado, y haberle indicado el perodo
al cual se refiere la prediccin. Pero, dnde hay aqu alguna seal de divisin o
transicin? No hay rastro ni seal de ninguna. Por el contrario, el lenguaje expreso
de nuestro Seor excluye en absoluto cualquier intervalo de tiempo, pues dice:
"Inmediatamente despus de la tribulacin de aquellos das", etc. Esta nota en
cuanto al tiempo es decisiva, y prohibe perentoriamente suponer cualquier
interrupcin o hiato en la continuidad de su discurso.
Pero hemos ido bastante lejos en la demostracin del tratamiento arbitrario y nada
crtico que ha recibido esta profeca, y sido seducidos para efectuar una exgesis
prematura de alguna porcin de su contenido. Lo que argumentamos es a favor de
la unidad y la continuidad del discurso entero. Desde el principio del captulo
veinticuatro de Mateo hasta el final del veinticinco, es uno e indivisible. El tema es
la prxima consumacin de la poca, con los acontecimientos acompaantes y
concomitantes, los ayes que habran de alcanzar a la "generacin perversa", que
comprendan la invasin por los ejrcitos romanos, el sitio y la captura de
Jerusaln, la destruccin total del templo, las terribles calamidades del pueblo.
Junto con esto encontramos la verdadera Parusa, o venida del Hijo del hombre, el
derramamiento judicial de la ira divina sobre los impenitentes, y la liberacin y la
recompensa de los fieles. De principio a fin, estos dos captulos forman un
discurso continuo, consecutivo, y homogneo. As debe haber sido considerado
por los discpulos, a los cuales fue dirigido; y as, en ausencia de cualquier atisbo
o indicacin en contrario en el registro, nos sentimos vinculados a l.
Ese fue un suceso que form una poca en el gobierno divino del mundo. La
economa mosaica, que haba sido entronizada con tanta pompa y grandeza en
medio de los truenos y los relmpagos de Sina, y haba existido por casi diecisis
siglos, que haba sido el medio de comunicacin divinamente institudo entre Dios
y el hombre, y cuyo propsito haba sido establecer un reino de Dios en la tierra,
haba demostrado ser un comparativo fracaso por medio de la incapacidad moral
del pueblo de Israel, estaba condenada a llegar a su fin en medio de la ms
terrfica demostracin de la justicia y la ira de Dios. El templo de Jerusaln, por
siglos gloria y corona del Monte de Sin - el santuario sagrado, en cuyo lugar
sannto se complaca en habitar Jehov - la casa santa y hermosa, que era el
paladio de la seguridad de la nacin, y ms cara que la vida para cada hijo de
Abraham - estaba a punto de ser profanado y destrrudo, de modo que no
quedara piedra sobre piedra. El pueblo escogido, los hijos del Amigo de Dios, la
nacin favorecida, con la cual el Dios de toda la tierra se dign entrar en pacto y
ser llamado su Rey, habra de ser abrumado por las ms terribles calamidades
que jams cayeron sobre nacin alguna; habra de ser expatriado, privado de su
nacionalidad, excludo de su antigua y peculiar relacin con Dios, y ser expulsados
para que anduviesen como peregrinos sobre la faz de la tierra, refrn y burla entre
todas las naciones. Pero junto con todo esto habra cambios para bien. Primero, y
principalmente, el fin de la poca sera la inauguracin del reino de Dios. Habra
honor y gloria para los fieles y verdaderos siervos de Dios, que luego entraran en
plena posesin de la herencia celestial. (Esto se desarrollar ms plenamente en
la secuela de nuestra investigacin). Pero habra tambin un glorioso cambio en
este mundo. Lo antiguo dio lugar a lo nuevo; la Ley fue reemplazada por el
Evangelio; Cristo tom el lugar de Moiss. El sistema estrecho y exclusivo, que
abarcaba slo a un pueblo, fue sucedido por un pacto nuevo y mejor, que
abarcaba la familia entera del hombre, y no conoca diferencia entre judos y
gentiles, circuncisos e incircuncisos. La dispensacin de los smbolos y las
ceremonias, adaptados a la niez de la humanidad, fue incorporada en un orden
de cosas en que la religin se convirti en un servicio espiritual, cada lugar en un
templo, cada adorador en un sacerdote, y Dios en Padre universal. Esta era una
revolucin mucho mayor que cualquiera que jams hubiese ocurrido en la historia
de la humanidad. Hizo un mundo nuevo; era el "mundo por venir", el [o.ikonge,nh
me, llonoa] de Hebreos 2:5; y es imposible sobreestimar la magnitud e importancia
del cambio. Es esto lo que da tal significado al arrasamiento del templo y la
destruccin de Jerusaln: stas son las seales externas y visibles de la
abrogacin del orden antiguo y la introduccin del nuevo. La historia del sitio y la
captura de la Santa Ciudad no es simplemente un emocionante episodio histrico,
como el sitio de Troya o la cada de Cartago; no es meramente la escena final en
los anales de una antigua nacin; tiene un significado sobrenatural y divino; tiene
relacin con Dios y la raza humana, y marca una de las ms memorables pocas
en el tiempo. Esta es la razn de que el acontecimiento se describa en la Biblia en
trminos que a algunos les parecen exagerados, o requieran alguna catstrofe
mayor los justifique. Pero, si fue adecuado que la introduccin de esta economa
fuera sealada por portentos y maravillas, terremotos, relmpagos, truenos, y
bocinas, no menos adecuado fue que terminara en medio de fenmenos similares,
terribles espectculos y grandes seales en el cielo. Si los expositores hubiesen
captado mejor el verdadero significado y la grandeza del acontecimiento, no
habran encontrado extravagante o exagerado el lenguaje con el cual nuestro
Seor lo describe. (14)
Notas:
7. Tischendorf rechaza el ver. 14, que est omitida por el Codice Sinatico y
Vaticano.
13. Vase Nota A, Part I., sobre la Teora de Interpretacin de Doble Sentido.
Es imposible leer esta seccin sin percibir su clara referencia al perodo entre la
crucifixin de nuestro Seor y la destruccin de Jerusaln. Cada una de las
palabras fue dirigida a los discpulos, y solamente a ellos. Imaginar que el
"vosotros" de este discurso se aplica, no a los discpulos a quienes Jess hablaba,
sino a algunas personas desconocidas y todava inexistentes en una lejana poca
en el futuro es una suposicin tan absurda que no merece que se le preste
atencin seria.
Aqu puede ser adecuado recordar la observacin de tiempo, dada a los discpulos
en una ocasin anterior como indicacin de la venida de nuestro Seor: "De cierto
os digo, que no acabaris de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que
venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23). Comparando esta declaracin con la
prediccin que tenemos delante (Mat. 24:14), podemos ver la perfecta
consistencia de las dos afirmaciones, y tambin el "terminus ad quem" en ambas.
En un caso, es la evangelizacin del territorio de Israel; en el otro, la
evangelizacin de Imperio Romano al cual se hace referencia como el precursor
de la Parusa. Ambas afirmaciones son verdaderas. Ocupara el espacio de una
generacin llevar las buenas nuevas a cada ciudad en Israel. Los apstoles no
tenan mucho tiempo para su misin en su propio pas, pues tenan en sus manos
una misin tan vasta en territorio extranjero. Obviamente, tenemos que tomar en
sentido popular el lenguaje empleado por Pablo, as como por nuestro Seor, y no
sera justo llevarlo al extremo de la letra. La amplia difusin del evangelio tanto en
Israel como a travs del Imperio Romano es suficiente para justificar la prediccin
de nuestro Seor.
"Por tanto, cuando veis "Pero cuando veis la "Pero cuando viereis a
en el lugar santo la abominacin desoladora Jerusaln rodeada de
abominacin desoladora de que habl el profeta ejrcitos, sabed entonces
de que habl el profeta Daniel, puesta donde no que su destruccin ha
Daniel (el que lee, debe estar (el que lee, llegado. Entonces los que
entienda), entonces los entienda), entonces los estn en Judea, huyan a
que estn en Judea, huyan que estn en Judea huyan los montes; y los que en
a los montes. El que est a los montes. El que est medio de ella, vyanse; y
en la azotea, no descienda en la azotea, no descienda los que estn en los
para tomar algo de su a la casa, ni entre para campos, no entren en
casa; y el que est en el tomar algo de su casa; y el ella. Porque estos son
campo, no vuelva atrs que est en el campo, no das de retribucin, para
para tomar su capa. Mas vuelva atrs a tomar su que se cumplan todas las
ay de las que estn capa. Mas ay de las que cosas que estn escritas.
encintas, y de las que cren estn encintas, y de las Mas ay de las que estn
en aquellos das! Orad, que cren en aquellos das! encintas, y de las que
pues, porque vuestra huida Orad, pues, que vuestra cren en aquellos das!
no sea en invierno ni en huida no sea en invierno; porque habr gran
da de reposo; porque porque aquellos sern de calamidad en la tierra, e
habr entonces gran tribulacin cual nunca ha ira sobre este pueblo. Y
tribulacin, cual no la ha habido desde el principio caern a filo de espada, y
habido dese el principio del de la creacin que Dios sern llevados cautivos a
mundo hasta ahora, ni la cre, hasta este tiempo, ni todas las naciones; y
habr. Y si aquellos das la habr. Y si el Seor no Jerusaln ser hollada
no fuesen acortados, nadie hubiese acortado aquellos por los gentiles, hasta que
sera salvo; mas por causa das, nadie sera salvo; los tiempos de los
de los escogidos, aquellos mas por causa de los gentiles se cumplan".
das sern acortados". escogidos que l escogi,
acort aquellos das".
Que nuestro Seor tena en mente los horrores que habran de descender sobre
los judos durante el sitio, y no ningn acontecimiento subsiguiente al final del
tiempo, es perfectamente claro por las palabras finales del versculo 21: "Ni la
habr".
Lo mismo es cierto con respecto a la seccin que ahora nos ocupa. La mera
primera palabra indica continuidad. "Entonces" [to,te], y cada una de las palabras
subsiguientes est claramente dirigida a los discpulos mismos, para su
advertencia e instruccin personales. Es claro que nuestro Seor les da indicios
de lo que ocurrira en breve, o por lo menos lo que podan esperar ver con sus
propios ojos si estaban vivos. Es una vvida representacin de lo que en realidad
ocurri en los ltimos das de la comunidad juda. Los desdichados judos, y
especialmente el pueblo de Jerusaln, eran alentados con falsas esperanzas por
impostores especiosos que infestaban el pas y trajeron ruina sobre sus
miserables primos. Tal era el engao producido por las jactanciosas pretensiones
de estos impostores que, como nos enteramos por Josefo, cuando el templo
estaba de veras en llamas, una vasta multitud del pueblo engaado cay vctima
de su credulidad. El historiador judo afirma:
"De tan grande multitud, ni uno solo escap. Su destruccin fue causada por un
falso profeta, que en aquel da proclam a los que permanecan en la ciudad, que
'Dios les haba mandado que subieran al templo, donde recibiran las seales de
su liberacin'. En ese tiempo haba muchos profetas sobornados por los tiranos
para que engaaran al pueblo, dicindoles que esperaran ayuda de Dios, para que
hubiese menos deserciones, y para que los que no tenan ni temor ni control
fueran alentados con esperanzas. Bajo la presin de la calamidad, el hombre en
seguida cede a la persuasin, pero cuando el engaador le presenta la liberacin
de males apremiantes, entonces el sufriente es completamente influido por la
esperanza. Fue as como los impostores y pretendidos mensajeros del cielo
engaaron a los desdichados en aquel tiempo". (6)
Nuestro Seor advierte a sus discpulos que su venida a aquella escena de juicio
sera conspicua y repentina como el relmpago, que se revela y parece estar en
todas partes al mismo tiempo. "Porque", aade, "dondequiera que estuviere el
cuerpo muerto, all se juntarn las guilas". Esto es, dondequiera que se
encontraran los culpables y devotos hijos de Israel, all les abrumaran los
destructores ministros de la ira, las legiones romanas.
Puede decirse que en este comentario hay casi tantos errores como palabras. En
realidad, no es la explicacin de una profeca cuanto una profeca hecha por el
propio comentarista. Primero, est la hiptesis sin fundamento de su doble
sentido, su cumplimiento parcial y su cumplimiento final, para lo cual no hay
fundamento en el texto, sino que es una mera suposicin arbitraria y gratuita.
Luego, tenemos su "tribulacin", no "acortada", como declara el Seor, sino
prolongada, de modo que todava contina en la actualidad. Cuando se hace que
la palabra "inmediatamente" se refiera a un perodo que todava no ha llegado, de
modo que entre el ver. 28 y el ver. 29, donde el ojo por s solo no puede percibir
ningn rastro de lnea de transicin, el crtico intercala un inmenso perodo de ms
de dieciocho siglos, con la posibilidad de duracin infinita, adems. Ms todava.
Tenemos una contradiccin implcita de la afirmacin de Pablo de que el evangelio
fue predicado "en todo el mundo" (Col. 1:5, 23), y la suposicin de que el
evangelio ha de ser rechazado por los gentiles. Luego el comentarista descubre
que Marcos sugiere un "considerable intervalo", mientras que Marcos dice
expresamente "en aquellos das, despus de aquella tribulacin" [en ekeinaij taij
hmeraij meta thn qliyin ekeinhn], imposibilitando en absoluto cualquier intervalo, y
por ltimo tenemos lo que parece una excusa por la veracidad de la prediccin,
con el argumento de que nuestro Seor, no sabiendo el momento en que tendra
lugar su venida, "habla sin tener en cuenta el intervalo", etc.
Pero, se nos contesta, el carcter del lenguaje de nuestro Seor en este pasaje
requiere esta aplicacin a una grande y terrible catstrofe que est todava en el
futuro, y puede entenderse correctamente nada menos que de la disolucin total
de la estructura del universo y del fin todas las cosas. Cmo puede alguien
pretender, se dice, que el sol se ha oscurecido, que la luna ha dejado de dar su
resplandor, que las estrellas han cado del cielo, que el Hijo del hombre ha sido
visto en las nubes del cielo con poder y gran gloria? Ocurrieron estos fenmenos
en la destruccin de Jerusaln, o pueden aplicarse a cualquier cosa menos la
consumacin de todas las cosas?
"Y los montes se disolvern por la sangre de ellos ... Y todo el ejrcito de los cielos
se disolver, y se enrollarn los cielos como un libro; y caer todo su ejrcito,
como se cae la hoja de la parra, y como se cae la de la higuera. Porque en los
cielos se embriagar mi espada; he aqu que descender sobre Edom en juicio, y
sobre el pueblo de mi anatema", etc. (Isa. 34:4,5).
Aqu tenemos nuevamente las mismas imgenes usadas por nuestro Seor en
su discurso proftico. Y si la suerte de Bosra pudo ser descrita correctamente en
un lenguaje tan elevado, por qu debe considerarse extravagante emplear
trminos similares al describir la suerte de Jerusaln?
Nuevamente, el profeta Miqueas habla de una "venida del Seor" para juzgar y
castigar a Samaria y a Jerusaln - una venida para juicio que
incuestionabblemente haba tenido lugar mucho antes del tiempo de nuestro
Salvador - y con qu magnfico lenguaje representa esta escena!
"De la higuera aprended "De la higuera aprended "Tambin les dijo una
la parbola: Cuando ya su la parbola. Cuando ya parbola: Mirad la higuera y
rama est tierna, y brotan su rama est tierna, y todos los rboles. Cuando
las hojas, sabis que el brotan las hojas, sabis ya brotan, vindolo, sabis
verano est cerca. As que el verano est cerca. por vosotros mismos que el
tambin vosotros, cuando As tambin vosotros, verano est ya cerca. As
veis todas estas cosas, cuando veis que tambin vosotros, cuando
conoced que est cerca, suceden estas cosas, veis que suceden estas
a las puertas. conoced que est cerca, cosas, sabed que est
a las puertas. cerca el reino de Dios.
De cierto os digo que no
pasar esta generacin De cierto os digo, que no De cierto os digo, que no
sin que todo esto pasar esta generacin pasar esta generacin
acontezca". hasta que todo esto hasta que todo esto
acontezca". acontezca".
Uno supondra razonablemente que, despus de una nota de tiempo tan clara y
expresa, no habra lugar para la controversia. Nuestro Seor mismo ha dirimido la
cuestin. Noventa y nueve personas de cada cien sin duda entenderan sus
palabras en el sentido de que la catstrofe predicha ocurrira durante la vida de la
generacin existente. No que todos viviran probablemente para presenciarlo, sino
que la mayora o muchos de ellos estaran vivos cuando aquello ocurriese. No
puede haber duda de que sta sera la interpretacin que los discpulos le daran a
sus palabras. A menos, por lo tanto, que nuestro Seor se propusiera deconcertar
a sus discpulos, les dio a entender claramente que su venida, el juicio de la
nacin juda, y el fin de aquella poca, ocurriran antes de que aquella generacin
hubiese pasado por completo, o sea, dentro de los lmites de su propia existencia.
Como ya hemos visto, esta no era una idea nueva, sino una idea que l mismo
haba expresado antes.
Sin embargo, lejos de aceptar esta decisin de nuestro Salvador como final, los
comentaristas han resistido violentamente lo que parece ser el significado natural
y sensato de sus palabras. Han insistido en que, porque los sucesos predichos no
ocurrieron as en aquella generacin, la palabra generacin (genea) no puede
significar lo que generalmente se entiende que significa, la gente de aquella era o
aquel perodo particular, los contemporneos de nuestro Seor. Afirmar que estas
cosas no ocurrieron es dar la respuesta por sentada, y algo ms.
Pero entendemos que a los gramticos les toca no ser aprensivos de posibles
consecuencias, sino establecer el verdadero significado de las palabras. Sin
peligro, podemos dejar que las predicciones de nuestro Seor se cuiden por s
solas; a nosotros nos toca tratar de entenderlas.
Muchos argumentan que en este lugar la palabra genea debe traducirse como
"raza, o "nacin", y que las palabras de nuestro Seor slo significan que la raza o
nacin juda no pasara, o no perecera, sino hasta que ocurrieran las predicciones
que Jess haba pronunciado. Este es el significado que Lange, Stier, Alford, y
muchos otros expositores, le atribuyen a la palabra, y que es sostenido con
conspicua capacidad y copiosa erudicin por Dorner en su tratado "Do Oratione
Christi Eschatologica". No hay duda de que es verdad que la palabra genea, como
muchas otras, tiene diferentes matices de significado, y que, a veces, en la
Septuaginta y los autores clsicos, puede referirse a una nacin o a una raza.
Pero creemos que es demostrable, sin sombra de duda, que la expresin "esta
generacin", tan a menudo empleada por nuestro Seor, siempre se refiere nica
y exclusivamente a sus contemporneos, el pueblo judo de su propia poca.
Puede dejarse sin peligro al honesto juicio de cada lector, sea erudito en griego o
no, decidir si esto es o no as. Pero, como el punto es de gran importancia, puede
ser deseable aducir las pruebas de este aserto.
2. "A qu comparar esta generacin?" (Mat. 11:6). Aqu admiten Lange y Stier
que la palabra se refiere a "la ltima generacin de Israel entonces existente"
(Lange, in loc, Stier, vol. ii, 98).
3. "La generacin mala y adltera demanda seal". "Los hombres de Nnive se
levantarn en el juicio con esta generacin". "La reina del Sur se levantar en el
juicio con esta generacin". "As tambin acontecer a esta mala generacin"
(Mat. 12:39, 41, 42, 45).
En estos cuatro pasajes, Dorner trata de establecer que nuestro Seor no est
hablando de sus contemporneos, los hombres de su propia poca. "Porque" -
dice - "los gentiles (los habitantes de Nnive y la reina del Sur) se oponen a los
judos; por lo tanto, "esta generacin" [h, genea.a[uth] "debe significar la nacin o
raza de los judos" (Dorner, Orat. Christ. Esch., p. 81). Su argumento, sin
embargo, no es convincente. Ciertamente la generacin que demandaba seal era
la que entonces exista; y puede suponerse que era contra cualquier otra
generacin, diferente de la que resista predicaciones como la de Juan el Butista y
de Cristo, que los gentiles habran de levantarse en juicio? Hay una sola
interpretacin posible de las palabras de nuestro Seor, y es la de que sus
palabras se refieren a su propios perversos e incrdulos contemporneos.
Aqu Dorner mismo admite que es de la generacin existente (hoc ipsum hominum
ovum) de la que se dicen estas palabras (p. 41).
6. "Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta
generacin" (Lucas 17:25). Slo es necesario citar estos pasajes para establecer
que Jess slo se refiere a la generacin particular que rechaz al Mesas.
Estos son todos los ejemplos en los que ocurre la expresin "esta generacin" en
los dichos de nuestro Seor, y estos ejemplos establecen, ms all de todo
cuestionamiento razonable, la referencia de las palabras en la importante
dclaracin que ahora consideramos. Pero, supongamos que adoptramos la
traduccin propuesta, y aceptramos que genea significa raza, qu propsito o
significado tendra entonces la prediccin? Puede alguien creer que la afirmacin
que nuestro Seor hizo tan solemnemente: "De cierto os digo", etc. no equivale
ms que a esto: "La raza hebrea no se habr extinguido sino hasta que todas
estas cosas se hayan cumplido"? Imaginemos a un profeta en nuestro propio
tiempo prediciendo una gran catstrofe en la cual Londres sera destruido, la
catedral de San Pablo y las Cmaras del Parlamento seran arrasadas, y se
perpetrara una terrible matanza de los habitantes; y que cuando se le preguntase:
"Cundo sucedern estas cosas?" contestase: "La raza anglosajona no se
extinguir sino hasta que todas estas cosas se hayan cumplido!" Sera sta una
respuesta satisfactoria? No sera una respuesta como sta considerada como
despectiva para el profeta, y como una afrenta para sus oyentes? No tendran
ellos razn para decir: "No hay peligro en profetizar cuando el suceso es colocado
a una interminable distancia!"? Pero la mera suposicin de tal sentido en la
prediccin de nuestro Seor demuestra que es un reductio ad absurdum. Era
para esto que los discpulos deban esperar y velar? Era sta la leccin que
enseaba la parbola de la higuera? No era sino hasta que la raza juda
estuviese a punto de extinguirse que ellos deban "erguirse, y levantar sus
cabezas"? Una hiptesis tal es su propia refutacin.
Les haba dicho que, antes de que hubiesen completado su misin apostlica a las
ciudades de Israel, el Hijo del hombre vendra (Mat. 10:23). Haba declarado que
toda la sangre derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel hasta la sangre
de Zacaras, sera requerida de aquella generacin (Mat. 23:35, 36). Era, por lo
tanto, de aquella generacin de la cual hablaba. Jams debe olvidarse que haba
algo especial en aquella generacin. Era la ltima y la peor de todas las
generaciones de Israel, que haba heredado la culpa de todas sus predecesoras, y
estaba a punto de ser visitada con juicios sealados y sin paralelo. Si la catstrofe
predicha ocurri o no, es otra cuestin, que ser considerada en su propio lugar.
(10)
Puede que se necesite decir una palabra o dos con respecto al tiempo que cubre
una generacin. Por supuesto, no es una medida de tiempo exacta, como una
dcada o un siglo, sino que posee cierta cualidad de indefinicin o elasticidad,
pero dentro de ciertos lmites, digamos de treinta o cuarenta aos. En el libro de
Nmeros, encontramos que la generacin que provoc que el Seor le excluyera
de la tierra de Canan, y que fue condenada a caer en el desierto, habra de morir
en el espacio de cuarenta aos. En el Salmo 95 leemos: "Cuarenta aos estuve
disgustado con la nacin". En la tabla genealgica que da Mateo, tenemos
informacin para estimar la duracin de una generacin. All encontramos que
"desde la deportacin a Babilonia hasta Cristo", hubo catorce generaciones. (Mat.
1:17). Ahora, se dice que la fecha de la cautividad, en el reino de Sedequas, fue
cerca del ao 586 a. C., lo cual, dividido entre catorce, da cuarentin aos y
fraccin como duracin promedio de cada generacin. La guerra juda bajo el
emperador Nern estall en el ao 66 d. C., y suponiendo que nuestro Seor haya
tenido como treinta y tres aos de edad cuando fue crucificado, esto nos dara un
espacio de como treinta y tres aos en que las seales que anunciaban la
aproximacin del "fin" comenzaron "a suceder". La destruccin del templo y la
ciudad de Jerusaln tuvo lugar en septiembre del ao 70 d. C., esto es, como
treinta y siete aos despus de la profeca del Monte de los Olivos, un espacio de
tiempo que satisface ampliamente los requisitos del caso. No es ni tan corto que
sea inapropiado decir: "No pasar esta generacin", etc., ni tan largo que exceda
la duracin de la vida de muchos que podran haber visto y odo al Salvador, o la
vida de los mismos discpulos.
"El cielo y la tierra pasarn, "El cielo y la tierra pasarn, pero "El cielo y la
pero mis palabras no mis palabras no pasarn. Pero tierra pasarn,.
pasarn. Pero del da y la de aquel da y de la hora nadie pero mis
hora nadie sabe, ni aun los sabe, ni aun los ngeles que palabras no
ngeles de los cielos, sino estn en el cielo, ni el Hijo, sino pasarn".
slo mi Padre". el Padre".
Aunque nuestro Seor ha definido los lmites de tiempo dentro de los cuales
tendra lugar la consumacin predicha, queda un cierto grado de indefinicin con
respecto al momento de su llegada. l no especifica la fecha exacta, ni "la hora, ni
el da", ni siquiera el mes del ao. Esto no significa que la cuestin entera del
tiempo haya quedado sin especificar: se refiere meramente a la fecha precisa. La
consumacin habra de caer dentro del trmino de la generacin existente, pero la
hora precisa en que el campanazo de condenacin sonara no fue revelada a
hombre, ni a ngel, ni (lo que es an ms extrao) al mismo Hijo del hombre. Era
el secreto que el Padre "puso en su sola potestad". Sin duda, haba suficientes
razones para esta reserva. Haber especificado "el da y la hora" - haber dicho: "En
el ao treinta y siete, en el mes sexto, al octavo da del mes, la ciudad ser
tomada y el templo destruido a fuego" - no slo habra sido inconsistente con la
manera de la profeca, sino que habra quitado una de las ms fuertes
motivaciones para la vigilancia constante y la oracin - la incertidumbre del
momento preciso.
"Mas como en los das de No, as ser "Como fue en los das de No, as
la venida del Hijo del Hombre. Porque tambin ser en los das del Hijo del
como en los das antes del diluvio Hombre. Coman, beban, se casaban y
estaban comiendo y bebiendo, se daban en casamiento, hasta el da en
casndose y dndose en casamiento, que entr No en el arca, y vino el diluvio
hasta el da en que No entr en el y los destruy a todos. Asimismo como
arca, y no entendieron hasta que vino el sucedi en los das de Lot; coman,
diluvio y se los llev a todos, as ser bedban, compraban, vendan, plantaban,
tambin la venida del Hijo del Hombre. edificaban; mas el da en que Lot sali de
Entonces estarn dos en el campo; el Sodoma, llovi del cielo fuego y azufre, y
uno ser tomado, y el otro ser dejado. los destruy a todos. As ser el da en
Dos mujeres estarn moliendo en un que el Hijo del Hombre se manifieste. En
molino; la una ser tomada, y la otra aquel da, el que est en la azotea, y sus
dejada. Velad, pues, porque no sabis bienes en casa, no descienda a tomarlos;
a qu hora ha de venir vuestro Seor". y el que en el campo, asimismo no vuelva
atrs. Acordaos de la mujer de Lot. Todo
el que procure salvar su vida, la perder;
y todo el que la pierda, la salvar. Os
digo que en aquella noche estarn dos en
una cama; el uno ser tomado, y el otro
ser dejado. Dos mujeres estarn
moliendo juntas; la una ser tomada, y la
otra dejada. Dos estarn en el campo; el
uno ser tomado, y el otro dejado.
Y respondiendo, le dijeron: Dnde,
Seor? l les dijo: Donde estuviere el
cuerpo muerto, all se juntarn tambin
las guilas".
En este punto, Marcos y Lucas cierran su registro de la profeca del Monte de los
Olivos, y no puede negarse que la terminacin es natural y apropiada. Si embargo,
en el evangelio de Mateo tenemos una serie de parbolas aadidas al discurso de
nuestro Seor, como las que l sola emplear para ensear a la gente. Nos llama
la atencin como un poco singular el hecho de que nuestro Seor hablase a sus
discpulos en parbolas, especialmente en esta ocasin; y no es poco lo que hay
que decir en favor de la opinin de Neander, que "era peculiar que el editor de
nuestro Mateo en griego dispusiese juntos los dichos similares de Jess, aunque
hubiesen sido pronunciados en diferentes ocasiones y en diferentes
circunstancias. Por lo tanto, no es necesario que nos asombremos si encontramos
imposible trazar lneas de distincin en este discurso con entera exactitud; ni es
necesario que tal resultado nos lleve a interpretaciones forzadas, inconsistentes
con la verdad, y con el amor de la verdad. Es mucho ms fcil hacer tales
distinciones en el relato de Lucas (cap. 21), aunque esto no carece de dificultades.
Al comparar Mateo con Lucas, sin embargo, podemos trazar el origen de la
mayora de estas dificultades al hecho de haber mezclado juntas diferentes
porciones, cuando los discursos de Cristo fueron dispuestos en colecciones". (13)
Pero, sin discutir esta cuestin, es muy evidente que las parbolas registradas por
Mateo en relacin con este discurso, aunque no hubiesen sido pronunciadas en
esta ocasin particular, estn estrictamente relacionadas con el tema; mientras
que, si este es su verdadero lugar en la narracin, su relacin con el asunto que
nos ocupa es an ms estrecho e ntimo.
"Pero sabed esto, que si el "Es como el hombre "Pero sabed esto, que s
padre de familia supiese a que, yndose lejos, supiese el padre de familia a
qu hora el ladrn habra de dej su casa, y dio qu hora el ladrn haba de
venir, velara, y no dejara autoridad a sus venir, velara ciertamente, y
minar su casa. Por tanto, siervos, y a cada uno no dejara velar su casa.
tambin vosotros estad su obra, y al portero Vosotros, pues, tambin
preparados; poque el Hijo mand que velase. estad preparados, porque a
del Hombre vendr a la hora la hora que no pensis, el
que no pensis. Quin es, Velad, pues, porque no Hijo del Hombre vendr.
pues, el siervo fiel y sabis cundo vendr Entonces Pedro le dijo:
prudente, al cual puso su el seor de la casa; si Seor, dices esta parbola
seor sobre su casa para al anochecer, o a la a nosotros, o tambin a
que les d el alimento a medianoche, o al canto todos? Y dijo el Seor:
tiempo? Bienaventurado del gallo, o a la Quin es el mayordomo fiel
aquel siervo al cual, cuando maana; para que y prudente al cual su seor
su seor venga, le halle cuando venga de pondr sobre su casa, para
haciendo as. De cierto os repente, no os halle que a tiempo les de su
digo que sobre todos sus durmiendo. Y lo que a racin? Bienaventurado
bienes le pondr. vosotros digo, a todos l aquel siervo al cual, cuando
digo: Velad". su seor venga, le halle
Pero si aquel siervo malo haciendo as. En verdad os
dijere en su corazn: Mi digo que le pondr sobre
seor tarda en venir; y todos sus bienes. Mas si
comenzare a golpear a sus aquel siervo dijere en su
consiervos, y aun a comer y corazn: Mi seor tarda en
a beber con los borrachos, venir; y comenzare a
vendr el seor de aquel golpear a los criados y a las
siervo en da que ste no criadas, y a comer y beber y
espera, y a la hora en que embriagarse, vendr el
no sabe, y lo castigar seor de aquel siervo en da
duramente, y pondr su que ste no espera, y a la
parte con los hipcritas; all hora que no sabe, y le
ser el lloro y el crujir de castigar duramente, y le
dientes". pondr con los infieles".
Se ver que este dicho parablico de nuestro Seor est registrado en una
relacin bastante diferente por Mateo y por Lucas. La semejanza verbal, sin
embargo, es demasiado exacta para hacer probable que fuese pronunciado en
dos ocasiones diferentes. La ms ligera atencin satisfar al lector de que el
informe de Lucas es el ms completo y circunstancial, y que l le asigna su
verdadera posicin cronolgica. Esto se ve por el hecho de que la pregunta de
Pedro, registrada slo por Lucas, dio lugar a las observaciones concluyentes de
nuestro Seor, las cuales, como las presenta Mateo sin este eslabn, parecen
algo incoherentes y abruptas. Adems, apenas podemos suponer que Pedro,
conversando en privado con slo otros tres discpulos en compaa del Seor,
preguntase: "Dices esta palabra a nosotros, o tambin a todos?" - una pregunta
que era de lo ms natural cuando, como nos lo dice Lucas, Jess hablaba a sus
discpulos en presencia de una gran multitud. (Lucas 12:1). Es digno de notarse
tambin que en Marcos 13:34-37, donde podemos detectar trazas de esta
parbola, la pregunta de Pedro es contestada claramente: "Lo que os digo a
vosotros, lo digo a todos: Velad", una afirmacin que estara fuera de lugar cuando
nuestro Seor hablaba a cuatro personas, pero bastante apropiada cuando
hablaba a una multitud.
No hay ninguna impropiedad, por lo tanto, en suponer que Mateo, percibiendo las
palabras de Jess, pronunciadas en otra ocasin, y que ilustran admirablemente la
necesidad de velar en vista de la venida del Seor, las insertase en este discurso
escatolgico. Stier sugiere que Marcos da un breve resumen de Mateo 24:43, con
las dos parbolas del siervo, Mat. 24:45-51 y 24:14, y an con un ligero eco de la
parbola de las vrgenes. (14) No tenemos ms razn para esperar una
disposicin estrictamente cronolgica en los evangelistas que informes
estrictamente al pie de la letra: ni lo uno ni lo otro entraba en sus planes.
Notas:
9. Los fenmenos descritos por nuestro Seor como que acompaan la Parusa
(ver. 29) no pueden explicarse con los portentos y prodigios que, segn Josefo,
precedieron la toma de Jerusaln (Jewish War, bk. vi.c.v. 3). Que por lo menos
algunos de esos portentos aparecieron realmente all no parece haber razn para
dudarlo, y sirven para verificar la prediccin de Lucas 21:11: "Habr terror y
grandes seales en el cielo".
10. La nota en la obra de Robinson "Armona de los Cuatro Evangelios", parte vii,
128, es excelente. "Esta generacin", etc. Estas palabras (genea) no pueden
entenderse (como algunos han explicado) como que se refieren a la nacin juda o
a la raza humana. El significado es que no todos los hombres de aquella poca
moriran (Vase Mat. 16:28, en el prr. 74) antes de que la profeca se cumpliera,
lo cual comenz a ocurrir treinta y siete aos despus de que se pronunci, en la
destruccin de Jerusaln", etc.
Mateo 25:1-13. Entonces el reino de los cielos ser semejante a diez vrgenes que
tomando sus lmparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes
y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lmparas, no tomaron consigo
aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus
lmparas. Y tardndose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la
medianoche se oy un clamor: Aqu viene el esposo; salid a recibirle! Entonces
todas aquellas vrgenes se levantaron, y arreglaron sus lmparas. Y las insensatas
dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lmparas se
apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte tambin
a nosotros y a vosotras, id ms bien a los que venden, y comprad para vosotras
mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban
preparadas entraron con l a las bodas; y se cerr la puerta. Despus vinieron
tambin las otras vrgenes, diciendo: Seor, seor, brenos! Ms l,
respondiendo, dijo: De cierto os digo que no os conozco. Velad, pues, porque no
sabis el da ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".
Casi todos los expositores suponen que ahora Jerusaln e Israel desaparecen
enteramente de la escena, y que nuestro Seor se refiere exclusivamente a la
consumacin final de todas las cosas y al juicio de la raza humana. Esta supuesta
transicin se le facilita al lector de habla inglesa por medio de un nuevo captulo
que comienza en este punto.
Encontramos, pues, en esta parbola una conexin orgnica con todo el discurso
anterior de nuestro Seor. Todava es el gran tema del cual est hablando - la
consumacin que habra de tener lugar dentro de los lmites de la generacin que
exista - y en relacin con la cual los discpulos expresaban una ansiedad tan
natural.
Mateo 25:14-30: Porque el reino de los cielos es como un hombre que yndose
lejos, llam a sus sievos y les entreg sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a
otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y
el que haba recibido cinco talentos fue y negoci con ellos, y gan otros cinco
talentos. Asimismo el que haba recibido dos, gan tambin otros dos. Pero el que
haba recibido uno fue y cav en la tierra, y escondi el dinero de su seor.
Despus de mucho tiempo vino el seor de aquellos siervos, y arregl cuentas con
ellos. Y llegando el que haba recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos,
diciendo: Seor, cinco talentos me entregaste; aqu tienes, he ganado otros cinco
talentos sobre ellos. Y su seor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has
sido fiel, sobre mucho te pondr; entra en el gozo de tu seor. Llegando tambin el
que haba recibido dos talentos, dijo: Seor, dos talentos me entregaste; aqu
tienes, he ganado dos talentos sobre ellos. Su seor le dijo: Bien, buen siervo y
fiel; sobre poco has sido fiel; sobre mucho te pondr; entra en el gozo de tu seor.
Pero llegando tambin el que haba recibido un talento, dijo: Seor, te conoca que
eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no
esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escond tu talento en la tierra; aqu tienes
lo que es tuyo. Respondiendo su seor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabas
que siego donde no sembr, y que recojo donde no esparc. Por tanto, debas
haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mo
con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos.
Porque al que tiene, le ser dado, y tendr ms; y al que no tiene, aun lo que tiene
le ser quitado. Y al siervo intil echadle en las tinieblas de afuera; all ser el lloro
y el crujir de dientes".
En esta parbola encontramos una evidente continuacin del mismo tema, aunque
presentado en un aspecto algo diferente. La moraleja de la parbola precedente
era vigilancia; la de la sta es diligencia. Difcilmente puede decirse que en esta
parbola se ha introducido un nuevo elemento, porque la representacin de la
venida de Cristo como un tiempo de juicio corre a travs de todo el discurso
proftico de nuestro Seor. Es este hecho lo que da propsito y urgencia al
llamado, a menudo reiterado, a ser vigilantes. No slo habra de ser un tiempo de
juicio para Jerusaln e Israel, sino hasta para los discpulos mismos de Cristo.
Tambin ellos tenan que "estar de pie delante del Hijo del hombre". Haba peligro
de que "aquel da" viniera sobre ellos sin que estuvieran preparados y estando
descuidados. Esta asociacin de juicio con la Parusa aparece en la parbola del
seor de la casa, y todava ms en la de los siervos buenos y malos. Queda
expresada an ms vvidamente en la parbola de las vrgenes prudentes y las
vrgenes insensatas, y tiene todava mayor prominencia en la parbola de los
talentos; pero alcanza el clmax en la parbola final, si puede decirse, de las
ovejas y los carneros.
Mateo 25:31-46 - "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los
santos ngeles con l, entonces se sentar en su trono de gloria, y sern reunidas
delante de l todas las naciones; y apartar los unos de los otros, como aparta el
pastor las ovejas de los cabritos. Y pondr las ovejas a su derecha, y los cabritos
a su izquierda.
Es, pues, con un profundo sentido de la dificultad de la tarea que nos atrevemos a
impugnar la interpretacin de tantos hombres sabios y buenos, y argumentar que
el pasaje, no slo es parte integral de la profeca, sino que pertenece por entero al
tema del discurso de nuestro Seor, el juicio de Israel y el fin de la era [juda].
2. Esta "venida del Hijo del hombre" ya ha sido predicha por nuestro Seor (Mat.
24:30 y pasajes paralelos), y el tiempo expresamente definido, siendo incluido en
la abarcante declaracin: "De cierto os digo: No pasar esta generacin, sin que
todo esto acontezca" (Mat. 24:34).
"Porque el Hijo del Hombre vendr en "Cuando el Hijo del Hombre venga en su
la gloria de su Padre con sus ngeles, gloria, y todos los santos ngeles con l,
y entonces pagar a cada uno segn entonces se sentar en su trono de gloria,
sus obras. y sern reunidas delante de l todas las
naciones", etc.
"De cierto os digo que hay algunos de
los que estn aqu, que no gustarn la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo
del Hombre viniendo en su reino".
g) En Mateo 16:28, se afirma expresamente que esta venida en gloria, etc., habra
de tener lugar durante la vida de algunos de los que estaban all presentes. Esto
fija la ocurrencia de la Parusa dentro de los lmites de una vida humana, estando
as en perfecto acuerdo con el perodo definido por nuestro Seor en su discurso
proftico. "No pasar esta generacin", etc.
Nos sentimos plenamente autorizados, pues, para considerar la venida del Hijo del
hombre de Mat. 25 como idntica a aquella a la que se hace referencia en Mat. 16,
que algunos discpulos habran de vivir para presenciar.
As, pues, a pesar de las palabras "todas las naciones" de Mat. 25:32, llegamos a
la conclusin de que de lo que se habla aqu no es "la consumacin final de todas
las cosas", sino del juicio de Israel al final de la era juda, o del en judo.
4. Pero todava se objetar que queda una formidable dificultad en la expresin
"todas las naciones". Sin embargo, la dificultad es ms aparente que real; porque
Hay un ejemplo de esto en este mismo discurso de nuestro Seor. En Mat. 24:22,
hablando de la "gran tribulacin", l dice: "Y si aquellos das no fuesen acortados,
nadie sera salvo". Ahora, es evidente que esta "gran tribulacin" estaba limitada a
Jerusaln, o, en todo caso, a Judea, y sin embargo, tenemos una expresin usada
en relacin con los habitantes de una ciudad o pas, que es lo bastante amplia
para incluir a la raza humana entera, en el sentido en que Lange y Alford en
realidad la entienden.
Esta posicin recibe fuerte confirmacin del hecho de que la misma frase en la
comisin apostlica (Mat. 28:19): "Id y haced discpulos a todas las naciones" no
parece haber sido entendida por los discpulos en el sentido de que se refera a la
poblacin entera del globo, o a alguna nacin ms all de Palestina. Se supone
comnmente que los apstoles saban que haban recibido la tarea de evangelizar
al mundo. Si efectivamente lo saban, eran culpables de haber descuidado el
ocuparse de ello. Pero puede suponerse que las palabras de nuestro Seor no
transmitieron ninguna idea como sta a sus mentes. El erudito profesor Burton
observa: "No fue sino hasta 14 aos despus de la ascensin de nuestro Seor
cuando Pablo viaj por primera vez, y predic el evangelio a los gentiles. Y no hay
ninguna evidencia de que, durante ese perodo, los otros apstoles traspasaron
los lmites de Judea". (1)
5. Una vez ms, a la peculiar prueba de carcter aplicada por el juez en esta
descripcin parablica se opone fuertemente la idea de que esta escena
representa el juicio final de la raza humana entera. Se observar que el destino de
los justos y los impos se hace girar alrededor del tratamiento que respectivamente
ofrecieron a los sufrientes discpulos de Cristo. Todas las cualidades morales, toda
conducta virtuosa, toda fe verdadera, quedan aparentemente fuera de las cuentas,
y slo se toman en cuenta los actos de caridad y beneficencia hacia los
angustiados discpulos. No es de sorprenderse que esta circunstancia haya
causado gran perplejidad tanto a telogos como a lectores en general. Es sta la
doctrina de Pablo? Es sta la base para la justificacin delante de Dios que se
establece en el Nuevo Testamento? Debemos llegar a la conclusin de que el
destino eterno de la raza humana, desde Adn hasta el ltimo hombre, depender
finalmente de su caridad y su simpata hacia los perseguidos y sufrientes
discpulos de Cristo?
Siendo esto as, se ve que la profeca entera del Monte de los Olivos es un todo
homogneo y conectado: "simplex duntaxat et unum". Ya no es una mezcla
confusa e ininteligible, que frustra toda interpretacin, que parece hablar con dos
voces, y que seala en diferentes direcciones al mismo tiempo. Es una
representacin clara, consecutiva, e histricamente correcta del juicio de la nacin
teocrtica al final de la era juda o del perodo judo. La teora de interpretacin
que considera este discurso como tpico del juicio final de la raza humana, y de
una catstrofe mundial que acompaa este suceso, en realidad no encuentra
ningn apoyo en la prediccin misma, al tiempo que conlleva inextricable
perplejidad y confusin. Si, por una parte, pudiera demostrarse que la profeca,
como un todo, es aplicable igualmente en cada una de sus partes a dos
acontecimientos diferentes y ampliamente separados; o, por la otra, que en cierto
punto se separa de un tema, y trata del otro, entonces el doble sentido, o la
referencia doble, se sostendra sobre alguna base inteligible. Pero no encontramos
ninguna lnea divisoria en la profeca entre lo cercano y lo remoto, y todos los
intentos de trazar dicha lnea son insatisfactorios y arbitrarios hasta el extremo.
An ms insostenible es la hiptesis de un doble significado que corre a travs del
todo; una hiptesis que supone una "facultad verificadora" en el expositor o en el
lector, y da un poder de discrecin tan grande al crtico ingenioso que parece
completamente incompatible con la reverencia debida a la Palabra de Dios.
La perplejidad que la teora del doble sentido involucra es puesta bajo una fuerte
luz por la confesin de Dean Alford, quien, al final de sus comentarios sobre esta
profeca, expresa honestamente su insatisfaccin con los puntos de vista que
haba propuesto. "Creo que es correcto", dice, "expresar en esta tercera edicin
que, habiendo entrado en un estudio ms profundo de las porciones profticas del
Nuevo Testamento, no siento en modo alguno la plena confianza que una vez tuve
en la exgesis, quoad interpretacin proftica, que aqu se da de las tres
porciones de este captulo 25. Pero no tengo ningn otro sistema con el cual
reemplazarla, y algunos de los puntos tratados aqu me parecen tan de peso como
siempre. Me pregunto mucho si el estudio exhaustivo de la profeca de la Escritura
me volver ms y ms desconfiado de toda sistematizacin humana, y menos
dispuesto a correr el riesgo de hacer un fuerte aserto sobre cualquier porcin del
tema". (Julio de 1855). En la cuarta edicin, Alford aade: "Aprobado, Octubre de
1858)". Esta es una sinceridad altamente honorable para el crtico, pero sugiere
esta reflexin: Si, con toda la luz y la experiencia de dieciocho siglos, la profeca
del Monte de los Olivos todava contina siendo un enigma sin resolver, cmo
podra haber sido inteligible para los discpulos, que la escucharon ansiosamente
de los labios del Maestro? Podemos suponer que, en ese momento, l les
hablara en acertijos ininteligibles? Que cuando le pidieran pan les dara una
piedra? Imposible. No hay razn para creer que los discpulos eran incapaces de
comprender las palabras de Jess, y, si estas palabras han sido malinterpretadas
en tiempos posteriores, es porque un mtodo de interpretacin falso y antinatural
ha oscurecido y desfigurado lo que en s mismo es bastante luminoso y simple. Es
cosa de sorprenderse que los expositores hayan demostrado tal indiferencia hacia
las expresas limitaciones de tiempo establecidas por nuestro Seor; que se les
haya dado significados forzados y antinaturales a palabras como ai,w n
genea.ente,j, etc.; que se hayan trazado lneas divisorias en el discurso donde no
existe ninguna - y en general, que se haya sometido a la profeca a un tratamiento
que no sera tolerado en la crtica de ningn clsico griego o latino. Permtase
solamente que el lenguaje de la Escritura sea tratado con justicia comn, e
interpretado por los principios de la gramtica y el sentido comn, y quedar
eliminada gran parte de la oscuridad y de los malentendidos, y saldr a la luz la
forma y la substancia mismas de la verdad. (2).
Todo esto es innegable; pero sera demasiado esperar que esto fuese
considerado como cumplimiento adecuado de las palabras de nuestro Salvador
por muchos a los cuales el prejuicio o las interpretaciones tradicionales les han
enseado a ver ms en la profeca de lo que jams incluy la inspiracin. El
lenguaje, se dice, es demasiado magnfico, las transacciones demasiado
estupendas para ser satisfechas por un suceso tan inadecuado como el juicio de
Israel y la destruccin de Jerusaln. Ya hemos tratado se sealar el verdadero
significado y la verdadera grandeza de ese acontecimiento. Pero la nica
respuesta suficiente a todas esas objeciones es la expresa declaracin de nuestro
Seor, que cubre el mbito entero de este discurso proftico. "De cierto os digo,
que no pasar esta generacin sin que todo esto acontezca". Sin duda, hay
algunas porciones de esta prediccin que pueden ser verificadas por el testimonio
humano. Espera alguien que Tcito, Suetonio, o Josefo, o cualquier otro
historiador, relate que "el Hijo del hombre fue visto viniendo en las nubes del cielo
con poder y gran gloria; que l convoc a las naciones a este tribunal, y
recompens a cada uno segn sus obras"? Hay una regin en la cual no pueden
entrar los testigos y los reporteros; carne y sangre no pueden contemplar los
misterios de lo espiritual o lo inmaterial. Pero hay tambin una gran porcin de la
profeca que puede ser verificada, y que puede ser ampliamente verificada. Hasta
un atacante del cristianismo, que impugna el conocimiento sobrenatural de Cristo,
se ve obligado a admitir que "la porcin relativa a la destruccin de la ciudad es
singularmente definida, y corresponde muy de cerca al acontecimiento verdadero".
(4) El puntual cumplimiento de la parte de la profeca que entra en el campo de la
observacin humana garantiza la verdad del resto, que no cae dentro de esa
esfera. En la secuela de esta discusin, descubriremos que los sucesos que ahora
parecen increbles a muchos eran la confiada expectacin y la esperanza de la
era apostlica, y que los primeros cristianos estaban plenamente persuadidos de
su realidad y su cercana. Quedamos, pues, en este dilema: O las palabras de
Jess han fallado, y las esperanzas de sus discpulos han sido falsificadas, o de lo
contrario esas palabras y esas esperanzas se han cumplido, y la profeca se ha
cumplido plenamente en todas sus partes. Una cosa es cierta. La veracidad de
nuestro Seor queda comprometida con la afirmacin de que la totalidad y cada
una de las partes de los acontecimientos contenidos en esta profeca habran de
tener lugar antes del fin de la generacin existente. Si algn lenguaje puede
reclamar para s el ser preciso y definido, es el que nuestro Seor emplea para
marcar los lmites del tiempo dentro del cual se cumpliran sus palabras. Nuestro
Seor guarda silencio sobre cualesquiera otras catstrofes, de otras naciones, en
otras pocas, que puedan haber en el futuro. l habla de su propia nacin
culpable, y de su venida judicial al final de la era, como haban predicho a menudo
y claramente Malaquas, Juan el Bautista, y Jess mismo. (5) De esto sus
palabras han de ser tenidas por responsables; ms all de esto es mera
especulacin humana, las hiptesis de los telogos, sin ninguna base segura en la
Escritura.
Hemos, pues, tratado de rescatar esta gran profeca del mtodo impreciso y nada
crtico de interpretacin por medio del cual ha sido tan oscurecida y embrollada;
as que dejemos que nos transmita a nosotros el mismo significado distinto y claro
que transmiti a los discpulos. Reverencia hacia la Palabra de Dios, y la debida
consideracin por los principios de interpretacin, nos prohiben imponer
construcciones no naturales y dobles sentidos, que en efecto "aadiran a las
palabras de esta profeca". No nos atrevemos a jugar irresponsablemente con las
expresas y precisas afirmaciones de Cristo. No encontramos sino una Parusa; un
fin de la era; una catstrofe inminente; un terminus ad quem - "esta generacin".
Protesstamos contra la exgesis que manipula la Palabra de Dios tan libremente
que se recomienda a s misma a los ojos de muchos. "El Seor", se dice, "siempre
est viniendo a los que esperan su aparicin. Vemos su venida a gran escala en
cada crisis de la gran historia humana. En revoluciones, en reformas, y en las
crisis de nuestra historia individual. Para cada uno de nosotros, hay un
advenimiento del Seor, tan a menudo como se nos presentan nuevos y mayores
aspectos de la verdad, o somos llamados a entrar en deberes nuevos y quizs
ms laboriosos y emocionantes". (6) De esta manera, podra ser ms difcil decir lo
que no es una "venida del Seor". Pero, al convertirla en cualquier cosa y en todas
las cosas, la convertimos en nada. Est vaca de toda precisin y realidad. No hay
razn para que la encarnacin, la crucifixin, y la resurreccin no puedan, de
manera similar, llegar a ser transacciones comunes y diarias, as como la Parusa.
Una cosa es decir que los principios del gobierno divino son eternos e inmutables,
y que, por lo tanto, lo que Dios hace a un pueblo, o a una poca, har en
circunstancias similares a otras naciones y a otras pocas; otra cosa es decir que
esta profeca tiene dos significados: uno para Jerusaln e Israel, y otro para el
mundo y la consumacin final de todas las cosas. Sostenemos, con Neander, que
"las palabras de Cristo, como sus obras, contienen en s mismas el germen de un
desarrollo infinito, reservado para que lo revelen las edades futuras". (7) Pero esto
no implica que la profeca es cualquier cosa que pueda concebir una fantasa
ingeniosa, o que tenga sentidos ocultos o ulteriores que subyacen el significado
aparente y natural del lenguaje. El deber del intrprete y estudiante de la Escritura
es, no intentar lo que la Escritura pueda hacrsele decir, sino someter su
comprensin de "los verdaderos dichos de Dios", que son por lo general tan
sencillos como profundos. (8)
Notas:
"Ahora surge la pregunta de si, bajo estas limitaciones de tiempo, es posible una
referencia del lenguaje de nuestro Seor al da del juicio y al fin del mundo en
nuestro sentido de estos trminos. Los que sostienen este punto de vista intentan
de varias maneras deshacerse de las dificultades que surgen de estas
limitaciones. Algunos asignan a (e.nqe,nj) el significado de sbitamente, como lo
emplea la Sepuaginta en Job ver. 3 para el hebreo. Pero, an en este pasaje, el
propsito del escritor es simplemente marcar una secuencia inmediata - indicar
que otro suceso ms consecuente ocurre en seguida. Ni se ganara nada aunque
se pudiera disponer de la palabra (nqe,wj), con tal de que permaneciera la
subsiguiente limitacin a "esta generacin". Y en esto tambin otros han tratado
de referir genea a la raza de los judos, o a los discpulos de Cristo, no slo sin el
ms ligero fundamento, sino contrariamente a todo uso y a toda analoga. Todos
estos intentos de aplicar la fuerza al significado del lenguaje son en vano, y ahora
han sido abandonados por la mayora de los comentaristas de nota".
"Pero", contina, "la ltima parte del cap. 24, es decir, desde el ver. 43 hasta el 51,
est ntimamente conectada con la parbola inicial del ca. 25", que parece
proporcionar suficiente base para considerar que este pasaje tambin se refiere al
juicio futuro. En el ver. 43 de Mat. 24, por lo tanto, el Dr. Robinson cree que
nuestro Seor abandona por completo el tema de Jerusaln y entra en un tema
nuevo, el juicio del mundo.
En seguida es evidente que la totalidad de su razonamiento queda viciado por la
falsa premisa con la cual comienza, o sea, la suposicin de que la parbola de las
ovejas y los cabritos se refiere al juicio de la raza humana. Ya hemos demostrado
que no hay ningn nuevo comienzo en Mat. 24:48.
Lucas 23:27-31. "Y le segua gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y
hacan lamentacin por l. Pero Jess, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de
Jerusaln, no lloris por m, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.
Porque he aqu vendrn das en que dirn: Bienaventuradas las estriles, y los
vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarn a
decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en
el rbol verde hacen estas cosas, en el seco, qu no se har?"
Aqu tenemos una afirmacin tan clara, tan definida en cada punto que puede fijar
su referencia - tiempo, lugar, personas, circunstancias - que no queda lugar para
la incertidumbre. Apunta a un tiempo que no estaba muy distante, sino a las
puertas - "vendrn das" - un tiempo que las personas a las cuales se hablaba y
sus nios viviran para presenciar; un tiempo de gran tribulacin, que caera con
particular severidad sobre las mujeres y los nios; un tiempo cuando, en la agona
de su terror, las multitudes desesperadas clamaran a los montes y a los collados
para que cayeran sobre ellos y les cubrieran.
La Comisin Apostlica
"Por tanto, id, y haced "Y les dijo: Id por "Y que se predicase
discpulos a todas las todo el mundo y en su nombre el
naciones, bautizndolos en predicad el arrepentimiento y el
el nombre del Padre, del evangelio a toda perdn de pecados en
Hijo, y del Espritu Santo; criatura". todas las naciones,
ensendoles que guarden comenzando desde
todas las cosas que os he "Y ellos, saliendo, Jerusaln".
mandado; y he aqu yo estoy predicaron en todas
con vosotros todos los das, partes, ayudndoles
hasta el fin del mundo. el Seor y
Amn". confirmando la
palabra con las
seales que la
seguan. Amn".
Notas:
En los evangelios sinpticos, hemos podido, por lo general, comparar unas con las
otras las alusiones a la Parusa registradas por los evangelistas; y a menudo
hemos encontrado ventajoso hacerlo. No es fcil, sin embargo, entrelazar el cuarto
evangelio con los sinpticos, y a menudo es un poco notable que ni una sola
alusin a la Parusa en los ltimos se encuentre en el primero. Es, pues, preferible,
por todas las razones, considerar el evangelio de Juan por s mismo, y
encontraremos que las referencias al tema de nuestra investigacin, aunque no
muchas en nmero, son muy importantes y estn llenas de inters.
"No os maravillis de esto; porque vendr hora cuando todos los que estn en los
sepulcros oirn su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrn a resurreccin de vida;
mas los que hicieron lo malo, a resurreccin de condenacin".
No puede haber ninguna duda de que el pasaje que se acaba de citar (ver. 28,29)
se refiere a la resurreccin literal de los muertos. Tambin puede admitirse que los
versculos precedentes (25,26) se refieren a la comunicacin de vida espiritual a
los que estn muertos espiritualmente. (1) El tiempo para este proceso vivificante
ya haba comenzado. "La hora viene, y ahora es". Los muertos en delitos y
pecados estaban a punto de ser vivificados por el poder resucitador del Espritu
divino actuando en las almas de los hombres para que predicasen el evangelio de
Cristo. Este poder vivificador perteneca, por designio divino, al Hijo de Dios, al
cual tambin haba sido entregado, en virtud de su humanidad, el oficio de Juez
supremo (ver. 27).
Por supuesto, no puede probarse absolutamente que la frase "la hora viene" se
refiere precisamente al mismo punto en el tiempo en estos dos casos, aunque es
fuerte la presuncin de que as es. Para esta etapa, baste notar que nuestro Seor
habla aqu de la resurreccin de los muertos y el juicio como sucesos que no
estaban distantes, pero tan distantes que poda decirse correctamente: "La hora
viene", etc.
Juan 6:39. "Y esta es la voluntad del Padre, el que me envi: Que de todo lo que
me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el da postrero".
En estos pasajes tenemos otra nueva frase en relacin con la consumacin que se
acercaba, que es peculiar al cuarto evangelio. En los sinpticos nunca
encontramos la expresin "el da postrero", aunque encontramos sus equivalentes,
"aquel da" y "el da del juicio". No puede dudarse que estas expresiones son
sinnimas, y se refieren al mismo perodo. Pero ya hemos visto que el juicio es
contemporneo con "el fin del tiempo" (sonteleia ton aiwnoj), e inferimos que "el
da postrero" es slo otra forma de la expresin "el fin del tiempo" o Pen. La
Parusa tambin est representada constantemente como coincidente en el tiempo
con "el fin del tiempo", de modo que todos estos grandes sucesos, la Parusa, la
resurreccin de los muertos, el juicio, y el da postrero, son contemporneos.
Entonces, puesto que el fin del tiempo no es, como se imagina generalmente, el
fin del mundo, o la destruccin total de la tierra, sino la terminacin de la economa
juda; y puesto que nuestro Seor mismo clara y frecuentemente coloca ese
suceso dentro de los lmites de la genracin existente, llegamos a la conclusin de
que la Parusa, la resurreccin, el juicio, y el da postrero, pertenecen todos al
perodo de la destruccin de Jerusaln.
Por muy alarmante o increble que pueda parecer esta conclusin al principio,
es la enseanza a la cual el Nuevo Testamento est dedicado absolutamente,
y, al avanzar en esta investigacin, encontraremos que la evidencia en apoyo de
esta conclusin se acumula hasta tal grado que es irresistible. Nos encontraremos
con expresiones como "los ltimos tiempos", "los ltimos das", y "la tima hora",
que evidentemente denotan el mismo perodo que "el da postrero", pero de las
cuales, sin embargo, se habla como no lejanas, y hasta como que ya han llegado.
Mientras tanto, slo podemos pedir al lector que reserve su juicio, y calmada e
imparcialmente sopese la evidencia derivada, no de autoridad humana, sino de la
misma palabra de inspiracin.
Juan 12:31. "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el prncipe de este mundo
ser echado fuera".
Juan 16:11. "De juicio, por cuanto el prncipe de este mundo ha sido juzgado".
No hay duda de que hay mucha verdad importante en esta explicacin, pero no
satisface todos los requisitos del lenguaje muy claro y enftico de nuestro Seor
con respecto a la cercana y lo completo del suceso al cual se refiere: "Ahora es el
juicio de este mundo; ahora el prncipe de este mundo ser echado fuera". No es
suficiente decir que, para la previsin proftica de nuestro Salvador, el futuro
distante era como si fuera el presente; ni que, por la cercana de su muerte, el
juicio del mundo y la expulsin de Satans estaran virtualmente asegurados, y
que por lo tanto podran ser considerados como hechos consumados. Tampoco es
suficiente decir que, desde el momento en que se ofreci el gran sacrificio de la
cruz, el poder y la influencia de Satans comenzaron a menguar, y tiene que
disminuir constantemente hasta que l sea finalmente aniquilado. El lenguaje de
nuestro Seor apunta manifiestamente a una transaccin judicial grande y final,
que pronto habra de tener lugar. Pero juicio es un acto que difcilmente puede
concebirse como extendindose sobre un perodo indefinido, y especialmente
cuando est restringida por la palabra ahora, a un punto distinto e inminente en el
tiempo. La frase "echado fuera", tambin, es evidentemente una alusin a la
expulsin de un demonio de un cuerpo posedo por un espritu inmundo. Pero esto
indica un acto sbito, violento, y casi instantneo, y no un proceso gradual y
prolongado. Ninguna figura podra ser menos apropiada para describir la lenta
decadencia y el agotamiento final del poder satnico que la expulsin de un
demonio. Nos vemos obligados, pues, a hacer a un lado la explicacin que hace
que las palabras de nuestro Seor se refieran a un juicio que, despus de
transcurridos muchos siglos, todava contina; o a una expulsin de Satans que
todava no se ha efectuado. l no hablara de un juicio, que no habra de tener
lugar por miles de aos, como si fuera "ahora", ni de una inminente "expulsin" de
Satans, que habra de ser el resultado de un proceso lento y prolongado.
Concluimos, entonces, que, cuando nuestro Seor dijo: "Ahora es el juicio de este
mundo", etc., se refera a un suceso que estaba cercano, y, en cierto sentido, era
inmediato: es decir, tena a la vista aquella gran catstrofe que apenas parece
haber estado ausente de sus pensamientos - la solemne transaccin judicial
cuando "el Hijo del hombre habra de sentarse sobre el trono de su gloria" - la gran
"cosecha" al final del tiempo, cuando los ngeles segadores habran de "recoger
de su reino todas las cosas que ofenden y hacen inquidad". Si se objeta a esto
que la palabra ko.smoj (mundo) es demasiado abarcante para que quede
restringida a una tierra o una nacin, puede replicarse que kosmoj se emplea aqu,
como en algunos otros pasajes, especialmente en los escritos de Juan, ms bien
en un sentido tico que como expresin geogrfica. (Vase Juan 7:7; 8:23; 1 Juan
2:15; v.14).
Pero puede decirse: Cmo podra hablarse de este juicio de Israel como si fuese
"ahora" ms que de un juicio que todava est en el futuro? Cuarenta aos de aqu
en adelante no es ms ahora que cuatro mil aos. A esto puede replicarse: Ms
que ningn otro, el suceso que ahora era inminente precipitara la condenacin de
Israel. La crucifixin de Cristo habra de ser el clmax del crimen, el acto
culminante de apostasa y culpabilidad que llen la copa de la ira, y sell la suerte
de "aquella generacin malvada". El intervalo entre la crucifixin de Cristo y la
destruccin de Jerusaln fue slo el breve espacio entre el pronunciamiento de la
sentencia y la ejecucin del criminal; y de la misma manera, nuestro Seor,
cuando abandon el templo por ltima vez, exclam: "He aqu, vuestra casa os es
dejada desierta", aunque su desolacin no tuvo lugar realmente sino hasta casi
cuarenta aos ms tarde, pudo decir: "Ahora es el juicio de este mundo", aunque
un espacio de tiempo semejante transcurrira entre el pronunciamiento y la
ejecucin de sus palabras.
Vale la pena observar que nuestro Seor, en una ocasin anterior, hizo una
declaracin muy parecida a la que ahora estamos considerando.
Cuando los setenta discpulos regresaron de su misin evanglica, informaron con
regocijo de su xito al echar fuera demonios en el nombre de su Maestro:
"Del mismo modo que Jess haba designado previamente la cura, por l mismo,
de endemoniados como una seal de que el reino de Dios haba venido a la tierra,
as tambin ahora consider lo que los discpulos informaron como seal del poder
conquistador de ese reino, delante del cual toda cosa mala tena que retroceder:
'Yo vea a Satans caer del cielo como un rayo', es decir, del pinculo del poder
que hasta ahora haba tenido entre los hombres. Antes de que la mirada intuitiva
de su espritu expusiera a la vista los resultados que habran de seguir a su obra
redentora despus de su ascensin al cielo, vio, en espritu, al reino de Dios
avanzando triunfante sobre el reino de Satans. No dice: 'Ahora veo', sino 'Vea'.
Lo vea antes de que los discpulos trajeran su informe de las maravillas que
haban llevado a cabo. Mientras ellos estaban llevando a cabo estas obras
aisladas, l vea la sola gran obra de la cual las de ellos eran slo seales
particulares e individuales - la victoria, completamente ejecutada, sobre el gran
poder del mal que haba gobernado a la humanidad". (2)
Al comparar estas dos notables afirmaciones de nuestro Seor, hay tres puntos
que merecen particular atencin:
Juan 14:3. "Y si me fuere y os preparare lugar, vendr otra vez, y os tomar a m
mismo".
Por simples que puedan parecer estas palabras, han causado gran perplejidad a
los comentaristas. La misma simplicidad de las palabras es posiblemente la causa
de la dificultad de ellos: porque es muy difcil creer que significan lo que parecen
decir. Se ha supuesto que nuestro Seor se refiere, en algunos pasajes, a su
cercana partida de la tierra y a su regreso final al "fin de los das", a la
consumacin de la historia humana; y que, en otros, se refiere a su ausencia
temporal durante el intervalo entre su crucifixin y su resurreccin.
"El venir otra vez del Seor no es un solo acto, como su resurreccin, o el
descenso del Espritu, o su segundo advenimiento personal, o la venida final en
juicio, sino el gran complejo de todo esto, cuyo resultado ser que l tome a su
pueblo a s mismo adonde l est. Este ercomaise inicia (ver. 18) en su
resurreccin; contina (ver. 23) en la vida espiritual, alistndoles para el lugar que
est preparado; progresa an ms cuando cada uno, por medio de la muerte, es
arrebatado para estar con l (Fil. 1:23); se completa plenamente en su venida en
gloria, cuando estarn con l para siempre (1 Tes. 4:17) en el perfecto estado de
resurreccin". (3)
Todo esto se desarrolla a partir de una sola palabra, ercomai! Pero, si ercomai
tiene tal variedad y complejidad de significados, por qu no npayw y porenomai?
Por qu no debera tener "fuere" tantas partes y procesos como "vendr otra
vez"? De la misma manera, puede preguntarse: Cmo podran haber entendido
los discpulos el lenguaje de nuestro Seor, si el lenguaje tena un "gran complejo"
de significados? O cmo puede esperarse que hombres sencillos capten jams
el significado de las Escrituras si las expresiones ms simples son tan intrincadas
y desconcertantes?
Que este esperado regreso y esta reunin no eran un suceso lejano, que estaba a
una distancia de muchos siglos, sino un suceso que estaba a las puertas, lo
demuestran las subsiguientes referencias a l que hace nuestro Seor. "Todava
un poco, y no me veris; y de nuevo un poco, y me veris; porque yo voy al
Padre". (Juan 16:16). Pronto habra de dejarles; pero no para siempre, ni por
mucho tiempo - "un poco", unos pocos y cortos a;os, y su tristeza y su separacin
terminaran; porque "os volver a ver, y se gozar vuestro corazn, y nadie os
quitar vuestro gozo" (Juan 16:22). Se observar que nuestro Seor no dice que la
muerte les reunira, sino que lo hara su venida. Esa venida, pues, no poda estar
distante.
"Sal del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre"
(Juan 16:28).
"Vendr otra vez, y os recibir a m mismo, para que donde yo estoy, vosotros
tambin estis" (Juan 14:3).
Juan 2:22. "Jess le dijo: Si quiero que l quede hasta que yo venga, qu a ti?
Sgueme t".
Sera until especificar y discutir las varias interpretaciones de este pasaje que
hombres eruditos han conjeturado. Si hubiese sido un enigma para la Esfinge, no
podra haber causado ms perplejidad y sido ms desconcertante. Los que
deseen ver algunas de las numerosas opiniones que han sido tradas a colacin
sobre el tema las encontrarn en las referencias de Lange. (5)
Las palabras mismas son suficientemente sencillas. Toda la oscuridad y todas las
dificultades han sido importadas a ellas por la renuencia de los intrpretes a
reconocer, en la "venida" de Cristo, un punto en el tiempo, claro y definido, dentro
del espacio de la generacin existente. A menudo, al reiterar nuestro Seor la
certeza de que vendra en su reino, vendra en gloria, vendra a juzgar a sus
enemigos y a recompensar a sus amigos, antes de que pasara por completo la
generacin que entonces exista en la tierra, parece haber una repugnancia casi
invencible, de parte de los telogos, a aceptar las palabras de Jess en su sentido
obvio y sencillo. Persisten en suponer que l debe haber querido decir alguna otra
cosa o algo ms. Admtase una vez lo que es innegable, que nuestro Seor mismo
declar que su venida habra de tener lugar durante la vida de algunos de sus
discpulos (Mat. 16:27,28), y la dificultad desaparece. Acababa de revelar a Simn
Pedro con qu muerte habra de glorificar a Dios, y Pedro, con caracterstica
impulsividad, se atrevi a preguntar cul sera el destino del discpulo amado, en
quien se fij en ese momento. Nuestro Seor no dio una respuesta explcita a esta
pregunta, que sonaba un poco a intromisin, pero los discpulos entendieron que
su respuesta quera decir que Juan vivira para ver el regreso de Jess. "Si quiero
que l quede hasta que yo venga". Este lenguaje es muy significativo. Supone
como posible que Juan viviera hasta la venida del Seor. Es ms, lo sugiere como
probable, aunque no lo afirma como cierto. Los discpulos lo interpretaron como
que Juan no morira en absoluto. El evangelista mismo ni afirma ni niega lo
correcto de esta interpretacin, sino que se contenta con repetir las palabras de
Jess: "Si quiero que l quede hasta que yo venga". Es, sin embargo, una
circunstancia del mayor inters que sabemos cmo se entendieron generalmente
las palabras de Jess en ese momento en la hermandad de los discpulos.
Evidentemente, llegaron a la conclusin de que Juan vivira para presenciar la
venida de Jess; y dedujeron que, en ese caso, l no morira en absoluto. Es esta
ltima inferencia la que Juan se guarda de hacer. Que l vivira hasta la venida del
Seor, Juan parece admitirlo sin duda. Si esto implicaba, adems, que no morira
en absoluto, era un punto dudoso que las palabras de Jess no decidieron.
Tampoco era esta inferencia de "los hermanos" una cosa tan increble o
irrazonable como les puede parecer a muchos. Vivir hasta la venida del Seor era,
de acuerdo con la creencia y la enseanza apostlica, equivalente a gozar de la
exencin de muerte. Pablo enseaba a los corintios: "No todos dormiremos
[moriremos], pero todos seremos transformados" (1 Cor. 15:51). Habl a los
tesalonicenses de la posibilidad de estar vivos a la venida del Seor: "Nosotros
que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Seor" (1 Tesa. 4:15).
Expresaba su propia preferencia personal de no "ser desnudados [de la
vestimenta del cuerpo], sino revestidos [con la vestimenta espiritual] -- en otras
palabras, no morir, sino ser transformados (2 Cor. 5:4). Los discpulos podran
estar justificados en esta creencia por las palabras de Jess en la noche de la
cena pascual: "Vendr otra vez, y os tomar a m mismo". Cmo podran ellos
suponer que esto significaba la muerte? O ellos pueden haber recordado las
palabras de l en el Monte de los Olivos: "Y enviar sus ngeles con gran voz de
trompeta, y juntarn a sus escogidos", etc. (Mat. 24:31). Esto, les haba
asegurado, tendra lugar antes de que pasara la actual generacin. No estaban,
pues, por completo sin preparacin para recibir un anuncio como el que el Seor
hizo con respecto a Juan. (6).
5. Que tal opinin armonizara con la expresa enseanza de nuestro Seor con
respecto a la cercana y la coincidencia de su propia venida, la destruccin de
Jerusaln, el juicio de Israel, y el fin de aquel en o aquella era.
6. Que todos estos sucesos, segn las afirmaciones de Jess, ocurriran dentro
del
perodo de la presente generacin.
Habiendo visto as los cuatro evangelios y examinado todos los pasajes que se
relacionan con la Parusa, o venida del Seor, puede ser til recapitular y poner en
un solo panorama la enseanza general de estos registros inspirados sobre este
importante tema.
2. El anuncio es seguido de cerca por el Rey, que anuncia que el reino de Dios
est a las puertas, y llama a la nacin al arrepentimiento.
3. Las ciudades que fueron favorecidas con la presencia de Cristo, pero
rechazaron su mensaje, son amenazadas con una destruccin ms intolerable que
la de Sodoma y Gomorra.
5. Jess preedice un juicio al "fin del tiempo" o de la era [sunteleia ton aiwnos],
una frase que no significa la destruccin de la tierra, sino la consumacin de la
era, es decir, de la dispensacin juda.
10. Nuestro Seor asegur a los discpulos que vendra otra vez a ellos, y que su
venida sera dentro de "poco".
11. La profeca del Monte de los Olivos es un discurso relacionado y continuo, que
se refiere exclusivamente a la destruccin de Jerusaln e Israel, que se acercaba,
de acuerdo con la expresa afirmacin de nuestro Seor (Mat. 24:34; Mar. 13:30;
Luc. 21:32).
12. Las parbolas de las diez vrgenes, los talentos, y las ovejas y los cabritos
pertenecen todas al mismo acontecimiento, y se cumplen en el juicio de Israel.
14. Despus de su resurreccin, nuestro Seor dio a Juan razn para esperar que
vivira para presenciar su venida.
Notas:
1. Algunos intrpretes prefieren entender "los muertos" del versculo 25 como que
se refieren a casos tales como la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Nan, y Lzaro
de Betania, personas literalmente levantadas de los muertos y restauradas a la
vida por Jess. Entienden que el argumento de Jess es algo as: "Vosotros os
asombris de la obra maravillosa que he llevado a cabo en este hombre
indefenso, pero vosotros veris maravillas mucho mayores. Llegar el momento
en que llamar aun a los muertos a la vida; y si esto os parece increble, un da mi
poder efectuar una obra aun ms poderosa: porque viene la hora en que todos
los que estn en la tumba saldrn al oir mi llamado, y estarn de pie ante m en el
juicio". (Dr. J. Brown. Discursos y dichos de nuestro Seor, vol. i, p. 98). Esta
explicacin tiene la ventaja de la consistencia al dar el mismo sentido de la palabra
"muertos" durante todo el pasaje; pero parece imposible admitir que nuestro Seor
est hablando en el versculo 24 de la muerte literal. Decir que el creyente ya ha
pasado de muerte a vida es obviamente lo mismo que decir que ha pasado de la
condenacin a la justificacin. Nos sentimos obligados, pues, a adoptar la
interpretacin generalmente aceptada, en relacin con los versculos 24 y 25, en el
sentido de que se refieren a los espiritualmente muertos, y en relacin con los
versculos 28 y 29, en el sentido de que se refieren a los corporalmente muertos.
APNDICE A LA PARTE I
Nota A
"La observacin del Dr. Owen est llena de buen sentido".- "Si la Escritura tiene
ms de un significado, no tiene ningn sentido en absoluto". "Y es tan aplicable a
las profecas como a cualquier otra porcin de la Escritura"- Dr. John Brown,
Sufferings and Glories of the Messiah, p. 5, note.
Qu libro en el mundo tiene doble sentido, a menos que sea un libro que
contenga enigmas a propsito? Y hasta un libro as no tiene sino un solo
significado verdadero. Los orculos paganos podan realmente decir: "Aio te,
Pyrrhe, Romanos vincere posse"; pero, puede un equvoco tal ser admisible en
los orculos del Dios viviente? Y si un sentido literal y un sentido oculto pueden
transmitirse a la misma vez y con las mismas palabras, quin que no sea
inspirado puede decirnos cul es el sentido oculto? Mediante qu leyes de
interpretacin ha de ser juzgado? Por ninguna que pertenezca al lenguaje
humano; porque otros libros aparte de la Biblia no llevan consigo un doble sentido.
NOTA B
"Si, pues, Jess no dijo estas cosas, los evangelios deben ser extraamente
inexactos. Si las dijo, su facultad proftica no puede haber sido lo que Hutton cree.
De que todos sus discpulos tenan esta esperanza errnea, y la sostenan con la
supuesta autoridad de su Maestro, no puede haber ninguna duda en absoluto.
(Vase 1 Cor. 10:11, 15:51; Fil. 14:5; 1 Tesa. 14:15; Sant. 5:8; 1 Pedro 4:7; 1 Juan
2:18; Apoc. 1:13; 22:7,0,12). La verdad es que Hutton reconoce esto por lo menos
tan franca y plenamente como lo hemos dicho".- W. R. Greg, en Contemporary
Review, Nov. 1876.
Para los que sostienen que nuestro Seor predijo el fin del mundo antes de que
pasara aquella generacin, las objeciones del escptico presentan una formidable
dificultad - insuperable de veras, sin recurrir a evasiiones forzadas y antinaturales,
o admisiones que son fatales para la autoridad y la inspiracin de las narraciones
evanglicas. Nosotros, por el contrario, reconocemos plenamente la construccin
de sentido comn que adelanta Greg sobre el lenguaje de Jess, y la no menos
obvia aceptacin de ese significado por parte de los apstoles. Pero llegamos a
una conclusin directamente contraria a la del crtico, y apelamos a la profeca del
Monte de los Olivos como sealado ejemplo y demostracin de la visin
sobrenatural del Seor.
LA PARUSA EN LOS HECHOS
DE LOS APSTOLES
Hechos 1:11. - "Este mismo Jess, que ha sido tomado de vosotros al cielo, as
vendr como le habis visto ir al cielo".
La expresin "as vendr" no debe ser enfatizada demasiado. Hay puntos obvios
de diferencia entre la manera de su ascensin y la Parusa. Se fue solo, y sin
esplendor visible: habra de regresar en gloria con sus ngeles. Las palabras, sin
embargo, dan a entender que su venida sera visible y personal, lo cual excluira la
interpretacin que la considera como providencial, o espiritual. La visibilidad de la
Parusa est apoyada por la enseanza uniforme de los apstoles y la creencia de
los primeros cristianos: "Todo ojo le ver" (Apoc. 1:7).
Hechos 2:16-20.- "Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros
das, dice Dios, derramar de mi Espritu sobre toda carne, y vuestros hijos y
vuestras hijas profetizarn; vuestros jvenes vern visiones, y vuestros ancianos
soarn sueos; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos das
derramar de mi Espritu, y profetizarn. Y dar prodigios arriba en el cielo, y
seales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertir en
tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el da del Seor, grande y
manifiesto".
LA DESTRUCCIN VENIDERA
DE AQUELLA GENERACIN
Hechos 2:40. "Y con otras muchas otras palabras testificaba y les exhortaba,
diciendo: Sed salvos de esta perversa generacin".
Este versculo fija la referencia del discurso del apstol. Era la generacin
existente cuya destruccin venidera l prevea, y fue de la participacin en su
destino de lo que urga a sus oyentes a escapar. No era sino el eco del clamor del
Bautista:
"Huid de la ira venidera". Aqu, nuevamente, no puede haber duda del significado
de "genea"; era aquella "generacin perversa", que estaba colmando la medida de
su predecesora, la nacin perversa e incorregible sobre la cual penda el juicio.
LA PARUSA Y LA RESTAURACIN
DE TODAS LAS COSAS
Hechos 3:19-21. "As que, arrepentos y convertos, para que sean borrados
vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Seor tiempos de
refrigerio, y l enve a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es
necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauracin de todas las
cosas, de que habl Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde
tiempo antiguo".
Pero, tenemos alguna indicacin clara del perodo en que podran esperarse
estas bendiciones ofrecidas? Estaban en el futuro distante, o a las puertas? La
nota de tiempo aparece marcada claramente en el versculo 20. La venida de
Cristo est especificada como el perodo en que estas gloriosas expectativas han
de convertirse en realidad. Nada puede ser ms claro que la conexin y la
coincidencia de estos sucesos, la venida de Cristo, los tiempos de refrigerio, y la
restauracin de todas las cosas. Esto armoniza con la uniforme representacin
que se da en la escatologa del Nuevo Testamento: la Parusa, el fin del tiempo, la
consumacin del reino de Dios, la destruccin de Jerusaln, el juicio de Israel,
todos sincronizan. Encontrar la fecha de uno es establecer la fecha de todos. Ya
hemos visto cun definidamente fue fijado el tiempo del cumplimiento de algunos
de estos sucesos. El Hijo del hombre haba de venir en su reino antes de la
muerte de algunos de algunos de los discpulos. La catstrofe de Jerusaln haba
de tener lugar antes de que pasara la generacin que entonces exista. El da
grande y terrible del Seor es representado por Pedro en el captulo anterior como
alcanzando a aquella "desgraciada generacin". Y ahora, en el pasaje que
consideramos, da a entender, con la misma claridad, que la llegada de los tiempos
de refrigerio y la restauracin de todas las cosas, eran contemporneas con
"enviar a Cristo" desde el cielo.
Pero puede decirse: Cmo puede una catstrofe tan terrible como la destruccin
de Jerusaln estar asociada con tiempos de refrigerio o restauracin? La medalla
tena dos lados: haba el reverso y el anverso. La incredulidad y la impenitencia
cambiaran los "tiempos de refrigerio" en "das de retribucin". Si ellos
"menospreciaban las riquezas de su benignidad, paciencia, y longanimidad" de
Dios, entonces, en vez de restauracin, habra destruccin; y en vez del da de
salvacin, habra "da de ira, y revelacin del justo juicio de Dios" (Rom. 2:4,5).
Sabemos la eleccin fatal que hizo Israel; cmo "vino la ira sobre ellos al mximo";
y sabemos cmo ocurri todo en el perodo sealado y predicho, al "fin del
tiempo", dentro de los lmites de aquella generacin.
As, podemos definir el perodo al cual hace alusin el apstol en este pasaje, y
llegar a la conclusin de que coincide con la Parusa.
Somos conducidos a la misma conclusin por otro camino. En Mateo 19:28,
nuestro Seor declara a sus discpulos: "De cierto os digo que, en la regeneracin,
cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria", etc. Ya hemos
comentado este pasaje, pero es bueno observar otra vez que la "regeneracin"
[paliggenesia] en Mateo es el equivalente preciso de la "restauracin"
[apokastastasij] de Hechos. Lo que se quiere decir con la regeneracin es claro
ms all de toda sombra de duda, porque es el tiempo "cuando el Hijo del hombre
se siente en el trono de su gloria". Pero este es el perodo cuando venga a juzgar
a la nacin culpable (Mat. 25:31). No hay posibilidad de equivocar el tiempo; no
hay ninguna dificultad en identificar el suceso; es el fin del tiempo, y el juicio de
Israel.
Ya hemos visto que se dclara que el Seor Jesucristo es constitudo Juez de los
hombres (Juan 5:22,27). Con la misma claridad se declara que el tiempo de juicio
es la Parusa. Con igual claridad, se nos ensea que la Parusa habra de ocurrir
dentro del trmino de la generacin que entonces viva. Por lo tanto, Pablo ve el
juicio como cercano. En el pasaje ahora delante de nosotros, tenemos una
confirmacin incidental pero inadvertida de este hecho. Las palabras "l juzgar"
no expresa un simple futuro, sino un futuro rpido, mellei krinein, est a punto de
juzgar, o juzgar pronto. Este matiz de significado no se conserva en nuestra
versin de habla inglesa, pero no carece de importancia.
Introduccin
Hemos visto cmo la Parusa, o venida de Cristo, est difundida en los evangelios
de principio a fin. La encontramos claramente anunciada por Juan el Bautista al
comienzo mismo de su ministerio, y es el ltimo pronunciamiento de Jess
registrado por Juan. Entre estos dos puntos, encontramos constantes referencias
al suceso en varias formas y en varias ocasiones. Tambin hemos visto que la
Parusa est asociada generalmente con el juicio; esto es, el juicio de Israel y la
destruccin del templo y la ciudad de Jerusaln. La razn de esta asociacin de la
venida de Cristo con el juicio de Israel es muy evidente. La Parusa era el suceso
culminante en lo que puede llamarse la historia mesinica, o el gobierno teocrtico
del pueblo judo. La encarnacin y la misin del Hijo de Dios, aunque tenan una
relacin general con la raza humana entera, tena al mismo tiempo una relacin
especial y peculiar con la nacin del pacto, los hijos de Abraham. Cristo era en
verdad el "segundo Adn", la nueva Cabeza y el nuevo Representante de la raza,
pero, antes de eso, era el Hijo de David y el Rey de Israel. Su propia y declarada
visin de su misin era que era, primero que todo, especial para el pueblo
escogido: "No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mat.
15:24). El ttulo mismo que reclamaba para s, "Cristo", el Mesas, o el Ungido,
indicaba su relacin con el judasmo y la teocracia, porque le reconoca como
verdadero Rey, venido en la plenitud del tiempo "a los suyos", para tomar
posesin del trono de su padre David. Este especial carcter judaico de la misin
del Seor Jess es constantemente reconocido en el Nuevo Testamento, aunque
es ignorado por los telogos y casi olvidado por los cristianos en general. Pablo
hace mucho nfasis en esto.
"Pues os digo que Cristo Jess vino a ser siervo de la circuncisin para mostrar la
verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres" (Rom. 15:8); y,
podramos muy bien aadir: "para cumplir las amenazas" tambin. La frase "el
reino de Dios" es claramente una idea mesinica y teocrtica, y hace referencia
especial y nica a Israel, sobre el cual el Seor era Rey, en cierto sentido peculiar
a esa nacin solamente (Deut. 7:6; Ams 3:2). Veremos que "el reino de Dios"
est representado como llegando a su consumacin en el perodo de la
destruccin de Jerusaln.
LA ESPERANZA DE LA PRONTA
VENIDA DE CRISTO
I Tes. 1:9,10. "Os convertsteis de los dolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucit de los muertos, a
Jess, quien nos libra de la ira venidera".
La ltima clusula del versculo no es menos importante: "Jess, quien nos libra
de la ira venidera". Estas palabras nos retrotraen a la proclamacin de Juan el
Bautista: "Huid de la ira venidera". Sera un error suponer que Pablo se refiere
aqu a la retribucin que aguarda a cada alma pecadora en un estado futuro: lo
que l tena en mente era una catstrofe particular y predicha. "La ira venidera" [h
orgh h ercomenh] de este pasaje es idntica a la "ira venidera" [orgh mellousa] del
segundo Elas; es idntica a los "das de retribucin" y a la "ira sobre este pueblo"
predichas por nuestro Seor, Lucas 26:23. Es "el da de la ira y de la revelacin
del justo juicio de Dios" de lo cual habla Pablo en Rom. 2:5. Esa venidera "dies
irae" siempre se destaca clara y visiblemente durante todo el Nuevo Testamento.
Ahora no estaba distante, y, aunque Judea podra ser el centro de la tormenta, el
cicln del juicio arrasara otras regiones y afectara a multitudes que, como los
tesalonicenses, podran haber pensado que estaban fuera de su alcance.
Sabemos por Josefo cmo el estallido de la guerra de los judos fue la seal para
la masacre y el exterminio en cada ciudad en que habitantes judos se haban
asentado. Fue a esta ubicuidad de la "ira venidera" a la que se refiri nuestro
Seor cuando dijo: "Donde est el cuerpo muerto, all se juntarn las guilas"
(Lucas 17:37). Aqu nuevamente, como con tanta frecuencia hemos tenido ocasin
de observar, la Parusa est asociada con el juicio.
En los versculos 15 y 16, podemos detectar una alusin bien clara en el lenguaje
del apstol a las acusaciones de nuestro Seor contra "aquella generacin
malvada (Mat. 23:31,32,36).
La uniforme enseanza del Nuevo Testamento es que el suceso que habra de ser
tan fatal para los enemigos de Cristo habra de ser favorable para sus amigos. Por
todas partes, los ms malvolos opositores y perseguidores del cristianismo
fueron los judos; la aniquilacin de la nacionalidad juda, por tanto, elimin al ms
formidable antagonista del evangelio y trajo reposo y alivio a los sufridos
cristianos. Nuestro Seor haba dicho a los discpulos, hablando de esta catstrofe
que se aproximaba: "Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguos y
levantad vuestra cabeza, porque vuestra redencin est cerca" (Lucas 21:28).
Pero esta explicacin est lejos de agotar el significado entero de tales pasajes.
No puede dudarse de que la Parusa, en todas partes, est representada como la
corona de las esperanzas y aspiraciones cristianas; cuando ellos "heredaran el
reino" y "entraran en el gozo de su Seor". Tal es la clara enseanza tanto de
Cristo como de sus apstoles, y la encontramos claramente expresada en las
palabras de Pablo que ahora tenemos delante. La Parusa habra de ser la
consumacin de la gloria y la felicidad para los fieles, y el apstol buscaba "su
corona" en la "venida" de Cristo.
Que este prospecto no estaba distante, sino, por el contrario, muy cercano, lo
implica el tenor entero del lenguaje del apstol. Est Pablo todava sin su corona
de gozo? Estn sus conversos de Tesalnica todava esperando al Hijo de Dios
que venga del cielo? No estn todava "establecidos en santidad delante de
Dios"? Todava no han sido presentados santos, sin mancha, e irreprensibles
delante de l? Porque sta habra de ser su felicidad "a la venida de Jess" y no
antes. Si, por lo tanto, ese suceso nunca hubiera tenido lugar, qu habra sido de
su ansiosa expectativa y su esperanza? Si ellos hubieran podido saber que
cientos y miles de aos tenan que transcurrir lentamente, podran Pablo y sus
hijos en la fe haberse llenado de alegra con el pensamiento de la gloria venidera?
Pero, en la suposicin de que la Parusa estaba a las puertas; que todos ellos
podan esperar presenciar su llegada, entonces, cun natural e inteligible se
vuelven esta ansiosa expectacin y esta esperanza. Que tanto el apstol como los
tesalonicenses crean que "la venida del Seor estaba cerca" es tan evidente que
apenas requiere algn argumento para probarlo. La nica pregunta es: Estaban
equivocados, o no?
Puede aadirse una observacin sobre la palabra que concluye la frase: "Agioi",
santo, puede referise a ngeles, o a hombres, o ambos. No hay nada en el texto
para establecer la referencia. Es verdad que, en el siguiente captulo (ver. 14), se
nos dice que a los que durmieron en Jess traer Dios con l, pero esto parece
referirse a la resurreccin de los santos que duermen en sus tumbas, ms bien
que a su venida desde el cielo con l. Por lo tanto, estamos impedidos de referir
agioi a los muertos en Cristo. Tanto ms cuanto que Cristo, a su venida, siempre
es representado como asistido por sus ngeles.
"l vendr con sus ngeles" (Mat. 16:27); "con los santos ngeles" (Mar. 8:38);
"con los ngeles de su poder" (2 Tes. 1:7); "todos los santos ngeles con l" (Mat.
25:31).
1 Tes. 4:13-17. "Tampoco queremos, hermanos, que ignoris acerca de los que
duermen, para que no os entristezcis como los otros que no tienen esperanza.
Porque si creemos que Jess muri y resucit, as tambin traer Dios con Jess
a los que durmieron en l. Por lo cual os decimos esto en palabra del Seor; que
nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Seor, no
precederemos a los que durmieron. Porque el Seor mismo con voz de mando,
con voz de arcngel, y con trompeta de Dios, descender del cielo; y los muertos
en Cristo resucitarn primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Seor en el aire,y as estaremos siempre con el Seor".
Primero, les asegura que no tenan razn para lamentar la partida de sus amigos
en Cristo, como si aquellos hubiesen quedado en alguna desventaja al morir antes
de la venida del Seor; porque, as como Dios haba resucitado a Jess de entre
los muertos, as tambin, cuando regresara en gloria, resucitara de sus tumbas a
sus discpulos que dorman.
Segundo, les informa, por autoridad del Seor Jess, que los de entre ellos que
vivieran para ver su venida no precederan, o no tendran ninguna ventaja sobre,
los fieles que hubiesen muerto antes de ese acontecimiento.
1. El descenso del Seor desde el cielo con voz de mando, con voz de arcngel, y
con trompeta de Dios.
2. La resurreccin de los muertos que haban dormido en Cristo.
3. El arrebatamiento simultneo de los santos vivos, junto con los muertos
resucitados, a la regin del aire, para encontrarse all con el Seor que viene.
4. La reunin eterna de Cristo y su pueblo en el cielo.
"Entonces, sin duda alguna, l mismo esperaba estar vivo, junto con la mayora de
aquellos a quienes escriba, a la venida del Seor. Porque no podemos aceptar, ni
por un momento, la evasin de Teodoreto y la mayora de los antiguos
comentaristas (es decir, que el apstol no habla de l mismo personalmente, sino
de los que estuvieran vivos en ese tiempo), sino que debemos tomar las palabras
en su significado nico, sencillo, gramatical, de que "nosotros que vivimos, que
habremos quedado" [oi zwntej oi perileipomenoi] son una clase que se distingue
de "los que duermen" [oi koimhqentej], estando todava en la carne cuando Cristo
venga, en cuya clase, anteponiendo como prefijo "nosotros" [h,me/ij], incluye a sus
lectores y se incluye a s mismo. Que esta era su esperanza, lo sabemos por otros
pasajes, especialmente 2 Cor. 5 [7].
Pero, aunque admite que el apstol tena esta esperanza, Alford lo trata como un
error, pues contina diciendo:
"Ni es necesario que se sorprenda ningn cristiano de que los apstoles, en esta
cuestin de detalles, hayan encontrado sus esperanzas personales sujetas a
engao con respecto a un da del cual se dice tan solemnemente que nadie
conoce su tiempo sealado, ni los ngeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre
solamente" (Marcos 13:32).
"La iglesia primitiva, y hasta los apstoles mismos, esperaban que su Seor
viniera otra vez en aquella misma generacin. Pablo mismo comparta esa
esperanza, pero, estando bajo la gua del Espritu de verdad, no dedujo de all
ninguna conclusin prctica errnea".
Pero la pregunta es: Tenan los apstoles suficiente base para sus esperanzas?
No estaban plenamente justificados al creer como crean? No haba predicho el
Seor expresamente su propia venida dentro de los lmites de la generacin
existente? No haba conectado su venida con la destruccin del templo y la
subversin del gobierno nacional de Israel? No haba asegurado a sus discpulos
que dentro de "un poco" le veran de nuevo? No haba declarado que algunos de
ellos viviran para presenciar su regreso? Y, despus de todo esto, es necesario
encontrar excusas para Pablo y los primitivos cristianos, como si hubiesen actuado
bajo engao? Si lo hicieron, no fue su culpa, sino la de su Maestro. Habra sido
realmente extrao que, despus de todas las exhortaciones que haban recibido
de estar alerta, de velar, de vivir continuamente esperando la Parusa, los
apstoles no hubiesen credo confiadamente en la pronta venida de Jess, y no
hubiesen enseado a otros a hacer lo mismo. Pero parecera que Pablo hace
descansar sus explicaciones a los tesalonicenses en la autoridad de una especial
comunicacin divina a l mismo. "Esto os digo por palabra del Seor", etc. Esto
puede difcilmente significar que el Seor lo haba predicho as en su discurso
proftico en el Monte de los Olivos, porque ninguna declaracin de esta clase
aparece registrada; por lo tanto, debe referirse a una revelacin que l mismo
haba recibido. Cmo, entonces, podra equivocarse en sus esperanzas? Es
extrao que en sus das existiera tan grande incredulidad con respecto al sencillo
significado de las expresas afirmaciones de nuestro Seor sobre este tema.
Cumplido o no, acertado o equivocado, no hay ninguna ambigedad ni
incertidumbre en su lenguaje. Puede decirse que no tenemos ninguna evidencia
de que tales hechos hayan ocurrido como se describe aqu - el descenso del
Seor con aclamacin, el sonar de la trompeta, la resurreccin de los muertos que
duermen, el arrebatamiento de los santos vivos. Cierto; pero, es cierto que estos
hechos son cognoscibles por los sentidos? Est su lugar en la regin de lo
material y lo visible? Como ya hemos dicho, sabemos y estamos seguros de que
una gran parte de los sucesos predichos por nuestro Seor, y esperados por sus
apstoles, en realidad ocurrieron en aquella misma crisis llamada "el fin de la
poca". No hay diferencia de opinin concerniente a la destruccin del templo, el
derrumbe de la ciudad, la matanza sin paralelo de la gente, la extincin de la
nacionalidad, el fin de la dispensacin legal. Pero la Parusa est
inseparablemente ligada a la destruccin de Jerusaln; y, de manera semejante, la
resurreccin de los muertos, y el juicio de la "generacin malvada", a la Parusa.
Son partes diferentes de una gran catstrofe; escenas diferentes de un gran
drama. Nosotros aceptamos los hechos verificados por el historiador por la palabra
de un hombre; han de titubear los cristianos en aceptar los hechos que estn
garantizados por la palabra del Seor?
1 Tes. 5:23. "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro
ser, espritu, alma, y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro
Seor Jesucristo".
Notas:
4. Gnomon, in loc.
2 Tes. 1:7-10. "Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros,
cuando se manifieste el Seor Jess desde el cielo con los ngeles de su poder,
en llama de fuego, para dar retribucin a los que no conocieron a Dios, ni
obedecen al evangelio de nuestro Seor Jesucristo, los cuales sufrirn pena de
eterna perdicin, excluidos de la presencia del Seor y de la gloria de su poder,
cuando venga en aquel da para ser glorificado en sus santos y ser admirado en
todos los que creyeron".
Por las alusiones al comienzo de esta epstola, es obvio que los tesalonicenses
sufrieron severamente en este tiempo a causa de la maldad de sus perseguidores
judos, y de aquellos "ociosos hombres malos" que se les haban unido (Hechos
17:5). El apstol les consuela con la esperanza de liberacin cuando aparezca el
Seor Jess, lo cual traera reposo para ellos y retribucin para sus enemigos.
Esto concuerda perfectamente con las representaciones que se hacen
constantemente con respecto a la Parusa - de que sera un tiempo de juicio para
los impos y de recompensa para los justos. El apstol parece no anticipar el
"reposo" del cual habla hasta la Parusa, "cuando el Seor Jess se revele desde
el cielo", etc. De ello se sigue que Pablo conceba el reposo como muy cercano;
pues, si la revelacin del Seor Jess fuera un acontecimiento todava en el
futuro, entonces deberamos concluir que ni el apstol ni los sufrientes cristianos
han entrado todava en ese reposo. Se observar que no se dice que la muerte ha
de traerles reposo, sino "el apocalipsis" del Seor Jess desde el cielo; una clara
prueba de que el apstol no consideraba ese apocalipsis como un suceso
distante.
Que este "apocalipsis", o revelacin del Seor Jess desde el cielo, es idntico a
la Parusa predicha por nuestro Salvador es tan evidente que no necesita ninguna
prueba. Es "el da del Seor" (Lucas 17:24). "el da en que el Hijo del hombre es
revelado" (Lucas 17:30), "el da que ser revelado en fuego" (1 Cor. 3:13); "el da
que arder como un horno" (Mal. 4:1); "el da del Seor, grande y terrible" (Mal.
4:5). Es el da cuando "el Hijo del hombre venga en la gloria de su Padre con sus
ngeles, para recompensar a cada uno segn sus obras" (Mat. 16:27). Y una vez
ms, es el da concerniente al cual declar nuestro Seor: "De cierto os digo, que
hay algunos de los que estn aqu, que no gustarn la muerte, hasta que hayan
visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat. 16:28).
Somos, pues, trados de vuelta a la misma verdad que encontramos por todas
partes en el Nuevo Testamento, que la Parusa, el da del juicio de Israel, y la
terminacin de la dispensacin juda, no era un suceso distante, sino que estaba
dentro de los lmites de la generacin que rechaz al Mesas.
Se objetar: Qu tena eso que ver con Tesalnica y los cristianos all? Cmo
podan la destruccin de Jerusaln, o la extincin de la nacionalidad juda, o el fin
de la economa juda, afectar a personas a una distancia tan grande de Judea
como Tesalnica? Aunque fuese imposible dar una respuesta satisfactoria a esta
objecin, ello no alterara el significado sencillo y natural de las palabras, ni nos
incumbira forzar una interpretacin de ellas que no les correspondiese. Debe
permitrseles a las Escrituras hablar por s mismas - una libertad que muchos no
desean concederles. Pero, con relacin a la relacin entre la Parusa y los
cristianos en Tesalnica, o fuera de Judea en general, no puede negarse que el
lenguaje de este pasaje, como el de muchos otros, indica que fue un suceso en el
cual todos tenan un inters profundo y personal. Ni es suficiente decir que los
ms encarnizados antagonistas del evangelio en Tesalnica eran judos, y que la
revuelta juda fue la seal para la matanza de los habitantes judos en casi todas
las ciudades del imperio. Puede que esto sea verdad, pero no es toda la verdad,
segn la enseanza apostlica. Debemos admitir, por lo tanto, que, como se
desarrolla el esquema escatolgico del Nuevo Testamento, se hace evidente que
la Parusa y los sucesos que la acompaan no se relacionaban con Judea
exclusivamente, sino que tenan un aspecto ecumnico o mundial, de modo que
los cristianos de todas partes podan buscarla y anhelarla, y saludar su llegada
como el da de triunfo y de gloria. Al seguir adelante, encontraremos amplia
evidencia de este apecto ms amplio del "da de Cristo", como una gran poca en
la divina administracin del mundo.
1. La Apostasa
2. La Revelacin del Hombre de Pecado
El apstol comienza declarando los temas sobre los cuales desea corregir a los
tesalonicenses. Son: (1) "la venida de Cristo", y (2) "nuestra reunin con l". Es
evidente que el apstol las considera simultneas o, en todo caso, estrechamente
relacionadas. Qu debemos entender por "reunirnos con Cristo" en la Parusa?
No hay duda de que hay aqu una referencia a las propias palabras de nuestro
Seor, Mat. 26:31: "Y enviar sus ngeles con gran voz de trompeta, y juntarn a
sus escogidos de los cuatro vientos", etc. El [juntarn] en el evangelio es
evidentemente la [reunin] de la epstola; y tenemos otra referencia al mismo
suceso y al mismo perodo en 1 Tes. 4:16,17: "Porque el Seor mismo con voz de
mando, con voz de arcngel, y con trompeta de Dios descender del cielo", etc.
Luego, esto no puede ser otra cosa que el llamado a los muertos y a los vivos a
comparecer ante el tribunal de Cristo.
"Si Pablo se refiere aqu a su epstola anterior - que podra entenderse fcilmente
como que enseaba que el fin del mundo estaba cerca - tenemos la autoridad del
apstol mismo de que l no se propona ensear tal cosa".
El Dr. Manston, al comparar la fuerza de las palabras y [se acerca] (Sant. 5:8; 1
Ped. 4:17), observa:
"Hay alguna diferencia en las palabras, porque significa se acerca, ya ha
comenzado".
Bengel dice:
"El da del Seor est presente (no 'est cerca') ocurre seis veces en el Nuevo
Testamento, y siempre en el sentido de estar presente. Pablo no podra haber
escrito lo contrario, ni podra el Espritu haber hablado otra cosa por medio de l.
La enseanza de los apstoles era, y la del Espritu Santo ha sido en todas las
pocas, que el da del Seor est cerca. Pero estos tesalonicenses se imaginaban
que ya haba llegado, y en consecuencia, estaban abandonando todas la
ocupaciones de la vida y cayendo en otras irregularidades, como si el da de
gracia hubiese terminado".
En el tercer versculo, el apstol indica que "el da de Cristo" debe ser precedido
por dos sucesos: (1) La llegada de la apostasa, y (2) la manifestacin del hombre
de pecado".
LA APOSTASA
4. Es pagano, no judo.
Con estas marcas distintivas en nuestras manos, puede haber alguna dificultad
al identificar a la persona en la cual se encuentran todas estas marcas? Haba
tres hombres en el Imperio Romano que respondan a esta descripcin? Haba
dos? Seguramente no. Pero haba uno, y slo uno. Cuando el apstol escribi,
estaba en los escalones del trono imperial -- poco ms, y se sentaba sobre el
trrono del mundo. Es NERN, el primero de los emperadores perseguidores; el
violador de todas las leyes, humanas y divinas; el monstruo cuya crueldad y cuyos
crmenes le dan derecho a ser llamado "el hombre de pecado".
En seguida ser evidente para todos los lectores que todas las caractersticas de
este espantoso retrato pertenecen a Nern; pero es notable cun exacta es la
correspondencia, especialmente en los detalles que son ms recnditos y oscuros.
Es un individuo -- una persona pblica -- que ostenta el rango ms alto en el
estado; es pagano, no judo; es un monstruo de maldad, que pisotea todas las
leyes. Pero, cun notables son las indicaciones que apuntan hacia Nern en el
ao en que esta epstola se escribi, digamos el ao 52 o el ao 53 D. C. En ese
tiempo Nern no se haba "manifestado" todava; su verdadero carcter no haba
sido revelado; todava no haba accedido al Imperio. Claudio, su padrastro, viva, y
le estorbaba al hijo de Agripina. Pero ese obstculo fue pronto eliminado. En
menos de un ao, probablemente, despus de que la epstola de Pablo fue
recibida por los tesalonicenses, Claudio fue "quitado de en medio", vctima de la
letal costumbre de la infame Agripina, y siendo su hijo tambin cmplice del
asesinato, segn Suetonio. Pero el "misterio de iniquidad ya estaba en operacin";
la influencia de Nern debe haber sido poderosa en los ltimos das del
desdichado Claudio; probablemente ya se estaban fraguando los mismos
complots que prepararon el camino para el ascenso al trono por parte de los
asesinos. Algunos meses ms tarde veran el advenimiento al trono del mundo por
parte de un bellaco cuyo nombre ha quedado en la picota de la eterna infamia
como el ms brutal de los tiranos y el ms vil de los hombres.
"En aquel tiempo, la imagen del Emperador era objeto de reverencia religiosa; era
una deidad en la tierra; y el culto que se le renda era un culto verdadero. Es un
pensamiento notable que, en aquellos tiempos, (haciendo a un lado formas
decadentes de religin), los nicos dos cultos legtimos en el mundo civilizado
eran el culto a Tiberio o a Nern por una parte, y el culto a Cristo, por la otra".
Pero hay probablemente otra razn para que Nern haya sido marcado con este
epteto. El nombre "hombre de pecado" no era desconocido en la historia hebrea.
Ya se le haba aplicado a alguien que, no slo era un monstruo de crueldad e
impiedad, sino tambin un encarnizado enemigo y perseguidor del pueblo judo.
No habra sido posible pronunciar un nombre ms odioso a odos judos que el de
Antoco Epfanes. Fue el Nern de su poca, el inveterado enemigo de Israel, el
profanador del templo, el sanguinario perseguidor del pueblo de Dios. En el libro
primero de los Macabeos, encontramos el nombre "el hombre pecador" [] dado a
Antoco (1 Mac. 2:48,62), y parece muy probable que el personaje que nos ocupa
estaba destinado a sufrir una suerte similar a la de Antoco, el implacable tirano y
perseguidor que se convirti en monumento a la ira de Dios.
"Esto, pues, es lo que Pablo dice: La ciudad de Cristo no viene, a menos que se
cumpla (en el hombre de pecado) lo que Daniel predijo de Antoco; la prediccin
es ms apropiada del hombre de pecado, que corresponde a Antoco, y es peor
que l".
Pero puede que se haga la pregunta: Por qu preocupara tanto al apstol y a los
cristianos de Tesalnica la revelacin de Nern en su verdadero carcter? No hay
que ir lejos para encontrar la respuesta. Era la ferocidad de este monstruo inicuo
que primero desat todo el poder de Roma para aplastar y destruir el nombre de
cristiano. Fue por medio de l que se derramaran torrentes de sangre inocente y
se infligiran las ms intensas torturas a inofensivos cristianos. Fue ante este
sanguinario tribunal que Pablo habra de comparecer y suplicar por su vida, y
fueron los labios de este tribunal que habran de proferir la sentencia que le
condenaba a una muerte violenta. Pero, ms que esto, fue bajo Nern, y por
rdenes suyas, que se inici la guerra final de los judos, y que se abri el captulo
ms oscuro en los anales de Israel, un captulo que termin con el sitio y la
captura de Jerusaln, la destruccin del templo, y la extincin del sistema
nacional. Esta era la consumacin predicha por nuestro Seor como "el fin del
tiempo" [] y la "venida de su reino". La revelacin del hombre de pecado, pues,
como antecedente de la Parusa, era una cuestin que concerna profundamente a
todos y cada uno de los discpulos cristianos.
Se cree que las dos epstolas a la iglesia de Corinto fueron escritas en el mismo
ao (57 D. C.). El contenido es ms variado que el de las Epstolas a los
Tesalonicenses, pero encontramos muchas alusiones a la esperada venida del
Seor. Esa era la consumacin a la cual, segn Pablo, se apresuraban todas las
cosas, y la que esperaban ansiosos todos los cristianos. Est representada como
el da decisivo en que todas las dudas y dificultades del presente se resolveran y
todas sus injusticias seran corregidas. Que este gran acontecimiento era
considerado por el apstol como inminente queda implcito en cada alusin al
tema, mientras que en varios pasajes se afirma expresamente en otras tantas
palabras.
No menos definida es la frase "el da de nuestro Seor", etc. Las alusiones a este
perodo en los escritos apostlicos son muy frecuentes, y todas apuntan a una
gran crisis que se aproximaba rpidamente, el da de redencin y recompensa
para el sufriente pueblo de Dios, el da de retribucin e ira para los enemigos y
perseguidores de Dios.
1 Cor. 3:13.- "La obra de cada uno se har manifiesta; porque el da la declarar,
pues por el fuego ser revelada; y la obra de cada uno sea cual sea, el fuego la
probar".
En este pasaje, hay nuevamente una clara alusin al "da de Seor" como un da
de discriminacin entre el bien y el mal, entre lo precioso y lo vil. El apstol se
compara a s mismo y compara a sus compaeros obreros al servicio de Dios con
trabajadores empleados en la construccin de un gran edificio. Ese edificio es la
iglesia de Dios, cuyo nico fundamento es Cristo Jess, fundamento que l (el
apstol) haba echado en Corinto. Luego advierte a cada obrero que debe mirar
bien la clase de material con el cual l construy sobre ese nico fundamento: es
decir, qu clase de individuos introdujo en la comunidad de la iglesia de Dios.
Vena el da que sometera a prueba la calidad de la obra de cada uno: deba
pasar por una prueba ardiente; y en ese abrasador escrutinio, los frgiles y los
intiles tendran que perecer, mientras que los buenos y los leales permaneceran
inclumes. El constructor imprudente podra ciertamente escapar, pero su obra
sera destruda, y l perdera la recompensa de la cual habra podido disfrutar si
hubiese construido con mejores materiales.
EL CARCTER JUDICIALDEL
DA DEL SEOR
1 Cor. 4:5. "As que, no juzguis nada antes de tiempo, hasta que venga el Seor,
el cual aclarar tambin lo oculto de las tinieblas, y manifestar las intenciones de
los corazones; y entonces cada uno recibir su alabanza de Dios".
1 Cor. 5:5. "A fin de que el espritu sea salvo en el da del Seor".
CERCANA DE LA CONSUMACIN
QUE SE APROXIMA
1 Cor. 7:29-31. "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues,
que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si
no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran,
como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo
disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa".
1 Cor. 10:11. "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y estn escritas para
amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" [a
quienes han llegado los fines de los siglos].
La frase "los fines de los siglos" [] equivale a "el fin del siglo" [], y a "el fin" []. Todas
se refieren al mismo perodo, es decir, el fin de la era, o dispensacin, juda, que
ahora se acercaba. Se observar que, en este captulo, Pablo junta algunos de los
incidentes histricos que tuvieron lugar al comienzo de aquella dispensacin, pues
servan de advertencia para los que vivan cerca de su terminacin.
Evidentemente, Pablo consideraba la historia primitiva de la dispensacin,
especialmente por cuanto era sobrenatural, como de carcter tpico y educativo.
"Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y estn escritas para amonestarnos
a nosotrosm, a quienes han alcanzado los fines de los siglos". Esto no slo afirma
el carcter tpico de la economa juda, sino que demuestra que el apstol la
consideraba a punto de expirar.
Conybeare y Howson tienen la siguiente nota sobre este pasaje: "La venida de
Cristo era "el fin de las edades", es decir, el comienzo de un nuevo perodo de en
la existencia del mundo. As que, casi la misma frase se usa en Hebreos 9:26. Una
expresin similar ocurre cinco veces en Mateo, significando la venida de Cristo a
juicio". Esta nota no distingue con exactitud cul venida de Cristo era el fin del
siglo. Es la Parusa, la segunda venida, la que es siempre representada as. Se
crey que ese suceso, pues, estaba cerca cuando se declar que el fin del siglo, o
de los siglos, haba llegado.
Se dice a veces que el perodo entero entre la encarnacin y el fin del mundo es
considerado en el Nuevo Testamento como "el fin del siglo". Pero esto tiene una
manifiesta incongruencia en el frente mismo. Cmo podra ser el fin de un
perodo ser de larga y prolongada duracin? Especialmente, cmo podra ser el
fin mayor que el perodo del cual es el fin? Ha transcurrido ya ms tiempo desde la
encarnacin que el transcurrido desde el momento en que se dio la ley hasta la
primera venida de Cristo; de modo que, segn esta hiptesis, el fin del siglo es
mucho ms largo que el siglo mismo. A tales paradojas son conducidos los
intrpretes por una falsa teora. Pero, as como en una teora verdadera en la
ciencia, cada hecho encaja fcilmente en su lugar, y apoya a todo el resto, as
tambin en una teora verdadera de interpretacin cada pasaje encuentra una fcil
solucin. y contribuye con su parte a sostener la correccin del principio general.
Tambin, nos aventuramos a rogar la sinceridad judicial del lector. Puede que se
le haga una demanda de paciencia que al principio apenas pueda estar preparado
para satisfacer. Las antiguas tradiciones y las opiniones preconcebidas no tienen
paciencia con las contradicciones, y hasta la verdad puede a menudo estar en
peligro de ser desdeada como tontera slo porque es novedosa. El lector puede
tener la seguridad de que cada palabra se expresar con toda honestidad,
despus de haber agotado todos los esfuerzos para descubrir el verdadero
significado del texto, y con un espritu de lealtad y sumetimiento a la suprema
autoridad de las Escrituras. No le toca al intrprete vindicar los dichos de la
inspiracin; todo su cuidado debera consistir en descubrir cules son esos dichos.
..........
Si bien no cae dentro del mbito de esta investigacin entrar en una exposicin
detallada de pasajes que no afectan directamente la cuestin de la Parusa,
parece necesario que nos refiramos al estado de opinin en la iglesia de Corinto
que dio ocasin al argumento y la amonestacin de Pablo. La resurreccin de
Cristo Jess de entre los muertos es uno de los grandes testimonios de la verdad
del cristianismo mismo. Si esto es verdad, todo es verdad; si es falso, la estructura
entera cae al suelo. En el breve resumen de las verdades fundamentales del
evangelio, resumen que fue dado por el apstol al comienzo de este captulo, se
hizo nfasis especial en el hecho de la resurreccin de Cristo, y en la evidencia en
la cual descansaba. Era "segn las Escrituras". Fue confirmada por el positivo
testimonio de testigos presenciales: "Y apareci a Cefas, y despus a los doce.
Despus apareci a ms de quinientos hermanos a la vez", la mayora de los
cuales estaban vivos todava cuando el apstol escribi. Despus de eso, fue visto
por Jacobo; luego, por todos los apstoles. "Y al ltimo de todos, me apareci a
m". El nfasis puesto en la palabra apareci no puede dejar de ser subrayada. La
evidencia es irresistible; es demostracin ocular, testificada, no por uno, ni por
dos, sino por una multitud de testigos, hombres que no mentiran, y que no podan
ser engaados.
Y, sin embargo, parece que haba algunos corintios que decan que "no hay
resurreccin de los muertos". Nos parece incomprensible cmo una negacin tal
poda ser compatible con un discipulado cristiano. No se dice, sin embargo, que
ellos cuestionaban el hecho de la resurreccin de Cristo, aunque el apstol
muestra que los principios de ellos conducan a esa conclusin. Su argumento
para ellos es un reductio ad absurdum. Los pone en un estado de negacin en
blanco, en el cual no hay ningn Cristo, ningn cristianismo, ninguna veracidad
apostlica, ninguna vida futura, ninguna salvacin, ninguna esperanza. Han
cavado el terreno bajo sus propios pies, y se han quedado sin un Salvador, en
tinieblas y en desesperacin.
Las epstolas a los tesalonicenses, sin embargo, arrojan alguna luz sobre este
extrao escepticismo. Una opinin no muy diferente parece haber prevalecido en
Tesalnica. As, por lo menos, lo inferimos de 1 Tesa. 4:13, etc. Se haban
entregado a la desesperacin a causa de la muerte de algunos de sus amigos
antes de la venida del Seor. Parecen haber considerado esto como una
calamidad que exclua a los fallecidos de una participacin en las bendiciones que
esperaban a la revelacin de Cristo Jess. El apstol calma sus temores y corrige
sus errores declarando que los santos que han partido no sufrirn ninguna
desventaja, sino que sern levantados otra vez a la venida de Cristo, y entrarn,
junto con los vivos, en la presencia y el gozo del Seor.
Esto muestra que haba dudas sobre la resurreccin de los muertos en la iglesia
de Tesalnica, as como en la de Corinto; y es muy probable que estas dudas
fueran de la misma naturaleza en ambas iglesias. El ansioso deseo de todos los
cristianos era estar vivos a la venida del Seor. La muerte, pues, era considerada
una calamidad. Pero no habra sido una calamidad si hubiesen estado conscientes
de que habra una resurreccin de los muertos. Esta era la verdad que, o no
saban, o no crean. Pablo trata la duda en Tesalnica como ignorancia, en Corinto
como error; y es muy probable que, entre una gente tan engreda y tan pragmtica
como los corintios, esta opinin asumiera una forma ms decidida y ms
peligrosa. Puede observarse tambin que el apstol trata el caso de los
tesalonicenses con mucho del mismo razonamiento con que trata el de los
corintios, es decir, con una apelacin al hecho de la resurreccin de Cristo: "Si
creemos que Cristo muri y resucit", etc. (1 Tes. 4:14). Ambos casos, pues, son
muy similares, si no precisamente paralelos. Podemos imaginar fcilmente que,
para los primeros cristianos, que a menudo sufran encarnizada persecucin, y
que observaban vidamente esperando la venida del Seor, debe haber sido un
doloroso chasco ser arrebatados por la muerte antes del cumplimiento de sus
esperanzas. Adase a esto la dificultad que la idea de la resurreccin de los
muertos presentara naturalmente a los conversos gentiles (1 Cor. 15:35). Era una
doctrina de la cual se burlaban los filsofos de Atenas; que hizo exclamar a Festo:
"Ests loco, Pablo", y que los cientficos de aquel tiempo declararon absurda, una
cosa "imposible hasta para Dios".
Pero hay un debido orden y una debida sucesin en esta nueva vida del futuro.
As como las primicias preceden y predicen la cosecha, la resurreccin de Cristo
precede y garantiza la resurreccin de su pueblo. "Cristo, las primicias, luego los
que son de Cristo EN SU VENIDA".
1 Cor. 15:51. "He aqu, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta; porque se tocar la trompeta, y los muertos sern resucitados
incorruptibles y nosotros seremos transformados".
Pero se repetir la objecin: Cmo podra tener lugar todo esto sin que se notase
o se registrase? Primero, en relacin con la resurreccin de los muertos, debe
considerarse cun poco sabemos de sus condiciones y caractersticas. Tiene
que ser observada? Tiene que ser cognoscible por los rganos materiales?
"Resucitar cuerpo espiritual". Puede un cuerpo espiritual ser visto, tocado,
manipulado? No estamos seguros de que el ojo pueda ver lo espiritual, o de que la
mano pueda asir lo inmaterial. Por el contrario, la presuncin y las probabilidades
son de que no. Toda esta resurreccin de los muertos y la transmutacin de los
vivos tienen lugar en la regin de lo espiritual, a la cual los espectadores e
informadores terrenales no pueden entrar, y no podran ver nada si entraran.
Puede necesitarse un milagro para permitir que el ojo vea lo invisible sin ayuda. El
profeta vio en Dotn el monte lleno de "carruajes de fuego, y caballos de fuego",
pero el siervo del profeta no vea nada, hasta que Eliseo or: "Seor, abre sus
ojos, para que vea" (2 Reyes 6:17). El primer mrtir cristiano, lleno del Espritu
Santo, "vio la gloria de Dios, y a Jess de pie a la diestra de Dios", pero ninguno
de entre la multitud que le rodeaba contempl esta visin (Hechos 7:56). En el
camino a Damasco, Saulo de Tarso vio "a Aqul", pero sus compaeros de viaje
no vieron a nadie (Hechos 9:7). No es improbable que los conceptos tradicionales
y materialistas de la resureeccin - tumbas que se abren y cuerpos que emergen -
prejuicien la imaginacin sobre este tema, y nos hagan pasar por alto el hecho de
que nuestros rganos materiales pueden aprehender slo objetos materiales.
Hay todava una circunstancia en esta descripcin que debe ser examinada, pues
tiene que ver con la cuestin del tiempo. La transformacin que se dice que
experimentaran "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado hasta la
venida del Seor", sigue inmediatamente a la seal de "la final trompeta". Es
notable que hay otros dos pasajes que conectan el gran acontecimiento de la
Parusa, y sus transacciones concomitantes, con el sonido de una trompeta. "Y
enviar sus ngeles con gran voz de trompeta, y juntarn a sus escogidos", etc.
(Mat. 24:31). As tambin Pablo en 1 Tesa. 4:16: "Porque el Seor mismo con voz
de mando, con voz de arcngel, y con trompeta de Dios", etc. Pero surge la
pregunta: Por qu la final trompeta? Este epteto necesariamente sugiere otras
trompetas o seales precedentes, y se nos recuerda irresistiblemente la visin
apocalptica, en la cual siete ngeles son representados como haciendo sonar
otras tantas trompetas, cada una de las cuales es la seal para el derramamiento
de juicios y ayes sobre la tierra. Por supuesto, la sptima trompeta es la ltima, y
es una cuestin interesante qu conexin puede haber entre la revelacin en la
epstola y la visin en Apocalipsis. Alford (en oposicin a Olshausen) considera
que es un refinamiento de la palabra final para identificarla con la sptima
trompeta del Apocalipsis; pero su propia sugerencia, de que es la final "en un
sentido amplio y popular" parece mucho menos satisfactoria. En esta etapa, nos
abstenemos de entrar en una discusin de los smbolos apocalpticos, pero nos
contentamos con la sola observacin de que el sonar de la sptima trompeta en
Apocalipsis est en realidad conectada con el tiempo del juicio de los muertos
(Apoc. 11:18). El tema entero aparecer delante de nosotros en una etapa
subsiguiente de la investigacin, y ahora seguimos adelante, slo tomando nota
del hecho de que aqu encontramos un enlace indubitable entre el elemento
proftico en las Epstolas y el de Apocalipsis.
LA CONTRASEA APOSTLICA:
MARANATHA, EL SEOR VIENE
LA SEGUNDA EPSTOLA A
LOS CORINTIOS
"El fin" (ver. 13) no significa "el fin de mi vida", como dice Alford. Es la gran
consumacin que el apstol siempre mantiene a la vista, la meta a la cual
avanzaban tan rpidamente tiene un significado definido y reconocido en el Nuevo
Testamento, como puede verse mediante la referencia a pasajes como Mat.
24:6,14; 1 Cor. 15:24; Heb. 3:16; 6:11, etc.
En el ver. 14, encontramos que Pablo espera la venida del Seor como un tiempo
de gozosa recompensa para los fieles siervos de Dios, un tiempo que estaba tan
cercano que, como les haba dicho en su anterior epstola, los juicios y las
censuras sobre los humanos podran muy bien ser aplazados hasta su llegada (1
Cor. 4:5). Cuando llegara ese da, el apstol y sus conversos se regocijaran los
unos con los otros. Puede suponerse que l podra pensar en ese da de otro
modo que como muy cercano? Tiene todava que comenzar ese regocijo?
Porque, si el da del Seor estuviera todava en el futuro, tambin debera estarlo
el regocijo.
LOS MUERTOS EN CRISTO HAN DE SER PRESENTADOS
JUNTO CON LOS VIVOS EN LA PARUSA
2 Cor. 4:14. "Sabiendo que el que resucit al Seor Jess a nosotros tambin nos
resucitar con Jess, y nos presentar juntamente con vosotros".
Ya hemos visto (1 Tes. 4:15 y 1 Cor. 15:51) que el apstol acariciaba la esperanza
de que l mismo estara entre los "vivos", que quedaran "hasta la venida del
Seor". En esta epstola, sin embargo, parece como si esta esperanza en relacin
con l mismo hubiese sido sacudida un poco. Su experiencia en el intervalo entre
la Primera Epstola y la Segunda haba sido tal que le llev a temer una muerte
sbita. (Vase cap. 1:8, etc.). Su "tribulacin en Asia" le haba hecho perder la
esperanza de vivir, y probablemente pensaba que no podra calcular escapar a la
maligna hostilidad de sus enemigos por mucho ms tiempo. Ahora tena "la
sentencia de muerte en s mismo"; llevaba "en su cuerpo la muerte del Seor
Jess", y pensaba que sera "siempre entregado para muerte por amor a Jess".
EXPECTATIVA DE LA FUTURA
BIENAVENTURANZA EN LA PARUSA
2 Cor. 5:1-10. "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernculo,
se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna,
en los cielos. Y por esto tambin gemimos, deseando ser revestidos de aquella
nuestra habitacin celestial; pues aqu seremos hallados vestidos, y no desnudos.
Porque asimismo los que estamos en este tabernculo gemimos con angustia;
porque no quisiramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea
absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha
dado las arras del Espritu. As que vivimos confiados siempre, y sabiendo que
entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes en el Seor (porque por
fe andamos, no por vista); pero confiamos, y ms quisiramos estar ausentes del
cuerpo, y presentes al Seor. Por tanto procuramos tambin, o ausentes o
presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba segn lo que
haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo".
"El sentimiento expresado en estos versculos era uno de los ms naturales para
quienes, como los apstoles, consideraban la venida del Seor como cercana, y
conceban la posibilidad de vivir para contemplarla. No era ningn terror a la
muerte en cuanto a sus consecuencias, sino una renuencia natural a experimentar
el mero acto de la muerte como tal, cuando estaba escrita la posibilidad de que
este cuerpo mortal pudiera ser superpuesto por el inmortal, sin ella".
As, el apstol trae la cuestin entera a una encrucijada personal y prctica. Todos
por igual van camino al tribunal de Cristo, y all todos se encontrarn finalmente.
Algunos moriran antes de la venida del Seor, y algunos podran vivir para
presenciar ese acontecimiento; pero todos seran reunidos all, en el tribunal, y ser
aceptados y aprobados all era, despus de todo, una cuestin ms importante
que vivir o morir; "dormir en el Seor", o ser "transformados" sin pasar por los
dolores de la disolucin. El tribunal era la meta para todos ellos, y hemos visto
cun cercana e inminente se crea que era aquella comparecencia. Que toda esta
fe y toda esta esperanza sinceras, acariciadas y enseadas por los inspirados
apstoles de Cristo, fuese, despus de todo, una mera falacia y un engao,
parece una intolerable suposicin, fatal para la credibilidad y la autoridad de la
doctrina apostlica.
LA PARUSA EN LAS EPSTOLAS APOSTLICAS
Gl. 1:4. "El cual se dio a s mismo por nuestros pecados para librarnos del
presente siglo malo".
El apstol habla aqu del estado de cosas existente como malo, y del Seor
Jesucristo como el que nos libra de l. La palabra poca [o en] no se refiere por
supuesto al mundo material, la tierra, sino al mundo moral, o poca moral. Es
equivalente a la frase que ocurre tan a menudo en los evangelios, "esta
generacin perversa" (Mat. 2:45, etc.). El presente siglo malo es considerado
como que est pasando, y a punto de ser sucedido por un nuevo orden, el . (Heb.
2:5).
Mientras tanto, se le solicita al lector que tome nota cuidadosa del contraste que
se presenta aqu. La Jerusaln que ahora es, y la Jerusaln que habr de ser; la
Jerusaln terrenal, y la Jerusaln celestial; la Jerusaln que est en esclavitud, y
la Jerusaln que es libre; la Jerusaln que est debajo, y la Jerusaln que est
arriba; la Jerusaln que es madre de esclavos, y la Jerusaln que es nuestra
madre. Descubriremos que este contraste nos ser de no poco valor para
establecer el significado de algunos de los smbolos del Apocalipsis.
Las alusiones a la venida del Seor en esta epstola no son muchas en nmero,
pero son muy importantes e instructivas. Se habla de la venida como de algo que
con toda certeza era credo y ansiosamente esperado por los cristianos de la era
apostlica; y el hecho de su cercana est o implcito o afirmado en cada alusin al
acontecimiento.
EL DA DE LA IRA
Rom. 2:5,6. "Pero por tu dureza y por tu corazn no arrepentido, atesoras para t
mismo ira para el da de la ira y de la revelacin del justo juicio de Dios, el cual
pagar a cada uno conforme a sus obras".
Rom. 2:1,16. "Porque todos los que bajo la ley han pecado, por la ley sern
juzgados; en el da en que Dios juzgar por Jesucristo los secretos de los
hombres, conforme a mi evangelio".
No puede haber ninguna duda con respecto a este "da de la ira" y "revelacin del
justo juicio de Dios". Es el mismo que fue predicho por Malaquas como "el da
grande y terrible de Jehov" (Mal. 4:5); por Juan el Bautista como "la ira venidera"
(Mat. 3:7); y por el Seor Jesucristo como "el da del juicio" (Mat. 11:22,24). Era el
acto final de la poca, el . Es apenas necesario repetir que este "fin" se dice que
cae dentro del perodo de la generacin existente, cuando el Hijo del hombre, el
Juez designado, "pagar a cada uno segn sus obras" (Mat. 16:27).
LA ESCATOLOGA DE PABLO
Rom. 8:18-23. "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no
son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse [que
est a punto de revelrsenos]. Porque el anhelo ardiente de la creacin es el
aguardar la manifestacin de los hijos de Dios. Porque la creacin fue sujetada a
vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujet en esperanza;
porque tambin la creacin misma ser libertada de la esclavitud de corrupcin, a
la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creacin
gime a una, y a una est con dolores de parto hasta ahora; y no slo ella, sino que
tambin nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espritu, nosotros
tambin gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopcin, la
redencin de nuestro cuerpo".
Hay algunas cosas en este pasaje que son, y probablemente continuarn siendo,
oscuras por la naturaleza del tema; pero tambin hay mucho que es sencillo y
claro. No podemos confundir la regocijada anticipacin, expresada por Pablo, de
un venidero da de liberacin de los sufrimientos y miserias del presente; una
liberacin que estaba ya all, y no lejana. Vena un da de redencin que traera
libertad y gloria para los hijos de Dios, de cuyos beneficios participara la creacin
entera. La llegada de aquella consumacin era esperada y deseada
ansiosamente, no slo por los que, como el apstol mismo, tenan la esperanza de
una herencia interminable y gloriosa arriba, sino por la creacin que sufre cargas y
gime en general, por la cual estaban rodeados. Tan estimulante era la perspectiva
de la emancipacin venidera que, en vista de ella, el apstol pudo decir: "Pues
tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la
gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse"; o, como dice un pasaje
similar: "Porque esta leve tribulacin momentnea produce en nosotros un cada
vez ms excelente y eterno peso de gloria" (2 Cor. 4:17).
Esto nos trae a la pregunta: Puede decirse que la raza humana tiene esta actitud
ansiosa y expectante, gimiendo y en labores de parto, esperando y anhelando la
liberacin y la libertad? Sin duda que es posible; y nunca ms verdaderamente
que en el mismo perodo en que el apstol escribi. Era una poca de la ms
profunda corrupcin y degradacin social; puede decirse que la humanidad gema
bajo la carga de su miseria y su esclavitud; y sin embargo, haba un extrao y
misterioso sentimiento en las mentes de los hombres de que, de alguna manera y
en alguna parte, la liberacin haba llegado. Cun exactamente se ajusta la
descripcin del apstol a las condiciones morales y sociales del pueblo judo en
este perodo, no necesita ninguna prueba. Geman bajo el yugo de la esclavitud
romana. Suspiraban ansiosamente por el prometido Libertador. El caso de los
griegos y los romanos no era muy diferente, como lo prueban llamativamente los
siguientes pasajes de Conybeare y Howson; en verdad, podran haber sido
escritos como un comentario sobre el pasaje que tenemos delante.
"Las condiciones sociales de los griegos haba ido cayendo, durante este perodo,
en la corrupcin ms baja; ... pero la misma difusin y el mismo desarrollo de esta
corrupcin estaba preparando el camino, porque mostraba la necesidad de la
intervencin del evangelio. La enfermedad misma pareca llamar al Sanador. Y si
los males prevalecientes de la poblacin griega presentaban obstculos a gran
escala para el progreso del cristianismo, los griegos mostraban, para todo tiempo
futuro, la debilidad de los ms altos poderes del hombre cuando no reciben ayuda
de lo alto; y debe haber habido muchos que geman bajo la esclavitud de una
corrupcin de la cual no podan sacudirse, y estaban listos a escuchar la voz de
Aqul que "llev nuestras enfermedades y sufri nuestros dolores".
Hasta aqu las condiciones de los griegos; las de los romanos se describen as:
"Sera iluso imaginar que, cuando el mundo qued bajo un solo cetro, cualquier
real principio de unidad mantendra juntas sus diferentes partes. El emperador fue
deificado porque los hombres fueron esclavizados. No hubo verdadera paz cuando
Augusto cerr el templo de Jano. El Imperio era slo el orden del gobierno
externo, con un caos tanto de opiniones como de la moral dentro de l. Los
escritos de Tcito y de Juvenal continan atestiguando la corrupcin que se
enconaba en todos los niveles, lo mismo en el Senado que en la familia. La
antigua sobriedad de modales, y la antigua fe en la mayor parte de la religin
romana, haban desaparecido. Los licenciosos credos y las licenciosas prcticas
de Grecia y del Oriente haban inundado a Italia y a Occidente, y el Panten era
slo el monumento a un acomodamiento entre una multitud de supersticiones
decadentes. Es verdad que este estado de cosas produjo una notable tolerancia, y
es probable que, por corto tiempo, el cristianismo mismo compartiese la ventajas
de ello. Pero, an as, el genio de los tiempos era bsicamente tanto cruel como
profano, y los apstoles pronto quedaron expuestos a una encarnizada
persecucin. El Imperio Romano estaba desprovisto de la unidad que el evangelio
da a la humanidad. Era un reino de este mundo, y la raza humana gema por la
mejor paz de un "reino que no era de este mundo".
Pero, puede decirse: No se haba llevado a cabo todo esto ya por medio de la
muerte expiatoria en la cruz? Y no es sa una revelacin de una gloria futura que
se aproximaba, a la cual alude el apstol aqu? Sin duda que es as. Sin embargo,
el Nuevo Testamento siempre habla de que la obra de redencin estaba
incompleta hasta la llegada de la Parusa. Se observar que, en el versculo
veintitrs, el apstol se representa a s mismo y a los otros creyentes como
esperando todava el . Aun los hijos de Dios haban recibido solamente las arras y
las primicias, y no la plena cosecha de su condicin de hijos. Aquello no sera
completamente suyo sino hasta la venida del Seor, cuando "los santos que
estaban vivos y haban quedado" cambiaran el presente cuerpo mortal y
corruptible por una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. La Parusa era
la proclamacin pblica y formal de que la dispensacin mesinica o teocrtica
haba llegado a su fin; y que el nuevo orden, en el cual Dios era todo en todos,
haba sido inaugurado. Hasta que el juicio de Israel tuvo lugar, todas las cosas no
haban sido puestas bajo Cristo, el rey teocrtico; sus enemigos todava no haban
sido puestos bajo sus pies. Hasta ese momento, poda decirse de la adopcin []
que "le perteneca a Israel". Cuando al apstol escribi esta epstola, Cristo estaba
esperando que "sus enemigos fueran puestos debajo de sus pies". Haba todava
algo incompleto en su obra, hasta que toda la estructura y la urdimbre del
judasmo fueron barridas. Este hecho aparece claramente resaltado en la Epstola
a los Hebreos. El escritor afirma que "an no se haba manifestado el camino al
Lugar Santsimo, entre tanto que la primera parte del tabernculo estuviese en
pie". Dice que este tabernculo es "smbolo para el tiempo presente" - sirve a un
propsito temporal - hassta el tiempo de la reforma, esto es, la introduccin de un
nuevo orden (Heb. 9:8,9). Este pasaje es de gran importancia en relacin con esta
discusin, y las siguientes observaciones de Conybeare y Howson presentan su
significado muy claramente:
Haba una conveniencia y una plenitud del tiempo en los cuales el pacto antiguo
sera superado por el nuevo; al antiguo y al nuevo se les permiti susbsistir juntos
por un tiempo; la bondad y la paciencia de Dios demoraron el golpe final del juicio.
Aunque, pues, las grandes barreras contra la introduccin de todos los hombres,
sin distincin, a los privilegios de los hijos de Dios, fueron casi eliminadas por la
muerte de Cristo en la cruz, la demostracin formal y final de que "el camino al
Lugar Santsimo" estaba abierto de par en par para toda la humanidad, no ocurri
sino hasta que la estructura entera de la economa mosaica, con su ritual, y el
templo, la ciudad, y el pueblo fueron repudiados pblica y solemnemente, y el
judasmo, con todo lo que le perteneca, fue barrido para siempre.
Hay todava una porcin de este pasaje profundamente interesante sobre el cual
reposa mucha obscuridad. En el versculo 20, el apstol dice que "la creacin fue
sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujet en
esperanza", etc. La interpretacin comn de estas palabras es que "la creacin
visible ha sido puesta bajo la sentencia de descomposicin y disolucin, no por su
propia eleccin, sino por un acto de Dios que, sin embargo, no la ha dejado sin
esperanza".
Sin duda, esto da un buen sentido al pasaje, aunque nos aventuramos a pensar
que no exactamente el sentido que el apstol se propona darle. No capta la
naturaleza del mal al cual "la creacin" fue sujetada; y, por consiguiente, tampoco
la naturaleza de la liberacin que se espera de ese mal.
Entendiendo por [creacin] a la raza humana, por las razones que ya se han
especificado, observamos que se dice que ha sido sujetada a vanidad []. Qu es
esta vanidad? La palabra es muy significativa, especialmente en labios de un
judo. Para el tal, "vanidad" es sinnimo de idolatra. Es la palabra que la
Septuaginta emplea para denotar la estupidez del culto a los dolos. Los dolos son
"vanidades ilusorias" (Sal. 31:6; Jons 2:8); "enseanza de vanidades es el leo";
los dolos "vanidad son, obra vana" (Jer. 10:8,15). "Los formadores de imgenes
de talla, todos ellos son vanidad" (Isa. 44:9). Casi que la la palabra se ha separado
para este uso especial. Lo mismo puede decirse de su uso en el Nuevo
Testamento. En Listra, Pablo imploraba que el pueblo se "convirtiera de aquellas
vanidades [], es decir, del culto a los dolos, para servir al Dios vivo (Hechos
14:15). En esta misma epstola (Rom. 1:21), tenemos un caso notable del uso de
la palabra, en que Pablo, dando razn de la apostasa de la raza humana y su
alejamiento de Dios, la explica por el hecho de que "se envanecieron" en sus
razonamientos []; un pasaje en que Alford, con Bengel, Locke, y muchos otros,
reconoce la alusin al culto idlatra. Slo es necesario mirar el pasaje para ver su
relacin con el origen y la prevalencia de la idolatra (vase tambin Efe. 4:17).
Aqu retrocede a Rom. 1:21, y nos proporciona la clave de la verdadera
interpretacin. La idolatra era la "vanidad" a la cual estaba sujeta la raza humana;
la idolatra, la religin de los gentiles, la degradacin del hombre, la deshonra de
Dios.
Pero, puede decirse que el hombre fue sujetado a este mal por el acto de Dios
("por causa del que la sujet")? Sin duda, tal afirmacin estara en armona con la
Palabra de Dios. En el primer captulo de la Epstola a los Romanos, se expresa
tres veces este hecho significativo: "Dios los entreg", en referencia a esta misma
apostasa (Rom. 1:24,26,28). Este abandono slo puede ser considerado un acto
judicial. Encontramos una expresin todava ms fuerte en Romanos 11:32. "Dios
sujet a todos en desobediencia". La verdad es que la Escritura est llena de la
doctrina de que Dios entrega a los contumaces y rebeldes a la fatal consecuencia
de su pecado. Por eso, puede decirse que la sujecin de la raza humana al mal de
la idolatra no era simplemente la voluntad del hombre mismo, sino el acto judicial
de la divina justicia.
Rom. 13:11,12. "Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del
sueo; porque ahora est ms cerca de nosotros nuestra salvacin que cuando
cremos".
No es posible que palabras algunas expresen ms claramente la conviccin del
apstol de que la gran liberacin haba llegado. Sera absurdo considerar, con
Moses Stuart, que este lenguaje se refiere a la cercana aproximacin de la muerte
y la eternidad. En ese caso, el apstol habra dicho: "El da ha pasado, la noche ha
llegado". Pero este no es el estilo del Nuevo Testamento; nunca es la muerte y la
tumba, sino la Parusa, la "bendita esperanza, y la gloriosa aparicin de
Jesucristo", lo que los apstoles esperan. El profesor Jowett observa
correctamente que "en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna exhortacin
basada en la cortedad de la vida. Parece como si el fin de la vida no tuviese
ninguna importancia prctica para los primeros creyentes, porque seguramente
sera anticipado por el da del Seor". Sin duda esto es cierto; pero, y entonces,
qu? O el apstol estaba errado, o no nos merece confianza como expositor
autorizado de la verdad divina; o de lo contrario, estaba bajo la gua del Espritu de
Dios, y lo que enseaba era verdad infalible. Ante este dilema callan los
expositores que no pueden siquiera imaginar la posibilidad de que la Parusa haya
ocurrido de acuerdo con las enseanzas de Pablo. Es curioso ver los cambios a
los cuales recurren para encontrar alguna forma de escapar a la inevitable
conclusin.
Stuart protesta contra el hecho de que Tholuck renuncie a la correccin del juicio
del apstol, pero adopta la insostenible posicin de que Pablo est hablando aqu
de:
"La salvacin espiritual que los creyentes han de experimentar cuando sean
trasladados al mundo de vida eterna y de gloria".
"El Dr. Hodge objeta con algn detalle la referencia a la segunda venida de Cristo.
Por otra parte, la mayora de los modernos comentaristas alemanes defienden
esta referencia. Olshausen, De Wette, Philippi, Meyer, y otros, creen que ninguna
otra posicin es sostenible en lo ms mnimo; y el Dr. Lange, aunque evita
cuidadosamente las teoras extremas sobre este punto, niega la referencia a la
bienaventuranza eterna, y admite que se quiere decir la Parusa. Esta opinin
gana terreno entre los exgetas anglosajones".
Hay algunos intrpretes que evitan la dificultad negando que trminos tales como
cercano y distante hagan alguna referencia al tiempo en absoluto. Por ejemplo, se
nos dice que:
"Esto concuerda con todas las enseanzas de nuestro Seor, de que representa el
da decisivo de la segunda aparicin de Cristo como que est a las puertas, para
mantener a los creyentes siempre en la actitud de expectacin vigilante, pero sin
referencia a la cercana o distancia cronolgica a ese suceso".
Pero hay por lo menos una alusin muy clara a la Parusa en la cual el apstol
habla de la esperada consumacin.
Col. 3:4. "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros tambin
seris manifestados en l en gloria".
LA IRA VENIDERA
Col. 3:6. "Cosas [la idolatra, entre otras] por las cuales la ira de Dios viene".
Hay dos preguntas que surgen del pasaje que tenemos delante: (1) Qu se
quiere decir con "reunir todas las cosas en Cristo"? (2) Cul es el perodo
designado como "la dispensacin del cumplimiento de los tiempos", en el cual ha
de tener lugar este "reunir todas las cosas en Cristo"?
Pero, puede preguntarse, cmo puede el hecho de recibir a los gentiles en los
privilegios de Israel ser llamado la reunin de todas las cosas, tanto las que estn
en los cielos como las que estn en la tierra?
Algunos crticos muy capaces han supuesto que las palabras cielo y tierra en ste
y en otros pasajes deben entenderse en un sentido limitado y, por decirlo as,
tcnico. Para la mente juda, la nacin del pacto, el pueblo peculiar de Dios, podra
ser llamado apropiadamente "celestial", mientras que los degenerados gentiles,
que estaban fuera del pacto, pertenecan a una condicin inferior, terrenal. Esta es
la posicin de Locke en su nota sobre este pasaje:
"Que Pablo debi usar "cielo" y "tierra" para los judos y los gentiles no se
considerar tan extrao si consideramos que Daniel mismo se refiere a la nacin
de los judos con el nombre de "cielo" (Dan. 8:10). Ni quiere un ejemplo de ello en
nuestro Salvador mismo, quien (Luc. 21:26) con "las potencias de los cielos"
quiere significar claramente los grandes hombres de la nacin juda. Ni es ste el
nico lugar en esta epstola de Pablo a los Efesios que lleva esta interpretacin de
cielo y tierra. Quien lea los primeros quince versculos del cap. 3 y sopese las
expresiones cuidadosamente, y observe la direccin del pensamiento del apstol
en ellos, no encontrar que hace violencia manifiesta al sentido de Pablo si por
"familia en los cielos y en la tierra" (ver. 15) entiende el cuerpo unido de cristianos,
compuesto de judos y gentiles, que todava viven promiscuamente entre estas
dos clases de pueblos que continuaron en su incredulidad. Sin embargo, no estoy
seguro de esta interpretacin, sino que la ofrezco como una cuestin de
investigacin a los que creen que una bsqueda imparcial del verdadero
significado de las Sagradas Escrituras es la mejor forma de emplear el tiempo de
que disponen".
Parece, pues, que hay justificacin bblica para entender "las cosas que estn en
los cielos y las que estn en la tierra" en el sentido indicado por Locke, judos y
gentiles. Es posible, sin embargo, que las palabras apunten a una comprensin
ms amplia y a una consumacin ms gloriosa. Ellas pueden indicar que la raza
humana, separada de Dios y de todos los seres santos, y dividida por la mutua
enemistad y el mutuo alejamiento, estaba destinada, por el misericordioso de Dios,
a unirse nuevamente, bajo una Cabeza comn, el Seor Jesucristo, con el nico
Dios y Padre de la humanidad, y con todos los seres santos y felices en el cielo.
Segn este punto de vista, todo el universo inteligente habra de ser puesto bajo
un dominio, el de Dios Padre, por medio de su Hijo Jesucristo. Esta es la mayor
consumacin que se nos presenta en otras tantas formas en el Nuevo
Testamento. Es la "regeneracin" [] de Mat. 19:28; los "tiempos de refrigerio" []; y
"los tiempos de la restauracin de todas las cosas" [] de Hechos 3:19,21; "la
sujecin de todas las cosas a Cristo" de 1 Cor. 15:28; la "reconciliacin de todas
las cosas con Dios" [] de Col. 1:20; el "tiempo de reforma" [] de Heb. 9:10; el " " --
"la nueva era" -- de Efe. 1:21. Todas stas son slo diferentes formas y
expresiones de la misma cosa, y todas apuntan a la misma gran era venidera; y,
sin titubear, a esta categora podemos asignar la frase "la dispensacin de la
plenitud de los tiempos", y "reunir todas las cosas en Cristo".
Antes de que este dominio universal del Padre pudiese ser asumido y proclamado
pblicamente, era necesario que la relacin exclusiva y limitada de Dios con una
sola nacin fuera reemplazada por una mejor y abolida. Por lo tanto, la teocracia
deba ser hecha a un lado, para hacer lugar para la paternidad universal de Dios:
"para que Dios pudiese ser todo en todos".
Tenemos las ms explcitas afirmaciones sobre este punto; pues, casi todas las
designaciones del acontecimiento nos permiten fijar el tiempo. La regeneracin es
"cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria"; los tiempos de la
"restitucin de todas las cosas" son cuando "Dios enve a Jesucristo"; la "sujecin
de todas las cosas a Cristo" es "en su venida" y "en el fin". En otras palabras,
todos estos sucesos coinciden con la Parusa; y ste, por lo tanto, es el perodo de
la "reunificacin de todas las cosas" bajo Cristo.
EL DA DE REDENCIN
Efe. 1:13,14. "El Espritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra
herencia hasta la redencin de la posesin adquirida".
Efe. 4:30. "El Espritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el da de la
redencin".
Efe. 2:7. "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su
gloria".
"En los siglos venideros"; es decir, el tiempo del perfecto triunfo de Cristo sobre el
mal, siempre contemplado en el Nuevo Testamento como "cercano".
El Da de Cristo
Fil. 1:6. "El que comenz en vosotros la buena obra, la perfeccionar hasta el da
de Jesucristo".
Fil. 1:10. "A fin de que seis sinceros e irreprensibles para el da de Cristo".
LA EXPECTACIN DE LA PARUSA
Fil. 3:20,21. "Mas nuestra ciudadana est en los cielos, de donde tambin
esperamos al Salvador, al Seor Jesucristo; el cual transformar el cuerpo de la
humillacin nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya", etc.
CERCANA DE LA PARUSA
Aqu el apstol repite la bien conocida consigna de la iglesia primitiva: "El Seor
est cerca", equivalente al "Maranatha" de 1 Cor. 16:22. Dudar de su plena
conviccin de la cercana de la venida de Cristo es incompatible con el debido
respeto al claro significado de las palabras; poner esta conviccin como un error
es incompatible con el debido respeto por su autoridad e inspiracin apostlicas.
1 Tim. 4:1-3. "Pero el Espritu dice claramente que en los postreros tiempos
algunos apostatarn de la fe, escuchando a espritus engaadores y a doctrinas
de demonios; por la hipocresa de mentirosos que, teniendo cauterizada la
conciencia, prohibirn casarse, y mandarn abstenerse de alimentos que Dios
cre para que con accin de gracias participasen de ellos los creyentes y los que
han conocido la verdad".
Una de las seales que nuestro Seor predijo que estara entre las precursoras de
la gran catstrofe que habra de abrumar al sistema y al pueblo judos era la
general y ominosa apostasa de la fe, que se manifestara entre los profesos
discpulos de Cristo. La referencia de nuestro Seor a esta apostasa, aunque
clara y directa, no es tan minuciosa y detallada como la descripcin que de ella
encontramos en las epstolas de Pablo; de aqu que infiramos, como tambin
sugiere el lenguaje del primer versculo de este captulo, que a los apstoles se les
haban hecho las subsiguientes revelaciones de su naturaleza y sus
caractersticas. En 2 Tesa. 2:3, Pablo la designa como "la apostasa" que
rpidamente presenta los lineamientos del "hombre de pecado". Ya hemos
sealado la diferencia entre "la apostasa" y "el hombre de pecado", y que
confundirlos ha sido un error comn, pero egregio. En la secuela, descubriremos
que la descripcin que Pablo hace de la apostasa es tan minuciosa como la que
hace del "hombre de pecado", para permitirnos a la una tan rpidamente como al
otro.
El Fin
Mat. 10:22. "El que persevere hasta el fin, ste ser salvo".
Mat. 24:6. "Pero an no es el fin" (Mar. 13:9; Luc. 21:9).
Mat. 24:13. "Mas el que persevere hasta el fin, ste ser salvo" (Mar. 13:13).
Mat. 24:14. "Y entonces vendr el fin".
1 Cor. 1:8. "El cual tambin os confirmar hasta el fin".
1 Cor. 10:11. "A quienes han alcanzado los fines de los siglos".
1 Cor. 15:24. "Luego el fin".
Heb. 3:6. "Firme hasta el fin".
Heb. 3:14. "Firme hasta el fin".
Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin".
1 Ped. 4:7. "El fin de todas las cosas se acerca".
Apoc. 2:26. "El que guardare mis obras hasta el fin".
El Da
Mat. 25:13. "No sabis el da ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".
Luc. 17:30. "El da en que el Hijo del Hombre se manifieste".
Rom. 2:16. "El da en que Dios juzgar por Jesucristo".
1 Cor. 3:13. "El da la declarar".
Aquel Da
El Da del Seor
El Da de Dios
El Gran Da
El Da de la Ira
El Da del Juicio
El Da de la Redencin
El Da Postrero
Juan 6:39. "Sino que lo resucite en el da postrero".
Juan 6:40. "Yo le resucitar en el da postrero".
Juan 6:44. "Yo le resucitar en el da postrero".
Juan 6:54. "Yo le resucitar en el da postrero".
Juan 11:24. "Resucitar en la resurreccin, en el da postrero".
DESCRIPCIN DE LA APOSTASA
Habiendo puesto juntos en un solo cuadro los pasajes que hablan del perodo de
la apostasa, es apropiado seguir un mtodo similar con respecto a los pasajes
que describen las caractersticas y la naturaleza de la apostasa misma. Esta fatal
defeccin arroja su sombra oscura sobre todo el campo de la historia del Nuevo
Testamento, desde el discurso proftico de nuestro Seor en el Monte de los
Olivos, y an antes, hasta el Apocalipsis de Juan. Es instructivo observar cmo, al
aproximarse el tiempo de su desarrollo y su manifestacin, la sombra se vuelve
ms y ms oscura, hasta que alcanza las ms profundas tinieblas en la revelacin
del anticristo.
Por una consideracin y una comparacin de estos pasajes, se echa de ver que:
2. Puede objetarse que el perodo llamado "los postreros tiempos", o "los ltimos
das", no se describe estrictamente y puede, por lo que sabemos, ser todava
futuro.
Pero, en primer lugar, los mandatos que Pablo da a Timoteo implican claramente
que no era un mal distante, sino presente, o en todo caso inminente, del cual l
hablaba. Es manifiesto que los sntomas de la apostasa ya haban comenzado a
mostrarse, y que todo el tenor de la exhortacin del apstol implica que los males
especificados seran observados por Timoteo (1 Tim. 6:20,21).
Nada puede ser ms seguro que los apstoles consideraban que ellos vivan en
"los postreros tiempos". En la secuela, tendremos ocasin de ver esto claramente
demostrado. Mientras tanto, puede observarse que todos los pasajes dispuestos
bajo el encabezado "Los Postreros Tiempos" en nuestra tabla escatolgica se
refieren a la misma gran crisis. Era "el fin de las edades" [sunteleiatouaivnoz], de
lo cual nuestro Seor hablaba tan a menudo. La apostasa era la predicha
precursora del fin.
TIMOTEO Y LA PARUSA
Esto implica que Timoteo podra esperar vivir hasta que aquel suceso tuviese
lugar. El apstol no dice: "Guarda este mandamiento entre tanto que vivas", ni
"Gurdalo hasta tu muerte", sino "hasta la aparicin de Jesucristo". Estas
expresiones no son en modo alguno equivalentes. La "aparicin" [epifaneia] es
idntica a la Parusa, un suceso que Pablo y Timoteo crean por igual que estaba
cerca.
"Podemos decir con justicia que, cualquier impresin traicionada por las palabras
de que la venida del Seor ocurrira durante la vida de Timoteo, queda depurada y
corregida por la expresin kairoizidioiz [su propio tiempo] del versculo siguiente".
"Por pasajes como ste vemos que la era apostlica sostena lo que debera ser la
actitud de todas las pocas, una constante expectacin por el regreso del Seor".
Encontramos el mismo tono de disculpa en las observaciones del Dr. Ellicott sobre
este pasaje:
"Puede admitirse, quizs, que los escritores sagrados han usado un lenguaje en
referencia al regreso del Seor que parece mostrar que los anhelos de esperanza
casi se haban convertido en convicciones de fe".
LA APOSTASA MANIFESTNDOSE YA
1 Tim. 6:20,21. "Oh, Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las
profanas plticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsa llamada ciencia,
la cual profesando algunos, se desviaron de la fe".
2 Tim. 1:12. "Es poderoso para guardar mi depsito para aquel da".
2 Tim. 1:18. "Concdale el Seor que halle misericordia cerca del Seor en aquel
da".
2 Tim. 4:8. "La corona de justicia, la cual me dar el Seor, juez justo, en aquel
da".
Todo el tenor de estos pasajes indica que Pablo consideraba "aquel da" como
muy cercano en ese momento. En espera de l, prorrumpe en jbilo triunfante,
como si estuviese a punto de recibir la corona de victoria: "He peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo dems, me est guardada
la corona de justicia, la cual me dar el Seor, juez justo, en aquel da; y no slo a
m, sino tambin a todos los que aman su venida". Cun evidentemente son
esperados, como muy cercanos, todos estos sucesos: su propia partida, su
corona, "aquel da", y la aparicin del Seor! Diremos que su espera era
demasiado optimista? Que el da todava no ha llegado? Que su corona todava
est guardada? Que Onesforo todava no ha alcanzado misericordia? Esta
suposicin es increble.
2 Tim. 3:1-8. "Tambin debes saber esto: que en los postreros das vendrn
tiempos peligrosos. Porque habr hombres amadores de s mismos, avaros,
vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos,
impos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles,
aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los
deleites ms que de Dios, que tendrn apariencia de piedad, pero negarn la
eficacia de ella; a stos evita. Porque de stos son los que se meten en las casas
y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas
concupiscencias. stas siempre estn aprendiendo, y nunca pueden llegar al
conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a
Moiss, as tambin stos resisten a la verdad; hombres corruptos de
entendimiento, rprobos en cuanto a la fe".
Evidentemente, "los postreros das" de este pasaje son idnticos a "los postreros
tiempos" de 1 Tim. 4:1. Esto es tan obvio que no necesita ninguna prueba. El
intento de distinguir entre los "postreros" tiempos de un pasaje y el otro, que
Bengel parece sancionar, es, pues, intil. Es apenas necesario aadir que "los
postreros das" eran los das del propio apstol, el tiempo que era presente
entonces. l est hablando, no de un futuro distante, sino de un tiempo que ya
comenzaba; porque es claro que l traza el cuadro de los caracteres descritos de
la vida. Las indicaciones de la apostasa venidera ya eran evidentes. "De stos
son los que", etc. (vers. 6). Se supone que Timoteo se encontrara con aquellos
tiempos, y con aquellos hombres malvados de los cuales le exhorta a alejarse. La
siguiente nota de Conybeare y Howson se acerca mucho a la verdad, aunque no
llega a la verdad total:
Esta explicacin final es la que no puede admitir nadie que crea que los apstoles
hablaron y escribieron por el poder del Espritu Santo; y, a pesar de la opinin
casi unnime de sus crticos de que seguramente estaban errados, nosotros
estamos con los apstoles antes que con sus crticos.
"Mayormente, el apstol escribi y habl de ella (la venida del Seor) como que
tendra lugar pronto, no sin muchas y suficientes seales, sin embargo,
proporcionadas por el Espritu, de un intervalo, no corto, que transcurrira primero".
Pero, cmo ocurrira pronto un suceso, y sin embargo, ocurrira primero un
perodo largo? O, debemos suponer que el Espritu Santo ense una cosa
mientras los apstoles escriban y hablaban otra? Si ellos dijeron lo que dijeron
con respecto a la cercana de la Parusa cuando en realidad no tenan ningn
conocimiento ni ninguna revelacin sobre el tema, claramente excedieron su
comisin, y cometieron lo que la Palabra de Dios declara como uno de los
pecados ms presuntuosos -- aadieron a las palabras de la profeca que tenan la
comisin de transmitir. Rechazamos la explicacin en su totalidad. No slo no es
una explicacin no natural, sino completamente inconsistente con cualquier teora
de inspiracin de la palabra de Dios.
2 Tim. 4:1,2. "Te encarezco delante de Dios y del Seor Jesucristo, que juzgar a
los vivos y a los muertos en su manifestacin y en su reino, que prediques la
palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con
toda paciencia y doctrina".
EN ESPERA DE LA PARUSA
Est fuera del mbito de esta investigacin discutir la cuestin de quin escribi la
Epstola a los Hebreos. Aunque no haya salido de la misma pluma que la Epstola
a los Romanos, y pocos de los que estn familiarizados con el estilo de Pablo
afirmarn que no lo ha hecho, su espritu y su enseanza son esencialmente
paulinos, y podemos con justicia considerarla como uno de los ms preciosos
legados de la era apostlica. Su valor como clave del significado de la economa
levtica y como contribucin a la doctrina y la vida cristianas es inestimable; y ya
sea que se la atribuyamos a Bernab o a Apolo, o a cualquier otro colaborador de
Pablo, podemos aceptarla sin titubear, "no como palabra de hombre, sino como la
palabra de Dios, que lo es en verdad".
Heb. 1:1,2. "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros das nos ha hablado por el
Hijo".
La frase "en estos postreros das" o "en estos ltimos das" muestra que el escritor
consideraba el tiempo de la encarnacin y el ministerio de Cristo como el perodo
final de una dispensacin o era. Encontramos una expresin algo similar en el cap.
9:26. "Ahora, en la consumacin de los siglos" [episunteleiatwnaiwnwn], en que la
referencia es a la encarnacin y al sacrificio expiatorio de Cristo. Una era antigua,
llmese mosaica, judaica, o del Antiguo Testamento, estaba terminando ahora;
muchas cosas que haban parecido inamovibles y eternas estaban a punto de
desvanecerse; y "el fin del siglo" o "los postreros tiempos" haban llegado.
LAS ERAS, EDADES, O PERODOS MUNDIALES
Heb. 2:5. "Porque no sujet a los ngeles el mundo venidero, acerca del cual
estamos hablando".
Este pasaje aclara el tema an ms. Aqu tenemos una de las eras - el mundo
venidero - es decir, no un mundo material, sino un sistema u orden de cosas
anlogo a la dispensacin mosaica. Hay una evidente comparacin o contraste
entre la economa mosaica y el estado nuevo o cristiano. La primera fue puesta
bajo la administracin de ngeles; era "la palabra hablada por ngeles"; "por
disposicin de ngeles" (Hechos 7:53); fue "ordenada por medio de ngeles en
mano de un mediador" (Gl. 3:19). Pero la nueva edad, el reino de los cielos, fue
administrado por uno mayor que los ngeles, el mismo Hijo de Dios; prueba de la
superioridad de la dispensacin cristiana sobre la juda.
Ya hemos tenido ocasin de observar la significativa frase "el fin", como se usa en
el Nuevo Testamento. No significa hasta el fin, o el fin de la vida, sino el fin de la
edad. Alford observa correctamente:
"El fin que se tiene en mente no es la muerte de cada individuo, sino la venida del
Seor, que es llamada constantemente por este nombre".
Cul es la direccin del argumento? Es muy evidente que el objeto del escritor es
advertir a los cristianos hebreos contra la incredulidad y la desobediencia
poniendo ante ellos, por una parte, la recompensa de la obediencia, y por la otra,
el castigo por la desobediencia. Tena a la mano un ejemplo sealado, memorable
para todos los israelitas, es decir, la renuncia a la tierra de Canan por sus padres
a consecuencia de su incredulidad. Haban provocado al Seor para que jurase en
su ira: "No entrarn en mi reposo".
Segn el punto de vista del escritor, haba una notable correspondencia entre la
situacin de los israelitas que se aproximaban a la tierra de la promesa y la
situacin de los cristianos que esperaban el cumplimiento de su esperanza, la
promesa del reposo. Para hacer ms clara esta correspondencia, el escritor
muestra que el reposo prometido al antiguo Israel, y el prometido al pueblo de
Dios ahora, eran realmente una y la misma cosa. La entrada a la tierra de Canan
no era en modo alguno el todo, ni siquiera la parte principal, del prometido reposo
de Dios. El escritor prueba esto demostrando que, mucho despus de que los
israelitas se establecieron en Canan, el Seor, por boca de David, en el Salmo
95, repite virtualmente la promesa hecha a los israelitas en el desierto, y le dice al
pueblo: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcis vuestros corazones". La repeticin
de la orden implica la repeticin de la promesa, y tambin de la amenaza; como si
Dios estuviese diciendo: "Crean, y entrarn en mi reposo. No crean, y no entrarn
en mi reposo". De aqu se sigue que hay un reposo adems y ms all del reposo
de Canan.
Luego sigue la explicacin del reposo del que se habla, es decir, el "reposo de
Dios", que l llama "Mi reposo". Ciertamente ese nombre nunca se le dio a la tierra
de Canan, ni se le puede aplicar a nada que no sea el "reposo" del cual leemos
en el relato de la creacin, cuando Dios efectivamente repos de toda "su obra
que haba hecho" (Gn. 2:2,3). Este era el sbado de Dios, el reposo que l
santific y llam su reposo. Por lo tanto, debe ser a este reposo - el reposo santo,
sabtico, celestial - al que se refiere principalmente la promesa. De ese reposo de
Dios, Canan era sin duda el tipo, pues aqul era el reposo de los israelitas
despus de los peligros y las fatigas del desierto; pero la posesin de Canan
estaba lejos de agotar el pleno significado de la promesa, y por lo tanto el reposo
todava permaneca, y era guardado en reserva para el pueblo de Dios. "Por tanto,
queda un reposo para el pueblo de Dios".
No slo soportan las palabras este sentido, sino que no soportan ningn otro,
como lo demuestra muy bien Alford. (Vase el Testamento Griego, in loc.). Ahora
podemos ver la fuerza del argumento en su totalidad. El escritor demuestra las
fatales consecuencias de la incredulidad y la desobediencia por medio del ejemplo
de los antiguos israelitas (cap. 3:7-19). Tenan una gran promesa de entrar en el
reposo de Dios, que perdieron por su incredulidad (cal. 3:7-19). Pero aquella
promesa de reposo todava se ofrece, y todava se puede perder. Fue ofrecida a
Israel nuevamente en el tiempo de David y por boca de l; no se agot por la
entrada de los israelitas en Canan (cap. 4:4-8). En aquel entonces, la promesa se
refera al estado celestial, el reposo de Dios mismo, cuando l guard el sbado
despus de la obra de la creacin (cap. 4:3-5). Pero Cristo tambin guarda su
sbado, habiendo cesado de la obra de redencin, como el Padre ces de la obra
de la creacin (cap. 4:10). Queda, pues, todava un sbado, o reposo celestial,
para el pueblo de Dios (cap. 4:9). Procuremos, pues, entrar en aquel reposo de
Cristo y de Dios, amonestados contra la incredulidad y la desobediencia por el
ejemplo del antiguo Israel (cap. 4:11).
Encontraremos en la secuela mucha luz arrojada sobre este tema de la entrada en
el estado celestial, y la relacin con l en que estaban los santos tanto antes como
desde la venida de Cristo.
Heb. 9:26. "De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces
desde el principio del mundo [kosmou] ; pero ahora, en la consumacin de los
siglos [aiwnwn], se present una vez para siempre por el sacrificio de s mismo
para quitar de en medio el pecado".
EXPECTACIN DE LA PARUSA
Heb. 9:28. "Y aparecer por segunda vez, sn relacin con el pecado, para salvar a
los que le esperan".
LA PARUSA SE ACERCA
Heb. 10:25. "Exhortndonos; y tanto ms, cuanto veis que aquel da se acerca".
Por supuesto, "el da" significa "el da del Seor", el tiempo de su aparicin, la
Parusa. Ahora se haba acercado; no podan verla acercndose. Sin duda, las
indicaciones de su aproximacin predicha po nuestro Seor eran evidentes, y sus
discpulos las reconocieron, recordando sus palabras: "Cuando veis que suceden
estas cosas, conoced que est cerca, a las puertas" (Mar. 13:29). No es correcto
tergiversar estas palabras en un sentido no natural o doble, y decir con Alford:
"Aquel da, en su sentido grande y final, siempre est cerca, siempre listo para
irrumpir en la iglesia; pero estos hebreos vivan en realidad cerca de uno de
aquellos grandes tipos y anticipaciones de l, la destruccin de la Santa Ciudad".
Los cristianos hebreos vivan cerca de la verdadera Parusa que nuestro Seor
predijo, y su iglesia esperaba, antes de que pasara aquella generacin. No es
verdad que la Parusa "est siempre cerca, y siempre lista para irrumpir sobre la
iglesia". Esto no es ms cierto que decir que el nacimiento de Cristo, su crucifixin,
o su resurreccin estn siempre listas para irrumpir. La Parusa era tan
distintamente un suceso especfico, con su lugar apropiado en el tiempo, como la
encarnacin o la crucifixin; y hacer de ella una forma fantasma, que aparece y
desaparece, siempre viniendo pero nunca llegando, distante y cercana, pasada y
futura, es vaciar la palabra de todo significado. Creemos que Cristo, en su
discurso proftico, tena a la vista un suceso pleno; un suceso con un lugar en la
historia y la cronologa; un suceso cuyo perodo l mismo indic claramente, no
ciertamente la hora, ni el da, ni siquiera el ao preciso, pero dentro de lmites bien
definidos, el perodo de la generacin existente. Tal era, manifiestamente, la
creencia del escritor de esta epstola. Para l, la Parusa era un acontecimiento
bien definido, cuya aproximacin poda ver; ni puede detectarse en su lenguaje, ni
en el lenguaje de ninguna de las epstolas, ningn rastro de doble sentido, ni de
una Parusa parcial o preliminar, sino de una Parusa grande y final.
LA PARUSA INMINENTE
Esto es slo parte de la verdad; la Parusa trajo mucho ms que esto al pueblo de
Dios, si hemos de creer a las garantas dadas por los inspirados apstoles de
Cristo.
Heb. 11:39,40. "Y todos stos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la
fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros,
para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros".
Este es un hecho que vale la pena considerar. Hasta ese momento, de acuerdo
con el autor de esta epstola, los santos del Antiguo Testamento haban estado
esperando, y todava esperaban, el cumplimiento de la gran promesa que Dios
haba hecho a Abraham y a su simiente, y todava no haban recibido la herencia,
ni haban entrado en la patria mejor, ni haban visto la ciudad construida por Dios,
que tena fundamentos. Cmo era esto? Cul podra ser la causa de la larga
demora? Qu obstculo les impeda la entrada al pleno goce de su herencia? La
pregunta ha sido anticipada y contestada. "An no se haba manifestado el camino
al Lugar Santsimo", como lo indicaba la continuada existencia del templo y sus
servicios (cap. 9:8). El acceso al lugar de santidad y privilegio no se permiti sino
hasta que se hubo abierto el camino mediante el sacrificio expiatorio de Cristo, el
gran Sumo Sacerdote, el Mediador del nuevo pacto; no poda conferir un ttulo
perfecto a sus sbditos por el cual pudieran ser admitidos para entrar en posesin
de la herencia (cap. 9:9). El mero ritual no poda quitar las barreras que el pecado
haba erigido entre Dios y el hombre; y por lo tanto no haba entrada, ni siquiera
para los fieles bajo el antiguo pacto, en los plenos privilegios de la condicin de
santos e hijos. Pero esta barrera fue quitada por el sacrificio perfecto del gran
Sumo Sacerdote. "El Mediador del nuevo pacto", mediante la ofrenda de s mismo
a Dios, redimi las transgresiones cometidas bajo el pacto antiguo, o la economa
mosaica, librando as a los sbditos de aquel pacto de sus incapacidades, y
hacindole competente para que los escogidos "recibieran la promesa de la
herencia eterna" (cap. 9:11-15).
Ver. 16. "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No
dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu
simiente, la cual es Cristo".
Ver. 18. "Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la
concedi a Abraham mediante la promesa".
Ver. 19. "Entonces, para qu sirve la ley? Fue aadida a causa de las
transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa", etc.
Ver. 22. "Mas la Escritura lo encerr todo bajo pecado, para que la promesa que
es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes".
Ver. 23. "Pero antes que viniese la fe, estbamos confinados bajo la ley,
encerrados para aquella fe que iba a ser revelada".
Ver. 29. "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y
herederos segn la promesa".
Ahora bien, haciendo lugar para la diferencia en el propsito que Pablo tiene en
mente al escribir a los glatas, se ver cun notablemente apoyan sus
afirmaciones las de la Epstola a los Hebreos.
Ver. 16. "Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea
firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino
tambin para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros".
Rom. 5:1,2. "Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Seor Jesucristo; por quien tambin tenemos entrada por la fe a esta
gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de
Dios".
Tomando juntos todos estos pasajes, podemos deducir de ellos las siguientes
conclusiones:
Pero, puede objetarse: Si ya ha venido la simiente "a quien fueron hechas las
promesas"; si ya se ofreci el sacrificio del Calvario; si el gran Sumo Sacerdote ha
rasgado el velo y quitado el muro; si se ha abierto el camino al Lugar Santsimo,
no se sigue que la posesin de la herencia sera otorgada inmediatamente a los
santos del AT, y que ellos entraran en el reposo prometido junto con el Redentor
resucitado y triunfante?
Este es el punto de vista que han adoptado muchos telogos, que fijan la
resurreccin de Cristo como el perodo de avance y de gloria de los santos del AT.
Pero es claro que la doctrina apostlica fija ese perodo en la Parusa, y esto por la
razn dada en la Epstola a los Hebreos (cap. 10:12,13). Aunque el gran Sumo
Sacerdote haba ofrecido su nico sacrificio por el pecado; aunque se haba
sentado a la diestra de Dios, su triunfo todava no haba llegado plenamente.
Todava estaba "esperando de ah en adelante a que sus enemigos fuesen
puestos por estrado de sus pies". Al mismo efecto es la declaracin de Pablo en 1
Cor. 15:22. La consumacin se alcanza en etapas sucesivas; primera, la
resurreccin de Cristo; despus, los que son de Cristo, en su venida; luego, "el
fin". El edificio no fue coronado sino hasta la Parusa, cuando el Hijo del hombre
vino en su reino, y sus enemigos fueron puesto bajo sus pies. Esa fue la
consumacin, el fin, cuando el gobierno mesinico delegado habra de cesar; lo
ceremonial, local, y temporal habra de fundirse con lo espiritual, universal, y
eterno; cuando Dios fuese revelado como el Padre, no de una nacin, sino del
hombre; cuando todas las distinciones seccionales y nacionales fuesen abolidas, y
"Dios fuese todo en todos".
Antes de dejar este interesante pasaje es apropiado hacer alusin a las opiniones
de algunos de los ms eminentes expositores en relacin con l.
El profesor Stuart pierde el camino por completo. Declara a Heb. 11:40 "un
versculo extremadamente difcil, sobre cuyo significado ha habido multitud de
conjeturas", y expresa su opinin de que "la cosa mejor" reservada para los
cristianos no es una recompensa en el cielo; porque tal recompensa se les ofreci
tambin a los santos de la antigedad.
"Tengo, pues", aade, "que adoptar otra exgesis del pasaje entero, que refiere
epaggelian [la promesa] a la prometida bendicin del Mesas. Interpreto, pues, el
pasaje entero de esta manera: Los santos de la antigedad perseveraron en su fe,
aunque el Mesas les era conocido slo por la promesa. Nosotros estamos ms
obligados que ellos a perseverar: porque Dios ha cumplido su promesa con
respecto al Mesas, colocndonos en una condicin mejor adaptada a la
perseverancia que ellos. Tanto es nuestra condicin preferible a la de ellos que
hasta podemos decir que, sin la bendicin de que disfrutamos, su felicidad no
podra haberse completado. En otras palabras, la venida del Mesas era esencial
para la consumacin de su felicidad en gloria, es decir, era necesaria para su
teleiosiz".
Se ver que Stuart confunde por completo lo que quiere decir el escritor. La
epaggelia no es el Mesas, sino la herencia, la promesa de entrar en el reposo.
Adems, no capta la relacin del tema con el tiempo entonces presente, y que
toda la fuerza del argumento reside en el hecho de que estaba cercano el
momento en que la gran promesa de Dios se cumplira.
"El escritor implica, como de hecho parece atestiguarlo el cap. 10:14, que el
advenimiento y la obra de Cristo han cambiado el estado de los padres y los
santos del AT en una bendicin mayor y ms perfecta, una inferencia que nos
impone la Escritura en muchos otros lugares. De modo que su perfeccin
dependa de nuestra perfeccin; su perfeccin y la nuestra fueron introducidas al
mismo tiempo, cuando Cristo 'por una sola ofrenda perfeccion para siempre a los
santificados'. De manera que el resultado con relacin a ellos es que sus espritus,
desde el tiempo en que Cristo descendi al Hades y ascendi al cielo, disfrutan de
la bienaventuranza celestial, y esperan, junto con todos los que han seguido a su
glorificado Sumo Sacerdote dentro del velo, la resurreccin de sus cuerpos, la
regeneracin, la renovacin de todas las cosas".
Esta explicacin, aunque en algunos respectos no est lejos de la verdad, es
inconsistente con las afirmaciones de la epstola, pues supone que los santos del
AT todava esperan su completa felicidad, y reducen hasta a los creyentes del NT
a la misma condicin de espera de una consumacin todava futura. Qu sucede,
entonces, con kreittonti, la "alguna cosa mejor" que Dios, segn el escritor, haba
provisto para los cristianos? La ventaja a la que l tanta importancia le da
desaparece por completo. Y si la Parusa nunca tuvo lugar, los creyentes del NT
no tienen ninguna ventaja en absoluto sobre los santos de la antigedad.
El Dr. Tholuck hace las siguientes observaciones sobre el estado de los santos
que han partido antes del advenimiento de Cristo:
"Los santos del AT se reunieron con los padres, y quizs fueron en parte
trasladados a una esfera superior de vida; pero, como la salvacin completa slo
se alcanza por medio de la unin con Cristo, cuyo Espritu, que mora en el interior,
vivificar tambin nuestros cuerpos recin glorificados, as tambin los padres que
se reunieron con Dios tuvieron que esperar el advenimiento de Cristo, como l
mismo dijo de Abraham, que se regocij de ver Su da".
"Creo que los padres que murieron bajo el AT tenan una admisin ms cercana a
la presencia de Dios que aquella de la cual haban disfrutado antes. Estaban en el
cielo delante del santuario de Dios, pero no eran admitidos del velo adentro, al
Lugar Santsimo, donde todos los consejos de Dios se muestran y estn
representados".
Mucho de lo que es verdad est mezclado aqu con algo errneo. Todas estas
opiniones concuerdan en la conclusin de que la obra redentora de Cristo tuvo
una poderosa influencia sobre el estado de los creyentes del AT; pero ninguna de
ellas aprehendi el hecho, tan legiblemente escrito sobre la faz de esta epstola,
de que no fue sino hasta que el entramado externo del judasmo fue barrido, y
Cristo haba venido en su reino, que la herencia prometida fue abierta para los
creyentes, bien del AT o del NT, y que la Parusa fue el tiempo sealado para que
ambos grupos entraran juntos en posesin del "reposo de Dios".
"Es claramente errneo entender, con algunos intrpretes, esta conmocin como
el mero derrumbe del judasmo delante del evangelio, o de cualquier otra cosa que
se cumplir durante la economa cristiana, excepto su glorioso fin y su glorioso
cumplimiento".
"El perodo que transcurre [antes de que este zarandeo tenga lugar] no ser sino
uno, sin admitir que se divida en muchos; y ese uno es corto".
"Que el pasaje respeta los cambios que seran introducidos por la venida del
Mesas, y la nueva dispensacin que l iniciara, es evidente por la lectura de
Hageo 2:7-9. Tal lenguaje figurado es frecuente en la Escritura, y denota grandes
cambios que han de tener lugar. As lo explica el apstol, en el mismo versculo
siguiente. (Comp. Isa. 13:13; Hageo 2:21, 22; Joel 3:16; Mat. 24:29-37).
Pero no es tanto a cualquier nueva era sobre la tierra como al glorioso reposo y la
gloriosa recompensa del pueblo de Dios en el estado celestial a lo que el autor de
la epstola dirige la esperanza de los cristianos hebreos. En aquel reino eterno los
fieles siervos de Cristo crean que estaban a punto de entrar, y ninguna
consideracin estaba ms calculada para fortalecer a los dbiles y confirmar a los
vacilantes. "As que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos
gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradndole con temor y reverencia;
porque nuestro Dios es fuego consumidor".
EXPECTATIVA DE LA PARUSA
Heb. 13:14. "Porque no tenemos aqu ciudad permanente, sino que buscamos la
por venir".
"Este versculo llega al lector con un tono solemne, considerando cun corto fue el
tiempo que dur en realidad la menousapoliz [ciudad duradera], y cun pronto la
destruccin de Jerusaln puso fin al sistema judo, que se supona sera tan
duradero".
Sant. 5:1,3. - "Vamos ahora, ricos! Llorad y aullaad por las miserias que os
vendrn. ... Habis acumulado tesoros para los das postreros".
Esta osada acusacin contra los poderosos opresores y ladrones de los pobres en
los ltimos das el estado judo nos recuerda las advetencias del profeta
Malaquas: "Vendr a vosotros para juicio; y ser pronto testigo contra los
hechiceros y los adlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su
salario al jornalero, a la viuda y al hurfano, y los que hacen injusticia al extranjero,
no teniendo temor de m, dice Jehov de los ejrcitos" (Mal. 3:5). Aquel juicio se
acercaba ahora, y el juez "estaba delante de la puerta".
Nada puede ser ms franco que ewl reconocimiento que hace Alford de la
importancia histrica de esta conminacin, y su expresa referencia a los tiempos
del apstol. Dando razn de la ausencia de cualquier exhortacin directa a la
penitencia en esta denuncia, dice:
"Los ltimos das (es decir, los ltimos das antes de la venida del Seor), etc."
Es interesante descubrir que el Dr. Manton, un telogo que vivi en los das en
que una exgesis rigurosa no se practicaba mucho, y una exposicin de la
Escritura era cualquier significado que se le atribuyera, ha discernido con gran
perspicacia el significado histrico de sta y otras alusiones de Santiago a la
Parusa. Por ejemplo, acerca de la clusula: "El moho de ellos devorar vuestras
carnes como fuego", Monton dice:
CERCANA DE LA PARUSA
Sant. 5:7. "Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Seor".
Sant. 5:8. "La venida del Seor se acerca".
Sant. 5:9. "He aqu, el juez est delante de la puerta".
"Qu se quiere decir aqu? (Sant. 5:7). Cualquier venida particular de Cristo, o
su solemne venida a un juicio general? Respondo: Posiblemente ambas; los
cristianos primitivos crean que ambas ocurriran juntas. 1. Puede referirse a la
venida particular de Cristo a juzgar a estos hombres impos. Esta epstola se
escribi aproximadamente treinta aos despus de la muerte de Cristo, y slo
transcurri un corto tiempo entre ese suceso y los ltimos momentos de Jerusaln,
de modo que hasta la venida del Seor significa hasta la destruccin de Jerusaln,
que tambin se expresa en alguna otra parte como la venida, si hemos de creer a
Crisstomo y Ecumenio acerca de Juan 21:22: 'Si quiero que quede hasta yo
venga', esto es, dicen ellos, venga a la destruccin de Jerusaln".
Acerca del versculo octavo: "Porque la venida del Seor se acerca", Manton
observa:
"O a ellos primero para un juicio particular; porque no quedaban sino unos pocos
aos, y entonces todo se perdi; y probablemente eso es lo que los apstoles
quieren decir cuando hablan tan a menudo de la cercana de la venida de Cristo.
Pero, se dir: Cmo podra esto ser propuesto como argumento de paciencia a
los piadosos hebreos que Cristo vendra y destruira el templo y la ciudad?
Respondo: (1) El tiempo del solemne proceso judicial de Cristo contra los judos
fue el tiempo en que l se defendi con honor de sus adversarios, y el escndalo y
el reproche de su muerte haban pasado. (2) La proximidad de su juicio general
termin la persecucin; y cuando los piadosos eran atendidos en Pella, los
incrdulos perecan por la espada romana", etc.
Acerca del vers. 9: "He aqu, el juez est delante de la puerta", Manton descarta
por completo el doble sentido, y da la siguiente explicacin irreprochable:
"Haba dicho antes: 'La venida del Seor se acerca'; ahora aade que 'est
delante de la puerta', una frase que no slo implica la certeza, sino lo sbito, del
juicio. Vase Mat. 24:33: 'Sabed que est cerca, an a las puertas', de modo que
esta frase da a entender tambin la rapidez de la ruina de los judos".
Es fcil ver que la perdonable ansiedad por encontrar un uso actual didctico y
edificante en toda la Escritura reside en la base de gran parte de la exposicin de
telogos como Manton, y les inclina a adoptar significados alternos y ajustes, que
una exgesis estricta no puede admitir. Pero el lenguaje del apstol en este caso
no necesita ninguna explicacin, pues habla por s solo. Muestra la actitud de
expectativa y la esperanza con la que las iglesias apostlicas esperaban la
manifestacin del regreso de su Seor. Una iglesia perseguida necsitaba
pacienciabajo las injusticias infligidas por sus opresores. Su clamor era: Oh,
Seor! Hasta cundo? Se consolaban con la certeza de que el da de liberacin
estaba cerca; "el juez", el vengador de sus injusticias ya estaba "delante de la
puerta". "An un poquito, y el que ha de venir vendr, y no tardar". Cmo es
posible reconciliar esta confiada esperanza de una liberacin casi inmediata con
una consumacin todava futura despus de que hubiesen pasado dieciocho
siglos? No hay sino dos alternativas posibles: o Santiago y los otros apstoles
estaban burdamente engaados en su esperanza de la Parusa, o aquel
acontecimiento s ocurri, de acuerdo con su esperanza y la prediccin del Seor,
al final de la era juda. Si adoptamos esta ltima alternativa, la nica compatible
con la fe cristiana, tenemos que aceptar la inferencia de que la Parusa era la
gloriosa aparicin del Seor Jesucristo para abolir la dispensacin mosaica,
ejecutar juicio sobre la nacin culpable,y recibir a su fiel pueblo en su reino y su
gloria celestiales.
EN LA PRIMERA EPSTOLA
Es necesario leer esta epstola a la luz de las circunstancias reales del tiempo en
que se escribi y de las personas a quienes se les escribi. Cualesquiera sean sus
usos y las lecciones para otros tiempos y personas, no debe perderse de vista su
relacin primaria y especial con los judos de la dispersin en la era apostlica.
LA SALVACIN PREPARADA PARA SER
REVELADA EN LOS LTIMOS TIEMPOS
1 Ped. 1:5. "Vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe,
para alcanzar la salvacin que est preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero".
Cada una de las palabras de este discurso de apertura est llena de significado, e
implica la cercana proximidad de una crisis grande y decisiva. En el ver. 4,
tenemos una alusin muy clara a la "herencia", que es el tema de una porcin tan
grande de la Epstola a los Hebreos, es decir, la Canan verdadera, "el reposo que
queda para el pueblo de Dios". En lenguaje muy similar, Pedro la llama "la
herencia reservada en el cielo" y representa la entrada en ella por los creyentes
como muy cercana. La salvacin est "preparada para ser manifestada". Lo que
esta "salvacin" significa es muy evidente; no es la glorificacin personal de las
almas individuales a la muerte, sino una liberacin grande y colectiva, en la cual el
pueblo de Dios ha de participar de modo general: una salvacin como la que Dios
ejecut para Israel a las orillas del Mar Rojo. Del mismo modo, Pablo usa la misma
palabra con referencia a esta misma consumacin prxima: "Ahora est nuestra
salvacin ms cerca que cuando cremos" (Rom. 13:11).
La salvacin est lista para ser revelada en "el tiempo postrero", es decir, "ahora",
el tiempo que era presente entonces. Ya hemos tenido ocasin de observar que
los apstoles llaman a su propio tiempo "el tiempo postrero". Ellos crean y
enseaban que estaban viviendo en los ltimos tiempos, y esto debe poder
reconciliarse con los hechos, si su crdito como fieles y autorizados testigos ha de
mantenerse. Estaban justificados en su creencia: vivan en los ltimos tiempos, en
el perodo final de la era o poca juda. En el versculo veinte de este captulo
encontramos que se da la misma designacin al tiempo de la encarnacin de
Cristo: "Quien fue manifestado en los postreros tiempos [al final de los tiempos]
por amor de vosotros". Decir que el apstol considera el perodo entero desde el
principio de la dispensacin del Nuevo Testamento hasta la venida de Cristo en
gloria, en una poca futura y posiblemente todava distante, como un corto tiempo
llamado los ltimos das, es una interpretacin sumamente antinatural y forzada.
Es evidente que el apstol habla de un perodo de crisis, y hacer que una crisis se
extienda por miles de aos es violentar, no slo el sentido gramatical de las
palabras, sino la naturaleza de las cosas.
A riesgo de ser repetitivos, podemos observar aqu que, de acuerdo con el uso del
Nuevo Testamento, debemos concebir el perodo entre la encarnacin de Cristo y
la destruccin de Jerusaln como el fin de una poca o era. Fue al final de la era
[episunteleiatwnaiwnwn = cerca del final de la poca] que "Cristo apareci para
quitar de en medio al pecado, por el sacrificio de s mismo" (Heb. 9:26). Este
perodo entero de alrededor de setenta aos se considera como "el tiempo
postrero", pero es natural que la frase tuviese un acento ms fuerte cuando la
guerra de los judos, el principio del fin, estaba a punto de estallar, si ya no haba
comenzado.
1 Ped. 1:7. "Para que, sometida a prueba vuestra fe ... sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo".
1 Ped. 1:13. "Esperad por completo [teleiwz] en la gracia que se os traer cuando
Jesucristo sea manifestado".
1 Ped. 3:18-20. "Porque tambin Cristo padeci una sola vez por los pecados, el
justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne,
pero vivificado en espritu, en el cual tambin fue y predic a los espritus
encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba
la paciencia de Dios en los das de No, mientras se preparaba el arca", etc.
De acuerdo con el sentido verdadero y natural de las palabras, parece, pues, que
no hay escapatoria a la interpretacin de que nuestro Seor, despus de su
muerte en la cruz, fue, en su estado desencarnado, al Hades, el lugar de los
espritus que han partido, y all hizo proclamacin [predic] a los espritus
aprisionados, es decir, los antediluvianos, los que en los das de No no creyeron
a las advertencias del profeta y perecieron en el diluvio. sta, que es la
interpretacin ms antigua, es ahora generalmente aceptada por los crticos ms
eminentes. Es la que est incluida en el Credo de los Apstoles; tiene la sancin
de Lutero y de Calvino; y parece estar apoyada por otros pasajes en la Escritura
que estn en armona con esta explicacin. En el sermn de Pedro el da de
Pentecosts (Hechos 2:27-31), hay una clara alusin al alma de Cristo en el
Hades; tambin en Efe. 4:9): "Y eso de que subi, qu es, sino que tambin
haba descendido primero a las partes ms bajas de la tierra?" Es difcil suponer
que el entierro del cuerpo es todo lo que significan las palabras de que descendi
a las partes ms bajas de la tierra.
"El sentido simple y literal de las palabras en este versculo (19), considerado en
relacin con el siguiente, nos obliga a adoptar la opinin de que Cristo se
manifest a los muertos incrdulos". "Tenemos que admitir que el discurso aqu es
el de una proclamacin del evangelio entre los que haban muerto en incredulidad,
pero no sabemos si encontr entrada en muchos o en pocos". "La expresin
enfulakh (que el siraco traduce como Seol; los padres la usan como sinnimo de
Hades) muestra que el discurso slo puede referirse a los incrdulos". "El que
yaci bajo la muerte, entr al imperio de la muerte como conquistador,
proclamando libertad a sus sbditos encarcelados".
"Entonces, de todo lo que se ha dicho se infiere que, junto con la gran mayora de
los comentaristas, antiguos y modernos, entiendo que estas palabras significan
que nuestro Seor, en su estado incorpreo, en efecto fue al lugar de detencin de
los espritus que haban partido, y all anunci su obra de redencin, y predic la
salvacin, de hecho, a los espritus incorpreos de los que rehusaron obedecer la
voz de Dios cuando el juicio del diluvio se cerna sobre ellos. Por qu se menciona
a stos ms bien que a otros - ya sea meramente como muestra de una obra de
gracia semejante para otros, o por alguna razn especial que no nos podemos
imaginar - no lo sabemos".
Aqu podemos observar, de pasada, que esta liberacin del Hades sirve para
ilustrar vvidamente las palabras de Pablo en 1 Cor. 15:26: "El postrer enemigo
que ser destruido es la muerte".
1 Ped. 4: 5,7. "Pero ellos darn cuenta al que est preparado para juzgar a los
vivos y a los muertos. Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios,
y velad en oracin".
En estos pasajes, encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos
encontrado antes, una clara comprensin del juicio y del fin como cercanos.
No menos decisiva es la declaracin del ver. 7: "El fin de todas las cosas se
acerca". Cualquier cosa que se quiera decir con ese fin, es seguro que el apstol
la concibe como cercana, pues la considera motivo para velar en oracin. Para
captar toda la fuerza de la exhortacin, tenemos que ponernos en la situacin de
estos cristianos apostlicos. Al disminuir, ao tras ao, la distancia hacia la
desaparicin de la generacin que vio y rechaz al Hijo del hombre, la anticipacin
de la llegada de la gran consumacin predicha debe haberse vuelto ms y ms
vvida en las mentes de los creyentes cristianos. No nos toca a nosotros
establecer cules eran sus conceptos en cuanto a la naturaleza y la extensin de
aquella consumacin; o si se imaginaban o no que ella involucraba la disolucin
de toda la armazn y todo el tejido del mundo material. Tenemos que ver, no con
las opiniones privadas de los apstoles, sino con sus pronunciamientos en pblico.
Pero la consumacin descrita por nuestro Seor como "el fin", y "el fin del siglo" se
acercaba rpidamente no es una cuestin abierta a debate, sino un punto de fe,
que involucraba la verdad de todas sus afirmaciones. No puede haber duda de
que, en un sentido judaico o religioso, esto es, por lo que concerna al sistema
nacional y eclesistico del judasmo, "el fin de todas las cosas se acercaba". La
destruccin de todo lo que contemplaban los ojos de nuestro Seor mientras
estaba sentado en el monte de los Olivos se acercaba rpidamente. Esta es la
clave de lo que quiere decir Pedro en este pasaje, y proporciona la nica
explicacin sostenible y bblica.
"Est bastante claro que, en las predicciones de nuestro Seor, las expresiones 'el
fin', y probablemente 'el fin del mundo', se usan con referencia a la total disolucin
de la economa juda. Los sucesos de ese perodo fueron predichos muy
minuciosamente, y nuestro Seor afirm claramente que no pasara la generacin
existente antes de que se cumplieran todas las cosas con respecto a 'este fin'.
ste habra de ser un perodo de sufrimiento para todos; de prueba, severa
prueba, para los seguidores de Cristo; de juicios terribles sobre sus opositores
judos, y de glorioso triunfo para la religin de Jess. A este perodo se hacen
repetidas referencias en las epstolas apostlicas. 'Conociendo el tiempo', dice el
apstol Pablo, 'de que ya es hora de despertar del sueo, porque ahora est ms
cerca nuestra salvacin que cuando cremos. La noche est avanzada; se acerca
el da'. 'Sed pacientes', dice el apstol Santiago, 'y estad firmes en vuetros
corazones: porque la venida del Seor se acerca'. 'El juez est delante de la
puerta'. Las predicciones de nuestro Seor deben haber sonado muy familiares a
los odos de los cristianos en el tiempo en que esto se escribi. Con una mezcla
de asombro y gozo, temor y esperanza, deben haber estado esperando su
cumplimiento: "esperando las cosas que vendran sobre la tierra"; y era
peculiarmente natural que Pedro se refiriese a estos sucesos, y que se refiriese a
ellos con palabras similares a las usadas por nuestro Seor, pues l haba sido
uno de los discpulos que, sentados con su Seor y teniendo a la vista la ciudad y
el templo, le haban odo hacer estas predicciones.
"La contemplacin de tales sucesos como muy cercanos se adaptaba bien para
funcionar como motivacin para la sobriedad y la vigilancia con oracin. stos
eran exactamente los temperamentos y los ejercicios requeridos de manera
peculiar en tales circunstancias, y exactamente las disposiciones y ocupaciones
requeridas por nuestro Seor cuando hablaba de aquellos das de prueba y de ira:
'Mirad tambin por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de
glotonera y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre
vosotros. Porque como un lazo vendr sobre todos los que habitan sobre la faz de
la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seis tenidos por dignos de
escapar de todas estas cosas que vendrn, y de estar en pie delante del Hijo del
Hombre'. [Luc. 21:34-36]. Es difcil creer que el apstol no tuviese en mente estas
mismas palabras cuando escribi el pasaje que nos ocupa". - Expository
Discourses sobre 1 Pedro, por el Dr. John Brown, Edinburgh, vol. ii, pp. 292-294.
1 Ped. 4:6. "Porque por esto tambin ha sido predicado el evangelio a los muertos
[kainekroizeughgelisqh], para que sean juzgados en carne segn los hombres,
pero vivan en espritu segn Dios".
Quizs apenas pueda decirse que el pasaje citado arriba cae dentro del mbito de
esta discusin, puesto que no parece tener ninguna relacin directa con el tiempo
de la Parusa; y su extrema dificultad podra ser una buena razn para evitar
examinarlo en absoluto. Sin embargo, como manifiestamente pertenece a la
escatologa del Nuevo Testamento, y como no tenemos ningn derecho a
considerarlo como desesperadamente insoluble, parece mejor no pasarlo por alto
en silencio.
Puede haber pocas dudas de que ste es uno de una clase de pasajes difciles
que, aunque oscuros para nosotros, eran inteligibles y fciles para los lectores
originales de las epstolas. (Vase 1 Cor. 11:10; 15:29). Una alusin de pasada
podra invocar todo un tren de ideas en sus mentes, de manera que
comprendieron fcilmente lo que a nosotros nos desconcierta sin remedio. Paley,
en su Horae Paulinae, cap. 10, No. 1, advierte de esta dificultad en una
correspondencia real que caiga en manos de una tercera persona.
Ahora examinemos esa afirmacin: "Porque por esto tambin ha sido predicado el
evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne segn los hombres,
pero vivan en espritu segn Dios".
Puede decirse ciertamente que aqu hay tantas dificultades como palabras.
Cundo, dnde, y por quin fue predicado el evangelio a los muertos? Quines
eran los muertos a quienes se les predic el evangelio? Por qu se les predic?
Cmo podan los muertos ser juzgados en carne segn los hombres? Cmo
podan vivir en espritu segn Dios? Y cmo es que la predicacin del evangelio
a los muertos produjo este resultado, "para que vivan en espritu segn Dios"?
A la pregunta: Quines eran los muertos a los cuales se dice que fue predicado
el evangelio?, algunos creen que es suficiente contestar: Son los que, estando
muertos ahora, estaban vivos en la carne cuando el evangelio se les predic. sta
sera una solucin fcil si fuese permitido interpretar as las palabras del apstol;
pero esta explicacin tiene una objecin fatal: hace expresar al apstol un hecho
muy simple y sencillo de un modo inexplicablemente oscuro y ambiguo. Las
palabras mismas rechazan tal explicacin. Alford no habla con demasiada fuerza
cuando dice:
"Si kai nekroiz euhggelisqh puede significar 'el evangelio fue predicado durante
sus vidas a algunos que ahora estn muertos', la exgesis ya no tiene ninguna
regla fija, y a la Escritura se le puede hacer probar cualquier cosa".
Otros suponen que debe entenderse que los "muertos" en el ver. 6 son los
espirtualmente muertos; pero contra esto hay dos objeciones insalvables: primera,
no discrimina una clase particular, pues todos los hombres estn espiritualmente
muertos la primera vez que se les predica el evangelio; y segunda, atribuye a la
palabra nekroi [los muertos] un significado diferente del que tiene la misma palabra
en el ver. 5 - "los vivos y los muertos". Segn esta interpretacin, la palabra
"muertos" se usa literalmente en el ver. 5, y en un sentido tico en el ver. 6. Pero,
como dice Alford con justicia:
"Son falsas todas las interpretaciones que no atribuyen a la palabra nekroiz del
ver. 6 el mismo significado de nekroiz en el ver. 5; es decir, el de muertos, literal y
simplemente; hombres que han muerto, y estn en sus tumbas".
Ninguna de las explicaciones ordinarias, pues, parece llenar los requisitos del
caso. Esos requisitos son: encontrar una clase de muertos a los cuales se les
predic el evangelio despus de haber muerto; una clase de los que fueron
condenados a muerte, mientras estaban en la carne, por el juicio de los hombres,
pero que estn destinados a vivir en espritu, segn el juicio de Dios, y que esto
sea consecuencia de haberles sido predicado el evangelio despus de haber
muerto.
"Cuando abri el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que haban sido
muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenan. Y
clamaban a gran voz, diciendo: Hasta cundo, Seor, santo y verdadero, no
juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron
vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todava un poco de tiempo,
hasta que se completara el nmero de sus consiervos y sus hermanos, que
tambin haban de ser muertos como ellos".
Esto parece llenar exactamente todos los requisitos del caso. Aqu encontramos a
los nekroi, los muertos cristianos; fueron juzgados o condenados en carne, por el
juicio del hombre, o "segn los hombres"; haban sido ejecutados "por la palabra
de Dios, y por el testimonio que tenan". Encontramos una consoladora
declaracin que se les hizo en su estado desencarnado, y tenemos en la epstola
una laguna que ha sido llenada en la visin apocalptica, porque se nos informa de
lo que condujo a este euaggelion que se les llev; se les asegura que en un poco
de tiempo su causa sera vindicada, segn sus oraciones; mientras tanto, se le da
a cada uno de ellos "una vestidura blanca", smbolo de pureza y de victoria, y que
seguramente es equivalente a ser justificado por el juicio divino.
Por ltimo, podemos sealar la ntima relacin entre la afirmacin del apstol, as
interpretada, y el argumento que est adelantando. Era apropiado asegurarles a
los creyentes perseguidos que su causa estaba asegurada en las manos de Dios;
que, aunque fuesen llamados a sufrir hasta el punto de tener que derramar su
sangre hasta la muerte por la injusta sentencia de los hombres, Dios les vindicara
prontamente, pues l estaba a punto de hacer comparecer a sus perseguidores
ante su tribunal. Esta era la leccin de la parbola de la viuda inoportuna, y quizs
an ms de la visin de las almas de los mrtires bajo el altar, a la cual parece
aludir ms particularmente el lenguaje del apstol - "Porque para esto se hizo una
consoladora declaracin aun a los muertos, para que, aunque haban sido
condenados en la carne por el injusto juicio de los hombres, pudieran disfrutar de
la vida eterna en su espritu, segn el justo juicio de Dios".
Estas palabras indican claramente que en ese tiempo y por todas partes los
cristianos estaban pasando por un severo cernimiento y una severa prueba - "un
fuego de prueba". Y no meramente un fuego de prueba, sino la prueba, por largo
tiempo predicha y esperada, vale decir, la gran tribulacin que habra de preceder
a la Parusa. Los apstoles advirtieron a los discpulos: "Es necesario que a travs
de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hech. 14:22). El Seor
mismo les haba enseado esto, especialmente en su discurso proftico.
1 Ped. 4:17-19. "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y
si primero comienza por nosotros, cul ser el fin de aqullos que no obedecen
al evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, en dnde aparecer el
impo y el pecador? De modo que los que padecen segn la voluntad de Dios,
encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien".
De que este es "el juicio que debe comenzar por la casa de Dios" apenas puede
haber dudas. Hay una manifiesta alusin en el lenguaje del apstol a la visin del
profeta Ezequiel (cap. 9). El profeta ve una pandilla de hombres armados
encargados de ir por la ciudad (Jerusaln) y matar a todos los viejos y los jvenes
que no tuvieran el sello de Dios sobre sus frentes. A los ministros de la venganza
se les ordena comenzar la obra de juicio en la casa de Dios: "Comenzaris por mi
santuario". El apstol ve esta visin a punto de cumplirse en la realidad. El juicio
debe comenzar por la casa de Dios, y el tiempo ha llegado. Puede ser una
cuestin de si, por la casa de Dios, el apstol quiere decir el templo de Jerusaln,
como indicara la profeca de Ezequiel, o la casa espiritual de Dios, la iglesia
cristiana. Puede ser que ambas ideas estuviesen presentes en su mente, y
podran haber estado, pues ambas se estaban verificando en ese momento. La
persecucin de la iglesia de Cristo ya haba comenzado, como testifica la epstola,
y el crculo de sangre y fuego se estrechaba alrededor de la ciudad y el templo de
Jerusaln condenados a la destruccin.
Es perfectamente claro que todo esto se dice con referencia a un suceso particular
e inminente, una catstrofe que estaba a punto de tener lugar; y no hay ninguna
otra explicacin posible, aparte de la que se ve de modo palpable en las pginas
de la historia, el juicio de la culpable nacin del pacto, con la destruccin de la
casa de Dios y la disolucin de la economa juda.
Las siguientes observaciones del Dr. John Brown expresan bien el sentido de este
pasaje:
"Aqu parece haber una referencia a un juicio o prueba particulares, que los
cristianos primitivos tenan razn para esperar. Cuando consideramos que esta
epstola se escribi muy poco antes del comienzo de aquella terrible escena de
juicio que termin con la destruccin del sistema poltico y civil de los judos, y que
nuestro Seor haba predicho tan minuciosamente, apenas podemos dudar de la
referencia en la expresin del apstol. Despus de haber especificado guerras y
rumores de guerras, hambres, pestilencias, y terremotos, como sntomas del
'principio de dolores', nuestro Seor aade: 'Entonces os entregarn a tribulacin,
y os matarn, y seris aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre'
(Mat. 24:9). 'Os entregarn a los concilios, y en las sinagogas os azotarn', etc.
(Mar. 13:9).
"Este es el juicio que, aunque deba caer con mayor peso sobre la Tierra Santa,
era claro que deba extenderse a dondequiera que se encontrasen judos y
cristianos, 'pues donde estn los cuerpos muertos, all se juntarn las guilas', lo
cual deba comenzar en la casa de Dios, y habra de ser tan severo que 'los justos
con dificultad se salvaran'. Slo se salvaran los que soportasen la prueba, y
muchos no la soportaran. Todos los verdaderamente justos se salvaran; pero
muchos que parecan justos no perseveraran hasta el fin, y por eso no se
salvaran, etc. Algunos han supuesto que la referencia es a la persecucin por
parte de Nern, que precedi por algunos aos a las calamidades que
acompaaron a las guerras de los judos y a la destruccin de Jerusaln". Dr. John
Brown sobre 1 Ped. vol. 7, p. 357.
1 Ped. 5:1. "Ruego a los ancianos que estn entre vosotros, yo anciano tambin
con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy tambin participante
de la gloria que ser revelada".
1 Ped. 5:4. "Y cuando aparezca el Prncipe de los pastores, vosotros recibiris la
corona incorruptible de gloria".
Todo en este captulo indica la cercana de la consumacin. ste es el motivo de
cada deber, para la fidelidad, la humildad, la vigilancia, la paciencia. La gloria
pronto ser revelada [thz melloushz apokalupteskai doxhz]; los fieles pastores
ayudantes recibirn la corona inmarcesible cuando sa manifieste el Prncipe de los
pastores; los sufrimientos de la iglesia perseguida han de continuar slo "un poco
ms de tiempo" (ver. 10). Todo indica una consumacin grande y feliz que est a
punto de ocurrir. Hablara el apstol de una esperada corona de gloria como
motivo para la presente fidelidad si dependiese de un suceso incierto y
posiblemente muy distante en el tiempo? Pero si el Prncipe de los pastores no se
ha manifestado todava, la corona de gloria todava no ha sido recibida. Est
bastante claro que, como lo ve el apstol, la revelacin de la gloria, la
manifestacin del Prncipe de los pastores, la recepcin de la corona inmarcesible,
y el fin del sufrimiento, todo estaba en el futuro inmediato. Si estaba errado en
esto, es digno de confianza en alguna cosa?
Sin duda lo hizo; tambin Pablo, y Santiago, y Juan, y toda la iglesia apostlica; y
lo creyeron por la ms alta autoridad, la palabra de su divino Maestro y Seor.
2 Ped. 3:3,4. "Sabiendo primero esto, que en los primeros das vendrn
burladores, andando segn sus propias concupiscencias, y diciendo: Dnde est
la promesa de su advenimiento? Porque desde el da en que los padres
durmieron, todas las cosas permanecen as como desde el principio de la
creacin".
Los burladores a los que se alude en este pasaje son sin duda las mismas
personas cuyo carcter se describe en el captulo anterior. La incredulidad en las
promesas y las amenazas de Dios, especialmente en cuanto a su juicio venidero,
es la caracterstica de estos hombres malvados de los "postreros das". Con la
descripcin de estos incrdulos, se nos recuerda la prediccin de nuestro Seor
con referencia al mismo perodo: "Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, hallar
fe en la tierra?" (Luc. 18:8). Vale la pena notar tambin que el apstol, al contestar
el argumento derivado de la estabilidad de la creacin, se refiere a la catstrofe
del diluvio como ilustracin del poder de Dios para destruir a los impos: la misma
ilustracin empleada por nuestro Seor al referirse al estado de cosas en la
Parusa (Mat. 24:37-39).
No hay que olvidar que Pedro est hablando, no de una catstrofe distante, sino
de una catstrofe inminente. Los "postreros das" eran los das que en ese
momento eran actuales (1 Ped. 1:5,20), y que los burladores de los que se habla
existan realmente (cap. 3:5): "stos ignoran voluntariamente", etc.
ESCATOLOGA DE PEDRO
2 Ped. 3:7,10-13. "Pero los cielos y la tierra que existen ahora estn reservados
por la misma palabra, guardados para el fuego en el da del juicio y de la perdicin
de los hombres impos. ... Pero el da del Seor vendr como ladrn en la noche;
en el cual los cielos pasarn con grande estruendo, y los elementos ardiendo
sern deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay sern quemadas". Puesto
que todas estas cosas han de ser deshechas, cmo no debis vosotros andar en
santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurndoos para la venida del
da de Dios, en el cual los cielos, encendindose, sern deshechos, y los
elementos, siendo quemados, se fundirn!. Pero nosotros esperamos, segn sus
promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia".
Las imgenes empleadas aqu por el apstol sugieren de modo natural la idea de
la disolucin total, por medio del fuego, de la sustancia y la estructura de la
creacin material, no slo de la tierra, sino tambin del sistema al cual pertenece;
y este es, sin duda, el concepto popular de la consumacin final que se espera
ponga fin al actual orden de cosas. Sin embargo, un poquito de reflexin y una
mayor familiarizacin con el lenguaje simblico de la profeca sern suficientes
para modificar esta conclusin, y llevarnos a una interpretacin ms de acuerdo
con la analoga de descripciones similares en los escritos profticos. Primero, es
evidente, por la naturaleza del asunto, que esta conflagracin universal, como
puede llamrsele, era considerada por el apstol como a punto de tener lugar: "El
fin de todas las cosas se acerca" (1 Ped. 4:7). La consumacin estaba tan cercana
que se describe como un suceso al cual deban mirar "esperando y
apresurndose" (ver. 12). Se sigue, por lo tanto, que de lo que habla aqu el
espritu de profeca no podra ser la destruccin o disolucin literal del globo
terrqueo y el universo creado. Pero que, en el momento en que esta epstola se
escribi, era inminente una catstrofe terrible y casi inmediata; que el "da del
Seor", predicho por tanto tiempo, estaba realmente cerca; que el da realmente
lleg, rpidamente y de repente; que vino "como ladrn en la noche"; que un
llameante diluvio de ira y de juicio les sobrevino al territorio culpable y a la nacin
culpable de Israel, destruyendo y disolviendo sus cosas terrenales y celestiales, es
decir, sus instituciones temporales y espirituales, es un hecho impreso
indeleblemente en las pginas de la historia. El momento para el cumplimiento de
estas predicciones ahora haba llegado, y cuando el apstol escribi fue para
declarar que era el "tiempo postrero", y los sarcasmos de los burladores estaban
verificando los hechos. Por lo tanto, llegamos a la inevitable conclusin de que era
la catstrofe final de Judea y Jerusaln, predicha por nuestro Seor en la profeca
del Monte de los Olivos, y a la cual se refieren los apstoles tan frecuentemente, a
la que Pedro aluda en las imgenes simblicas que parecen dar a entender la
disolucin del universo material.
2 Ped. 3:8,9. "Mas, oh amados, no ignoris esto: que para con el Seor un da es
como mil aos, y mil aos como un da. El Seor no retarda su promesa, segn
algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento".
Hay aqu probablemente una alusin a las palabras del salmista, en las que ste
contrasta la brevedad de la vida humana con la eternidad de la existencia divina:
"Porque mil aos delante de tus ojos son como el da de ayer, que pas" (Sal.
90:4). Es un pensamiento grandioso y sublime, y bien en consonancia con el
sentimiento del apstol: "Para con el Seor, un da es como mil aos". Pero
seguramente sera el colmo de lo absurdo considerar esta sublime imagen potica
como un clculo para la divina medicin del tiempo, o como licencia para hacer a
un lado por completo las definiciones de tiempo en las predicciones y las
promesas de Dios.
Sin embargo, no es raro que se citen estas palabras como argumento o excusa
para desestimar por completo el elemento tiempo en los escritos profticos. Aun
en casos en que se especifica cierto tiempo en la prediccin, o en que se
expresan limitaciones tales como "en breve", "prontamente", o "cerca", se apela al
pasaje que tenemos delante para justificar un tratamiento arbitrario de tales notas
de tiempo, de modo que pronto puede significar tarde, cercano puede significar
distante, corto puede significar largo, y viceversa. Cuando se seala que, de
acuerdo con sus propios trminos, ciertas predicciones tienen que cumplirse
dentro de un tiempo limitado, la respuesta es: "Para con el Seor, un da es como
mil aos, y mil aos como un da". As, nos encontramos con un crtico eminente
que compromete su reputacin con una afirmacin como la siguiente: "La mayora
de los apstoles escribi y habl [de la Parusa] en el sentido de que ocurrira
pronto, no, sin embargo, sin muchas y suficientes indicaciones de que un intervalo,
y no corto, ocurrira primero". Otro, aludiendo a la prediccin de Pablo en 2 Tes. 2,
observa: "Nos dice que, mientras que la venida del Seor estaba cercana
entonces, tambin era remota". stas son muestras de lo que pasa por exgesis
en no pocos comentaristas de gran reputacin.
Es evidente que el propsito del apstol en este pasaje es dar a sus lectores la
ms fuerte seguridad de que la catstrofe inminente de los ltimos das estaba
muy cerca de cumplirse. La veracidad y la fidelidad de Dios garantizaban el
puntual cumplimiento de la promesa. Haber indicado que el tiempo era una
variable en la promesa de Dios habra equivalido a ridiculizar su argumento y a
neutralizar su propia enseanza, que era, que "el Seor no retarda su promesa".
LO REPENTINO DE LA PARUSA
Que "el da de Dios", "el da de Cristo", y "el da del Seor" son expresiones
sinnimas que hacen referencia al mismo suceso es demasiado obvio para
requerir prueba alguna. Aqu encontramos nuevamente lo que tan a menudo
hemos encontrado antes - la actitud de expectacin y ese sentido de la cercana
inminente de la Parusa que son tan caractersticos de la era apostlica. Es
increble que todo esto est basado en un mero engao, y que la iglesia cristiana
entera, junto con los apstoles, y el divino Fundador del cristianismo en persona,
estuviesen involucrados en un error comn. Las palabras no tienen ningn
significado si una afirmacin como sta puede referirse a algn suceso todava
futuro, y quizs distante, que no puede ser "esperado" porque no est a la vista, ni
se puede "apresurar" porque es indefinidamente remoto.
El catstrofe que estaba a punto de ocurrir habra de ser sucedida por una nueva
creacin. Las angustias de muerte de la antigua son los dolores de nacimiento de
la nueva. La antigua Jerusaln deba dar lugar a la nueva; el reino de este mundo
al reino de nuestro Seor y de su Cristo. Puede preguntarse si por nuevos cielos y
nueva tierra el apstol quiere dccir un nuevo orden de cosas aqu entre los
hombres o un estado celestial santo y perfecto. Tambin puede preguntarse: A
qu promesa se refiere el apstol cuando dice: "Segn sus promesas"? Alford
sugiere Isa. 65:17: "Porque he aqu yo crear nuevos cielos y nueva tierra", etc., y
esto puede ser correcto. Pero nosotros nos sentimos inclinados ms bien a creer
que el apstol tiene en mente "el nuevo cielo y la nueva tierra" de Apocalipsis,
donde encontramos la justicia presentada como la caracterstica distintiva de la
nueva era. La nueva Jerusaln es la santa ciudad, en la cual "no entrar ninguna
cosa inmunda, o que hace abominacin y mentira". No es ms improbable que
Pedro se refiera a los escritos del apstol Juan que a los del apstol Pablo.
LA CERCANA DE LA PARUSA,
MOTIVO DE DILIGENCIA
2 Ped. 3:14. "Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad
con diligencia ser hallados por l sin mancha e irreprensibles, en paz".
2 Ped. 3:15. "Y tened entendido que la paciencia de nuestro Seor es para
salvacin".
2 Ped. 3:15,16. "Cono tambin nuestro amado hermano Pablo, segn la sabidura
que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epstolas, hablando en ellas
de estas cosas; entre las cuales hay algunas difciles de entender, las cuales los
indoctos e inconstantes tuercen, como tambin las otras Escrituras, para su propia
perdicin".
LA PARUSA EN LA PRIMERA
EPSTOLA DE JUAN
Los comentaristas estn muy divididos acerca de cundo, dnde, por quin, y a
quin fue escrita esta epstola. No hay evidencia sobre el tema, excepto la que
puede encontrarse en la epstola misma, y esto da amplio margen para diferencias
de opinin. Lange, que duda de la autenticidad de la epstola, dice que "tiene
bastante aire de haber sido compuesta antes de la destruccin de Jerusaln"; y
Lcke, que sostiene su autenticidad, es tambin de la opinin de que "puede
haber sido escrita poco antes de ese suceso". Creemos que cualquier mente
sincera quedar satisfecha, despus de un estudio cuidadoso de la evidencia
interna, de que, primero, la epstola es una produccin legtima de Juan; segundo,
de que fue escrita en la vspera misma de la destruccin de Jerusaln. Es
imposible pasar por alto el hecho, con el cual nos encontramos por dondequiera
en la epstola, de que el escritor cree estar al borde de una solemne crisis, para la
llegada de la cual insta a sus lectores a estar preparados. Esto armoniza con
todas las epstolas apostlicas, y demuestra incontestablemente que todos sus
autores compartan por igual la creencia en la cercana de la gran consumacin.
EL MUNDO PASA:
EL LTIMO TIEMPO HA LLEGADO
1 Juan 2:17,18.- "Y el mundo pasa, y sus deseos ... Hijitos, ya es el ltimo tiempo
[la ltima hora]".
Durante esta investigacin, a menudo hemos tenido ocasin de hacer notar cmo
hablan los escritores del Nuevo Testamento de "el fin" en el sentido de que se
acercaba rpidamente. Tambin hemos visto a qu se refiere esa expresin. No al
final de la historia humana, no a la disolucin final de la creacin material; sino al
final de la era o dispensacin juda, y a la abolicin y la eliminacin del orden de
cosas establecido y ordenado por la sabidura divina bajo aquella economa. A
menudo se describe esta consumacin con un lenguaje que parece implicar la
destruccin total de la creacin visible. ste es el caso notable en la segunda
epstola de Pedro, y lo mismo podra decirse quizs del lenguaje proftico de
nuestro Seor en Mateo 24:24.
1 Juan 2:18. "Segn vosotros osteis que el anticristo viene, as ahora han surgido
muchos anticristos; por esto conocemos que es el ltimo tiempo" [wra].
En este pasaje surge por primera vez delante de nosotros "el temido nombre" del
anticristo. Por s mismo, este hecho es suficiente para probar la fecha
comparativamente tarda de la epstola. Lo que en las epstolas de Pablo aparece
como una abstraccin borrosa, ahora ha tomado forma concreta, y aparece como
una persona, "el anticristo".
Hay, sin embargo, una formidable objecin a esta conclusin, es decir, que los
falsos cristos y los falsos profetas a los que aluda nuestro Seor parecen ser
meros impostores judos, que comerciaban con la credulidad de sus ignorantes
vctimas, o entusiastas fanticos, engrendros de aquel semillero de frenes
religioso y poltico en que Jerusaln se haba convertido en los ltimos das.
Encontramos a estos hombres vvidamente representados en los pasajes de
Josefo, y no podemos reconocer en ellos los rasgos del anticristo como son
trazados por Juan. Eran producto del judasmo en su corrupcin, y no del
cristianismo. Pero el anticristo de Juan es manifiestamente de origen cristiano.
Esto es cierto por el testimonio del apstol mismo: "Salieron de nosotros, pero no
eran de nosotros", etc. Esto prueba que los oponentes anticristianos del evangelio
en algn momento deben haber hecho profesin de cristianismo, y despus se
volvieron apstatas de la fe.
Ciertamente no se puede decir que es imposible que los falsos cristos y los falsos
profetas de los ltimos das de Jerusaln hayan podido ser apstatas del
cristianismo; pero no hay evidencia que demuestre esto, ni en la profeca de
nuestro Seor, ni en la historia de aquel tiempo.
Por otra parte, en los avisos apostlicos de la apostasa predicha, este rasgo de
su origen est marcado claramente. Ya hemos visto cmo Pablo, Pedro, y Juan
concuerdan en su descripcin de la "apostasa" de los ltimos das. (Vase una
sinopsis de pasajes relacionados con la apostasa, p. 251). Ni puede haber
ninguna duda razonable de que los apstatas de los dos apstoles anteriores son
idnticos al anticristo del ltimo. Son semejantes en carcter, en origen, y en el
tiempo de su aparicin. Son los encarnizados enemigos del evangelio; son
apstastas de la fe; pertenecen a los ltimos das. stas son marcas de identidad
demasiado numerosas e impresionantes para ser accidentales; y, por lo tanto,
estamos justificados al concluir que el anticristo de Juan es idntico a la apostasa
predicha por Pablo y por Pedro.
EL ANTICRISTO NO ES UNA PERSONA,
SINO UN PRINCIPIO
"De acuerdo con este punto de vista, todava esperamos que aparezca el hombre
de pecado en la plenitud del sentido proftico, y adems, que aparezca
inmediatamente antes de la venida del Seor".
Hay aqu, sin embargo, una extraa confusin de cosas que son enteramente
diferentes - "el hombre de pecado" y "la apostasa", el primero, sin duda una
persona, como ya hemos visto; la ltima, un principio, una hereja, manifestndose
en multitud de personas. Con esta declaracin de Juan ante nosotros - "ahora han
surgido muchos anticristos" - es imposible considerar al anticristo como un solo
individuo. Es verdad que puede decirse que el anticristo podra estar personificado
en cada individuo que sostuvo el error anticristiano; pero esto es muy diferente de
decir que el error est encarnado y personificado en una persona en particular
como su cabeza y representante. La expresin "muchos anticristos" prueba que el
nombre no es designacin exclusiva de ningn individuo.
Al tratar este mismo punto, observa: "No puede disimularse que, en varios detalles
importantes, los requisitos profticos estn muy lejos de haberse cumplido. Slo
mencionar dos - uno subjetivo, el otro objetivo. En el caracterstico pasaje de 2
Tes. 2:4 ("que se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios", etc.), el
Papa no cumple la profeca, y nunca la cumpli. Haciendo lugar para todas las
notables coincidencias con la ltima parte del versculo que se han aducido tan
abundantemente, es imposible demostrar que el Papa cumple la primera parte -
mejor dicho, est tan lejos de ello que la abyecta adoracin y sumisin a
legomenoi qeoi y sebasmata (todo lo que se llama Dios o es objeto de culto) ha
sido siempre una de sus ms notables peculiaridades. La segunda objecin, de
carcter externo e histrico, es an ms decisiva. Si el papado fuera el anticristo,
entonces la manifestacin ha tenido lugar, y ya ha durado por casi 1500 aos, y
todava no ha llegado el da del Seor, un da al cual, segn los trminos de
nuestra profeca, tal manifestacin habra de preceder inmediatamente.
Pero el lenguaje del apstol mismo es decisivo contra esta aplicacin del nombre
anticristo. La verdad es que es difcil entender cmo tal interpretacin pudo haber
echado races en vista de las expresas declaraciones del propio apstol. El
anticristo de Juan no es una persona, ni una sucesin de personas, sino una
doctrina, o una hereja, claramente notada y descrita. Ms que esto, se declara
que ya exista y se haba manifestado en los propios das del apstol. "As AHORA
han surgido muchos anticristos"; "ste es el espritu del anticristo, el cual vosotros
habis odo que viene, y que ahora ya est en el mundo" (1 Juan 2:18; 4:3). Esto
debera ser decisivo para todos los que se inclinan ante la autoridad de la Palabra
de Dios. La hiptesis de un anticristo personificado en un individuo que todava ha
de venir no tiene base en las Escrituras; es una ficcin de la imaginacin, no una
doctrina de la Palabra de Dios.
1 Juan 2:22. "Quin es el mentiroso, sino el que niega que Jess es el Cristo?
Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo".
1 Juan 4:1. "Amados, no creis a todo espritu. sino probad los espritus si son de
Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo".
1 Juan 4:3. "Y todo espritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no
es de Dios; y ste es el espritu del anticristo, el cual vosotros habis odo que
viene, y que ahora ya est en el mundo".
Aqu se nos puede decir que tenemos al anticristo retratado de cuerpo entero, o,
como deberamos decir ms bien, la hereja o apostasa anticristiana. Por esta
descripcin, se ve claramente:
ESPERANZA DE LA PARUSA
EN LA EPSTOLA DE JUDAS
Impiedad,
Maldad e Burlas,
Sensualidad,
Insubordinacin, Separacin
Negacin de
Hipocresa, cismtica,
Dios y de
Murmuracin, Destitucin del
Cristo,
Vanagloria Espritu Santo
Animalismo
Es bastante evidente que esta descripcin, que concuerda tan estrechamente con
la de 2 Pedro 2, debe haberse derivado de la misma fuente comn. Pero se
destaca el hecho simple y palpable de que una terrible degeneracin y corrupcin
moral haban infectado la vida social de "los ltimos das". Es muy sugerente
comparar el estado moral del pueblo escogido en este perodo final de su historia
nacional con el descrito en las palabras del ltimo de los profetas del Antiguo
Testamento. La nacin estaba ahora en aquella misma condicin que all se
declara como madura para juicio. El segundo Elas no haba podido hacer que el
pueblo se volviera a la justicia, y ahora el Mensajero del pacto estaba a punto de
venir sbitamente a su templo; el grande y terrible da de Jehov estaba cerca; y
Dios estaba a punto de herir la tierra con la maldicin. (Mal. 4:5,6).
APNDICE A LA PARTE II
NOTA A
No hay ninguna frase que ocurra con ms frecuencia en el Nuevo Testamento que
"el reino de los cielos" o "el reino de Dios". Nos encontramos con ella en todas
partes; al comienzo, a la mitad, y al final del Libro. Es la primera cosa en Mateo, la
ltima en Apocalipsis. Al evangelio mismo se le llama "el evangelio del reino"; los
discpulos son los "herederos del reino"; el gran objeto de esperanza y expectativa
es "la venida del reino". Es de esto de lo que Cristo mismo deriva su ttulo de
"Rey". El reino de Dios, pues, es la mdula misma del Nuevo Testamento.
No puede haber ninguna duda de que la nacin de Israel fue destinada para ser
depositaria y conservadora del conocimiento del Dios viviente y verdadero en la
tierra. Para este propsito fue constituida la nacin, y puesta en una relacin nica
con el Altsimo, como ningn otro pueblo sostuvo jams. Para garantizar el
cumplimiento de este propsito, el Seor mismo fue su Rey y ellos fueron sus
sbditos; mientras que todas las instituciones y leyes que le fueron impuestas
hacan referencia a Dios, no slo como Creador de todas las cosas, sino como
Soberano de la nacin. Expresar y llevar a cabo esta idea del reinado de Dios
sobre Israel es el manifiesto propsito del aparato ceremonial de culto establecido
en el desierto: "Jehov hizo erigir una tienda real en el centro del campamento
(donde por lo general se erigan los pabellones de todos los reyes y capitanes), y
la hizo equipar con todo el esplendor de la realeza, como un palacio mvil. Estaba
dividido en tres compartimientos, en el ms interior del cual estaba el trono real,
sostenido por querubines de oro; y el escabel del trono, un arca dorada que
contena las tablas de la ley, la Carta Magna de la iglesia y el estado. En la
antecmara, haba una mesa dorada puesta con pan y vino, como la mesa real; y
arda incienso precioso. La habitacin exterior, o atrio, podra considerarse el
compartimiento culinario real, y all se ejecutaba msica, como la msica de las
mesas festivas de los monarcas orientales. Dios escogi a los levitas como sus
cortesanos, oficiales de estado, y guardias de palacio; y a Aarn como oficial
principal de la corte y primer ministro de estado. Para el sostenimiento de estos
oficiales, Dios asign uno de los diezmos que los hebreos deban entregar como
alquiler por el uso de la tierra. Finalmente, Dios requera que todos los varones
hebreos de edad apropiada se acercaran a su palacio cada ao, durante las tres
grandes festividades anuales, con presentes, para rendir homenaje a su Rey; y
como estos das de renovacin de su homenaje deban celebrarse con fiestas y
gozo, el segundo diezmo se gastaba en proporcionar el entretenimiento necesario
para estas ocasiones. Resumiendo, cada deber religioso era hecho una cuestin
de obligacin poltica; y todas las leyes civiles, an las ms mnimas, estaban
fundadas de tal manera en la relacin del pueblo con Dios, y tan entrelazadas con
sus deberes religiosos, que el hebreo no poda separar a su Dios de su Rey, y
cada ley le recordaba a ambos por igual. Por consiguiente, mientras la nacin
tuviese existencia nacional, no poda perder por completo el conocimiento del
verdadero Dios, ni descontinuar su culto".
Tal era el gobierno instituido por Jehov entre los hijos de Israel - una verdadera
teocracia; la nica teocracia verdadera que jams existi sobre la tierra. Su
carcter nacional, intenso y exclusivo, merece ser notado de manera particular.
Era privilegio distintivo de los hijos de Abraham, y de ellos solamente: "Jehov tu
Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, ms que todos los pueblos que
estn sobre la tierra" (Deut. 7:6). "A vosotros solamente he conocido de todas las
familias de la tierra" (Amos 3:2). "No ha hecho as con ninguna otra de las
naciones" (Sal. 147:20). El Altsimo era el Seor de toda la tierra, pero era Rey de
Israel en un sentido completamente peculiar. l era el Gobernante del pacto; ellos
eran el pueblo del pacto. Estaban bajo la ms sagrada y solemne obligacin de
ser sbditos leales a su invisible Soberano, de adorarle slo a l, y de ser fieles a
su ley (Deut. 26:16-18). Como recompensa por su obediencia, tenan la promesa
de ilimitada prosperidad y grandeza nacional; habran de ser "exaltados sobre
todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria" (Deut. 26:19); mientras que,
por otra parte, el castigo por su deslealtad y su infidelidad era
correspondientemente terrible; la maldicin del pacto quebrantado les alcanzara
en una sealada y terrible retribucin, que no tendra paralelo en la historia de la
humanidad, pasada o por venir. (Deut. 28).
Pero, al lado de este brillante futuro, hay oscuras y tenebrosas escenas de tristeza
y sufrimiento, de juicio y de ira. Se dice del Rey venidero que es como "raz de
tierra seca"; "despreciado y desechado"; "varn de dolores, experimentado en
quebranto"; "herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados";
"como cordero fue llevado al matadero"; "como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeci, y no abri su boca"; "fue cortado de la tierra de los
vivientes" (Isa. 53). Se lo describe entrando a Jerusaln "humilde y cabalgando
sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna" (Zac. 9:9); "se quitar la vida al
Mesas, mas no por s" (Dan. 9:26); y entre los ltimos pronunciamientos
profticos estn algunos de los ms ominosos y sombros de todos. El Seor, el
Mensajero del pacto, el Rey esperado, viene: "Quin podr soportar el tiempo de
su venida? Viene el da ardiente como un horno; el da de Jehov, grande y
terrible" (Mal. 3:1,2; 4:1,5).
Esta aparente paradoja se explica en el Nuevo Testamento. Exista en realidad
este doble aspecto del Rey y el reino: "El Rey de gloria" era "varn de dolores"; "el
ao aceptable del Seor" era tambin "el da de retribucin de nuestro Dios".
Las antiguas profecas haban dado abundantes razones para esperar que el
invisible Rey teocrtico sera revelado un da y habitara con los hombres sobre la
tierra; que vendra, en los intereses de la teocracia, para establecer su reino en la
nacin, y reunir a su pueblo alrededor del trono. Los captulos iniciales del
evangelio de Lucas indican lo que crean los israelitas piadosos con respecto al
reino venidero del Mesas. Entendan que este reino tendra una especial relacin
con Israel. "ste ser llamado grande", dijo el ngel de la anunciacin, "y ser
llamado Hijo del Altsimo; y el Seor Dios le dar el trono de David su padre; y
reinar sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendr fin". "Rab",
exclam el leal Natanael, cuando Dios se le revel sbitamente a travs de la
apariencia del joven campesino galileo, "t eres el Hijo de Dios; t eres el Rey de
Israel" (Juan 1:49). No es menos cierto que su venida se consideraba entonces
como cercana, y era esperada ansiosamente por hombres santos como Simen,
que "esperaba la consolacin de Israel", y al cual le haba sido revelado que no
"vera la muerte antes que viese al Ungido del Seor" (Luc. 2:25,26). La verdad es
que haba una creencia muy difundida, no slo en Judea, sino por todo el Imperio
Romano, de que un gran prncipe o monarca estaba a punto de aparecer en la
tierra, que habra de inaugurar una nueva era. De esta expectativa tenemos
evidencia en los Anales de Tcito y el Polio de Virgilio. Sin duda, la esperanza
acariciada por Israel se haba difundido, de una manera ms o menos vaga y
distorsionada, por todos los territorios circunvecinos.
Este trgico acontecimiento marca el rompimiento final entre el pueblo del pacto y
el Rey teocrtico. El pacto haba sido quebrantado a menudo antes, pero ahora
era repudiado pblicamente y roto en pedazos. Se podra haber pensado que la
teocracia terminara ahora; y casi lo hizo, pero su disolucin formal fue suspendida
por un breve espacio de tiempo, para que la doble consumacin del reino, que
envolva la salvacin de los fieles y la destruccin de los incrdulos, pudiera tener
lugar en el tiempo sealado. Este doble aspecto del reino teocrtico es visible en
cada una de las partes de su historia. Fue a un tiempo xito y fracaso; victoria y
derrota; trajo salvacin para unos y destruccin para otros. Este doble carcter
haba sido establecido claramente en las antiguas profecas, como en el notable
orculo de Isaas 49. El Mesas se lamenta: "Por dems he trabajado, en vano y
sin provecho he consumido mis fuerzas", etc. La divina respuesta es: "Ahora,
pues, dice Jehov, el que me form desde el vientre para ser su siervo, para hacer
volver a l a Jacob y para congregarle a Israel (porque estimado ser en los ojos
de Jehov, y el Dios mo ser mi fuerza); dice: Poco es para m que t seas mi
siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de
Israel; tambin te di por luz de las naciones, para que seas mi salvacin hasta lo
postrero de la tierra". Para poner slo otro ejemplo: en el libro de Malaquas
encontramos este doble aspecto del reino venidero, pues, aunque "viene el da
ardiente como un horno", y "todos los que hacen maldad sern estopa","a los que
temis mi nombre nacer el sol de justicia, y en sus alas traer salvacin" (Mal.
4:1,2). A pesar, pues, del rechazo del rey y la prdida del reino por parte de la
masa del pueblo, todava habra una gloriosa consumacin de la teocracia,
trayendo honor y felicidad para todos los que poseyeran la autoridad del Mesas y
demostraran ser obedientes y leales a su Rey.
Pero en todo esto no hay nada despectivo hacia la dignidad del Hijo. Por el
contrario: "l es mediador de un mejor pacto". La terminacin del reino teocrtico
era la inauguracin de un nuevo orden, a una escala mayor, y de una natualeza
ms duradera. Esta es la doctrina de la epstola a los Hebreos: "el trono del Hijo
de Dios es por siempre jams" (Heb. 1:8). El sacerdocio del Hijo de Dios es "para
siempre" (8:3); Cristo tiene un ministerio tanto mejor cuanto que "es mediador de
un mejor pacto" (8:6). La teocracia, como hemos visto, era limitada, exclusiva, y
nacional; pero llevaba en su seno el germen de una religin universal. Lo que
Israel perdi, el mundo lo gan. Mientras la teocracia subsista, haba una nacin
favorecida, y los gentiles, es decir, todo el mundo menos los judos, estaban fuera
del reino, en posicin de inferioridad, y, como a los perros, se les permita, por
gracia, comer de las migajas que caan de la mesa del amo. La primera venida del
reino no elimin por completo este estado de cosas; hasta el evangelio de la
gracia de Dios fluy al principio por el antiguo y estrecho canal. Pablo reconoce el
hecho de que "Jesucristo era ministro de la circuncisin", y nuestro Seor mismo
declar: "No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel".
Durante aos despus de que los apstoles recibieron la comisin, no entendieron
que se le estaba enviando a los gentiles; ni consideraron al principio a los
conversos paganos como admisibles en la iglesia, excepto como judos proslitos.
Es verdad que, despus de la conversin de Cornelio el centurin, los apstoles
se convencieron de los lmites ms amplios del evangelio, y por todas partes
Pablo proclamaba el derrumbe de las barreras entre judos y gentiles; pero es fcil
ver que, mientras existiese la nacin teocrtica, y permaneciese el templo con su
sacerdocio, sacrificios, y rituales, y continuase o pareciese continuar en vigencia la
ley mosaica, la distincin entre judos y gentiles no poda borrarse. Pero la barrera
se derrumb efectivamente cuando la ley, el templo, la ciudad, y la nacin fueron
borrados juntos, y la teocracia experiment visiblemente la consumacin final.
Ese acontecimiento fue, por decirlo as, la declaracin formal y pblica de que
Dios ya no era el Dios de los judos solamente, sino que ahora era el Padre comn
de todos los hombres; que ya no haba una nacin favorecida y un pueblo
peculiar, sino que la gracia de Dios se haba "manifestado para salvacin a todos
los hombres" (Tito 2:11); que lo local y limitado se haba expandido hasta lo
ecumnico y lo universal, y que, en Cristo Jess, "todos son uno" (Gl. 3:29). Esto
es lo que Pablo declara que es el significado de la rendicin del reino por el Hijo
de Dios en manos del Padre: de aqu en adelante, cesan las relaciones exclusivas
de Dios con una sola nacin, y l se convierte en el Padre comn de toda la
familia humana,
APNDICE A LA PARTE II
NOTA B
"La iglesia que est en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi
hijo, os saludan".
La interpretacin comn del pronombre ella lo refiere a "la iglesia que est en
Babilonia"; aunque muchos eminentes comentaristas - Bengel, Mill, Wahl, Alford, y
otros - entienden que se refiere a una persona, presumiblemente la esposa del
apstol. "Apenas es probable", observa Alford, "que ocurriesen juntos en el mismo
mensaje de salutacin una abstraccin, de la cual se habla enigmticamente, y un
hombre (Marcos, mi hijo), por nombre". El peso de la autoridad se inclina del lado
de la iglesia; el peso de la gramtica, del lado de la esposa.
Pero la cuestin ms importante se relaciona con la identidad del lugar que aqu
se denomina Babilonia. A primera vista, es natural llegar a la conclusin de que no
puede ser otra que la bien conocida y antigua metrpolis de Caldea, o lo que
quedaba de ella y que exista en los das del apstol. Estamos listos a considerar
como muy probable que Pedro, en sus viajes apostlicos, rivalizaba con el apstol
a los gentiles, e iba por todas partes predicando el evangelio a los judos, como
Pablo lo haca a los gentiles.
Sin embargo, parece haber formidables objeciones a este punto de vista, por
natural y sencillo que parezca. Sin mencionar la improbabilidad de que Pedro, en
su ancianidad, y acompaado por su esposa (si aceptamos la opinin de que es a
ella a quien se refiere la salutacin), se encontrase en una regin tan remota de
Judea, hay la importante consideracin de que Babilonia no era en aquella poca
la morada de una poblacin juda. Josefo afirma que ya mucho antes, durante el
reinado de Calgula (37-41 d. C.), los judos haban sido expulsados de Babilonia,
y que haba tenido lugar una gran matanza, que casi les haba exterminado. Es
verdad que esta afirmacin de Josefo se refiere a la regin entera llamada
Babilonia, ms bien que a la ciudad de Babilonia, y esto por la suficiente razn de
que, en tiempos de Josefo, Babilonia era un lugar tan deshabitado como lo es
ahora. En su Geografa Bblica, Rosenmller afirma que, en tiempos de Estrabn
(esto es, durante el reinado de Augusto), Babilonia estaba tan desierta que l le
aplica a esa ciudad lo que un antiguo poeta haba dicho de Megalpolis en
Arcadia, es decir, que era "un gran desierto". Tambin Basnage, en su Historia de
los Judos, dice: "Babilonia declinaba en los das de Estrabn, y Plinio la
representa en el reinado de Vespasiano como una grande e ininterrumpida
soledad".
Cualquiera que sea la ciudad que el apstol llama Babilonia, debe haber sido la
morada permanente de la persona o la iglesia asociada con l mismo y con
Marcos en la salutacin. Esto queda comprobado por la forma de las expresiones
h en babulwni, lo cual, como demuestra Steiger, significa "una morada fija por la
cual uno puede ser designado". Si decidimos que la referencia es a una persona,
se seguir que Babilonia era el lugar del domicilio de la persona, su morada fija, y
esto, en el caso de la esposa de Pedro, slo poda ser Jerusaln. Hasta donde se
puede deducir de la evidencia documental del Nuevo Testamento, la historia
apostlica muestra claramente que Pedro resida habitualmente en Jerusaln. No
es nada menos que una falacia popular suponer que todos los apstoles eran
evangelistas como Pablo, y que viajaban por pases extranjeros predicando el
evangelio a todas las naciones. El profesor Burton ha mostrado que "no fue sino
catorce aos despus de la ascensin de nuestro Seor que Pablo viaj por
primera vez, y predic el evangelio a los gentiles. Ni hay evidencia alguna de que,
durante este perodo, los apstoles traspasaron los confines de Judea". Pero, lo
que argumentamos es que la residencia habitual o permanente de Pedro era
Jerusaln. Esto se desprende de varias pruebas circunstanciales.
Por ltimo, inferimos, de una expresin incidental en Hech. 4:17, que Pedro estaba
en Jerusaln cuando escribi esta epstola. Dice que es tiempo de que el juicio
comience por la "casa de Dios"; esto es, como hemos visto, el santuario, el
templo; y aade: "Si primero comienza por nosotros", etc. Ahora bien, se habra
expresado as si en el momento en que escribi hubiese estado en Roma, o en
Babilonia sobre el ufrates, o en cualquier otra ciudad que no fuese Jerusaln?
Ciertamente parece de lo ms natural suponer que, si el juicio comienza por el
santuario, y tambin por nosotros, tanto el lugar como las personas deben estar
juntos. La visin de Ezequiel, que da el prototipo de la escena de juicio, fija la
localidad donde ha de comenzar la matanza, y parece muy probable que la suerte
venidera de la ciudad y el templo, as como las aflicciones que habran de
sobrevenirles a los discpulos de Cristo, estuviesen en la mente del apstol.
Wiesinger observa: "Apenas es posible que la destruccin de Jerusaln hubiese
pasado cuando se escribieron estas palabras; de haber sido as, difcilmente se
habra dicho, o kairoz tou arxasqai". No; no era pasado, sino que el principio del fin
ya era presente; el juicio parece haber comenzado, como el Seor dijo que
ocurrira, con los discpulos; y ste era el seguro preludio de la ira que vena sobre
los impos "hasta lo mximo".
Pero puede objetarse: Si Pedro quiso decir Jerusaln, por qu no lo dijo sin
ambigedades? Puede haber habido, y sin duda haba, razones prudenciales para
esta reserva en el momento en que Pedro produjo su escrito, como las haba
cuando Pablo escribi a los tesalonicenses. Pero, probablemente, no haba tal
ambigedad para sus lectores, como las hay para nosotros. Y si Jerusaln ya era
conocida y reconocida entre los creyentes cristianos como la Babilonia mstica?
Suponiendo, como tenemos derecho a asumir, que Apocalipsis ya le era familiar a
las iglesias apostlicas, consideramos sumamente probable que identificaran a la
"gran ciudad", cuya cada se describe en ese libro, "Babilonia la grande", como la
misma cuya cada se menciona en la profeca de nuestro Seor en el Monte de los
Olivos.
Esto, sin embargo, pertenece a otro tema, cuya discusin tendr lugar en el
momento adecuado - la identidad de la Babilonia del Apocalipsis. Baste por el
momento haber presentado argumentos para una causa probable, sobre bases
completamente independientes, en favor de que la Babilonia de la primera epstola
de Pedro no es otra que Jerusaln.
APNDICE A LA PARTE II
NOTA C
En Isaas 34, el profeta anuncia juicios contra los enemigos de Israel, en particular
Edom, o Idumea. La imgenes que emplea son de la descripcin ms sublime y
terrible: "Los montes se disolvern por la sangre de los cadveres. Todo el ejrcito
de los cielos se enrollar como un libro, y caer todo su ejrcito, como se cae la
hoja de la parra, y como se cae la de la higuera". "Sus arroyos se convertirn en
brea, y su polvo en azufre, y su tierra en brea ardiente. No se apagar de noche ni
de da, perpetuamente subir su humo; de generacin en generacin ser
asolada, nunca jams pasar nadie por ella".
Estos ejemplos pueden bastar para mostrar lo que en realidad es evidente, que en
lenguaje proftico se emplean los ms sublimes y terribles fnomenos naturales
para representar convulsiones y revoluciones nacionales y sociales. Las
imgenes, que si se cumplieran daran como resultado la total disolucin de la
estructura del globo terrqueo y la destruccin del universo material, en realidad
no pueden significar otra cosa que la cada de una dinasta, la toma de una
ciudad, o el colapso de una nacin.
El siguiente es el punto de vista de Sir Isaac Newton sobre este tema, posicin
que es substancialmente justa, aunque quizs llevada un poco demasiado lejos al
suponer que hay, de hecho, un equivalente para cada figura empleada en la
profeca:
"El lenguaje figurado de los profetas est tomado de la analoga entre el mundo
natural y un imperio considerado como potencia mundial. En consecuencia, el
mundo natural, que consiste del cielo y la tierra, significa todo el mundo poltico,
que consiste de tronos y pueblos, o tanto de l como se considere en la profeca; y
las cosas en ese mundo significan cosas anlogas en ste. Porque los cielos y las
cosas que en ellos hay significa tronos y dignatarios, y los que disfrutan de ellos; y
la tierra, con las cosas que en ella hay, el pueblo inferior; y las partes ms bajas
de la tierra, llamadas Hades o infierno, la parte ms baja y miserable de ellas.
Grandes terremotos, y el temblor del cielo y la tierra, representan el templor de
reinos, para confundirlos y derribarlos; la creacin de un cielo nuevo y una nueva
tierra, la desaparicin de los antiguos; el comienzo y el fin del mundo significan el
surgimiento y la ruina del cuerpo poltico de que se trate. El sol significa toda la
especie y la raza de hombres en los reinos del mundo poltico; la luna significa el
cuerpo de la gente comn, considerada como la esposa del rey; las estrellas, los
prncipes y grandes hombres subordinados; o los obispos y gobernantes del
pueblo de Dios, cuando el sol es Cristo. La puesta del sol, la luna, y las estrellas;
el oscurecimiento del sol, la luna convirtindose en sangre, y la cada de las
estrellas, el cese de un reino".
NOTA D
El apstol distribuye el mundo entre cielo y tierra, y dice que fueron destruidos por
medio de agua, y perecieron. Sabemos que ni la composicin ni la sustancia del
uno ni de la otra fueron destruidos, sino slo los hombres que vivan en la tierra; y
el apstol nos habla (ver. 7) del cielo y la tierra que haba entonces, y que fueron
destruidos por agua, distintos de los cielos y la tierra que haba ahora, y que
habran de ser consumidos por fuego; sin embargo, en cuanto a la estructura
visible del cielo y la tierra, eran los mismos tanto antes del Diluvio como en los
tiempos del apstol, y permanecen hasta la fecha; cuando todava es cierto que
los cielos y la tierra, de los cuales hablaba, habran de ser destruidos y
consumidos por fuego en aquella generacin. Para aclarar nuestro fundamento,
debemos, pues, considerar lo que el apstol quiere decir con cielos y tierra en
estos dos lugares.
1. Es seguro que lo que el apstol quiere decir con "el mundo", con su cielo, y la
tierra (vers. 5,6), que fue destruida; lo mismo, o algo de esta clase, quiere decir
con los cielos y la tierra que habran de ser consumidos y destruidos por el fuego
(ver. 7); de lo contrario, no habra ninguna coherencia en el discurso del apstol, ni
ninguna clase de argumento, sino una mera falacia de palabras.
4. Sobre esta base, afirmo que, en esta profeca de Pedro, con los cielos y la
tierra se quiere decir la venida del Seor, el da del juicio y la perdicin de los
impos, que en la destruccin de aquel cielo y aquella tierra se menciona, no el
juicio ltimo y final del mundo, sino aquella total desolacin y destruccin de la
iglesia y el estado judos, que habra de tener lugar, para lo cual presentar estas
dos razones, de muchas que podran aducirse a partir del texto:
(1) Porque lo que sea que se menciona aqu deba tener peculiar influencia sobre
los hombres de aquella generacin. l habla de aquello que tena que ver tanto
con los profanos burladores como con los burlados, y de que, como judos,
algunos de ellos crean en la fe, y otros se oponan. Ahora bien, no haba en
aquella generacin ninguna preocupacin particular, ni por aquel pecado, ni por
aquellas burlas, en cuanto al da del juicio en general; sino un alivio peculiar por el
uno y un temor peculiar por el otro, que estaba cercano, en la destruccin de la
nacin juda; adems, haba amplio testimonio tanto por el uno como por el otro
del poder y el dominio del Seor Jesucristo, que era el punto en disputa entre
ellos.
(2) Pedro les dice, despus de la destruccin y el juicio de que habla (ver. 7-13):
"Pero nosotros esperamos, segn sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva",
etc. Tenan esta esperanza. Pero, cul es esa promesa? Dnde podemos
encontrarla? Bueno, la tenemos en las mismas palabras y en la misma carta, Isa.
65:17. Ahora bien, cundo ser que Dios crear estos nuevos cielos y esta
nueva tierra, en los cuales mora la justicia? Dice Pedro: "Ser despus de la
venida del Seor, despus de aquel juicio y aquella destruccin de los impos, que
no obedecen al evangelio". Pero ahora es evidente, a partir de este pasaje en
Isaas, en 66:21,22, que esta es una profeca para los tiempos evanglicos
solamente; y que la extensin de estos nuevos cielos no es sino la creacin de las
ordenanzas del evangelio que deben permanecer para siempre. Lo mismo se
expresa en Heb. 12:26-28.
Siendo ste el designio del lugar, no insistir ms sobre el contexto, sino que
abrir brevemente las palabras propuestas, y fijar la atencin sobre la verdad
contenida en ellas.
Primero, existe el fundamento de la inferencia y la exhortacin apostlicas, viendo
que todas estas cosas, por preciosas que parezcan, sin importar el valor que
alguno les atribuya, se disolvern, esto es, sern destruidas, y de aquella terrible y
horrenda manera que se ha mencionado antes, en un da de juicio, de ira, y de
venganza, por medio del fuego y la espada; que otros se burlen de las amenazas
de la venida de Cristo: Vendr y no tardar, y luego, los cielos y la tierra que Dios
mismo extendi - el sol, la luna, y las estrellas del sistema y la iglesia judos - todo
el mundo antiguo de culto y de adoradores, que en su obstinacin se levantan
contra el Seor Jesucristo, se disolver y se destruir sensiblemente: sabemos
que ste ser el fin de todas las cosas, y esto ocurrir en breve.
*Sermn del Dr. Owen sobre 2 Pedro 3:11. Obras, reimpreso en 1721.
APNDICE A LA PARTE II
NOTA E
Cmo pudo decir Juan que ste era el ltimo tiempo? No ha durado el mundo
casi mil ochocientos aos desde que l lo abandon? No puede durar muchos
aos ms?
"Muchos les dirn que no slo Juan, sino tambin Pablo y todos los apstoles,
actuaban bajo el engao de que el fin de todas las cosas se acercaba en su
tiempo. Los que as hablan no estn en general dispuestos a subestimar la
autoridad de estos hombres; algunos adoptan esta opinin prcticamente, aunque
puede que no la expresen en palabras, y sostienen que a los escritores bblicos no
se les permita jams cometer errores ni siquiera en las cosas ms insignificantes.
Yo no digo eso; no har temblar mi fe en ellos descubrir que se han equivocado en
nombres o puntos cronolgicos. Pero, si supusiera que ellos mismos haban sido
conducidos al error, y haban conducido al error a sus propios discpulos, en un
tema tan importante como este de Cristo viniendo en juicio, y de los ltimos das,
me sentira muy perplejo. Porque es un tema al que ellos se refieren
constantemente. Es parte de su ms profunda fe. Se mezcla con todas sus
exhortaciones prcticas. Si se equivocaran aqu, no veo dnde pueden haber
acertado.
"He descubierto que su lenguaje sobre este tema me ha sido de la mayor utilidad
para explicar el mtodo de la Biblia; el curso del gobierno de Dios sobre las
naciones y los individuos; la vida del mundo antes del tiempo de los apstoles,
durante su tiempo, y en todos los siglos desde entonces. Si les hacemos a ellos la
justicia que debemos a todos los escritores, inspirados y no inspirados; si les
permitimos interpretarse a s mismos, en vez de imponerles nuestras
interpretaciones, creo que entenderemos un poquito ms de su obra y de la
nuestra. Si tomamos sus palabras simple y literalmente con respecto al juicio y el
fin que ellos esperaban en su da, sabremos qu posicin ocupaban con respecto
a sus antepasados y con respecto a nosotros. Y en lugar de una concepcin muy
vaga, dbil, y artificial del juicio que debemos esperar, aprenderemos cules son
nuestras necesidades por medio de las de ellos; cmo nos cumplir Dios a
nosotros todas sus palabras por la manera que les cumpli a ellos Sus palabras.
"No es una idea nueva, sino muy antigua y comn, la de que la historia del mundo
se divide en ciertos perodos grandes. En nuestros das, se les ha estado
imponiendo a hombres pensantes la conviccin de que hay una amplia distincin
entre la historia antigua y la moderna. M. Guizot se espacia especialmente sobre
la unidad y la universalidad de la historia moderna, en contraste con la divisin de
la historia antigua en una serie de naciones que apenas tenan simpatas
comunes. La cuestin es dnde encontrar el lmite entre estos dos perodos. Los
estudiantes han especulado mucho sobre stos; la mayora de estas
especulaciones han sido plausibles y sugieren verdades; algunas son muy
confusas; ninguna, creo yo, es satisfactoria. Una de las ms populares, la que
supone que la historia moderna comienza cuando las tribus brbaras se
establecieron en Europa, sera bastante fatal para la doctrina de M. Guizot. Porque
ese establecimiento, aunque fue un suceso muy importante e indispensable para
la civilizacin moderna, rompa temporalmente la unidad que haba existido antes.
Era como la reaparicin de aquella separacin de tribus y razas, que l supone ha
sido la caracterstica especial del mundo anterior.
"Ahora bien: Podemos esperar alguna luz sobre este tema en la Biblia? No creo
que cumplira sus pretensiones si no pudiramos encontrarla. Ella profesa
presentar los caminos de Dios a las naciones y a la humanidad. Podramos muy
bien contentarnos con que nos dijera muy poco de las leyes fsicas; podramos
contentarnos con que guardase silencio acerca de los cursos de los planetas y la
ley de gravedad. Puede que Dios tenga otros mtodos para dar a conocer estos
secretos a sus criaturas. Pero lo que concierne al orden moral del mundo y al
progreso espiritual de los seres humanos cae directamente dentro de la esfera de
la Biblia. Nadie podra estar satisfecho con ella si guardase silencio con respecto a
estos ltimos. En consecuencia, todos los que suponen que ella guarda silencio
sobre este punto, por mucha importancia que le atribuyan a lo que ellos llaman su
carcter religioso; por mucho que puedan suponer que sus mayores intereses
dependen de su creencia en sus orculos, estn obligados a tratarla como un libro
muy desarticulado y fragmentario. Ellos proporcionan la mejor excusa a los que
dicen que no es un libro ntegro, como hemos credo que es, sino una coleccin de
los dichos y opiniones de ciertos autores, en diferentes pocas, no muy
consistentes los unos con los otros. Por otra parte, ha existido la ms fuerte
conviccin en las mentes de lectores ordinarios, as como en las de estudiantes,
de que el libro s nos habla de cmo las pocas pasadas, y las por venir, tienen
que ver con la develacin de los misterios de Dios - qu parte ha jugado un pas y
otro en Su gran drama - hasta qu punto estn convergiendo todas las lneas de
su providencia. El inmenso inters que ha despertado la profeca - un inters no
destruido, ni siquiera disminuido, por los numerosos desengaos que las teoras
de los hombres sobre ella han tenido que encontrar - es prueba de cun profunda
y cun ampliamente difundida es esta conviccin. En vano tratan los telogos de
disuadir a lectores sencillos y sinceros de que estudien las profecas insistindoles
que no tienen tiempo libre para tal actividad, y en que deberan ocuparse de cosas
ms prcticas. Si sus conciencias les indican que hay algn fundamento para sus
advertencias, todava les parece que no podran hacerles caso por completo.
Estn seguros de que tienen algn inters en los destinos de su raza, as como en
los destinos individuales. No pueden separar el uno del otro; tienen que creer que
hay luz en alguna parte acerca de ambos. No me atrevo a desanimar a los que
tienen tal certidumbre. Si la sostenemos con fuerza, puede ser un gran intrumento
para sacarnos de nuestro egosmo. Temo que la perdamos, como ciertamente la
perderemos si adquirimos el hbito de considerar la Biblia como un libro de
adivinanzas y acertijos, y de esperar sin descanso que ciertos sucesos externos
ocurran en ciertas fechas que hemos fijado como los que han predicho los
apstoles y los profetas. La cura para tales desatinos, que son realmente muy
serios, reside, no en un descuido de la profeca, sino en una meditacin ms seria
sobre ella; recordando que la profeca no es un conjunto de predicciones sueltas,
como los dichos de un adivino, sino una revelacin de Aqul cuyas salidas son
desde la eternidad; que es el mismo ayer, hoy, y por los siglos, cuyas acciones en
una generacin son establecidas por las mismas leyes que sus acciones en otra
generacin.
"Este punto de vista bblico del ordenamiento de los tiempos y las sazones
armoniza por completo con la conclusin a la que ha llegado M. Guizot mediante
la observacin de los hechos. El nacimiento de nuestro Seor casi coincidi con el
establecimiento del Imperio Romano en la persona de Augusto Csar. Aquel
imperio aspiraba a aplastar a las naciones y a establecer una gran supremaca
mundial. La nacin juda haba sido testigo contra todos estos experimentos en el
mundo antiguo. Haba cado bajo la tirana babilnica, pero haba surgido
nuevamente. Y el tiempo que sigui a su cautiverio fue el gran tiempo del
despertar de la vida nacional en Europa - el tiempo en que las repblicas griegas
florecieron - el tiempo en que la Repblica Romana iniciaba su gran carrera.
"La nacin juda haba sido abrumada por los ejrcitos de la Repblica Romana;
todava conservaba los antiguos signos de su nacionalidad, su ley, su sacerdocio,
su templo. stos les parecan ridculos e insignificantes a los emperadores
romanos, aun a los gobernadores romanos que administraban la pequea
provincia de Judea, o la provincia mayor de Siria, en la cual a menudo se inclua.
Pero encontraron a los judos muy problemticos. Su nacionalismo era de una
clase peculiar, y de una desusada fortaleza. Cuando eran ms degradados no
podan separarse de l. Iniciaban innumerables rebeliones, con la esperanza de
recobrar lo que haban perdido, y de establecer el reino universal que crean
estaba destinado para ellos, no para Roma. La predicacin de nuestro Seor les
declaraba que haba tal reino universal - que l, el Hijo de David, hab&iaccute;a
venido a establecerlo en la tierra. Los judos soaban con otra clase de reino, con
otra clase de rey. Queran un reino judo, que pisoteara las naciones, tal como el
Imperio Romano les estaba pisoteando; queran un rey judo que fuese
bsicamente como el Csar romano. Era un concepto tenebroso, horrible, odioso;
combinaba todo lo ms estrecho en la forma ms degradante del nacionalismo,
con todo lo ms cruel y ms destructor de la vida personal y moral en la peor
forma de imperialismo. Reuna en s mismo todo lo que era peor en la historia del
pasado. Proyectaba la sombra de lo que sera peor en el tiempo venidero. Los
apstoles anunciaban que la ambicin maldita de los judos se vera frustrada por
completo. Decan que se acercaba una nueva era - la era universal, la era del Hijo
del hombre, que sera precedida por una gran crisis que zarandeara, no slo la
tierra, sino tambin los cielos; no slo lo que perteneca al tiempo, sino tambin
todo lo que perteneca al mundo espiritual, y a las relaciones del hombre con l.
Decan que este zarandeo sera tal que sacudira lo que no se poda sacudir - y
que continuara.
"He tratado, pues, de mostraros lo que Juan quera decir con el ltimo tiempo, si
hablaba el mismo lenguaje que nuestro Seor y los otros apstoles hablaban. No
puedo decir qu cambios fsicos hayan buscado l o ellos. En aquel tiempo se
observaron fenmenos fsicos - hambrunas, pestes, terremotos. Si ellos o
cualquiera de ellos supona que estos cambios indicaban ms alteraciones en la
superficie o la estructura de la tierra de lo que ellos indicaban, no lo s; stos no
son los puntos sobre los cuales busco informacin, si ellos la dieron. Que ellos no
esperaban el fin de la tierra - lo que nosotros llamamos la destruccin de la tierra -
es claro a partir de esto, que el nuevo reino del cual ellos hablaban habra de ser
un reino en la tierra as como un reino de los cielos. Pero su creencia de que un
reino tal se haba establecido, y hara sentir su poder tan pronto la antigua nacin
hubiese sido dispersada, ha sido, creo yo, corroborada en abundancia por los
hechos. No veo cmo podemos entender la historia moderna correctamente sin
aceptar esa creencia".
PARTE III
LA PARUSA EN EL APOCALIPSIS
LIMITACIONES DE TIEMPO
EN APOCALIPSIS
Esto no es mera conjetura. Est certificado por las expresas declaraciones del
libro. Si hay una cosa que ms que ninguna otra se afirma explcita y
repetidamente en Apocalipsis es la cercana de los sucesos que predice. Esto se
afirma, y se reitera una y otra vez, al comienzo, en la mitad, y al final. Se nos
advierte que "el tiempo est cerca", "las cosas que deben suceder pronto", "he
aqu, vengo presto", "de cierto vengo presto". Y, sin embargo, en presencia de
estas afirmaciones expresas y a menudo repetidas, la mayora de los intrpretes
se ha sentido en libertad de ignorar por completo las limitaciones de tiempo, y
vagar a voluntad por pocas y centurias, considerando el libro como un compendio
de historia eclesistica, un almanaque de sucesos poltico-eclesisticos para toda
la cristiandad para el fin del tiempo. Este ha sido un error garrafal, fatal e
inexcusable. Descuidar la definicin obvia y clara de tiempo tan constantemente
dirigida a la atencin del lector por el libro mismo es tropezar en el mismo umbral.
En consecuencia, esta falta de atencin ha viciado con mucho el mayor nmero de
interpretaciones apocalpticas. Puede decirse ciertamente que la clave estuvo todo
el tiempo colgada de la puerta, claramente visible para todo el que tuviese ojos
para ver; pero los hombres han tratado de abrir la cerradura con una ganza, o de
forzar la puerta, o de escalarla de alguna otra manera, antes que agenciarse una
manera de entrar tan simple y preparada como usar la llave fabricada y
proporcionada para ellos.
Como este es un punto de la mayor importancia, e indispensable para la correcta
interpretacin de Apocalipsis, es apropiado presentar la prueba de que los
sucesos descritos en el libro ocurren dentro de un perodo de tiempo muy breve.
La primera frase, que contiene lo que puede llamarse el ttulo del libro, es por s
misma decisiva en cuanto a la cercana de los sucesos con los cuales se
relaciona:
Cap. 1:1. "La revelacin de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus
siervos las cosas que deben suceder pronto".
Cap. 1:3. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profeca,
y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo est cerca".
Cap. 1:7. "He aqu que viene con las nubes, y todo ojo le ver, y los que le
traspasaron; y todos los linajes de la tierra harn lamentacin por l. S, amn".
"He aqu que viene" [Idou, ercetai] corresponde a "He aqu vengo pronto" [Idou,
ercomai], de Apoc. 22:7. Esto puede llamarse la tnica de Apocalipsis; es la tesis o
el texto del todo. Para los que pueden persuadirse de que no hay ninguna
indicacin de tiempo en una declaracin como "He aqu que viene", o que es tan
indefinida que puede aplicarse igualmente a un ao, un siglo, o un milenio, este
pasaje puede que no sea convincente; pero para todo juicio sincero, ser prueba
decisiva de que el suceso al que se refiere es inminente. Es la consigna apostlica
"Maranatha!", "el Seor viene" (1 Cor. 16:22). Hay una clara alusin tambin a las
palabras de nuestro Seor en Mat. 24:30. "Lamentarn todas las tribus de la
tierra", etc., mostrando claramente que ambos pasajes se refieren al mismo
perodo y al mismo acontecimiento.
Cap. 1:19. "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser
despus de stas".
Esta advertencia se repite una y otra vez por todo el Apocalipsis. Su significado es
demasiado evidente como para que necesite una explicacin.
Esta figura ya nos es conocida en relacin con la Parusa. Pedro declar que "el
da del Seor vendr como ladrn" [en la noche] (2 Ped. 3:10). Pablo escribi a los
tesalonicenses: "Porque vosotros sabis perfectamente que el da del Seor
vendr as como ladrn en la noche" (1 Tesa. 5:2). Y ambos pasajes reflejan las
propias palabras de nuestro Seor en Mat. 24:42-44, con las cuales inculc
vigilancia por medio de la parbola del "ladrn que viene por la noche". Aqu
nuevamente, el momento y el suceso al que se hace referencia son los mismos en
todos los pasajes, y nuestro Seor declar que estaran dentro de los lmites de la
generacin que entonces exista.
Cap. 21:5,6. "Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aqu, yo hago nuevas
todas las cosas ... Y me dijo: Hecho est".
Cap. 22:10. "No selles las palabras de esta profeca, porque el tiempo est cerca".
Cap. 22:6. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Seor, el Dios
de los espritus de los profetas, ha enviado su ngel, para mostrar a sus siervos
las cosas que deben suceder pronto".
Este pasaje, que repite la afirmacin hecha al comienzo de la profeca (cap. 1:1),
abarca el campo entero de Apocalipsis, y establece de manera concluyente el
hecho de que alude a sucesos que deban tener lugar casi inmediatamente.
Esta triple reiteracin de la pronta venida del Seor, que es el tema de la profeca
entera, muestra claramente que ese acontecimiento fue declarado con autoridad
como cercano.
A primera vista, esto parece una hiptesis gratuita y fantstica, pero mientras ms
la consideramos, ms probable la encontraremos. Cordialmente nos suscribimos a
las siguientes palabras del Dr. Alford:
Tal es la disposicin natural del libro, por lo que concierne a sus grandes
divisiones principales; hay tambin varias divisiones subordinadas, o episodios,
como se les puede llamar, que caen bajo una u otra de las grandes divisiones.
Descubriremos que en las diferentes visiones hay una semejanza estructural
comn, y que, ms particularmente, cada divisin concluye con un final, o una
catstrofe, que representa un acto de juicio o una escena de victoria y triunfo.
Todo lector del Apocalipsis tiene que impresionarse por la manera en que se
emplean ciertos nmeros, no tanto en un sentido aritmtico, sino en un sentido
simblico. Los nmeros tres, cuatro, siete, diez, y doce, la mitad de siete, y doce al
cuadrado, se usan de esta sigificativa manera. De todos estos nmeros msticos,
como puede llamrseles, el siete es el nmero dominante, que encontramos
ocurriendo continuamente desde el principio hasta el fin del libro. No nos
aventuraremos a afirmar que se usa invariablemente en sentido simblico, y nunca
en sentido literal y aritmtico. Pero, que se emplea as frecuentemente, si no
generalmente, debe ser evidente para todo lector cuidadoso. Era el nmero de
dignidad entre los judos, el smbolo de totalidad o perfeccin, y significa todo de la
especie, o la clase ms alta de la especie, a la cual se refiere. No es necesario
dnde ocurre este nmero para que requiera la composicin de todas las
unidades; significa simplemente lo completo o la excelencia. Por eso tenemos
siete iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas, siete espritus, siete
lmparas, siete cuernos, siete ojos, siete estrellas, siete montes, siete reyes. Sera
absurdo requerir el valor aritmtico exacto en todos estos casos, aunque sera
imprudente afirmar que es simblico en cada uno de ellos. Pero, en el caso en que
a primera vista parece ms manifiestamente literal, es decir, las siete iglesias que
se enumeran particularmente, es posible que haya un simbolismo subyacente.
Apenas puede suponerse que slo hubiese siete iglesias en toda Asia Menor;
puede haber habido siete veces siete; pero, sin duda, estas siete representan el
nmero total, no slo en Asia, sino en todas partes. Lo que el Espritu les dijo a
ellas, se los dijo a todas. Se descubrir que, para la correcta interpretacin del
Apocalipsis, no es de poca importancia tener presente el carcter simblico de los
nmeros que se emplearon en el libro con mayor frecuencia.
"He aqu que viene con las nubes, y todo ojo le ver, y los que le traspasaron; y
todos los linajes de la tierra harn lamentacin por l. S, amn".
PARTE III
La Parusa en el Apocalipsis
LA PRIMERA VISIN
Caps. 1:10-20; 2, 3.
A pesar de lo que se ha dicho con respcto a las imgenes y al simbolismo del
Apocalpsis, no hay que olvidar que, detrs de estos smbolos, hay por todas
partes un substrato de hechos y realidades. Slo tenemos que leer los mensajes a
las siete iglesias para descubrir que estamos en una regin de hechos verdaderos
e intenso realismo. Hay tal individualidad de carcter en los delineamientos
grficos del estado espiritual de las siete iglesias, que no podemos dudar de que
son retratos exactos y fieles de las comunidades cristianas que describen. En
verdad, ha una extaa mezcolanza de figuras y hechos; pero no hay ninguna
dificultad en discriminar entre las unas y los otros; o ms bien, se empalman y se
armonizan tan admirablemente que cada uno presta vividez y fuerza al otro.
Tambin, la explicacin de los smbolos (ver. 20) les confiere existencias reales:
"Las siete estrellas son los ngeles de las siete iglesias, y los siete candelabros
que viste son las siete iglesias".
1. El membrete.
2. El estilo o ttulo del escritor.
3. Una declaracin judicial del estado o carcter de la iglesia a la que se
dirige el mensaje.
4. Una expresin de felicitacin o de censura.
5. Una exhortacin a la penitencia, o a la perseverancia.
6. Una promesa especial "al que vence".
7. Una proclamacin a todos de que deben oir lo que el Espritu dice a
cada una.
El punto principal, sin embargo que nos concierne en estas epstolas a las iglesias
es que en cada una de ellas encontramos una clara alusin a una crisis grande e
inminente, en que se ha de administrar recompensa o castigo a cada uno segn
su obra. Nadie puede dejar de impresionarse con las indicaciones de que una
esperada catstrofe est cercana. A feso se le dice: "Vendr pronto a t" (2:5); a
Esmirna, "Sufrirs tribulacin durante diez das" (2:10); a Prgamo, "Vendr a ti
pronto" (2:16); a Tiatira, "Retened lo que tenis hasta que yo venga" (2:25); a
Sardis, "Vendr sobre t como ladrn" (3:3); a Filadelfia, "He aqu, yo vengo
pronto" (3:11); a Laodicea, "He aqu, yo estoy a la puerta y llamo" (3:20). Es
imposible concebir que estas urgentes advertencias no tuviesen ningn significado
especial para aqullos a quienes estaban dirigidas; que no significasen para ellos
ms que lo que significan para nosotros; que se refieran a una consumacin que
no ha tenido lugar todava. Esto sera privar a las palabras de todo significado.
Qu puede ser ms evidente que, en estos pronunciamientos cortos, directos, y
epigramticos, todo es intensamente evidente, apremiante, vehemente, como si
no debiera perderse ni un momento, y la negligencia pudiera ser fatal? Pero,
cmo podra ser consistente esta apasionada urgencia con una consumacin
lejana, que podra ocurrir en algn distante perodo de tiempo, que despus de mil
ochocientos aos est todava en el futuro? Por qu recurrir a una explicacin
tan poco natural y tan insatisfactoria cuando sabemos que hubo una consumacin
predicha y esperada que habra de tener lugar en los das en que florecieron estas
iglesias? Concluimos, pues, que el perodo de recompensa y retribucin al que se
refieren estas epstolas a la iglesias era el "da del Seor" que se acercaba - la
Parusa, que el Salvador declar tendra lugar antes de que pasara la generacin
que presenci sus milagros y rechaz su mensaje.
PARTE III
LA PARUSA EN EL APOCALIPSIS
LA SEGUNDA VISIN
Hay una manifiesta referencia en estas palabras a las instrucciones que se le dan
al vidente en 1:19: "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han
de ser despus de stas". Son estas ltimas las que ahora le van a ser reveladas
al profeta; siendo la frase "las que han de ser despus de stas" [a dei genesqai]
evidentemente sinnima de "las cosas que sucedern despus de stas" [a mellei
genesqai], indicando esta ltima expresin que el tiempo de su cumplimiento est
cercano.
Debemos pasar por alto la magnfica decripcin de la celestial majestad, que nos
recuerda las sublimes visiones de Isaas y Ezequiel, y llegar a la escena que el
profeta contempla, "en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un
libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos". Un ngel fuerte
proclama en alta voz: "Quin es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?"
Cuando nadie est a la altura de la tarea, y el vidente queda abrumado de dolor
porque el rollo mstico debe permanecer sin abrir, le consuela el anuncio que le
hace uno de los ancianos, de que "el Len de la tribu de Jud, la Raz de David,
ha prevalecido para abrir el libro y desatar sus siete sellos". En consecuencia, en
medio del culto de adoracin de la hueste celestial y de todo el universo creado, el
Len-Cordero avanza hacia el trono, toma el libro de la mano derecha del que est
sentado en l, y procede a romper sucesivamente los sellos con que est atado.
Nada puede ser ms vvido ni ms dramtico que las escenas que aparecen
sucesivamente al abrir el Cordero los sellos. Los cuatro querubines que guardan el
trono, anuncian, uno despus del otro, la apertura de los cuatro primeros sellos, en
alta voz, diciendo: "Ven". Y al ser abierto cada uno, el vidente contempla pasar
una figura visionaria a travs del campo visual, emblema del contenido de la
porcin del rollo que se desenrolla. Se observar que hay una gradacin
manifiesta en el carcter de estas representaciones emblemticas, que aumentan
en intensidad y terror desde la primera hasta la ltima.
De cules sucesos habla el profeta? Algunos quieren hacernos creer que este es
un compendio de historia universal; que aqu tenemos las conquistas de la Roma
imperial durante trescientos aos, hasta el establecimiento del cristianismo por
Constantino como religin del imperio. Se nos manda a los tomos de Gibbon para
que vaguemos a travs de las edades en busca de acontecimientos que
correspondan a estos smbolos. Pero esto es justamente lo que las siete iglesias
de Asia no tenan ningn poder para hacer. No sera mofa invitar invitarles a
estudiar y comprender estas visiones, que no son luminosas para nosotros ni
siquiera con la ayuda de Gibbon? Ciertamente, los intrpretes que proponen tales
soluciones deben haber cerrado los ojos a las expresas enseanzas del libro
mismo. Los trminos de la profeca nos impiden hacer todas estas vagas
incursiones en la historia general; quedamos limitados a lo cercano, lo inminente,
lo inmediato; a cosas que deben suceder pronto; a sucesos que conciernen
intensamente a los lectores originales del Apocalipsis: "porque el tiempo est
cerca". Con esta luz en la mano, todo se hace claro. Slo tenemos que colocarnos
en el tiempo y en las circunstancias de aquellas iglesias primitivas, y estos
smbolos visionarios toman forma hasta convertirse en hechos histricos ante
nuestros ojos. El vidente est en el umbral de la crisis largamente predicha y
largamente esperada, para cuya llegada el Salvador haba preparado a sus
discpulos en sus propios das y antes de su partida. As como la profeca que hizo
en el Monte de los Olivos comienza con guerras y rumores de guerras, y contina
hablando de "Jerusaln rodeada de ejrcitos", y "la abominacin desoladora en el
Lugar Santo", hasta que culmina en la aparente destruccin de la naturaleza
universal y "la venida del Hijo del Hombre en las nubes de los cielos", as tambin
procede la profeca del Apocalipsis segn el mismo mtodo.
Aqu, entonces, la visin representa la cercana destruccin de Jerusaln y el juicio
del territorio culpable. Es "el ltimo tiempo", y el discpulo amado, que escuch la
profeca en el Monte, ahora contempla su cumplimiento en visin. Su corazn est
lleno de un solo pensamiento, sus ojos de una sola escena. La tormenta de
venganza est preparndose sobre su propia tierra; sobre su propia nacin - la
ciudad y el templo de Dios. Los ejrcitos se renen para el conflicto; y, al abrirse
un sello tras otro, contempla las sucesivas oleadas de aquel tremendo diluvio de
ira que estaba a punto de abrumar a la devota tierra de Israel. Creemos que este
es el significado de la visin simblica de los siete sellos. Es slo otra forma de la
misma catstrofe predicha por nuestro Salvador a sus discpulos; pero ahora la
hora ha llegado; el fin de la era est cercano, y los ministros de la ira divina son
desatados sobre la nacin culpable.
Cap. 6:1, 2. "Vi cuando el Cordero abri uno de los sellos, y o a uno de los cuatro
seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y mir, y he aqu un
caballo blanco; y el que lo montaba tena un arco; y le fue dada una corona, y sali
venciendo, y a vencer".
Cap. 6: 3, 4. "Cuando abri el segundo sello, o al segundo ser viviente, que deca:
Ven y mira. Y sali otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de
quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran
espada".
Este smbolo tambin habla por s mismo. Las hostilidades han comenzado ya; el
caballo blanco es reemplazado por uno bermejo [rojo], el color de la sangre. El
arco cede su lugar a la espada. Es una gran espada, porque la matanza va a ser
terrible. La paz huye de la tierra: todo es conflicto y derramamiento de sangre. Es
una guerra tanto civil como extranjera. - "Se matasen unos a otros".
Todo esto representa adecuadamente los hechos histricos. La guerra contra los
judos, dirigida por Vespasiano, comenz en Galilea, a la mayor distancia posible
de Jerusaln, y gradualmente se acerc ms y ms a la ciudad sentenciada. Los
romanos no fueron los nicos agentes en la obra de exterminio que despobl la
tierra; las facciones hostiles entre los mismos judos volvan sus armas las unas
contra las otras, de modo que poda decirse que "la mano de cada uno se volvi
contra su hermano". Este cambio del arco por la espada indica que los
combatientes ahora se haban acercado, y luchaban cuerpo a cuerpo: es otro acto
de la misma tragedia.
Vale la pena notar que el lenguaje del cuarto versculo indica, no oscuramente, el
escenario de la guerra. La paz es quitada de la tierra [ek thz ghz]. Stuart ha
interpretado correctamente esta circunstancia: "Aqu se denota especialmente, no
la tierra entera, sino la tierra de Palestina".
Cap. 6:5, 6. "Cuando abri el tercer sello, o al tercer ser viviente, que deca: Ven y
mira. Y mir, y he aqu un caballo negro; y el que lo montaba tena una balanza en
la mano. Y o una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que deca: Dos
libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no
daes el aceite ni el vino".
"Muchos cambiaban en privado todo lo que tenan de valor por una sola medida de
trigo, si eran ricos; de cebada, si eran pobres. Luego, algunos, encerrndose en
los rincones ms retirados de sus casas, a causa de lo extremo del hambre,
coman el grano sin prepararlo; otros lo cocan segn lo dictaban la necesidad y el
temor. No se pona mesa en ninguna parte, sino que, agarrando del fuego la masa
a medio cocer, la hacan pedazos".
Despus de decir que Juan de Giscala, uno de los cabecillas polticos que
tiranizaban al miserable pueblo en los ltimos das de Jerusaln, se apoder de
los vasos sagrados del templo y los confisc, Josefo pasa a relatar otro acto de
sacrilegio cometido por el mismo cabecilla, que parece haber despertado una
profunda indignacin y un profundo horror en la mente del historiador:-
Esto sirve para explicar el uso de la palabra adikhshz [tratar injustamente con] en
esta orden: "No daes el aceite ni el vino". Elliott, en oposicin a Dean Alford,
argumenta a favor del sentido "no cometas injusticia con respecto al aceite", etc.
Rinck, citado por Alford, lo traduce como "no desperdicies", etc. El incidente
relatado por Josefo muestra cmo la palabra adikhshz se ajusta a cada una de las
formas de traduccin. El acto de Juan era adikia en el sentido de desperdicio
desenfrenado.
Cap. 6: 7, 8. "Cuando abri el cuarto sello, o la voz del cuarto ser viviente, que
deca: Ven y mira. Mir, y he aqu un caballo amarillo, y el que lo montaba tena
por nombre Muerte, y el Hades le segua; y le fue dada potestad sobre la cuarta
parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las
fieras de la tierra".
La escena aqu es evidentemente la misma, slo que con los horrores y las
miserias de la guerra intensificados. Los espantosos espectros de la Muerte y el
Hades ahora siguen en la caravana del hambre y de la guerra. Los "cuatro
terribles juicios de Dios", que Ezequiel vio encargados de destruir la tierra de
Israel, "la espada, el hambre, las fieras, y la pestilencia", son desatados
nuevamente sobre la tierra, y a causa de ellos, la cuarta parte de su poblacin
est condenada a perecer. Jams hubo una superabundancia de mortandad como
en la guerra que culmin con el sitio y la captura de Jerusaln. El mejor
comentario sobre este pasaje debe encontrarse en los registros de Josefo, como
lo muestra la siguiente descripcin:
"Todas las salidas estaban interceptadas, todas las esperanzas de seguridad para
los judos, completamente cortadas; y el hambre, con las fauces abiertas,
devoraba al pueblo por sus casas y por sus familias. Los techos estaban llenos de
mujeres con sus criaturas en la ltima etapa; las calles estaban llenas de ancianos
ya muertos. Nios y jvenes, hinchados, se amontonaban como espectros en el
mercado, y caan dondequiera que las ansias de la muerte les sobrevenan. Los
que estaban afectados no tenan fuerzas para enterrar a sus parientes; y los que
todava eran sanos y vigorosos eran disuadidos por la multitud de los muertos y la
incertidumbre que penda sobre ellos. Muchos moran mientras enterraban a otros,
y muchos se iban a los cementerios antes de que llegase la hora fatal.
Cap. 6:9-11. "Cuando abri el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que
haban sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que
tenan. Y clamaban a gran voz, diciendo: Hasta cundo, Seor, santo y
verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se
les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todava un poco de
tiempo, hasta que se completara el nmero de sus consiervos y sus hermanos,
que tambin haban de ser muertos como ellos".
Del mismo modo, la visin del quinto sello aclara un oscuro pasaje que hasta
ahora haba frustrado todos los intentos de resolver su significado. En 1 Pedro 4:6,
encontramos la siguiente afirmacin: "Porque por esto tambin ha sido predicado
el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne segn los hombres,
pero vivan en espritu segn Dios". Refiriendo al lector a las observaciones que se
hicieron sobre este pasaje en pginas anteriores, ser suficiente aqu recapitular la
conclusin a la que se lleg en aquella oportunidad. La afirmacin es realmente
as: "Porque, por esta causa, se les llev un mensaje de consolacin aun a los
muertos, para que ellos, aunque condenados en la carne por el juicio de los
hombres, vivan en el espritu por el juicio de Dios". Esto apunta evidentemente a la
vindicacin de los que, por el injusto juicio de los hombres, sufrieron la muerte por
la verdad de Dios; declara que haban sido consolados despus de la muerte por
la nuevas de que, por el juicio divino, disfrutaran de la vida eterna. No hay en la
Escritura ninguna alusin a ninguna transaccin de esta clase, excepto en el
pasaje que tenemos delante - la visin del quinto sello. Sin embargo, esto llena
precisamente todos los requisitos del caso. Aqu encontramos "los muertos" - los
mrtires cristianos, que haban muerto por la fe; haban sido condenados en la
carne por el injusto juicio de los hombres. Se da a entender manifiestamente que
haban apelado al justo juicio de Dios. En respuesta a su apelacin, se les haba
comunicado un "mensaje de consuelo" [euaggelion]; se les dice que reposen por
un tiempo hasta que se les unan sus hermanos y consiervos que han de ser
muertos como ellos; mientras que se les dan "tnicas blancas", seales de
inocencia y emblemas de victoria. Creemos que debe ser obvio que esta escena
bajo el quinto sello corresponde exactamente a la alusin de Pedro y a la parbola
de nuestro Seor. Es importante, tambin, observar el lugar que ocupa esta
escena en el drama trgico. Es despus del estallido, pero antes de la conclusin,
de la guerra juda; precede, por un poco, la catstrofe final del sexto sello. Es el
clamor impaciente de los santos martirizados: "Hasta cundo, Seor, hasta
cundo?" Demanda una justa retribucin sobre los que haban derramado su
sangre; y especifica claramente quines son describindoles como "los que moran
en la tierra". Y todo esto antecede inmediatamente a la catstrofe final bajo el
siguiente sello, que presenta la ira de Dios viniendo sobre la nacin culpable
"hasta lo ltimo". Aqu tenemos, pues, un cuerpo de evidencia tan variado, tan
minucioso, y tan acumulativo que podemos aventurarnos a llamarle una
demostracin.
Cap. 6:12-17. "Mir cuando abri el sexto sello, y he aqu hubo un gran terremoto;
y el sol se puso negro como tela de silicio, y la luna se volvi toda como sangre; y
las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos
cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneci como un
pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removi de su lugar. Y los
reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo
siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peas de los montes;
y decan a los montes y a las peas: Caed sobre nosotros, y escondednos del
rostro de aquel que est sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el
gran da de su ira ha llegado; y quin podr sostenerse en pie?"
Ahora llegamos al ltimo acto de esta terrible tragedia: la catstrofe que cierra la
segunda visin. Puede causar sorpresa que la catstrofe ocurra bajo el sexto
sello, y no bajo el sptimo, como podramos haber esperado. Pero al sptimo sello
se le hace el eslabn entre la segunda y la tercera visiones, y se le emplea de una
manera sumamente artstica para introducir la siguiente serie de siete, o sea, la
visin de las siete trompetas. Aqu podemos observar que cada una de las
visiones culmina en una catstrofe, o acto sealado de juicio divino, que trae
destruccin sobre los impos y salvacin para los justos.
Nadie puede dejar de observar que casi todas las caractersticas de esta terrible
escena ocurren en la profeca de nuestro Seor en el Monte de los Olivos con
referencia a los juicios venideros sobre la ciudad y la nacin de Israel. No hay,
pues, lugar para dudar ni por un momento del significado de la visin del sexto
sello; pero, mientras ms de cerca se estudie cada smbolo, ms claramente se
ver su relacin con la gran catstrofe. Este es el "dies irae" - el hmera kuriakh -
"el da grande y terrible de Jehov" predicho por Malaquas, Juan el Bautista,
Pablo, Pedro, y, sobre todo, por nuestro Seor en su discurso apocalptico del
Monte de los Olivos. Es la esperada consumacin por la que la iglesia apostlica
velaba y la cual esperaba - el da de juicio para la nacin culpable y, como
veremos, el da de redencin y recompensa para el pueblo de Dios.
Sin duda, parecer una objecin a esta explicacin el hecho de que la destruccin
de Jerusaln, por terrible que fuese, parece inadecuada como antitipo de las
imgenes del sexto sello. El objeto se aplica igualmente a la profeca de nuestro
Seor, en que su propia autoridad establece la aplicacin de las seales. En
realidad, se aplica a toda la profeca: porque la profeca es poesa, y poesa
oriental tambin, en la cual las esplndidas imgenes simblicas son el ropaje del
pensamiento. Adems, la objecin se basa en una estimacin inadecuada del
verdadero significado y la verdadera importancia de la destruccin de Jerusaln.
Ese acontecimiento no es simplemente un trgico incidente histrico; no debe ser
mirado en la misma categora que el sitio de Troya o la destruccin de Tiro o de
Cartago. Fue una gran poca providencial; el fin de una era; el desenvolvimiento
de un gran perodo en el gobierno divino del mundo. La catstrofe material no fue
sino la seal externa y visible de una poderosa crisis en el reino de lo invisible y lo
espiritual.
Al mismo tiempo, debe observarse que los hechos histricos que subyacen estos
smbolos son suficientemente reales y tangibles. La consternacin y el terror
descritos aqu como apoderndose de "los reyes de la tierra, los grandes", etc.,
estn en perfecta armona con las escenas de los ltimos das de Jerusaln como
las describe Josefo. Con la premisa de que con "los reyes de la tierra" [basileiz thz
ghz] se quiere decir los gobernantes de Judea, como podremos mostrar,
encontramos que la descripcin proftica corresponde maravillosamente a los
hechos histricos. Primero, la escena de la visin ocurre evidentemente en un pas
en que abundan las cavernas rocosas y los escondrijos, lo cual, como bien se
sabe, son caractersticos de Judea. Las colinas de piedra caliza de ese pas estn
literalmente llenas de cavernas como un panal, que han sido cuevas de ladrones y
refugios de fugitivos desde tiempo inmemorial. Ewald reconoce "que aqu hay una
referencia especial a las peculiaridades de Palestina en cuanto a sus rocas y
cavernas, que proporcionan lugares de refugio para los fugitivos". (Citado por
Stuart, Apocalypse, in loc.). Estas dos notas, la tierra, y su naturaleza geolgica,
fijan la ubicacin de la escena. Segundo, es un hecho atestiguado por Josefo que
los ltimos escondrijos de los enloquecidos ciudadanos de Jerusaln eran las
cavernas rocosas y los pasajes subterrneos a los cuales huyeron buscando
refugio despus de la captura de la ciudad:
"La ltima esperanza", dice Josefo, "que alentaban los tiranos y sus pandillas de
bandidos eran las excavaciones subterrneas, en las cuales no esperaban que se
les buscase si procuraban refugio en ellas. Despus del colapso final de la ciudad,
cuando los romanos se hubiesen retirado, se proponan salir y buscar la seguridad
en la huda. Pero, despus de todo, esto no fue sino un mero sueo, porque no
pudieron ocultarse de la observacin de Dios ni de los romanos".
"Por lo cual Simn, creyendo que poda engaar a los romanos por medio del
terror, se visti de tnicas blancas, y abotonando sobre ellas un manto prpura,
surgi de la tierra en el lugar mismo donde antes se levantaba el templo.
Efectivamente, al principio el asombro se apoder de los que lo vieron, y quedaron
como petrificados; pero despus, acercndose ms, le exigieron que se
identificara. Simn rehus hacerlo, y les dijo que llamaran al general; ellos
corrieron rpidamente hasta Terencio Rufo, que haba quedado al mando del
ejrcito. Vino Rufo, y despus de or de Simn toda la verdad, le puso en grilletes,
y comunic a Csar los detalles de la captura ... Sin embargo, el hecho de haber
surgido del terreno condujo en ese tiempo al descubrimiento, en otras cavernas,
de una vasta multitud de los otros insurgentes. Al regresar Csar a Cesrea junto
al mar, Simn fue llevado a l en cadenas, y Csar orden que se le retuviera para
el triunfo que se preparaba para celebrar en Roma".
Cap. 7:1-17. "Despus de esto vi a cuatro ngeles en pie sobre los cuatro ngulos
dela tierra, que detenan los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento
alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningn rbol. Vi tambin a otro
ngel que suba de donde sale el sol, y tena el sello del Dios vivo; y clam a gran
voz a los cuatro ngeles, a quienes se les haba dado el poder de hacer dao a la
tierra yal mar, diciendo: No hagis dao a la tierra, ni al mar, ni a los rboles, hasta
que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y o el nmero
de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de Israel",
etc.
Se ver que, en cada catstrofe de este libro de visiones - y cada visin termina
con una catstrofe - hay dos partes, a saber, el juicio infliigido sobre los enemigos
de Cristo y la bendicin conferida a sus siervos.
Ahora bien, bajo el sexto sello, donde est localizada la catstrofe de la visin, ya
hemos visto descrita la primera parte, a saber, el juicio de los enemigos de Dios;
pero la otra parte, la liberacin del pueblo de Dios, est representada en el
captulo que tenemos delante. El progreso del juicio queda aun detenido hasta que
la seguridad de los siervos de Cristo quede garantizada.
Vale la pena notar que Jerusaln es la escena del juicio tanto en la profeca de
Ezequiel como en Apocalipsis; y la alusin que hace Pedro a esta misma
transaccin en la visin de Ezequiel, como a punto de repetirse en la Jerusaln de
sus propios das, es muy significativa. (1 Ped. 4:17).
Pero la luz mayor es proyectada sobre este episodio por las palabras de nuestro
Seor: "El Hijo del hombre enviar a sus ngeles con gran voz de trompeta, y
juntarn a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta
el otro" (Mat. 24:31). Este episodio es la representacin del cumplimiento de
aquella promesa. Mientras la ira es derramada al mximo sobre la tierra; mientras
las tribus de la tierra estn de duelo; mientras los enemigos de Dios huyen para
esconderse en las cavernas y las cuevas; en aquella hora temible, la trompeta del
ngel convoca al fiel remanente del pueblo de Dios, "para que se oculten en el da
de la ira de Jehov". Ahora el tiempo ha llegado a su plenitud; porque hay que
recordar que todo esto habra de ser presenciado por los apstoles mismos, o por
lo menos por algunos de ellos; porque la propia generacin de nuestro Seor no
habra de pasar sino hasta que estas cosas se hubiesen cumplido.
Se observar que hay dos clases, o divisiones, del "pueblo de Dios", que se
especifican en este episodio. La primera clase pertenece a una nacin particular -
"los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel". stos
tienen que representar necesariamente la iglesia cristiana juda del perodo
apostlico. Pero, adems de stos, hay una multitud que nadie poda contar, que
pertenecen a todas las nacionalidades, es decir, no israelitas, sino gentiles. Esta
clase, pues, tiene necesariamente que representar a la iglesia gentil del perodo
apostlico; los "incircuncisos", que fueron admitidos a los privilegios del pueblo del
pacto, llamados a ser "coherederos, y del mismo cuerpo, y participantes de las
promesas de Dios en Cristo por el evangelio", junto con los creyentes judos. Esta
representacin implica que el peligro y la liberacin simbolizados por el
sellamiento de los siervos de Dios no se limitaban a Judea y a Jerusaln. La
religin de Jess de Nazaret era una fe proscrita y perseguida en todo el Imperio
Romano antes de que estallase la guerra juda y se abrogase la economa juda.
En consecuencia, se dice que los redimidos en la visin, "la multitud con
vestiduras blancas", salen de una gran tribulacin: una expresin que nos da una
pista del establecimiento del tiempo y de las personas a las que se hace referencia
aqu. Nuestro Seor, cuando predijo el tiempo de afliccin sin paralelo que habra
de preceder a la catstrofe de Jerusaln y de Judea, dice: "Porque habr entonces
gran tribulacin [qliyiz megalh], cual no la ha habido desde el principio del mundo
hasta ahora, ni la habr", etc. (Mat. 24:21). Ahora, en la afirmacin en el episodio:
"Estos son los que han salido de gran tribulacin", hay una incuestionable alusin
a las palabras de nuestro Seor. Como apunta Alford, la traduccin correcta es:
"Estos son los que han salido de la gran tribulacin" [ek thz qliyewz thz megalhz],
siendo el artculo definido sumamente enftico, y la tribulacin alude claramente a
la prediccin en Mateo 24:21.
PARTE III
LA PARUSA EN EL APOCALIPSIS
LA TERCERA VISIN
Cap. 8:1. "Cuando abri el sptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por
media hora".
Cap. 8:7-12. "El primer ngel toc la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados
con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra", etc.
Ahora, los siete ngeles se preparan para hacer sonar sus trompetas, y cada
trompetazo es la seal para un acto de juicio. Se observar que las cuatro
primeras trompetas, como los cuatro primeros sellos, difieren de las tres restantes.
Tienen algo de indefinido, y los smbolos, aunque sublimes y terribles, no parecen
susceptibles de una verificacin histrica particular. Probablemente corresponden
a aquellas perturbaciones fenomenales de la naturaleza a las cuales alude nuestro
Seor en su profeca del Monte de los Olivos como precedentes a la Parusa:
"Entonces habr seales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra
angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas"
(Luc. 21:25). Estos son los objetos mismos afectados por las cuatro primeras
trompetas, o sea, la tierra, el mar, la luna, las estrellas. Entonces, sin tratar de
encontrar una explicacin especfica para estos portentos, es suficiente
considerarlos como las seales externas y visibles del desagrado divino
manifestado hacia los impenitentes y los incrdulos; sntomas de que el mundo
natural estaba agitado y convulso a causa de la maldad de su tiempo; emblemas
de la dislocacin y la desorganizacin generales de la sociedad, que precedieron y
anunciaron la catstrofe final del pueblo judo.
Sin embargo, las tres ltimas trompetas son de un carcter muy diferente de las
cuatro primeras. Son realmente simblicas, como las otras, pero los smbolos son
menos indefinidos y parecen ms susceptibles de una interpretacin histrica. Los
juicios bajo las cuatro primeras trompetas estn marcados por lo que podemos
llamar un carcter artificial; afectan la tercera parte de todas las cosas - la tercera
parte de los rboles, la tercera parte de la hierba, la tercera parte del mar, la
tercera parte de los peces, la tercera parte de los barcos; la tercera parte de los
ros, la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna, la tercera parte de las
estrellas, la tercera parte del da, la tercera parte de la noche. Sera absurdo exigir
una verificacin histrica de tales smbolos. Pero las trompetas restantes parecen
entrar ms en el dominio de la relaidad y la historia; y, en consecuencia,
descubriremos que la Escritura y la historia contempornea arrojan mucha luz
sobre ellas. Que a estas ltimas trompetas se les atribuye una importancia
especial es evidente por el hecho de que son introducidas por una nota de
advertencia: -
Cap. 8:13. "Y mir, y o a un guila volar por en medio del cielo, diciendo a gran
voz: Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de
trompeta que estn para sonar los tres ngeles!".
Esta nota introductoria a las trompetas de los tres ayes requiere algunas
observaciones.
Primera, el lector percibir que el texto guila, no ngel. "O a un guila volar por
en medio del cielo". Este es el smbolo de la guerra y la rapia. Hay un llamativo
paralelo de esta representacin en Oseas 8:1: "Pon a tu boca trompeta. Como
guila viene contra la casa de Jehov, porque traspasaron mi pacto, y se
rebelaron contra mi ley". En Apocalipsis, el guila viene con la misma misin,
anunciando dolor, guerra, y juicio.
Segunda, el lector observar las personas sobre las cuales han de caer los ayes
predichos - "los que moran en la tierra". Como en 6:10, as tambin sucede aqu;
gh debe ser tomado en sentido restringido, como referencia a la tierra de Israel.
Las traducciones de gh como tierra, en vez de territorio, y de aiwnby como mundo,
en vez de era, han sido fuentes fructferas de error y confusin en la interpretacin
del Nuevo Testamento. Con singular inconsistencia, nuestros traductores han
traducido a gh, algunas veces como tierra, algunas veces como territorio, en
versculos casi consecutivos, oscureciendo el sentido grandemente. As, en Lucas
21:23, traducen gh como tierra: "habr gran calamidad en la tierra" [epi thzghz],
siendo compelidos a restringir el significado en la siguiente clusula - "e ira sobre
este pueblo". Pero, en el ssiguiente versculo menos uno, donde se repite la
misma frase - "calamidad epi thz ghz" - lo traducen "en la tierra". En el pasaje que
tenemos delante, los ayes deben entenderse como denunciados, no sobre los
habitantes del globo, sino sobre los de la tierra, esto es, de Judea.
LA QUINTA TROMPETA
Cap. 9:1-12. "El quinto ngel toc la trompeta, y vi una estrella que cay del cielo
a la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abri el pozo del abismo, y
subi humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureci el sol y el aire
por el humo del pozo ... Y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de
la tierra ... Y tienen por rey sobre ellos al ngel del abismo, cuyo nombre en
hebreo es Abadn, y en griego, Apolin. El primer ay pas; he aqu, vienen an
dos ayes despus de esto".
Sobre esta representacin simblica, Alford observa: "Hay una Babel interminable
de interpretaciones alegricas e histricas de estas langostas que salen del
abismo"; pero, aunque limpia el suelo del montn de especulaciones romnticas
con las cuales ha sido sobrecargado, se abstiene de poner nada mejor en su
lugar.
Sin asumir que tenemos ms penetracin que otros expositores, no podemos sino
pensar que el principio de interpretacin sobre el cual procedemos, y que tan
obviamente establece el Apocalipsis mismo, proporciona una gran ventaja en la
bsqueda y el descubrimiento del verdadero significado. Con nuestra atencin fija
en un solo punto de la tierra, y absolutamente limitados a un espacio de tiempo
muy breve, es comparativamente fcil leer los smbolos, y todava ms
satisfactorio marcar su perfecta correspondencia con los hechos.
"Cuando el espritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando
reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volver a mi casa de donde sal; y cuando
llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros
siete espritus peores que l, y entrados, moran all; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero. As tambin acontecer a esta mala
generacin". (Mat. 12:43-45).
La frase final est llena de significado. La nacin culpable y rebelde, que haba
rechazado y crucificado a su Rey, deba ser entregada, en su ltima etapa de
impenitencia y obstinacin, al dominio irrestricto del mal. El demonio exorcizado
habra de regresar finalmente reforzado por una legin.
Tal es la invasin de esta hueste infernal; por decirlo as, todo el infierno desatado
sobre la tierra dedicada, convirtiendo a Jerusaln en un pandemonio, habitacin
de demonios, guarida de todo espritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y
aborrecible. (Apoc. 18:2).
LA SEXTA TROMPETA
Cap. 9:13-21. "El sexto ngel toc la trompeta, y o una voz de entre los cuatro
cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ngel que
tena la trompeta: Desata a los cuatro ngeles que estn atados junto al gran ro
ufrates. Y fueron desatados los cuatro ngeles que estaban preparados para la
hora, da, mes, y ao, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el
nmero de los ejrcitos de los jinetes era doscientos millones. Yo o su nmero",
etc.
Hay cierto parecido entre la visin presentada aqu y la que la precede. Ambas se
refieren a una hueste grande y multitudinaria desatada para castigar a los
hombres; en ambas la hueste no es como ningunos seres reales in rerum natura,
pero ambas parecen caer, en algunos puntos, dentro de las regiones de la
realidad, y ser susceptibles, en parte al menos, de verificacin histrica. El primer
incidente que sigue al tocar de la sexta trompeta es la orden de "desatar los cuatro
ngeles que estn atados junto al gran ro ufrates". Acerca de este pasaje, dice
Alford: "Todas las imgenes aqu han sido una crux interpretum en cuanto a
quines son estos ngeles, y que se indica por la localidad que se describe aqu".
Es en estos casos cruciales, que desafan la destreza de la mano ms hbil para
abrir la cerradura, en que demostramos el poder de nuestra llave maestra.
Fijmosnos primero en lo que parece ms literal en la visin - "el gran ro
ufrates". Eso, por lo menos, difcilmente puede ser simblico. Se dice que hay
cuatro ngeles atados, no en el ro, sino junto a l [epi tw potamw]. Desatar estos
cuatro ngeles libera una vasta horda de jinetes armados, con las extraas y
antinaturales caractersticas descritas en la visin. Qu es lo verdadero y real
que podemos deducir de estas imgenes altamente elaboradas? Cmo es que
estos jinetes vienen de la regin del ufrates? Cmo es que hay cuatro ngeles
atados junto a ese ro? Ahora bien, se recordar que la invasin de langostas vino
del abismo del infierno; este ejrcito invasor viene del ufrates. Este hecho sirve
para desenmaraar el misterio. El ejrcito invasor que sigui a Tito hasta el sitio y
la captura de Jerusaln fue trado en gran medida de la regin del ufrates. Ese
ro formaba la frontera oriental del Imperio Romano; y sabemos de cierto que esta
frontera era guardada por cuatro legiones, que estaban estacionadas
regularmente all. Concebimos estas cuatro legiones como simbolizadas por los
cuatro ngeles atados junto al ro. "Desatar los ngeles" equivale a movilizar las
legiones, y no podemos pensar sino que el smbolo es potico, pues es
histricamente verdadero. Pero, se dir, las legiones romanas no consistan de
caballera. Correcto; pero sabemos que, junto con los legionarios del ufrates,
vinieron a la guerra juda fuerzas auxiliares tradas de esa misma regin. Antoco
de Comgene que, como nos dice Tcito, era el ms rico de todos los reyes que
se sometieron a la autoridad de Roma, envi un contingente a la guerra. Sus
dominios estaban sobre el ufrates. Sohemus, tambin otro rey poderoso, cuyos
territorios estaban en la misma regin, envi una fuerza para cooperar con el
ejrcito romano a las rdenes de Tito. Ahora bien, las tropas de estos reyes
orientales, como las de sus vecinos los partos, eran mayormente de caballera; y
es completamente consistente con la naturaleza de la representacin alegrica o
simblica que en un libro como Apocalipsis estas feroces hordas extranjeras de
jinetes brbaros asumiesen la apariencia presentada en la visin. Son
multitudinarias, monstruosas, agresivas, letales; y sin duda, as les parecan a los
miserables "moradores de la tierra" a quienes estaban encargados de destruir. La
invasin puede describirse correctamente en el lenguaje anlogo del profeta
Isaas: "Jehov de los ejrcitos pasa revista a las tropas para la batalla. Vienen de
lejana tierra, de lo postrero de los cielos, Jehov y los instrumentos de su ira, para
destruir toda la tierra" (Isa. 13:4,5).
Finalmente, la correcta traduccin del vers. 15 elimina una oscuridad que ha sido
ocasin de mucha perplejidad y muchos conceptos errneos. Se declara que los
cuatro ngeles atados junto al ufrates, y desatados por el ngel de la sexta
trompeta, han sido preparados, no para una hora, y un da, y un mes, y un ao,
sino para la hora, da, mes, y ao: es decir, destinados por la voluntad de Dios
para una obra especial, en una coyuntura particular; y en el tiempo sealado,
fueron desatados para cumplir su misin providencial. "La tercera parte de los
hombres" no significa la tercera parte de la raza humana, sino la tercera parte de
los "habitantes de la tierra" (cap. 8:13), sobre los cuales los ayes estn a punto de
caer.
I. Ahora podramos haber esperado que sonase la sptima trompeta; pero, como
en la visin de los siete sellos, la accin es interrumpida por la introduccin de
episodios que hacen espacio para material nuevo que no cae estrictamente dentro
de la corriente principal de la narracin.
Cap. 10:1-11. "Vi descender del cielo a otro ngel fuerte, envuelto en una nube,
con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como
columnas de fuego. Tena en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho
sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra; y clam a gran voz, como ruge un len;
y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces", etc.
5. Vale la pena notar que Pablo habla, no de la voz de un arcngel, sino del
arcngel, como si se estuviese refiriendo a lo que ya era bien conocido y familiar
para las personas a las cuales escriba. Pero, dnde encontramos en las
Escrituras alguna alusin a "la voz del arcngel y la trompeta de Dios"? En
ninguna parte, excepto en este mismo pasaje de Apocalipsis. Deducimos que
Apocalipsis era conocido para los tesalonicenses, y que Pablo aluda a esta
misma descripcin.
7. Por ltimo, que el ngel poderoso de Apoc. 10:1 es una persona divina, y no
otra que el Seor Jesucristo, parece demostrado decisivamente por el cap. 11:3:
"Y dar a mis dos testigos que profeticen", etc., donde el que habla es
evidentemente una persona divina, y el mismo "ngel poderoso" que el profeta
contempl descendiendo del cielo.
El profeta, sin embargo, pasa a registrar lo que el ngel hizo y dijo. Con el pie
derecho en el mar y el izquierdo en la tierra, el ngel levanta su mano al cielo, y
jura por el que vive por los siglos de los siglos que ya no habr ms tiempo ni
tregua. Es decir: "El fin ha llegado; la paciencia de Dios ya no puede esperar ms;
el da de gracia est a punto de concluir; ya no se dar ms tregua".
"En los das de la voz del sptimo ngel, cuando l comience a tocar la trompeta,
el misterio de Dios se consumar, como l lo anunci a sus siervos los profetas".
En otras palabras, la sptima y ltima trompeta, que est a punto de sonar, traer
la gran consumacin predicha. Esta ntima conexin entre la aparicin del
arcngel y el sonar de la sptima trompeta (que introduce la consumacin) es
sumamente sugerente, y confirma con fuerza todo lo que se ha adelantado con
respecto a la correspondencia entre la escena que tenemos delante y la
descripcin de 1 Tes. 4:16.
Pero este sptimo versculo tambin confirma de modo singular y muy satisfactorio
los puntos de vista que ya se han expresado con respecto a lo que se ha llamado
errneamente "la predicacin del evangelio a los muertos" (1 Ped. 4:6). El lector
recordar que, en el pasaje a que se hace referencia, la expresin empleada es
"nekroiz euhggelisqh" (literalmente, fue evangelizado a los muertos, es decir, un
anuncio consolador fue hecho a los muertos).
"que el tiempo no sera ms, sino que en los das de la voz del sptimo ngel,
cuando l comience a sonar la trompeta, el misterio de Dios se consumar, como
l lo anunci a sus siervos los profetas".
Luego, a quin se le hizo este consolador anuncio? La respuesta es: "a sus
siervos los profetas". Esto se refiere claramente a los que, en el cap. 6:9, estn
representados como "las almas de los que fueron muertos por la palabra de Dios,
y por el testimonio que tenan". Porque, cul es la funcin de un profeta? No es
la de declarar la palabra del Seor, y dar testimonio en favor de la verdad? En el
captulo 6, se les describe como "habiendo sido muertos", la suerte que Jess
predijo para sus siervos. "Por tanto, he aqu yo os envo profetas y sabios y
escribas; y de ellos, a unos mataris y crucificaris" (Mat. 23:34). Jerusaln era
notoriamente asesina de profetas. "Jerusaln, Jerusaln, que matas a los
profetas!" (Mat. 23:37). "No es posible que un profeta muera fuera de Jerusaln"
(Luc. 13:33). Era la sangre de estos mrtires la que haba de ser requerida de
"aquella generacin", y ahora el tiempo haba llegado.
III. El libro abierto en la mano del ngel (cap. 10:8-11). El ngel poderoso est
representado sosteniendo en su mano un librito abierto. No se nos informa de su
contenido, pero nos ayuda mucho en la interpretacin de este smbolo la
manifiesta correspondencia entre la escena en Apocalipsis y la que se describe en
Ezequiel 2, 3. En realidad, parecen contrapartes la una de la otra. El rollo en
Ezequiel corresponde al "librito". En la profeca, es "el Seor" quien sostiene el
rollo en la mano, y se lo da al profeta; una confirmacin adicional del argumento
de que es el Seor quien, en Apocalipsis, sostiene en librito en su mano. Tanto en
la profeca como en Apocalipsis, el rollo o libro est abierto. En ambos, el rollo o
libro es comido por los profetas; en ambos, "era dulce en la boca" al comerlo. Slo
el Apocalipsis afirma que se volvi amargo en el vientre; pero podemos inferir que
la misma caracterstica se aplica igualmente al rollo de Ezequiel. Todas estas
notables correspondencias prueban suficientemente que la escena en la profeca
de Ezequiel es el prototipo de la visin en Apocalipsis. Pero el punto principal que
debe observarse es la naturaleza del contenido del librito, y esto podemos
establecerlo por su paralelo en la profeca. El rollo que Ezequiel vio "estaba escrito
por delante y por detrs; y haba escritas en l endechas y lamentaciones y ayes"
(Eze. 2:10). Deducimos, pues, que en ambos el contenido era amargo, porque
Juan, como Ezequiel, era el mensajero de ayes venideros para Israel, y esta
misma visin pertenece a las trompetas de ayes que hicieron sonar la seal del
juicio.
Cap. 11:1,2. "Entonces me fue dada una caa semejante a una vara de medir, y
se me dijo: Levntate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en
l. Pero el patio que est fuera del templo djalo aparte, y no lo midas, porque ha
sido entregado a los gentiles; y ellos hollarn la ciudad santa cuarenta y dos
meses".
Si faltase algo para probar que en estas visiones apocalpticas tratamos con
historia contempornea, con hechos y cosas que existan en los das de Juan, ese
algo lo proporcionara el pasaje que tenemos delante. Aqu tenemos evidencia
clara y distinta con respecto al tiempo y al lugar. La visin habla de la ciudad y el
templo de Jerusaln; la ciudad literal y el templo literal. Estaban, pues, en
existencia cuando el Apocalipsis se escribi, porque la visin que tenemos ante
nosotros predice su destruccin.
En tales circunstancias, nada sino destruccin venidera puede ser el tema. Que la
vara de medir o el cordel se emplea en la Escritura como emblema de destruccin
es indiscutible, en realidad con ms frecuencia que de construccin. Unos pocos
ejemplos deben bastar. En Lamentaciones 2:7,8, encontramos un pasaje que
podra ser la interpretacin de esta visin apocalptica: "Desech el Ser su altar,
menospreci su santuario; ha entregado en mano del enemigo los muros de sus
palacios; hicieron resonar su voz en la casa de Jehov como en da de fiesta.
Jehov determin destruir el muro de la hija de Sin; extendi el cordel, no retrajo
su mano de la destruccin; hizo, pues, que se lamentara el antemuro y el muro;
fueron desolados juntamente". Nuevamente, en la profeca de Isaas relativa a la
destruccin de Babilonia (cap. 34:11), leemos: "Se aduearn de ella el pelcano y
el erizo, la lechuza y el cuervo morarn en ella; y se extender sobre ella cordel de
destruccin, y niveles de asolamiento". El profeta Ams tambin usa el mismo
emblema (Ams 7:6-9): "He aqu el Seor estaba sobre un muro hecho a plomo, y
en su mano una plomada de albail. Jehov entonces me dijo: Qu ves, Ams?
Y dije: Una plomada de albail. Y el Seor dijo: He aqu, yo pongo plomada de
albail en medio de mi pueblo Israel; no lo tolerar ms. Los lugares altos de Isaac
sern destruidos", etc. Otro pasaje muy sugerente ocurre en 2 Reyes 21:12,13:
"Por tanto, as ha dicho Jehov el Dios de Israel: He aqu yo traigo tal mal sobre
Jerusaln y sobre Jud, que al que lo oyere le retiirn ambos odos. Y extender
sobre Jerusaln el cordel de Samaria y la plomada de la casa de Acab". (Vase
tambin Salmos 60:6; Isaas 28:17).
Se observar que una parte de los recintos del templo, "el patio que est fuera del
templo" se excepta de la medicin, y que por esta razn est asignado - "ha sido
entregado a los gentiles". El ppasaje dice as: "El patio que est fuera del templo
djalo fuera, y no lo midas", etc. Hay alguna oscuridad en esta afirmacin.
Sabemos que haba una porcin de los recintos del templo llamada "el atrio de los
gentiles", pero ese difcilmente puede ser aqul al que se alude aqu, pues sera
extrao decir que el patio de los gentiles sera dado a los gentiles. Es evidente,
tambin, que se dice que este abandono del atrio exterior a los gentiles es algo
sacrlego, algo asociado con la afirmacin: "Y hollarn la santa ciudad cuarenta y
dos meses". La razn, pues, de la exencin de la medicin del patio exterior es
probablemente que el lugar ya estaba profanado; estaba, pues, "dejado fuera",
rechazado, como que ya no era un lugar sagrado; era profano e inmundo, estando
en manos, y an bajo los pies, de los gentiles.
Hay en la historia de los ltimos das de Jerusaln algo que responda a estos
hechos? Porque ese es el verdadero problema que tenemos que resolver. Aqu el
historiador judo arroja una vvida luz sobre el escenario entero descrito en la
visin. Josefo nos cuenta cmo, cuando estall la guerra de los judos, el templo
se convirti en ciudadela y fortaleza de los insurgentes; cmo las diferentes
facciones luchaban por la posesin de esta ventajosa posicin; y cmo Juan, uno
de los jefes rebeldes, defenda el templo con su grupo de bandidos llamados
zelotes, mientras Simn, otro cabecilla y rival, ocupaba la ciudad. Josefo nos dice
cmo la fuerza idumea, que puede describirse correctamente como perteneciente
a los gentiles, entr en la ciudad amparada por la oscuridad de la noche, durante
una distraccin causada por una terrorfica tormenta, y fue admitida por los
zelotes, sus confederados, dentro de los sagrados recintos del templo. Parece
que, durante todo el perodo del sitio, la ciudad y los atrios del templo estuvieron
en posesin de estos salvajes hombres sin ley de Edom, que llevaban con ellos la
rapia y el derramamiento de sangre a dondequiera que iban. Fueron ellos los que
en esta ocasin asesinaron vilmente a Ananas y a Josu, dos de los sumos
sacerdotes ms eminentes y venerables, un crimen al que Josefo atribuye la
subsiguiente captura de Jerusaln y el colapso de la comunidad juda. (Vase la
obra de Traill Josefo, libro 4, cap. 5, sec. 2).
El pasaje que ahora estamos considerando arroja luz tambin sobre la profeca de
nuestro Seor en Lucas 21:24: "Y Jerusaln ser hollada por los gentiles, hasta
que los tiempos de los gentiles se cumplan". Debe observarse que nuestro Seor
habla aqu del sitio y la captura de Jerusaln, el mismo tema de la visin
apocalptica. No puede ponerse en duda que la referencia de nuestro Seor a que
Jerusaln sera hollada por los gentiles es idntica en significado al lenguaje de la
visin: "Y hollarn [los gentiles] la santa ciudad". Ambos pasajes tienen que
referirse al mismo acto y al mismo tiempo: cualquiera sea el significado del uno es
el significado del otro. Puesto que, entonces, la alusin en Apocalipsis es a la
violenta y sacrlega ocupacin de Jerusaln y del templo por las hordas de zelotes
e idumeos, llegamos a la conclusin de que nuestro Seor, en su prediccin, alude
al mismo hecho histrico.
Las siguientes observaciones del profesor Moses Stuart acerca de este pasaje son
sumamente importantes:
Cap. 11:3-13. "Y dar a mis dos testigos [poder] que profeticen por mil doscientos
sesenta das, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos
candeleros que estn en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere
daarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno
quiere hacerles dao, debe morir l de la misma manera. Estos tienen poder para
cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los das de su profeca; y tienen poder
sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga,
cuantas veces quieran. Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube
del abismo har guerra contra ellos, y los vencer, y los matar. Y sus cadveres
estarn en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma
y Egipto, donde tambin nuestro Seor fue crucificado. Y los de los pueblos,
tribus, lenguas y naciones vern sus cadveres por tres das y medio, y no
permitirn que sean sepultados. Y los moradores de la tierra se regocijarn sobre
ellos y se alegrarn, y se enviarn regalos unos a otros; porque estos dos profetas
haban atormentado a los moradores de la tierra. Pero despus de tres das y
medio entr en ellos el espritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre
sus pies, y cay gran temor sobre los que los vieron. En aquella hora hubo un gran
terremoto, y la dcima parte de la ciudad se derrumb, y por el terremoto murieron
en nmero de siete mil hombres; y los dems se aterrorizaron, y dieron gloria al
Dios del cielo".
Una de las puebas de una verdadera teora de la interpretacin es que debera ser
una buena hiptesis que funcione. Cuando se encuentre la clave correcta del
Apocalipsis, abrir todas las cerraduras. Si esta visin proftica es, como creemos,
la reproduccin y la expansin de la profeca en el Monte de los Olivos; y si hemos
de buscar los personajes dramticos que aparecen en sus escenas dentro de los
lmites de los perodos a los cuales se extiende esa profeca, entonces el rea de
investigacin queda muy restringida, y las probabilidades de descubrimiento
aumentan desproporcionadamente. En la investigacin relativa a la identidad de
los dos testigos, quedamos constreidos casi a un punto en el tiempo. Algunos de
los datos son lo bastante precisos. Se ver que el perodo de su profeca antecede
al sonido de la sptima trompeta, esto es, justo antes de la catstrofe de
Jerusaln. La escena de su profeca tampoco se indica oscuramente: es "la gran
ciudad, que en sentido espiritual se llama Sodoma y Gomorra, donde tambin
nuestro Seor fue crucificado". A pesar de las objeciones de Alford, que en
realidad no parecen tener ningn peso, no puede haber ninguna duda razonable
de que Jerusaln es el lugar que se tiene en mente, segn la opinin general de
casi todos los comentaristas y los obvios requisitos del pasaje. La pregunta, pues,
es: Cules dos personas que, viviendo en la comunidad juda y en la ciudad de
Jerusaln en los ltimos das, puede encontrarse que responden a la descripcin
de los dos testigos, como se da en la visin? Esa descripcin es tan marcada y
minuciosa que su identificacin no debera ser difcil. Hay siete caractersticas
principales:
"Los dos testigos, etc. Ninguna solucin se ha proporcionado jams para esta
porcin de la profeca. O los dos testigos son literales - dos hombres, dos
individuos - o son simblicos - dos individuos considerados como la concentracin
de principios y caractersticas, y esto ya sea por s mismos, o como
representantes de hombres que encarnaban estos principios y estas
caractersticas ... El artculo toiz parece como si los dos testigos fuesen bien
conocidos, y distintos en sus individualidades. El dusin es esencial a la profeca, y
no debe ser minimizado. Ninguna interpretacin que no retenga y no haga resaltar
este dualismo, bien en individuos o en lneas caractersticas de testimonio, puede
estar en lo correcto".
1. Santiago
Como hecho real e histrico, sabemos que, en los ltimos das de Jerusaln, vivi
en aquella ciudad un maestro cristiano eminente por su santidad, un fiel testigo de
Cristo, dotado con los dones de profeca y de milagros, que profetizaba vestido de
cilicio que sell su testimonio con su sangre, pues fue asesinado en las calles de
Jerusaln en los das finales de la comunidad juda. Este era "Santiago, siervo de
Dios, y del Seor Jesucristo".
Veamos cmo cumple este nombre los requisitos del problema. Es imposible
concebir una representacin ms adecuada de los antiguos profetas y de la ley de
Moiss que el apstol Santiago. Es incuestionable que era un fiel testigo de Cristo
en Jerusaln. Su residencia habitual, si no su residencia fija, era all: su relacin
con la iglesia de Jerusaln hace esto casi seguro. Ningn hombre de aquellos das
tena ms derecho a ser llamado un Elas. No era un cortesano untuoso, ni un
profetizador de cosas buenas, sino un asceta en sus hbitos, severo y osado en
sus denuncias del pecado, un hombre cuyas rodillas tenan callos, como los de un
camello, a fuerza de mucha oracin, cuya impvida integridad y primitiva santidad
le ganaron, aun en aquella malvada ciudad, el apelativo de el Justo: no era sta
la manera en que se conduca un hombre que "atormentaba a los que moran en la
tierra", y responda a la descripcin de un testigo de Cristo? Todava podemos
escuchar el eco de aquellas severas reprimendas que mortificaban a aquellos
hombres orgullosos y codiciosos que "opriman al obrero en su salario",
reprimendas que predecan la ira que vendra prontamente y que ahora estaba tan
cercana. "Aullad, oh ricos, por las miserias que os vendrn. Habis acumulado
tesoros en los ltimos das". Quin puede con mayor probabilidad ser nombrado
uno de los testigos-profetas de los ltimos das que Santiago de Jerusaln, "el
hermano del Seor"?
2. Pedro
Ahora bien, qu otro apstol adems de Santiago tena una reconocida conexin
con la iglesia de Jerusaln, habitaba declaradamente en esa ciudad, vivi hasta la
vspera de la disolucin del sistema judo, sufri una muerte de mrtir, y la
experiment en Jerusaln? Puede parecerles a algunos una conjetura disparatada
sugerir el nombre de Pedro, como nos aventuramos a hacerlo; pero no es en
absoluto una adivinanza al azar, y solicitamos una franca consideracin de los
argumentos a favor de esta sugerencia.
Si la residencia habitual o fija de Pedro era en Jerusaln; que haba una relacin
ntima, si no oficial, entre l y la iglesia de aquella ciudad; que Pedro estaba en
Jerusaln en la vspera de la revuelta juda: todas estas circunstancias haran muy
probable la suposicin de que Pedro era el otro testigo asociado con Santiago.
Lo que los antiguos profetas eran para Israel, Santiago y Pedro lo eran para su
propia generacin, especialmente para Jerusaln, el principal escenario de sus
vidas y trabajos. El perodo de su profeca es tambin notable; es por espacio de
mil doscientos sesenta das, o tres aos y medio, representando la duracin de la
guerra juda. Profetizan vestidos de cilicio: esto es, su mensaje es de juicio
venidero, la denuncia de la ira de Dios. Se les compara con los dos olivos y los
dos candelabros vistos en la visin de Zacaras: esto es, son "los dos ungidos",
sobre quienes ha sido derramado el Espritu Santo, los alimentadores y las luces
de la iglesia cristiana, as como Zorobabel y Josu eran los alimentadores y las
luces de Israel en sus das. Son dotados de poderes milagrosos, una
caracterstica que no debe ser justificada, y que se aplicar slo a testigos
apostlicos. Han de sellar su testimonio con su sangre, y hasta ahora
encontramos que Santiago y a Pedro cumplen perfectamente las condiciones del
problema. Estamos seguros de que ambos fueron mrtires de Cristo, y que eso
ocurri en los ltimos das de la comunidad juda.
Queda, sin embargo, una circunstancia a la cual no nos hemos referido, es decir,
el enemigo por el cual los testigos son muertos. Leemos en el ver. 7: "Cuando
hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo har guerra contra
ellos, y los vencer, y los matar". Esta es la primera mencin de un ser que
ocupa un gran espacio en la parte subsiguiente del libro de Apocalipsis - "la bestia
que sube del abismo". Aqu es presentada prolpticamente, esto es, por
anticipacin. Tendremos mucho que decir en la secuela con respecto a este ser
portentoso, y ahora slo aludimos al tema para hacer notar el hecho de que,
cualquiera que sea el significado del smbolo, apunta a un poderoso y letal
antagonista de Cristo y su pueblo; y que a este monstruo se le atribuye la muerte
de los dos testigos.
Cap. 11:13. "Y en la misma hora hubo un gran terremoto, y la dcima parte de la
ciudad se derrumb, y por el terremoto murieron en nmero de siete mil hombres;
y los dems se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo".
No citamos esto como cumplimiento del escenario de la visin, aunque puede ser
as, sino para mostrar cunto se parecen los smbolos a los hechos histricos
reales.
As termina la visin del sexto sello con estas impresionantes palabras: "El
segundo ay pas; he aqu, el tercer ay viene pronto".
LA SPTIMA TROMPETA
Cap. 11:15-19. "El sptimo ngel toc la trompeta, y hubo grandes voces en el
cielo, que decan: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Seor y de su
Cristo; y l reinar por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que
estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y
adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Seor Dios Todopoderoso, el que
eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has
reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los
muertos, y de dar el galardn a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que
temen tu nombre, a los pequeos y a los grandes, y de destruir a los que
destruyen la tierra. Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto
se vea en el templo. Y hubo relmpagos, voces, truenos, un terremoto y grande
granizo".
Ahora llegamos a la ltima de las visiones de las trompetas, y, como en todos los
otros casos, encontramos que la visin culmina en una catstrofe - un acto de
juicio infligido sobre los enemigos de Dios; y, por otro lado, el triunfo y la felicidad
de su pueblo. Nos da mucho gusto citar aqu las observaciones de Dean Alford,
que capta correctamente el plan y la estructura de las sucesivas visiones:
"Todo esto", dice, "crea un fuerte fundamento para inferir que las tres series de
visiones - los sellos, las trompetas, y las copas - no son continuas, sino que se
reanudan: en realidad, no pasan por el mismo terreno la una con la otra, ya sea en
el tiempo o en la ocurrencia, sino que cada una desarrolla algo que no estaba en
la anterior; y pone el rumbo de la providencia de Dios bajo una luz diferente. Es
verdad que los sellos incluyen las trompetas y las trompetas las copas; pero no es
en una mera sucesin temporal: la involucin y la inclusin son mucho ms
profundas", etc.
El primer resultado es la proclamacin del reino de Dios. Este es el gran final hacia
el cual, de una u otra forma, tiende toda la accin de todas las visiones. Es el tema
de toda la profeca; el terminus ad quem de los evangelios, las epstolas, y el
Apocalipsis. El perodo de la venida del reino est marcado con toda claridad a
travs de todo el Nuevo Testamento; est siempre asociado con "el final del
tiempo", o el fin de la dispensacin juda [sunteleia tou aiwnoz], la resurreccin, y
el juicio. La sptima trompeta es la seal de que "el fin" ha llegado, y que "el
misterio de Dios" est consumado; es, por lo tanto, el tiempo de la proclamacin
de que el reino de Dios ha venido. El Mesas reina: "Ha puesto a todos sus
enemigos por estrado de sus pies".
PARTE III
La Parusa en Apocalipsis
La Cuarta Visin
Cap. 12: 1,2. "Apareci en el cielo una gran seal: una mujer vestida del sol. con
luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y
estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento".
Cap. 12:5. "Y ella dio a luz un hijo varn, que regir con vara de hierro a todas las
naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.
Hay otra objecin que es fatal para esta interpretacin. Est fuera de los lmites
que Apocalipsis mismo traza expresamente alrededor de su escenario y su tiempo
de accin. No est entre las cosas "que deben suceder pronto". Si fusemos
retrotrados para examinar representaciones simblicas del nacimiento de Cristo,
no estaramos sobre terreno apocalptico. Abandonar este terreno es viajar fuera
del registro, dejar la tierra firme de los hechos histricos, y lanzarnos por el mar sin
orillas de la conjetura, sin brjula y sin estrella.
Los emblemas con los cuales est adornada la mujer no parecern incongruentes
ni extravagantes si recordamos el lenguaje lenguaje con el que el profeta se dirige
a Israel: "Levntate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehov ha
nacido sobre t", etc. (Isa. 60). Que la iglesia apostlica resplandeciese como el
sol, que la luna estuviese bajo sus pies, slo est en armona con todo lo que se
dice en el Nuevo Testamento acerca de la dignidad y la gloria de la esposa de
Cristo.
Cap. 12: 3, 4. "Tambin apareci otra seal en el cielo: he aqu un gran dragn
escarlata, que tena siete cabezas y diez cuernos; y en sus cabezas siete
diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las
arroj sobre la tierra. Y el dragn se par frente a la mujer que estaba para dar a
luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese".
Cap. 12: 5. "Y ella dio a luz un hijo varn, que regir con vara de hierro a todas las
naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono".
Alford afirma que "el hijo varn es el Seor Jesucristo, y no ningn otro". Dice
adems que "las exigencias de este pasaje requieren que el nacimiento se
entienda literal e histricamente, como el nacimiento que todos los cristianos
conocen". Y sin embargo, sostiene que la madre es "la iglesia"; que "no es posible
que se quiera dar a entender la Bienaventurada Virgen". Estas dos suposiciones
son incompatibles, y se destruyen mutuamente. A primera vista, s parece
natural suponer que se quiere significar a Cristo, pero una consideracin ulterior
mostrar que no puede ser as. Nunca se dice que la iglesia es la madre de Cristo,
ni que Cristo es el hijo de la iglesia. La iglesia es la novia, la esposa, el cuerpo, la
casa de Cristo, pero nunca la madre. Cristo es el Rey, la Cabeza, el Esposo de la
iglesia, pero nunca el hijo o el nio. l es el Hijo de Dios, y el Hijo del hombre; pero
nunca el hijo de la iglesia. En una figura as, habra una incongruencia y una
impropiedad que repugnan al sentido de lo correcto.
Nuestro Seor advirti claramente a sus discpulos que, cuando vieran ciertas
seales especficas de la catstrofe que se aproximaba, especialmente cuando
vieran "a Jerusaln rodeada de ejrcitos" y "la abominacin desoladora en el lugar
santo", deban escapar sin prdida de tiempo de la sentenciada ciudad, y "huir a
las montaas". Tan apresurada deba ser su huda que hasta deban renunciar a
sus pertenencias y preocuparse slo por su seguridad personal (Mat. 24:15-18).
Tambin tenemos el testimonio de Josefo de que muchos judos, al principio de
las hostilidades con Roma, abandonaron Jerusaln como quien abandona un
barco que se hunde. Es presumible que la poblacin cristiana, que haba sido
advertida tan expresamente de lo que vena, salieran de la ciudad; y no parece
haber razn para poner en duda el hecho de que, como cuerpo, s se retiraron, y
buscaron refugio en Perea, ms all del Jordn, un distrito del cual Josefo nos
informa que es generalmente desolado, y podra, por lo tanto, describirse
correctamente como "el desierto".
Cap. 12:7-9. "Despus hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ngeles
luchaban contra el dragn; y luchaban el dragn y sus ngeles; pero no
prevalecieron, ni se hall ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el
gran dragn, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satans, el cual engaa al
mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ngeles fueron arrojados con l".
No debemos concebir este conflicto como de fuerza fsica, como las batallas de
Milton en "El Paraso Perdido", sino ms bien como una victoria moral y espiritual
de la verdad sobre el error, de la luz sobre las tinieblas, del evangelio sobre el
pecado y la incredulidad. Hay probablemente una ntima relacin entre la
expulsin de Satans a la que se hace referencia aqu y las palabras de nuestro
Seor a sus discpulos cuando volvieron con su informe de su exitosa misin como
evangelistas: "Yo vea a Satans caer del cielo como un rayo" (Luc. 10:18); y
nuevamente: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el prncipe de este mundo
ser echado fuera" (Juan 12:31); y otra vez: "Para esto apareci el Hijo de Dios,
para deshacer las obras del diablo" (1 Juan 3:8). Traducidos los smbolos al
lenguaje comn, parecen significar que el progreso del cristianismo en el pas
despert la hostilidad de Satans y sus emisarios, y condujo a una persecucin
ms activa de los discpulos de Cristo.
Cap. 12:10,11. "Entonces o una gran voz en el cielo que deca: Ahora ha venido
la salvacin, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo;
porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los
acusaba delante de nuestro Dios da y noche".
Satans, frustrado de su presa y sabiendo que "slo le queda poco tiempo" porque
la consumacin est ahora muy, muy cercana, se va, como hemos visto, a hacer
guerra contra el resto de la descendencia de la mujer, "los que guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jess" (ver. 17).
4. La Primera Bestia
Cap. 13:1-10. "Me par sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que
tena siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus
cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y
sus pies como de oso, y su boca como boca de len. Y el dragn le dio su poder y
su trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero
su herida mortal fue sanada; y se maravill toda la tierra en pos de la bestia, y
adoraron al dragn que haba dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia,
diciendo: Quin como la bestia, y quin podr luchar contra ella? Tambin se le
dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para
actuar cuarenta y dos meses. Y abri su boca en blasfemias contra Dios, para
blasfemar de su nombre, de su tabernculo, y de los que moran en el cielo. Y se le
permiti hacer guerra contra los santos, y vencerlos. Tambin se le dio autoridad
sobre toda tribu, pueblo, lengua, y nacin. Y la adoraron todos los moradores de la
tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue
inmolado desde el principio del mundo. Si alguno tiene odo, oiga. Si alguno lleva
en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser
muerto. Aqu est la paciencia y la fe de los santos".
El Nmero de la Bestia
Juan no escriba a los romanos, ni en latn, as que la primera forma puede ser
hecha a un lado en seguida. Sin embargo, escriba en griego, y para lectores bien
familiarizados con el idioma griego, aunque la mayora de ellos eran
probablemente de sangre juda. Es probable que la mayora de ellos pronunciara
el temido nombre en seguida e instintivamente. En ese caso, se sentiran
desorientados, porque la letras griegas NerwnKaisar no sumaran los nmeros
requeridos.
Pero si eso hubiese sido todo lo que se necesitaba, el nombre habra estado en la
superficie, patente y palpable para el ms lerdo entendimiento. No se requerira ni
sabidura ni entendimiento para leer el enigma. El lector no debe intentar otro
mtodo. Juan era hebreo, y aunque escriba en caracteres griegos, sus
pensamientos eran hebreos, y la forma hebrea del nombre y el ttulo imperial le
eran familiares a l y a sus amigos hebreo-cristianos tanto de Asia Menor como de
Judea. Podra no ocurrrsele de modo natural al lector reflexivo calcular el valor de
las letras que expresaban el nombre del emperador en hebreo. Y el secreto sera
revelado:
N = 50 Q = 100
R = 200 S = 60
W=6 R = 200
N = 50
306 +360 = 666.
Aqu hay, pues, un nmero que expresa un nombre; el nombre de un hombre, del
hombre que, de entre todos los que entonces vivan, mereca mejor ser llamado
una bestia: el cabeza del imperio, el amo del mundo; que reclamaba para s el
ttulo de dios, que reciba honores divinos, que persegua a los santos del Altsimo;
en suma, que responda en todos los detalles a la descripcin de la visin
apocalptica. Si se preguntase: Por qu envolvera el profeta su significado en
enigmas? Por qu no nombrara expresamente al individuo al que se refera?
Primero, Apocalipsis es un libro de smbolos: todo en l se expresa en imgenes,
que necesitan ser traducidas al lenguaje corriente. Pero, en segundo lugar, no
sera seguro hablar ms claramente. Expresar abiertamente el nombre del tirano,
despus de describirle y designarle de la manera expresada en Apocalipsis,
habra sido precipitado e imprudente en extremo. Como Pablo cuando describi al
"hombre de pecado", Juan vela su significado bajo un disfraz, que los paganos
griegos o romanos no discerniran, pero que los instrudos cristianos de Judea o
de Asia Menor entenderan en seguida.
5. La Segunda Bestia
Cap. 13:11-17. "Despus vi otra bestia que suba de la tierra; y tena dos cuernos
semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragn. Y ejerce toda la
autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los
moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada.
Tambin hace grandes seales, de tal manera que aun hace descender fuego del
cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaa a los moradores de la tierra con
las seales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a
los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de
espada y vivi. Y se le permiti infundir aliento a la imagen de la bestia, para que
la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y haca que a
todos, pequeos y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una
marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni
vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el nmero de su
nombre".
En este punto se nos revela el individuo. No puede ser otro que el procurador
romano o el gobernador de Judea a las rdenes de Nern, y el gobernador
particular hay que buscarlo en o cerca del estallido de la guerra juda; y aqu la
historia de la poca arroja muchsima luz sobre la investigacin.
Hay dos nombres que pueden competir entre s por la mala pre-eminencia del
original de esta descripcin de la segunda bestia - Albino y Gessio Floro. Cada
uno de ellos fue un monstruo de tirana y crueldad, pero el ltimo lo fue ms que
primero. Antes de que Gesio Floro llegara al puesto, los judos tenan a Albino por
el peor gobernador que jams les haba pisoteado con su opresin. Despus de
que lleg Gesio Floro, consideraron a Albino un hombre casi virtuoso en
comparacin. Floro fue un bellaco digno de estar al lado de Nern: un esclavo
digno de tal amo.
"Ahora el vidente describe los hechos que la historia justifica para nosotros en su
cumplimiento literal. La imagen de Csar, que los hombres eran obligados a
adorar, estaba por todas partes: era delante de sta que los mrtires cristianos
eran puestos a prueba, y ejecutados si rehusaban el acto de adoracin ...
"Si se dice, como objecin a esto, que no es una imagen del emperador, sino de la
bestia misma de la que se habla, la respuesta es muy sencilla: El vidente mismo,
en el cap. 17:11, no vacila en identificar a uno de los "siete reyes" con la bestia
misma, as que podemos suponer correctamente que la imagen de la bestia, por el
momento, sera la imagen del emperador reinante".
Al mismo efecto son las siguientes observaciones de Dean Howson, que son tanto
ms notables cuanto que fueron escritos sin ninguna referencia al pasaje que
tenemos delante:
"La imagen del emperador era en aquel tiempo [bajo el Imperio] objeto de
reverencia religiosa: l era una deidad en la tierra ('Das aequa potestas' -- Juv.
4.71), y la adoracin rendida a l era verdadera. Es notable que, en aquellos
tiempos (haciendo a un lado formas decadentes de religin), los nicos dos cultos
genuinos en el mundo civilizado eran la adoracin a Tiberio o a Nern, por un
lado, y la adoracin a Cristo, por la otra".
Cap. 14:1-13. "Despus mir, y he aqu el Cordero estaba en pie sobre el monte
de Sion, y con l ciento cuarenta y cuatro mil, que tenan el nombre de l y el de
su Padre escrito en la frente". Etc.
Esta porcin de la visin apenas requiere intrprete; habla por s misma. Hay un
agudo contraste entre la bestia que gobierna como vice-regente del dragn y el
Cordero que gobierna en nombre de su Padre. No puede haber ninguna duda de
que los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el nombre de Cristo y el del Padre
inscrito en sus frentes son idnticos a los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las
tribus de los hijos de Israel que tienen el sello de Dios en sus frentes, y a los
cuales se alude en el captulo 7. Son los elegidos de la iglesia hebreo-cristiana de
Judea, posiblemente de Jerusaln, y estn representados como de pie con el
Cordero sobre el Monte de Sin, redimidos, triunfantes, glorificados; ya no estn
expuestos al peligro y a la muerte, sino reunidos en el redil del Gran Pastor. Por
supuesto, la representacin es prolptica - una anticipacin de lo que ahora eera
inminente; de hecho, una repeticin de la gloriosa escena descrita en el cap. 7:9-
17. Es posible creer que el autor de la Epstola a los Hebreos no tuviera en
mente esta visin cuando escribi aquel noble pasaje: "Os habis acercado al
monte de Sin, a la ciudad del Dios vivo, Jerusaln la celestial", etc.? Los puntos
de semejanza son tan marcados y tan numerosos que no pueden ser
accidentales. La escena es la misma: el monte de Sin; los mismos personajes
dramticos; "la congregacin de los primognitos, que estn inscritos en el cielo",
que corresponde a los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el sello de Dios. En
la epstola se les llama "la congregacin de los primognitos"; la visin explica el
ttulo: son "las primicias para Dios y para el Cordero"; los primeros conversos a la
fe de Cristo en la tierra de Judea. En la epstola se les designa como "los espritus
de los justos hechos perfectos"; en la visin son "los que no se contaminaron con
mujeres, pues son vrgenes; en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin
mancha delante del trono de Dios". Tanto en la visin como en la epstola,
encontramos "la innumerable compaa de los ngeles" y "el Cordero", por medio
de quien se obtuvo la redencin. Resumiendo, queda ms all de toda duda
razonable que, puesto que no puede suponerse que el autor de Apocalipsis haya
tomado su descripcin de la epstola, el autor de la epstola debe haber derivado
sus ideas y sus imgenes de Apocalipsis.
Le sigue un tercer mensajero, que denuncia, con terrible lenguaje, la ira de Dios
sobre todos los adoradores de dolos:
En agudo contraste con estas palabras est el mensaje que un ser celestial trae a
los fieles discpulos de Cristo "que guardan los mandamientos de Dios y tienen la
fe de Jess".
Cap. 14:13. "O una voz que desde el cielo me deca: Escribe: Bienaventurados de
aqu en adelante los muertos que mueren en el Seor. S, dice el Espritu,
descansarn de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen".
Este importante pasaje sera totalmente inexplicable a no ser por la luz que sobre
l arrojan Heb. 4:1-11; 11:9,10,13,39,40.
Cap. 14:14-20. "Mir, y he aqu una nube blanca; y sobre la nube uno sentado
semejante al Hijo del Hombre, que tena en la cabeza una corona de oro, y en la
mano una hoz aguda. Y del templo sali otro ngel, clamando a gran voz al que
estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha
llegado, pues la mies de la tierra est madura. Y el que estaba sentado sobre la
nube meti su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
"Sali otro ngel del templo que est en el cielo, teniendo tambin una hoz aguda.
Y sali del altar otro ngel, que tena poder sobre el fuego, y llam a gran voz al
que tena la voz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la
tierra, porque sus uvas estn maduras. Y el ngel arroj su hoz en la tierra, y
vendimi la via de la tierra, y ech las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y
fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar sali sangre hasta los frenos de
los caballos, por mil seiscientos estadios".
Ahora llegamos a la sptima y ltima de las figuras msticas de las cuales consiste
esta cuarta visin, y al desenlace, donde podemos esperar encontrar la catstrofe
del todo. Ni quedamos chasqueados; porque nada puede estar marcado ms
claramente que la catstrofe bajo este smbolo, siendo la interpretacin tan
evidente en s misma que difcilmente podra malinterpretarse.
ste es un smbolo terrible, pero casi literal en su verdad histrica. Fue un pueblo
el que fue "pisado" en la furia de la ira divina. Cundo hubo jams un mar de
sangre como el que fue derramado en la guerra de exterminio de Vespasiano y de
Tito? La carnicera, como la relata Josefo, supera todo lo registrado en los anales
de la guerra. Jerusaln, y sus hijos dentro de ella, fueron pisados en el gran lagar
de la ira de Dios. Entonces se cumplieron las palabras del profeta Jeremas:
"Como lagar ha hollado el Seor a la virgen hija de Jud" (Lam. 1:15). Hay
hechos, as como smbolos, en la horrorosa escena que representa la caballera
invasora como nadando en sangre hasta los frenos de los caballos; y hay
probablemente una alusin a la extensin geogrfica de Palestina en los "mil
seiscientos estadios", as que podemos considerar la descripcin simblica como
equivalente a la afirmacin de que, desde un extremo hasta el otro, el territorio
estaba inundado de sangre.
PART III
La Parusa en el Apocalipsis
LA QUINTA VISIN
Cap. 15:1. "Vi en el cielo otra seal, grande y admirable: siete ngeles que tenan
las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios".
Se ver en seguida que hay una marcada correspondencia entre la visin de las
siete copas y la de las siete trompetas. Las copas, que son, real y simplemente,
una repeticin y un compendio de las trompetas, siguen el mismo orden y asumen
sustancialmente la misma forma. Es verdad que hay circunstancias adicionales
introducidas en la visin de las siete copas, pero la semejanza entre las dos
visiones es todava tan impresionante que fuerza en la mente la conviccin de que
ambas se refieren a los mismos sucesos histricos.
Como las cuatro primeras trompetas, las cuatro primeras copas (cap. 16:2-9)
afectan al mundo natural - la tierra, el mar, los ros, el sol. Todos ellos son
trastornados y atacados por plagas - el armazn de la naturaleza queda
descoyuntado, y la creacin inanimada se enferma y gime a causa de la maldad
de los hombres. Puede decirse que sta es una figura de lenguaje, aunque hay
suficientes en la Escritura; es imposible decir hasta dnde expresa hechos
histricos, pero es notable que el lenguaje de nuestro Seor, al hablar de este
mismo perodo, se acerca mucho a los smbolos del Apocalipsis: "Habr seales
en el sol, en la luna, y las estrellas; y en la tierra angustia de las gentes,
confundidas a causa del bramido del mar y de las olas, desfalleciendo los hombres
por el temor y la expectacin de las cosas que sobrevendrn en la tierra; porque
las potencias de los cielos sern conmovidas" (Luc. 21:25,26). Si hemos de confiar
en el testimonio de Josefo, la destruccin de Jerusaln fue precedida por
portentos de lo ms alarmante. Debe observarse que el rea afectada por estas
plagas es "la tierra", esto es, Judea, la escena de la tragedia. El carcter local y
nacional de las transacciones representadas en la visin se destaca claramente en
el ver. 6. Cuando el tercer ngel convierte los ros en sangre, se oye al ngel de
las aguas reconocer la justicia retributiva de esta plaga: "Por cuanto derramaron la
sangre de los santos y de los profetas, tambin t les has dado a beber sangre;
pues lo merecen". Este "matar a los profetas" fue el pecado mismo de Israel, y de
Jerusaln, y no hay ninguna otra ciudad ni nacin contra las cuales se esgrima
este crimen particular como su caracterstica peculiar. Esta acusacin fija
decisivamente la alusin de la visin al pueblo judo, y a aquel terrible perodo en
su historia cuando se pudo decir verdaderamente que por los cauces de sus ros
corri la sangre.
Como la sexta trompeta, la sexta copa acta sobre el gran ro ufrates (ver. 12),
cuyas aguas se secan "para preparar el camino de los reyes del oriente". Ahora
nos acercamos a la gran catstrofe. En la visin de la sexta trompeta, vemos una
innumerable hueste reunida para la gran batalla; en la visin de la sexta copa,
vemos "tres espritus inmundos, a manera de ranas, que salen de la boca del
dragn, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta"; los emisarios de
los poderes de las tinieblas salen a congregar los ejrcitos de "los reyes del
mundo entero" para reunirlos para la gran guerra del "gran da del Dios
Todopoderoso". Traducido a trminos histricos, este smbolo representa la
mobilizacin de las fuerzas del Imperio y de los reyes de las naciones vecinas
para la guerra contra los judos. El secamiento del ufrates parece indicar
claramente que es cruzado con facilidad y rapidez, y esto, considerado en relacin
con el smbolo correspondiente bajo la sexta trompeta, es decir, la liberacin de
los cuatro ngeles atados en el ufrates, apunta a la retirada de las tropas de ese
cuadrante para la invasin de Judea. Sabemos que este es un hecho histrico. No
slo las legiones romanas de la frontera del ufrates, sino tambin los reyes
auxiliares cuyos dominios estaban en esa regin, como Antoco de Comgenes y
Soemo de Sofena, ms propiamente designados "reyes del oriente", siguieron a
las guilas de Roma al sitio de Jerusaln. El nombre dado al conflicto que se
aproximaba establece decisivamente el suceso al que se hace referencia: es "la
batalla" o "la batalla de aquel gran da del Dios Todopoderoso", una expresin que
equivale al "da grande y terrible de Jehov". Que este da haba llegado queda
indicado claramente por la advertencia en el versculo 15: "He aqu, vengo como
ladrn". Adems, el escenario del conflicto, "Armagedn" - un nombre que est
asociado a uno de los das ms negros y desastrosos de la historia de Israel, la
llanura de Megido, emblema de derrota y matanza - est situada en territorio
jud&iaccute;o. Ese nombre de mal augurio habra de ser tipo de aquel campo de
sangre en el que Israel estaba condenado a perecer como nacin.
"Por admirables que fuesen las mquinas construidas por todas las legiones, las
de las dcima eran de peculiar excelencia. Sus escorpiones eran de mayor poder
y sus catapultas de mayor tamao, y con ellos mantenan a raya, no slo a los
contraatacantes, sino tambin a los de las murallas. Las piedras lanzadas eran del
peso de un talento, y tenan un alcance de cuatrocientos metros o ms. El
impacto, no slo en los que primero se encontraban con ellas, sino hasta en los
que estaban batstante ms all de esta distancia, era irresitible. Sin embargo, al
principio los judos podan protegerse de las piedras, pues su aproximacin era
indicada, no slo al odo por el silbido que se oa, sino tambin a la vista, por el
color, pues eran blancas y brillantes. En consecuencia, los judos tenan centinelas
apostados en las torres, que avisaban cundo la mquina era disparada y la
piedra lanzada, gritando en su idioma nativo: "Viene el hijo", a lo cual aquellos a
los que eran dirigidas estas palabras se separaban y se arrojaban al suelo antes
de que las piedras les alcanzasen. Suceda as que, debido a estas precauciones,
la piedra caa sin hacer dao. Entonces, se les ocurri a los romanos ennegrecer
las piedras; apuntando con mayor cuidado, derribaban a muchos judos con una
sola descarga, pues las piedras ya no eran fcilmente distinguibles cuando se
aproximaban". Josefo, Guerras Judas, libro v., cap. vi. 3.
PARTE III
LA PARUSA EN EL APOCALIPSIS
LA SEXTA VISIN
De salida, puede ser conveniente echar un vistazo general a esta visin como un
todo, ocupando, como ocupa, un espacio mayor que cualquiera otra en el libro, e
indicando as la importancia pre-eminente de su contenido.
La visin es introducida por un corto prefacio o prlogo (cap. 17:1,2). Uno de los
ngeles de las copas invita al vidente a contemplar el juicio de "la gran ramera que
se sienta sobre muchas aguas". La visin se ve en "el desierto". El profeta ve a
una mujer sentada sobre una bestia escarlata, llena de nombres de blasfemia, y
teniendo siete cabezas y diez cuernos. La mujer est lujosamente ataviada con
tnica de prpura y escarlata, y adornada de oro y piedras preciosas, y sostiene
en la mano una copa de oro "llena de las abominaciones y la inmundicia de su
fornicacin". En la frente de esta figura visionaria hay una inscripcin: "Misterio,
Babilonia la grande, la madre de las rameras y las abominaciones de la tierra". Se
dice, adems, que est "ebria con la sangre de los santos, y con la sangre de los
mrtires de Jess". Luego, el ngel-intrprete procede a revelar al asombrado
profeta el significado de la aparicin. Identifica a la bestia de esta visin con la
primera bestia descrita en el captulo 13, cuyo nmero es seiscientos sesenta y
seis, aadiendo detalles adicionales a la descripcin, algunos de ellos de un
carcter muy oscuro. Declara que la mujer, o la ramera, es "la gran ciudad que
reina sobre los reyes de la tierra". En el siguiente captulo (18), se describe la
cada de Babilonia la grande, o la ciudad ramera, con lenguaje de gran poder y
belleza. Esto es seguido, en el cap. 19, por la celebracin en el cielo del triunfo
sobre Babilonia, lo que ocasin para introducir anticipadamente las nupcias del
Cordero, que se aproximan; despus de lo cual hay una descripcin de la victoria
del divino Campen, cuyo nombre es la Palabra de Dios, sobre "la bestia, el falso
profeta, y los reyes de la tierra". En el captulo 20, el dragn, el cabecilla de la gran
confederacin contra la causa de la verdad y de Dios, es atado y encerrado en el
abismo por un perodo de mil aos. La visin luego termina con una gran
catstrofe, un solemne acto de juicio, en el cual los muertos, chicos y grandes,
comparecen de pie delante de Dios, y son juzgados segn sus obras. Tal es el
rpido bosquejo de los contornos de esta magnfica visin.
1. Hay una presuposicin a priori, del tipo ms fuerte, contra la idea de que
Roma es la Babilonia del Apocalipsis. La improbabilidad es grande aun con
respecto a la Roma pagana, pero mucho mayor con respecto a la Roma
papal. El propsito mismo del libro excluye la posibilidad de que Roma sea
representada como uno de los personajes dramticos. La idea fundamental
del Apocalipsis, como hemos tratado de demostrar, es la Parusa prxima
y el juicio de la nacin culpable, que la acompaaba. Roma, la pagana o la
cristiana, queda completamente fuera del campo de visin apocalptico, que
est limitado a "las cosas que deben suceder pronto". Divagar por todas las
pocas y todos los pases en la interpretacin de estas visiones queda
absolutamente prohibido por las expresas y fundamentales limitaciones
establecidas en el libro mismo.
2. Por otra parte, es de esperarse a priori que se le diese gran prominencia al
Apocalipsis en Jerusaln. Este hecho debera ser la figura central en el
cuadro, si nuestro punto de vista sobre el diseo y el tema del libro son
correctos. Si Apocalipsis es slo la reproduccin y la expansin de la
profeca de nuestro Seor en el Monte de los Olivos, profeca que se ocupa
principalmente del cercano juicio de Israel y de Jerusaln, podemos
encontrar lo mismo en Apocalipsis; y es tan irrazonable buscar a Roma en
Apocalipsis como buscarla en la profeca de nuestro Seor en el Monte.
No puede haber lugar a dudas en cuanto a lo que se quiere decir con la nueva
Jerusaln: es la ciudad de Dios, la morada celestial, la herencia de los santos en
luz. Pero, entonces, cul es la anttesis correcta de la nueva Jerusaln?
Ciertamente, no puede ser otra que la antigua Jerusaln. En realidad, esta
anttesis entre la antigua Jerusaln y la nueva la traza Pablo para nosotros tan
claramente en la Epstola a los Glatas, que nos pone en la mano la clave para la
interpretacin de este smbolo en Apocalipsis. El apstol contrasta la Jerusaln
"que ahora es" con la Jerusaln que habra de ser: la Jerusaln que est en
esclavitud con la Jerusaln que es libre: la Jerusaln de abajo con la Jerusaln de
arriba (Gl. 4:25,26). Tenemos una anttesis similar en la Epstola a los Hebreos,
donde "la ciudad que tiene fundamentos" es contrastada con la "ciudad sin
continuidad"; la ciudad "cuyo constructor es Dios" con la ciudad de creacin
humana; "la ciudad del Dios viviente" o la "Jerusaln celestial" con la Jerusaln
terrenal (Heb. 11:10, 16; 12:22). De la misma manera, tenemos la anttesis entre
estas dos ciudades presentada clara y ampliamente en Apocalipsis, siendo una la
ramera, y la otra la novia, la Esposa del Cordero.
Estos paralelos o contrastes slo tienen que ser presentados a los ojos para que
hablen por s mismos:
5. Vale la pena observar que en Apocalipsis hay un ttulo que se le aplica a una
ciudad en particular por excelencia. El ttulo es "la gran ciudad" [h poliz
megalh]. Es claro que es siempre la misma ciudad que es designada de este
modo, a menos que expresamente se especifique otra. Ahora bien, la ciudad
en que los testigos son asesinados es designada expresamente con este
ttulo,
"aquella gran ciudad", y se le aplican los nombres de Sodoma y Egipto;
adems, es identificada particularmente como la ciudad "donde tambin
nuestro Seor fue crucificado" (cap. 11:8). No puede haber ninguna duda
razonable de que esto se refiere a la antigua Jerusaln. Entonces, si "la gran
ciudad" del cap. 11:8 significa la antigua Jerusaln, se deduce que "la gran
ciudad del cap. 16:8, llamada tambin Babilonia, y "la gran ciudad" del cap.
16:19 debe significar igualmente Jerusaln. Mediante un razonamiento
paralelo, "aquella gran ciudad" [h poliz h megalh] en el cap. 17:18 y en otros
lugares, tiene que referirse tambin a Jerusaln. Es una mera suposicin
decir, como dice Dean Alford, que Jerusaln nunca es llamada por este
nombre. No hay nada de inapropiado, sino todo lo contrario, en que se le
aplique tal ttulo distintivo a Jerusaln. Para un israelita, era la ciudad real,
con mucho la ciudad de mayor importancia de la tierra, la nica ciudad que
correctamente podra ser designada as; y nunca debe olvidarse que las
visiones de Apocalipsis deben ser consideradas desde un punto de vista
judo.
7. En el cap. 16:19 se dice que "la gran ciudad" es dividida en tres partes por
un terremoto sin precedentes que se menciona en el ver. 18. Cul gran
ciudad? Evidentemente, Babilonia la grande, de la cual se dice que viene en
memoria delante de Dios. Posiblemente la divisin de la ciudad no tenga
ninguna importancia especial ms all de ilustrar el desastroso efecto del
terremoto, sino ms probablemente es una alusin a la figura empleada por
el profeta Ezequiel al describir el sitio de Jerusaln. (Eze. 5:1-5). Al profeta
se le ordena tomar los cabellos de su cabeza y los pelos de su barba, y,
dividindolos en tres partes, quemar una con fuego, cortar otra con un
cuchillo, y esparcir la tercera a los cuatro vientos, desenvainando una
espada
en pos de ellos; slo unos pocos cabellos deban ser preservados y atados
en
la falda de su manto. Luego sigue la enftica declaracin: "As dice Jehov el
Seor: Esta es Jerusaln". Es apropiado que en una profeca tan llena de
smbolos como la de Ezequiel busquemos luz en los smbolos de
Apocalipsis.
No es necesario decir cun vvidamente representa esta divisin tripartita de
la ciudad la suerte de Jerusaln en el sitio de Tito. Apenas es posible
imaginar una descripcin ms apropiada del hecho histrico real que el
resumido en el versculo doce del mismo captulo: "Una tercera parte de ti
morir por pestilencia y ser consumida de hambre en medio de ti; y una
tercera parte caer a espada alrededor de ti; y una tercera parte esparcir a
todos los vientos, y tras ellos desenvainar espada".
Pero el objetor debe haber supuesto que, si la identidad de la ciudad fuese tan
evidente, difcilmente habra sido correcto anteponer a la explicacin las
significativas palabras: "Esto para la mente que tenga sabidura"; es decir, se
requiere sabidura para entender la interpretacin de la visin. Esta explicacin es
demasiado superficial para que sea correcta.
"La ciudad misma est soberbiamente emplazada, como una reina, sobre los
montes, con los profundos valles y los montes alrededor de ella para protegerla".
Sin embargo, si todava el literalista exige que la Babilonia mstica tenga el nmero
completo de colinas, Jerusaln tiene tanto derecho como Roma para asentarse
sobre siete colinas. Adems de las bien conocidas colinas de Sin, Moria, Acra,
Bezeta, y Ofel, el castillo de Antonia estaba situado sobre otra altura, y haba otra
prominencia rocosa o cumbre sobre la cual Herodes el Grande haba construdo
las torres de Hpico, Fasalo, y Mariamne. (Vase a Zuellig sobre El Apocalipsis,
Stud. und Krit. para 1842). Es posible, por lo tanto, encontrar siete colinas en
Jerusaln; aunque debe admitirse que Josefo habla slo de cuatro, o a lo mucho,
de cinco. Consideramos, sin embargo, que el smbolo se refiere a la elevada
situacin de la ciudad, o a su preeminencia poltica. Otra objecin, todava ms
formidable, se presentar en la declaracin del vers. 18: "Y la nujer que has visto
es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra". Se dir que esto no se
puede aplicar a Jerusaln, y slo se puede aplicar a Roma. Jerusaln nunca fue
una ciudad imperial, con naciones vasallas y reyes que pagaban tributo y estaban
sujetos a su autoridad, mientras que Roma era la seora y la reina del mundo.
Por lo que concierne al ttulo "la gran ciudad" [h poliz h megalh], hemos
demostrado que en realidad se aplica a Jerusaln en varios pasajes de
Apocalipsis (cap. 11:8,13; 14:8,20; 16:19). Para los judos, era la gran ciudad, y
con justa razn. Hay un pasaje notable en Josefo, en que ste informa sobre el
discurso de Eleazar, el valiente defensor de la fortaleza de Masada, que incita a
sus hombres a destruirse a s mismos, junto con sus esposas y sus hijos, antes
que rendirse a los romanos:
Con respecto a la frase "que reina sobre los reyes de la tierra" - la falacia que ha
engaado a muchos es la traduccin errnea "los reyes de la tierra" [basileiz thz
ghz]. Una fuente muy fructfera de confusin y error en la interpretacin del Nuevo
Testamento es la manera caprichosa e insegura en que gh fue traducida en
nuestra Versin Autorizada [en ingls - Ed.] Algunas, aunque raras veces, aparece
con su traduccin correcta, el territorio; pero ms frecuentemente ha sido
traducido como la tierra, y parece que nuestros traductores nunca se tomaron el
trabajo de averiguar si la palabra debe tomarse en su sentido ms amplio o en un
sentido ms restringido. Con increble descuido, traducen pasai ai fulai thz ghz
como "todas las tribus de la tierra" en vez de "todas las tribus del territorio"; y h
ampeloz thz ghz como "la via de la tierra" en vez de "la via del territorio", as
que, en el pasaje que tenemos delante (cap. 17:18), los "reyes de la tierra" debera
ser "los reyes del territorio", es decir, Judea o Palestina. Esta misma frase la usa
Pedro en el Nuevo Testamento, en Hechos 4:26,27, con el sentido restringido de
"los reyes del territorio" [en ingls - Editor]: "Porque verdaderamente se unieron en
esta ciudad contra tu santo Hijo Jess, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato,
con los gentiles y el pueblo de Israel", etc., y reconoce este hecho como
cumplimiento de la prediccin en el Salmo 2: "Por qu se amotinan la gentes, y
los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarn los reyes del territorio [oi basileiz
thz ghz] y los prncipes consultarn unidos contra Jehov y contra su ungido". Los
"reyes del territorio", pues, son identificados por el apstol Pedro como los
gobernantes confederados que ejecutaron al Hijo de Dios en la ciudad de
Jerusaln. As tambin ocurre en Apoc. 6:15, donde "los reyes del territorio" [oi
basileiz thz ghz] son representados como ocultndose de la ira de Aqul que est
sentado en el trono, en el gran da de su ira. La frase, pues, equivale a "la
autoridades gobernantes en el territorio de Judea" o de Palestina.
Este lenguaje equivale a la expresin "aquella gran ciudad que reina sobre los
reyes o gobernantes del territorio".
"La esencia de la idolatra era profanacin de Dios: de esto los judos eran
culpables en alto grado. Haban convertido la casa de Dios en cueva de ladrones".
No es sin razn, por tanto, que a los apstoles y profetas se les invita a regocijarse
por la cada de su implacable perseguidora y asesina. Las almas bajo el altar
haca mucho que haban clamado: "Hasta cundo, Seor, santo y verdadero, no
juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?" Se haban
consolado con el mensaje: "para que descansasen un poco de tiempo, hasta que
se completara el nmero de sus consiervos y sus hermanos, que tambin haban
de ser muertos como ellos", luego "Dios vengar pronto a sus escogidos". Y ahora
el da de la venganza, el ao de sus redimidos, ha llegado.
Cap. 17:3,7-11.- "Y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de
nombres de blasfemia, que tena siete cabezas y diez cuernos ... Yo te dir el
misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas y los
diez cuernos. La bestia que has visto, era, y no es; y est para subir del abismo e
ir a perdicin; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no estn
escritos desde la fundacin del mundo en el libro de la vida, se asombrarn viendo
la bestia que era y no es, y ser. Esto, para la mente que tenga sabidura: Las
siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete
reyes. Cinco de ellos han cado; uno es, y el otro an no ha venido; y cuando
venga, es necesario que dure breve tiempo. La bestia que era, y no es, es tambin
el octavo; y es de entre los siete, y va a la perdicin".
No puede haber ninguna duda razonable de que la bestia [qhrion] descrita aqu es
idntica a la del captulo 13. El nombre, la descripcin, y los atributos del monstruo
apuntan claramente a la misma identidad. Hay, sin embargo, detalles adicionales
en esta segunda descripcin que al principio parecen oscurecer ms bien que
aclarar el significado. El color escarlata puede, en verdad, reconocerse como
smbolo de la dignidad imperial; pero, qu puede decirse de las aparentes
paradojas "era, y no es, y ser"? y "es el octavo [rey], y es de entre los siete, y va
a la perdicin"?
Ya hemos sido llevados a la conclusin de que la bestia (cap. 13) significa Nern.
La paradoja o el enigma que lo representa como "la bestia que era, y no es, y
ser" es un rompecabezas que a primera vista parece inexplicable. Es
evidentemente una contradiccin de trminos, y slo puede ser verdadera en
algn sentido peculiar. Que tiene que ser verdad acerca de Nern en algn
sentido es uno de los hechos ms extraordinarios de la historia, y le ajusta esta
descripcin simblica con toda la fuerza de la demostracin. Parece establecido
por la ms clara evidencia que, a la muerte de Nern, hubo una creencia popular y
muy extendida de que el tirano todava viva, y que pronto reaparecera. Tenemos
el testimonio expreso de Tcito, Suetonio, y otros historiadores en cuanto a la
existencia de tal conviccin. Se ha objetado que esta explicacin de la paradoja
casi imputa la equivocacin a las Escrituras. Qu puede ser ms frvolo que este
argumento? Cualquier explicacin de qu es una contradiccin de trminos debe
ser hasta cierto punto antinatural y equvoca; pero, al tratar con un libro de
smbolos, es absurdo exigir la verdad literal. Hay que demostrar que Nern tena
diez cuernos?
Es ms difcil resolver el enigma de los siete reyes, uno de los cuales es la bestia,
y sin embargo, es el octavo. Las siete cabezas del monstruo parecen ser
emblemticas, no slo de las siete colinas sobre las cuales se sienta la mujer, sino
tambin de siete reyes que tienen una relacin doble, a saber, con la mujer y con
la bestia. El antitipo del smbolo debe, por tanto, sustentar esta doble relacin,
aunque uno esperara, por ser connatural con el monstruo, que su relacin con l
sera de lo ms ntima. De estos siete reyes, "cinco", se dice, "han cado; uno es, y
el otro an no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo. La
bestia que era, y no es, es tambin el octavo; y es de entre los siete, y va a la
perdicin".
Entonces, dnde debemos buscar para encontrar estos siete reyes o estas siete
cabezas? Es tambin presumible que tambin estn donde estn las montaas,
en el lugar en que la escena se desarrolla. Si la ramera significa Jerusaln,
debemos esperar encontrar a los reyes all tambin. Dnde, pues, en Jerusaln
deben encontrarse siete reyes, y un misterioso octavo? Se han sugerido los reyes
del linaje herodiano, a saber: 1. Herodes el Grande; 2. Arquelao; 3. Filipo; 4.
Herodes Antipas; 5. Agripa I; 6. Herodes de Calcis; 7. Agripa II. Esta es la
sugerencia del Dr. Zwellig, y merece la alabanza de la ingeniosidad; pero hay dos
objeciones fatales contra ella: primera, no se puede decir de todos que han sido
reyes o gobernnantes en Jerusaln, ni siquiera en Judea; y segunda, no todos
pertenecen al perodo apocalptico, el fin de la era juda, o los ltimos das de
Jerusaln, lo cual es una condicin indispensable.
Nos aventuramos a proponer otra solucin, que creemos llenar en todos sus
respectos los requisitos del problema. Teniendo presente lo que ya se ha
demostrado, que el ttulo de "reyes" se usa a menudo como sinnimo de
gobernantes o gobernadores, sugerimos que el basileiz a los que se alude aqu no
son otros que los procuradores romanos de Judea bajo la autoridad de Claudio y
de Nern. Fue en el reinado de Claudio que Judea se convirti en provincia
romana por segunda vez. Este hecho es declarado expresamente por Josefo, y es
tambin la razn de que se hiciera el cambio. A la muerte de Herodes Agripa I, a
quien Calgula haba conferido la soberana del reino entero, su hijo Agripa II fue
considerado por Claudio como muy joven para ocupar el trono de su padre. Judea
qued, por tanto, reducida a la forma de una provincia. Cuspio Fado fue enviado a
Judea como el primero de esta segunda serie de procuradores.
Aqu tenemos, pues, un perodo bien definido, que cae dentro de los lmites
apocalpticos en cuanto a tiempo, que ocupa terreno apocalptico en cuanto a
lugar, y que corresponde al smbolo apocalptico en cuanto a nmero, carcter, y
ttulo. Estos virreyes sustentan la doble relacin requerida por el smbolo; estaban
relacionados con la bestia como romanos y como delegados; y estn relacionados
con la mujer como poderes gobernantes.
Ahora es fcil ver cmo se puede decir que Nern mismo, la bestia que sube del
mar, el tirano extranjero, es el octavo, y sin embargo de entre los siete. l era la
cabeza suprema, y estos procuradores eran sus delegados, los representantes del
emperador en Judea y en Jerusaln. As, puede decirse que l de entre ellos, y sin
embargo, diferente de ellos -- el octavo, y sin embargo, de entre los siete. Esto
proporciona una propiedad natural y adecuada al lenguaje aparentemente
enigmtico y paradjico de la representacin simblica, y resuelve el enigma sin
violentas torturas ni diestras manipulaciones.
"Y los diez cuernos que has visto son diez reyes, que an no han recibido reino;
pero por una hora [o en una hora, --- contemporneamente] recibirn autoridad
como reyes juntamente con la bestia".
La influencia ejercida por la raza juda en todas partes del Imperio Romano antes
de la destruccin de Jerusaln era inmensa; sus sinagogas se encontraban en
todas las ciudades, y sus colonias echaban races en todas las regiones. En
Hechos 2, vemos las maravillosas ramificaciones de la raza hebrea en pases
extranjeros, por la enumeracin de las diferentes naciones representadas en
Jerusaln el da de Pentecosts: "Moraban entonces en Jerusaln judos, varones
piadosos, de todas las naciones bajo el cielo ... partos, medos, elamitas, los que
habitaban en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en
Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de frica ms all de Cirene, y
romanos all residentes, tanto judos como proslitos, cretenses y rabes". Se
poda decir verdaderamente de Jerusaln que "se sentaba sobre muchas aguas",
es decir, que ejerca poderosa influencia sobre "pueblos, y muchedumbres, y
naciones, y lenguas".
Adems de esto, hay una correspondencia tan detallada y tan mltiple entre "el
hombre de pecado" de Pablo y "la bestia" de Juan que es casi seguro que ambos
se refieren al mismo individuo. Sobre bases independientes y tratando cada tema
por separado, ya hemos llegado a la conclusin de que ambos apstoles tienen en
mente al emperador Nern, y cuando colocamos las dos partituras una al lado de
la otra, esta conclusin queda establecida definitivamente. Slo es necesario
echar un vistazo a las descripciones paralelas para convencerse de que describen
al mismo individuo, y de que ese individuo es el monstruo Nern.
LA CADA DE BABILONIA
"De algn modo, aquel perodo", nos cuenta, "haba sido tan prolfico en
iniquidades de todo tipo entre los judos, que ninguna obra malvada haba
quedado sin ser perpetrada ... tan universal era el contagio tanto pblico como
privado, y tal era el esfuerzo por superarse los unos a los otros en actos de
impiedad hacia Dios y de injusticia hacia el prjimo".
Luego, se oye una voz desde el cielo llamando al pueblo de Dios a salir de la
ciudad condenada a muerte: "Salid de ella, pueblo mo, para que no seis
partcipes de sus pecados, y no recibis de sus plagas". Observamos aqu cmo la
catstrofe final se mantiene en suspenso -- una y otra vez parece como si el fin ha
llegado en realidad, y luego encontramos que se interponen nuevas
circunstancias, y que el golpe ha sido aparentemente detenido en el momento
mismo en que estaba a punto de ser asestado. Esta caracterstica de Apocalipsis
aumenta grandemente el efecto dramtico, y estimula poderosamente el inters en
la accin. Podra haberse supuesto que todos los fieles haban abandonado
mucho antes la ciudad condenada; pero no debemos buscar la misma estricta
consistencia y secuencia en una descripcin potica y figurada que en una
narracin histrica. Adems, las imgenes se derivan parcialmente de la
descripcin proftica de la cada de la antigua Babilonia como la presenta
Jeremas (cap. 51), donde encontramos este mismo llamado a "salir de ella" (ver.
45).
Despus de esto, sigue una endecha, si puede llamarse as, solemne y pattica,
acerca de la ciudad cada, cuya hora final ha llegado. Los reyes y gobernantes del
territorio, los mercaderes-comerciantes, y los marineros que la conocan en la
plenitud de su poder y de su gloria, ahora lamentan su cada. La ciudad real, el
emporio del comercio y la riqueza, est envuelta en llamas, y los marineros y
mercaderes que se enriquecieron con su trfico estn a la distancia, contemplando
el humo de su incendio, y llorando: "Cul ciudad como esta gran ciudad?" La
descripcin que en este captulo se da de la riqueza y el lujo de la Babilonia
mstica apenas podra parecer apropiada para Jerusaln si no fuese porque en
Josefo tenemos amplia evidencia de que no hay ninguna exageracin, ni siquiera
en esta representacin altamente elaborada. Ms de una vez, el historiador judo
habla de la magnificencia y la vasta riqueza de Jerusaln. Es muy notable que el
inventario de los despojos tomados del tesoro del templo contiene casi todos los
artculos enumerados en este lamento por la ciudad cada: "Oro, plata, piedras
preciosas, prpura, escarlata, canela, especias, ungentos, e incienso".
Puede que se diga que esto es poesa, y sin duda lo es; pero tambin es historia.
Tan total fue la destruccin de Jerusaln, que Josefo dice: "Ya no haba nada que
hiciera pensar a los que visitaban el lugar que alguna vez haba sido habitado".
Ya hemos comentado las palabras finales del captulo, que proporcionan evidencia
decisiva de la identidad de la ciudad ramera: "Y en ella se hall la sangre de los
profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra" (ver. 24).
Estas palabras no se aplican a ninguna otra ciudad aparte de Jerusaln, y
demuestran de modo concluyente que Jerusaln es el tema de toda la
representacin visionaria. Jerusaln era preeminentemente la "asesina de
profetas", y la sangre de ellos ser requerida de ella, de acuerdo con la prediccin
del Seor: "Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha
derramado sobre la tierra" (Mat. 23:35).
Pero la venida del reino est asociada con otros sucesos, siendo uno de los
principales "las bodas del Cordero", para las cuales se da ahora la nota de
preparacin, aunque los detalles del suceso se reservan para la sptima y ltima
visin. Es evidente que las nupcias del Cordero se anuncian prolpticamente, de
acuerdo con el uso frecuente en Apocalipsis. Esta unin pblica y solemne de
Cristo con su iglesia es lo que se prefigura en las parbolas de la fiesta de bodas
(Mat. 22) y de las diez vrgenes (Mat. 25). Es la cena de bodas del gran Rey, a la
cual rehusan venir los primeros invitados, que maltrataron y mataron a los
mensajeros del rey. Ahora les ha sobrevenido el juicio: "El rey envi sus ejrcitos,
y destruy a aquellos asesinos, y quem su ciudad" (Mat. 22:7).
Pero antes de que tenga lugar esta feliz consumacin, deben ejecutarse actos de
juicio. La Babilonia mstica ha sido juzgada, pero los otros enemigos del Rey - la
bestia, su delegado el falso profeta, y el dragn - todava deben recibir su
merecido castigo.
Este magnfico pasaje describe el gran suceso que ocupa un lugar tan prominente
en la profeca del Nuevo Testamento, la Parusa, o la venida en gloria del Seor
Jesucristo. Viene del cielo; viene en su reino; "haba en su cabeza muchas
diademas"; viene con sus santos ngeles; "le siguen los ejrcitos del cielo"; viene
a ejecutar juicio sobre sus enemigos; viene en gloria. Puede preguntarse: Por
qu es colocada la Parusa despus del juicio de la ciudad ramera, y no antes?
Debe recordarse que es un poema, ms bien que una historia, lo que ahora
estamos leyendo; un drama, ms bien que un diario de transacciones, y que no
hay ningn libro en el que el efecto potico y dramtico sea ms estudiado que
Apocalipsis. A menudo, estas visiones episdicas son sacadas de su estricto
orden cronolgico para que puedan ser presentadas con mayores detalles y
puedan hacer una adecuada impresin en la mente del lector. Al mismo tiempo, no
admitimos que haya un anacronismo en el lugar que ocupa la Parusa. Si
examinamos el discurso proftico en el Monte de los Olivos, descubriremos el
mismo orden de sucesos. Es inmediatamente despus de la gran tribulacin
cuando aparece en el cielo la seal del Hijo del hombre, y "ven al Hijo del hombre
viniendo en las nubes del cielo con poder y gran gloria" (Mat. 24:29,30). La escena
representada en esta visin es ese mismo suceso. El Seor Jess es
"manifestado desde el cielo con los ngeles de su poder, en llama de fuego, para
dar retribucin a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de
nuestro Seor Jesucristo" (2 Tes. 1:7,8).
La secuela del captulo relata la victoria del Cordero sobre los enemigos de su
causa. Un ngel de pie en el sol llama a todas las aves del cielo a saciarse de los
cadveres de los que han de morir en el conflicto venidero. Los ejrcitos de la
bestia y sus poderes aliados se congregan para hacer la guerra al Mesas. Los
dos entran en combate, y los enemigos de Cristo son derrotados. La bestia es
tomada prisionera, y con ella el falso profeta que gobernaba en su nombre. "Estos
dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre",
mientras que sus seguidores perecen "con la espada que sala de la boca del que
montaba el caballo".
Cap. 20:1-3. "Vi a un ngel que descenda del cielo, con la llave del abismo, y una
gran cadena en la mano. Y prendi al dragn, la serpiente antigua, que es el
diablo y Satans, y lo at por mil aos; y lo arroj al abismo, y lo encerr, y puso
su sello sobre l, para que no engaase ms a las naciones, hasta que fuesen
cumplidos mil aos; y despus de esto debe ser desatado por un poco de tiempo".
"Hay que confesar que en tacei [en breve] contiene, entre otros perodos, uno de
mil aos. Sobre qu principio debemos afirmar que no abarca un perodo
vastamente superior a ste en su contenido total?"
Lo que a los ojos de Dean Alford parece una objecin tan insuperable es
desestimada nada menos que por Moses Stuart, que dice:
"La porcin del libro que contiene esto [la referencia a un perodo distante] es tan
pequea, y la parte del libro que se cumpli en breve es tan grande, que no se
puede construir ninguna dificultad razonable con respecto a la afirmacin que
tenemos delante. 'Cun en tacei, es decir, en breve, ocurrieron realmente las
cosas a causa de las cuales se escribi el libro principalmente".
"la crisis definitiva entre los tiempos antiguos y modernos", y que la introduccin
del cristianismo "ha cambiado y regenerado, no slo el gobierno y la ciencia, sino
el sistema entero de la vida humana".
Hubo una hora en que la marea de la maldad humana comenz a invertirse: fue
en el mismo perodo en que esa marea estaba en su punto ms alto; desde ese
tiempo, ha estado disminuyendo, y no tenemos dificultad en reconocer que la
primera disminucin del poder del mal corresponde en el tiempo con el suceso que
aqu se designa como el atar a Satans y aprisionarle en el abismo.
Cap. 20:4-6. "Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de
juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jess y por
la palabra de Dios, los que no haban adorado a la bestia ni a su imagen, y que no
recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con
Cristo mil aos. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se
cumplieron mil aos. Esta es la primera resurreccin. Bienaventurado y santo el
que tiene parte en la primera resurreccin; la segunda muerte no tiene potestad
sobre stos, sino que sern sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarn con l mil
aos".
Lo primero que notamos es que la visin que se describe ahora cae dentro del
perodo apocalptico. Es introducida con la frmula: "Y vi", que marca lo que viene
bajo la observacin personal del vidente.
Luego, debe observarse que hay una evidente anttesis entre esta escena y el
acto de juicio ejecutado contra la bestia y sus seguidores. Es el mtodo usual del
Apocalipsis poner en marcado contraste la recompensa de los justos y la
retribucin de los impos.
Adems de stos, el vidente contempla "las almas de los decapitados por causa
del testimonio de Jess y por la palabra de Dios" y tambin (porque la palabra
oitinez parece indicar que esta es otra clase que se especifica) "los que no haban
adorado a la bestia ni a su imagen"; stos tambin "viven y reinan con Cristo", una
expresin qu implica que ellos tambin tenan "tronos" y que se les haba dado
que "juzgasen". Es imposible no reconocer en las "almas de los decapitados" a los
mismos santos martirizados que el vidente contempl, en la visin del sexto sello,
bajo el altar y clamando venganza de sus asesinos. Fueron consolados con el
mensaje de que, en poco tiempo, cuando se les uniesen sus consiervos que
estaban a punto de sufrir como ellos, su oracin sera contestada. Ahora ese
momento ha llegado; sus enemigos han perecido, y ellos viven y reinan con Cristo.
Estas almas que testifican y que sufren son representadas como disfrutando de un
privilegio y una distincin que no se les concede a otros: "Vivieron y reinaron con
Cristo mil aos, pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se
cumplieron mil aos". Este es el punto crucial del pasaje, y presenta una
formidable dificultad. La nica posicin desde la cual podemos discernir algn rayo
de luz es la direccin de la pregunta: Quines son "los otros muertos"? Son el
resto de los justos muertos, o los impos muertos, o ambos? Al buen juicio le
repugna la idea de que sean los justos muertos. Si ellos fuesen a ser excluidos de
participar en la bienaventuranza del cielo durante un vasto perodo, cmo podra
decirse: "Bienaventurados los muertos que mueren en el Seor de aqu en
adelante"? Nos vemos obligados, pues, a imaginar la posibilidad de la otra
alternativa y de que el pasaje hable de los impos muertos, aunque tal suposicin
no est exenta de dificultades. En este caso, "la primera resurreccin" incluye slo
a los muertos en Cristo; y esta puede ser la interpretacin correcta, porque el
versculo siguiente ciertamente indica que todos los que tienen parte en "la
primera resurreccin" son bienaventurados y santos, y disfrutan del gran privilegio
y el honor de "reinar con Cristo".
Una cosa ms hay que notar, y es que no se dice que el reino de los santos que
sufren y testifican, y de todos los que tienen parte en la primera resurreccin, est
en la tierra. Ellos viven y reinan "con Cristo"; estn "con l donde l est,
contemplando su gloria".
Hasta ahora, hemos tratado de tantear nuestro camino en una regin "oscura de
excesiva claridad", pero no pretendemos tener ninguna confianza en la ltima
porcin de nuestra exgesis.
LA LIBERACIN DE SATANS
DESPUS DE LOS MIL AOS
Cap. 20:7-10. "Cuando los mil aos se cumplan, Satans ser suelto de su
prisin, y saldr a engaar a las naciones que estn en los cuatro ngulos de la
tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el nmero de los cuales
es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el
campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendi fuego del
cielo, y los consumi. Y el diablo que los engaaba fue lanzado en el lago de
fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y sern atormentados
da y noche por los siglos de los siglos".
El misterio y la oscuridad que envuelven una porcin del contexto precedente se
vuelven aqu ms oscuros, si es posible. Hay, sin embargo, ciertos puntos que
parece se pueden establecer.
Estos versculos nos presentan la catstrofe de la sexta visin. Como las otras
catstrofes que la han precedido, es un solemne acto de juicio, o ms bien, la
misma gran transaccin judicial presentada en un nuevo aspecto. Ahora el vidente
reanuda la narracin que haba sido interrumpida por la digresin relativa a los mil
aos, retomando el hilo que se haba roto al final del ver. 4. Se nos devuelve,
pues, al mismo punto de los versculos primero y cuarto. Esta catstrofe
pertenece, natural y necesariamente, a la misma serie de sucesos que han sido
representados en la visin de la ciudad ramera, y cae dentro de los lmites
apocalpticos prescritos, estando entre las cosas "que deben suceder pronto".
No hay razn para dudar de que la escena de juicio presentada aqu es idntica a
la descrita por nuestro Seor en Mateo 25:31-46. Tenemos el mismo "trono de
gloria", la misma reunin de todas las naciones, la misma discriminacin de los
juzgados segn sus obras, y el mismo "fuego eterno preparado para el diablo y
sus ngeles".
PARTE III
LA PARUSA EN EL APOCALIPSIS
LA SPTIMA VISIN
PRLOGO A LA VISIN
Cap. 21:1-8. "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no exista ms. Y yo Juan vi la santa ciudad, la
nueva Jerusaln, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa
ataviada para su marido. Y o una gran voz del cielo que deca: He aqu el
tabernculo de Dios con los hombres, y l morar con ellos; y ellos sern su
pueblo, y Dios mismo estar con ellos como su Dios. Enjugar Dios toda lgrima
de los ojos de ellos; y ya no habr muerte, ni habr ms llanto, ni clamor, ni dolor;
porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He
aqu, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras
son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho est. Yo soy el Alfa y la Omega, el
principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le dar gratuitamente de la fuente del agua
de la vida. El que venciere heredar todas las cosas, y yo ser su Dios, y l ser
mi hijo. Pero los cobardes e incrdulos, los abominables y homicidas, los
fornicarios y hechiceros, los idlatras y todos los mentirosos tendrn su parte en el
lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda".
Una vez ms, esta conclusin queda certificada por la representacin de ser la
morada del Altsimo: "El Seor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el
Cordero"; "el trono de Dios y del Cordero estar en ella"; "sus siervos le servirn, y
vern su rostro". En realidad, esta visin de la santa ciudad es anticipada en la
catstrofe de la visin de los sellos, donde los ciento cuarenta y cuatro mil de
todas las tribus de los hijos de Israel, y la gran multitud que nadie poda contar, se
representan como disfrutando de la misma gloria y felicidad, en el mismo lugar y
en las mismas circunstancias que en la visin que tenemos delante. Las dos
escenas son idnticas; o diferentes aspectos de una y la misma gran
consumacin.
Hay un punto, sin embargo, que merece atencin particular, porque sirve para
identificar la ciudad llamada la nueva Jerusaln. En Hebreos 11:10, encontramos
la notable afirmacin de que el patriarca Abraham viaj como extranjero a la
misma tierra que le haba sido prometida como posesin suya, y de que lo hizo
porque tena fe en un cumplimiento mayor y ms elevado de la promesa que
cualquier mera ciudad terrenal y humana pudiera haberle concedido. "Esperaba la
ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios". Qu es esto,
sino la misma ciudad descrita en Apocalipsis -- la ciudad que tiene doce
fundamentos, en los cuales estn inscritos los nombres de los doce apstoles del
Cordero; la ciudad que no ha sido construida por manos humanas; "la ciudad del
Dios viviente", la Jerusaln celestial? Esta es una prueba decisiva, primero, de que
el escritor de la epstola haba ledo Apocalipsis, y, segundo, que reconoca la
visin de la nueva Jerusaln como representacin del mundo celestial.
EPLOGO
Cap. 22:6-21. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Seor, el
Dios de los espritus de los profetas, ha enviado su ngel, para mostrar a sus
siervos las cosas que deben suceder pronto. He aqu, vengo pronto!
Bienaventurado el que guarda las palabras de la profeca de este libro.
Yo Juan soy el que oy y vio estas cosas. Y despus que las hube odo y visto,
me postr para adorar a los pies del ngel que me mostraba estas cosas. Pero l
me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los
profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios. Y me dijo:
No selles las palabras de la profeca de este libro, porque el tiempo est cerca. El
que es injusto, sea injusto todava; y el que es inmundo, sea inmundo todava; y el
que es justo, practique la justicia todava; y el que es santo, santifquese todava.
He aqu yo vengo pronto, y mi galardn conmigo, para recompensar a cada uno
segn sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el
ltimo. Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al rbol de la
vida, y para entrar por las puertas de la ciudad. Mas los perros estarn fuera, y los
hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idlatras, y todo aquel que ama y
hace mentira.
Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profeca de este libro: Si
alguno aadiere a estas cosas, Dios traer sobre l las plagas que estn escritas
en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profeca, Dios
quitar su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que estn
escritas en este libro.
"Se envi una clave con el libro, y esta clave se ha perdido? Fue lanzada al mar
en Patmos, o al Meandro?"
"No!", contesta un crtico capaz y sagaz, Moses Stuart, cuyos trabajos han hecho
mucho para preparar el camino para una verdadera interpretacin:
Pero, quizs pueda darse una mejor respuesta. S se envi la clave junto con el
libro, y se le ha permitido permanecer enmohecida y sin uso, mientras se ha
probado, y probado en vano, toda clase de llaves falsas y ganzas hasta que los
hombres han llegado a ver el Apocalipsis como un enigma ininteligible, que slo
tiene el propsito de desconcertar y confundir. La verdadera clave ha estado bien
visible todo el tiempo, y se ha llamado la atencin de los hombres a ella en alta
voz casi en todas las pginas del libro. Esa clave es la declaracin, que se hace
tan frecuentemente, de que todo est a punto de cumplirse. Si los lectores
originales eran competentes, como arguye Stuart, para entender el Apocalipsis sin
un intrprete, slo poda ser porque reconocan su relacin con los sucesos de sus
propios das. Suponer que ellos podan entender o sentir el ms mnimo inters en
un libro que trataba de Concilios papales, una Reforma protestante, una
Revolucin Francesa, y sucesos distantes en tierras extranjeras y pocas en el
lejano futuro sera una de las ms extravagantes fantasas que haya posedo un
cerebro humano. De principio a fin, el libro mismo da testimonio decisivo del
inmediato cumplimiento de sus predicciones. Se inicia con la expresa declaracin
de que los sucesos a los cuales se refiere "deben suceder pronto", y termina con
la reiteracin de la misma afirmacin: "El Seor Dios ha enviado su ngel para
mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto". "El tiempo est
cerca".
La nica y luminosa interpretacin de la visin del Apocalipsis ha sido
proporcionada por los crticos que han accedido a usar esta clave autntica y
divina para desentraar sus misterios. Sin embargo, es notable que muy pocos lo
han hecho as, consistentemente y en todo el libro, si es que ha habido alguno. Es
sorprendente y mortificante encontrar a un expositor como Moses Stuart que,
despus de proceder con valor y xito de cierta manera, de repente titubea, deja
caer la clave que haba rendido tan buen servicio, y luego trastabilla hacia
adelante, a ciegas e indefenso, tanteando y adivinando a travs de la niebla
egipcia que le rodea. Y, sin embargo, ningn otro telogo de nuestro tiempo ha
contribuido tanto a la verdadera interpretacin del Apocalipsis. Por medio de su
memorable comentario, ha puesto a todos los estudiosos de este libro maravilloso
bajo la ms grande obligacin, y ha conferido un beneficio duradero a toda la
iglesia de Cristo. Desafortunadamente, al dejar de mantener hasta el final y
consistentemente sus propios principios, perdi el honor de conducir a sus
seguidores a la tierra prometida de una verdadera exgesis.
Debi habrseles ocurrido a los intrpretes del Apocalipsis que era una presuncin
abrumadoramente prioritaria contra su mtodo el hecho de que ste requiriese un
inmenso aparato crtico, una vasta cantidad de informacin histrica, el transcurrir
de muchos siglos, y "algo as como una vena proftica", para producir una
exposicin satisfactoria an para s mismos. No es fcil ver qu valor tendra tal
"revelacin" para los primitivos creyentes, que con corazones temblorosos
obedecan el mandato que les enviaba a la desconcertante tarea de estudiar sus
pginas. Ni es de mucho mayor valor para la masa de modernos lectores, que
deben tener una gran facultad crtica para poder discernir lo adecuado y lo
verdadero de la interpretacin ofrecida, y decidir entre interpretaciones conflictivas.
No es de extraar que, ocupando una posicin tan falsa, los defensores de la
divina revelacin quedasen expuestos a los ataques de escpticos como Strauss y
"la destructora escuela de la crtica" y que, refugindose en una interpretacin
antinatural, pusiesen en peligro la ciudadela misma de la fe. Debe reconocerse
que una culpable negligencia de "los dichos verdaderos de Dios" por parte de
expositores cristianos le ha dado con frecuencia ventaja a los enemigos de la
revelacin, ventaja que no han tardado en aprovechar.
Por estas razones, as como por las enseanzas del Apocalipsis y el resto de las
escrituras del Nuevo Testamento, llegamos a la conclusin de que, en los das de
Juan, la iglesia cristiana entera crea universalmente que la Parusa estaba
cercana. Era la promesa de Cristo, la predicacin de los apstoles, la fe de la
iglesia. Tambin se nos ensea la importancia de aquel gran acontecimiento.
Marc una nueva poca en la administracin divina. Hasta que ese suceso tuvo
lugar, la completa bienaventuranza del estado celestial no se abri para las almas
de los creyentes.
Fue a plena vista de aquel glorioso da, que estaba a punto de "abrir el reino de los
cielos para todos los creyentes", que el discpulo amado respondi al anuncio de
su Seor acerca de su pronta venida: "Amn! Ven, Seor Jess".
Resumen y Conclusin
2. Descubrimos que Juan el Bautista adopta las advertencias de las profecas del
Antiguo Testamento, especialmente la del ltimo de los profetas, Malaquas, y
predice que la venida del reino sera la venida de la ira sobre Israel. Declara que
"el hacha est puesta a la raz del rbol"; su clamor es: "Huid de la ira venidera",
indicando claramente que se acercaba rpidamente un tiempo de juicio.
3. Nuestro Seor afirma la misma pronta venida del juicio sobre el territorio y el
pueblo de Israel; adems, enlaza este juicio con su propia venida en gloria - la
Parusa. Este acontecimiento sobresale de modo prominente en el Nuevo
Testamento; a esto se dirigen todos los ojos, a esto apuntan todos los mensajeros
inspirados. Est representado como el ncleo y el centro de un racimo de grandes
sucesos; el fin del tiempo, o culminacin de la economa juda; la destruccin de la
ciudad y el templo de Jerusaln; el juicio de la nacin culpable; la resurreccin de
los muertos; la recompensa de los fieles; la consumacin del reino de Dios. Se
declara que todas estas transacciones coinciden con la Parusa.
5. Sin repasar el camino ya recorrido, puede ser suficiente aqu apelar a tres
declaraciones diferentes y decisivas de nuestro Seor con respecto al tiempo de
su venida, cada una de las cuales est acompaada de una solemne afirmacin:
(1) "De cierto os digo, que no acabaris de recorrer todas las ciudades de Israel,
antes que venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23).
(2) "De cierto os digo que hay algunos de los que estn aqu, que no gustarn la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat.
16:28).
(3) "De cierto os digo, que no pasar esta generacin hasta que todo esto
acontezca" (Mat. 24:34).
(2) Santiago representa la venida del Seor como cercana. "Han llegado" los
ltimos das. Se exhorta a los cristianos sufrientes a "ser pacientes hasta la venida
del Seor". Se les asegura que esa venida "est cerca", que "el Juez est a la
puerta".
(3) Como Pablo, Pedro concede gran prominencia a la Parusa y a los sucesos
relacionados con ella.
(4) La Epstola a los Hebreos habla de "los ltimos das" como si fueran presentes
ahora; es "el fin del tiempo"; se ve al da como "acercndose". "An un poquito, y
el que ha de venir vendr, y no tardar".
(5) Juan confirma y completa el testimonio de los otros apstoles; es "el ltimo
tiempo"; "el anticristo ha venido"; "ya est en el mundo". Se exhorta a los
cristianos a vivir de tal manera que no se avergencen delante de Cristo a su
venida.
Finalmente, el Apocalipsis est lleno de la Parusa: "He aqu que viene con las
nubes"; "el tiempo est cerca"; "he aqu, vengo presto".
Pero, admitiendo - lo que no puede ser bien negado - que los apstoles y los
cristianos primitivos s acariciaban estas esperanzas, y que su creencia se
fundaba en las enseanzas de nuestro Seor, surge la pregunta: No estaban
equivocados en sus expectativas? Esto casi equivale a preguntar: Se les permiti
a los apstoles mismos caer en el error y llevar a otros a un engao similar, con
respecto a una cuestin de hecho que ellos tuvieron abundantes oportunidades de
conocer; lo que debe haber sido tema frecuente de conversacin y conferencia
entre ellos mismos; a lo que nunca dejaron de llamar la atencin delante de las
iglesias, y sobre lo cual todos estaban de acuerdo?
Hay crticos que no tienen escrpulos en afirmar que los apstoles estaban
errados, y que el tiempo ha demostrado la falacia de sus esperanzas. Los crticos
nos dicen que, o los discpulos entendieron mal las enseanzas de su Maestro, o
l tambin estaba bajo una impresin errnea. Por supuesto, esto es tanto hacer a
un lado las afirmaciones de los apstoles en el sentido de que tenan derecho a
hablar con autoridad como los mensajeros inspirados de Cristo, como socavar las
bases mismas de la fe cristiana.
"Si los cristianos del siglo primero", dice Hengstenberg, "hubiesen previsto que la
segunda venida de Cristo no tendra lugar durante mil ochocientos aos, cunto
ms dbil habra sido la impresin causada en ellos por esta doctrina que cuando
le esperaban a l cada hora, y se les deca que velaran porque vendra como
ladrn en la noche, a una hora en que no le esperaban!" (Hengstenberg,
Christology, vol. iv, p. 443).
Hay otra teora, sin embargo, por medio de la cual muchos suponen que puede
salvarse el crdito de los apstoles, y, sin embargo, deja lugar para evitar la
aceptacin de su aparente enseanza sobre el tema de la venida de Cristo. Esto
es, por medio de la hiptesis de un cumplimiento primario y parcial de sus
predicciones en sus propios das, que deba ser seguido y completado por un
cumplimiento final y pleno al fin de la historia humana. Segn este punto de vista,
lo que los apstoles eperaban no era totalmente errneo. Algo tuvo lugar en
realidad, algo que podra llamarse "una venida del Seor", "un da de juicio". Las
predicciones recibieron casi un cumplimiento en la destruccin de Jerusaln y en
el juicio de la nacin culpable. Aquella consumacin al fin de la era juda era tipo
de otra catstrofe, infinitamente mayor, cuando la raza humana entera sea llevada
ante el tribunal de Cristo y la tierra sea consumida por una conflagracin general.
Este es probablemente el punto de vista ms comnmente aceptado por la
mayora de los expositores y lectores del Nuevo Testamento en la actualidad. La
primera objecin a esta hiptesis es que no tiene fundamento en las enseanzas
de las Escrituras. No hay un pice de evidencia de que los apstoles y los
cristianos primitivos tuvieran ninguna sospecha de una doble referencia en las
predicciones de Jess concernientes al fin. No se sugiere nada en el sentido de
que los dichos de Jess deban tener un cumplimiento primario y parcial en
aquella generacin, y de que un cumplimiento completo y exhaustivo estaba
reservado para un perodo futuro y distante. La verdad es completamente opuesta.
Qu puede ser ms abarcante y concluyente que las palabras de nuestro Seor:
"De cierto os digo: No pasar esta generacin hasta que TODAS estas cosas se
hayan cumplido"? Qu tortura crtica se les ha aplicado a estas palabras para
extraerles algn otro significado diferente del obvio y natural! Cmo ha sido
buscado yeve a travs de todo su linaje y genealoga para descubrir que
posiblemente no signifique las personas que entonces vivan en la tierra! Pero
todos esos esfuerzos son completamente ftiles. Mientras las palabras
permanezcan en el texto, su sentido claro y obvio prevalecer sobre todas los
oropeles y las distorsiones de la crtica ingeniosa. La hiptesis de un cumplimiento
doble no tiene apoyo en las Escrituras. Slo tenemos que leer el lenguaje con el
cual los apstoles hablan de la cercana consumacin, para persuadirnos de que
ellos tenan en mente slo un gran acontecimiento, y slo uno, y que ellos
pensaban y hablaban de l como muy cercano.
Esto nos trae a otra objecin contra la hiptesis de un cumplimiento doble, y hasta
mltiple, de las predicciones del Nuevo Testamento, es decir, que procede de un
concepto fundamentalmente errneo del verdadero significado y la verdadera
grandeza de aquella gran crisis en el gobierno divino del mundo que est marcada
por la Parusa. No son pocos los que parecen creer que, si la profeca de nuestro
Seor en el Monte de los Olivos, y las predicciones de los apstoles de la venida
de Cristo en gloria, no significaban ms que la destruccin de Jerusaln, y se
cumplieron con aquel suceso, entonces todos los anuncios y todas las
expectaciones terminaron en un mero fiasco, y la realidad histrica responde muy
dbil e inadecuadamente a esta magnfica profeca. Hay razn para creer que el
verdadero significado y la verdadera grandeza de aquel gran suceso son poco
apreciados por muchos. La destruccin de Jerusaln no fue meramente un suceso
emocionante en el drama de la historia, como el sitio de Troya o la cada de
Cartago, y que cerr un captulo en los anales de un estado o de un pueblo. Fue
un acontecimiento sin paralelo en la historia. Fue la seal externa y visible de una
gran poca en el gobierno divino del mundo. Fue el fin de una dispensacin y el
comienzo de otra. Marc la inauguracin de un nuevo orden de cosas. La
economa mosaica - que haba sido introducida por loss milagros en Egipto, los
relmpagos y los truenos de Sina, y las gloriosas manifestaciones de Jehov a
Israel - estaba abolida ahora, despus de haber subsistido por ms de quince
siglos. La peculiar relacin entre el Altsimo y la nacin del pacto estaba disuelta.
El reino mesinico, es decir, la administracin del gobierno divino por el Mediador,
hasta ahora, al menos, por lo que concerna a Israel, haba alcanzado su punto
culminante. El reino por tanto tiempo predicho y esperado, y por el cual se haba
orado por tanto tiempo, ahora haba llegado plenamente. El acto final del Rey fue
sentarse en el trono de su gloria y juzgar a su pueblo. Entonces pudo "entregar el
reino a Dios y al Padre". Este es el significado de la destruccin de Jerusaln
segn lo muestra la Palabra de Dios. No fue un hecho aislado, una solitaria
catstrofe; fue el centro de un grupo de sucesos relacionados y coincidentes, no
slo en el mundo material sino tambin en el mundo espiritual; no slo en la tierra,
sino tambin en la tierra y en el infierno; siendo algunos de ellos cognoscibles por
los sentidos y susceptibles de confirmacin histrica, mientras que otros no.
Quizs puede decirse que esta explicacin de las predicciones del Nuevo
Testamento, en vez de aliviar la dificultad, nos turba y nos deja perplejos ms que
nunca. Es posible creer en el cumplimiento de las predicciones que se cumplen en
el orden visible y externo de las cosas porque tenemos evidencia histrica de ese
cumplimiento; pero, cmo puede esperarse que creamos en cumplimientos de
los cuales se dice que han tenido lugar en la regin de lo espiritual y lo invisible
cuando no tenemos ningn testigo para confirmar los hechos? Podemos creer
implcitamente en el cumplimiento de todo lo que se predijo con respecto a los
horrores del sitio de Jerusaln, el incendio del templo, y la demolicin de la ciudad,
porque tenemos el testimonio de Josefo en cuanto a los hechos; pero, cmo
podemos creer en la venida del Hijo del hombre, en una resurreccin de los
muertos, en un acto de juicio, cuando no tenemos nada en que confiar sino la
palabra de la profeca, y no tenemos ningn Josefo que respalde la exactitud
histrica de los hechos?
Aqu podemos hacer una pausa, porque la profeca en la Escritura no nos lleva
ms all. Pero el fin de la era no es el fin del mundo, y la suerte de Israel no nos
ensea nada con respecto al destino de la raza humana. Lo queramos o no, no
podemos evitar especular sobre el futuro y predecir el destino ltimo de un mundo
que ha sido el escenario de tan estupendas demostraciones del juicio y la
misericordia divinos. Algunos pensarn probablemente que es una desagradable
conclusin la de que Apocalipsis no es el programa de historia civil y eclesistica
que una errnea teora de interpretacin supona. Les parecer que la extincin de
aquellas falsas luces, que confundieron con estrellas guiadoras, les deja en total
oscuridad acerca del futuro, y se preguntarn perplejos: A dnde vamos? Cul
ha de ser el fin y la consumacin de la historia humana? Est esta tierra, con su
preciosa carga de intereses inmortales y eternos, avanzando hacia la luz y la
verdad, o apresurndose hacia regiones de oscuridad y distancindose de Dios?
En verdad, puede parecer extrao e inexplicable que ahora hayamos sido dejados
sin ninguna de aquellas manifestaciones y revelaciones divinas que en otras
pocas complaci a Dios entregar a los hombres. En algunos respectos,
parecemos estar ms lejos del cielo que en las pocas en que las voces y las
visiones recordaban a los hombres la cercana del Invisible. Podemos decir, con
los judos del cautiverio: "No vemos ya nuestras seales; no hay ms profeta, ni
entre nosotros hay quin sepa hasta cundo" (Sal. 74:9).
Han pasado mil ochocientos aos desde que en la tierra se oy una voz que
deca: "As dice el Seor". Es como si en el cielo se hubiese cerrado una puerta, y
se hubiese cortado la comunicacin directa entre Dios y los hombres; y parecemos
estar en desventaja en comparacin con los que fueron favorecidos con "las
visiones y las revelaciones del Seor". Pero hasta en esto puede que no
juzguemos correctamente. Sin duda, es mejor que las cosas sean as. El Seor
declar que la presencia del Espritu Santo con los discpulos ms que
compensaba su propia ausencia. Ese Espritu mora con nosotros, y en nosotros, y
es su oficio "tomar lo que es de Cristo y mostrrnoslo a nosotros". Tenemos
tambin la Palabra escrita de Dios, y en esto disfrutamos de una incalculable
superioridad sobre los tiempos anteriores. Es mejor la Palabra escrita que el
profeta viviente. Pero, si fuese necesario para el bienestar y la gua de la
humanidad que Dios se manifestase nuevamente, no hay ninguna presuncin
contra revelaciones adicionales. Por qu tendramos que pensar que Dios ha
dicho a los hombres su ltima palabra? Pero le toca a l escoger, y no a nosotros
dictaminar. Puede muy bien ser que an ahora, de modos que nosotros no
sospechamos, l est hablando al hombre. "Dios se cuumple a s mismo de
muchas maneras, y la historia humana est tan llena de Dios hoy da como en la
poca de milagros y profecas. Lejos sea de nosotros la incredulidad que pierde la
esperanza en el cristianismo y en el hombre. Ciertamente, no fue en vano que
Dios dijo: "Yo soy la luz del mundo". "No envi Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo pudiese ser salvo". "Yo, si fuese
levantado de la tierra, a todos atraer a m mismo".
El apstol favorecido que, ms que ningn otro, parece haber comprendido "la
anchura, la longura, y la profundidad, y la altura del amor de Cristo", nos sugiere
ideas del alcance y la eficacia de la gran redencin que nuestra latente
incredulidad puede apenas recibir. El apstol no vacila en afirmar que la obra
restauradora de Cristo fnalmente reparar con creces la ruina causada por el
pecado. "As como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron
constituidos pecadores, as tambin, por la obediencia de Uno, los muchos sern
constituidos justos". Esta comparacin no tendra sentido si "los muchos" de un
lado de la ecuacin no fuesen proporcionales a "los muchos" del otro lado de ella.
Pero esto no es todo: la obra redentora de Cristo hace ms que restablecer el
equilibrio: "Cuando el pecado abund, sobreabund la gracia; para que as como
el pecado rein para muerte, as tambin la gracia reine por la justicia para vida
eterna mediante Jesucristo, Seor nuestro" (Rom. 5:19-21).
Est fuera del mbito de esta discusin argumentar sobre bases filosficas la
natural probabilidad de un reinado de la verdad y la justicia en la tierra; estamos
felices de que se nos asegure la consumacin sobre bases ms elevadas y ms
seguras, an la promesa de Aqul que nos ense a orar: "Hgase tu voluntad,
as en la tierra como en el cielo". Porque cada oracin enseada por Dios contiene
una profeca, y transmite una promesa. Este mundo ya no pertenece al diablo,
sino a Dios. Cristo lo ha redimido, y lo recuperar, y atraer a S a todos los
hombres. De lo contrario, es inconcebible que Dios haya enseado a su pueblo en
todos los tiempos a pronunciar con fe y esperanza aquella oracin sublime y
proftica:
NOTA A
"Si relatramos todo lo que los telogos han dicho referente al nmero 666 en
Apocalipsis, compondramos una historia muy singular. Sin embargo, ste no es el
lugar para hacerlo, y sera por lo general un mero desperdicio de tiempo refutar
errores palpables y alucinaciones absurdas. Nuestros textos son tan claros para
los que tienen ojos para ver y comprender, que la simple afirmacin del significado
verdadero de estos textos debera disipar en seguida las nubes acumuladas
alrededor de ellos por prejuicios dogmticos, imaginaciones interesadas, y pre-
construcciones polticas.
"El nmero 666, pues, tiene que contener un nombre propio, el nombre de un
personaje poltico e histrico que deba jugar el papel de Anticristo en todas las
grandes revoluciones que esperaban al mundo judeo-cristiano. Despus de leer a
Daniel y la Segunda Epstola a los Tesalonicenses, sabemos cul es el tema.
Nuestro autor procede finalmente a decirnos de quin est hablando.
"Una lectura atenta del captulo 11 ya nos habr convencido de que este libro se
escribi antes de la destruccin de Jerusaln. El templo y su atrio interior, con el
gran altar, son los medidos - es decir, destinados, para ser preservados (Zac. 2),
mientras que el resto de la ciudad es entregado a los paganos y dedicado al
sacrilegio. Estos pasajes no podran haber sido enmarcados en vista del estado de
cosas que existieron despus del ao 70. Pero las indicaciones que se dan en el
captulo 17 son todava ms decisivas. Sostendremos que aqu se habla de Roma
hasta que se pueda demostrar que en la poca de los apstoles exista otra
ciudad construida sobre siete colinas, urbem septicollem, en la que la sangre de
los testigos de Cristo haya sido derramada a torrentes (vers. 6,9). Esta ciudad, o
este imperio, tiene siete reyes. Las revelaciones de Daniel, Enoc, y Esdras siguen
el mismo plan cronolgico, contando todas las sucesiones de reyes para poner al
lector sobre la pista de las fechas. De esos siete reyes, cinco ya estn muertos
(ver. 10), el sexto reina en este momento. El sexto emperador de Roma era Galba,
un anciano, de setenta y tres aos de edad cuando ascendi al trono. La
catstrofe final, que haba de destruir la ciudad y el imperio, deba tener lugar en
tres aos y medio, como ya hemos observado. Por esta nica y simple razn, la
serie de emperadores incluye slo uno despus del monarca que entonces
reinaba, y que no reinara sino por poco tiempo. El escritor no le conoce, pero
conoce la duracin relativa de su reinado, porque sabe que Roma, en tres aos y
medio, perecer finalmente, para no levantarse jams.
"Por ltimo, para que no falte nada para una evidencia plena, nuestro libro nombra
a Nern, por decirlo as, en cada letra. El nombre de Nern est contenido en el
nmero 666. El mecanismo del problema se basa en uno de los artificios
cabalsticos usados en la hermenutica juda, que consista en calcular el valor
numrico de las letras que componan una palabra. Este mtodo, llamado
gematra, o geomtrico, es decir, matemtico, y usado por los judos en la
exgesis del Antiguo Testamento, ha dado mucho trabajo a nuestros eruditos, y
les ha llevado a un laberinto de errores. Todos los alfabetos antiguos y modernos
han sido puestos a colaborar, y en cada ocasin se han ensayado todas las
combinaciones imaginables de nmeros y letras. Al mtodo se le ha hecho
producir casi todos los nombres histricos de los pasados dieciocho siglos: - Tito
Vespasiano y Simn Gioras, Julin el Apstata y Genserico, Mohomet y Lutero,
Benedicto IX y Luis XV, Napolen I y el Duque de Reichstadt - y no sera difcil
para ninguno de nosotros, usando los mismos principios, leer por medio de l los
nombres de los unos o los otros. La verdad es que el enigma no era tan difcil,
aunque slo ha sido resuelto por medio de la exgesis en nuestros propios das.
Era tan poco insoluble que varios eruditos contemporneos encontraron la clave
simultneamente, y sin saber nada de los trabajos los unos de los otros. La
gematra es un ar hebreo. El nmero tiene que ser descifrado por medio del
alfabeto hebreo: rsq nwrn se lee "Nern Csar":-
"El punto ms curioso es que existe una lectura muy antigua que da 616. Esta
podra ser la obra de un lector latino de Apocalipsis que haba encontrado la
solucin, pero que pronunciaba Nern como los romanos, mientras que el escritor
de Apocalipsis lo pronunciaba como los griegos y los orientales. La remocin de la
n final da cincuenta menos".
NOTA B
Este libro estaba listo para entrar en prensa antes de que el autor tuviese la
oportunidad de consultar la detallada obra del Dr. Macdonald, Vida y Escritos de
Juan. Aunque no puede decirse que el Dr. Macdonald hace por Juan lo que
Conybeare y Howson hacen por Pablo, hay mucho de valioso en su obra. Es
especialmente gratificante para este autor descubrir que, acerca de la difcil
cuestin de "los dos testigos", el Dr. Macdonald ha llegado a una conclusin casi
idntica a la del autor. Parecera, sin embargo, que con el Dr. Macdonald esto
sera una feliz adivinanza. Paley dice: "l descubre lo que prueba"; y el Dr.
Macdonald no ha profundizado en la investigacin del problema.
"Si tuviramos en existencia una historia cristiana, como tenemos una historia
pagana escrita por Tcito y una juda escrita por Josefo, que relatan lo que ocurri
dentro de aquella ciudad dedicada durante el terrible perodo de su historia,
podramos bosquejar ms claramente la profeca sobre los dos testigos. El gran
cuerpo de cristianos, advertidos por las seales que les haba dado el Seor,
segn el testimonio antiguo, parece haber abandonado Palestina cuando sta fue
invadida por los romanos ... Pero fue la voluntad de Dios que un nmero
competente de testigos de Cristo quedasen para predicar el evangelio hasta el
ltimo momento a sus engaados y miserables compatriotas. Puede haber sido
parte de su trabajo reiterar las profecas relativas a la destruccin de la ciudad, el
templo, y la comunidad. Los testigos deban profetizar durante el tiempo en que
los romanos habran de arrasar la Tierra Santa y la ciudad. El hecho de que
estuviesen vestidos de cilicio indica el carcter triste de su misin. En su
designacin como los dos olivos, y los dos candelabros o las dos lmparas de pie
delante de Dios, hay una alusin a Zacaras 4, donde estos dos smbolos son
interpretados como los dos ungidos, Josu el sumo sacerdote y Zorobabel el
prncipe, fundador del segundo templo. Los olivos, frescos y vigorosos, mantienen
las lmparas siempre provistas de aceite. Estos testigos, en medio de la oscuridad
que se ha asentado alrededor de Jerusaln, dan una luz constante e infalible.
Poseen el poder de hacer milagros tan maravillosos como cualquiera de los que
llevaron a cabo Moiss y Elas. Lo que se predice aqu debe haberse cumplido
antes del fin de la era milagrosa o apostlica. Todos los que aqu encuentran una
prediccin del estado de la iglesia durante el surgimiento del papado, o en
cualquier perodo despus de la era de los apstoles, les es necesario, por
supuesto, explicar todo este lenguaje que atribuye poder milagroso a los testigos.
Ellos habran de caer vctimas de la guerra, o del mismo poder que haca la
guerra, y sus cadveres deban yacer insepultos por tres das y medio en las
calles de la ciudad donde Cristo fue crucificado. Su resurreccin y ascensin al
cielo deben ser interpretadas literalmente; aunque, como en el caso de los
milagros que llevaban a cabo, no existe un registro histrico de los sucesos
mismos. Si estos dos profetas fuesen los nicos cristianos en Jerusaln, puesto
que ambos fueron asesinados, no habra quedado nadie para registrar o informar
del caso; y aqu tenemos, por lo tanto, un ejemplo de una profeca que contiene al
mismo tiempo la nica historia y la nica obervacin de los sucesos que le dieron
cumplimiento. La oleada de ruina que barri a Jerusaln, y cuyo olor lleg hasta el
cielo, borr o evit toda memoria humana de su obra de fe, su paciencia de
esperanza, y su obra de amor. La profeca que los predijo es su nica historia, o la
nica historia del papel que deban desempear en las escenas finales de
Jerusaln. Llegamos a la conclusin, pues, que estos testigos eran dos de
aquellos apstoles que parecen haberse perdido para la historia tan extraamente,
o de los cuales no se ha podido descubrir ningn rastro autntico despus de la
destruccin de Jerusaln. No puede haber sido uno de ellos Santiago el Menor, o
el segundo Santiago (para diferenciarlo del hermano de Juan), comnmente
llamado obispo de Jerusaln? Segn Egsipo, un historiador judeo-cristiano, que
escribi cerca de mediados del siglo segundo, su monumento todava se
levantaba cerca de las ruinas del templo. Egsipo dice que fue muerto en el ao
69, y que representa al apstol dando un poderoso testimonio de la condicin
mesinica de Jess, y sealando hacia su segunda venida en las nubes del cielo,
hasta el mismo momento de su muerte. Estos testigos de Cristo parecen ser
particularmente adecuados, hombres dotados de los dones ms sobrenaturales,
de pie hasta el final en la ciudad abandonada, profetizando su destruccin, y
lamentndose de lo que una vez le fue querido a Dios". Pp. 161, 16.
NOTA SUPLEMENTARIA
FIN